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Capítulo I
Sumario:
Este artículo 1 de la LJCA de 1998 (con su sustitución del «acto» por la «actuación») es
fiel reflejo del planteamiento que hemos expuesto en las páginas inmediatamente
precedentes. Dicho cambio finalmente no ha tenido la menor transcendencia : ha
primado el seguimiento de la praxis procesal de la LJCA de 1956, como si nada hubiera
cambiado, pues todo sigue igual tras este artículo 1 de la LJCA. No obstante, todos nos
hemos acostumbrado en la práctica procesal a la lógica del contencioso al acto, que es
cómoda y tiene sus ventajas.
Dicho cambio habría podido, sin embargo, ser importante porque (sin poder tampoco
significar este cambio una mera sustitución de un principio revisor de actos por un
principio revisor de actuaciones) la relativización del acto habría podido significar la
forma de dar mayor consistencia a la lógica de la pretensión. Esta «lógica» no
despliega sus efectos propios cuando la pretensión tiene por objeto un acto, pero sí
cuando ya no necesariamente tiene por objeto tal «acto».
Además, dicho criterio podría haber servido (lege ferenda) para otorgar también un
mayor valor procesal (o sustantividad procesal propia) a las actuaciones materiales ,
reales o técnicas, por ser, junto al acto, medidas administrativas de las que puede
deducirse la pretensión procesal administrativa.
Sin embargo, en España (para bien o para mal) hay una praxis tan consolidada en los
tribunales, marcada por el «acto», que todo esto que estamos comentando no puede
confundir al lector interesado en conocer simplemente la práctica procesal ordinaria.
Todo esto en efecto no ha sido así . La propia LJCA de 1998 no lleva necesariamente a
un cambio de praxis procesal respecto del sistema procesal tradicional de la LJCA de
1956.
De hecho, para quienes sólo interesen aspectos prácticos, merece este precepto ser
obviado porque nada aporta realmente en la práctica procesal.
Ni siquiera «la actuación», en cuanto tal, tiene valor jurídico propio alguno. No se
«impugnan» jamás las actuaciones directamente en la práctica procesal.Incluso cuando
hay actuaciones, se siguen creando actos, mediante peticiones de los particulares.
Es más, lo más normal es que si se impugna directamente una actuación (a salvo del
caso de la vía de hecho, o de los actos de trámite recurribles –art.25 LJCA–) el recurso se
inadmita 3).
Aunque pueda sonar algo drástico, es mejor en la práctica olvidarse de estas posibles
innovaciones desencajadas (porque confunden) de la LJCA de 1998. O, mejor dicho,
apliquémoslas, pero en el sentido acostumbrado en que se entienden.
Suele afirmarse en este contexto que no existe unidad de jurisdicción para enjuiciar a la
Administración, aunque la jurisdicción contencioso-administrativa sea la jurisdicción
que generalmente conozca del asunto cuando la Administración es parte del conflicto.
Estas referencias pueden completarse, por otra parte, con una ingente normativa
reguladora de las distintas Entidades de Derecho público dependientes o vinculadas al
Estado, las CC AA y las Entidades Locales, cuya reproducción aquí parece innecesaria
(puede verse L. MARTÍN REBOLLO, Código § 8 Comentario Introductorio).
A. EVOLUCIÓN
Por ello mismo se entiende que en tiempos de la LJCA de 1956 se reformara esta ley
atribuyendo a la jurisdicción administrativa determinadas materias. Tras la LOPJ se
remedió de alguna manera el problema, ya que se atribuyeron más asuntos a la
jurisdicción contencioso-administrativa. En resumen se afirma que los órganos de dicha
jurisdicción deben conocer de las pretensiones que se deduzcan de actos y disposiciones
del Consejo General del Poder Judicial y de los órganos de gobierno del Congreso de los
Diputados y del Senado, del Tribunal Constitucional, del Tribunal de Cuentas, del
Defensor del Pueblo en materia de personal y de actos de administración, así como
contra los mismos actos de los órganos estatutarios similares de las Comunidades
Autónomas.
En este proceso la LJCA de 1998 ha venido al fin a amoldar su articulado al marco legal
existente, así como a la propia jurisprudencia que, con acierto, superó el marco legal
desfasado por el tiempo de la LJCA de 1956.
En otro orden de cosas, la regulación del artículo 1.3.a de la LJCA de 1998 es conforme
no sólo con la LOPJ sino también con un sinfín de normas, tales como el artículo 99 de la
LOTC, el Reglamento de Organización y Personal del Tribunal Constitucional, o la Ley
Orgánica 3/1981, de 6 de abril, del Defensor del Pueblo (artículos 34 y ss.) y las normas
de instituciones análogas de las CC AA, o la Ley orgánica 2/1982, de 12 de mayo, del
Tribunal de Cuentas (artículos 20, 31 y 37), los propios Reglamentos de las Cámaras o de
las Cortes, por no citar las numerosas leyes autonómicas donde se sigue el mismo
criterio (en la jurisprudencia constitucional, sobre el régimen de este artículo 1.3.a
pueden consultarse las SSTC 190/1991 y 205/1993).
Decíamos supra que los tribunales venían ya siguiendo este régimen procesal que hoy
prevé el artículo 1.3 de la LJCA de 1998, por lo que se corrobora que dicha LJCA no
supondrá un cambio esencial en la línea jurisprudencial existente (con numerosos
ejemplos jurisprudenciales de actos de la Administración parlamentaria puede verse F.
SAINZ MORENO, Cuadernos de Derecho Público , 4, 1998, p. 133 y ss.; también, en esta misma
Revista y número el trabajo de P. GARCÍA-ESCUDERO, p. 65; M. FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ «El acto
parlamentario y su control jurisdiccional», Revista parlamentaria de la Asamblea de
Madrid número 35 diciembre 2016 p. 92).
Algunos ejemplos son las STS de 29 de septiembre de 1997 (en materia de personal de
las Cortes) o STS de 12 de noviembre de 2002 (recurso contra una sanción a un
funcionario de las Cortes) o la STS de 10 de febrero de 1995, cuando declara que
corresponde a la jurisdicción contencioso-administrativa controlar la legalidad de «una
actividad fiscalizadora de la aplicación de un presupuesto», concretamente un acuerdo
de un órgano de Gobierno de una Asamblea legislativa autonómica en el que se
ordenaba el reintegro en el Tesoro Público de una cantidad concedida a un grupo
parlamentario. El Tribunal Supremo estima el recurso planteado por un diputado y
representante del grupo parlamentario afectado contra dicha actividad, aportando
varios argumentos que interesa reproducir resumida y sistemáticamente:
Segundo, que el asunto se subsume dentro del artículo 74.1.c de la LOPJ, como acto de
administración procedente de los órganos de Gobierno de una Asamblea Legislativa de
una Comunidad Autónoma.
Tercero, y en conclusión, que «el acuerdo de la Mesa, por su entidad objetiva, normativa
aplicada y amplitud de sus efectos, merece ser calificado como acto administrativo
derivado de un órgano de gobierno de una Asamblea legislativa, residenciable
jurisdiccionalmente ante la Jurisdicción contencioso-administrativa».
No son infrecuentes los recursos contra actos y disposiciones del Consejo General del
Poder Judicial, cuyo conocimiento corresponde a la jurisdicción contencioso-
administrativa (concretamente al Tribunal Supremo). Por ejemplo, la STS de 27 de mayo
de 1996 resuelve un recurso contra un acuerdo de la Comisión Permanente del Consejo
General del Poder Judicial, «que es el acto frente al que se ha deducido el recurso», sobre
nombramiento de Magistrados suplentes y Jueces sustitutos en el ámbito de diversos
Tribunales Superiores de Justicia.
También tienen cabida en este precepto los recursos que se interponen en materia de
convocatorias y adjudicación de plazas a Magistrados (STS de 25 de mayo de 1996), o contra el
reglamento que desarrolla el régimen de licencias y permisos de los Jueces y Magistrados
(STS de 18 de enero de 1996) o contra el reglamento de provisión y distribución de las
vacantes de categoría de Magistrado correspondientes a los turnos de pruebas selectivas de
promoción y concurso de juristas de reconocida competencia (STS de 18 de enero de 1996),
etc. 5)
En aplicación del artículo 1.3.b de la LJCA de 1998 puede citarse la STS de 12 de febrero
de 2002, en materia de responsabilidad disciplinaria de jueces y magistrados,
dilucidando la legitimación del denunciante para residenciar en vía jurisdiccional un
Acuerdo de la Comisión Disciplinaria del CGPJ que resolvió archivar una denuncia
contra un juez (igualmente, puede verse la sentencia del Tribunal Supremo de 27 de
noviembre de 2006, rec. 117/2005).
La SAP de Valencia 269/2005, de 16 de mayo de 2005 (JUR 2005, 163145) considera este
plazo de caducidad (art.40.3 Ley asociaciones).
Una sentencia ejemplar sería la STS (Sala de lo Civil) 1169/2009, de 17 de abril de 2012
(rec. casación 1169/2009) que informa primeramente de la competencia civil para
enjuiciar acuerdos los partidos políticos. En este caso se pretendía, por el demandante,
la nulidad de sanciones de suspensión impuestas a militantes, por criticar la actuación
de la agrupación municipal del PSOE. Esta STS 1169/2009 deja claro el carácter
asociativo de los partidos políticos, citando otras referencias jurisprudenciales, y cómo
no es aceptable la tesis a cuyo tenor las «decisiones internas de los partidos constituyan
un ámbito exento de control judicial». El enjuiciamiento se centra en torno a si se ha
vulnerado o no, por el partido demandado, el derecho de libertad de expresión. Esta STS
conforma la estimación de la demanda de los militantes demandantes y la vulneración
de tal derecho.
En esta jurisdicción civil consta que se impugnan, asimismo, instando su nulidad, las
convocatorias de renovaciones de las Juntas Directivas y los consiguientes
nombramientos de sus cargos, como presidente y secretario en el caso de la SAP de
León 156/2009, de 13 de marzo de 2009, [JUR 2009, 305205]. Esta SAP, confirmando la
sentencia de Primera instancia por la que se estimaba la demanda, considera que la
votación se había hecho irregularmente, por practicarse mediante sufragio secreto,
contraviniendo el artículo 7.2 de la Ley Orgánica 6/2002 de 27 de junio, de Partidos
Políticos, donde se proclama el sufragio libre y secreto.
A veces los demandados se resisten al control judicial, como si este ámbito quedara
fuera de control judicial, o como si la autoorganización (que es el argumento que puede
invocarse de contrario) puede suponer un rechazo frontal de las pretensiones. Frente a
ello reaccionan los tribunales de justicia. Esta SAP 217/2012 es ejemplar en el sentido de
dejar clara la competencia de la jurisdicción civil para entender posibles vulneraciones
de la normativa reguladora de cargos públicos y de los estatutos de los partidos.
Primeramente, la SAP alude a que sobre la necesidad del control judicial sobre el
cumplimiento por parte de los órganos internos de los partidos políticos de la normativa
estatutaria y la necesidad de que ésta se ajuste a los principios democráticos, se ha
creado una reiterada jurisprudencia constitucional. Y cita la STC 1988/534 y la sentencia
de 6 de marzo de 1995. Dice la primera de las citadas sentencias que «es de señalar que
la actividad de las asociaciones no forma naturalmente una zona exenta del control
judicial» , pero los Tribunales, como todos los poderes públicos, deben respetar el
derecho fundamental de asociación y, en consecuencia, deben respetar el derecho de
autoorganización de las asociaciones que, como antes se ha dicho, forma parte del
derecho de asociación (...).Por tanto, tras citar otros pronunciamientos concluye que la
vida interna de las asociaciones no constituye un ámbito exento de todo control judicial
(SSTC 218/88, 96/94). Concretamente:
Así lo ha reconocido este Tribunal en varias ocasiones, relacionadas sobre todo con la
conculcación de reglas y derechos estatutarios –especialmente los relativos a sanciones
y, muy particularmente, a las que pueden suponer, como en el caso aquí enjuiciado, la
expulsión de un asociado– . Y concluye:
«Se ha advertido que esa actividad sancionadora llevada a cabo “contra los procedimientos y
garantías que regulan los estatutos pueden (...) vulnerar derechos fundamentales de los
afectados” (STC 185/93), como el acceso en condiciones de igualdad a los cargos públicos (STC
155/93), el derecho al honor (STC 218/88) u otros derechos de contenido económico (STC
96/94). En estos casos se ha admitido la posibilidad de controlar jurisdiccionalmente estas
infracciones (SSTC 185/93, 96/94 y ATC 213/91) y nada se opone a que cuando no se vean
afectados otros derechos también las infracciones referidas únicamente a los derechos
estatutarios sean susceptibles de una cierta garantía jurisdiccional. Sin embargo, deberá
tenerse en cuenta, en todo caso, que se trata de derechos de carácter meramente estatutario,
que encuentran siempre un límite o contrapunto en los derechos, eso sí constitucionales, de
los demás asociados y de la propia asociación, especialmente, el derecho de
autoorganización, cuyo objetivo fundamental reside, como hemos apuntado anteriormente,
en evitar interferencias de los poderes públicos, incluido el judicial, en la organización y
funcionamiento de las asociaciones. La intensidad –e incluso la posibilidad– del control
judicial dependerá de múltiples circunstancias –como la afectación o no de otros derechos no
estatutarios– y exigirá en cada caso una cuidadosa labor de ponderación, respecto de la que
este Tribunal ya ha sentado algunas pautas que no es necesario reiterar ahora (SSTC 218/88,
96/94 y ATC 213/91)».
La SAP de Ciudad Real 106/2002, de 14 de marzo de 2002 (AC 2002, 1031) informa de
la tramitación, por vulneración de derechos fundamentales de igualdad, asociación
política, legalidad e interdicción de indefensión, por la Ley 62/1978, de 26 de diciembre,
sobre protección de los derechos fundamentales (con las especialidades que la citada ley
dispone en los artículos 13, 14 y 15) 7).
E. REGLAS DE COMPETENCIA
Sobre los recursos contra actos de las instituciones autonómicas análogas al Tribunal de
Cuentas y Defensor del Pueblo en materia de personal, administración y gestión
patrimonial conocen los Tribunales Superiores de Justicia (artículo 10.1.c).
De los recursos contra actos y disposiciones del Consejo General del Poder Judicial
entiende el Tribunal Supremo.
De los recursos contra actos y disposiciones en materia de personal, administración y
gestión patrimonial adoptados por los órganos competentes del Congreso de los
Diputados, del Senado, del Tribunal Constitucional, del Tribunal de Cuentas y del
Defensor del Pueblo conoce el Tribunal Supremo (artículo 12.1.c de la LJCA).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Asimismo: M. BERMEJO GARDE, «El control sobre las disposiciones en materia de personal
de los órganos de gobierno de las Asambleas Legislativas de las Comunidades
Autónomas», REDA , 62, 1989, pp. 269 y ss.; L. M. CAZORLA PRIETO, Comentarios a la Ley
Orgánica del Régimen Electoral General , Madrid, 1986; J. DELGADO BARRIO, «Régimen
jurídico de las actas del Consejo General del Poder Judicial: su impugnación», REDA , 32,
1982, pp. 837 y ss.; T. R. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, «Sobre la planta de la jurisdicción
contencioso-administrativa», RAP , 81, 1976, pp. 309 y ss.; J. FERRET I JACAS, «Asambleas
legislativas y jurisdicción contencioso-administrativa», I Jornadas de Derecho
Parlamentario , Secretaría General del Congreso de los Diputados, Madrid, 1985, Vol. II,
pp. 629 y ss.; R. JUAN SÁNCHEZ, «La impugnación de las sanciones disciplinarias impuestas
a Abogados y Procuradores por Jueces y Magistrados. ¿Una auténtica jurisdicción
disciplinaria?», La Ley , 4707, 1999; M. F. PULIDO QUECEDO, «El control contencioso-
administrativo de los actos sin valor de Ley de las Asambleas legislativas de las
Comunidades Autónomas», REDA , 43, 1984, pp. 571 y ss.; F. SAINZ MORENO, «Actos
parlamentarios y jurisdicción contencioso-administrativa», RAP , 115, 1988, pp. 233 y ss.;
J. A. SANTAMARÍA PASTOR, «La personalidad jurídica de las Cortes», Revista de Derecho
público de la UNED 9, 1981; J. E. SORIANO GARCÍA, «El enjuiciamiento contencioso de la
actividad parlamentaria no legislativa», RAP , 106, 1985, pp. 213 y ss.
Sobre los conflictos referidos de los partidos políticos: E. ARNALDO ALCUBILLA/M. DELGADO-
IRIBARREN GARCÍA-CAPERO (coordinador) , Código Electoral, Madrid 2008; P. BIGLINO CAMPOS
(ed.), Proclamación de candidatos y garantías electorales , Madrid 2008; M. DELGADO-
IRIBARREN GARCÍA-CAPERO , Comentarios a la Ley Orgánica del Régimen Electoral General y a
la Ley Orgánica del Referéndum, Madrid 2014; C. ESCUIN PALOP, Código Electoral
Comentado , Madrid 2003.
FOOTNOTES
1
En el fondo sigue manifestándose lo que ya afirmó J. E. SORIANO GARCÍA, «Evolución del concepto
de relación jurídica en su aplicación al Derecho Público», RAP , 90, 1979, p. 73: «la
Administración no ha querido jamás utilizar el término de relación pública para definir sus
conexiones con el administrado. Ello implicaría reconocer en la envoltura formal de la ligazón
entre administración y administrado, un término objetivo de referencia normativa que en su
momento podría revolverse contra ella misma».
Así la STS de 29 de noviembre de 2005 cuando habla de que ahora son las actuaciones y no los
actos el objeto de la pretensión, etc.
Veremos numerosos ejemplos a lo largo de este Tratado. En este contexto STS de 25 de enero de
2007, rec. 3845/2005.
La STC 148/1997 (y las SSTC 190/1991 y 205/1994 y ATS de 20 de mayo de 1991) afirma (respecto
de un recurso contra un acuerdo de Sala de Gobierno de un Tribunal, resolviendo en alzada las
correcciones disciplinarias impuestas por Juzgados y Tribunales a Abogados o Procuradores de
los Tribunales; artículo 452 de la LOPJ) que son éstos «casos de falta o inexistencia de
jurisdicción», «de toda jurisdicción», por no ser el acto «residenciable en ningún orden
jurisdiccional».
J. A. SANTAMARÍA PASTOR y J. L. MEILÁN GIL, en VV AA, Las Cortes Generales, Madrid 1987.
La sentencia del Juzgado de primera instancia de Gijón 7/2015 (AC 2015, 10) de 19 de enero
de 2015 declara nulos los acuerdos del congreso del partido popular y artículos del reglamento
del congreso local de la localidad de G. aprobado por el Comité ejecutivo regional así como «el
proceso electoral que dio como resultado la elección de D. S. y su candidatura como presidente
y Junta Directiva local del partido popular en tal localidad», declaración de nulidad que
conlleva la nulidad de todos los acuerdos adoptados en el Congreso local celebrado el día x. El
problema se planteaba respecto de la vulneración del artículo 8 de la ley de financiación de
partidos políticos donde se prevé el modo de pago de las cuotas de los afiliados.
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 22
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo II. El problema de los entes que se rigen por el Derecho privado y la
jurisdicción contencioso-administrativa (artículo 1 LJCA [continuación])
Capítulo II
Sumario:
Es preciso, pues, abrir una vía procesal a los ciudadanos que puedan sufrir tratos
injustos mediante la utilización del Derecho privado, como consecuencia de haberse
inaplicado una norma o principio general del Derecho administrativo.
Estas afirmaciones presuponen que el Derecho privado de los poderes públicos o sus
entidades dependientes no puede ser (cuando realicen funciones administrativas) el
Derecho privado de los ciudadanos, ya que aquéllos podrán no liberarse de ciertas
limitaciones y condicionantes jurídico-públicos, cuya observancia corresponde ser
examinada a la jurisdicción contencioso-administrativa. La Administración ha de saber
que corre en estos casos con un riesgo de que su actuación se considere ilegal por la
jurisdicción contencioso-administrativa por incumplir una ley administrativa o
principio de Derecho administrativo. La Ley de la jurisdicción contencioso-
administrativa de julio de 1998 se refiere al control de la actuación de las Entidades de
Derecho Público que sean dependientes de –o estén vinculadas a– las Administraciones
territoriales (artículo 1.2.d de la LJCA) 1).
Por contrapartida, conviene siempre tener presente el posible control judicial en caso
contrario de resistencias (por el legislador o la Administración) a aplicar el Derecho
administrativo cuando sus entidades o ella misma realizan funciones públicas o de
satisfacción de interés general: a tal efecto sirven técnicas tales como el levantamiento
del velo o los actos separables o el fraude de ley administrativa o los principios
generales (en su conjunto «Derecho administrativo privado») que han de entenderse
como doctrinas aplicables en tanto en cuanto a juicio del recurrente y del Juzgado o de
la Sala tenga que aplicarse una norma de Derecho administrativo.
En estos casos en que el legislador opta por el Derecho privado la simple proclama
doctrinal de que «debe» aplicarse el Derecho administrativo, alegando que son
inconstitucionales las leyes que se remiten al Derecho privado, no parece aportar una
solución efectiva al justiciable, sin perjuicio de su bondad lege ferenda . Al menos, en
una obra sobre justicia administrativa ha de preocupar evitar la indefensión del
ciudadano aportando soluciones que le permitan resolver su problema concreto. Se
trata de abrir un control basado en el fraude de ley administrativa, el levantamiento del
velo, los principios generales del Derecho administrativo y los actos separables que
permitan al juez hacer justicia en el caso concreto.
«Todo ello significa una actuación que la moderna doctrina administrativa califica o
denomina como huida del Derecho administrativo pero además contemplada desde su
vertiente externa, pues no sólo se dirige a unas formas más simples de contratación de los
servicios públicos, como puede ser la contratación directa, sino que incluso a un acuerdo
verbal para entregar tal servicio de restaurante. Ahora bien, aunque se haya llegado a una
enorme degradación de la contratación administrativa, como la que se ha especificado, nunca
podrá significar dicha contratación una entrada en el área jurisdiccional civil» (en esta
misma línea respetuosa con el orden jurisdiccional contencioso-administrativo puede verse
la STS de 20 de mayo de 1996 en materia de servicios públicos).
Seguidamente se estudian las técnicas procesales que pueden utilizarse en estos casos.
A. EJEMPLOS DE APLICACIÓN
Pero, dentro de su propia reducida parcela, no se entienden bien las reticencias con las
que algunos han llegado a ver esta doctrina de los actos separables, que contribuye
evidentemente a dar posible solución, en el caso concreto, en este ámbito marginal, al
problema de la sujeción a Derecho de la contratación de personas jurídicas que realizan
funciones públicas.
Las sentencias que aplican esta teoría de los actos separables no son infrecuentes (STS
de 27 de diciembre de 1994 Sala 3.ª; STS de 22 de abril de 1996; STS de 28 de febrero de
1994; ATS de 20 de enero de 1994; STS de 1 de febrero de 1999; STSJ de Cataluña de 9 de
marzo de 1990, Sala de lo Contencioso-administrativo; STSJ de Baleares de 28 de febrero
de 2012 n.º de recurso 642/2009, etc.).
En este sentido, los actos separables pueden conseguir afirmar la aplicación de los
principios de publicidad y concurrencia y demás garantías de la contratación
administrativa en los casos de selección de personal laboral , ya que dicha selección
es «un acto formalmente separable de la relación contractual laboral» (STSJ de Murcia
de 16 de diciembre de 1998, anulando la convocatoria para cubrir la plaza de Secretario
General de la Autoridad Portuaria de Cartagena). Sobre los actos separables en contratos
laborales suscritos por administraciones es recomendable la STS de 18 de octubre de
2016 , recurso 234/2003, a cuyo estudio me remito.
Igualmente la STS de 18 de octubre de 1999, aplica «la llamada teoría de los actos
separables» reforzando la eficacia de los mandatos constitucionales (el artículo 23.2 de
la CE): «Es aquí de aplicar la llamada teoría de los actos separables, para diferenciar, en
función de la misma, entre el contrato de trabajo propiamente dicho que pueda
perfeccionar una Administración pública, y la actividad administrativa, que lo
precederá, de selección de la persona particular con la que se convendrá dicho vínculo
laboral. La observancia del mandato constitucional del art. 23.2 CE se ha de desarrollar,
no a través del contrato, sino mediante esa actividad anterior de selección. Y, por lo
mismo, es injustificado sostener que, por el hecho de optarse por la relación laboral
especial de alta dirección, la más amplia libertad que para sus estipulaciones pueda
permitir esta modalidad de contratación laboral necesariamente comporta eludir la
aplicación de lo establecido en el art. 23 CE sobre la igualdad de acceso a los cargos
públicos. La libertad contractual se proyectará, no sobre la elección del contratista que
vaya a suscribir con la Administración el vínculo laboral de alta dirección, sino sobre la
definición del concreto contenido de dicho vínculo».
«Así, en sentencia de 30 de mayo de 1994 que cita sentencias de la Sección Sexta de esta Sala
Tercera de 24 de septiembre de 1992 y de la Sala Especial de Revisión de 31 de enero de 1990
hemos dicho que para la plausible finalidad de dotar de agilidad funcional al ente público
RTVE, con personalidad jurídica propia, dentro de la constelación de los sujetos que
componen la Administración indirecta o institucional, se estableció, que en sus relaciones
jurídicas externas, en las adquisiciones patrimoniales y contratación, estará sujeto, sin
excepciones, al Derecho privado (artículo 5 de la Ley 4/1980)».
Pero, en segundo lugar, este ATS de 19 de febrero de 1996 sujeta esta actividad de
Derecho privado al Derecho público:
«Norma ésta que no impide, sino que más bien sirve de punto de apoyo a la doble calificación
administrativa y civil, según los casos de la actividad en el ámbito de la contratación. Por ello
las actuaciones preparatorias que conforman el procedimiento para la selección del contratista
son separables del negocio jurídico y estos actos, que por su naturaleza intrínseca son
administrativos, pueden ser impugnados ante la jurisdicción contencioso-administrativa ».
Por su parte, en la STSJ de Madrid de 19 de enero de 1999 se aplica la teoría de los actos
separables para invalidar el contrato (de concesión de la actividad comercial de alquiler
de vehículos sin conductor) en tanto en cuanto el pliego no establecía los criterios de
valoración ni la puntuación que corresponde a cada uno.
Este régimen de los actos separables ha sido aplicado en el ámbito de las sociedades
mercantiles afirmando la revisión por la jurisdicción contencioso-administrativa de la
actuación de la sociedad «en lo relativo al procedimiento y adopción de acuerdos ex
art. 92 RSCL», ya que «no se olvide que aquí la Administración, Mancomunidad de
Municipios, interviene en cuanto tal como Junta General, y el principio de colegialidad
del órgano y las reglas de funcionamiento que le son intrínsecas deben mantenerse, y
constituyen un aspecto separable. Además, las fuentes normativas que deben regir el
funcionamiento de la sociedad, tal y como hemos visto, evidencian una separación entre
el funcionamiento de la misma “ad extra”, esencialmente mercantil, y algunos aspectos
de funcionamiento interno, que el legislador “separa” de la Ley mercantil e invoca las
normas que rigen la administración local. Si a esto añadimos que el interés público está
fuertemente representado en la gestión de la sociedad, pues satisface un servicio
público esencial con reserva en favor de las Entidades locales (ex art. 86.3 de la Ley
7/1985), y que para los supuestos de contratación por este tipo de sociedades, también se
acude a la doctrina de los actos separables para el enjuiciamiento en sede jurisdiccional
contencioso-administrativa, el resultado será, en principio, la posibilidad de revisar la
actuación de esta sociedad en lo relativo al procedimiento y adopción de acuerdos (ex
art. 92 del RSCL)».
En la praxis judicial son característicos los litigios en los que los órganos jurisdiccionales
del orden contencioso-administrativo examinan si el contrato es administrativo o
civil con la consecuencia en este último caso de declarar inadmisible el recurso ,
salvo si aquél se refiere a la fase de preparación o adjudicación del mismo, aplicando el
régimen de los actos separables . Podrá, pues, ocurrir, primeramente, que el litigio
mantenga un carácter puramente civil, por referirse a la fase de ejecución del contrato
(privado) de la Administración (STSJ de Cantabria de 30 de enero de 2014 n.º de recurso
242/2013, declarando inadmisible el recurso). Éste es también el caso de la STS de 20 de
marzo de 2000: «a la luz de esta doctrina y partiendo de que sin duda el contrato
celebrado para la venta de unas viviendas de protección oficial de promoción privada
tiene naturaleza jurídico-privada, aunque su promotor sea un Ayuntamiento, llegamos a
la conclusión de que el núcleo de lo debatido en este proceso no es ni la competencia ni
la regularidad del procedimiento administrativo seguido por la Corporación para
adjudicar las viviendas o determinar su precio, sino la cuantía de éste atendiendo a las
eventuales consecuencias vinculantes e interpretación que merezcan los contratos
privados y apéndices suscritos con cada uno de los adquirentes, es decir, que el tema que
está en juego no es un acto separable, derivado de la naturaleza pública de la
competencia y procedimiento para formar la voluntad administrativa, sino el contenido
de esta voluntad plasmada en el pertinente contrato privado, que por eso no constituye
materia reservada por la doctrina de los actos separables a la jurisdicción contencioso-
administrativa, sino que ha de entenderse residenciada en su natural sede de la
jurisdicción ordinaria, con el efecto legal previsto para estos casos por el artículo quinto
de la Ley de la Jurisdicción de 1956».
Así también, en la STSJ de Castilla y León (Burgos) de 9 de mayo 2003 se concluye que las
reclamaciones de subidas de renta en virtud de un contrato de arrendamiento entre un
Ayuntamiento y un particular deben resolverse en la jurisdicción civil.
Similar es el supuesto de la STSJ del País Vasco de 11 de junio de 1999 (n.º de recurso
3985/1995). La enajenación de un bien por la Administración se considera contrato civil
de compraventa sujeto al régimen de los actos separables. No obstante, en la resolución
del contrato por incumplimiento de la otra parte contratante la Administración carece
del privilegio de la autotutela (STS de 12 de noviembre de 1986), debiendo la
Administración acudir a la jurisdicción civil.
No obstante, es preciso insistir en los límites de esta teoría cuyo sentido o alcance se
refiere a casos fronterizos entre lo público y lo privado. Tampoco es descartable lo que
podríamos llamar posible «abuso» en la aplicación o invocación de los actos
separables , tal como ejemplifica la STSJ de Andalucía, Málaga, de 30 de octubre de 2000
donde se descarta toda aplicación del régimen de los actos separables a efectos de
permitir aplicar a las sociedades municipales la exención fiscal de que disfruta el
Ayuntamiento. Ni los actos separables ni tampoco el levantamiento del velo proceden
por el hecho de que la sociedad local «desarrolle un actividad cuya titularidad pertenece
por imperativo legal al Ayuntamiento de la ciudad», o por el hecho de que haya
identidad de fines entre ambos, ni menos aún por el hecho de que la sociedad sea una
especie de «órgano administrativo integrado en la Corporación local» (STSJ citada de
Andalucía de 30 de octubre de 2000 e, igualmente, por referencia al levantamiento del
velo, sentencia de 17 de enero de 1995 del Tribunal Supremo, Sala 3.ª).
En todo caso, es evidente que a veces se intentará por la parte alegar, cuando le
beneficie, el régimen de los actos separables, interpretaciones interesadas frente a las
cuales reaccionará la jurisdicción contencioso-administrativa, tal como hace también la
STSJ de Extremadura de 4 de mayo de 2000, en virtud de la cual se deja claro que todo
litigio relativo a prestaciones sociales entre una empresa y el Instituto Nacional de la
Seguridad Social (incrementos o recargos de prestaciones de Seguridad Social exigibles
a una empresa) es materia laboral, sin poderse separar acto alguno a fin de que pueda
conocer del caso la jurisdicción contencioso-administrativa.
En conclusión, puede destacarse que el sentido de los actos separables, más que en
influir en la determinación de cuestiones de régimen jurídico aplicable, está en servir de
posible medio auxiliar en el caso concreto en que exista una indebida aplicación del
Derecho privado y sea necesario hacer justicia a favor de un particular, situación que se
presenta ante la irremediable interconexión entre Derecho público y privado.
Cierto que los actos separables (igual que el levantamiento del velo) tienen el problema
de la inseguridad en su aplicación y la subjetividad judicial, si bien estos problemas son
propios de la jurisdicción contencioso-administrativa en general y de cualquier otra
jurisdicción.
a. Una primera referencia a la doctrina del levantamiento del velo en el Derecho común
Pero cuando esto último ocurre, el levantamiento del velo presenta la virtualidad de
evitar que al socaire de esa ficción o forma legal se puedan perjudicar intereses
privados o públicos como camino del fraude (artículo 6.4 del CC), admitiéndose que los
Jueces puedan penetrar (levantar el velo jurídico) en el interior de estas personas. Esto
último ocurre cuando sea necesario para evitar el abuso de la personificación (artículo
7.2 del CC) en daño ajeno o de los derechos de los demás (artículo 10 de la CE), o para
corregir «un eventual enriquecimiento injusto» (STS de 2 de diciembre de 1988, Sala 1.ª)
o, en general, cuando la personificación pueda ser utilizada como camino del fraude
(artículo 6.4 del Código Civil; STS de 24 de septiembre de 1987, Sala 1.ª; STS de 8 de
febrero de 1996, Sala 1.ª; en esta línea, también la STS de 12 de febrero de 1993, Sala 1.ª).
La doctrina del levantamiento del velo se enfrenta, pues, con el supuesto de las
sociedades que «sirven de pantalla»; siguiendo la jurisprudencia civil, el fraude se
constata cuando al «levantar el velo de su apariencia real se descubre su inconsistencia
como personas jurídicas, meros instrumentos o testaferros de otra personalidad, que es
la que se debe tener por existente» (STS de 24 de diciembre de 1988, Sala 1.ª).
Por todo ello, esta teoría del levantamiento del velo pretende revelar la «verdad
material subyacente» (STS de 8 de febrero de 1996, Sala 1.ª) frente a la «apariencia»,
pues puede en efecto que «sólo en apariencia la entidad mercantil funcione con
independencia de su persona» (STS de 9 de julio de 1987, Sala 1.ª; STC 14/1986 FJ 8.º).
Interesa aquí resaltar especialmente la aplicación del levantamiento del velo (y, por
tanto, del Derecho administrativo privado), por la jurisdicción contencioso-
administrativa .
Puede citarse la sentencia de la Sala 3.ª del Tribunal Supremo de 31 de julio de 1992,
fallo que primeramente negó que la persona jurídica en cuestión «fuera ajena al
municipio» (situación aparente), ya que en realidad «la sociedad privada actuaba dentro
de la Administración del Ayuntamiento como órgano diferenciado del mismo pero en
cumplimiento de sus fines, órgano de gestión de un servicio municipal con personalidad
jurídica diferenciada, pero no ajeno a la Corporación Municipal en la que se integra».
Consecuentemente, esta resolución judicial distinguió entre la existencia de un plano
ficticio y otro real, con el fin de descubrir un fraude de ley, exigiendo entonces el
cumplimiento de la norma administrativa que pretendía ser inaplicada; en este sentido
puede citarse también la STS 7 de febrero de 1994.
Levantado el velo se descubre, pues, que la personalidad diferenciada en este caso era
una simple «circunstancia formal»; el Tribunal pretende con todo ello «que se cumplan
las obligaciones referidas al servicio público municipal». Interesante es el Fundamento
de la sentencia según el cual la «sociedad privada actúa en cumplimiento de los fines de
la Corporación; actividad de la Corporación que no se halla exenta de las obligaciones
asumidas por dicha sociedad privada». En principio, primaría, así pues, el dato de la
personificación del sujeto; pero no como dogma, sino a sabiendas de que es un criterio
que puede contradecirse en cada supuesto.
Estos criterios, como puede verse, están en la base de la teoría del levantamiento del
velo, cuyo fin no es sino evitar que la Administración Pública eluda las normas del
Derecho administrativo mediante la utilización instrumental del Derecho privado:
aunque se escoja una forma de Derecho privado, la identificación de la función pública de
la entidad conlleva la imposibilidad de burlar o inaplicar el Derecho administrativo . Es
justamente ejemplar de esto la sentencia de la Sala 3.ª del Tribunal Supremo de 22 de
septiembre de 1994. Se trataba de dilucidar si era aplicable una regulación de Derecho
administrativo (artículo 107.1 in fine del Texto Refundido de 18 de abril de 1986) a una
entidad de Derecho privado; de forma interesante, la sentencia apoyó la aplicación del
Derecho administrativo considerando el fin o naturaleza de la actividad realizada (en
este caso, el Ayuntamiento era quien afirmaba el carácter privado de la entidad para no
reconocer la prestación que le concedía el artículo 107 del Texto Refundido –de revisión
de tarifas–):
Esta doctrina puede relacionarse con aquella que la misma jurisdicción contencioso-
administrativa ha desarrollado, con el fin de negar, igualmente, que una empresa local
pueda beneficiarse de la exención fiscal que corresponde al Ayuntamiento (del
Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados),
reaccionando no contra una aplicación del levantamiento del velo sino contra la
invocación de la teoría de los actos separables (STSJ de Andalucía, Málaga, de 30 de
octubre de 2000) 6).
Pues bien, «la doctrina de la consideración unitaria del grupo de empresas, a los efectos
de responder solidariamente ante sus trabajadores como consecuencia de su relación
laboral, ha sido construida a través de las resoluciones de la Sala IV mediante la
aplicación al campo jurisdiccional que le es propio de la doctrina del levantamiento del
velo, entendiendo por tal cualquier óbice o artificio jurídico que pudiese llegar a
obstaculizar el llegar a conocer la real identidad del empresario, persona física o
jurídica, a quien cupiese imputar esa responsabilidad. En lo que a las agrupaciones de
empresas se refiere, las sentencias de dicha Sala (30 de junio de 1993, 9 de junio de 1995,
10 de mayo de 1998 y 30 de abril de 1999, y varias otras) han venido considerando que
la existencia de un fin empresarial común, la dirección centralizada del grupo, la
confusión patrimonial y la práctica del trasvase de trabajadores entre las distintas
sociedades que lo componen, son claros exponentes de que las mismas constituyen una
unidad económica a los efectos de responder solidariamente del devengo de salarios,
sobreveniencia de accidentes laborales u otras consecuencias derivadas del contrato de
trabajo, de las que ha de conocer precisamente la Jurisdicción Social según los apartados
a) y b) del Texto Refundido de la Ley de Procedimiento Laboral de 7 de abril de 1995»
(remisión que actualmente ha de entenderse realizada a la Ley 36/2011 reguladora de la
jurisdicción social).
En este contexto conviene tener en cuenta casos que podrían calificarse de «aplicación
interesada» (y por tanto improcedente) del levantamiento del velo por el particular
recurrente, tal como ilustra la STS de 17 de octubre de 2003. En el supuesto enjuiciado,
el PNV alegaba el levantamiento del velo a efectos de demostrar que la persona jurídica
titular de unos bienes (objeto de litigio) era una simple sociedad interpuesta del PNV
(creada durante la Guerra Civil a efectos de salvar el riesgo de confiscación de los
bienes). De este modo, los bienes le pertenecerían con la consecuencia de obtener una
compensación en concepto de incautación de inmuebles (conforme a la Ley 43/1998, de
15 de diciembre, de Restitución o Compensación a los partidos políticos de Bienes y
Derechos Incautados en aplicación de la normativa sobre responsabilidades políticas del
período 1936-1939). La posible aplicación del levantamiento del velo no fue óbice para
que el Tribunal Supremo desestimara la acción, ya que no concurrían los presupuestos
legales de compensación por incautación en virtud de la Ley citada.
Puede observarse que el supuesto principal del levantamiento del velo es una actuación
de la Administración que elude indebidamente el cumplimiento de una regla de
Derecho administrativo con ocasión de la aplicación del Derecho privado. Entonces,
dicho «levantamiento del velo» consigue superar un problema de fraude de ley
administrativa obligando al cumplimiento de ésta.
Obviamente, mejor que admitir el Derecho privado (con el correctivo del levantamiento
del velo) es que se aplique directamente el Derecho administrativo. Pero si el legislador
o la Administración optan por el Derecho privado dicho levantamiento puede
representar un remedio práctico para superar los problemas jurídicos existentes.
En el contexto del levantamiento del velo acabamos de observar que el «fraude de ley»
es un presupuesto importante.
Puede citarse igualmente la STS de 23 de diciembre de 1988 que se enfrenta con una
calificación fraudulenta de un contrato como privado con el fin de eludir las normas de
contratación administrativa, frente a lo que reacciona el Tribunal dejando clara «la
improcedencia de aplicar el Derecho privado cuando existen normas sobre la materia
en el Derecho administrativo».
Pero incluso en este ámbito un control judicial choca con el amplio margen de
discrecionalidad que el Legislador otorga a la Administración (puede verse el tenor
literal de los artículos 85 y 86 de la LBRL; igualmente, en la jurisprudencia, por todas, la
STS de 3 de noviembre de 1998 FJ 4, interpretación sensu contrario , La Ley 10520,
correspondiente a la Revista n.º 4692, de 14 de diciembre de 1998).
Frecuentemente, la cuestión del control de la decisión que opta por el Derecho privado
puede verse inmersa dentro de la cuestión más general del control de la decisión
administrativa que opta por realizar actividades de servicio público o de mercado (STS
de 4 de julio de 2003).
No obstante, dicha jurisdicción (por ejemplo, en el caso citado de la sentencia del TSJ de
Andalucía, Granada, de 25 de febrero de 2002) examina si, aunque la Administración
local se ha equivocado en la elección de la forma de gestión (en el supuesto referido se
opta por una forma de gestión indirecta y se aplica en consecuencia la legislación
pública de contratos para su constitución, a pesar de que, al ser sociedad de capital
mayoritariamente público no procedía aplicar dicha Ley y el régimen aplicable era, a
tenor de la LCAP de 1995 –artículo 155.2– el propio de una forma de gestión directa),
este tipo de errores tienen o carecen de trascendencia, por ser conformes finalmente
(las decisiones adoptadas por la Administración) con el régimen jurídico propio de las
formas de gestión directa. En definitiva, tanto las sociedades mercantiles de capital
íntegramente público como las sociedades de capital mayoritariamente público, se rigen
por el Derecho privado aunque interfieran regulaciones administrativas, en particular
en lo relativo «al procedimiento y régimen de adopción de acuerdos y, en consecuencia,
la impugnación de estos últimos se sujetaba al Derecho administrativo y es competencia
de la jurisdicción contencioso-administrativa, pues no pueden olvidarse las reglas de
colegialidad del órgano y las reglas de funcionamiento que le son intrínsecas, que hace
que sus actos constituyan un acto separable de naturaleza administrativa».
Al régimen jurídico previsto para cuando la Administración haga uso del Derecho
privado para el cumplimiento de funciones públicas, serviciales o prestacionales puede
llamársele, convencionalmente, «Derecho administrativo privado». Por tal entendemos
el Derecho administrativo que se aplica cuando la Administración emplea el Derecho
privado realizando actuaciones prestacionales o serviciales. No se trata tanto de un
Derecho privado de la Administración como del Derecho administrativo que se aplica a
aquella cuando utiliza el Derecho privado en el ejercicio de funciones administrativas.
Tiene una vocación judicial, al ser aplicable por los Tribunales y Juzgados de la
jurisdicción contencioso-administrativa cuando se produce una resistencia a la
aplicación de la ley administrativa o un fraude de ley administrativa.
Por otra parte, el artículo 2.d presupone el ejercicio por el concesionario, de una
«potestad administrativa», a efectos de centrar el ámbito de la jurisdicción contencioso-
administrativa.
Podría citarse también el artículo 1.3.a en tanto en cuanto distingue ciertas actuaciones
administrativas (de administración, patrimoniales y de personal), con el fin de precisar
la extensión del orden jurisdiccional contencioso-administrativo (incluso aquí los
órganos a los que se refiere este artículo no son propiamente Administraciones).
A nadie se oculta que puede no ser siempre fácil el deslinde de tales funciones con
aquéllas de naturaleza «empresarial». En la práctica se ha empleado el criterio del
«interés público» y de la ausencia de «motivaciones empresariales» (sentencia del
Tribunal de las Comunidades Europeas de 17 de febrero de 1993, Poucet y Pristre,
asuntos C-159 y 160/91, Rec. p. I-637).
– Sin perjuicio de todo ello, como hemos podido apreciar, en la práctica la jurisdicción
contencioso-administrativa desarrolla un control de la actividad de Derecho privado de la
Administración o sus entidades a efectos de evitar, si es preciso, situaciones de indefensión de
los particulares afectados por la actuación de la Administración en forma de Derecho
privado.
– Dichas técnicas (en especial el levantamiento del velo está dando especial juego) han de
referirse a los casos en los que la Administración o sus entidades emplean el Derecho privado
para realizar funciones administrativas, es decir, funciones prestacionales o de servicio
público.
– Todos los criterios mencionados (de carácter funcional) son criterios de Derecho
administrativo. Es decir, éste decide cuándo es posible aplicar el Derecho privado por parte
de la Administración.
– En todo caso, dichos criterios funcionales presuponen una previa adscripción orgánica del
ente a la Administración, si aquél no se define formalmente como administrativo. Esto es, los
criterios funcionales no se aplican a entidades desvinculadas de la Administración.
– En todo caso en un libro sobre justicia administrativa es conveniente tener en cuenta esta
doctrina.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Sobre la teoría de los actos separables, A. CARRETERO, «La teoría de los actos separables»,
RAP 61, 1960, pp. 83 y ss.; M. F. CLAVERO ARÉVALO, REVL 164, 1969, p. 545; G. FERNÁNDEZ
FARREDES, La subvención: Concepto y régimen jurídico , Madrid, 1983, pp. 301 y ss.; J. A.
GARCÍA–TREVIJANO FOS, RAP , 36, 1961, pp. 147 y ss.; del mismo autor, RAP , 28, 1959, pp.
227 y ss.; B. F. MACERA–TIRAGALLO, La teoría francesa de los actos separables y su
importación en el Derecho público español , Barcelona, 2001, pp. 131 y ss.; E. RIVERO YSERN,
«¿Actos separables en los contratos de los entes públicos sometidos al Derecho
privado?», Libro Homenaje a Manuel Francisco Clavero Arévalo (I) , Madrid, 1994, p. 701;
del mismo autor, RAP , 86, 1978, p. 52.
Sobre la utilización del Derecho privado por la Administración existe una numerosa
bibliografía pudiéndose seleccionar los trabajos siguientes: E. ARANA GARCÍA, Las
sociedades municipales de gestión urbanística , Madrid/Barcelona 1998; M. BACIGALUPO
SAGGESE, AA , 34, 1998; A. BOTO ÁLVAREZ, ALEJANDRA/L. TOLIVAR ALAS, La Administración
instrumental en el proceso , 2011; J. M. DÍAZ LEMA, Subvenciones y crédito oficial en España
, Madrid, 1985, pp. 336 y ss.; T. R. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, «Empresa pública y servicio
público; el final de una época», REDA , 89, 1996, pp. 37 y ss.; E. GARCÍA DE ENTERRÍA,
«Ámbito de aplicación de la LC», en R. GÓMEZ–FERRER MORANT (Coordinador), Comentarios
a la LC , Madrid, 1996; J. A. GARCÍA–TREVIJANO FOS, Tratado de Derecho administrativo ,
Madrid, 1974, Vol. II, pp. 329 y ss.; F. GARCÍA GÓMEZ DE MERCADO, «Contratos
administrativos y privados tras la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas»,
REDA 95 1997, pp. 385 y ss.; F. GARRIDO FALLA/J. M. FERNÁNDEZ PASTRANA, Régimen Jurídico y
Procedimiento de las Administraciones Públicas , Madrid, 1993, pp. 50 y ss.; S. GONZÁLEZ–
VARAS IBÁÑEZ, El Derecho administrativo privado , Madrid, 1997; del mismo autor, El reto
de los servicios públicos , Parlamento Europeo, Luxemburgo 1997; del mismo autor,
«Nuevas perspectivas de la actuación económica de los poderes públicos», REALA , 261,
1994, pp. 53 y ss.; igualmente, «¿El giro o tráfico administrativo en régimen jurídico–
privado?», Boletín de Información del Ministerio de Justicia , 1733, 1995, pp. 92 (526) y ss.;
asimismo, «El contrato administrativo privado», en Actas de las XVI Jornadas de Estudio
de la DGSJE: La Constitución Española en el ordenamiento Comunitario Europeo (I) ,
Ministerio de Justicia e Interior, Madrid, 1995, Vol. I, pp. 293 y ss.; del mismo autor,
«Servicios públicos y el Derecho comunitario de la competencia», Boletín de Información
del Ministerio de Justicia 1777, 1996, pp. 5 (2817) y ss.; del mismo autor, «Un caso
ilustrativo de la huida del Derecho administrativo propiciada por el Legislador y su
tratamiento jurídico comparado», REALA 269, 1996, pp. 277 y ss.; del mismo autor, «El
desarrollo de una idea de colaboración en el Derecho administrativo, con el ejemplo de
la seguridad privada y otros», REDA , 94, 1997, pp. 203 y ss.; del mismo autor, «El
Derecho comunitario ante el servicio público y la competencia», GJ , 124, 1997, pp. 21 y
ss.; del mismo autor: «Levantamiento del velo y Derecho administrativo privado en el
ámbito de la Administración Local», REALA , 274–275, 1997, pp. 361 y ss.; R. GRAU
MORANCHO, Laboralización de las Administraciones Públicas , Madrid, 1998; F. J. JIMÉNEZ DE
CISNEROS CID, Los organismos autónomos en el Derecho Público español. Tipología y
régimen jurídico , Madrid, 1987, p. 379; E. MALARET I GARCÍA, Público y privado en la
organización de los Juegos Olímpicos de Barcelona , Madrid, 1993, pp. 86 y ss.; de la
misma autora, «Servicios públicos, funciones públicas, garantías de los derechos de los
ciudadanos: perennidad de las necesidades, transformaciones del contexto», RAP , 145,
1998; D. E. MALJAR, Intervención del Estado en la prestación de servicios públicos , Buenos
Aires, 1998; L. MARTÍN–RETORTILLO BAQUER, «Ausencias y presencias del Estado», REDC , 18,
1998; S. MARTÍN–RETORTILLO BAQUER, «Reflexiones sobre las privatizaciones», RAP , 144,
1997; J. L. MARTÍNEZ LÓPEZ–MUÑIZ, «¿Sociedades públicas para construir y contratar obras
públicas?», RAP , 144, 1997; J. L. MEILÁN GIL, «La Administración Pública a partir de la
Constitución de 1978», REDC , 47, 1996, p. 76; J. J. MONTERO PASCUAL, «Titularidad privada
de los servicios de interés general», REDA , 92, 1996, pp. 567 y ss.; E. MONTOYA MARTÍN, Las
empresas públicas sometidas al Derecho privado , Madrid, 1996; S. MUÑOZ MACHADO,
Público y privado en el mercado europeo de la televisión , Madrid, 1993, pp. 77 y ss.; R.
PARADA VÁZQUEZ, Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento
Administrativo Común , Madrid, 1993, p. 49.; L. R. PÉREZ SÁNCHEZ, Servicio público. Técnica
de protección al usuario , Buenos Aires, 1998; J. L. PIÑAR MAÑAS, «Fundaciones
constituidas por entidades públicas», REDA , 97, 1998, pp. 37 y ss.; R. RIVERO ORTEGA,
Administraciones Públicas y Derecho privado , Madrid, 1988; A. RUIZ OJEDA, «Las
fundaciones privadas como colaboradoras de la Administración y el régimen jurídico
del patrimonio fundacional: un comentario con ocasión de la nueva Ley de
Fundaciones», REDA , 93, 1997, pp. 27 y ss.; J. M. SALA ARQUER, La liberalización del
monopolio de petróleos en España , Madrid, 1995, p. 112; F. SOSA WAGNER, La gestión de los
servicios públicos locales , Madrid, 1997; J. M. SOUVIRÓN MORENILLA, La actividad de la
administración y el servicio público , Granada, 1998; A. VERGARA BLANCO, El Derecho
administrativo como sistema autónomo. El mito del código Civil como Derecho común,
Santiago 2010.
Sobre la teoría general del fraude de ley y abuso de derecho por todos A. CARRASCO PERERA,
Tratado del abuso de Derecho y del fraude de Ley, Madrid 2016.
FOOTNOTES
1
El Tribunal Supremo es claro cuando afirma que el Derecho privado se admite como
«alternativa organizadora», sin que «ello pueda servir para eludir el cumplimiento de sus
obligaciones y derechos que consagra el ordenamiento jurídico». Se reconoce la utilización por
la Administración de técnicas ofrecidas por el Derecho privado, como un medio práctico de
ampliar su acción social y económica, si bien esto no comporta sin más la exoneración de los
principios institucionales de la contratación administrativa, como pueden ser los de publicidad
y concurrencia (STS de 4 de junio de 1992, Sala 3.ª; STS de 25 de julio de 1994; STS de 22 de
septiembre de 1995, Sala 3.ª; STS de 22 de julio de 1986, Sala 3.ª; STS de 26 de enero de 1995, Sala
3.ª; STC 14/1986).
Sobre la teoría de los actos separables A. CARRETERO, «La teoría de los actos separables», RAP 61,
1960, pp. 83 y ss.; M. F. CLAVERO ARÉVALO, REVL 164, 1969, p. 545; G. FERNÁNDEZ FARREDES, La
subvención: Concepto y régimen jurídico, Madrid, 1983, pp. 301 y ss.; J. A. GARCÍA-TREVIJANO FOS,
RAP 36 1961, pp. 147 y ss.; del mismo autor, RAP 28 1959, pp. 227 y ss.; B.-F. MACERA-TIRAGALLO, L a
teoría francesa de los actos separables y su importación en el Derecho público espa ñol,
Barcelona, 2001, pp. 131 y ss.; E. RIVERO YSERN, «¿Actos separables en los contratos de los entes
públicos sometidos al Derecho privado?», Libro Homenaje a Manuel Francisco Clavero Arévalo
(I), Madrid, 1994, p. 701; del mismo autor, RAP, 86, 1978, p. 52.
Sobre este supuesto material se han venido dictando durante los últimos años muy numerosas
sentencias, siguiendo el mismo criterio que acaba de apuntarse (STS de 20 de febrero de 2001;
STS de 7 de mayo de 2001; STS de 9 de abril de 2002; STS de 14 de junio de 2002; STS de 26 de
junio de 2001; STS de 5 de junio de 2003; STS de 25 de junio de 2002; STS de 8 de julio de 2003;
STSJ de Madrid de 29 de abril de 2003; y de 13 de mayo de 2003).
Sobre el levantamiento del velo algunos trabajos son: L. ÁLVAREZ DE TOLEDO, Abuso de
personificación, levantamiento del velo y desenmascaramien to, Pamplona, 1997; C. BOLDÓ RODA,
Levantamiento del velo y persona jurídica en el Derecho privado español , Pamplona, 1996; J. M.
EMBID IRUJO, «Los grupos de sociedades en el Derecho comunitario y en el español », RCDI , 599 y
del mismo autor «En torno al levantamiento del velo de la personalidad jurídica de una
sociedad anónima», La Ley , 1990-4, pp. 612 y ss.; S. GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, «Levantamiento del
velo y Derecho administrativo privado en el ámbito de la Administración Local», R EAL A, 274-
275, 1997, pp. 361 y ss.; F. LEFEBVRE, Responsabilidad de administradores. Levantamiento del velo,
Madrid, 1998; C. MOLINA NAVARRETE, Persona jurídica y disciplina de grupos de sociedades ,
Zaragoza, 1995, pp. 45 y ss.; G. MOLINER TAMBOLERO, «El levantamiento del velo de las personas
jurídicas en la jurisprudencia laboral», en el Libro Homenaje a Antonio Hernández Gil, Madrid,
2001, Volumen III pp. 3251 y ss.; S. ORTIZ VAAMONDE, El levantamiento del velo en el Derecho
administrativo , Pamplona 2004; P. PANTALEÓN PRIETO, «Comentario a la sentencia de 28 de mayo de
1984», CCJC 1984, pp. 1711 y ss.; véase también M. SÁNCHEZ MORÓN, Derecho administrativo, Parte
general, Madrid, 2007. Más recientemente véase sobre la Administración instrumental en el
proceso A. BOTO ÁLVAREZ/L. TOLIVAR ALAS, La Administración instrumental en el proceso , 2011; M.A.
RECUERDA GIRELA, «La aplicación de la doctrina del levantamiento del velo como técnica para el
cobro de deudas de entes del sector público», en VVAA La Morosidad del sector público,
Pamplona 2012 con cita de la STSJ de Andalucía –Sevilla– de 21 de junio de 2010 [JUR 2010,
173520]».
Singular es el caso de la STS de 20 de junio de 2003. Los recurrentes, con un loable prurito de
legalidad, impugnan un precepto del Estatuto general de la Abogacía Española (aprobado por
RD de 22 de junio de 2001) en cuya virtud se permite, en esencia, la actuación de auditorías por
parte de abogados siempre que «esta prestación se realiza por personas jurídicas distintas y con
Consejos de Administración diferentes».
En este supuesto, frente a la alegación de los recurrentes en cuya virtud esta regulación
propicia la creación ficticia de sociedades con el fin de eludir los presupuestos legales, el TS
afirma que los posibles fraudes de ley «serían a posteriori denunciables a través de la técnica
del levantamiento del velo de la persona jurídica a fin de penetrar en su interioridad (...) en el
supuesto de que hipotéticamente se hubiera podido producir, a pesar del ropaje o vestimenta
jurídica de la sociedad, constituida formalmente por personas jurídicas distintas y con Consejos
de Administración diferentes».
Sin embargo, en un plano político-legislativo es a mi juicio discutible toda norma que propicia o
propicie ab initio casos factibles de fraude ley.
En este sentido, pueden citarse, por ejemplo, las sentencias del Tribunal de Justicia de las
Comunidades Europeas de 20 de marzo de 1985, República Italiana contra Comisión, asunto
41/83, Rec. p. 878; de 12 de diciembre de 1974, B.N.O. Walrave y L.J.N. Koch contra Unión
Ciclista Internacional y Federación Española de Ciclismo, asunto 36/74, Rec. pp. 1405 y ss. (p.
1418 apartados 4 a 10); de 23 de abril de 1991, Höfner y Elser contra Macroton, asunto C-41/90,
Rec. pp. I-1980 y ss.; igualmente, la de 2 de julio de 1992, Dansk Pelsdyravlerforening (asunto T-
61/89, Rec. p. II-1931, apartados 44 y 54 pp. 1952 y 1954); también la de 17 de febrero de 1993,
Poucet y Pristre (asuntos C-159/91 y C-160/91, Rec. p. I-637); sentencia de 15 de enero de 1998
(asunto C-44/96). Estos mismos criterios se descubren en las resoluciones del Tribunal español
de Defensa de la Competencia, hoy CNC (resolución de 11 de abril de 1978; resolución de 30 de
diciembre de 1993 Boletín Económico ICE 2403 1994; resolución del TDC de 14 de enero de 1993,
AA 45 1993, p. 2506).
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo III. Artículo 2 de la LJCA
Capítulo III
Artículo 2 de la LJCA
Sumario:
A. PROBLEMÁTICA
Por su parte, la Ley del Gobierno, a pesar de que en su Exposición de Motivos afirma
que en la presente ley se regulan «las diversas formas de control de los actos del
Gobierno», en su artículo 26.3 no llega a establecer ningún criterio procesal, al remitirse
a la ley reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa.
B. EJEMPLOS
Interesa pues el matizado criterio del artículo 2.a de la LJCA que, en suma, permite un
control limitado de la jurisdicción contencioso-administrativa respecto de dichos actos
del Gobierno.
Una buena forma de profundizar en este régimen jurídico es conociendo algunos casos.
Pueden servir a estos efectos las tres sentencias del Tribunal Supremo (Sala 3.ª) dictadas
en materia de secretos oficiales, todas ellas de fecha 4 de abril de 1997 (en relación,
pues, con la Ley 9/1968, de 5 de abril, de Secretos Oficiales), porque ayudan a explicar el
régimen jurídico previsto en el artículo 2.a de la LJCA de 1998 (otras referencias
jurisprudenciales anteriores y posteriores son las SSTS de 28 de junio de 1994, de 22 de
enero de 1993, 4 de abril de 1997, 30 de enero de 1998 y 3 de diciembre de 1998).
Por eso, y aquí esta indudablemente el quid de estas sentencias, «reconocido que
nuestro sistema normativo admite la existencia objetiva de unos actos de dirección
política del Gobierno en principio inmunes al control jurisdiccional de legalidad,
aunque no a otros controles (...), esto no excluye que la vigencia de los artículos 9 y 24.1
de la Constitución nos obligue a asumir aquel control cuando el Legislador haya
definido mediante conceptos judicialmente asequibles los límites y requisitos previos a
los que deben sujetarse dichos actos de dirección política» (sentencia sobre el recurso
n.º 602/1996).
En suma, primero estas resoluciones admiten la existencia de actos del gobierno como
zona «negativa» frente al control judicial ordinario sobre las actuaciones de los poderes
públicos.
Segundo, se admite la existencia de una zona negativa sobre la zona negativa de los
actos del Gobierno, una excepción de la excepción, basada técnicamente en la teoría de
los «conceptos judicialmente asequibles», los cuales limitan y afectan la teoría de los
actos políticos o del Gobierno. Por eso, el derecho a la tutela judicial efectiva lleva a dar
la razón a los acusadores particulares y, en todo caso, a limitar la validez de las zonas
exentas a un control judicial. Ésta parece erigirse en la vía de progreso más certera para
avanzar en el control judicial de dichos actos, por haberse confirmado tras la LJCA de 13
de julio de 1998.
Finalmente, este artículo 2.a (actos del Gobierno cualquiera que sea la naturaleza de
dichos actos ) así como la doctrina legal y jurisprudencial que se ha explicado (basada
en la separación entre Gobierno y Administración y, especialmente, en la necesidad de
descartar la condición del acto del Gobierno como mero acto administrativo ) corroboran
que la jurisdicción contencioso-administrativa se convierte en una jurisdicción para el
conocimiento de asuntos jurídico-públicos no atribuidos a otra jurisdicción.
Puede también citarse la STS de 24 de julio de 2000. Aplicado este mismo régimen legal
en un proceso de inactividad:
«Desde el punto de vista de la admisibilidad del recurso, la tesis no puede prosperar, porque
siendo indudable su premisa mayor, si nos detuviéramos exclusivamente en el mencionado
artículo 1-1, sin embargo debemos ponderar que el carácter de éste como elemento
delimitador del ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa ha quedado
complementado en la Ley de 1998 por el texto de su artículo 2-a), en el que siguiendo una
jurisprudencia del Tribunal Supremo, se hace desaparecer legalmente la noción de acto
político como causa de exclusión del control judicial de los actos del Gobierno, en cuanto que
toda la actividad de éste, cualquiera que sea su naturaleza, se somete al control del orden
jurisdiccional contencioso-administrativo, en lo que se refiere a la protección de los derechos
fundamentales y al cumplimiento de los elementos reglados a que deba sujetarse aquella
actividad, por lo que “ab initio” no cabe aceptar que porque el acto objeto del proceso sea del
Gobierno y ofrezca el cariz de político, excluya, sin más, la posibilidad de su examen
jurisdiccional.
Pero es que además en este caso la pretensión no se dirige a solicitar del Gobierno una
actuación que tenga por finalidad el que éste establezca un régimen de relaciones con un
Estado extranjero, que normalmente forma parte de una decisión discrecional, como sería la
de suscribir o no un tratado o la determinación de su específico contenido, sino que la
posición procesal del recurrente es la de pedir que se apliquen unas normas concretas de
carácter internacional suscritas por España, que por eso forman parte de su ordenamiento
interno (artículo 96 de la Constitución de las que, en su opinión, derivan obligaciones que el
Gobierno habría incumplido, por todo lo cual no cabe aceptar que el proceso sea inadmisible,
conforme a los artículos 69.a) y 1.º de la Ley de la Jurisdicción, invocados por el Abogado del
Estado».
Dicho artículo 2.c puede relacionarse con el artículo 8 apartado primero de la Ley
2/1974, de 13 de febrero, de Colegios profesionales, en virtud del cual los «actos
emanados de los órganos de los Colegios y de los Consejos Generales en cuanto estén
sujetos al Derecho administrativo, una vez agotados los recursos corporativos, serán
directamente recurribles ante la jurisdicción contencioso-administrativa». Véase
también su apartado tercero.
Importa especialmente advertir que la LJCA de 1998 afirma un criterio funcional puro,
basándose concretamente en el dato del «ejercicio de funciones públicas», para
delimitar el ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa (artículo 2.c de la
LJCA).
La STS de 25 junio 2001, FJ 4.º reconoce que «los colegios profesionales entran en la
categoría doctrinal de las corporaciones profesionales de base sectorial, las cuales sólo
son Administraciones públicas «secundum quid» , es decir, únicamente en la medida en
que son titulares de funciones públicas atribuidas por la ley o delegadas por actos
concretos de la Administración, y no en cuanto a los aspectos relativos a su naturaleza
básicamente privada en relación con la representación y defensa de intereses privados 1).
Ha llegado a plantearse, aunque sin éxito, ante el Tribunal Constitucional (Sala Primera,
sentencia 120/2001 de 4 de junio de 2001, rec. 2011/1996), un recurso de amparo contra
la apreciación de falta de jurisdicción del orden civil para conocer de una reclamación
de cuotas colegiales, y subsiguiente falta de ejercicio de la acción ante la jurisdicción
contenciosa.
La letra «d)» del artículo 2 de la LJCA distingue dos situaciones a favor de la jurisdicción
contencioso-administrativa; la primera, el enjuiciamiento de los actos administrativos
dictados por la Administración concedente. En este caso, concretamente, se residencian
ante la jurisdicción contencioso-administrativa los actos de control y fiscalización de la
Administración respecto de los dictados por concesionarios de los servicios públicos que
impliquen ejercicio de potestades administrativas conferidas a los mismos.
En segundo lugar, la jurisdicción contencioso-administrativa conoce de los actos de los
propios concesionarios cuando puedan ser recurridos directamente ante este orden
jurisdiccional de conformidad con la legislación sectorial correspondiente .
En este contexto pueden citarse algunos fallos. Sobre el primero de los dos supuestos de
la letra «d» puede citarse la STS de 2 de febrero de 1998 (sobre actos de fiscalización
dictados por la Administración concedente respecto de los dictados por concesionarios)
o las SSTS de 3 de julio de 1996 (ya que existía una Resolución firme y consentida de 7
noviembre 1990, dictada por la Administración, en virtud de la cual se obligaba a «...»
refacturar el suministro de energía eléctrica a «...» en dicho período de tiempo, por no
haberle descontado determinada cantidad) y 22 de julio de 1996 (también en un caso
relativo a la suspensión por impago del servicio, existiendo un acto anterior consentido
y firme en que se obligaba al suministrador a refacturar un determinado período, y que
al ser la refacturación inexistente ello llevó a declarar la suspensión del servicio
improcedente); STS de 17 de junio de 1996; SSTS de 27 de mayo de 1997, etc.
Sobre el segundo supuesto de esta letra «d» véase el artículo 126.3 del Reglamento de
Servicios de las Corporaciones locales y el artículo 184 del Real Decreto 1098/2001, de 12
de octubre, por el que se aprueba el Reglamento General de la Ley de Contratos de las
Administraciones Públicas.
–La jurisdicción civil declara que ha de conocer del caso el orden jurisdiccional contencioso-
administrativo cuando los concesionarios actúan como delegados de la Administración, así la
sentencia de la AP de Almería de 18 de julio de 2003 en un caso de una demanda dirigida
contra una entidad mercantil encargada de gestionar, en régimen de concesión
administrativa, la explotación de un puerto deportivo en el que se sitúan las zonas de paso y
aparcamiento sobre las que gira la acción posesoria ejercitada, siendo los terrenos sobre los
que recae la acción promovida de dominio público. En este supuesto interesaba a la parte
actora que se repusiera a los actores en la posesión de la zona adyacente a un edificio.
–Para la STS de 2 de febrero de 1998 (recurso 2376/1990) «sin perjuicio de admitir que la
relación entre la empresa suministradora de energía eléctrica y el usuario tiene un
componente privado, derivado del carácter contractual que la misma reviste, sin embargo, la
intervención administrativa en la materia deriva de la necesidad de garantizar la seguridad e
intereses de los consumidores y empresarios, intereses entre los que se encuentra el que la
facturación se realice con equidad (...). Es por ello que deba considerarse que las
resoluciones, que son objeto de impugnación, se dictan en el ejercicio de esa potestad de
intervención ».
–Según la STSJ de Madrid 1 de junio de 2000, en relación con unas obras de urbanización y
redes de suministro de agua, se entiende que en el reintegro por la empresa concesionaria,
basado en un convenio, ha de ejercitarse la reclamación contra la empresa que realiza el
servicio público municipalizado ante la jurisdicción civil y no la contencioso-administrativa.
–Al ser el objeto del litigio la pretensión de devolución de una tasa por prestación del
servicio de agua, la jurisdicción competente es la contencioso-administrativa (aunque
también se tuvo en cuenta el hecho de que se está discutiendo en el procedimiento el
incumplimiento por... de las obligaciones derivadas del contrato administrativo de
suministro de agua en alta) según se declara en sentencias de la Audiencia Provincial de
Málaga n.º 90/2003 de 10 de abril de 2003, n.º 333/2006 de 15 de junio de 2006, n.º 61/2005 de
25 de enero de 2005, discutiéndose el Reglamento para el Suministro Domiciliario de Agua,
aprobado por el Real Decreto 120/1991, de 11 de junio.
–Pese a que se trate de un servicio público si el asunto se refiere al contrato entre las partes,
la jurisdicción competente es la civil (sentencia del TSJ de Galicia, n.º 661/2007 de 31 de mayo
de 2007): «TERCERO. El Tribunal Supremo (Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 3),
en sentencia de 4 noviembre 1998, entre otras, afirmó, que el suministro o distribución de la
energía eléctrica a los ciudadanos o a las personas jurídicas, es una actividad que ha de ser
calificada, en efecto, como actividad de servicio público. Ello no atribuye la titularidad de la
actividad a la Administración, aunque si ésta (la Administración) tiene potestad de
intervención en la actividad de las empresas suministradoras a la Administración le incumbe
el deber de garantizar el correcto funcionamiento del servicio. Por lo tanto, el servicio
público de suministro de electricidad, requiere la intervención administrativa desde la
producción de la misma hasta su distribución: ello es así porque ésta es una materia en la que
no rige el principio general de libertad industrial. La razón de ser de la materia que nos
ocupa, el servicio público, determina que los contratos de suministro entre las empresas
concesionarias y los abonados tengan su base sustentadora en normas administrativas,
porque es necesario que en esos contratos se detalle, con la mayor precisión posible, el
contenido de los mismos. No quiere decir que se trate de contratos administrativos, sino que
son contratos de adhesión: ello explica que la sentencia apelada no dé al contrato de
suministro de energía eléctrica suscrito entre la entidad... y D. Sergio, la cualidad de contrato
administrativo. Y es que las declaraciones de voluntad de las partes contenidas en el contrato
referido deben ser interpretadas por los Tribunales del Orden Civil. En atención a que, como
dice la sentencia apelada, lo que en definitiva constituye el objeto de la controversia es la
interpretación del contrato mercantil de suministro de energía eléctrica suscrito entre la
recurrente y Doña Teresa y más concretamente las discrepancias en torno a la conservación de
unos postes de suministro situados entre la Caja General de Protección y la vivienda de su
propiedad así como las condiciones de seguridad que se deben observar, no se impugna en
consecuencia un acto administrativo como de contrario se afirma, sino que estamos ante una
discrepancia acerca de un contrato mercantil planteado entre dos sociedades o personas de
derecho y que por tanto ha de ser objeto de la jurisdicción civil en aplicación de aquella
jurisprudencia del Alto Tribunal» .
–Para la STS de 5 de mayo de 1998, (Sala de lo civil) «la relación jurídica entre usuario y
concesionario (se considera) contrato atípico a través del cual, y mediante el pago de un
peaje a cargo del usuario , la empresa concesionaria viene obligada a garantizar a éste una
circulación fluida, rápida y sin riesgo de ningún tipo pues se espera que el concesionario lo
haya eliminado». Esta sentencia presupone que procede la acción ante la jurisdicción civil
para conocer de las reclamaciones de daños de los usuarios frente a los concesionarios, en el
presente caso, ante la irrupción de un perro en la calzada. La sentencia aplica el Código Civil
(artículo 1104), siguiendo la línea jurisprudencial que «ha acentuado el rigor con que debe
ser aplicado el artículo 1104 del Código Civil, definidor de la culpa o negligencia» (...)
condenado a la concesionaria al abono de los daños causados al usuario: «el riesgo de la
explotación debe asumirlo la concesionaria». En cambio es conocido que «la indemnización
por responsabilidad patrimonial como consecuencia del funcionamiento de los servicios
públicos, cuando estén concedidos, corre a cargo del concesionario, salvo en el caso en que el
daño tenga su origen en alguna cláusula impuesta por la Administración (...)» 4).
–Parece lógico que, aunque el artículo 2 sólo se refiera a los «concesionarios» el precepto
pueda entenderse comprensivo de todos aquellos casos en los que los particulares actúen por
delegación administrativa ejercitando potestades administrativas (en consonancia, por otra
parte, con el artículo 20.b de la LJCA de 1998, en tanto en cuanto este precepto se refiere en
general a los particulares que obren por delegación o como meros agentes o mandatarios de
la Administración; véase en el sentido de esta interpretación el Dictamen de la AE de 1 de
diciembre de 2004 en un caso de «fundaciones de beneficencia particular», correspondiendo
el ejercicio del Protectorado a la Administración del Estado en un caso de reclamación previa
en vía administrativa, afirmando la incompetencia del orden civil para la fiscalización de las
actuaciones administrativas propias del Protectorado).
En este contexto pueden presentarse estos casos desde el punto de vista de la litigiosidad
competencial:
Por otro lado, ninguna de las reformas sobre la LJCA de 1998 o sobre la legislación
procedimental administrativa altera el régimen de responsabilidad civil de los
concesionarios (previsto en el artículo 123 de la Ley de Expropiación Forzosa; SSTS de
20 de junio de 1994 y 31 de octubre de 1984), respecto del que, por cierto, habrá de
aplicarse sin mayores problemas el nuevo sistema del artículo 9.4 de la LOPJ (ATS de 16
de septiembre de 1997).
La LJCA de 1998 vuelve a hacer lo que en su día hizo la LJCA precedente, proclamar la
unidad de jurisdicción en materia de responsabilidad, atribuyendo a la jurisdicción
contencioso-administrativa el conocimiento de las cuestiones que se susciten sobre
responsabilidad administrativa; unidad que, como es bien conocido, fue rota por la
LRJAE –artículo 41–, a pesar de que fue recuperada por la LRJAP-PAC 30/1992 y la
jurisprudencia en la línea correcta (pueden verse en este sentido el ATS de 7 de julio de
1994; ATS de 25 de octubre de 1996; y el ATS de 10 de diciembre de 1996; igualmente, el
ATC 292/1997, que confirma la constitucionalidad de la unificación ante el orden
jurisdiccional contencioso-administrativo en materia de responsabilidad
extracontractual).
La cuestión referente a qué orden jurisdiccional era el competente para conocer de las
reclamaciones de daños y perjuicios por culpa extracontractual dirigidas contra
Administraciones públicas o personal a su servicio, venía siendo resuelta con criterios
dispares por la jurisprudencia del Tribunal Supremo. Se impuso primeramente el
criterio de atribuir la discutida competencia a la jurisdicción civil fundamentalmente en
aquellos casos en que la Administración actuaba en relaciones de Derecho Privado o
cuando la misma era demandada conjuntamente con personas privadas existiendo un
vínculo de solidaridad entre ellas (STS 20 octubre 1993). Un hito fue el Auto de 7 de julio
de 1994 de la Sala de Conflictos, estableciendo la doctrina de la unidad jurisdiccional en
materia de responsabilidad patrimonial de las Administraciones Públicas por una doble
vía, de un lado unificando el procedimiento para la reclamación de la indemnización y,
de otro lado, unificando también la jurisdicción y el régimen jurídico aplicable «sin
duda con el decidido propósito de terminar con el gráficamente denominado por la Sala
Primera del Tribunal Supremo lamentable peregrinaje jurisdiccional – v. gr. , SSTS 5
julio 1983 y 1 julio 1986–, ante el hecho de que reclamaciones de este tipo podían ser, y
efectivamente son, resueltas indistintamente por los órdenes jurisdiccionales civil,
administrativo y social», cuando sólo puede existir un orden jurisdiccional competente.
Incluso en el ámbito sanitario la jurisdicción civil finalmente se hace eco del cambio
legislativo tras la LJCA de 1998 (SAP Málaga n.º 342/2003, de 15 de mayo de 2003), en
relación con servicios sanitarios prestados por las instituciones del sistema público de la
Seguridad Social, declarando la competencia de la jurisdicción contencioso-
administrativa (en correspondencia STS de 23 de junio de 2007 rec. 271/2003 STS de 4 de
julio de 2007, rec. 8368/2003 y de 6 de julio de 2007 rec. 3036).
Para la SAP de Vizcaya n.º 661/2000 (Sección 5.ª), de 10 de julio de 2000 es incompetente
la jurisdicción civil para conocer de una acción por responsabilidad extracontractual de
Ayuntamiento dirigida contra la entidad aseguradora de aquél (con imputación de
negligencia en el deber de conservación en buen estado de instalaciones deportivas), ya
que, aunque se haya demandado a la aseguradora, su intervención es accesoria o
derivada y porque la condena de la aseguradora vendría determinada por la previa
declaración de responsabilidad de la Administración.
Visto desde el prisma jurisprudencial administrativo: contra los daños causados como
consecuencia del deficiente estado de vía a causa de obras en la calzada la reclamación
frente a la entidad contratista, la aseguradora y la entidad local es procedente ante la
jurisdicción contencioso-administrativa (STSJ de Castilla y León de 23 de enero de 2006).
En mi opinión, ante la duda debe estarse al principio pro actione , y es en todo caso
recomendable apostar (porque esta es la filosofía del nuevo sistema legal) por la acción
administrativa de daños en vía administrativa y posterior contencioso, incluso dado el
caso forzando la presencia de la Administración si el interesado así lo estima
conveniente para la defensa de sus derechos, sin perjuicio de la resolución final de
fondo. Esto incluso cuando las prestaciones no sean de idéntica naturaleza contra
sujetos públicos o privados. Por eso resulta algo confuso el criterio, que se ha sostenido,
en cuya virtud la jurisdicción civil es competente no solo cuando se demande
exclusivamente al sujeto privado o aseguradora, sino también cuando la presencia de la
Administración fuere «hipotética» y la base de la relación jurídica es puramente de
seguros (Auto de la Audiencia Provincial de Madrid de 19 de septiembre de 2002, rec.
751/2000; puede verse también el Auto de la Sala Especial de Conflictos de Competencia
del Tribunal Supremo de 27 de diciembre de 2001 y la sentencia de la AP de Navarra de
23 de junio de 2005).
Por otro lado, el artículo 45 del Reglamento del Consorcio de Compensación de Seguros
aprobado por Real Decreto 731/1987, de 15 de mayo, establece, en lo relativo a la jurisdicción,
que «corresponde a los órganos jurisdiccionales del orden civil el conocimiento de todas las
pretensiones que se deriven de los riesgos cubiertos por el Consorcio de Compensación de
Seguros». La Disposición Adicional Novena de la Ley 30/1995, de 8 de noviembre, añadió un
nuevo párrafo al artículo 20.2 del Estatuto del Consorcio por el que introdujo la reclamación
previa para la admisibilidad de las demandas de juicio verbal de tráfico que regulaba la
Disposición Adicional Primera de la Ley Orgánica 3/1989, de 21 de junio, y dio nueva
redacción al apartado 3 del citado artículo para dotar de fuerza ejecutiva, a los efectos del
artículo 1429 de la Ley de Enjuiciamiento Civil 1881 –y, en la actualidad del art. 517.9 LEC–, a
la certificación del Presidente del Consorcio para ejercitar la acción ejecutiva de repetición;
todo lo cual refuerza su actuación como ente público sujeto al derecho privado en cuanto se
refiere a las funciones aseguradoras y de garantía que la Ley le encomienda, y la competencia
de la jurisdicción civil, pues no debe olvidarse que también la Administración puede actuar
dentro de la estricta órbita del Derecho privado y su actuación ser revisada por este orden
jurisdiccional civil, y prueba de ello es el propio art. 15 de la Ley 52/1997, de 27 de noviembre,
de Asistencia Jurídica al Estado e Instituciones Públicas (anterior art. 71 de la LEC), que
regula en esta sede civil la competencia territorial para conocer de tales juicios 8).
Incluso no es tan ajeno a esta jurisdicción, como puede suponerse, el supuesto mismo en
que un proceso se sustancia exclusivamente entre dos sujetos privados: en la parte
demandante pero también en la parte de demandado; así cuando la Administración se
allana y el proceso se tramita entre dos particulares exclusivamente.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Sobre las sentencias de 4 de abril de 1997, que acaban de ser citadas, pueden
consultarse los siguientes trabajos: P. ANDRÉS IBÁÑEZ, REDA , 93, 1997, pp. 5 y ss.; J. BARATA I
MIR, RVAP , 48, 1997; L. M. DÍEZ-PICAZO, La Ley , 4334, 1997; N. GARRIDO CUENCA, RAP , 143,
1997, pp. 229 y ss.; J. JORDANO FRAGA, REDA , 95, 1997, pp. 417 y ss.; B. LOZANO CUTANDA, REDA
, 94, 1997, pp. 255 y ss. y REDA , 91, 1996, pp. 437 y ss.
En general, sobre el tema de los secretos de Estado, J. BERMEJO VERA, REDA , 57, 1988, pp.
50 y ss.; J. GÓMEZ REINO, REDA , 8, 1976; M. REVENGA SÁNCHEZ, El imperio de la política ,
Madrid, 1995; F. SAINZ MORENO, en Estudios sobre la Constitución Española. Homenaje al
Profesor E. GARCÍA DE ENTERRÍA, Madrid, 1991; C. VIEITES PÉREZ, AA , 10/3-9, 1997, pp. 158 y ss.
La doctrina sobre los actos del Gobierno es muy numerosa; algunos trabajos son: A. CANO
MATA, «Admisión por el Tribunal Constitucional de los actos políticos o de gobierno»,
REDA , 72, 1991, p. 555; E. COBREROS MENDAZONA, Actos políticos y jurisdicción contencioso-
administrativa , Madrid, 1995; A. EMBID IRUJO, «La justiciabilidad de los actos de Gobierno
(de los actos políticos a la responsabilidad de los poderes públicos)», en Estudios sobre la
Constitución Española. Homenaje al profesor E. GARCÍA DE ENTERRÍA, Vol. III, Madrid, 1991,
pp. 2958 y ss.; P. GONZÁLEZ SALINAS, «Dos nuevas resoluciones sobre la fiscalización de los
actos políticos del Gobierno», REDA , 79, 1993, pp. 493 y ss.; L. LÓPEZ GUERRA, «Funciones
del Gobierno y dirección política», DA , 215, 1988; A. MARTÍNEZ NIETO, «Control judicial de
políticas públicas», La Ley , 4387, 1997, D-260 y AA , 47, 1998; F. SAINZ DE ROBLES,
«Comentarios de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la jurisdicción
contencioso-administrativa», La Ley , 4637, 1998; así como el estudio jurisprudencial de
A. SAIZ ARNAIZ, RAP , 134, 1994, pp. 225 y ss.
Además, junto a la doctrina que se citó en el texto pueden consultarse los trabajos
siguientes: J. M. ÁLVAREZ-CIENFUEGOS SUÁREZ, La Ley , 4621, 1998; J. L. GIL IBÁÑEZ, La
responsabilidad patrimonial de los poderes públicos: jurisprudencia contencioso-
administrativa , Madrid, 1994; J. M. GIMENO FELIÚ, El control de la contratación pública: las
normas comunitarias y su adaptación en España , Madrid, 1995; S. GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ,
«La contratación de las Comunidades Europeas», RAP , 142, 1997, pp. 195 y ss.; J.
GONZÁLEZ PÉREZ, «Recurso contencioso-administrativo contra los acuerdos de los Colegios
Profesionales», REDA , 1, 1974, pp. 101 y ss.; A. GUAITA MARTORELL, «Control judicial y
responsabilidad de la administración», en O. ALZAGA VILLAAMIL, Comentarios a las leyes
políticas. Constitución española de 1978 , Vol. VIII, Madrid, 1985, pp. 317 y ss.; C. HORGUE
BAENA, «La responsabilidad del contratista por daños causados a terceros en la ejecución
de los contratos administrativos», RAP , 147, 1998, p. 337; J. LÓPEZ MEDELBASCONES, La Ley ,
4636, 1998; R. de MENDIZÁBAL ALLENDE, «El principio de unidad jurisdiccional y lo
contencioso-administrativo en 1870», RAP , 64, 1971, pp. 337 y ss.; S. MUÑOZ MACHADO, La
responsabilidad civil concurrente de las Administraciones Públicas , 2.ª Ed., Madrid, 1998;
F. PERA VERDAGUER, «El proceso contencioso sobre responsabilidad de la Administración
según el Tribunal Supremo», en J. ACOSTA SÁNCHEZ y otros, Gobierno y administración en la
Constitución , Vol. II, Madrid, 1988, pp. 1413 y ss.
G. ARIÑO ORTIZ, Economía y Estado, Madrid 1993, p. 347; también J. SALAS, REDA 4 1975, pp. 29 y
ss.
E. RIVERO YSERN, RAP 87 1978, pp. 205 y ss. y su libro El Derecho administrativo y las relaciones
entre los particulares, Sevilla 1969.
Haciendo historia, conviene recordar que este sistema se afianzó tras la Ley 4/1999, al mismo
tiempo que se superaron ciertos problemas que pudieron suscitarse en aplicación de la LRJAP-
PAC 30/1992, de 26 de noviembre. Concretamente, a pesar de que dicha LRJAP-PAC afirmaba
claramente que la responsabilidad tenía que exigirse ante la Administración, pudo entenderse
que la mención a la «legislación correspondiente», del artículo 146 de la LRJAP-PAC 30/1992,
abría la posibilidad de dirigirse contra el funcionario (entendiéndose que dicha «legislación
correspondiente» era la Ley de 5 de abril de 1904 y el Real Decreto de 23 de septiembre de 1904,
relativos a la responsabilidad civil de los funcionarios públicos). La reforma de la Ley 4/1999
suprimió, de dicho artículo 146, la referencia a la responsabilidad «civil» (a partir de entonces
dicho artículo 146 se ciñó a la responsabilidad «penal») y derogó expresamente la Ley de 5 de
abril de 1904 y el Real Decreto de 23 de septiembre de 1904, dejando claro que la
responsabilidad de las autoridades y funcionarios había de exigirse ante la Administración. Por
contrapartida, fue significativa la nueva redacción del artículo 145 de la LRJAP-PAC, en el
sentido de obligar a la Administración a reclamar de oficio la responsabilidad en que aquéllos
hubieran podido incurrir por dolo, culpa o negligencia graves, tanto si la Administración
hubiera indemnizado al lesionado como si dicha autoridad o personal hubiera causado daños
en los bienes o derechos de aquélla. Las leyes 39 y 40/2015 mantienen este sistema de la LRJAP-
PAC.
No obstante, la LJCA fue objeto de críticas desde el punto de vista, por ejemplo, de los diferentes
criterios de responsabilidad objetiva y subjetiva, que rigen cuando es demandada la
Administración y cuando lo son los particulares, o de la posible concurrencia de compañías
aseguradoras en este tipo de pleitos (así, J. A. XIOL RÍOS/Y. BARDAJÍ PASCUAL, AJA 373, 1999, quienes
defienden que, si bien dichas compañías o los particulares pueden comparecer en el proceso
administrativo, la jurisdicción contencioso-administrativa no podrá estimar su responsabilidad,
de modo que habrá que demandar en vías jurisdiccionales distintas, administrativa y civil, a la
Administración y los particulares. Es decir, según esta posición, el damnificado tiene que
introducir dos procesos).
Aunque hoy es historia, en esencia, dicha reforma pretendió « clarificar el régimen instaurado
por la Ley 30/1992» en aras de «optar, con la nueva regulación del artículo 144, por la
unificación del régimen jurídico sustantivo de la responsabilidad patrimonial de la
Administración, sin discriminar su actuación en régimen de derecho público o privado en
concordancia con la unidad de fuero» (Exposición de Motivos de la citada Ley 4/1999). En este
sentido puede considerarse, igualmente, la Disposición Adicional duodécima de dicha Ley
4/1999, que «pone fin al problema relativo a la disparidad de criterios jurisprudenciales sobre el
orden competente para conocer de estos procesos cuando el daño se produce en relación con la
asistencia sanitaria pública, atribuyéndolos al orden jurisdiccional contencioso-administrativo »
(Exposición de Motivos de la Ley 4/1999).
En este mismo sentido puede citarse el Auto de la AP de Las Palmas n.º 45/2001 (Sección 4.ª), de
26 febrero, el Auto de la AP de Las Palmas n.º 48/2001 (Sección 4.ª), de 13 febrero y el Auto de la
AP de Las Palmas n.º 38/2001 (Sección 4.ª), de 8 febrero.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo IV. Cuestiones expresamente atribuidas a los órdenes jurisdiccionales civil,
penal y social (artículo 3 de la LJCA)
Capítulo IV
Sumario:
1. El artículo 3 de la LJCA
2. Las relaciones entre jurisdicción contencioso-administrativa y jurisdicción civil, en
sentido histórico
3. Autotutela administrativa, jurisdicción contencioso-administrativa y jurisdicción civil
4. Las cuestiones de propiedad
5. Las actividades clasificadas sujetas a licencia
6. La intervención de la administración no convierte automáticamente el asunto en
administrativo
7. La usurpación de funciones de la jurisdicción civil por parte de la administración
8. Acciones procesales administrativas en relaciones triangulares
9. Registros de la propiedad
10. Otros supuestos. Casuística
11. Juntas de compensación, AIU, y entidades urbanísticas de conservación
12. Aplicación de la legislación de propiedad intelectual por la jurisdicción contencioso-
administrativa
Anexo
Nota bibliográfica
1. EL ARTÍCULO 3 DE LA LJCA
El artículo 3 de la LJCA establece los límites de la jurisdicción contencioso-
administrativa. No corresponden al orden jurisdiccional contencioso-administrativo:
a) Las cuestiones expresamente atribuidas a los órdenes jurisdiccionales civil, penal y social,
aunque estén relacionadas con la actividad de la Administración pública.
d) Los recursos directos o indirectos que se interpongan contra las Normas Forales fiscales de
las Juntas Generales de los Territorios Históricos de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, que
corresponderán, en exclusiva, al Tribunal Constitucional, en los términos establecidos por la
disposición adicional quinta de su Ley Orgánica.
Este enfoque histórico es oportuno porque puede ser una buena forma de introducir el
tema, en general, de las relaciones entre la jurisdicción contencioso-administrativa y
otras jurisdicciones y la posición que a aquélla le corresponde dentro del organigrama
jurisdiccional.
Igualmente, la reparación del daño causado en un monte, carretera, una playa, un río,
etc. será ordenada directamente por la Administración sin necesidad de interponer una
acción civil ante los Tribunales, junto a la imposición de una sanción administrativa
aprovechando la generosa regulación que considera como infracción el daño causado
en los bienes administrativos (artículo 116 del Texto Refundido de la Ley de Aguas,
aprobado por Real Decreto Legislativo 1/2001, de 20 de julio; artículo 90.a de la Ley
22/1988, de 28 de julio, de Costas; artículo 49.4 del Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16
de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la LGDCU, etc.).
Sin embargo, aun cuando la Administración haga uso de sus facultades autotutelares, el
asunto puede conservar su naturaleza jurídico-privada, conociendo por tanto la
jurisdicción civil (sentencia de la AP de Soria de 18 de marzo de 2002; STS de 15 de
febrero de 2000, rec. 1827/1997; SAP de Las Palmas núm. 357/2006, de 1 septiembre de
2006).
Existen ciertos casos complejos (me refiero precisamente al deslinde de las costas),
donde el interés real del sujeto no estará tanto en litigar sobre la titularidad del bien
(desde el momento en que las probabilidades de éxito de esta pretensión son
prácticamente nulas, debido a que este acto de deslinde, conforme a la peculiar
configuración de sus efectos en la Ley 22/1988, de 28 de julio, de Costas, atribuye
directamente la titularidad dominical en favor del Estado) como en defenderse ante la
jurisdicción contencioso-administrativa frente al propio acto de deslinde a efectos de su
suspensión y anulación, alegando que el deslinde vulnera los criterios establecidos en la
Ley de Costas (STS de 28 de junio de 1996; véase nuestro trabajo El deslinde de las costas
, Madrid, 1995, Ed. Pons, p. 19; también la SSTS de 12 de diciembre de 2011 pone de
manifiesto que en vía contenciosa se anulan deslindes no razonables o que contraríen
los criterios legales).
Los Fundamentos de Derecho empiezan diciendo: «nos enfrentamos, una vez más, con
el problema de la determinación del orden jurisdiccional competente para conocer de
las pretensiones de los antiguos titulares dominicales en orden a obtener una
declaración de su propiedad inscrita frente al deslinde efectuado por la Administración,
en aplicación de las facultades que al efecto le concede la Ley de Costas. En autos ello
ocurrió a través del expediente de deslinde CDL-69-CA que concluyó con el dictado de la
Orden Ministerial de 4 de febrero de 2000, frente a la que se alza la entidad recurrente
tras hacerse eco de las posturas que han venido manteniendo 3) el entendimiento de la
causa por la jurisdicción civil.
Los pronunciamientos del Tribunal Supremo resultan en ocasiones equívocos, y así la Sala 1.ª
se manifiesta en ocasiones propicia a mantener la compatibilidad de ambas acciones y, por
ende, la competencia del orden civil para conocer de las tan citadas acciones declarativas de
dominio y rectificación registral –quizás por causa del manido argumento de evitar a las
partes el consabido peregrinaje de jurisdicciones–, para seguidamente negar la mayor y
circunscribir la actuación de los órganos civiles a declaraciones accesorias tales como la
declaración de una propiedad privada anterior al nuevo deslinde o cuando éste aún no se ha
producido.
Prueba de todo ello es la sentencia de 8 de junio de 2001, en la que tras exponer que «El
órgano jurisdiccional no puede, en ningún caso, estimando la acción, declarar el dominio –
propiedad privada– de un particular –como un club náutico– sobre una cosa de dominio
público, cual es la zona marítimo terrestre, tal como proclama el art. 132.2 de la Constitución
Española», aclara que «La afirmación de la naturaleza de bien de dominio público de la zona
marítimo-terrestre, la viene reiterando esta Sala desde la sentencia de 26 de abril de 1986
hasta, entre otras, la de 20 de enero de 1993; es de destacar lo que expresa la de 12 noviembre
de 1988: si bien es cierto que el deslinde de la zona marítimo-terrestre es función
administrativa y, como tal, revisable únicamente por la jurisdicción Contencioso-
Administrativa, también lo es que la ubicación de un terreno dentro de tal zona, así como su
calificación de dominio público o de propiedad privada, es materia propia de la jurisdicción
ordinaria, la que, sin interferir en modo alguno el terreno de la contencioso-administrativa,
puede debatir plenamente el carácter de bien público o privado de la parcela». De este
pronunciamiento pudiera seguirse un claro apoyo a la tesis de la apelante, pero en realidad
en el supuesto allí analizado lo que se hace es declarar la demanialidad del bien, sin perjuicio
de los derechos de los que fuera titular el anterior propietario. Y explica el sentido que han de
tener las acciones civiles a las que nos venimos refiriendo: «Se alega en el motivo la errónea
aplicación del art. 13 de la Ley de Costas dispone que el deslinde aprobado declarará la
titularidad dominical a favor del Estado, sin que quepa prevalecer frente a la naturaleza
demanial de los bienes las inscripciones del Registro de la Propiedad; se afirma que si la
automaticidad del art. 13 fuera tal y como la Audiencia recoge, no tendría sentido alguno
plantear acciones civiles. Tal razonamiento no puede compartirse. No obstante la declaración
del art. 13 de la Ley de que el deslinde aprobado declara la posesión y titularidad dominical a
favor del Estado, se entiende de las fincas incluidas dentro del deslinde, no se impide que
quienes se crean afectados por el deslinde ejerciten, al amparo del art. 14, las acciones civiles
de que se crean asistidos, acciones dirigidas a obtener una declaración de que las fincas
afectadas por el deslinde eran de propiedad privada de los actores antes del deslinde y que
constituirá el presupuesto para la aplicación de la indemnización que se establece en la
Disposición Transitoria Primera de la Ley; entender la finalidad de esas acciones civiles en el
sentido que parece darle el motivo que se examina, de que declarada la titularidad privada
de la finca ésta quedaría excluida del dominio, choca con el criterio legal y haría perder todo
sentido a la citada Disposición Transitoria que en ningún caso encontraría aplicación (...)».
En igual sentido, sentencias posteriores (18 de julio de 2001, 22 de marzo de 2002 o 24 de julio
de 2003) « inciden en la competencia de la jurisdicción civil para aspectos colaterales al que
aquí nos ocupa bien por tratarse de acciones civiles previas al deslinde, bien por tener por
objeto la declaración de la privacidad previa a éste ».
«Con todo, proclaman genéricamente la tan citada competencia civil, pero sin abordar
directamente los problemas antes apuntados, es decir, exclusividad de la jurisdicción
contenciosa para conocer de la impugnación, directa o indirecta, de actos de la
Administración y coincidencia del objeto procesal de los pleitos cursados ante ambas
jurisdicciones. Así las cosas, y siguiendo el criterio mayoritario de esta Audiencia, estimamos
procedente declarar la incompetencia de la jurisdicción civil para conocer incluso las
pretensiones declarativas y de rectificación registral en razón a las razones reiteradamente
apuntadas».
Así todo, si el interesado quiere acudir a la jurisdicción civil ello podría tener el sentido
de conseguir un título concesional una vez hace valer su título privado 4), a diferencia de
cuando se logre anular el deslinde por no respetar los criterios legales de la Ley de
Costas, ya que el efecto indirecto conseguido en este caso es recobrar «por entero» la
propiedad del bien indebidamente objeto del deslinde. En efecto, la jurisdicción
administrativa anulará un deslinde cuando aquel no se corresponda con los criterios
legales que permiten la demanialización de la zona (así, sentencia de la Audiencia
Nacional de 5 de octubre de 2005). Interesa resaltar la inconsistencia de toda
consecuencia demanializadora en aquellas zonas donde, en puridad, en los terrenos no
concurren los presupuestos legales.
Por otra parte, está asentado el criterio según el cual prima la realidad física sobre las
clasificaciones administrativas (así expresamente la sentencia de 6 de julio de 2006 de
la Audiencia Nacional y la STS de 25 de enero de 2005, recurso 1315/2001, las cuales
hacen depender el fallo, y la validez de la demanialidad propuesta de la Administración,
de la realidad fáctica y de si realmente el suelo objeto de litigio pueda ser realmente o
no considerado como una playa, por referencia a una zona con indicios de arenas
sueltas; igualmente, sentencia de la Audiencia Nacional de 17 de marzo de 2004;
sentencia del TSJ de Madrid de 10 de marzo de 2004; STS de 16 de diciembre de 1985;
STSJ de Murcia 31 de enero de 2005 (también la STS de 13 de mayo de 2011, n.º de
recurso 5212/2007, corrobora la posibilidad de enjuiciar la línea de deslinde).
O según señala la STS de 21 de octubre de 2008: «Tal como dice la STS de 24 de octubre
de 2001, en materia de deslinde de zona marítimo-terrestre la función propia de esta
jurisdicción se limita a determinar la corrección del procedimiento de deslinde y la
inclusión de los terrenos afectados en alguna de las categorías que, según la Ley de Costas,
constituyen el dominio público marítimo . Así lo ha proclamado esta Sala en reiteradas
sentencias, entre las que se encuentran las de 10 de febrero de 1988, 8 de junio de 1990,
17 de diciembre de 1990 y 21 de octubre de 1993, y las más recientes de fechas 24 y 26 de
septiembre y 3 de octubre de 2001, de las que se debe extraer idéntica conclusión».
Esta es la realidad de los deslindes de costas hoy, en la línea de que hace tiempo
mantuvimos, es decir, el interés ha pasado a ser el control de legalidad del acto
administrativo de deslinde por la jurisdicción contencioso-administrativa ( El deslinde de
las costas , Madrid 1996). Así todo, la estadística es demoledora en vía contencioso-
administrativa en contra del particular, de recursos contenciosos-adminsitrativos contra
deslindes de costas.
Es ésta una regla muy bien asentada en nuestro Derecho. Solo en casos muy
excepcionales en virtud de principios de Derecho administrativo, o en virtud de los
actos propios , pueden considerarse los títulos registrales a fin de reconocer titularidad
privada, en casos en que la propia Administración los admitió en el procedimiento (en
materia de aguas: STSJ de Canarias, sede de Las Palmas de Gran Canaria, de 3 de mayo
de 2006; igualmente, STSJ de Canarias de 16 de noviembre de 2006; STSJ de Canarias de
11 de noviembre de 2006).
En general, surgen ciertas dudas sobre la aplicación concreta de este criterio de las
cuestiones de propiedad ; en principio basta una «duda razonable acerca de la
propiedad de los terrenos edificados» para que el órgano del orden jurisdiccional
contencioso-administrativo se declare incompetente también para conocer de la
cuestión de propiedad de forma prejudicial; esto ocurre, aun cuando el supuesto pueda
referirse directamente a la legalidad o no de una orden administrativa, si el fallo
administrativo llega a prejuzgar la titularidad del dominio (por ejemplo, STS 4 de julio
de 1996, en este contexto de los deslindes).
Pienso que, con apoyo en los testimonios anteriores, sería conveniente analizar y
observar en su caso si se precisa revisar esta doctrina de las cuestiones de propiedad,
fundamentada en motivos históricos acaso de dudosa compatibilidad con la actual
legislación reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa.
«Cuando (el litigio) afecta a derechos subjetivos privados pierde aquel carácter
(administrativo) para entrar de plano en el campo propio del Derecho Civil, artículo 590 del
Código Civil y 1908 del propio Código (...) sin olvidar que el acatamiento y observancia de las
normas administrativas no colocan al obligado al abrigo de la correspondiente acción civil de
los perjudicados o interesados en orden a sus derechos subjetivos lesionados, puesto que si
aquéllos contemplan intereses públicos sociales, ésta resguarda el interés privado exigiendo,
en todo caso, el resarcimiento del daño y en su caso la adopción de medidas para evitarlo o
ponerle fin a ambos aspectos, competencia de la jurisdicción del orden civil».
Por otra parte, junto a la pretensión indemnizatoria por los daños causados, cierta
doctrina civilista llega a proponer el ejercicio de acciones inhibitorias y negatorias, pese
a que no existe más que una base legal genérica para apoyar este tipo de acciones en los
artículos 7.2, 590 y 1908.2 del CC, a salvo de, artículo 544.4 de la Ley catalana 5/2006, de
10 de mayo, del Libro quinto del Código civil de Cataluña, relativo a los derechos reales
(Ley que deroga la Ley catalana 13/1990, de 9 de julio, de la Acción negatoria,
inmisiones, servidumbres y relaciones de vecindad donde ya se preveía expresamente
la acción negatoria contra inmisiones en relaciones de vecindad). Lo significativo es que
esta doctrina ensaya la aplicación del Derecho civil frente a daños estrictamente
ambientales , es decir, los daños ambientales que se producen más allá de las relaciones
de vecindad, mediante el ejercicio de acciones negatorias (para pedir la cesación del
perjuicio) e inhibitorias (con el fin preventivo de conseguir la cesación futura de
acciones dañosas en el medio) junto a las acciones indemnizatorias 7).
No es inoportuno recordar que no todos los asuntos jurídicos en los que se ve implicada
la Administración Pública tienen carácter administrativo. Lo decisivo para determinar
el ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa no es tanto identificar una
actuación de la Administración como observar la naturaleza jurídica del asunto
litigioso. Como afirma el artículo 1 de la LJCA, la actuación administrativa ha de estar
sujeta al Derecho administrativo. Conforme con este planteamiento es la STS de 6 de
mayo de 1996 cuando mantiene que:
«La intervención de la Administración en relación con el cortometraje realizado por esta
última empresa, en orden al título y al argumento, no es relevante para cambiar aquella
naturaleza civil» ya que «la usurpación del título del documental es una cuestión de
naturaleza civil al suscitarse entre las empresas».
Esto puede criticarse considerando que las relaciones inter privatos pertenecen al
Derecho privado, y porque la Administración no puede usurpar funciones judiciales que
no le corresponden (STS de 20 de mayo de 1996, Sala 3.ª).
Sin desconocer esta crítica, los problemas se plantean cuando este sistema puede
representar una vía favorable al resarcimiento efectivo de los derechos de los
ciudadanos, ante la inexistencia de una opción procesal mejor en el caso concreto. Este
sistema administrativo de reparación de daños inter privatos no es algo nuevo, ya que,
más bien tiene un especial arraigo histórico, y tampoco es un fenómeno que haya
desaparecido en la actualidad. Pueden seleccionarse algunos ejemplos del sistema inter
privatos o arbitral administrativo:
La sanidad animal ofrece otro ejemplo clásico e ilustrativo de la exigencia por parte de
la Administración de las responsabilidades civiles a quien hubiera causado daño a un
tercero (sobre la base del artículo 51 del Reglamento de 14 de mayo de 1834, sobre
especialidades farmacéuticas). A petición de quien se considerase perjudicado, aquélla
podrá exigir los daños causados por la utilización de productos zoosanitarios (sueros,
vacunas o cualquier otro producto biológico), concretamente la muerte de ganado. Este
sistema ha venido siendo especialmente discutible en estos casos en que ni siquiera era
necesaria la imputación del hecho como infracción para que la Administración tuviera
que exigir por la vía de apremio los costes ocasionados.
La STS de 25 de abril de 1994 estima que tiene naturaleza «civil» el asunto jurídico en el
cual un tercero (denunciante) pretendía que la Administración obligase a otro sujeto a
realizar una obra con el fin de evitar humedades en su finca (en virtud de las facultades
que la legislación urbanística concede a la Administración para que ésta ordene al
particular obras de conservación por motivos de seguridad, salubridad y ornato).
En general, no estamos ante un tema fácil porque en la práctica a veces se crearán (de
forma correcta o incorrecta) actos administrativos provocando (o intentando provocar)
el conocimiento de esta forma de asuntos contencioso-administrativos.
9. REGISTROS DE LA PROPIEDAD
Ahora bien, los Registros de la Propiedad, desde tiempos históricos, vienen realizando,
actualmente por encomienda de gestión desde las CCAA, la función de gestión y
liquidación de los impuestos cedidos por el Estado a las CCAA (así, el ITP y AJD). Se trata
de la encomienda a las oficinas Liquidadoras (a cargo de Registradores de la Propiedad)
del ejercicio de las funciones administrativas respecto de la aplicación de los tributos
gestionados por la Comunidad Autónoma de Canarias, siendo dichas Oficinas
Liquidadoras «verdaderas unidades de gestión tributaria» integradas en la organización
de la Administración autonómica.
No existe una norma específica que afirme que los actos dictados por la OL son
recurribles, sino que al tener encomendada la gestión tributaria sus actuaciones se
realizan dentro del procedimiento administrativo con las especialidades del
procedimiento administrativo tributario previstas en la LGT y en el RD 1065/2007 que
aprueba el conocido como Reglamento de Aplicación de los Tributos.
Otros supuestos que pueden reseñarse en este contexto de delimitación entre ambas
jurisdicciones en tal plano casuístico son:
–Tras haberse producido en España un intenso proceso de liberalización y privatización en
ámbitos de servicios públicos, la jurisdicción contencioso-administrativa, en este contexto,
controla las iniciativas públicas de intervención en el mercado (salvo si se hacen por ley), y,
en especial, tutela a los distintos interesados en el marco de las nuevas relaciones jurídicas de
«regulación» (ya no gestión), cuando así sea. En especial es importante el control sobre las
autorizaciones administrativas y las sanciones.
–La acción de una empresa pública tendente a obtener del Ayuntamiento el cumplimiento y
ejecución de un convenio suscrito entre ambos organismos públicos ha de ejercitarse ante la
jurisdicción contencioso-administrativa (Auto de la AP de Cádiz de 12 de junio de 2007).
–La competencia es de la jurisdicción civil para conocer de la reclamación a un Ayuntamiento
del pago de derechos de autor (sentencia de la Audiencia Provincial de Granada, Sección 3.ª,
de 28 abril 2004, rec. 850/2003).
–La STS (civil) 166/2017 de 8 de marzo de 2017 es un ejemplo de enjuiciamiento sobre a quién
corresponde la indemnización por expropiación en concreto de los elementos comunes de
una urbanización afirmando que corresponde a los dueños actuales de las parcelas.
–Corresponde a la jurisdicción civil conocer del litigio sobre el cumplimiento de una permuta
pactada entre particulares y un Ayuntamiento (STS de 2 de diciembre de 2002).
–Recordemos que más allá del límite del principio de autotutela de la Administración, ésta ha
de recurrir ante la jurisdicción civil para ejercitar sus derechos.
–Recordemos en este contexto, también, que las pretensiones en materia de contratación civil
de la Administración se ventilan ante la jurisdicción civil (sentencia del TS, Sala de lo Civil, de
24 de enero de 2007, rec. 5002/1999).
–Por supuesto, cuestiones que surgen sobre la repercusión del IVA en relación con actos de
los particulares, hay que distinguir los supuestos que se refieren al cumplimiento de una
obligación contractual no discutida (es decir, para obligar a pagar el IVA a quien lo asumió
contractualmente), los cuales se residencian en la jurisdicción civil, de aquellos otros en que
la cuestión se refiere al tipo impositivo o la procedencia o no de la repercusión de dicho IVA,
los cuales se residencian en la jurisdicción contencioso-administrativa (sentencia del TS de 16
de noviembre de 2015, Sala de lo Civil, recurso 2671/2013).
–Es preciso tener en cuenta la Disposición adicional séptima de la LJCA en virtud de la cual
los juzgados y tribunales del orden Contencioso-Administrativo también conocerán de las
cuestiones que se promuevan entre Sociedad Estatal Correos y Telégrafos, SA, y los empleados
de ésta que conserven la condición de funcionarios y presten servicios en la misma, en los
mismos términos en que conocen las cuestiones que se plantean entre los organismos
públicos y su personal funcionario, atendiendo a la naturaleza específica de esta relación.
El litigio podrá proceder del propietario incumplidor o bien de las propias relaciones
entre Ayuntamiento y EUC, por ejemplo, si aquel se resiste a practicar el apremio
solicitado por esta. Es importante la STS (civil) 26/2015, de 10 de febrero de 2015 donde
de forma clara y tajante se afirma la procedencia de la vía contencioso-administrativa,
descartando la posibilidad de la acción en vía civil, e inadmitiendo por tanto dicha
acción.
Otro ejemplo puede ser la SAP de Toledo 57/2013, de 20 de febrero de 2013: «los
acuerdos de la Entidad Urbanística Colaboradora de Conservación de Propietarios de...
son recurribles conforme a sus estatutos ante la administración urbanística actuante
(Ayuntamiento de H.) y en una instancia ulterior ante la jurisdicción contenciosa-
administrativa por tratarse de entidades de Derecho público» (asimismo, proclaman la
improcedencia de la vía civil, y procedencia de los apremios, SAP de Islas Baleares
238/2016 de 29 de julio de 2016; SAP de Segovia 129/2015 de 13 de julio de 2015).
Igualmente, puede citarse la STS, civil, de 30 de mayo de 2012 (n.º de Recurso: 203/2009):
«RAZONAMIENTOS JURÍDICOS. PRIMERO. El objeto del proceso viene dado por una
reclamación de cuotas efectuada por una entidad urbanística de conservación contra una de
las entidades que se integra en la misma. Las características fundamentales de estas
entidades son las siguientes: a) Desde el momento de su inscripción en el correspondiente
Registro adquieren personalidad jurídica propia y plena capacidad para el cumplimiento de
sus fines; b) El ejercicio de funciones públicas es lo que determina que sus actos sean
administrativos, susceptibles por tanto de recurso de alzada y de revisión ante la jurisdicción
contencioso-administrativa; c) El ejercicio de estas funciones públicas ha de ser llevado a
cabo por los propietarios integrados en una Entidad de Conservación, que supone por tanto
un cauce institucional de participación; y d) La pertenencia a ellas es obligatoria para todos
los propietarios comprendidos en el ámbito territorial.
TERCERO. Procede por ello declarar de oficio la falta de competencia de la jurisdicción civil
para el conocimiento del presente asunto, debiéndose archivar el presente Rollo.
CUARTO. De conformidad con lo dispuesto por los artículos 394 y 398 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil, se condena a la parte actora Unión para la Conservación de C. T.
(U.C.C.T) al pago de las costas causadas en ambas instancias, sin que haya lugar a especial
pronunciamiento sobre las correspondientes al presente recurso. Vistos los artículos citados y
demás de aplicación al caso.
Cuando entiende la jurisdicción civil, el fondo de los asuntos puede ser en gran medida
jurídico-administrativo. Pensemos en casos de deudas de estas entidades frente a
terceros o en supuestos en que por ejemplo, una Junta de Compensación ha incumplido
su deber de ejecutar las obras de urbanización y el Ayuntamiento ejecuta un aval contra
el banco. En este contexto, se plantea asimismo la cuestión de si el banco ha de
demandar solo la Junta de Conservación o ha de demandar también a los propietarios.
Estos planteamientos nos llevan, a su vez, a aquello que puede destacarse desde el punto
de vista doctrinal, desde un prisma jurídico-administrativo, es decir, en simple dato de
la «Junta opera sobre unos terrenos que son propiedad de sus miembros» (por todos, S.
Martín Valdivia, La gestión urbanística en Andalucía, Valladolid, 2011, p.241, citando a
González Salinas).
El tema clave, de fondo, que nos ocupa es cómo se entiende la tenencia de las
propiedades de los bienes de los miembros de la Junta de Compensación o de la AIU, por
parte de esta, tema que no es para nada pacífico (artículo 163.3.d. de la LOTUP).
En el libro Homenaje al profesor J. IGLESIAS PRADA, A. GÓMEZ CID, «Los créditos de las Juntas
de Compensación frente a los propietarios: naturaleza jurídica del crédito y de la
afección real e implicaciones en caso de concurso del propietario deudor»
(extraordinario 2011) se razona sobre esta cuestión y se recogen distintas posturas
doctrinales al respecto. Primeramente, cabe argumentar que, como la Junta de
Compensación tiene personalidad jurídica propia e independiente de la de sus
miembros (desde el momento de su inscripción en el llamado Registro de Entidades
Urbanísticas Colaboradoras ex. artículo 26.2 del RGU, así como plena capacidad de obrar
para el cumplimiento de sus fines) entonces la Junta sería el único sujeto con
legitimación pasiva –y no, por tanto, los propietarios– en el caso de que terceros
acreedores pretendan entablar una demanda ante un incumplimiento contractual
de aquella . En esos términos, resulta dudoso que los terceros puedan beneficiarse
directamente de la afección urbanística que grava las fincas de los propietarios para
lograr la satisfacción de los créditos contraídos directamente con la Junta de
Compensación. Teniendo en cuenta que la finalidad de la afección es garantizar la
satisfacción de un interés público (la ejecución de la urbanización), cabría entender que
esta se constituye en favor de la Administración titular de aquel y del ente
descentralizado a quien aquella haya encomendado su realización. No se configura, por
tanto, como una garantía al servicio de los intereses privados de los acreedores de la
Junta de Compensación.
Y concluye GÓMEZ CID, «no existen, a fecha de hoy (que sepamos), pronunciamientos
judiciales que nos sirvan para zanjar definitivamente este complejo debate. A nuestro
juicio, el criterio interpretativo que finalmente debiera de acabar imponiéndose es
aquel que admita la posibilidad de que la empresa urbanizadora se dirija contra los
propietarios en caso de incumplimiento de su contraparte (la Junta) para exigir el pago
de los gastos de urbanización que son, precisamente, los garantizados –desde un punto
de vista material– por la afección. Siendo la empresa urbanizadora la que
materialmente ha realizado el interés público, no parecería proporcionado excluirle el
beneficio de la afección».
A mi juicio, parece claro que si se otorga un aval (y en general si se contrae una deuda
por la Junta de Compensación en las funciones de su giro o tráfico) habrá de ser porque
existe una garantía real suficiente, que es lo que lleva al tercero a asumir las relaciones
jurídicas con tal entidad, lo que nos parece incluso de sentido común, pero ya se
advierten las conjeturas en algunos fallos. En esta línea, aunque por referencia a una
Agrupación de Interés económico puede citarse la sentencia n.º 424/2006 de TS, Sala 1.ª,
de lo Civil, de 4 de mayo de 2006 14). En cambio, la STS (civil) 2620/2014 de 8 de enero de
2017 considera, por los pactos existentes, que solo responde la AIU y no los socios, a
quienes la sentencia recurrida (que se confirma por el TS) absolvió, por no haber
contratado las obras (sino la AIU) 15). Aunque no prosperó el motivo casacional, lo cierto
es que la casación de la empresa contratista se fundó en la posible vulneración del
artículo 5 de la Ley 12/1991, de Agrupaciones de Interés Económico. Y, si no prosperó el
recurso, fue debido a los pactos existentes, sin enjuiciarse esta posible referencia que
claramente afirma la responsabilidad subsidiaria de los socios.
En todo caso se impondría una solución antiformalista que vaya al fondo del asunto, tal
como permite razonar la STS de 3 de octubre de 2002 (recurso 4795/1997) cuando razona
que lo fundamental no puede ser si el interesado cobre bien accionando directamente
contra los miembros de la Junta de Compensación o a través de esta porque lo sustancial
no es la forma en que se haga sino el fondo de la deuda existente. En concreto se afirma
(texto que sacamos de la sentencia 88/15 de 18 de febrero de 2015 del Juzgado de lo
Contencioso Administrativo de Córdoba número 3, reproduciendo la STS de 3 de octubre
de 2002, recurso n.º4795/1997): «lo que importa en la cuestión debatida en este pleito no
es la forma en que se acordara que los propietarios habrían de pagar las obras de
urbanización (si mediante cuotas a la Junta o directamente a las empresas
urbanizadoras) sino si el concepto que se reclama es o no una obra de urbanización de
las que responde la Junta (artículo 182-1 del Reglamento de Gestión Urbanística).Y sobre
esto no hay ninguna duda, ni la tiene el Ayuntamiento de Murcia, ni niega serlo: la
deuda de que se trata corresponde a la realización del Centro de Transformación de
Energía Eléctrica al servicio de la Unidad de Actuación, lo que constituye una típica obra
de urbanización, de las que responde la Junta. Desde el punto de vista material esta
deuda está cubierta por los avales que fueron prestados para garantizar la ejecución de
las obras de urbanización, y éste es el dato que importa. El que la deuda hubiera de ser
pagada por la Junta y luego repercutida mediante cuotas giradas a los propietarios (lo
que constituye el sistema normal, según los artículos 176-1 y 181-2 del Reglamento de
Gestión Urbanística) o hubiera de ser pagada directamente por los miembros de la Junta
a las empresas urbanizadoras (como en el presente caso se acordó) constituye sólo un
aspecto formal que no puede hacer variar la conclusión apuntada: la deuda está
materialmente cubierta por los avales prestados y constituye en realidad una deuda
del propietario deudor con la Junta , porque sólo a la Junta puede la Administración
actuante pedir responsabilidades por la falta de urbanización» 16).
En este contexto, la SAN de 2 de marzo de 2001 conoce del asunto aunque en principio el
conflicto se produce entre dos empresas, pero descubriéndose finalmente que la
vulneración de la propiedad intelectual es ocasionada en realidad por la Administración
local, ya que (en este caso) es quien suministra indebidamente una determinada
información, provocando el plagio de un concursante en contra de otro 18).
Estos criterios se refrendan por aquellos otros de la jurisdicción civil cuando remiten
el caso a la jurisdicción contencioso-administrativa . Entiende la SAP Málaga de 7 de
noviembre de 2001 que la jurisdicción contencioso-administrativa ha de conocer de un
asunto en que se pretendía por el recurrente una indemnización por daños morales, a
pesar de que el asunto jurídico se relaciona directamente con pretensiones materiales
derivadas de la LPI, en este caso, la recomposición de un mural. Dicho mural había sido
retirado por el Ayuntamiento guardando sus restos en un depósito. Sin embargo, años
antes había concertado un contrato con su autor para su instalación en la fachada de un
Centro cultural. La competencia de la jurisdicción contencioso-administrativa se apoya
primeramente en la responsabilidad administrativa y en la atribución a la jurisdicción
contencioso-administrativa de la LJCA 29/1998 en materia contractual administrativa 25).
La jurisdicción civil entenderá del asunto cuando éste proceda de una relación jurídico-
privada, así la existencia de un contrato civil. En este sentido, la STS de 13 de julio de
1999 entiende que lo procedente es el ejercicio de la acción en la jurisdicción civil, ya
que «la acción impugnatoria descansa en la interpretación de un contrato privado
suscrito entre la actora y el señor D. (el de fecha 13 junio 1986, ampliado el 9 febrero
1987), y en la consideración de que estando vigente dicho contrato (según entiende la
impugnante), el Estado, a través de la Orden recurrida, dispone como propios de unos
derechos cuya titularidad le es ajena. En línea con ello, lo que la actora pretende en el
recurso contencioso-administrativo es la interpretación de aquel contrato privado y la
declaración de su vigencia; esto es, una cuestión de índole netamente civil».
Por su parte, la STS de 6 de mayo de 1996 confirma la sentencia recurrida que considera
procedente la jurisdicción civil, ya que el litigio se entabla entre dos empresas, siendo
accesoria la intervención de la Administración. Sin embargo, enjuicia un extremo
relativo a la responsabilidad administrativa derivada de incluir en un documental
ciertos planos que produce una entidad sin su consentimiento, entrando así a valorar la
aplicación de la LPI y conceder la indemnización procedente al perjudicado 26).
La SGAE es una entidad que reclama continuamente y que por tanto origina una
especial conflictividad judicial. De hecho, las Corporaciones locales parecen haberse
convertido en la práctica en una de las dianas favoritas de la SGAE, a la luz de las
numerosas reclamaciones que aquella interpone y ante la creciente actividad de
festejos que dichas Administraciones llevan a cabo en nuestro país, pudiendo utilizar
obras incluidas en los repertorios de aquella y por tanto con sujeción a tarifas. Es cierto
que muchos casos en que es parte la SGAE se enjuician por la jurisdicción civil , pese a
que es demandada la Administración. No obstante, tampoco faltan casos en que conoce
la jurisdicción contencioso-administrativa. El Auto de la Audiencia Provincial de Soria
de 1 de septiembre de 2003 afirma que las acciones de daños derivados de la ley de
Propiedad intelectual han de interponerse ante la jurisdicción contencioso-
administrativa porque son asuntos de responsabilidad administrativa. Primero, es
destacable cómo el órgano jurisdiccional centra el enjuiciamiento en la legislación de
propiedad intelectual 27). Para remitir el asunto a la jurisdicción contencioso-
administrativa la jurisdicción civil se apoya en la consideración del asunto como
«responsabilidad patrimonial administrativa»: «según se señaló en los citados autos,
tanto de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, sobre Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas (arts. 139 a 144), como del RD 429/1993 por el que se aprueba
el Reglamento de los Procedimientos de las Administraciones Públicas en materia de
responsabilidad patrimonial , se desprende que la vía judicial no puede ser otra que la
Contencioso-Administrativa cuando se trata de exigir responsabilidad patrimonial a una
de las Administraciones Públicas, ya derive dicha responsabilidad patrimonial de una
relación de derecho público o de derecho privado» 28).
«La circunstancia de que no existiese ningún negocio jurídico previo entre la entidad
encargada de la gestión de los derechos de propiedad intelectual y el Ayuntamiento de B. en
virtud del cual éste hubiese sido expresamente autorizado a realizar los actos de
comunicación pública de las obras musicales comprendidas en el repertorio gestionado por
la Sociedad General de Autores y Editores (»contratos de amenizaciones» que suelen ser
suscritos por esta entidad con los particulares interesados en la realización de los actos de
comunicación pública) supone que la acción ejercitada por la entidad demandante tiene
su fundamento, desde el punto de vista jurídico material , en las previsiones de los arts.
138 y 140 de la Ley de Propiedad Intelectual en su redacción vigente (que autorizan al
perjudicado por los actos de comunicación pública no autorizados a reclamar en concepto de
indemnización de daños materiales y morales “la remuneración que hubiera percibido de
haber autorizado la explotación”), por lo que ha de convenirse que nos hallamos ante un
claro supuesto de responsabilidad extracontractual (responsabilidad patrimonial) de una
administración pública que ha de tener encaje en las normas generales contenidas en la Ley
sobre Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y en el Reglamento de los
Procedimientos de las Administraciones Públicas en materia de responsabilidad patrimonial
y en el supuesto de hecho del art. 2 e) de la vigente Ley reguladora de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa» 30).
ANEXO
NOTA BIBLIOGRÁFICA
FOOTNOTES
1
«Dos han sido las posturas que se han venido manteniendo, sin que quepan situaciones
intermedias: o se atribuye la competencia a la jurisdicción civil o se difiere a la contencioso-
administrativa. A favor de una y otra postura se han facilitado contundentes argumentos que
han tenido reflejo en las resoluciones de las diferentes Secciones de esta Audiencia. Esta misma
Sección en sentencia de 25 julio 2000 acogió la excepción de incompetencia opuesta por el
Abogado del Estado en supuesto similar al que nos ocupa; de la misma opinión han sido las
Secciones 1.ª (sentencias 6 mayo 2000 y 15 de noviembre de 2001) y 3.ª (auto 13 diciembre 2002)
citadas por la resolución recurrida. En sentido contrario, es decir, entendiendo que era
competente la jurisdicción civil, se pronunció la Sección 5.ª en sentencia de 24 junio 2000 que es
justamente la que sirve de base a la entidad recurrente (...). En síntesis, el primer grupo de
resoluciones, con una lógica indiscutible, venían a indicar que “si bien [los recurrentes] colocan
el acento litigioso en la defensa dominical, tratando de presentar el debate como una mera
cuestión de propiedad, no parece, sin embargo, que el conocimiento y decisión sobre tales
extremos pueda desvincularse con facilidad del acto administrativo detonante, cuya
claudicación e ineficacia necesariamente habrían de ocasionar”. Quiérase o no, la pretendida
declaración, aun no formalmente, ha de provocar la ineficacia de un acto administrativo, y no
hace falta recordar que la Ley Orgánica del Poder Judicial atribuye en su art. 9.4 atribuye con
carácter exclusivo a los tribunales del orden Contencioso-Administrativo el conocimiento “de
las pretensiones que se deduzcan en relación con la actuación de las Administraciones públicas
sujeta al derecho administrativo”, siendo así que la Ley reguladora de dicha jurisdicción ordena
en su art. 1 de forma inequívoca que “Los Juzgados y Tribunales del orden Contencioso-
Administrativo conocerán de las pretensiones que se deduzcan en relación con la actuación de
las Administraciones públicas sujeta al Derecho Administrativo, con las disposiciones generales
de rango inferior a la Ley y con los Decretos legislativos cuando excedan los límites de la
delegación”. A todo ello habría que añadir el evidente riesgo de poder encontrarnos ante
resoluciones eventualmente incompatibles y contradictorias, para el caso que en cada orden
jurisdiccional se resolviera de manera distinta sobre el fondo del asunto en ambas instancias
planteado, esto es, sobre la demanialidad de una finca de propiedad particular (...)».
En este sentido vid. , A. MENÉNDEZ REXACH, «Problemas jurídicos del deslinde del dominio público
marítimo-terrestre», en: Jornadas sobre la Ley de Costas , 1993, p. 214; y más recientemente M.
GARCÍA PÉREZ, «El deslinde de costas», en: Anuario da Facultade de Dereito da Universidade da
Coruña , 2008, pp. 391 y ss.; y C. HORGUÉ BAENA, en: El Derecho de Costas en España , Madrid 2010.
«Tal como hemos dicho ante motivo idéntico en nuestras sentencias de 15 de marzo, 4 y 16 de
abril, y 4 de junio y 4 de diciembre de 2003, aquel precepto no invierte la carga procesal de la
prueba, sino que impone al demandante la carga de impugnar judicialmente el acto
administrativo. Sin embargo, ya en el proceso judicial, cada parte tiene sus obligaciones
probatorias, como en cualquier proceso, y sobre la Administración recae la de acreditar que se
dan las circunstancias de hecho que constituyen requisitos para el ejercicio de sus
competencias.
A. CABANILLAS SÁNCHEZ, La reparación de los daños al medio ambiente , Pamplona, 1996, pp. 79 y ss.;
no obstante, J. EGEA FERNÁNDEZ, en J. ESTEVE PARDO y otros, Derecho del medio ambiente y
Administración local , Madrid, 1996, pp. 63 y ss. y G. DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, «La responsabilidad civil
derivada de los daños al medio ambiente. Una duda sobre su existencia», La Ley , 4125, 1996 y
La Ley , 4472, 1998.
Otro ejemplo es la STS 307/2016 de 13 de mayo de 2016 cuando estima el recurso interpuesto
por la inmobiliaria recurrente contra una Resolución de la Dirección General de los Registros y
del Notariado, y anula la factura emitida por el Registrador de la Propiedad con ocasión de
la inscripción de una escritura de novación modificativa de préstamo con hipoteca sobre
distintas fincas titularidad de la actora.
Igualmente, SAP de Toledo 55/2014, de 1 de abril de 2014. Por su parte, la STS (Civil) 884/2007 de
19 de julio de 2007 confirma la competencia de la jurisdicción contencioso-administrativa en un
asunto de una reclamación de una empresa constructora que había realizado obras
urbanización por encargo de la Junta de Compensación al entender que se trata de un asunto
jurídico-administrativo confirmando el criterio del juzgado y de la Audiencia Provincial. Es un
caso algo singular, ya que el demandante había solo demandado a uno de los miembros de la
Junta de Compensación motivo que llevó a desestimar también la demanda planteada. La
sentencia primero se refiere al artículo 157 de la Ley del Suelo 1/1992 (los propietarios de los
terrenos afectados por una actuación urbanística resultan obligados a sufragar los costes de la
urbanización que establece el artículo 59, en proporción a la superficie de sus respectivos
terrenos o, en su caso, en lo que figura en los documentos a que se refiere el artículo 53) para
concluir que «consecuentemente, al demandar a los propietarios, la acción habrá de dirigirse
necesariamente contra todos y no contra uno de ellos, como aquí ha sucedido, razones que
determinan que la impugnación se rechace y, en todo caso, la demanda debe ser desestimada».
10
En esta línea puede citarse la STS (civil) 533/2008, de 6 de junio de 2008, con similar
planteamiento: la actora había demandado a la Junta de Compensación junto a los propietarios.
Se reclamaba la cifra de 51.000.000 de pesetas. La STS confirma las sentencias de la AP y del
Juzgado por las que se condenaba a la Junta de Compensación (por poco más de un millón de
pesetas) y se rechazaba la demanda contra los propietarios, afirmando que la demanda solo ha
de dirigirse contra la primera entidad. Se trataba, igualmente, de una reclamación de una
constructora previa realización de unas obras que le contrató la Junta de Compensación, razón
en la que se apoyan los órganos jurisdiccionales para centrar la acción en dicha entidad
únicamente. Más allá, la SAP 453/2009, de 13 de octubre de 2009 rechaza Asimismo, una
demanda planteada contra un propietario sin haber demandado a la Junta de Compensación.
11
12
13
J. M. BUSTO LAGO Y F. PEÑA LÓPEZ, «La afección real de las parcelas de resultado de un proceso de
urbanización al pago de los costes de este: naturaleza jurídica de la afección y calificación del
crédito de la urbanización en el caso de concurso del propietario», Revista Aranzadi Doctrinal ,
3, 2010, págs. 1-17; véase también J. GONZÁLEZ PÉREZ, Comentarios a la Ley del Suelo (Texto
Refundido de 1992), vol. II, Madrid, 1993 (6.ª ed.).
14
Esta STS confirma, pues, el fallo de instancia: «Condenando de forma subsidiaria con respecto a
la demandada principal (la Agrupación), pero solidaria respecto de todos los socios de la
Agrupación demandada y por la cantidad de ocho millones ciento cuarenta y tres mil
cuatrocientas veintiuna pesetas, más los intereses legales desde la fecha de los respectivos
pagarés, a las demandadas Aragón...».
En esta línea, la STSJ de Murcia 20527/2008 de 29 de mayo de 2008 también deriva, en una
deuda tributaria, por la vía de la responsabilidad subsidiaria, la deuda de una Agrupación de
Interés económico, a un socio de la misma conforme a lo dispuesto en el artículo 5 de la Ley
12/1991, de 29 de abril, de Agrupación de Interés Económico por el que los socios de la
Agrupación de Interés Económico responderán personal y subsidiariamente entre sí por las
deudas de aquella (igualmente del mismo TSJ, Sala de lo contencioso-administrativo, sentencia
672/2010, de 9 de julio de 2010).
15
En esta línea la STS (civil) 72/2017, de 8 de febrero de 2017, llega a entender que las posibles
reclamaciones contra los propietarios miembros de la Agrupación han de proceder instándose
la vía de apremio por parte del Ayuntamiento, ya que en las relaciones contractuales entre el
acreedor y la Agrupación no se contempló que los integrantes de la agrupación quedaran
obligados subsidiariamente con ella.
16
En esta sentencia de 18 de febrero de 2015 por cierto se declara conforme a Derecho un acto por
el que una gerencia urbanística de un ayuntamiento, ante incumplimiento de la ejecución de las
obras por una junta de compensación, procedía a repercutir directamente contra los miembros
de la Junta de Compensación.
17
Es interesante poner de manifiesto cómo un supuesto similar se enjuicia por la jurisdicción civil
aun cuando afecta también a una Administración Pública, es decir, el juzgado por la SAP de
Cantabria de 28 de diciembre de 2000: la Administración encarga al demandado la confección
de un folleto de promoción turística, facilitándole los elementos que habría de contener y, entre
ellos, lo que por otra parte ha resultado probado, el plano en cuestión, centrando así la
polémica en la eliminación, dice que por parte del demandado, del «copyright» a su favor, el
cual, añade, se reemplazó por una inscripción donde se determina la autoría del plano por la
demandada. Según la Audiencia, no cabe concluir «la atribución de titularidad intelectual sobre
el mapa en cuestión a favor del demandado, sino más bien la expresión de quien confeccionó y
elaboró el folleto, resulta que, al no haber quedado acreditado ni la omisión del símbolo de
propiedad intelectual ni su atribución al demandado, no procede estimar la demanda, ni
tampoco la excepción de litisconsorcio pasivo necesario por cuanto la relación jurídica procesal
entablada en estos autos responde a un determinado actuar del demandado, siendo por tanto
ajena a la que pudiera mediar entre el actor y el Ayuntamiento o CIT de S.». De acuerdo con el
art. 896 de la LEC procede imponer las costas del recurso al apelante.
18
19
20
«En lo que atañe a la indemnización que se reclama en la demanda se indica que tiene el actor
derecho a una indemnización por la lesión antijurídica que se le ha producido por las partes
codemandadas de su derecho de propiedad intelectual sobre la citada obra, pues el artículo 138
del Texto Refundido de la Ley de Propiedad Intelectual (en la redacción aplicable tras la Ley
5/1998), dispone que: «El titular de los derechos reconocidos en esta Ley, sin perjuicio de otras
acciones que le correspondan, podrá instar el cese de la actividad ilícita del infractor y exigir la
indemnización de los daños materiales y morales causados, en los términos previstos en los
artículos 139 y 140». Y el artículo 140 dispone que: «El perjudicado podrá optar, como
indemnización, entre el beneficio que hubiere obtenido presumiblemente, de no mediar la
utilización ilícita, o la remuneración que hubiera percibido de haber autorizado la explotación.
En caso de daño moral procederá su indemnización, aún no probada la existencia de perjuicio
económico. Para su valoración se atenderá a las circunstancias de la infracción, gravedad de la
lesión y grado de difusión ilícita de la obra. La acción para reclamar los daños y perjuicios a que
se refiere este artículo prescribirá a los cinco años desde que el legitimado pudo ejercitarla».
Finalmente, esta sentencia STSJ de Castilla y León (Valladolid) de 17 de abril de 2008 entra a
valorar los daños concretos en aplicación de los criterios de la propia LPI».
21
Se añade: «Es más, con anterioridad al contrato de cesión de derechos, tantas veces citado, entre
el Cabildo y el Sr. Gonzalo, el Ayuntamiento recurrente ya venía utilizando el mapa cuya
propiedad intelectual correspondía al recurrido y así le venía siendo manifestado por éste y
reclamado al respecto. Baste citar el Acta notarial de 15 de noviembre del 2000, (folio 26 y
siguientes del Procedimiento), en cuanto a la reproducción en la página WEB del Ayuntamiento
del reiterado mapa. El Ayuntamiento, antes y después del contrato, ha venido llevando a cabo la
actividad por la que se le reclama la responsabilidad patrimonial con independencia del
contrato, no sujetándose a la cláusula en su beneficio otorgada. Debe, pues, rechazarse esta
excepción procesal efectuada, con independencia de las reclamaciones que pudiera entenderse
procediesen entre ambos Entes Locales, fuera de los cauces de este proceso, de considerarse
oportuno».
22
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24
Junto a la jurisdicción civil también la jurisdicción social puede ser pertinente para conocer del
asunto de propiedad intelectual, siendo resueltas las cuestiones de propiedad intelectual que
puedan suscitarse por los Juzgados de lo social con argumentos no del todo distantes respecto
de aquellos que emplea el orden contencioso-administrativo que acabamos de exponer. Puede
servir de ejemplo la sentencia del Juzgado de lo social n.º 2 de Barcelona de 7 de mayo de 2007
(n.º autos 444/2006) cuando además se basa en otra sentencia de la misma jurisdicción social
(STS de 12 de febrero de 1985) en la misma línea de rechazar la excepción de inadmisión
opuesta por la parte demandada por entender que esta materia debe ser enjuiciada por un
Juzgado mercantil. Y ello, como puede fácilmente adivinarse, cuando el asunto se relaciona
directamente con un contrato laboral entre las partes. Por otra parte, «el artículo 51 de la propia
LPI se refiere a la competencia de esta jurisdicción pues para el caso de la cesión de los
derechos de explotación del trabajador asalariado debe estarse al contrato de trabajo, siendo el
único competente este orden para el análisis de los contratos laborales». «Por todo ello el orden
jurisdiccional social es competente para el conocimiento de todas las pretensiones formuladas
por la actora derivadas de la propiedad intelectual vinculadas a su relación laboral con TVE».
De este modo, la sentencia llega a la conclusión de que «en cuanto a los derechos de explotación
al hallarnos ante un trabajador asalariado la norma de aplicación es el art. 51 LPI, y no las
disposiciones específicas del Libro I (arts. 86 y ss. LPI)». La consecuencia es entender que la
transmisión al empresario de los derechos de explotación de la obra creada en virtud de una
relación laboral se regirá por lo pactado en el contrato, debiendo éste realizarse por escrito. Y si
no hay pacto escrito se presume que los derechos de explotación han sido cedidos en exclusiva.
En este contexto laboral se realiza el enjuiciamiento, lo que no impide que el Juzgado de lo
social entre a valorar si se vulneran los derechos de autor de la demandante (respecto de la
autoría moral del proyecto definitivo del programa «Los Lunnis»), estimando esta pretensión y
también la basada en el reconocimiento de los derechos de explotación.
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26
27
«La cuestión sometida a la decisión de esta Sala por medio del recurso de apelación interpuesto
por la representación procesal de la Sociedad General de Autores y Editores ha sido ya resuelta
por los recientes autos de 23 y 28 julio 2003, por los que se confirmó el criterio del Juzgado de
Primera Instancia sobre la incompetencia del orden jurisdiccional civil para conocer de las
pretensiones formuladas por aquella entidad en reclamación de la correspondiente
indemnización por los actos no autorizados de comunicación pública de su repertorio al
amparo de los arts. 138 y 140 de la vigente Ley de Propiedad Intelectual (en los que se prevé
expresamente que el perjudicado por los actos de utilización ilícita del repertorio objeto de
propiedad intelectual podrá reclamar como indemnización de daños materiales y morales “la
remuneración que hubiera percibido de haber autorizado la explotación”)».
28
Se añade seguidamente: «En este mismo sentido debe señalarse que, del tenor literal del art. 1.1
de la vigente Ley reguladora de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa (que atribuye a los
Juzgados y Tribunales de este orden jurisdiccional competencia para conocer de “las
pretensiones que se deduzcan en relación con la actuación de las Administraciones públicas
sujetas al Derecho Administrativo”) se desprende que la competencia de los órganos de este
orden jurisdiccional se extiende a todas las pretensiones que se planteen en relación con la
actividad –y no sólo los actos administrativos expresos– de la Administración Pública de
cualquier clase, siempre que ésta esté sujeta al Derecho Administrativo, ya que la razón
justificativa de este orden jurisdiccional radica en “asegurar, en beneficio de los interesados y
del interés general, el exacto sometimiento de la Administración al derecho en todas las
actuaciones que realiza en su condición de poder público y en uso de las prerrogativas que
como tal le corresponde”, según se señala expresamente en la exposición de motivos de la
propia Ley».
29
De ahí que, finalmente, el órgano jurisdiccional civil termine declarando la competencia de los
tribunales del orden contencioso-administrativo pese a la incidencia de la propiedad
intelectual: «En el presente caso la competencia de los tribunales del orden Contencioso-
Administrativo deriva claramente de las previsiones de las normas sobre Régimen Jurídico de
las Administraciones Públicas y del art. 2 e) de la Ley reguladora de la Jurisdicción Contencioso-
Administrativa, porque nos hallamos ante un supuesto de responsabilidad patrimonial de una
administración pública (el Ayuntamiento de la localidad de...) derivada de la realización sin la
correspondiente autorización de actos de comunicación pública de obras musicales
comprendidas en el repertorio de la Sociedad General de Autores y Editores que fueron
efectuados durante la celebración de las fiestas patronales de la citada localidad durante los
años 1994 a 2000».
30
31
Los derechos de propiedad intelectual, que corresponden a los autores, los artistas intérpretes o
ejecutantes, los productores fonográficos o audiovisuales y otros titulares, se caracterizan por
su independencia y compatibilidad. La compatibilidad permite que sobre un soporte (cd o
cassette) que contiene por ejemplo, una grabación exclusivamente sonora (fonograma),
coexistan o converjan los derechos de explotación reconocidos por la LPI a distintos titulares,
así encontramos los derechos del autor de la letra y la música, del intérprete vocalista o
ejecutante de los instrumentos musicales y los del productor de la grabación que es aquel bajo
cuya iniciativa y responsabilidad se lleva a cabo la grabación. Esta variedad de titulares de
derechos presentes en determinadas explotaciones de obras y prestaciones protegidas
(canciones, film, etc.) contenidas en un soporte determinado (cd, DVD), se traduce en la
intervención de las respectivas entidades de gestión que tienen encomendadas la gestión de los
derechos de explotación.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo V. Delimitación entre la Jurisdicción Contencioso-Administrativa y la
Jurisdicción Social (artículo 3 de la LJCA)
Capítulo V
Sumario:
En principio, el largo listado del artículo 2 de la Ley 36/2011 atribuye una serie de
materias en favor de la jurisdicción social, bastante más amplio que el recogido en el
antiguo artículo 2 del TRLPL, cuya reproducción resultaría aquí ociosa. En definitiva, la
Ley 36/2011 (en este artículo 2) viene a concretar el artículo 9.5 de la LOPJ, que
atribuye en general a la jurisdicción social el conocimiento de las pretensiones que se
promuevan dentro de la rama social del Derecho, tanto en conflictos individuales como
colectivos, así como las reclamaciones en materia de Seguridad Social o contra el Estado
o cuando le atribuya responsabilidad la legislación laboral.
Pero la atribución legal del artículo 2 de la LPL debe entenderse, en primer lugar,
junto al artículo 1 de la LPL, en virtud del cual la jurisdicción social conoce de las
pretensiones que se promuevan dentro de la «rama social del Derecho», incluyendo las
impugnaciones de las actuaciones de las Administraciones públicas realizadas en el
ejercicio de sus potestades y funciones sobre las materias laborales y de Seguridad
Social.
c) De la tutela de los derechos de libertad sindical y del derecho de huelga relativa a los
funcionarios públicos, personal estatutario de los servicios de salud y al personal a que se
refiere la letra a) del apartado 3 del artículo 1 del Texto Refundido de la Ley del Estatuto
de los Trabajadores 2).
e) De los pactos o acuerdos concertados por las Administraciones públicas con arreglo a lo
previsto en la Ley 7/2007, de 12 de abril , del Estatuto Básico del Empleado Público,
que sean de aplicación al personal funcionario o estatutario de los servicios de salud, ya sea
de manera exclusiva o conjunta con el personal laboral; y sobre la composición de las Mesas
de negociación sobre las condiciones de trabajo comunes al personal de relación
administrativa y laboral 3).
Puede partirse de que la jurisdicción social conoce de las materias y asuntos que le han
sido expresamente atribuidos ( artículo 2 de la Ley 36/2011 reguladora de la
jurisdicción laboral). La jurisdicción contencioso-administrativa confirma la
competencia de la jurisdicción social en estos casos. Sirve de ejemplo el ATS de 31 de
mayo de 1996, declarando que la jurisdicción social ha de entender de los litigios
suscitados entre los particulares y los órganos de la Seguridad Social sobre existencia,
contenido y alcance de las prestaciones de la Seguridad Social. Esto es así porque los
artículos 2.o), q) y s) de la Ley 36/2011 atribuyen estos litigios a la jurisdicción social,
salvo en lo referente a la gestión recaudatoria (Auto de la Sala Especial de Conflictos de
2 de junio de 1991), o salvo, también, lo concerniente a la Seguridad Social de los
funcionarios (artículo 14.1 del Real Decreto 670/1987, de 30 de abril de 1987, por el que
se aprueba el Texto Refundido de la Ley de Clases Pasivas del Estado).
Otra remisión a favor del orden social al margen de la Ley reguladora de la jurisdicción
social se encuentra en el artículo 79 de la Ley 13/1996, de 30 de diciembre, de
medidas fiscales, administrativas y del orden social, que da una nueva redacción al
segundo párrafo del artículo 233 del Texto Refundido de la Ley General de la Seguridad
Social de 1994, atribuyendo a la jurisdicción social, en primer lugar, las cuestiones
relativas a la exigencia de devolución de las prestaciones indebidamente percibidas y al
reintegro de las prestaciones de cuyo pago sea directamente responsable el empresario,
a excepción de las actuaciones en materia de gestión recaudatoria, cuyo conocimiento
se atribuye a la jurisdicción contencioso-administrativa. En segundo lugar, las relativas
al abono de la prestación por desempleo en su modalidad de pago único. En tercer
lugar, las relativas a la imposición de sanciones a los trabajadores por infracciones leves
y graves, conforme a lo establecido en el artículo 46.1 y 4 de la Ley 8/1988, de 7 de abril,
de Infracciones y Sanciones en el Orden Social.
En este sentido, el Tribunal Supremo (ATS de 8 de marzo de 1996) recogió y citó esta
jurisprudencia constitucional para afirmar que el acuerdo sobre el justiprecio que
adopte el Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA) y prevenido en el artículo
114 del Texto refundido de la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario de 1973 es un acto
de una Administración Pública sujeto al Derecho administrativo. «De ahí que la
competencia para conocer del mismo corresponda a la jurisdicción contencioso-
administrativa (...)».
Apoyos para esta última afirmación no faltan en la jurisprudencia. Una sentencia del
Tribunal Supremo, de fecha 9 de mayo de 1996 aplica el criterio de la «rama social del
Derecho» con el fin de observar si una de las materias relacionadas en el listado del
artículo 2 pertenecen a la «rama social del Derecho» (Derecho del Trabajo y Seguridad
Social) y poder en consecuencia afirmar que la jurisdicción social (y no la jurisdicción
contencioso-administrativa) ha de conocer del asunto.
De esta forma, si «la pretensión versa sobre convenios colectivos –caso referido a la
jurisdicción social en virtud del (entonces vigente) artículo 2.m) de la LPL–» pero «no
se fundamenta en normas de la rama social del Derecho», «no es incluible ni en el
apartado 1 de la LPL, ni en el apartado 5 del artículo 9 de la LOPJ».
Consecuentemente:
«La interpretación lógica y sistemática del artículo 2.m) de la LPL supone que en él debe
considerarse implícito el elemento de que la impugnación lo sea por vulneración de la rama
social del Derecho» (en este mismo sentido, STS de 29 de mayo de 1998).
Pero la jurisprudencia no limita el alcance del artículo 1 de la Ley 36/2011 a este tipo
de situaciones. Más bien, aquél sirve en general para dilucidar si el asunto es propio de
la jurisdicción social o es propio de la jurisdicción contencioso-administrativa, como por
ejemplo, ocurre en materia de declaración de peligrosidad, penosidad y toxicidad de
puestos de trabajo, basándose el ATS de 16 de julio de 1993, y los demás autos, en el
criterio de la «rama social del Derecho» a efectos de atribuir estos asuntos a la
jurisdicción social.
En la línea que aquí se considera más acertada, una STS de 5 de octubre de 1995
(ponente Ángel Rodríguez García) afirma que «la expresión legal rama social del
Derecho, que sirve al propósito de deslindar la materia atribuida a los Jueces y
Tribunales del orden social de la propia de los órganos jurisdiccionales del orden civil (
artículo 9.2 de la LOPJ) llamados también como es notorio a resolver conflictos
jurídicos entre sujetos privados, no responde en cambio al deseo de establecer una línea
divisoria con la jurisdicción contencioso-administrativa , como lo demuestra el mismo
texto del artículo 9.5 de la LOPJ al hacer expresa mención de las cuestiones
administrativas (reclamaciones en materia de Seguridad Social o contra el Estado
cuando le atribuya responsabilidad la legislación laboral) específicamente atribuidas al
conocimiento de los órganos jurisdiccionales del orden social».
Sin embargo, esta solución por la que abogamos no ha sido por la que ha optado el
legislador con ocasión de la nueva Ley reguladora de la jurisdicción social de 2011, sino
que ha preferido mantenerse en la línea del anterior Texto Refundido de la Ley de
procedimiento Laboral de 1995.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
FOOTNOTES
1
Esta previsión ya estaba contenida en el TRLPL de 1995, pero sin comprender en su tenor literal
al personal estatutario de los servicios de salud (al cual se menciona ya expresamente en la
nueva Ley reguladora de la jurisdicción social), y había sido previamente determinado por la
jurisprudencia (STS de 5 de octubre de 1995, y los votos particulares allí reproducidos; ATS de
20 de mayo de 1995; STS 10 de enero de 1996; STSJ Castilla y León, Burgos, n.º 644/2005, Sala de
lo Social, Sección 1.ª, de 28 septiembre, declarando la incompetencia de la Jurisdicción Social en
materia de personal estatutario de los Servicios Públicos de Salud al ser una relación
funcionarial de naturaleza administrativa).
Sin embargo, conocerán los órganos de la jurisdicción social cuando se trate de la impugnación
de convenios colectivos, laudos arbitrales de naturaleza social y acuerdos concertados por las
Administraciones públicas cuando sean de aplicación exclusiva al personal laboral, en virtud
del artículo 2, h) de la Ley 36/2011.
Es significativo el «esfuerzo» del Legislador por resolver este tipo de problemas en materia de la
responsabilidad administrativa en caso de daños causados por el personal médico de los
servicios de Salud, procediendo a unificar fueros, como venía solicitando la doctrina científica
(E. DESDENTADO DAROCA, RAP, 136, 1995; C. ASÚA, RVAP, 20, 1988; L. MARTÍN-RETORTILLO BAQUER, RAP, 42,
1963; J. PEMÁN GAVÍN, DA, 237/238, 1994, etc.), dado que venía conociendo de estos asuntos el
orden civil, el penal, el social y el contencioso-administrativo con la consiguiente disparidad de
criterios. Este apartado del artículo 3 de la nueva Ley de la jurisdicción laboral no viene sino a
recoger el tenor literal del artículo 2.e) de la LJCA de 13 de julio de 1998 y de la Disposición
Adicional duodécima de la LRJAP-PAC 30/1992, tras la reforma llevada a cabo por la Ley 4/1999,
de modificación de la Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del
Procedimiento Administrativo Común, atribuyendo la revisión jurisdiccional de estos supuestos
de responsabilidad patrimonial al orden contencioso-administrativo.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo VI. Jurisdicción Contencioso-Administrativa y Tribunal de Cuentas (artículo 3
de la LJCA
Capítulo VI
Jurisdicción Contencioso-Administrativa y
Tribunal de Cuentas (artículo 3 de la LJCA
Sumario:
Además, es preciso explicar con sencillez este tipo de control que se caracteriza por una
especial complejidad.
Junto a la Ley Orgánica 2/1982, del Tribunal de Cuentas es preciso tener muy en cuenta
la Ley 7/1988, de 5 de abril, de Funcionamiento del Tribunal de Cuentas, así como las
resoluciones numerosas dictadas por el citado Tribunal.
De este modo, las acciones públicas (como acciones que permiten a los particulares la
introducción de procedimientos ante el Tribunal de Cuentas) se enfrentan con el
problema de que, o bien no proceden como medio de revisión de cualquier tipo de
responsabilidad contable (ya que este juicio contable, general, presupone una
fiscalización), o bien no procederán si no consiguen incardinarse (pese a su amplitud)
en el concepto de «alcance».
Así pues, el supuesto planteado por la iniciativa privada (o acción pública), o bien entra
dentro del (amplio) concepto de alcance, o no permite ser incardinado en los
procedimientos de responsabilidad contable. Y se observa una voluntad del Tribunal de
Cuentas tendente a favorecer la tramitación de procedimientos de alcance, que le
permiten una revisión jurisdiccional de los casos planteados y la posible depuración de
responsabilidades más allá de la vinculación del caso a un procedimiento previo
fiscalizador. Vendría a ser ésta la forma por la cual el Tribunal ha podido extender su
jurisdicción a efectos prácticos.
La Ley 7/1988 definió, por primera vez en nuestro Ordenamiento jurídico, el concepto
de alcance en su art. 72.1, y lo hizo de una manera tan amplia que la experiencia nos ha
demostrado que la mayoría –por no decir, todas– de las contravenciones descritas en la
Ley General Presupuestaria como posibles supuestos de responsabilidad contable
distintos del alcance, caben en el concepto del art. 72.1, cuando producen un resultado
dañoso, real y efectivo en los caudales públicos, con la consecuencia añadida de que el
procedimiento de reintegro por alcance viene siendo el cauce procesal adecuado –
prácticamente el único– para dilucidar la mayoría de los supuestos de responsabilidad
contable, cualquiera que sea la causa de su hallazgo, quedando reducido el juicio de
cuentas para aquellos supuestos de responsabilidad contable que, aun cuando pudieran
encerrarse en el concepto del art. 72.1 de la LFTCu, han sido detectados como
consecuencia de un procedimiento de fiscalización 1).
Encaja así, dentro del «alcance», el concepto de pagos indebidos en cuanto supone una
salida material de fondos públicos sin causa y, por tanto, carentes de justificación.
Es lo mismo que han hecho históricamente otros tribunales (así, por ejemplo, el
Tribunal de Justicia de Luxemburgo en cuanto a la interpretación de «satisfacción de
interés general» al ser el concepto normativo que le permite extender su control sobre
más adjudicaciones contractuales).
Para que una acción sea constitutiva de responsabilidad contable, deben concurrir los
siguientes requisitos: a) que se trate de una acción u omisión atribuible a una persona
que tenga a su cargo el manejo de caudales o efectos públicos; b) que la acción u omisión
se desprenda de las cuentas que deban rendir quienes recauden, intervengan,
administren, custodien o manejen caudales o efectos públicos; c) que la mencionada
acción u omisión suponga una vulneración de la normativa presupuestaria y contable;
d) que el menoscabo sea individualizado y que se produzca mediante dolo, culpa o
negligencia grave; y e) que exista una relación de causalidad entre la acción u omisión y
el daño producido en los efectos públicos (Véase el ANEXO.6).
Generalmente, las sentencias del Tribunal de Cuentas se limitan a observar si los gastos
están justificados en virtud de la normativa aplicable. Se trata de un juicio formal y
contable. Sobre este particular es comprensible que el citado Tribunal exija una
actuación con el rigor debido en cuanto a la justificación de las dietas o
indemnizaciones en el ámbito de la Administración. Es ésta una forma de contribuir a
sanear la vida pública. Y se observa una (positiva en principio) evolución a favor de la
extensión de su control.
Es cierto que constan testimonios en las resoluciones del Tribunal de Cuentas que se han
hecho eco en algún caso de esta doctrina, lo cual, en el fondo, no redunda sino en una
mayor confusión en el caso concreto, máxime cuando sobre un mismo supuesto
material pueden llegar a conocer en primera instancia el Tribunal de Cuentas o dicha
jurisdicción. Seguramente, el aumento de la casuística llevará consigo una solución a
estos problemas.
ANEXO
En este Auto, aunque finalmente se accede a que debe admitirse la acción pública en
cuanto a la necesidad de que se investiguen las posibles responsabilidades lejos de la
inadmisión practicada, no se considera sin embargo de recibo la pretensión de que el
procedimiento tenga que ser necesariamente el de juicio de cuentas en vez del de
alcance. Lo interesante es observar la concurrencia de distintos presupuestos en uno y
otro caso, en la línea de las afirmaciones que antes hacíamos:
«CUARTO. Que la primera cuestión que debe ser resuelta es la que se refiere a la vulneración de
la tutela judicial efectiva que denuncia el apelante con base en haberse aplicado a los hechos
objeto de la acción las previsiones legales para el alcance de fondos públicos en lugar de la
normativa propia del juicio de cuentas, que es la que considera debería haberse tenido en cuenta
al tratarse de un supuesto de pagos indebidos .
La Ley Orgánica del Tribunal de Cuentas, de 12 de mayo de 1982, distingue dos procedimientos
para la exigencia de responsabilidades contables, a saber, el juicio de cuentas y el procedimiento
de reintegro por alcance. En desarrollo de dicha Ley, la Ley de Funcionamiento de 5 de abril de
1988 destina el juicio de cuentas a la determinación de la responsabilidad contable en que
hubiera podido incurrirse a consecuencia de ilícitos contables distintos del alcance, en tanto que
reserva el procedimiento de reintegro por alcance para dilucidar dicha clase de responsabilidad
cuando la pretensión se sustenta en un supuesto de alcance, entendido éste en los términos
previstos en el artículo 72.1 de la mencionada Ley 7/1988, esto es, saldo deudor injustificado de
una cuenta o, en términos generales, la ausencia de numerario o de justificación en las cuentas
que deban rendirse .
El juicio de cuentas tal como se regula en los artículos 68 y ss. de la Ley de 5 de abril de 1988
tiene como antecedente necesario la existencia de un procedimiento fiscalizador que permita la
formación de la pieza separada prevista en el artículo 45 del mismo cuerpo legal, trámite
legalmente requerido para la incoación de cualquier juicio de cuentas.
«OCTAVO. La parte apelante alega su disconformidad con el tipo de proceso seguido en estas
actuaciones, ya que en todo momento instó el juicio de cuentas y no el procedimiento de
reintegro por alcance , por lo que, aparte de mencionar en su recurso la posible nulidad de
actuaciones, llega a concluir que el fallo estaba predeterminado al no poder condenar el
Consejero de instancia a los demandados por pagos indebidos en un procedimiento de
reintegro por alcance.
Como ha reiterado en numerosas ocasiones esta Sala de Justicia (entre otras, en el Auto de 4 de
febrero de 2004) los procesos de responsabilidad contable se inician a través de las actuaciones
previas reguladas en el Capítulo XI de la Ley de Funcionamiento del Tribunal de Cuentas .
El artículo 68.1 de la Ley de Funcionamiento establece otro mecanismo para el inicio del juicio
de cuentas, la existencia de un expediente administrativo declarativo de responsabilidad
contable que pudiera ser avocado conforme al art. 41 de la Ley Orgánica 2/1982, del Tribunal de
Cuentas , pero no establece, aparte de la pieza separada, otras actuaciones previas que
puedan fundamentar el inicio del juicio de cuentas, por lo que tiene plenamente sentido que
cuando tenga lugar el ejercicio de la Acción Pública , el Consejero de Cuentas de la Sección de
Enjuiciamiento a quien por turno hubiera correspondido, acordará, en su caso, recabar del
Departamento que hubiere efectuado el examen y comprobación de las cuentas, o que
hubiere tramitado el oportuno procedimiento fiscalizador, la formación de la pieza separada.
Esto determina, en todo caso, que el juicio de cuentas, pueda ser incoado, si previamente ha
sido acordada la formación de pieza separada o ha existido una avocación del expediente
administrativo de responsabilidad contable.
La formación de la pieza separada es, por otro lado, una decisión del Consejero del
Departamento de Fiscalización, bien de oficio o a instancia del Ministerio Fiscal o del Letrado
del Estado, revisable en vía jurisdiccional, pero siempre conectada a la comprobación de
cuentas o a los procedimientos fiscalizadores.
En este Auto de 21 de julio de 2008 se llega a exigir no sólo la debida vinculación del
juicio de cuentas a un procedimiento previo de fiscalización, sino también que
dicho procedimiento haya finalizado.
«CUARTO. Expuestas de este modo las pretensiones de las partes, la cuestión a resolver por
esta Sala se centra, fundamentalmente, en decidir si es acorde al Ordenamiento jurídico la
formación de la pieza separada a que se refiere el art. 45 de la LFTCu, cualquiera que haya
sido el resultado del procedimiento fiscalizador del que trae causa, por cuanto lo
determinante no es la terminación del procedimiento mediante la aprobación del Informe de
Fiscalización, como defiende la parte recurrente y la Abogacía del Estado, sino que tan sólo se
precisa terminar su tramitación, siendo indiferente el acuerdo aprobatorio del Pleno del
correspondiente Informe; tesis ésta seguida por la resolución recurrida y por el Ministerio
Fiscal (...).
QUINTO. (...) Es preciso analizar la configuración que el legislador de 1988 hizo de los
procedimientos jurisdiccionales del Tribunal, en relación con la función suprema que el
art. 136 de la Constitución Española atribuye a nuestra Institución. En este sentido, la
legislación histórica del Tribunal (véase, al respecto, tanto la Ley del Tribunal de Cuentas de la
República de 29 de junio de 1934 y su Reglamento de 16 de julio de 1935, como la de 3 de
diciembre de 1953, modificada por Ley 89/1961, recogiendo ambas la tradición histórica patria
en la materia) siempre distinguió entre los alcances descubiertos al margen del proceso de
rendición y examen de las cuentas y los detectados en el curso del procedimiento de examen y
censura de las mismas, reservando, en el primer caso, el entonces llamado “expediente de
alcance y reintegro” para dilucidar las responsabilidades surgidas por tal motivo y, en el
segundo, el “juicio de cuentas” para determinar las que pudieran derivarse por el mismo
motivo, pero hallados en el procedimiento de fiscalización de entonces.
Por su parte, la Ley General Presupuestaria de 4 de enero de 1977 (arts. 140 a 146), respetó la
competencia del Tribunal en relación con los alcances , pero atribuyó a la Administración
Pública –en particular, al Consejo de Ministros y al Ministerio de Hacienda–, la competencia
para incoar y decidir los expedientes administrativos mediante los cuales se declaraban las
responsabilidades derivadas de infracciones de la propia Ley General Presupuestaria que
pudieran causar perjuicios en los recursos del Tesoro Público, recogiendo, “ad exemplum” ,
una relación abierta de las mismas que no eran propiamente una tipificación de conductas,
sino tan solo una relación de contravenciones de la normativa presupuestaria que sólo serían
constitutivas de responsabilidad cuando dieran lugar al mencionado resultado dañoso a los
caudales y fondos públicos.
La Ley Orgánica 2/1982, dictada al amparo del art. 136 de la Constitución Española, otorgó
a este Tribunal una auténtica jurisdicción, además de la función suprema de control del gasto
público, y su art. 44 estableció la reserva de ley respecto de los procedimientos a los que
había de ajustar el Tribunal el ejercicio de las dos funciones atribuidas constitucionalmente.
En esta línea, la Ley 7/1988, de 5 de abril, de Funcionamiento del Tribunal de Cuentas,
manteniendo y aunando ambos criterios, respetó la competencia de la Administración
respecto de los supuestos de responsabilidades contables distintos del alcance, aunque, por
imperativo de la naturaleza jurisdiccional de la función de enjuiciamiento contable, atribuyó
al Tribunal la facultad de avocación de los mismos conforme al art. 41.1 de la Ley Orgánica
del Tribunal de Cuentas y la revisión jurisdiccional de tales resoluciones administrativas, en
caso de no hacer uso de dicha facultad, según el art. 41.2 de la propia Ley. Y, además, para dar
contenido a los dos procedimientos jurisdiccionales contenciosos que había citado pero no
explicado, la Ley Orgánica 2/1982, mantuvo el criterio histórico de considerar el procedimiento
de reintegro por alcance circunscrito a las responsabilidades contables derivadas del concepto
“alcance” y como dice el propio art. 46.1 de la LFTCu “tanto si su conocimiento procede del
examen y comprobación de cuentas, o de cualquier otro procedimiento fiscalizador, como si es
consecuencia de una gestión de aquéllos que hubiera tenido lugar al margen del proceso normal
de rendición de cuentas al Tribunal”, mientras que el juicio de cuentas quedó reservado para las
responsabilidades contables por supuestos distintos del alcance, pero, lo que es más importante,
siempre y cuando tales supuestos hubiesen sido detectados en el curso de un procedimiento de
fiscalización. Esta dualidad procedimental se ha mantenido hasta la actualidad y ha sido
confirmada por la vigente Ley 47/2003, de 26 de noviembre, General Presupuestaria, en sus arts.
176 a 182.
Por tanto, de acuerdo con el citado esquema, nuestro Tribunal tiene jurisdicción y competencia
para dilucidar responsabilidades contables derivadas de alcances, cualquiera que haya sido el
motivo y el momento de su detección, pero no ostenta, en principio, competencia para incoar
procedimientos de responsabilidad contable por supuestos distintos del alcance, salvo que los
mismos hayan sido descubiertos como consecuencia de un procedimiento de fiscalización .
Ahora bien, a la anterior conclusión resulta preciso añadir tres aspectos de la LFTCu
importantes a los efectos que aquí interesan: el primero, que la Ley 7/1988 definió, por
primera vez en nuestro Ordenamiento jurídico, el concepto de alcance en su art. 72.1, y lo hizo
de una manera tan amplia que la experiencia nos ha demostrado que la mayoría –por no decir,
todas– de las contravenciones descritas en la Ley General Presupuestaria como posibles
supuestos de responsabilidad contable distintos del alcance, caben en el concepto del art. 72.1,
cuando producen un resultado dañoso, real y efectivo en los caudales públicos, con la
consecuencia añadida de que el procedimiento de reintegro por alcance viene siendo el cauce
procesal adecuado –prácticamente el único– para dilucidar la mayoría de los supuestos de
responsabilidad contable, cualquiera que sea la causa de su hallazgo, quedando reducido el
juicio de cuentas para aquellos supuestos de responsabilidad contable que, aun cuando
pudieran encerrarse en el concepto del art. 72.1 de la LFTCu, han sido detectados como
consecuencia de un procedimiento de fiscalización.
El segundo aspecto a destacar es que la Ley de Funcionamiento, obligada sin duda por las
menciones que la Ley Orgánica contiene a las “actuaciones instructoras”, configuró ambos
procedimientos jurisdiccionales precedidos de sendas “actuaciones previas” de naturaleza no
jurisdiccional, facilitadoras y preparatorias del ulterior proceso .
Así, en el caso del procedimiento de reintegro por alcance, los arts. 46 y 47 recogen una serie
de diligencias tasadas tendentes a la averiguación, constatación y fijación del descubierto y
de los responsables contables, así como de embargo y aseguramiento de los caudales públicos
perjudicados, a cargo de un Delegado Instructor, mientras que en el juicio de cuentas, el art.
45 regula una llamada “pieza separada” –expresión harto significativa desde el punto de vista
procesal– que se desgaja de un procedimiento fiscalizador, por acuerdo del Consejero titular
del Departamento competente de la Sección de Fiscalización, con la finalidad de concretar los
hechos, los responsables presuntos y el importe de los perjuicios ocasionados, mediante el
acopio de “los antecedentes del procedimiento fiscalizador y cuantos soliciten el Ministerio
Fiscal, el Abogado del Estado y el presunto responsable”. Sin embargo, no es ésta una fase
previa que hubiera de tener por finalidad acreditar los hechos de responsabilidad contable,
ni tampoco la de buscar soportes probatorios de las pretensiones de las partes, al margen de
los que pudieran obrar en el procedimiento de fiscalización, sino tan sólo, como indica la Ley,
la de concretar unos hechos de responsabilidad contable en los que puedan apoyarse las
pretensiones de las partes, cuya prueba habrá de desarrollarse necesariamente en el
momento procesal oportuno –período probatorio abierto en la fase jurisdiccional– y ante el
órgano jurisdiccional competente que no será sino el Consejero de la Sección de
Enjuiciamiento que por turno corresponda [ arts. 25.a) de la LO 2/1982; 11.1, 14, 53 y 68 y
siguientes de la Ley 7/1988] (ATCu 25 noviembre 1999).
Además, el art. 45 de la Ley de Funcionamiento, a diferencia del propio art. 47, no ha tasado
unas diligencias concretas que hayan de integrar la pieza separada, ni tampoco se ha
remitido a los trámites de procedimiento alguno para su cumplimentación, como hace sin
embargo dicha Ley en otras ocasiones, sino que el legislador de 1988, teniendo en cuenta el
mandato del art. 44 de la Ley Orgánica 2/1982 que sujetó a la reserva de la Ley de
Funcionamiento la actuación del Tribunal, reguló la pieza separada en el art. 45 con un
contenido –formal y material– y una finalidad expresamente determinadas que no requieren
labor alguna de integración jurídica, a menos que se pretenda ir más allá de lo establecido
por el legislador.
Resulta, así, como consecuencia lógica de cuanto queda destacado, que siendo la pieza soporte y
preparación del proceso jurisdiccional, “... su contenido y tramitación no pueden invadir las
actuaciones y el ámbito procesal reservado al proceso propiamente dicho y, por tanto, las
diligencias que se realicen han de limitarse y acomodarse de forma rigurosa a lo preceptuado y
previsto en el art. 45 de la Ley de Funcionamiento, suprimiéndose cualquier trámite que exceda
de la finalidad establecida en el mismo y de ahí, que, en esta sede, no pueda hablarse con
propiedad de una fase de alegaciones ni de una fase probatoria en la que se reciban las
actuaciones y la pieza separada a prueba y se practiquen las que los interesados propongan,
sino que habrá que entender que el Consejero de Cuentas de la Sección de Fiscalización cumple
el mandato del art. 45 de la Ley de Funcionamiento cuando practica las diligencias conducentes
a formar un rollo o pieza documental, en la que se contengan los antecedentes del
procedimiento fiscalizador adecuados a la finalidad de proporcionar información suficiente
relativa a los hechos, posibles responsables e importe total de los perjuicios ocasionados al
Tesoro público y que permitan iniciar el ejercicio de las acciones del resarcimiento o de
oposición del consiguiente juicio de cuentas” (ATCu de 25 de noviembre de 1999) .
La diferencia de contenido entre una y otra actuación previa, tiene su justificación en los
antecedentes que las preceden, pues las del art. 47 pueden tener como antecedente incluso
una mera y escueta denuncia de un particular que haga precisa la práctica de diferentes
diligencias de averiguación y de constatación de datos, cuyas conclusiones han de verterse,
necesariamente, en la llamada Acta de Liquidación Provisional con intervención de todos los
interesados. Sin embargo, en el caso de la pieza separada del art. 45, ésta se hace depender de
un procedimiento de fiscalización concluido, cuyos papeles de trabajo y las propias técnicas
de auditoría empleadas, vertidas en y avaladas por un Informe, aprobado por el único órgano
a quien compete ejercer la función fiscalizadora, suplen, desde luego, aquellas diligencias de
averiguación y constatación que se practican en las del art. 47.
Por todo ello, podemos ir concluyendo que nuestro Ordenamiento jurídico procesal atribuye la
competencia para exigir las responsabilidades contables derivadas de los supuestos distintos
del alcance al Tribunal de Cuentas, pero siempre y cuando éstos hayan sido detectados en un
procedimiento de fiscalización terminado, del que se desgaja la correspondiente pieza separada
para la finalidad ya citada, y como antecedente formal y necesario del correspondiente
procedimiento jurisdiccional de juicio de cuentas, lo que significa que a este último le precede la
pieza separada y a ésta el procedimiento de fiscalización concluido, siendo, desde el punto de
vista formal, necesario seguir respecto de aquellos casos que no quepan en el concepto amplio
de alcance del art. 72.1, las repetidas y necesarias fases procedimentales mencionadas incluida
la terminación, entre cuyos trámites, además de las preceptivas alegaciones, se encuentra y con
el carácter de definitivo, el acto aprobatorio del informe que es el que pone fin al procedimiento
fiscalizador. Y es que no debe olvidarse que, como tiene declarado el Tribunal Supremo en
Sentencia de 16 de julio de 1988, la actividad jurisdiccional de este Tribunal, en el ámbito de las
responsabilidades contables derivadas de hechos distintos del alcance, es instrumental de la
actividad fiscalizadora y constituye, como señala la Sentencia del Tribunal Supremo de 27 de
mayo de 1995, el antecedente del enjuiciamiento contable, de manera que, en un orden lógico,
cuando se halla iniciada la fiscalización debe adecuarse la segunda al resultado de la
fiscalización .
Por último, cabe señalar que este criterio ha sido avalado anteriormente por la Sala de
Justicia de este Tribunal de Cuentas, siendo aplicable igualmente cuando se trata de acciones
públicas en los que la pretensión es distinta del alcance. Así, en el Auto n.º 13/1999, de fecha
22 de diciembre ( vid. Hecho Segundo del referido Auto), se comprueba que el Departamento
de instancia admitió una acción pública sobre unos hechos en los que, en dicha fecha, se
estaba tramitando un procedimiento de fiscalización. Por ello en el Auto de admisión de la
acción pública se acordó “al mismo tiempo, en cumplimiento del artículo 56.2 de la Ley de 5
de abril de 1988, interesar del Departamento Financiero de la Sección de Fiscalización del
Tribunal de Cuentas, la formación de la pieza separada, una vez que fuera concluido el
procedimiento de fiscalización que se hallaba en curso”; el correspondiente Informe fue
aprobado por el Pleno el 29 de julio de 1998, acordándose la formación de la pieza separada
por la Consejera del Departamento fiscalizador el día 15 de octubre de ese mismo año.
SEXTO. El tantas veces citado artículo establece que el acuerdo de formación de la pieza
separada se dictará por el Consejero de Cuentas (se entiende que es el titular del
Departamento de la Sección de Fiscalización que ha tramitado el procedimiento de
fiscalización, ex art. 9 de la LFTCu, del que aquélla trae causa), de oficio o a instancia del
Ministerio Fiscal o Abogado del Estado “una vez concluido... los correspondientes
procedimientos de fiscalización, si aparecieren hechos que pudieran ser no constitutivos de
alcance de caudales o efectos públicos, en los términos definidos en la presente Ley, pero que
pudieran dar lugar a otro tipo de responsabilidades contables...”. En consecuencia, es el
vocablo “concluido” el que debe ser tenido en cuenta a la hora de identificar el momento en
que procede efectuar la apertura de la pieza separada. El Diccionario de la Lengua Española
de la Real Academia Española, en su primera acepción, define el verbo concluir como “acabar
o finalizar algo”. Por su parte, el verbo acabar es definido como “poner o dar fin a algo,
terminarlo, concluirlo”. Finalmente, el verbo terminar es considerado como un sinónimo de
“acabar”; y también como “poner término a algo”. Es decir, en sus primeras acepciones como
verbos transitivos, y con referencia a un ámbito temporal, los vocablos acabar, terminar y
concluir son sinónimos. En este sentido, podemos afirmar que la expresión “concluido” está
referida al cumplimiento de la fase reglada del procedimiento fiscalizador que la propia ley
regula en su art. 44 como “terminación”.
En efecto, según el propio art. 44, el procedimiento fiscalizador acaba con la aprobación del
resultado de la fiscalización y posterior remisión a las Cortes Generales y, en su caso, a las
Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas. Que la pieza separada, de la que ahora
tratamos, necesite, imperativamente, de la conclusión de un procedimiento fiscalizador previo,
viene también avalado por lo dispuesto en el artículo 56 de la LFTCu. Dicho artículo, al
regular el ejercicio de la acción pública a que se refiere el artículo 47.3 de la LOTCu,
especifica, precisamente, que, con carácter previo a la incoación del correspondiente
procedimiento jurisdiccional, el Consejero de Cuentas de la Sección de Enjuiciamiento a quien
por turno hubiera correspondido el conocimiento de dicha acción pública, deberá recabar, si ha
existido procedimiento fiscalizador, la formación de la pieza separada del artículo 45 de la
LFTCu .
No puede resultar indiferente que el Informe de fiscalización que recoge los resultados del
procedimiento de fiscalización sea o no aprobado, pues si no es objeto de aprobación, tal
proyecto no tiene validez jurídica propia y, habida cuenta las especialidades del
procedimiento de fiscalización en el que únicamente son objeto de trámites reglados los
relativos al programa, al establecimiento de las Directrices Técnicas y a la terminación, en el
que el proyecto de Informe es objeto de alegaciones y aprobación, tal y como hemos
explicado más arriba, su falta de aprobación deja el procedimiento falto de contenido, más
allá del programa, de las directrices técnicas, y de los “papeles de trabajo”, llevados a cabo
por el equipo auditor; pero, en todo caso, carente de la necesaria base documental que
implica un informe una vez que ha sido aprobado por el Pleno de nuestra Institución. Sólo
del informe así aprobado puede desgajarse la correspondiente pieza separada como soporte
necesario del ulterior proceso jurisdiccional. Es decir, sin Informe, Memoria, Moción o Nota,
no hay resultado del procedimiento de fiscalización, y si no existe resultado aprobado,
difícilmente podemos concluir que ha terminado el correspondiente procedimiento. Será
preciso, pues, puesto que subsisten las propias Directrices Técnicas y su inclusión en el
programa anual, que se presente al Órgano plenario un nuevo proyecto de informe, cuyo
anteproyecto haya sido sometido, nuevamente, a las preceptivas alegaciones, y sólo si éste es
objeto de aprobación, podrá servir de base para que puedan extraerse del mismo los
particulares que se tengan por conveniente en punto a la formación de la correspondiente
pieza separada. Si no es así, la única vía que nos permite el Ordenamiento jurídico para
dilucidar responsabilidades contables, no es otra que la que contemplan los arts. 46 y 47 de la
propia Ley, bien que referidos al alcance pero sin olvidar que el concepto contenido en el
propio art. 72.1 de la Ley es prácticamente omnicomprensivo de todos los supuestos de
responsabilidad contable. Esta es la idea que debía subyacer en las peticiones del Ministerio
Fiscal, tanto de 3 de octubre de 2006, cuando solicitó del Departamento 2.º de la Sección de
Fiscalización, en relación con la operación de venta que nos ocupa: “que se remita a la
Sección de Enjuiciamiento los antecedentes de los hechos descritos en el apartado II de este
escrito para que se inicien los procedimientos correspondientes para depurar las
responsabilidades contables que de los mismos pueden derivarse, conforme a lo dispuesto en
el artículo 46.1 de la Ley 7/1988”. Así como en su segundo Informe, de fecha 12 de enero
de 2007 en el que, sobre la misma cuestión, dijo lo siguiente: “... resultan indicios que, aun no
siendo constitutivos de alcance, pueden generar responsabilidad contable, debe acordarse la
formación de pieza separada para depurarla conforme a lo dispuesto por el artículo 47
LFTCu (sic)”.
Sin embargo, la pieza separada, como aquí ha sido formada, sin Informe de Fiscalización
aprobado, carece de su base que son las conclusiones de la fiscalización que, a su vez, se
soportan en los hechos relatados en el cuerpo del Informe y, por tanto, no existe la necesaria
base fáctica para realizar la imputación inicial de responsabilidad contable que la propia
pieza supone, sin que además sea posible –como dijimos más arriba citando, por todas, el
Auto de esta Sala de 25 de noviembre de 1999– practicar en la misma –y a diferencia de las
actuaciones previas del art. 47– las necesarias diligencias de averiguación y constatación de
los hechos y de los presuntos responsables, por lo que las garantías de defensa de los
supuestos inculpados se ven cercenadas al no existir concreción de los hechos susceptibles de
imputación, puesto que los mismos no constan en ningún documento formal –como sería el
Informe aprobado– que respalde los posibles hallazgos y demás valoraciones del equipo
auditor.
Y es que en opinión de esta Sala, como ya hemos anticipado, la solución procedimental que
hubiera procedido y procede en este caso para dilucidar las eventuales responsabilidades
contables que pudieran derivarse de la enajenación de la finca “El Rosalejo” era, y sigue
siendo, una vez conocidos los dictámenes del Ministerio Fiscal, de fechas 3 de octubre de 2006
y 12 de enero de 2007, respectivamente, en los que solicitó que los hechos fueran puestos en
conocimiento de la Sección de Enjuiciamiento para que ésta actuase en el ejercicio de sus
competencias, siguiendo las formalidades establecidas en los artículos 46 y 47 de la LFTCu,
que se hubiera cursado dicha petición; y es que, una vez que el Consejero Ponente conoció la
no aprobación por parte del Pleno del Proyecto de Informe que había sometido a la
consideración de dicho Órgano, tenía –como tiene ahora expedito– el camino para poner en
conocimiento de la Sección de Enjuiciamiento los hechos supuestamente motivadores de
responsabilidad contable por los trámites del correspondiente procedimiento de reintegro
por alcance, utilizando así un procedimiento absolutamente pacífico para la posible
sustanciación de dichas responsabilidades, habida cuenta el concepto amplio de alcance del
art. 72.1 de la propia Ley. Ha de señalarse, además, que esta Sala de Justicia ya manifestó
(ver, por todos, Autos 10 y 15/1994, de 21 de octubre y 15 de diciembre de 1994) que “la pieza
separada depende siempre de que se haya llevado a cabo una fiscalización respecto de los
hechos que se pretende sean objeto de la pieza. En cambio, las actuaciones previas al
procedimiento de reintegro por alcance pueden comenzarse, también, cuando se tiene
conocimiento de hechos constitutivos de alcance o malversación de fondos públicos a través
de actos distintos de procedimiento normal de rendición de cuentas”. Todo lo cual no hace
sino corroborar la tesis expuesta en este Fundamento Jurídico.
OCTAVO. Finalmente, tampoco puede servir de apoyo la invocación de la Sentencia del
Tribunal Supremo de fecha 27 de mayo de 1995 (folio 43 de la pieza principal) en la que el
Alto Tribunal afirmaba que, cuando el Consejero de Cuentas de Fiscalización efectúa la
apertura de una pieza separada, “dicho Consejero no estaba ejerciendo potestades
administrativas, sino la función jurisdiccional propia” (último párrafo del Fundamento
Jurídico Sexto de la meritada Sentencia).
Por todo lo anteriormente expuesto, entiende esta Sala que el acuerdo de formación de la
pieza separada, de 16 de mayo de 2007, no se ajustó al Ordenamiento jurídico, debiendo
declarar, en consecuencia, la nulidad de la misma, dentro de las competencias que nos
confiere el artículo 48.1 de la LFTCu, sin perjuicio, una vez más, de la iniciación de las
demás vías procesales aquí aludidas.
DÉCIMO. Por último, resta entender de los recursos innominados del artículo 48.1
referenciados con los números 44/2007, 45/2007 y 46/2007. Como ya se indicó en los Hechos
de la presente Resolución, esta Sala acordó, mediante Auto de 27 de febrero de 2008, la
acumulación de estos tres últimos recursos citados al referenciado con el n.º 38/2007 en el
que el recurrente, Sr. M., solicitaba la declaración de nulidad de la apertura de la pieza
separada, a lo que ha dedicado esta Sala los Fundamentos Jurídicos anteriores. Los recursos
que quedan por resolver, como también se ha indicado anteriormente, fueron acumulados
oídas las partes, tras la petición del Sr. M. en escrito de fecha 25 de enero de 2008.
Acumulación que fue también preconizada por la Abogacía del Estado y por el Ministerio
Fiscal en sendos escritos de 11 y 12 de febrero de 2008. En esencia, los últimos tres recursos
planteados por el Sr. M. y acumulados al referenciado con el n.º 38/2007, hacían referencia a
la denegación, por parte del Departamento 2.º de Fiscalización, de la incorporación de
determinados documentos a la pieza separada, solicitada por el presunto responsable al
amparo de lo dispuesto en el artículo 45.2 de la LFTCu. Como también se ha indicado en
Fundamentos Jurídicos anteriores de la presente resolución, tanto la Abogacía del Estado
como el Ministerio Fiscal, fueron efectuando un estudio pormenorizado de cada uno de
dichos documentos preconizando, para cada uno de ellos, la pertinencia, en algunos casos, y
la impertinencia, en otros, de acceder a lo solicitado por el Sr. M.
Pero, como indica acertadamente la representación del Estado en sus escritos de aceptación u
oposición a las peticiones del recurrente, la eventual resolución de dichos recursos tiene,
necesariamente, que quedar supeditada a lo que con carácter prioritario se hubiera decidido
por esta Sala sobre la pertinencia de la apertura de la pieza separada en el momento y en las
circunstancias en que se produjo. Pues bien, tras las argumentaciones efectuadas en los
Fundamentos Jurídicos Quinto a Noveno de la presente resolución, que han llevado a esta
Sala a concluir que la formación de la pieza separada no se ajustó a lo establecido por el
Ordenamiento jurídico no cabe sino dar por decaídos los tres recursos acumulados al
referenciado con el n.º 38/2007, que también se sustancian en la presente resolución; en
efecto, resultaría ocioso efectuar una valoración pormenorizada de la pertinencia de
incorporar a la pieza separada cada uno de los documentos concretos e individualizados que
fue solicitando el Sr. M., si previamente se ha declarado ya la impertinencia jurídica de la
apertura de la pieza separada. Lo que ha ocurrido en este caso, es una pérdida sobrevenida
del objeto de dichos recursos, por lo que, siguiendo la Jurisprudencia del Tribunal Supremo
(ver por todas, la Sentencia de dicho Tribunal de 22 de septiembre de 2003) no procede sino
la desestimación de todos ellos.
UNDÉCIMO. Dadas las especialidades que concurren en los presentes autos, no procede
formular declaración alguna sobre costas. En atención a lo expuesto, y vistos los preceptos
citados y los demás de pertinente y general aplicación, la Sala acuerda:
III. PARTE DISPOSITIVA. Primero. Estimar el recurso del artículo 48.1 de la Ley 7/1988, n.º
38/2007 interpuesto por DON JUAN ANTONIO M. P., en su propio nombre y derecho, contra la
resolución de 13 de septiembre de 2007, y decretar la nulidad de la pieza separada de la que
trae causa la anterior resolución.
Segundo. Desestimar por pérdida sobrevenida de su objeto, los recursos del artículo 48.1
de la Ley 7/1988, nos 44/2007, 45/2007 y 46/2007 interpuestos por DON JUAN ANTONIO M. P., en su
propio nombre y derecho, contra una resolución de 3 de octubre de 2007 y dos de 30 de
octubre de 2007, dictadas en el seno del desarrollo de la pieza separada de prueba expuesta
en el expositivo anterior. Sin costas».
En esta resolución se emitió un Voto particular de la Excma. Sra. D.ª Ana M.ª Pérez
Tórtola . En este voto particular se afirma que la incoación de una pieza separada del
art. 45 de la Ley 7/1988 puede resultar plenamente ajustada a derecho aunque haya sido
anterior a la aprobación del informe en el que se recogen los resultados de la
fiscalización realizada. Sigue señalando que ni la Ley Orgánica del Tribunal de Cuentas
ni la Ley de Funcionamiento del mismo ofrecen argumentos suficientes a favor del rigor
literal que supone conectar la conclusión de las fiscalizaciones con el acto concreto y
formal de aprobación del informe de las mismas.
Se señala en este voto particular que el requisito exigido en el art. 45 de la Ley 7/1988
para iniciar una pieza separada de haber concluido el oportuno procedimiento de
fiscalización tiene que interpretarse en términos de tutela judicial efectiva, lo que
supone evitar imponer a las partes restricciones injustificadas a su normal acceso a la
jurisdicción. Se afirma igualmente que las diferencias sustantivas entre la
responsabilidad contable ex art. 177.1.a) de la Ley General Presupuestaria y ex art.
177.1.b) a f) de dicha Ley no son tan profundas como para justificar una diferencia de
trato procesal tan relevante para iniciar las actuaciones previas a la exigencia de
responsabilidad contable en un procedimiento de reintegro por alcance o en un juicio
de cuentas.
Se afirma en este voto particular que no resulta jurídicamente viable exigir a la parte un
determinado cauce procesal distinto del que eligió cuando lo que se discute es la
legalidad del momento de iniciación de la pieza separada en el que ninguna de las
partes ha suscitado la cuestión de si el procedimiento adecuado es el de reintegro por
alcance o el del juicio de cuentas. También se señala que la incoación de la pieza
separada no genera en sí misma indefensión al recurrente puesto que no se ha
ocasionado un perjuicio real y efectivo lesivo de sus posibilidades de defensa. Por
último, se afirma que la estimación del recurso por parte de la Sala provoca una
situación procesalmente similar al archivo de las actuaciones sobrepasándose los
reducidos límites del recurso del art. 48.1 de la Ley 7/1988 y distorsionando el ámbito
competencial que en estos casos desarrollan los órganos de primera instancia, la Sala de
Justicia en segunda instancia y el Tribunal Supremo en casación, privando a las partes
de la posibilidad de recurrir.
Así, interesa la Sentencia n.º 14 de 14 de julio de 2004, dictada por la Sala de Justicia del
Tribunal de Cuentas en el recurso de apelación n.º 3/2004, interpuesto contra la sentencia
de 19 de mayo de 2003, dictada en el procedimiento de reintegro por alcance n.º A-31/1999,
del ramo de Corporaciones Locales, Madrid:
« La Sala de Justicia ha venido estableciendo un concepto amplio de alcance que incluye a otros
supuestos regulados en diferentes apartados del art. 141.1 del Texto Refundido de la Ley
General Presupuestaria, aprobado por Real Decreto Legislativo 1091/1988, de 23 de
septiembre, incluido el del apartado d), “dar lugar a pagos indebidos al liquidar las
obligaciones o al expedir documentos en virtud de funciones encomendadas”. Así el
Fundamento de Derecho Cuarto del Auto 66/1997, de 27 de noviembre, establece “aunque los
citados pagos pudiesen ser reputados como indebidos y la responsabilidad contable que de
ellos derivara pudiera ser exigida en vía administrativa (140 y ss. del TRLGP), ello no empece
la competencia de este Tribunal para conocer de estas responsabilidades contables, no sólo
por la vía de la pieza separada derivada de cualquier procedimiento fiscalizador (art. 45 en
relación con el 68 y ss. de la Ley 7/1988, de 5 de abril), sino también por la vía del art. 47 en
relación con el art. 72 y ss. por cuanto no hay que olvidar que el concepto que nos sirve para
delimitar la dualidad procedimental es el alcance , según la definición que se contiene en el
art. 72 de la Ley 7/1988, en cuyos límites, saldo deudor injustificado o ausencia de
numerario o ausencia de justificación, tiene cabida, sin duda, como viene reconociendo esta
Sala, algunos de los hechos generadores de responsabilidad contable definidos en el art. 141,
letra b) a la g) del TRLGP y entre ellos podemos citar a los pagos indebidos en cuanto suponen
una salida material de fondos públicos sin causa y, por tanto, carentes de justificación”» .
«En cuanto a la infracción contable en que han incurrido los apelantes, a tenor del art.
72.1 de la Ley 7/1988, de 5 de abril, de Funcionamiento del Tribunal de Cuentas, para que
exista alcance se requiere un saldo deudor injustificado; por su parte, la Sala de Justicia del
Tribunal de Cuentas ha ido perfilando esta figura, orientándose hacia una interpretación
amplia del concepto definido en el referido art. 72.1 de la Ley 7/1988; así, como bien
recoge la Sentencia n.º 16/2006, de 24 de julio, en su fundamento de derecho séptimo, dicho
órgano ha declarado en múltiples resoluciones, por todas, las Sentencias 1/2006, de 22 de
febrero o 7/2000, de 30 de junio, que es indiferente, al efecto de imputar responsabilidad
contable por alcance, que el descubierto obedezca a la simple ausencia de numerario o a la
falta de justificación de ese numerario por falta de soportes documentales. El artículo 72
de la Ley 7/1988, define el alcance como “el saldo deudor injustificado de una cuenta o, en
términos generales, la ausencia de numerario o de justificación en las cuentas que deban
rendir las personas que tengan a su cargo el manejo de caudales o efectos públicos”. El
alcance nace de un descubierto injustificado que surge de una cuenta, en sentido amplio, que
deben rendir quienes tengan a su cargo el manejo de caudales públicos, y su origen puede ser
tanto la ausencia de numerario como la ausencia de justificación por falta de necesarios
soportes documentales. En este mismo sentido, el Auto de 26 de marzo de 1993 se refiere a
que los supuestos típicos de alcance pueden sistematizarse en dos categorías: ausencia de
numerario o ausencia de justificación y la Sentencia n.º 18/1997, de 3 de noviembre, dice
literalmente que: “el saldo deudor injustificado producido en la gestión llevada cabo por el
declarado responsable contable es constitutivo de alcance, en aplicación de los artículos
38.1 de la Ley Orgánica 2/1982 y 49.1 de la Ley 7/1988, en relación con el artículo 72.1 de este
mismo texto legal pues a efectos de delimitar el alcance, como ilícito contable que es, basta
con que tenga lugar la falta de justificación de una partida en las cuentas que deben
rendirse”.
En este caso, la sentencia de primera instancia declara producido el alcance sobre la base de
los razonamientos contenidos en los fundamentos de derecho séptimo a décimo, ante la
ausencia de toda justificación, tanto material como formal que respaldara la salida de los
fondos públicos de la sociedad “...” por un importe de 225.687,92 €».
Por consiguiente, respecto a la acusación vertida por el recurrente de que el fallo de instancia
estaba predeterminado porque el Consejero se empecinó en tramitar la acción pública como
un procedimiento de reintegro por alcance en vez del juicio de cuentas, haciendo caso omiso
a su escrito de denuncia, hay que señalar que, aunque no consta en los autos ningún escrito
dirigido al Departamento de Entidades Locales a fin de constatar la existencia de algún
procedimiento de rendición de cuentas o la posible fiscalización a efectuar al Ayuntamiento
de..., lo cierto es que a dicha denuncia, presentada el 27 de abril de 1998, el Consejero de
instancia respondió con inmediatez, a través de la providencia de 5 de mayo de 1998,
solicitando alegaciones del Ministerio Fiscal, del actor público y del propio Ayuntamiento, con
vista al nombramiento de un Delegado Instructor que pudiera realizar las actuaciones de
investigación correspondientes para la declaración provisional de presuntas
responsabilidades contables. El Ministerio Fiscal solicitó el nombramiento de Delegado
Instructor, mientras que el Sr. A. manifestó expresamente “que prosiguieran las actuaciones”.
De todo ello se deriva que el actor, aunque inicialmente denuncia que el procedimiento se
lleve a cabo a través del juicio de cuentas, asume el procedimiento de reintegro por alcance
instado desde sus fases iniciales en actuaciones previas, no recurriendo y consintiendo las
resoluciones que le favorecen en cuanto al impulso del procedimiento, aunque muestra su
disconformidad en cuanto a las resoluciones que no le resultan favorables.
Por consiguiente, no sólo ha consentido el procedimiento seguido en estos Autos, sino que
lejos de limitarse la tutela judicial efectiva, el actor ha dispuesto de todos los medios y recursos
posibles dentro del mismo para hacer valer sus pretensiones y no sólo en la primera instancia,
sino a través del recurso de apelación interpuesto. Por ello, en ningún momento se ha producido
indefensión, ya que el procedimiento instado ha podido valorar, sin ninguna limitación, las
cuestiones de fondo planteadas , como, Asimismo, el apelante ha podido suscitar en este
recurso tanto los aspectos procesales como de fondo que ha considerado conveniente, sin que
la Sala haya evitado entrar en ninguno de los asuntos planteados.
Como consecuencia de todo lo anterior se desestima toda alusión del apelante tanto a las
cuestiones procesales tramitadas en este procedimiento, como específicamente, a la
pretendida nulidad de actuaciones mencionadas en el recurso».
«Esta Sala ha venido siendo consciente en los años transcurridos desde la entrada en vigor de la
normativa actualmente reguladora del enjuiciamiento contable, de que la denuncia de hechos
distintos del alcance, enjuiciables por tanto en juicio de cuentas, en supuestos que no hubieran
sido objeto de una fiscalización previa podría suponer la inviabilidad de la acción, con evidente
infracción del principio de tutela judicial efectiva, al hacerse depender de la existencia de una
fiscalización previa la posibilidad de plantear pretensiones de responsabilidad contable .
Fue consiguientemente totalmente correcta y ajustada a Derecho la actuación del juez a quo
cuando quedando debida constancia de que no existía procedimiento fiscalizador incoado en
este Tribunal en relación con los hechos objeto de la acción pública ejercitada por el hoy
apelante, optó por proponer el nombramiento de un Delegado Instructor para el desarrollo
de las actuaciones previstas en el artículo 47 de la Ley 7/1988, de 5 de abril, encauzando la
acción por los trámites del procedimiento de reintegro por alcance. Procede, por tanto,
ratificar en este particular lo actuado en primera instancia».
La Sala afirma que contra las resoluciones por las que, de conformidad con lo previsto
en el art. 46.2 de la Ley 7/1988, el Consejero de Cuentas acuerde el archivo de las
actuaciones cuando los hechos manifiestamente no revistan caracteres de alcance, o
cuando no fuere éste individualizado con referencia a cuentas determinadas, o
concretos actos de administración, custodia o manejo de caudales o efectos públicos, no
cabe recurso de apelación sino el recurso previsto en este art. 46.2 de la Ley 7/1988.
«CUARTO. Entrando ya pues a decidir sobre los motivos de la presente impugnación, hay que
comenzar recordando que el archivo de las actuaciones en la fase de diligencias
preliminares, en la que ni siquiera se ha procedido a llevar a cabo una investigación de los
hechos, únicamente procede cuando, de una manera manifiesta, los hechos denunciados no
revistan los caracteres de alcance . No cabe en dicha fase, previa al enjuiciamiento contable e
incluso a la instrucción, entrar a conocer del fondo del asunto, ya que ello supondría
prejuzgar el fallo que posteriormente pudiera dictarse, una vez tramitado con todas las
garantías, en su caso, el juicio contable que pudiera incoarse.
Por ello esta Sala ha establecido la doctrina de que sólo procede el archivo cuando los hechos
no revistan los caracteres de alcance de manera manifiesta, es decir, patente, clara y
descubierta, dado que, como se ha señalado, en la fase de diligencias preliminares no se lleva
a cabo investigación alguna de los hechos denunciados sino que se trata, únicamente, de
evitar, con el archivo de las actuaciones, que se inicie la fase de instrucción que, en su caso,
daría lugar al juicio contable. Por ello se exige que los hechos no reúnan las características
mínimas que permiten, en una valoración inicial, sin entrar al fondo del asunto, que se
aprecie la existencia de un presunto alcance de fondos o caudales públicos, ya que el archivo
impediría el ejercicio de la pretensión contable con el riesgo que ello supondría de cara a la
efectividad del derecho a la tutela judicial efectiva (Autos de esta Sala de 31 de marzo de
2008, 5 de julio de 2004 y de 7 de mayo de 2001). Este derecho ha sido objeto de desarrollo por
parte de la jurisdicción contable y se refiere al principio “ favor actionis o pro accione” , que
tiene su aplicación en materia de acceso a la jurisdicción hasta obtener una resolución
fundada en derecho. En materia de admisión de una acción pública de exigencia de
responsabilidad contable debe tenerse en cuenta que este principio, para conseguir sus
objetivos, actúa a través de otros dos subordinados como son el antiformalista y el de
subsanabilidad. Este principio puede formularse como aquel que impide interrumpir el
desarrollo normal de la acción ejercitada a menos que lo sea con una causa expresamente
prevista por la ley. Pero todo lo anterior, debe ser analizado a la luz de los supuestos
concretos que se someten a la consideración de este órgano jurisdiccional, que debe dilucidar
si se dan, siquiera indiciariamente, los supuestos previstos en la legislación vigente para
encontrarnos ante un supuesto de alcance.
QUINTO. Pues bien, para que las irregularidades puestas de manifiesto por el ahora recurrente
pudieran revestir caracteres de alcance sería necesario, en primer término, poder acreditar la
existencia de un perjuicio a los fondos públicos, el cual ha de ser real, efectivo y evaluable
económicamente, puesto que dicho perjuicio es elemento esencial para la existencia del alcance
(Autos de esta Sala de 22 de septiembre de 2005 y 9 de febrero de 2007). Sin embargo, en los
presentes autos no se ofrecen indicios –tal y como apreció el Consejero de Instancia– del
menoscabo real y efectivo a los fondos públicos y, en su lugar, se alude a un potencial perjuicio
que en modo alguno puede afectar a los fondos de la Hacienda regional .
Y así, los hechos objeto de este recurso, de acuerdo con el repetido artículo 46.2, no reúnen,
manifiestamente, los caracteres de alcance. Y ello porque, aunque se hubiera probado, en un
eventual proceso contable, la veracidad de todo lo descrito por el denunciante, no nos
encontraríamos, en ningún caso, ante ningún tipo de perjuicio económico para los fondos de
la Hacienda autonómica murciana. Todo ello, a la luz de la doctrina de esta Sala, y,
especialmente, de sus Autos de 22 de septiembre de 2005 y de 9 de febrero de 2007. Por todo
lo anteriormente razonado, procede desestimar el recurso interpuesto y confirmar el auto
recurrido en todos sus términos».
«SÉPTIMO. Todo lo razonado con anterioridad conduce a la confirmación del Auto apelado,
ya que el mismo decretó la no incoación del procedimiento jurisdiccional tras la preceptiva
audiencia de las partes, sin que ninguna solicitara la continuación del procedimiento;
además, no se aprecia, en los hechos invocados en este grado de apelación, indicios de
existencia de supuesto alguno de responsabilidad contable, bien porque no existieron
perjuicios económicos en algunos casos, bien porque las irregularidades fueron meramente
formales, o incluso, en algún supuesto, porque, tras la fiscalización efectuada, y como
consecuencia de los acuerdos de la Comisión Mixta para las Relaciones con el Tribunal de
Cuentas, las deficiencias o irregularidades fueron solventadas; y, en fin, en último caso,
porque el conocimiento de las irregularidades en la contratación administrativa corresponde
a otros órdenes jurisdiccionales distintos del contable».
Esto es, la vía procesal que ofrece el artículo 56.3 se encuentra prevista para los casos en que
los antecedentes considerados carezcan de indicios de responsabilidad contable. Nótese que
el legislador habla de ausencia de indicios lo que implica, sensu contrario , que de haber
indicios de dicha clase de responsabilidad no resultaría dable acudir a la vía que se
contempla en el meritado precepto. También se aplica el artículo 56.3 en los supuestos de que
el escrito de ejercicio de la acción carezca del necesario grado de concreción para que las
actuaciones deban continuar, lo que a contrario sensu supone que la suficiente identificación
de los hechos sobre los que se sustenta la pretensión, sin entrar en ese momento a considerar
su veracidad, y de los preceptos que pudieran haber sido infringidos, torne en inviable la
aplicación del remedio procesal previsto en el susodicho precepto.
Siendo la antedicha solución procesal una singular alteración en la jerarquía de los valores
constitucionalmente protegibles, en la medida en que el derecho de los ciudadanos a
promover la acción de la justicia en defensa de sus intereses cedería frente a los principios de
buena fe y economía procesal, esta Sala de Justicia ha interpretado con cautela y en sentido
restrictivo dicho artículo 56.3, respaldando su aplicación solo para aquellos supuestos en los
que se produzca la situación que literalmente recoge la Ley, esto es, ausencia de indicios de
responsabilidad contable o palmaria vaguedad o inconcreción del escrito de ejercicio de la
acción. Para el resto de los supuestos esta Sala ha propugnado la prevalencia del principio
pro actione o del favor actionis , habilitando así la posibilidad de que pueda abrirse un
procedimiento judicial en el que las partes expongan sus pretensiones, propongan y utilicen
los medios de prueba de que dispongan, y obtengan finalmente del juez una respuesta
debidamente razonada y motivada que resuelva el fondo de la contienda. Cualquier
resolución que al amparo del artículo 56.3 de la Ley 7/1988 excediera el terreno de lo que
es una mera valoración indiciaria de los hechos considerados y entrara a resolver cuestiones
que solo deben serlo mediante una sentencia que ponga fin al proceso resolviendo todas las
cuestiones planteadas, sería contraria al ordenamiento jurídico en la medida que evitaría el
proceso resolviendo anticipadamente las pretensiones que en el mismo pudieran plantearse,
defenderse y dilucidarse con las garantías y las posibilidades que un procedimiento
declarativo ofrece.
Con las reflexiones anteriores en mente debe afirmarse que el Auto recurrido excede los límites
permitidos por el artículo 56.3 de la Ley de 5 de abril de 1988, puesto que tanto en su
Razonamiento Jurídico Octavo como en su Parte Dispositiva afirma que los hechos denunciados
no son constitutivos de un presunto alcance y que los mismos no reúnen los requisitos
establecidos en los artículos 49 y 72 de dicha Ley para generar responsabilidad contable, esto
es, no se limita a valorar si los hechos controvertidos contienen o no indicios de responsabilidad
contable, sino que resuelve la cuestión de fondo planteada por el actor público declarando la
inexistencia de dicha clase de responsabilidad en los mismos .
(...) Por tanto, si bien esta Sala no puede entrar en valoraciones del fondo pues no ha habido
aún juicio en primera instancia, sí debe por el contrario considerar que los hechos objeto de
la acción pública contienen suficientes indicios de responsabilidad contable, no siendo
susceptible de aplicación las previsiones contenidas en el artículo 56.3 de la Ley de
Funcionamiento del Tribunal de Cuentas.
SÉPTIMO. Que a la vista de lo expuesto solo cabe concluir que en el presente caso no nos
encontramos en el supuesto previsto en el artículo 56.3 de la Ley de Funcionamiento del
Tribunal de Cuentas, de ausencia de indicios de responsabilidad contable, sino que
considerando los antecedentes obrantes en Autos procede en aras del principio de tutela
judicial efectiva y del pro actione acordar la incoación del juicio contable, abriéndose la
posibilidad de que puedan formalmente ejercitarse las acciones que correspondan y poder
así llegarse en su día a obtener un pronunciamiento sobre el fondo del asunto. Todo ello debe
llevar consigo la estimación del recurso y la revocación del Auto recurrido, sin que proceda la
imposición de costas a la vista del artículo 139.2 de la Ley de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa, aplicable al presente recurso.
III. FALLO. LA SALA ACUERDA: Estimar el recurso de apelación interpuesto por el Procurador
de los Tribunales D. José Luis G. y B., en nombre y representación de D. Antonio S. G., contra
el Auto de 3 de julio de 2003 dictado por el Consejero de Cuentas del Departamento Segundo
de la Sección de Enjuiciamiento, el cual se revoca en su integridad, acordándose la
devolución de actuaciones a dicho Departamento a fin de que se proceda a la incoación del
correspondiente juicio de responsabilidad contable. Sin costas».
«En relación con la pretensión planteada por el apelante Sr...., sobre nulidad de su
nombramiento como Interventor del Ayuntamiento susodicho, hoy parte apelada, debe
considerarse que se solicita de este Tribunal de Cuentas la revisión de un acto administrativo
sometido al ordenamiento jurídico regulador del de las Administraciones Públicas,
pretensión revisora que el artículo 1 de la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa,
de 10 de julio de 1998, atribuye al conocimiento de los Juzgados y Tribunales integrados en
este orden jurisdiccional, y que, por tanto, el artículo 16.b) de la Ley Orgánica del Tribunal de
Cuentas, de 12 de mayo de 1982, excluye del ámbito de la jurisdicción contable. En virtud de
lo expuesto, debe declararse la falta de jurisdicción de este Tribunal para pronunciarse sobre
la petición de nulidad del referido acto administrativo de nombramiento del referido
apelante para tal cargo, por lo que no resulta posible a este órgano dar respuesta al
planteamiento formulado por el mismo».
Interesa la sentencia n.º 14 de 14 de julio de 2004, dictada por la Sala de Justicia del
Tribunal de Cuentas en el recurso de apelación n.º 3/2004, interpuesto contra la
sentencia de 19 de mayo de 2003, dictada en el procedimiento de reintegro por
alcance n.º A-31/1999, del ramo de Corporaciones Locales, Madrid. Interesa en
concreto la doctrina de la sentencia recurrida que la Sala considera válida.
En el presente caso, la demanda interpuesta por D. Ángel A. N. se dirige contra D.ª Matilde M.
y S., D. Aquiles A. M., D. Gregorio G. I., D.ª Nieves F. C. y D. Arturo G. P., todos ellos en su
condición de alcaldes del Ayuntamiento cuando sucedieron los hechos. Asimismo, se dirige
contra los concejales D. Francisco C. P., D. Francisco S. de P., D. Arturo G. P., D. José María de
la M. A. y D. Francisco A. de la J., y por último contra D. Manuel A. B., como Secretario del
Ayuntamiento, y D.ª Blanca G. G. en su condición de Interventora de la corporación. La
demanda interpuesta contra los anteriormente citados tiene por finalidad el reintegro de las
cantidades abonadas al Secretario de la Corporación así como a D. Francisco A. de la J.
Para poder atribuir a los demandados la condición de gestores de caudales o efectos públicos
y, por lo tanto, la condición de legitimados pasivos, es necesario, conforme a lo señalado
anteriormente, analizar las distintas fases que componen la ordenación del gasto y del pago,
así como la intervención de los demandados en las mismas. En este sentido, los artículos 165
y siguientes de la Ley Reguladora de las Haciendas Locales de 28 de diciembre de 1988, y los
artículo 52 y siguientes del Real Decreto 500/1990 de 20 de abril, por el que se
desarrolla el Capítulo I del Título VI de la LRHL en materia de presupuestos, establecen que la
gestión de los gastos de las Entidades Locales se realizará a través de las fases de autorización
del gasto, disposición o compromiso, reconocimiento y liquidación de la obligación, y
ordenación del pago, siendo las mismas competencia del Alcalde-Presidente de la entidad,
quien ostenta la condición de Ordenador del gasto y del pago de la Corporación que preside,
conforme a lo dispuesto el artículo 21 de la Ley 7/1985 de 2 de abril, Reguladora de las
Bases del Régimen Local.
De los citados preceptos se deduce que una vez autorizado, comprometido, reconocido y
liquidado el gasto, y ordenado el pago correspondiente por el Alcalde-Presidente de la
entidad local, le corresponde al interventor la fiscalización o intervención previa del acto o
expediente que dé lugar al reconocimiento y liquidación de derechos y obligaciones o gastos
de contenido económico, así como la intervención formal de la ordenación del pago y la
intervención material del pago.
En consonancia con lo anterior, el artículo 169 de la Ley Reguladora de las Haciendas Locales
establece que los Ordenadores de gastos y de pagos, en todo caso, y los Interventores de las
Entidades locales, cuando no adviertan por escrito su improcedencia, serán personalmente
responsables de todo gasto que autoricen y de toda obligación que reconozcan, liquiden o
paguen sin crédito suficiente.
En el mismo sentido, y con carácter general, se pronuncia el artículo 142, párrafo 1.º, del
Texto refundido de la Ley General Presupuestaria al establecer que: “Están sujetos a la
obligación de indemnizar a la Hacienda Pública, además de las autoridades y funcionarios
que adopten la resolución o realicen el acto determinante de aquélla, los Interventores y
ordenadores de pagos con dolo, culpa, negligencia o ignorancia inexcusable, que no hayan
salvado su actuación en el respectivo expediente, mediante observación escrita acerca de la
improcedencia o ilegalidad del acto o resolución”.
Por lo tanto, teniendo en cuenta lo anteriormente señalado, de las personas demandadas por D.
Ángel A. N., solo los que lo fueron en cuanto a alcaldes o interventores del Ayuntamiento
pueden ostentar la condición de legitimados pasivos en el presente procedimiento, no así los
otros demandados, D. Francisco C. P., D. Francisco S. de P., D. José María de la M. A., D.
Francisco A. de la J. y D. Manuel A. B., ya que los mismos ni intervinieron en la ordenación del
gasto, ni en la ordenación del pago de las cantidades a que se refiere el presente procedimiento,
ni tenían la condición de interventores o tesoreros del Ayuntamiento, únicas personas que
podrían tener la condición de demandados, en cuanto que como claveros del Ayuntamiento
estaban encargados de la gestión y manejo de sus fondos. Por lo tanto, el examen de las
pretensiones del demandante debe quedar circunscritas a las posibles responsabilidades en que
hubieran podido incurrir D.ª Matilde M. y S., D. Aquiles A. M., D. Gregorio G. I., D.ª Nieves F. C.,
D. Arturo G. P. y D.ª Blanca G. G., en su condición de alcaldes del Ayuntamiento de..., y la última
al haber ostentado el cargo de Interventora cuando sucedieron los hechos. Respecto de D.
Arturo G. P. no solo por los hechos acaecidos cuando era Alcalde del Ayuntamiento, sino
también cuando ostentaba el cargo de concejal y fuesen posteriores al 21 de diciembre de 1995,
en cuanto que con dicha fecha le fue delegada por el Alcalde la función de ordenación del pago y
mientras dicha delegación duró ».
11. PRESCRIPCIÓN EN LOS PROCEDIMIENTOS SUSTANCIADOS ANTE EL TRIBUNAL DE
CUENTAS
Interesa la sentencia n.º 14 de 14 de julio de 2004, dictada por la Sala de Justicia del
Tribunal de Cuentas en el recurso de apelación n.º 3/2004, interpuesto contra la
sentencia de 19 de mayo de 2003, dictada en el procedimiento de reintegro por
alcance n.º A-31/1999, del ramo de Corporaciones Locales, Madrid. Interesa en
concreto la doctrina de la sentencia recurrida que la Sala considera válida.
«SÉPTIMO. Antes de entrar a conocer sobre el fondo del asunto, debemos pronunciarnos, con
carácter previo, sobre la excepción de prescripción planteada por los demandados.
Son también razones de seguridad jurídica las que exigen que las posibles causas de
interrupción figuren predeterminadas y tasadas en la Ley, e, igualmente, que su concurrencia
se produzca con conocimiento formal del interesado. Sobre este último aspecto, a pesar del
silencio de la Ley de Funcionamiento, es regla en nuestro Derecho (así, artículo 132 de la
Ley 30/1992, y artículo 66 de la Ley General Tributaria) su exigencia, y en este
mismo sentido se ha pronunciado la Sala de Apelación con ocasión de la sentencia 5/1996, de
26 de febrero.
Así pues, la incoación con conocimiento formal del interesado de un expediente o actuación,
cualquiera que sea su naturaleza, que tenga por objeto hechos determinantes de la
responsabilidad contable, producirá la interrupción del plazo de prescripción. Y, desde este
mismo planteamiento, la iniciación de las actuaciones previas contempladas en los artículos
45, 46 y 47 de nuestra Ley de Funcionamiento, debidamente notificada a los interesados en su
condición de tales interesados, interrumpirá el plazo ordinario de prescripción que, sin
embargo, volverá a reanudarse cuando finalicen sin declaración de responsabilidad o cuando
se encuentren paralizadas. Y es de significar, con relación a este último extremo, y de
conformidad con la más moderna jurisprudencia –entre otras, sentencias de la Sala Tercera
del Tribunal Supremo de 27 de enero de 1995 y 17 de mayo de 1996– y con la doctrina de la
Sala de Apelación de este Tribunal –sentencias de 26 de febrero de 1996 y 24 de julio de 1997,
y auto de 25 de marzo de 1998–, que la interrupción del plazo de prescripción tiene lugar no
sólo en los casos de inactividad absoluta, sino también en los supuestos de producción de
actos de trámite sin la necesaria exteriorización de los mismos, de tal suerte que para que los
hechos interruptivos de la prescripción desplieguen sus efectos jurídicos es preciso, con base
en el principio constitucional de seguridad jurídica, la pertinente notificación a los
interesados.
En el presente caso, los hechos a que se refiere el ejercitante de la acción pública en su escrito
de demanda abarcan desde 1986 al año 2000, en el caso de los referidos al Secretario, y desde
1997 a 1999 en el de los pagos realizados al Concejal D. Francisco A. de la J., siendo, por lo
tanto, a partir de cada uno de esos años, y por las cantidades percibidas en ellos, cuando se
inicia el cómputo del plazo de prescripción, y por lo tanto el que debe considerarse como dies
a quo .
En cuanto a la interrupción del plazo de prescripción, si bien es verdad que el inicio de las
actuaciones en este Tribunal tiene su origen en el escrito de D. Ángel A. N. de 5 de mayo de
1998, por el que ejercitaba la acción pública de responsabilidad contable, los demandados no
tuvieron conocimiento formal de la tramitación de las presentes actuaciones a que el mismo
dio origen hasta que se les notificó la providencia de 6 de marzo de 2001, por la que se les
emplazó para que compareciesen en las actuaciones, dándoles traslado de la demanda
presentada, debiendo, por lo tanto, considerarse interrumpida la prescripción desde la
notificación a los demandados de la citada resolución, salvo que se hubieren personado en
las actuaciones con anterioridad, en cuyo caso debe tomarse dicha fecha a los efectos
correspondientes, debiendo declararse, en consecuencia, prescritas las responsabilidades
contables que se hubieren podido producir más allá de los cinco años anteriores a dichas
fechas.
«Sobre la técnica utilizada por estos dos recurrentes consistente en reproducir en sede de
apelación las alegaciones efectuadas en primera instancia, la Sala de Justicia del Tribunal de
Cuentas (por todas, Sentencia de 4 de febrero de 2004), tiene declarado que la misma no es,
en general, un modo de actuación jurídicamente aceptable (así se habían pronunciado tanto
la doctrina jurisprudencial del Tribunal Supremo: Sentencias de 13 de noviembre de 1991 y
de 20 de junio de 1990), como la de la propia Sala de Justicia del Tribunal de Cuentas,
(sentencia de 24 de febrero de 1994...), ya que la segunda instancia responde a la necesidad
de depuración de los resultados ofrecidos por la primera, en cuanto que la pretensión versa o
tiene por objeto la impugnación de la resolución jurisdiccional o sentencia dictada por el
órgano judicial “a quo” , y, por ello, exige que los razonamientos en que se funde la apelación
tiendan a desvirtuar en virtud de un juicio crítico racional –la argumentación jurídica que
sirva de soporte a la resolución impugnada, dado que ésta debió tener en cuenta –y en
general así ocurre– los datos y razonamientos jurídicos que perfilaron en la instancia la
pretensión y su oposición–».
En todo caso, las Actas de Liquidación provisional practicadas por los Delegados
Instructores son apelables (ATCu de 14 de junio de 2002, que resuelve el recurso
promovido al amparo del artículo 48.1 de la Ley 7/1988, de 5 de abril, de
Funcionamiento del Tribunal de Cuentas, declarando un presunto alcance).
FOOTNOTES
1
J.R. CHAVES «La urgente reconstrucción del enjuiciamiento contable del reintegro por alcance», El
Consultor de los Ayuntamientos , N.º 6, 2017.
Para completar los contenidos del texto puede verse mi trabajo «Procedimientos contables ante
el Tribunal de Cuentas y Justicia Administrativa. El ejemplo del control de las remuneraciones
de electos locales», Justicia Administrativa, n.º 46 enero 2010 (donde se estudian estos temas: 1.
Criterios legales, jurisprudenciales sobre la remuneración a electos locales y su control por el
Tribunal de Cuentas y la jurisdicción contencioso-administrativa. 2. La jurisprudencia del TS
que afirma que la indemnización comprende también «la compensación de la prestación de un
cargo municipal», en el marco de una ratio de razonabilidad y del presupuesto legal del
artículo 75 de la LBRL 7/1985. 3. Régimen jurídico de dietas e indemnizaciones por
desplazamientos. 4. En particular, la regulación de la indemnización por kilometraje. 5. Las
dietas y gastos de desplazamiento en las sentencias del Tribunal de Cuentas. 6. Aplicación
jurisprudencial de la normativa de la indemnización por kilometraje en el Tribunal de Cuentas.
7. Recepción y reconocimiento por el Tribunal de Cuentas de la jurisprudencia del Tribunal
Supremo relativa a que proceden las indemnizaciones que compensen la pérdida del eventual
beneficio económico que podrían reportar otras actividades).
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo VII. Jurisdicción Contencioso-Administrativa y Tribunal Constitucional (artículo
3 de la LJCA)
Capítulo VII
Jurisdicción Contencioso-Administrativa y
Tribunal Constitucional (artículo 3 de la LJCA)
Sumario:
El derecho reconocido en el art. 24.1 CE ampara todas las personas, tanto físicas como
jurídicas (STC 20-6-1983, 12-4-1988 y 21-12-1992), incluyendo a las personas jurídicas de
Derecho público (STC 22-3-1993) y a los extranjeros (STC 30-9-1985 y 1-10-1992), en
cuanto al derecho al acceso a los tribunales para el ejercicio de sus derechos e intereses
legítimos y también respecto del llamado derecho al proceso y el derecho de defensa
(STC 21 y 22-4-81, 13-4-83 y 20-10 y 21-12-87).
El señalado derecho al proceso que consagra el art. 24.1 CE tiene como contenido
normal el de obtener «una resolución fundada en Derecho» (STC 29-3-1982, 21-4-1982,
14-3-1983 y 23-4-1992 y 21-12-1992).
Dicho derecho comprende, por una parte, las garantías del artículo 24.2 CE, el
derecho al Juez ordinario predeterminado por la Ley, a la defensa y a la asistencia de
letrado, a ser informado de la acusación formulada, a un proceso público sin dilaciones
indebidas y con todas las garantías, a utilizar los medios de prueba pertinentes para la
defensa, a no declarar contra uno mismo, a no declararse culpable y a la presunción de
inocencia.
Por otra parte, el artículo 24.1 CE establece una «garantía previa al proceso, que lo
asegura cuando se dan las circunstancias requeridas al efecto» (SSTC 46/1982 y 89/1985)
o, como apunta la Corte Constitucional Colombiana (mediante la sentencia N.º T-982 de
2004) el «derecho al debido proceso» consagrado como derecho fundamental en el
artículo 29 de la Constitución Política.
Esta última consecuencia es la que pasamos a estudiar seguidamente, así como otros
ejemplos de la influencia de la jurisprudencia constitucional sobre la jurisdicción
contencioso-administrativa.
3. EL ACCESO A LA JURISDICCIÓN Y A LOS RECURSOS
A. EL ACCESO A LA JURISDICCIÓN
El primer contenido del derecho a obtener la tutela judicial efectiva es, justamente, el
acceso a la jurisdicción, concretado en el derecho a promover la actividad jurisdiccional
que desemboque en una decisión judicial sobre las pretensiones deducidas, entre otros
extremos.
Dicho de otra forma, el contenido normal del derecho a la tutela judicial efectiva,
reconocido en el artículo 24.1 CE, consiste en la obtención de una resolución de
fondo.
En este sentido, es también doctrina reiterada del Tribunal Constitucional que no toda
irregularidad procesal o indefensión puramente formal puede, por sí sola, implicar una
vulneración del derecho de defensa constitucional reconocido en el artículo 24.2 CE,
siendo necesario a estos efectos que se produzca un menoscabo real y efectivo del
mismo, esto es, una indefensión material directamente imputable al órgano
jurisdiccional (SSTC 106/1995, 161/1995, 159/1995, 55/1997).
Puede ser seleccionada la STC 59/2003; tras proclamar el derecho a los recursos
establecidos en la ley de conformidad con los requisitos legales primero precisa la
función del TC en estos casos en la revisión de la decisión judicial cuando sea arbitraria
o infundada, basada en error patente o tomada de forma rigorista y manifiestamente
desproporcionada entre las causas de inadmisión advertidas y las consecuencias que se
han seguido para la efectividad de la tutela judicial. En segundo lugar, identifica la
arbitrariedad cuando, aun constatada la existencia formal de argumentación, la
resolución resulta fruto del mero voluntarismo judicial o expresa un proceso deductivo
«irracional o absurdo».
Así, sólo cuando se trata de acceder a la jurisdicción funciona con toda su intensidad el
principio pro actione . De este modo, el Tribunal Constitucional puede y debe
comprobar, en primer lugar, si la causa obstativa de la resolución del asunto sometido a
la jurisdicción ordinaria efectivamente existe. En segundo lugar, si la interpretación
dada a dicha causa en el caso concreto conculca el derecho fundamental, pues el
rechazo de la acción basado en una interpretación restrictiva de las condiciones
establecidas para su ejercicio comporta la vulneración del derecho reconocido en el
artículo 24.1 CE.
Por tanto, respecto al acceso a los recursos establecidos por la Ley, el artículo 24 CE
solamente veda que la vía del recurso sea cerrada «arbitrariamente o intuitu personae ».
Por otra parte, cuando existen dos interpretaciones admisibles según el tenor de las
Leyes procesales vigentes, la balanza constitucional no puede inclinarse en ningún
sentido para optar entre dos soluciones ambas razonables, sin interferir en el núcleo de
la potestad de juzgar cuya independencia de criterio predica la Constitución (SSTC
55/1995, 58/1995, 110/1995, 146/1995, 156/1995, 160/1996, 211/1996, 36/1997, 42/1997,
125/1997 y 147/1997).
Así pues, el derecho a los recursos constituye un derecho de configuración legal, de tal
suerte que corresponde al legislador ordinario establecer el sistema de recursos que
estime adecuado, sin que pueda predicarse la vigencia, en cualquier caso, de un derecho
a la doble instancia o de acceso a un medio de impugnación de una naturaleza
determinada.
Sin embargo, para el Tribunal Constitucional esta regla general conoce, por imperativo
de lo dispuesto en los artículos 2 del Protocolo Séptimo al CEDH y 14.5 PIDCP
en relación con el artículo 10.2 de la CE, una excepción singular en el proceso penal.
En éste hay que reconocer la existencia del derecho fundamental que al condenado por
delito asiste a obtener la revisión de su condena por un Tribunal superior.
Este derecho implica en primer lugar que el órgano judicial haya sido creado
previamente por la norma jurídica; en segundo lugar, que ésta le haya investido de
jurisdicción y competencia con anterioridad al hecho motivador de la actuación o
proceso judicial; y, finalmente, que su régimen orgánico y procesal no permita
calificarle de órgano especial o excepcional (entre otras muchas, SSTC 22/1982; 47/1983,
101/1984; 111/1984; 23/1986, 148/1987; 199/1987; y 6/1997).
Los artículos 202 y 203.2 LOPJ afirman un deber de comunicación a las partes
respecto de la designación de los Magistrados que no constituyan plantilla de la Sala y el
de comunicarles igualmente el nombre del Magistrado Ponente.
«Este Tribunal ha incluido, en el ámbito del derecho a un proceso con todas las garantías, el
derecho a un Juez imparcial.
Pero estos derechos en favor de las partes presuponen ciertos requisitos. Para que el
incumplimiento del deber de comunicación pueda surtir efectos en relación a la posible
violación de un derecho fundamental no basta con la ausencia de comunicación. Es
necesario acompañar «manifestación expresa de la parte de la eventual concurrencia de
una causa de recusación concreta, de cuyo ejercicio se ha visto impedida a causa de
aquel desconocimiento y omisión». Además tal causa de recusación no ha de ser, ictu
oculi , descartable, aun cuando su concreta virtualidad no pueda ser prejuzgada en sede
constitucional (SSTC 230/1992 y 282/1993).
La vulneración del artículo 24.2 CE procedería, por tanto, no como una consecuencia
necesaria del incumplimiento formal, sino de la imposibilidad que en el caso concreto
pudiera constatarse de ejercer el derecho a recusar a un Juez; derecho que ha de
ponerse en conexión con una garantía esencial del proceso vinculada a la imparcialidad,
pues la privación de la posibilidad de ejercer la recusación implica la restricción de una
garantía esencial que aparece establecida legalmente con el fin de salvaguardar la
imparcialidad del Juzgador protegida constitucionalmente (STC 230/1992).
Pues bien, esta sentencia del Tribunal Europeo resuelve que, en el asunto CA contra
España, existió violación del artículo 6.1 del Convenio de Derechos Humanos ya que
determinados Magistrados resolvieron, primero, un recurso de apelación contra un auto
de procesamiento y, después, juzgaron también los hechos.
A. EL PRINCIPIO DE CONTRADICCIÓN
Pero en estos casos se exige que el Juez considere previamente la naturaleza del
requisito incumplido y la posibilidad de subsanación de los requisitos formales
omitidos, si fueran subsanables, dando ocasión a subsanar tales defectos (SSTC 57/1984,
87/1986, 213/1990, 193/1993, 109/1991, 110/1992, 158/1994, 159/1994, 159/1995, 18/1996,
165/1996 y 79/1997; AATC 43/1993 y 185/1993, entre otros muchos).
Es decir, no utilizar las posibilidades que ofrece la norma en orden a subsanar un vicio
susceptible de serlo, lesiona el artículo 24.1 CE si se priva al recurrente de poder
volver a ejercitar la acción (STC 62/1986).
No existe vulneración del derecho a la tutela judicial efectiva del artículo 24.1 CE
cuando ésta sea debida a la pasividad, desinterés, negligencia, error técnico o impericia
de las partes o profesionales que les representen o defiendan (SSTC 112/1993, 364/1993,
158/1994, 262/1994 y 140/1997).
6. LA COMUNICACIÓN PREVIA
Por hacer historia, conviene recordar que la «comunicación previa al ejercicio del
recurso contencioso-administrativo», ante el órgano administrativo autor del acto
impugnado (prevista por el artículo 110.3 de la LRJAP-PAC 30/1992), fue derogada por la
LJCA de 13 de julio de 1998. A esta solución legal de la nueva LJCA contribuyó el
Tribunal Constitucional, exigiendo la subsanación de este requisito de comunicación
previa. De no hacerse así se habrían vulnerado las exigencias constitucionales del
derecho a la tutela judicial efectiva, en tanto en cuanto impide una resolución de fondo
(SSTC 76/1996 –que analizó la constitucionalidad de ambos artículos-, 83/1996, 84/1996,
87/1996, 125/1996, 205/1996, 19/1997, 65/1997 y 152/1997).
7. LEGITIMACIÓN
A. DOCTRINA GENERAL SIGUIENDO LA PROPIA DOCTRINA DEL TRIBUNAL SUPREMO
B. PERSONAS JURÍDICO-PÚBLICAS
Sin embargo, el Alto Tribunal ha manifestado que no se puede efectuar una íntegra
traslación a las personas jurídicas de Derecho público de las doctrinas elaboradas en
desarrollo del citado derecho fundamental en contemplación directa de derechos
fundamentales de los ciudadanos.
Así, cuando los órganos públicos no actúen como decisores de conflictos de intereses, ni
ostenten un interés propio que se oponga al de otro ente público implicado en la
decisión sino que ejerzan funciones de control de la legalidad, la decisión de estos
órganos públicos, garantes de la legalidad de los actos de otros órganos igualmente
públicos, no compromete, ni incide en el interés legítimo de estos últimos, por lo que la
falta de un recurso jurisdiccional no menoscaba, en tales supuestos, el derecho a la
tutela judicial (STC 123/1996).La jurisdicción contencioso-administrativa exige que, en
un recurso promovido por persona jurídica que represente intereses institucionales, se
acredite con el documento correspondiente (estatutos o reglas reguladoras pertinentes)
que el órgano que ha adoptado la decisión de recurrir es el facultado para ello.
Consecuentemente, al demandante se atribuye la carga de acreditar su capacidad para
ser parte y de actuación procesal (por todas, STS de 24 de septiembre de 1991).
Ahora bien es claro que su no aportación, así como la de los Estatutos en los que se
determina el órgano competente para su adopción, u otros documentos similares, es un
defecto que implícitamente se considera subsanable (pueden verse los artículos 11.3
LOPJ y 45.3 de la LJCA de 1998).
Se entiende así la necesidad del emplazamiento, a efectos de que nadie puede ser
condenado en juicio sin ser oído; regla ésta que puede fácilmente comprenderse en
conexión con el principio contradictorio, al que hemos hecho referencia anteriormente.
Cobran así todo su valor los actos procesales de comunicación, es decir, las citaciones y
emplazamientos como medios para hacer saber la existencia de un proceso a quienes
pueda afectarles: en la medida en que hacen posible la comparecencia del interesado y
la defensa contradictoria son una exigencia ineludible para que las garantías
constitucionales del proceso resulten aseguradas por el órgano judicial (SSTC 65/1994 y
15/1995, en la primera de las cuales se citan las precedentes).
Ahora bien, ¿qué puede entenderse por «debida diligencia»? El Tribunal Constitucional
ha entendido que no puede exigirse a los particulares una actitud de constante
indagación de la conducta de la otra parte (STC 70/1994). En efecto, el hecho de que la
parte que alega la falta de emplazamiento hubiese intervenido en el expediente
administrativo no permite, sin más, presumir que tuviese conocimiento de la existencia
del recurso contencioso-administrativo (STC 146/1985, ante un supuesto de recurso
contencioso-administrativo en el que se logra la declaración de ruina de un inmueble
previamente denegada por la Administración).
La STC 125/2000 perfila perfectamente los requisitos de la tutela judicial efectiva en esta
materia de emplazamientos personales:
3. «Pues bien, en relación específicamente con la falta de emplazamiento personal de terceros
en el proceso contencioso-administrativo, este Tribunal ha venido formulando desde la ya
lejana STC 9/1981, de 31 de marzo (RTC 1981, 9), una doctrina cuyos presupuestos
esenciales han permanecido inalterables desde entonces ( SSTC 22/1983, de 23 de marzo
(RTC 1983, 22); 102/1983, de 18 de noviembre (RTC 1983, 102); 86/1984, de 27 de julio
(RTC 1984, 86); 2/1985, de 10 de enero (RTC 1985, 2); 3/1985, de 11 de enero (RTC 1985,
3); 6/1985, de 23 de enero (RTC 1985, 6); 108/1985, de 8 de octubre (RTC 1985, 108);
181/1985, de 20 de diciembre (RTC 1985, 181); 182/1985, de 20 de diciembre (RTC 1985,
182); 35/1986, de 21 de febrero (RTC 1986, 35); 150/1986, de 27 de noviembre (RTC 1986,
150); 141/1987, de 23 de julio (RTC 1987, 141); 188/1987, de 27 de noviembre (RTC 1987,
188); 24/1988, de 23 de febrero (RTC 1988, 24)) hasta llegar al momento actual. En
concreto, en la STC 152/1999, de 14 de septiembre (RTC 1999, 152) (FJ 4), efectuamos un
esfuerzo de sistematización de alguna de las principales Sentencias recaídas al respecto, en
especial durante los años noventa. Como las mismas ponen de manifiesto, tres son los
requisitos básicos que venimos exigiendo para entender vulnerado el derecho a la tutela
judicial efectiva sin indefensión por aquel motivo (en idénticos términos también, más
recientemente, STC 62/2000, de 13 de marzo (RTC 2000, 62), FJ 3): a) Que el demandante de
amparo fuera titular de un derecho o de un interés legítimo y propio susceptible de afección
en el proceso contencioso-administrativo en cuestión, lo que determina su condición material
de demandado o coadyuvante en aquel proceso. La situación de interés legítimo resulta
identificable con cualquier ventaja o utilidad jurídica derivada de la reparación pretendida (
SSTC 97/1991, de 9 de mayo (RTC 1991, 97), FJ 2; 264/1994, de 3 de octubre (RTC 1994,
264), FJ 3). Y, en todo caso, la titularidad del derecho o interés legítimo debe darse al tiempo
de la iniciación del proceso contencioso ( SSTC 65/1994, de 28 de febrero (RTC 1994, 65) FJ
3; 90/1996, de 27 de mayo (RTC 1996, 90), FJ 2; 122/1998, de 15 de junio (RTC 1998, 122),
FJ 3).
c) Y, por último, que se haya producido al recurrente una situación de indefensión material.
No hay indefensión material cuando el interesado tenía conocimiento extraprocesal del
asunto y, por su propia falta de diligencia, no se personó en la causa. A la conclusión del
conocimiento extraprocesal de un proceso se debe llegar mediante una prueba fehaciente (
SSTC 117/1983, de 12 de diciembre (RTC 1983, 117), FJ 3; 74/1984, de 27 de junio (RTC
1984, 74), FJ 2; 97/1991, FJ 4; 264/1994, FJ 5; 229/1997, FJ 3), lo que no excluye las reglas del
criterio humano que rigen la prueba de presunciones ( SSTC 151/1988, de 15 de julio (RTC
1988, 151), FJ 4; 197/1997, de 24 de noviembre (RTC 1997, 197), FJ 6; 26/1999, de 8 de
marzo (RTC 1999, 26), FJ 5; 72/1999, de 26 de abril (RTC 1999, 72), FJ 3), siendo la
presunción de conocimiento especialmente intensa en relación con los funcionarios cuya
Administración es parte demandada ( SSTC 45/1985, de 26 de marzo (RTC 1985, 45), FJ 3;
197/1997, FJ 6)».
Sin embargo, esta STC 125/2000 excluye que en el caso enjuiciado se produjera lesión a
la tutela judicial efectiva por falta de emplazamiento personal de las dos entidades
recurrentes 1). Sin embargo, se otorga el derecho a la tutela judicial efectiva porque falta
emplazamiento edictal. La STC sirve, pues, finalmente de ejemplo sobre la virtualidad
del emplazamiento edictal jurisdiccional, de modo que su ausencia vulnera el citado
derecho 2).
9. LA PRUEBA
Este artículo no faculta, sin embargo, para exigir la admisión de cualesquiera pruebas
que puedan las partes proponer, sino tan sólo la recepción y práctica de las que sean
declaradas pertinentes por los órganos judiciales (SSTC 40/1986, 60 y 196/1988, 22/1990,
205/1991, 87/1992, 131/1995; 1/1996; ATC 74/1998).
Tal juicio de pertinencia debe ser puntualmente motivado por exigencia no sólo de las
leyes procesales, sino también de la norma constitucional, pues de otro modo se haría
imposible la protección del derecho fundamental en sucesivas instancias y, en último
término, en la jurisdicción constitucional.
Por lo que respecta al momento procesal en que los órganos judiciales den a conocer a
las partes el juicio sobre la utilidad y la pertinencia de la prueba propuesta, no resulta
éste indiferente a los efectos constitucionales.
Interesa precisar las repercusiones del artículo 24 CE para el trámite de prueba del
proceso administrativo:
Por otra parte, para que se pueda apreciar la vulneración del derecho a que nos
venimos refiriendo es necesario –como ya se ha indicado supra – que la falta de
actividad probatoria se haya traducido en una efectiva indefensión del recurrente por lo
que a éste le corresponde la carga de probar en sede constitucional la relación entre los
hechos que se quisieron y no se pudieron probar y las pruebas no practicadas (SSTC
149/1987, 167/1988, 52/1989, 141/1992, entre otras).
Es conveniente referirnos a la STC 9/2015, de 2 de febrero de 2015 (RTC 2015, 9), que
otorga el amparo en un supuesto de arbitrariedad de la valoración de los elementos
probatorios:
Constatado que la relevancia de las pruebas practicadas merecía un análisis suficiente de las
mismas para satisfacer el derecho de todo demandante a conocer las razones de la
desestimación de su pretensión y que tal valoración no se efectuó por el Tribunal Supremo en
los términos acabados de exponer, hemos de detener aquí nuestro razonamiento, pues no
corresponde a este Tribunal determinar si, atendido el contenido de las pruebas no valoradas
en el modo constitucionalmente exigible, la decisión del Tribunal Supremo habría de ser otra,
ya que se trata de una cuestión de legalidad ordinaria que compete decidir en exclusiva al
órgano judicial en ejercicio de la potestad que le asigna el art. 117.3 CE (STC 167/2014, de
24 de octubre, FJ 6). Nuestra jurisdicción se ciñe a constatar la Sentencia que resolvió el
proceso a quo no cumple con las exigencias constitucionales de motivación que garantiza el
derecho a la tutela judicial efectiva del art. 24.1 CE., por lo que la resolución judicial
vulneró el derecho de la demandante doña R.D.S.O. y de su hija A.L.R.D.S., en su vertiente de
derecho a obtener una resolución judicial motivada y fundada en Derecho».
Por último, es preciso señalar que también se vulnera el derecho fundamental a utilizar
los medios pertinentes para la defensa cuando la omisión de la ejecución de una prueba
–previamente declarada pertinente y admitida– por causas no imputables a la parte
recurrente produzca indefensión. Esto es así ya que la indefensión que prescribe la
Constitución ha de ser material, por la relevancia misma de los hechos que se quisieran
probar en la decisión final del pleito, ya que sólo en tal caso podrá apreciarse el
menoscabo efectivo del derecho fundamental. De no actuar así se quebraría el principio
de contradicción y la garantía de defensa que el artículo 24 CE eleva al rango de
derecho fundamental (SSTC 89/1995, 110/1995, 120/1996, 164/1996 y 189/1996).
En primer lugar, la motivación aspira ante todo a hacer patente el sometimiento del
Juez al imperio de la ley ( artículo 117.1 CE) o, más ampliamente, al ordenamiento
jurídico ( artículo 9.1 CE), lo que ha de redundar en beneficio de la confianza en los
órganos jurisdiccionales.
En tercer lugar y para el caso de que los recursos lleguen a interponerse, la motivación
facilita el control de la sentencia por los Tribunales superiores, incluido el propio
Tribunal Constitucional a través del recurso de amparo.
En cuarto lugar, la motivación da a conocer las reflexiones que conducen al fallo, como
factor de racionalidad en el ejercicio del poder (ATC 77/1993).
Se convierte así la motivación en una garantía esencial del justiciable mediante la cual,
sin perjuicio de la libertad del Juez en la interpretación de las normas, se puede
comprobar que la solución dada al caso es consecuencia de una exégesis racional del
ordenamiento y no el fruto de la arbitrariedad (SSTC 116/1986, 159/1989 y 109/1992,
entre otras).
En primer lugar, cualquier interpretación que parta de un error patente con relevancia
constitucional (SSTC 23/1987, 36/1988, 159/1989, 63/1990, 192/1992 y 55/1993), y que
produzca efectos negativos en la esfera jurídica del ciudadano (SSTC 172/1985, 190/1990
y 101/1992).
En segundo lugar, los casos de incoherencia o quiebra del discurso lógico de una
sentencia, es decir, la manifiesta discordancia entre el presupuesto argumental de la
sentencia recurrida y el resultado por ésta alcanzado, lo cual, en última instancia, se
traduce en la carencia o insuficiencia de la motivación exigible para expresar los
criterios jurídicos esenciales fundamentadores de la decisión (SSTC 117/1996 y 32/1996,
con remisión a la STC 153/1995).
Se viene entendiendo que la motivación por remisión también puede satisfacer las
exigencias que se derivan del derecho a la tutela judicial efectiva, siempre que se
produzca de forma expresa e inequívoca: una vez resueltas en la sentencia de una
instancia inferior determinadas cuestiones planteadas por las partes, el no tratamiento
de las mismas por el órgano de una instancia superior –aunque tales cuestiones se
hubieran reiterado en éste– no vulnera el derecho a la tutela judicial efectiva pues, en
última instancia, la parte habría obtenido ya un pronunciamiento fundado (AATC
688/1986 y 956/1988; SSTC 174/1987, 146/1990, 27/1992, 175/1992, 150/1993 y 11/1995,
entre otras).
Entre las exigencias del derecho a la tutela judicial se encuentra la de dar respuesta
motivada y fundada en Derecho a las cuestiones suscitadas por las partes a lo largo del
proceso.
El vicio de incongruencia puede ser por exceso (o extra petitum ) o por defecto (u
omisiva).
Dentro del primer supuesto puede encajarse el caso de la «alteración» de los términos
en que se desarrolla el litigio, sustrayendo a las partes el verdadero debate
contradictorio propuesto por ellas, con merma de sus posibilidades y derecho de
defensa. En este caso se produce un fallo o parte dispositiva no adecuado o no ajustado
sustancialmente a las recíprocas pretensiones de las partes (STC 95/1990).
La respuesta de los órganos judiciales debe extenderse tanto a la cuestión principal del
litigio como a las posibles causas de inadmisión del recurso –o, más en general, de la
acción ejercitada– que se aleguen por las partes. En efecto, si los órganos judiciales
tienen la obligación de pronunciarse sobre todas las cuestiones planteadas por las
partes, es evidente que esta exigencia resulta más inexcusable en casos en los que la
cuestión invocada por una de las partes es nada menos que la inadmisibilidad del
recurso, tema central de orden público procesal sobre el que descansa la existencia
misma del procedimiento y la solución material que en éste pueda darse al litigio (STC
116/1986).
Sólo se menoscaba la plenitud de la tutela judicial cuando el órgano judicial deja sin
contestar las pretensiones de las partes sometidas a su conocimiento. En este sentido, no
siempre que se produzca el silencio judicial existirá incongruencia, ya que éste puede
constituir una desestimación tácita suficiente. No obstante, en tales casos será necesario
que así pueda deducirse de otros razonamientos de la sentencia o pueda apreciarse que
la respuesta expresa no era necesaria o imprescindible (SSTC 69/1988, 95/1990, 368/1993
y 91/1995).
En rigor, cabría distinguir entre las alegaciones aducidas por las partes para
fundamentar sus pretensiones y las pretensiones en sí mismas consideradas (SSTC
95/1990, 128/1992, 169/1994, 91/1995, 143/1995, 131/1996, etc.).
Cabría plantearse si el hecho de que la Sala entre a decidir directamente sobre el fondo
de un asunto sin entrar en las cuestiones previas suscitadas puede interpretarse como
una desestimación implícita de las mismas: si al órgano judicial no le pudieron pasar
desapercibidas tales cuestiones y, sin embargo, se limitó a decidir sobre el fondo, podría
concluirse que no las consideró relevantes.
En tal sentido, el derecho a la ejecución impide que el órgano judicial encargado de ella,
aunque sea el mismo que dictó la sentencia, se aparte de lo mandado en el
pronunciamiento a cumplir o se abstenga de adoptar las medidas necesarias para
conseguirlo (SSTC 306/1993 y 322/1994).
Han sido distintos factores los que han conducido a la reforma de la LJCA de 13 de julio
de 1998 en materia de medidas cautelares (el Tribunal Constitucional, el Derecho
comunitario, el Derecho comparado, la propia jurisdicción contencioso-administrativa o
la doctrina científica –véanse SSTC 148/1993 y 78/1996–).
Es de indicar que el proceso cautelar tiene como fin esencial preservar el derecho a la
tutela judicial efectiva, derecho fundamental consagrado en el artículo 24.1 de nuestra
Carta Magna. Puede citarse la STC 14/1.992: «... la tutela judicial no es tal sin medidas
cautelares adecuadas que aseguren el debido cumplimiento de la resolución definitiva
que recaiga en el proceso...», sin que pueda perderse de vista el que «... la medida
cautelar a adoptar en cada caso ha de ser la adecuada a la finalidad de garantizar la
efectividad de la tutela judicial que en su día se otorgue...» ( Sentencia del Tribunal
Constitucional 148/1.993, de 29 de abril (RTC 1993, 148)).
Si la tutela se satisface así, es lógico entender que «mientras se toma aquella decisión no
pueda ésta impedirse ejecutando el acto, con lo cual la Administración se habría
convertido en Juez». Los obstáculos insalvables a esta fiscalización lesionan, por tanto,
el derecho a la tutela judicial y justifican que, desde el artículo 24.1 de la CE, se
reinterpreten los preceptos aplicables (STC 66/1984).
Cuando una dilación procesal es indebida en el sentido del citado artículo, es una tarea
que reviste una cierta complejidad, toda vez que no toda infracción de los plazos
procesales constituye un supuesto de vulneración de este derecho fundamental.
Por el contrario, y sin que ello suponga desconocer su importancia para el adecuado
funcionamiento de la administración de justicia, el concepto de dilaciones indebidas es
indeterminado o abierto, habiendo de ser dotado de contenido concreto en cada caso,
mediante la aplicación a sus circunstancias específicas de los factores objetivos y
subjetivos que sean congruentes con su enunciado genérico (SSTC 180/1996 y 31/1997,
entre otras).
Como tales factores se pueden identificar la complejidad del litigio, los márgenes
ordinarios de duración de los litigios del mismo tipo, el interés que en aquél arriesga la
parte, su conducta procesal y la conducta de las autoridades. Esta doctrina ha sido
constantemente seguida por numerosos pronunciamientos (SSTC 28/1989, 81/1989,
215/1992, 69/1993, 179/1993, 197/1993, 313/1993, 144/1994 y 324/1994).
Este derecho puede resultar así vulnerado tanto cuando el tiempo invertido en resolver
definitivamente un litigio supera lo razonable, como cuando exista una paralización del
procedimiento, que por su excesiva duración esté igualmente injustificada y suponga
una alteración del curso del proceso, como se ha estimado en reiteradas ocasiones por el
Tribunal Constitucional (SSTC 133/1988, 7/1995 y 144/1995).
Sin embargo, para que el Tribunal Constitucional conceda el amparo en estos casos es
necesario que el recurrente haya acreditado que la dilación ha sido denunciada ante el
órgano judicial en el proceso a quo . La razón de esta limitación estriba en la necesidad
de una invocación previa que la jurisprudencia del Alto Tribunal ha considerado
esencial para respetar el principio de subsidiariedad que informa el amparo
constitucional (SSTC 100/1996, 180/1996, 181/1996, 31/1997, 53/1997 y 136/1997).
Por su parte, en la jurisprudencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos está
consolidado el criterio del «carácter razonable de la duración del procedimiento», lo que
se aprecia «siguiendo las circunstancias del caso y teniendo en cuenta los criterios
consagrados por la jurisprudencia del Tribunal, sobre todo la complejidad del asunto, el
comportamiento del demandante y de las autoridades competentes» (STEDH de 21 de
abril de 1998, Aranzadi Repertorio del Tribunal Constitucional ; STEDH de 22 de abril de
1998, Aranzadi Repertorio del Tribunal Constitucional) . Finalmente, véase la STC
20/1999.
La STC 54/2014, de 10 de abril de 2014 (RTC 2014, 54) estima un recurso de amparo
reconociendo que se han producido dilaciones indebidas por «la fecha en que el órgano
jurisdiccional fijó para la celebración de la vista» en un abreviado, acusando un
excesivo lapsus temporal entre el día de la notificación de la vista y el día de su
celebración. Y sin que «motivos estructurales no imputables directamente al órgano
jurisdiccional puedan servir de justificación para evitar en cuanto tal la declaración de
dilación indebida».
Pero esta doctrina cede cuando la inadmisión se basa en una causa inexistente, puesto
que entonces la cuestión trasciende al ámbito de la constitucionalidad, imponiendo al
Tribunal Constitucional cuando así se demanda en amparo el deber de analizar si la
resolución de inadmisión aplica la causa legal de manera arbitraria o irrazonada, o
incurre en error notorio y patente y, en consecuencia, lesiona el derecho a la tutela
judicial que garantiza el artículo 24.1 de la Constitución (SSTC 37/1982, 63/1983, 43/1984,
19/1986, 79/1986, 201/1987, 36/1988, 102/1990, 164/1990, 192/1992, 20/1993, 159/1994 y
40/1996, entre otras).
Como ya nos consta, forma parte integrante de la tutela judicial efectiva el derecho de
las partes a la ejecución en sus propios términos de las sentencias firmes . Al
Tribunal Constitucional no le corresponde en vía de amparo sustituir a la autoridad
judicial en el cometido de interpretar y fijar el alcance de sus propios
pronunciamientos, ni en el modo de llevarlos a su puro y debido efecto. Le incumbe
estrictamente velar para que tales decisiones se adopten en el seno del procedimiento
de ejecución de un modo razonablemente coherente con el contenido de la resolución
que se haya de ejecutar (SSTC 247/1993, 9/1996 y 1/1997).
A. ALGUNOS EJEMPLOS
«Si cabe que unos mismos hechos puedan ser examinados, con diverso resultado, desde la
perspectiva de distintas jurisdicciones, sin vulnerar por ello las garantías del artículo 24 de la
Constitución, como ha señalado el Tribunal Constitucional, no puede admitirse, sin embargo,
que de la valoración realizada desde el mismo sector del ordenamiento jurídico, en este caso
el orden social, pueda llegarse a resultados y soluciones contradictorias por los Tribunales,
aunque pertenezcan a órdenes jurisdiccionales distintos».
«El Tribunal Constitucional dicta Sentencia número 173/1996, de 31 octubre, por la que
declaró inconstitucional y por tanto nulo de pleno derecho el artículo 38.2 de la Ley
5/1990, de 29 junio, sobre Medidas en materia presupuestaria, financiera y tributaria,
precepto éste que había creado el Gravamen complementario de la tasa fiscal que grava los
juegos de suerte, envite o azar, cuyas liquidaciones fueron impugnadas por don José M. D.;
sin embargo pese a que el artículo 38.2 citado, bajo cuyas disposiciones se dictaron dichas
liquidaciones, fue anulado y expulsado del Ordenamiento jurídico, las liquidaciones, según la
propia doctrina del Tribunal Constitucional, no pueden ser anuladas, porque habían sido
confirmadas por una sentencia judicial firme, y sin que la anulación de la disposición legal, por
inconstitucionalidad, permita la revisión de las sentencias firmes ».
En este contexto puede entenderse la STS de 3 de febrero de 1997, que cita las SSTC
111/1983, 199/1987 y 385/1993, a efectos de declarar que, «tratándose el presente, de un
recurso directo contra aquel Real Decreto legislativo, y no contra actos de aplicación
singular del mismo, la derogación sobrevenida priva a la controversia de cualquier
interés o utilidad real al haber desaparecido su objeto; debiendo traerse a colación a
este respecto la doctrina del Tribunal Constitucional, en relación con los recursos de
inconstitucionalidad, pero que es perfectamente aplicable a los recursos directos contra
reglamentos, como es el presente, según la cual (SSTC 111/1983, 199/1987 y 385/1993)
cuando a lo largo de la tramitación de un recurso de inconstitucionalidad –recurso
abstracto y orientado a la depuración objetiva del ordenamiento– pierda su vigencia el
precepto legal controvertido, tal circunstancia sobrevenida habría de ser tenida en
cuenta por este Tribunal para apreciar si la misma conlleva la exclusión de toda
aplicabilidad de la Ley y añade: y si así fuera no habrá sino reconocer que desapareció,
al acabar su vigencia, el objeto de este proceso constitucional que, por sus notas de
abstracción y objetividad, no puede hallar su exclusivo sentido en la eventual remoción
de las situaciones jurídicas creadas en aplicación de la Ley, acaso inconstitucional». En
igual sentido, STS de 23 de junio de 1997.
Son frecuentes los litigios en los que las partes procesales alegan en su defensa
principios constitucionales desarrollados por el Tribunal Constitucional (por ejemplo,
indefensión, principio pro actione , etc.) de forma tan interesada como errónea, hecho
que obliga al Tribunal Supremo a citar, recoger y matizar la doctrina jurisprudencial del
Tribunal Constitucional. Estos casos dan lugar a una interesante interpretación de la
jurisprudencia del Tribunal Constitucional por parte del Tribunal Supremo cuando este
órgano jurisdiccional motiva el fallo en contra de las alegaciones del recurrente.
Lo más habitual en este contexto es que el Tribunal Supremo tenga que explicar
(«desarrollar») el artículo 24 de la Constitución ante la alegación de indefensión de la
parte (por todos, ATS de 17 de septiembre de 1996).
Por otra parte, como es obvio, la inconstitucionalidad de la ley acarrea la del reglamento
( STS de 16 de julio de 1997, [RJ 1997, 6079]).
A. PLANTEAMIENTO
Sin ánimo exhaustivo pueden citarse algunos casos en torno a los cuales se plantea
cierta problemática en cuanto a la delimitación entre el Tribunal Constitucional y la
jurisdicción contencioso-administrativa.
Por otra parte, si se tienen dudas sobre la inconstitucionalidad de la ley lo que procede
es solicitar que la Sala plantee una cuestión de inconstitucionalidad ante el Tribunal
Constitucional; no puede pretenderse subrepticiamente la inconstitucionalidad de la ley,
a través de la impugnación de un reglamento, porque en estos casos procede desestimar
el recurso (STS de 26 de junio de 1996).
C. CONFLICTOS DE COMPETENCIA
En la línea del importante Voto particular de Rubio Llorente a la STC 88/1989 vuelve a
insistirse en la exclusividad competencial del Tribunal Constitucional en esta materia
siempre que se trate de conflictos entre Estado y CC AA o de éstas entre sí (por A. J.
GÓMEZ MONTORO/F. CAAMAÑO DOMÍNGUEZ, REDA , 99, 1998, pp. 369 y ss.).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
FOOTNOTES
1
«Y, ello, utilizando una vez más palabras textuales de la STC 133/1986 citada, porque no puede
decirse “que pese sobre los juzgadores, en virtud de lo dispuesto en el art. 24.1 CE, el deber
de identificar para llamarlos personalmente al proceso, a todos cuantos, no afectados en sus
derechos subjetivos por el acto impugnado ni designados con certeza en la demanda o en el
expediente, pudieran tener interés en la conservación de la resolución o disposición recurrida”
(FJ 5). Por lo demás, como también hemos afirmado, “para que sea exigible que se emplace
personalmente a los interesados es imprescindible que los mismos puedan ser identificados”, ya
que “de otro modo la protección ilimitada del derecho a no ser emplazado... conllevaría, en su
automatismo, el sacrificio del derecho a la tutela judicial efectiva de quien, actuando de buena
fe, fue parte en el proceso contencioso-administrativo y se creía protegido por la paz y
seguridad jurídica que implica la institución de la cosa juzgada” (STC 229/1997, FJ 3, con cita a
su vez de las SSTC 56/1985, de 29 de abril (RTC 1985, 56), y 97/1991)».
3
J.L. MANZANARES SAMANIEGO, La responsabilidad patrimonial por el funcionamiento de la
Administración de Justicia, Madrid 2012; D. REMUS, «Rechtshaftung bei verögerter Amtstätigkeit
des Richters», NJW, 20, mayo 2012 p.1403.
Se inadmite la cuestión porque «el órgano judicial planteante de la cuestión no afirma que la
doctrina sentada por el TS sea inconstitucional, sino sostiene que de las dos interpretaciones
manejadas hasta entonces, la rechazada por el TS es la que mejor salvaguarda los valores
constitucionales: de un lado, el órgano judicial no persigue la depuración del ordenamiento
jurídico de aquellas normas legales que vulneren la CE, sino la consecución del “óptimo
constitucional”, y, de otro, el órgano judicial no acredita de qué modo el mandato normativo de
los preceptos legales cuestionados vulnera el principio de eficacia administrativa, ni explica de
qué modo la fijación de un determinado “dies a quo” para el cómputo del plazo de prescripción
torna la presunción de inocencia en una inaceptable presunción de culpabilidad, ni las razones
en virtud de las cuales el silencio administrativo en vía de recurso impide a los ciudadanos
impetrar la tutela de los órganos judiciales, ni en qué medida se incide en el principio de
seguridad jurídica; de ahí que se inadmita la cuestión por ser notoriamente infundada».
Con ejemplos jurisprudenciales T. QUINTANA LÓPEZ, RCG 18, 1989, p. 119; L. TOLÍVAR ALAS, Anuario de
Derecho Constitucional y Parlamentario , 1, 1989, p. 91.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo VIII. Delimitación entre la Jurisdicción Contencioso-Administrativa y la
Jurisdicción Penal. El «recurso Contencioso-Disciplinario Militar». Comisión Nacional de
la Competencia. Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Conclusión del artículo 3: la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa como una jurisdicción ordinaria en materia
jurídico-pública (artículo 3 LJCA. Remisiones)
Capítulo VIII
Sumario:
Pero, en segundo lugar, dicha relación entre ambas jurisdicciones plantea temas de
debate. Se advierte desde hace algún tiempo una pronunciada tendencia a favor de la
extensión del conocimiento de la jurisdicción penal a ámbitos propios del Derecho
administrativo. Esto afecta a los tipos que regulan penalmente contravenciones del
Derecho administrativo (tales como el delito ecológico o en materia de urbanismo,
patrimonio histórico, consumo, etc. 1)). Lo característico de estos delitos es la
«accesoriedad» de la norma penal respecto de la administrativa. Tanto en España como
en otros países donde se advierte este mismo fenómeno se habla del «fuerte
componente administrativo del delito» a consecuencia de la «estrecha relación del
Derecho penal con el administrativo». Este hecho, por el cual la contravención penal se
hace en función de la legislación administrativa (por ser elemento del tipo penal) puede
hacerse encajar dentro del fenómeno de la «Ley o norma penal en blanco».
La jurisdicción penal conoce en infinidad de casos que tienen una relación mediata con
el Derecho administrativo. Así, la STS 557/2015, de 6 de octubre de 2015 (Sala de lo
penal) avala la indemnización de 5.000 euros que el encargado del disco-bar X debe
pagar a cada una de las dos vecinas a las que sometió a un «ruido insoportable» pese a
no haberse constatado daños físicos. El Alto Tribunal absuelve al propietario del local,
que había sido condenado inicialmente, ya que únicamente ve responsable del mal uso
de los aparatos de sonido a la mujer al que se lo arrendó, que era quien llevaba el
negocio 3).
Tal como recuerda la SAP de Málaga, Sección 2.ª, de 25 de abril de 2007 (recurso
263/2006 4)), los requisitos de la prevaricación urbanística y en especial, respecto al tipo
de ilegalidad necesaria, « no basta cualquier ilegalidad, sino que según reiterada
doctrina de esta Sala tiene que tratarse de “una contradicción con el ordenamiento
tan patente y grosera, esperpéntica se ha dicho en otras ocasiones, que puede ser
apreciada por cualquiera, no bastando la mera ilegalidad producto de una
interpretación errónea, equivocada o discutible, como tantas veces ocurre en
Derecho ” (Sentencias de 10 de mayo de 1993, 21 de febrero de mayo y 10 de noviembre
de 1994, 25 de marzo y 20 de abril de 1995 14 de marzo de 1996, 7 de febrero, 3 de
marzo y 23 de abril de 1997). Concretamente como ha declarado la Sentencia de 14 de
noviembre de 1995 la “injusticia” que tal actuación administrativa proclama “puede
venir referida en la absoluta falta de competencia del inculpado, en la inobservancia de
las más elementales normas del procedimiento o en el propio contenido sustancial de la
Resolución de modo que ésta implique un torcimiento del Derecho” (Sentencias de 20 de
abril de 1995, de 24 de abril de 1988, 17 de septiembre de 1990, 10 de abril y 10 de
diciembre de 1992, y 21 de febrero de 1994)».
Sin salir de la LOPJ, deben consultarse, en este sentido, los artículos 3.2 (criterio de
atribución en asuntos penales), y 55 de la LOPJ, que prevé una Sala 5.ª –de lo militar–.
Un estudio sobre los límites del control de la Comisión Nacional de los Mercados y de la
Competencia (anteriormente denominada Tribunal de Defensa de la Competencia) por
referencia a la jurisdicción contencioso-administrativa se justifica por razones de tipo
práctico, ya que dicha Comisión afecta a las actuaciones económicas de los poderes
públicos o interviene de forma cada vez más intensa en el control público o regulación
pública de los agentes de mercado. Tiene interés estudiar los casos sobre los que puede
conocer dicha Comisión Nacional de la Competencia o sobre los que no puede hacerlo,
por ser procedente la interposición del recurso ante el orden jurisdiccional contencioso-
administrativo. La propia CNMC corrobora que con carácter frecuente ha de examinar
si es competente para el asunto planteado, o lo es la jurisdicción contencioso-
administrativa.
Por otra parte, sobre las resoluciones y actos del Presidente y del Consejo de la Comisión
Nacional de la Competencia, conoce directamente, en única instancia, la Sala de lo
Contencioso-administrativo de la Audiencia Nacional ( Disposición Adicional cuarta
de la LJCA: «recursos contra determinados actos, resoluciones y disposiciones»).
Sobre este tema, así como sobre la competencia desleal y la Administración nos
remitimos al tratamiento extenso de estas cuestiones que contiene el Tomo de esta obra,
relativo al Derecho administrativo económico.
4. JURISDICCIÓN CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVA Y TRIBUNAL DE
JUSTICIA DE LA UNIÓN EUROPEA
Más bien se hace concretamente una referencia a los requisitos desarrollados por la
Sala tercera del Tribunal Supremo, en cuanto al régimen y procedencia de las cuestiones
prejudiciales en virtud del actual artículo 267 del Tratado de Funcionamiento de la UE y,
con anterioridad al Tratado de Lisboa de 2007, sobre la base del artículo 234 –y
anteriormente artículo 177– del TCE y del artículo 154 del Tratado de la CEEA
(artículo hoy derogado 6)).
El presupuesto básico para que pueda plantearse una cuestión prejudicial es que el
Tribunal de un Estado miembro, en el ejercicio de su función jurisdiccional, tenga duda
objetivamente fundada sobre cuál sea la norma jurídica aplicable al caso (STS de 31 de
octubre de 1996).
Por contra, «como ha expresado la doctrina científica, es preciso que el Juez nacional
pueda considerar la cuestión planteada como pertinente y seria , es decir, como
pudiendo condicionar la solución del proceso (P. PESCATORE)» (STS de 31 de octubre de
1996).
En este sentido, argumenta esta sentencia, que los Tribunales nacionales tienen la
facultad de no plantear la cuestión de prejudicialidad cuando se trate de lo que se ha
llamado «el acto claro» y así, respondiendo a una interpelación parlamentaria, la
Comisión (Europea) tiene dicho que «los Tribunales nacionales no están obligados por el
artículo 177 CEE a suspender los procesos y reenviar sistemáticamente al Tribunal de
Justicia todas las cuestiones referentes a la interpretación del Derecho Comunitario que
se planteen ante dichos Tribunales».
Pueden por tanto declinar formular el recurso y decidir la materia por sí mismos en
aquellos casos en que tales cuestiones son perfectamente simples y cuya contestación
resulta obvia para cualquier jurista con un «modicum» de experiencia.
Asimismo, la STS de 15 de febrero de 2000 declara que «la LJCA vigente (...), al excluir
del orden jurisdiccional contencioso-administrativo las cuestiones expresamente
atribuidas a los órdenes jurisdiccionales civil, penal y social, aunque estén relacionadas
con la actividad de la Administración Pública, atribuye a la jurisdicción contencioso-
administrativa una jurisdicción general respecto de las cuestiones relacionadas con la
Administración Pública que sólo puede ser objeto de excepción por la ley cuando ésta se
pronuncia de forma expresa ».
Es decir, esta concepción no es desconocida, pese a que no está generalizada. Por otra
parte, el artículo 2.a) atribuye a la jurisdicción contencioso-administrativa el
conocimiento de las cuestiones que se susciten en relación con los actos del Gobierno o
de los Consejos de Gobierno de las CC AA, respecto de los que es preciso descartar su
condición de actos administrativos, según ya nos consta, corroborando todo ello la
conclusión del párrafo anterior.
El ordenamiento jurídico deja desprender que son distintas las jurisdicciones que
pueden llegar a conocer de asuntos jurídico-públicos en virtud de una regla de
atribución legal expresa en su favor: jurisdicción laboral ( artículo 2 de la Ley
36/2011), militar [ artículo 3.b) de la LJCA; artículos 4 y 12 de la LO 4/1987]; también
el Tribunal Constitucional ( artículo 3 de la LOTC).
Lo mismo parece ocurrir con otras instancias, así el Tribunal de Cuentas, la Comisión
Nacional de la Competencia y los Tribunales económico-administrativos. El primero de
los mencionados «ejerce una parcela de lo contencioso-administrativo»: el contencioso-
administrativo contable, sin poder anular los actos administrativos cuya irregularidad
comprueba ( artículo 1 de la LO 2/1982, de 12 de mayo; artículo 136 de la CE; R.
MENDIZÁBAL ALLENDE, AA , 7 y 8, 1986; RAP , 100-102, Vol. II, 1983; y su contribución en J. M.
GÓMEZ/J. J. RAPOSO, Coordinadores, El proceso contencioso-administrativo , Santiago de
Compostela, 1994; J. J. TORRES, AA , 4, 1997).
Y lo mismo puede decirse respecto de otro tipo de asuntos jurídico-públicos: la materia
económico-administrativa (artículos 1 y 15 del Texto Articulado del Procedimiento
Económico Administrativo, RDLeg 2795/1980), sin olvidar por otra parte que las
decisiones de los Tribunales económico-administrativos (los cuales no son jurisdicción,
como es sabido) son recurribles ante la jurisdicción contencioso-administrativa (artículo
40 del mismo Texto Articulado). Si el asunto no se subsume en alguno de los supuestos
atribuidos, como ocurre por ejemplo, con la impugnación de una disposición de carácter
general, la jurisdicción contencioso-administrativa ha de conocer del litigio 7).
Este criterio de atribución podría entenderse junto a una cláusula general en favor de la
jurisdicción contencioso-administrativa respecto de los asuntos jurídico-públicos no
atribuidos expresamente a otra jurisdicción. Esto supone concebir la contencioso-
administrativa como una jurisdicción, primeramente, general u ordinaria y, en segundo
lugar, residual, en este ámbito jurídico-público. Se justificarían concretamente,
siguiendo esta interpretación, dos cláusulas generales o residuales, una en favor de la
jurisdicción civil para los asuntos privados, otra para los asuntos públicos, en favor de la
jurisdicción contencioso-administrativa, y un criterio de atribución legal expresa en los
demás casos. Este resultado parece ser, por otra parte, el más ajustado al artículo 24
de la CE, consiguiendo que el ciudadano tenga plenamente garantizado el acceso a la
jurisdicción ya que sobre cualquier asunto público, no remitido por ley a otra
jurisdicción, conocerá la jurisdicción contencioso-administrativa; y si el asunto es
privado conocerá en todo caso la jurisdicción civil.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
J. GONZÁLEZ PÉREZ, Derecho procesal administrativo , 2.ª ed., Madrid, 1996, Vol. II, pp. 536 y
ss; HERNÁNDEZ OROZCO, «Notas sobre el artículo 40, apartado d) LJ», Revista Española de
Derecho Militar , 14, pp. 83 y ss.; HERRERO PEREZAGUA, «Jurisdicción militar y unidad de
jurisdicción», en Constitución y Jurisdicción militar , Zaragoza, 1997, pp. 183 y ss.; JIMÉNEZ
VILLAREJO, «La jurisdicción militar», en SÁNCHEZ GUZMÁN (Coordinador), Comentarios a las
leyes procesales militares , Madrid, 1995; F. LÓPEZ RAMÓN, «Reflexiones sobre el
contencioso-disciplinario militar», REDA , 54, 1987, pp. 172 y ss.; del mismo autor, «El
recurso contencioso-disciplinario militar», DA 220, 1989, pp. 92 y ss.; V. LÓPEZ YAGÜES, «En
torno a la privación cautelar de libertad. Especial referencia al ámbito jurisdiccional
militar», La Ley , 4462, 1998; F. LORCA NAVARRETE, Comentarios a la Ley Procesal Militar ,
San Sebastián, 1990.
FOOTNOTES
1
y falsedad: se
certifica una obra cuando ni siquiera ésta se había iniciado, aceptando como
abonada una factura falsa, para incorporarlas al expediente y no perder la
aportación comprometida por la Consellería, existiendo un Decreto posterior
dejando sin efecto un reparo suspensivo de la intervención municipal,
conociendo que las objeciones eran reales. « La mera ilegalidad de una decisión no
es suficiente para la integración del delito de prevaricación administrativa, que
queda restringido a los casos más graves en los que el autor actúa a sabiendas de la
injusticia, pero en el caso, la Alcaldesa era plenamente consciente de la desviación
jurídica de su decisión
».
Sobre este principio de intervención mínima véase también la STS (Sala de lo Penal) de 20 de
Julio de 2017 (rec. 1146/2016). Véase también la STS de 27 de Noviembre de 2009, rec. 1539/2008.
Véase también infra el comentario a las cuestiones prejudiciales. Asimismo, F.J. BAUZÁ MARTOREL,
«El acto administrativo: entre la validez y el delito (La anulación de actos administrativos por el
juez penal), Revista española de Derecho Administrativo 163, abril-junio 2014.
Tomo esta sentencia de A. J. CRIADO SÁNCHEZ, «El delito contra la ordenación del territorio tras la
ley orgánica 5/2010, de 22 de junio, de reforma del código penal» (internet).
El citado artículo ha sido derogado por el artículo 5 del Protocolo n.º 2 por el que se modifica el
Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica, anejo al Tratado de
Lisboa de 13 de diciembre de 2007.
J. MARTÍN QUERALT/C. LOZANO SERRANO/G. CASADO OLLERO/J. M. TEJERIZO LÓPEZ, Curso de Derecho
financiero y tributario, Madrid, 1997, p. 583; M. J. GARCÍA GARCÍA, RGD, 636, 1997, p. 10449; J. J.
FERREIRO LAPATZA, Curso de Derecho financiero español, Madrid, 1994, pp. 515 y ss.
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo IX. Los conflictos de jurisdicción y conflictos de atribuciones. Actuaciones
administrativas estando «sub iudice» un asunto en vía judicial (artículo 3 de la LJCA)
Capítulo IX
Sumario:
La LOPJ establece (artículo 38) que los conflictos de jurisdicción entre Juzgados o
Tribunales y la Administración serán resueltos por un órgano colegiado constituido por
el Presidente del Tribunal Supremo, que lo presidirá, y por cinco vocales de los que dos
serán Magistrados de la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo,
designados por el Pleno del Consejo General del Poder Judicial, y los otros tres serán
Consejeros Permanentes de Estado, actuando como Secretario el de Gobierno del
Tribunal Supremo (igualmente, artículo 2 de la Ley 2/1987 de 18 de mayo, de Conflictos
Jurisdiccionales).
Cuando unos mismos hechos se subsumen tanto en el Código Penal como en el Código
Penal Militar, y están conociendo tanto la jurisdicción ordinaria como la militar, el
Tribunal Supremo ha aplicado el criterio de la especialidad para afirmar la competencia
de los Juzgados Militares (STS de 11 de marzo de 1996); este tipo de supuestos no son
infrecuentes en la jurisprudencia del Tribunal Supremo (STS de 11 de marzo de 1996; 24
de octubre de 1996; 5 de junio de 1996, etc.).
Una remisión resulta por tanto obligada, sobre los conflictos jurisdiccionales, a la Ley
homónima, LO 2/1987, de 18 de mayo, donde aquéllos se regulan.
Pero puede ocurrir que en estos casos exista simplemente un incumplimiento de los
deberes de colaboración que tiene la Administración respecto de los Tribunales (tema
en el que incidiremos después). Esto puede ocurrir cuando por ejemplo, estos últimos
solicitan el auxilio de aquélla a efectos de que sean remitidos ciertos documentos que
son necesarios para el proceso judicial que se sustancia (SSTS –dos– de 25 de junio de
1996). También cuando la Administración pretende que un Juzgado se abstenga de la
celebración de una subasta de un bien hipotecado, ya que esta cuestión no hace
referencia a una competencia propia (STS de 26 de junio de 1996).
A. INTRODUCCIÓN
Además de la LJCA y de la LOPJ (y tras el antecedente de la Ley de 17 de julio de 1948, de
Conflictos Jurisdiccionales) es preciso tener en cuenta la Ley Orgánica 2/1987, de 18 de
mayo, de Conflictos Jurisdiccionales.
La primera, relativa a la mayor precisión que hace esta Ley 2/1987 (respecto de la Ley
precedente de 17 de julio de 1948) sobre los órganos legitimados para suscitar los
conflictos: «desde el punto de vista del Poder Judicial tal legitimación se extiende a todos
sus órganos, a diferencia de lo que dispone la Ley de 1948. Desde el punto de vista de las
Administraciones públicas, la Ley, congruente con la nueva organización territorial del
Estado, extiende la legitimación a las Comunidades Autónomas y a las diversas
Administraciones Locales, asumiendo así, en lo que a estas últimas respecta, la doctrina
del Tribunal Constitucional».
Dispone al artículo 11 que «1. El órgano administrativo o jurisdiccional, tan pronto como
reciba el oficio de inhibición, suspenderá el procedimiento en lo que se refiere al
asunto cuestionado, hasta la resolución del conflicto, adoptando, en todo caso, con
carácter provisional, aquellas medidas imprescindibles, para evitar que se eluda la
acción de la justicia , que se cause grave perjuicio al interés público o que se originen
daños graves e irreparables. 2. Cuando el requerimiento se dirija a un órgano
jurisdiccional del orden penal o que esté conociendo de un asunto tramitado por el
procedimiento preferente para la tutela de los derechos y libertades fundamentales
previsto en el artículo 53.2 de la Constitución no se suspenderá el procedimiento ,
sino, en su caso, hasta el momento de dictar sentencia. El Tribunal de conflictos otorgará
preferencia a la tramitación de los conflictos en que concurran estas circunstancias. 3.
Al remitirse las actuaciones al Tribunal de conflictos se expresarán las medidas que, en
su caso, se hubieren adoptado en cumplimiento de lo dispuesto en el párrafo primero de
este artículo».
Respecto del conflicto negativo precisa el artículo 13: «1. Quien viere rechazado el
conocimiento de un asunto de su interés tanto por el Juez o Tribunal como por el órgano
administrativo que él estime competentes, podrá instar un conflicto negativo de
jurisdicción. 2. Una vez que se haya declarado incompetente, en resolución firme, la
autoridad judicial o administrativa a la que inicialmente se hubiese dirigido, el
interesado se dirigirá, acompañando copia auténtica o testimonio fehaciente de la
resolución denegatoria dictada, a la otra autoridad. 3. Si también se declara
incompetente, el interesado podrá formalizar sin más trámites y en el plazo
improrrogable de quince días el conflicto negativo de jurisdicción, mediante escrito
dirigido al Tribunal de conflictos de jurisdicción al que se unirán copias de las
resoluciones de las autoridades administrativa y judicial, que se presentará ante el
órgano jurisdiccional que se hubiera declarado incompetente. Este elevará las
actuaciones al Tribunal de conflictos de jurisdicción y requerirá al órgano
administrativo que hubiera intervenido para que actúe de igual forma, todo ello en
plazo de diez días. 4. En todo caso se notificarán al interesado las resoluciones que se
adopten».
En fin, según el artículo 17, «la sentencia declarará a quién corresponde la jurisdicción
controvertida, no pudiendo extenderse a cuestiones ajenas al conflicto jurisdiccional
planteado. El Tribunal podrá también declarar que el conflicto fue planteado
incorrectamente, en cuyo caso ordenará la reposición de las actuaciones al momento en
que se produjo el defecto procedimental».
Hay que tener presente, como el propio Tribunal de Conflictos de Jurisdicción afirma
(dando la razón a la Administración frente a un Juzgado civil) en su sentencia de 23
de octubre de 1998 (RJ 1998, 878) conflicto 6/1997 que dicho Tribunal no entiende acerca
de si la jurisdicción civil o la contencioso-administrativa es competente, sino si lo es
aquella o la Administración. Rechazando lo que llama «contienda intrajurisdiccional»,
por la STCJ de 17 de marzo de 1999 (RJ 2001, 1797) citando otras muchas, declarando
la competencia de la Administración tras descartar que lo que aquella pretende es la
defensa de la jurisdicción contencioso-administrativa en vez de la civil, sino su propia
competencia (en un asunto de responsabilidad patrimonial, planteándose el
requerimiento de inhibición tras la demanda por el Ayuntamiento).
Como añaden las sentencias de 17 de diciembre de 2004 (RJ 2005, 5055) y de 6 de
noviembre de 2007 «el proceso de conflictos es una vía jurídicamente regulada para
resolver las contiendas que puedan surgir entre jueces o tribunales y cualquier
autoridad del orden administrativo. Es ajeno en su ámbito propio todo cuanto se refiere
al ejercicio de los poderes o facultades administrativas o de los poderes jurisdiccionales
en cuanto no entrañen una invasión competencial que haya de hacerse valer en los
términos del artículo 4.º (defensa de una esfera de competencia) y 5.º (reclamar el
conocimiento de un asunto), de la Ley Orgánica 2/1.987 de Conflictos Jurisdiccionales».
«A este Tribunal sólo le corresponde resolver sobre cuál de las dos autoridades en
discrepancia es competente para seguir conociendo o dejar de hacerlo de la concreta
cuestión sobre la que se ha planteado la controversia competencial».
Igualmente, informa del posible iter a seguir la STCJ de 16 de diciembre de 2002, (RJ
2003, 2599): se presenta el requerimiento de inhibición por el Presidente del Cabildo
ante el Juzgado donde se presentó la demanda antes de contestarse ésta. Acto seguido el
juzgado acuerda no haber lugar al requerimiento de inhibición y remite las actuaciones
al Presidente de la Sala de Conflictos Jurisdiccionales en el TS previa comunicación al
requirente para que hiciera lo propio. Sentenciando a favor de la Administración, en un
caso igualmente de responsabilidad patrimonial.
Primero, esta STCJ de 21 de octubre de 1999 alude a las partes del conflicto: «Visto por el
Tribunal de Conflictos de Jurisdicción, compuesto por los señores indicados al margen,
el conflicto suscitado entre el Juzgado de Primera Instancia núm. 10 de Palma de
Mallorca, en autos de Interdicto de Obra Ruinosa número 344/1998, seguido a instancia
de Palma de Mallorca de Inversiones, SL contra Ocibar, SA para la adopción de medidas
urgentes de seguridad o precaución, frente a la Delegada del Gobierno en las Islas
Baleares».
–Por auto de fecha 29 de enero de 1999, el Juzgado de Primera Instancia núm. 10 de los
de Palma de Mallorca resolvió lo siguiente: «Que estimando la demanda formulada por
don Francisco Javier G. F., Procurador de los Tribunales, en nombre y representación de
Palma de Mallorca de Inversiones, SL; se requiera a Ocibar, SA para que en el plazo de
quince días, y con referencia al espigón situado frente al restaurante de la Playa de Toro,
término municipal, de Calvia, junto al denominado Puerto Adriano, inicie las obras de
reparación del mismo , conforme a lo especificado en el dictamen pericial emitido por
don Pablo C. Ll., al que me remito, y para cuya ejecución se le concede un plazo de dos
meses, bajo apercibimiento de que caso de incumplimiento, se faculta al actor a
realizarlo a su costa, con reserva de reintegrarse los gastos ocasionados, por el
procedimiento establecido por la vía de apremio en el juicio ejecutivo».
– La Delegación del Gobierno de las Islas Baleares, remitió a dicho Juzgado escrito
requiriéndole de inhibición en las actuaciones derivadas del interdicto de obra
ruinosa núm. 344/1998, promovido por Palma de Mallorca Inversiones, SL contra
Ocibar, SA.
–Por auto de fecha 6 de mayo de 1999 el citado Juzgado resolvió lo siguiente: Que este
Juzgado es competente para la ejecución de lo resuelto en el auto de fecha 29 de enero
de 1999; en consecuencia, comuníquese al órgano requirente que queda formalmente
planteado el conflicto de jurisdicción, remitiendo los autos originales al Presidente del
Tribunal de Conflictos, quedando en este Juzgado, testimonio del informe pericial, del
auto de 29 de enero de 1999 y de todas las actuaciones practicadas con posterioridad, a
fin de llevar a cabo con carácter provisional, las medidas acordadas en dicha resolución.
–Por providencia de fecha 31 de mayo de 1999, se acordó oír al Ministerio Fiscal y al
Abogado del Estado, por el plazo común de diez días. Tanto el Abogado del Estado como
el Ministerio Fiscal, en sus escritos, sostienen que el presente conflicto de jurisdicción
debe resolverse a favor de la Administración General del Estado.
Acto seguido, la STCJ de 21 de octubre de 1999 recoge la posición del Juzgado de Primera
Instancia núm. 10 de Palma de Mallorca: «rechazó la inhibición, razonando que en el
interdicto instado no puede valorarse sobre la posesión legal o ilegal del terreno sobre el
que versa, sino únicamente la adopción de medidas urgentes de precaución a fin de
evitar los riesgos que ofrecen el mal estado del espigón y que precisamente la Ley de
Conflictos Jurisdiccionales faculta al órgano judicial para realizar las actuaciones
provisionales que considere necesarias a fin de evitar grave perjuicio al interés público
o que se originen daños o graves e irreparables, razones por las que mantiene su
competencia».
Por otra parte, entendemos que si la ley 2/1987 no prevé un trámite de inadmisión del
conflicto se entiende que éste habrá de remitirse al Tribunal de Conflictos. Se observa
en todas las resoluciones de este Tribunal un ánimo claro a la tramitación del conflicto,
incluso aunque finalmente pueda declararse improcedente.
El interés de estos casos que acabamos de comentar radica en que el conflicto cabe ser
relacionado con un principio tan asentado en el ordenamiento como es el del respeto de
la ejecución de los fallos judiciales. El conflicto de jurisdicción puede llegar a suponer
una última defensa contra decisiones judiciales erróneas en fase de ejecución de la
sentencia, si la Administración consigue invocar que tiene la competencia para dictar un
determinado acto que puede chocar con una sentencia firme. Se entiende así tanto el
interés como la excepcionalidad de los conflictos de jurisdicción en este contexto. En
todo caso, el hecho de que exista un acto o sentencia firme impide que pueda plantearse
el conflicto (tal como afirma la propia LCJ) siempre que aquél no se refiera sino a la fase
de ejecución.
En este sentido la STCJ de 17 de diciembre de 2004 (RJ 2005, 5055) informa de un caso
en que la jurisdicción contencioso-administrativa, pese a tener muy clara su
competencia para ordenar ejecutar su sentencia, remite con toda normalidad el
conflicto de jurisdicción a la Sala de Conflictos. Es decir, a pesar de entender la Sala de
lo contencioso-administrativo que el Ayuntamiento tenía que limitarse a ejecutar la
sentencia, ello no impidió plantear aquél. Dicho de otra forma, plantear un conflicto de
jurisdicción no es un modo de eludir el cumplimiento del fallo, al menos no
necesariamente es así, o no ha de ser considerado así por el órgano jurisdiccional
forzosamente. La sentencia del TSJ de Castilla y León (Valladolid) había decretado «la
anulación de la autorización de apertura de un aparcamiento». Por su parte el
Ayuntamiento en cuestión, tras dictar actos para el cumplimiento de la sentencia,
entendía finalmente tener la competencia (en virtud de la normativa) para clausurar
(tras valorar el interés público) una actividad sin licencia que pudiera clausurarse. Por
ello, a su juicio, la orden de clausura inmediata del aparcamiento y cese de la actividad
vulneraba las competencias de la Corporación, asumiendo la Sala una competencia
atribuida al Ayuntamiento. La STCJ de 17 de diciembre de 2004 (RJ 2005, 5055) se
decantó esta vez por la jurisdicción contencioso-administrativa, tras recordar que las
incidencias relativas a cómo ejecutar la sentencia corresponden en principio a los
propios tribunales que dictan las sentencias (citando la STCJ de 30 de octubre de 1998).
Esto explica seguramente que a efectos prácticos tales conflictos se presentan de forma
habitual bien en la fase inicial del proceso tan pronto la Administración se ha personado
en juicio, incluso antes de contestar la demanda, bien en la fase terminal de la ejecución
del fallo contrario.
Los conflictos de jurisdicción no son una vía, evidentemente para plantear siquiera un
debate en relación con las dos fases mencionadas tan sensibles, pero sí una vía para
que, cuanto tenga el fundamento debido, pueda satisfacer intereses jurídicos dignos de
especial consideración, el valor de la justicia por un lado y el interés público, por otro
lado.
Por las propias características de este tipo de conflictos es fácil entender que pueden
producirse actuaciones interesadas tanto por la Administración como por los órganos
jurisdiccionales. La propia LCJ se hace eco de estas situaciones obligando al órgano
jurisdiccional a tramitar el conflicto sin olvidar, por contrapartida, el respeto de las
decisiones judiciales y penalizando al promotor del conflicto indebido. El caso es que,
por un lado, la Administración puede pretender sacar partido de esta vía para intentar
obstaculizar el desarrollo de la justicia, así como el órgano jurisdiccional puede realizar
actuaciones tendentes a obstaculizar la tramitación del conflicto planteado.
Este punto viene a ser lo más interesante de esta sentencia, pese a que finalmente, en
cuanto al fondo, concluya, tras examinarse el supuesto concreto y el régimen legal
aplicable al fondo de la controversia, que sí procedía entregar los documentos
solicitados al órgano judicial prosiguiendo el proceso. El conflicto fue, por tanto,
procedente procesalmente, en contra de la actitud obstaculizadora del órgano
jurisdiccional, pese a que en cuanto al fondo finalmente no prevaleciera la posición de
la Administración. Precisamente la función del Tribunal de Conflictos es dar solución a
este posible tipo de casos de «oídos sordos» en que una parte se niega a dar
cumplimiento a lo ordenado judicialmente (alegando competencias administrativas
propias y el planteamiento de un requerimiento de inhibición) y la otra parte se aferra
en el cumplimiento de sus resoluciones haciendo lo posible por no tramitar el conflicto,
pese a que la Administración en estos casos puede acceder a la Sala tras manifestar estas
resistencias, tal como ilustra este supuesto:
Establece el TCJ en esta sentencia 12/2012: «quiérese decir, pues, que el Juzgado de lo
Mercantil, en vez de declarar la extemporaneidad de la petición que se le dirigía, debió
apreciar no sólo la existencia de una distinta cuestión que no coincidía con la resuelta
con anterioridad, sino que debió dar curso a la tramitación contemplada en la Ley de
Conflictos, suspendiendo el procedimiento y observando los trámites previstos en la Ley
de Conflictos Jurisdiccionales. En fin, que el Juzgado hubiera dictado las anteriores
providencias sobre la transferencia del depósito realizado por la concursada es
irrelevante a los efectos del plazo de la formulación conflicto y de su viabilidad».
«El alcance del derecho que sobre los terrenos tiene el Ayuntamiento de H., según resulta del
expediente, es una cuestión que en este momento está sub iudice , es un tema jurídicamente
dudoso que debe clarificarse antes de que la Administración ejerza el derecho de declarar la
caducidad de la concesión. Ha de tenerse en cuenta además que contra lo que se afirma en el
dictamen mayoritario, existe una amplia doctrina jurisprudencial en esta materia favorable
en principio, en situaciones como la presente, a la conversión en propiedad privada de
derechos previos de aprovechamiento de marismas de tipo concesional, otorgados conforme
a legislación anterior a la Ley Cambó.
Resulta por ello prematuro y supone una cierta interferencia en un procedimiento judicial en
curso el que la Administración del Estado decida en este momento sobre la caducidad de una
concesión de unos terrenos cuyo carácter actual de dominio marítimo terrestre se encuentra
cuestionado ».
Este tipo de situaciones puede en su caso relacionarse con aquellas otras en que la
Administración dicta actos «con la finalidad de eludir el cumplimiento de la sentencia».
Estamos ante situaciones de manifiesta nulidad de pleno derecho (sentencia del TSJ de
Castilla y León de 6 de junio de 2006). Expresión de este principio general, que rige los
destinos de esta materia, es el artículo 103.4 de la LJCA cuando afirma que «serán nulos
de pleno derecho los actos y disposiciones contrarios a los pronunciamientos de las
sentencias, que se dicten con la finalidad de eludir su cumplimiento».
Téngase en cuenta (como veremos seguidamente en este mismo Tomo) que, cuando
exista una instancia judicial que esté conociendo sobre una determinada materia de
cuya solución dependa otro enjuiciamiento, parece lógico entender que este último deba
suspenderse hasta que se resuelva aquel del que pende. Esto ocurre cuando por
ejemplo, se examina por una determinada instancia jurisdiccional la validez de una
ordenanza y en otra instancia de decisión se está enjuiciando una cuestión cuya
resolución depende de aquello que determine la instancia judicial encargada de
determinar la validez de la ordenanza. En esto consiste, siguiendo la ilustrativa
sentencia (citando otras) del TSJ de Cataluña de 2 de junio de 2005, la doctrina de la
prejudicialidad homogénea que proclama el artículo 43 de la Ley 1/2000, de
Enjuiciamiento Civil (aplicable con apoyo de la disposición final primera de la LJCA):
«Ésta exige, según el repetido precepto de la Ley Procesal Civil, que para resolver sobre
el objeto del segundo proceso sea necesario decidir acerca de alguna cuestión que, a su
vez, constituya el objeto principal de otro proceso pendiente (primer proceso). Tal
prejudicialidad se produce, en el caso de impugnación de liquidaciones tributarias si la
disposición general u Ordenanza en que se basan está pendiente de resolución de un
recurso directo».
Si decimos esto aquí es porque con mayor motivo estas reglas elementales de Derecho
habrán de regir cuando es la validez de la actuación de la Administración depende de
un proceso judicial que se está tramitando. En idéntico sentido a la sentencia
anteriormente mencionada se pronuncia la sentencia del TSJ de Cataluña de 30 de enero
de 2002.
Bajo este enfoque general puede plantearse la en principio no procedencia del inicio de
un procedimiento administrativo de ejecución de un acto una vez que el asunto ha
llegado al tribunal o juzgado porque se ha planteado el pertinente recurso contencioso-
administrativo instando la suspensión del acto. Es este un tema que origina debate en la
práctica y que tiene varias relaciones o remisiones. En general remite a la LPAC 39/2015
y de donde se deduce la suspensión hasta que el órgano jurisdiccional se pronuncia
siempre que se plantee el pertinente recurso contencioso-administrativo y se adjunte la
petición de cautelar. En el tomo 1 (donde estudiamos esta cuestión) explicamos que la
Administración, estratégicamente, si lo requiere el interés público, podría provocar la
presentación sin mayor demora del recurso haciendo ver al afectado que va a ejecutar
el acto. Otra relación posible se produce cuando la suspensión del acto se hubiera
ganado por silencio, ya que en estos casos es más clara la suspensión. Ahora bien, en
estos momentos estamos tratando este tema desde el punto de vista del respeto de la
función judicial. Desde esta perspectiva es interesante la sentencia del TSJ de la
Comunidad Valenciana n.º 319/2006 de 6 de abril de 2006, en relación con un caso en
que se recurría una resolución del TEAR por la que se desestimaba la reclamación
interpuesta contra la providencia de apremio expedida contra la recurrente, en relación
con IVA. Consideraba la actora que la liquidación de que la providencia de apremio trae
causa era inejecutable, habida cuenta que dicha liquidación había sido recurrida
mediante el pertinente recurso contencioso administrativo y se había abierto pieza de
medidas cautelares. Lo más significativo de esta sentencia son las citas a otros
pronunciamientos que contiene. No vamos sin embargo a reproducir tales textos,
remitiéndonos a su lectura y estudio. No obstante, seleccionamos este párrafo:
Las exigencias de este tipo aumentan cuando se pueden generar perjuicios de difícil
reparación al interesado, como tiene reconocido la jurisprudencia del Alto Tribunal que
es seguida a su vez por los distintos Tribunales Superiores de Justicia, siendo
ejemplificativa la STSJ de la Comunidad Valenciana de 29 de septiembre de 2004 cuando
dispone que «toda orden de demolición de un edificio o parte de él, por su propia
naturaleza, si se ejecuta prematuramente antes de la culminación del proceso judicial
que ha de decidir acerca de su procedencia y legalidad, es susceptible, en el supuesto de
quedar revocada, de generar perjuicios de evidente difícil reparación, con la
consiguiente frustración de la finalidad del recurso que ello entraña (artículo 130.1
LJCA), por generar una previa e inútil destrucción de un bien material». (Puede verse,
igualmente, el Dictamen del CE n.º 1906/1996 de 13 de junio).
A. EN VÍA CIVIL
–Una cosa es que la Administración se tenga que abstener de actuar por estar
enjuiciándose una causa judicialmente.
Pero también puede hacerse una reflexión respecto del valor que se otorga al acto
administrativo en los procesos no contencioso-administrativos. Veamos dos referencias
en las que los jueces civiles se reservan su poder de enjuiciar el caso, si bien
considerando la presunción de legalidad del acto.
Como apuntan las SSTS de 26 de febrero de 1998 –civil– [RJ 1998, 966] y de 17 de
marzo de 2004 –civil– [RJ 2004, 1901], el orden jurisdiccional civil es competente para
valorar el alcance del contrato, si bien debe partir siempre de la presunción de legalidad
de los actos administrativos , que seguirán desplegando efectos mientras que los mismos
no sean anulados por el orden jurisdiccional contencioso-administrativo.
B. EN VÍA PENAL
Respecto de conductas de los particulares que puedan en principio encajar en el tipo
penal, pero que se amparan en un acto administrativo, no han faltado quienes han
defendido que la jurisdicción penal puede enjuiciar este tipo de supuestos con plena
autonomía pudiendo por tanto conocer de todas las incidencias del asunto (y por tanto
de la legalidad del propio acto administrativo a efectos de determinar la responsabilidad
penal).
Sin embargo parece lógico que si un particular cuenta con licencia, no habría base para
la responsabilidad penal. En este contexto, sobre delitos ecológicos, sentencia de 26 de
mayo de 1994, de la Audiencia Provincial de Murcia; sentencia de la Audiencia
Provincial de Zaragoza, de fecha 14 de noviembre de 1994, Actualidad penal , Audiencias
provinciales, número 3, marzo de 1995 § 80 p. 215).
Esta situación, conducta amparada por acto administrativo, puede considerarse, por
otra parte, como una situación típica subyacente a los delitos penales-administrativos. El
ciudadano debe contar con la debida certeza de que, respetando el acto administrativo
(que regula la conducta objeto del pleito penal), su conducta queda al margen de
responsabilidad penal.
Una tercera situación se referiría al caso en que la licencia o acto fuera sea nulo de
pleno derecho: la nulidad de pleno derecho de los actos o negocios jurídicos, por el
carácter tan sumamente grave como claro del vicio del que adolecen, no vinculan a
nadie ni por tanto al Juez penal, quien puede entrar a conocer sobre la posible
responsabilidad penal. Por tanto, como hace la sentencia de 20 de febrero de 1988 de la
Sección 3.ª de la Audiencia Provincial de Barcelona, se aplica el delito ecológico porque
el acuerdo administrativo incurría en «nulidad plena sobre la base del principio de
jerarquía normativa».
NOTA BIBLIOGRÁFICA
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo X. El conocimiento de las cuestiones prejudiciales e incidentales (artículo 4 de
la LJCA)
Capítulo X
Sumario:
1. Regla de competencia
2. Cuestiones incidentales (prejudiciales no devolutivas)
3. Cuestiones prejudiciales devolutivas
4. Prejudicialidad homogénea y prejudicialidad heterogénea. Procesos «sustanciándose»
en la misma u otra jurisdicción
A. En caso de prejudicialidad homogénea procede la suspensión (siguiendo el art. 43
lec) siempre que el objeto del proceso no sean disposiciones generales
B. Prejudicialidad heterogénea: procesos administrativos sustanciándose procesos
en otra jurisdicción. Directo conocimiento por la jurisdicción contencioso-
administrativa salvo que la materia sea penal, constitucional o europea
C. Suspensión en casos de prejudicialidad heterogénea pese a que el proceso que se
sustancia no es penal, ni constitucional o europeo
5. Conocimiento prejudicial de las cuestiones administrativas en otros órdenes
jurisdiccionales
6. Las cuestiones de prejudicialidad resueltas
A. Cuestiones «juzgadas» en otra jurisdicción y su consideración por la jurisdicción
contencioso-administrativa
B. A la inversa: cuestiones resueltas por la jurisdicción contencioso-administrativa y
su efecto en otras jurisdicciones
7. Conclusión
Nota bibliográfica
1. REGLA DE COMPETENCIA
Por su parte, la STSJ 268/2016 de Aragón, de 18 de mayo de 2016 (JUR 2016, 178446),
considera que se pronuncia sobre un tema de nacionalidad como cuestión incidental.
La regla general –en materia de prejudicialidad– es que a los solos efectos prejudiciales
cada orden jurisdiccional podrá conocer de asuntos que no le estén atribuidos
privativamente ( artículo 10.1 de la LOPJ).
Por tanto, estas situaciones se refieren a casos en que un órgano jurisdiccional conoce
de un asunto, propio de su «jurisdicción o competencia», pero se plantea una cuestión
incidental o menor, de otras naturalezas. En estos casos la regla general, coherente o sin
romper con el principio de competencia, es poder conocer de tal materia incidental. Si la
cuestión que se suscita tiene una mayor entidad, estaríamos ante un caso de
incompetencia del órgano judicial.
En efecto, seguidamente esta misma LJCA informa de las excepciones del principio que
acabamos de estudiar (de las prejudiciales en general o no devolutivas): las de carácter
constitucional y penal y lo dispuesto en los Tratados internacionales, debiéndose por
tanto deferir su enjuiciamiento a otra instancia ( prejudicialidad devolutiva ;
artículo 4 de la LJCA de 1998).
El efecto de la resolución del Tribunal penal sobre el acto objeto de litigio en el orden
jurisdiccional contencioso-administrativo es la nulidad de pleno derecho de dicho acto
y así lo establece la STS de 27 de junio de 1995 ( AA 1 1996 § 11): «es evidente que si la
aprobación de ese Plan de ordenación y la iniciación del expediente expropiatorio son
estimados, en su día, como actos delictivos, los acuerdos del Pleno del Ayuntamiento
serían nulos de pleno derecho y por ende, ineficaces y carentes de efectos jurídicos
desde su mismo origen».
La prejudicialidad homogénea parte de que existe otro asunto que se está enjuiciando
en la misma jurisdicción (a diferencia de la prejudicialidad heterogénea, ya que en estos
casos es en otra jurisdicción diferente), que guarda relación con el que se enjuicia en el
tribunal o juzgado donde se plantea esta cuestión de la posible prejudicialidad
homogénea.
La LJCA 29/1998 tiene una regulación propia cuando se trata de casos en que se enjuicia
la legalidad de una disposición de carácter general. En estos supuestos no se aplica el
artículo 43 y su regla de suspensión por prejudicialidad, porque la LJCA contempla este
caso específicamente, sin perjuicio de otras explicaciones que aporta la «jurisprudencia»
del orden contencioso-administrativo. Todas estas pautas se condensarían en el
siguiente texto de la STSJ de Madrid de 16 de junio de 2009:
Si no se manifiesta esta excepción, rige para los demás supuestos ordinarios el criterio
general de la LEC, como apunta esta misma sentencia:
«Sin embargo la Sentencia de la Sala Tercera del Tribunal Supremo (sección. 2.ª) de fecha 28
de Junio de 2005, no se pronuncia respecto de los supuestos en los que la validez de un
segundo acto administrativo esté condicionada por la validez de uno anterior, lo que provoca
la aplicación de lo dispuesto en el artículo 222 apartado 4.º de la Ley 1/2000, de 7 de enero, de
Enjuiciamiento Civil que señala que lo resuelto con fuerza de cosa juzgada en la sentencia
firme que haya puesto fin a un proceso vinculará al tribunal de un proceso posterior cuando
en éste aparezca como antecedente lógico de lo que sea su objeto, siempre que los litigantes
de ambos procesos sean los mismos o la cosa juzgada se extienda a ellos por disposición legal.
En cierta medida este efecto también puede deducirse del artículo 72 apartado 2.º de Ley
29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción Contencioso-administrativa según el cual
la anulación de una disposición o acto producirá efectos para todas las personas afectadas.
Las razones que se invocan en esta sentencia, en aplicación de este criterio son las
siguientes:
1. «Si con anterioridad a la entrada en vigor de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la
Jurisdicción Contencioso-administrativa este problema no era de gran intensidad, pues la
propia estructura de los órganos suponía que en la práctica totalidad de los supuestos un
mismo órgano era el llamado a conocer de ambos actos, comunicándose la decisión adoptada
en un proceso al otro proceso, aun cuando se resolviera primero el que resolvía con efectos
prejudiciales el objeto del segundo, produciéndose así una especie de prejudicialidad inversa,
hoy la creación de los Juzgados de lo Contencioso Administrativo , la adopción de normas de
reparto que no atribuyen la competencia por la naturaleza de los asuntos o cuando así lo
hacen por ser llamados a conocer más de un juzgado, impiden la aplicación del mecanismo
que hemos denominado prejudicialidad inversa».
2. «Por ello para evitar problemas irresolubles han de aplicarse aquellos mecanismos de los
que nos dota el ordenamiento jurídico. Y en este supuesto el mecanismo no es otro que la
aplicación del artículo 43 la de Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil en los
supuestos de prejudicialidad homogénea respecto de actos administrativos en los que la
decisión sobre uno incida en la decisión sobre el segundo. No puede olvidarse que la
suspensión de las actuaciones en los supuestos de prejudicialidad homogénea ( artículo 43
de Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil) no es sino el mecanismo de garantía del
efecto positivo también llamado prejudicial regulado en el artículo 222 apartado 4.º de la Ley
1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil. Es además el mecanismo para evitar sentencias
contradictorias que de producirse no son sino una quiebra del principio de seguridad jurídica
reconocido en el artículo 9 de la Constitución y un déficit de la tutela judicial efectiva,
derecho subjetivo público reconocido en el artículo 24 de la Carta Magna. La sentencia de la
Sentencia de la Sala Tercera del Tribunal Supremo (sección. 2.ª) de fecha 28 de junio de 2005,
reconoce la existencia de una laguna en estos supuestos , laguna que no existe cuando se trata
de invalidez de una disposición general respecto de los actos de aplicación de la misma
concurriendo pues los requisitos de aplicación supletoria de la Ley 1/2000, de 7 de enero, de
Enjuiciamiento Civil establecidos en la Disposición Final Primera, de la Ley 29/1998, de 13
de julio, reguladora de la Jurisdicción Contencioso-administrativa según el cual en lo no
previsto por esta Ley, regirá como supletoria la de Enjuiciamiento Civil y en el artículo 4
de la de Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil que establece que en defecto de
disposiciones en las leyes que regulan los procesos penales, contencioso-administrativos,
laborales y militares, serán de aplicación, a todos ellos, los preceptos de la presente Ley».
Sentado lo anterior debe analizarse si concurren los requisitos que el artículo 43 de la Ley
1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil, exige para su aplicación.
En concreto, la STSJ de Andalucía (Málaga) de 31 de marzo de 2006 nos explica por qué
se excepciona el artículo 43 de la LEC en el caso mencionado:
1. «CUARTO. Como dijo la Sala en aquella sentencia, “... la decisión del Legislador se inclina
así a favor de la inmediatez de la tutela judicial de los intereses legítimos o derechos
directamente afectados en cada caso concreto , respecto de lo que pueda decidirse en relación
con la validez o nulidad de la disposición de carácter general, que, por lo común, salvo
supuestos de aplicación directa sólo afectará a intereses legítimos de alcance general. Por
ello, cualquier solución contraria conllevaría una afrenta al derecho a la tutela judicial
efectiva por consagrar una dilación en el procedimiento, que por falta de causa jurídica,
habría que entenderla indebida”.
2. “ Además de esta especial consideración que merece la atención preferente de los derechos e
intereses más directamente afectados, otra razón parece habilitar la no suspensión de los
recursos indirectos ante la pendencia de otros directamente dirigidos frente a disposiciones de
carácter general. Se trata concretamente de la garantía constitucional del principio de legalidad
( artículo 9 CE) y del sometimiento de Jueces y Tribunales al imperio de la Ley (
artículo 117 CE), que, como categóricamente establece el artículo 6 LOPJ, hace obligada
para éstos la inaplicación de los reglamentos o de cualquier otra disposición contrarios a la
Constitución, a la Ley o al principio de jerarquía normativa, inaplicación que, en
consecuencia, el legislador autoriza a cada órgano judicial del Contencioso-Administrativo sin
someterla a la previa declaración que otro haya de emitir en relación con su validez o nulidad ”.
3. “ En la tradicional lucha que en este orden jurisdiccional se ha librado frente a los obstáculos
jurisdiccionales que los reglamentos han posibilitado (reducción de legitimación para recurrir,
amparo en actos de gobierno, discrecionalidad administrativa, etcétera) debe enmarcarse
también la posición adoptada por el Legislador sobre el particular suscitado, descartando
claramente como regla la suspensión de los procesos frente a actuaciones de aplicación de
reglamentos impugnados directamente”.
4. “El único inconveniente que esa posición legislativa ha venido presentando ha sido
precisamente el de la pervivencia de disposiciones reglamentarias cuestionadas por aquella
potestad judicial de inaplicación, inconveniente que ha tratado de ser evitado con el
establecimiento de la cuestión de ilegalidad, la cual, por ello, lejos de cuestionar aquella
potestad, se limita a imponer aquel pronunciamiento relacionado con la validez o nulidad de la
disposición de carácter general. La peculiaridad en el Contencioso-Administrativo consiste, por
tanto, en la obligación de aquellos órganos judiciales de plantear la cuestión de ilegalidad ante
aquellos otros que tengan atribuida la competencia para emitir el pronunciamiento sobre la
nulidad o validez de cada reglamento, pronunciamiento que, según se ha dicho ya, no alterará el
emitido en relación con sus actos administrativos de aplicación ”.
5. “ Por lo demás, esta ha sido también la postura acogida por el Tribunal Supremo en su
Sentencia de 28 de junio de 2005, dictada en el recurso de casación en interés de Ley número
6/2004, interpuesto frente a cierta sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña,
declarando como doctrina legal que ‘...la suspensión del procedimiento por prejudicialidad
prevista en el artículo 43 de la Ley de Enjuiciamiento Civil no es supletoriamente aplicable
a la jurisdicción Contencioso-Administrativa en aquellos supuestos en los que la cuestión
previa a dilucidar consiste en la determinación sobre la legalidad o validez de una
disposición de carácter general de rango reglamentario’... QUINTO. Todo ello se confirmaba
precisamente ‘... con el obligado pronunciamiento por parte del Tribunal competente para
conocer del recurso directo, sobre la validez o nulidad de la disposición general
indirectamente impugnada, incluido también junto con la cuestión de ilegalidad en el nuevo
régimen de la Ley 29/1998 para el recurso indirecto, como así establece su artículo 27.2 y
así habría de hacer esta Sala tras examinar la cuestión de fondo planteada por las partes,
relacionada con la adecuación a Derecho de los preceptos reglamentarios en cuya nulidad se
basó la sentencia ahora apelada, pronunciamiento este que, por las mismas razones hasta
ahora expuestas, no habría razón para posponer al que deba recaer en aquel otro recurso
directo seguido bajo el número 989/2002 y que convierte en puramente teórico el
planteamiento de nulidad de actuaciones examinado, que, en definitiva, el citado precepto
permite realizar en esta apelación...’”».
¿Y qué ocurre si la Sala o Juzgado verifica que existe prejudicialidad heterogénea sin
que las partes procesales hayan pedido suspensión? La SAP de Burgos 262/2012 de 28 de
junio de 2012 constata que no existe litispendencia, pero sí prejudicialidad, ante la
tramitación de un proceso contencioso-administrativo, y, como ninguna parte procesal
ha solicitado la suspensión del proceso, entra a conocer a fondo del asunto y resuelve en
consecuencia.
Según la STSJ de Madrid de 16 de junio de 2009: «en relación con el primer aspecto, el
citado artículo 4 de la Ley de 1998 establece “que la competencia del orden
jurisdiccional contencioso-administrativo se extiende al conocimiento y decisión de las
cuestiones prejudiciales e incidentales no pertenecientes al orden administrativo,
directamente relacionadas con un recurso contencioso administrativo, salvo las de
carácter constitucional y penal y lo dispuesto en los tratados internacionales. La
decisión que se pronuncie no producirá efectos fuera del proceso en que se dicte y no
vinculará al orden jurisdiccional correspondiente. Por tanto, afirma el Tribunal
Supremo la regla general en esta materia es que al orden jurisdiccional administrativo
le es dado conocer y pronunciarse sobre cuestiones ajenas a su competencia, sin
necesidad de suspender el curso del proceso y esperar a que los órganos
competentes emitan su resolución sobre las mismas , cuando de ello dependa la
correcta resolución del objeto procesal principal. La regla enunciada, sin embargo, sufre
excepciones pues el conocimiento de las cuestiones prejudiciales no se extiende a las de
carácter constitucional, penal y las reguladas en tratados internacionales. En estos casos,
la normativa específica contempla la suspensión del curso de las actuaciones, mientras no
sea resuelta por el órgano competente ”».
Obviamente, a veces la relación entre los dos procesos será aparente y no habrá
prejudicialidad, otras veces habrá identidad y habrá, en el extremo opuesto,
litispendencia. No se suspende el proceso contencioso-administrativo (para la sentencia
del TSJ de la Comunidad de Madrid de 24 de julio de 2002 y STSJ de Madrid de 30 de
abril de 2002) en los casos en que litispende en la jurisdicción civil una cuestión de
propiedad que afecta al juicio contencioso-administrativo: procederá en principio el
enjuiciamiento de la jurisdicción contencioso-administrativa, declarando por ejemplo,
los deberes de cesiones inherentes a un proceso urbanizador, a salvo o sin perjuicio de
los derechos de propiedad.
«A este efecto, la primera cuestión a tener en cuenta es que los problemas relativos a la
competencia desleal son propios del ámbito del orden jurisdiccional civil. En este sentido se
expresa el art. 249 LEC, y también el art. 22 de la Ley 3/1991. Además, el art. 1 de la Ley
29/1998 establece la competencia del orden judicial contencioso-administrativo cuando se
trate de actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo; de forma
que el elemento subjetivo es insuficiente para determinar la competencia de este orden
jurisdiccional.
Bien es verdad que el art. 4.1 de la Ley 29/1998 extiende la competencia del orden judicial
contencioso administrativo a las cuestiones prejudiciales que se puedan plantear, lo que en
casos como el presente nos permitiría analizar la cuestión relativa a la posible incursión de la
conducta municipal en competencia desleal. Ello, en la “medida” en que el acuerdo
impugnado se recurre Asimismo, con base en otros motivos consistentes en posibles lesiones
de normas jurídico administrativas.
En el caso de que el asunto no se hubiera llevado ante los órganos judiciales civiles, no habría
habido inconveniente en que nos pronunciáramos, prejudicialmente, sobre la posible
competencia desleal. Pero el tema litigioso se halla sub iudice ante el orden judicial civil, donde
se ha dictado ya una sentencia estimatoria que está, hasta donde tiene noticia la Sala, pendiente
de apelación. La existencia de un proceso civil pendiente, en que ya se ha dictado sentencia en
primera instancia, nos impide que nos pronunciemos sobre ese motivo impugnatorio, en la
medida en que nuestro pronunciamiento habría tenido, en todo caso, carácter prejudicial, con la
extensión y efectos marcados por el art. 4.2 LJCA.
Aun cuando la existencia de una sentencia civil estimatoria podría haber producido la
conveniencia de plantear a las partes la posible satisfacción extraprocesal de la pretensión de
la actora, en este caso esta posibilidad debe descartarse, porque la recurrente plantea
Asimismo, otros motivos impugnatorios que, aunque no individualizan la pretensión
procesal, sí hacen conveniente un pronunciamiento en esta sede; a lo que debe añadirse que
la demanda plantea Asimismo, la pretensión de reconocimiento de una solicitud de
responsabilidad patrimonial, además de la de anulación del acto recurrido.
En suma, existiendo un proceso civil, orden jurisdiccional natural para este tipo de cuestiones,
pendiente en relación con la posible competencia desleal, no podemos pronunciarnos sobre este
motivo impugnatorio ; si bien ello no puede conducirnos a llevar a nuestro fallo una
declaración de inadmisibilidad parcial en cuanto que nos encontramos ante un simple
motivo impugnatorio y no ante una pretensión procesal autónoma. Es decir, en este punto no
cabe sino respetar la situación jurídica creada por el orden jurisdiccional competente , o por la
sentencia que en su caso se dicte en su día en apelación en dicho orden jurisdiccional».
Así pues, por el hecho de que la cuestión procesal era propiamente de competencia civil
y estaba sub iudice en la jurisdicción de este orden, dicha Sala rechaza conocer del
asunto planteado.
En este sentido, la STS de 4 de abril de 2014 (RJ 2014, 2176) (recurso 688/2012) citando
otra precedente de 2007 del mismo TS con igual criterio, confirma la posibilidad de
suspender el proceso si se está ventilando una cuestión en vía civil, ya que, pese a que la
jurisdicción contencioso-administrativa puede conocer de cuestiones prejudiciales
civiles, procede tal suspensión a la espera del fallo civil cuando la prejudicialidad no es
accesoria sino principal .
Existen algunos testimonios que evidencian la aplicación de esta regla de suspensión del
proceso penal hasta que se dilucide la materia administrativa en la jurisdicción
contencioso-administrativa (así, STS Sala 2.ª de 14 de marzo de 2006 [RJ 2006, 1715] FJ
2.º, párrafos 15 y ss.)
También por ley especial podrá decretarse la necesidad de que la jurisdicción mercantil
espere al proceso contencioso-administrativo que se esté sustanciando ( Ley 9/2012,
de 14 de noviembre, de reestructuración y resolución de entidades de crédito, artículo
71.3).
Puede ocurrir que la cuestión prejudicial del proceso administrativo haya sido decidida
o sentenciada por otro orden jurisdiccional. Interesa por eso conocer las «cuestiones de
prejudicialidad resueltas» .
Por tales entiende la STS de 26 de julio de 1996 aquellas situaciones en las que, no
existiendo los presupuestos de la cosa juzgada (por faltar identidad de sujetos, objeto o
causa), existe ya un pronunciamiento judicial firme de otra jurisdicción (en este caso
laboral) que resuelve la cuestión prejudicial que se plantea en el pleito administrativo,
siguiéndose por tanto en esta sede este criterio o interpretación para la resolución de la
cuestión prejudicial.
Puede verse infra el capítulo dedicado a la cosa juzgada dentro de las causas de
inadmisión.
Por tanto, este tema de la prejudicialidad resuelta consigue que una sentencia de un
orden jurisdiccional vincule la resolución de otro orden jurisdiccional.
Puede servirnos la STC 30/1996 y otras sentencias del Tribunal Constitucional que siguen
o reiteran la doctrina de aquélla (SSTC 50/1996; 91/1996; 102/1996; 199/1998). Doctrina
que tiene como tema más destacable la cuestión de la prejudicialidad devolutiva 6).
Concretamente, esta jurisprudencia constitucional se refiere a la vulneración del
artículo 24 de la CE que origina la sentencia penal que no tiene en cuenta un
pronunciamiento de la jurisdicción contencioso-administrativa directamente
relacionado con la cuestión que resuelve la jurisdicción penal, condenando al sujeto por
delito de intrusismo a pesar de que la sentencia administrativa reconoce un derecho de
convalidación del título.
Se ha dicho, así, que a raíz de esta jurisprudencia constitucional el Juez penal va a tener
que plantear cuestiones prejudiciales de carácter devolutivo cuando aplique los tipos
penales de contenido administrativo, a los que nos hemos referido. Estaríamos ante una
vía de solución frente al problema de la intromisión del Derecho penal en ámbitos
propios del Derecho administrativo, desde el momento en que las numerosas cuestiones
de índole administrativa que se plantean en su aplicación quedan vedadas a la
jurisdicción penal, por tener que ser resueltas por la jurisdicción contencioso-
administrativa (véase infra la nota bibliográfica de este capítulo).
También se apunta que el particular afectado por la sentencia penal tendría siempre a
su alcance la posibilidad de litigar contra la declaración de nulidad del acto que conlleva
la sentencia penal, hecho que llevaría a una revisión de dicha sentencia si finalmente la
jurisdicción contencioso-administrativa considera la validez del acto administrativo. No
es difícil descubrir que la ratio de esta doctrina está en buscar cauces de solución frente
al problema de intromisión del Derecho penal y de la jurisdicción penal en ámbitos
propios del Derecho administrativo 7).
Cosa distinta es qué ocurre cuando una vez sentenciado un asunto que resuelve una
cuestión (incluyendo la posibilidad de un enjuiciamiento incidental) se dicta una
sentencia de otra jurisdicción sentando otro criterio. La regla general es la cosa juzgada
sin poder plantear revisión de la sentencia.
7. CONCLUSIÓN
Es preciso tener clara, pues, la diferencia entre todas estas figuras que se explican en
este libro:
–Revisión de la sentencia, por tanto firme, con especial atención de los casos en que se
ha admitido la revisión de un fallo firme por haberse dictado otro de signo distinto por
el TEDH o el TJUE.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Sobre la cuestión que acaba de tratarse véanse los trabajos de E. GARCÍA DE ENTERRÍA,
REDA , 98, 1998; C. GÓMEZ RIVERO, «Algunos aspectos de la responsabilidad en materia
ambiental», La Ley , 4076, 1996; S. GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, La reparación de los daños
causados a la Administración , Ed. Cedecs, Barcelona, 1998; A. MARTÍ DEL MORAL, RAP , 145,
1998, pp. 199 y ss.; R. ORTEGA MONTORO, La Ley , Tomo 6, 1997, D-326; J. M. PRATS CANUT,
«Análisis de algunos aspectos problemáticos de la protección penal del medio
ambiente», en VV AA, La protección penal del medio ambiente , Agencia de medio
ambiente, Madrid, 1991; del mismo autor, «La responsabilidad penal de las Autoridades
y Funcionarios Municipales en Materia Ambiental», Cuadernos Jurídicos febrero de
1995, quien mantiene un control de la jurisdicción penal sobre el acto administrativo; L.
RODRÍGUEZ RAMOS, «¿Hacia un Derecho penal privado y secundario?» (Las nuevas
cuestiones prejudiciales suspensivas), AJA , 251, 1996; del mismo autor, «Cuestión
prejudicial devolutiva, conflicto de competencia y derecho al Juez predeterminado por
la Ley. Actualización de la prejudicialidad en el proceso penal», AJA , 285, 1997; del
mismo autor, «¿Atestado, pericia o cuestión prejudicial? Sobre ciertas corruptelas en la
tramitación de causas por injustos administrativos criminalizados», AJA , 310, 1997; del
mismo autor «Riesgos de una involución inquisitiva», La Ley , Tomo 6, 1997, D-317, p.
1464, quien apunta interesantes perspectivas que puede llevar consigo la jurisprudencia
constitucional sobre el tema de las cuestiones prejudiciales; C. SALINERO ALONSO, «Delitos
contra la ordenación del territorio», La Ley , 4355, 1997; J. DE VICENTE MARTÍNEZ,
Responsabilidad penal del funcionario por los delitos contra el medio ambiente , Madrid,
1993.
FOOTNOTES
1
Según el artículo 43 («prejudicialidad civil»), «cuando para resolver sobre el objeto del litigio
sea necesario decidir acerca de alguna cuestión que, a su vez, constituya el objeto principal de
otro proceso pendiente ante el mismo o distinto tribunal civil, si no fuere posible la
acumulación de autos, el tribunal, a petición de ambas partes o de una de ellas, oída la
contraria, podrá mediante auto decretar la suspensión del curso de las actuaciones, en el estado
en que se hallen, hasta que finalice el proceso que tenga por objeto la cuestión prejudicial.
Contra el auto que deniegue la petición cabrá recurso de reposición, y contra el auto que
acuerde la suspensión cabrá presentar recurso de apelación».
Si existe una cuestión que, a su vez, constituye el objeto principal de otro proceso pendiente
ante otro tribunal de la misma jurisdicción contencioso-administrativa habrá que seguir la
regla general de poder suspender el proceso, prevista en el artículo 43 de la LEC, ya que la LJCA
no contempla un criterio ad hoc sobre este particular: «Ahora bien existe un segundo tipo de
cuestiones prejudiciales, estas son las de naturaleza homogénea que se producen cuando el Juez
o Tribunal para resolver el objeto principal del proceso, ha de resolver previamente de forma
imprescindible cualquier otra cuestión de la misma naturaleza, si bien esta no constituye el
objeto principal del proceso. No puede negarse a estas cuestiones la naturaleza de cuestión
prejudicial pues por definición cualquier cuestión de naturaleza sustantiva que no constituya el
objeto del proceso y que deba de ser resuelta previamente a la resolución del mismo constituye
una cuestión prejudicial» (STSJ de Madrid de 16 de junio de 2009).
La sentencia de la Sala Tercera del Tribunal Supremo (sección. 2.ª) de fecha 28 de junio de 2005
dictada en el Recurso de Casación en interés de Ley se ha pronunciado estableciendo la
siguiente doctrina legal «la suspensión del procedimiento por prejudicialidad prevista en el
artículo 43 de la Ley de Enjuiciamiento Civil no es supletoriamente aplicable a la jurisdicción
contencioso-administrativa en aquellos supuestos en los que la cuestión previa a dilucidar
consiste en la determinación sobre la legalidad o validez de una disposición de carácter general
de rango reglamentario».
«Como reconoce el Tribunal Supremo, la ley, en cambio, no se refiere para nada a las cuestiones
de naturaleza administrativa, que tienen lugar cuando, previamente a la decisión sobre el
fondo del asunto se necesita una determinación judicial acerca de un extremo de índole
administrativa que condiciona tal decisión, afirmando que no pueden calificarse como
prejudiciales, en tanto que su resolución corresponde originariamente a los Jueces y Tribunales
administrativos, sin que se dilucide extremo alguno que sea competencia de otro distinto orden
jurisdiccional, razón por la que se engloban más bien en la categoría de cuestiones
incidentales» (STSJ de Madrid de 16 de junio de 2009).
Volvemos, así, de nuevo a los problemas que plantean los tipos penales marcados por la idea de
«accesoriedad» de la norma penal respecto de la administrativa. Son tipos penales «incompletos
o en blanco» que pueden caracterizarse por un «fuerte componente administrativo del delito a
consecuencia de la estrecha relación del Derecho penal con el administrativo», o por la
«dependencia de la decisión penal respecto de las normas administrativas y actos
administrativos», como se corrobora por ejemplo, con los «delitos relativos a la ordenación del
territorio y la protección del patrimonio histórico y del medio ambiente» (Título XVI del Código
Penal, artículos 319 y ss.).
Sobre este tema es recomendable la obra de J. MORCILLO MORENO, Teoría y práctica de las
cuestiones prejudiciales en el ámbito del Derecho administrativo, Madrid, 2007; puede verse
también M. BALLBÉ MALLOL/C. PADRÓS REIG, La prejudicialidad administrativa en el proceso penal,
Madrid, 2004.
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo XI. La declaración de falta de jurisdicción (artículo 5 LJCA)
Capítulo XI
Sumario:
Se declara la falta de jurisdicción si ha de conocer otra jurisdicción (STSJ del País Vasco
de 17 de noviembre de 2006).
Por eso, si la parte demandante se persona ante el orden jurisdiccional indicado –en el
plazo de un mes desde la notificación de la resolución que declare la falta de
jurisdicción–, se entenderá haber efectuado el recurso en la fecha en que se inició el
plazo para interponer el recurso contencioso-administrativo, si hubiere formulado éste
siguiendo las indicaciones de la notificación del acto o ésta fuese defectuosa (artículo 5.3
de la LJCA, en consonancia con el artículo 5.3 de la LJCA precedente 1)).
La falta de jurisdicción se examina pues con carácter previo al examen de las cuestiones
de fondo, es decir, al enjuiciamiento de las pretensiones contenidas en la demanda (STS
de 6 de febrero de 1996; STS de 18 de junio de 1996, etc.).
3. CONFLICTOS DE COMPETENCIA
A. PLANTEAMIENTO
En principio, es claro que no procede tal conflicto cuando se están planteando temas de
fondo y no competenciales, como declara el ATS de 5 de marzo de 1996 [RJ 1996,
9672] :
A. Regulación
Aunque solo sea considerando la especial frecuencia con que se plantean, se hace
alusión en primer lugar a los conflictos de competencia negativos, que se regulan en la
Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, en su artículo 50: « 1. Contra la
resolución firme en que el órgano del orden jurisdiccional indicado en la resolución a
que se refiere el apartado 6 del artículo 9 declare su falta de jurisdicción en un
proceso cuyos sujetos y pretensiones fuesen los mismos , podrá interponerse en el
plazo de diez días recurso por defecto de jurisdicción. 2. El recurso se interpondrá ante
el órgano que dictó la resolución, quien, tras oír a las partes personadas, si las hubiere,
remitirá las actuaciones a la Sala de Conflictos. 3. La Sala reclamará del Juzgado o
Tribunal que declaró en primer lugar su falta de jurisdicción que le remita las
actuaciones y, oído el Ministerio Fiscal por plazo no superior a diez días, dictará auto
dentro de los diez siguientes».
Por su parte recordemos el artículo 9.6 que acaba de ser citado: «La jurisdicción es
improrrogable. Los órganos judiciales apreciarán de oficio la falta de jurisdicción y
resolverán sobre la misma con audiencia de las partes y del Ministerio Fiscal. En todo
caso, esta resolución será fundada y se efectuará indicando siempre el orden
jurisdiccional que se estime competente».
Pese a esta farragosa redacción, en la práctica procesal la situación en torno a este tipo
de conflictos se presenta de forma sencilla de entender, aludiendo además a la
«situación» seguramente más habitual o común en relación con los conflictos de
competencia: el justiciable presenta su demanda o recurso en un órgano jurisdiccional
concreto. Éste declara, en la fase procesal de que se trate y bien por auto o sentencia,
que no tiene competencia para resolver el asunto planteado, indicando qué jurisdicción
es a su juicio en cambio procedente. Dicho justiciable acude entonces a la jurisdicción
indicada. Pero ésta entiende que la acción ejercitada tampoco es pertinente en esta sede
jurisdiccional. Ante esta situación, obviamente, prevalece la ausencia de indefensión y,
para remediarlo, se abre la vía de recurrir esta última decisión judicial en el plazo de 10
días que expresa dicho artículo 50 LOPJ.
Entonces, la Sala de Conflictos resolverá el conflicto negativo planteando indicando qué
jurisdicción es competente. En la STS (siempre de la Sala de Conflictos) de 23 de
octubre de 2000 (RJ 2000, 8984) el interesado acude primero a la jurisdicción
contencioso-administrativa para recurrir la devolución de una subvención, pero la Sala
rechaza el asunto, por considerar que se refiere a un caso de un cobro indebido de
prestaciones de desempleo, lo que provoca la demanda en sede social, su posterior
rechazo y la resolución final del TS indicando la procedencia del primero de los dos
mencionados.
En el ATS de 23 de marzo de 1998 (RJ 1998, 7335) tras una primera acción inadmitida
en el orden social y un pronunciamiento igualmente de inadmisión en el contencioso, el
justiciable acude a la Sala de Conflictos y éste declara la competencia del segundo, en un
caso relativo a un despido de funcionarios interinos.
El ATS de 11 de abril de 2011 (JUR 2011, 208988) entiende, tras seguir el periplo
procesal ya comentado entre jurisdicción civil y después contencioso-administrativa,
que aquella es procedente para la impugnación de unas instrucciones de contratación
pública de una empresa de la Administración y de cláusulas de pliegos de cláusulas
administrativas particulares correspondientes a dos contratos de arquitectura
consistentes en la redacción de un proyecto y de dirección de obras, al tratarse de la
adjudicación de contratos privados no sujetos a regulación armonizada y que se
celebran por un poder adjudicador que no es Administración.
En el ATS de 24 de junio de 2005 (JUR 2005, 201827) se declara que procede la vía
contencioso-administrativa para la reclamación de cantidad de daños y perjuicios frente
a una entidad concesionaria como consecuencia de una fuga de agua. En el ATS de 24
de octubre de 2005 (RJ 2006, 2022) se declara que la jurisdicción contencioso-
administrativa ha de conocer de la reclamación de una Junta de Compensación contra
Telefónica en su condición de empresa concesionaria, por los gastos de instalación
telefónica en actuación urbanística. Si se trata de cuestiones de propiedad se declara
(así, ATS de 22 de septiembre de 2008 [JUR 2008, 364994]) la competencia de la
jurisdicción civil (que en principio cerró el acceso por considerar que era un tema
expropiatorio). Pero una cosa es que se pueda decidir algo prejudicialmente (por
ejemplo, una cuestión de propiedad) y otra distinta es que el asunto se refiera a una
cuestión de propiedad que haya quedado por tanto sin resolver (conforme a las
resoluciones citadas en el ATS de 4 de octubre de 2013, [JUR 2013, 329032]). Por su
parte, la jurisdicción social ha de conocer del caso si éste versa sobre una reclamación
salarial del personal estatutario de los Servicios de Salud ( ATS de 2 de abril de 2009
[JUR 2009, 221064]). O lo que habrá que dilucidar es si la pretensión consiste en la
anulación de una convocatoria de una asamblea –por una agrupación sindical– ( ATS
de 28 de junio de 2010, [JUR 2010, 289116]). etc.
En este contexto, la STS de 30 de noviembre de 2007 (RJ 2008, 1807) se enfrenta con
un supuesto conflicto que se había planteado entre el Juzgado de Violencia sobre la
mujer n.º 1 de Alicante y el Juzgado de Primera Instancia n.º 3 de Alicante: se trataba de
una reclamación de honorarios de abogado contra su cliente planteada inicialmente en
el primero de los órganos mencionados, remitida después al Juzgado Decano de Alicante
y turnada después al segundo de los referidos. El TS entiende que no hay conflicto de
competencia ni incumbe plantearlo al que lo hizo. No obstante, es interesante observar
que el TS termina resolviendo la situación, pese a la inadmisión, ya que ordena al
primero de los citados a que tramite la reclamación objeto de controversia.
En este sentido, el ATS de 17 de diciembre de 2004 (JUR 2004, 127441 FJ 4) destaca que
«el segundo requisito que exige el art. 50.1 LOPJ es que la resolución firme que dicte el
órgano que entendió en segundo lugar se produzca “en un proceso cuyos sujetos y
pretensiones fuesen los mismos ” que los del proceso suscitado ante el Orden
Jurisdiccional que primero declinó conocer del asunto. Y en este caso, fueron distintos
los demandados (...)».
Es bastante frecuente que se devuelvan las actuaciones al órgano judicial que plantea
de oficio el conflicto negativo, según pronunciamientos reiterados del TS ( STS de 29
de junio de 2007 [RJ 2007, 5527], ATS de 18 de noviembre de 1996 [RJ 1996, 9129]). Del
último de los citados extractamos este párrafo:
«SEGUNDO. En el supuesto que nos ocupa en modo alguno ninguna de las partes ha
interpuesto recurso por defecto de jurisdicción, sino que la Sala de instancia es la que remite
de oficio las actuaciones, contraviniendo lo dispuesto en el artículo 50.1 y 2 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial, asumiendo una competencia que no le corresponde, de modo
que invade el ámbito de disponibilidad de las partes en litigio. En consecuencia, ha de tenerse
por mal planteado el conflicto de competencias, procediendo a devolverse las actuaciones a la
Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Madrid hasta tanto
por alguna de las partes se interponga, si lo estimase procedente, recurso por defecto de
jurisdicción, ya que sólo en este caso y tras oír a las partes personadas, si las hubiese, procede
la remisión de las actuaciones a este Tribunal Supremo».
Sin embargo, la STS de 19 de noviembre de 2007 rechaza las alegaciones de las partes,
pues «el artículo 50 de la Ley Orgánica del Poder Judicial en relación con el artículo 9.6
de la misma en modo alguno impide la admisibilidad del recurso por el hecho de que no
se hayan agotado los recursos contra la resolución del órgano que inicialmente apreció
su incompetencia, sino que muy al contrario, del análisis conjunto de ambos preceptos
se deduce con claridad que no es necesario agotar tales recursos, y sin que tampoco sea
necesario que las acciones ante ambos órganos jurisdiccionales se inicien
sucesivamente, interpretación ésta única conforme al principio “pro actione”, ya que la
finalidad del precepto no es otra que evitar que dos resoluciones contradictorias entre sí
determinen que un determinado supuesto quede sin decidir en cuanto al fondo»
(basándose en el ATS de 25 de octubre de 1996).
Procede la inadmisión del recurso por conflicto de jurisdicción, si en realidad uno de los
órganos jurisdiccionales ha conocido del fondo del asunto ( STS de 4 de junio de
1996 [RJ 1996, 9186]) y se está intentando reabrir la causa, tal como permite razonar la
STS de 19 de noviembre de 2007 (RJ 2008, 1806) a cuya lectura nos remitimos. Puede
verse también el ATS de 26 de abril de 2012 (JUR 1864, 42).
Como ya nos consta, en la materia que analizamos interesa más, lógicamente, la versión
estrictamente procesal del asunto, que la material sobre los criterios concretos
competenciales. En la materia de los conflictos positivos de competencia puede
seleccionarse algún auto del TS (Sala de Conflictos) de «contenido didáctico», es decir,
informando sobre la forma en que tales conflictos se plantean y se sustancian. También
puede informarse sobre la viabilidad de esta pretensión de parte (de que se formule a
través de un procedimiento en una jurisdicción la inhibición de otra) en fase incluso de
ejecución de sentencia, esto es, para que paralice la ejecución de la sentencia que realiza
indebidamente otra jurisdicción. En este sentido, observemos primero cómo se plantea
el conflicto de competencia en el caso de este ATS de 6 de noviembre de 1998 (RJ
1998, 1575):
–El Juzgado de Primera Instancia número 35 de Barcelona dictó auto en fecha 2 de abril
de 1998, cuya parte dispositiva dice literalmente: «Que, estimándose este Juzgado
competente para acordar la suspensión del procedimiento de apremio seguido ante el
Juzgado de lo Social número 5 de Barcelona en autos 1609/96, se requiere a dicho
Juzgado para que en cumplimiento de las resoluciones dictadas por el Juzgado de
Primera Instancia proceda a suspender la vía de apremio iniciada».
–En autos de ejecución número 1609/96, seguidos a instancia de don C. D., contra «El B.»
y «C. C. S.A.L.», el Juzgado de lo Social número 5 de Barcelona, requerido de inhibición
por el de Primera Instancia número 35 de Barcelona, dictó auto, en fecha 15 de junio de
1998, cuya parte dispositiva dice literalmente: «Que debía declarar y declaraba no haber
lugar al requerimiento de inhibición que formula el Juzgado de Primera Instancia
número 35 de Barcelona, acordándose mantener la plena competencia sobre la presente
ejecución y, en concreto, a la no ejecución de lo acordado por aquel órgano
jurisdiccional, referente a la suspensión de esta ejecución, poniéndose en conocimiento
del órgano requirente la presente resolución a los efectos previstos en el artículo 47 de
la Ley Orgánica del Poder Judicial, y en especial, para la elevación de las actuaciones a la
Sala de Conflictos del Tribunal Supremo. A tenor del artículo 48 de la Ley Orgánica del
Poder Judicial se suspenderá la ejecución una vez la tercerista haya consignado en la
cuenta de este Juzgado n.º 0588-000064-1609/96, oficina x del BBV, la cantidad de
1.500.000 pesetas, o aportando aval suficiente.
–Al requerimiento de inhibición se acompañará testimonio del auto dictado por el Juez o
Tribunal requirente, de los escritos de las partes y del Ministerio Fiscal y de los demás
particulares que se estimen conducentes para justificar la competencia de aquél.
–El requerido, con audiencia del Ministerio Fiscal y de las partes por plazo común de
diez días, dictará auto resolviendo sobre su competencia.
–La Sala, oído el Ministerio Fiscal por plazo no superior a diez días, dictará auto en los
diez siguientes, sin que contra él quepa recurso alguno. El auto que se dicte resolverá
definitivamente el conflicto de competencia.
FOOTNOTES
1
La regla general, en este contexto, quedaría plasmada por este texto: «el acudir a un orden
jurisdiccional inapropiado (civil) produce efectos interruptivos de la prescripción para el
ejercicio de la acción ante la jurisdicción competente (contencioso-administrativa), máxime
cuando la Administración no ha dado respuesta expresa a la reclamación previa» (STSJ
Canarias, Las Palmas, de 24 de julio de 1998; Ref. EC: 305/2000).
Es también ilustrativo el ATS de 13 de julio de 2000 (JUR 2009, 12711), sic., también aparece
como (RJ 2001, 2405). Nos interesa hacer ver las posibles incidencias y tensiones, al mismo
tiempo que su procedencia, de interponer un conflicto positivo de competencia, instado por una
parte procesal, en fase de ejecución de sentencia. En estos casos, la parte solicita de una
jurisdicción que remita oficio de inhibición a la otra jurisdicción. En este supuesto, un juzgado
de lo social sentenció a favor de unos trabajadores, decretando un embargo para la ejecución de
la sentencia, mientras que en otro proceso, un Juzgado de primera instancia había declarado (a
la entidad –A– condenada por la jurisdicción civil) en situación de quiebra voluntaria y
convocando subasta. El problema se plantea cuando resulta que el embargo de la jurisdicción
social pasa a afectar a la adjudicataria de la subasta realizada en el Juzgado de primera
instancia. Esta empresa referida en último lugar plantea entonces ente el Juzgado de 1.ª
Instancia un conflicto de competencia frente al Juzgado de lo Social para que el primero
requiera al segundo de inhibición y «... consecuentemente se abstenga de conocer y paralice
toda actuación iniciada con relación al asunto de la subasta pública de los bienes de que había
sido adjudicatario». Tramitado el conflicto, el titular del Juzgado de 1.º Instancia dictó Auto por
el que acordó promover a instancia de parte conflicto de competencia con el Juzgado de lo
Social, al que se requería para que se inhibiera y abstuviera de proseguir la vía de apremio en
la ejecución n.º 104/96 sobre tales bienes. Por su parte, el Juzgado de lo Social dictó Auto en cuya
parte dispositiva rechazaba la inhibición, afirmando su competencia para conocer de la
ejecución de referencia. «Este Auto fue aclarado por otro de 16 de febrero del presente año, en
el sentido de que, con arreglo a lo establecido en el artículo 47 LOPJ procedía elevar lo actuado a
la Sala Especial de Conflictos de Competencia del Tribunal Supremo». El 14 de febrero de 2.000,
el Juzgado de 1.ª Instancia dictó nuevo Auto en el que a la vista de los elementos concurrentes y
los razonamientos del Auto del Juzgado de lo Social, acordaba remitir oficio al Juzgado de lo
Social «... anunciando la no intención de plantear el conflicto ante el Superior Jerárquico...».
Esta resolución fue declarada nula por el propio Juzgado dictándose al efecto Auto en fecha 11
de abril de 2.000 en el que se acordaba la elevación de lo actuado a esta Sala de Conflictos del
Tribunal Supremo, incoándose el presente procedimiento, número 7/2000, en el que se acordó,
una vez oído el Ministerio Fiscal, señalar para el día 10 de julio para deliberación y adopción de
la decisión correspondiente. Finalmente, el ATS de 13 de julio de 2000 estima que la entidad sí
estaba legitimada para plantear el incidente pese a no haber sido parte del proceso civil más
que en su fase de ejecución (considerando que la legitimación no fue negada por el Juzgado y
considerando que estaba en el proceso social directamente afectada). La competencia se
resolvió en favor de la jurisdicción social «sin que esta Sala pueda analizar aquí el problema
jurídico de la reiperseguibilidad de los bienes que fueron embargados y de la existencia o
alcance de las cargas que pesaran sobre ellos». En esta línea ATS de 4 de diciembre de 1995
[RJ 1995, 9792]; ATS de 4 de abril de 1994 [RJ 1994, 3197].
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Primera Parte. Ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativa
Capítulo XII. Órganos jurisdiccionales (Título I. Capítulo II. Artículos 6 a 17 LJCA)
Capítulo XII
Sumario:
1. El organigrama jurisdiccional
A. Modificaciones más relevantes
B. Constitución y actuación de las salas y distribución de asuntos
2. Juzgados de lo contencioso-administrativo y tribunales superiores de justicia
A. Competencias de los juzgados y de las salas de los tribunales superiores de
justicia en el ámbito local
B. Competencias de ambas instancias judiciales en el ámbito autonómico
C. Las restantes competencias de los juzgados de lo contencioso-administrativo
D. Las restantes competencias de los tribunales superiores de justicia
E. La competencia residual, en favor de los tribunales superiores de justicia
3. Tribunales superiores de justicia y audiencia nacional
A. El artículo 11.1.a y 11.1.b de la LJCA y su delimitación con las competencias de los
tribunales superiores de justicia
B. El problema de la línea divisoria entre tribunales superiores de justicia y
audiencia nacional (artículos 10 y 11 de la LJCA)
C. Restantes competencias de la audiencia nacional recogidas en el artículo 11 de la
LJCA
D. Competencias de la audiencia nacional concretadas en la disposición adicional
sexta: modificación del texto articulado de la ley de bases sobre el procedimiento
económico-administrativo
E. Competencias de la audiencia nacional concretadas en la disposición adicional
cuarta
4. Los juzgados centrales de lo contencioso-administrativo
5. El Tribunal Supremo
6. La competencia territorial
7. La declaración de incompetencia
8. Cuestiones de competencia
9. Disposición transitoria primera
10. La ley 13/2009, de 3 de noviembre, de reforma de la legislación procesal para la
implantación de la nueva oficina judicial sobre el contencioso-administrativo
11. El problema de la lengua de los procesos judiciales en el estado español
Nota bibliográfica
1. EL ORGANIGRAMA JURISDICCIONAL
a) Juzgados de lo Contencioso-administrativo.
Sobre los Juzgados Centrales, puede tenerse en cuenta la Ley Orgánica 3/2015, de 30
de marzo, de control de la actividad económico-financiera de los Partidos Políticos. En
sus DDFF primera y segunda se modifica la LO 1/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, y
la LRJCA 29/1998, atribuyendo a tales Juzgados el conocimiento de asuntos en materia
de partidos políticos.
La distribución de asuntos entre las distintas Salas del mismo Tribunal, o entre las
diversas secciones de una misma Sala, será acordada por la Sala de Gobierno del
respectivo Tribunal, teniendo en cuenta la naturaleza y homogeneidad de la materia a
que se refieren los recursos ( artículo 17.1 de la LJCA). Idéntico criterio se tendrá en
cuenta para la distribución de asuntos entre los diversos Juzgados de lo Contencioso-
administrativo de una misma población, que deberá ser aprobada por la Sala de
Gobierno del Tribunal Superior de Justicia (artículo 17.2).
Los acuerdos sobre distribución de asuntos se adoptan cada dos años y se comunican al
Consejo General del Poder Judicial (el artículo 15.2 de la LJCA precedente preveía la
comunicación al Ministerio de Justicia), al sólo efecto de su publicación, antes de la
apertura de Tribunales, en el Boletín Oficial del Estado o en el de la Comunidad
Autónoma según corresponda (artículo 17.3; véase también el artículo 152.1 de la
LOPJ).
Cuando resulte alterada la competencia de los distintos Juzgados con sede en un mismo
partido judicial, de las diversas Salas de un mismo Tribunal, o de las diversas secciones
de una Sala, por razón de una nueva distribución de asuntos, continuará conociendo de
los procesos en tramitación –y fallará– el órgano jurisdiccional que resulte competente
al tiempo de la interposición del recurso (artículo 17.3 párrafo segundo; es ésta una
práctica o regulación habitual que se refleja también por ejemplo, en la Ley Orgánica
6/1998, de 13 de julio por la que se modifica la Ley Orgánica del Poder Judicial,
Disposición Transitoria Única).
Finalmente, debe consultarse la LOPJ en cuanto a la regulación del personal de las Salas
de lo Contencioso-administrativo, materia ésta que fue regulada por la LJCA de 1956
(artículos 19 y ss.), pero que pasó a formar parte de la LOPJ, sin que por tanto la LJCA de
13 de julio de 1998 haya abordado esta cuestión 1).
Frente a ello, y, por su parte, respecto de las competencias de las Salas de lo Contencioso-
Administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia en el ámbito local, el artículo
10.1 LJCA señala que éstas conocerán en única instancia de los recursos que se
deduzcan en relación con:
–Los actos de las Entidades locales y de las Administraciones de las Comunidades Autónomas,
cuyo conocimiento no esté atribuido a los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo,
refiriéndose con ello a las impugnaciones de cualquier clase de instrumentos de
planeamiento urbanístico.
–Los actos y resoluciones dictados por los Tribunales Económico-Administrativos (...) Locales
que pongan fin a la vía económico-administrativa.
–Los actos y disposiciones de las Juntas Electorales Provinciales (...), así como los recursos
contencioso-electorales contra acuerdos de las Juntas Electorales sobre proclamación de
electos y elección y proclamación de Presidentes de Corporaciones locales, en los términos de
la legislación electoral.
Se corrobora con este sistema actual de la LJCA la interconexión entre las competencias
de los Tribunales Superiores de Justicia y las de los Juzgados de lo Contencioso-
administrativo en el ámbito local.
Pero se corrobora, asimismo, tras las reformas de la LJCA, que en el ámbito local los
Juzgados de lo contencioso-administrativo se han afianzado plenamente, primero,
porque, a salvo del planeamiento, la competencia en materia de impugnación de actos
de las Administraciones locales es de los Jugados, tal como ya nos consta y, segundo,
porque el sistema de enumeración cerrada que contemplaba el artículo 8.1 en la versión
original de la LJCA de 1998 se ha derogado.
B. COMPETENCIAS DE AMBAS INSTANCIAS JUDICIALES EN EL ÁMBITO AUTONÓMICO
Cuando el supuesto no encaje dentro de este listado del artículo 8.2 de la LJCA, la
competencia corresponderá a los Tribunales Superiores de Justicia. Así, por ejemplo,
sanciones provenientes de una Administración autonómica superiores a 60.000 euros.
Además de tales cuatro materias contamos con el criterio, al que se refiere el mismo
precepto, de la cuantía. Interesante es el caso del Auto del TSJ de Aragón de 7 de julio de
2011 rec. 263/2010 que, en aplicación de la excepción del párrafo 2 del artículo 8.3
referida a la cuantía superior a 60.000 euros, corrige en sentencia la cuantía fijada en el
pleito de más de 66.000 euros y la reduce así a una cifra inferior a 60.000 euros
(siguiendo la STS de 24 de abril de 2001) y en base a dicha cuantía declara la
incompetencia objetiva del TSJ.
Otro ejemplo de aplicación de este régimen jurídico es la STS de 30 marzo 2001 en la que
se conoce por el Tribunal Supremo de una cuestión de competencia negativa entre un
Juzgado de lo Contencioso-Administrativo de Madrid y un Juzgado Central de lo
Contencioso-Administrativo para conocer del recurso interpuesto por una empresa
contra una Resolución del Director General de la Agencia Estatal de Administración
Tributaria en relación con dos sanciones tributarias por importe de 3.125.179 y
2.758.153 pesetas, respectivamente, entendiendo el Tribunal Supremo que la
competencia para conocer del expresado recurso corresponde al Juzgado de lo
Contencioso-Administrativo de Madrid, al tratarse de un acto dictado por órgano
periférico de la Agencia Estatal de Administración Tributaria y con cuantía inferior a
10.000.000 de pesetas.
El artículo 8.5 señala que corresponde conocer a los Juzgados de las impugnaciones
contra actos de las Juntas Electorales de Zona y de las formuladas en materia de
proclamación de candidaturas y candidatos efectuada por cualquiera de las Juntas
Electorales, en los términos previstos en la legislación electoral. Esta competencia esta
Asimismo, atribuida a los Juzgados desde la promulgación de la LJCA 1998.
También se atribuye a los Juzgados desde su instauración, según el artículo 8.6 primer
párrafo de la LJCA, la competencia para conceder las autorizaciones para la entrada en
domicilios y restantes lugares cuyo acceso requiera el consentimiento de su titular,
siempre que ello proceda para la ejecución forzosa de actos de la Administración
Pública. Este es un «tema significativo» no sólo por la actualidad que plantean estos
casos, sino también porque con ello la LJCA derogó el artículo 87.2 de la LOPJ que
atribuía esta competencia a los Juzgados de Instrucción; también lo es por la
interconexión de este supuesto con las vías de hecho o entradas en domicilios al margen
de la legalidad.
Precisando las funciones del juez en estos casos, se entiende (así, por ATC 371/1991) que
el Juzgado ha de observar si la actuación material de la entrada tiene un acto de
cobertura. También se hace necesario un juicio de necesidad y proporcionalidad (STC
22/1984) y audiencia del titular del domicilio. Estamos ante una intervención judicial de
tipo preventivo y no tanto reparador de un derecho (STSJ Castilla y León, Burgos, núm.
55/2005, de 28 de enero de 2005).
Pero es que, además, se han atribuido a los Juzgados nuevas competencias, conforme se
ha ido modificando y dando nueva redacción al citado artículo 8.
Así, conocerán, igualmente, de todas las resoluciones que se dicten en materia de
extranjería por la Administración periférica del Estado o por los órganos competentes
de las Comunidades Autónomas (artículo 8.4).
En el artículo 8.6 se han introducido dos nuevos párrafos, refiriéndose el segundo a que
los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo conocerán de la autorización o
ratificación judicial de las medidas que las autoridades sanitarias consideren urgentes y
necesarias para la salud pública e impliquen privación o restricción de la libertad o de
otro derecho fundamental.
2. Los actos y disposiciones de los órganos de gobierno de las asambleas legislativas de las
Comunidades Autónomas, y de las instituciones autonómicas análogas al Tribunal de Cuentas
y al Defensor del Pueblo, en materia de personal, administración y gestión patrimonial.
5. Los actos y disposiciones de las Juntas Electorales de Comunidades Autónomas, así como
los recursos contencioso-electorales contra acuerdos de las Juntas Electorales sobre
proclamación de electos, en los términos de la legislación electoral.
8. Los actos y resoluciones dictados por órganos de la Administración General del Estado cuya
competencia se extienda a todo el territorio nacional y cuyo nivel orgánico sea inferior al de
Ministro o Secretario de Estado en materias de personal, propiedades especiales y
expropiación forzosa.
9. Los actos y resoluciones de los órganos de las Comunidades Autónomas competentes para
la aplicación de la Ley de Defensa de la Competencia.
10. Las resoluciones dictadas por el órgano competente para la resolución de recursos en
materia de contratación previsto en el artículo 311 de la Ley 30/2007, de 30 de octubre,
de Contratos del Sector Público, en relación con los contratos incluidos en el ámbito
competencial de las Comunidades Autónomas o de las Corporaciones locales.
11. Las resoluciones dictadas por los Tribunales Administrativos Territoriales de Recursos
Contractuales.
A diferencia del artículo 91 de la inicial LOPJ 6/1985, que, como ya nos consta, preveía
una competencia residual en favor de los Juzgados de lo Contencioso-administrativo (los
Juzgados de lo contencioso-administrativo conocerán, en primera o única instancia, de
los recursos contencioso-administrativos no atribuidos a otros órganos de este orden
jurisdiccional), la LJCA ha considerado que dicha competencia residual ha de otorgarse
a los Tribunales Superiores de Justicia, ocasionando con ello la reforma del artículo
91 de la LOPJ, cuyo texto actual, tras la reforma por LO 6/1998, de 13 de julio, es
ilustrativo: «los Juzgados de lo Contencioso-administrativo conocerán, en primera o
única instancia, de los recursos contencioso-administrativos contra actos que
expresamente les atribuya la Ley».
La LOPJ corrigió el criterio del artículo 6 del RDley de 4 de enero de 1977 atribuyendo a
los Tribunales Superiores de Justicia con carácter general la competencia para conocer
de los recursos contra actos de la Administración del Estado que no estuvieran
atribuidos a otro órgano jurisdiccional, y ceñía la competencia de la Audiencia Nacional
a los recursos contra actos de los Ministros y Secretarios de Estado ( artículos 66 y
74.1.a de la LOPJ y 57 de la Ley de Planta, sin que por otra parte el Tribunal
Constitucional declarase inconstitucional el decisivo artículo 74.1.a, en la célebre STC
114/1994).
El problema de trazar una línea divisoria entre ambos órganos ha venido siendo una
constante en la tramitación de la LJCA.
No puede, en efecto, olvidarse la competencia residual del artículo 10.1.j) en favor de los
Tribunales Superiores de Justicia, que incluye lógicamente los actos de la
Administración estatal; a pesar de que la LJCA provoque la derogación del artículo 74
de la LOPJ, y con ello de su primer inciso concerniente a la atribución genérica en favor
de los Tribunales Superiores de Justicia de la competencia para entender de los recursos
contra actos de la Administración del Estado, dicha LJCA atribuye a los Tribunales
Superiores de Justicia una competencia residual general de mayor alcance ( artículo
10.1.j de la LJCA que se traslada por cierto, miméticamente, a la LOPJ).
3. De los recursos contra los actos dictados por la Comisión de Vigilancia de Actividades de
Financiación del Terrorismo, y de la autorización de prórroga de los plazos de las medidas de
dicha Comisión, conforme a lo previsto en la Ley de Prevención y Bloqueo de la Financiación
del Terrorismo.
Y finalmente conocerá de los recursos de revisión contra sentencias firmes dictadas por
los Juzgados Centrales de lo Contencioso-administrativo y de las cuestiones de
competencia que se puedan plantear entre los Juzgados Centrales de lo Contencioso-
administrativo.
Por tanto, las resoluciones del Ministro de Economía y Hacienda y del Tribunal
Económico-Administrativo Central serán recurribles por vía contencioso-administrativa
ante la Audiencia Nacional, salvo las resoluciones dictadas por el Tribunal Económico-
Administrativo Central en materia de tributos cedidos, que serán recurribles ante el
Tribunal Superior de Justicia competente.
Curiosamente, la STC 91/1998 (comentada por M. PULIDO QUECEDO, Aranzadi Repertorio del
Tribunal Constitucional , 1998, 7) había establecido que no existía obstáculo para la
atribución por Ley a la Audiencia Nacional del conocimiento de los recursos
contencioso-administrativos frente a resoluciones del Tribunal Económico-
Administrativo Central, háyanse dictado en única instancia o en alzada, sin que este
juicio se altere por el hecho de que el supuesto se refiera a un tributo cedido, que se
siguen rigiendo por la normativa estatal y que se someten por tanto a los órganos
económico-administrativos estatales. Quedaba a la voluntad del Legislador, pues, la
previsión del criterio que se ha seguido en esta Disposición Adicional sexta.
Por otra parte, las resoluciones dictadas por los Tribunales Económico-Administrativos
Regionales y Locales que pongan fin a la vía económico-administrativa serán recurribles
ante el Tribunal Superior de Justicia competente.
Por su parte, los Juzgados Centrales han asumido parte de las competencias de la
Audiencia Nacional (ciertos actos de Ministros y Secretarios de Estado en materia de
personal y otros supuestos de los artículos 9.b y c de la LJCA), al igual que hizo en su
día la Audiencia Nacional respecto del Tribunal Supremo.
Las reformas posteriores a la LJCA de 1998, sobre esta ley, han afianzado los Juzgados
Centrales dado que se les han delegado un mayor número de competencias.
Concretamente, las previstas en los últimos apartados del artículo 9 cuyo texto
destacamos seguidamente en cursiva:
d) En primera o única instancia, de los recursos contra las resoluciones dictadas por los
Ministros y Secretarios de Estado en materia de responsabilidad patrimonial cuando lo
reclamado no exceda de 30.050 euros.
e) En primera instancia, de las resoluciones que acuerden la inadmisión de las peticiones
de asilo político.
5. EL TRIBUNAL SUPREMO
Interesante es que cuando prime el interés en evitar el retraso del proceso sobre el
interés formal de la atribución de competencia, el Tribunal Supremo entra a conocer del
fondo del asunto, como ocurre cuando el asunto versa sobre un acto de trámite de un
Ministro que ha decidido sobre el fondo del asunto a pesar de que la competencia
administrativa corresponde al Consejo de Ministros: «es de tener en cuenta que la
resolución del incidente a favor de la competencia de la Audiencia Nacional no haría más
que provocar una dilación indebida del proceso que vulneraría lo dispuesto en el
artículo 24 de la CE» (ATS de 2 de abril de 1997; en el mismo sentido STS de 7 de
febrero de 1998).
b) Los recursos de casación y revisión contra las resoluciones dictadas por el Tribunal de
Cuentas, con arreglo a lo establecido en su Ley de Funcionamiento.
c) Los recursos de revisión contra sentencias firmes dictadas por las Salas de lo Contencioso-
administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia, de la Audiencia Nacional y del
Tribunal Supremo, salvo lo dispuesto en el artículo 61.1.1 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial.
a) Los recursos que se deduzcan en relación con los actos y disposiciones de la Junta Electoral
Central, así como los recursos contencioso-electorales que se deduzcan contra los acuerdos
sobre proclamación de electos en los términos previstos en la legislación electoral.
6. LA COMPETENCIA TERRITORIAL
Esta regla sigue el criterio de la LJCA precedente, que afirmaba en ciertos supuestos una
competencia territorial electiva, dejando la posibilidad al actor de escoger entre la del
lugar de su domicilio y la del lugar de realización del acto, todo ello referido a las
impugnaciones contra actos o resoluciones provenientes de órganos administrativos con
competencia en todo el territorio nacional y con nivel inferior a Ministro (a saber en
materias de personal, propiedades especiales y expropiación forzosa), atribuyéndose la
competencia a las Salas de lo Contencioso-administrativo de las antiguas Audiencias
Territoriales (STS de 31 de enero de 1996; STS de 11 de octubre de 1996; ATS de 16 de
febrero de 1995; artículos 10.1.b y 11.2 de la LJCA de 1956).
Pero el Tribunal Supremo entendió aplicable este mismo criterio a las nuevas
competencias análogas que la LOPJ asignó a los Tribunales Superiores de Justicia, de
modo que «aunque la materia no sea de personal, propiedades especiales y
expropiación forzosa se aplica por analogía dicho criterio porque sólo de esta forma se
facilita la tutela judicial acercando el proceso al lugar donde al ciudadano le es más fácil
el acceso a la justicia» (ATS de 16 de diciembre de 1993; ATS de 20 de febrero de 1998).
Es discutible el futuro de esta jurisprudencia.
Por otra parte, si bien este fuero electivo basado en el principio de acercamiento o
aproximación de la justicia al justiciable se afirma reiteradamente en la jurisprudencia
(por todas, STS de 19 de diciembre de 1997), esta doctrina ha cedido cuando en una
Comunidad Autónoma existan varias sedes (Andalucía, Canarias, Castilla y León). En
estos casos no puede extenderse el «fuero electivo».
En CCAA con dos sedes (por ejemplo, Castilla y León) en caso de que, por ejemplo, una
Comisión Territorial de urbanismo (cuya circunscripción se corresponda con una de las
dos sedes del TSJ correspondiente) dicte un acto administrativo (por ejemplo, una
autorización de un uso en un suelo), pero tal autorización queda después revocada por
un recurso de alzada por la Consejería correspondiente (cuya circunscripción se
correspondería con la otra sede el TSJ autonómico), la competencia territorial
corresponde al primero.
7. LA DECLARACIÓN DE INCOMPETENCIA
Entiende el Tribunal Supremo sobre esta cuestión que cuando la Sala de la AN dicta la
sentencia la solución por la que optó era al menos inadecuada en términos de dilación,
máxime si en ese momento y con plena cognición, iba a resolver sobre el fondo del
litigio. Tampoco a raíz del incidente procedía anular tanto la sentencia dictada en
primera como en segunda instancia para dictar una tercera, en única instancia, y con
idéntico contenido. Además, como el pleito debió ventilarse en única instancia y, por
razón de la cuantía cabía casación, la inadmisión ahora planteada por la Abogacía del
Estado respecto del recurso de casación equivaldría a sustraer a la parte recurrente la
posibilidad de tal recurso, al que tenía derecho conforme a la configuración legal en tal
aspecto de su derecho a la tutela judicial efectiva.
Téngase en cuenta el criterio general (STS, Civil, 486/2016, de 14 de julio de 2016) por el
que no cabe apreciar la caducidad de la acción cuando se interpone la demanda dentro
del plazo fijado por la Ley, aunque sea ante tribunal territorialmente incompetente.
8. CUESTIONES DE COMPETENCIA
Asimismo, para resolver las cuestiones de competencia que se puedan plantear entre los
Juzgados Centrales de lo Contencioso-administrativo es competente la Audiencia
Nacional (artículo 11.4).
Sobre las Disposiciones Transitorias de la LJCA de 1998 puede verse A. AROZAMENA LASO,
AA , 37, 1998.
El objetivo primordial compartido por esta Ley 13/2009 a la hora de reformar todas las
Leyes procesales (civil, criminal, social y contencioso-administrativa) es regular la
distribución de competencias entre Jueces y Tribunales, por un lado, y Letrados de la
Administración de Justicia, por otro. Existen además otros objetivos complementarios,
entre los que pueden destacarse el fomento de las buenas prácticas procesales o la
potenciación de las garantías del justiciable.
Esta ley deja notar su influencia en la tramitación de los procesos, si bien en la práctica
no se observan grandes cambios fundamentales. La reforma de la Ley reguladora de la
jurisdicción contencioso-administrativa, por la citada Ley 13/2009, de 3 de noviembre,
pretende «responsabilizar a los Secretarios judiciales (letrados de la administración de
justicia) en determinadas materias que, si bien quedan fuera de la potestad
jurisdiccional atribuida con exclusividad a jueces y tribunales, no por ello son menos
importantes para la buena marcha del servicio público que constituye la administración
de justicia» (Preámbulo de la Ley 13/2009).
Estas mismas claves, que han sido expuestas o explicadas, se evidencian sin mayor
dificultad en otras regulaciones (así, alegaciones previas, prueba, declaración del pleito
concluso para sentencia, otros modos de terminación del procedimiento, vista –en la que
se regula pormenorizadamente contrastando con la inutilidad de ordinario de las vistas
en los contenciosos–), cuyo comentario resultaría redundante tras haber presentado ya
los significados y explicaciones principales de la reforma legal objeto de comentario.
Este equilibrio tendente a una mayor eficacia se reflejaría, por ejemplo, en materia de
«satisfacción extraprocesal» (artículo 76.2) o en la fase de admisión en el procedimiento
abreviado (artículo 78) o en la propia tramitación de la admisión del recurso de
apelación (artículo 85) o casación (artículos 89.4 y 90 y 97.3), reservando a la Sala la
inadmisión (artículo 90.2) o la ejecución provisional de la sentencia (artículo 91.3), pero
afirmando la competencia del letrado de la administración de justicia para las
declaraciones como desierto del recurso (artículos 92.2) y para la fase de ejecución de
sentencias (artículos 107 y ss.). Desde luego, se abre una vía para que en determinados
juzgados o salas pueda realizarse una justicia más ágil, con esta mayor participación o
ayuda (que no puede suplantar nunca al juez o tribunal) del letrado de la
administración de justicia.
En los Estados de nuestro entorno también existen varias lenguas, pero en un ámbito
público solo se usa una de ellas (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido). Sin embargo,
como es sabido, no es el caso de España.
El artículo 231 contiene además un cuarto párrafo donde se dispone (en su redacción
vigente tras la Ley Orgánica 16/1994 de reforma de la LOPJ y STC 105/2000), que las
actuaciones judiciales realizadas y los documentos presentados en el idioma oficial de
una Comunidad Autónoma tendrán, sin necesidad de traducción al castellano, plena
validez y eficacia. De oficio se procederá a su traducción cuando deban surtir efecto
fuera de la jurisdicción de los órganos jurisdiccionales situados en la Comunidad
Autónoma, salvo si se trata de Comunidades Autónomas con lengua oficial propia
coincidente. También se procederá a su traducción cuando así lo dispongan las Leyes o a
instancia de parte que alegue indefensión (nos remitimos también a los artículos 142 –
lengua oficial–, 143 –intervención de intérpretes– y 144 –documentos redactados en
idioma no oficial– de la vigente LEC 1/2000, sin modificaciones de fondo respecto del
régimen de la LOPJ).
Tres son los problemas que pueden destacarse en este contexto. El primero se refiere a
la legitimidad misma de este sistema desde el punto de vista constitucional. Según la
STC 56/1990 (que se enfrenta con este problema en el FJ 41) se justifica dicho sistema ya
que, por una parte, el carácter de lengua oficial de ámbito general del castellano y el
artículo 3 de la CE llevan consigo que «esta lengua sea generalmente usada en el ámbito
de la Administración de Justicia». Y, por otra parte, el régimen particular previsto en los
distintos párrafos del artículo 231 LOPJ en favor de la aplicación de la lengua
autonómica, es coherente con la idea cooficialidad . El Estatuto de Cataluña de 2006, y la
aceptación de su contenido por parte del Tribunal Constitucional 5), acaba por equiparar
del todo a la lengua española y a la cooficial. Aparte de admitir que un Estatuto de
Autonomía es un lugar adecuado para regular el uso de la lengua en los procesos, añade
que el hecho de que una lengua sea cooficial lo es a todos los efectos, incluida la
posibilidad de ser elegida por el ciudadano para dirigirse a cualquier Administración,
incluidas todas las actuaciones judiciales, notariales y registrales, así como la de recibir
toda la documentación oficial emitida en Cataluña en la lengua solicitada.
La STC 31/2010 ofrece, finalmente, una dudosa solución a esta cuestión. Admite la
constitucionalidad del artículo 33.3 y 33.4 del Estatuto de Autonomía de
Cataluña del año 2006 que prescribe la necesaria acreditación por Jueces, Magistrados,
Fiscales, Notarios, Registradores de la propiedad y mercantiles, encargados del Registro
Civil y personal al servicio de la Administración de Justicia, así como de personal al
servicio de la Administración del Estado radicada en Cataluña, del conocimiento
adecuado y suficiente de lengua española y catalana. La legitimidad la resuelve
basándose en que el Estatuto indica que eso será así según establezcan las leyes 7). Si
tenemos en cuenta que estas cuestiones son competencia estatal y por tanto será el
Estado y no la Comunidad Autónoma quien desarrolle este precepto, no se va a dar el
caso de que haya discriminaciones lingüísticas, y así se entiende que ha de entenderlo el
lector para salvar la inconstitucionalidad. No parece que sea un argumento del todo
sólido. Si es cierto que estas materias son competencia estatal, el solo hecho de que el
Estatuto de Autonomía entre a regularlo ya sería base suficiente para declarar su
inconstitucionalidad por incompetencia en la materia 8).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
FOOTNOTES
1
Sobre esta materia, en general, véase el libro Derecho administrativo y Poder Judicial, de L.
TOLÍVAR ALAS, Madrid, 1996.
Así, los Juzgados de lo Contencioso-administrativo conocían de los recursos frente a actos de las
Entidades Locales que tuvieran por objeto: cuestiones de personal salvo las que se refieran al
nacimiento y extinción de la relación de servicio de los funcionarios públicos de carrera; de las
licencias de edificación y uso de suelo y del subsuelo, siempre que su presupuesto no exceda de
250 millones de pesetas, así como las de apertura; la gestión, inspección y recaudación de los
tributos y demás ingresos de Derecho público regulados en la legislación de Haciendas Locales;
las declaraciones de ruina y órdenes de ejecución de obras de conservación, reforma y
rehabilitación de inmuebles; y las sanciones administrativas, cualquiera que sea su naturaleza,
cuantía y materia.
3
Artículo 13.b de la LJCA; artículo 18.2 de la Constitución; STC 22/1984; J. F. LÓPEZ-FONT, RAP ,
130, 1993, pp. 249 y ss.; y STC 199/1998; M. FERNÁNDEZ-LOMANA GARCÍA, «El juez contencioso-
administrativo y el control judicial en la entrada en domicilio», Actualidad administrativa n.º 5
mayo 2017 p. 14.
Puede verse I. AGIRREAZKUENAGA, en RVAP 57 2000, pp. 199 y ss. y J. F. ETXEBERRIA GURIDI, en RVAP, 53,
1999, pp. 84 y ss.
STC 31/2010, FJ 21, pronunciándose sobre la constitucionalidad del artículo 33.2 del
Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006.
Finalmente, en este contexto puede citarse la STS de 9 de marzo de 2000 donde el TS se enfrenta
con la impugnación del RD 249/1996, por el que se aprobó el Reglamento Orgánico de los
Cuerpos de oficiales, auxiliares y agentes de servicio de la Administración de Justicia,
desestimando el recurso contra los artículos donde se prevé una valoración de la lengua oficial
propia en ciertas CC AA.
STC 31/2010, FJ 21: «Por su parte, los apartados 3 y 4 del art. 33 EAC, partiendo del derecho de
opción lingüística inherente a la cooficialidad y proclamado en el art. 33.2 EAC, pretenden
asegurar la efectividad de ese derecho en ámbitos competenciales privativos del Estado. Así, en
el apartado 3 se prescribe que Jueces, Magistrados, Fiscales, Notarios, Registradores de la
propiedad y mercantiles, encargados del Registro Civil y personal al servicio de la
Administración de Justicia han de acreditar un conocimiento adecuado y suficiente de ambas
lenguas para prestar sus servicios en Cataluña. Idéntica previsión se contiene en el apartado 4
respecto del personal al servicio de la Administración del Estado radicada en Cataluña,
correspondiendo a esta última acreditar dicho conocimiento del personal a su servicio. Con
todo, como quiera que en el caso del apartado 3 se trata de una exigencia para cuya articulación
el Estatuto se remite a “la forma establecida en las Leyes”, y siendo obvio que éstas sólo pueden
ser Leyes estatales en virtud de las reservas establecidas en los arts. 122.1, 124.3 y 149.1.5, 8
y 18 CE, se colige sin dificultad que estos apartados del art. 33 EAC son apenas un trasunto
del apartado que les precede, esto es, mera formalización de una consecuencia inherente a la
declaración de cooficialidad contenida en el art. 6.2 EAC: el derecho de opción lingüística (
art. 33.1 EAC), derivado del derecho de las personas a no sufrir discriminación por razones
lingüísticas ( art. 32 EAC), que, para su ejercicio ante las instituciones públicas cuya disciplina
corresponde al Estado, requiere la intervención, inexcusable y excluyente, del legislador estatal.
En particular, y por lo que hace a Jueces y Magistrados, del legislador orgánico del Poder
Judicial. Sólo con el entendimiento antes expresado y en virtud de las razones expuestas ha de
ser desestimada la impugnación del art. 33.3 y 4 EAC».
Pero, a su vez, la STJ de Baleares (n.º 232/1997) informa de que puede plantearse algún abuso en
la invocación por parte del interesado del desconocimiento de la lengua cooficial, cuando de lo
que se trata es de ganar tiempo buscando la prescripción de una sanción. Frente a esto, dicha
sentencia declara que se interrumpen dichos plazos mediante la notificación en lengua
castellana (puede verse igualmente la STJ de 30 de septiembre de 1994 de las Islas Baleares, n.º
524/1994, donde se afirma la exigencia de condición de interesado para poder pedir la
publicación en castellano de un acuerdo escrito en catalán).
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Segunda Parte. Las partes
Capítulo XIII. Capacidad procesal (Título II. Capítulo I. Artículo 18 LJCA)
Capítulo XIII
Sumario:
1. Régimen jurídico
A. Regulaciones de la LEC y la LJCA
B. Posibilidad de que entidades sin capacidad jurídica reclamen adeudos anteriores
al momento en que se adquiere personalidad jurídica
2. Capacidad de las personas jurídicas
A. Capacidad para ser parte y capacidad procesal de la administración
B. La acreditación de la adopción del acuerdo para recurrir por parte de personas
jurídico-privadas
1. RÉGIMEN JURÍDICO
La capacidad procesal es una materia regulada por la Ley de Enjuiciamiento Civil ( vid.
artículos 6 y siguientes de la LEC), pese a los matices que viene haciendo
tradicionalmente la legislación administrativa a la hora de regular este requisito
necesario para la válida comparecencia en juicio y la continuidad de la actuación
procesal en concepto de parte. Dichos matices se refirieron en la LJCA de 1956, como es
bien sabido, a la mujer casada y los menores de edad en defensa de aquellos de sus
derechos cuyo ejercicio esté permitido por el ordenamiento jurídico-administrativo, sin
la asistencia por tanto de su marido o persona que ejerza la patria potestad o tutela,
respectivamente.
Cuando los sujetos no se hallen en el pleno ejercicio de sus derechos civiles deberán
comparecer los representantes legítimos (artículo 7, segundo párrafo de la LEC). La LEC
regula en los siguientes apartados del artículo 7 distintos supuestos de comparecencia:
así, por las personas jurídicas comparecerán quienes legalmente las representen; las
masas patrimoniales o patrimonios separados que carezcan transitoriamente de titular
o cuyo titular haya sido privado de sus facultades de disposición y administración
comparecerán en juicio por medio de quienes, conforme a la ley, las administren; las
entidades sin personalidad jurídica comparecerán en juicio por medio de las personas a
quienes la ley, en cada caso, atribuya la representación en juicio; y los grupos de
consumidores o usuarios afectados por un hecho dañoso, comparecerán en juicio las
personas que, de hecho o en virtud de pactos de la entidad, actúen en su nombre frente
a terceros.
Ténganse en cuenta las reglas del Código Civil (artículos 29 a 39) sobre el nacimiento
y extinción de la personalidad civil de las personas físicas y de las personas jurídicas, así
como los distintos artículos del mismo Código donde se determinan quiénes son
concretamente los representantes de los sujetos incapaces (exactamente: artículos 158,
162, 163, 172, 224.2 y 271.6 respecto de los menores de edad no emancipados, 184
respecto de los ausentes, 222 y 287 respecto de los incapaces sometidos a tutela y
curatela, 286 y 298 en relación con los pródigos).
Esta mención a los «grupos» recuerda al fenómeno de las «class action» típicas de
Estados Unidos y de otros países, a pesar de que en el Derecho procesal administrativo
no es aún un concepto jurídico desarrollado (puede verse el artículo 7.3 de la LOPJ;
también el artículo 16.5 de la Ley 36/2011 reguladora de la jurisdicción social.
Lo típico en estos casos es la actuación a través de representante. Así ocurre con los
grupos de afectados, por ejemplo, los trabajadores a través del Comité de empresa como
órgano colegiado al que el artículo 65.1 del Estatuto de los Trabajadores le
reconoce el ejercicio de acciones administrativas y judiciales en todo el ámbito de sus
competencias por decisión mayoritaria de sus miembros.
Las uniones sin personalidad serían un título abierto que permite considerar grupos
indeterminados en general cuyos miembros están vinculados entre sí para la
realización de un fin más o menos duradero o circunstancial (comisiones de festejos,
colectas públicas, etc.). Pueden consultarse las STS de 20 de diciembre de 1990, STS de 30
de enero de 1991, STS de 27 de noviembre de 1985 y STS de 16 de abril de 1980.
Pero ¿qué ocurre con los actos realizados por la Entidad antes de su inscripción, es
decir, antes de que adquieran personalidad jurídica? Por ejemplo, adeudos a una
Entidad de Conservación con anterioridad al momento de la inscripción. Puede
plantearse qué ocurre cuando una entidad una vez adquiere personalidad jurídica, por
estar inscrita, quiere reclamar cantidades referidas al momento anterior a tal
inscripción.
En la línea más correcta, entendemos que las reclamaciones han de proceder, por
adeudos anteriores al momento de la inscripción, de modo que la EUC puede instar a la
Administración la exacción de los apremios. En consecuencia, los deudores pueden
impugnarlos en la jurisdicción contencioso-administrativa (y, por supuesto, si el
Ayuntamiento se opone, la EUC podría impugnar esta decisión; con éxito, ante tal
jurisdicción, para obligar al apremio al Ayuntamiento).
Así, la STS 267/1990 (Sala 3.ª) de 14 de febrero de 1990 (ponente: Esteban Álamo) llega,
con rotundidad, a reconocer el derecho (de una entidad urbanística de conservación) a
reclamar las cuotas a propietarios; cuotas anteriores al momento de adquirir
personalidad jurídica mediante su pertinente inscripción.
Esta sentencia de 14 de febrero de 1990 primero alude que «es preciso entrar en el
estudio de la nulidad o no de los acuerdos tomados por la “Entidad de Conservación”
antes de su inscripción en el Registro». Añade en ese punto: «es ésta la auténtica
cuestión formulada en vía administrativa por los recurrentes y a la que estimaban
lesiva para sus intereses: el acuerdo adoptado en Junta General Ordinaria en 27 de
agosto de 1986 por los propietarios de la urbanización, en virtud del cual, para el pago
de los diversos gastos de la urbanización se aprueban las cuotas correspondientes a
cada uno fijadas con los módulos de metro cuadrado de terreno y cantidad homogénea
por vivienda, acuerdo al que se opusieron los señores Everardo y Fermín; que lo
recurrieron en alzada ante el Ayuntamiento; y que desestimado en acuerdo municipal
de 23 de octubre del mismo año, dejando así expedita la vía contencioso-administrativa.
El acuerdo de la Junta General Ordinaria está tomado en aplicación del artículo 12 de los
estatutos. Ahora bien, antes de entrar en si es o no ajustado a derecho, es preciso
estudiar si la fecha de su adopción tiene trascendencia o en cuanto a su validez; caso
afirmativo, no sería procedente entrar en el fondo del asunto».
«No hay duda alguna que las entidades urbanísticas colaboradoras tienen carácter
administrativo y dependen de la Administración actuante, como dice el artículo 26 del
Reglamento de Gestión Urbanística; están integradas por propietarios de buenos sitos en un
polígono o unidad de actuación; se rigen, además de por sus propios estatutos, por las normas
específicas y generales sobre entidades colaboradoras; y concretamente las entidades de
conservación tienen como finalidad, como su propio y expresivo nombre indica, la
conservación de las obras de urbanización, además del mantenimiento de las dotaciones e
instalaciones de los servicios público, en los casos –como el que nos ocupa, según antes
hemos razonado– debiendo determinarse la participación de los propietarios en esta
obligación en función de los criterios señalados legalmente o en sus propios estatutos
(artículos 68 y 69 del Reglamento de gestión). Ahora bien, su personalidad jurídica se
entenderá adquirida desde el momento de la inscripción en el Registro de Entidades
Colaboradoras, según dispone el artículo 26.2 del citado reglamento . Ha quedado plenamente
acreditado en los autos, a través de la certificación expedida por el Secretario de la Dirección
General de Urbanismo en fecha 7 de septiembre de 1987, que la “Entidad de Conservación de
la Urbanización Vía Marina” no figuraba inscrita en el correspondiente Registro, aunque sí lo
ha sido con posterioridad, pero aquella circunstancia en modo alguno puede determinar la
nulidad de los acuerdos adoptados por la sencilla razón de que no afectan a terceras
personas, extrañas, respecto a las cuales sí que tiene trascendencia la falta de
inscripción en el Registro de esta entidad de conservación, sino a los propios
integrantes de la “Entidad” y a 6 los propietarios de parcelas y edificios de la
urbanización, que están obligados a cumplir con sus obligaciones como tales en reparto
de cuotas como asunción de los gastos generales. De otro modo bastaría con su
oposición a los acuerdos adoptados en tal sentido para situarse fuera de la obligación de
pago . Por último, recordando lo antes dicho, los acuerdos están tomados al amparo del
artículo 12 de los estatutos que, como hemos dicho, aplica módulos de reparto de cuotas
absolutamente de acuerdo con la legalidad vigente. Noveno: Lo anteriormente expuesto y
razonado propicia un pronunciamiento estimatorio de la apelación entablada y
consecuentemente revocatorio de la sentencia de instancia, y por ende la declaración de que
tanto los estatutos de la “Entidad Colaboradora de Conservación de la Urbanización Vía
Marina” como los acuerdos de su Junta General de 17 de agosto de 1986, así como el acuerdo
municipal de 23 de octubre del mismo año que los confirmaba al resolver recurso de alzada
son ajustados a Derecho».
En esta línea, puede aportarse la STS 1137/1998 (Sala 3.ª) de 19 de diciembre de 1988
(ponente F.J. Delgado Barrio ): primero se advierte de la regla general, en cuya virtud
la inscripción de la entidad marca en principio el nacimiento de la personalidad
jurídica. Segundo, se alude a la problemática del supuesto llamado a ser enjuiciado, que
se refiere a adeudos anteriores a tal momento de la inscripción. Y, conforme a este fallo,
procede que la EUC reclame del Ayuntamiento que inste los apremios para reclamar
tales adeudos. Para ello, el TS se basa en que incluso antes de la inscripción se llevaron a
cabo funciones materialmente administrativas en interés de la comunidad, fijándose el
TS en la figura del «funcionario de hecho» que ya tuvo antecedentes en el Derecho
romano. Lo que importa es que los gastos se refieran a la «conservación» incluso
independientemente de si el propietario perteneció o no a la organización precedente a
la EUC. Se entiende además que la EUC asuma los derechos y obligaciones anteriores
una vez constituida. Y, finalmente, de forma decisiva, apoya esta tesis el
enriquecimiento injusto.
Esta misma interpretación rige en el ámbito mercantil para las sociedades mercantiles (en
virtud del artículo 119 del Código de Comercio) de modo que en principio una sociedad
mercantil no inscrita no perjudica a terceros (al menos ya desde GIRÓN TENA, Anuario de
Derecho Civil , 1951). Para las sociedades capitalistas el artículo 36 de la LSA establece
para los «actos y contratos celebrados en nombre de la sociedad antes de su inscripción», es
decir, por la sociedad no inscrita o devenida irregular, no son sancionados como inválidos,
sino tan sólo sujetos a un régimen especial de responsabilidad.
Acto seguido verifica que en el supuesto enjuiciado es patente que V. Q. S.C. es una sociedad
mercantil irregular; no cabe dudar de la existencia de dicha sociedad desde el punto de vista
civil, pues así lo acredita la documentación aportada, más concretamente el documento
número dos, acompañado con la demanda que incorpora el contrato privado de constitución
de sociedad civil suscrito por los dos hermanos socios.
En efecto, que la sociedad exista por haber celebrado los dos socios un contrato de
sociedad no permite afirmar sin más que tenga personalidad jurídica o capacidad de ser
parte actora en un proceso, lo que debe ser expresamente negado. Aun siendo una sociedad
civil, lo cierto es que reconocidamente se dedica a una actividad mercantil cual es la
colocación de puertas y tarimas que expresamente se reconoce como objeto en el contrato de
constitución (folio 18), constando en la propia póliza de seguro que justifica la demanda que
la asegurada se dedica a la instalación de carpintería y cerrajería, con una facturación real
declarada de 197.100,90 #.
Tales datos confirman una actividad social indudablemente constitutiva de una actividad
mercantil, y siendo así su constitución debió ajustarse a las prescripciones del Código de
Comercio (arts. 116 y ss. c.Co ); al no haberlo hecho, pues ni consta otorgada escritura
pública, ni su inscripción siquiera como sociedad colectiva, no ha adquirido personalidad
jurídica y debe ser calificada como sociedad mercantil irregular, atendiendo a los
parámetros tenidos en consideración por la jurisprudencia sobre efectivo ejercicio del
comercio (SSTS 11 Octubre 2002, 21 Junio 1998, 1 Octubre 1986). Por ello, le es de aplicación
cuanto se expuso sobre el art. 6,2 LEC, lo que determina que Vélez Quijano S.C., no tiene
capacidad para ser parte demandante y así debe ser apreciado, se insiste incluso de
oficio, lo que obliga a la desestimación de la demanda interpuesta por dicha sociedad.
Dicho esto, la sentencia desestima la demanda interpuesta por dicha sociedad (se trataba de
una reclamación del asegurado a la aseguradora por los honorarios de una defensa penal), ya
que los asegurados fueron ellos a título personal, y no la sociedad. Procede por todo ello la
estimación del recurso de apelación interpuesto por Catalana de Occidente S.A. contra la
sentencia de referencia:
«TERCERO. En otro orden de cosas hay que señalar que tal y como se afirma en la demanda la
asegurada es Vélez Quijano S.C. es decir la sociedad civil y no sus socios aislada y
personalmente considerados, resultando que son éstos, Don Luis Manuel y Don Adolfo, y no
aquella quienes ostentaron la condición de imputados en las diligencias penales, hecho que
expresamente se afirma en la demanda por lo que ha de concluirse que la defensa penal de
tales personas no estaba incluida en el seguro» .
Cuando, en cambio, los posibles defectos se sitúan del lado de una entidad que actúa
como demandada entiendo que puede haber, en buena lógica, matices, ya que no sería
ortodoxo enfatizar los propios defectos de inscripción para oponer falta de legitimación
pasiva. Puede citarse la STS (Civil) 740/2010 de 24 de noviembre de 2010 y la SAP
114/2000, de la Audiencia Provincial de Cáceres, de 22 de junio de 2000 y SAP de
Tenerife 158/2013 de 24 abril de 2013 basándose en la «resolución de la Dirección
General de los Registros y el Notariado de 14 de febrero de 2.001 en la que, rectificando
anteriores criterios, se dice que “de ciertos preceptos legales de reciente promulgación
resulta que las sociedades mercantiles en formación e irregulares gozan de
personalidad jurídica o al menos, de cierta personalidad suficiente para adquirir y
poseer bienes de todas las clases, así como para contraer obligaciones y ejercitar
acciones”». En este sentido, en un caso de posibles adeudos por daños causados por
unas obras, en tiempos en que una Junta de Compensación no estaba inscrita (al parecer
en parte por culpa de la tardanza del Ayuntamiento), la STS (civil) 286/2007, de 16 de
marzo de 2007, confirma la sentencia impugnada y mantiene que pueda imputarse el
daño a los integrantes de la Junta que funcionaba de facto.
Las personas jurídicas tienen capacidad para ser parte, conforme a lo establecido en el
Código Civil (artículos 35 y ss.); la capacidad procesal requiere la debida representación
por quienes de acuerdo con las leyes que las regulan estén autorizados como órganos
sociales o representantes legítimos para actuar en su nombre ( artículo 7 de la LEC).
Este requisito se entiende pensando en la artificiosidad de este tipo de personas,
debiendo acreditarse documentalmente su existencia jurídica (STS de 6 de mayo de
1991). La Administración tiene personalidad jurídica, hecho que le permite ser parte en
los procesos, tanto parte demandante ( v. gr. recurso de lesividad, acciones en vía civil)
como parte demandada, como es normal.
En el ámbito local ha de considerarse la regla de los artículos 22.1.j y 33.1.j de la
LBRL, que atribuye la competencia para acordar la interposición del recurso
contencioso-administrativo al Pleno de la Corporación, aunque también puede
corresponder al Presidente en caso de urgencia ( artículos 21.1.i y 34.1.h de la
LBRL), con ratificación del Pleno. Los acuerdos para el ejercicio de acciones necesarias
para la defensa de los bienes y derechos de las Entidades Locales deberán adoptarse
previo dictamen del Secretario o, en su caso, de la Asesoría jurídica, y, en defecto de
ambos, de un Letrado (artículo 221.1 del Reglamento de Organización, Funcionamiento
y Régimen Jurídico de las Entidades Locales, aprobado por Real Decreto 2568/1986, de
28 de noviembre). Todo esto tiene consecuencias procesales, por ejemplo, a efectos del
allanamiento.
FOOTNOTES
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© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Segunda Parte. Las partes
Capítulo XIV. Legitimación (Título II. Capítulo II. Artículos 19 a 22 LJCA)
Capítulo XIV
Sumario:
Las sentencias del Tribunal Constitucional también han contribuido a esta evolución.
Puede citarse por ejemplo, la STC 176/2002 recordando que las personas jurídico-
públicas son titulares del derecho de acceso al proceso de modo que la interpretación
judicial de las normas procesales está guiada también por el principio «pro actione» . En
la sentencia comentada, ante la inadmisión de recurso contencioso-administrativo
interpuesto por órganos de la Comunidad Autónoma de Madrid contra resoluciones de
los Tribunales Económicos-Administrativos en materia de gestión tributaria de
impuestos cedidos, se afirma que se ha realizado por el órgano jurisdiccional una
interpretación rigurosa de la legalidad , vulneradora del principio «pro actione» .
«Para la defensa del derecho de igualdad de trato entre mujeres y hombres, además de los
afectados y siempre con su autorización, estarán también legitimados los sindicatos y las
asociaciones legalmente constituidas cuyo fin primordial sea la defensa de la igualdad de
trato entre mujeres y hombres, respecto de sus afiliados y asociados, respectivamente.
La persona acosada será la única legitimada en los litigios sobre acoso sexual y acoso por
razón de sexo».
2. TEORÍA DE LA LEGITIMACIÓN
El segundo, la estimación del recurso, ya que ésta tendrá que depender de que el
recurrente haga valer que tiene un derecho bien a la anulación solicitada bien a la
prestación requerida (legitimación material) .
En este contexto, la lesión jurídica (Rechsverletzung) es un concepto clave y de él
dependería la estimación del recurso (en una concepción subjetiva del proceso
administrativo): la propia declaración de ilegalidad de la actuación administrativa no es
sino un presupuesto de la lesión jurídico subjetiva que sufre el interesado cuando se
estima su recurso. El otro componente de la lesión jurídica es la existencia de un
perjuicio o posible obtención de un beneficio. La LJCA de 1998 ciñe el caso de la acción
popular a los supuestos en que esté prevista en leyes especiales; por contrapartida,
introduce nuevas pretensiones procesales que tienen como objeto la posibilidad de
exigir el cumplimiento de la Administración de sus obligaciones legales ( artículos 29
y 32 de la LJCA).
Considerando este planteamiento procesal se abre la vía para indagar en qué casos de la
norma puede desprenderse un «reflejo jurídico-subjetivo» para afirmar legitimación en
el caso concreto pese a que a priori la norma tiene un carácter objetivo.
En definitiva, el nuevo artículo 19.1 de la Ley 29/1998 puede verse como una
confirmación de la tendencia jurisprudencial del Tribunal Supremo y del Tribunal
Constitucional dominante de los últimos tiempos. «El concepto de interés directo del
artículo 28.a de la Ley de Jurisdicción ha sido superado por el artículo 24 de la
Constitución» extendiéndose al «interés legítimo, que ha de entenderse como la
posibilidad efectiva de repercusión no sólo directa, sino también indirecta , de la
resolución que se dicte en la esfera jurídica de la persona natural o jurídica de que se
trate» (SSTC 60/1982, 160/1985, 97/1991; STS de 26 de junio de 1996).
La STS de 22 de junio de 2009 (rec. 5822/2007) distingue dos casos, citando numerosas
sentencias: primero, si las demás entidades de la UTE no muestran oposición al recurso,
habría por regla general legitimación de la recurrente. En cambio, segundo, si se da tal
oposición (como ocurre en el supuesto enjuiciado) no cabe afirmar tal legitimación
procesal.
La STS de 18 de febrero de 2015 (RJ 2015, 1394) (rec. 1440/2013) es ilustrativa al tener
votos particulares y expresar la opinión mayoritaria posterior del TS en esta materia de
legitimación miembros de la UTE.
O también cabe limitar la legitimación cuando existe una ley especial que restringe
o aclara cuándo se ostenta legitimación sin reunir la condición el recurrente en el caso
concreto.
Se afirma la legitimación, invocando una aplicación flexible del criterio del interés
legítimo, a favor de una entidad mercantil y otros contra un acuerdo de un
Ayuntamiento sobre modificación de la Ordenanza reguladora de los Precios
públicos de una empresa pública local (STS de 26 de junio de 1996) o de un vecino
propietario de predios colindantes con unas vías públicas contra la recuperación de un
camino por un Ayuntamiento (STS de 23 de enero de 1996).
En principio, el interés «real» no viene a exigir o añadir nada nuevo en tanto en cuanto
no significa más que la necesidad de acreditar el interés invocado. No obstante, el
interés real, a mi juicio, afirma también conexión con lo que se litiga en el proceso
evitando abuso de jurisdicción, y tampoco existiría interés real si el interés es confuso o
ambiguo, impreciso o no se deja claro por el recurrente. En este sentido se exige que el
interés «sea concretado por el recurrente», precisando cómo el acto afecta
negativamente en algún sentido a su propio derecho o interés (STS de 12 de febrero de
1996) o que el interés no sea «meramente hipotético» (STS de 30 de enero de 1998).
a) Por interés , que la normativa vigente califica bien de «legítimo, personal y directo»,
o bien, simplemente, de «directo» o de «legítimo, individual o colectivo», debe reputarse
toda situación jurídica individualizada, caracterizada, por un lado, por singularizar la
esfera jurídica de una persona respecto de las de la generalidad de los ciudadanos o
administrados en sus relaciones con la Administración Pública, y dotada, por otro, de
consistencia y lógica jurídico-administrativas propias, independientes de su conexión o
derivación con verdaderos derechos subjetivos.
c) Ese «interés legítimo », que abarca todo interés que pueda resultar beneficiado con la
estimación de la pretensión ejercitada (siempre que no se reduzca a un simple interés
por la legalidad), puede prescindir, ya, de las notas de «personal y directo», pues tanto la
jurisprudencia del TS como la del TC han declarado, al diferenciar el interés directo y el
interés legítimo, que éste no sólo es superador y más amplio que aquél sino también que
es, por sí, autosuficiente, en cuanto presupone que la resolución administrativa o
jurisdiccional a dictar ha repercutido o puede repercutir, directa o indirectamente, pero
de un modo efectivo y acreditado, es decir, no meramente hipotético, potencial y futuro,
en la correspondiente esfera jurídica de quien se persona (SSTC, entre otras 60/1982,
62/1983, 160/1985, 24/1987, 257/1988, 93/1990, 32 y 97/1991 y 195/1992, y autos 139/1985,
520/1987 y 356/1989).
Tampoco ostentan legitimación unos diputados del congreso para impugnar un decreto
por el que se adjudicada una concesión para la construcción y conservación de una
autopista ( STS de 11 de febrero de 2003 (RJ 2003, 3267), recurso 53/2000).
Según la STSJ de las Islas Canarias (Sala de Santa Cruz de Tenerife) de 15 de noviembre
de 2005 «solicitado por el recurrente, la nulidad del acuerdo impugnado y la
adjudicación del contrato a la UTE M. de la C., difícilmente podrá obtener lo solicitado a
título particular, pues no tomó parte en el procedimiento para la adjudicación del
contrato. Sin que en materia de contratos administrativos se permita la legitimación
popular en defensa de la legalidad». En esta línea STS de 20 de julio de 2005 (RJ 2005,
6526) rec. 2037/2002; STSJ de la Comunidad Valenciana de 1 de abril de 2009 (RJCA
2010, 170) etc. Por otro lado, es sabido que existe nutrida jurisprudencia relativa a la
falta de legitimación cuando se consintió el pliego, salvo que este sea nulo de pleno
derecho.
Por otra parte (siguiendo la STS de 23 de julio de 2008 [RJ 2008, 4509], y otras muchas
citadas en dicho fallo), es admisible el recurso interpuesto por una de las entidades
integrantes de una agrupación empresarial que licitó en un concurso (citándose el
artículo 394 del CC). No obstante, se «desestima» el recurso (entrando el TS en el
fondo) por carecer de la posibilidad de obtener un beneficio si se anulara la
adjudicación, considerando la lejana puntuación del recurrente respecto del
adjudicatario y del licitador que quedó en segundo lugar (si bien en otras partes de la
sentencia se alude a la falta de fundamento en general de las pretensiones).
La STS de 21 de enero de 2013 (RJ 2013, 3998) (N.º de Recurso: 4523/2011 FJ 3.º) no se
muestra favorable confirmando la sentencia de instancia. En esta línea, la STSJ-CV de
9 de junio de 2010 (RJCA 2010, 679) desestima el recurso contencioso-administrativo de
una entidad afectada por la mala ejecución de una obra pública (solicitando la
recurrente la ejecución en regla del contrato y sanciones contra el contratista), por
considerar que no fue parte del concurso y por falta de prueba en las deficiencias
apuntadas. También puede citarse la sentencia del TS de 30 abril 2014 (RJ 2014, 2685),
rec. 1530/2013) por la que, revocando la sentencia del TSJ de Cataluña (en sentido
contrario a la STS), entiende que no existe legitimación para obligar a la Administración
a sancionar al contratista (FJ 2.º in fine) y que existe prescripción respecto del derecho a
que se decreten prohibiciones de contratar (FJ 3.º).
La STS de 15 de marzo de 2005 (RJ 2005, 3195) (rec. 6997/2001) niega la legitimación,
para instar una resolución contractual, a una empresa que, en una licitación, no fue
propiamente licitadora, sino que se encargó de redactar los proyectos a quien fue
realmente licitador.
En la práctica jurídica se dan situaciones en que los recurrentes, pese a estar inmersos
en el debate procesal que plantean, no obtienen realmente un beneficio directo, o evitan
un perjuicio. Se trata de casos en que se invoca la ilegalidad del acto recurrido, por
ejemplo, en un concurso de selección de personal o de un adjudicatario. Pero en
supuestos en que se detecta que la sentencia estimatoria de su recurso no les reportaría
en realidad ningún cambio en la esfera de sus derechos.
En este sentido, según la SAN de 30 de octubre de 2014 (RJCA 2014, 913) (recurso n.º
808/2013) los licitadores carecen de legitimación cuando en el proceso frente al acto de
adjudicación ejercitan pretensiones cuyo ejercicio, en la interpretación del órgano
jurisdiccional, no les reporta un beneficio o les evita un perjuicio (en el caso planteado
se trataba de la revisión de las puntuaciones asignadas a otros licitadores o de la propia
exclusión de alguno de ellos).
Los órganos jurisdiccionales han exigido que la acción tenga un sentido lógico
relacionable con el objeto de litis, según afirma la STSJ de Madrid, de 17 de noviembre
de 2005: «no existe, por lo tanto, legitimación en la parte aquí actora, puesto que ésta
exige la titularidad de un interés personal, legítimo, directo y actual que ha de estar
referido en concreto a la situación jurídica contemplada por el acto administrativo objeto
de impugnación , en este caso la Orden. La legitimación exige que los demandantes estén
revestidos de una cualificación específica, de una especial relación con el objeto del
proceso , un interés directo que pueda ser afectado por la resolución impugnada. Y este
no es el caso, como ya expusimos en numerosas sentencias, como la de 19 de diciembre
de 2003 (autos 1018/1998)».
La falta de legitimación podrá manifestarse en casos de personal en los que el
recurrente no puede o pudo nunca aspirar a ocupar la plaza que impugna.
d) El accionante en ningún momento aduce (ni acredita) interés legítimo que le asista para
litigar aquí, defendiendo en realidad un “mero interés en la legalidad”, que como ha reiterado la
jurisprudencia antes extractada no permite accionar válidamente en este supuesto y orden
jurisdiccional.
e) La interpretación flexible y no rigorista del “interés legítimo”, en beneficio del principio “pro
accione”, tiene el razonable y evidente límite de la existencia de una conexión entre el sujeto y el
objeto de la pretensión, que define la existencia de un beneficio (o evitación de un prejuicio), que
sea cierto, efectivo y acreditado, ya fuere actual o de futuro, conexión que entendemos no se da
aquí, dado lo ya expuesto con concisión.
7. DENUNCIANTES Y LEGITIMACIÓN
«PRIMERO. Como pone de manifiesto el fundamento de derecho primero del auto recurrido,
se impugnan en la instancia varias resoluciones administrativas del Director de la Agencia
Española del Medicamento que autorizan la comercialización de sendas especialidades
farmacéuticas genéricas, cuyo principio activo es la Claritromicina, entendiendo la sociedad
hoy apelante que está legitimada activamente en este procedimiento porque es titular de dos
patentes que reivindican un procedimiento relacionado con la preparación de la
Claritromicina.
Es ilustrativa una STS de 19 de enero de 1996 cuando dice que «los obstáculos que
podrían surgir del artículo 28.1.b de la Ley de esta Jurisdicción para otorgar
legitimación a cualquier persona que tenga interés legítimo para la impugnación de
disposiciones de carácter general han de entenderse suprimidos por el artículo 24.1
de la Constitución Española. De forma que actualmente sólo se precisa ser titular de un
interés legítimo para impugnar cualquier acto o disposición».
Ya antes, esta legitimación especial del artículo 28.1.b de la precedente LJCA, llamada
«legitimación corporativa» y que era más bien una restricción subjetiva en cuanto a la
legitimación, se estimó contraria al artículo 24 por las SSTS de 14 de octubre de 1981 y
de 14 de enero de 1982.
El primer protagonista en esta línea de progreso ha sido esta vez el Tribunal Supremo, y
no el Tribunal Constitucional; no obstante, la jurisprudencia constitucional contiene
ciertas referencias de las que se deduce su conformidad con esta interpretación (STC
160/1985) que, después de la LJCA de 1998, pasa a tener un simple valor histórico.
Este criterio legal se corrobora lógicamente con otras leyes especiales ; así, el
artículo 20 de la Ley 26/1984, de 19 de julio, General para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios, permite a las asociaciones de consumidores y usuarios
ejercer las correspondientes acciones de defensa de los mismos (sus asociados), de la
asociación o de los intereses generales de los consumidores y usuarios.
El artículo 19.1.b insiste en el criterio del artículo 7 de la LOPJ; con la mención del
término «colectivos» , que se añade a la defensa de los derechos e intereses legítimos, la
LJCA colma una laguna, consigue ajustarse al postulado constitucional del «Estado
social» y atiende a los numerosos requerimientos doctrinales en este sentido (sobre esta
materia es obligada la cita a A. PEÑALVER I CABRÉ, La defensa de los intereses colectivos en el
contencioso-administrativo, Pamplona 2015; y especialmente A. PEÑALVER I CABRÉ, «Las
pretensiones en el contencioso-administrativo para la efectiva protección de los
intereses colectivos», RAP 190 (2013); y del mismo autor La defensa de los intereses
colectivos en el contencioso-administrativo , Pamplona 2015).
Para que las corporaciones, asociaciones, sindicatos y grupos y entidades (del artículo
18 de la LJCA) estén legitimados han de «estar afectados o legalmente habilitados» para
«la defensa de los derechos e intereses legítimos» .
Igualmente, la sentencia del Tribunal Supremo de 31 de enero de 2001 (RJ 2001, 1083)
(rec. 507/1998) declara que la legitimación activa de entidades con base asociativa
depende de la previsión estatutaria de atención y promoción de los intereses
asociativos, aunque «tal legitimación no exige su audición (sic) en la elaboración de la
disposición» en caso de impugnarse una disposición de carácter general.
En este contexto, los problemas que puedan plantearse remiten en gran medida al
artículo 20 de la LJCA, es decir, a la posible impugnación por parte de los Colegios
profesionales de decisiones de sus respectivos Consejos Generales, tema al que
volveremos después al comentar dicho artículo 20 de la LJCA.
En la STSJ de Cataluña de 9 de mayo de 2012 (JUR 2012, 297561) los recurrentes (un
sindicato) pretendían impedir la externalización o contratación (de servicios públicos)
respecto de una actividad (trabajos penitenciarios) alegando que debían desarrollarse
las funciones de litigio por funcionarios, impugnando la convocatoria de licitación por
procedimiento abierto. Es un típico ejemplo de la dificultad de que prosperen este tipo
de recursos, pese a que se admitió el recurso rechazando la causa de inadmisión.
Finalmente, es preciso recordar que para entablar acciones las personas jurídicas han
de presentar el acuerdo corporativo expresivo de la voluntad de interponer el recurso,
a efectos de declarar su admisibilidad (tema que tocamos en otra parte de este mismo
libro; STS de 7 de julio de 1997; artículo 45.2.d de la LJCA).
A diferencia del Estado (que ha de hacer valer «un derecho o interés legítimo») la
legitimación de las CC AA o Entidades Locales se refiere esencialmente, en la LJCA, a la
defensa de su propio ámbito de autonomía. Los Tribunales han procurado una
aplicación de los criterios generales de legitimación en favor de las distintas
Administraciones Públicas:
«No parece razonable estimar que la ampliación de la autopista del litigio, aun cuando no
fuera legal, pueda además lesionar la autonomía del Municipio de Barcelona. Ahora bien, la
regla del artículo 63 que supone la legitimación ex lege en cuestiones que afecten a la
autonomía local devendría en un precepto finalmente restrictivo si después no se reconoce a
las Corporaciones la legitimación de los artículos 28 de la Ley jurisdiccional y 2 4 de la
Constitución cuando sean titulares de intereses legítimos, para impugnar los demás actos y
disposiciones de las otras Administraciones Públicas» (STS de 5 de febrero de 1996).
El artículo 19.1.f) de la LJCA se refiere a la legitimación del Fiscal en los casos «que
determine la Ley», borrando de la versión original del artículo (prevista en los proyectos
de LJCA precedentes) el inciso que añadía el reconocimiento de legitimación para «la
defensa de los derechos y libertades a que se refiere el artículo 53.2 de la Constitución».
Por estas razones, esta sentencia anula el acto por el que se aprobaba la reforma y
ampliación de las obras (construcción de un camino) y ordena la retroacción de las
actuaciones al momento en que se produjo la ausencia de dicho requisito del informe de
evaluación del impacto ambiental.
Otras referencias que pueden orientarnos sobre la aplicación del artículo 19.1.f de la
LJCA (legitimación del Ministerio Fiscal) pueden encontrarse en las Memorias de la
Fiscalía General del Estado. Ya la de 1994 se refiere a los sectores donde está legitimada
la intervención del Ministerio Público en los procesos contencioso-administrativos:
– Decisiones urbanísticas que afectan a espacios naturales, zonas verdes, espacios de interés
cultural o recreativo y bienes histórico-artísticos.
– Protección del dominio público constitucional (ríos, costas, vías pecuarias y montes
protectores).
Estos títulos (urbanismo, dominio público natural y salud) legitimarían, así, la actuación
del Fiscal en el proceso administrativo y podrían servir de orientación a efectos de
concretar normativamente la legitimación del Ministerio Fiscal.
Siguiendo con estos planteamientos lege ferenda , también se ha defendido que «el
Ministerio Fiscal está legitimado para interponer recursos contencioso-administrativos
contra las vías de hecho, los actos que pongan fin al expediente o cualquiera de sus
piezas, así como contra la fijación del justiprecio» (E. ESCUSOL BARRA, «El Fiscal en los
órdenes jurisdiccionales de lo contencioso-administrativo y social», Estudios de
jurisprudencia del Ministerio Fiscal , VI, Madrid, 1997, pp. 95 y ss., si bien finalmente
parece ceñirse esta legitimación al supuesto de la defensa de los derechos de los
menores e incapacitados).
No falta lógica a estos razonamientos, pues, en relación con los tipos penales de
contenido administrativo (delito ecológico, urbanismo, etc.), podría verse en la
legitimación del Fiscal una vía interesante que puede contribuir a evitar la aplicación
indiscriminada de los delitos de contenido administrativo (delito ecológico, urbanístico,
etc.).
Es significativo advertir que los distintos proyectos de LJCA [de 1986, 1994 y 1997,
artículos 17.1.b), 18.f) y 18.f) respectivamente] reconocían la legitimación del Fiscal y
del Defensor del Pueblo y que finalmente se haya mantenido solamente la del primero
(aunque no haya faltado tampoco quien propugnara la derogación de la legitimación en
favor del Fiscal, enmienda n.º 104 de IU, BOCG VI leg. Serie A n.º 70-8). El
reconocimiento de dicha legitimación en la LJCA puede por tanto considerarse fruto del
propio éxito de las acciones del Ministerio Fiscal.
Interesa destacar que la legitimación del Fiscal no se reconoce con carácter general, en
el proceso administrativo, sino «en los procesos que determine la Ley». El Ministerio
Fiscal no es vigilante ni fiscalizador de la actividad de la Administración. No puede
suponer esta intervención una quiebra del principio dispositivo, pero sí caben
excepciones o matices. En todo caso no podría llegarse a un hipotético abuso, por parte
de los particulares, en el ejercicio de su poder de denuncia ante el Ministerio Fiscal,
pretendiendo el ejercicio de acciones procesales allí donde ellos mismos pueden
ejercitar una acción procesal en defensa de sus propios intereses legítimos.
En definitiva, en este plano legislativo sería en principio deseable que se precisase la
legitimación del Ministerio Fiscal a efectos de delimitar qué principios rectores de la
política social y económica son de obligado cumplimiento por los poderes públicos,
previa acción procesal del Ministerio Fiscal. Es destacable la imprecisión del ámbito de
legitimación del Ministerio Fiscal en el proceso administrativo.
También tendrá legitimación el Ministerio Fiscal en aquellos casos en que la acción sea
pública, que vemos llamada acción popular en el art. 74.3 al regular el desistimiento. Esta
acción pública la encontramos en el D. 833/1975, de 6 de febrero, sobre protección del
ambiente atmosférico (art. 16); en la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico
Nacional (art. 8.2); en la Ley 22/1988, de 28 de julio, de Costas (art. 109); y en la Ley del
Suelo (art. 304), del RDLeg l/1992, de 26 de junio, dejado expresamente en vigor por la
disposición transitoria única de la nueva Ley 6/1998, de 13 de abril. También las diversas
Leyes reguladoras de los Parques nacionales reconocen acción pública para exigir la estricta
observancia de las normas protectoras.
4.2 Al hablar de legitimación es menester recordar que el art. 124.1 CE asigna al Fiscal
como misión “promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad”. No le encomienda
por lo tanto la defensa directa de la legalidad, sino el ejercicio de las acciones que resulten
procedentes en cada caso.
Importa tener en cuenta la STS de 28 de noviembre de 2014 (RJ 2014, 6344) recurso
3756/2012, concluyendo que el recurso contencioso-administrativo interpuesto por el
Ministerio Fiscal era inadmisible. Se trataba de la impugnación por la que se pretendía
la revocación de una autorización administrativa otorgada para la construcción de un
parque eólico. En realidad, la inadmisión se produce porque no se acreditó la conexión
de la actuación del Fiscal con los supuestos de la Ley 26/2007, esto es, la concurrencia
del daño ambiental o la inminente amenaza de la producción de dicho daño (FJ 13).
– Artículo 48.10 («remisión del expediente administrativo»): impuestas las tres primeras
multas coercitivas sin lograr que se remita el expediente completo, el Juez o Tribunal pondrá
los hechos en conocimiento del Ministerio Fiscal, sin perjuicio de seguir imponiendo nuevas
multas. Puede valorarse, igualmente, el artículo 112 (concerniente a la imposición de multas
en la fase de ejecución de la sentencia). En este contexto, ambos preceptos pueden referirse a
la posible responsabilidad penal del funcionario incumplidor.
– Artículo 74 (desistimiento): el Juez o Tribunal oirá a las demás partes, y en los supuestos de
acción popular al Ministerio Fiscal, por plazo común de cinco días, y dictará auto en el que
declarará terminado el procedimiento, ordenando el archivo de los autos y la devolución del
expediente administrativo a la oficina de procedencia.
– Ley 2/1982, de 12 de mayo, del Tribunal de Cuentas (artículo 47.3; STS de 26 de julio de
1988).
Así pues, tal como entiende la doctrina científica y la jurisprudencia (por todas, STS de
20 de mayo de 2002), cualquiera («como quivis ex populo ») está legitimado «por el
simple interés cívico a que se cumpla la legalidad urbanística, para el ejercicio de la
acción pública, que es la que reconoce el artículo 304 del Texto Refundido de la Ley
sobre Régimen del Suelo y Ordenación Urbana, aprobado por Real Decreto
Legislativo 1/1992, de 26 de junio. Para el ejercicio de la acción pública basta el mero
interés al cumplimiento de la legalidad; la misma comprende (...) no sólo la posibilidad
de solicitar la anulación de actos (administrativos) contrarios a derecho sino también la
de pedir y obtener todas las medidas que exija el restablecimiento de la legalidad
urbanística vulnerada».
El artículo 19.3 de la LJCA afirma que «el ejercicio de acciones por los vecinos en
nombre e interés de las Entidades Locales se rige por lo dispuesto en la legislación de
régimen local».
El «ejercicio de acciones por los vecinos en nombre e interés de las Entidades Locales»
es el presupuesto normativo del artículo 68 de la LBRL cuyo sentido puede situarse,
una vez más, en el contexto del problema de la inactividad administrativa en el ejercicio
de sus derechos o la defensa de sus bienes. Concretamente, dicho artículo permite a
cualquier vecino que se hallare en pleno goce de sus derechos civiles y políticos requerir
a las Entidades Locales el ejercicio de las acciones necesarias para la defensa de sus
bienes y derechos. Entonces, si en el plazo de treinta días la Entidad no acordara el
ejercicio de las acciones solicitadas, los vecinos podrán ejercitar dicha acción en nombre
e interés de la Entidad Local. (Pueden asimismo consultarse los apartados segundo in
fine y cuarto del artículo 68 de la LBRL: derecho del actor a ser reembolsado por la
Entidad de las costas procesales y a la indemnización de daños y perjuicios; y el artículo
220 del ROF, RD 2568/1986, de 28 de noviembre).
Pues bien, el alcance o significado del artículo 19.3 de la LJCA (y del artículo 68 de
la LBRL) no acaba de encajar bien dentro de la lógica del proceso administrativo. Por
una parte, la sentencia de la Sala primera del Tribunal Supremo ejemplifica que los
ciudadanos pueden ejercitar la acción procesal que se deriva del artículo 68 de la
LBRL en la jurisdicción civil (STS de 31 de diciembre de 1994, Sala 1.ª, Actualidad civil 13
§ 335).
«A lo único que condiciona el ejercicio por un vecino de la acción o acciones a que el mismo
se refiere es a que, en el plazo de treinta días hábiles siguientes al requerimiento, la Entidad
no acordara el ejercicio de acciones solicitadas, pero no establece distinción alguna entre que
ese acuerdo de ejercicio dentro del plazo indicado sea debido a una mera actitud pasiva del
Ayuntamiento o a un acuerdo expreso de no ejercitar la acción solicitada, sino simplemente,
repetimos, a que no acuerde ejercitar la referida acción dentro del plazo indicado» 10).
En estos casos, en que se acudió a la vía civil, es posible acudir después a la jurisdicción
contencioso-administrativa para resarcirse de las costas causadas, pese a no reunir la
condición estrictamente (pero sí en sentido teleológico) de «vecino» ( STS de 14 de
mayo de 2001, [RJ 2001, 4254]).
La acción del 19.3 LJCA podrá inadmitirse por no haberse formulado requerimiento
previo a la Administración ( ATS de 27 de abril de 1999 (RJ 1999, 4460), recurso de
apelación 687/1994; en este contexto, es decir, por faltar también algún requisito de la
acción STSJ de Castilla y León, Valladolid, de 21 de octubre de 2016, recurso 393/2016).
Téngase en cuenta –en este contexto de la acción vecinal– el artículo 170 del Texto
Refundido de la Ley Reguladora de las Haciendas Locales, aprobado por RDLeg. 2/2004,
de 5 de marzo, en virtud del cual se legitima para la impugnación del Presupuesto
General a los habitantes del territorio de la respectiva Entidad Local, los Colegios,
Cámaras Oficiales, Sindicatos y las Asociaciones constituidas para velar por intereses
económicos o vecinales.
Finalmente, entendemos que un concejal puede, en función del caso concreto, tener a su
disposición la acción del artículo 20.b (prevista para concejales que hayan votado en
contra) o bien esta acción del 19.3 LJCA 11). La cuestión en este caso que planteamos, de
posible doble acción a priori, del 20.b o del 19.3 en relación con el 68 LBRL, dependerá
de si hay acto (obviamente, concerniente a este aspecto de recuperación del bien) en
cuyo caso podrá ser apropiada la vía del 20.b; o si no hay tal acto directamente
impugnable, siendo apropiada la vía del 19.3. En este sentido la STS de 7 de noviembre
de 2005 (recurso 7053/2002), tras afirmar la legitimación de un concejal, confirma la
estimación del recurso interpuesto contra el Acuerdo del Pleno del Ayuntamiento de A. y
lo declara contrario a Derecho (por la vía del artículo 20.b LJCA) al prever, «como
destino de los ingresos obtenidos, la adquisición del recinto del cuartel de B. y edificio
para el desarrollo de las funciones del Servicio Municipal de Hacienda y en cuanto a la
cláusula 12 del Pliego de Cláusulas Administrativas se desprende la posibilidad de que el
destino de las parcelas transmitidas no se ajustase al fin previsto en la norma ». Igual que,
asimismo, podrá el concejal impugnar siguiendo las reglas generales de recurso contra
actos si tiene legitimación (STS de 16 de diciembre de 1999, recurso 333/1994; STSJ de
la Comunidad Valenciana 765/2003, de 2 de mayo de 2003 (RJCA 2004, 76)).
A. RÉGIMEN LEGAL
a) Los órganos de la misma y los miembros de sus órganos colegiados, salvo que una Ley lo
autorice expresamente (STS de 12 de marzo de 1997; STS de 15 de octubre de 1975).
b) Los particulares cuando obren por delegación o como meros agentes o mandatarios de
ella.
c) Las Entidades de Derecho público que sean dependientes o estén vinculadas al Estado, las
Comunidades Autónomas o las Entidades Locales respecto de la actividad de la
Administración de la que dependan. Se exceptúan aquellos a los que por Ley se haya dotado
de un estatuto específico de autonomía respecto de dicha Administración.
B. LETRA A
Existe toda una doctrina compacta sobre la cuestión que comentamos, que conviene
conocer. En particular, el inciso «salvo que una Ley lo autorice expresamente» da lugar
a problemas importantes porque de entenderse literalmente se producirían situaciones
de indefensión clara. El Tribunal Constitucional ha tenido que poner a esta regulación
límites lógicos 12).
Estas reglas que hemos expuesto se deducen de numerosas sentencias (SSTSJ de Galicia
de 20 de octubre de 2010 y de 13 de febrero de 2008; STS del País Vasco de 29 de
diciembre de 2008):
«Lo que el citado precepto prohíbe es que los órganos de una entidad o Administración
pública (sean unipersonales o colegiados) impugnen en vía contenciosa la actividad de la
misma, lo que no significa que las personas físicas que forman parte de dichos órganos, o
sean sus titulares, no puedan impugnar los actos o disposiciones que afecten a sus
derechos o a sus intereses legítimos . Dicho de otro modo, la excepción a la regla general de
legitimación activa en la Jurisdicción Contencioso administrativa se refiere exclusivamente al
supuesto en que el titular o miembro del órgano administrativo pretenda interponer recurso
contencioso-administrativo como tal órgano , infringiendo el principio general que inspira la
organización jerárquica de las Administraciones públicas (art. 103.1 de la Constitución).
“Por lo que se refiere a la finalidad del precepto cuestionado, ha de indicarse que es,
claramente, la evitación de conflictos de intereses o de puntos de vista (de cualquier tipo:
discrepancias jurídicas, técnicas, de oportunidad, políticas) en sede judicial dentro de un
mismo sujeto público último de imputación. Estos conflictos tienen sus propios cauces de
resolución: en una organización jerarquizada –los órganos inferiores, aunque discrepen del
parecer– del órgano supraordenado –no pueden plantear tal discrepancia en sede
contenciosa–, infringiendo el principio general que inspira la organización jerárquica de las
Administraciones públicas ( art. 103.1 CE) (STC 220/2001, FJ 5); entre dos órganos
administrativos del mismo rango resuelve el superior común (no un órgano judicial); las
discrepancias de opinión de quien ha perdido una votación en el seno de un órgano colegiado
no deben transformarse en procesos ante los órganos judiciales, etc.” 13).
Todo ello, naturalmente, salvo que una ley prevea lo contrario. La regla prohibitiva del
art. 20 a) LJCA, sin embargo, no juega, cuando el conflicto enfrenta a dos sujetos
como centros de imputación diferenciados: la Administración, de una parte, y un sujeto
que se presenta frente a ella con sus propios derechos e intereses . Desde la perspectiva
de una interpretación sistemática se llega de forma natural al mismo resultado. La profesora
asociada no recurrió en el proceso a quo como –miembro de un órgano colegiado–, sino como
persona física cuyos derechos e intereses aparecen enfrentados al acuerdo del Consejo de
Departamento. Por eso, no debe atenderse a la prohibición del art. 20 a) LJCA, sino a la
regla general de la legitimación por interés del art. 19.1 a) LJCA.
Además de lo expuesto, interesa la STSJ del País Vasco 165/2007 de 26 de marzo de 2007:
« Podría concluirse que, dado que no existe una norma jurídica con rango de Ley que
permita a los Profesores de la Universidad impugnar las actuaciones administrativas
que surgen de los órganos a los que pertenecen (sus respectivos Departamentos),
carecen de legitimación activa , incluso al margen del sentido favorable o no de su voto
emitido en el Consejo departamental. Sin embargo, esta interpretación literal, como recuerda
el Ministerio Fiscal, ha sido expresamente censurada por este Tribunal en su reciente Auto
397/2005, de 8 de noviembre, al inadmitir, por ser notoriamente infundada, la cuestión de
inconstitucionalidad 6743-2003, promovida por un Juzgado de lo Contencioso-Administrativo
respecto del art. 20 a) LJCA de 1998 en relación con el art. 24.1 CE, en un proceso
administrativo muy similar –si no idéntico– al actual. En ese Auto se sostiene lo siguiente: “3. En
efecto, la interpretación literal, según hemos advertido en alguna ocasión, ‘es un mero punto
de partida’, FJ 4), ‘imprescindible, sí, pero necesitado de la colaboración de otros criterios
hermenéuticos que vengan a corroborar o corregir los resultados de un puro entendimiento
literal de las normas según el sentido propio de sus palabras’ (SSTC 202-2003, FJ 5; y 83-2005,
FJ 3). Para la aplicación de esos otros criterios hermenéuticos (en lo que ahora interesa, el
teleológico y el sistemático) que colaboran en la tarea de la correcta interpretación de los
enunciados normativos puede y debe el órgano judicial aplicador del Derecho valerse de la
jurisprudencia de este Tribunal en materia de derechos fundamentales. Esto remite
directamente, en el presente supuesto, a la doctrina contenida en la STC 220-2001 (4. En
realidad, en contra de lo que expone el Auto de planteamiento de la cuestión, la ratio
decidendi de la STC 220-2001 no se ve en absoluto afectada por el cambio de redacción
experimentado entre el art. 28.4 a) LJCA de 1956 (‘no podrán interponer recurso contencioso-
administrativo en relación con los actos y disposiciones de una entidad pública los órganos
de la misma, salvo en el caso previsto en la Ley de régimen local sobre la suspensión de
acuerdos de las Corporaciones Locales’) y el 20 a) LJCA de 1998 (que prohíbe interponer el
recurso a ‘los órganos de la misma –una Administración pública– y los miembros de sus
órganos colegiados, salvo que una Ley lo autorice expresamente’). La doctrina de la STC 220-
2001 distingue la actuación impugnatoria de un sujeto como ‘órgano’ de la Administración o
como persona física con derechos e intereses personales enfrentados a la Administración
autora de una resolución [supuesto al que es aplicable la regla general de la legitimación del
art. 19.1 a) LJCA]. Y esa distinción vale tanto para los órganos en sentido estricto como
para los miembros de los órganos colegiados: la prohibición del art. 20 a) LJCA de 1998 –
como la antigua del art. 28.4 a) LJCA de 1956– ‘o significa que las personas físicas que forman
parte de dichos órganos... no puedan impugnar los actos o disposiciones que afecten a sus
derechos o intereses legítimos’. Problemas de constitucionalidad se derivan sólo de una
interpretación meramente literal de la norma (que, como se ha expuesto, constituye
únicamente un ‘mero punto de partida’) y se disipan al completar un normal proceso
interpretativo con ayuda de otros criterios de utilización ordinaria en la tarea judicial de
aplicación de las leyes. No existe, pues, duda fundada de constitucionalidad que deba ser
resuelta por este Tribunal”.
(...) Lógicamente si los propios órganos y los miembros de los órganos colegiados no pueden
impugnar tampoco podrán las personas que componen esa Administración cuando se
impugna fundándose en la defensa del propio órgano ya que de no ser así se llegaría a un
contrasentido, a un resultado absurdo pues en ambos casos se está pretendiendo lo mismo y
concurre el mismo fundamento para no reconocer legitimación a los recurrentes, esto es, el
que hemos visto que mantiene el Tribunal Constitucional, se trata de que la propia estructura
administrativa, jerárquica, impide que los inferiores cuestionen las decisiones tomadas desde
un enfoque valorativo institucional, esto es, el que considera ajustado a derecho o no el
objeto de impugnación valorando el propio interés, la propia situación del órgano en el que
se incardinan.
Conviene precisar el inciso «salvo que una Ley lo autorice expresamente», motivo por el
que puede inadmitirse un recurso. No se puede extender la prohibición de recurrir
establecida en el art. 20 a) LJCA para los órganos integrantes de una Administración,
a las personas que forman parte de dichos órganos cuando el conflicto enfrenta a la
persona física y al órgano en cuanto centros de imputación diferenciados; existe
entonces legitimación, según establece por ejemplo, la STSJ de Cataluña de 10 de
diciembre de 2010 15).
La cláusula del artículo 20.a es abierta y permite al legislador prever otros supuestos.
C. LEGITIMACIÓN DE CONCEJALES
Al hilo del presupuesto del artículo 20 LJCA «salvo que una Ley lo autorice
expresamente» podemos tratar el tema en general de la legitimación de los concejales.
Una referencia es el artículo 63.1.b de la LBRL (así como el artículo 209 del ROF), que
dispone que junto a los sujetos legitimados en el régimen general del proceso
administrativo podrán impugnar los actos y acuerdos de las Entidades Locales los
miembros de las Corporaciones que hubieran votado en contra de tales actos y
acuerdos (STS de 7 de noviembre de 1985; STC 173/2004) 16).
Interesa el tema del plazo de impugnación. En virtud del artículo 211.3 del ROF el
momento del dies a quo en estos casos es el de «la fecha de sesión en que se hubiere
votado el acuerdo», régimen que se justifica jurisprudencialmente 17).
Como afirma la STSJ de Madrid 822/2015 de 4 de noviembre de 2015 (RJCA 2015, 980),
«esta legitimación “ ex lege ”, por razón del mandato representativo recibido de los
electores, a los miembros electivos de la correspondiente corporación municipal, se
concreta, siguiendo la doctrina contenida en la Sentencia del Tribunal Supremo de 26
de septiembre de 2014 (RJ 2014, 5765), rec. 3928/2012, “en su actividad como concejal en
el seno de la entidad local en la que realiza su actividad, como representante de sus
conciudadanos, siguiendo ese mandato representativo, pues este es el sentido del
artículo 63.1.b) citado cuando señala que están legitimados para la impugnación de
acuerdos de las Entidades Locales que incurran en infracción del ordenamiento
jurídico, los miembros de las corporaciones que hubieran votado en contra de tales
actos y acuerdos”.
Según la STC 173/2004 , en el caso de la legitimación derivada del art. 63.1 b) LBRL
esta norma contiene un «prius» de legitimación que se extiende a los concejales de un
Ayuntamiento para impugnar las actuaciones contrarias al ordenamiento jurídico en
que hubiera podido incurrir la Corporación. No es una legitimación basada en un
interés abstracto en la legalidad, sino de una legitimación directamente derivada de su
condición de concejal; no queda restringida exclusivamente a los concejales que
hubieran integrado uno de los órganos colegiados del municipio y hubieran votado en
contra del acuerdo adoptado por aquéllos, sino que se extiende a cualquier concejal en
su condición de miembro –no de órgano– de la entidad local para impugnar la actuación
de la corporación local a que pertenece por el interés concreto que ostenta en el
correcto funcionamiento de la corporación, salvo que, tratándose del acto de un órgano
colegiado, no hubiera votado en contra de su aprobación.
Así pues el artículo 63.1 b de la LBRL permite impugnar los actos y acuerdos de las
entidades locales, por parte de los miembros de las corporaciones que hubieran votado
en contra de tales actos y acuerdos, lo que se extiende a los acuerdos del Pleno pero
(según las SSTC 173/2004 y 108/2006) también del Alcalde o Junta de Gobierno (pese a
que las SSTS de 10 de mayo de 2012 (RJ 2012, 6652), recurso de casación núm.
1424/2008; y de 26 de Septiembre de 2014 (RJ 2014, 5765), rec. núm. 3928/2012
consideran el objeto del artículo 63.1.b de la LBRL por referencia a un órgano
colegiado del Ayuntamiento). En materia de contratación, el TACRC en Resolución
583/2014, 24 de Julio de 2014, admite la legitimación de unos concejales mediante la
interposición de un recurso especial contra la adjudicación de un contrato, pese a no
haber participado en la formación de la voluntad municipal en sentido negativo, por
cuanto el acuerdo era de Alcaldía .
Siguiendo con la casuística de contratación, puede servir el Acuerdo del TARC de Aragón
de 75/2017, por el que se reconoce legitimación a un concejal para impugnar una
encomienda de gestión hecha por un Ayuntamiento a una entidad instrumental
dependiente de un consorcio del que el Ayuntamiento forma parte. Concluye además el
Tribunal la nulidad de este acuerdo porque ni el consorcio ni por ello la empresa es
medio propio del Ayuntamiento. Se basa este Acuerdo en el «concepto amplio de
legitimación» a favor de concejales previsto en las SSTC 119/2008, 38/2010 y en los
propios Acuerdos de este Tribunal 36/2012, de 21 de agosto de 2012 y 38/2012, de 10 de
septiembre de 2012, 44/2012, 66/2013 y 79/2013; o resoluciones el Tribunal
Administrativo Central de Recursos contractuales 280/2015, 548/2015 o 204/2017 y STSJ
de Aragón 500/2015.
El artículo 20.b excluye la posibilidad de recurso a los particulares cuando obren por
delegación o como meros agentes o mandatarios de la Administración, reproduciendo el
supuesto del artículo 28.4.b de la LJCA de 1956 (STS de 15 de octubre de 1975
Considerando segundo in fine ; STSJ de Galicia de 28 de mayo de 2008). Sin embargo,
pueden ser impugnados los actos que quedan fuera de esa relación de delegación en
sentido estricto así como los que afecten a derechos o intereses personales y legítimos
nacidos del contrato celebrado con la entidad que representan.
El caso de las entidades de Derecho público que sean dependientes o estén vinculadas al
Estado, las Comunidades Autónomas o las Entidades Locales presenta ciertas
singularidades ( artículo 20.c de la LJCA) . A estas Entidades la LJCA se refiere en el
artículo 1.1.d (donde se afirma que la jurisdicción contencioso-administrativa conocerá
de las pretensiones que se deduzcan de la actuación de dichas Entidades) y en el artículo
19.1.g, precepto que afirma la legitimación en general de estas entidades. La excepción
más relevante es precisamente la que prevé el presente artículo 20.c, que no permite la
impugnación, por parte de estas entidades, de la actividad de la Administración de la
que dependan. La LJCA de 1956 no contemplaba este supuesto que, no obstante, una vez
más, fue desarrollado jurisprudencialmente. Sin embargo, esta excepción no se extiende
a las Entidades a las que por Ley se haya dotado de un estatuto específico de autonomía
respecto de dicha Administración (nuevamente, en virtud de la posición ad extra que
tienen este tipo de entidades en estos casos), como es el caso previsto en la Ley
Orgánica 6/2001, de 21 de diciembre, de Universidades. Pueden aportarse otros ejemplos
para explicar el artículo 20 de la LJCA de 1998 :
Sin embargo, una Federación deportiva tiene legitimación para recurrir una resolución del
Consejo Superior de Disciplina Deportiva ya que, aunque ejerce funciones públicas de
carácter administrativo, no es un órgano que se integre en la Administración, sino una
asociación privada, pudiendo recurrir las decisiones de la Administración si son contrarias a
sus intereses (STS de 17 de abril de 1996, STS de 18 de diciembre de 2007).
Pese a la vinculación que pueda tener AENA con el Estado , se le permite recurrir actos del
Jurado de expropiación según informa la STSJ de Cataluña de 20 de mayo de 2008: «Por ello,
la restricción a la legitimación activa que invoca la propiedad recurrente no puede admitirse
en el puro y simple sentido de que tales entidades no puedan recurrir en absoluto ninguno de
los actos de la administración de tutela o dirección, sino que hay que circunscribirla a la
prohibición de impugnar actos dictados en el ejercicio de las funciones de dirección, control o
tutela, pero no de los restantes actos basados en relaciones de supremacía general. Así se
colige de la doctrina del Tribunal Supremo, referida a la posibilidad de impugnar actos de
órganos arbítrales del Estado, en sentencias que si bien se refieren específicamente al caso de
los Tribunales Económico-Administrativos, son perfectamente aplicables a otros órganos
arbítrales estatales como el que nos ocupa, Jurado de Expropiación, sentencias entre las que
cabe citar la de 16 de julio de 1996 y la de 17 de julio de 2000, dictada en recurso de casación
para unificación de doctrina».
Sobre los Colegios profesionales y las decisiones de sus Consejos Generales pueden verse las
STS de 14 de mayo de 1993; STS de 3 de abril de 1995 y 26 de julio de 1996. Cuando se niega la
legitimación se evita una extrapolación del artículo 24 de la Constitución «y las posibilidades
expansivas de acceso a la jurisdicción que aquel precepto brinda» en clara alusión a la
legitimación. Porque «no se trata de examinar si es lícito restringir el acceso, sino de analizar
si en relación con los Colegios profesionales se da y con qué alcance, la imposibilidad de
ejercitar la acción».
Todo este régimen jurídico en el fondo se explica el «contencioso al acto» que prima
sobre el contencioso entre partes.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
En materia de acciones populares: J. BAÑO LEÓN, en J. ESTEVE PARDO y otros, Derecho del
medio ambiente y Administración local , Madrid, 1996; P. ESCRIBANO COLLADO/J. I. LÓPEZ
GONZÁLEZ, «El medio ambiente como función administrativa», REDA , 26, 1980 se
manifiestan por una acción pública en el medio ambiente; J. JORDANO FRAGA, La protección
del derecho a un medio ambiente adecuado , Barcelona, 1995, pp. 255 y ss. y pp. 413 y ss.
(nota a pie de página 1145 con bibliografía sobre la materia); F. LÓPEZ MENUDO, RCEC , 10,
1991.
La sentencia del Tribunal de los Derechos Humanos, caso López Ostra cit. , ha sido
comentada por J. A. CARRILLO DONAIRE/R. GALÁN VIOQUE, REDA , 86, 1995, pp. 271 y ss.; F.
LÓPEZ RAMÓN, REDA , 95, 1997, p. 356; L. MARTÍN-RETORTILLO BAQUER, RAP , 137, 1995, pp. 7 y
ss.; F. VELASCO CABALLERO, REDC , 45, 1995, pp. 305 y ss.
Sobre las alusiones que se han hecho a los Colegios profesionales así como a la Ley
2/1974, de 13 de febrero, y su reforma por RDley 5/1996, de 26 de diciembre, L. CALVO
SÁNCHEZ, Régimen jurídico de los Colegios profesionales , Madrid, 1998; S. GONZÁLEZ-VARAS
IBÁÑEZ, La aplicación del Derecho de la competencia a los Colegios profesionales , Ed.
Tecnos, Madrid, 1998; A. VILLAR EZCURRA, AA , 22, 1998.
FOOTNOTES
1
Aunque también finalmente declara la inadmisibilidad del recurso, matiza esta doctrina la STS
de 26 de junio de 2007 (rec. 9763/2004). Revocando el TS la sentencia impugnada, declara la
inadmisión del recurso contencioso frente a la resolución que no accedió a la imposición de
sanción por infracción del art. 1 de la Ley de Defensa de la Competencia, solicitada por los
actores tras la integración de empresas de comunicación en una misma sociedad. Basa la Sala
su fallo en la falta de legitimación activa de los actores, pues no basta para justificar dicha
legitimación en mera referencia a las pretensiones no satisfechas, siendo necesario acreditar un
interés personal que exceda del simple interés por la legalidad. Añade que en el Derecho de la
competencia el interés competitivo constituye un factor diferencial que puede hacer que la
mera imposición de la sanción pueda resultar beneficiosa para los intereses de otra entidad
competidora; pero en el supuesto litigioso los actores son profesionales que actúan a título
individual, no ostentando, por tanto, ningún interés empresarial competitivo respecto a las
sociedades codemandadas en la instancia.
Puede citarse también la STSJ de Madrid de 6 de mayo de 2003: «en primer lugar hemos de decir
que el concepto de interesado es mucho más amplio que el de legitimado ante esta jurisdicción,
y para determinar este concepto hemos de acudir a lo que dice el Tribunal Supremo en su
sentencia de 30 de marzo de 1999 en donde se afirma que por interesado –en la acepción que se
contempla en el supuesto examinado, y sin perjuicio de la existencia de otros tipos de interés
relevante– se entienda aquella persona que legítimamente justifica una razonable expectativa
de obtener provecho en la consulta de los antecedentes cuyo examen puede serle útil para
decidir sobre la presentación de una solicitud ante la Administración o el ejercicio de un
derecho frente a ella».
4
En el recurso sostiene la parte recurrente, en síntesis, que el Real Decreto impugnado aprueba
un Estatuto profesional que reúne a los Odontólogos y Estomatólogos en una sola y única
organización profesional, mientras que, según el artículo 35 de los Estatutos Generales de la
profesión médica, aprobados por Real Decreto de 19 de mayo de 1980, es requisito
indispensable para el ejercicio de la profesión médica en cualquiera de sus modalidades la
incorporación al Colegio Oficial de Médicos y la Estomatología es una especialidad médica (
Real Decreto 127/1984, de 11 de enero), por lo que, a su juicio, el ejercicio de la medicina, en su
modalidad de Estomatología, requiere el alta en el Colegio de Médicos, máxime cuando la
disposición adicional de la Ley de 17 de marzo de 1986, por la que se crea la profesión de
odontólogo (desarrollada por el Real Decreto de 11 de abril de 1986, que regula el título de
licenciado en Odontología), dice que no limita la capacidad profesional de los Médicos y
concretamente de los especialistas en Estomatología y Cirugía Máxilo-facial, que seguirán
ejerciendo las mismas funciones que desarrollan actualmente además de las señaladas en el
artículo 1 de la Ley, que corresponden a la Odontología.
6
Se añade: «Ante la noticia de actividades que indiciariamente puedan ser constitutivas de delito
el Ministerio Fiscal puede iniciar las diligencias de investigación que prevé el art. 5° de su
Estatuto Orgánico y reclamar de las Administraciones la información necesaria. Las
Administraciones deben entonces colaborar y atender inexcusablemente dentro de los límites
legales los requerimientos que se les dirijan según dispone el art. 4, párrafo último, del
Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal. Pero la existencia de indicios de criminalidad constituye
un prius de la intervención fiscal. No puede actuarse cautelarmente, en previsión de un futuro
delito. Ni, menos, arrogarse el Ministerio Fiscal funciones de señalar a la Administración el
camino adecuado para no incurrir en ilegalidad administrativa.
Tipos penales como el de la prevaricación – art. 404 CP– o como los acuñados en los
arts. 320, 322 y 329 del Código Penal vigente, que castigan como formas específicas de
prevaricación la concesión de autorizaciones y licencias o la emisión de informes en zonas de
actuación administrativa relativas a la ordenación del territorio y de los recursos naturales o a
la protección del patrimonio histórico-artístico, no convierten por ello al Ministerio Público en
protagonista o partícipe en estas áreas de gestión, ni en controlador ordinario de las mismas. El
deber del Fiscal de promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad y del interés
social demanda una actitud vigilante y llegado el caso el ejercicio de acciones penales contra las
Autoridades y funcionarios que incurran en conductas arbitrarias e injustas, pero este legítimo
ejercicio de la acción penal y en su caso de las potestades de investigación conferidas en los
arts. 5 EOMF y 785. bis LECr –cuyo empleo se aconseja en el punto 2° de la Circular 1/1990, de
26 de noviembre, en términos de razonable cooperación con las autoridades administrativas–,
sólo se justifica en la previa existencia indiciaria de un delito.
Obrar de otra forma desnaturaliza la función constitucional y legal del Ministerio Fiscal
invadiendo terrenos que le son ajenos. Los Fiscales, por consiguiente, deberán abstenerse de
reclamar a las Administraciones o a sus Autoridades o funcionarios ninguna información que no
esté directamente conectada con la investigación de hechos tenidos por criminales, salvo que
expresamente esté prevista su competencia y actividad en otros órdenes jurisdiccionales distintos
del penal ».
10
11
En esta línea, E. CARBONELL PORRAS, «El interés concreto de los concejales en el correcto
funcionamiento de la Corporación local, como título de legitimación», RAP 2005 p.189 afirma
que los concejales «también podrán ejercer la acción vecinal en los términos previstos en el
artículo 68 LBRL al que remite el artículo 19.3 LJCA y la acción pública en los supuestos en
los que se reconoce, como significativamente ocurre en urbanismo».
12
El TC, como vamos a ver seguidamente, tuvo que ampliar el radio de aplicación de la
legitimación, frente a una interpretación literal del artículo 20 cuando exige una ley para que
los órganos o los miembros puedan recurrir. De lo contrario se habrían producido situaciones
de indefensión. Es decir, si bien por un lado (así, el ATC 174, 2007 declara la inadmisión de una
cuestión de inconstitucionalidad contra la norma que acabamos de estudiar que niega a los
miembros de un órgano colegiado la posibilidad de interponer recurso contra la actividad de la
Administración pública respectiva salvo que una ley lo autorice expresamente, sin que pueda
entenderse vulnerado el derecho fundamental a la tutela efectiva de jueces y tribunales), por
otro lado el TC amplía la legitimación (pese a no existir ley de referencia) en todos aquellos
casos en los que el miembro actúa en defensa de intereses propios o personales o contrapuestos
a los de la Administración donde se incardina.
13
O, como apunta la STSJ del País Vasco 165/2007 de 26 marzo de 2007: «la razón de ser de la
limitación de acceso al proceso establecida por el artículo 20.a) para los órganos de la
Administración Pública y los miembros de sus órganos colegiados, no es excluir a priori toda
coincidencia entre uno de dichos miembros y la circunstancia de la interposición del proceso
prescindiendo de toda otra consideración, sino una necesaria concesión legal a la unitaria
actuación administrativa de los órganos que han adoptado acuerdos bajo determinados
regímenes de mayorías y al sometimiento de sus miembros a las decisiones adoptadas, en torno
a las cuales la Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas, –artículo 27.4–,
establece una exención de responsabilidad cuando el miembro del órgano vote en contra o se
abstenga, sin facultarle frente a él para nada más».
Por tanto, el Tribunal Constitucional ha declarado que, cuando los órganos públicos no actúen
como decisores de conflictos de intereses, ni ostenten un interés propio que se oponga al de otro
ente público implicado en la decisión sino que ejerzan funciones de control de la legalidad, la
decisión de estos órganos públicos, garantes de la legalidad de los actos de otros órganos
igualmente públicos, no compromete ni incide en el interés legítimo de estos últimos, por lo que
la falta de un recurso jurisdiccional no menoscaba, en tales supuestos, el derecho a la tutela
judicial (STC 123/1996).
Pero, por otro lado, la STC 172/2006 limita la aplicación de esta excepción a la legitimación,
afirmando que la restricción que pesa sobre las personas físicas que forman parte de órganos
colegiados (es decir, la extensión de la prohibición de recurrir establecida en el art. 20 a LJCA
para los órganos integrantes de una Administración) no se puede extender a las personas que
forman parte de dichos órganos cuando el conflicto enfrenta a la persona física y al órgano en
cuanto centros de imputación diferenciados . El caso enjuiciado se refería a una profesora
funcionaria miembro del Consejo de su Departamento, en concreto a la impugnación de un
acuerdo sobre la programación docente del curso académico, tras haberse declarado la
inadmisión del recurso por la jurisdicción contencioso-administrativa siguiendo (a juicio del TC)
una interpretación rigorista y desproporcionada del art. 20 a) LJCA y del concepto de interés
legítimo.
14
Y se añade: «En definitiva, el profesor, como miembro de un órgano inferior, aunque discrepe del
parecer de quien emitió el acto que puso fin a dicha vía, no puede plantear tal discrepancia en sede
contenciosa, al ser parte integrante de dicha persona o ente público. El principio de jerarquía
impone que ningún funcionario pueda considerarse afectado ni perjudicado en sus derechos
por resolución contraria a la suya dictada por órgano superior competente. Este principio de
jerarquía se recoge en el artículo 103 de la Constitución como uno de los informadores de la
actuación de la Administración, en cuanto ésta responde a un sistema organizativo de
estructuración escalonada, en el que los órganos superiores dirigen y controlan a los inferiores,
como se deduce de los artículos 21 y 79 de la Ley 30/1992, teniendo facultades para
anular, por vía de recurso, los actos del inferior ( art. 114 Ley 30/1992), por lo que no es lógico
permitir al inferior atacar las resoluciones del superior ni le es dable acudir a la vía
contencioso-administrativa para impugnar el acto del superior, lo que es aplicable al caso
presente en cuanto que el recurrente se encuentra en su función académica integrado en el
organigrama de la Administración educativa. Junto al anterior ha de mencionarse el principio
que prohíbe accionar frente a actos propios, partiendo de que en el supuesto de
Administraciones o Entes Públicos la voluntad y la decisión administrativa es imputable al Ente
como tal y no a sus órganos, y que manifestada aquélla a través del acto que agota la vía
administrativa, los órganos inferiores, aunque discrepen del parecer de quien emitió el acto que
puso fin a dicha vía, no pueden residenciar tal discrepancia en sede contenciosa, al integrar
también la misma persona o Ente público». Como ha señalado la sentencia del Tribunal
Supremo, Sala 3.ª, de 14 mayo 1993 «Lo primero que quizás convenga recordar es que el art.
28.4 (de la Ley Jurisdiccional de 1956), en sus dos apartados, más que negar propiamente
legitimación activa a los órganos de un Ente público o a los particulares que actúan a título de
agentes o mandatarios de la misma... lo que en rigor establece, siguiendo el viejo precedente del
art. 7.º del Reglamento para la ejecución de la Ley de 22 junio 1894 (que con ligeros retoques de
redacción ha llegado hasta nuestros días), es el principio que prohíbe accionar frente a actos
propios, partiendo de que en el supuesto de Administraciones o Entes Públicos la voluntad y la
decisión administrativa es imputable al Ente como tal y no a sus órganos, y que manifestada
aquélla a través del acto que agota la vía administrativa, los órganos inferiores, aunque
discrepen del parecer de quien emitió el acto que puso fin a dicha vía, no pueden residenciar tal
discrepancia en sede contenciosa, al integrar también la misma persona o Ente público. Tal es el
significado que la jurisprudencia de este Tribunal Supremo ha atribuido a dicho art. 28.4.a), y
de igual modo la sentencia de su antigua Sala 4.ª de 11 marzo 1988 señala que “el citado artículo
no priva de legitimación a ningún órgano de carácter público, sino que, dándola por existente,
les prohíbe que la ejerciten para impugnar actos o disposiciones administrativas incardinadas
en la misma materia o tema de común, aunque diferenciada, competencia jerárquica”».
15
Esta STSJ de Cataluña de 10 de diciembre de 2010 parte de que «en el presente caso debe
advertirse que la impugnación se cierne en el Acuerdo de la Corporación Catalana de Medios
Audiovisuales de 16 de junio de 2008 que, en sustancia, delegó en la Direcció General y en su
caso, si procede, en los directores de las empresas filiales el nombramiento de miembros
del resto de equipos directivos una vez el Consell de Govern haya estado informado en
caso de los “caps d’àrea” . Las conclusiones a las que cabe llegar en los estrictos y tan limitados
márgenes del incidente de inadmisión del artículo 51 de nuestra Ley Jurisdiccional son las
siguientes: 1. Desde la perspectiva del artículo 20.a) de nuestra Ley Jurisdiccional debe
destacarse, en la misma línea que se ha relacionado por el Juzgado “a quo” , que el detenido
estudio de la misma no alcanza a mostrar, ni siquiera por las alegaciones de la parte apelante,
que en la Ley 11/2007, de 11 de octubre, de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales,
ni en ninguna otra ley respecto al caso que se enjuicia, se prevea una autorización expresa que
los órganos de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales o/y los miembros de sus
órganos colegiados se les haya reconocido el ejercicio de acciones contencioso administrativas
contra la actividad de la Corporación de la que forman parte. Efectivamente podrá planearse
sobre su naturaleza y en especial respecto a su plena autonomía funcional respecto a la
Administración a la que queda adscrita, su régimen jurídico, sus órganos con su naturaleza y
composición, su estatuto, la duración del mandato de los miembros, sus competencias, su
funcionamiento, sus funciones y controles que se establecen, en especial el parlamentario –
debiéndose efectuar la oportuna remisión a los dictados de la Ley 11/2007, de 11 de octubre, de
la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales–. Ahora bien las deducciones o tesis ofrecidas
tropiezan con la evidencia insalvable que no consta autorización expresa en el sentido
requerido por nuestra Ley Jurisdiccional en su artículo 20.a) . 2. Desde la perspectiva del
artículo 19.1.a de nuestra Ley Jurisdiccional, en cambio, debe notarse que con el acuerdo
que se trata de impugnar, en esencia, referente a la delegación en la “Direcció General” y en su
caso en los “Directors de les empreses filials” el nombramiento de miembros del resto de los
equipos directivos se puede producir la modificación del estatuto jurídico de los órganos de la
Corporación Catalana de Medios Audiovisuales y de sus miembros y con esa aprobación
pudiera afectarse indiciariamente a la esfera de sus derechos e intereses legítimos, ya que
concierne al ejercicio de las funciones y facultades que desempeñan, al punto de poder
apreciarse que la declaración judicial de nulidad pretendida permitiría la conservación del
estatuto legal que ostentan como miembros de dicho organismo público a fin y efecto de poder
desarrollar las potestades que se invocan de independencia, neutralidad que garantiza la Ley
11/2007, de 11 de octubre, de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales, sin las
restricciones y trabas que, en su opinión, pretende imponerles el acuerdo que se trata de
impugnar. Es así que desde esa perspectiva y en esa medida no se puede estimar de forma
inequívoca y manifiesta que los sujetos que conforman la parte actora no ostenten
legitimación».
16
Podrá ocurrir que el recurrente carezca de legitimación, tanto por su razón de concejal (por no
haber votado en contra, sino haberse abstenido) como por su condición de vecino (por no
ostentar un interés directo), según informa la STS de 21 de enero de 2003 (RJ 2003, 1527)
(recurso de casación 7705/1998).
17
STS de 18 de marzo de 1992 , a pesar de algunas críticas (J. RODRÍGUEZ DRINCOURT, RAP , 138, 1995,
p. 225; F. UBEDA TARAJANO, REALA , 307, 2008; pueden verse las referencias jurisprudenciales de El
Consultor 5, marzo 2016, ref. 488/2016 p.488, la Ley 296/2016, «Impugnación del presupuesto
por la oposición»).
18
En este punto se apoya la resolución citada, en jurisprudencia del TS: «esta argumentación es
acogida por la sentencia del Tribunal Supremo de 15 de junio de 2009 (recurso 447/2002);
aunque su tema central es la denegación a un concejal del acceso al expediente de una
operación urbanística tramitada por una sociedad municipal, sus razonamientos son aplicables
al caso porque el núcleo del debate es si el derecho de participación política reconocido en el
artículo 23 de la Constitución, al que en definitiva obedece el artículo 63.1 b) LBRL, puede ser
limitado cuando la Entidad Local actúa por medio de un ente instrumental. La sentencia
establece que una sociedad mercantil de capital íntegramente público, como es el caso de AK,
“(...) no puede concebirse al margen del Ayuntamiento que la ha constituido, pues su creación
no responde a otra cosa que a la mejor satisfacción de los intereses generales que tiene
confiados la Corporación Local mediante la prestación en régimen de gestión directa de
diversos servicios del municipio. Además, el Ayuntamiento la gobierna a través de la Junta
General, integrada por el alcalde y todos los concejales, y la controla mediante los instrumentos
que la legislación de régimen y de haciendas locales le atribuye. En otras palabras, esta
sociedad no es equiparable desde el punto de vista de su posición y de los fines que persigue a
una entidad privada cualquiera: es un instrumento creado para la realización de los intereses
municipales y, por tanto, subordinado a ellos y a la corporación que los tiene encomendados”.
La sentencia concluye que, con esta premisa, los motivos de casación, que sostienen la legalidad
de la denegación de acceso deben rechazarse, pues “no pretenden otra cosa que rechazar con
argumentos formales una actuación que quiere negar la realidad de las cosas y justificar la
sustracción al control que ejercen los concejales de parte importante de la gestión municipal”.
Asimismo, se afirma que “(...) el derecho fundamental de esos cargos públicos representativos a
ejercerlos valiéndose de todos los medios que la Ley les confiere está directamente vinculado
con el derecho de los ciudadanos a quienes representan de participar, en este caso, en la vida
local a través de ellos y que esa participación indirecta ha de extenderse a todos los extremos de
la actuación municipal sin que haya espacios exentos de la misma y a lo que implica de control
democrático (...)”. Finalmente, la sentencia recuerda que la distinta personalidad jurídica no
separa a las sociedades públicas del sector público local, ni elimina su carácter instrumental».
19
Añade la resolución una segunda razón: «en segundo lugar, debe tenerse en cuenta que uno de
los concejales recurrentes es miembro del Consejo de Administración de AK. El artículo 251 del
Texto Refundido de la Ley de Sociedades de Capital, aprobado por el Real Decreto Legislativo
1/2010, de 2 de julio (TRLSC), que a su vez se remite al artículo 204 de la misma norma, reconoce
la legitimidad de los administradores para impugnar los acuerdos del Consejo de
Administración o de otros órganos colegiados de administración cuando, entre otros supuestos,
sean contrarios a la Ley. No tiene sentido entender que el administrador de una empresa que
responda únicamente al interés privado pueda impugnar los acuerdos ilegales del Consejo del
que es parte y en cambio el administrador de una empresa pública, designado por la
Administración titular del capital social en razón de su representación política, no pueda
utilizar la vía del recurso especial en defensa del interés general, prevista por el legislador para
procurar la aplicación efectiva de la normativa de contratación pública y cuyo ámbito incluye
actos de las sociedades públicas como el ahora recurrido».
20
En esta resolución de 5 de enero de 2017 la concejal que impugna el acuerdo del Ayuntamiento
de Santa Brígida por el que se aprueba el expediente de contratación para el servicio de
limpieza de los colegios públicos y dependencias municipales, fundamenta su pretensión sin
motivar en qué medida el Acuerdo perjudica los intereses de la comunidad vecinal cuya
representación ostenta. Además, la denunciada improcedencia del gasto realizado para la
redacción de los pliegos del contrato es cuestión ajena al recurso al no ser éste un mecanismo
universal de impugnación de cuantos defectos o irregularidades hayan podido cometerse en la
contratación pública. Igual sucede respecto a la queja sobre la indefinición del precio de la
licitación. El precio sí consta definido en el pliego, y ha sido determinado tomando como base el
cálculo de costos de otro ejercicio y atendidas las jubilaciones o sustituciones por bajas de
personal adscrito al servicio, que muestra diferencias salariales que equilibran el mayor
personal contratado. En cuanto a que el servicio de limpieza propuesto es más precario que el
de la licitación anterior, al haberse disminuido el número de horas de limpieza, advierte el
Tribunal que ésta es una cuestión de política municipal ajena los principios y reglas de la
contratación administrativa; pero aun así niega la precariedad del servicio porque al haberse
dejado de usar una parte importante del Ayuntamiento, ello justifica la minoración de las horas.
21
En el recurso sostiene la parte recurrente, en síntesis, que el Real Decreto impugnado aprueba
un Estatuto profesional que reúne a los Odontólogos y Estomatólogos en una sola y única
organización profesional, mientras que, según el artículo 35 de los Estatutos Generales de la
profesión médica, aprobados por Real Decreto de 19 de mayo de 1980, es requisito
indispensable para el ejercicio de la profesión médica en cualquiera de sus modalidades la
incorporación al Colegio Oficial de Médicos y la Estomatología es una especialidad médica (Real
Decreto 127/1984, de 11 de enero), por lo que, a su juicio, el ejercicio de la medicina, en su
modalidad de Estomatología, requiere el alta en el Colegio de Médicos, máxime cuando la
disposición adicional de la Ley de 17 de marzo de 1986, por la que se crea la profesión de
odontólogo (desarrollada por el Real Decreto de 11 de abril de 1986, que regula el título de
licenciado en Odontología), dice que no limita la capacidad profesional de los Médicos y
concretamente de los especialistas en Estomatología y Cirugía Máxilo-facial, que seguirán
ejerciendo las mismas funciones que desarrollan actualmente además de las señaladas en el
artículo 1 de la Ley, que corresponden a la Odontología.
22
Téngase en cuenta que este artículo ha sido objeto de reformas tras la dicción inicial de la LJCA
29/1998: «1. Se considera parte demandada: –Las Administraciones públicas o cualesquiera de
los órganos mencionados en el artículo 1.3 contra cuya actividad se dirija el recurso. Las
personas o entidades cuyos derechos o intereses legítimos pudieran quedar afectados por la
estimación de las pretensiones del demandante. Las aseguradoras de las Administraciones
públicas, que siempre serán parte codemandada junto con la Administración a quien aseguren.
2. A efectos de lo dispuesto en el párrafo a del apartado anterior, cuando se trate de Organismos
o Corporaciones públicos sujetos a fiscalización de una Administración territorial, se entiende
por Administración demandada: a. El Organismo o Corporación autores del acto o disposición
fiscalizados, si el resultado de la fiscalización es aprobatorio. B. La que ejerza la fiscalización, si
mediante ella no se aprueba íntegramente el acto o disposición. 3. En los recursos contra las
decisiones adoptadas por los órganos administrativos a los que corresponde resolver los
recursos especiales y las reclamaciones en materia de contratación a que se refiere la
legislación de Contratos del Sector Público los citados órganos no tendrán la consideración de
parte demandada, siéndolo las personas o Administraciones favorecidas por el acto objeto del
recurso, o que se personen en tal concepto, conforme a lo dispuesto en el artículo 49».
Sobre la alusión que acaba de hacerse a la contratación pública nos remitimos al amplio
comentario hecho en el Tomo de este Tratado sobre la contratación pública.
23
Lo deja claro la STS de 7 de marzo de 1995, con el matiz de los procesos de lesividad. A veces se
alega tal litisconsorcio por la Administración demandada intentando liberarse del
cumplimiento de una obligación: «Por lo que hace referencia a la excepción de falta de
litisconsorcio pasivo necesario fundada en la alegación de que cualquier posible condena al
pago de intereses impuesta al Ayuntamiento de B. conllevaría la necesidad de acudir a la
Diputación (...) para que hiciera frente al pago de dichas cantidades, a tenor del convenio
suscrito en el año 1985, y al carecer el Ayuntamiento demandado de capacidad financiera para
hacer frente a la reclamación que se articula en el presente recurso, la misma debe ser
rechazada ya que como señala la Sentencia del Tribunal Supremo de 10 octubre 1988 el
litisconsorcio pasivo necesario carece de operatividad en el proceso contencioso-administrativo
no de lesividad , “ya que el recurso no se interpone contra personas determinadas, sino contra
un acto, y devienen demandados automáticamente, siendo llamados también automáticamente,
la Administración autora del mismo y todos aquellos a quienes hubiese originado derechos, y
corresponden la legitimación pasiva en igual proceso, conforme al artículo 29.1.a), a la
Administración de que proviniere el acto recurrido y no otra distinta”, no apareciendo dicha
excepción –como señala la Sentencia de la Audiencia Territorial de Pamplona de 17 febrero
1971, confirmada expresamente en dicho pronunciamiento por la del Supremo de 27 octubre
1975– “configurada en la Ley Jurisdiccional como motivo de inadmisibilidad de los
comprendidos en el artículo 82 del texto legal”». Véase F.J. MARCOS MUÑOZ, «Los codemandados en
el orden jurisdiccional contencioso-administrativo. Su intervención en el proceso y en el
procedimiento administrativo. Referencia obligada a la responsabilidad patrimonial de la
Administración», Noticias Jurídicas, agosto 2017.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Segunda Parte. Las partes
Capítulo XV. Representación y defensa de las partes (Título II. Capítulo III. Artículos 23 y
24 LJCA)
Capítulo XV
Sumario:
1. Abogado y procurador
2. El caso particular de los funcionarios
3. Representación y defensa de las administraciones públicas y de los órganos
constitucionales
Nota bibliográfica
1. ABOGADO Y PROCURADOR
Los abogados han de defender a sus representados si bien dentro de unos límites
argumentales, tal como recuerda el ATSJ de Canarias (Las Palmas) de 29 de septiembre
de 2009 Ff 5 rec. 132/2007 cuando considera que el límite de la defensa del abogado a
favor de su patrocinado «se ha franqueado en el presente caso por la letrada de la
Administración, al valerse de un planteamiento confusionista enderezado a producir
un error a este tribunal ».
El artículo 153 de la LEC 1/2000 señala que la comunicación con las partes
personadas en el juicio se hará a través de su procurador cuando éste las represente,
firmando éste las notificaciones, emplazamientos, citaciones y requerimientos de todas
clases que deban hacerse a su poderdante en el curso del pleito, incluso las de
sentencias y las que tengan por objeto alguna actuación que deba realizar
personalmente el poderdante 1).
Sobre las notificaciones puede citarse la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de
Canarias (Sala de lo contencioso-administrativo de Santa Cruz de Tenerife) de 23 de julio
de 2015 (Rec. 94/2015) dando por buena la notificación por fax y aportando ciertos
criterios aplicables:
En el caso de los profesores de Derecho viene siendo tradicional que para realizar y
firmar Dictámenes no se requiere colegiación en los colegios de Abogados (partiéndose
de que sólo se precisa para la asistencia en juicio), lo que no parece entenderse del todo
bien. Además se precisa compatibilidad, bien en general, bien en el caso concreto.
Pero es que además, dado que el supuesto de hecho de esta sentencia se refiere no a una
falta de acreditación o insuficiencia de la representación procesal, sino de una absoluta
carencia de la misma, de conformidad con la doctrina constitucional resulta razonable
que el órgano jurisdiccional no requiriera la subsanación del defecto procesal advertido,
al constarle que el Letrado que pretendía comparecer en representación de la entidad
actora carecía de poder, y no tenía conferida la representación procesal de éste. Y es
que, por lo que se refiere en concreto a los defectos advertidos en los actos de
postulación o representación procesal de las partes, el Tribunal Constitucional ha
mantenido siempre de forma indubitada que la falta de acreditación de la
representación procesal es subsanable si el defecto se reduce a esta mera formalidad, y
siempre que tal subsanación sea posible, de modo que en tales supuestos debe
conferirse a las partes la posibilidad de subsanación antes de impedirles el acceso al
proceso o al recurso legalmente previsto (SSTC 123/1983, de 16 diciembre; 163/1985,
de 2 diciembre (RTC 1985, 163); 132/1987, de 21 julio (RTC 1987, 132); 174/1988, de 3
octubre (RTC 1988, 174); 92/1990, de 23 mayo (RTC 1990, 92); 213/1990, de 20
diciembre (RTC 1990, 213); 133/1991, de 17 junio (RTC 1991, 133); 104/1997, de 2
junio (RTC 1997, 104); 67/1999, de 26 abril (RTC 1999, 67), FJ 5; 195/1999, de 25
octubre (RTC 1999, 195), FJ 2; 285/2000, de 27 noviembre (RTC 2000, 285), FJ 4).
Por otra parte, es preciso recordar al respecto que, según una reiterada doctrina
constitucional, los órganos judiciales deben ponderar la entidad real de los defectos que
advierten en los actos procesales de las partes en relación con el cierre del proceso y el
acceso a la jurisdicción, guardando la debida proporcionalidad entre el defecto
cometido y la sanción que debe acarrear, y procurar, siempre que sea posible, su
subsanación, al objeto de favorecer la conservación de la eficacia de los actos procesales
y del proceso, como un instrumento para alcanzar la efectividad de la tutela judicial. En
dicha ponderación deben atenerse a la entidad del defecto y a su incidencia en la
consecución de la finalidad perseguida por la norma infringida y su trascendencia para
las garantías procesales de las demás partes del proceso, así como a la voluntad y grado
de diligencia procesal apreciada en la parte en orden al cumplimiento del requisito
procesal incumplido o irregularmente observado.
Ténganse en cuenta también las reglas especiales que contiene la Ley de Asistencia
Jurídica del Estado e Instituciones Públicas (Ley 52/1997, de 27 de noviembre) sobre el
Ministerio de Defensa, la Asesoría Jurídica Internacional del Ministerio de Asuntos
Exteriores, el TJCE, etc., así como el Real Decreto de 25 de junio de 1994 (dictado
conforme a la Ley de Acompañamiento a la de Presupuestos de 1994) cuando prevé la
posible asistencia jurídica por el Servicio Jurídico del Estado a las entidades de Derecho
público sujetas al Derecho privado (y sobre la representación y defensa en juicio de las
Cortes Generales y de la Junta Electoral Central puede verse el trabajo, con este título, de
F. SAINZ MORENO, en Cuadernos de Derecho Público , 4 1998, pp. 119 y ss.).
Los letrados integrados en los servicios jurídicos del Estado podrán representar y
defender a las CC AA en los términos que se establezca reglamentariamente y a través
de los oportunos convenios de colaboración celebrados entre el Gobierno de la Nación y
los órganos de gobierno de las CC AA. Por otra parte, las CC AA han regulado de forma
precisa su comparecencia en juicio.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
La figura del procurador da lugar a opiniones diversas. En sentido positivo puede afirmarse que
por lo que se refiere a los órganos jurisdiccionales, el entenderse directamente con el
justiciable, desconocedor de la técnica procesal, o al entenderse directamente con el abogado,
extrayéndole de esos otros menesteres a los que está llamado, habría de constituir un posible
obstáculo para el desarrollo normal y despacho de asuntos. En este sentido, el Tribunal
Constitucional alude a la trascendencia de la intervención del procurador en el correcto
desarrollo del proceso «sin cuya colaboración no sólo se resentiría gravemente el normal
funcionamiento del mismo, sino que resultarían de imposible cumplimiento las garantías de
efectividad y defensa que impone la Constitución a la tutela judicial» (STC 110/1993).
Tomo estas referencias de la página web del magistrado J.R. CHAVES, quien añade: «por otra
parte, y ya en la vertiente tecnológica recordemos que con carácter general, cuando se trata de
acreditar fechas y horas de recepción de correos electrónicos siempre existen empresas que
certifican circunstancias y horas de envío y recepción de los correos electrónicos (de gran
utilidad en las relaciones entre abogados y procuradores con sus clientes, o con terceros), como
también existen sencillas y gratuitas aplicaciones (extensiones del navegador, por ejemplo,
mailtrack o mxHero) que nos permiten saber y tener constancia de si el correo que hemos
enviado ha sido leído, e incluso el momento en que se abre el archivo adjunto». Puede verse, del
mismo autor, «Mis diez recomendaciones tecnológicas utilísimas, simples y gratuitas para
abogados».
J. GIMENO BEVIA, «La defensa privada de la Administración pública», Gabilex 9 marzo 2017.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Tercera Parte. El objeto del recurso contencioso-administrativo
Capítulo XVI. Actividad impugnable y pretensiones (artículos 25 a 32 LJCA)
Capítulo XVI
Sumario:
1. La «actividad impugnable»
2. Disposiciones susceptibles de impugnación y de actos fundada en que tales
disposiciones no son conformes a derecho. la cuestión de ilegalidad (artículos 26 y 27)
A. Impugnación directa e indirecta
3. El cuadro de pretensiones
4. La pretensión como vehículo procesal para acceder a un pronunciamiento judicial
A. Pretensión impugnatoria (que puede considerarse anulatoria)
B. La pretensión para el reconocimiento de una situación jurídica individualizada
C. La pretensión indemnizatoria
5. Pretensiones administrativas en caso de vía de hecho
A. La LJCA
B. Significación teórica
C. Ejemplos de vías de hecho. ocupaciones de propiedades sin título que las habilite
D. Interés de la vía de hecho en relación con los plazos de impugnación
6. La pretensión que impugna una inactividad que regula la LJCA de 1998 en sus artículos
32.1 y 29 «lege lata»
7. Aplicación judicial que ha experimentado el artículo 29.1 de la LJCA 1998
8. Aplicación judicial que ha experimentado el artículo 29.2 de la LJCA 1998
9. Reflexiones finales sobre las pretensiones (artículos 25 a 32 LJCA)
A. El posible debate
10. Inactividad y derecho de obligaciones
Nota bibliográfica
1. LA «ACTIVIDAD IMPUGNABLE»
Por otro lado, tal como declara la STC 39/2006 el hecho de no recurrir, en caso de acto
presunto , no significa necesariamente que el particular lo haya consentido (véase el
comentario a los artículos 51 y 128 de la LJCA, en este mismo Tomo).
Sin embargo, la esencia del modelo de la LJCA de 1956 continúa tras la LJCA 1998. Es
decir, el legislador, incluso ahora cuando regula el objeto del recurso contencioso-
administrativo, no se olvida sino que enfatiza los «actos y actuaciones». Sin embargo,
bastaba en este momento con limitarse a regular las pretensiones en este contexto; se
trataría, «en este momento», de enumerar simplemente las pretensiones delimitándolas
con claridad, de modo que la actividad «impugnable» se podría regular por referencia a
las pretensiones directamente, al citarlas (sobrando el capítulo primero).
Por contrapartida, incluso parece que estos artículos 25 a 33 de la LJCA de 1988 incurren
en reiteraciones a la hora de recordar las actuaciones y actos. Eso sí, al menos esta
regulación es coherente con la praxis procesal, donde el acto es la ratio de las
sentencias.
Este artículo 25 que ahora nos ocupa, de la Ley Reguladora de Jurisdicción Contencioso-
Administrativo 29/1998, de 13 de julio, se relaciona con su artículo 1 cuando afirma que
esta jurisdicción conocerá de las pretensiones que se deduzcan en relación con actos y
actuaciones de la Administración pública.
Entre uno y otro precepto consiguen un bloque compacto que refleja la lógica del acto o
actuación (que es lo mismo) que domina la praxis, siguiendo la tendencia tradicional.
En otros Derechos, como el Derecho alemán, el punto de partida está, en cambio, en las
acciones procesales, pudiendo ser su objeto un acto (en algunas de ellas) o una
«actuación» (en otras). De esta forma cobra su sentido propio la dualidad entre acto y
actuación. En el Derecho español, en cambio, esta mención a las actuaciones tiene solo
un valor teórico, pero sin ningún valor práctico.
Eso sí, este modelo de las «actuaciones», del Derecho español, tiene sus ventajas , que
no ignoramos. La clave del contencioso-administrativo español está en la flexibilidad y
antiformalismo con el que funciona. La acción procesal es, en esencia, un vehículo
impugnador de actos facilitando el acceso directo a la jurisdicción, así como la
presentación directamente de la cuestión de fondo que interesa eliminando obstáculos
procesales, y facilitando al mismo tiempo una sentencia congruente con las peticiones
que solicitan las partes.
Por eso mismo en nuestro Derecho no ha hecho falta poner énfasis en la separación,
conceptualmente hablando, entre el «acto administrativo» por un lado y, por otro, «la
actuación» de la Administración (también llamadas actuaciones materiales, reales,
técnicas o ejecutorias). La «actuación» de la Administración no será el objeto de la
impugnación, ni tampoco es el objeto de acción procesal alguna. En tales casos, se
acudirá al mecanismo comentado de la presentación de una solicitud y consiguiente
«creación» de un acto o «respuesta», que se impugnará, aunque lo que interese sea
después una actuación material. Es decir, seguir este iter no impide en efecto para que
el petitum materialmente pueda identificarse finalmente con una actuación. En la praxis
sigue «vigente» el modelo (esencialmente hablando) de la Ley de Jurisdicción
Contencioso-Administrativa precedente de 1956.
Uno puede plantearse dónde está el límite de este mecanismo, un tanto espontáneo de
creación de actos administrativos, mediante simples peticiones de actos. Se trata de un
límite incierto o azaroso. Generalmente por esta vía se accede a la jurisdicción sin
problemas, pero se observan casos en los que es forzada la «creación» de un acto.
Solo teóricamente, pero sin relevancia práctica, pueden distinguirse dos situaciones, ya
que en la praxis son lo mismo: por un lado, cuando la relación jurídica la inicia la
Administración dictando un acto de gravamen, la cuestión es clara en sentido de
proceder las acciones de anulación frente a tales actos. Y, cuando la relación jurídica
parte de un interés de un administrado en que la Administración dicte un acto o realice
una actuación..., la lógica es la misma.
Se actúa con rigor o se es flexible, dependiendo del juez, pero por referencia al «acto».
Para casos en que se haya pasado el plazo de recurso contra el acto, el contencioso de
revisión de oficio , es un mecanismo por referencia a ese mismo acto.
Por otra parte, si se tramitan con toda normalidad los procesos, sin haber siquiera
emplazado al codemandado, por ejemplo, las piezas cautelares , sin audiencia de dicho
codemandado, pese a que la cuestión afecte a este sobremanera, es porque lo
importante no es el interés de esta parte, sino el juicio general sobre la legalidad del
acto, que es lo que importa, y que puede llevarse a cabo sin la necesaria o inexcusable
presencia procesal de tal codemandado.
Eso sí, si el quid es el acto, habría que evitar entonces situaciones incoherentes con
dicha lógica, que perjudiquen a los particulares. Por ejemplo, si la Administración
responde con un «informe» la solicitud en vía administrativa del particular formulando
una petición determinada, no debería declararse la inadmisión del recurso por el hecho
de que no exista un acto impugnable. De lo contrario, la Administración siempre
respondería con un «informe», en vez de acto, bloqueando el acceso a la jurisdicción.
Sin embargo, hay sentencias en esta línea de inadmisión (véase infra).
«La sentencia que declare ilegal un reglamento tiene eficacia erga omnes (artículo 86.2
de la LJCA)» (...). «Adquiere relevancia máxima la labor de los Tribunales, obliga a éstos
a tener que poner el reglamento cuya validez se cuestione en relación con la
Constitución y el resto del ordenamiento jurídico positivo (y tratándose de reglamentos
ejecutivos particularmente con la Ley que desarrollen), con los principios generales del
Derecho y con la doctrina jurisprudencial en la medida en que ésta complementa el
ordenamiento jurídico (artículo 1.6 del CC), en aras del principio de seguridad jurídica
proclamado en el artículo 9.3 de la Constitución» ( STS de 14 octubre 1996 [RJ 1996,
8651]).
Esta pretensión o recurso indirecto contra disposiciones sigue funcionando igual, tras la
LJCA, en el momento de impugnar el acto y por vía indirecta el reglamento, si bien ha
sufrido cambios a raíz de la introducción de la llamada «cuestión de ilegalidad».
La cuestión de ilegalidad del artículo 27.1 (por tanto, inmediatamente después de que la
LJCA se refiera a la impugnación indirecta de disposiciones de carácter general) y de los
artículos 123 a 126 presupone una sentencia firme dictada por parte de un Juzgado o
Tribunal que considera ilegal el contenido de la disposición general aplicada pero no
tiene competencia para dictar una sentencia con los efectos propios de la estimación de
un recurso directo contra dicha disposición. Por eso, precisamente, dicho Juzgado o
Tribunal deberá plantear la cuestión de ilegalidad ante el Tribunal competente para
conocer del recurso directo, una vez dicte sentencia firme estimatoria por considerar
ilegal la disposición. Este procedimiento (regulado en los artículos 123 y ss. de la LJCA)
conduce pues a un pronunciamiento de nulidad o conformidad a Derecho de la norma,
por el órgano jurisdiccional competente para ello, con los mismos efectos de la sentencia
que estima una pretensión de anulación ejercitada en un recurso directo contra una
disposición de carácter general, y sin afectar la situación jurídica concreta derivada de
la sentencia dictada por el Juez o Tribunal que planteó dicha cuestión.
«Lo cierto es que peticiones como las que han quedado enumeradas exceden del estricto
ámbito de esta jurisdicción contencioso-administrativa que no es otro que el control de los
actos y disposiciones con rango inferior a la Ley (...), pero no puede propiciar reformas
normativas en el texto impugnado que serían encauzables a través de otros medios, como
iniciativa legislativa, no pudiendo pretenderse que el criterio del Colegio recurrente por muy
acertado que fuera, se imponga al Real Decreto Legislativo, mediante recurso contencioso-
administrativo» 4).
En otro orden de cosas, es preciso aludir a la espinosa cuestión de los vicios de forma
como contenido de la pretensión impugnatoria de disposiciones de carácter general.
El artículo 26.1 de la LJCA silencia la cuestión respecto del recurso directo y considera
que la impugnación indirecta ha de fundarse en que tales disposiciones no son
conformes a Derecho. En cambio, el Proyecto de LJCA (BOCG de 30 de septiembre de
1995) añadía respecto de este supuesto del recurso indirecto que: «por razón de su
contenido normativo» no fuera conforme a Derecho. La omisión de este inciso
entrecomillado podría reforzar la interpretación en favor de la posibilidad de alegar
vicios de forma en la impugnación. Es preciso, no obstante, advertir que, sobre este
particular, existe una línea jurisprudencial que viene manteniendo que son relevantes
dichos vicios sólo respecto del recurso directo, pero no respecto del indirecto (en la
doctrina, con argumentos contundentes afirmando la posibilidad de alegar los vicios de
forma mediante la interposición de recursos indirectos, véase E. GARCÍA DE ENTERRÍA/T. R.
FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Curso de Derecho administrativo (1) , sucesivas ediciones, más
recientemente ed.17 (2015) cap.4).
Por tanto, en todos estos casos de recursos directos evidentemente se entra en el fondo
de la cuestión planteada por el recurrente, incluyendo tantos motivos de fondo (STS de
31 de marzo de 2008 rec. 71/2006) como posibles motivos formales de anulación si en el
procedimiento de elaboración se omite informe preceptivo, tal como ejemplifica la STS
de 18 de septiembre de 2008 5).
En relación con los recursos indirectos, con referencias a la doctrina del Tribunal
Supremo, la STSJ del País Vasco de 1 de abril de 1996, considera que el recurso indirecto
contra disposiciones de carácter general no puede fundarse en defectos formales del
procedimiento para su elaboración y aprobación, respecto de la omisión del estudio
económico financiero; en este mismo sentido, la STS de 16 de junio de 1997 considera
que «los defectos procedimentales no pueden alegarse para impugnar indirectamente
disposiciones de carácter general»; la STS de 21 de enero de 1998 anula la disposición de
carácter general, previo recurso directo , por defectos formales; en este mismo sentido
SSTS de 6 de mayo de 1989 y de 24 de septiembre de 1991).
3. EL CUADRO DE PRETENSIONES
Para conocer las pretensiones que se reconocen en la LJCA es necesario consultar los
artículos 25 a 33 de la LJCA y la Exposición de Motivos. En los artículos 25 y 31 se
reconoce (o piensa en) la pretensión de anulación: «el demandante podrá pretender la
declaración de no ser conformes a Derecho y, en su caso, la anulación de los actos y
disposiciones susceptibles de impugnación según el capítulo precedente».
Por otra parte, en casos de vías de hecho se reconocen pretensiones declarativas, de cese
de la actuación, indemnizatorias y de reconocimiento de una situación jurídica
individualizada.
Podrían añadirse, finalmente, las pretensiones cautelares, previstas en los artículos 130
y 136, o también la pretensión ejecutiva al cumplimiento efectivo de la sentencia
(artículo 113 de la LJCA).
Lege ferenda , bastaría con prever dos pretensiones: aquella por la que se pretende una
anulación (a la que se añade su consecuencia lógica del reconocimiento de situación
jurídica individualizada) y aquella por la que se pretende una prestación (aplicándose
éstas cuando interese un acto, una actuación incluyendo una indemnización y la
cesación o actuación en caso de vía de hecho).
No obstante, cabe también argumentar que esta pretensión es de anulación contra actos,
a la que puede añadirse una pretensión de reconocimiento de una situación jurídica
individualizada.
El problema es que, más bien, este logro puede ser una pura obviedad procesal.
Lege lata , cuando se regula la pretensión el artículo 31 de la LJCA se refiere a los «actos
susceptibles de impugnación según el capítulo precedente». Evidentemente, la alusión
se hace al artículo 25 de la misma Ley, «actos expresos y presuntos de la Administración
Pública que pongan fin a la vía administrativa, ya sean definitivos o de trámite (...)». A
su vez, para la determinación de los actos expresos y presuntos que «pongan fin a la vía
administrativa» hay que estar a lo dispuesto en la LPAC 39/2015; artículo 52 de la LBRL,
y artículo 46 de la LJCA o leyes especiales (por ejemplo, Ley 9/2012, de 14 de noviembre,
de y resolución de entidades de crédito, artículo 72).
Un ejemplo puede ser la reconstrucción de una edificación una vez se anula el acto que
impuso el derribo; o la compensación, en favor de un sujeto, de los perjuicios
económicos ocasionados, una vez se anula el acto que imponía una obligación tributaria
(STS de 26 de enero de 1996). La propia LJCA ilustra acerca de los casos respecto de los
cuales está especialmente pensada esta pretensión (materia tributaria y de personal –
artículo 110 de la LJCA–).
En general está pensada para aquellos supuestos en los que debe reponerse un estado,
anterior al originado por la actuación anulada. Son las pretensiones que algún
ordenamiento jurídico europeo denomina como «pretensiones de superación de un
estado ilegal» contemplándose, asimismo, como un apéndice o consecuencia de la
anulación (Folgenbeseitigungsansprüche).
Como es sabido, en España esta pretensión ha venido sirviendo para que los tribunales
puedan ordenar mandatos positivos o condenas de hacer más allá de lo puramente
anulatorio frente a la Administración. No es propiamente lo mismo que una pretensión
de condena (como por cierto recuerda una STS de 25 de febrero de 1998) pero sirve para
tutelar al sujeto cuando éste precisa algo más que una anulación. De esta forma
funciona el contencioso prestacional tradicionalmente, sin especificidad propia, pero
sirviendo para poner remedio a situaciones de indefensión.
C. LA PRETENSIÓN INDEMNIZATORIA
Por otro lado, «el artículo 219.2 LEC solo permite relegar a la fase de ejecución de
sentencia la determinación exacta del importe de la condena si se fijan con claridad y
precisión las bases para su liquidación» (STS 662/2012, de 12 de noviembre de 2012).
A. LA LJCA
La LJCA prevé en todo caso las distintas pretensiones que necesita el afectado para su
tutela.
Ciertamente, la LJCA de 1998 no ha seguido las propuestas (más comunes) de los últimos
años que venían poniendo especial énfasis en la jurisdicción civil y en las
correspondientes acciones interdictales, como solución frente al problema de las vías de
hecho. En este sentido la doctrina venía incidiendo y enfatizando el porqué de un
control civil en este tipo de supuestos, sus justificaciones posibles y el régimen de
acciones civiles aplicables. Este planteamiento puede verse en cualquiera de los
comentarios de los años previos a la LJCA de 1998 y en las publicaciones al uso (véase
nota bibliográfica al final del presente capítulo).
Este encaje de la vía de hecho en el marco general de la LJCA contribuye, por tanto, a
normalizar procesalmente la vía de hecho (artículos 136 y 32.2 de la LJCA). En este
sentido, la vía de hecho en cuanto tal no presenta mayor singularidad que la especial
gravedad del vicio de la actuación administrativa y la necesidad especial de protección
jurídica del administrado, no siendo por eso suficientes (para tutelar adecuadamente sus
derechos) los medios ordinarios de justicia administrativa (esencialmente, las
pretensiones de anulación, del artículo 25 y 31, o las propias pretensiones de los
artículos 32 y 29). La acción que se ejercita en caso de vía de hecho, dice la Exposición
de Motivos de la LJCA, «tiene una naturaleza declarativa y de condena, y a la vez, en
cierto modo, interdictal, a cuyo efecto no puede dejar de relacionarse con la regulación
de las medidas cautelares».
La Corporación Municipal demandada alega, como cuestión previa al fondo del asunto,
incompetencia de jurisdicción (...).
TERCERO. Planteada así la cuestión, a los únicos efectos de resolver la excepción de falta de
jurisdicción alegada por el Ayuntamiento interdictado, resulta preciso aludir a la LJCA/1998
que en sus arts. 30 y concordantes ya contempla de manera expresa la impugnabilidad a
través del recurso contencioso-administrativo de la vía de hecho, que ha suscitado, no
obstante, el problema de si ha venido a sustituir la vía interdictal del orden civil, o si se trata
de dos alternativas que perviven de forma independiente.
La novedad introducida por la LJCA/1998, como nos pone de manifiesto el legislador a través
de la Exposición de Motivos, ha supuesto que en un plano dogmático, un sector doctrinal
sostenga que la intervención del juez civil en las vías de hecho está plenamente justificada,
por cuanto en tales casos la Administración actúa despojada de su estatuto privilegiado. Por
el contrario, otro sector doctrinal afirma la conveniencia de residenciar en el orden
jurisdiccional contencioso-administrativo, el control de toda actuación sujeta al Derecho
Administrativo, poniendo de manifiesto los presupuestos históricos que justificaban la
competencia del juez civil, al no existir la posibilidad de control judicial. Además, continúa
señalando la doctrina , en el ámbito de las vías de hecho, la jurisdicción contencioso-
administrativa no defiende la legalidad civil, sino la sumisión de la Administración al
Derecho Administrativo, que es lo que, en realidad, ocupa la actividad de control del juez civil
en todo interdicto.
El nuevo art. 9.4 LOPJ –LO 6/1998, de 13 julio– refunde lo establecido en los arts. 1.1 y 25.2
LJCA, consagrando así la unidad de fuero, en materia administrativa, a favor de la
jurisdicción contencioso-administrativa».
Y acto seguido esta sentencia se decanta por una de las dos posiciones que considera
más acorde al articulado de la nueva LJCA de 1998:
«No puede desconocerse, por lo tanto, que la LJCA opta por atribuir el conocimiento de la vía
de hecho a la jurisdicción contencioso-administrativa, desde el momento en que se han
reconocido distintas pretensiones procesales (especialmente las pretensiones prestacionales en
caso de inactividad y cautelares positivas, colmando la laguna de la LJCA/1956) el problema
de la vía de hecho ha quedado resuelto. La vía de hecho, en la nueva regulación, ha supuesto
que los órganos jurisdiccionales del orden contencioso-administrativo dispongan de todos y
cada uno de los medios de justicia propios de una jurisdicción (medios o facultades de
anulación, de condena, de cesación inmediata de los perjuicios, etc.), y una vez que tal
jurisdicción se ha dotado de tales medios, corrigiéndose las limitaciones tradicionales de los
poderes de esa jurisdicción contencioso-administrativa ha resuelto el problema de las vías de
hecho que se habían creado precisamente por las limitaciones que aquejaban a dicho orden
jurisdiccional.
Técnicamente, siendo las vías de hecho “actuaciones sujetas al derecho administrativo” podía
justificarse un conocimiento de la jurisdicción civil mientras el criterio de acceso a la
jurisdicción contencioso-administrativa fue el de los “actos de la Administración Pública”,
pero, una vez que se afirma el criterio de las “actuaciones”, y estando ésta sujeta al Derecho
Administrativo, no se concibe el conocimiento por la jurisdicción civil. Para comprender
adecuadamente el espíritu del legislador, ha de constatarse que si bien históricamente pudo
justificarse una extensión de la jurisdicción civil al conocimiento de asuntos de carácter
público o administrativo (en tanto en cuanto la jurisdicción contencioso-administrativa no
tutelaba adecuadamente los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos), lo cierto es que
una vez que la LJCA de 1998 atribuye un control interdictal o cautelar contra la actuación
administrativa constitutiva de vía de hecho, a favor de la jurisdicción contencioso-
administrativa, deja de justificarse el conocimiento de la jurisdicción civil.
Por ello frente a la unidad de fuero que proclama el art. 9.4 LOPJ y los arts. 1.1 y 25.2, en
relación con los arts. 30 y ss. de la LJCA, ha de ceder cualquier argumento que se sostenga
sobre la no derogación del art. 101 LRJAP-PAC y cualquier sentido que se intente buscar al
art. 3 a) de la LJCA, pues el recurrente ya no tiene una necesidad de protección jurídica especial
capaz de justificar un control civil de las vías de hecho desde el momento en que la jurisdicción
contencioso-administrativa dispone de todos los medios necesarios para conocer
adecuadamente de asuntos que, si bien pueden aparecer transidos de naturaleza civil en
cuanto al objeto y pretensiones procesales que afecten a la propiedad y posesión, el juicio de
prejudicialidad administrativa que conlleva encuentra protección absoluta en el nuevo
marco procesal creado por la LJCA.
Por otra parte, tal como declara el ATS de 22 de junio de 2007 (RJ 2007, 5509): «ahora
bien, que el particular no acuda a la especial regulación de la impugnación de la vía de
hecho, que deje transcurrir los plazos del artículo 46 de la Ley reguladora de este Orden
Jurisdiccional, o que simplemente, se trate de situaciones anteriores a la Ley 29/1998,
que todavía subsistan, no significa que no pueda utilizarse, tal como siempre admitió la
jurisprudencia contencioso-administrativa, la impugnación por el procedimiento
ordinario, previa petición o recurso ante la Administración. En este sentido y, por todas,
Sentencias de la Sala 3.ª del Tribunal Supremo, de 4 de noviembre de 1982, 3 de
diciembre de 1982, 5 de febrero de 1985, 15 de diciembre de 1995 y 18 de octubre de
2000».
“Siguiendo esta pauta, el artículo 25 de la Ley Jurisdiccional, establece como posible objeto
del recurso Contencioso-Administrativo ‘las actuaciones materiales que constituyan vía de
hecho’ y el artículo 32.2 señala que en estos casos, ‘el demandante podrá pretender que se
declare contraria a Derecho, que se ordene el cese de dicha actuación y que se adopten, en su
caso, las demás medidas previstas en el artículo 31.2’, lo que abre paso a que pueda
solicitarse igualmente la indemnización de daños y perjuicios.....”.
B. SIGNIFICACIÓN TEÓRICA
Independientemente del plano práctico de que la LJCA de 1998 puede ser mejorable en
algún punto procedimental, la previsión en la LJCA de 1998 de un régimen jurídico
completo en materia de vías de hecho tiene una cierta significación teórica histórica y
jurídico –comparada para el contencioso-administrativo. Se superan de esta forma
reminiscencias de una vieja concepción histórica en virtud de la cual a la jurisdicción
civil corresponde entender de un caso como las vías de hecho, especialmente sensible
desde el punto de vista de la protección de los derechos de los particulares, ante la
ausencia de medios de justicia adecuados en vía contenciosa. Este sistema o concepción
civilista tutelar en lo administrativo llegó históricamente a ser esencial al Derecho
europeo, correspondiéndose (en función del Estado) bien con la teoría de los
«willkürliche Verwaltungsakte» o «actos arbitrarios» bien con las vías de hecho (voie de
fait), en todo caso en conexión con los tiempos de la propia Revolución francesa. Según
atestiguan no pocas fuentes bibliográficas del siglo XIX (que hemos expuesto en otro
lugar) durante este siglo XIX persiste un control civilista en materia administrativa
relacionado con casos sensibles en que la tutela de los derechos individuales puede
requerirlo, evitando riesgos de indefensión por el hecho de que conozca una
jurisdicción contencioso-administrativa que no ofrece aún las debidas garantías,
partiendo de que la jurisdicción civil en cambio es una jurisdicción donde cabe siempre
tutelar los derechos de los ciudadanos (pudo llegar también a desarrollarse un control
civilista en materia administrativa con apoyo en la prejudicialidad, conociendo
perjudicialmente el juez civil de la posible legalidad administrativa del acto a fin de
adoptar medidas –propias de la jurisdicción civil– de cesación de perjuicios o
indemnizatorias).
Las vías de hecho como actuación material sin título de cobertura (STS de 29 de octubre
de 2010, rec. 1052/2008) pueden producirse de modo no frontal sino indirecto, así por el
hecho de no estar clara (para la Administración) la titularidad del bien ( STSJ de
Madrid de 25 de junio de 2009 [RJCA 2009, 822], declarando la existencia de vía de
hecho), o por la circunstancia de entenderse la Administración con un propietario
distinto del titular de la parcela que resulta ser ocupada sin haberse sustanciado por
tanto un expediente expropiatorio previamente, ni por tanto haberse abonado el
justiprecio, con lo que la ocupación no se legitima. O en casos de adjudicaciones o
contrataciones sin las debidas formalidades ( STSJ de la Comunidad Valenciana de 19
de febrero de 2001, [JUR 2001, 242742]).
Como señalan las SSTS de 6 de marzo de 1997 (RJ 1997, 2290), recurso 1142/92) y 9
de octubre de 2007 (RJ 2007, 8150) (8238/04), y las que en ellas se citan, "la ocupación por
el poder público de un bien inmueble, que permanece en posesión de su dueño, sin
seguir los trámites que exige la normativa sobre expropiación forzosa comporta una
vulneración de la garantía indemnizatoria que la Constitución reconoce en favor de la
propiedad como derecho fundamental (artículo 33 de la Constitución y coloca a la
Administración en el terreno de las llamadas vías de hecho , que se producen, entre
otros supuestos, cuando la Administración actúa totalmente al margen del
procedimiento establecido."
Nos basamos en la STS de 24 de mayo de 2013 (RJ 2013, 4491), que puede también
consultarse para conocer posibles criterios valorativos del suelo (FJ 8).
DÉCIMO. Como conclusión de lo hasta aquí razonado, procede la estimación del recurso de
casación y, una vez anulada y casada la sentencia, ha de estimarse en parte el recurso
contencioso administrativo interpuesto por la representación procesal de D. Marcial,
reconociéndole el derecho a percibir una indemnización sustitutoria de la devolución in
natura de la finca, cuya cuantía se fijará en ejecución de sentencia, con arreglo a los
siguientes criterios (...)».
Pero, como hemos comentado en otras pasadas ediciones, esto mismo se viene
consiguiendo mediante la formulación ante la Administración de una petición, creando
así un acto para su impugnación posterior, pretendiendo su anulación, a fin de que el
juzgador determine las consecuencias de la anulación en su sentencia (con el límite de
la congruencia con las peticiones de la demanda). Este es el cauce ordinario para la
obtención de actos o la realización de actuaciones. Antes de profundizar en esta
cuestión conviene explicar este articulado.
Tal como está regulada, procesalmente presupone esta pretensión (en virtud del artículo
29.1 de la LJCA): Primero, el transcurso de tres meses desde la fecha de la reclamación
sin que la Administración haya dado cumplimiento a lo solicitado. Segundo, que no se
haya llegado a un acuerdo con los interesados, circunstancia ésta que podrá ser
lógicamente excepcionada por la Administración en el proceso 14).
Por otra parte, también puede reclamarse la ejecución de un acto administrativo firme (
artículo 29.2 de la LJCA de 1998), previéndose en estos supuestos un régimen procesal
diferenciado del anterior, ya que en estos casos el recurso introduce un procedimiento
abreviado y el plazo de interposición del recurso contencioso-administrativo es de un
mes desde la petición de ejecución del acto.
La Exposición de Motivos de la LJCA nos aproxima al tema del régimen jurídico de estas
pretensiones, a través de una serie de afirmaciones o «pistas» de las que puede ser útil
partir: –El recurso se dirige a obtener de la Administración una prestación material
debida o la adopción de un acto expreso en procedimientos iniciados de oficio. –Se
aplica allí donde no juega el mecanismo del silencio administrativo. –Es una pretensión
que quiere combatir la pasividad y las dilaciones administrativas 15).
Así la STS de 21 de diciembre de 2011 (recurso 2689/2008) define la acción del artículo
29.1 como «acción procesal prestacional» (recogiendo jurisprudencia sobre sus
presupuestos legales).
De todo ello son también ilustrativas varias sentencias, tal como vamos a poder
comprobar a continuación.
Así, en el caso de la STSJ Comunidad de Madrid n.º 601/2006 se interpuso recurso el día
31 de julio del año 2003, formalizándose demanda por la mercantil recurrente en la que
terminaba suplicando una sentencia que, estimando el recurso, condenara al
Ayuntamiento de... a realizar a favor de aquélla la prestación a que viene obligado por
virtud de lo dispuesto en el TRLCAP, abonándole en consecuencia la cantidad de
64.891,96 euros, importe de la certificación número 1, de fecha 23 de mayo del 2001,
más los correspondientes intereses legales, incrementados en un punto y medio, a
contar desde los dos meses siguientes a su expedición, imponiéndole las costas
procesales.
«Sin embargo, el éxito de la pretensión de condena regulada en el tan citado artículo 29.1 de
la LJCA, pasa por el cumplimiento de los requisitos que para su ejercicio ante esta
Jurisdicción previene el precepto, esto es que quien quiera hacer uso ante los Tribunales de
esta peculiar pretensión de condena, tiene que cumplir con los requisitos preprocesales que
impone el precepto, para que así la Administración tenga la oportunidad de conocer que el
reclamante le está pidiendo que ejecute en su favor una prestación concreta a que tiene
derecho , y pueda en consecuencia cumplir aquello a lo que está obligada o bien denegar el
derecho del reclamante a la prestación concreta bien por estimar que no tiene ese derecho ,
bien que lo tiene pero en unos términos distintos a los pretendidos, pero en todo caso lo que
es necesario en el escrito a la Administración del reclamante es identificar la concreta
prestación a la que tiene derecho y el precepto en el que ampara su ejercicio».
En esta línea, los párrafos siguientes expresan un loable intento de fundamentar este
nuevo contencioso prestacional, con un positivo esfuerzo por que se ejercite por el
interesado correctamente la acción procesal, sin perjuicio de que ciertas afirmaciones
serían mejorables. Pero también sirve esta sentencia para observar seguidamente cierta
confusión que provoca la LJCA de 1998, al prever para el mismo caso pretensiones de
inactividad, por un lado, y, por otro lado, pretensiones anulatorias de actos denegatorios
de peticiones de actos para conseguir lo mismo (un acto o actuación):
«Del examen del presente caso resulta que la recurrente en su escrito de 17 de enero del año
2003 dirigido al Ayuntamiento de..., no hacía mención alguna a su derecho a una prestación
concreta en su favor y al cumplimiento por el Ayuntamiento de esa prestación, sino que se
limitaba a reclamar el pago del principal de la certificación y de sus intereses de demora, sin
mencionar en ningún momento, ni expresa ni tácitamente, el artículo 29.1 de la LJCA, siendo
así que la mención de este precepto no es un mero formalismo sin trascendencia alguna, ante
cuya falta se puede igualmente ejercitar ante los Tribunales una pretensión condenatoria a
su amparo, pues si cuando se reclama ante la Administración no se menciona ese precepto,
ésta puede entender legítimamente que su falta de respuesta puede dar lugar a una denegación
de lo pedido por silencio administrativo, o incluso que la falta de respuesta puede originar un
silencio positivo , pero tanto en un caso como en el otro la pretensión que tras ello se puede
ejercitar ante los Tribunales ya no es la propia del cumplimiento de una prestación concreta a
favor del particular, pretensión esta última que como ya dijimos no es contra un acto –lo que
sería propio de una pretensión contra una denegación por silencio negativo, en lo que lo que se
pide primero es la anulación de esa denegación por silencio y derivada de ello otra pretensión
diferente de condena–, o de ejecución de un acto –lo que es propia de la pretensión ejercitada
al amparo del artículo 29.2 de la LJCA, en la que lo que se pide es que la Administración
ejecute un acto firme a favor de un particular–, es decir, que no enjuicia tanto un acto
administrativo, positivo o negativo, cuanto el derecho a esa prestación concreta que se ha
pedido y no se ha cumplido por quien está obligada a ello».
Es decir, que, para esta sentencia 601/2006, «el nuevo régimen de pretensiones
articulado por la LJCA de 1998 impone a quien hace uso de ellas, en primer lugar que
ante la Administración se indique si de lo que se trata es de que ésta cumpla con una
pretensión prestacional de dar, hacer o no hacer algo a su favor, o bien que lo que lo
que se ejercita ante esa Administración es no ese derecho prestacional , sino una
solicitud que si no se cumple da lugar al nacimiento de un acto administrativo, positivo
o negativo, acto éste de carácter jurídico y no prestacional, el cual más tarde si es
positivo puede pedirse que se ejecute, y si es negativo puede combatirse ante los
Tribunales, pero aquí, a diferencia de la pretensión del artículo 29.1, el objeto del
proceso es un acto administrativo, positivo o negativo, que tiene que haberse producido
previamente en vía administrativa, y no una pretensión prestacional, en la que en vía
administrativa no se produce acto administrativo alguno, por lo que en suma solo el
ejercicio adecuado por el particular ante la Administración de su pretensión, le va a
permitir posteriormente articularla ante los Jueces y Tribunales de esta Jurisdicción de
forma congruente con su ejercicio ante la Administración».
Y acto seguido precisa el tribunal, siguiendo esta misma lógica de que, si se ejercita esta
pretensión prestacional, ha de indicarse así desde el primer momento, como requisito
para su prosperabilidad: «o en otras palabras, que si la recurrente pidió el pago a la
Administración del importe de una certificación y de sus correspondientes intereses de
demora, y esa petición no se hizo como el ejercicio de su derecho al cumplimiento por la
Administración de una prestación concreta a su favor, si la Administración no contesta a
esa petición, esa falta de respuesta no cabe articularla más tarde ante un Juzgado o
Tribunal de lo contencioso-administrativo como una pretensión a que la
Administración le conceda esa prestación a la que presuntamente tenía derecho, y en
consecuencia no cabe que el Juzgado o Tribunal enjuicie la cuestión como una mera
pretensión de condena».
Pero la Sala lo descarta también porque : «conviene (no obstante) matizar que esta Sala
y Sección interpreta que las solicitudes de los contratistas a la Administración
contratante relativas al abono de cantidades derivadas de un contrato administrativo,
no constituyen en ningún caso un procedimiento instado por el particular, sino en
puridad la ejecución de un contrato, y que por tanto al no ser un procedimiento iniciado
a instancia del interesado, falta el presupuesto básico para la producción del silencio
positivo, que conforme al artículo 43 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, tras su
reforma por la Ley 4/1999, es esa iniciativa del interesado».
Por eso concluye la Sala que «si el interesado quiere reclamar el pago de esas cantidades
tiene que hacerlo a través del mecanismo regulado en el artículo 29.1 de la LJCA».
Pero entonces nos vuelve a recordar esta sentencia 601/2006 que no concurren sus
presupuestos, de haber tenido que afirmar este cauce ante la propia Administración y
no ex novo en la Sala: «lo que de todos modos no impide la conclusión anterior, pues el
ejercicio de la pretensión de pago mediante ese precepto requiere del cumplimiento de
unos requisitos mínimos e inexcusables que aquí no se dan».
O bien (puntualiza esta sentencia) «si la falta de respuesta se considera que es una
desestimación por silencio negativo, lo que procede es ejercitar ante los Tribunales una
pretensión contra una desestimación por silencio , pero nunca será posible ejercer una
pretensión al amparo del artículo 29.1 cuando previamente no se cumplió ante la
Administración con los requisitos preprocesales que regula este artículo».
Por eso también interesa observar cómo, finalmente, ante el ejercicio inadecuado de la
pretensión procesal por el recurrente, la Sala soluciona este problema enjuiciando el
caso por la vía tradicional de la acción impugnatoria de anulación contra la
desestimación expresa o presunta de una petición. En el fondo, la sentencia entiende
que no sino esta última es la pretensión ejercitada por el recurrente:
«TERCERO. Ahora bien, el incumplimiento por la recurrente, en su petición ante la
Administración, de los requisitos preprocesales propios de la pretensión regulada por el
artículo 29.1 de la LJCA de 1998, y el posterior ejercicio ante esta Sala de sus pretensiones al
amparo de aquel precepto, no va a impedir, a la vista de las características que en él
concurren, que la Sala entienda que la solicitud de la recurrente al Ayuntamiento de... de
fecha 17 de enero del año 2003, que no fue contestada por dicho Ayuntamiento, y que no
contenía mención alguna al derecho de aquélla a una prestación concreta a su favor a cargo
de la Comunidad de Madrid conforme al artículo 29.1 de la LJCA, sino que se limitaba a
reclamar sin más el pago de una cantidad en concepto principal de una certificación de obras
y sus intereses de demora, no es obstáculo decíamos, a que la falta de contestación a dicha
petición, pueda entenderse como una desestimación por silencio administrativo que le
permite la interposición del correspondiente Recurso contencioso-administrativo al amparo
del artículo 43.3 apartado segundo de la LRJAP-PAC tras su redacción por la Ley 4/1999, una
vez transcurridos tres meses desde la fecha de aquella solicitud (artículo 42.3 de la LRJAP-
PAC; actualmente, LPAC 39/2015).
En relación a dichos intereses, la base de cálculo será el importe de la certificación sin incluir
el IVA, como mantenía el Ayuntamiento demandado y la recurrente acepta en conclusiones,
es decir, 9.307.857 pts., el día inicial el 24 de julio del año 2001, el día final el 3 de abril del
año 2005, y el tipo de interés aplicable el fijado en las Leyes de Presupuestos Generales del
Estado correspondientes a cada período, incrementado en 1,5 puntos, determinándose la
cantidad que corresponda en ejecución de Sentencia con arreglo a estas bases y criterios.
Otro caso , en este contexto, es el enjuiciado por la STSJ Comunidad de Madrid n.º
374/2006, de 12 de abril de 2006, recurso contencioso-administrativo n.º 109/2004,
relativo, igualmente a un contrato de obras, reclamándose por el recurrente el pago de
intereses de demora. El Tribunal vuelve a emplear la terminología de pretensión
prestacional para identificar la acción de los artículos 29.1 y 32 de la LJCA y vuelve a
exigir que en estos casos el recurrente enfoque la pretensión adecuadamente en vía
administrativa (lo que parece correcto): «en definitiva lo que ocurre es que el nuevo
régimen de pretensiones articulado por la LJCA de 1998 impone a quien hace uso de ellas
en primer lugar que ante la Administración se indique si de lo que se trata es de que ésta
cumpla con una pretensión prestacional de dar, hacer o no hacer algo a su favor, o bien
que lo que se ejercita ante esa Administración es no ese derecho prestacional , sino una
solicitud que si no se cumple da lugar al nacimiento de un acto administrativo, positivo
o negativo, acto éste de carácter jurídico y no prestacional, el cual más tarde si es
positivo puede pedirse que se ejecute, y si es negativo puede combatirse ante los
Tribunales» 16).
Es muy interesante observar cómo ha calado la lógica del contencioso prestacional cuyo
quid es el ejercicio de un derecho o interés subjetivo a una prestación y no la
impugnación de un acto:
«Pero aquí, a diferencia de la pretensión del artículo 29.1, el objeto del proceso es un acto
administrativo, positivo o negativo, que tiene que haberse producido previamente en vía
administrativa, y no una pretensión prestacional, en la que en vía administrativa no se
produce acto administrativo alguno, por lo que en suma sólo el ejercicio adecuado por el
particular ante la Administración de su pretensión le va a permitir posteriormente articularla
ante los Tribunales de forma congruente con su ejercicio ante la Administración».
Se advierte una cierta confusión, no obstante, en la sentencia cuando parece equiparar
la falta de respuesta a la acción de anulación; en todo caso, lo fundamental se salva
considerando que no provoca indefensión el hecho de equivocarse en la identificación
de la acción: «o en otras palabras, que si la recurrente pidió el pago a la Administración
del importe de los intereses de demora por retraso en el pago de unas certificaciones
que ésta le adeudaba y esa petición no se hizo como el ejercicio de su derecho al
cumplimiento por la Administración de una prestación concreta a su favor, si la
Administración no contesta a esa petición, esa falta de respuesta no cabe articularla más
tarde ante un Tribunal como una pretensión a que la Administración le conceda esa
prestación a la que presuntamente tenía derecho, y en consecuencia no cabe que el
Tribunal enjuicie la cuestión como una mera pretensión de condena, regulada en el
artículo 29.1 de la LJCA, cuando previamente no se cumplió ante la Administración con
los requisitos preprocesales que regula este artículo».
Terminando esta referencia a este primer grupo de sentencias del STSJ de la Comunidad
de Madrid seleccionamos la de 13 de marzo de 2006, n.º 267/2006 (Ponente: Ilmo. Sr. D.
Rafael Estévez Pendás), donde al recurrente interesa que el Ayuntamiento de... realice la
prestación concreta a la que viene obligado en virtud de lo dispuesto en el Real Decreto
Legislativo 2/2000, de 16 de junio, y en consecuencia al pago de la cantidad de 42.150,42
euros en concepto de intereses de demora por el retraso en el pago de las certificaciones
(...), más los intereses (...). Es destacable cómo se ha introducido en nuestras
sentencias una forma de razonar distinta a la tradicional del principio revisor e
impugnatorio de actos . Pese a que pueda ser necesario pulir o matizar algunos de los
argumentos contenidos en la sentencia, lo cierto es que la jurisdicción contencioso-
administrativa da muestras de encajar la ratio de un contencioso prestacional, y ello
pese a que la LJCA ha previsto una pretensión en este ámbito referida a un supuesto
extravagante (y no al caso ordinario de la solicitud de actos o actuaciones). La sentencia
afirma examinar si procede una «pretensión prestacional de condena por la inactividad
de la Administración en el cumplimiento concreto de las prestaciones a las que estaba
obligada en virtud del contrato que adjudicó a la mencionada recurrente» 18).
Se han venido dictando en los últimos tiempos diversas sentencias que siguen esta
misma lógica 19).
Esto lo haríamos en relación con el ámbito propio de esta pretensión del artículo 29.1
de la LJCA, que parece ser, tal como se ha regulado por la LJCA de 1998, el de los casos
de inactividad propiamente dicha, no tanto el ámbito de la petición de actos (que se
cubre con la acción de anulación contra las denegaciones expresas o presuntas). Pero
incluso en tal ámbito propio se solapa su ejercicio con la pretensión de anulación contra
denegaciones presuntas o expresas de actos o pura inactividad. En puridad, la acción del
29.1 debería configurarse (todo lo más) como una variante de una pretensión
prestacional general, para casos en que es preciso estudiar la legalidad objetiva para
observar si se deduce un interés subjetivo capaz de pretender una prestación en caso de
inactividad. Pero, en puridad, no debería haber un supuesto específico , porque
basta con normalizar la acción prestacional para toda situación en que interese una
prestación, acto o actuación. Si hay inactividad o no, y merece ser estimado el recurso,
es un simple tema de estudiar la configuración de la ley aplicable, a fin de observar la
obligación administrativa y el derecho subjetivo. La «inactividad» no es un dato que
aporte algo suficiente como para amparar procesalmente un supuesto de una
pretensión específica para esa situación.
Sigamos analizando algún otro caso. Por ejemplo, la STSJ Extremadura n.º
2148/2002, de 18 de diciembre de 2002 . En el supuesto planteado el particular
pretende que el Ayuntamiento realice una prestación (es decir, la retirada y desalojo de
un palomar). Dice primeramente esta sentencia: «lo primero que debemos considerar es
si estamos ante un supuesto de inactividad previsto en el artículo 29, puesto que como
decimos la reclamación formulada por el actor, se hace al amparo de dicho precepto,
manifestando que el Ayuntamiento está obligado a realizar una prestación concreta».
Sin embargo, para esta sentencia no concurren en el presente caso los presupuestos del
artículo 29.1 y 32 de la LJCA, ya que esta regulación se refiere a «prestaciones concretas
y actos que tengan un plazo legal para su adopción, no admitiéndose con carácter
general e indeterminado». «En consecuencia, en el caso sometido a la deliberación de la
Sala, no nos encontramos frente a un supuesto de inactividad previsto en el artículo 29.1
de la LJCA (...). No existe una obligación de realizar una prestación concreta que no
precise de actos de aplicación puesto que la aplicación de lo resuelto por el
Ayuntamiento, conforme a la propuesta del Técnico de Medio Ambiente de la
Universidad Popular, requiere de determinación en la forma, momento y lugar, sin que
exista una prestación concreta a favor del actor, lo que nos conduce a desestimar la
petición de la actora en ejercicio de lo dispuesto en el artículo 29.1 de la Ley 29/1998» 20).
Así pues, en el mejor de los casos se reconducirá el supuesto a los modos ordinarios o
tradicionales de justicia. Si se enjuicia el supuesto desde la perspectiva estricta de los
artículos 29 y 32 de la LJCA no es fácil que prospere el asunto. Por ello puede no
convenir ejercitar la acción de este articulado cuando sea posible (que lo será siempre, o
casi siempre) echar mano de los cauces procesales ordinarios o tradicionales de justicia
administrativa.
Por no concurrir los presupuestos del artículo 29.1 de la LJCA, la STS de 24 julio 2000
desestima el recurso contencioso-administrativo interpuesto por don Juan Guillermo V.
L. contra la inactividad administrativa del Gobierno ante la decisión del Poder Ejecutivo
de la República Argentina de no tramitar las comisiones rogatorias emitidas por el
Juzgado Central de Instrucción 21):
«Queda así establecido que en ningún caso las normas del Convenio obligan a los Estados a
reaccionar en la forma indicada, sino que dentro del esquema jurídico en el que ha de
moverse la política exterior, cuya dirección se encomienda por la Constitución al Gobierno
(artículo 97), éste estaría facultado, pero en ningún caso “obligado”, para dar por terminado o
suspender el Tratado de Extradición con Argentina, en el hipotético supuesto más favorable
al actor, de que aquél considerara que este país lo hubiera violado gravemente, por lo que no
existiendo posibilidad de que se derivase de la Convención obligación alguna en sentido
técnico jurídico para el Estado español, aun contemplando la situación en el sentido más
próximo a las tesis del señor V. L., mal puede plantearse la idea de que esta inexistente
obligación genere un derecho a favor suyo, con un contenido concreto y determinado,
concreción de la que incluso carece el suplico de la demanda, en que la petición se remite a
que el Gobierno “adopte las medidas que considere más adecuadas para garantizar la
efectividad de la tutela judicial que requiere la diligencia de las comisiones rogatorias”,
vaguedad que no se compadece con la noción legal de obligación de realizar una prestación
concreta.
NOVENO. De todas formas no está de más señalar que la República Argentina, que es un
Estado de Derecho tan homologado internacionalmente como el Reino de España, no ha
realizado una negativa arbitraria, puramente voluntarista, al requerimiento contenido en las
comisiones rogatorias, sino que se ha acogido a su legislación interna y al artículo 30-2 del
Tratado de Extradición que –a su juicio– le permitía tomar la decisión adoptada por su Poder
Ejecutivo Nacional. Si ello fuere posible conforme a su propio ordenamiento, sería ante los
órganos judiciales del Estado argentino ante los que quien sea interesado podría intentar
remover esta decisión, pero lo que de ningún modo cabe, desde una perspectiva jurídica, es
que declaremos el derecho del recurrente a que el Gobierno de España le haga la prestación
de dar por concluido o suspender el Tratado, al no ser ésta una obligación, sino una mera
facultad del Gobierno y por eso inhábil para dar lugar al pretendido derecho del recurrente
en que se funda este proceso».
Es difícil que se den los presupuestos de esta acción tal como se ha configurado en la
LJCA. Y, en definitiva, lo importante será si materialmente el recurrente tiene o no
derecho a lo que pretende. Por ello se desestima el recurso del particular en el caso de la
sentencia del TSJ de Andalucía (Sala de Granada) de 27 de octubre de 2003
revocando la sentencia de instancia cuando declaró, estimando el recurso, que «ambas
administraciones, local y delegación provincial, deberán intervenir tal actividad fabril
sin legalizar adoptando las medidas necesarias y procedentes para llevar a cabo su
regularización legal, incluso si fuere necesario el cese de la actividad y clausura de sus
instalaciones».
Estos planteamientos hechos parecen servir también para explicar la STSJ Comunidad
Autónoma del País Vasco n.º 1013/2002 de 14 de noviembre de 2002 , donde tampoco
concurren los presupuestos previstos en el artículo 29.1 de la LJCA. Nos remitimos a la
lectura de esta sentencia. En definitiva, esta sentencia del TSJ del País vasco termina
concluyendo que no concurren los presupuestos de esta acción
«La conclusión de cuanto se ha expuesto es que no concurren los presupuestos exigidos por el
artículo 29 de la Ley Jurisdiccional para la interposición del recurso, ya que no existe norma
que obligue a la Administración a realizar una prestación concreta, ni existe acto
administrativo, contrato o convenio que le imponga el abono de dicha prestación concreta, ya
que no cabe reconocer al Reglamento comunitario aquella naturaleza sin la intermediación de
una norma autonómica o foral que establezca el régimen jurídico de las subvenciones, ni cabe
reconocer al oficio del Director de Agricultura eficacia directa sin el presupuesto normativo
habilitante . En conclusión, pese a que la actuación de la Administración dista mucho de lo
que constituye un normal funcionamiento de los servicios, ya que ha inducido a las
asociaciones recurrentes a acometer programas de gastos en la falsa creencia de que serían
subvencionados omitiendo seguidamente la debida diligencia para que pudieran acceder a
dichas subvenciones al no dictar la norma necesaria o bien al no transferir a la Diputaciones
Forales el presupuesto para que éstas lo ejecutaran junto a los programas que venían
desarrollando a través de los convenios, y finalmente ha imposibilitado la recepción de la
financiación comunitaria prevista por el Reglamento (CE) 1221/97, es lo cierto que para que
las asociaciones recurrentes tuvieran derecho a la subvención de tales gastos, o dicho de otro
modo, para que éstos merecieran la consideración de prestación obligatoria desde la
perspectiva del artículo 29 LJCA, sería de todo punto necesario una previsión normativa que
habilitara el gasto . Lo anteriormente razonado conduce a la desestimación del recurso, sin
perjuicio de las acciones que asistan a las organizaciones recurrentes desde otras
perspectivas jurídicas frente a la actuación de la Administración recurrida».
Antes de extraer conclusiones, podemos citar algún ejemplo más. También refleja esta
ratio la STS de 21 de enero de 2002 cuando afirma que, en el plano de la inactividad
material derivada de disposiciones generales que no precise actos de aplicación, no se
permite a los órganos jurisdiccionales sustituir a la Administración en aspectos de su
actividad no prefigurados por el Derecho. El supuesto se refiere a un caso de
inactividad, por un lado, y de protección de los derechos fundamentales, por otro lado.
Singular (y relevante para la práctica) puede ser observar seguidamente cómo este tipo de
prestaciones pueden, en nuestro sistema procesal, alcanzarse por los cauces procesales
ordinarios o tradicionales de las pretensiones de tipo anulatorio previa creación de un
acto administrativo expreso o presunto.
Además, curiosamente esta sentencia citada en último lugar consigue ser un ejemplo de
la doctrina (que se expondrá en este libro en el capítulo siguiente) de la posibilidad de
ordenar conductas administrativas positivas cuando la Administración tiene
discrecionalidad para actuar (véase el capítulo siguiente). Dice la sentencia:
«SEXTO. El mandato constitucional de proteger la salud (art. 43 CE), y el medio ambiente (art.
45 CE) engloban en su alcance la protección sobre la contaminación acústica. Cuando la
exposición continuada a unos niveles intensos de ruido ponga en peligro la salud de las
personas, esta situación puede implicar una vulneración del derecho a la integridad física y
moral (art. 15 CE). El Tribunal Constitucional ha precisado, en relación al art. 18 CE, que su
objeto hace referencia a un ámbito de la vida de las personas excluido tanto del conocimiento
ajeno como de las intromisiones de terceros, delimitándose dicho ámbito en función del libre
desarrollo de la personalidad, correspondiendo uno de dichos ámbitos al domiciliario al ser
aquel en el que el individuo ejerce su libertad más íntima, pudiendo el ruido constituir un
factor de alteración del contenido del art. 18 CE, teniendo relevancia jurídica la agresión
acústica, según el Tribunal Constitucional, siempre que sea continuo, insoportable y
evitable».
Similar ocurre con la STS de 1 de octubre de 2008 cuando afirma que si existe
discrecionalidad de la Administración lo pertinente es acudir a la vía de la creación de
un acto denegatorio.
Pueden finalmente citarse otras sentencias de condena (en general) en este mismo
contexto, a cuya lectura nos remitimos y que simplemente se reseñan:
Cuarto, la STSJ Canarias, Las Palmas, n.º 417/2003, de 23 de julio de 2003 en materia
de contratos de gestión de servicio público y derechos del contratista.
Octavo, STS de 30 de diciembre de 2015 (JUR 2016, 31953) por la que se ordena a la
Comunidad de Madrid a pagar a la Universidad Complutense de Madrid sumas elevadas
cuya procedencia parte de planes o convenios o compromisos no cumplidos por esta
última (la vía parece que fue la tradicional de formular un requerimiento y ejercitar
una acción materialmente prestacional contra la denegación de la prestación
requerida).
Noveno, STSJ de 15 de marzo de 2016 (recurso número 500/2015) del TSJ de Andalucía
(sede de Sevilla) declara pertinente la acción de inactividad en un caso en que se había
impartido un curso para la Administración, pero esta no aportaba la subvención
comprometida.
No obstante, corroboramos cómo esta pretensión de los artículos 32 y 29 es, más bien,
una pretensión contra la inactividad pensada para supuestos complejos. En el Derecho
español el cauce ordinario para lograr una prestación, sin perjuicio de la nueva acción
del artículo 29.1, puede seguir siendo la que se ejercita a través de los cauces procesales
tradicionales de la LJCA de 1956, que mantiene la LJCA de 1998, es decir, el marco
general impugnatorio y anulatorio, creando actos para su revisión posterior.
En el fondo, a efectos de la praxis, primará la realidad material del caso: por tanto,
asimismo, por la vía de los artículos 32 y 29 de la LJCA podrán obtenerse condenas a
actuaciones, actos o prestaciones.
Esta pretensión del artículo 29.2 tiene por objeto la ejecución de un acto firme (dice el
precepto: «cuando la Administración no ejecute sus actos firmes podrán los afectados
solicitar su ejecución, y si ésta no se produce en el plazo de un mes desde tal petición,
podrán los solicitantes formular recurso contencioso-administrativo, que se tramitará
por el procedimiento abreviado regulado en el artículo 78»).
“La sentencia del Tribunal Supremo de 27 de enero de 2006 (RJ 2006, 2719) declara la
posibilidad de acudir a la vía del artículo 29.2 de la Ley 29/1998, de 13 de julio
reguladora de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, para la ejecución de un acto
firme producido por silencio positivo cuando dice: “el acto presunto positivo es un
auténtico acto administrativo ( artículo 43.3. de la Ley 30/92 (RCL 1992, 2512, 2775 y RCL
1993, 246) ), y, como tal, puede ser ejecutado, a falta de voluntad de la Administración,
acudiendo al proceso del artículo 29.2 de la Ley 29/98 (RCL 1998, 1741) , porque este
precepto no excluye de su ámbito a los actos presuntos, ni tiene sentido alguno que se
deduzca la exclusión por vía interpretativa, vista la claridad de aquel artículo
43.3”. Como ha declarado la reciente Sentencia de la Sala de lo Contencioso-
Administrativo del Tribunal Supremo del 9 de Diciembre del 2010 (RJ 2010, 8912) (rec.
1927/2008): “Lo que no resulta posible es desvirtuar la regulación del silencio positivo,
tras la reforma de la Ley 30/1992 por la Ley 4/1999, para evitar que los actos obtenidos
en su virtud tengan los mismos efectos que los obtenidos de forma expresa. La
Administración, cuya inactividad ha provocado la respuesta estimatoria presunta,
carece ya de la posibilidad de ignorarlos (ni de contradecirlos por actos ulteriores
desestimatorios de las solicitudes estimadas) si no es a través de los medios de revisión
que aquella Ley establece”.
Podemos comentar algunas de las sentencias que se han venido dictando en los últimos
años en aplicación del artículo 29.2 de la LJCA de 1998. Nos interesa observar sus
razonamientos y, en especial, los casos en que se consolida el ejercicio de esta
pretensión en la práctica.
Un primer ejemplo (entre otros posibles) puede ser la sentencia del Tribunal Supremo
de 27 de enero de 2006 , rec. 66/2004. La materia se refiere a la renovación de un
permiso de residencia en virtud de silencio positivo. El asunto llega al Supremo porque
en instancia se había tramitado el asunto en una Sala, por la vía del procedimiento
ordinario, pero con ciertos matices (nos consta que esta pretensión se ejercía en los
Juzgados y mediante procedimiento abreviado). Se plantea primeramente la cuestión de
la posible inadecuación del procedimiento abreviad o, ya que la Sala de lo Contencioso-
administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña había resuelto por auto la
inadecuación del procedimiento abreviado previsto en el artículo 29 de la Ley
Jurisdiccional 29/1998, «sin perjuicio de acomodar el mismo a los trámites del recurso
contencioso-administrativo ordinario, y se ordenó dar traslado a la parte recurrente a
fin de que en el plazo de veinte días siguientes a la notificación del citado auto formule
la parte actora el correspondiente escrito de demanda, si a su derecho interesase». Este
enfoque procedimental encubría un problema de fondo que advirtió perfectamente el
TS:
«El TS entiende que “bajo el ropaje de un mero cambio de procedimiento (a saber, del
abreviado, que la Sala consideró inadecuado, al ordinario cuyo seguimiento posibilitó)”, lo
que el Tribunal de instancia decidió fue en realidad la cuestión de fondo, pues lo que dijo
muy claramente en el auto de 28 de marzo de 2003 fue que el silencio positivo, cuya ejecución
se solicitaba por la vía del artículo 29.2 de la Ley Jurisdiccional, no se había producido. Como
tal decisión de la cuestión de fondo, debió adoptar la forma de sentencia, como todas las
decisiones que estudian y resuelven las pretensiones que las partes ejercitan. (Tan se decidió
en tal ocasión la cuestión de fondo que, en realidad, carecía de sentido que a la vez se
ordenara la continuación del proceso por los trámites del ordinario, porque la Sala ya había
denegado la pretensión del actor al razonar muy claro y extensamente que no existía silencio
positivo, de forma que no había ya nada más que resolver). Como decimos, esa denegación de
la pretensión del actor debió hacerse en sentencia, y como tal serán tomados los autos
impugnados, a los efectos de que este Tribunal Supremo adopte ahora la decisión que
corresponda. Precisamente porque la resolución, al resolver la cuestión de fondo, debió
adoptar la forma de sentencia es por lo que este recurso de casación es admisible, pues no lo
sería en otro caso (artículo 87-1 de la Ley Jurisdiccional 29/1998)».
«SEXTO. Pues bien, procede declarar haber lugar al recurso de casación y estimar el recurso
contencioso-administrativo. Y ello porque el procedimiento del artículo 29.2 de la Ley 29/1998
es adecuado para la ejecución de actos presuntos ganados por silencio positivo, y, además,
porque en el presente existe un acto presunto concreto cuya ejecución puede pedirse por ese
trámite.
II) Puestos, por lo tanto, a examinar si en el presente caso se produjo o no el silencio positivo
a que se refiere el artículo segundo de la Disposición Adicional Primera de la Ley 4/2000 de 11
de enero, la respuesta debe ser positiva. Por las siguientes razones:
2. En el presente caso la prórroga se solicitó en fecha 13 de mayo de 2002, sin que se hubiera
notificado resolución alguna cuando en fecha 8 de noviembre de 2002 el interesado instó la
“ejecución” del acto presunto y la entrega de la renovación pretendida.
Así que es claro el transcurso de tres meses desde la solicitud, y, por lo tanto, que la
renovación fue concedida por silencio positivo.
4. También es cierto que en fecha 22 de julio de 2002 la Administración dictó una resolución
denegatoria de la renovación pretendida. Pero esta resolución se envió para su notificación a
la calle donde vivía el interesado, pero sin expresión del número, de forma que fue devuelta
por el Servicio de Correos con la nota de que los datos eran insuficientes porque faltaba el
número de la calle. Sin más, la Administración ordenó la publicación en el Boletín Oficial de
la Provincia, que se llevó a cabo el 14 de septiembre de 2002 (fuera, pues, incluso, del plazo de
los tres meses). Naturalmente, este intento de notificación personal que no se hizo con los
requisitos mínimos de diligencia que son exigibles a la Administración, no puede
considerarse un “intento de notificación” a los efectos del artículo 58.4 de la Ley 30/1992,
porque este intento ha de ser realizado, no donde a bien tenga la Administración, sino en el
domicilio que el solicitante haya designado.
SÉPTIMO. En conclusión, existía acto presunto positivo, y su ejecución podía solicitarse, como
se hizo, por los trámites del artículo 29.2 de la Ley Jurisdiccional 29/1998, razón por la cual
procede declarar haber lugar al recurso de casación y estimar el contencioso-administrativo».
« E instada la ejecución de dicho acto presunto firme y ejecutivo (arts. 56 y 94, idem) mediante
escrito presentado con fecha de 14 de octubre de 2003 y no habiéndose llevado a cabo la misma
en el plazo del mes siguiente, la interposición del recurso jurisdiccional (21 enero 2004) se
encuentra dentro del plazo establecido para ello conforme a los artículos 29.2 y 46.2, de la Ley
29/1998 . (...) Y tampoco cabe entender que el recurso debiera interponerse a los tres meses del
transcurso del plazo para resolver la alzada, porque la actora acudió al procedimiento de
inactividad y de ejecución de acto firme. Siendo el objeto del presente procedimiento es la
condena a la Administración Autonómica a ejecutar el acto firme de reconocimiento de
deuda, tal y como fue solicitado por la actora, no procede por esta Sala un pronunciamiento
que implique una modificación de lo concedido por la demandada conforme a lo dispuesto en
la propia Exposición de Motivos de la Ley 29/1998, que afirma que la sentencia de condena
ordenará el cumplimiento de las obligaciones administrativas en los concretos términos en
que estén establecidas. En consecuencia ni procede que la Sala condene a un abono de cantidad
distinta a la reconocida por la Administración ni permite admitir las alegaciones de ésta en el
sentido de estimar otras causas como la prescripción de la deuda, o caducidad del
procedimiento puesto que ello sería dejar sin efecto un acto administrativo firme sin proceder a
su revisión por el procedimiento legalmente establecido ».
Esta acción procede, por tanto, para obligar a la Administración a cumplir el derecho
que ha otorgado por silencio positivo, cuando tal silencio es la regla en el caso en
cuestión, tal como viene a proclamar la STS de 16 de enero de 2015 (RJ 2015, 276),
declarando procedente la vía del artículo 29.2 de la LRJCA respecto de una petición
previa de información ambiental no contestada por la Administración, causando por
tanto silencio positivo. La sentencia concluye que el silencio es positivo, y, acto seguido,
la procedencia de esta acción.
A los efectos del artículo 29.2 de la LJCA interesa destacar que en este caso el Juzgado
considera que no procede entender que se ha producido silencio positivo, con lo cual
rechaza la pretensión principal del actor. Pese a ello, se estima la reclamación
formulada con carácter subsidiario por el recurrente frente al Ministerio de Justicia,
Secretaría de Estado, en reclamación de las cantidades devengadas y no satisfechas,
declarando que la resolución desestimatoria, por silencio administrativo, de dicha
reclamación no es ajustada a Derecho y en consecuencia procede anularla. No procedía
el silencio positivo ya que «la disposición vigésimo novena de la Ley 14/2000, de 29 de
diciembre, de medidas fiscales, administrativas y de orden social (posteriormente
modificada por el artículo 69 de la Ley 24/2001, de 27 diciembre, de medidas fiscales,
administrativas y de orden social), excluye de la regla general del silencio positivo, los
procedimientos regulados en el citado Real Decreto 469/1987, cuya resolución implique
efectos económicos».
Según la STSJ las Islas Canarias, Las Palmas, n.º 709/2004, de 10 de septiembre de
2004 el objeto del recurso es «la actividad impugnable» o «inactividad material»
consistente en la inejecución de un acto firme pese a la solicitud de ejecución formulada
y una vez que ha trascurrido el plazo de silencio administrativo positivo. Verificada la
concurrencia de estos hechos por la Sala, decreta ésta la ejecución procedente obligando
al pago a favor del contratista de los intereses de demora que se le adeudan. La
sentencia argumenta:
– «Claro está que este remedio no permite a los órganos judiciales sustituir a la
Administración en aspectos de su actividad no prefigurados por el derecho, incluida la
discrecionalidad en el «cuándo» de una decisión o de una actuación material».
– «De ahí que la Ley se refiera siempre a prestaciones concretas y actos que tengan un
plazo legal para su adopción y de ahí que la eventual sentencia de condena haya de
ordenar estrictamente el cumplimiento de las obligaciones administrativas en los
concretos términos en que estén establecidas».
– Por otra parte, esta sentencia se hace eco de la doctrina constitucional que impone un
cambio de razonamiento procesal a las sentencias del orden contencioso-administrativo.
Y finalmente es interesante leer estas líneas: «Resulta evidente a las alturas históricas en
que se encuentra nuestra sociedad, sujeta a las reglas del Estado de derecho, no basta
con que la jurisdicción contencioso-administrativa revise actos y disposiciones
administrativas ( sentencia del TSJ de la CV 1061/2003 de 5 de junio de 2003).
No procede la acción del artículo 29.2 de la LJCA cuando no se parte de un título claro e
indubitado, en este caso de un acto presunto firme del reconocimiento de deuda por
parte de la Administración demandada sin que se pueda utilizar este procedimiento
meramente ejecutivo ( sentencia del TSJ de Asturias de 11 de noviembre de 2005, [JUR
2005, 2006] , 15606; similar STS de 20 de julio de 2012 [RJ 2012, 8504] ).
Esta acción del 29.2 consolida un ámbito de actuación en casos de inactividades por
inejecuciones de pagos (otra referencia más es en este sentido la SAN de 25 de mayo
de 2005 [RJCA 2005, 1027]). Debiéndose, como acabamos de apreciar y es testimonio esta
misma sentencia de 25 de mayo de 2005, evitar interpretaciones rigoristas procesales en
este ámbito de las acciones de inactividad para evitar problemas de indefensión
derivados de inadmisiones rigoristas.
Otros ejemplos, pues su aplicación no es infrecuente, son STSJ de Castilla y León –Sala de
Valladolid– de 26 de octubre de 2007; STSJ de Canarias –Sala de Tenerife– de 7 febrero
2001, etc.
Ahora bien, si la Sala se da cuenta del error en el momento de dictar sentencia, lo que
procede es resolver el caso, obviamente sin iniciar de nuevo un abreviado. Así lo prevé
la STSJ de Extremadura de 16 de junio de 2006 (JUR 2006, 215366). En este caso, se
había tramitado por el procedimiento ordinario, en vez del abreviado, pero ello no
impidió el enjuiciamiento de fondo conforme al citado artículo 29.2: «ahora bien,
tramitado el proceso, como lo ha sido, a través del cauce procedimental ordinario, en
lugar del legalmente previsto para dar curso a la pretensión efectivamente suscitada,
entendemos que no cabría considerar necesaria una conversión del procedimiento, una
vez agotada la tramitación de éste, por imperativo del principio de proscripción de la
indefensión, sobre la base de que la nulidad de lo actuado y la correlativa reiteración de
trámites que sea ajustada a las exigencias del procedimiento abreviado, regido por los
principios procesales de oralidad, inmediación y concentración, no añadiría mayores
garantías para la defensa de las respectivas pretensiones de las partes que aquéllas de
que ya han gozado éstas, las cuales han tenido ocasión de formular cuantas alegaciones,
proponer cuantas pruebas y efectuar las conclusiones que han tenido por conveniente,
sin restricción alguna y porque en cualquier caso, la superposición a lo actuado del
juicio oral previsto en el artículo 78.5 y siguientes apartados, constituiría una duplicidad
de trámites innecesaria (...)».
Ahora bien, puede ocurrir que el recurrente esté forzando la vía del artículo 29.2 de la
LJCA entendiendo que se ha producido un acto por silencio y que se le ha declarado un
derecho intentando hacer ver que el contencioso solo ha de versar sobre la ejecución de
tal acto creado por silencio que a su vez le otorga el derecho que al recurrente interesa.
Y, sin embargo, puede que no esté tan claro el tema y que sea preciso un debate sobre la
procedencia o no del supuesto derecho, por la vía por ejemplo, del artículo 29.1. En vez
de inadmitir o desestimar, por no concurrencia de los presupuestos debidos (del artículo
29.2) nos parece correcto dar oportunidad procesal al interesado para que tenga un
juicio de fondo.
Por lo tanto, el caso se refiere a una reclamación de abono de factura de obras e intereses por
la vía del artículo 78 de la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa (procedimiento
abreviado) , por remisión del artículo 29.2 de la misma.
Sin embargo, la anterior doctrina no puede aceptarse, y por consiguiente no puede estimarse
la pretensión de la actora, pues, aunque, efectivamente, nos encontramos ante una inactividad
de la Administración, ésta no puede dar lugar a la existencia de un acto firme a través de la
figura del silencio administrativo positivo, sino que contiene un incumplimiento derivado de un
contrato de obras, y consistente en no «realizar una prestación concreta a favor de una o varias
personas determinadas» . En consecuencia, la reclamación que en su día formuló la actora
inició una vía administrativa, pero ésta, no pudo suponer una forma de formalización de la
inactividad, generadora de la situación de silencio para posibilitar la impugnación –como se
pretende por la parte actora–, sino lo único que buscó fue el cumplimiento material de la
prestación derivado del contrato de obras concertado, y es ésta la razón por la que el artículo
29 de la Ley jurisdiccional, en su punto 1, establece que si, «la Administración no hubiere
dado cumplimiento a lo solicitado o no hubiera llegado a un acuerdo con los interesados,
éstos pueden deducir recurso contencioso-administrativo contra la inactividad de la
Administración», completado dicho precepto por el artículo 32.1 de la misma Ley, «cuando el
recurso se dirija contra la inactividad de la Administración pública, conforme a lo dispuesto
en el artículo 29, el demandante podrá pretender del órgano jurisdiccional que condene a la
Administración al cumplimiento de sus obligaciones en los concretos términos que estén
establecidos».
Siendo esto así, vista la oposición material efectuada por la Administración demandada,
procede la desestimación de la demanda por inadecuación del «procedimiento», pues no cabe
el «abreviado» seguido, al no encontrarnos ante un acto firme, sino ante un supuesto de
incumplimiento del artículo 29.1 de la Ley Jurisdiccional, justificado por la demandada en el
incumplimiento a su vez de la actora en la ejecución del contrato, por lo que debería haberse
seguido, por tanto, el «procedimiento» ordinario.
Los anteriores razonamientos, y en base a los mismos, es lo que permite a esta Sala apartarse
de sus anteriores pronunciamientos sobre la materia hechas en anteriores sentencias por no
encontrarnos ante la existencia de un acto administrativo, sino ante un incumplimiento de la
Administración.
«Puestas así las cosas, y con el fin de agotar el principio de tutela judicial efectiva procede que
se reserve a la actora el derecho, si le conviniere, de interponer el recurso contencioso-
administrativo, a seguir, por el procedimiento ordinario, en el plazo de dos meses, a contar
desde la firmeza de la presente resolución» .
A. EL POSIBLE DEBATE
Conviene hacer unos comentarios teóricos , o lege ferenda , tras los comentarios
prácticos que acaban de hacerse sobre el funcionamiento del sistema de pretensiones en
la praxis procesal.
Como ya nos consta, tras la LJCA de 1998 puede seguir argumentándose que la acción
procesal es en nuestro Derecho el vehículo único por el que puede a priori alcanzarse
todo tipo de pronunciamiento judicial; por el que es posible plantear todo tipo de
peticiones o alegaciones; por el que se puede impugnar un acto de gravamen, o se puede
impugnar la denegación expresa o presunta de una solicitud formulada en vía
administrativa requiriendo un acto o actuación de la Administración.
En este segundo ámbito se han añadido, tras la LJCA de 1998, las acciones de los
artículos 29 y 32, conviviendo, pues, dos acciones en un ámbito más o menos similar
(esta del artículo 29 y la tradicional anulatoria referida), sin poner por tanto en
entredicho esas características esenciales de tal modelo de acción única, que persiste, en
el sentido expuesto de lograr todo tipo de posible pronunciamiento, incluso los que se
pueden pretender mediante el artículo 29.
Es decir, sin perjuicio de tales acciones nuevas, puede decirse que en nuestro Derecho,
en puridad, puede seguir afirmándose que la acción procesal sigue configurándose
del modo instrumental de servir de acceso simplificado a la jurisdicción mediante la
impugnación de actos administrativos a fin de permitir al recurrente plantear las
peticiones o alegaciones de fondo que interesen obviando cualquier tipo de disquisición
formal que pudiera impedir el acceso a la jurisdicción.
Veamos las ventajas de ambas opciones haciendo ver al mismo tiempo las posibles
desventajas.
Sobre las ventajas del sistema tradicional español, que persiste en la praxis tras la LJCA
de 1998 en la forma expuesta (ya que mediante la acción en sentido tradicional se puede
conseguir cualquier pronunciamiento) se dice que se logra evitar cualquier tipo de
complicación procesal, o de formalismo, o traba en el ejercicio de los derechos que
pueda perturbar el acceso a la jurisdicción. Se trata así de facilitar, de esta forma, el
acceso al juzgador a fin de que éste centre su enjuiciamiento directamente en el
otorgamiento o no de aquello que interesa al justiciable, sin detenerse en disquisiciones
formales de tipo procesal, debate éste perturbador para el recurrente, evitando
situaciones de indefensión. Todo esto, se razona por comentaristas o autores, viene a ser
la ventaja del tradicional sistema procesal contencioso-administrativo español, que en el
fondo ha mantenido esencialmente la LJCA 1998: lejos de ser una carencia, es una virtud
este modelo de acción única con la que se puede resolver cualquier situación procesal
que interese (sin perjuicio de haber añadido, como posible refuerzo que no altera esa
concepción de acción única, las acciones del artículo 29.1 de la LJCA con el alcance
expresado).
Todo ello sin olvidar que, pese a hacerse alarde de flexibilidad, ésta termina siendo
discutible porque no siempre vienen siendo «tan flexibles o antiformalistas» como uno
pudiera en principio suponer, nuestros tribunales, en el acceso mismo a la jurisdicción,
como lo corrobora el hecho de que se inadmiten recursos que por ejemplo, no consignan
bien el acto o la actuación (por todos, puede verse J.F. MESTRE DELGADO, REDA , 66, 1990, p.
295).
Y sin tampoco ignorar que el formalismo (incluso si fuera el caso) a veces «es
estrictamente necesario para el mantenimiento del sistema jurídico, cuando garantiza a
la vez los principios de seguridad jurídica, legalidad y buena administración» (STJCE de
5 de diciembre de 1963, asunto Société Anonyme Usines Émile Hericot).
Cierto que la evolución social ha conducido a que las diferencias entre ambos posibles
modelos , es decir, el de acción anulatoria única (con sus variantes) y el de dos acciones
separadas (también un modelo que tiene sus ventajas), sea hoy (a efectos prácticos) de
matiz.
–Normalización por tanto de los pronunciamientos de condena para que esta deje de
referirse a casos extravagantes (condena a la Administración a que reforme y complete la
oferta de empleo público, STS de 17 de mayo de 1996; condena a la Administración a que ésta
dicte normas, STS de 13 de abril de 1994; STS de 30 de abril de 1992; STS de 6 de julio de 1992),
desestimándose casi siempre el recurso, línea que ha confirmado la nueva LJCA de 1998 y sus
artículos 32 y 29.
–En puridad, no existen pretensiones que impugnan la inactividad . Se trata del ejercicio
de un derecho a una prestación cuando la norma lo permita. El reconocimiento o previsión
legal de una acción a una prestación no significa «más derechos», sino solo una mayor
certeza en que el pronunciamiento va a ajustarse a la acción, tras normalizarse esta. Pero el
éxito del recurso dependerá de la norma y de si ésta abre la posibilidad de afirmar un
derecho o interés legítimo.
–En presencia de alguno de estos presupuestos habría que admitir que el Tribunal ha podido
reducir la discrecionalidad a cero, es decir, a una única decisión o actuación, pudiendo
entonces ordenar a la Administración a que actúe frente a un determinado sujeto.
« Las acciones meramente declarativas por las que se pretende la constatación, con fuerza de
cosa juzgada y por medio de un fallo judicial, de la existencia o inexistencia de un
determinada relación jurídica, se admiten por la doctrina y la jurisprudencia “condición de que
su utilización esté justificada por una necesidad de protección jurídica” (SS. 22 de septiembre de
1944 y 10 de marzo de 1961, del Tribunal Supremo), por una especial motivación determinada
por el interés del actor “en que se ponga en claro su derecho, al ser denegado o desconocido
por el demandado” (S. 7 enero 1959, del Tribunal Supremo), concediéndose en consecuencia
“únicamente” cuando el demandante tenga un interés legítimo en que esa relación jurídica
puesta en duda controvertida sea inmediatamente declarada (SS. 9 abril 1949 y 10 abril 1954,
del Tribunal Supremo) y no pueda utilizar otra acción (S. 2 diciembre 1966, del Tribunal
Supremo), por lo que la jurisprudencia ha venido exigiendo, como requisito esencial, para el
ejercicio de cualquier acción meramente declarativa: a) que exista una duda controversia
sobre la situación jurídica del actor tan fundada que pueda temerse por su seguridad y b) que
el peligro temido sea de tal naturaleza que para evitarlo sea precisamente la declaración
judicial la única medida adecuada y posible (S. 9 enero 1968, del Tribunal Supremo).
Igualmente, el interdicto de recobrar se emplea de forma no acorde a sus fines, abusando por
tanto de este remedio procesal, cuando se ejercita para solicitar la demolición de una obra,
«obra que obviamente no se realiza en poco tiempo, de forma sorpresiva o clandestina, sino
que tuvo que ser observada por la actora vecina de la misma localidad y que pudo y debió
ejercitar el interdicto de obra nueva o aminorando los graves perjuicios que ocasionó la
interposición de un interdicto posesorio» (SAP de Cádiz de 30 de noviembre de 1998,
apoyándose expresamente en la abuso de derecho recogido en el art. 11 de la LOPJ).
Así pues, entre las distintas acciones o recursos existe una relación procesal. A veces unos son
subsidiarios respecto de otros.
«Para que la acción de resolución proceda es preciso que la parte que la ejercite haya cumplido
con las que le incumben » (STS de 9 de octubre de 1987; igualmente, la STSJ de Cantabria, de 2
de septiembre de 1998: «la jurisprudencia mantiene la aplicabilidad de los principios
contenidos en el Código Civil, de suerte que también aquí la facultad de resolver se entiende
implícita en favor de la parte que cumple y en contra de la que incumple sus obligaciones,
con la consecuencia de que para que la acción de resolución proceda es preciso que la parte
que la ejercite haya cumplido con las que le incumben» 31)).
Se presupone que para poder exigir obligaciones hay que cumplir con las propias. Esta
lógica general se expresa Asimismo, por la STS de 3 de febrero de 1989, «la parte que
incumple no podrá pedir la resolución, como lógica consecuencia de que el
incumplimiento por una de las partes faculta a la otra para postular la resolución,
siendo esto lo que hizo la empresa adjudicataria al ver que a pesar del tiempo
transcurrido las obras no se realizaban, circunstancia que fue aprovechada por el
Ayuntamiento ante la falta de presupuesto, a pesar de las necesidades que reconoce que
el pueblo tenía en el aspecto deportivo y ello aun cuando se aprobó el aumento del valor
de la obra, siendo independiente el hecho de que no pudiera obtener las subvenciones
deseadas pues a ello es ajena la empresa adjudicataria» 32).
«Nos explica la doctrina que una consecuencia de las relaciones obligacionales es que “cada
parte puede rehusar o rechazar el cumplimiento de la obligación prevista a su cargo,
mientras la otra parte no cumpla con la suya. A la inversa, ninguna de las partes puede
demandar el cumplimiento de la obligación contraria, sin cumplir u ofrecer el cumplimiento
de la obligación propia (exceptio non adimpleti contractus) ”, porque “todo obligado puede
justamente no ejecutar su prestación mientras no cumpla la suya la otra parte”, doctrina que
ESPÍN ( ADC , 1964, p. 64) fundamentaba en el art. 1100 del CC. “El obligado puede rehusar
totalmente la prestación a su cargo si el cumplimiento del actor ha sido parcial o defectuoso”.
Los efectos de la “excepción de incumplimiento obligacional constituye una medida de
defensa cuyo efecto primordial es una suspensión provisional del cumplimiento de la
obligación del demandado”. Y es que en estos casos “contemplada desde esta perspectiva, la
resolución encuentra su fundamento en la idea de sanción y se configura como una acción
que se impone a la parte incumplidora”. “Constituye el cumplimiento de la obligación la
exacta realización de la prestación debida, cualquiera que sea la naturaleza de ésta y más allá
del pago”» 35).
Toda esta doctrina inspira el desarrollo de este principio, pese a que en el Derecho
administrativo se plantea una propia problemática. Por un lado, no puede ignorarse en
el Derecho administrativo su aplicación (de hecho, los tribunales y juzgados la aplican).
Por contrapartida, no puede aplicarse sin obviar los caracteres propios de este
ordenamiento. Esto quiere decir que esta lógica obligacional nunca podrá llevar a
sacrificar un interés público o el principio de legalidad. Pero, si supera este filtro, puede
afirmarse su aplicación como garantía del particular afectado por una situación injusta.
Lo más normal es que sirva de refuerzo de principios jurídico administrativos bien
consolidados, como por ejemplo, los de interdicción de la arbitrariedad o
proporcionalidad o equidad. No obstante, podrá adecuarse a la realidad del caso mejor
que estos otros principios. Por otro lado, este principio jurídico-administrativo según el
cual «quien incumple no puede obligar al cumplimiento» puede ayudar a resolver
casos de inactividad de la Administración si ésta obliga a los particulares a soportar
un determinado gravamen pese a que ella incumple una obligación que parte de la
misma norma y que se sitúa en la misma relación jurídica. Se trata de profundizar en la
búsqueda de soluciones en relación con la inactividad, al margen del caso en que al
particular interesa romper con la inactividad (esto último es lo más común; artículo 29
de la LJCA 29/1998; STSJ de Murcia de 30 de abril de 2009 37)). Más bien, se trata de casos
en que, en un contexto de inactividad, interese al administrado alegar el
incumplimiento de la Administración para pretender el cese de la obligación o
gravamen que se le impone o, dado el caso, la propia nulidad del acto o plan del que se
derivan las obligaciones, partiendo de que no se puede obligar cuando quien lo
pretende está incumpliendo su obligación. La situación puede ser típica en Derecho
administrativo en el contexto de la arbitrariedad.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Téngase en cuenta que, como es usual, se emplean en el texto los términos «pretensión»
y «acción» como sinónimos, pese a que la «acción» tiene un concepto en realidad
diferente (por todos J. ALMAGRO NOSETE/V. GIMENO SENDRA/V. CORTÉS DOMÍNGUEZ/V. MORENO
CATENA, Derecho procesal. Parte General. Tomo I, Vol. 1 , Valencia, 1986).
Sobre la STS de 25 de abril de 1989, por todos, J. BAÑO LEÓN, en J. ESTEVE PARDO y otros,
Derecho del medio ambiente y Administración local , Madrid, 1996, p. 617.
Citamos una vez más el trabajo de E. GARCÍA DE ENTERRÍA, «Sobre los derechos públicos
subjetivos», REDA , 6, 1975, pp. 427 y ss.; y S. GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, Problemas procesales
actuales de la jurisdicción contencioso-administrativa , Madrid, 1993; asimismo, La
jurisdicción contencioso-administrativa en Alemania , Madrid, 1992; «La tutela procesal
del ambiente», Revista Catalana de Derecho Público. Autonomies , 18, 1994, pp. 305 y ss.;
y «El ruido: la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Valencia de 7 de marzo de
1997», REALA , 276, 1998, pp. 233 y ss.
FOOTNOTES
1
3
D. CÓRDOBA CASTROVERDE, «¿Son impugnables las Circulares e Instrucciones de la Administración?»,
El Derecho , 21.06.2017
Para la STS de 16 de enero de 1998 «la doctrina de esta Sala es, sin duda, restrictiva en relación
con el control de las omisiones reglamentarias, tanto desde el punto de vista formal de su
acceso a la jurisdicción como desde el punto de vista material o sustantivo, referido al
contenido y alcance que corresponde a la función revisora del Tribunal. En efecto, la
consideración de que la potestad reglamentaria se encuentre íntimamente vinculada a la
función político-constitucional de dirección política del Gobierno reconocida en el artículo 97 de
la Norma Fundamental dificulta que aquél pueda ser compelido por mandato derivado de una
sentencia a su ejercicio en un determinado sentido, o dicho en otros términos, que pueda ser
condenado a dictar un Reglamento con un determinado contenido, lo que excedería de las
facultades de la Jurisdicción. Únicamente cabe apreciar una ilegalidad omisiva controlable
jurisdiccionalmente, cuando, siendo competente el órgano titular de la potestad reglamentaria
para regular la materia de que se trata, la ausencia de previsión reglamentaria supone el
incumplimiento de una obligación expresamente establecida por la ley que se trata de desarrollar
o ejecutar, o cuando el silencio del Reglamento determine la creación implícita de una situación
jurídica contraria a la Constitución o al ordenamiento jurídico . Aunque en este caso de omisión
reglamentaria relativa, el restablecimiento de la supremacía de la Constitución o de la Ley
pueda consistir en negar simplemente eficacia jurídica al efecto derivado de dicho silencio del
reglamento contrario al ordenamiento jurídico, sin imponer a esta norma un determinado
contenido» (véase también, con interesantes matices, la STS de 8 de noviembre de 1990).
Esta sentencia (Rec. 84/2006) procede a anular el RD 1204/2006, de 20 de octubre, que modifica
el RD 1339/1999, de 31 de julio, por el que se aprueba el Reglamento de la Comisión Nacional de
la Energía, toda vez que en el procedimiento de elaboración de dicha norma, se ha prescindido
del informe preceptivo de la Comisión Nacional de la Energía. Afirma el TS que el carácter
organizativo del Reglamento impugnado no permite excluir dicho trámite procedimental, pues
el mismo modifica la estructura y competencias de los órganos de la CNE, incidiendo
directamente en la propia naturaleza de la Comisión como órgano colegiado, y afecta de forma
significativa al estatuto legal de sus miembros y a la organización y funcionamiento del ente
regulador.
No parece esto impertinente considerando que el problema real del proceso contencioso-
administrativo es la enorme subjetividad judicial, y que por tanto no viene mal tender a
reducirla.
7
Puede consultarse S. GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, La vía de hecho administrativa , Madrid, Ed. Tecnos,
1994; E. GARCIA PONS, Administraciones públicas. Vías de hecho y violación de derechos
fundamentales Barcelona 2017.
J.A. SANTAMARÍA PASTOR, Comentarios a la LJCA , Madrid 2011. Otra doctrina destacó, sin embargo,
las insuficiencias del modelo tanto en vía civil como contenciosa. Las vías de hecho es cierto
que no quedaron al margen de la jurisdicción contencioso-administrativa: la STS de 6 de julio de
1996 declara la obligación de incoar el correspondiente expediente expropiatorio por los
trámites legales previstos para el pago del justiprecio y que se compensen los daños
ocasionados mediante la correspondiente indemnización (véanse también las SSTS de 30 de
septiembre de 1996, de 11 de febrero de 1997, de 18 de abril de 1995 y 28 de noviembre de 1996,
concediendo una indemnización compensatoria, lo mismo que hacen las SSTS de 11 de octubre
de 1993, 21 de febrero de 1997 y 23 de septiembre de 1997; o las SSTS de 22 de septiembre de
1990 y 25 de octubre de 1993, que ordenan la reposición del procedimiento expropiatorio hasta
el momento de su iniciación, a fin de que de esta forma pueda fijarse el justiprecio en favor del
recurrente; puede verse también las SSTS de 16 de enero de 1996; de 8 de abril de 1995; de 29 de
marzo de 1996; de 24 de octubre de 1994, de 30 de septiembre de 1996; las cuestiones de
propiedad que pudieran suscitarse se entienden como cuestión prejudicial por la jurisdicción
contencioso-administrativa: STS de 6 de marzo de 1997) todo ello sin olvidar la jurisprudencia
que declara procedente esta vía jurisdiccional (por todas, STS de 25 de septiembre de 1986).
Sobre la vía de hecho puede verse también E. GARCÍA PONS, Administraciones públicas, vías de
hecho y violación de Derechos Fundamentales , Madrid 2016.
Véase, así, F. LÓPEZ MENUDO, Vía de hecho administrativa y justicia civil , Madrid, 1988; critica este
profesor la solución del Proyecto de LJCA en: A. PÉREZ MORENO, Coordinador, La reforma del
proceso contencioso-administrativo , Pamplona, 1995.
10
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Este criterio «solange» sirve para explicar las relaciones en general entre jurisdicciones. Aún
hoy el Tribunal Constitucional alemán cierra la tutela de derechos fundamentales por posible
vulneración de actos dictados en ejecución del Derecho europeo, «en tanto en cuanto» en el
propio Derecho europeo (por el TJUE) consiguen tutelarse tales lesiones jurídicas, y se abriría
tal tutela en tanto en cuanto (solange) no fuera así. O «en tanto en cuanto» no funciona el
contencioso en buena parte de Iberoamérica se justifica un control provisional (cabe esperar)
de la materia contencioso-administrativa por la vía de los amparos.
Por tanto, en el contexto de la vía de hecho, no puede calificarse de errónea esta concepción
teórica de fondo tutelar de una jurisdicción sobre otra, ya que tiene su razón de ser en evitar
que los ciudadanos reciban una tutela judicial insuficiente o deficiente, al existir otra sede
donde a efectos prácticos se resuelve mejor el problema. No obstante, es una solución
provisional que carece de debida calidad porque el control judicial no es adecuado a la
naturaleza de la materia llamada a ser enjuiciada. En este sentido, cabe otorgar significado a
este hecho de la «provisionalidad del sistema civil interdictal de las vías de hecho».
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16
La Exposición de Motivos de la LJCA deja bien claro el propósito de la ley: regular un «recurso
(que) se dirige a obtener de la Administración, mediante la correspondiente sentencia de
condena, una prestación material» . La LJCA en principio prevé por vez primera en nuestro
Derecho administrativo una «pretensión a una prestación».
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Se razona así: «como quiera que la prestación concreta a la que tiene derecho la contratista
exige inexcusablemente que ésta reclame previamente a la interposición del Recurso
contencioso-administrativo, a la Administración, el cumplimiento de dicha obligación, a fin de
dar a aquélla la oportunidad de dar cumplimiento a lo solicitado, y si en el plazo de tres meses
la Administración no cumple con lo pedido, poder acudir a esta Jurisdicción en demanda de que
se condene a la Administración al cumplimiento de sus obligaciones en los concretos términos
en que estén establecidas, es claro que si la contratista en vía administrativa se limita a pedir el
pago de la certificación número 11 y la certificación de liquidación, sin solicitar en modo alguno,
ni expresa ni tácitamente, que se le abonen los intereses de demora de las certificaciones números
1 a 10, no podrá más tarde ante la Jurisdicción contencioso-administrativa pretender la condena a
una prestación concreta consistente en el pago de los intereses de demora de tales certificaciones
números 1 al 10, y ello no tanto porque no se haya producido actividad administrativa
impugnable, por cuanto cuando se ejercita una pretensión al amparo del artículo 29.1 de la
LJCA no se impugna, no se ataca ningún acto administrativo, sino que sencillamente se pide al
Juez o Tribunal que condene a la Administración a que cumpla a favor del peticionario una
prestación concreta a la que está obligada en virtud de un contrato en este caso, cuanto porque la
vía preprocesal del artículo 29.1 al configurar una prestación concreta a favor de un particular
frente a la Administración, y la correlativa obligación de ésta a cumplir con esa prestación
concreta a favor de aquél, pasa porque el particular de que se trate cumpla con la carga
preprocesal de identificar la prestación concreta que la Administración tiene que cumplir, que
en este caso es la del pago de los intereses de demora de las certificaciones números 1 a 10,
como paso previo y necesario al ejercicio de una pretensión de condena a la Administración de
esas obligaciones en los concretos términos en los que estén establecidas, pero esos términos
concretos tienen que estar determinados ya antes de acudir a esta Jurisdicción, pues así lo exige
la naturaleza y características de esta peculiar pretensión prestacional que introduce de nueva
planta la LJCA de 1998 , de forma que al no interesar la recurrente de la Administración que
cumpliera la prestación concreta de abonarle los intereses de demora de las certificaciones
números 1 al 10, el ejercicio de dicha pretensión ante esta Sala constituye un caso de desviación
procesal, bien que aplicada a una pretensión y no a un acto administrativo, lo que va a
determinar la inadmisibilidad del Recurso contencioso-administrativo en relación a dicha
pretensión, al amparo de lo dispuesto en el artículo 69.c) de la LJCA de 1998. (...) FALLAMOS:
Que en el Recurso contencioso-administrativo interpuesto por la mercantil ejercitando
pretensiones al amparo de lo previsto en el artículo 29.1 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, frente
al Ayuntamiento de..., la Sala ha decidido: 1.º Inadmitir el Recurso contencioso-administrativo
en relación a las certificaciones de obra números 1 a 10, ambas inclusive, conforme a lo que se
expone en el Fundamento de Derecho tercero. 2.º Desestimar el Recurso contencioso-
administrativo en relación a la certificación liquidación, conforme a lo que se expone en el
Fundamento de Derecho cuarto. 3.º Estimar el Recurso contencioso-administrativo en relación a
los intereses de demora derivados de la certificación número 11, conforme a lo que se expone
en el Fundamento de Derecho quinto, declarando el derecho de la recurrente a que por el
Ayuntamiento de... se le abonen las cantidades de 15.523,78 y de 2,98 euros. 4.º Desestimar la
pretensión relativa al abono de los intereses legales de los intereses de demora anteriores. 5.º
No hacer una especial declaración sobre las costas procesales»
19
En la STSJ Comunidad de Madrid de 30 de junio de 2006: «el artículo 29.1, al amparo del cual
ejercita la parte recurrente una pretensión prestacional de condena por la inactividad de la
Administración en el cumplimiento concreto de las prestaciones (...)».
Otro caso es el resuelto por STSJ Comunidad de Madrid n.º 1187/2005 de 10 de octubre de 2005.
Lo primero que hace es identificar el concreto interés jurídico subjetivo del recurrente: el
abono de la cantidad de 43.808,88 euros en concepto de principal de cuatro facturas
correspondientes a otros tantos suministros efectuados por la recurrente al Ayuntamiento
demandado, así como de los intereses de demora por retraso en el pago de las mismas.
Procesalmente «se alega para recurrir la inactividad (mejor, debería decir la sentencia, para el
ejercicio de la pretensión) que tras presentar escritos de reclamación en fecha 20 de noviembre
de 2001 (cuyas copias se adjuntaban al escrito de interposición del recurso), la Administración
dejó transcurrir tres meses sin dar cumplimiento a lo solicitado, quedando expedita la vía para
recurrir por el Art. 29.1». La argumentación de la sentencia es coherente con las que
anteriormente hemos estudiado. Por su parte, el fallo se ajusta al interés jurídico subjetivo real
del recurrente.
No estudiamos, pero nos remitimos a la lectura de las sentencias del mismo TSJ de Madrid de 27
de febrero de 2006, en materia también de contratación de obras, planteándose la extinción del
contrato por rescisión del contrato con indemnización al contratista; y de 16 diciembre de 2006,
estimando la procedencia del pago por las obras realmente ejecutadas por el contratista y de los
intereses vencidos desde la interposición del recurso.
Significativo es, entonces, el creciente arraigo de esta nueva lógica prestacional en otras
sentencias: STSJ Cantabria n.º 1464/2003 (Sala de lo Social, Sección 1.ª), de 20 noviembre; SSTSJ
de Madrid de 7 de octubre de 2005; de 30 de septiembre de 2005; de 11 de marzo de 2005; STS de
11 de mayo de 1999; AJS Extremadura, Badajoz (n.º 2), de 10 mayo 2004; STSJ Comunidad de
Madrid n.º 1096/2005 (Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 3.ª), de 21 septiembre;
STSJ Comunidad de Madrid n.º 361/2005 (Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 3.ª), de
4 marzo, etc.
20
«No obstante lo anterior, aunque no estamos ante un supuesto de inactividad técnica recogida
en el artículo 29,1 de la Ley 29/1998, no podemos desconocer la posibilidad que tiene el
administrado de convertir la inactividad material en inactividad formal, mediante la técnica del
silencio administrativo, con la carga de impugnar éste para conseguir una sentencia anulatoria,
situación que puede ser objeto de control en el presente juicio contencioso, donde el actor dirige
una petición al Ayuntamiento con fecha 18 de febrero de 2000, que estaría desestimada
presuntamente por el transcurso del plazo de tres meses, lo que le permite impugnar la
desestimación de su solicitud para que se cumpla el acto administrativo emanado de la misma
Corporación Local. A lo anterior, tenemos que añadir que la inactividad es una actuación
administrativa que no puede estar exenta de control jurisdiccional, en virtud de lo dispuesto en
los artículos 9 apartados 1 y 3, 24, 103,1 y 106,1 de la Constitución Española. La sentencia
294/1994, del Tribunal Constitucional ha declarado que “de ningún modo puede excluirse que el
comportamiento inactivo u omisivo de la Administración Pública pueda incurrir en ilegalidad y
afectar a los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos... La plenitud del sometimiento de
la actuación administrativa a la Ley y al Derecho (artículo 9,1 de la Constitución Española), así
como de la función de control de dicha actuación (artículo 106,1 CE) y la efectividad que se
predica del derecho a la tutela judicial (artículo 24 CE), impiden que puedan existir
comportamientos de la Administración Pública –positivos o negativos– inmunes al control
judicial”. En consecuencia, podemos entrar a conocer sobre la pretensión planteada por el
recurrente y examinar si el Ayuntamiento cumplió con la Resolución de fecha 9 de septiembre
de 1999, que acordaba la retirada y desalojo de las palomas que anidan en la torre de la Plaza
de Italia. Para resolver lo planteado por la parte tenemos que acudir a la documentación
obrante en el presente proceso: 1) En el folio 115 del expediente administrativo consta que (...).
Sabido todo lo anterior, la conclusión a la que llega la Sala es que el Ayuntamiento no ha
permanecido inactivo para cumplir la Resolución de 9 de septiembre de 1999 y la reclamación
del recurrente de 18 de febrero de 2000, realizando obras para cerrar los anidamientos de la
torre de la Plaza de Italia y un nuevo palomar en el parque del Príncipe, procediendo al traslado
de las palomas, disminuyendo los anidamientos (...), lo que nos conduce a desestimar el recurso
interpuesto».
21
«SEXTO. Entrando, por eso, en el examen de fondo de la pretensión ejercitada, nuestro punto de
partida ha de ser el artículo 29-1 de la Ley de la Jurisdicción de 1998, que es el que delimita cuál
puede ser el objeto del proceso dirigido contra la específica inactividad de la Administración
que en él se regula y que, indirectamente, marca también la legitimación para accionar
acogiéndose a este precepto, pues, entre otras circunstancias, de él se desprende que para
obtener éxito en el mismo no es suficiente con ser titular de un interés legítimo, sino que es
preciso ostentar un derecho, conforme a los requisitos que en él se ordenan para poder acudir a
este remedio jurisdiccional frente a una inactividad administrativa. En efecto, dice el citado
artículo que cuando la Administración, en virtud de una disposición general que no precise de
actos de aplicación o en virtud de un acto, contrato o convenio administrativo, esté obligada a
realizar una prestación concreta en favor de una o varias personas determinadas, quienes
tuvieran derecho a ella pueden reclamar a la Administración el cumplimiento de dicha
obligación. Prescindiendo ahora del supuesto de los actos, contratos o convenios
administrativos como origen de la eventual obligación cuyo cumplimiento puede exigirse
acogiéndose al artículo 29-1, puesto que la que aquí se demanda se hace derivar directamente
de una disposición general, como lo es un Tratado con contenido normativo, en todo caso lo que
no ofrece duda es que para que pueda prosperar la pretensión se necesita que la disposición
general invocada sea constitutiva de una obligación con un contenido prestacional concreto y
determinado, no necesitado de ulterior especificación y que, además, el titular de la pretensión
sea a su vez acreedor de aquella prestación a la que viene obligada la Administración, de modo
que no basta con invocar el posible beneficio que para el recurrente implique una actividad
concreta de la Administración, lo cual constituye soporte procesal suficiente para pretender
frente a cualquier otra actividad o inactividad de la Administración, sino que en el supuesto del
artículo 29 lo lesionado por esta inactividad ha de ser necesariamente un derecho del
recurrente, definido en la norma, correlativo a la imposición a la Administración de la
obligación de realizar una actividad que satisfaga la prestación concreta que aquél tiene derecho
a percibir , conforme a la propia disposición general. SÉPTIMO. Ninguna de estas circunstancias
arropan la pretensión ejercitada en el proceso por el señor V. L. No cabe fundar en este caso
una obligación como la descrita en el artículo 118 de la Constitución, en el que se establece que
“es obligado cumplir las sentencias y demás resoluciones firmes de los Jueces y Tribunales, así
como prestar la colaboración requerida por éstas en el curso del proceso y en la ejecución de lo
resuelto”. Siendo este precepto una de las claves constitucionales del Estado de Derecho, sin
embargo no se puede acusar a la Administración de inactividad en este aspecto, puesto que
conforme a lo requerido en el mismo, dio pleno y debido trámite a las comisiones rogatorias en
lo que a ella concernía, de modo que el obstáculo a su cumplimiento no le es a ella imputable,
sino a la decisión de otro Estado soberano, la República Argentina, lo que nos obliga a que la
valoración de la actitud del Gobierno sea necesario trasladarla a sus relaciones internacionales
con aquel Estado, no siendo, por eso, el artículo 118 de la Constitución el que en este caso podría
fundar una obligación que justifique la estimación del recurso, sino que dentro del marco
jurídico fijado por el artículo 96 de la Constitución, que considera que los tratados
internacionales válidamente celebrados forman parte del ordenamiento interno, podría
examinarse si existía una obligación de la Administración española de responder a la negativa
argentina a tramitar las comisiones rogatorias, que es presupuesto necesario para determinar si
esta eventual obligación se correspondía con un derecho del demandante a recibir la prestación
que constituyese su contenido. OCTAVO. Atendiendo, pues, a los Tratados concernidos, no cabe
duda de que la Administración dio debido y cabal cumplimiento al Tratado de Extradición y
Asistencia Jurídica en Materia Penal suscrito entre el Reino de España y la República Argentina
el 3 de marzo de 1987, ya que el incumplimiento por inactividad que se denuncia en el proceso
es la falta de reacción de aquél a la negativa argentina a tramitar las comisiones. Ahora bien, la
regulación jurídica de esta posible reacción no se encuentra en el propio Tratado de
Extradición, sino que es necesario acudir a la Convención de Viena sobre el Derecho de
Tratados de 1969, en cuyo artículo 60 se faculta a las partes a dar por terminado o suspender el
tratado afectado, en caso de violación grave del mismo por la otra parte, concepto de violación
grave definido en el mismo Convenio».
22
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25
Para el Tribunal, las medidas adoptadas (contestaciones a los requerimientos efectuados por el
Defensor del Pueblo, colocación de un cierre lateral de la carpa, y reducción de las actividades
de la zona joven y de su horario, no superando las 03,00 horas el jueves, y las 04,00 horas el
viernes y el sábado) no cumplen los requisitos exigidos por la jurisprudencia para poder
considerarlas como adecuada y eficaz actuación administrativa con el fin de evitar las
inmisiones acústicas contaminantes, a lo que añade que han de calificarse como mera
apariencia de actividad administrativa, y por tanto, demostrativas de la nula voluntad del
Ayuntamiento de aminorar el ruido. Ello así, y tras reputar acreditada la inactividad de la
Administración, concluye que la misma vulnera los derechos de los vecinos denunciantes a la
intimidad personal y familiar y a la inviolabilidad del domicilio. A continuación, el TSJ rechaza
la alegación del Ayuntamiento de que la vulneración de algún derecho fundamental sólo ha
sido reconocida por los Tribunales en los supuestos en los que concurría una afección
permanente, constante, prolongada, de saturación, pero no en caso de ruido excepcional
producido por un concreto evento que se repite tres veces por espacio de cuatro horas en el
marco de las fiestas patronales. Explica que no se trata de un hecho aislado y concreto, sino que
los vecinos vienen soportando niveles excesivos de ruido desde 2012, siendo sus quejas
reiteradas todos los años. Asimismo, desestima la alegación de que se está ante un supuesto de
los previstos en el art. 9 de la Ley 37/2003, en los que se permite a la Administración suspender
temporalmente los objetivos de calidad acústica. Sostiene al respecto que no se cumple el
requisito exigido por el precepto de que se haya adoptado alguna medida tendente a minorar la
incidencia acústica, y que tampoco se está ante un evento que tradicionalmente se venga
celebrando en el lugar en el que se ha instalado la carpa, pues tal ubicación se fija a partir del
año 2012, lo cual también es indicativo de que el interés general que representan las fiestas no
exige que las concretas actuaciones cuestionadas tengan que celebrarse en un lugar tan
próximo a las viviendas de los afectados.
Por último, la Sala condena al Consistorio a adoptar todas las medidas precisas para que en el
marco de las fiestas que se celebren se respete el derecho de los apelantes a disfrutar de su
intimidad personal y familiar y a la inviolabilidad del domicilio, debiendo establecer los límites
necesarios tanto sobre los decibelios de música como respecto al emplazamiento de la carpa
(que deberá alejarse lo suficiente de sus viviendas para evitar las molestias), así como sobre los
horarios y demás circunstancias que incidan en la tranquilidad y descanso de los vecinos
durante la noche, obligando a instalar en los equipos emisores de música limitadores del ruido
que emitan a fin de que no sobrepasen los decibelios permitidos en el interior de las casas.
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27
Puede verse el tomo 1 de este Tratado para la teoría general sobre la exceptio non adimpleti
contractus ; el tomo de contratación pública para su aplicación en el mundo contractual y el
comentario infra en este tomo en el contexto de la «contestación a la demanda».
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«En este sentido, la STC 11/1981 reconoce una esencialidad del contenido del derecho para
hacer referencia a aquella parte del contenido del derecho que es absolutamente necesaria para
que los intereses jurídicamente protegibles, que dan vida al derecho, resulten real, concreta y
efectivamente protegidos. De este modo, se rebasa o se desconoce el contenido esencial cuando
el derecho queda sometido a limitaciones que lo hacen impracticable, lo dificultan más allá de
lo razonable o lo despojan de la necesaria protección. El derecho de propiedad tiene un
contenido general, que solo viene limitado por su función social, de modo que el derecho
urbanístico no puede actuarse sometiendo a la propiedad a limitaciones impropias que vayan
más allá del interés público de la ordenación del territorio en términos de coherencia, reparto
equitativo de cargas urbanísticas y mínimo quebranto posible de los derechos de los
propietarios inmobiliarios». «Lo que no es óbice para que la restitución específica pueda y deba
ir acompañada de una indemnización adicional si el acto anulado hubiera causado una lesión
evaluable».
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30
«Lo cierto es, como ha quedado acreditado en autos, que esa actividad como tal no existía
cuando se dicta la resolución originaria hoy recurrida y que la citada concesionaria no había
presentado ante la Administración Autonómica unos informes necesarios para conceder la
prórroga por esa actividad de vivero de ostras, y cuando lo hace es para otra actividad –engorde
de lubinas y doradas–. Este dato último –que lo confirma el hecho de que no se está ejercitando
actividad de vivero de ostras– es trascendental para el presente caso, porque, como señala la
Abogacía del Estado, ya no se cumplirá nunca por actuación voluntaria del concesionario esa
condición suspensiva, por lo que se ha de entender incumplida esa obligación suspensiva
positiva por aplicación analógica también del artículo 1119 del Código Civil : se tendrá por
cumplida la condición cuando el obligado impidiese voluntariamente su cumplimiento. Por
todo lo expuesto, procede desestimar el recurso planteado puesto que, en resumen, consistiendo
esa condición positiva –de tiempo de cumplimiento indeterminado– en que por la Comunidad
Autónoma de Murcia se autorizase la prórroga de una actividad para vivero de ostras a la parte
recurrente, en cuanto que esta última impide voluntariamente que dicha condición se pueda
cumplir nunca por haber cambiado de actividad, obviamente dicha parte ha incumplido esa
obligación condicionada, por lo que se ajustan a esos preceptos legales invocados las citadas
resoluciones impugnadas cuando dejan sin efecto definitivamente esa concesión
condicionada». Igualmente, en la STSJ de Cantabria de 6 de junio de 2006, se estimó que era
aplicable el artículo 1118 del CC en tanto en cuanto el propio interesado había provocado el
incumplimiento de un convenio urbanístico.
31
A esta misma conclusión de la imposibilidad de obligar se llega si este problema se trata desde
el punto de vista de las «autovinculaciones administrativas» (M. J. MONTORO CHINER, RAP , 1986,
110, p. 280) llamadas «Zusage» en el Derecho alemán (R. STOBER, Derecho administrativo
económico , INAP, 1991), ya que muchas veces los planes aprobados reglamentariamente que
citamos prevén obligaciones para la propia Administración. O desde el punto de vista
argumental de la renuncia tácita, o del posible abuso de derecho, o por el cauce del desuso, o de
la caducidad, o de la derogación sobrevenida o de la nulidad por incumplimiento de condición,
al igual que cuando una norma es nula por no cumplirse la condición de su publicación (SSTS
de 30 de noviembre de 2005; y de 28 de abril de 2004).
32
33
No obstante, para la STSJ de Castilla y León (Sala de Burgos) de 8 de junio de 2001: «Así las cosas,
aun cuando el cumplimiento de las prestaciones del contrato que nos ocupa no es
necesariamente simultáneo, pues la obligación de una de las partes es continuada en el tiempo,
de tracto sucesivo, sin embargo con la doctrina apuntada, al ser claro que el actor tenía la
obligación de satisfacer la renta, hay que entender que tampoco cumplió con la obligación
contraída».
34
35
L. DÍEZ-PICAZO, Fundamentos de Derecho civil patrimonial. Las relaciones obligatorias , 6.ª ed.,
Pamplona, 2008, pp. 801 y ss., citando la STS de 27 de marzo de 1991. Véase también la STS de 22
de diciembre de 2006 recurso de casación n.º 320, 2000; En definitiva, la excepción también
llamada de «obligación no cumplida» es aplicable al caso de que una de las partes no cumpla
con su prestación o no se allane a cumplirla simultáneamente; entonces, por esta exceptio , la
otra puede abstenerse de cumplir la suya (OSSORIO, M., Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas
y Sociales, Ed. Eliasta, Ed. 27°, Buenos Aires, 2000, p. 410); J. M., FERNÁNDEZ HIERRO, «La exceptio
non adimpleti contractus », Estudios de Deusto , vol. 43/2, Bilbao, 1995; J. I. ÁLVAREZ SÁNCHEZ/C.
MEDINA COLUNGA, «La exceptio non rite adimpleti contractus en el juicio ejecutivo cambiario»,
Revista de Derecho patrimonial , n.º 1, Aranzadi, 1998.
36
R. BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, Manual de Derecho civil, Obligaciones , Madrid, 2007, pp. 21 y ss.; C.
MARTÍNEZ DE AGUIRRE ALDAZ Y OTROS, Curso de Derecho civil, derecho de obligaciones , 2.ª ed., 2008,
pp. 41 y ss.; C. LASARTE, Derecho de obligaciones , Madrid, 2010, pp. 5 y ss.
37
Véase M. GÓMEZ PUENTE, La inactividad de la Administración , Pamplona, 2002, pp. 281, 350, 534 y
569.
38
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Tercera Parte. El objeto del recurso contencioso-administrativo
Capítulo XVII. La congruencia con las pretensiones (artículo 33 LJCA)
Capítulo XVII
Sumario:
El Tribunal Supremo refuerza por tanto su doctrina sobre la congruencia debida con
esta otra jurisprudencia constitucional (STS de 16 de junio de 1997).
Dicha congruencia se presenta como un límite lógico de las funciones del Juez o
Tribunal y es fácilmente relacionable con el principio de aportación de parte.
3. LA INCONGRUENCIA
Pero «no se produce incongruencia ante la estimación parcial del pago de certificación
de obras», dejando a salvo el derecho de la Administración a establecer la retención
procedente de la fianza para responder de los defectos existentes, aunque esta última
pretensión no se haya invocado expresamente por el Ayuntamiento , por ser este último
inciso simple consecuencia del pronunciamiento sobre las pretensiones ejercitadas
(STS de 14 de octubre de 1996).
Lo procedente podrá ser la anulación parcial y no total ( STS de 14 de julio de 2009, [RJ
2010, 571], revocando la sentencia de instancia en tanto en cuanto anuló todo el acto sin
darse cuenta de que la anulación tenía que ser parcial).
El exceso sobre lo pedido es motivo de incongruencia, ya que «no puede concederse más
de lo solicitado» (STS de 21 de abril de 1998).
Esto ocurre cuando «el contraste entre demanda y sentencia, entre suplico de aquélla y
fallo de ésta, evidencia sin la menor sombra de duda la infracción de los citados
artículos por el exceso del fallo al conceder algo no pedido ni siquiera deducible de lo
pedido en la demanda, como ha sido la anulación de la aprobación inicial y definitiva de
los Estatutos y Bases de Actuación de la Junta de Compensación así como la de todos los
actos que traigan causa de aquéllos» (STS de 9 de julio de 1996).
En este sentido, la STS de 1 de julio de 1996 se enfrenta con este mismo tipo de
problemas y, pese a constatar primeramente que «el recurrente pidió solamente en su
demanda la anulación de los actos recurridos y la sentencia declara que éstos son
contrarios a derecho por serlo las determinaciones de las Normas Subsidiarias de
Planeamiento», concluye que «la sentencia recurrida no otorga más de lo pedido por el
recurrente ya que lo razonado en sus fundamentos de derecho no es en puridad una
declaración de nulidad de las Normas Subsidiarias sino una explicación de la razón por
la que declaraban nulos tales actos».
Con esos matices pueden entenderse las sentencias anteriores a la reforma por LO
7/2015, valiendo no obstante como doctrina material sobre incongruencia. Junto a la STS
de 3 de enero de 1996, en la STS de 13 de marzo de 1996 el Tribunal Supremo detecta
una «incongruencia omisiva» en la sentencia de instancia (por no adecuar el fallo a las
dos pretensiones anulatorias ejercitadas contra dos liquidaciones tributarias),
corrigiendo el Tribunal Supremo el defecto formal declarando que la anulación se
refiere a ambas, por razones de economía procesal.
A estos efectos los tribunales llegan a distinguir entre «cuestión nueva» y «motivos
nuevos» –en la demanda–; como no está permitido introducir «cuestiones nuevas» no se
vulnera (sino todo lo contrario) el principio de congruencia si se omite un
pronunciamiento sobre dichas «cuestiones». Por contrapartida, ha de existir
congruencia con los motivos, mediante los cuales «se esgrime ampliando y reforzando,
con apoyatura jurídica no aducida previamente, alguna pretensión o extremo suscitado
ante la Administración, con el fin de mejorar las perspectivas de estimación de lo
postulado» (STS de 31 de mayo de 1996 y artículo 33.1 de la LJCA).
Puede partirse de que «no toda incongruencia es relevante desde la perspectiva del
derecho a la tutela efectiva, pues, para que alcance esta trascendencia, no basta la mera
divergencia del fallo judicial respecto de los términos en que la litis se planteó (...) sino
que es necesario además que aquella desviación sea de tal naturaleza y entidad que
haya producido una completa modificación de los términos del debate procesal con
quiebra del principio de contradicción y menoscabo del fundamental derecho de
defensa» (STS de 24 de septiembre de 1996).
No es preciso que la sentencia se pronuncie sobre todos los argumentos planteados por
las partes «pues lo decisivo es que resulte de aquélla cuál ha sido la razón de decidir que
se ha tenido en cuenta para resolver en relación con las pretensiones de las partes»
(SSTS de 14 de junio de 1996; de 30 de abril de 1996; de 28 de diciembre de 1994).
Esta doctrina se aplica sin problemas cuando alguno de los hechos planteados en la
demanda se resuelve en ejecución de sentencia, quedando implícita su procedencia
(como por ejemplo, la práctica de la demolición como consecuencia de la anulación de la
licencia –STS de 4 de octubre de 1996– o la fijación de los intereses de demora –STS de 23
de diciembre de 1996–).
La congruencia procesal no exige una necesaria identidad entre los preceptos alegados
por las partes y las normas cuya aplicación considere procedente el correspondiente
órgano judicial, pues «conforme al principio iura novit curia , los Tribunales no tienen
obligación de ajustar los razonamientos jurídicos –que sirven de fundamento a sus
decisiones– a las disposiciones jurídicas alegadas por las partes en el desarrollo del
proceso. Pero el principio en cuestión no significa que el Juez no pueda aplicar
cualquier norma jurídica, pues la libertad en la aplicación del Derecho ha de entenderse
dentro de los límites establecidos por el propio ordenamiento jurídico y la naturaleza de
la función judicial» (STS de 24 de septiembre de 1996).
No tienen trascendencia alguna los errores tales como que la sentencia recurrida se
refiera a liquidación provisional en vez de recepción provisional (fundamento jurídico
segundo de la sentencia del Tribunal Supremo de 3 de octubre de 2006 [RJ 2006,
10061]).
8. INCONGRUENCIA Y MOTIVACIÓN
Qué típico lo que sigue: «en efecto, tras reproducir largamente los que denomina
“precedentes normativos” y las tesis de las partes procesales, la transcripción de las
razones en cuya virtud la Administración consideraba prescrita su obligación por
aplicación del artículo 46 de la Ley General Presupuestaria parecería revelar que
la Sala hacía suya esta tesis, admitiendo que había transcurrido el plazo legal de cinco
años, sin interrupciones. Ello no obstante, sin dar ninguna explicación al respecto , la
Sala de instancia optó en el fallo por entender interrumpido dicho plazo tal cual había
propugnado la recurrente. Como acertadamente expresa el Abogado del Estado, “o bien
se ha producido un evidente y lamentable error, no corregido en forma y tiempo, o bien
existe una clara contradicción entre los fundamentos jurídicos y la parte dispositiva de
la sentencia”». Y concluye de la forma siguiente:
«La contradicción consiste en la falta de concordancia lógica entre la parte dispositiva y los
fundamentos jurídicos de la resolución judicial. Tal como está redactado el último y en teoría
decisivo fundamento de derecho, la contradicción existe pues el fallo estimatorio no se aviene
con los argumentos que en aquél se reproducen, en favor precisamente de la existencia de
prescripción no interrumpida.
«Al respecto debe indicarse que la Sentencia tiene una identidad y un contenido precisos, que
no pueden desconocerse en nuestro análisis, sin que sea procesalmente correcto que en él
podamos introducir ningún género de aditamentos conceptuales con una finalidad sanatoria.
La sentencia es la que es, y a su identidad y contenido debemos atenernos. Partiendo de esta
identidad inequívoca y de la constancia en las actuaciones de este recurso de la Sentencia
dictada en el proceso especial de tutela de derechos fundamentales n.º 3/2009, en el que fue
recurrente la empresa B.P. Oil España SAU, es constatable que la Sentencia aquí recurrida
es reproducción literal de la dictada en el recurso 3/2009, sin más alteraciones que los
de su encabezamiento, Antecedente de Hecho Primero, en concreto la indicación del
recurrente y Procurador, y la sustitución, en dos pasajes de lo que la sentencia expone
como transcripción de la Resolución recurrida, la indicación autentica de esta, alusiva a
B.P., por la alterada en la transcripción de alusión a RCPP (sin hacer ninguna indicación o
salvedad explicativa de la alteración del texto genuino) y la referencia al recurrente y
procurador en el fallo. Resulta así que, sin que en la Sentencia recurrida quede la más
mínima expresión del planteamiento de la recurrente, para desestimar su pretensión se
expone el planteamiento que otro recurrente hizo en otro proceso, en el que se impugnaba la
misma resolución administrativa, aunque desde su propia perspectiva, y la respuesta que en
el proceso se dio al que recurría en él».
Acto seguido, esta STS de 31 de octubre de 2013 alude a la remisión «in aliunde»
permitida en Derecho:
«En la praxis jurisdiccional, en casos en que en diferentes procesos se suscitan la misma o
similares cuestiones y respecto de las que el Tribunal sentenciador se ha pronunciado en un
proceso inicial, y se encuentra ante una ulterior reiteración de la misma cuestión en los
siguientes, a la hora de decidir el nuevo proceso, no es infrecuente la técnica de exponer las
coincidencias con los anteriores, asumiendo para la decisión del nuevo la fundamentación de
la decisión del precedente, incluso en ocasiones sin reproducción literal, sino mediante una
remisión “ in aliunde ”. Tal técnica de fundamentación y decisión es aceptada normalmente
como procesal y jurídicamente correcta, en cuanto modo de satisfacción del derecho de tutela
judicial efectiva del litigante».
«Tal modo de resolver, absolutamente inaceptable, es en este caso una manifestación casi
paradigmática de lo que, tanto la doctrina del Tribunal Constitucional, como la
jurisprudencia de esta Sala han calificado como incongruencia mixta o por error, que incluye
en sí misma la incongruencia omisiva y la incongruencia extrapetita (por todas STC 126/2011,
F.J. 28 y STS de 18 de julio de 2013, Recurso 968/2012 F.D. Segundo), y supone sin duda la
infracción de los arts. 33.1, y 67.1 LJCA, 209.3 y 218.1 y 2 LEC, infracciones que
consuman a su vez la del art. 24.1 CE. Y en cuanto que la motivación de la sentencia
conducente a la desestimación del recurso nada tiene que ver con la fundamentación de la
pretensión del recurrente, ha de concluirse igualmente que la desestimación de este concreto
recurso, incluso en el mero plano formal, y no sustantivo o de fondo, carece de motivación
procesalmente admisible. No podemos aceptar las alegaciones del planteamiento del
Abogado del Estado alusivas al “contexto en el que la tenencia se dicta” y a que en “la
sentencia dictada se remita sustancialmente a otra previa”, pues ya dijimos antes que la
sentencia es la que es, y en ella no existe la remisión a que el Abogado del Estado se refiere. El
planteamiento del Abogado del Estado supone prescindir de la real identidad y contenido de
la sentencia con un elemento adicional inexistente (el de la remisión, que sería, en su caso
paso previo para dar entrada al contexto), para por tal medio sanar los evidentes defectos de
la Sentencia».
«(...) Y lo mismo podemos decir para no compartir la tesis del Fiscal respecto de la
incongruencia omisiva y la falta de motivación, pues no se trata de que la respuesta al
planteamiento de la recurrente pueda ser escueta, aunque suficiente, o que la motivación
finalmente exista, independientemente de su justificación constitucional de fondo, sino que,
acreditado que respuesta y motivación o se refieren no a la pretensión de la recurrente sino a
otro recurrente, de otro proceso, la única conclusión válida es la de que la fundamentación
real de la pretensión de la recurrente no ha sido analizada, ni se le ha dado respuesta, y que
en esas circunstancias omisivas su desestimación carece de motivación. Se impone así el
éxito del motivo de casación primero, con la consecuente anulación de la sentencia recurrida.
Tal estimación conlleva la necesidad de entrar a resolver en los términos en que está
planteado el debate, según lo dispuesto en el art. 95.2.c) y d) LJCA; esto es, debemos
resolver el recurso contencioso-administrativo».
Lo normal podrá ser que se esté fundamentando correctamente en este contexto Así, la
SAN de 15 de abril de 2013 (RJCA 2013, 299) (rec. 108/12) es un buen ejemplo de una
situación en que el recurrente objeta que la «sentencia es un corta y pega de la recaída
en otro asunto al debatido en la instancia. Señala que la sentencia es copia exacta de
otra anterior dictada por el mismo juzgado de fecha 8 de noviembre de 2011, lo que
atenta contra el citado artículo 24 de la CE, lo que se evidencia porque se hace alusión
a una prueba documental aportada en el acto del juicio oral cuando en este
procedimiento no hubo recibimiento a prueba». Para la SAN de 15 de abril de 2013 «la
subjetiva y desconsiderada mención a lo que la recurrente denomina corta y pega no
solo no se corresponde con la extensa fundamentación jurídica de la sentencia, sino que
carece de virtualidad para fundamentar una denuncia de vulneración del derecho a la
tutela judicial efectiva. El hecho de que en una resolución el juzgador reitere
razonamientos expuestos por él mismo o por otros tribunales al resolver casos similares o
que hagan referencia a las mismas cuestiones, no solo es razonable y habitual, sino que
viene a ser coherente con la deseable unidad de doctrina y seguridad jurídica, sin que en
ningún caso se vea lesionado ese derecho constitucional ».
En clave constitucional, sobre la incongruencia por error profundiza la STC 3/2011, por
referencia a una resolución judicial del TSJ de Murcia por la que un Decreto exponía la
prescripción de la responsabilidad administrativa extracontractual en favor de una
Administración sin explicar siquiera el carácter administrativo y extracontractual de la
relación jurídica en que fundamentar aquella. Las ideas principales de esta STC 3/2011
para caracterizar la incongruencia por error serían estas:
Segundo, «la llamada incongruencia por error» puede ser «aquélla en la que concurren
al unísono las dos anteriores clases de incongruencia». O cuando «ambos tipos de
incongruencia pueden presentarse unidas»: «en efecto, se trata de supuestos en los que,
por error de cualquier género sufrido por el órgano judicial, no se resuelve sobre la
pretensión o pretensiones formuladas por las partes en la demanda o sobre los motivos
del recurso».
Mostramos asimismo preocupación por casos en que se anulan actos por los órganos
jurisdiccionales estimándose por tanto el recurso contencioso-administrativo, pero ello
en virtud de una sola de las pretensiones ejercitadas en la demanda. De modo que, una
vez anulado el acto se consigue lo que el recurrente quiere,no se entra a enjuiciar las
demás pretensiones. El problema surge cuando en apelación o casación se considera el
acto legal al considerarse infundada esa pretensión, descuidándose el enjuiciamiento de
las demás pretensiones de la demanda. Es decir, casi valió más haber perdido el
contencioso en instancia que ganarlo de tal forma.
Sobre esta situación podemos aportar la STC 91/2010, con cita de otras sentencias del TC.
Se trata de casos de posible indefensión, que exigen atención adecuada. Es
recomendable la lectura completa de la sentencia, pero seleccionamos un par de
párrafos.
Primeramente, la STC 91/2010 alude al procedimiento del que trae causa el amparo (PO
216-2002, seguido ante el Juzgado de Primera Instancia núm. 2 de Arenys de Mar).
«La demanda contenía una pretensión principal y una pretensión subsidiaria. Con carácter
principal solicitaban se les otorgara la finca, propiedad de la empresa demandada, donde las
demandantes habían construido, a cambio de una indemnización. Con carácter subsidiario,
pedían la condena a la empresa propietaria de los terrenos a comprar lo construido (...)».
(...) La Sentencia señala que las recurrentes formularon escrito de oposición y se limitaron a
solicitar la confirmación de la Sentencia apelada. Ciertamente podían haber desplegado una
exquisita diligencia y reproducido de forma expresa la pretensión subsidiaria. Pero, habida
cuenta de que no existe tal obligación y que la oposición se ajustó a los términos en que el
apelante delimitó el ámbito del efecto devolutivo, resulta desproporcionado calificar esta
falta de mayor diligencia como negligencia (...)
En consecuencia, habría que confirmar la doctrina en cuya virtud tienen que resolverse
todas las cuestiones planteadas. Si no se estima procedente una pretensión en vía de
recurso, antes de desestimar tal recurso tendrán que enjuiciarse las demás pretensiones
ejercitadas en instancia por si estas otras resultaran procedentes.
En la línea correcta puede citarse la Resolución n.º 119/2016 del Tribunal Administrativo
Central de Recursos Contractuales de 12 de enero de 2016 (Recurso n.º 1319/2015 C.A.
Galicia 183/2015): «una vez declarada la nulidad del procedimiento de licitación, en
puridad deviene ocioso analizar las otras alegaciones esgrimidas en el recurso; ello no
obstante, el deber de resolver todas las cuestiones planteadas en el recurso (artículo 47.2
TRLCSP), unido al principio de eficacia del funcionamiento de la Administración (
artículo 103 CE), a fin de evitar que en el futuro se puedan plantear contiendas
similares, obliga a pronunciarnos sobre el resto de los motivos reseñados en el recurso
(cfr., por todas, Resoluciones de este Tribunal 499/2014 y 542/2015)»; puede verse
también la STS de 24 de enero de 1997.
Ha de darse audiencia siempre que, por ejemplo, «el Tribunal aprecie un motivo de
nulidad no aducido por las partes» (STS de 17 de junio de 1996, revocando la sentencia
impugnada).
Si se hace uso de esta facultad que permite en principio trascender de lo solicitado por
las partes, deben precisarse los términos en los que debe plantearse el debate procesal,
sin inducir a confusión, siendo por tanto incongruente la sentencia si «el Tribunal de
instancia en la providencia redactada en cumplimiento de lo prescrito en el artículo 43.2
(hoy 33 de la LJCA de 1998) no se refirió a ella (una pretensión no ejercitada en la
demanda)» pese a que sirvió de base para fallar el asunto (STS de 24 de mayo de 1994).
No necesita la Sala recurrir a este artículo 33.2 cuando la cuestión que interesa al dictar
sentencia encuentra reflejo en la demanda (STS de 15 de octubre de 1996).
El régimen jurídico del apartado segundo del artículo 33, que acaba de ser estudiado, se
extiende originalmente por la LJCA al caso en que se impugnan directamente
determinados preceptos de una disposición general y el Tribunal entiende que es
necesario extender el enjuiciamiento a otros de la misma disposición por razones de
conexión o consecuencia con los preceptos recurridos ( artículo 33.3 de la LJCA).
La referencia del artículo 33 a las «pretensiones» formuladas por las partes, ¿en qué
consiste exactamente?
En una línea que estimamos correcta, alguna sentencia en vigencia de la LJCA de 1956
declaró la incongruencia de la sentencia recurrida por no haber referido el fallo a las
acciones que ejercitó el recurso: «es patente el error lamentable en que incurre la
sentencia de instancia. Olvida que el demandante ha ejercitado dos acciones, una, de
anulación, solicitando que sean dejados sin efecto los actos impugnados, otra, de plena
jurisdicción, por la que se demanda que a los terrenos en litigio les sea reconocida una
cierta clasificación urbanística (...). Lo decisivo es que la Sala de instancia ha olvidado
razonar y decidir sobre la acción de nulidad formulada, incurriendo en el vicio de
incongruencia denunciado en casación. Es evidente que los vicios procesales que
eventualmente concurran en una de las pretensiones ejercitadas, en este caso, la de
plena jurisdicción, no se comunican a las demás pretensiones ejercitadas en el proceso,
aquí la acción de nulidad, y que sean independientes de ella» (STS de 23 de diciembre de
1996).
No obstante, es habitual que los recursos omitan referencia alguna a esta cuestión
(tampoco lo exige la LJCA de 1998 expresamente) y que por tanto las sentencias omitan
referencia a la pretensión procesal ejercitada (anulación, de plena jurisdicción, etc.) o
que llegue a entenderse que la desestimación de una pretensión implique la
desestimación de otra de las pretensiones ejercitadas (STS de 18 de diciembre de 1996).
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Tercera Parte. El objeto del recurso contencioso-administrativo
Capítulo XVIII. La acumulación (Título III. Capítulo III. Artículos 34 a 39 LJCA)
Capítulo XVIII
Sumario:
1. Significados
A. Doctrina general del presupuesto de conexidad
B. En el contexto de la LJCA 29/1998. Conexión y acumulación objetiva
C. Acumulación subjetiva
D. Procedencia e improcedencia de la acumulación
E. Significación de la acumulación
F. Régimen procedimental
2. Ampliación del recurso
A. Régimen jurídico
3. Artículo 37 LJCA
4. La acumulación en un sistema diferenciado de pretensiones procesales
1. SIGNIFICADOS
Declara la Sala que pese a que existen algunas diferencias entre las circunstancias
concurrentes en las acciones acumuladas, los hechos que se alegan como más relevantes
para fundar las pretensiones ejercitadas presentan una coincidencia que, unida a la
uniformidad de las peticiones realizadas por los demandantes y a que están dirigidas
frente a una misma entidad bancaria, lleva a la conclusión de que concurre el requisito
de conexidad de la causa de pedir que justifica la acumulación subjetiva de acciones, no
siendo preciso que el título o la causa de pedir de las acciones acumuladas sean
idénticos, sino que basta con que sean conexos.
La LJCA se hace eco del presupuesto de la «conexión», si bien por referencia al caso de la
acumulación de pretensiones relacionadas con distintos actos «conexos», o bien con el
caso del ejercicio de pretensiones contra un mismo acto.
Afirma dicha ley que en un proceso administrativo son acumulables, primero, «las
pretensiones que se deduzcan en relación con un mismo acto, disposición o actuación».
Estamos ante un presupuesto elemental que se produce a diario en los contenciosos. En
segundo lugar, las que se refieren a varios actos, disposiciones o actuaciones cuando
unos sean reproducción, confirmación o ejecución de otros o exista entre ellos cualquier
otra «conexión» directa ( artículo 34 de la LJCA).
La acumulación procede cuando exista íntima conexión entre las resoluciones (SSTS de
18 de noviembre de 1996; de 17 de mayo de 1997; de 15 de octubre de 1996; STSJ de
Galicia núm. 1177/2006 de 20 diciembre [JUR 2008, 333894]).
Se considera que la relación existente entre las actas de infracción en materia laboral y
el acto que establece la falta de liquidación de cuotas a la Seguridad Social es «directa»
(STS de 7 de marzo de 1997).
Se admite así también la impugnación conjunta contra tres sanciones impuestas por un
mismo hecho (STS de 16 de enero de 1996).
C. ACUMULACIÓN SUBJETIVA
Por su parte la STS de 27 de junio de 1998 ( AA , 2, 1999, § 29) afirma que procede la
acumulación si tanto la Administración como el expropiado impugnan el acuerdo del
Jurado de Expropiación. El Tribunal Supremo, contra la sentencia de instancia, entiende
que la acumulación no tiene necesariamente que referirse a la acumulación de
pretensiones de una misma parte; sin embargo, no anula la sentencia, considerando que
no se produjo contradicción entre los dos fallos que se dictaron en sendos procesos, ya
que en ambos casos se desestimaron las pretensiones.
Puede citarse la STS de 17 de mayo de 1997 cuando apunta que «desde luego que puede
–e incluso debe– hacerse ésta (la acumulación) cuando se trate de varios recursos
pendientes ante el Tribunal y relativos a actos en los que se den las circunstancias de
conexidad a que antes se ha hecho referencia y que especifica el artículo 44 de la
LJCA (hoy 34)»; pueden verse también las SSTS de 26 de enero de 1996 y de 24 de julio de
1998, considerando discrecional la decisión judicial de acumulación.
Interesa profundizar en estos casos en que existen distintos recurrentes (por ejemplo,
distintos particulares que recurren las contribuciones especiales que les ha girado la
Administración, distintos propietarios que recurren un mismo Plan General, distintos
propietarios que recurren distintas liquidaciones de gastos de urbanización, pero por el
hecho de ser propietarios todos ellos en relación con la misma urbanización y
reparcelación girándose al mismo tiempo tales liquidaciones).
Pero también ha bastado la existencia de una cierta relación indirecta entre procesos
distintos para que el órgano jurisdiccional haya decretado la acumulación. Así se
decreta la acumulación por llegar a identificarse un elemento común, por el ATS de
23 junio 2003 (JUR 2003, 173321, ya que la suerte que corra este último recurso
condiciona decisivamente la del anterior y que en ambos casos se está discutiendo
sobre la procedencia de la sanción, que es lo sustancial. «Frente a esa identidad, las
diferencias apuntadas por la representación procesal de la Sra. Gloria han de pasar a
segundo plano a los efectos de tener por establecida la conexión directa requerida por la
Ley, que a nuestro juicio existe claramente». Apréciese que lo determinante es la relación
objetiva que menciona la propia LJCA 29/1998 y no el elemento subjetivo.
E. SIGNIFICACIÓN DE LA ACUMULACIÓN
Es interesante conocer los motivos de la acumulación porque ello refuerza esta petición
en el caso concreto que interese.
Por eso, dice esta STS de 15 de febrero de 2007, se faculta al Juez para acordar la
acumulación de procesos, de oficio (a diferencia de la norma general en la jurisdicción
civil) o a instancia de parte, aun cuando las pretensiones se refieran a distintos actos, si
existe de una conexión directa entre los mismos.
F. RÉGIMEN PROCEDIMENTAL
Como advertíamos, la acumulación podrá ser acordada por el órgano judicial, supuesto
que hace referencia a la interposición de varios recursos contencioso-administrativos
respecto de los cuales puede llegarse a la conclusión de que la pretensión ejercitada se
deduce de un mismo acto, disposición o actuación. En estos casos, el órgano
jurisdiccional podrá acordar la acumulación de oficio o a instancia de alguna de ellas,
en cualquier momento procesal, previa audiencia de las partes por plazo común de
cinco días. Al supuesto suele denominársele comúnmente como acumulación de autos, y
tiende a evitar resoluciones judiciales contradictorias.
A. RÉGIMEN JURÍDICO
La ampliación del recurso conlleva una modificación del objeto del proceso (STS de 11
de diciembre de 1996) y presupone que el acto guarde relación con el objeto del recurso.
Según la STS de 26 de noviembre de 1991:
La STS de 15 de junio de 2015 (RJ 2015, 3865) (recurso 1762/2014) considera que la
ampliación del recurso no es necesaria salvo en los casos en los que el acuerdo tardío y
expreso modifique el presumido por silencio.
Didáctica es la STS de 4 de abril de 2016 (RJ 2016, 1564) (recurso 811/2014, FJ 4.º):
«Surge, sin embargo la duda de, si esta última afirmación rige para todos los casos. Dicho de
otra forma, si el apartado 4 del artículo 36, inexistente en su precedente (el artículo 46 de la
vieja Ley reguladora de esta jurisdicción de 27 de diciembre de 1956) y que no estaba previsto
en el proyecto de Ley remitido a las Cortes (fue introducido en sede parlamentaria como
enmienda 112 para “solucionar los problemas derivados de las notificaciones tardías”), obliga
en toda circunstancia a ampliar o a desistir e impugnar, de modo que si el recurrente no opta
por ninguno de ambos caminos su pretensión quedará en vía muerta, habida cuenta de que
la decisión expresa tardía resultará inatacable por no haber sido recurrida en tiempo,
mientras que la presunta ya no existe, pues la ficción que representa ha sido reemplazada
por la ulterior explícita resolución. Esta es la interpretación que ha llevado a la Sala
madrileña a no admitir el recurso 3).
Pues bien, no compartimos esa forma de decidir, por dos razones, una más general y otra más
apegada a las circunstancias concretas del caso debatido. La primera consiste en que la letra
del precepto permite entender que la opción por el desistimiento y la ulterior promoción de
un nueva acción procesal, que ofrece al recurrente el artículo 36, apartado 4, de la Ley
29/1998, parte del presupuesto de que la decisión expresa retrasada modifique o altere el
contenido desestimatorio del silencio ». En efecto, si se autoriza al actor a desistir con
fundamento en la aceptación de la resolución expresa es porque su contenido es distinto
(parcialmente estimatorio) del puramente negativo del silencio, supuesto en el que la lógica
impone apartarse del proceso y, en su caso, proponer uno nuevo o, si se elige la otra solución,
la ampliación, entendiéndose sustituida la decisión negativa presunta por la nueva
resolución expresa. Ahora bien, tal exigencia resulta superflua cuando la explícita
resolución intempestiva es totalmente desestimatoria y, por consiguiente, viene a
reproducir el contenido negativo del silencio, si bien con motivación . Esta es la razón
que llevó a la jurisprudencia, bajo la vigencia de la Ley de 1956, a considerar
innecesaria la ampliación si el acto administrativo expreso, realizado fuera de tiempo,
era de idéntico contenido al producido por silencio administrativo, pues venía a hacer
explícito y real lo que ya anteriormente se había tenido por existente, sin añadir nada
ni modificar el contenido implícito de la voluntad administrativa. En congruencia con
tal forma de plantear el problema, el Tribunal Supremo únicamente consideró
imprescindible la ampliación cuando el acuerdo dictado enmendaba el contenido del
silencio, coyuntura en la que si no se extendía la acción al acto expreso, como ya hemos
apuntado, llegaba a ser firme y consentido, quedando sustraído a la jurisdicción sin
que, por consiguiente, la sentencia que se dictase con respecto al presunto pudiera
alcanzarle en sus consecuencias . Existe en este sentido un importante acervo
jurisprudencial del que son exponentes las sentencias de 7 de mayo de 1990 (apelación
268/88, FJ 2.º), 30 de septiembre de 1991 (apelación 6559/92, FJ 2.º), 27 de febrero de 1997
(apelación 10636/1991, FJ 1.º), 24 de febrero de 1998 (apelación 2699/92, FJ 1.º) y 5 de
diciembre de 2002 (casación 6498/98, FJ 1.º). En la sentencia 98/1988 (FJ 5.º), el Tribunal
Constitucional, al resolver un recurso de amparo, ha hecho propia la tesis del Tribunal
Supremo, quien la ha conservado bajo la vigencia de la Ley 29/1998, teniendo su artículo 46 a
la vista [ sentencia de 31 de mayo de 2006 (RJ 2006, 5154) (casación 1643/03, FJ 2.º)].
[...]En suma, como se denuncia en el segundo motivo de casación, la Sala madrileña ha, como
es sabido, realizado una interpretación inadecuada del artículo 36 de la Ley 29/1998, que
le ha llevado a aplicar indebidamente el artículo 69, letra c), según se quejan las recurrentes
en el primer motivo. De este modo, ha rechazado, sin examinar el fondo, el recurso
contencioso-administrativo con fundamento en una equivocada interpretación de los
preceptos que disciplinan el acceso a la jurisdicción, incidiendo en la infracción del artículo
24, apartado 1, de la Constitución, invocado en el tercer motivo de casación. Este precepto
constitucional repudia, como es sabido, la declaración de inadmisibilidad de una acción
jurisdiccional cimentada en la interpretación errónea, excesivamente formalista, no
debidamente justificada o desproporcionada de las normas que regulan la entrada al proceso
(sentencias del Tribunal Constitucional 55/1997, FJ 2.º; 86/1998, FJ 5.º; y 122/1999, FJ 2.º), (...)».
Por lo tanto, puede hablarse, con tales «matices», de que la solicitud de ampliación del
recurso tiene en cuanto tal, o por regla general, carácter facultativo (SSTS de 17 de mayo
de 1997; de 25 de septiembre de 1987), ya que el artículo 36 dice: el demandante «podrá»
solicitar la ampliación del recurso. Por eso, la falta de ampliación no genera un supuesto
de inadmisibilidad del recurso (STS de 6 de octubre de 1973; STS de 27 de febrero de
1997).
Y por ello, el juzgador a quo entendió, en aplicación del art. 34 LJCA que «al no ampliarse
el recurso contencioso-administrativo a la resolución expresa en el plazo previsto en el
art. 46.1 LJCA, la misma alcanzó firmeza e hizo que “ya no cabe hablar de desestimación por
silencio administrativo porque existe una resolución expresa, debidamente notificada a la
parte que resuelve y que no ha sido atacada”».
E interpretando el art. 36.4 LJCA se decía literalmente en la sentencia que: «se establecen
dos posibles actuaciones del recurrente frente a la resolución expresa tardía dictada por la
Administración, si discrepa de la misma, a saber, solicitar la ampliación del recurso o desistir
del recurso inicialmente interpuesto y recurrir la resolución expresa».
Interpretación, esta, sí correcta en relación con lo previsto en el art. 36.1 LJCA, ya que el
art. 36 de la Ley Jurisdiccional prevé la hipótesis de que recurrido un acto presunto, la
Administración dicte una resolución expresa. Pero nada dice este precepto sobre si dicha
resolución expresa modifica o no la resolución presunta o si la confirma, como es el caso de
autos , en donde se mantiene el carácter desestimatorio (ahora ya expreso) de la reclamación
de responsabilidad. Y sigue diciendo la sentencia apelada que «cualquiera que sea el cauce
procedimental escogido, una vez se dicta resolución expresa, antes de que recaiga sentencia,
y cualquiera que sea la fase procedimental en que se encuentre el recurso contencioso-
administrativo, es preciso la impugnación de dicha resolución expresa, a fin de que la misma
no devenga firma y produzca efectos». Y trasladado todo ello al caso de autos «puesto que no
se ha recurrido la resolución expresa y no hay silencio administrativo, debe inadmitir el
recurso conforme al art. 69 c) LJCA».
A juicio de la Sala, si bien la redacción del art. 36.4 LJCA es desafortunada o poco clara, no
exige, como deduce el juzgador, una necesaria impugnación de la resolución expresa (cierto
es que no se prohíbe expresamente la interposición si fuera el caso, de un nuevo recurso
contencioso-administrativo en cuyo caso si sería procedente la acumulación), y siendo obvio
que la ampliación del mismo es facultativa, por interpretación conjunta del art. 36.1 LJCA
en relación asimismo, al usar el art. 36.4 LJCA el término «podrá» al referirse al
desistimiento, lo que sólo tendría sentido si el acto expreso fuese de sentido contrario al
anterior; posibilidad que la Ley permite con carácter general. Por ello, la necesaria
impugnación sólo existe en el caso de desistimiento, sin que la LJCA prevea la hipótesis de
que ni se desista ni se pida la ampliación del recurso, y que a pesar de ello se interponga un
segundo recurso contencioso contra el acto expreso.
Para esta sentencia, en todo caso no se impone la inadmisión del primer recurso (como hace
la sentencia apelada) por el hecho de que no se recurra la resolución expresa y este alcance la
firmeza. Debiendo reforzar la interpretación anterior en el hecho de que el acto expreso lo que
hace es confirmar el silencio, y no modifica el acto presunto , la Sala ya ha expresado que ese
precepto de la LJCA «ofrece la posibilidad de ampliar el alcance del recurso al acto o
disposición administrativa producido en esas circunstancias, pero no la impone» (STSJCV
22/2006, de 18 de enero, Sección Segunda).
Concluye la sentencia que en similar sentido, bajo la LJCA de 1956 la jurisprudencia ya dijo
que «“no es precisa la ampliación del recurso a la ulterior resolución expresa que confirma el
silencio” (STS de 7 de mayo de 1990; y la de 30 de septiembre de 1992), ya que la ampliación
era una carga del recurrente sólo necesaria en el caso de que el acto expreso modificara el
presunto o el sentido del anterior. Por todo ello, la sentencia que declaró la inadmisión del
recurso contencioso-administrativo no se ajusta a Derecho, extremo por el que acogiendo la
pretensión principal del apelante se debe anular y revocar: se declara admisible el recurso, y
con arreglo al art. 85.10 LJCA procede entrar sobre el fondo».
No obstante, aconsejamos «ampliar», no solo para evitar el riesgo de inadmisión por que
pueda interpretarse que el nuevo acto no confirma sino matiza el presunto, sino
también para evitar el riesgo de desestimación por que pueda «interpretarse» que –por
no ampliar– la sentencia ha de ceñirse a las pretensiones que tengan como objeto o
referencia el acto que se llevó al proceso inicialmente. La ampliación del recurso tendrá
especial trascendencia cuando el acto aporte un contenido esencial respecto de la
resolución presunta (cuando el acuerdo dictado expresamente ha modificado el
presumido silencio) ya que si no se produjera la ampliación «los actos expresos llegarían
a ser firmes y consentidos, quedando sustraídos a la jurisdicción sin que por
consiguiente la sentencia que se dicte con respecto de los actos inicialmente combatidos
pudieran atacarse en sus consecuencias» (STS de 27 de febrero de 1997; STC 98/1988).
Advertimos también del peligro que asiste el recurrente, si advierte un acto expreso,
resolutorio o con conexión con el objeto del proceso en cuestión, a la hora de consultar
el expediente , y no lo impugna expresamente. Es una situación que en la práctica se
produce de vez en cuando (en este contexto, informa, en lo fáctico, la STSJ 258/2016 de
TSJ de Madrid de 31 de mayo de 2016). Obviamente, la «solución» podrá estar, para
quien omite esta carga, en la doctrina que se ha expuesto anteriormente.
3. ARTÍCULO 37 LJCA
Puede citarse la STSJ Andalucía, Granada, núm. 579/2000, de 2 de mayo de 2000, sobre
una pluralidad de recursos con «idéntico objeto» y la tramitación de uno de ellos
suspendiendo los demás hasta que se dicte sentencia en el primero. Según esta
sentencia corresponde declarar la denegación de la extensión de los efectos si se aprecia
contrariedad a la jurisprudencia en la doctrina determinante del fallo cuya extensión se
postula (igualmente, STSJ Andalucía, Granada, núm. 766/2000, de 29 de mayo de 2000) 4).
4. LA ACUMULACIÓN EN UN SISTEMA DIFERENCIADO DE
PRETENSIONES PROCESALES
Las pretensiones o acciones tienen por tanto propia especificidad, conforme al sistema
plural o diferenciado de pretensiones procesales de la LJCA de 1998 (capítulo III del
Título I) sin que puedan aquéllas acumularse de forma confusa e indiferenciada. Por
eso, el nuevo sistema procesal administrativo partirá de que para cada procedimiento se
tramite una determinada pretensión sin perjuicio de que se formulen peticiones
distintas o alegaciones diversas en la misma acción procesal siempre que sean
coherentes con su objeto.
La acumulación entre acciones no fue desconocida para la LJCA de 1956, ya que con
toda normalidad se acumula una pretensión de anulación (incluso contra una
denegación presunta de un acto y una pretensión de plena jurisdicción).
La LJCA (artículo 31.1), como viene siendo tradicional, admite o presupone que la
pretensión anulatoria y la de reconocimiento de una situación jurídica individualizada
pueden interponerse conjuntamente. Cuando la pretensión impugna un acto de
gravamen no hay mayores problemas en admitir este acoplamiento de ambas
pretensiones (por ejemplo, se anula una sanción y se ordena la devolución del ingreso).
FOOTNOTES
1
Una de las ideas inspiradoras de la reforma introducida por la Ley 13/2009 ha sido la de
concretar las competencias procesales del Cuerpo de letrados de la administración de justicia,
configurado como un cuerpo superior jurídico, de modo que salvo los supuestos en que una
toma de decisión procesal pudiera afectar a la función estrictamente jurisdiccional, se ha
optado por atribuir la competencia del trámite de que se trate al letrado de la administración de
justicia. Con ello se pretende garantizar que el Juez o Tribunal pueda concentrar sus esfuerzos
en la labor que le atribuyen la Constitución y las Leyes como función propia y exclusiva: juzgar
y hacer ejecutar lo juzgado.
Éste era el supuesto de la STS de 7 de marzo de 1997. El recurrente alegaba que la sentencia de
instancia sólo llegó a conocer de una de las dos pretensiones que le interesaban (una contra las
actas de infracción en materia laboral y otra de falta de liquidación de cuotas a la Seguridad
Social). Sin embargo, el fallo entendió que «la sentencia de instancia ni confunde el fondo del
asunto ni ocasiona la indefensión denunciada, porque entiende, con rigor no carente de
fundamento, que lo impugnado son las resoluciones administrativas aprobatorias del acta de
liquidación, distintas de las resoluciones aprobatorias del acta de infracción que constituyen el
objeto de otro recurso diferente que ante la Sala se tramitaba sin haberse acordado su
acumulación y que permite al recurrente alegar en la tramitación de aquél cuanto a su derecho
estime pertinente» (puede verse también el ATS de 15 de marzo de 1994).
Antes de este párrafo esta sentencia exponía: «CUARTO. Tampoco compartimos el parecer de la
Sala de instancia cuando, al fundamentar el pronunciamiento de inadmisión del recurso,
reprocha a Ecologistas en Acción el no haber ampliado el recurso para dirigirlo también contra
la resolución expresa del recurso de reposición una vez que ésta se produjo. El Abogado del
Estado sostiene –abundando en las razones dadas en la sentencia recurrida– que en estos casos
de resolución expresa tardía, posterior a la interposición del recurso contencioso-
administrativo, se ofrecen al recurrente, de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 36 de la Ley
reguladora de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, tres alternativas para instar la
revisión de ese acto expreso tardío: a/ desistir del recurso interpuesto y recurrir
autónomamente la resolución expresa en el plazo de dos meses desde la notificación; b/ recurrir
autónomamente la resolución expresa y solicitar la acumulación con el recurso inicialmente
dirigido contra el acto presunto; c/ solicitar la ampliación del recurso en el plazo del artículo 46
a contar desde la notificación de la resolución. Y no habiendo ejercitado en este caso la
recurrente ninguna de esas opciones, la resolución expresa devine un acto consentido y firme,
y, por tanto, no susceptible de impugnación, de donde deriva la inadmisibilidad del recurso
contencioso-administrativo. Como decimos, esta Sala no comparte el razonamiento del Abogado
del Estado (...) De momento nos limitaremos a señalar que el no haber ampliado el recurso para
dirigirlo también contra esa resolución expresa no es razón para declarar su inadmisibilidad. A
tal efecto procede reproducir aquí algunas de las consideraciones que se exponen en la
sentencia de esta Sala, Sección Segunda, de 16 de febrero de 2009 (casación 1887/2007), de cuyo
fundamento jurídico segundo extraemos los siguientes fragmentos: «(...). SEGUNDO. El
artículo 36 de la Ley 29/1998 regula la llamada “acumulación por inserción” o “ampliación
del objeto del recurso”, de modo que, conocida la existencia de algún acto, disposición o
actuación que guarde con el que sea objeto del recurso la relación prevista en el artículo 34, el
demandante puede pedir, dentro del plazo para interponer recurso contencioso-administrativo,
que se amplíe el ya iniciado a la nueva actuación administrativa (apartado 1). Ahora bien, en el
caso de que esta nueva actuación constituya la respuesta explícita a una petición cuya
desestimación presunta por silencio es objeto de una impugnación contencioso-administrativa
en trámite, el recurrente, además de conducirse como indica el apartado 1, puede aceptar el
pronunciamiento expreso, desistir de la impugnación contra el acto presunto y, en el plazo para
recurrir, instar otra contra aquel primero (apartado 4). En los términos de la Ley 29/1998 cabe
una tercera posibilidad consistente en interponer un recurso contencioso-administrativo
independiente contra el acto expreso y después pedir su acumulación al que ya está en marcha
contra el presunto, conforme a lo dispuesto en el artículo 37. La primera nota que salta a la
vista de la regulación descrita es que el legislador ha configurado las distintas reacciones del
recurrente (ampliación, desistimiento y nuevo recurso o interposición independiente y
posterior acumulación) con carácter potestativo, como lo evidencia el repetido uso del verbo
“poder”. Ahora bien, (1) o amplia, (2) o desiste e insta otro proceso (3) o impugna y pide la
acumulación en los plazos que contempla el artículo 46 de la propia Ley, pues si no lo hace así la
nueva actuación administrativa quedará consentida, firme y, por consiguiente, inatacable con
arreglo a los artículos 51, apartado 1, letra d), y 69, letra c), de la Ley de la jurisdicción .
Capítulo XIX
Sumario:
La propia diligencia de ordenación dando plazo de veinte días para formular tales
escritos de demanda o contestación advierte ya de la necesaria fijación de la cuantía. Se
viene afirmando que la determinación de la cuantía es una materia de orden público
procesal, y, por tanto, susceptible de ser efectuada en cualquier momento, también por
el órgano jurisdiccional ( STS de 12 de diciembre de 2000 (RJ 2001, 99), rec. 6742/1996;
STC 58/1995).
No es el juez o Tribunal quien fija la cuantía del recurso mediante auto, sino que es
atribución del Letrado de la Administración de Justicia, pese a que para los supuestos en
que el demandado no esté de acuerdo con la cuantía señalada por la parte demandante
se puede afirmar que hay una «revisión» de la cuantía fijada por el Letrado de la
Administración de Justicia que resuelve el incidente, ya que es posteriormente el juez o
tribunal quien determina la cuestión definitivamente en sentencia.
La doctrina se ha fijado en especial en el caso en que no se tuviere por preparado el recurso
de casación o no se admitiera el recurso de apelación, por razón de no llegarse a las cuantías
exigidas (actualmente, tras la reforma de la LJCA por LO 7/2005, en material casacional, sin
embargo, la cuantía ya no es un impedimento para recurrir en casación). Pero no se viene
pensando tanto en el caso en que la cuantía fijada por el Letrado de la Administración de
Justicia (o por el juez o tribunal, en su caso) sea tan alta que disuada al justiciable de recurrir
contra la sentencia (tradicionalmente esto afectaba en especial a la casación, hasta que la
LO 7/2015 ha suprimido el requisito de la cuantía para recurrir en casación). O en el caso en
que el demandante considere que el asunto tiene cuantía indeterminada y en cambio el
letrado de la administración de justicia o Tribunal la fija en determinada con tal rigor.
Para fijar el valor económico de la pretensión hay que estar a las especialidades de la
LJCA (artículo 42) y a la LEC (artículos 251 y siguientes). Inevitable también hacer
referencia a la casuística jurisprudencial a efectos de poner algunos ejemplos prácticos.
Toda la doctrina jurisprudencial de los últimos años (hasta la reforma de la LJCA por LO
7/2015) se ha hecho especialmente pensando en la cuantía desde el punto de vista de
recurrir en casación, lo que puede percibirse en algunas de las sentencias que vamos a
citar seguidamente.
Por ejemplo, este trasfondo subyace en muchas sentencias en relación con los
supuestos de acumulación o de ampliación: la cuantía vendrá determinada por la
suma del valor económico de las pretensiones objeto de aquéllas , pero no
comunicará a las de cuantía inferior la posibilidad de casación o apelación ( artículo
41.3 de la LJCA) 2).
En estos casos de acumulación podía por tanto decretarse la admisibilidad parcial del
recurso de casación respecto de la pretensión cuya cuantía supere la cifra indicada (STS
de 22 de julio de 1998; ATS de 21 de abril de 1997).
El artículo 42.1.a) de la LJCA sigue diciendo que para fijar tal contenido económico
del acto «se tendrá en cuenta el débito principal, pero no los recargos , las costas ni
cualquier otra clase de responsabilidad, salvo que cualquiera de éstos fuera de importe
superior a aquél».
Este criterio legal está bien asentado jurisprudencialmente [por seguir el citado artículo
42 el criterio material del artículo 51.1.a) de la LJCA precedente]. Así, «si se trata de
actos tributarios hay que atender única y exclusivamente al débito principal (cuota) y
no a cualquier otro tipo de responsabilidades como recargos, intereses de demora o
sanciones» (AATS de 21 de abril de 1997; de 3 de noviembre de 1997; de 14 de noviembre
de 1997). En este mismo sentido ATS de 17 de septiembre de 1997, en materia de
reclamación de cantidades por obras ejecutadas; o ATS de 22 de diciembre de 1997, en
materia de actas de liquidación de cuotas del Régimen General de la Seguridad Social.
Considérese que, antes de la reforma por Ley 37/2011, en instancia no era tan relevante
la cuantía: al no haber imposición de costas como regla general, la cuantía no era
esencial, al menos en comparación con los momentos posteriores a dicha reforma en
que las costas van a fijarse en función de la cuantía del proceso en instancia.
Así por ejemplo, en caso de que el litigio verse sobre la procedencia de demolición de
unas obras la cuantía viene determinada por el valor de las obras a realizar (AATS de 21
de julio de 1997; de 21 de julio de 1997).
Mediante la Ley 13/2009 se introdujo un segundo párrafo en este apartado 2 del artículo
42 según el cual también se reputarán de cuantía indeterminada los recursos
interpuestos contra actos, en materia de Seguridad Social, que tengan por objeto la
inscripción de empresas, formalización de la protección frente a riesgos profesionales,
tarifación, cobertura de la prestación de incapacidad temporal, afiliación, alta, baja y
variaciones de datos de trabajadores.
A veces, es tal la obsesión por la cuantía indeterminada que se llega a olvidar que puede
interesar más fijar la cuantía conforme a la cuantía real, por poder ser inferiores las
costas, pese a que dé lugar el asunto a su tramitación mediante un procedimiento
abreviado.
En todas estas reflexiones está subyaciendo la visión que tiene el justiciable sobre la
cuantía y en el fondo sobre su pariente cercano (las «costas»). En el fondo, prueba de
que el criterio del «vencimiento» en materia de costas no es (pese a lo que algunos
procesalistas alegan) igualitario para la Administración y para el ciudadano recurrente,
es el hecho de que solo el recurrente, día a día, tenga que estar preguntándose (a veces
de forma atormentada) por las cuantías y por las costas resultantes. Y, además, por pura
estadística: si los contenciosos se ganan mayormente por la Administración, ¿a quién
beneficia pues el criterio del vencimiento ?
A pesar de la alarma social que cundió en su momento, el problema real no era la tasa
judicial, sino las costas procesales 3).
La liberalización de los servicios profesionales ha dejado notar sus efectos con el propio
letrado, pero persiste el problema principal, es decir, el «letrado contrario» y los
posibles aranceles de los procuradores en función de las cuantías de los contenciosos 4).
El Auto de 15 de marzo de 2017 del Tribunal Supremo, Sala Primera, de lo Civil, Rec.
329/2013, aplica por primera vez la doctrina de la sentencia del TJUE sobre el arancel de
los procuradores reduciendo significativamente dichos aranceles. También se reducen
los honorarios de letrado atendiendo a criterios no sólo basados en la cuantía, sino
también en las circunstancias concurrentes en el pleito, el grado de complejidad del
asunto (...).
FOOTNOTES
1
Este criterio, previsto por la LJCA anterior (a salvo de la mención legal expresa que hace la LJCA
de 1998 a la casación) se desarrolló especialmente por el Tribunal Supremo en tiempos
anteriores a la reforma por la LO 7/2015, que es cuando tenía mayor sentido la cuantía: «la
cuantía vendrá determinada por la suma del valor de las pretensiones objeto de aquéllas, pero
no comunicará a las de cuantía inferior la posibilidad de casación o apelación» (SSTS de 27 de
enero de 1996; de 13 de enero de 1996; de 13 de enero de 1996; AATS de 19 de enero de 1998; de
7 de abril de 1997, siguiendo y reafirmando el artículo 50.3 de la LJCA de 1956, ahora 41.3 de la
LJCA de 1998).
Recordemos las quejas de abogados y otros profesionales, lo que finalizó con el artículo 11
del Real Decreto-ley 1/2015, de 27 de febrero, de mecanismo de segunda oportunidad,
reducción de carga financiera y otras medidas de orden social (convalidado mediante Acuerdo
del Congreso de los Diputados de 12 de marzo de 2015 y publicado en el B.O.E. de 18 de marzo)
que suprimió la tasa judicial para las personas físicas. Y la STC 140/2016, de 21 de juliode
2016 (RTC 2016, 140), declaró la inconstitucionalidad y nulidad de las tasas judiciales
correspondientes a los órdenes jurisdiccionales contencioso-administrativo y social y de
determinadas tasas correspondientes a procesos en el orden jurisdiccional civil para las
personas jurídicas. Y, sin embargo, las cantidades por tasas llegan a ser ridículas en relación con
las posibles cantidades que resultan de aplicar, en el mismo asunto, en la tasación de costas, las
tablas de los libros de honorarios, no siendo sino los colegios profesionales quienes las han
elaborado.
De ahí que se estén presentando en los propios tribunales este debate de la posible
desproporción a veces de los derechos arancelarios de los procuradores (STS 108/2013, recurso
de amparo 7128-2011; ATS de 19 de julio de 2011, bajando la cifra de los 106.769,27 euros a
12.500 por ser la mitad de los honorarios del letrado y por poder el Supremo limitar estas
cantidades resultando desproporcionadas; y AAP de Barcelona de 1 de marzo de 2012, CENDOJ
08019370152012200001; e informe de la Comisión Nacional de los Mercados y de la
Competencia 86/13 recomendado la liberalización en este ámbito).
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XX. Diligencias preliminares. Recurso de lesividad (artículo 43 LJCA)
Capítulo XX
Sumario:
A. DOCTRINA GENERAL
La lesividad es, ante todo, expresión de una regla genuinamente jurídica por la que se
impide a la Administración sustituir directamente un acto por acto, ya que esta
pretensión tiene que seguir alguno de los cauces revisorios de actos, dentro de los que se
incardina, pues, la lesividad, cuando además concurren sus presupuestos 2).
Téngase también en cuenta que este régimen procesal ( artículo 43 de la LJCA) viene
tradicionalmente entendiéndose por referencia a la impugnación de actos
administrativos y no de disposiciones de carácter general , presuponiéndose que en
estos supuestos lo que procede no es sino la derogación de la norma, a salvo de cuando
la LPAC prevé la revisión de oficio de las disposiciones generales nulas, «que no opera
en ningún caso, como acción de nulidad» en favor de terceros (decía ya la Exposición de
Motivos de la citada Ley 4/1999, de modificación de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre,
en el contexto del derogado artículo 102.2 de la LRJAP-PAC).
B. NATURALEZA JURÍDICA
La lesividad impone a la Administración un iter que puede entenderse bajo esa ratio
característica del Derecho administrativo de pautar el acto y conformar su adecuación a
Derecho, pero también como garantía del posible afectado.
Acabamos de ver, como primer presupuesto, la existencia de una declaración como tal
de lesividad 8).
Y, también, en esta línea igualmente característica de los tribunales de pasar por alto
posibles defectos de la actuación sometida a su revisión, que si el supuesto de referencia
es un acto producido por la Administración General del Estado, si bien es exigible
Informe de los Servicios Jurídicos correspondientes, esta exigencia no es un
verdadero presupuesto de la declaración, sino de una norma de carácter interno, cuyo
incumplimiento por sí solo no da lugar a la invalidez de tal declaración administrativa
(STS de 21 de abril de 1994).
Profundizando en las garantías que pueden interesar al afectado por este proceso de
lesividad, es preciso referirse a la posible caducidad del procedimiento prevista en el
artículo 107.3 de la LPAC (antes, 103.3 de la LRJAP-PAC) : «t ranscurrido el plazo de
tres meses desde la iniciación del procedimiento sin que se hubiera declarado la lesividad
se producirá la caducidad del mismo» .
Otra garantía que puede interesar es el derecho de audiencia . Dentro del «variopinto»,
y a veces contradictorio, panorama existente sobre el derecho de audiencia en las
sentencias al uso de nuestra jurisdicción, puede citarse, en el contexto de la lesividad, la
SAN de 1 de junio de 2004 (JT 2004, 1086), rec. 931/2001. En el presente asunto, tras
exponerse la regulación sobre tal derecho de audiencia en el contexto de la lesividad y
general de la legislación de procedimiento, se relativiza la trascendencia del asunto
acudiendo al manido criterio de que, «aun de haberse producido algún defecto formal
de tramitación, lo que únicamente se acepta a efectos dialécticos, en ningún caso se
habría causado indefensión a la recurrente, que ha tenido trámites posteriores
suficientes para alegar lo conveniente a su derecho», además de citar una sentencia al
caso del TS (en concreto la de 20 de julio de 1992) y terminar derivando la culpa al
particular considerando que éste no ha concretado «cuáles son las razones por las
cuales se habría ocasionado una irreparable indefensión del recurrente».
Por otro lado, es presupuesto de la acción de lesividad de los actos anulables el que se
respete el plazo de cuatro años dentro del cual es permisible dicha lesividad (STSJ
de Aragón núm. 75/2005, de 4 de febrero de 2005 revocando la sentencia impugnada 10)).
Sin que el inicio de este procedimiento paralice o interrumpa el plazo de caducidad de
cuatro años. Y pudiendo empezar de nuevo el procedimiento la Administración si no
agota el plazo de los cuatro años. El acto de lesividad ha de ser motivado.
D. FASE JUDICIAL
Las restantes particularidades, como que el proceso comience con demanda , que con
ella se acompañe el expediente administrativo y se identifique con precisión a la
persona o persona demandadas, así como se incorpore la declaración de lesividad, no
son sino la consecuencia natural y propia derivada de aquella especialidad que afecta a
la naturaleza del acto objeto de la pretensión y, por ende, a la identidad y posición
procesal de los intervinientes (sentencia de la Audiencia Nacional de 1 de junio de 2004,
rec. 931/2001).
Importa aclarar Asimismo, la posición procesal que pueden mantener los «terceros»
en este tipo de procesos de lesividad 12). En este sentido, la STS de 23 de abril de 2004
afirma que «la declaración de lesividad no tiene más efecto que el de permitir a la
Administración instar la impugnación jurisdiccional de un acto dictado por ella misma,
y es dentro del proceso jurisdiccional que así se inicie donde han de ser emplazados
todos los demás interesados en mantener la validez de dicho acto y donde pueden hacer
valer, en beneficio de sus derechos e intereses, todo lo que estimen conveniente en
contra de esa declaración de lesividad y de la nulidad pretendida frente al acto que haya
sido objeto de la declaración de lesividad» 13).
La lesividad tiene auge en la práctica jurídica, y afecta a cualquier ámbito del Derecho
administrativo 15)». Acaso destacaríamos su aplicación creciente en materia contractual
superando obstáculos iniciales a su aplicación, o con interesantes peculiaridades en
materia de expropiación forzosa (en relación con las impugnaciones por el Estado de
los Acuerdos de los Jurados de Expropiación, que precisamente se hacen por el cauce de
la lesividad). En estos casos, la consecuencia de la lesividad podrá ser no solo la
anulación del acto lesivo, por ser ilegal (y preferiblemente perjudicial al interés
público), sino también la afirmación de un criterio distinto del que sostiene el acto
anulado 16).
Asimismo, la lesividad puede llegar a proceder en casos en que han cambiado las
situaciones fácticas que justificaron su dictamen; o si no se tuvieron en cuenta
suficientemente dichos cambios, o se desconocían. En este contexto, la SAN de 30 de
diciembre de 2014 (JUR 2015, 18951), recurso 710/2013, estima el recurso de lesividad
interpuesto en un supuesto en que se había otorgado la nacionalidad a un sujeto, sin
tener en cuenta (por desconocimiento en tal momento de tal otorgamiento) de la
comisión de delitos, hecho que impide la nacionalidad según la legislación aplicable.
Una vez se verifica el hecho, es cuando se interpone la lesividad, que se estima
judicialmente.
En la práctica podrá ocurrir que el perjuicio esté claro, pero que la Administración
descuide argumentar la ilegalidad del acto cuya lesividad se pretende por la
Administración. Interesante es cómo, aunque la SAN de 30 de junio de 2011 (RJCA
2011, 518), rec. 227/2010 desestima la demanda de lesividad considerando que el acto
causa un perjuicio, pero no es ilegal (la rehabilitación de un secretario municipal),
mientras que la STS de 13 de marzo de 2013 (J2013/55451) revoca la sentencia de la
Audiencia Nacional considerando que está acreditada la anulabilidad del acto 19).
En principio, parece claro que el ámbito genuino de la lesividad lo constituyen los actos
anulables favorables a un particular. La lesividad podrá tener un doble carácter: o bien
la devolución de una cantidad indebidamente ingresada por el particular si concurren
los presupuestos de la lesividad (básicamente, ilegalidad y perjuicio), o bien la
correspondiente indemnización a favor del afectado cuando (por ejemplo, en materia de
licencias) se ha otorgado un acto favorable y su anulación conlleva indemnizar por los
perjuicios ocasionados.
Ahora bien, donde queremos llegar, con todo este estudio previo, es a configurar la
lesividad como el mecanismo principal y general en materia de revisión o
revocación de actos.
Por ejemplo, puede haber casos fronteros entre revocación y lesividad 22). Pongamos el
caso de todos esos actos en los que no se advierte en principio un acto favorable de
forma concreta o singularizada, porque el acto administrativo lesivo no tiene ab initio
ese carácter, sino un sentido más objetivo o general (por ejemplo, bases, pliegos, actos
presupuestarios), pese a que se identifica finalmente una persona que defiende el
criterio contrario a la anulación del acto cuya erradicación interesa a la Administración.
En casos interpretables, o de dudas más que razonables, entre revocación y lesividad, o
entre revisión de oficio y lesividad, esta última se impondría como mecanismo general
de revisión. Y es que la lesividad viene a ser la forma jurídicamente más rigurosa (para
la Administración) en el caso concreto. Solo faltaría que, en caso de duda, por situarse la
Administración en el plano más estricto para ella, finalmente unprurito interpretativo
del juzgador llevara a la anulación de lo actuado por ser improcedente la lesividad.
Obviamente, esta situación será fronteriza con esa otra en que la lesividad deba ser
declarada, con todo merecimiento, inadmisible, por no concurrir sus presupuestos 23) o
incluso innecesaria 24). Pero estamos pensando más bien en casos en que podría haber
sido más adecuada, en una posible interpretación distinta, la revisión o la revocación. Se
impondría, en la praxis, antes de declarar la inadmisión de la lesividad, observar si, en
realidad, estamos ante esta situación en que podría haber procedido la nulidad o la
revocación, pero se ha optado por la forma más garantista respecto de ese particular
que puede estar rondando en torno a un acto que a priori no aparece claramente
favorable.
Puede apoyarse esta afirmación en la STS de 13 de febrero de 2013 (RJ 2013, 3512)
(rec. 5788/2006). Los recurrentes llegaban a invocar, como argumento de defensa, la
procedencia de la revocación, y no de la lesividad, para repercutir por la Administración
contra una liquidación tributaria. Esta sentencia entendió, primero, que si el acto es
favorable, procede la lesividad, y, segundo, que «resulta llamativa la tesis de los
recurrentes en el sentido de entender que la liquidación girada por la tasa y declarada
lesiva no es un acto favorable, pues su aceptación supondría que la Administración
podría anular liquidaciones, y sustituirlas por otras más gravosas, sin sujetarse al
procedimiento de lesividad, conclusión que claramente perjudica la posición de los
administrados y también de los recurrentes » 25). Doctrina ésa que nos parece un ejemplo
a seguir 26).
FOOTNOTES
1
En cuanto al caso más común, del ejercicio de las pretensiones de anulación contra actos
expresos y presuntos, el artículo 25 de la LJCA presupone que el recurso contencioso-
administrativo se ejercita contra un acto que ha agotado la vía administrativa, ya sea definitivo
o de trámite. El artículo 46.4 de la LJCA considera que el recurso de reposición tiene carácter
potestativo. Si se opta por el recurso de reposición, no podrá interponerse recurso contencioso-
administrativo hasta que sea resuelto expresamente o se haya producido la desestimación
presunta del recurso interpuesto.
La LRJAP-PAC 30/1992 previó una comunicación previa a la Administración para poner a ésta al
corriente de la interposición de un recurso contencioso-administrativo (artículo 110.3). El
Tribunal Supremo venía matizando y suavizando el rigor de este formalismo, así, la STS de 17
de septiembre de 1996 a cuya lectura es preciso remitirse (igualmente, SSTS de 22 de abril de
1996; y de 3 de febrero de 1998, AA 30 1998 § 575). Por su parte, el Tribunal Constitucional (SSTC
83 y 84/1996) declaró que la formalista y literal interpretación de la comunicación previa a que
se refiere el apartado 3 de la Ley 30/1992 no resulta conforme a las exigencias derivadas del
derecho a la tutela judicial efectiva, debiendo en todo caso configurarse la omisión de la
referida comunicación previa como un defecto subsanable (en este mismo sentido la STS de 22
de julio de 1996: «resulta un defecto procesal subsanable»).
El artículo 103 de la Ley 30/1992 («declaración de lesividad de actos anulables») eliminó esta
potestad revisora de la Administración, con lo que se obliga a ésta a acudir a los órganos
jurisdiccionales si quiere revisarlos, mediante la pertinente declaración de lesividad y posterior
impugnación.
Véase E. GARCÍA DE ENTERRÍA, «La configuración del recurso de lesividad», RA P 15, 1954; V. ESCUÍN
PALOP, «Reflexiones sobre la naturaleza jurídica de la declaración de lesividad », REDA n.º 126
abril-junio 2005, pp. 247-261.
Según el artículo 19.2 de la LJCA, «la Administración autora de un acto está legitimada para
impugnarlo ante este orden jurisdiccional, previa su declaración de lesividad para el interés
público en los términos establecidos por la Ley».
Para la sentencia de la Audiencia Nacional de 1 de junio de 2004 (JT 2004, 1086), rec.
931/2001, sobre la naturaleza jurídica de la declaración de lesividad : este respecto, conviene
recordar que, pese a que la naturaleza jurídica de la declaración de lesividad es polémica, parece
predominar la postura de que constituye un requisito preprocesal, lo que en otras palabras viene
a significar que no es un acto administrativo propiamente dicho, a través del cual se ejercite
una potestad legal de tal carácter ni, por tanto, es susceptible de impugnación, ya que la
vocación de aquél, en tanto que conduce y remite necesariamente al proceso jurisdiccional es
causa suficiente como para que las razones que, de fondo o forma, puedan aducirse frente a la
declaración de lesividad, sean hechas valer en el correspondiente proceso, sin merma alguna
del derecho constitucional a la defensa, toda vez que, por así decirlo, estamos en presencia de
un acto que carece de contenido declarativo propio y definitivo, pues está limitado a la
constatación de un hecho que, sin embargo, carece de validez y de trascendencia por sí mismo,
pues la declaración que se efectúa mediante la declaración de lesividad no constituye una
presunción de invalidez ni modifica la situación jurídica derivada del acto declarativo de
derechos en favor de quien, en este proceso, ha de ser parte demandada, pues es un acto que no
es nada sin el proceso que le sigue, donde ha de definirse el ámbito propio de la impugnación.
En otras palabras, lejos de consistir en una modalidad de los procedimientos de revisión de
oficio, en que la Administración –siempre con el ulterior control jurisdiccional– tiene en sus
manos la potestad de invalidar los actos que adolezcan de determinados vicios particularmente
graves ( artículos 102 de la Ley 30/1992 y 153 y siguientes de la Ley General Tributaria, en
relación con los actos de este género), el complejo formado por la declaración de lesividad y el
proceso jurisdiccional que le sigue no atribuyen a la Administración otra facultad que la de
accionar, impetrando de los Tribunales la nulidad de un acto que ella misma no puede declarar .
STS de 23 de abril de 2004, [RJ 2004, 2649]. Añade la STS de 29 de abril de 2004 que «el
acuerdo que declara la lesividad de un acto administrativo no es susceptible de impugnación
toda vez que la declaración de lesividad es tan sólo un presupuesto procesal o trámite previo
para que la Administración pueda interponer recurso Contencioso-Administrativo»,
confirmando la doctrina de la STS de 23 de abril de 2002, al señalar que «ciertamente, la
declaración de lesividad, regulada anteriormente en el artículo 110 de la Ley de
Procedimiento Administrativo (...), constituye un mero presupuesto procesal para la
interposición del recurso Contencioso-Administrativo por parte de la Administración contra sus
propios actos favorables o declarativos de derechos, siendo en el proceso que se promueva con
base en esa declaración de lesividad donde se dilucidará si efectivamente concurre causa de
anulabilidad en el acto declarado lesivo».
Asimismo, para la STS de 21 de abril de 1994, « no es necesario que el acto agote la vía
administrativa» (es decir, «el requisito exigido en los supuestos generales, por el artículo 37 de
la Ley de la Jurisdicción de 1956, no es aplicable a este proceso especial de lesividad»). Sobre la
irrecurribilidad de las declaraciones de lesividad, J.A. SANTAMARIA PASTOR, «El nuevo régimen de la
revisión de oficio y de los recursos administrativos», RVAP n.º 105 2016 pp. 248.
Este mismo criterio en cuanto al dies a quo se fija por la STS de 2 de noviembre de 2011 (recurso
número 4256/2008), si bien en otro tipo de procedimientos.
10
Interesa seleccionar estos dos párrafos de la sentencia: «Pero sucede que el tiempo transcurrido
desde el otorgamiento de la licencia el 28 de julio de 1992 hasta que a principios de 2001 el actor
solicitó la revisión de la misma, constituye impedimento insalvable para invalidar aquella
licencia, o más propiamente, la resolución municipal que la otorgó. Tropieza con el plazo legal
dentro del cual es permisible la lesividad de los actos anulables: cuatro años desde que se dictó el
acto administrativo en cuestión (artículo 103 de la Ley de procedimiento administrativo común,
precepto modificado por la Ley 4/1999, de 13 de enero ). Límite legal, garante de la seguridad
jurídica a la que se subordinan las cuestiones de legalidad de segundo grado, que es aplicable en
cuanto a la irregularidad que advierte la sentencia apelada en la licencia en cuestión respecto de
las determinaciones del planeamiento aplicable (Normas Subsidiarias) , puesto que la actividad
fue autorizada en un local ubicado en suelo calificado de uso industrial especial cuya definición
no permite, según se dice, actividades que excedan de las propias de servicio,
independientemente de las prescripciones del Plan General municipal, aprobado inicialmente, a
la sazón». (...) «Dicho todo lo anterior, la anunciada estimación de los recursos de apelación en
cuanto a la actividad desplegada por la susodicha empresa en el local sito en la calle Picasso, 12,
no supone para el actor ver definitivamente fenecido su legítimo derecho a conseguir la inocuidad
de la actividad en cuestión desarrollada por la empresa vecina. Porque independientemente de
que tal momentáneo desenlace sólo se debe a la pasividad del interesado quien debió instar en
plazo la citada revisión de acto anulable (artículo 103 antes de su reforma por la antes citada
Ley 4/1999) formalizando documentalmente su oposición verbal al emplazamiento en aquel
lugar de la indicada industria, es cosa que siempre puede hacer demandando al Ayuntamiento la
adopción de las consiguientes medidas correctoras , el cual, obligado a controlar la adecuación
de las mismas durante el funcionamiento de la industria, y exigir la adopción de las pertinentes,
puede llegar, en su caso, a revocar la licencia si todas las posibles resultan insuficientes, no
siendo, “en consecuencia, necesaria la adopción de un acuerdo de lesividad en el caso de las
licencias –procedimiento al que se refería el apelante ante el Tribunal Supremo–, aunque ellas
sean definitivas y, por lo tanto, mucha menos necesidad existe de tal medida legal, cuando se
trata de licencias provisionales” (sentencia del Tribunal Supremo de 13 de noviembre de 1989)».
Como podemos apreciar, se entiende que la pretensión del interesado puede canalizarse a
través de otro tipo de procedimiento distinto al de lesividad. En este caso se trata del
otorgamiento de licencia de apertura de actividad molesta sin cumplimiento del requisito
previo de notificación a los vecinos del lugar donde se va a instalar.
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Más explícita es la sentencia de la Audiencia Nacional de 1 de junio de 2004 (rec. 931/2001): «Por
esa misma razón, existen determinadas dificultades de ajuste para dar cabida en esta particular
modalidad procesal a la intervención de terceros que, lejos de ser destinatarios del acto
combatido y, por tanto, interesados en su mantenimiento, participarían de los mismos intereses
que la Administración demandante, en tanto beneficiarios de la nulidad que ésta postula. La
Ley no prevé otra modalidad de intervención de terceros que la de demandado, no sólo por su
mención explícita, excluyente de cualquier otra solución, sino porque precisamente la
especialidad procesal en que el proceso de lesividad consiste se monta sobre el presupuesto de
que es la Administración la que recurre, y no otra persona natural o jurídica, atendida la
exigencia del requisito sustancial de la declaración de lesividad a los intereses públicos,
inconcebible en un particular». Las únicas posibles soluciones para integrar la, al menos
aparente laguna legal advertida, serían las siguientes: a) de una parte, reducir a la
Administración y al destinatario del acto recurrido la participación en el proceso, excluyendo a
terceros interesados, lo que sustenta algún sector doctrinal, con fundamento en el hecho de que
el principio de dualidad de partes quedaría salvaguardado mediante la llamada al proceso,
como demandados, de los directamente interesados en el mantenimiento del acto que se
impugna, tesis ésta que, en casos como el presente, dada la dependencia o condicionamiento
que el acto debatido representa para la situación de SEPI, podría suponer una vulneración de su
derecho constitucional a la defensa; b) permitir una participación de tales terceros congruente
con la verdadera situación procesal en la que se encuentran, derivada de su relación con el
objeto litigioso, con lo que sólo podrían ser, de hecho, «codemandantes», lo que tropieza con el
inconveniente de que esta figura del tercero interesado en la impugnación del acto ha sido
reiteradamente rechazada en nuestro proceso contencioso-administrativo, además de que
resulta difícil de compaginar con la especialidad procesal que nos ocupa y con el cumplimiento
de los requisitos sustantivos previos; y c) dar cabida a tales terceros en calidad de
codemandados, aun a sabiendas de que no lo son en sentido estricto y que, de facto , mantienen
una posición antagónica con el demandado propiamente dicho a que se refiere el artículo 45.4
de la Ley Jurisdiccional, que es la solución que finalmente se ha adoptado, ante la consideración
del indudable interés de SEPI por comparecer en el presente proceso, por las razones ya expuestas.
Que la entidad SEPI tiene derecho a intervenir en este proceso no tiene discusión posible .
Por su parte, la sentencia del TSJ de Andalucía, sede de Granada, de 26 de junio de 2000 afirma
que quien interviene en la posición de demandado en este tipo de procesos de lesividad no
puede mantener más que la legalidad del acto, recordando Asimismo, la imposibilidad de
reconvención en los contenciosos: «antes de adentrarnos en el examen de la cuestión debatida,
es preciso reseñar que el proceso contencioso-administrativo de lesividad no es un proceso
reconvencional donde el demandado, en este caso, que fue reclamante en vía económico-
administrativa, pueda sostener otra pretensión distinta a la de confirmación del acto
administrativo impugnado».
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Por ejemplo se practica contra una liquidación tributaria ( STS de 13 de febrero de 2013 (RJ
2013, 3512), rec. 5788/2006), un justiprecio (STSJ de Madrid de 3 de noviembre de 2014 rec.
1215/2010), contra un trienio erróneamente reconocido (STSJ de Canarias, Santa Cruz de
Tenerife, de 14 de enero de 2002, rec. 107/2001), contra la adjudicación ilegal de un programa
urbanístico y selección del urbanizador ( STS de 30 de septiembre de 2013 (RJ 2013, 7499),
rec. 5904/2010), contra la autorización de la utilización de unas parcelas (STSJ de Asturias de 16
de febrero de 2011, rec. 119/2010), contra el acto que autoriza la colocación de una tubería en
un camino público (STS de 7 de noviembre de 1985 RJ 358), contra una cláusula de una
concesión demanial relativa a la tasa por ocupación del dominio público (STSJ de Canarias, Las
Palmas, de 17 de enero de 2013, rec. 915/2010), contra una subvención (STS de Murcia de 27 de
noviembre de 2006, rec. 279/2003), contra la resolución por la que indebidamente se devolvían
unos ingresos a un particular por parte de la Administración tributaria (STSJ de Canarias, Santa
Cruz, de 27 de octubre de 2011, rec. 38/2010), la venta por gestión directa (STSJ de Cataluña de
17 de octubre de 2003, rec. 1286/2003), la liquidación de plusvalía practicada por el
Ayuntamiento (STSJ de la Comunidad Valenciana de 15 de enero de 2014, rec. 63/2003,
apoyándose igualmente en la reformatio in peius , ya que la liquidación había agravado la
situación del particular). En cambio, no procede si el acto recurrido es un acto de trámite (
STS de 11 de junio de 2014 (RJ 2014, 3424), rec. 4159/2012).
La lesividad es pertinente cuando se omiten los informes debidos, según la STSJ de Andalucía de
19 de julio de 2017 anulando la declaración de interés turístico de campo de golf al haberse
omitido los informes técnicos necesarios. El Tribunal declara la conformidad a Derecho de la
declaración de lesividad, anulando la declaración de interés turístico, al haber producido la
Administración, por silencio administrativo, un acto que supone un perjuicio para el medio
ambiente o la planificación municipal sin asiento normativo habilitante, contrario a la
normativa aplicable y, por todo ello, llevando implícito un perjuicio para el interés público.
Procede asimismo la lesividad para reclamar a un abogado reembolso por haberle pagado
honorarios de más. Además, “a la anterior argumentación que nos conduce a estimar la
declaración de lesividad, podemos añadir que dicha tramitación supone una mayor garantía
para el administrado que la mera reclamación por pago indebido que pudiera conducir a la
restitución de las cantidades abonadas en concepto de honorarios profesionales” ( STSJ
713/2015, de Asturias de 14 de octubre de 2015 (JUR 2015, 243553)).
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Por ejemplo, podrá revisarse una liquidación tributaria porque la cifra es incorrecta, siendo
otra cifra la correcta (lo presupone la STS de 13 de febrero de 2013, rec. 5788/2006). Lo mismo
puede decirse de la revocación de actos (STSJ de Extremadura de 25 de marzo de 2010).
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Para que un «acto administrativo declarativo de derechos» pueda ser declarado lesivo para la
Administración, a efectos de su ulterior impugnación por aquélla ante la jurisdicción
contencioso-administrativa, es menester: a) Que, el acto incurra en alguna forma de infracción
del Ordenamiento Jurídico y, sea posible su anulación. b) Que el acto en cuestión lesione
intereses públicos de carácter económico o de otra naturaleza. c) Que no hayan transcurrido
más de cuatro años desde la fecha en que el acto que se pretende anular fuera dictado» (STS de
21 de abril de 1994).
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No obstante, estas características que debe reunir un acto administrativo para ser invalidado
previa su declaración de lesividad pueden completarse: a) que el acto sea anulable, esto es, que
incurra en cualquier infracción del ordenamiento jurídico, incluso la desviación de poder; b)
que el acto sea lesivo para los intereses públicos, sin que la ley especifique en qué ha de
consistir la citada lesión; c) que el acto sea favorable para el interesado; d) además, su revisión
no puede entrañar el ejercicio de una potestad contrario a la equidad, a la buena fe, al derecho
de los particulares o a las leyes, lo que sucedería «por prescripción de acciones, por el tiempo
transcurrido o por otras circunstancias» que permanecen innominadas en el precepto de la
legislación procedimental administrativa; y e) ha de recaer sobre actos firmes, toda vez que el
procedimiento que nos ocupa constituye un mecanismo subsidiario de invalidación de actos
que no puede sustituir a los habituales mecanismos impugnatorios normales, sin perjuicio de la
consideración de que, obviamente, los actos favorables suelen ser firmes por irrecurribles,
salvo en aquellos supuestos de relaciones plurilaterales en que un acto es, al mismo tiempo,
favorable para un destinatario y desfavorable o gravoso para otro o para un tercero ajeno a la
relación jurídica contemplada (sentencia de la Audiencia Nacional de 1 de junio de 2004; rec.
931/2001).
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Razona así esta STS de 13 de marzo de 2013 (RJ 2013, 4422): «lo primero a subrayar a este
respecto es que la rehabilitación funcionarial no es una potestad libre de la Administración,
pues su válido ejercicio requiere inexcusablemente tomar en consideración los criterios
normativamente previstos para dicha rehabilitación (aquí en ese artículo 59.2 del citado
Reglamento) y justificar motivadamente que las circunstancias singulares del interesado no
individualizan, o lo hacen en muy escasa medida, esos criterios que son enunciados como
expresivos de factores o valores que son contraproducentes para el buen desempeño
funcionarial. (...) Y lo tercero a resaltar es que la improcedencia de la rehabilitación así
resultante no solo hace a esta contraria a los intereses públicos, también la hace estar incursa en
infracción del ordenamiento de dicho artículo 59.2 del Reglamento y, por ello, en causa de
anulabilidad».
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Abogacía General del Estado, Dictámenes de 8 de Mayo y de 19 de Junio de 2003, entre otros.
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No obstante, la mayor parte de los supuestos, en un plano operativo, se dilucidan a través del
criterio de si el acto es favorable o es de gravamen para practicar respectivamente, bien la
revisión de oficio o la lesividad, bien la revocación ( STS de 5 de febrero de 2014 (RJ 2014,
1306), rec. 2202/2011 FJ 6.º).
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En todo caso, «la revocación no opera por causas de ilegalidad sino por causas de oportunidad».
Y, por su parte, lo que no sería procedente, obviamente, sería una lesividad por puros motivos
de oportunidad. Puede verse M.A. CORRAL GARCÍA, en Varios autores, Procedimiento administrativo
local, Madrid 2010 p.769.
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Puede tenerse también en cuenta la reforma hecha sobre el artículo 19.4 de la LJCA por la
Ley 34/2010: «las Administraciones públicas y los particulares podrán interponer recurso
contencioso-administrativo contra las decisiones adoptadas por los órganos administrativos a
los que corresponde resolver los recursos especiales y las reclamaciones en materia de
contratación a que se refiere la legislación de Contratos del Sector Público sin necesidad, en el
primer caso, de declaración de lesividad».
Algo parecido ocurre sentencia del Tribunal de Cuentas 7/2006, de 7 de abril de 2006 (JUR
2007, 37163): «Las pretensiones que las Administraciones públicas ejerzan ante el Tribunal de
Cuentas, mediante los procedimientos judiciales establecidos al efecto, no requieren
previamente declarar lesivos los actos que impugne, según establece el art.47 de la LO
2/82 y 55.1 de la Ley 7/88 de Funcionamiento de este Tribunal».
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Se destaca, así, en general, el carácter más garantista de la lesividad respecto de otras posibles
soluciones. La STSJ de Castilla y León (Burgos) de 23 de mayo de 2014 (rec. 60/2014) confirma
que, si la Administración quiere proceder al reintegro de una cantidad, la vía adecua es la
lesividad, frente a las pretensiones del Ayuntamiento, en este caso enjuiciado, de no seguir tal
procedimiento. Se afirma, igualmente, que el recurso de reposición posterior no es suficiente
para subsanar la ausencia de este procedimiento de lesividad. «Además tampoco podemos
olvidar que el procedimiento de lesividad es mucho más garantista frente al interesado que el
procedimiento del art.77 de la LGP , amén de que la situación procesal a ocupar por cada
parte es diferente en uno y en otro procedimiento».
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Así una cosa es que la lesividad pueda ser improcedente en un caso en que falte el presupuesto
de la ampliación del patrimonio del interesado (que ciertas sentencias destacan como
presupuesto de la lesividad, enfatizando el requisito del acto favorable lesivo) y otra que se
utilice este criterio para declarar aquella inadmisible, pese a que podría haber procedido
entonces la revocación del acto. Un ejemplo de tal presupuesto puede ser la STS de 29 de
diciembre de 2003, Rec. 7992/1999, cuando aclara qué debe entenderse por actos declarativos de
derechos o favorables: «aquéllos que amplían el patrimonio jurídico del destinatario,
otorgándole un derecho que antes no existía, o, al menos eliminando algún obstáculo al
ejercicio de un derecho preexistente, o reconociendo una facultad, un plus de titularidad o de
actuación. Y por derecho entiende la doctrina de este Tribunal la situación de poder concreta y
consolidada, jurídicamente protegida, que se integra en el patrimonio jurídico de su titular al
que se encomienda su ejercicio y defensa». Un ejemplo de utilización incorrecta en dicho
sentido, de tal presupuesto, puede ser la sentencia 186/2017 del Juzgado de lo contencioso-
administrativo 7 de Valencia, de 30 de junio de 2017 (se basa en la STSJ 767/2016 de Murcia,
desestimando una lesividad por el hecho de no identificar un acto favorable que enriquezca el
patrimonio de un administrado). Pueden verse también las STS de 23 de abril de 1985 [RJ
1985, 4742], y STS de 8 de noviembre de 1983 [RJ 1983, 5998].
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El carácter esencial del informe hace que sea determinante para la resolución del
procedimiento, y su omisión constituye causa de nulidad de pleno derecho. No obstante lo
anterior, la Sala entra a resolver sobre si el acto declarado lesivo incide o no negativamente en
el interés público, afectación negativa de la que no duda al ser evidentes las razones
urbanísticas y medioambientales afectadas por dicha declaración. Es decir, el carácter lesivo del
acto para el interés público es intrínseco a las omisiones de la normativa de aguas y ordenación
del territorio. Finalmente, el Decreto 43/2008, que regula las condiciones de implantación y
funcionamiento de campos de golf en Andalucía, dispone imperativamente que el proyecto
debe someterse a informe preceptivo. Por ello, cuando la Administración provoca por silencio
administrativo un acto que supone un perjuicio para el medio ambiente o la planificación
municipal, el acto lleva ínsito el perjuicio para el interés público y procede, sin más, la
declaración de lesividad .
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