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Diario de lector

VEINTE AÑOS DE CONTINUIDAD

El lector que escribe un diario lee un libro que promete optimismo en el título y lo
destruye en una bajada que, como en los anuncios de las películas, aparece en la tapa. Si
las letras más grandes pueden llegar a entusiasmar con la posibilidad de “Segunda
Vida”, la frase siguiente –propuesta en segunda persona, como la mano que apunta el
arma a los ojos del lector en la ilustración- te dispara que “la guerra no siempre te
convierte en héroe”.
El mismo movimiento está presente en el epígrafe de Celine, “sólo piensas en amar
durante los días que te quedan”, dos hemistiquios que contraponen el amor y la muerte,
sin artilugios intermedios.
El índice, va revisando el lector que escribe un diario, vuelve a plantear la misma
cuestión. Si la propuesta de “Vidas silvestres” –título de la primera parte- puede inclinar
hacia el horizonte bucólico; si “Combates y armisticios” puede llegar a tener la
esperanza de un sentido metafórico, “Sigue Malvinas” -el título de la tercera parte- no
deja lugar a dudas. Lasciate ogni speranza voi ch’entrate.
El libro, piensa el lector que escribe un diario, tras estas rupturas, habla de
continuidades. Sigue Malvinas, dice el autor, Guillermo Orsi. Sigue Malvinas, dice el
Porteño, el yo narrador. Y la trama también sostiene, sin dudas, que sigue Malvinas.
Por un lado sigue para el protagonista: un ex combatiente, veinte años después continúa
peleando en escenarios tan disímiles como la selva formoseña o la villa 31 de Retiro. La
guerra continúa para los ex combatientes: los escondieron bajo la alfombra al regresar
de las islas y, veinte años después, los tapan con la alfombra de la marginalidad.
El lector que escribe un diario recuerda las caricaturas y un viejo sketch de ¿Porcel? en
los que aparecía un japonés peleando aún, ignorante del fin de la guerra. En ellos, la
comicidad estaba basada en el desfase entre el mundo del protagonista y los datos del
exterior, entre la paz establecida en el afuera y la guerra que sigue jugándose en el
adentro.
En la novela, piensa el lector que escribe un diario, es precisamente la violencia con que
la realidad exterior se impone sobre los personajes, desmintiendo cualquier dato en
contrario que hable de paz. Y por eso, claro, no hay comicidad posible. Mientras el
japonés de los chistes no podía reconocer la derrota, el protagonista de esta novela no
hace más que confirmar que, veinte años después, la derrota es lo único que existe, lo
único que produce efectos concretos e influye en la vida de los que sobrevivieron.
La continuidad, piensa el lector que escribe un diario, es lo que permite al protagonista
leer la realidad que le pasa por encima y lo condiciona: la Argentina de Malvinas es el
mismo monstruo grande que pisa fuerte en la crisis que empezó a fines del 2001. En el
país que creció bajo el lema “veinte años no es nada”, abruma la lógica de que 1982 es
igual a 2002. Y el Porteño, el personaje narrador de este relato, pone en evidencia esa
ecuación, en una trama policial en la que el fondo –el contexto, las circunstancias, la
Historia o como se llame- le disputa el protagonismo.
El Porteño, como el japonés de los chistes, sostiene que la guerra no ha terminado.
“Estuvimos ahí, estamos todavía”, dice en alguna parte. Pero la heroicidad, como se
anuncia desde la tapa, no es cosa de este mundo. Y este mundo no es una remisión a la
ontología sino a la Argentina que durante veinte años no hace otra cosa que volver,
condenada a un eterno retorno en ritmo de tango. Por eso, el Porteño siente que “le
hubiera gustado morir en Malvinas, destrozado por un obús y no la sociedad de mierda
que encontramos al regresar”.
¿Y el amor que planteó Celine en el comienzo? El amor también es una derrota. Y, por
supuesto, tampoco te convierte en héroe.

Gabriela Urrutibehety
www.gabrielaurruti.blogspot.com

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