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La poesía de Noelia Ibáñez está hecha de un dolor que es nostalgia y es presencia. De una
búsqueda que es deseo y es sed, porque es amor desesperado:
Tu piel en carne viva/tus palabras en carne muerte/el terrible puñal del destino/ y la
soga de tu cuello/que no desata mi mano enamorada
Es una poesía que habla de muchas pérdidas y algunas recompensas, de mucho dar y de recibir
a veces. Una poesía que se brinda para recibir y a veces sólo encuentra de regreso la mano
vacía:
Es una poesía que clama por una acción que llega, pero en caída, cuando la contemplación es
inevitable, es lo inevitable, lo que desata la voz y germina la palabra:
Es una poesía que canta a una “ella” fantasmal que, coherentemente con este universo quieto
como objeto de contemplación dolorida, “mira en el fondo del poema” o se pierde “en el
rastro de los años venideros”.
Todo el poemario se presenta como ejercicio de la mirada, la mirada que ve cómo se instala la
desazón en calma, el dolor quieto. Porque “la vida pasa como en un celuloide mientras miro
las formas del odio y sus plegarias”.
Así se ve el universo de Caida roja: como a través de un celuloide, un filtro distorsionante que
confina al yo poético en un más acá que no termina de ser ni contentar. El silencio es el modo
de ser del mundo en el que rebota la voz de la que dice, ya que sólo quien está en el fondo del
pozo puede repetir una respuesta que no contenta pero conforma, porque es la única voz
posible.
Acá/ está oscuro/nadie ve nada/…/ todos gritan/donde estamos/ está oscuro/ nadie
sabe nada-