Está en la página 1de 402

Tras el Síndrome Tóxico se oculta un misterio incontestable que por

el bien de la salud y de la ciencia es urgente desenmascarar, para


evitar su reproducción en cualquier lugar del planeta.
En la primavera de 1981 una extraña epidemia apareció en España.
700 muertos y más de 25.000 afectados, según cifras oficiales. El
presunto culpable: aceite de colza desnaturalizado. Pero los
síntomas de los afectados no coinciden con los de las intoxicaciones
por anilinas en los aceites. Corresponden, por el contrario, a una
intoxicación por organofosforados. Hasta la fecha, nadie ha podido
probar que el aceite sea el culpable de esta intoxicación masiva.
El montaje del Síndrome Tóxico describe en detalle la rocambolesca
historia del tratamiento oficial de este tema, empezando por el caos
administrativo y sanitario inicial y los intentos desesperados por aislar
el tôxico en el aceite.
¿Quién se oculta detrás del Síndrome Tóxico? ¿Por qué no se quiere
reconocer que el aceite no es el culpable del envenenamiento
masivo? ¿Por qué no se han tenido en cuenta diagnósticos y
medicaciones de los casos de curaciones obtenidas por quienes no
comulgaban con la tesis oficial?
Como una novela policiaca, El montaje del Síndrome Tóxico establece
la situación del crimen, va siguiendo una a una las pistas y culmina
desenmascarando al culpable.
Gudrun Greunke
Jörg Heimbrecht

El montaje del
Síndrome Tóxico
Título original: El montaje del Síndrome Tóxico
Gudrun Greunke - Jörg Heimbrecht, julio de 1988.
Traducción: Gudrun Greunke
Editor original: Pahl-Rugenstein Verlag GmbH Köln
Editor en español: Ediciones Obelisco S.A.
ISBN: 84-7720-073-4
A las víctimas de este desastre con todo el amor de los autores, por su
resignación, por su dolor y por su lucha.

A los que les intoxicaron el cuerpo y también el alma, para que la ciega
rabla sea sustituida por inteligente calma y encuentren la vía de la
solidaridad en su camino.

Al Pueblo Español con el que vivo y siento, a pesar de su silencio en el


Síndrome Tóxico.

Al Gobierno Español.

Al Doctor Muro por su valor y genio.

A los perseguidos por buscar la verdad despreclando convenienclas.


A los pusilánimes para que salgan de su perplejidad y encuentren el
camino del valor.

A los otros, para que en el dolor de los enfermos encuentren el camino


que les marca el clamor de su conciencia.

A la humanidad entera.
I.
Silencios de Estado
El episodio del síndrome del Aceite Tóxico, es uno de esos temas que
demuestran la impotencia de los medios de comunicación. A pesar de las
toneladas de papel, chorros de tinta y riadas de comentarios y opiniones
vertidas, la huella en la opinión pública es de incredulidad. Falta algo. Lo
que se sabe no explica todo. Como en el intento del golpe de estado del 23 de
febrero de 1981 o, por poner un ejemplo exterior, el asesinato del presidente
norteamericano John Kennedy. En los tres casos faltan respuestas (y además
lo parece). Quizás porque en todos ellos la expresión “razón de Estado” está
por medio.
Por lo que yo sé, además existen razones para recelar de la verdad
oficial. ¿Por qué esa obsesión prematura por parte de políticos y clínicos en
cerrar filas en torno al aceite de colza desnaturalizado como agente mórbido
si nunca pasó de ser un sospechoso? Yo, como periodista que investigó el
síndrome, esa obsesión la he vivido en dos ocasiones excepcionales.
La primera tuvo como protagonista a la Organización Mundial de la
Salud y a uno de sus más destacados representantes: el científico Gaston
Vettorazi. En su despacho oficial de Ginebra, el especialista en pesticidas
me aseguró que él personalmente estaba convencido de que la enfermedad
tenía su origen en un producto organofosforado; que era impensable que las
anilinas hubieran precipitado una epidemia de esa naturaleza y que tenía en
considerable estima los trabajos de campo del heterodoxo doctor Antonio
Muro. Estas afirmaciones las realizó Gaston Vettorazi en una entrevista
previamente establecida, sin la discreción del off the record, grabada y
fotografiada. Pues bien, acto seguido, cuando a los pocos días la
conversación apareció publicada en la revista CAMBIO 16, el funcionario
internacional hizo llegar un incalificable telex desmintiéndose.
Según el cable transmitido desde la sede suiza de la OMS, él no había
dicho tales cosas. Aunque en realidad (está grabado) Vettorazi había
manifestado eso y mucho más. Por ejemplo: que el informe emitido por la
Oficina para Europa de la Organización Mundial de la Salud sobre el
síndrome era un auténtico disparate ya que, a pesar de reconocer que no se
había podido reproducir la enfermedad en laboratorio, señalaba al aceite
como el vehículo de la misma.
La segunda tiene una referencia radicalmente distinta: el Centro Superior
de Información de la Defensa (CESID), el servicio secreto militar
dependiente directamente de Presidencia del Gobierno. Funcionarios de ese
organismo del estado solicitaron mi colaboración para realizar un informe
sobre la intoxicación. Era la segunda vez que hombres del “espionaje”
abordaban el tema (tiempo atrás lo tuvo sobre su mesa el general Andrés
Casinello, a la sazón máximo responsable de los servicios de información de
la Guardia Civil y persona de confianza de la Moncloa).
Pero si Casinello no dio luz verde para investigarlo (en realidad hizo
mucho más: prohibió las pesquisas), los hombres del CESID sí. Durante
cerca de un año un equipo al mando de dos oficiales desmenuzó el caso. Su
resultado, contenido en un informe de siete folios elevado al máximo
responsable del CESID, general Emilio Alonso Manglano, fue preocupante:
la tesis del aceite no se sostenía; por el contrario existían datos que
apuntaban hacia un ensayo de guerra química como detonante de la
epidemia. Pero este gravísimo informe nunca vio la luz. Ni siquiera en el
juicio.
Valgan estas dos muestras para insinuar el inestable equilibrio sobre el
que se asienta la verdad oficial del SAT. De ahí la utilidad de trabajo como
el presente, que pretenden evitar que la epidemia que provocó 700 muertes y
más de 30.000 enfermos pase a la historia como un misterio envuelto en un
enigma.
Desgraciadamente, hoy, siete años después de aquellos trágicos sucesos,
lo único cierto es su trágica cosecha de muerte, dolor y desolación. Lo
demás, incluida la reproducción artificial de la enfermedad y el hallazgo de
un remedio eficaz para los afectados, son palabras. ¿Cabe mayor drama? La
cuestión, pues, sigue siendo: ¿por qué no se investigó en otras direcciones
cuando se comprobó que el fraude del aceite no explicaba el problema?

Rafael Cid.
II.
Introducción
Más de 600 muertos y como mínimo 25.000 enfermos es el resultado de la
misteriosa epidemia que empezó en la Primavera de 1981 en España. La
enfermedad comenzó con una fiebre ligera, con exantema y dificultades
respiratorias, cambiando progresivamente los síntomas, desorientando a
médicos, científicos y responsables del Ministerio de Sanidad. Comentarios
contradictorios causaban pánico entre la población y hasta el día de hoy no
se ha encontrado un método eficaz para curar a las víctimas. El Estado no
estaba preparado para esta catástrofe. Era un caos total; no se puede decir
que haya habido una búsqueda sistemática para encontrar la causa o las
causas de esta enfermedad de masas. Con la aparición de más casos de esta
enfermedad, la presión que sufrieron el gobierno y las autoridades aumentó
hasta que se vieron forzados a actuar. Entonces, solamente seis semanas
después del inicio de la epidemia, el enigma parecía, de repente e
inesperadamente resuelto: aceite de colza importado para fines industriales y
adulterado con anilina, después renaturalizado para el consumo humano y
vendido en venta ambulante como aceite de oliva, sería la causa que habría
hecho enfermar a los españoles. Así, esta enfermedad desconocida tomó el
nombre de “síndrome del aceite tóxico” o abreviadamente SAT y también
ST.
Después de nuestras investigaciones puede descartarse por completo que
esta enfermedad tenga algo que ver con cualquier aceite. A pesar de la ayuda
activa de instituciones científicas tan prestigiosas como son la OMS, es
decir, la Organización Mundial de la Salud y el centro americano Centers for
Disease Control, CDC (Centros para el Control de Enfermedades) de
Atlanta, Georgia, hasta hoy no se ha podido encontrar ninguna sustancia en
el aceite que pudiera ser la causa de la enfermedad. En experimentos con
animales no se ha logrado reproducir con el aceite ni la enfermedad, ni
tampoco algunas de sus características más importantes; al contrario, los
animales solamente engordaron con el aceite mezclado o fraudulento. De las
personas que supuestamente han ingerido el aceite tóxico, solamente han
enfermado menos del 1%. Por el contrario, hay un gran número de personas
enfermas que, según todos los indicios, jamás probaron ningún aceite
fraudulento o mezclado.
Científicos y médicos, pero también periodistas y abogados, que no
querían aceptar la tesis oficial, buscaron causas diferentes para esta
enfermedad misteriosa. Llegaron a resultados completamente distintos e
incluso opuestos a los oficiales. Sus investigaciones apuntan a residuos de
pesticidas a base de organofosforados en vegetales, concretamente en
tomates. Sus acusaciones se dirigen contra los productores de estos
pesticidas, la multinacional alemana de productos químicos Bayer, y otras
grandes empresas del ramo. Al principio también se sospechó de armas
biológicas y químicas procedentes de las bases americanas del país.
Con todo, existen muchos indicios de que el gobierno español conocía la
verdadera causa del síndrome tóxico, al menos algunas semanas después de
haber proclamado la teoría del aceite o incluso antes de pronunciarla; pero
esto fue ocultado hasta ahora a la opinión pública. Políticos y altos cargos
temían reconocer su error y perder credibilidad. Tampoco pensaban que
fuera oportuno iniciar un proceso contra los verdaderos responsables. No lo
pensaba el gobierno de entonces, ni lo piensa el actual; así se decidió que la
hipótesis del aceite era la única correcta. Otras instituciones, como la OMS,
se atuvieron a ella.
El 30 de marzo de 1987 comenzó el llamado “proceso del siglo” contra
38 aceiteros. El fiscal pidió para los acusados principales unas penas de más
de 100.000 años por homicidios, lesiones y atentados contra la salud pública,
más falsedad en documentos. Pero, como veremos, tampoco él tiene las
pruebas.
Como todas las personas con sentido común, somos de la opinión que el
fraude con el aceite y las adulteraciones de cualquier alimento deben ser
perseguidas y eliminadas. Pero en este libro facilitamos las pruebas de que
los aceiteros no son los responsables de la epidemia española. En este
proceso no se juzga a los culpables.
Apoyándonos en numerosos documentos científicos podemos demostrar
que los síntomas de los enfermos no se pueden justificar a partir de la
hipótesis oficial del aceite, pero que sí se pueden explicar por una
intoxicación por pesticidas organofosforados. Además demostramos que hay
indicios de que los alimentos envenenados procedían de la provincia de
Almería. Hemos reunido muchísimas pruebas que han sido ocultadas a la
opinión publica española; por ejemplo, que en el suero de los enfermos y en
la leche materna, se encontraron rastros de pesticidas, de sus residuos y sus
metabolitos; los productos, cuyo nombre completo damos, son producidos
por grandes compañías que se encuentran entre las más destacadas del
mundo. La primera de ellas y líder del mercado es Bayer, pero también
fabrican productos de este tipo Hoechst, BASF, Schering y Celamerk,
sucursal de Boehringer-Ingelheim.
A partir de 1950, decenas de miles de personas han enfermado en todo el
mundo por intoxicaciones con pesticidas organofosforados. Miles de ellas
han muerto, aunque solamente se sabe de algunas; hay que pensar que esto
es la punta del iceberg. Los datos que hemos reunidos y que publicamos en
este libro sugieren justo esto: la catástrofe del síndrome tóxico puede
repetirse en cualquier momento. Existen pruebas de que los pesticidas
organofosforados, aunque sea en unas concentraciones mínimas, pueden
producir neumonías que generalmente un médico no relacionaba con una
intoxicación por plaguicidas. Casos de enfermedades misteriosas que se dan
en otros países podrían explicarse así.
Cada año se venden en el mundo pesticidas por valor de unos cincuenta
mil millones de dólares. Y, no solamente en España, los gobiernos tratan
conjuntamente con las industrias químicas de evitar toda sospecha sobre
estos productos. Para impedir una merma de sus mercados y de sus
ganancias, el lobby de la industria química logra una y otra vez colocar sus
intereses por encima de la salud pública.
Ningún gobierno se apresura a poner en práctica las medidas necesarias
para reducir los peligros que representan estos productos para el
consumidor. Sería necesaria la prohibición inmediata de emplear los
pesticidas más peligrosos y es de desear un cambio progresivo en la
agricultura para usar sistemas biológicos, capaces de controlar las plagas
que provocan daños. Los políticos responsables y los representantes de la
Administración cierran sus ojos ante unos datos que no pueden ocultarse.
Los funcionarios del Ministerio de Sanidad a quienes preguntamos,
declararon no conocer las importantes indicaciones de “efectos altamente
peligrosos” de muchos insecticidas aunque esto se haya hecho público desde
hace muchos años en las más prestigiosas revistas científicas.
III.
¿Muerte por aceite tóxico?
Una hipótesis infundada
Daniel Manzano, de 10 años, se sentía abatido y cansado, le dolía la garganta
y hacía días que no quería comer; el médico de cabecera diagnosticó al
principio una inflamación en las amígdalas y después paperas. Esto fue en
abril de 1981. Dos días después, el niño tenía 40º de fiebre y su pecho estaba
cubierto de manchas de color rojo-violeta que se extendieron rápidamente
por el cuello y la cara y, finalmente cubrieron todo su cuerpo. Su pequeña
cara se inflamó. Los médicos del Hospital Infantil “Niño Jesús” de Madrid,
se encontraron ante un enigma. A partir de entonces Daniel está tratado por
una enfermedad que se llama desde junio de 1981, el “síndrome tóxico del
aceite”, SAT o ST.
Tan misteriosos como sus síntomas son la muerte de, como mínimo, 600
españoles y los sufrimientos de unas 25.000 víctimas de la enfermedad. No
aparece ningún tratamiento específico, ni ninguna cura. El gobierno español
piensa haber encontrado la causa en el aceite adulterado, un aceite importado
con fines industriales, adulterado con un 2% de anilina, renaturalizado para
el consumo humano y luego mezclado con gran variedad de aceites y grasas,
vendido barato por vendedores ambulantes...Esto, dicen, ha causado la
enfermedad.
Pero Daniel Manzano nunca ingirió este tipo de aceite. Desde los siete
años este niño era diabético y su madre cocinaba para él con aceite de maíz
procedente de una casa de dietética. A pesar de todo esto el gobierno español
se mantiene firme en su idea de que la causa de la enfermedad debe
atribuirse a algún tóxico presente en el aceite de colza desnaturalizado. Y en
el censo oficial de las llamadas víctimas del aceite el nombre de Daniel está
entre los primeros de la lista, a pesar de no haber probado nunca este aceite.
También el fiscal afirma estar convencido de la hipótesis del aceite. Casi
cuarenta aceiteros, mezcladores, importadores, comerciantes y vendedores
han estado hasta cuarenta meses en prisión preventiva; el “proceso del
siglo”, como lo llama la prensa española, se inició el 30 de marzo de 1987 en
Madrid. El fiscal pide para los principales acusados más de 100.000 años de
prisión por homicidio, lesiones, falsedad en documentos y atentado contra la
salud pública. Que estos señores, o algunos de ellos, hayan adulterado el
aceite no puede negarse, pero tampoco el fiscal tiene las pruebas necesarias
para achacarles el origen de esta epidemia tan extendida.
Ya no se puede determinar con exactitud cuándo y dónde se cobró sus
primeras víctimas esta nueva e inexplicable enfermedad. Oficialmente se ha
tornado el 1 de mayo de 1981 como origen de la epidemia.
Ese día el niño Jaime Vaquero de ocho años murió en una ambulancia
que tenía que haberle llevado desde la Ciudad Satélite de Torrejón a un
hospital de Madrid. Solamente dos días antes el niño había dicho con orgullo
a su madre: “Mira, mamá: soy mucho más fuerte que mis hermanos
mayores, todos en la cama y con gripe”.
De los siete niños de la familia Vaquero solamente él se encontraba bien.
Pero ya al día siguiente Jaime llegó del colegio con dolores de cabeza, tos y
una fiebre ligera. Durante la noche, el niño no podía dormir. Su estado
empeoró tan rápidamente que el médico de urgencias llamó a una
ambulancia para llevarlo al hospital, a Madrid, a 30 Km. de Torrejón.
Por su propio pie Jaime subió al coche, su madre se sentó a su lado.
Escasamente cinco minutos después el niño había muerto. El fallecimiento
se produjo por paro respiratorio agudo.
En la misma mañana cinco de sus hermanos ingresaron en el hospital
madrileño de “La Paz”. Inmaculada de 17 años fue llevada inmediatamente a
Cuidados Intensivos. Sus hermanos fueron ingresados en el Hospital del
Rey, centro para enfermos infecciosos.
Cuando el doctor Antonio Muro, director en funciones de esta clínica,
llega al día siguiente y mira los datos de los nuevos ingresos y los
diagnósticos correspondientes se extraña: cuatro niños de la misma familia
con neumonía, un niño en otro hospital con idénticos síntomas y otro niño
muerto por la misma enfermedad, es muy difícil de explicar. Según su
opinión no puede tratarse de una neumonía verdadera: seis miembros de una
misma familia no sufren, al mismo tiempo, de una neumonía. Y si fuera
peste neumónica, estos niños deberían haber muerto ya o estarían
moribundos. Muro está convencido de que se trata del origen de una
epidemia y llama al Ministerio de Sanidad para dar la alarma.
La preocupación del doctor Muro es comprensible. En los próximos días
los hospitales de Madrid se llenan de pacientes que sufren todos de esta
“neumonía” para la cual los médicos no tienen ninguna explicación.
Normalmente una neumonía presenta otros síntomas y, sobre todo, no
produce manchas en todo el cuerpo. Muro está convencido de que se trata de
algo absolutamente “nuevo” y declara: “por lo menos para mí es algo
desconocido”.[1] Ordena entonces que se hagan a sus pacientes las pruebas
de la legionela y otras enfermedades raras que pudieran haber sido
contagiadas por garrapatas o pájaros.
El 6 de mayo, tras unas larguísimas consultas con el mejor especialista
español de la legionela, Muro descarta esta enfermedad: los síntomas de sus
pacientes son completamente diferentes. En los días siguientes irá
descartando el resto de las hipótesis antes mencionadas dado que los análisis
que había ordenado arrojan resultados negativos.[2]
Una semana después de la alarma del Doctor Muro los responsables del
Ministerio de Sanidad se dan cuenta, finalmente, de que hay que hacer algo.
Se forman grupos de trabajo micro-biológicos, clínicos y epidemiológicos.
Los directores de los hospitales se encuentran para una primera reunión.[3]
En ella todos mencionan los mismos síntomas: dificultad de respirar, fiebre
ligera, dolores de cabeza y músculos, cansancio general, dolores, mareos,
vómitos, diarrea, exantema y, como signo especialmente característico en
las radiografías, un edema pulmonar.[4]
A pesar de todos estos síntomas, Muro está convencido de que el primer
diagnóstico es falso. No cree que se trate de una neumonía causada por una
bacteria o algún virus. Piensa que es muy aventurada la idea de trasmisión
de la enfermedad por vía respiratoria. Una vez anotados en el mapa los casos
conocidos hasta ese momento, Muro se convence de que la enfermedad
procede por vía digestiva, es decir, por una intoxicación alimentaria. La
extensión geográfica de los casos no permite mantener la hipótesis de una
infección o afección por vía respiratoria.
Los pacientes proceden de lugares, pueblos y ciudades cercanos a Madrid
que en muchas ocasiones no son contiguos; el centro de la capital no se ve
afectado. Si se tratase de una afección por vía respiratoria, necesariamente
tendrían que sufrir de ella zonas que son vecinas y habría que pensar en
muchos casos en grupos que viven o trabajan juntos, como por ejemplo, en
colegios, cuarteles, hoteles o fábricas.
Además piensa que el causante de la enfermedad debe encontrarse en un
producto que pueden haber adquirido los pacientes mediante lo que el llama
“venta alternativa”. Dado que el centro de Madrid no está afectado, no puede
tratarse de un artículo de marca que se venda normalmente allí. Muro intenta
encontrar ese factor que ha hecho enfermar a sus pacientes. Piensa en una
causa común aunque los afectados vivan distantes unos de otros.
El 10 de mayo, tras una encuesta entre sus enfermos y los familiares
sanos que han venido a visitarles, llega a la conclusión de que todos han
comprado en mercados ambulantes. El factor común de los enfermos parece
ser su afición a la ensalada.[5]
Los colegas del Doctor Muro son de distinta opinión; siguen convencidos
de que la misteriosa epidemia debía haberse producido por vía respiratoria.
Médicos e investigadores trabajan a “marcha forzada” para encontrar la
solución al enigma. Primero apuntan a un virus, después a una bacteria y
finalmente, como ya hizo Muro en los primeros días, a un micoplasma. Estas
son bacterias minúsculas, sin pared celular. Todos ellos pueden penetrar en
el cuerpo por vía respiratoria y causar infecciones.
Finalmente también la prensa se interesa por el tema, que no había
descubierto hasta el 7 de mayo. Tanto el “Diario 16”, como “El País”, los
dos diarios madrileños más importantes, repiten las palabras de Muro, es
decir “que se trata de una nueva y hasta ahora completamente desconocida
enfermedad”.[6]
La población esta desconcertada. Madres asustadas no dejan que sus
hijos vayan al colegio. El ministerio de Sanidad se ve forzado a una fuga
hacia adelante. El 10 de mayo el Secretario de Estado, Doctor Luís Sánchez-
Harguindey dice en Radio Nacional: “Hace falta calma y tranquilidad, el
tema se está controlando” y después continúa: “El incremento de casos de
neumonía atípica en Madrid es preocupante, pero no alarmante”. Y a la
pregunta de si la enfermedad de la legionela podría ser la causa, contesta:
“Nosotros hablamos de neumonía atípica, pero por el momento no podemos
decir que se trate de la enfermedad producida por la legionela, tampoco
podemos decir que no lo sea, pero por el momento los análisis realizados en
el Centro de Biología de Majadahonda no han dado rastros de dicho
germen”.[7]
Su colega, el Doctor Luís Valenciano, Director General de la Salud
Pública declara al día siguiente en una entrevista a “El País”: “No existe
ninguna enfermedad que se llame neumonía atípica. Bajo esta denominación
se conocen enfermedades que tienen muchos síntomas pero ningún cuadro
clínico definido, pero siempre hay lesiones en el pulmón”. Estas
enfermedades pueden ser causadas, por ejemplo, por un metal altamente
tóxico, el berilio, también por escorias, por un abono fosforado y también
por otras sustancias químicas.[8] Y aunque todavía se desconocían las causas
de la enfermedad, Valenciano descartó que ésta pudiera ser una enfermedad
completamente nueva: “Sin duda la enfermedad ya existe en el resto de
España, e incluso en el mundo, pero no con la frecuencia con que se esta
dando en Madrid en estos días”.
Aunque aquí solamente vale el comentario “nadie sabía nada”, el
funcionario del Ministerio de Sanidad se congratula a sí mismo por la forma
de llevar las investigaciones de la epidemia en esos momentos: “En mi
opinión las medidas adoptadas por la Secretaría de Estado para la Sanidad
son las más adecuadas y más no se hubiera podido hacer en ningún otro país
del mundo”.[9]
El Secretario de Estado Sánchez-Harguindey dice lo mismo con otras
palabras. Como nadie es profeta en su tierra el doctor Valenciano agrega:
“Además estamos en contacto permanente con la Organización Mundial de
la Salud, intercambiando información y colaborando con importantes
laboratorios extranjeros para la identificación del germen”.[10]
El funcionario español se refería concretamente al “Centers for Disease
Control” (CDC). Este instituto fue fundado en 1942 por los Ejércitos de los
EE.UU. para la lucha contra la malaria.[11] Se hizo mundialmente famoso
cuando sus científicos lograron esclarecer las causas de la enfermedad del
legionario. Esta enfermedad se manifestó en 1976 en Filadelfia (EE.UU.)
durante una reunión de veteranos que causó neumonías y fiebre alta. Durante
esta convención murieron 29 personas. Todas ellas se habían hospedado en
el mismo hotel. El CDC descubrió el germen causante: una bacteria hasta
entonces desconocida, que había sido transmitida a través del aire
acondicionado.
En 1981 la búsqueda en España se hace angustiosa. Se examinan toda
clase de bacterias. Varios tipos de virus son igualmente analizados. Al
mismo tiempo, el Doctor Muro se pregunta cual de los componentes de la
ensalada podía haber hecho enfermar a sus pacientes. Por esta predilección
de los enfermos hacia la ensalada había encontrado una explicación para la
sorprendente extensión de la epidemia. Le había llamado la atención que,
casi siempre, eran sólo unos miembros de la familia los que enfermaban.
Exactamente el 49,6% de las victimás se constituyen en el único miembro de
la familia que enfermó. En otras familias, el 25%, son dos los miembros
enfermos. La diferencia en los hábitos alimentarios podía ser una pista
importante para resolver este problema.
Los componentes de la ensalada son, generalmente, tomate, lechuga,
pimientos verdes y cebollas o cebolletas. Se la aliña con aceite, vinagre y
sal.
Cuando Muro expone su teoría de la ensalada en una de las reuniones en
el Ministerio de Sanidad y luego, cuando añade que le parece que la lechuga
y las cebollas son los más lógicos causantes, porque en sus hojas pueden
mantenerse parásitos, lo único que recibe es una sonrisa maliciosa. A pesar
de esto, sus colaboradores van de mercado en mercado y en poco tiempo
encuentran a los vendedores y suministradores de lechuga y cebolletas.
Muro tiene prisa, quiere encontrar el causante de la enfermedad lo más
rápidamente posible para poder ayudar a sus pacientes. El 13 de mayo pide
que vengan algunos responsables del Ministerio de Sanidad y funcionarios
médicos a su hospital para poder explicarles su hipótesis con un gran mapa
de España. Muro termina con la predicción de los lugares en donde va a
haber nuevos casos en los próximos días. En algunos pueblos o ciudades,
apunta incluso a calles concretas.[12]
Al día siguiente sus pronósticos se confirman. En vez de recibir una
ayuda para proseguir con sus investigaciones, le llega un mensajero con un
escueto escrito del Ministerio de Sanidad notificándole que está
“suspendido” en sus funciones.
El día siguiente en la prensa se puede leer que el Doctor Muro ha sido
suspendido de su trabajo por razones inexplicables: “Fuentes cercanas al
Ministerio han explicado que en los últimos días el Doctor Muro sufrió gran
stress y estaba agotado física y psíquicamente”.[13] Los colaboradores del
médico contradicen esta versión.
El Ministerio y los médicos de la Administración siguen buscando el
agente causante de la neumonía atípica e inespecífica, pero a su manera. Así
lo confirma el Ministro de Sanidad el Sr. Jesús Sancho Rof en la primera
rueda de prensa que da desde el comienzo de la epidemia. El periódico
“Diario 16” titula así su información sobre esta rueda de prensa: “La
epidemia alcanza nivel político”. El Ministro dijo: “No hay ninguna otra
investigación válida y demostrada hasta ahora que la señalada por el
Ministerio. No hay ninguna otra causa demostrada en este momento. En
todas las autopsias realizadas se detectó el micoplasma y ningún otro agente.
Se conoce su nombre y primer apellido, pero falta conocer su segundo
apellido. Se extiende sin agente físico particular que lo propague”.
Y entonces el Ministro pronuncia delante de las cámaras la frase que más
tarde le proporcionará su apodo: “Es un bichito tan pequeño que si se cae se
mata...” Con las manos muestra una altura de menos de un metro. El
“ministro del bichito”, como le llama desde entonces la prensa, quiere
minimizar el problema, diciendo: “Aunque el problema suscitado por la
enfermedad es importante, no es grave”.
Parece que al Sr. Ministro no le impresionan las cifras de sus propios
funcionarios. Mientras dice “la gripe es un problema más grave”, hay más de
dos mil españoles en hospitales que esperan la solución del enigma y con
ello un tratamiento correcto para su cura.
Sancho Rof recuerda: “Durante el pasado año hubo en Madrid 1.045
muertos a causa de neumonías y el periodo en el que se dieron más casos fue
de 1933 a 1934. En el brote epidémico de este año el porcentaje de muertes
no alcanza al 1% y el de enfermos graves, igualmente. Esta clase de
neumonía aparece todos los años, aunque no de esta forma espectacular”.[14]
Esta tasa que menciona el Ministro ha causado hasta este día la muerte de
ocho personas.
Entretanto cada médico experimenta a su manera. Algunos pacientes son
tratados con antibióticos. Otros reciben cortisona. A muchos les son
suministradas dosis masivas de vitamina “E” y algunos son tratados con
aspirina como único medicamento.[15] Por razones no aclaradas, el gobierno
español compra en toda Europa existencias de eritromicina, un potente
antibiótico. Los pacientes son tratados al mismo tiempo con otros
antibióticos y con “urbason”, un producto contra inflamaciones. Reciben
además enormes dosis de Valium; 12 comprimidos a 10 miligramos por día
es algo normal en este tratamiento.
Los primeros médicos americanos que quieren informarse del origen de
la epidemia no son de gran ayuda. El Doctor Willlam Baine, epidemiólogo
del CDC, estaba trabajando en Italia cuando su Instituto le envió, a Madrid.
Con las prisas para acudir, el doctor Baine olvidó su pasaporte en Roma,
teniendo que esperar durante varias horas en el aeropuerto de Barajas hasta
que la Embajada Americana logró pasarle sin pasaporte. Acto seguido, se
persona en el Hospital del Rey donde es recibido por el doctor Muro al que
deja impresionado al ponerse la bata al revés, no querer ver a ningún
paciente (¿tenía miedo del "bichito"?), interesándose únicamente por la
existencia de un microscopio electrónico. En el hospital no había ningún
microscopio electrónico...
Al mismo tiempo otros médicos americanos se encontraban en la capital
de España para participar en un congreso de la Cruz Roja sobre
enfermedades infecciosas. Los americanos hacen exactamente lo mismo que
sus colegas españoles: En una rueda de prensa presentan opiniones
contradictorias sobre el posible causante de la epidemia. El doctor Baine
explica que en su opinión la causa de la neumonía es un micoplasma,
mientras que el doctor W. R. Wilson, especialista en enfermedades
infecciosas de la Clínica Mayo, afirma que “seguramente se trata de un virus
desconocido”.[16]
En los próximos días y semanas la epidemia se extiende. Aunque el
ministro de Sanidad haya dicho que no es grave, sigue causando más y más
víctimas. En un principio se había extendido solamente en dirección
noroeste desde Madrid, Pero pronto se sabe también de casos en Málaga,
Sevilla, Córdoba y otras ciudades al sur de España. Incluso aparecen algunos
casos en Marbella, la ciudad más chic de toda la costa española.
La falta de informaciones definitivas hace que en la opinión pública y en
la prensa se formulen las especulaciones más diversas. En los mercados ya
no pueden venderse las lechugas, luego los agricultores no venden sus fresas.
Políticos y médicos se ven forzados a comer fresas en público para salvar así
a los agricultores de la ruina económica. Se mata a animales de compañía
como perros y canarios por miedo a que puedan transmitir la
enfermedad...Ha cundido el pánico.
De repente, el 10 de junio, una noticia en el último telediario de la
Primera Cadena de TVE galvaniza a la opinión pública: “La causa que ha
producido la llamada neumonía atípica podría radicar en un aceite
adulterado vendido de forma ambulante, sin etiqueta y, por tanto, sin ningún
control sanitario”.[17]
El diario madrileño “El País” expresa su sorpresa sin rodeos. Tras una
reunión en el Ministerio de Sanidad a las 19 horas, ahí se decía “No hay
novedad”, unas horas más tarde, y sorprendentemente se menciona un
posible nuevo agente como causante de la enfermedad.[18]
¿Como se pudo llegar tan de repente a esta sorprendente conclusión?
IV.
Las ratas sólo engordan
con el aceite
Día a día, la situación en los hospitales se volvía más dramática. La presión
de la opinión pública sobre el gobierno aumentaba. A primeros de junio,
solamente en Madrid, se encontraban en los hospitales 2.000 víctimas de la
epidemia. En un solo día se registraban trescientos cuarenta nuevos
casos.[19]
Otros médicos empezaban a buscar causas alternativas. El Dr. Juan
Manuel Tabuenca, pediatra y por aquel entonces director en funciones del
Hospital Infantil Niño Jesús de Madrid, es considerado el padre de la teoría
del aceite. Dos curiosas cartas se hallan al inicio de esta historia. El primer
escrito de Tabuenca es de 9 de junio de 1981 y está dirigido al Ministro de
Sanidad. Por la importancia histórica que tiene esta carta nos parece lícito
citarla casi en su totalidad:

Querido Sr. Ministro:


Por encontrarme como director en funciones del Hospital Niño Jesús
desde hace unos 3 meses, (...) me ha correspondido vivir en toda su
intensidad y variados aspectos la epidemia de neumonía atípica, por
lo que constituí desde su inicio un importante grupo de trabajo de
clínicos y de laboratorio para el mejor estudio y seguimiento de la
enfermedad, el cual lo vengo dirigiendo personalmente.
Hasta este momento llevamos estudiados más de 210 niños, cuyo
curso he supervisado día y noche personalmente y de aquí que todo lo
que le expongo se refiere exclusivamente a niños.
Asimismo he venido participando en las reuniones convocadas en su
Ministerio. He de hacerle patente mi más cordial y sincera
felicitación a Vd. y a las restantes autoridades sanitarias que las han
creado con tan encomiable espíritu de seriedad científica, sin cuyo
positivo intercambio de ideas poco podríamos hacer aisladamente
cada grupo. Lo mismo debo expresarle de todos los centros médicos
y laboratorios que de forma más o menos directa vienen prestando su
total colaboración.
Sr. Ministro, tras estudiar detenidamente los primeros casos que
atendimos y valorar todos los datos epidemiológicos, clínicos, de
laboratorio y terapéuticos del cuadro, apunté a mi grupo la
posibilidad de que pudiera tratarse de un cuadro tóxico alérgico,
diagnóstico que fue asumido unánimemente. Por ello y sin abandonar
una etiología por agentes vivos que predominaba en el grupo de
expertos, y colaborando fielmente en este sentido, iniciamos sin
embargo esta otra línea de trabajo sin otro interés que el de aportar a
Vd. todo lo que pudiéramos hallar en este sentido.
Como al continuar viendo más enfermos, parecía prevalecer esta
idea, antes de pasar a la comprobación analítica y de
experimentación animal le comuniqué nuestras impresiones al Sr.
Secretario de Estado un sábado por la mañana (creo que el 23-V), al
que debo agradecerle profundamente el interés con el que acogió mis
sugerencias, así como sus vivos deseos de ayudarnos en todo. Por
ello le indiqué que iba buscando sin hallarlo algún laboratorio con
cromatografía de gases y espectrometría de masas, indicándome que
el Doctor Valenciano nos buscaría la solución.
Como al poco y por mediación de la Doctora Ugarte de la
Universidad Autónoma, recibimos la gentil oferta del Director de
Laboratorio de Aduanas, y dado lo apremiante de la situación, sin
mirar más, me dirigí ahí para programar el estudio que estamos
llevando a cabo conjuntamente, y a donde estamos enviando todas las
muestras de enfermos y controles.
Al comenzar a observar recaídas y reingresos de enfermos
previamente tratados por nosotros, el que el niño menor es de seis
meses, junto a muchos más datos, me dediqué a investigar sin
descanso hasta el más ínfimo detalle, sobre niños menores,
reingresos y familias con varios enfermos, todos los alimentos y
condimentos que ingerían, llegando a descubrir que todos los
encuestados sin excepción ingieren aceite a granel comprado a
vendedores o mercadillos ambulantes.
Seguidamente indico a mi grupo la necesidad de profundizar la
encuesta y así hasta el momento entre ochenta familias los resultados
han sido los mismos, con una excepción que al revisarla resultó
corresponder a un diagnóstico inexacto.
Hoy se está continuando la encuesta como indicaba y además en cien
niños no afectos para ver la incidencia entre ellos del consumo de
este tipo de aceite.
Se están enviando muestras de estos aceites (existe al parecer uno
importante en Alcorcón y de otro en Vallecas, ya tenemos muestras)
así como de sangres y orinas de enfermos y controles.
De los análisis de muestras de aceite y orinas tenemos:
1. Excluida una posible contaminación de gran volumen de aceites
minerales.
2. Excluidos agentes inhibidores de la colinestarasa (insecticida
organofosforados y clorados).
3. Excluidos Mercurio y Cadmio.
Hasta el momento debo hacerle constar que no poseemos la prueba
definitiva del hallazgo del tóxico en el aceite, ni en la sangre, u otras
muestras biológicas de los enfermos, ni los resultados de la encuesta
en sanos, ni resultados valorables de la experimentación animal.
Sin embargo, y como a pesar de haber insistido a mi grupo en la
necesidad del mayor sigilo en estos trabajos, esto ha sido imposible
según me consta, y por las implicaciones extracientíficas del
problema es por lo que me creo en el deber de poner a su disposición
todos nuestros modestos hallazgos sin excepción, estando dispuesto a
ampliárselos cuando desee, como ya hice personalmente y por
teléfono al Sr. Secretario de Estado, en la seguridad de que estoy a su
total disposición para cumplir cuantas ordenes me de en cualquier
sentido.
Sin más le saluda muy cordialmente y queda a sus siempre gratas
órdenes su incondicional amigo
J. M. Tabuenca.

Parece que el Sr. Sancho Rof no sabía que hacer con esta carta tan
confusa. Tampoco con la visita de su autor a su Ministerio al día siguiente.
El ministro recuerda así esta reunión: “Tabuenca llegó. Yo estaba en una
reunión sobre el presupuesto del Ministerio y pedí que le dijeran que
esperase. Cuando le veo, dice: Tengo la prueba, un aceite, aceite de colza es
el causante, porque tengo un bebé en mi hospital con los síntomas típicos y
siempre cuando el bebé lloraba su mamá le daba una cucharadita para
calmarlo. Esto era lo único que no encajaba en su dieta”.[20]
Visitada la madre de la niña, pues se trataba de una niña, esta afirmación
nos fue desmentida categóricamente.
Sancho Rof llama a sus colegas de los ministerios de Comercio y
Agricultura, Pero las pruebas que le ha dado el doctor Tabuenca les parecen
realmente escasas.
Así que el pediatra se sienta de nuevo para escribir una breve nota
dirigida, esta vez, al Secretario de Estado:

Querido Sr. Secretario de Estado:


Le comunico que el resultado de la encuesta realizada entre sesenta
enfermos de neumonía atípica es que toman aceite a granel de
vendedores o mercados ambulantes al 100%. Todos ellos niños.
De cincuenta encuestados sanos toman el 6,4% (de las consultas
quirúrgicas).
Me acaban de comunicar del laboratorio que encuentran en todas las
muestras del aceite, acetil anilida, sustancias cuya toxicidad y
mecanismos tengo que estudiar y comprobar.
Mañana, sin embargo, se continuarán estudiando estos datos en
sangre ya que sería decisivo comprobar la presencia de esta u otras
sustancias.
Parece tratarse de un aceite muy mezclado y de baja calidad, no tiene
marca y todos ellos de venta ambulante exclusivamente, no parece,
en principio, que pudiera tener aceite mineral.
Lo que le comunico con cordial afecto. Madrid, 10 de junio de 1981.
Juan Manuel Tabuenca Oliver.

A mano, anota en la copia con la que se queda “Original entregado a las


20 horas”.
Este dato explica la sorprendente noticia del último telediario. Pero más
sorprendente aún es el hecho de que una noticia tan grave se base en unos
indicios tan pobres, por no decir en una mera sospecha carente de pruebas
verdaderas.
El periódico “El País” expresa su asombro ya en el titular: “Extraña nota
de la Dirección General de la Salud sobre la neumonía atípica”, en el
artículo se dice: “La Dirección General de la Salud Pública facilitó a última
hora de anoche una escueta nota informativa en la que señala que en la
investigación epidemiológica sobre el brote epidémico de la neumonía
atípica se ha detectado que en determinadas zonas se produce la venta
ambulante domiciliaria de aceite a granel, sin marca ni ningún tipo de
control, que parece proceder de una mezcla de aceites comestibles con otras
sustancias prohibidas por la legislación vigente”.[21]
Al día siguiente el mismo periódico escribe: “Las aminas aromáticas son
los productos tóxicos encontrados en el aceite relacionados con la
neumonía”. A pesar de este titular el artículo dice claramente que los
síntomas clínicos de la enfermedad no pueden explicarse con una
intoxicación por estas sustancias. Y añade “El País”: “En medios sanitarios
clínicos se duda de que el origen de la epidemia sea el aceite”.
La prensa de Barcelona escribe más o menos lo mismo el día 12 de junio,
pero en el titular de “La Vanguardia” se lee la palabra “anilina”. [22] Un día
después este diario escribe: “Parece confirmarse que el aceite a granel es
causa de la epidemia” y los periodistas parecen encontrar unos casos
paralelos en otros países: “En varios países europeos se han dado casos
similares conocidos como la enfermedad de la margarina”.[23]
Tan sólo un día después se retractan. Esta vez escriben: “No es definitivo
que un aceite sea la causa”. Y debajo de este titular se lee: “Afirma un
comunicado de la Secretaría de Estado para la Salud”.[24]
Esta confusión se sigue manteniendo en la prensa española hasta el 17 de
junio cuando el rompecabezas llega a su primer fin provisional. El Ministro
de Sanidad, Sancho Rof hace saber a la opinión pública lo que realmente y
según su entender es la causa de la epidemia: aceite de colza desnaturalizado
con el 2% de anilinas para fines industriales, renaturalizado para el consumo
humano y después vendido en garrafas de plástico de 5 litros como aceite de
oliva puro en venta ambulante. Este aceite de colza estaba mezclado con una
enorme variedad de aceites diferentes de una calidad inferior, así como con
grasas animales. Contenía además unos residuos mínimos de anilina, anilida,
acetil-amina y azo-benzol.
Pero todos estos componentes producen unos síntomas de intoxicación
completamente distintos y ninguno de ellos causa en animales o seres
humanos una neumonía.
El doctor Valenciano, Director General de la Salud Pública admite: “La
toxicidad producida por los productos encontrados en el aceite no suele ser
el cuadro que estamos viendo en la neumonía atípica, por lo que hay que
seguir buscando”.[25]
A pesar de estas contradicciones el gobierno español respiraba más
tranquilo. Finalmente, parecía que después de semanas se había encontrado
el causante de la enfermedad. Si los síntomas no concordaban con las
sustancias encontradas, tendría que haber otro veneno en el aceite. Ya por la
noche del día 10 de junio el Ministerio ordena al Instituto de Majadahonda,
el Centro Nacional de Alimentación y Nutrición, concentrar todos sus
esfuerzos en el análisis de aceites. Y de nuevo se acude a la OMS. Y de
nuevo la OMS sugiere expertos y laboratorios para el análisis de aceites. Se
empieza entonces a mandar muestras de aceites a los mejores laboratorios
del mundo. Se inicia una especie de carrera científica. ¡El descubridor del
tóxico seguramente ganará el premio Nobel!
El 24 de junio comienzan los envíos a laboratorios europeos. El director
del laboratorio de Majadahonda escribe unas cartitas francamente “monas” a
sus colegas, incluido el Instituto Max Von Pettenkofer de Berlín. El alemán
en el que está escrita deja muchísimo que desear. La carta empieza así:

“Distinguido Colegas:
Yo creo que Vds. han en la prensa leído que aquí en España con
aceite de nabos ha pasado...”

El texto completo de la carta se encuentra reproducido para el deleite de


nuestros lectores en el apéndice de este libro.
Otro tanto ocurre con la carta que el Doctor Antonio Borregón, Director
de este Instituto, manda a la eminente toxicóloga Veronique Vincent, de
Lyon. La carta se inicia en estos términos: “Dear Mistress” (Querida fulana),
lo cual más bien parece un insulto...
Sin duda el presupuesto no daba para traductores. De todos modos si no
encontraron buenos traductores, tuvieron muchos menos problemas para
hallar muestras de aceite. Casi todas las familias con enfermos todavía
guardaban las garrafas de plástico de cinco litros características en su casa.
Algunas las habían abierto y otras todavía no, porque en España las amas de
casa compran grandes cantidades de aceite. Los pacientes que se mantenían
en sus trece diciendo que nunca habían consumido otro aceite que los de
marca, entregaban muestras de estas garrafas. Entonces el gobierno español
elaboró una lista con los nombres de aceites supuestamente tóxicos que se
encontraban en venta en el mercado español. Más de veinte nombres
engrosaban esta lista negra.
El 30 de junio de 1981 empezó la operación canje: el gobierno español
cambiaba gratis los aceites supuestamente tóxicos contra aceite de oliva de
primera calidad.
El fraude del aceite tiene una larga tradición en España y no puede
decirse que el gobierno ignorara este hecho. Todos los españoles están
orgullosos del aceite de oliva tan bueno que consumen, pero,
desgraciadamente, el aceite de oliva es relativamente caro y simplemente,
no se produce en suficiente cantidad para todos. Desde comienzos de los
años 80 la producción de aceite de oliva anual de España se ha mantenido,
más o menos constante, con unas 450.000 Tm., cantidad de la que se
exportan unas 100.000 Tm. Según los datos del Ministerio de Agricultura los
españoles consumen unas 800.000 Tm. de aceite de oliva. No hace falta ser
un genio de las matemáticas para deducir según estas cifras que en el
mercado debe haber cantidades inmensas de “aceite de oliva” que jamás han
estado cerca de una aceituna.[26]
A pesar de esto, el gobierno español estaba sorprendido de que ya en la
primera fase de la operación canje se recogieran medio millón de litros.[27]
En las siguientes semanas y meses, esta cifra se multiplicó por diez hasta
llegar a casi cinco millones de litros, cifra hasta ahora ocultada a la opinión
pública. Esto representa aproximadamente que cada afectado devolvió por
termino medio 200 litros. Según este cálculo, las familias con varios
afectados deberían haber entregado cantidades astronómicas de aceite (más
de 500 litros) cada una.
Esto sólo basta para demostrar que una de dos, o hay muchísimos más
afectados de lo contabilizado, o el aceite no tiene nada que ver con el
Síndrome Tóxico. Desgraciadamente, ambas afirmaciones parecen ser
ciertas.
En los aceites recogidos se encontraron las mezclas más variopintas.
Contenían aceite de pepita de uva, de soja, de girasol, además de aceite de
oliva de calidad muy inferior. Otros estaban mezclados con grasas animales,
como manteca. Ni mucho menos todos los aceites entregados contenían
anilina o anilida, y la mayoría tampoco contenían rastros de aceite de colza.
A pesar de estos datos, los científicos, el primero entre ellos el Doctor
Antonio Borregón, Director del Instituto de Majadahonda, Centro Nacional
de Nutrición y Alimentación, estaban convencidos de que el aceite de colza,
mezclado con anilinas y anilidas y eventualmente con otras sustancias
químicas, era el responsable de este envenenamiento masivo. A partir de
este momento, todos los esfuerzos del gobierno español tenían un fin
concreto: encontrar pruebas contundentes para la hipótesis del aceite. Se
descartó cualquier otra hipótesis, las teorías alternativas fueron
descalificadas como “no aceptables”. Nunca se quiso investigar
oficialmente, por parte del Estado, una línea que no tuviera algo que ver con
el aceite.
Desde entonces la epidemia española es conocida mundialmente como
“síndrome del aceite tóxico” y el Doctor Tabuenca celebrado y alabado
como su descubridor. El gobierno español intentó desesperadamente reforzar
la hipótesis del aceite.
En todos los hospitales se hacían encuestas de urgencia entre los
pacientes y de nuevo el CDC de Atlanta proporcionó ayuda activa al
gobierno español. Ya en los últimos días de mayo enviaron a un grupo de
epidemiólogos a Madrid, entre los que se hallaban los doctores José Rigau y
Edwin Kilbourne. Los científicos eligen el pequeño pueblo de Navas del
Marqués como prototipo. Allí elaboran en los meses siguientes seis estudios
epidemiológicos.
Con el primer informe que data del 2 de junio, las autoridades españolas
no sabían que hacer. Los americanos habían detectado cinco posibilidades
diferentes para explicar la enfermedad; cinco productos podrían haber sido
los causantes de la enfermedad de los habitantes de este pueblo, que está a
una altura de 1300 metros, en la provincia de Ávila:
1. Los pinos, que crecen en las cercanías de las casas con enfermos
2. Los pececillos de los riachuelos
3. Un nuevo champú
4. Un nuevo detergente o
5. Lejía, un producto que no falta en ninguna casa española.

Este resultado no encajaba para nada y como, obviamente, estos expertos


se habían olvidado de preguntar por hábitos y productos alimenticios, se
apresuraron a regresar al pueblo. Pero esta vez los americanos vuelven con
el resultado esperado: Los 61 pacientes y sus familiares, con los que habían
hablado, habían consumido aceite adulterado.
¿Cuál es, pues el único defecto de este cuadro tan redondo? Los sanos
habían comido exactamente lo mismo que los enfermos, el 73% de todas las
familias de este pueblo de casi 4.000 habitantes habían comprado este aceite
mezclado de venta ambulante. Muchos de los que estaban sanos habían
consumido muchísimo más de este aceite que los enfermos. Los americanos
demostraban, además, con su encuesta, que este aceite supuestamente tóxico
parecía ser más venenoso en su forma fría que cuando era calentado para
freír o cocinar: los enfermos habían comido más ensaladas que los sanos.[28]
Otros estudios epidemiológicos[29] llegaron a resultados tan paradójicos
como tener que reconocer una salud inmejorable a muchas personas que
habían consumido mucha más cantidad de estos aceites que sus familiares
que habían enfermado. Los científicos intentaban explicar este hecho a partir
de diferencias genéticas o también por posibles diferencias en el sistema
inmunológico de cada una de las personas.
Pero también eran muchos los pacientes que aseguraban especialmente
que no habían comprado nunca ningún aceite sospechoso en ningún
mercadillo o vendedor ambulante, sino solamente los aceites de las mejores
marcas del mercado español. Pero tampoco esto inmutó a los científicos, que
estaban investigando este hecho: seguramente esta gente había comido
aceite tóxico en cualquier bar o restaurante y no se acordaba. Una suposición
de tal vaguedad, que hasta hoy no ha sido comprobada.
Hasta la fecha, la hipótesis del aceite se basa única y exclusivamente en
los estudios epidemiológicos. No se ha logrado nunca reproducir los
síntomas en experimentos de laboratorio con animales.
En aquellos días del verano de 1981, la población española era presa de
la histeria y de una fiebre de aceite. En todo el país se buscan empresas
refinadoras, importadores y almacenistas de aceite. Envasadores y
productores van a la cárcel; el mismo destino sufren los químicos y técnicos
que supervisaban la renaturalización del aceite desnaturalizado. Un proceso
durante el cual la anilina es quitada casi por completo del aceite por varios
procedimientos. El gobierno considera los delitos que se les imputan tan
graves que no se atiene ni a su propia legislación; según ésta, la prisión
preventiva no puede durar más de treinta meses. En el caso del aceite
supuestamente tóxico, los acusados han pasado cuarenta y más meses en
prisión preventiva, sus empresas y comercios han sido cerrados por la
policía por orden judicial; sus bienes, casas, propiedades y otras
pertenencias han sido embargados como medida preventiva.
En los últimos años, científicos de muchísimos países han escrito y
siguen escribiendo todavía trabajos inteligentes relativos al síndrome del
aceite tóxico, sobre anilinas y anilidas, sobre sus derivados en conexión con
el aceite. Pero el veneno causante no aparece: nadie lo puede encontrar. El
gobierno español, representado por la comisión de expertos —que después
se llamará Plan Nacional del Síndrome Tóxico— publica un libro blanco, y
después una recopilación de casi 800 páginas sobre todos los aspectos de las
investigaciones.
En marzo de 1983, dos años después del comienzo de la epidemia, la
OMS invita a una reunión de expertos sobre el Síndrome Tóxico en Madrid.
Desde el 21 al 25 de mayo científicos españoles y extranjeros discuten los
resultados actuales de sus investigaciones.
El británico Doctor Roy Goulding modera las discusiones cuyos
resultados pueden leerse en el libro “Síndrome del aceite tóxico:
Intoxicación masiva por alimentos en España” editado por la Oficina
Regional para Europa de la OMS con cede en Copenhague.
A pesar de las dudas existentes, los científicos llegan a la conclusión de
que el aceite adulterado debe ser el causante de la enfermedad. Ya el prólogo
del libro, escrito por el Doctor Waddington, director del departamento para
la Salud Ambiental en Copenhague es un ejemplo excelente de la manera
como se pueden unir elegantemente las contradicciones de la hipótesis del
aceite:

“El 1° de mayo de 1981 se descubrió en España el primer caso de


una enfermedad que más tarde sería llamada síndrome del aceite
tóxico. Los médicos notaban enseguida un cuadro clínico inusual que
no tenía nada que ver con ninguna otra enfermedad conocida; las
pruebas de que esta enfermedad tenía su causa en el medio ambiente
se acumulaban, pero el punto más importante, ¿qué factor del medio
ambiente era la causa? faltaba. Poder contestar a esta importante
pregunta lo más rápidamente posible se convirtió en una necesidad
absoluta ya que miles de pacientes llenaban los hospitales de Madrid
y en las zonas norte y oeste de España. Muchos indicios apuntaban al
consumo de aceite comestible adulterado, conteniendo colza
desnaturalizada como factor causal...
... El síndrome del aceite tóxico fue reconocido inmediatamente
como una enfermedad nueva, sino hubiera sido así, hubiera
enfermado muchísima más gente. Contrariamente a otras
enfermedades que también tienen un factor del medio ambiente, los
síntomas son parecidos a los de otras enfermedades, el diagnostico
del síndrome tóxico (ST) era simple. Solamente podemos especular
sobre lo que hubiera pasado si este factor no hubiera sido tan
obvio...”
Pero la última frase parece contradecir todo lo que acaba de escribir el
Doctor Waddington:

“Muchas preguntas relacionadas con el Síndrome Tóxico siguen


sin respuesta, especialmente la sustancia o las sustancias en el aceite
que han causado la enfermedad son o están sin identificar todavía.
Este aspecto merece la atención internacional y sólo puede ser
resuelto a través de la colaboración de los institutos de investigación
de varios países”.[30]

En las frases anteriores había dado las gracias a estos institutos, así como
a su propia organización y al gobierno español por su trabajo:

“El rápido reconocimiento por parte del gobierno español de que


la importancia del Síndrome Tóxico traspasaba las fronteras
nacionales, convirtiéndose en una cuestión general de la salud de
toda la humanidad, condujo a una participación internacional rápida
en este problema y ha animado al colectivo científico en sus
esfuerzos para encontrar la causa de la enfermedad. A petición de las
autoridades españolas, la OMS se ocupó desde La primera fase de
esta enfermedad. Gracias a la OMS, médicos, epidemiólogos y
toxicólogos aportaban sus experiencias y conocimientos para este
problema importante de salud...”[31]

No se comprende que el doctor Waddington diga que la enfermedad era


simple mientras todavía no existía ninguna sustancia en el aceite que pudiera
llamarse la causa de esta enfermedad. Pero mientras se celebra esta reunión
en Madrid, la lista de personas muertas ha llegado a 340 nombres. En los
próximos años habrá que añadir a esta lista varios cientos de víctimas más.
Los casi 50 participantes en esta reunión se habían dividido en grupos de
trabajo para discutir así detalladamente los temas principales antes de
entregar un informe completo a la Asamblea General. Este informe fue
aprobado por unanimidad y, posteriormente, publicado.
Los cuatro capítulos del libro tratan de la epidemiología, toxicología,
datos clínicos y autopsias. En repetidas ocasiones los científicos apuntan a
que el aceite de colza desnaturalizado para el consumo humano debe ser la
causa de la epidemia. Pero en casi cada página repiten de una u otra forma la
última frase del párrafo “posibles agentes causales en el aceite”:
“desgraciadamente la identidad exacta de estos componentes sigue siendo un
problema sin resolver”.[32]
Parece que no les preocupe que la causa de este problema no resuelto, a
lo mejor, no se encuentra en el aceite.
El grupo epidemiológico discutía sus resultados bajo el liderazgo de los
americanos del CDC, Doctor Clark Heath y Doctor José Rigau, dos de los
autores de los seis estudios de Navas del Marqués. Naturalmente
sentenciaban que su propio trabajo había sido bueno. “El grupo de trabajo
pensó que los estudios epidemiológicos que demuestran una conexión de la
epidemia del Síndrome Tóxico con el consumo de aceite son enormemente
importantes y consecuentes”.[33]
Aunque no se puede considerar esta afirmación una prueba contundente,
los científicos están contentos con sus propios resultados: “El
descubrimiento más espectacular que era común para todos los estudios, es
una conexión notablemente fuerte entre el comienzo del Síndrome Tóxico y
la ingesta de aceite comestible, que se ha comprado en venta ambulante”.
Aunque el tiempo les apremiaba, los epidemiólogos escriben: “Si se tiene en
cuenta lo urgente de la situación cuando se hicieron estos estudios, cree este
subgrupo, a pesar de todo, que su descubrimiento repetido de aceite
comestible como factor de riesgo en el desarrollo del Síndrome Tóxico
representa una observación epidemiológica altamente concluyente...”[34]
El grupo de trabajo sobre observaciones clínicas y patología se reunió
bajo el internista español, Dr. Manuel Serrano Ríos. El cometido de este
grupo es bastante más fácil que el de los epidemiólogos. Sólo se les pide
enumerar, síntoma por síntoma, las diferentes fases de la enfermedad. Nadie
espera de ellos que aventuren posibles causas de la enfermedad.
El tercer subgrupo se ocupaba de la toxicología del aceite. Estaba
presidido por el doctor T.A. Connors y el profesor Doctor W.N. Aldridge.
Los dos trabajan en la Tóxicology Unit, la Unidad de Toxicología, de los
famosos laboratorios Medical Research Council Laboratories, de Carshalton,
cerca de Londres. También este grupo tiene serias dificultades para conectar
la enfermedad con el aceite fraudulento: “Para definir los componentes
tóxicos del aceite de colza contaminado con anilinas, anilidas y otras
sustancias que se forman durante el proceso de refinación, habría que hacer
experimentos químicos, bioquímicos con células y con animales(...). Los
experimentos con diferentes muestras de aceites supuestamente tóxicos, con
monos, crías de pato, cobayas y hámsteres han resultado ser negativos. Un
laboratorio ha dicho haber producido daños pulmonares en ratas, mientras
todos los demás lograban resultados negativos... A pesar de los esfuerzos
hechos en muchos países, hasta ahora no se ha encontrado ningún animal que
pudiera ser un modelo de experimentación adecuado para el aceite tóxico y
las anilinas o anilidas”.
Parece que no hay nadie en todo este gran grupo de científicos, algunos
mundialmente famosos, que se pregunte si el aceite supuestamente tóxico es
tan peligroso como se dice. A pesar de ello los autores persisten:
“Parece que la enfermedad fue causada por la ingestión de una o varias
partidas de aceite de colza refinado, desnaturalizado con anilinas”.
Y todos los sabios reunidos en Madrid se lamentan de las muestras de
aceite que han recibido desde España y se preguntan si a lo mejor éstas no
son las correctas: “El sistema de selección de los aceites que tienen una
relación con los casos, utilizado hasta ahora, ha sido muchas veces
insatisfactorio. Muchos laboratorios en España y en otros países han
malgastado mucho tiempo con muestras que son muy diversas en su
composición y que en muchas ocasiones no contengan anilinas...”[35]
Pero resulta que, como mínimo, las muestras de aceites que venían de
familias de afectados estaban muy cuidadosamente clasificadas, como dice
el Doctor Aldridge después de una visita personal a Madrid entre el 3 y el 5
de febrero de 1982 en una carta:

“La complicación más grande durante la recolecta de aceite que


tiene relación con los enfermos, fue la oferta del gobierno de cambiar
el aceite de colza sin etiqueta por aceite de oliva de la mejor calidad
(...). Pero existe una colección de aceites que vienen de familias con
enfermos y que se ha recogido antes del mencionado canje. Aunque
no es 100% seguro, la conexión con los casos está mucho más clara.
Todas las muestras de aceite están numeradas y puede llevarse a cabo
un seguimiento hasta el paciente (…). La cantidad de las muestras
varía. Algunas son muy grandes. Se nos dijo que en esta colección
hay entre 400.000 y 500.000 litros. Todos nosotros contestábamos
con gran asombro a esta revelación y preguntamos repetidas veces a
los responsables si esta cifra era correcta. Pero se mantenían en ella.
Esta oleoteca está guardada cuidadosamente (...); Esta colección es la
única de la que uno puede fiarse (...)".

Aldridge divide las muestras de aceites allí coleccionados en tres


categorías:

A) De familias con enfermos. Recogido antes del anuncio del canje.


B) Pruebas de aceites, recogidos por científicos para su trabajo.
Podrían ser auténticos, pero no tienen necesariamente el sello oficial
de que realmente vienen de familias con casos, ni la fecha exacta de
su recogida.
C) Aceite recogido personalmente sin ninguna garantía.
En esta época, a principios de 1982, todos los experimentos de
laboratorio con animales de experimentación eran negativos, como confirma
el doctor Aldridge: “Se han utilizado ratones, ratas, cobayas, hámsteres y
cerdos. Hasta ahora no existe ninguna prueba contundente de que algún
aspecto de la enfermedad haya sido reproducido en animales de
experimentación”.
En la primera página de su informe, Aldridge escribe dudando:

“Hasta ahora es una suposición no verificada que la enfermedad


haya sido causada por aceite de colza desnaturalizado con anilina y
tratado posteriormente. He hablado con varias personas sobre este
tema, les he preguntado si está demostrado que el aceite de colza
tiene que ver con esta enfermedad... La mayoría de todos estos
aceites vendidos, contenía otros aceites y grasas”.

Pero acto seguido el experto en pesticidas formula la frase decisiva para


el apoyo a la hipótesis del aceite: “Estoy convencido de que la única
hipótesis razonable es esta, que el aceite de colza desnaturalizado es la
causa”.[36]
A pesar de este convencimiento, en los próximos años ningún científico
ni ningún laboratorio del mundo logran acercarse algo más al enigma. El
doctor Aldridge escribe todavía en 1985, en el número de mayo del “Journal
of Human Tóxicology”: “Hay que enfatizar fuertemente que la relación entre
la enfermedad y la ingesta de aceite comestible adulterado se basa única y
exclusivamente en las pruebas epidemiológicas, dado que falta cualquier
otra hipótesis aceptable sobre cual podría ser la sustancia química en el
aceite responsable de esta epidemia”.[37]
Cuesta entender como científicos supuestamente críticos y prestigiosos
pueden agarrarse tanto a una hipótesis que no ha sido posible probar
científicamente. El británico Doctor Aldridge tiene una explicación
enormemente simple y sorprendente para este hecho. Todavía a principios
del año 1987 dijo a los autores: “Es realmente increíble que no podamos
encontrar el veneno, la causa verdadera de la enfermedad; las ratas que
ingirieron el aceite supuestamente tóxico no mostraban ningún efecto
negativo, cada día engordaban más y su piel estaba más brillante de día en
día”. Acto seguido el Doctor Aldridge añadió: “Pero tiene que ser el aceite”.
Su afirmación nos dejó estupefactos y a la pregunta de por que tendría que
ser el aceite, contestó de la siguiente forma: “Porque estos son los datos y
hechos que nosotros recibimos del gobierno español”.[38]
Este mismo gobierno tampoco invirtió demasiado dinero en la búsqueda
para la confirmación de la hipótesis del aceite. Hasta 1982 se había repartido
para proyectos de investigación sobre el Síndrome Tóxico, para médicos y
científicos españoles unos trescientos millones de pesetas. Esto es más o
menos lo que vale un solo laboratorio químico analítico con una tecnología
aceptable.
A pesar de esto, a varios institutos este dinero les fue suficiente para
renovar sus aparatos anticuados. Estas subvenciones estatales no eran mucho
más que la famosa gota sobre la piedra caliente y esto en un país que,
comparado con otros países europeos, destina a la investigación cantidades
irrisorias. Tampoco estos dineros dieron resultados.
Pero ahí estaban el CDC y la OMS ayudando amablemente al gobierno
español. En septiembre de 1984 el Plan Nacional de Síndrome Tóxico
(PNST) y el CDC firman un contrato para facilitar un epidemiólogo de
Atlanta a España. El seleccionado es el Doctor Edwin Kilbourne que ya
conocía el problema del Síndrome Tóxico desde 1981. Era uno de los autores
de los estudios epidemiológicos del pueblo de Navas del Marqués. Según se
desprende del contrato, el CDC ayuda por “razones humanitarias en el
interés de toda la humanidad...”
Esta claro que el síndrome del aceite tóxico en España debe ser aclarado,
dado que es de una importancia capital que se siga con los estudios
epidemiológicos, y dado que el problema es de una enorme importancia
mundial, para la salud pública internacional, el CDC acuerda designar un
epidemiólogo que pueda ayudar en los trabajos del Plan Nacional del
Síndrome Tóxico. Así reza el contrato con el gobierno español.
El párrafo número 1, apartado C, define las obligaciones del funcionario.
Su cometido principal es : “Colaborar en un estudio epidemiológico,
toxicológico con el fin de encontrar EN EL ACEITE (mayúsculas de los
autores) la sustancia química o las sustancias más estrechamente asociadas
con la enfermedad”.
El Doctor Kilbourne no tenía que buscar otras causas. Si se hubieran
encontrado otras posibles causas, el contrato es muy explicito: “Todos los
datos que serán transmitidos al CDC con base a este contrato pertenecen al
gobierno español y tienen carácter confidencial (...) No pueden ser usados
para fines científicos u otros que no se mencionen en este contrato, si el
PNST no da antes su consentimiento a esta cuestión".[39]
El trabajo desarrollado por el Doctor Kilbourne obtiene la total
satisfacción de sus jefes americanos y españoles. Después de una
investigación de casi dos años, presenta un informe resumido del trabajo que
han hecho bajo su dirección otros 8 investigadores americanos del CDC y 11
expertos españoles. Todos ellos llegan al mismo resultado que la mayoría de
los investigadores que hasta entonces habían analizado y experimentado con
los aceites sospechosos con todos los métodos posibles. Su informe de 39
páginas se lee como una colección de contradicciones imposibles. Los
expertos comienzan su trabajo con la frase desilusionante: “La identidad del
agente etiológico que causó en 1981 la epidemia del síndrome del aceite
tóxico en España no ha sido aún probada”.
Pero más abajo en la misma página puede leerse: “Concluimos que la
presencia de niveles relativamente altos de anilina y anilida, de ácidos
grasos en las muestras de aceite recogidas durante la epidemia en las dos
ciudades estudiadas, indica una mayor probabilidad de la presencia actual o
anterior del agente etiológico del síndrome del aceite tóxico”.
Después de un repaso cuidadoso de varias oleotecas el grupo elige 195
muestras diferentes de aceite de familias con y sin enfermos. Los análisis
químicos se hacen en Atlanta. El grupo se entrevista con los antiguos
propietarios de los aceites. De los miles de muestras de aceites se eligen
finalmente solo unas 93 para su estudio, 29 de estas proceden de familias
con, 64 de familias sin pacientes afectados. Todos los demás no son tenidos
en cuenta. En su resumen, los autores escriben: “La contaminación de aceite
por anilina libre y oleil, linoleil y palmitil anilidas era notablemente más
frecuente y más alta en los aceites recogidos de las familias-caso
(afectadas)”. Pero: “El mayor riesgo de contraer la enfermedad no estaba
basado en la simple presencia o ausencia de contaminación de
anilina/anilida de un aceite.
El riesgo aumentaba, más bien, monotonicamente según aumentaba la
concentración de estos contaminantes (...). Existe claramente una relación
dosis-respuesta”.
Para mostrar gráficamente esta afirmación, el equipo de 20 expertos muy
bien pagados, confecciona un gráfico . Sería muy posible deducir esta
afirmación del gráfico si no existiera a la izquierda el apartado 0: según esta
tabla de solamente 29 enfermos, 11 enfermaron con un aceite que no tenía ni
rastro de anilinas ni anilidas. Esto representa más de 1/3 de esta muestra.
Los expertos no explican en su informe esta evidencia sorprendente en
ningún momento. También callan el hecho de que su informe se basa
únicamente en los datos de apenas el 0,116% de los 25.000 afectados. Con
una base tan escasa y tan pobre, los autores llegan a afirmar, sin sonrojarse,
que sus investigaciones les llevan, a pesar de todo, a conclusiones científicas
fundadas para todos los enfermos del Síndrome Tóxico:
“La contribución más importante de este estudio está vinculada a la
fuerte asociación que demostramos entre la incidencia del SAT, Síndrome
del Aceite Tóxico y los parámetros químicos específicos medidos en los
aceites comestibles recogidos de familias procedentes de una zona altamente
afectada por la epidemia. Los resultados de estudios epidemiológicos
previos han mostrado una asociación de la enfermedad con el consumo de
aceites comestibles identificados, no por sus características químicas, sino
por el tipo de envases, (p.e. envases de plástico de 5 litros y a granel, y las
circunstancias de venta. Aunque los resultados de estudios analíticos
anteriores han demostrado la existencia de contaminantes (...) en algunos
aceites recogidos de familias-caso, no ha habido suficientes datos como para
demostrar un vínculo estadístico fuerte entre la enfermedad y la presencia de
contaminantes específicos. Nosotros demostramos este vinculo”.
Solamente tres páginas más adelante, los científicos piensan de forma
diferente: “Incluso con estos descubrimientos, nosotros no pensamos que
estos datos sean suficientes para concluir que ninguno de los componentes
medidos actualmente fueran causa de la epidemia SAT (...). Además, la
dosis de anilina libre ingerida en una cantidad de aceite razonable hubiera
sido más baja que la necesaria para producir los efectos químicos de la
enfermedad”.[40]
El Doctor Kilbourne y sus colegas terminan su informe con un consejo:
“La búsqueda de la causa de la epidemia de SAT no debería abandonarse aún
en esta fecha tardía. Más de cinco años después de que se declarara la
epidemia(...). El descubrimiento del agente del SAT nos iluminaría sobre su
patogénesis”.
En enero de 1985, la Organización Mundial de la Salud había sugerido
una revisión completa de todos los estudios epidemiológicos existentes
sobre el Síndrome Tóxico. Se eligió al británico Sir Richard Doll, quien
había sido condecorado con el titulo “Sir” por sus méritos especiales en su
campo específico, la epidemiología, por la Reina de Inglaterra.
En octubre de 1985, Sir Richard entrega un informe del cual se
desprende que, según su opinión, no hay datos suficientes en lo que ha visto
para afirmar que el aceite o cualquier aceite haya sido la causa del
envenenamiento. Después de haber leído el informe de Kilbourne y sus
colegas, Sir Richard cambia totalmente de opinión.
En la sala del juicio, en la Casa de Campo de Madrid, en julio de 1987,
Sir Richard dijo exactamente la frase con la que terminó su anexo un mes
antes: “En mi informe concluía que la evidencia epidemiológica conducía de
la forma más natural a la conclusión de que el consumo de aceite (...) era el
responsable de la enfermedad y que la evidencia en contra de la causalidad
no era concluyente. Sin embargo añadía que había demasiadas lagunas en la
evidencia a favor de la causalidad para permitir la conclusión de que,
definitivamente la causa era el aceite.
La nueva evidencia ha llenado algunas de las lagunas (...) ha
proporcionado una prueba objetiva y no sesgada de una relación dosis-
respuesta entre el riesgo de desarrollar la enfermedad y la concentración de
ciertos productos químicos (anilidas) en el aceite, que no se encuentran en
ningún aceite natural (...) al añadirse esta nueva evidencia concluyo que el
aceite adulterado fue la causa del Síndrome Tóxico”.[41]
Hasta hoy Sir Richard es el único científico del mundo que ha afirmado
que el aceite adulterado es, con toda seguridad, el causante del Síndrome
Tóxico. No sólo los acusados y sus defensores, sino también muchas
víctimas que jamás han ingerido este aceite dudan seriamente de que su
afirmación sea correcta. Desde el principio, la hipótesis del aceite tenía sus
críticos que llamaban a esta teoría “aventurada”. El primero de ellos, fue el
Doctor Muro, el descubridor de esta nueva enfermedad de masas.
V.
El doctor Muro sigue una pista
Cuando en la noche del 10 de junio de 1981 el Doctor Muro escucha la
noticia de una posible conexión entre la neumonía atípica y el aceite de
venta ambulante, no puede por menos que extrañarse. Lo mismo había
pensado él mismo y, a petición suya, un médico amigo había mencionado
esta hipótesis en las reuniones del ministerio de Sanidad primero a finales de
mayo y luego a principios de junio.
En estas reuniones participaba también el Doctor Tabuenca, como él
mismo dice en su carta al ministro del día 9 de junio. Desde su suspensión
de empleo y puesto, el Doctor Muro ha proseguido sus investigaciones para
encontrar la causa de la posible enfermedad.
El epidemiólogo se convierte pronto en una figura tan familiar en los
mercadillos de alrededor de Madrid como los vendedores mismos y
rápidamente abandona la hipótesis de que la lechuga y las cebolletas,
atacadas por algún parásito, hubieran podido causar la enfermedad. Los dos
productos procedían de la región de Toledo, y a mediados de mayo toda la
cosecha se había vendido y había sido consumida. A pesar de esto, todos los
días había nuevos casos.
Así que Muro concluye que el factor causante tiene que seguir en el
mercado y está seguro de que debe y puede encontrarse en los mercadillos.
Como dice él mismo: “Entretanto sabíamos que el tiempo de incubación era
de 24 horas. ¿Por qué? Por que sabíamos en qué días había mercadillo y
cuándo enfermaron nuestros pacientes y dónde habían comprado....”[42]
Muro y sus colaboradores confeccionan listas detalladas con todos los
productos alimenticios que se ofrecen en los mercadillos. Al mismo tiempo
anotan los números de matrícula de coches y camiones de los vendedores.
El 20 de mayo, en el mercadillo de Torrejón, le llama la atención la gran
cantidad de puestos que venden aceite. Son exactamente ocho. Todos ellos
ofrecen aceite en garrafas de plástico idénticas, de cinco litros. La única
diferencia son los tapones, unos rojos, otros verdes y otros amarillos. El
aceite con el tapón rojo era el más corriente y la garrafa valía 550 Pts.[43]
Muro pregunta a los vendedores por la procedencia de estas garrafas y se da
cuenta de que todas tienen procedencias u orígenes diferentes. Como él
busca un factor común para todos los enfermos, deduce que el aceite no es el
candidato correcto para ser el causante de la enfermedad. A pesar de esto, en
cada puesto compra varias garrafas para asegurarse al 100%, dado que el
aceite es un componente muy importante que no falta en ninguna ensalada.
Años después recuerda divertido que su coche, su casa y su oficina
“apestaron” durante días a aceite.
Acto seguido, Muro se hace entregar muestras de aceite de sus pacientes.
Una vez analizados diez aceites de esta procedencia, descubre que todos son
de composición diferente. Siete contienen aceite de colza, seis grasas
animales y los demás están constituidos por una mezcla de aceite de girasol
más aceite de oliva, aceite de orujo, oliva, de soja y de girasol. Estos
resultados son entregados al doctor Muro exactamente el 10 de junio,
exactamente la misma fecha en la que sale a la luz pública la teoría oficial.
La mezcla tan heterogénea de las muestras diferentes de aceite, refuerza al
Doctor Muro en su duda de que el aceite de venta ambulante hubiera podido
enfermar a sus pacientes. A pesar de todo, quiere contrastar su hipótesis en
experimentos con animales. Cuarenta ratones (diez grupos de cuatro ratones
cada uno) son tratados con el aceite. Después de un mes, no se advierte
ningún resultado negativo, los ratones siguen tan vivos como antes y sin
lesiones de ninguna clase.[44]
Científicos e investigadores de diversos países que experimentaban con
las muestras de aceite de España llegaron a conclusiones idénticas.
El toxicólogo alemán Doctor Claus Kóppel del Instituto para la
Alimentación, Medicamentos y Química Jurídica de Berlín Oeste sentencia
en marzo de 1982, después de varios análisis y experimentos con animales
con los aceites recibidos de España: “Nuestros experimentos con ratones no
han producido ningún efecto tóxico; a nuestro entender las anilidas no son el
causante del síndrome del aceite tóxico”.
El alemán investiga a fondo y llega a la conclusión de que las anilidas
pueden ser, efectivamente, mortales. Pero sólo en cantidades realmente
astronómicas: “La toxicidad aguda con anilidas para el DL50 (dosis letal que
quiere decir que el 50% de los animales en experimentación que reciben esta
cantidad tienen que morir casi en el acto) hay que calcularlo en ratones en 12
(!) gramos por kilo de peso".[45]
Suponiendo que la toxicidad aguda para personas es similar, resultaría
que una persona adulta tendría que ingerir 840 grs. de anilidas puras para
llegar a tener los mismos efectos. Expresado de otro modo, tendría que
ingerir de golpe 200 litros, como mínimo, de aceite mezclado con el grado
más alto de anilidas jamás encontrado en los aceites españoles... Algo
francamente dudoso.
El Doctor Képpel escribe además en su carta: “Tenemos algunas dudas
sobre los experimentos animales del Doctor Tena...” [46]. El Doctor
Guillermo Tena es el Director del Instituto Nacional de Toxicología de
Madrid, dependiente del Ministerio de Justicia. Este doctor asegura haber
logrado reproducir alguno de los síntomas de la enfermedad en experimentos
con animales.[47]
Parece que los laboratorios españoles lograban en esa época resultados
imposibles de reproducir en otros laboratorios de Europa y América que
estaban técnicamente mucho mejor dotados. Pero sin remilgos, la famosa
publicación científica “The Lancet” publica estos resultados imposibles de
repetir.
Otro caso similar sucedió en el Instituto de Alimentación de
Majadahonda. Según dicen ellos, en dos muestras de aceites encontraron
1600 ppm (partes por millón) y 4500 ppm de anilidas. Cuando se hizo el
mismo análisis con los mismos aceites en Carshalton, el Doctor Aldridge se
vio muy sorprendido: en la primera muestra no pudo descubrir ninguna
anilida, pero en la segunda anota 1750 ppm. Es decir, notoriamente mucho
menos de lo que dicen haber encontrado en Majadahonda.[48]
La toxicóloga francesa Veronique Vincent de Lyon, también se
sorprende ante los resultados negativos de sus investigaciones. En un francés
muy elegante escribe a los españoles: “Sería interesante asegurarse de que
los aceites tóxicos enviados a nosotros para su análisis son realmente aceites
tóxicos”.[49]
Tampoco los americanos logran salvar a los españoles de su dilema,
aunque ellos han sido los primeros en recibir muestras de aceite. La doctora
Renate Kimbrough supervisa las investigaciones. Está considerada a nivel
mundial como una toxicóloga eminente, especialmente en el ramo de las
intoxicaciones por pesticidas y herbicidas.
La OMS había pedido colaboración a esta toxicóloga del CDC. A finales
de septiembre de 1981 había recibido en su Instituto 26 muestras diferentes
de aceite de España. La Doctora Kimbrough llega a las mismas conclusiones
que sus colegas europeos: “Los análisis químicos muestran diferencias en
las composiciones de los ácidos grasos. Los aceites eran mezclas de aceite
de colza, aceite de oliva y a veces aceite de soja (...). Encontramos rastros de
anilinas y anilidas. Una muestra de aceite, supuestamente obtenida de la
refinería, contenía el 1% de anilinas. Otros productos químicos que se
encontraban en el aceite en unas concentraciones muy bajas eran
tricloroetileno, hexacloro-benceno, percloro-etileno, n-fenil-anilida, ésteres
de ácidos grasos de cloro-propandiol (...). Ninguna de estas sustancias
químicas puede ser el causante de este tipo de enfermedad padecido en
España (...). Además, ninguno de los aceites de control, y solamente tres de
los aceites de enfermos contenían anilinas y anilidas (...) Los ratones y ratas
no mostraban ningún síntoma de intoxicación, tampoco los monos
mostraban intoxicación(...). No fue posible reproducir con los animales de
experimentación los síntomas de la enfermedad”.
Pero para asegurarse totalmente, la Doctora Kimbrough hace repetir los
mismos experimentos en otros laboratorios americanos. Tampoco los
científicos de la Food and Drug Administration ni los del National Institute
of Health (Instituto Nacional de Salud) ni los del Departamento de
Agricultura logran reproducir la enfermedad en los animales de laboratorio.
Los animales no sufren ningún daño.[50]
La doctora Kímbrough llega a la misma conclusión que su colega
alemán, el Doctor Kóppel: Las mezclas de los aceites no pueden ser la causa
de la enfermedad.
En una carta a la diputada alemana de los Verdes en el Parlamento
Europeo, Doctora Dorothee Piermont, escribe en marzo de 1985: “Hemos
identificado anilina y una serie de otros compuestos. Pero estas sustancias
no producen el tipo de enfermedad que se ha visto en España. (...) Además
hay que tomar en consideración que cuando ciertos acontecimientos están
relacionados con alguna enfermedad como en este caso, el consumo de
aceite, esto no significa necesariamente que se haya establecido una relación
causa-efecto”.[51]
Ya en 1982, la Doctora Kimbrough dudaba de los datos en que se
apoyaba la hipótesis del aceite: “A partir de los informes epidemiológicos
no está claro si la ingestión repetida de aceite ha tenido una influencia sobre
la enfermedad. No se ha podido establecer tampoco que cada una de las
personas que han enfermado ha ingerido realmente este aceite ilegal”.[52]
Hacía tiempo que la OMS había recibido todos estos informes. A pesar
de esto, durante la reunión de expertos en marzo de 1983 en Madrid, no se
concede demasiada atención a ellos.
Con todo, la versión del aceite se crítica ruidosamente, tal y como puede
escucharse en las grabaciones de la reunión. Varios de los participantes
piensan que las pruebas para la hipótesis del aceite son muy escasas. Tal es
la opinión de los británicos Doctor Aldridge y Doctor Connors. Los
españoles, representados pasionalmente por el Doctor Tena del Instituto
Nacional de Toxicología, defienden sus “descubrimientos”, que científicos
más cualificados no se ven capaces de repetir. El toxicólogo británico Roy
Goulding, del Poisons Unit del Guy's Hospital de Londres, que preside las
reuniones, calma los ánimos. Alguien propone la destrucción del Anexo I del
informe del Dr. Connors que, evidentemente, contradecía la hipótesis del
aceite.
Este documento hubiera podido ser concluyente para demostrar que el
aceite no fue el causante del Síndrome Tóxico. Acto seguido, en presencia
del Ministro de Sanidad, que en su bello discurso recuerda el episodio de
Galileo como ejemplo de lo que no debe ser la Ciencia, cuya investigación
necesita libertad, deciden como muestra de la actitud contraria, denominar la
enfermedad con el nombre de Síndrome del Aceite Tóxico, condicionando y
canalizando la futura investigación sobre el aceite, y sólo sobre el aceite.
Conjuntamente deciden sugerir al gobierno español la formación de una
nueva comisión epidemiológica para, por lo menos, intentar asegurar la
relación epidemiológica, dado que en los experimentos con animales no se
había encontrado nada que pudiera considerarse confirmación de la hipótesis
del aceite.
El gobierno español acoge esta sugerencia con satisfacción. En su
comunicado de clausura de la reunión Ernest Lluch, Ministro de Sanidad del
gobierno socialista que había heredado este problema, declara: “La nueva
comisión epidemiológica que vamos a crear va a intentar cumplir las
recomendaciones que ustedes nos han dado y también:

1. Revisar toda la información epidemiológica existente.


2. Anotar todos los datos necesarios futuros y reforzarlos, para
mantener una observación epidemiológica eficaz.
3. Verificar la conexión epidemiológica entre la ingestión de aceite
de venta ambulante y el Síndrome, y
4. Establecer la relación entre la enfermedad y los posibles agentes
tóxicos en los aceites (anilinas/anilidas) bajo un punto de vista
epidemiológico”.[53]

Para formar esta nueva comisión, el gobierno traslada un grupo de


epidemiólogos de Barcelona a Madrid, bajo la presidencia de la Doctora
Susana Sans. En la capital ya no debía de haber nadie que quisiera investigar
este tema tan enrarecido. El grupo de Barcelona empieza su trabajo con
entusiasmo en verano de 1983, pensando que se trata de un desafío
importante, dado que prestigiosos científicos extranjeros no han logrado
encontrar pruebas concluyentes para la hipótesis del aceite. Los resultados a
los cuales llegan algunos miembros de esta nueva Comisión son
completamente distintos a los que esperaba el ministro. Para decirlo con
claridad, son diametralmente opuestos a la tesis oficial.
Desde el principio, este grupo de trabajo tiene serias dificultades con el
Plan Nacional del Síndrome Tóxico, el Organismo estatal que centraliza
todos los aspectos de la epidemia.
En repetidas ocasiones, la Doctora Sans pide que se le entreguen los
datos ya existentes, como declarará después en su interrogatorio ante el Juez
de Instrucción.[54]
Como los estudios de 1981 que esta Comisión tendría que evaluar y
explicar no llegan el Doctor Javier Martínez Ruiz, vocal de esta Comisión,
recurre a los boletines epidemiológicos de la primavera y verano de 1981,
una publicación del Ministerio de Sanidad.
Hace una estadística, día por día, de los nuevos casos de pacientes del
Síndrome Tóxico en Madrid y alrededores. Cuando ha anotado todos los
datos oficiales, piensa que no puede dar crédito a sus propios ojos. Aunque
el gobierno español había dicho en repetidas ocasiones y públicamente que
los casos del Síndrome Tóxico disminuyeron marcadamente a partir del 10
de junio, la fecha del anuncio oficial de la posible conexión entre la
enfermedad y un aceite fraudulento, su curva demuestra claramente que la
disminución de casos empezó ya antes, a partir de finales de mayo.
Su esposa trabaja al mismo tiempo en un estudio detallado de las rutas
de comercialización del aceite fraudulento desde su productor o importador
hasta el consumidor. Sus descubrimientos también contradicen la hipótesis
oficial del aceite. La Dra. Clavera ha buscado el eslabón u origen común y
llega a la conclusión de que entre los muchos y diversos aceites que se
vendían en España en venta ambulante y a los que se atribuye la sospecha de
la misma enfermedad, no existe ningún punto, eslabón u origen común en la
cadena de comercialización y tampoco tenían los aceites ningún componente
común. En sus conclusiones escribe categóricamente: “El Síndrome Tóxico
no tiene en absoluto nada que ver con ningún componente de ningún
aceite”.[55]
Había un hecho muy importante que le llamó fuertemente la atención a
la epidemióloga: en Cataluña no había ni un solo caso del Síndrome Tóxico,
aunque se vendía el mismo aceite sospechoso, y no solamente unas pocas
botellas, sino 350 Tm. Sobre este particular la doctora Clavera escribe:
“Atención especial merece el circuito catalán de comercialización de
aceite fraudulento por sus características tan paradójicas con respecto a la
epidemia del Síndrome Tóxico, características que de por sí solamente ya
refutan la hipótesis del aceite fraudulento como vehículo del tóxico que
causó el citado Síndrome Tóxico. No sabemos cómo puede justificarse el
hecho de que el aceite comercializado por una industria catalana, distribuido
abundantemente en Cataluña, sin conocer un afectado en dicha zona, tan sólo
al ser distribuido en Castilla provoque automáticamente afectados. ¿Es que
el lugar geográfico en que se consume un mismo aceite tiene más poder
tóxico que el propio contenido del mismo?”
La doctora Clavera dice tajantemente: “La existencia de estas
contradicciones tan importantes (...) tendría que bastar para descartar una
posible culpabilidad del aceite”.[56]
No bastaba. En toda esta larga y triste historia del llamado Síndrome del
Aceite Tóxico, parece que la lógica brillaba por su ausencia.
El estudio de la doctora Clavera encajaba tan poco en las hipótesis
oficiales como ya lo hicieran antes las investigaciones del doctor Muro. La
doctora Sans no facilitó el conocimiento de tan importante descubrimiento.
En el informe oficial de la comisión epidemiológica en junio de 1984, al
Steering Committee de la OMS, faltan las investigaciones de la Doctora
Clavera. Permitieron, eso sí, que ella explicara sus teorías por separado.
Como todas las reuniones científicas de la OMS también ésta fue grabada en
cinta. Se echa en falta en las cintas la intervención de la Dra. Clavera; no hay
forma de encontrarla.
El informe refleja sus explicaciones con muy pocas frases:

“La Doctora Clavera se refirió al esfuerzo realizado por seguir la


pista de la distribución del aceite ilegal. Esta información fue
obtenida a partir de los registros del Ministerio de Justicia y de las
informaciones de la policía basados en informaciones obtenidas de
los comerciantes implicados. Se deduce que una cantidad importante
de aceite ilegal fue distribuida en muchas zonas del país y que si bien
muchas pueden haber recibido lotes de aceite de los mismos
comerciantes, la enfermedad no se produjo en todas estas áreas. Dado
que puede haberse producido la contaminación del aceite ilegal en
cualquier eslabón de la cadena de distribución, no está claro si esta
información puede ayudar a definir el aceite que pudiera o no guardar
relación con el brote de la enfermedad”.[57]

Pero la Doctora Clavera no tira la toalla, protocoliza ante notario su


estudio y lo entrega al Juez de Instrucción.
Cuando el doctor G.A. Rose, epidemiólogo británico, llega a Madrid para
informarse de los estudios epidemiológicos del Síndrome Tóxico, la Doctora
Sans prohíbe al matrimonio Clavera-Martínez Ruiz reunirse con él. El día 30
de septiembre de 1984, un domingo, los dos epidemiólogos son cesados
fulminantemente.
Hasta principios de 1987 la Doctora Clavera está sin trabajo. Su marido
da clases de estadística e informática. A partir de esta fecha, ambos hacen lo
que realmente constituía el cometido de la comisión de la que formaban
parte. El Tribunal del mal llamado “Juicio de la colza” ha acudido a ellos
como peritos. Analizan y evalúan todos los estudios y documentos del doctor
Antonio Muro, que fue el primero en detectar la epidemia, y que también fue
cesado.
Volviendo al año 1981, relatemos que el doctor Muro trabajaba
incesantemente en la búsqueda de la causa del Síndrome Tóxico. Está
convencido de que el veneno que causó esta ola de enfermedades llegó al
cuerpo de los pacientes a través de la ensalada. Una vez descartados la
lechuga, las cebolletas y el aceite como causantes, analiza el vinagre y la sal.
Termina pronto con el vinagre: todos los encuestador dicen haber usado
marcas distintas. Pero la sal tampoco podría ser el agente causante, ya que el
doctor Muro descubre que solamente hay dos salinas en todo el país que
proveen a todos sus habitantes de sal y como todo el mundo o casi todo el
mundo usa sal, si el veneno hubiera procedido de una de estas salinas, medía
España habría enfermado.
En este punto de la investigación Muro se siente frustrado. Como dice él
mismo: “Si ni la lechuga, ni las cebolletas, ni el aceite ni la sal, ni el vinagre
son las causa, aquí hay algo muy raro. Solamente quedaba el tomate, pero
como el tomate tiene una piel cérea, está bien protegido y, por tanto, habría
que descartarlo. Pero si el tóxico está en el tomate, tiene que ser una
sustancia química, un veneno que actúa sistémicamente, es decir que se
extiende en el sistema total de la planta”.[58]
También la enfermedad tiene que ser “sistémica”, dado que afecta al
organismo entero, casi no existe un órgano del cuerpo que no esté afectado.
Así que el Doctor Muro vuelve a considerar toda la larga lista de síntomas;
especialmente característicos son la vasculitis y la eosinofilia. La vasculitis
es una enfermedad que afecta fundamentalmente a los vasos. Se forman
trombosis que pueden aparecer incluso en el ojo. Muchos pacientes
desarrollan varices, no solamente en las piernas sino también en los muslos.
Los edemas pueden aparecer en todo el cuerpo, desde el pulmón hasta en la
piel, en los dedos, los pies, en la cara y en el cerebro.
La eosinofilia es un aumento marcado de una parte de los glóbulos
blancos de la sangre, los eosinófilos.
Los pacientes sufren dolores de garganta que se parecen mucho a
inflamaciones de amígdalas. Los medicamentos que se les dan no ayudan en
nada. Otros síntomas son: pérdida de apetito, alopecia, (caída del cabello)
caída del pelo no solamente de la cabeza, sino de todo el cuerpo.
Sufren también dolores musculares y de las articulaciones, nerviosismo,
hipersensibilidad; el más ligero roce puede producir dolor, algunos hombres
padecen impotencia con imposibilidad de erección del pene, algunas mujeres
pueden sufrir frigidez.
Las uñas de las manos muestran una coloración rojiza que progresa con
el tiempo hacia el borde, y que todavía puede notarse a los ocho o nueve
meses de la enfermedad.
Otros síntomas observados pueden ser parálisis de la lengua, parálisis de
la mandíbula, sequedad de boca y de ojos, pérdida de la visión. También se
observó una disminución del calcio, lo que produce caries y puede provocar
osteoporosis. Se observaban también síntomas como “manos de lavandera”,
con las palmas de las manos rojas, ardientes; se pueden observar
preocupantes pérdidas de peso. Algunos pacientes quedaron hechos un
esqueleto como Francisco Ramos (nombre cambiado por los autores) que
con un metro ochenta y seis de altura perdió 58 kilos por esta enfermedad.
Su hija Rosario, una chica guapísima que medía entonces un metro sesenta y
tres, se quedó en 28 Kg. Pasó dos años en silla de ruedas, mediante unos
ejercicios de rehabilitación que hizo con voluntad férrea, su situación ha
cambiado y mejorado mucho, pero todavía hoy no tiene ninguna sensación
en las manos. Cada vez que coge algo con las manos debe mirar
cuidadosamente dónde lo pone porque no tiene sensibilidad en los dedos.
Otro síntoma particularmente curioso es que los enfermos crecían
incluso varios centímetros. No solamente los niños sino también los adultos
de edades de más de 40 años. Sobre este particular Muro escribe: “Entre los
20 y los 30 años el crecimiento habitual oscila desde 2 a 5 cm. En los 15 y
20 años, el crecimiento alcanza entre 4 a 18 cm. Es preciso cambiar de
zapatos por haber aumentado uno o dos números el tamaño del píe aunque
los pacientes adelgazaban”.
También describe extraños depósitos en las articulaciones. Además
observa edemas pulmonares. Escribe: “El pulmón se encharca realmente,
entonces el paciente muere como alguien que se está ahogando en el agua”.
“Los pacientes sufren de calambres y convulsiones musculares, luego
estos degeneran en parálisis y atrofia muscular. Muchos de ellos todavía hoy
tienen las manos y pies deformados, muy huesudos, algunas manos parecen
garras. Todavía hoy siguen sus dolores musculares, los calambres, y las
enfermedades nerviosas. La piel cambia de aspecto. Si al principio de la
enfermedad podía definirse como cutis fino, luego pudo definirse como cutis
basto, aparecen manchas de color marrón como las que se encuentran en las
partes descubiertas como cara o manos en la vejez, pero en edades de 20
años, no solamente en la mano, sino también repartidos por todo el
brazo”.[59]
Como un detective tras un criminal, Muro establece un “retrato-robot”
con las características que según él debe tener el veneno. Está absolutamente
convencido de que debe tratarse de un plaguicida.[60]
A partir de este momento, Muro deja de acudir a los mercadillos y
empieza a observar áreas agrícolas. Se pasea por los campos. El día 11 de
julio de 1981, únicamente dos meses y pico después del comienzo oficial de
la epidemia, en la cabaña de un agricultor encuentra un saco con un producto
que no conoce. El agricultor le cuenta que es el primer año que lo utiliza.
Muro se compra un saco igual a éste y lo lleva a su casa. Acto seguido, se
procura una lista de todos los productos que se usan en la agricultura en
España en esos momentos y que están autorizados. Hace fichas de unos
3.000 productos para la protección de plantas y estudia su composición
química y los efectos sobre animales y seres humanos. La misma noche del
11 de julio, Muro hace un experimento de urgencia que explica así: “El día
11 de julio nos llevamos siete tóxicos o siete productos que denominamos
tóxicos. Hice una solución de 5 grs. en 95 de agua, es decir una solución al
95% de agua destilada. De los 7, 6 fueron perfectamente solubles, y el
séptimo, el que decíamos que podía ser de acción sistémica, fue
completamente insoluble”.
Del mismo campo donde había encontrado el saco interesante que
después compró, se había traído también unos pimientos y decidió
comprobar su sospecha en animales de laboratorio, pero tuvo dificultades
para encontrar quien le hiciera el ensayo.
Como él mismo dijo: “Me habían acusado públicamente de estar loco y
se había avisado a los colegas de que sería mejor que no trabajaran conmigo
si querían mantener en sus puestos de trabajo y yo no quería que nadie
tuviera dificultades a causa mía. Entonces supe que el doctor Guillermo
Tena, Director del instituto Nacional de Toxicología había dicho
públicamente que no le parecía bien como me habían tratado”.[61]
Así fue como Muro le pidió que hiciera un experimento para él. No le
dijo a Tena qué buscaba, pero le trajo dos pimientos de este campo que
según su entender habían sido tratados con el pesticida que buscaba, además
le entregó tomates que no habían sido tratados y luego unas botellitas con
líquidos de diferentes colores.
Los resultados fueron exactamente como él esperaba. Las cobayas y las
ratas con la dieta de pimientos mueren después de dos días, los animales que
han sido tratados con el producto en su estado puro mueren después de seis
días. Todos ellos tienen los daños pulmonares típicos del Síndrome Tóxico
que los médicos habían observado en los pacientes que habían muerto de la
entonces todavía llamada “neumonía atípica”. A pesar de estos resultados,
Muro no está nada contento con su colega. A su entender tendría que haber
hecho unos análisis de tejido mucho más detallados de estos animales
muertos.[62]
Muro está convencido de haber encontrado el producto correcto, el
verdadero causante de la enfermedad. Se trata de un pesticida de los
llamados organofosforados. El productor es una empresa internacional del
ramo de la química. No dice más. Durante años no da el nombre del
producto, ni del productor salvo a sus colaboradores más cercanos. Cuando
había estudiado la literatura científica, Muro se había dado cuenta de que los
metabolitos, los productos que se forman en la planta a partir de este
pesticida, son varias veces más tóxicos que el producto original. Por
transformación, por descomposición, la planta actúa en este caso como un
laboratorio, pero también de los organismos, los hongos y las bacterias en el
suelo, se forman otras sustancias tóxicas. Los metabolitos y el pesticida
mismo son absorbidos por la planta y se distribuyen por todo el sistema, en
el tallo, en las hojas y también en los frutos que pueden ser destinados al
consumo humano. Por ello estos productos tienen unos largos plazos de
seguridad que deben garantizar la degradación biológica total de las
sustancias altamente tóxicas que se forman en la planta. Esto quiere decir
que el producto que se usa para matar nemátodos en el suelo debe ser
aplicado tres meses antes de la cosecha”.[63]
Durante sus investigaciones, Muro había hecho unas 4.000 encuestas.
Descubrió que todos sus pacientes habían comido tomates, tomates que se
habían comprado en mercadillos o en venta ambulante. Muro está
convencido de que algún agricultor tiene que haber usado el pesticida
sospechoso muy poco tiempo antes de la cosecha.
En repetidas ocasiones informa al Secretario de Estado, Sánchez-
Harguindey de sus sospechas, pero éste se mantiene totalmente aferrado a la
teoría indemostrable del aceite y ordena a Muro que se calle.
Ya en la mitad de mayo de 1981, Muro tenía un saco lleno con muestras
de verduras en su despacho. Aunque carecía de indicios concretos de que
estos productos estuvieran envenenados, quería por lo menos hacerlos
analizar. Estas muestras que eran pruebas potenciales se encontraban en su
oficina del Hospital del Rey. Un día después de haber sido suspendido, un
funcionario del ministerio de Sanidad, acompañado de americanos, se las
llevó. Fueron enviadas al CDC de Atlanta para ser analizadas.[64]
En ningún documento de las toneladas de papel escrito sobre el
Síndrome Tóxico se menciona ni este saco, ni los resultados de los análisis.
Y las cartas que se envían al CDC de Atlanta sobre este particular no son
contestadas.
Es muy probable que tanto el gobierno español como la OMS, los
expertos americanos del CDC y la empresa productora del pesticida
sospechoso ya conocieran entonces la verdadera causa de la epidemia, es
decir, mucho antes de inculpar al aceite. Hay que preguntarse qué
motivaciones tendrían para ocultar estos datos a la opinión pública.
Muchísimo antes de que nadie impugnase el aceite como causante de la
enfermedad, el Doctor Ángel Peralta, pediatra y endocrinólogo, director del
Departamento de Endocrinología del Hospital Infantil “La Paz” de Madrid
escribió en el diario “Ya”, el 12 de mayo de 1981, un artículo en el cual
criticaba toda la política de sanidad del gobierno. Entre otras cosas escribió
unas pocas líneas sobre el tema más actual en aquellos días: “(...) esperamos
que la desorbitada información de ¿neumonía atípica? vuelva a los cauces
normales según nos tiene acostumbrados el experto director general de la
salud pública, hundiendo el castillo de naipes que se ha montado desde un
lamentable sensacionalismo sanitario (...) seguramente no estamos ante una
enfermedad desconocida, los españoles descubrimos solamente América y
desde entonces poco más. A la vista está.
Una explicación posible de estos casos sería una intoxicación con un
insecticida que al inhalarse afectaría primero al pulmón y luego al hígado y
sangre (...) estos cuadros clínicos tendrían una mejor explicación que la de
una simple infección viral. En las intoxicaciones por el fósforo orgánico, si
se recibe por vía de inhalación, se podría explicar el cuadro clínico tan
limitado a unas cuantas familias...”[65]
El secretario de Estado en el Ministerio de Sanidad, Sánchez-Harguindey
contesta al día siguiente con una carta abierta en el mismo periódico: “No
estoy en condiciones de afirmar, Doctor Peralta, si estamos o no ante una
enfermedad conocida o por conocer. Lo único que le puedo asegurar es que
estamos realizando el máximo esfuerzo por completar el estudio y centrar
perfectamente el cuadro (...) por otra parte estamos en contacto permanente
con la OMS y con los principales centros mundiales entendidos en la
materia..."[66]
El Secretario de Estado no explica lo que quiere decir con “entendidos en
la materia” y tampoco contesta a la hipótesis, públicamente expresada por
primera vez, de que la enfermedad podría ser causada por pesticidas
organofosforados.
De todos modos, medio año después, concretamente el 24 de noviembre
de 1981, el Secretario de Estado permite al Doctor Muro explicar su
hipótesis en una reunión secreta en el Ministerio de Sanidad. Durante casi
seis horas, funcionarios y médicos funcionarios del Ministerio de Sanidad
escuchan al Doctor Muro. Como ejemplo más claro de sus investigaciones
entre los pacientes explica el caso de la familia Corralero. El doctor Antonio
Corralero, joven médico anestesista se preguntaba desde hacía mucho
tiempo por qué su mujer y su hijo pequeño habían enfermado, al igual que
sus suegros y cuñado que vivían en el mismo edificio, y él no, pese a haber
consumido más aceite que ellos. Se había enterado, además, de que en el
hospital en el cual trabaja, el “1 de octubre”, uno de los hospitales más
grandes de Madrid, perteneciente a la Seguridad Social, se había usado el
mismo aceite sospechoso. Pero a pesar de consumirse este aceite, en la
clínica no se daban más casos y, lo más extraño, los albaranes
correspondientes a esta partida habían desaparecido misteriosamente.
También se había consumido este mismo aceite fraudulento en el
comedor de la Universidad de Somosaguas. Los 700 estudiantes que comían
allí a diario no habían sufrido daño alguno; el único que enfermó fue el
portero.
En 1981, Antonio Corralero es el presidente de la Federación Nacional
de Víctimas del Síndrome Tóxico y ha examinado un gran número de teorías
sobre las posibles sustancias presentes en el aceite que podrían haber
causado la enfermedad de su familia. Un día se encuentra con el doctor
Muro por la calle y éste le dice: “A propósito, Antonio, no es el aceite, eran
tomates...”. Antonio sólo pudo reírse.
A pesar de su primera reacción, Corralero pregunta a su mujer y a su
suegra si habían comprado tomates en algún lugar inhabitual. Las señoras lo
niegan primero. Pero de repente su mujer, María del Mar, recuerda que,
efectivamente, antes de caer enferma estaba en otro barrio visitando a una
tía suya. Cuando bajó, vio a un comerciante con un Renault 4 abierto que
vendía tomates. Compró dos kilos. Al día siguiente comían juntos toda la
familia. María del Mar había hecho una gran ensalada de tomate. Todos los
miembros de la familia que comieron de aquella ensalada enfermaron. Los
demás se mantuvieron sanos. Por encontrarse de guardia en el hospital,
Antonio Corralero no comió aquel día en su casa.
A partir de este momento, el joven médico decide ahondar en esta nueva
posibilidad. Investiga y encuentra más enfermos en otras familias que
compraron tomates el mismo día que su mujer en el mismo lugar.
Muro llegó a la conclusión de que algún campo de tomates en algún
lugar del sur de España, concretamente en la provincia de Almería, tenía que
haber sido tratado poco antes de la cosecha con un llamado nematicida, un
pesticida contra gusanos del suelo o nemátodos. El epidemiólogo ha
calculado que en este campo se produjeron entre 8 y 15.000 kilos de tomates
contaminados, que luego se vendieron en mercadillos y venta ambulante.
También encuentra Muro una explicación para el hecho de que la
enfermedad apareciera casi exclusivamente en el noroeste de España, aunque
en esta época del año solamente maduran tomates en el sur de la península
ibérica. Con gran minuciosidad, el doctor Muro reconstruyó las rutas de
transporte de tomates.
Los tomates no maduraban todos a la vez en el mismo campo. Es decir,
cada día se cosechan algunos. Estos son llevados a la alhóndiga donde se
venden con otros de igual o similar calidad que no estaban intoxicados. De
allí son transportados por grandes camiones a los mercados centrales y,
especialmente en esta época del año, cala el norte del país. Allí los
vendedores ambulantes y de los mercadillos van cada día con sus furgonetas
y compran las cantidades que han calculado pueden vender a diario. Así que
un ama de casa podía comprar uno o varios kilos de tomates y no tener
ninguno envenenado, o tener uno, o dos o varios. Las familias vecinas que
compraban en el mismo puesto podían no estar afectadas o más afectadas
que la primera. Pero era completamente posible que sólo algunos miembros
de una familia comiesen un tomate envenenado y enfermaran.
Si el aceite hubiera sido el causante de la enfermedad, hubieran tenido
que enfermar todos los que lo consumían. La discriminación intrafamiliar no
se puede explicar a partir de la teoría del aceite.
Ya en el verano de 1981, Muro formuló 16 preguntas sobre este tema a
sus superiores:

1. Si es el aceite, ¿cómo se explica la discriminación intrafamiliar?


Raramente se da el caso de la afectación de toda la familia y siempre
permanece algún miembro invulnerable. Si el aceite es consumido
por todos: o bien, no es el aceite el culpable o existen diferentes
sensibilidades en una persona o diversas resistencias en otras. Por lo
que convendría saber qué estudios se han realizado en este sentido
¿por quién? ¿a qué grupos familiares? y ¿en qué establecimientos?
2. ¿Cómo se explica la discriminación intrafamiliar que realiza la
enfermedad pues es conocido que el garrafita ha vendido a bloques
completos de vecindad y solamente han enfermado los del segundo F,
los del séptimo C y los del primero B, mientras el resto permanecen
sanos a pesar de que las garrafas han sido llevadas en el mismo
momento, en el mismo tanque y vendidas en el mismo día?
3. ¿Cómo se explica que sea cierto que todas las familias con
enfermos, hayan consumido aceite de garrafa sin etiqueta, pero desde
hace más de 10 años, y procedentes de fábricas diferentes, de
localidades diversas, y con mezclas distintas (y que no todos llevan
en su composición aceite de colza. Otras se componen de granillo de
uva, de girasol o cártamo, algodón trioleinas o palmito)?
4. ¿Cómo se explica el gran número de aceites consumidos por
familias con enfermos, que se han conseguido recuperar de las
garrafas culpables, pero en cuyo análisis han resultado aptos para el
consumo humano, no conteniendo sustancias tóxicas, tal y como
acreditan los análisis realizados en los centros competentes?
5. ¿Cómo es posible si el aceite es el culpable, la existencia de
familias afectadas que no han consumido jamás estos aceites y sí
embotellados con marcas conocidas y acreditadas?
6. ¿Cómo se explica que aparezcan productos de la
biotransformación del tóxico, en los enfermos que no pueden tener
relación química alguna con los tóxicos detectados en el aceite?
7. ¿Cómo se explica que la dosis en la que se encuentran los tóxicos
en el aceite no alcanza ni con muchísimo la dosis tóxica y, sin
embargo, se les atribuye el origen de la enfermedad?
8. ¿Cómo es posible que los cuadros clínicos que producen los
tóxicos detectados no se parezcan en nada al que nos ocupa que es un
proceso nuevo? Los tóxicos encontrados son utilizados de antiguo y
esas mezclas son conocidas desde hace mucho tiempo.
9. ¿Cómo es posible que enfermen cuatro familiares a primeros de
mayo y las 3/4 partes restantes de la garrafa sean consumidas por
otros dos miembros hasta el 10 de junio y permanezcan indemnes?
10. ¿Cómo es posible un fraude comercial y económico en un
producto con márgenes muy estrechos, que se realice con la adición
de 100 productos químicos tóxicos que tienen un elevado precio en el
mercado? ¿No será más lógico que no se sabe lo que ha sucedido, por
otra parte es muy sencillo, simplemente una desnaturalización con un
colorante, una decoloración y una recoloración mediante conocidos
sistemas en los medios aceiteros?
11. ¿Por qué no enferman o mueren los animales domésticos de las
familias afectadas que se han nutrido de los restos de los alimentos,
mientras aseguran en Majadahonda que los ratones, animales muy
resistentes, mueren con gravísimas lesiones hepáticas, renales,
cerebrales y de toda su economía?
12. ¿No será que nos encontramos con uno más de los fraudes
existentes en los alimentos, pero que no tiene que ver con esta
epidemia?
13. ¿Qué estudios se han realizado sobre la excreción o eliminación
de metabolitos o productos de desintegración que permitan detectar
las biotransformaciones del tóxico y quizás hasta inferirle en
lágrima, moco nasal, orina, exudado vaginal, leche materna o sangre?
14. ¿Qué estudios de detección del tóxico se realizan en enfermos y
cadáveres, por qué personas, dónde y en qué establecimientos, sobre
qué grupo de enfermos y qué resultados se han obtenido hasta ahora?
15. Al parecer ha habido enfermas con embarazos de pocos meses en
los que se han producido muertes del feto intrauterino. Interesa
conocer cuántos han sido y los estudios realizados sobre estos
abortos, ya que el material fetal es muy interesante, pues permite
conocer la agresividad y la selectividad de las sustancias tóxicas
sobre los tejidos embrionarios.
16. ¿Qué seguimiento se realiza a las embarazadas enfermas?, ¿se ha
concentrado la actuación en un sólo lugar? ¿dónde? ¿cuál ha sido el
equipo designado para los cuidados y estudios de embarazadas,
partos y edades posteriores?[67]

El Doctor Muro no recibe ninguna respuesta a sus preguntas. Otro tanto


le ocurre al Doctor Luís Sánchez-Monge. Médico de cabecera en el Ejército
Español, es al mismo tiempo consejero médico de una compañía de seguros.
Un día un colega le pide que examine a su hijo de doce años que está
enfermo del Síndrome Tóxico y entre tanto tan paralizado que solamente
puede moverse en una silla de ruedas. El médico ve al niño en su consulta.
Sánchez-Monge diagnostica una intoxicación por organofosforados. Su
tratamiento tiene éxito. No hace mucho que José Antonio Galisteo ha
aprobado la prueba física para ingresar en la Guardia Real, es maestro de
judo y luce el cinturón marrón.
La niña de 11 años, Virginia Castaños, se encontraba aún peor que José
Antonio. Estaba internada en el hospital infantil “Niño Jesús” cuyo director
era el Doctor Manuel Tabuenca, el descubridor oficial de la hipótesis del
aceite. La chica estaba tan afectada por la enfermedad que no podía ni estirar
las piernas por tenerlas paralizadas, (estaba hecha un cuatro), así que los
médicos del hospital llaman a los padres para pedirles su consentimiento
para seccionarle a la niña los tendones para que pudiera estirar las piernas.
Los padres piden tiempo para pensarlo y llevan a la niña al Doctor Sánchez-
Monge. Hoy esta paciente es una chica joven, guapa, con un futuro por
delante y acaba de empezar los estudios para ser enfermera. Todavía se
cansa bastante fácilmente y la secuela que le ha quedado es una deformación
de los dedos de los pies.[68]
Los médicos del Hospital Infantil “Niño Jesús” no sienten ningún
entusiasmo por este intruso, el Doctor Sánchez-Monge. A pesar de tales
sentimientos, se ven forzados a confirmar una mejoría sorprendente en el
estado de Virginia Castaños. En su hoja clínica del 19 de mayo de 1983
escriben:
“Niña diagnosticada de Síndrome Tóxico con gran afectación
neuromuscular que fue dada de alta hospitalaria el 30 de noviembre del 81
por encontrarse muy afectada psíquicamente por la hospitalización
prolongada. Desde el alta hospitalaria la niña continúa acudiendo al servicio
de rehabilitación diariamente para su tratamiento. Aproximadamente hacia
el 10 de febrero de 1982 la niña comenzó a seguir un tratamiento prescrito
por el Doctor Sánchez-Monge (no perteneciente a este hospital ni a ninguna
otra unidad de seguimiento del Síndrome Tóxico) compuesto
fundamentalmente por corticoides y otros numerosos fármacos (...) de este
tratamiento no sabemos ni la duración ni las distintas dosis administradas.
En marzo de 1982 la niña acudió a revisión ambulatoria encontrándose
mucho mejor. Caminaba con muletas y estaba muy animada psíquicamente.
En esta consulta se advierte al padre de los efectos colaterales de la
medicación corticoidea prolongada y se solicita revisión analítica completa.
Desde marzo de 1982 la niña no acude a nuevas revisiones por lo que no es
citada hasta marzo de 1983, que por solicitud de sus padres es vista de
nuevo. En esta última revisión la niña se encuentra bien, muy animada y
hace vida completamente normal. Dejó de realizar rehabilitación en nuestro
hospital en septiembre de 1982”. Y con fecha del 24 de marzo del 83 los
médicos del Hospital Niño Jesús apuntan: “no encontramos ni limitaciones
de movimientos en articulaciones, marcha normal”.
Este informe clínico está firmado por la Doctora Cambronero y arriba,
en el cabezal, figura el nombre del Doctor Casado Flores como director del
Departamento para los Pacientes del Síndrome Tóxico. El informe termina
con la siguiente frase: “diagnóstico: Síndrome Tóxico por ingestión de
aceite adulterado”.
Es comprensible que los médicos de este hospital infantil no conocieran
el tratamiento del Doctor Sánchez-Monge, pero sólo pueden culparse a sí
mismos, es decir, no querían conocerlo. En España ocurren las cosas más
extrañas en torno al caso del Síndrome Tóxico.
Para poder ayudar a más niños afectados por el Síndrome Tóxico y
eventualmente curarlos, el Sr. Galisteo pide al Doctor Sánchez-Monge que
escriba un breve resumen de su método de tratamiento, para
proporcionárselo a los médicos del Hospital Niño Jesús.
Sánchez-Monge escribe: “Después del reconocimiento, exploración,
fotocopias de historiales de los casos visto por mí, tuve la intuición de que
estos enfermos podrían sufrir un bloqueo neuromuscular intermitente y, por
lo tanto, reversible. A mi juicio, la fisiopatología de este Síndrome Tóxico
es un bloqueo muscular, por alteración en los mediadores químicos que
intervienen en la contracción muscular (...).
Por lo anteriormente expuesto nos atrevemos a llegar a las siguientes
conclusiones: que las causas de este síndrome o alteración por aceite
adulterado pueden ser: una droga que actúe bloqueando la colinesterasa o
bien un tóxico parecido a la acetil-colina, pero que no responde a la acción
de la colinesterasa.
Por otra parte este veneno actúa inhibiendo el sistema para-
simpático...”[69]
Este resumen está acompañado por una pequeña carta fechada el 5 de
febrero de 1982:

“A los Sres. Médicos que se ocupan del tratamiento del Síndrome


Tóxico:
Queridos amigos:
Con mi amigo Galisteo les envío una fotocopia de mi hipótesis y mi
tratamiento del Síndrome Tóxico. Pensaba que hacía tiempo que lo
conocíais. Estoy a vuestra entera disposición para cualquier duda que
podáis tener. Un cordial saludo a todos vosotros,
Luís Sánchez-Monge.”

Por lo visto no había ninguna duda. El Sr. Galisteo es echado por este
Hospital descortésmente junto con la carta y la fotocopia del tratamiento.
La descripción del tratamiento de Sánchez-Monge acaba así: “Creo que
merece investigar todo lo expuesto para que estos enfermos puedan curarse o
aliviar sus sufrimientos”. Evidentemente, el Dr. Sánchez-Monge tenía en su
mente el juramento de Hipócrates...
Sánchez-Monge también explica su teoría a su jefe militar cuando le
entrega una fotocopia de su resumen. El general se limita a mover la cabeza,
coger los papeles y meterlos en el cajón de su escritorio.
El Doctor Luís Frontela, Catedrático de Medicina Legal de la
Universidad de Sevilla se ocupaba también de la misteriosa enfermedad
desde hacía años. Este médico califica la hipótesis del aceite “absurda y
fuera de toda lógica científica”. Y a pesar de que sus colegas europeos
consideran su instituto como el más avanzado y progresista de Europa,
solamente “se puede comparar con los americanos”, han escrito en el libro
de oro de la Universidad de Sevilla en un Congreso, las investigaciones del
Doctor Frontela son descalificadas en España como no-científicas, o son
boicoteadas sin más.
Al principio, el profesor Frontela había dicho que los causantes del
Síndrome Tóxico podrían ser metales pesados, a lo mejor las sartenes
tendrían la culpa. Después de un análisis más detallado de los síntomas
descritos por otros médicos, el Doctor Frontela concluye que debe tratarse
de una intoxicación por pesticidas. En noviembre de 1984 hace pública esta
sospecha.
El abogado José Merino le había pedido un estudio comparativo para,
finalmente, descubrir clara e inequívocamente si su mujer María Concepción
Navarro había muerto por el Síndrome Tóxico o no. La Sra. Navarro,
abogado como su marido, enfermó ya a finales de 1980. En mayo de 1981
los médicos afirmaron que la Sra. Navarro sufría una ”neumonía atípica”.
Hasta su muerte el 24 de agosto de 1982 niega vehementemente haber
consumido jamás otro aceite aparte de las mejores marcas de aceite de oliva
de España. A pesar de estas afirmaciones tiene el número 28/81473 del
censo oficial de las víctimas del aceite supuestamente tóxico.
En entrevistas con los medios de comunicación y cartas a la Comisión
Permanente para la Coordinación de las Actividades Científicas que se fundó
en el verano de 1981 y que más tarde se convirtió en Plan Nacional del
Síndrome Tóxico no se cansa de repetir una y otra vez que nunca tomó
ningún aceite supuestamente tóxico aunque tenga los síntomas de esta
enfermedad. Así que, en su caso, el aceite fraudulento no puede tener nada
que ver con su enfermedad.
Como abogada y mujer inteligente piensa que es su deber luchar para
aclarar el origen de esta enfermedad de masas. Espera poder ayudar con sus
afirmaciones a otros enfermos, a aquellos enfermos que en su mayoría
pertenecen a una clase social no exactamente acomodada. La Sra. Navarro
no tiene ningún éxito. Después de su muerte, el gobierno español sale
vencedor del duelo con la abogada fallecida. Contra la voluntad de su
marido, su cadáver es sometido a autopsia: “María Concepción Navarro
murió de muerte natural”. En el informe puede leerse: “Una neumonía grave
en los dos lados y probablemente una hemorragia grave en el intestino”. La
causa de la muerte es, según este informe: “Fallo agudo de los pulmones”.
Los políticos reciben este resultado con gran satisfacción. Con él la
teoría del aceite ha sobrevivido intacta a los ataques de la abogada
luchadora, hasta el momento en que Frontela afirma todo lo contrario.
Frontela compara los informes de autopsias de 98 personas fallecidas
con el de la abogada muerta. Llega a la conclusión de que ha muerto a causa
de la misma enfermedad que el resto de los afectados por el Síndrome
Tóxico, y escribe:

“No puede admitirse que sean las anilinas el tóxico causante de


estas muertes”. Acto seguido lo explica de la siguiente forma: “Si
tenemos en cuenta que la intoxicación aguda por anilinas se
manifiesta por hemólisis, sangre “color chocolate”, altas cifras de
metahemoglobina, piel y mucosas de color violáceo entre otros
múltiples hallazgos, ninguno de los cuales presentaban los fallecidos
por el denominado Síndrome Tóxico, entonces carece de fundamento
el achacar el Síndrome Tóxico a las anilinas o anilidas”.[70]

El hecho de que todavía muchísimas personas, entre ellos científicos


serios, piensen que se haya probado que el aceite fraudulento sea la causa de
la enfermedad lo explica con claridad un periodista canadiense como un
“error lógico”:

“Es un hecho innegable que gente que habitualmente lleva


cerillas consigo tiene un mayor riesgo de morirse por cáncer de
pulmón que quienes no llevan cerillas. Los primeros son con gran
probabilidad fumadores, pero esto no es ninguna prueba de que el
llevar cerillas encima causa cáncer de pulmón”.[71]
VI.
La base americana de Torrejón
El niño Jaime Vaquero de ocho años es, oficialmente, la primera víctima de
esta epidemia. Venía de Torrejón, una pequeña ciudad a treinta kilómetros
de Madrid. Allí las Fuerzas Aéreas americanas tienen una importante base
en la que se encuentran 48 aviones del tipo F-16.[72] Ya antes del comienzo
del Síndrome Tóxico se sucedían las especulaciones sobre esta base militar.
Desde principios de mayo de 1981, aparecen noticias de que la epidemia
ha sido causada por un accidente con armas bacteriológicas. El 30 de abril de
1981, vecinos de la base detectan en ella unas “actividades inusuales”. El
periódico “Diario 16” especula que allí se almacenan granadas
bacteriológicas, seguramente una de ellas explotó; otros periódicos repiten
la noticia.[73]
La embajada de los EEUU lo desmiente en repetidas ocasiones, primero
el 13 y luego el 21 de mayo. Además niegan categóricamente que haya casos
del Síndrome Tóxico en la base. La embajada de los EEUU en Madrid
pregunta cínicamente: “¿Realmente creen los españoles que nosotros (los
EEUU) tenemos una bomba bacteriológica tan mala que solamente puede
causar una epidemia tan pequeña?”.
Pero el mismo día la oficina madrileña de la agencia de noticias Reuters
informa: “A pesar de todo esto, personal de la embajada americana dijo hoy
que un americano, el primer extranjero afectado por esta enfermedad, ha
sido ingresado en un hospital en Zaragoza. Gery Gibson, el hijo de 16 años
de un miembro de las Fuerzas Armadas, destinado en la base de Zaragoza, se
encuentra ya mejor. El lunes se había sentido enfermo después de haber
pasado el fin de semana con el equipo de fútbol de su colegio en la base de
Torrejón”. Es obvio que enfermó allí.
Y es en este momento cuando la OMS hace oír su voz. Sin conocer el
causante de la enfermedad (¿o es posible que lo conocieran?) dice que todo
está en orden. De este modo ayuda activamente al gobierno español. El 20 de
mayo, la OMS había mandado un telegrama a todos los estados miembros en
el cual dice: “No hay ninguna razón para cambiar los planes de viaje hacia
España”. El ministro de Sanidad lo lee en su rueda de prensa con gran
satisfacción.[74]
Se temía que el escándalo del Síndrome Tóxico sembrara el pánico entre
los veraneantes que tenían programadas sus vacaciones en España, lo que
hubiera afectado en gran manera a la primera industria española, el turismo.
Pero la agencia de noticias soviética TASS parece estar mejor informada
sobre el trasfondo de este asunto. El corresponsal de la agencia Reuters
envía el siguiente flash: “La agencia oficial de noticias soviética dice que la
OMS está muy preocupada de que la enfermedad hubiera podido originarse
en la base de Torrejón. TASS insinúa que los EEUU no han cumplido el
pacto de 1972 sobre el fin de las armas bacteriológicas y que estas
inflamaciones pulmonares son causadas por material de agentes
bacteriológicos escapado en un accidente. La OMS ha negado este particular
y la Embajada Americana ha desmentido enérgicamente esta información
(...) El portavoz de la embajada Americana, Guy Fañoer, dijo que estas
acusaciones de TASS están en el mejor estilo de la propaganda soviética.
Siguió diciendo que todas las armas bacteriológicas americanas fueron
destruidas en 1973”.[75]
A pesar de estas palabras nadie tiene la seguridad de que esto sea así. El
periódico madrileño “El País” descubrió que ya en 1979, el sargento
Marcelo Pérez, de 26 años, murió en esta misma base de una enfermedad
misteriosa cuyos síntomas eran idénticos a los del Síndrome Tóxico. Poco
después murieron otros dos americanos de la Base. “El País” piensa que el
hecho de que Pérez y los otros dos soldados hubieran trabajado con aviones
que habían tomado parte en operaciones con armas bacteriológicas y
químicas en Vietnam es especialmente importante.
Los médicos no han podido encontrar ningún germen, ni ningún virus en
la sangre, la orina o las heces de los enfermos del Síndrome Tóxico. Pero
esto tiene poca importancia. Tampoco el causante del SIDA se descubrió
hasta muchos años después de la primera muerte por esta enfermedad y para
ello hizo falta un gran esfuerzo investigador en muchos países de todo el
mundo. Un esfuerzo frente al cual el dinero para investigación para la
búsqueda de la causa del Síndrome Tóxico resulta francamente modesto.
La agencia de prensa NOVOSTI relata más casos de enfermedad con
unos detalles extraordinarios: “en el verano de 1983 comenzó una epidemia
de neumonía atípica durante las maniobras militares en la base de San
Gregorio cerca de Zaragoza.
De esta enfermedad murieron el General José Cruz Requejo y el coronel
Ramón Rodríguez, además de varios oficiales más cuyos nombres no se
difundieron. Numerosos militares tuvieron que ser hospitalizados. La
epidemia se extendió a la población civil. Por parte oficial se comunicó que
en todos los casos se trataba de la enfermedad de la legionela. Como se sabe,
en la región de San Gregorio, cerca de Zaragoza, se encuentra otra base de la
Fuerza Aérea de los EEUU.
Los síntomas de la enfermedad que empezó en mayo de 1981 en una
ciudad cercana a Madrid y los síntomas de los militares españoles en la
región de Zaragoza y que más tarde se extendió a la población civil eran
muy similares. En ambos casos las vías respiratorias estaban gravemente
afectadas (...). Desde Fort Detrick (Maryland) se enviaron especialistas a
Torrejón de Ardoz. El mando de la base nunca hizo pública la causa de las
muertes de los militares. No fue permitida la entrada a los médicos
españoles para hacer su propio diagnóstico".[76]
¿Es posible que el Síndrome Tóxico fuera causado por armas biológicas?
A primera vista existen algunos indicios que apoyan esta hipótesis. Hace
mucho tiempo que los militares experimentan con diversos agentes que
pueden causar todo tipo de enfermedades. Ya en la edad media fueron
usados como armas:
En 1346, contingentes del ejército turco sitiaron el puerto de Kaffa en el
Mar Negro, (actualmente llamado Feodosia). Catapultaban cadáveres de
personas muertas por la peste dentro de la fortaleza. Los asustados
defensores se fugaban a su Génova natal y, lógicamente, llevaban la
enfermedad consigo. La epidemia de la peste que luego devastó a Europa
entre los años 1348 hasta 1352 causó la muerte de unos 25 millones de
personas. Esto representaba entonces la tercera parte de toda la población del
continente europeo.
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, el gobierno británico se asustó
por ciertas informaciones secretas que afirmaban que el gobierno de la
Alemania fascista estaba trabajando intensamente en el desarrollo de armas
bacteriológicas. Acto seguido, los británicos, bajo el liderazgo de Winston
Churchill, ordenaron a un grupo de científicos que prepararan la producción
propia de armas bacteriológicas. Los expertos encontraron que el causante
de la esplenitis (bacilus anthracis) era el apropiado.
En Gruinard, una isla rocosa de Escocia, se hizo un experimento con
ovejas. Los sesenta animales del experimento murieron según estaba
planeado. La pequeña isla aún está contaminada con las bacterias peligrosas.
Nadie sabe cómo eliminarlas del suelo en el cual se han instalado. Un
problema que no solamente se plantea con este tipo de agentes, sino también
en la diseminación de otras bacterias y de cualquier tipo de virus.
Este hecho no era ningún obstáculo para que el gobierno de los EEUU
dedicara dinero y científicos al desarrollo de armas biológicas. Incluso se
permitió a unidades especiales del ejército hacer experimentos con personas
bajo el secreto más absoluto, naturalmente. En 1950, un dragaminas de la
marina norteamericana esparció en la bahía de San Francisco una mezcla de
gases con agentes para causar enfermedades. La expansión de la nube les
proporcionaría información sobre el efecto y la posibilidad de controlar un
ataque con armas biológicas. Durante varios días, 800.000 habitantes
estuvieron bajo los efectos de una nube tóxica con bacterias. Este
experimento causó muchas víctimas afectadas por una extraña neumonía,
entre las cuales se contaron numerosas muertes.[77]
En 1955, un experimento secreto con armas biológicas en las cercanías
de Tampa (Florida) costó la vida a 12 personas. También ellas murieron de
una forma extraña de infección pulmonar. Y finalmente entre el 10 y el 16
de junio de 1966 científicos del ejército de los EEUU espolvorearon
bacterias “inocuas” sobre los pasajeros del metro de Nueva York. En un
informe del ejército se habla de los metros como buenos objetivos para
“ataques biológicos secretos”. Este informe dice que también existen
sistemas de metro en la Unión Soviética, en Europa y Latinoamérica. Según
se desprende de esta información, estos experimentos no se hacían para
mostrar la vulnerabilidad de esta forma de transporte frente a las armas
biológicas secretas, sino para experimentar “métodos para la expansión de
armas que se podrían emplear de forma ofensiva”.[78]
La convención internacional de 1975, ratificada por los EEUU, la URSS
y, hasta ahora, unos 101 países, prohíbe el desarrollo, la producción y el
almacenamiento de armas biológicas y de otros venenos varios. Estas
toxinas son venenos producidos por microorganismos; los firmantes de esta
convención acuerdan destruir las existencias de estos microorganismos que
podrían ser utilizados en ataques militares, inclusive sus posibles
contenedores para transportarlos.
Contrariamente a este acuerdo, el ejército de los EEUU mantiene todavía
algunos laboratorios para la investigación de armas biológicas. De esto se
enteró la Fundación para Tendencias Económicas. Esta fundación americana
había solicitado a los científicos que les explicaran sus proyectos de
investigación que atentaban contra esta prohibición de las armas biológicas.
Prometían además apoyo financiero si el comunicante perdía su puesto de
trabajo.
El doctor Neil Levitt del Instituto de Investigación Médica para
Enfermedades Contagiosas del Ejército de los EEUU respondió a esta
pregunta. Informó que en 1981 desaparecieron de su laboratorio 2,352
mililitros de una suspensión nutritiva con el virus Chikungunya. El experto
en armas biológicas explicó que con esta cantidad tan ínfima se podría
“contagiar a toda la humanidad varias veces con una fiebre tropical”. Según
sus informaciones, los laboratorios también experimentaban con agentes que
podían causar la fiebre amarilla, el cólera, la peste y otras enfermedades.[79]
El laboratorio para armas bacteriológicas, Fort Detrick, se encuentra en
el Estado Federal de Maryland. En los años cincuenta, allí se creaban, por
ejemplo, mosquitos infectados con fiebre amarilla y de ahí venían los
expertos que en el verano de 1983 se desplazaron también a Torrejón de
Ardoz después de examinar en San Gregorio, cerca de Zaragoza, los casos de
neumonía atípica acontecidos durante unas maniobras militares.
¿Es posible que se trate de una casualidad? A pesar de todo esto, la teoría
de que la enfermedad masiva de 1981 se basa en un accidente con agentes de
enfermedades biológicas no tiene pies ni cabeza. Para unos ataques militares
las únicas granadas y bombas apropiadas son los de los microorganismos
que entran en el cuerpo por vía respiratoria.
Si realmente hubiera habido un accidente en Torrejón con una granada
con virus o bacterias, en la vecindad inmediata hubieran habido muchos más
enfermos. Estas personas infectadas hubieran contagiado la enfermedad a
otras. Colegios, cuarteles y universidades hubieran sido el cultivo ideal para
la epidemia, pero no lo fueron. En estos lugares había pocos casos, mientras
que, por otra parte, en una misma familia se registran varios afectados. La
extensión de la epidemia del Síndrome Tóxico no puede, pues, explicarse
por una afectación por vía respiratoria.
¿Y si fuera un accidente con un contenedor de organismos destinados a
intoxicar alimentos o el agua potable, cosas que realmente se hubieran
ingerido por vía digestiva? Entonces los campos alrededor de la base
americana hubieran sido contaminados. Pero allí donde empezó la epidemia
en abril de 1981, ni las frutas ni las verduras estaban maduras; tendrían que
pasar todavía varios meses para su cosecha. La aparición en forma de
“mosaico” de los pacientes del Síndrome Tóxico a una distancia de muchos
cientos de kilómetros de la base americana no puede explicarse con esta
teoría.
Pero hay otra posible causa para esta enfermedad que puede ser más
probable. En el pasado ya se han dado casos de enfermedades parecidas al
Síndrome Tóxico. Pero tanto los expertos como los políticos han preferido
no darse por enterados.
Uno de estos casos se descubrió hace ahora unos 20 años:[80] [81] El 16 de
febrero de 1969 murió Helena Bisa, la mujer del doctor Karl Bisa.
“Su sufrimiento y sacrificio son siembra celestial según el deseo de
Dios” reza la esquela de la fallecida. Y sigue: “Que Dios quiera aceptar
graciosamente a la víctima de su sufrimiento”. Esto es lo que piden los
afligidos familiares de la finada, empezando por su viudo. De la nota no se
desprende para nada la causa de la muerte de esta mujer que sólo tenia
cuarenta y seis años.
Si se cambia la expresión “deseo de Dios”, por “accidente de trabajo en
un encargo para el Ministerio de Defensa Alemán”, se explica de qué ha sido
víctima, en realidad, Helena Bisa. La “siembra celestial” no iba destinada a
ella, sino a algún adversario en una guerra futura. El matrimonio Bisa
trabajaba en el Instituto para Aero-biología en el pequeño e idílico pueblo de
Grafschaft. El Doctor Bisa, de profesión médico y bacteriólogo, era director
del Instituto y su mujer trabajaba allí como bióloga hasta el día del trágico
accidente.
En aquel tiempo, este centro de investigación estaba vigilado día y noche
por soldados del ejército alemán, fuertemente armados. Alambradas de púa
en doble fila e instalaciones de armas electrónicas protegían el complejo de
la posible entrada de intrusos. Si alguien, a pesar de esto, lograba acercarse
demasiado, se encendían focos automáticos. Los trabajos allí realizados eran
tan altamente secretos que incluso estaba prohibido hablar de ellos por
teléfono. Junto a cada aparato telefónico se encontraba un cartel con la frase:
“Cuidado, el enemigo te escucha”. El instituto se había fundado en 1959 a
instancias del Ministerio de Defensa Alemán. Estaba destinado a
investigaciones en el área de las armas bacteriológicas y químicas.
Entre otras cosas, se estaba investigando la rapidez con la que los nuevos
gases químicos, a base de organofosforados, podían penetrar en la piel.[82]
El accidente de Grafschaft se produjo por una botella de vidrio que
contenía el gas de guerra Soman.
La Sra. Bisa coge el recipiente y lo coloca en su archivador blindado.
Cuando se da cuenta de que la botella de vidrio tiene un defecto ya es
demasiado tarde. Se le ha caído encima una gotita de este gas neurotóxico.
Poco después, nota los primeros síntomas típicos de una intoxicación por
organofosforados. De repente sufre calambres, dolores de cabeza,
dificultades respiratorias, catarro, exceso de saliva y se siente mareada.
Además padece de incontinencia de esfínteres y durante unos días está casi
ciega. La llevan al hospital de urgencias. Parece que el tratamiento tiene
éxito; después de unos días su visión vuelve al estado normal y también
remiten los otros síntomas. Parece que Helena Bisa ha sufrido una ligera
intoxicación de gases químicos; de momento su vida no está en peligro.
Los médicos están seguros de que en unas pocas semanas estará
completamente restablecida. En la literatura especializada se puede leer que
intoxicaciones ligeras por armas químicas pueden ser superadas sin daños
permanentes.
Pero la mejora del estado de salud de la señora Bisa es pasajera. Muy
pronto se manifiestan otros síntomas, parecidos a los de los enfermos del
Síndrome Tóxico. Sus pies y sus manos se deforman y sufre parálisis.
Apenas puede hablar, el pulmón y el sistema nervioso han sufrido serios
daños, como también el hígado y otros órganos vitales. Su estado empeora
de día en día. Durante siete largos años, busca ayuda y una posible cura en
los hospitales y sanatorios más diversos. No hay nadie que pueda ayudarla.
En el verano de 1968, la Sra. Bisa es desahuciada en un Hospital e ingresa en
la clínica privada de su marido. Allí muere, totalmente paralizada, en los
últimos días de febrero de 1969. El dictamen realizado por su marido,
experto en la materia, es rechazado tanto por los militares como por el
seguro, calificándolo de “no-científico”.
El gas de combate Soman es, como casi todos los gases neurotóxicos,
químicamente muy similar a numerosos insecticidas. Además, gran número
de estos productos, que pueden usarse tanto para fines civiles como
militares, basados en los organofosforados, proceden del mismo Instituto de
Investigación, en Wuppertal (Alemania).
Desde 1930 hasta su retiro en 1967, el Doctor Gerhard Schrader trabajó
como químico en el principal laboratorio científico de la Compañía Bayer
que hasta 1946 formaba parte del conglomerado I.G. Farben. Schrader está
considerado como el padre de este grupo de sustancias que pueden matar
tanto a insectos como a personas. Ayudado por sus colaboradores, ha
sintetizado para la empresa Bayer más de 2.000 compuestos químicos. Entre
otros, numerosos insecticidas como por ejemplo el E-605 (paratión), y los ha
patentado en nombre de la empresa para la cual trabajaba, la Bayer AG.
En 1936 desarrolla un nuevo compuesto que se conoce después bajo el
nombre de Tabún. Para camuflar esta sustancias, se experimenta como
pesticida. Pero el estrecho círculo de investigadores y colaboradores sabe
perfectamente qué tipo de plagas pueden ser combatidas con este veneno. El
Tabún es diez veces más tóxico que la sustancia química más fuerte que se
había empleado en la primera guerra mundial. El doctor Schrader informa al
Ejército Alemán de su nuevo invento y éste se inscribe bajo patente secreta
con el número (DRP767511) y se le da el nombre supuesto de “Trilon 83”.
Este veneno se experimenta con prisioneros de campos de
concentración.[83] [84] Gente que está condenada a trabajos forzados y
prisioneros son obligados a participar en la producción.[85] Gran parte de los
que sobreviven sufren, como Helena Bisa, no solamente intoxicaciones
agudas, sino también secuelas tardías. El Instituto Sueco de Investigaciones
para la Paz, SIPRI, ha estudiado las razones de estas lesiones tardías. De ahí
se desprende que no solamente los gases de guerra químicos, sino también
sus metabolitos, sus subproductos, sus productos de desintegración, como
también sus impurezas, son altamente peligrosos y tóxicos:[86]
“Dependiendo de la producción y almacenamiento de estas armas
químicas, las víctimas están expuestas a numerosos y diversos compuestos
organofosforados. A parte del compuesto principal, contienen sustancias
producidas por unas reacciones químicas incompletas y por procesos de
degradación, es decir, un verdadero cocktail de organofosforados, química y
toxicológicamente muy diferentes entre sí”.
Muchas veces desarrollan sus efectos con retraso. Como síntomas
principales, los Investigadores por la Paz, han observado daños en el sistema
nervioso central, en el hígado, en el sistema hematopoyético de la sangre,
parálisis total, impotencia y enfermedades de los ojos.[87] Además describen
efectos cancerígenos y teratogénicos, es decir que pueden producir
malformaciones del feto y la posibilidad de daños a los cromosomas.
Lesiones tardías en el sistema nervioso debido a intoxicaciones con Tabún y
Sarín se han observado clínicamente en experimentos con animales.[88]
Los productos derivados y los metabolitos de diferentes armas químicas
del grupo de los organofosforados pueden ser bastante distintos entre sí. De
muchos compuestos y sustancias no se sabe ni su composición exacta. De
esta forma explican los investigadores del SIPRI la considerable diferencia
en los síntomas por intoxicaciones de diferentes armas químicas a base de
organofosforados.
Gracias al anhelo de investigación del descubridor del Tabún, el doctor
Schrader, existe hoy una larga lista de armas químicas pertenecientes a este
grupo: hacia el final de la Segunda Guerra Mundial sintetiza también el gas
neurotóxico Sarín, tres veces más tóxico que el Tabún. En esta época,
Schrader mantiene estrechos contactos con el profesor de química Richard
Kuhn. Este desarrolla poco después un gas tóxico más peligroso aún y muy
estrechamente emparentado químicamente con el Tabún y Sarín, el
Somán,[89] que más tarde resultaría ser fatal para la Sra. Bisa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el Dr. Schrader no será
condenado por sus inventos contra la humanidad. El ejército de los EEUU
utiliza sus conocimientos en el campo de las guerras de exterminio, y
fabrica, ahora en los EEUU, Tabún y Sarín para su propio uso. Varios
periódicos anuncian que la empresa Bayer habría vendido sus patentes a
empresas americanas.[90] La dirección alemana lo desmiente. El Dr.
Schrader vuelve a casa y ocupa el cargo de jefe de departamento de los
Laboratorios Científicos para la Protección de las Plantas de la casa Bayer
en Wuppertal-Elberfeld. Prosigue allí sus trabajos en el campo de los
compuestos organofosforados.
Con la firma del tratado de la Unión Europea el 23 de octubre de 1954, el
Gobierno de la República Federal Alemana renunció solemnemente a
producir y almacenar armas químicas, pero no a su investigación y
desarrollo. En más de una ocasión ha podido leerse en alguna publicación
que el Dr. Schrader no sólo desarrolla plaguicidas, sino que sigue trabajando
con éxito en su campo anterior.[91]
El Departamento de Relaciones Públicas de la Bayer AG, Leverkusen,
desmiente todas esas acusaciones. Amenazan con llevar a los tribunales a los
periodistas, autores de estas “calumnias”, pero no ponen ningún pleito. Hay
que preguntarse si los responsables de la multinacional tienen miedo a que
una querella pueda demostrar a la opinión pública hechos que son
innegables. Desde luego, existen indicios para que así sea, dado que,
efectivamente, existen pruebas que conectan a la empresa Bayer con el
desarrollo de nuevas armas químicas, también después de la Segunda Guerra
Mundial.[92] El 16 de junio de 1958, el Doctor Gerhard Schrader,
conjuntamente con dos colegas científicos, solicita en los EEUU para la
Bayer AG una patente que es conseguida en 1961 con el número 3014943.
En la información ofrecida por los solicitantes, la patente dice así: “para
derivados organofosforados nuevos y útiles, más un procedimiento para su
producción”. Estos productos, siempre según los investigadores, “matan de
forma muy eficaz a insectos como moscas, ácaros y otros”. La patente es
para una fórmula química global, anotada al final del documento, y que
engloba numerosos compuestos químicos de parecida estructura. En su
patente escriben los investigadores de la Bayer sobre estos nuevos
compuestos “lo más sorprendente es su baja toxicidad para los mamíferos”.
A pesar de esta afirmación, ninguna de estas sustancias nuevas esta
autorizada como pesticida o insecticida. La razón es obvia: contrariamente a
la afirmación de los químicos de la Bayer, muchas de las sustancias
químicas que pueden producirse bajo esta patente pertenecen a los más
peligrosos venenos que se conocen hasta hoy. Son gases neurotóxicos
altamente peligrosos.
Entre 1961 y 1969 el gobierno de los EEUU ha producido unas 6.000 Tm.
de uno de estos productos bajo la denominación VX. Oficialmente se los
conoce bajo la denominación “US-Standard Agent”. En el documento
CCD/365 del gobierno norteamericano para la Conferencia Permanente de
Desarme de Ginebra se publicó en 1972 por primera vez la fórmula de la
estructura de esta VX[93] que concuerda con la fórmula de la patente de la
Bayer Nº 3014943. Esto quiere decir, que la Bayer AG Leverkusen, ha
registrado con esta patente la producción del VX. Esta patente también es
válida para los otros gases neurotóxicos mencionados en el documento
americano, como son el VE, VM, VS y 335N.
Las leyes de los EEUU garantizan a la empresa Bayer el recibo de tasas
de licencias. Si la Bayer se hubiera negado a conceder la licencia para la
producción de VX, el Pentágono, según las leyes americanas, hubiera podido
producir los mismos productos por “interés nacional”. Entonces Bayer
hubiera recibido únicamente unos honorarios iguales al coste de la patente.
En una “información para ejecutivos” la cúpula de la empresa escribe
sobre este tema particular:[94]
“El punto de partida para todas estas nuevas acusaciones es la patente
americana número 3014943, concedido a la empresa Bayer en 1961 (...) Esta
patente americana engloba una multitud de posibles sustancias de la llamada
clase de los amitonos, de los cuales una pequeña parte tiene unos efectos
altamente tóxicos. Dentro de esta patente de la Bayer existe una coincidencia
con fórmulas de algunas armas químicas americanas, como puede verse
también en los papeles de desarme de las NNUU (Naciones Unidas) de 1972.
En efecto, según las leyes nacionales, el gobierno de los EEUU puede hacer
uso de todas las patentes para sus propios fines sin tener la obligación de
avisar al propietario de dicha patente.
La utilización de esta patente por parte de Bayer no se ha producido.
Tampoco la Bayer ha sacado provecho de ninguna clase por esta patente: no
ha otorgado ninguna licencia ni recibido royalties (...). Además, la empresa
Bayer no mantiene ninguna relación con estamentos militares de este país o
de países extranjeros, en lo que se refiere al tema de las armas químicas
(...)”
Estos productos causan también síntomas agudos y crónicos similares a
los observados con Tabún, Sarín y Somán:[95]
Defectos visuales, catarros, exceso de salivación, relajación de
esfínteres, dificultades respiratorias, vómitos persistentes, calambres en los
músculos, sudores, clanosis (color azulado de la piel debido a problemas
respiratorios), tos sangrienta, contracción y endurecimiento de los músculos,
atrofia. Dependiendo de la concentración y de la cantidad de los gases
inhalados, la muerte puede producirse a los pocos minutos, o después de
varios días, por parálisis respiratoria.
Dado que estos síntomas son en parte idénticos a la sintomatología de los
enfermos del Síndrome Tóxico, la prensa española especulaba con la
sospecha de que la epidemia podía haber sido provocada por armas
químicas, estacionadas en la base americana de Torrejón. [96] Por varias
razones pensamos que esto es bastante improbable:

1. Un accidente con armas químicas en la base americana hubiera


causado un número de intoxicados mucho más alto en las
proximidades de la base.

2. Mientras la sintomatología crónica es muy similar, los


síntomas de una intoxicación aguda por armas químicas son
diferentes: por ejemplo una dosis mínima de VX u otros tóxicos del
grupo V, provocan siempre una ceguera que puede durar unos días o
varias semanas.[97]
3. Hicimos examinar los documentos del ministerio de Obras
Públicas en EEUU. El resultado: oficialmente no existe en la base de
Torrejón instalación alguna normalmente designada para el
almacenamiento de armas químicas. Allí falta en particular la torre
de guardia especial y obligatoria de los almacenes con armas
químicas americanas, que fue desarrollada para este tipo de
armamento, como puede verse, por ejemplo, en el depósito de armas
químicas de Fischbach en la República Federal Alemana.

Esto no significa necesariamente que no haya armas bacteriológicas o


químicas en toda España o incluso en Torrejón. Las enfermedades
producidas durante las maniobras militares del verano de 1983 en San
Gregorio, en las proximidades de Zaragoza, que costaron la vida a tres
oficiales y afectaron a numerosos soldados, son, solamente en algunos
puntos, diferentes del Síndrome Tóxico, según las informaciones que hemos
podido obtener.
En este caso es bastante probable que la causa fueran armas químicas o
biológicas.
VII.
La pista conduce a Leverkusen
Según las informaciones de los departamentos de relaciones públicas de las
empresas químicas es absolutamente imposible, que plaguicidas
organofosforados pudieran ser la causa de intoxicaciones en masa como la
que vimos en España. Según ellos, una de las características fundamentales
de estos pesticidas es su degeneración o descomposición biológica al cabo
de unos pocos días o semanas. Al contrario que sus antecesores, los
organoclorados (extraordinariamente duraderos, como por ejemplo el DDT
que tarda diez años para degradarse totalmente de la naturaleza y del
suelo),[98] los organofosforados se descomponen más rápidamente. Esta es la
razón por la cual muchos estados industrializados han prohibido desde hace
tiempo el DDT y otros insecticidas de este grupo, y los han sustituido por
pesticidas organofosforados.
A pesar de ello, este grupo de sustancias que se desarrolló en la segunda
mitad de los años 30, no es tan inocuo como lo pintan sus casas productoras.
El número de personas que se han intoxicado en todo el mundo desde
entonces con organofosforados, se cuenta por decenas de miles. El pesticida
Paratión, un producto de la casa Bayer, desarrollado también por Schrader,
más conocido por sus siglas E605, es tristemente célebre. Es unas dos veces
más tóxico que el cianuro, y una cantidad tan pequeña como es menos de un
gramo, es suficiente para matar a un adulto.
En los últimos años la peligrosidad de estos pesticidas y muy
especialmente del Paratión, ha causado preocupación entre los armadores de
barcos de todo el mundo. Un informe sobre el transporte de pesticidas
organofosforados del mes de diciembre de 1986 dice: “Algunos son
extremadamente tóxicos y se encuentran entre las sustancias más letales que
conoce el hombre. Por ejemplo: una dosis inhalada de 25 mg. de Paratión
puede ser fatal. Estas sustancias no solamente son tóxicas cuando se inhalan,
sino también cuando se ingieren y por contacto con la piel (...). El Paratión
se transporta generalmente en bidones de 45 galones (200 litros
aproximadamente), y se ha calculado que el contenido de uno de estos
bidones es suficiente para matar a unos 10 millones de personas”.[99]
La literatura científica especializada está llena de ejemplos de
intoxicaciones con Paratión y con otros pesticidas organofosforados. Así,
por ejemplo, sólo en el Japón, en 17 años, entre 1953 y 1969, se
contabilizaron 19.436 hombres, mujeres y niños intoxicados, de los que
murieron 9.460.[100] En Finlandia 286 personas murieron entre 1952 y
1957.[101] Entre 1957 a 1962 en Dinamarca se contabilizaron 273
muertos.[102] En California, EEUU, hubo en solamente 4 años, 950 casos de
intoxicaciones, de ellos 789 eran trabajadores del campo, otros 91 trabajaban
en la industria química.[103] Y siempre se describen los mismos síntomas:
enfermedades del pulmón, tos, a veces con expectoración, dificultades
respiratorias, cansancio y dolores de cabeza.[104] [105] También se sabe de
intoxicaciones masivas debido a un índice demasiado alto de residuos de
pesticidas en productos alimentarios, en países como India, Japón, México y
muchos otros.[106]
Determinados pesticidas organofosforados pueden producir
intoxicaciones agudas varías semanas después de haberse tratado las
plantaciones de frutas y verduras con ellos. En Riverside, EE.UU., se
observaron intoxicaciones agudas por Paratión en los trabajadores que
habían recogido naranjas, aunque el naranjo había sido tratado dos semanas
y medía antes de la cosecha. Otros trabajadores de plantaciones de frutas
sufrieron intoxicaciones agudas después de un mes de haber trabajado con
los insecticidas.[107]
Debido a su parentesco químico con las armas químicas, los pesticidas a
base de organofosforados producen también daños análogos. La OMS divide
los síntomas de la intoxicación aguda en tres grupos:[108]

1. Efectos muscarínicos: un aumento de la secreción bronquial,


fuerte sudoración y salivación, contracciones musculares, náuseas,
vómitos, diarreas, lagrimeo y disminución del ritmo cardíaco.

2. Efectos nicotínicos: se describen aumentos vertiginosos del


ritmo cardíaco con temblores y convulsiones (contracciones
musculares involuntarias).

3. Efectos sobre el sistema nervioso central: se manifiestan


dolores de cabeza, estupor, agitación psíquica, angustia, incapacidad
de concentración, trastornos mentales, convulsiones, y afectaciones
del centro respiratorio.[109]

Pero no todas las intoxicaciones se manifiestan de la misma forma.


Algunos síntomas son más pronunciados que otros. Esto depende de la
gravedad de la intoxicación, y también de la composición química del
plaguicida. Además, una misma sustancia puede tener efectos diferentes, ya
que la actuación del veneno es distinta sí es inhalado o entra en el organismo
por vía digestiva, es decir ingerido con algún alimento.
Esta debe ser la causa por la cual muchos médicos dictaminan
diagnósticos erróneos cuando se trata en realidad de intoxicaciones por
pesticidas. Así le ocurrió, por ejemplo, a Ester Vigder, asistente de
laboratorio en la pequeña ciudad de 20.000 habitantes de Afula, Israel. Su
largo sufrimiento está minuciosamente documentado. [110] La Sra. Vigder
había decidido adelgazar, y por eso cambió su dieta totalmente, comiendo
sólo frutas y verduras frescas. Efectivamente, empezó a adelgazar de forma
continuada, pero al mismo tiempo enfermó. Ester Vigder sufrió náuseas,
vómitos y diarreas; estaba temblorosa y por la noche no podía dormir.
Su médico de cabecera le hizo varios análisis de sangre. Todas las
pruebas eran normales. Le recetó tranquilizantes y medicamentos para
dormir. Pero su estado general se deterioró, y la Sra. Vigder fue ingresada en
una clínica psiquiátrica. El psicoterapeuta tampoco pudo ayudarla: cada día
estaba peor. Finalmente, al cabo de un año, ingresó en el Hospital Central
Emek de Afula. En este centro los médicos tampoco lograron encontrar nada
que pudiera relacionarse con cualquier enfermedad conocida por ellos. Hasta
que un día el Doctor Ratner se enteró por casualidad de los hábitos
alimenticios de la Sra. Vigder, y decidió ponerla a un régimen alimenticio
sin frutas ni verduras. En pocas semanas los síntomas desaparecieron, y la
Sra. Vigder se curó totalmente. Los causantes de la enfermedad resultaron
ser residuos de pesticidas a base de organofosforados. Entretanto el Doctor
Ratner ha tratado a otros 25 pacientes que sufrieron de la misma enfermedad
que la Sra. Vigder. También ellos habían sido mal diagnosticados por los
colegas del Doctor Ratner por desconocimiento casi general de los múltiples
efectos que pueden producir estos pesticidas en el organismo humano.[111]
El doctor Frontela se acuerda de publicaciones similares cuando compara
la historia clínica de la abogada fallecida, Concepción Navarro, con el
desarrollo de la enfermedad en otras 98 víctimas del Síndrome Tóxico.
Recuerda también el caso del bebé de dos meses. Esta niña murió el 16 de
junio de 1981 en el Hospital Infantil de la Paz de Madrid de las secuelas del
Síndrome Tóxico. Su madre padecía la misma enfermedad y, dado que el
bebé no había tomado otra cosa que la leche materna, se analizó ésta.
Contenía residuos de pesticidas organofosforados. Este hecho se ocultó a la
opinión pública.[112] En su informe el Doctor Frontela escribe:

“Los síntomas de la denominada neumonía tóxica y los hallazgos


en las autopsias de los fallecidos por el Síndrome Tóxico (...) pueden
agruparse en tres grandes apartados (...) superponibles a los que se
producirían por las siguientes causas:

-intoxicación por sustancias que inhiben la colinesterasa y/u


ocasionan efectos de neurotoxicidad retardada, sin antecedentes de
intoxicación aguda aparente (…) tales como insecticidas
organofosforados, fenamifos (Nemacur) o sustancias similares (...)"
La mención de este nombre y de este producto concreto no es ni mucho
menos una especulación. Algunas de las muestras analizadas por Frontela
contenían rastros de fenamifos, la sustancia activa del pesticida Nemacur.
Productor: Bayer Leverkusen. Frontela prosigue:

“Es importante señalar que las investigaciones por nosotros


realizadas en lotes de ratas, a las que intoxicamos con diversas
sustancias, de las que creemos han podido ocasionar el Síndrome
Tóxico, muestran que las series de ratas intoxicadas directamente con
Nemacur y con pimientos que maduraron en plantas cultivadas en
tierra que había sido tratada con Nemacur dos semanas antes de la
recolección, tienen similares lesiones microscópicas que las que se
observan en los fallecidos por el denominado síndrome o neumonía
tóxica, investigaciones que concuerdan con las del Doctor Muro (...).
Estas investigaciones se complementarán en el transcurso de los
próximos meses con la observación de la patología que sucede en
períodos más largos de supervivencia.[113]

El Doctor Frontela no sospecha que este experimento no se va a poder


llevar a cabo. Parece que el profesor ha escrito algo que le va a proporcionar
todavía muchos disgustos. Con la mención del nombre Nemacur apuntó
directamente al productor de pesticidas más grande del mundo. El Doctor
Muro nunca había insinuado tan directamente ni el nombre de la empresa
que produce este producto, ni el producto en sí. Pero a pesar de esto, había
dado muchas pistas para los entendidos. En una entrevista con el periódico
madrileño “Diario 16”, declaró a propósito del producto del que sospechaba:

“Es un producto descubierto en 1968, fabricado por primera vez


en 1969 (...) Yo tengo bibliografía suficiente para decir que esto tenía
que pasar, y ha pasado al menos antes en otro país. Se sabe que algo
ocurría con su aplicación en las plantas solanáceas en las que la
metabolización del pesticida produce unos metabolitos que son 49
veces más potentes en cuanto al efecto inhibidor de la colinesterasa,
lo cual explica muchos de los síntomas vistos”.

Pero no todos los síntomas, por lo que el Doctor Muro mantiene la


sospecha de que otros pesticidas tienen que ver con esta enfermedad. Es
decir, una posible mezcla de pesticidas. Señala también que había casos de
fallecidos por el Síndrome Tóxico mucho antes del comienzo oficial de la
epidemia, el 1 de mayo de 1981.
Además, tiene las pruebas de que muchos pacientes del Síndrome Tóxico
han fallecido en los últimos meses por cánceres de muy diversos tipos, sin
que los médicos hayan querido relacionarlos con la enfermedad del
Síndrome Tóxico. Explica también, que esta enfermedad conduce a un
proceso de envejecimiento acelerado de las células. Por esto, según su
opinión, el cáncer aparece antes en estos casos que bajo condiciones
normales. También explica que según sus investigaciones y sus datos, hay
hasta este momento 550 personas que han muerto por el Síndrome Tóxico y
no 350 como dice el gobierno que, por ejemplo, no contabiliza a los muertos
por cáncer como víctimas del Síndrome Tóxico.
El Doctor Muro, en 1984, cuando le quedan pocos meses de vida, ya que
él mismo padece cáncer de pulmón, acusa al gobierno español y a otras
instituciones que se han ocupado del Síndrome Tóxico de divulgar mentiras
con conocimiento de causa: “el Síndrome Tóxico ha sido una gigantesca
mentira. (...). Está claro que no es el aceite (...). El síndrome se ha producido
por empleo de un nematicida (un producto químico que mata lombrices) de
una forma determinada que ha producido lo que ha producido (...). La
enfermedad se produjo con un producto con el cual se está experimentando
desde 1980. Es interesante experimentar con 24.000 seres humanos
afectados por un producto”.[114]
A finales de febrero de 1985 la empresa química multinacional alemana
manda copias de un número especial de su periódico particular Bayer-Intern
a la prensa, intentando de esta forma refutar los ataques contra su producto,
aparecidos entretanto en periódicos, revistas, radio y televisión en todo el
mundo. La propaganda para limpiar su producto de toda sospecha y culpa en
el Síndrome Tóxico, empieza de forma realmente impresionante, bajo el
título: “Esta documentación demuestra: ataques contra Nemacur
insostenibles”. Pero a pesar de su extensión, 10 páginas más 33 de anexos,
no lo demuestra en modo alguno. Guiado por este afán de “blanquear” sus
plaguicidas, el departamento de prensa de la multinacional escribe
erróneamente:
“La afirmación de que la causa del síndrome del aceite tóxico en España
hayan sido residuos de Nemacur en tomates es falsa, debido a:

1. Tanto los resultados de las investigaciones de la OMS, como


los de las comisiones de investigación del gobierno español y del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, han demostrado
contundentemente, que el aceite de colza adulterado de manera
fraudulenta era la causa de la enfermedad.[115]

Bayer actúa de forma precipitada. Hasta el día de hoy nadie ha


dicho exactamente esto. Ya que, aunque la OMS afirma que existe
una estrecha asociación entre la ingestión de aceite adulterado y la
enfermedad, esto no es, ni muchísimo menos, una “prueba
contundente”. Seguidamente, en la explicación de la empresa Bayer,
se puede leer:

2. “(...) Al igual que con otros productos organofosforados, basta


con una afectación mínima de Nemacur para producir una inhibición
demostrable de la colinesterasa (enzimas que regulan la función
nerviosa) de la sangre y de los tejidos. En todos los pacientes
hospitalizados por el Síndrome Tóxico se examinó sistemáticamente
esta inhibición de colinesterasa. En ningún caso se detectó (...)”.

Aunque la empresa Bayer intenta presentar su producto como inocuo,


ésta es una afirmación obviamente falsa. Un científico de Cambridge,
EE.UU., describe accidentes mortales con los nematicidas Nemacur y Mocap
(producidos, entre otros, por la multinacional Rhóne-Poulenc) en
trabajadores de plantaciones plataneras en Panamá.[116]
En lo que se refiere a la inhibición de la colinesterasa, Bayer repite aquí
las informaciones de la OMS. El Doctor Tabuenca, descubridor oficial de la
hipótesis del aceite, confirma por escrito que estas determinaciones de la
colinesterasa no se empiezan a hacer hasta el 21 de mayo. Esto quiere decir,
varias semanas demasiado tarde. Para la gran mayoría de los enfermos, que
se intoxicaron a principios de mayo, no tuvieron, pues, valor alguno. Para
poder determinar con toda seguridad una inhibición de la colinesterasa, que
es el signo más característico de una intoxicación por organofosforados, hay
que hacer este análisis en los primeros días de la enfermedad, y mucho
mejor aún, en las primeras 48 horas después de la aparición de los primeros
síntomas.
En una publicación de la empresa Bayer puede leerse que en
experimentos con Nemacur en animales no se ha podido apreciar ninguna
inhibición de la colinesterasa después de haber transcurrido tan sólo tres
días.[117]
En el Hospital Primero de Octubre (Madrid), que trató a más de 600
pacientes del Síndrome Tóxico, no se hizo nunca una determinación de la
colinesterasa, como puede leerse en una carta del Servicio de Bioquímica de
este hospital. El Doctor Alberto Martínez escribió al juez instructor para el
Síndrome Tóxico: “Este laboratorio no ha realizado ninguna prueba de
colinesterasa, entre otras razones por no disponer de los medios necesarios
para ello”.[118]
Por otro lado, en el Hospital Fundación Jiménez Díaz, también en
Madrid y científicamente muy bien considerado, no faltaban estos aparatos.
El Doctor Enrique de la Morena, jefe del Departamento de Bioquímica
Experimental, sí hizo estas determinaciones de importancia capital. Los
resultados confirman la inhibición de la colinesterasa. De la Morena
formaba parte de la Comisión para la Investigación del Síndrome Tóxico y
dice haber entregado allí este estudio. Según él, este estudio ha
desaparecido, y declara no haber hecho ninguna copia para sí mismo.
En las etiquetas españolas de los envases comerciales de Nemacur de
1981, no constaba que el Nemacur fuese un producto organofosforado. En la
fórmula faltaba simplemente el fósforo, la sustancia más tóxica, al igual que
tampoco consta el fósforo en la descripción del producto. Además, tampoco
existe ninguna indicación referente a en qué plantas y de qué manera puede
emplearse. Solamente se mencionan expresamente plantaciones plataneras.
En el apartado Plazo de Seguridad puede leerse: “2 meses en platanera,
como mínimo, y 3 meses para los demás cultivos destinados a la
alimentación”.[119]
A pesar de esto, el Doctor de la Morena recuerda todavía hoy, que todas
las enzimas que investigó demostraban alteraciones. El Doctor de la Morena
dice: “Me llamó la atención que los eosinófilos, un tipo especial de glóbulo
blanco sanguíneo, estaban muy aumentados en los pacientes y contenían
unas enzimas que mostraban un intercambio de oxígeno muy rápido. Estas
enzimas se desplazaban posteriormente por el sistema linfático al pulmón,
formando allí focos inflamatorios y edemas que en las radiografías se podían
confundir fácilmente con una “neumonía atípica”. Estas enzimas
desarrollaban su labor devastadora en todo el cuerpo, y como primer órgano
causaban dificultades en la función del hígado, luego atacaban a los riñones
y a los músculos. Así causaban las convulsiones y calambres en los
músculos y la parálisis de los músculos del pulmón, causando en algunos
pacientes la muerte por esta parálisis. Estos descubrimientos, conjuntamente
con los datos clínicos, nos recordaban una intoxicación de unos trabajadores
de la industria del calzado de hace unos años que trabajaban con pegamento
que contenía un preparado organofosforado. Pero nadie quería respaldar ni
subvencionar nuestras investigaciones en este campo”.[120]
No es la primera vez que nadie quiere escuchar las investigaciones del
Doctor de la Morena. En enero de 1983 pide apoyo financiero al Plan
Nacional del Síndrome Tóxico para un proyecto de investigación. Desea
investigar el hecho de por qué tantos pacientes del Síndrome Tóxico mueren
de cáncer. El proyecto es rechazado y el Plan Nacional del Síndrome Tóxico
le denuncia al Colegio de Médicos de Madrid, acusándole de una conducta
no ética. La Sra. Cañoen Salanueva, máximo jefe del Plan Nacional del
Síndrome Tóxico, y sus colaboradores próximos, consideran que no es ético
que el doctor de la Morena explique a sus pacientes del Síndrome Tóxico
que podrían tener un riesgo elevado de desarrollar algún cáncer. Pero el
Tribunal de Deontología del Colegio no comparte las ideas del Plan
Nacional. No le retira al doctor de la Morena la licencia para ejercer como
médico.
Una revista especializada alemana describió en 1986 una investigación
sobre 1.214 trabajadores que por su profesión aplicaban plaguicidas. La
incidencia de tumores malignos entre ellos estaba marcadamente más alta
que en el resto de la población.[121] Afectaban en especial el esófago, el
estómago y los ojos. La incidencia de estos tumores era un 35% más alta de
lo esperado y la del cáncer de estómago un 567% superior a la del resto de la
población. Otra revista publicó en 1983 un estudio sobre alteraciones
patológicas del hígado en 22 trabajadores del campo. Todas estas
afectaciones fueron causadas por plaguicidas”.[122]
Las investigaciones del doctor de la Morena confirman las afirmaciones
de los doctores Muro y Frontela: “Todos los resultados de nuestras
investigaciones encajaban muy bien con una intoxicación por
organofosforados”.
La empresa Bayer es el fabricante de pesticidas más importante del
mundo. No es pues de extrañar, que esta empresa, acusada directamente, no
compartiera las ideas de estos médicos. En los laboratorios de la casa Bayer
se han hecho numerosas investigaciones científicas para averiguar los
efectos tóxicos del Nemacur, pero no se puede acceder a todos. Conocíamos
los títulos y los autores de muchos de estos trabajos. Pedimos a la Bayer que
nos enviara unas copias a través de su oficina de prensa. La oficina central
de Leverkusen contestó que, sintiéndolo mucho, esto no sería ni posible ni
oportuno, puesto que “estos trabajos están hechos POR EXPERTOS Y PARA
EXPERTOS” y estos se encuentran (como sabe todo el mundo) únicamente
dentro de la empresa Bayer.[123]
La Doctora Dorothee Piermont, miembro del Partido de los Verdes en el
Parlamento Europeo, ha tenido experiencias análogas con esta empresa.
No es muy probable que la razón de una actitud tan reservada sea un
mero despiste. En otros aspectos relativos al Síndrome Tóxico, la empresa
actuaba con verdadera premeditación. Ya en marzo de 1982, mucho tiempo
antes de que nadie les haya acusado o haya sospechado públicamente de
ellos, dos expertos de la empresa son enviados a Madrid. Un cometido:
ayudar con su consejo y apoyo al gobierno español y a los institutos oficiales
que se ocupaban de aclarar el origen del Síndrome Tóxico. En mayo del
mismo año, el Doctor Guillermo Tena, Director del Instituto Nacional de
Toxicología, y el Doctor Emilio Muñoz del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, escriben que su conocimiento sobre el Nemacur
está basado en: “un estudio bibliográfico (examen de los documentos
presentados por Bayer) e información específica, suministrada por los
toxicólogos de la Bayer, doctores Herwig Hupke y Ludwig Machemer”.[124]
Con gran ingenuidad, los dos científicos españoles prosiguen: “Los
toxicólogos consultados aseveran que la casa Bayer sólo comercializa
aquellos plaguicidas organofosforados que, como el Nemacur, no producen
neuropatía retardada en este tipo de ensayo. Es esta una afirmación que
contradice totalmente los resultados de numerosas publicaciones científicas.
Hace mucho tiempo que se sabe que los productos organofosforados
pueden causar daños irreparables del sistema nervioso. Hasta el año 1976, se
conocen más de 40.000 casos documentados. La mayoría de las
intoxicaciones descritas en la literatura no fueron causadas por plaguicidas,
sino por triarilfosfatos, productos asimismo organofosforados usados como
ablandadores en líquidos hidráulicos y plásticos.[125] Pero otras
intoxicaciones se deben, claramente, a plaguicidas. En 1951, por ejemplo,
dos trabajadores ingleses estuvieron expuestos durante un accidente a altas
concentraciones del insecticida Mipafox de la compañía británica Fisons
Pest Control Limited. En seguida desarrollaron los síntomas característicos
de este tipo de intoxicación, los síntomas que son causados por la inhibición
de la colinesterasa. Después de unas semanas, los dos trabajadores parecían
completamente curados. Pero, de repente, sufrieron parálisis que no podía
curarse.[126] Este insecticida fue retirado inmediatamente del mercado.
Desgraciadamente no puede decirse lo mismo de otros plaguicidas que
producen daños retardados y, en ocasiones, irreversibles. Examinando la
literatura científica, se aprecia que la lista es larga. El pesticida
organofosforado de la casa Bayer Oftanol, por ejemplo, causa neuropatía
retardada en embriones de pollo.[120]
Pero también se observaron los mismos efectos en animales adultos. Los
pollos tratados con Oftanol desarrollaron igualmente una neuropatía
retardada. Poco tiempo después morían. Tratamientos repetidos con los
pesticidas organofosforados Clorpirifos (Dow Chemical), Diclorvos (BASF,
Bayer, Ciba-Geigy y otros), Terbufos y Dimetoato (comercializado, entre
otros, por Bayer y BASF) causaron un debilitamiento progresivo, y la muerte
después de períodos de diferente duración. Con estas sustancias, los
síntomas típicos de una afectación neurotóxica no estaban especialmente
definidos. Gallinas tratadas con Oftanol tenían dificultades para andar. En
este mismo trabajo se relata que Oftanol y Fentión, otro pesticida de la
Bayer, causan una pérdida drástica de peso en gallinas aunque hayan
ingerido unas dosis muy bajas de la sustancias activa.[128] Muchos enfermos
del Síndrome Tóxico también perdían tanto peso que “casi se quedaban en
los huesos”.
Asimismo, el DEF, un defoliante a base de organofosforados, también de
la empresa Bayer, y otros preparados de composición similar, producen, al
ser experimentados en animales, una neurotoxicidad retardada e
irreversible.[129]
En 1985, en una publicación especializada española, aparece un artículo
sobre enfermedades neurológicas que afectan a 24 pacientes que habían
sufrido intoxicaciones por organofosforados.
De ellos, 6 murieron. Los 18 supervivientes sufrieron daños clínicos y
neurológicos durante un promedio de 2,5 años. En la fase aguda la
sintomatología consistió en miosis (58%), convulsiones (4%), depresión del
nivel de conciencia (46%), fasciculaciones (50%), paresias de extremidades
(37%) y parálisis de músculos respiratorios (16%).
Se observó en 6 pacientes supervivientes una neuropatía sensitivo-
motora (31,5%). La recuperación fue total en un caso, se mostró una notable
mejoría en dos y otros dos seguían igual. Dimetoato, Ometoato (Bayer),
Clorpirifos y Triclorfón (Bayer) causaron paresia de extremidades, es decir,
de brazos y piernas, que en algunos casos se manifestó tardíamente y duró
mucho tiempo.[130]
La OMS describe muchas otras observaciones sobre manifestaciones de
neurotoxicidad tardía en seres humanos para los cuales “existen pruebas
razonables de que hayan sido causadas por insecticidas”. Los causantes
son:[131]

- Leptofos; como mínimo enfermaron en los años 70, ocho


personas.

- Tamarón; un producto de Bayer que se utiliza, entre otras cosas,


contra el pulgón. Se describen nueve casos.

- Triclornat; producto de la Bayer utilizado, entre otros, contra


los gusanos del suelo. Se describen dos casos.

- Triclorfón; se vende bajo el nombre de Dipterex, de Bayer,


contra pulgones y otras plagas. Según informes de la OMS, “se
describen muchos casos en la literatura científica”.

- EPN; un producto de DuPont que no está permitido en la


República Federal Alemana, se utiliza contra pulgones, langostas y
otras plagas del suelo.

- Clorpirifos; con varios casos de intoxicación.

EPN y Leptofos causaron enfermedades en trabajadores que


estaban empleados en la producción de estos plaguicidas. Antes de
que se manifestaran las lesiones neurotóxicas tardías, sólo se
observaron síntomas ligeros de intoxicación no grave por
organofosforados. También en estos casos, un diagnóstico falso
hubiera sido muy posible si el médico que los trataba no hubiera
relacionado la enfermedad con los productos nocivos con los que
estaban en contacto por su trabajo.

Además los pesticidas pueden causar otros síntomas como los sufridos
por los pacientes del Síndrome Tóxico.
Paratión y Fenitrotion (Bayer), Malatión (Montedison, Rhóne-Poulenc y
otros) y Fosalone (Rhóne-Poulenc), han dañado el hígado de los animales
con los que se ha experimentado.[132] [133] El Paratión causó enfermedades
del corazón, del cerebro y de los pulmones como también osteoporosis en
ovejas.[134] El Dipterex provocó en las ratas alteraciones del hígado y de las
suprarrenales, así como un aumento del peso del bazo en un 28%.[135] El
Dimetoato no sólo daña al hígado sino que también ataca al sistema
hematopoyético.[136]
La exposición crónica al Paratión ha causado en el hombre alteraciones
sanguíneas y del sistema metabólico del hígado. La inhibición de la
colinesterasa no es paralela al cuadro clínico. Aunque no pueda detectarse,
pueden seguir habiendo síntomas de intoxicación.[137]
Los pesticidas pueden actuar también de forma mutagénica, es decir,
alterando el ADN, la disposición hereditaria de los cromosomas, pudiendo
nacer los niños con malformaciones. En la India, cerca de dos pequeñas
ciudades, se detectaron importantes deformaciones en las articulaciones de
las rodillas y de las caderas tanto en los hombres como en las mujeres. Los
causantes fueron los pesticidas organoclorados Endrín (Serva, Shell),
prohibido en la República Federal Alemana y Paratión de Bayer. [138] En
personas que habían sufrido una intoxicación aguda de organofosforados, se
observaron seis meses más tarde daños inequívocos en los cromosomas.[139]
Otros trabajos científicos muestran que múltiples pesticidas
organofosforados pueden causar mutaciones.[140] [141]
En veinte de los treinta y seis insecticidas que se examinaron, se
observaron en ensayos con huevos de gallina efectos teratógenos (daños en
los embriones).[142] En experimentos con ratas, los fetos de éstas sufrieron
malformaciones.[143]
Una serie de pesticidas de este grupo puede causar también cáncer, como
se ha observado en experimentos con Dimetoato sobre ratas.[144] El
Triclorfón causa tumores malignos en el estómago, en las glándulas del
estómago, en los pulmones, en las glándulas mamarlas de las mujeres, en los
ovarios y en el hígado.[145]
Otros síntomas como mareo, angustia, inquietud, inseguridad, insomnio,
imposibilidad de concentrarse, temblores y depresiones, observados en los
pacientes del Síndrome Tóxico, pueden explicarse por intoxicaciones con
organofosforados.[146]
Los plaguicidas a base de organofosforados son compuestos
extremadamente tóxicos. La tabla siguiente compara la cantidad de la
sustancias (para un kilo de peso corporal) que es suficiente para matar a la
mitad de los animales en experimentación (Dosis Letal 50-DL50) con el
producto en cuestión si se absorbe por vía digestiva:

Nemacur[147] 8
Oftanol[148] 28
Fentión[149] 180
Paratión[150] 2
Tabún[151] 3,7

Según esta tabla, la toxicidad del Paratión es aproximadamente el doble que


la del gas neurotóxico Tabún, y la del Nemacur la mitad. Pero si se inhala el
Tabún, es letal en unas dosis mucho menores aún.
Si se aplican varios plaguicidas al mismo tiempo, o en un espacio de
tiempo muy corto uno después de otro, sobre el mismo campo, su toxicidad
no es una simple adición sino que se potencia por lo que la mezcla puede ser
varias veces más tóxica que la toxicidad de cada uno de los pesticidas por
separado. Las mezclas de malatión y clortión son 3,3 veces más tóxicas y las
mezclas de malatión y DDVP (Diclorvos) llegan a ser hasta 6,2 veces más
tóxicas que sus componentes iniciales.[152]
Pero no solamente los plaguicidas son tóxicos. Una vez absorbidos por
una planta, un animal o por el hombre, empieza su descomposición
biológica. Ésta, de ninguna manera, acaba siempre en productos finales
inocuos. Por lo general, se forman los llamados metabolitos, sustancias
derivadas del plaguicida, que se desarrollan en el organismo. Y estos pueden
ser muchas veces más tóxicos que los productos iniciales.
Examinemos, por ejemplo, el Nemacur. En plantas y animales se
transforma en nemacur-sulfón y nemacur-sulfóxido. Pero al mismo tiempo
se forma un tercer metabolito que todavía hoy está sin identificar. La
inhibición de la colinesterasa, que puede ser considerada como índice para
medir la toxicidad de un producto, es para los dos primeros compuestos un
70% más alta. El tercer metabolito, no identificado aún, es hasta casi 7 veces
más tóxico que el Nemacur en su origen.[153] Es decir, una vez absorbido por
la planta, este pesticida se vuelve muchísimo más tóxico. Hay otra razón
para afirmar que el Nemacur es exactamente lo contrario de “algo inocuo”.
Investigadores holandeses han descubierto que al igual que otros pesticidas,
retrasa el proceso de división de las células. Estos investigadores exigen la
sustitución de tales sustancias por otros insecticidas menos dañinos para el
medio ambiente.[154] Un retraso en la división de las células significa: el
debilitamiento del sistema inmunológico, daños en los embriones y
esterilidad, dado que se obstaculiza la maduración de los espermatozoides.
En ensayos con el plaguicida Oftanol, se ha observado que un metabolito
de este producto es el responsable de los daños neurotóxicos retardados en
los embriones de pollos.[155] También con el producto de la casa Bayer
Oftanol T, sus metabolitos parecen tener gran importancia. La T procede de
la palabra Thiram, una sustancia activa de la clase de los tiocarbamatos, que
se utiliza para hongos, malas hierbas e insectos. Muchos de estos productos
son también altamente tóxicos, como los organofosforados. También inhiben
la colinesterasa, aunque de forma reversible. Sus intoxicaciones agudas
causan mareos, vómitos, diarreas, abatimiento y trastornos de la circulación
sanguínea. Exposiciones repetidas causan pérdida de peso.[156] Los daños
crónicos son debilitamiento de los músculos y enfermedades de los riñones
con excreción de azúcar en la orina. Se sospecha que este grupo de
sustancias produce daños en los embriones y en todo el sistema
reproductor.[157] El tiocarbamato, carbofurán, que se conoce bajo el nombre
Curaterr, de la casa Bayer, es tan tóxico que hasta su producción está
regulada en la República Federal Alemana bajo las leyes para productos
extremadamente peligrosos.
Una consecuencia del exceso de abono es, que pueden encontrarse en
frutas y verduras significativos residuos de nitratos. En el estómago se
transforman en nitritos. Estos reaccionan con los carbamatos para
convertirse en nitrocarbamatos, potentes causantes de cáncer. En un ensayo
hecho en Copenhague se descubrió que el Thiram se transforma en las ratas
en carbobisulfito, sustancia responsable de los daños del hígado en los
animales de experimentación.[158]
Los plaguicidas no llegan nunca al comercio en su forma pura. Antes de
la venta son combinados con productos disolventes y dispersantes, como
también con emulsionadores y otros. Muchas veces estos son tóxicos por sí
mismos y pueden producir alergias. [159] Algunas de estas sustancias
“ayudantes”, también ayudan al pesticida a penetrar en el cuerpo humano.
Por ejemplo, cuando unas gotas caen sobre la piel.[160]
Además, durante el proceso de fabricación de estos pesticidas se forman
múltiples productos derivados (impurezas) que por razones de costos, no se
eliminan totalmente. Los pesticidas organofosforados técnicos son puros en
una concentración entre un 94 a un 98%.[161] No hace mucho que las
empresas químicas vendían también productos que estaban “mucho más
sucios”. En el Nemacur del año 1981, por ejemplo, los investigadores
encontraron, a parte de la materia activa, ocho clases de impurezas, con una
concentración total de hasta el 13%. Una sola de estas impurezas podía
suponer el 8% del producto.[162]
En un escrito de conclusiones, la OMS escribe:
“En su mayoría, las impurezas en los pesticidas son de baja toxicidad.
Pero también pueden ser más o menos tóxicas que su materia activa. Existe
también la posibilidad de que potencien la toxicidad de otros componentes
del plaguicida”.[163]
Estas sustancias se conocen. Se encuentran a menudo en los insecticidas
más usados. El Malatión, por ejemplo, está siempre contaminado, ya desde
su producción, con una sustancia llamada iso-malatión. El Malatión fresco,
el que viene de fábrica, contiene alrededor del 0,1 al 0,4% de esta impureza.
Y debido a esta pequeña concentración, la toxicidad de este pesticida,
cuando se ingiere por vía digestiva, aumenta entre 3 y 6 veces.[164] Con unas
concentraciones un poco más altas de este derivado, el Malatión puede llegar
a ser 25 veces más tóxico de lo que es en estado puro.[165] No es nada
improbable que frutas o verduras destinadas al consumo humano sean
tratadas con una mezcla altamente tóxica de este tipo.
Científicos del Vector Biology and Control Division, del Centers for
Disease Control, de Atlanta, Georgia y de la Environmental Protection
Agency de Beltsville, Maryland, ambos de Estados Unidos, han descubierto
que, cuanto más tiempo se guarde el producto, y dependiendo también de la
temperatura de almacenamiento, aumenta la cantidad de este iso-malatión
tan tóxico. Bastan 14 días con una temperatura de 55°C, una temperatura
nada inusual para países del Sur, para que se doble su concentración. Un lote
de Malatión que se había guardado durante un año en Pakistán, bajo chapas
onduladas, se convirtió en ocho veces más tóxico que al salir de fábrica.[166]
En 1976, una partida de Malatión que había sido conservado durante
demasiado tiempo, se transformó en Malatión “ensuciado”, e intoxicó a
2800 trabajadores del campo en Pakistán que lo habían aplicado durante una
campaña contra la malaria. Cinco de ellos murieron.[167]
Ya en 1973 los investigadores John R. Grunwell y Richard H. Erickson
habían descubierto que las impurezas se forman mucho más rápidamente
bajo altas temperaturas. Disolvieron el Paratión, E-605, en alcohol y agua.
Esta disolución fue radiada con luz ultravioleta. La cota de las impurezas
altamente tóxicas aumentó drásticamente. Al final de este experimento los
investigadores encontraban el 39% de una sustancias que puede causar
muertes tardías y neumonías.[168]
Otras impurezas adquiridas durante el proceso de fabricación son
especialmente tóxicas para los mamíferos. Una proporción del 2% del
O,O,S-Trimetilditiofosfato, hace aumentar su toxicidad en 20 veces.[169] El
0,5% de O,O,S-Tritiltiofosfato convierte su toxicidad en 4 veces más
alta,[170] al igual que lo hace el 1% de O,O,S-Trimetiltiofosfato.[171] No sólo
la duración del almacenamiento y las altas temperaturas durante el mismo
afectan al grado de pureza de los pesticidas. También la exposición directa
de los rayos solares aumenta considerablemente la concentración de estas
impurezas. En una solución de Paratión, expuesta a rayos ultra-violetas, se
encontraron hasta un 39% de la peligrosa impureza 0,0,S-
Tritiltiofosfato.[172]
Investigadores de la Universidad Miami, de California, en Riverside,
EE.UU., han descubierto en 1979 que se había subestimado la peligrosidad
de los dos últimos componentes, arriba mencionados. Además, los anteriores
experimentos duraron demasiado poco tiempo, lo que puede llevar a un error
sobre la inocuidad del pesticida.
Las ratas que ingirieron los productos químicos mezclados con sus
comidas, fueron observadas únicamente un corto espacio de tiempo, es decir,
durante uno o dos días.
La dosis letal 50 (DL50) se estableció según el número de animales que
murieron durante este tiempo. Pero, en realidad, murieron muchos más
animales de ensayo, que ingirieron concentraciones sensiblemente menores.
Administrando a las ratas la vigésima parte de lo que se suponía era la dosis
letal 50, no mostraron ninguno de los síntomas que hubieran podido indicar
una intoxicación por organofosforados. Los animalitos se comportaban de
forma más o menos normal. Solamente perdían peso y respiraban con
dificultad. Pero entre 3 y 22 días después de haber ingerido el veneno,
morían de repente.[173] Las autopsias demostraban un aumento importante
del peso de los pulmones. Su contenido de agua se había incrementado en un
80%. Los espacios entre los alvéolos pulmonares se habían llenado de
líquido y células extravasados de los vasos sanguíneos y del sistema
linfático, después de unas infecciones. Se encontraron también granulocitos,
una clase de glóbulos blancos.[174] Se observó, además, que también la
tercera impureza arriba mencionada, el O,O,S-Trimetilditiofosfato, puede
causar pulmonías graves con un retraso de tres a cuatro días.[175] Una docena
larga de trabajos científicos confirmó estos resultados.
Obviamente, estas ratas habían muerto de una neumonía atípica,
manifestando una sorprendente coincidencia con los síntomas del Síndrome
Tóxico que tuvo lugar en España. Pero esta coincidencia no existe solamente
con el Síndrome Tóxico: varios científicos, entre ellos el Dr. Robert Tola de
la Universidad de Californla, y John R. Grunwell de la Universidad de
Miami, Ohio, achacan a las impurezas la responsabilidad de una serie de
intoxicaciones en el tercer mundo, para las cuales no se había encontrado
hasta ahora ninguna explicación.[176]
Kurt Langbein, periodista austriaco, es autor de documentales para la
televisión y de diversos libros, entre los que se encuentra una guía sobre
medicamentos “Bittere Pillen” (Píldoras amargas), cuya publicación se
intentó evitar por parte del lobby farmacéutico. Ya en 1985, en un programa
sobre plaguicidas, la televisión austriaca había informado sobre algunas de
las publicaciones que tratan de las impurezas de los pesticidas y sus efectos.
Poco tiempo después, Langbeín recibió una carta de la empresa Bayer AG:
“Respecto a las nuevas afirmaciones de la conexión del síndrome del aceite
tóxico en España con nuestro pesticida Nemacur, hemos explicado
ampliamente nuestra posición en las informaciones de prensa que incluimos.
Está basada en datos científicos de nuestros toxicólogos.
A pesar de nuestra búsqueda intensiva, no hemos podido encontrar
estudios que demuestran intoxicaciones por pesticidas organofosforados.
Dado que, al parecer, Vd. tiene en su poder estudios de este tipo y ha
mostrado casi “medía docena” de ellos en su reportaje, le rogamos que nos
facilite sus fuentes.[177]
El importante departamento de Relaciones Públicas depende
directamente de la dirección de la empresa. Cuesta imaginar que no
conocían estos trabajos en la cúpula de una empresa tan grande que
solamente en su fábrica de Leverkusen emplea a más de 3.000 científicos.
Pero, por si acaso, Kurt Langbein ayudó a la empresa y envió los trabajos
deseados.
La oficina de prensa de la casa Bayer se apresuró a desmentir que en el
Nemacur se encontrasen compuestos altamente tóxicos. Un portavoz de
Bayer, Mathlas Willig, declaró: “Se examina detenidamente cada paso del
proceso de producción para encontrar posibles impurezas”. A la pregunta de
cuántas impurezas se habían encontrado efectivamente, se negó a contestar.
Esto, dijo, “es un secreto de producción”.[178]
Para otros insecticidas ya no lo es. Los científicos del Instituto de
Agricultura para Investigaciones Químicas y Biológicas, de Ottawa, Ontario,
Canadá, han descubierto impurezas que causan daños pulmonares tardíos en
una serie de otros pesticidas: el Metidatione y Diazinón de Ciba-Geigy. En
el Dasanit, el Fenitrotión, el Metil-Paratión, el Dimetoato de Bayer. En el
Ronnel, un producto de Dow Chemical, en el Etion y en el Fosalone de
Rhóne-Poulenc.[179] Otros grupos de investigadores también los han
encontrado en Fentoato de Montedison, en el Acefato de Schering, (Deutsche
Ortho GmbH)[180] y en el Fentión.[181] En general, las concentraciones
detectadas eran de solamente unas décimas del 1%.[182] Pero hay que pensar
que también en estos pesticidas aumentan considerablemente cuando se
almacenan durante algún tiempo bajo el sol. Experimentos con animales han
demostrado que estos mismos productos químicos causan también
alteraciones patológicas de los tejidos del hígado, riñones, corazón y
pulmones.[183] Se constató además una afectación del sistema
inmunológico.[184]
Más aún, en la mayoría de los plaguicidas mencionados se detectaron
algunas impurezas, varias de ellas altamente tóxicas. Entre éstas se
encontraron metabolitos y derivados del proceso de fabricación. Todavía hoy
no se sabe nada concreto sobre cómo estos productos actúan sobre animales
y seres humanos. Desgraciadamente, el Nemacur fue uno de los productos no
examinados.
Para los toxicólogos, no es nada nuevo el hecho de que las pulmonías
puedan ser la consecuencia de una intoxicación por organofosforados. En
1977, dos hombres y una mujer intoxicados por Malatión ingresaron en el
centro médico de Sibenik, Yugoslavia. A pesar de haber sido tratados
inmediatamente, uno de los pacientes murió unos días después a causa de
una neumonía y un edema pulmonar. [185] Dos trabajos científicos de 1975 y
1982 respectivamente, describen también edemas pulmonares tardíos como
consecuencia de una intoxicación por organofosforados. [186] [187] En 1977,
los patólogos del instituto médico de la Universidad de Leningrado
practicaron la autopsia a 40 pacientes muertos por intoxicación de Clorofos,
también llamado Triclorfón, (vendido bajo el nombre de Dipterex, de la
empresa Bayer), Carbofos (Malatión) y Difos. Se descubrió que la causa de
los fallecimientos durante los tres días siguientes a la intoxicación eran
espasmos bronquiales y el colapso total del sistema cardiovascular. Las
muertes entre los días 4 y 7 después de la intoxicación eran debidas a
neumonías.[188]
Las coincidencias con los experimentos en animales con derivados e
impurezas de los plaguicidas arriba mencionados son obvias, como lo son
igualmente los síntomas análogos de los pacientes del Síndrome Tóxico.
También existen informes de casos parecidos en otros países. Por ejemplo en
Japón, donde un accidente con Diazinón y DDVP causó neumonías. [189]
Hace seis años, se hizo una encuesta entre 132 campesinos que,
conjuntamente, habían empleado 156 plaguicidas diferentes. Los
investigadores escriben en su informe: “Los resultados demuestran que los
pesticidas causan un aumento de enfermedades del pulmón, incluyendo
neumonías, infiltraciones pasajeras y fibrosis de los pulmones crónico-
progresivas”.[190]
En el gráfico adjunto comparamos la toxicidad de varias impurezas que
se encuentran en los plaguicidas, para un kilo de peso corporal y que es
suficiente para matar a la mitad de los animales en experimentación, (dosis
letal 50, DL50) con el producto en cuestión si se absorbe por vía
digestiva:[191]

0,0,0-Trimetiltiofosfato
0,0,S-Trimetiltiofosfato 15 (26 días)
0,S,S-Trimetilditiofosfato 25 (6 Días)
0,0,S-Trimetilditiofosfato 660
0,0,0-Trietiltiofosfato 750 (ratón)
0,0,S-Trietiltiofostato 45-90 (8 Días)
0,0,S-Trietilditiofosfato
0,0,0,0-Tetrametilpirofosfato 1,7
0,0,0,0-Tetrametilditiopirofostado
0,0,0,0-Tetraetilpirofosfato 1,1
0,0,0,0-Tetraetilmonotiopirofosfato 4,2 (ratón)
0,0,0,0-Tetraetilditiopirofosfato 8,0
Tabun (gas de guerra)[192] 3,7
VIII.
El veneno estaba en los tomates
El Doctor Muro estaba convencido de que los tomates, causantes de la
epidemia, según sus investigaciones, procedían de Almería. Esta provincia
andaluza está a punto de convertirse en la huerta de toda Europa. Hace
aproximadamente 20 años se descubrieron importantes reservas de agua
subterránea en esta región extremadamente seca. Hace falta una preparación
cuidadosa del suelo para los cultivos enarenados tan característicos de esta
zona. En primer lugar hay que romper la tierra con dinamita; acto seguido se
cubre con una capa fina de 2 a 3 cm. de tierra vegetal.[193] Esta tierra es
relativamente cara y hay que trasportarla a Almería desde otras partes de
España. Seguidamente se cubre esta capa con 10 cm. de arena. Y ya está lista
la base para los cultivos agrícolas intensivos.
Casi tocando a la capital de la provincia, se extiende hoy un gigantesco
mar de plástico. Actualmente hay unas 15.000 Ha. bajo plástico, preparadas
para el cultivo de frutas y verduras. Se siguen construyendo nuevos
invernaderos. Durante todo el año se producen tomates, melones, sandías,
pimientos, pepinos y berenjenas, principalmente. Se exporta más del 30% a
las demás naciones europeas.[194] Más de dos tercios de estos campos bajo
plástico pertenecen a pequeños agricultores independientes, que venden sus
productos a través de mercados privados, cooperativas o Mercalmería.[195]
El efecto ambiental bajo el plástico es ideal para el crecimiento de las
plantas, pero también favorece la proliferación de toda clase de gusanos,
escarabajos, coleópteros e insectos que se sienten extremadamente bien en
este clima húmedo y caliente, que muchas veces sobrepasa los 40°C. Los
agricultores atacan a estos insectos con verdaderos “cócteles de veneno”, tal
y como les han enseñado los representantes de las grandes empresas
químicas.
Todos los productos que allí se utilizan son bastante peligrosos. Para
desinfectar el suelo, se usa el Oftanol. Antes de plantar, se echa una buena
dosis de Nemacur para matar así a supuestos gusanos del suelo o nemátodos.
Acto seguido, la tierra necesita un poco de fertilizante y, una vez que las
plantas empiezan a crecer, hay que fumigarlas contra toda clase de plagas.
Según les han dicho, los productos ideales para este tipo de tratamiento son
Tamarón, Foxim, Metasystox, y una multitud de otros venenos. La lista es
verdaderamente larga. Debido a las altas temperaturas, el agua se evapora
rápidamente. Poco a poco el suelo se vuelve más salino y los
microorganismos que podrían catabolizar los residuos de los pesticidas se
vuelven cada día más escasos.[196]
Todavía hoy hay un alto índice de analfabetismo en el Sur de España.
Oficialmente se trata solamente de mujeres. Los hombres aprenden a leer y a
escribir en el servicio militar. Pero estas pocas clases no bastan para
entender las explicaciones técnicas que aparecen en las etiquetas de dos
plaguicidas.
A finales del año 1986, el grupo para la protección del medio ambiente
Ecologistas del Mediterráneo elaboró un estudio detallado sobre este tipo de
agricultura en Almería, llamándolo “Informe sobre la utilización de
productos químicos en los cultivos enarenados bajo plástico en la comarca
del Poniente”.
Los resultados de sus encuestas son francamente espeluznantes: el 60%
de los agricultores afirman que regularmente aumentan la dosis
recomendada de los pesticidas que usan. El 70% declara que no guarda
nunca los llamados “períodos de seguridad”, es decir, el tiempo indicado por
el fabricante entre la aplicación del producto y la recolección. Un 36%
emplea pesticidas sistémicos, aún durante la cosecha, ello provocará que el
fruto recogido contenga en su interior altos contenidos de residuos de estos
pesticidas. Este hecho no es solamente culpa de los agricultores: los tomates
tratados con Nemacur no deberían cosecharse antes de pasar 90 días, como
indican las instrucciones de este pesticida. Pero los agricultores de Almería
se arruinarían inevitablemente si cumplieran al pie de la letra estas
instrucciones. En sus invernaderos de plástico ya pueden cosecharse los
tomates al cabo de 60 días y, según nos cuentan, ¡si quieren evitar la
destrucción de toda la cosecha por gusanos e insectos, tienen que aplicar
insecticidas incluso cuando la planta ya tiene frutos!
Todos los agricultores saben por experiencia propia que los pesticidas
que aplican actualmente no son tan inocuos como los vendedores quieren
hacerles creer. Debido al gran calor reinante en estas “edificaciones de
plástico”, más del 60% de ellos no usan ni trajes ni guantes de protección, ni
siquiera mascarillas durante las fumigaciones. La encuesta demostró que
todos ellos sufrían náuseas y dolores de cabeza después de una jornada bajo
estas condiciones.
Últimamente aumentan las intoxicaciones agudas por pesticidas
organofosforados en esta área. Los médicos de cabecera solamente envían
los casos realmente graves al Doctor Carlos Martín Rubí, del Hospital de la
Seguridad Social, Residencia Torre Cárdenas. En menos de 4 años ha tenido
que tratar 103 casos por intoxicación de pesticidas. De ellos, 82 fueron
causados por compuestos organofosforados (Dursban (Clorpirifos),
Dimetoato, Metilparatión, Tamarón y Octatión). Diecisiete personas se
habían intoxicado por pesticidas a base de Carbamatos y cuatro con el
herbicida Paraquat (Grammoxón). A propósito del área de donde proceden
sus pacientes el médico dice: “Almería está en una situación única en el
mundo para conseguir el liderazgo en la investigación clínica sobre
plaguicidas. Países como los EE.UU. o los europeos tienen recursos para la
investigación, pero tienen muy pocos casos de intoxicaciones, mientras el
Tercer Mundo no posee la tecnología necesaria. En España disponemos de
las dos condiciones: los casos de intoxicaciones (...) y, por esto, la
posibilidad de investigarlos para de esta forma ayudar a bajar la incidencia
de los daños a la salud. Sin embargo la administración se muestra
indiferente y termina haciendo oídos sordos a las peticiones de financiar los
proyectos de investigación”. Y el médico concluye: “Esta actitud debe
cambiar radicalmente. Están en juego vidas humanas”.[197]
En más de una ocasión, en los últimos años, cargamentos enteros de fruta
o verdura destinados a la exportación han vuelto a su punto de origen, en
este caso Almería, debido al exceso en los valores máximos permitidos de
residuos de pesticidas. El grupo Ecologistas del Mediterráneo escribe en su
informe: “En 1981, las autoridades norteamericanas devolvieron a España un
barco cargado de pimentón por haber detectado que contenía Endrin, un
pesticida altamente tóxico cuyo uso está rigurosamente prohibido para
fumigar alimentos. El barco volvió a Cartagena, su lugar de origen y desde
allí se distribuyó para que fuera consumido por los españoles que, al parecer,
soportan un índice de toxicidad mayor que los norteamericanos”.[198]
También la República Federal Alemana devolvió verduras recibidas de
Almería, en octubre de 1987 500 Tm. de pimientos. Las autoridades
alemanas habían comprobado que el nivel de los residuos de Clorpirifos en
estos productos estaba muy por encima de lo autorizado.[199]
Aunque los camiones cargados de alimentos procedentes de Almería o de
cualquier otra provincia española pasen sin problemas las fronteras, no
puede tenerse por ello la seguridad absoluta de que no estén contaminados
con altos niveles de residuos de pesticidas. Según los párrafos 30 y 36 del
Tratado de la Comunidad Europea, se prohiben los controles sistemáticos de
las importaciones. Solamente son lícitos cuando existe una “sospecha grave
y fundada”".
Numerosas publicaciones científicas demuestran que insecticidas
organofosforados pueden causar los síntomas observados en los pacientes
del Síndrome Tóxico. Pero en la literatura científica conseguida por nosotros
existen más referencias sobre otros pesticidas como causantes de tales
lesiones que sobre el Nemacur.
Investigamos, por tanto, también la posibilidad de una participación de
otros pesticidas en esta epidemia. El grupo de protección del medio
ambiente Ecologistas del Mediterráneo ha confeccionado una lista con los
pesticidas más usados en Almería. Enumeran 111 sustancias químicas, 47 de
éstas bajo el título “insecticidas y herbicidas”, 34 son productos contra
hongos, 5 se encuentran en el apartado de nematicidas (productos contra
nemátodos o gusanos del suelo). Casi todos los pesticidas que pueden
provocar los síntomas que han tenido los pacientes del Síndrome Tóxico
están representados en esta lista. Y muchos de ellos están en primera línea.
Entre ellos, la estrella es el Dimetoato. Lo utilizan el 35% de los
agricultores consultados. En segundo lugar se encuentra el Nemacur con el
10%. En España, estos dos productos están autorizados para una amplia
gama de plantas, frutales y verduras. Todo lo contrario pasa con el tercero de
los venenos usados en Almería: el Hostatión de Hoechst. En el apartado
“Actividades ilegales” los ecologistas escriben denunciando: “Se trata del
caso más sangrante, ya que según nuestra encuesta es utilizado por un 9%.
Este producto está clasificado en la categoría C, (altamente tóxico) y está
autorizado sólo en patata, no pudiéndose utilizar en hortícolas, sin embargo
los distribuidores lo siguen trayendo y los agricultores lo siguen comprando
y utilizando”. Pero en Almería solamente existen unos pocos campos donde
se cultivan patatas, por lo que se deduce que por su alto grado de utilización
se debe aplicar también en otros cultivos, aunque esté prohibido. Otro caso
similar es el pesticida Salut, una mezcla de Clorpirifos y Dimetoato. En el
informe se denuncia de la siguiente manera: “Su uso está restringido a
determinados hortícolas, mientras que en la zona está utilizado
indiscriminadamente. Su consumo es también alto, según la encuesta es de
un 7%”.[200]
Los agricultores a quienes preguntamos nos confirmaron que en sus
invernaderos aplican efectivamente los productos mencionados en la lista de
los ecologistas. Pero todos se niegan a hablar sobre los eventos del año 1981.
Es comprensible. Si se descubriera que la verdura intoxicada procedía de sus
campos, nadie compraría frutas o verduras de sus invernaderos. Además, ¿a
quién le gustaría ser responsable de la muerte de más de 700 personas y de
los sufrimientos de más de 25.000?
Según las investigaciones de los científicos de todo el mundo casi todos
los síntomas de los pacientes del Síndrome Tóxico ya se han observado en
experimentos con animales o en personas intoxicadas accidentalmente,
producidos por los pesticidas más usados en Almería. Casi todos estos
productos actúan de forma sistémica, es decir, que el pesticida es absorbido
total o parcialmente por la planta. El lavado con agua de las verduras frescas
no tiene ningún efecto en este caso.
He aquí los síntomas del Síndrome Tóxico que ya han sido observados en
experimentos animales o en hombres, causados por pesticidas
organofosforados:

Bibliografía
Síntomas de la
Producida por (véase
enfermedad
Cap.VII)
todos los pesticidas que también provocan
Fiebre
neumonía atípica.
Muchos pesticidas, entre ellos: DDVP,
Díazinón, Difós, Dipterex, Malatión y las 88, 89, 90
impurezas en los insecticidas (Acefato, 91, 92, 93
Neumonía
Dasanit, Díazinón, Dimeotato, Etión, 72, 73, 74
atípica
Fenitrotión, Featión, Malatión, Matidatione, 75, 76, 77
Metilparatión, Paratión, Fentoato, Fosalone, 79, 82
Ronnel)
Edema
Malatión y otros 88,89,90
pulmonar
Alteraciones
del tejido >Muchos 90
pulmonar
Tos Todos los pesticidas organofosforados 7, 8, 52
Dificultad
Idem 7, 8, 52
respiratoria
Exantema,
Alergias, pueden ser producidas por todos los
Edema 12
pesticidas organofosforados
cutáneo
Dolores
Todos los pesticidas organofosforados 12
musculares
Contracciones
y calambres Idem Idem
musculares
Enfermedades Agudas: todos los pest. organofosforados,
del sistema crónicas: Oftanol, Clorpirifos, Leptofos, 12,55,34,32
nervioso Tamarón, Triclornat, Triclorfón, EPN, DEF,
Trastornos o
perturbaciones
Oftanol 33
en la forma de
andar
Parálisis de
brazos y Triclorfón, Omeotato, Clorpirifos, Dimetoato 33
piernas
Angustia todos los pesticidas organofosforados 12
Abatimiento e Muchos posiblemente todos todos los
14,49
insomnio pesticidas organofosforados
Astenía y
debilidad Terbufos, Dimetoato, Clorpirifos 31
generalizada
Pérdida de Oftanol, Fentión, y las impurezas que se
31,74,75,76
peso encuentran en muchos pesticidas
Afectación en Aguda: Malatión, Fosalone, crónica:
35,36,37
el hígado Fenitrotión, Paratión. Dipterex, Dimetoato
Cáncer Dimetoato, Triclorfón 47,48

Los plaguicidas Acefato, Dizlanón, Dimetoato, Fentión, Malatión,


Oftanol, Paratión, Metil-Paratión, Fosalone, Ter-bufos y Triclorfón, están
autorizados también en otros países.[201] Igualmente estos pueden provocar
intoxicaciones con síntomas similares a los del Síndrome Tóxico si se
suceden una serie de hechos desafortunados, y si no se mantienen los
períodos de seguridad, como ocurre en España.
Aunque el agricultor respete la dosis indicada en la etiqueta del
Nemacur, pueden producirse intoxicaciones si este producto es aplicado
poco tiempo antes de, o durante, la cosecha. Según informaciones de la
OMS, hay que aplicar el Nemacur en cantidades de entre 5 y 10 kg. por
hectárea con dos aplicaciones al año.[202] Pero la Consejería de Agricultura
de la Junta de Andalucía sugiere a los agricultores incluso en la actualidad la
utilización de 100 Kg. de Nemacur por Ha. omitiendo el número máximo de
aplicaciones anuales, lo que significa sobrepasar así entre 10 y 20 veces lo
recomendado por la OMS. Las recomendaciones para las cantidades a
aplicar son similares en el caso de otros pesticidas.[203] En Almería una Ha.
produce entre 40.000 y 70.000 kg. de tomates.[204]
Vamos a suponer que el 50% del pesticida es absorbido por la planta, una
estimación real y plausible bajo las condiciones características de Almería
donde hay muy poca tierra vegetal, para pesticidas que actúan
sistémicamente, es decir que, como el Nemacur, son absorbidos por la
planta. Entonces, con una cosecha de 70.000 Kg/Ha. cada Kg. contiene 0,71
grs. del nematicida. Se desconoce la toxicidad del Nemacur para el hombre.
No conocemos ninguna publicación sobre este particular. Por ello, vamos a
suponer que es tan tóxico para personas como para las ratas. Según estos
mismos datos, 0,56 grs. sería la Dosis Letal 50 calculada para una persona de
70 Kg. De cada dos personas que ingirieran esta dosis, una de ellas moriría.
En este caso bastaría el “placer” de comer un solo Kg. de tomates después de
haber sido tratados con Nemacur, que contuvieran 0,35 grs. de este
nematicida, para causar síntomas agudos de enfermedad en todos los
comensales y para matar un número elevado de ellos. Los tomates de un
único campo, no mayor que 1 Ha., serían suficientes para intoxicar a decenas
de miles de personas.
Pensamos que nuestras estimaciones en este ejemplo son demasiado
cautelosas, dado que los metabolitos que se forman en la planta son mucho
más tóxicos que el Nemacur en sí. Y como nos han contado los agricultores,
aumentan aún más las dosis aconsejadas por la Consejería de Agricultura,
para poder matar así a tantos insectos y gusanos como sea posible con el fin
de salvar la cosecha. Otra razón es que escarabajos, moscas, cucarachas,
gusanos y larvas se vuelven resistentes y sobreviven cada vez más a estas
duchas de veneno. Esta adaptación, la transmiten por herencia a sus
descendencias. En monocultivos tan extremos como los de Almería este
proceso se acelera aún más.
La mezcla de varios pesticidas distintos puede aumentar su toxicidad
para animales y personas varias veces; sus impurezas y sus metabolitos
también contribuyen a ello. Unos “cócteles de veneno” formados por varios
pesticidas pueden causar intoxicaciones, aunque entre su aplicación y la
cosecha hayan pasado una o incluso varias semanas.
Bajo estas condiciones, basta con una casualidad para causar una
catástrofe: una fumigación un poco antes de la cosecha, un recipiente con un
pesticida que ha estado demasiado tiempo al sol, o un lote de pesticidas con
una parte de impurezas altamente tóxicas.
La epidemia del Síndrome Tóxico puede explicarse perfectamente con
las verduras envenenadas de Almería. En general se cosechan allí pepinos,
tomates y berenjenas entre septiembre y marzo, pero también hasta mayo. A
partir de junio les toca a los pimientos que soportan más calor que los
anteriores cultivos.[205] Y según nuestras investigaciones, las rutas de
comercialización de los tomates concuerdan exactamente con las
informaciones dadas por el Doctor Muro: los tomates se vendían allí donde
enfermaron las personas. La gran mayoría de los pacientes del Síndrome
Tóxico se registraron entre principios de mayo y principios de junio. Aunque
después de estas fechas ingresaron muchos pacientes en los hospitales, la
mayoría de ellos habían enfermado en mayo o a principios de junio.
Ingresaron más tarde en los hospitales porque su estado empeoró. Los
informes médicos describen solamente muy pocos nuevos casos en julio,
agosto y septiembre,[206] e incluso estos pueden explicarse a partir de los
tomates y pimientos envenenados que se habían comido semanas o incluso
meses antes. Además, algunas impurezas de los pesticidas o plaguicidas
causan los síntomas de intoxicaciones con gran retraso.[207]
En Almería y en otras zonas en las que se realizan cultivos intensivos,
hay que aplicar constantemente las dosis más altas de plaguicidas para evitar
que las cosechas sean devoradas por insectos y gusanos. Y mientras se sigan
usando tales cantidades, esta catástrofe puede repetirse en cualquier
momento y no sólo en Almería, sino en muchos lugares del mundo.
También existen pruebas de que los vecinos que viven cerca de campos
que son tratados con pesticidas o plaguicidas pueden sufrir síntomas de
intoxicación. En la literatura científica se describen incluso casos de
personas que estaban dentro de sus casas cuando fueron fumigados los
campos de al lado. A pesar de esto, enfermaron de asma, alergias y
bronquitis crónica debido al pesticida Malatión. Con toda seguridad, puede
afirmarse también que estos casos son solamente la famosa punta del
iceberg.[208]
La revista alemana “Okotest Magazín” describió en 1987 varios casos
que confirman lo anteriormente dicho: “La doctora Ursula Welz, médico de
cabecera de la ciudad alemana de Tübingen, dice que uno de sus pacientes
que paseaba al lado de un campo sufrió repentinamente de conjuntivitis.
Desarrolló una alergia impresionante. Un joven llegó unas 3 o 4 horas más
tarde y presentó los mismos síntomas”. Las consultas de los médicos de esta
área del sur de Alemania se llenaron de pacientes con síntomas
característicos de una intoxicación por plaguicidas. Una mujer murió.
Casi todos los pacientes vivían al lado de campos que poco antes habían
sido tratados con plaguicidas. Los síntomas más característicos eran tos,
enfermedades bronquiales, dolores de cabeza o cefaleas, fiebre, alteraciones
circulatorias, cansancio, inflamaciones de los ojos y dolores de garganta. En
tejidos, vísceras, sangre y orina, los médicos no descubrieron ninguna
bacteria, ni ningún virus. Pero un laboratorio detectó en la sangre de una
doctora un metabolito de un insecticida organofosforado. El fiscal que se
ocupa del caso ordenó una investigación exhaustiva. Las últimas noticias son
que se ha encontrado rastros del producto Nemacur de la casa Bayer y de sus
metabolitos, producto no autorizado en Alemania. El fiscal piensa que puede
tratarse de una importación ilegal desde Francia. Pero mucho antes de haber
terminado sus investigaciones, el Ministerio competente había hecho
público su veredicto, diciendo que no hay indicios “para pensar que exista un
peligro directo para la salud por la aplicación de plaguicidas”.
Durante una investigación en los EEUU, se encontraron residuos de
pesticidas en el 10% de las frutas importadas. Eran pesticidas producidos en
los EEUU, pero dado que son altamente tóxicos no están autorizados en este
país. Lo mismo ocurre con muchos plaguicidas producidos en la República
Federal Alemana. [209] El mercado para la exportación de estos productos es
de una importancia mucho mayor para la industria química que el mercado
interior, más o menos el 80% de la producción de plaguicidas se va al
extranjero.
Un pesticida prohibido en un país puede, a pesar de todo, afectar al
consumidor de este país por estar presente en productos de importación. El
creciente uso de los plaguicidas organofosforados ha llegado a producir el
efecto contrario del deseado. Al igual que los compuestos organoclorados,
producen mutaciones en insectos contra los que se aplican.[210] [211]
Mumente más insectos resistentes a una creciente lista de plaguicidas.
California es el lugar del mundo donde se usan más pesticidas. Debido a
un sistema casi exclusivo de monocultivos y un uso desmesurado de
productos químicos, el 75% de las 25 plagas más extendidas en este área se
han vuelto resistentes como mínimo contra un producto. Una de las
consecuencias: hace 40 años se aplicaban en los EE.UU. 50 millones de
libras de insecticidas y se perdía el 7% de la cosecha de cereales. En 1985 se
usaban 600 millones de libras, pero a pesar de este aumento, el 13% de la
cosecha fue devorado por insectos y gusanos.[212]
Los plaguicidas organofosforados dañan también el equilibrio ecológico
del suelo.[213] Si se quiere aumentar la producción solamente hay una
solución: más y más plaguicidas y fertilizantes. Las multinacionales de la
industria química deben estar contentas con este aumento ya programado.
Este aumento sirve únicamente para acrecentar los beneficios de las
multinacionales químicas, y es un completo disparate desde el punto de vista
económico en muchos países desarrollados, Por ejemplo, en los países
miembros de la Comunidad Económica Europea, la producción agraria
alcanzó el más alto nivel mundial gracias al uso exagerado de pesticidas. Al
mismo tiempo, los agricultores deben pagar cada vez más para comprar
plaguicidas y máquinas, por lo que año tras año obtienen menos beneficios.
Los consumidores acaban pagando por partida doble: una vez por la compra
de los productos y otra por los impuestos que revertirán en subvenciones.
Además, con este aumento desproporcionado de productos químicos, se
produce mucho más de lo que se puede consumir. Por esto, el Mercado
Común subvenciona la destrucción de alimentos. Según información del
grupo de trabajo de las asociaciones de consumidores, en el año económico
1986-87, se destruyeron 2,6 millones de Tm., 400.000 Tm. más que el año
anterior. Irónicamente el principal producto en esta destrucción fueron
tomates (700.000 Tm.), seguidos por melocotones (350.000 Tm), manzanas
(340.000 Tm.), limones (230.000 Tm.), mandarinas (210.000 Tm.) y coliflor
(100.000 Tm.). El coste total de esta acción: como mínimo unos 23.000
millones de pesetas.[214]
Una reducción drástica de los gastos destinados a productos químicos
agrarios en el Mercado Común, no solamente llevaría consigo una
disminución de la peligrosidad para el medio ambiente y para la salud de
todos nosotros, sino que también podrían ahorrarse billones de pesetas en
impuestos y subvenciones. Y como se ha visto, con una producción menor
por Ha. nadie se moriría de hambre.
El grupo internacional Pestizid Aktions-Netzwerk (PAN) en la cual están
representados grupos de consumidores, grupos del medio ambiente y grupos
del Tercer Mundo, ha dado unos consejos para esta reducción. Mantiene una
campaña en pro de una prohibición inmediata de los plaguicidas
especialmente peligrosos. Entre otras cosas, PAN exige:

“Franqueza total en todas las informaciones procedentes de los


productores y autoridades (...). Riguroso control por parte de los
funcionarios públicos y de la población (...).
Responsabilidad de los productores de los plaguicidas por todos los
daños y secuelas, que deben ser indemnizados económicamente por
ellos, y
un desarrollo forzado de alternativas beneficiosas para el medio
ambiente y el hombre, y su uso consecuente”.

Existen desde hace tiempo indicios de que las alternativas a los


pesticidas peligrosos funcionan efectivamente: ya se conocen los resultados
de ensayos a gran escala con la aplicación, o el uso de enemigos naturales de
insectos, gusanos y plantas, peligrosos para los productos agrarios. En estos
ensayos se emplean los pesticidas solamente cuando los métodos biológicos
no tienen éxito. Gracias a este sistema biológico se ha podido aumentar la
producción en un 10% y reducido los productos químicos en un 40%. Estos
ensayos son conocidos como “Plaguicidas integrados” o “Protección
integrada de las plantas”.[215]
La llamada “agricultura ecológica” trabaja sin insecticidas sintéticos u
otros productos químicos agrarios. Solamente se emplean métodos
biológicos para la lucha contra, o más bien, para la inhibición, de insectos
dañinos. Evitando monocultivos y plantando sucesivamente productos
estudiados, se aumenta la resistencia de las plantas contra los insectos y
demás plagas que pudieran disminuir la cosecha. Cuando es necesario, se
usan trampas mecánicas u otros medios a base de plantas y minerales. La
producción es un promedio del 10% más baja. Los costes de trabajo, algo
más elevados, se ven compensados por no tener que comprar plaguicidas
químicos.
Pero este tipo de agricultura no se ha podido imponer todavía. El
reglamento de la Comunidad Europea para los precios agrícolas lo ha
impedido. Especifican unos criterios de calidad que determinan cuánto
dinero recibe el agricultor por sus frutas y verduras. Las subvenciones más
altas son para las frutas y verduras de tamaños grandes, formas regulares y
sin manchas. Y este tipo solamente puede conseguirse con la aplicación de
productos químicos. Además, los agricultores que venden esta calidad
standard, tienen las mejores posibilidades para sobrevivir en su profesión;
una gran ventaja para las multinacionales de la industria química que hasta
ahora han impedido activamente todos los intentos para usar menos
plaguicidas en la agricultura.
Para ellas está en juego muchísimo dinero: el mercado mundial de
pesticidas se estima en unos 50 billones de dólares. Los productores más
grandes están en Alemania Federal y Berlín Occidental. El mayor productor
entre ellos es la Casa Bayer, con el 12,4% de toda la venta mundial, seguido
por la BASF, Schering, Hoechst y Celamerk, una filial de la empresa
Boehringer-Ingelheim. Conjuntamente estas cinco empresas controlan
alrededor de un 25% del mercado mundial de pesticidas.[216]
Hay que hacer prevalecer soluciones alternativas contra sus intereses, su
ánimo de lucro y sus representantes políticos. Y esto no solamente en
Alemania donde se produce gran parte de estos productos, sino también en
España y otros países del mundo.
A pesar de los múltiples indicios y pruebas, las autoridades españolas y
las empresas multinacionales de la química dan la impresión de que no
exista ningún peligro en la aplicación de estos pesticidas, que son auténticos
venenos. A lo mejor por esto los toxicólogos encargados por el gobierno
español para aclarar el Síndrome Tóxico no han hecho investigaciones
propias sobre residuos de Nemacur y sobre otros pesticidas y sus impurezas.
En lugar de ello buscaban en unas pocas muestras de aceite rastros de
pesticidas organofosforados lo que, lógicamente, no lograron encontrar.
IX.
Los intrusos eran policías
El doctor Muro era muy consciente del significado político de su hipótesis.
Aunque fue el primero en una serie macabra de amenazas, intentos de
soborno y destituciones, durante años ocultó a la opinión pública tanto el
nombre del producto del cual sospechaba, como el del fabricante.
Escasamente dos semanas después del comienzo oficial de la epidemia, este
médico, funcionario del estado y, por tanto, con un contrato en teoría
irrescindible, fue destituido de sus funciones. Quedó en esta situación
anómala que, según la ley, no está permitido más que unas pocas semanas,
hasta poco antes de su muerte, en abril de 1985.
Por cierto que en noviembre de 1981 se le permitió explicar sus teorías e
investigaciones sobre este tema en una sesión de más de seis horas ante
funcionarios del ministerio de Sanidad de las provincias afectadas y de
representantes del ministerio. Pero el secretario de Estado Sr. Sánchez-
Harguindey había pedido como condición sine qua non que esta reunión
debía celebrarse bajo el secreto más absoluto. Así se hizo. Las explicaciones
del Doctor Muro fueron silenciadas. A pesar de este secretismo, poco
después se le ofrecieron 20 millones de pesetas con la única condición de
abandonar sus investigaciones. En los años siguientes esta oferta se elevó
hasta 200 millones de pesetas. Ni el suspicaz Doctor Muro logró obtener del
intermediario los nombres de las personas que estaban detrás de tan
generosa oferta y que querían gastarse tanto dinero para nada. De todas
formas con un “muchas gracias”, declinó la oferta. Durante los cuatro años
de sus investigaciones hubo un momento en el cual le pareció que los
poderes políticos establecidos podrían tener interés en sacar la verdad sobre
el Síndrome Tóxico y hacerla pública. Esto ocurrió a finales de 1982, cuando
el PSOE ganó las elecciones con una mayoría aplastante. Mientras estaban
en la oposición, los socialistas habían prometido ante las dos Cámaras hacer
todo lo posible para aclarar la causa de la intoxicación de sus compatriotas,
si alguna vez llegaban a gobernar. El Síndrome Tóxico fue uno de los temas
principales con el cual atacaron al gobierno de UCD.
Durante la campaña, los jóvenes socialistas, que gozaban de todas las
simpatías del Doctor Muro, no se cansaron de prometer que solucionarían
este problema. Desde octubre de 1982, los socialistas ostentan el poder en
España. Pero en lo que se refiere a la catástrofe del Síndrome Tóxico, actúan
exactamente igual que sus predecesores. Por todos los medios posibles
intentan encontrar pruebas para la hipótesis del aceite, que no se puede
probar, y obstaculizan también con todos los medios a su alcance las
investigaciones y los trabajos de hipótesis alternativas.
Cuando estaban todavía en la oposición, el Sr. Cirlaco de Vicente era el
responsable de las cuestiones relacionadas con la Salud Pública en el partido
socialista de Felipe González. Conocía muy bien la teoría de Muro. El
Doctor Muro no era el único que le proporcionaba pruebas de que no era el
aceite, sino algún pesticida, la causa de la enfermedad. Su amigo, el político
y bioquímico Doctor Fernando Montoro se las dio por escrito, a principios
de junio de 1982. Le envió una carta que, por su importancia, vale la pena
citar casi en su totalidad:

“Querido Cirlaco: He leído el informe sobre el “envenenamiento


masivo” para utilizarlo en el debate del día 8. Te manifiesto que aún
poniendo los cinco sentidos y toda mi buena voluntad me ha sido
imposible la corrección de dicho panfleto.
Además de tener una redacción enrevesada, poco castellana y mala,
los conceptos científicos están tan equivocados que impiden la
corrección si no es cambiándolo todo (...).
Hay una cosa básica. De las reuniones de la comisión científica de
los viernes en el Ministerio de Sanidad (yo he asistido a todas) puede
afirmarse que, a nivel científico, hoy se duda que el aceite sea la
causa del síndrome.
Los estudios epidemiológicos han sido un desastre. En un aceite el
alarmarse por no cumplir unas especificaciones es normal, porque ya
era sabido desde años que se mezclaban y se adulteraban (y no se
nota, por ser líquido, como la leche...los sólidos forman dos fases y
no es fácil mezclarlos). Este “follón” ha sido útil para poner en el
tapete el fraude alimentario pero nada más.
Lo que sí hay claro es que ha sido una intoxicación alimentaria. ¿Y
yo me pregunto? Cuándo hubo intoxicación en niños de pecho se
analizó la leche materna buscando oleoanilidas y no se encontraron.
Se encontraron residuos de insecticidas ¿se descartó esta idea?
¿porqué? NO SE HABÍAN ENCONTRADO EN EL ACEITE ¿y si no
fuera el aceite?
¿Y si fuera un NEMATICIDA que al añadirlo a los vegetales los
metaboliza produciendo otros compuestos más tóxicos que el propio
insecticida y que son los que verdaderamente se ingieren?
¿Y si el nematicida es de una multinacional que se ha gastado miles
de millones en retirarlo de los consumidores y comprarles las
cosechas de TOMATES en pueblos de Toledo? (...)
Muro falló en la manera de decir las cosas: cebollas, pepinos,
tomates, etc., pero su estudio epidemiológico fue el mejor, (no digo
bueno por que ha trabajado solo) (...)”

La carta termina con los más fuertes abrazos y la disposición total del
autor al Sr. Ciriaco de Vicente.
Montoro afirmó en la sala del juicio sobre el Síndrome Tóxico, el 28 de
octubre de 1987, que él era el autor de esta carta y que la había mandado al
SE. de Vicente. Al igual que su jefe del partido, Felipe González, el
socialista Ciriaco de Vicente abogó por una aclaración rigurosa del problema
del Síndrome Tóxico. El 30 de septiembre de 1981, de Vicente encabezaba
una manifestación masiva de unos 120.000 ciudadanos de Madrid, que
pedían una aclaración rápida de las causas del Síndrome Tóxico en las calles
de la capital de España. La prensa española le veía como el próximo
Ministro de Sanidad de un gobierno socialista si su partido ganaba las
elecciones. Pero una vez ganadas éstas, se hizo un silencio casi total
alrededor de este político. Hace unos años que ha desaparecido virtualmente
del mapa político.
Desde sus inicios, el Síndrome Tóxico ha sido el único tema sobre el
cual todos los partidos españoles están de acuerdo en silenciar. Y lo más
grave es que los políticos más destacados de cada partido saben
perfectamente que el aceite no tiene nada que ver con esta enfermedad. Ya a
finales del verano de 1981, el Doctor Muro había hablado con los
responsables de todos los partidos españoles y les había expuesto sus
investigaciones y los resultados.
Felipe González, actual presidente de gobierno, también ha tenido
información sobre el hecho de que el aceite fraudulento no ha intoxicado a
los españoles. Aunque su amigo de partido Ciriaco de Vicente no le hubiera
dicho nada, tenía información de otras fuentes. En diciembre de 1984 recibió
un informe del CESID (Centro de Estudios Superiores de Información de la
Defensa). Este informe le confirmó por escrito que ni las anilinas ni las
anilidas ni el aceite tenían nada que ver con la intoxicación sino que los
responsables eran “con gran seguridad productos a base de
organofosforados”, llegan incluso a enunciar, como escribe el periodista
Rafael Cid en el prólogo de este libro, una sospecha francamente
horripilante: “existían datos que apuntaban hacia un ensayo de guerra
química como detonante de la epidemia”.
Hasta la fecha, este documento altamente significativo y de gran interés,
no se ha publicado nunca. Considerado, lógicamente, como un documento
altamente importante se guarda, como afirma el refrán, “bajo siete llaves”,
dado que “por razones de la seguridad del Estado nunca podrá saberse lo que
realmente pasó”.[217]
Existen algunas explicaciones lógicas que justifican este cambio mental
del nuevo jefe del gobierno español. En los años 60, España había
experimentado un alza económica muy marcada. Varios cientos de miles de
españoles trabajaban como emigrantes en otros países, especialmente en la
República Federal Alemana, y mandaban regularmente divisas a sus casas.
Habían contribuido a la primera gran ola de turismo. Unos años después, el
desarrollo del país se estancó. Hacía falta un cambio. Se llegó al final de la
dictadura de Franco y la nueva palabra de moda era “apertura”. Se intentó
animar a las grandes empresas extranjeras a invertir masivamente en
España.. El gobierno socialista siguió las directrices de su predecesor la
UCD. Y con éxito: las empresas de ordenadores Nixdorf, IBM y Olivetti
abrieron nuevas sucursales, al igual que casi todos los grandes bancos
alemanes. Las empresas químicas Bayer, Hoechst, y también AEG y
Siemens, algunas de las cuales estaban representadas en España desde hacía
décadas, ampliaron sus capacidades. En 1987, las empresas extranjeras
invirtieron más de 100.000 millones de pesetas.
Las ventas y las ganancias se incrementaron notablemente, pero al
mismo tiempo creció el paro. Según las estadísticas oficiales, hoy en día, de
cada 5 españoles 1 no tiene trabajo. Padres de familia se ven forzados a
trabajar en lo que sea, ingresando por consiguiente sueldos de miseria. En
Barcelona y en otras muchas ciudades se ven mujeres con niños pequeños en
brazos, pidiendo en las calles.[218]
Las empresas multinacionales y los grandes bancos internacionales
invirtieron con tanto interés en España porque en este país no corrían el
riesgo de ver mermadas sus ganancias por prestaciones sociales muy altas,
ni por unas leyes estrictas sobre la conservación del medio ambiente.
Si se hubiera acusado públicamente a las empresas químicas de haber
causado esta epidemia, tendrían que haber afrontado demandas por valor de
muchos miles de millones de pesetas. Por todo esto, parece altamente
probable que los responsables estatales españoles recurrieran incluso a
manipulaciones extrañas para evitar que la sospecha de haber causado el
Síndrome Tóxico pudiera caer sobre los plaguicidas o sobre ciertos
plaguicidas, y la posibilidad apuntada por el CESID de un ensayo de guerra
química, no era “vendible” políticamente.
La mayor parte de la prensa en España se comportó en relación con el
Síndrome Tóxico como “la voz de su amo”. Fielmente, presentaron a sus
lectores las noticias sobre el aceite tóxico como causante de la enfermedad
tal y como interesaba al gobierno. Es evidente que no es fácil quitarse el
peso de haber sido amordazado durante los cuarenta años de la dictadura
franquista. Este estado de cosas cambió radicalmente, aunque sólo por muy
poco tiempo, con el despido fulminante y extraño un viernes al mediodía, de
los dos disidentes oficiales de la hipótesis del aceite, los doctores María
Jesús Clavera y Javier Martínez Ruiz, de la Comisión Epidemiológica.
Dos días después, “Diario 16” escribe un artículo sobre este matrimonio
que no está en la línea oficial, titulándolo: “Es imposible que el aceite pueda
ser la causa del Síndrome Tóxico”. Los dos epidemiólogos explican su
repentino cese de la siguiente forma: “El tipo de investigación que
realizamos era disidente de la tesis oficial. No es que pusiéramos en duda la
versión del aceite tóxico y la tesis de la OMS, es que afirmamos que es
imposible que la causa del síndrome haya sido cualquier tipo de aceite,
incluido el de colza.
Además, nosotros propugnamos que se abra en paralelo una nueva
investigación sobre la hipótesis más verosímil que es la del doctor Muro (...)
Nosotros hemos examinado preliminarmente las investigaciones
epidemiológicas experimentales y terapéuticas realizadas por este doctor, y
nos parecen extraordinariamente verosímiles y dignas de ser comprobadas a
fondo”.
Critican abiertamente y con vehemencia las afirmaciones de la OMS:
“En cuanto a las tres afirmaciones sobre las que se basó la OMS para
inculpar al aceite, podemos decir que no son ciertas: Cuando dijeron que la
curva general de incidencia de la enfermedad desciende a raíz del anuncio
por televisión, de que no se consuma aceite, no es así. La enfermedad
desciende antes, como fenómeno independiente a este anuncio.
Los circuitos de distribución del aceite sospechoso no coinciden con la
extensión geográfica de la epidemia, como dijo la OMS. Después de ocho
meses de investigación, podemos afirmar que es rotundamente falso. Y la
última afirmación acerca de que el estudio sobre 9 casos control, prueban la
asociación familiar individual y la dosis-efecto, consecuencia del aceite, con
la aparición de enfermos, es también falsa. Después de examinar 6 casos
control, que hemos podido conseguir, constatamos únicamente una
asociación familiar no causal, y, eso hay que subrayarlo, espúrea
(engañosa)”.
También apuntan al hecho de que tóxicológicamente no se ha logrado
encontrar en el aceite el supuesto veneno causante de la enfermedad, ni
tampoco se logra en los experimentos con animales reproducir la
enfermedad. Contrariamente a esto, los dos médicos afirman que los
estudios del doctor Muro pueden aportar estas pruebas que hasta ahora se
han buscado en vano: “La investigación del doctor Muro cumple con los
anteriores puntos, con la relación espacio-temporal e individual entre el
hábito de consumir ensaladas y tomates y la aparición de la enfermedad. Los
experimentos animales preliminares realizados en Majadahonda y en el
Instituto Toxicológico dan resultados muy correspondientes con la
enfermedad”.
Seguidamente, los dos epidemiólogos se quejan de que con este tema se
“apaga cualquier tipo de pluralismo científico”. Critican duramente a la
OMS diciendo “se está intentando confundir a la opinión pública hablando
de una asociación con el aceite y la enfermedad que nadie pone en duda, y
que el oyente interpreta como causal. Todas las declaraciones de los comités
encargados de la investigación en la OMS inducen a error sobre esta base
porque hacen creer a la opinión pública y a los políticos que existe
causalidad. Se utiliza el prestigio de esta institución para dar credibilidad a
la hipótesis oficial y excluir las pertinentes hipótesis alternativas”.
Al igual que Muro y Frontela, estos dos médicos se refieren a una
hipótesis alternativa varias veces mencionada: “implica la intervención de
una multinacional, de fuertes indemnizaciones. Implica el reordenamiento
del control sanitario del sector agro-químico y de su sistema de
experimentación, así como el apropiamiento innecesario como verdad
oficial de una hipótesis científica provisional que ha involucrado el prestigio
y la autoridad de instituciones administrativas, judiciales y científicas que
inicialmente se pronunciaron, cuyo descrédito a estas alturas es
transformado en un drama nacional".[219]
Estas duras críticas al gobierno español y a las instituciones
internacionales por su manera de llevar las investigaciones sobre el
Síndrome Tóxico eran el comienzo de un debate público sobre el verdadero
trasfondo de la epidemia. A finales de 1984, la edición navideña de la revista
“Cambio 16” irrumpe como una bomba en la discusión sobre el Síndrome
Tóxico, nuevamente de suma actualidad. En la portada el titular “Un
producto Bayer envenenó a España” horrorizó a más de un lector. En letras
algo más pequeñas se podía leer también “Según nuevas investigaciones”. A
lo largo de 7 páginas se escribe detalladamente sobre las teorías de los
doctores Muro y Frontela, así como sobre el pesticida Nemacur y sus
metabolitos. Tampoco falta información sobre el éxito en la curación de
pacientes del Síndrome Tóxico del Doctor Sánchez-Monge: había
diagnosticado una intoxicación por inhibidores de la colinesterasa y medicó
a sus pacientes de acuerdo a este diagnóstico, curándoles.
En los despachos de los ejecutivos de la multinacional Bayer se podía
casi palpar el nerviosismo. Tanto en la central alemana, en Leverkusen,
como en la filial española Bayer Hispania, en Barcelona, una reunión de
emergencia siguió a otra. Altos cargos se vieron obligados a interrumpir sus
vacaciones de Navidad y volver a toda prisa para esta emergencia. Acto
seguido, la empresa declaró que su producto no tenia nada que ver con el
Síndrome Tóxico.
Sin inmutarse, “Cambio 16” siguió publicando más reportajes sobre el
mismo tema. Por de pronto, los periodistas dejan hablar a un toxicólogo y
experto en pesticidas, internacionalmente reconocido. El doctor Gaston
Vettorazzi, del departamento de pesticidas de la OMS con sede en Ginebra,
es el secretario del grupo de expertos para pesticidas y sus residuos en el
mismo organismo. En una entrevista grabada en cinta con su
consentimiento, declara:
“Yo, personalmente considero imposible que las anilidas puedan
provocar una epidemia semejante (...) a mí nadie me quita la idea, de
acuerdo con los datos de que dispongo, que la epidemia estuvo provocada
por un agente neurotóxico (...) ¡Cómo es posible que después de 3 años y
medio, cuando ha llegado el hombre a la luna (...) aún no se sepa qué
provocó el síndrome español!” En la misma entrevista el Doctor Vettorazzi
critica también las publicaciones de la OMS sobre el Síndrome Tóxico:
“Con respecto a las publicaciones que han aparecido con el supuesto
patrocinio de la Oficina Regional para Europa de la OMS no hay que
tomarlas demasiado en serio. Son opiniones personales de sus autores”.
Es la primera vez que un alto cargo de este organismo expresa
públicamente una crítica tan dura sobre los trabajos de la OMS en relación
con el Síndrome Tóxico. Son especialmente sorprendentes cuando se tiene
en cuenta que las declaraciones de la OMS sobre, el Síndrome Tóxico han
sido y siguen siendo presentadas a la opinión pública como la verdad más
absoluta por parte del gobierno español y de la empresa Bayer.
En la misma entrevista, el Doctor Vettorazzi confirma al periodista de
“Cambio 16”, Rafael Cid, que la OMS ha proyectado una reunión de
expertos para septiembre de 1985, para investigar el pesticida Nemacur bajo
todos los aspectos posibles: “La decisión se tomó cuando supimos que la
hipótesis alternativa asociaba la epidemia al pesticida. Existen datos
objetivos que justifican que este producto sea sometido a reevaluación. Este
compuesto fue examinado por el Comité Conjunto FAO-OMS (FAO =
Organización para alimentos y Agricultura de la ONU, con sede en Roma) de
Residuos de Pesticidas en 1974 y se establecieron las coordenadas funda
mentales para su aplicación”. Además, el Doctor Vettorazzi menciona una
característica muy importante del Nemacur que llamó la atención de los
científicos ya en 1974: “Hubo un aspecto que nos llamó poderosamente la
atención. En la documentación científica aportada se demostró que cuanto
más evolucionado era el animal sobre el que actuaba, mayor era su
capacidad letal”.[220] Explicado de otra forma, esto quiere decir que el
Nemacur es más tóxico para el hombre que para una rata.
Sin embargo, a los pocos días de publicar esta entrevista, la redacción de
“Cambio 16” recibe un telex sumamente extraño, firmado con el nombre y
los dos apellidos de este científico de la OMS: “Yo no he estado nunca
involucrado en la cooperación de la OMS con el Gobierno Español en
relación con el síndrome del aceite tóxico, porque, constitucionalmente, la
oficina regional para Europa es responsable de la cooperación de la OMS
con todos los países europeos y tiene acceso a todo el peritaje necesario. Por
tanto yo no tenía la información necesaria para comentar fructíferamente
sobre este asunto. Mi trabajo en la OMS es el de secretario de JMPR (Joint
Meeting on Pesticide Residues = Conferencia Conjunta sobre Residuos de
Pesticidas, reunión que se celebra conjuntamente entre la OMS y la FAO)
que se ocupa de evaluar los riesgos sanitarios asociados con el uso de
pesticidas agrícolas. Los comentarios durante la entrevista de su
corresponsal en mi oficina, fueron a raíz de la toxicidad del Nemacur. Debo
hacer hincapié en que no existen datos definitivos que indiquen que
cualquier pesticida pueda causar en el hombre síntomas similares a los
observados en las víctimas del envenenamiento en España.
Sin embargo, como le expliqué, le hemos pedido a una institución
española que nos facilite datos científicos para corroborar su tesis de que el
Nemacur pudo estar involucrado, lo cual se podrá utilizar en cualquier
evaluación futura de este pesticida. La interpretación de mis comentarios, en
CAMBIO, ha provocado que el trabajo de un distinguido y dedicado grupo
de consejeros científicos individuales haya sido menospreciado, y lo
lamento mucho. El lenguaje emocional utilizado no debería tener nada que
ver con el tratamiento científico de la cuestión, necesario para resolver este
trágico episodio.
Por todo ello solicito que los puntos de vista expresados en el número
689 de “Cambio 16” sean refutados publicando esta declaración. He
mandado esta declaración a la oficina regional para Europa de la OMS,
quienes pueden querer distribuirla a las partes involucradas”.[221]
"Cambio 16" publica esta “rectificación” en su número 691, es decir, dos
semanas después de la publicación de la entrevista con el Doctor Vettorazzi,
aparecida en el número 689 con fecha del 11 de febrero de 1985.
Curiosamente, la empresa Bayer fue la primera en conocer el texto, como
escriben en su edición de febrero de Bayer-Intern: “con fecha 13 de febrero
el Doctor Vettorazzi nos llamó por teléfono a las 15 horas (...)”.[222]
Reconstruyendo los hechos, resulta que después de la publicación de la
entrevista con el Doctor Vettorazzi en “Cambio 16”, existía un contacto muy
estrecho entre el gobierno español, la oficina regional de la OMS con sede
en Copenhague, la central de la OMS con sede en Ginebra y la empresa
Bayer. El número de “Cambio 16” con la molesta entrevista apenas había
llegado al kiosco cuando la Sra. Cañoen Sala-nueva, máxima responsable del
Plan Nacional para el Síndrome Tóxico, tomó uno de los primeros aviones
para Copenhague.
Su visita motivó a los señores Tarkowsky y Waddington a coger por su
parte el próximo avión con dirección a Ginebra. En la oficina regional para
Europa de la OMS, el doctor Tarkowsky es el responsable de toxicología. El
doctor Waddington ocupa el puesto de director para la salud en Europa y al
mismo tiempo es autor del prólogo del libro de la OMS sobre el Síndrome
Tóxico que resume los resultados de la reunión de expertos de marzo de
1983 y cuyo contenido había criticado el doctor Vettorazzi.
Tarkowsky y Waddington volaban a Ginebra acompañados por dos
abogados. Se podría pensar que estos cuatro caballeros se desplazaron a
Ginebra para hacerle una visita de cortesía al doctor Vettorazzi, pero el
resultado fue este telex tan sorprendente a “Cambio 16”, firmado, de un
modo inhabitual, con el nombre completo del funcionario de la OMS:
Gaston Vettorazzi Unisanta.[223]
Igual de instructivo y original que este extraño telex es la carta que
escribe en un francés sumamente elegante el Director General de la OMS, el
sueco Halfdan Mahler sobre este episodio al ministerio de Sanidad de
Madrid:

“Tengo el honor de referirme a un artículo aparecido en el


número 689 de “Cambio 16”. Fue presentada como una entrevista
concedida en la sede de la Organización por el doctor Vettorazzi, uno
de mis colaboradores. En realidad, las medidas tomadas por la OMS
en colaboración con su gobierno referentes al síndrome del aceite
tóxico fueron confiadas, como usted bien sabe, a la Oficina Regional
para Europa que ha colaborado con su gobierno estrechamente desde
el comienzo de la tragedia asociada con este síndrome.
Consecuentemente, el Doctor Vettorazzi no ha tomado nunca parte en
las investigaciones sobre la epidemiología y origen de esta
intoxicación, tal y como ya lo ha informado a “Cambio”.
Estoy seguro que la contribución a estas investigaciones por parte de
mi organismo representado por su oficina regional, sus consejeros y
el grupo de trabajo, reunidos en marzo de 1983, ha cumplido en todo
momento con las normas de excelencia científica y de imparcialidad,
características de la OMS. Es cierto que todos nosotros tenemos el
deber de no dejar de lado ningún elemento existente y nuevo que
pudiera aportar alguna luz sobre la causa de esta intoxicación,
aunque, como usted sabe, los datos sometidos primero a la
investigación del grupo de trabajo y después al comité de orientación
científica sugieren fuertemente la existencia de una relación con la
ingestión de aceite de colza desnaturalizado.
El artículo de “Cambio 16” corre el riesgo de sembrar la duda,
especialmente entre las desafortunadas víctimas de esta catástrofe.
Yo, personalmente no puedo hacer otra cosa que lamentar esta
situación y espero sinceramente que este hecho no afectará la calidad
de las estrechas relaciones que han formado su gobierno y la oficina
regional sobre este grave problema (...)”.[224]

El Director General de la OMS parece olvidar en esta carta que el Dr.


Vettorazzi es su máximo responsable en pesticidas de la OMS, y su opinión
debería tenerse en cuenta.
Nadie durará que los fundadores de la OMS perseguían los muy loables
ideales de “excelencia científica e imparcialidad” cuando la crearon en 1948.
Pero también es evidente que estos ideales estaban ausentes durante la
reunión del Grupo de Trabajo en Madrid y durante todo el largo tiempo que
llevan durando los esfuerzos de la OMS para encontrar una solución al
Síndrome Tóxico. A petición del gobierno español, la OMS sugirió los
expertos que, a su entender, tenían las mejores calificaciones para el
problema del Síndrome Tóxico.
Precisamente entre estos científicos sugeridos no hubo nunca ningún
especialista en anilinas y anilidas; los expertos recomendados por la OMS
para el problema español eran, por el contrario, en su mayor parte
toxicólogos especializados en pesticidas. El más alto funcionario de la OMS
parece no recordarlo.
El toxicólogo Roy Goulding, coordinador de la reunión de expertos en
marzo de 1983 en Madrid, forma parte de la Unidad Toxicológica del Guy's
Hospital de Londres. Su campo de investigación son los pesticidas y
herbicidas como el DDT, Dieldrín, Heptacloro, HCB, Lindan y Paraquat.
Desde el verano de 1981 coordinaba las investigaciones del Síndrome
Tóxico a petición de la OMS. En agosto del mismo año viajó por primera
vez a Madrid para informarse personalmente sobre la catástrofe española.
Antes de volver a Inglaterra le explicó al internista español Doctor
Manuel Serrano Ríos, de la Comisión de Seguimiento e Investigación para el
Síndrome Tóxico, los resultados de sus investigaciones en España: “Que la
patología parecía corresponder a una multiplicidad de agentes tóxicos ya que
ninguno de los conocidos explicaría todos los aspectos que presenta la
enfermedad (...)” Indicó además: “No se debían seguir buscando anilinas y
que se buscasen HERBICIDAS E INSECTICIDAS, (mayúsculas de los
autores) así como tóxicos de utilización industrial que dan intoxicaciones
con manifestaciones coincidentes con algunas de las observadas (...)”.[225]
Con estas palabras refiere el doctor Serrano Ríos su conversación con el
doctor Goulding a sus colegas de la comisión el día 26 de agosto de 1981,
cinco días después de terminar la visita del médico inglés a España.
Pero nadie sigue este sensato consejo del toxicólogo británico. Y el
mismísimo doctor Goulding parece tener una memoria tristemente corta.
Pocos días después de su visita a Madrid escribe un informe para la OMS.
En 10 páginas describe la enfermedad, su posible causa y el tratamiento.
Pero es curioso constatar que al publicarse este informe no aparece ni una
sola palabra de las manifestadas al doctor Serrano Ríos.
Y en marzo de 1983 vuelve a ser el Doctor Goulding quien calma los
ánimos y logra que se apruebe en esta reunión la hipótesis del aceite tóxico,
en contra de la oposición inicial de dos de sus conciudadanos. Los
científicos allí reunidos acuerdan además dejar fuera del comunicado final
las explicaciones del doctor Muro. El grupo de trabajo epidemiológico,
jueces de su propio informe, se dan a sí mismos una buena nota y escriben
en sus conclusiones: “Además no se ha presentado ninguna otra alternativa
convincente”.[226]
La memoria colectiva de estos señores parece aun más corta que la del
doctor Goulding. El Doctor Muro había intentado explicarles su hipótesis,
aunque deprisa y corriendo. Para esta tárea le habían concedido el amplio
tiempo de 20 minutos escasos. Muro se presentó con dos maletas llenas de
documentos pero no llegó ni a abrirlas.
El Doctor Muro describe este incidente con las siguientes palabras:
“Personado en esta reunión el día 21 de marzo en compañía del Doctor
Francisco Martín Samos, ex-jefe de epidemiología de la OMS, hoy día
retirado, que se encontraba por otros motivos en España, y que conoce
nuestras investigaciones, no se nos permitió el acceso por tener órdenes
concretas de impedir el paso precisamente a mi persona (...) El día 22 de
marzo recibo una citación a última hora de la mañana, para las 16 horas del
mismo día en el Ministerio de Sanidad y Consumo con miembros del grupo
de trabajo de la OMS para exponer mis trabajos sobre el Síndrome Tóxico.
Después de mis breves aclaraciones no se me permite la entrada a ningún
grupo de trabajo específico. Una vez terminada mi intervención, fui
despedido y mandado a casa. Nadie me informó de los comentarios sobre los
resultados en el grupo de epidemiólogos allí reunidos. Soy de la opinión de
que es práctica habitual preguntar más detalles y comentar el trabajo con el
científico que, por petición de un grupo, haya explicado sus investigaciones
(…)”.[227]
Obviamente el doctor Muro se equivocó. Los señores científicos allí
reunidos no mostraron ningún interés en escuchar ninguna hipótesis que
hubiera puesto en duda sus “resultados”.
Ayudada por maniobras de esta índole, la hipótesis del aceite ha podido
mantenerse durante todos estos años, tal y como confirma también la carta
tan servicial del Director General de la OMS. Lógicamente la casa Bayer
estaba bien conforme con esta actitud por parte de la OMS.
Después de una amplia cobertura de la hipótesis de los pesticidas en la
prensa, especialmente en los medios de comunicación alemanes, el Partido
de los Verdes planteó unas preguntas tanto en el Parlamento Alemán como
en el Parlamento Europeo. La empresa Bayer se sintió molesta y reaccionó
airadamente. Su departamento de relaciones públicas arremetió contra
médicos, periodistas y parlamentarios: “Difamación sin pruebas”,
“Sospechas sin conocimiento de causa: ¿es éste el nuevo estilo del debate
público?” “¿Acaso basta cualquier cosa para alcanzar fines políticos?”.[228]
Y otra vez se cita a la OMS como coartada. Bayer alaba los trabajos de la
OMS y de las comisiones de investigación del gobierno español, pero la
empresa finge saber más que los propios científicos ocupados en las
investigaciones: “Instituciones científicas de primer orden de muchos países
de todo el mundo, (de Dinamarca, Alemania Federal, Italia, Holanda, Suiza,
España y Estados Unidos), han reforzado la conexión entre la epidemia y el
aceite adulterado en un sinfín de investigaciones”.[229]
Para intentar terminar de una vez por todas con las “acusaciones
infundadas” contra el Nemacur, la casa Bayer empieza un pleito contra la
revista “Cambio 16”. Este caso termina meses más tarde en un acuerdo
extra-judicial. A finales de 1985, otra vez en fechas navideñas, la revista
española pública un largo artículo, sin firmar, en el cual se retracta de todas
las acusaciones anteriores contra el producto Nemacur, alabando al mismo
tiempo la hipótesis del aceite y a la OMS, mientras se expresa negativa
opinión de la investigación de los doctores Muro y Frontela.
Poco después, los madrileños podrán contemplar con sus propios ojos el
nuevo idilio entre la revista y la multinacional química: de manera íntima
Bayer y Cambio 16 se presentan juntos con los mismos anuncios a todo
color sobre unas grandes vallas, celebrando la venturosa entrada de España
en el Mercado Común. Al mismo tiempo los mentideros de la capital de
España se deleitan con un nuevo rumor. En el acuerdo extra-judicial, la
empresa Bayer, instigadora del pleito habría pagado una fuerte suma de
dinero a “Cambio 16”.
La multinacional química hace grandes esfuerzos para borrar las pistas
que apuntan a Leverkusen. La central de Leverkusen corteja a los
periodistas; algunos reciben llamadas con ofertas de la Bayer para ayudarles
en sus investigaciones. Los más obstinados, que no saben apreciar esta
amabilidad tan avasalladora, reciben unas cartas del departamento jurídico
de Leverkusen augurándoles todos los pleitos habidos y por haber, para
hacer callar de esta forma a los escritores molestos.
Nos había llegado la información de que la empresa Bayer habría pagado
al Plan Nacional del Síndrome Tóxico o 12 o 15 mil millones de pesetas. A
la pregunta para intentar aclarar este asunto, recibimos la siguiente
contestación: “No sabemos en qué fuente de información se basa su
afirmación”. ¿Es una pregunta lo mismo que una información? “Según
nuestro entender aquí se trata de un nuevo intento de una desinformación
puntual a la opinión pública en relación con el comienzo del juicio contra los
aceiteros”.
Y continúa la Bayer diciéndonos: “Queremos ya ahora llamar su atención
para informarle de que vamos a hacer frente con todos los medios a nuestro
alcance bajo la ley de prensa a cualquier afirmación de hechos falsos.
Además vamos a pedir indemnizaciones bajo la ley civil e interponer
querella criminal por difamación, calumnia y sospechas falsas”.[230]
Otra táctica de esta empresa química es negarse a dar información a la
prensa. Basta con un ejemplo: en dos ocasiones los autores hemos mandado
unas preguntas por escrito al departamento de relaciones públicas de la
empresa Bayer, concretamente el 3 de agosto de 1987 y el 14 de septiembre
del mismo año. Queríamos saber si, por ejemplo, el Nemacur había sido
usado por primera vez para tomates y pimientos en 1981 en España, y si la
casa Bayer tiene campos propios de experimentación para sus plaguicidas en
la península española. Hasta hoy todavía no han contestado.
Poco antes de empezar el juicio contra los aceiteros, un grupo de
pacientes del Síndrome Tóxico quería demostrar a la opinión pública que el
aceite adulterado no podría haber tenido nada que ver con su enfermedad. En
presencia de un notario empezaron una huelga de hambre. Durante doce días
ingirieron a diario solamente agua con azúcar más cinco centímetros cúbicos
del aceite supuestamente tóxico. Todos ellos, al fin y al cabo, tenían todavía
restos del aceite en sus casas. Aunque habían informado a toda la prensa
española por escrito de su propósito, su huelga de hambre fue ignorada casi
por completo.
Sólo un periódico de Madrid, “Ya”, escribió una noticia corta sobre el
evento. Acto seguido, el director recibió una carta de la Bayer con
afirmaciones disparatadas, bastante más larga que el pequeño artículo. El
jefe de prensa de la filial española de Bayer AG escribió: “El Fenamifos (la
materia activa del Nemacur) no es neurotóxico”.[231]
Ante esta curiosa afirmación cabe preguntarse cómo es posible
denominar a un producto que inhibe a la colinesterasa, es decir las enzimas
que transmiten impulsos nerviosos, como “no-neurotóxico”, dado que
“neuron” es simplemente la palabra griega para “nervios”.
Pero la casa Bayer no vaciló en repetir esta curiosa afirmación. Poco
antes de empezar el llamado “juicio del siglo” contra los aceiteros, su
departamento de prensa hizo llegar de manera selectiva un informe de 105
páginas a algunos periodistas en España, todos ellos ya de por sí
absolutamente convencidos de la teoría del aceite. En este mismo informe la
casa Bayer repite una y otra vez que el Nemacur no es neurotóxico. En una
misma página se puede leer la bonita contradicción de que el Nemacur no es
neurotóxico, que solamente inhibe la colinesterasa. En este mismo informe
se intenta también quitar toda sospecha de su otro producto mencionado
repetidamente en la prensa como posible causante y co-responsable de la
epidemia, el Oftanol.
Después de un estudio de este informe, un químico español lo llamó una
“bonita colección de mentiras”. Añadiendo que lo único que se merecía era
ser tirado a la basura.
En la medida en que el comienzo del llamado “juicio del siglo” contra
los aceiteros se estaba acercando, se incrementaban sucesos poco ortodoxos
relacionados con el Síndrome Tóxico. Por ejemplo, una extraña serie de
robos que empezó a finales de 1984 en el piso de los epidemiólogos
disidentes Clavera-Martínez Ruiz. Fueron llamados de Barcelona para
formar parte de la Comisión Epidemiológica y alquilaron provisionalmente
un piso en Madrid. Los muebles de este apartamento eran los básicos y más
necesarios, dado que su estancia debía ser provisional. En los armarios se
encontraban algunos objetos de valor. Pero esto no tuvo ningún interés para
los ladrones. Revolvieron todos los papeles que los dos médicos habían
reunido para su trabajo, llevándose únicamente la gran agenda con los
nombres y direcciones de todas las personas con las que habían hablado para
su informe sobre las rutas de comercialización del aceite. Hasta hoy sigue
sin aparecer. En los años siguientes se registraran una larga serie de otros
extraños robos.
En mayo de 1985, el abogado José Mª Serret, defensor del propietario de
la refinería RAELCA de donde habría salido la mayor parte del aceite
supuestamente tóxico, buscó sin éxito los papeles sobre este caso:
simplemente habían desaparecido. Todos los otros papeles, notas y
expedientes se habían quedado en la oficina. Los ladrones no estaban
interesados en el bolígrafo de oro, ni tampoco en el juego de mesa de plata
que estaba encima del escritorio, pero algún extraño lo debía haber tocado:
la policía encontró huellas dactilares de un dedo, medio borradas, que no
correspondieron a ninguna persona de la oficina. Este indicio no ayudó a
encontrar el o los ladrones, ni tampoco los papeles.
Las víctimas del Síndrome Tóxico han formado asociaciones de
afectados en sus respectivos pueblos para poder luchar, de esta manera, por
sus derechos de forma más eficaz. Casi todos creen en la versión oficial y
están convencidos de que algún aceite adulterado les ha envenenado. Casi
todos, pero no la asociación de Fuenlabrada, una pequeña ciudad satélite en
las cercanías de Madrid. Para muchos, sus miembros son un estorbo, dado
que desde el principio de la epidemia mantienen que ningún aceite
adulterado puede haber afectado a nadie. Da la casualidad de que a esta
asociación pertenecen muchas víctimas del Síndrome Tóxico que jamás han
consumido aceite adulterado vendido ambulantemente. Entre ellos se
encuentra la familia de Dani, el niño diabético. Otra familia que sí compró
este aceite de venta ambulante, además en grandes cantidades, de las que
todavía hoy posee dos bidones de 50 litros en su garaje, sigue consumiendo
este mismo aceite sin que las dos afectadas hayan empeorado, ni los dos
sanos de esta familia hayan enfermado.
Desde hace mucho tiempo la gente de Fuenlabrada que han bautizado a
su asociación como “Fuentox”, son considerados como disidentes de la
hipótesis oficial del aceite, y el Estado hace todo lo posible para ignorarlos o
molestarlos. Mientras que otras asociaciones del Síndrome Tóxico reciben
anualmente una ayuda por cada miembro de 1.000 pts. para gastos de
despacho y sellos, ellos no reciben nada. Además baten todos los records en
robos y sucesos extraños relacionados con el Síndrome Tóxico. Hasta hoy,
su minúscula oficina en Fuenlabrada ha sido blanco de los ladrones en cinco
ocasiones.
Durante el tercer intento atraparon a los intrusos. Cuando el
Vicepresidente de Fuentox intentó abrir su oficina notó que alguien quería
escaparse a toda prisa por la ventana. Los colaboradores de Fuentox los
cogieron y casi no podían dar crédito a sus propios ojos. Descubrieron
atónitos que dos de los intrusos eran policías municipales y el tercero el
responsable de sanidad del Ayuntamiento socialista de Fuenlabrada. Este
caballero se limitó a espetar un mensaje para el presidente de la Asociación,
Manuel Henares: “Esta vez ha ganado Henares, pero la próxima ya
veremos”. Los dos policías se disculparon con él ya consabido argumento de
que solamente recibían órdenes y que el Sr. Alcalde conjuntamente con el
funcionario de Sanidad, Luís Miguel Álvarez, había ordenado esta “visita”.
Y como explicación el Sr. Álvarez añadió: “Mientras que vosotros, los de
Fuentox, no cambiéis vuestra idea sobre la causa del Síndrome Tóxico, no
cesaré en mis esfuerzos para acabar con vosotros”. Varios de los miembros
de Fuentox presentes expresaron su indignación por tales palabras de un
representante del Estado, por lo que el Sr. Álvarez les ordenó callarse. ¡Si no
lo hacían, los iba a llevar al cuartelillo! Hace años que este episodio espera
su aclaración ante el juzgado.
Esta serie de robos en las oficinas de Fuentox culminó el 25 de mayo de
1987 con un robo en el despacho provisional, adjudicado a la Asociación de
Fuenlabrada en la llamada “Casa de los Afectados” en el parque de la casa
de Campo en Madrid, donde se celebra el juicio contra los aceiteros. Los
ladrones se llevaron el televisor, un montón de documentos y,
sorprendentemente, los ceniceros, unos modelos corrientes y baratos, hechos
de vidrio grueso. Al día siguiente reaparecieron el televisor y los ceniceros,
hasta hoy los documentos siguen sin encontrarse. Basta con ver cualquier
película de espías para saber que un televisor es el lugar ideal para ocultar
un micrófono.
Durante días se pudieron apreciar las huellas dactilares en las paredes
prefabricadas del despacho en el que habían entrado los ladrones. La sala del
juicio y los alrededores están fuertemente custodiados por una compañía de
la policía nacional, pero nadie hizo el más mínimo esfuerzo por analizar
estas huellas y poder encontrar a los autores del robo.
La joven doctora Concepción Pagola tuvo una experiencia igual de
curiosa. Cuando en Enero de 1987 unos ladrones habían entrado en su
consulta no se extrañó demasiado. Hacía tiempo que todos sus colegas le
estaban tomando el pelo por la situación de su “dispensario”, alertándola
sobre posibles sorpresas de este tipo. Su consulta se encuentra en el barrio
“peligroso” de Madrid, Carabanchel. A un lado tiene la prisión más grande
de España, y al otro el cementerio. Después de una revisión detenida se dio
cuenta de que no había desaparecido ninguna jeringuilla, como había
pensado al principio, debido al aumento de la drogadicción. Parecía que los
ladrones sabían exactamente lo que querían. Lo único que faltaba en su
consulta eran ¡los cinco expedientes más importantes de sus pacientes del
Síndrome Tóxico!
La doctora Pagola está convencida de que este tema le trae mala suerte
ya que no es su primera mala experiencia con el Síndrome Tóxico. En junio
de 1984, ocupó el puesto de jefe del Gabinete Técnico del Plan Nacional
para el Síndrome Tóxico. A los cuatro meses la echaban de este trabajo.
En el PNST se había empezado a revisar cada uno de las más de veinte
mil carpetas de enfermos del Síndrome Tóxico. Si en alguna parte el
paciente había declarado que jamás había consumido aceite fraudulento,
comprado en puesto ambulante o mercadillo, aunque tuviera todos los
certificados médicos relevantes que le confirmaban como afectado del
Síndrome Tóxico con todos sus síntomas característicos, se le reclasificaba
y, acto seguido, se le excluía del censo oficial del Síndrome Tóxico. Como
jefe del Gabinete Técnico, la Doctora Pagola debía firmar la baja del censo
de todos estos afectados. Se negó a ello. Esta actitud causó su despido
fulminante.
Hasta el mes de octubre de 1987, el médico forense profesor Frontela, de
Sevilla, no sufrió ningún robo en sus instalaciones. Este “fallo” se arregló
con la consecución de varios sucesos extraños en una sola semana. El
Tribunal había pedido al profesor Frontela aclarar mediante la
experimentación con monos, si la enfermedad había sido causada por aceite
o por pesticidas. Mediante este encargo se convertía en el primer
investigador, desde 1981, que tiene el permiso para examinar de forma
completamente oficial la llamada “hipótesis alternativa”. Este hecho no
parecía ser del agrado de todos. A principios de octubre de 1987, cuatro
jóvenes armados con navajas intentaron en tres ocasiones, en una misma
semana, llegar a las jaulas de los 50 monos en experimentación. Cuando el
guarda jurado efectuó unos tiros al aire abandonaron su propósito. Todavía
no ha podido aclararse si querían matar o secuestrar a los monos.
Antes de este extraño episodio, el doctor Frontela ya había sufrido varias
presiones para evitar de esta forma que pudiera reforzar su sospecha contra
los pesticidas. Le fue imposible terminar sus experimentos de laboratorio
con las ratas, con resultados científicamente probados y concluyentes.
Cuando el Dr. Frontela viajó durante unos días a Suiza, el departamento de
la Universidad al que correspondía el suministro de alimentos a las ratas,
aprovechó su ausencia para detener el suministro de alimentos para los
animales. Más de 400 de ellos se morían de hambre.
El intercambio de cartas sobre este incidente gravísimo que terminó de
forma sumamente abrupta con un estudio de más de dos años, se lee como
una escena más o menos kafkiana o una pieza de teatro tragicómica. A las
preguntas sobre el porqué de esas medidas inusuales, Frontela y sus
colaboradores reciben cada vez una contestación distinta. Primero se les dice
que de repente había irregularidades en el suministro de los alimentos;
después que este Departamento realmente sólo tiene alimentos para sus
propios animales, y finalmente que a partir de ahora ningún departamento va
a recibir ningún alimento para sus animales, salvo el animalario central.
Pero ésta no es la respuesta final. Se le dice a Frontela que a partir de ahora
no le está permitido hacer experimentos con animales que duren más de un
mes. Es un hecho sabido y lógico que en tan poco tiempo ningún laboratorio
hubiera ayudado al avance de la medicina mundial.
En marzo de 1986, el profesor Frontela escribe al Decano de la Facultad
de Medicina: “¿Por qué el veterinario encargado del Animalario nos ha
negado sistemáticamente desde diciembre de 1985 la alimentación para los
animales en los que estábamos experimentando desde hace dos años el
posible agente productor de la denominada neumonía tóxica? Hecho que ha
provocado la muerte de todos los animales y la pérdida de un trabajo que ha
costado muchos meses de sacrificio.
Es un hecho innegable que yo mismo acudí al animalario para solicitarle
comida ante el fracaso de obtenerla de mis colaboradores (...)
Nos decían que era un problema de falta de pago del hospital a la casa
proveedora de alimentos y que se solucionaría en dos días durante los cuales,
y durante veinte días más, hemos facilitado la comida a los animales de
nuestros medios personales hasta que materialmente ya no pudimos más.
Pues bien, pasaron los veinte días y un mes y siguieron negándonos la
comida hasta que se murieron los animales”.
El Dr. Frontela se ve obligado a recordarle al Decano de la Facultad lo
siguiente: “Ilustrísimo Sr. Decano: este es un tema muy serio, hay un grupo
de enfermos, afectados del Síndrome Tóxico, que esperaban con ilusión la
conclusión de nuestras investigaciones que ahora, por burocracia absurda, o
por cuestiones que no alcanzo a comprender, nos ha interrumpido sine die
(…)”.[232]
Tampoco el Fondo de Investigaciones Sanitarias de la Seguridad Social,
perteneciente al Ministerio de Sanidad y Consumo, tenía dinero para
financiar un proyecto de investigación del profesor Frontela. A principios de
septiembre de 1985 este catedrático de Medicina Legal había enviado una
“solicitud de ayuda para investigación”, debidamente rellenada y
cumplimentada. El título del proyecto era “Investigación tóxico-lógica del
Fenamifos (Nemacur) y su posible relación con la denominada Neumonía
Tóxica”.
La respuesta se hace esperar: con sello del cinco de agosto de 1986, es
decir, casi un año después, sale del Instituto Nacional de la Salud la
siguiente carta para el Doctor Frontela Carreras: “Lamento comunicarle que
la solicitud de ayuda a la investigación formulada por usted para el proyecto
que se cita, no ha podido ser atendida por la Comisión Administradora del
Fondo de Investigaciones Sanitarias de la Seguridad Soclal en su sesión del
16-07-86. Firmado: El Secretario General, Leopoldo Arranz Álvarez”.
Para los defensores de la teoría del aceite sí que había algo de dinero.
Sus investigaciones fueron financiadas por el gobierno español. Desde el
comienzo de la epidemia, el PNST se ha gastado más de 27.000 millones de
pesetas. La mayor parte de este dinero se destinó a atenciones sanitarias e
indemnizaciones para las víctimas.
Comparado con otros países, no se puede decir que los investigadores
recibieran enormes cantidades de dinero. A pesar de esto, las ayudas
causaban gran alegría en algunos laboratorios, dado que en España, desde
hace mucho tiempo, se considera a la investigación científica como a “la
cenicienta”. El Estado Español se gasta menos del 1% de su producto
nacional bruto en investigación, concretamente el 0,76%. Con todo, había
150 millones de pesetas que se repartieron sólo 10 institutos. La partida más
grande, 48 millones de pesetas, se la llevaron los médicos Yuste Grijalba,
Rey Calero y Díaz Rojas para estudios epidemiológicos adicionales. Veinte
millones fueron a parar a los Institutos Toxicológicos de Madrid y Sevilla.
El Doctor Borregón recibió catorce millones para su Centro Nacional de
Alimentación y Nutrición de Majadahonda.
Después de una auditoria de las cuentas del PNST, el Tribunal de
Cuentas escribe de forma enfadada al Parlamento Español que sus
inspectores no pueden aclarar el destino de muchas transferencias. Y muy
especialmente critican los gastos para proyectos de investigación. Bajo el
apartado “Investigación” escriben: “No se respetaron las propias normas
para el reconocimiento y concesión de Ayudas para Proyectos de
Investigación.
Los contratos extendidos no se ajustan a los principios de la Ley de
Contratos del Estado. Se han efectuado pagos sin atenerse a las normas
legales e internas. Faltan algunos justificantes de entregas y además, no hay
constancia en bastantes casos de haber recibido de los receptores para
Ayudas a la Investigación los informes o resultados de aquéllas que
condicionaron su concesión. La falta de control en este aspecto fue casi
general”.
Y en el capítulo 3 denominado “Valoración Jurídica de los hechos y
prácticas denunciadas en el informe” se preguntan sobre: “Presuntos
incumplimientos e infracciones del ordenamiento jurídico”.[233]
El doctor Frontela sufrió en la investigación otro incidente. Cuando por
razones ajenas a su voluntad no podía resolver el problema del Síndrome
Tóxico con sus experimentos sobre animales, se le pide que lo haga de otra
forma. En marzo de 1985 el Juzgado de Instrucción encargado desde 1981 de
aclarar el trasfondo de este escándalo, solicitó del catedrático de Medicina
Legal un dictamen sobre las posibles causas de la enfermedad y las muertes
por el Síndrome Tóxico. Frontela había aceptado este encargo bajo una
condición. Había pedido que se le proporcionaran todos los datos existentes
sobre epidemiología, clínica y toxicología, y otros que pudieran tener
relevancia en este caso. Meses más tarde todavía espera estas informaciones,
aunque el Juzgado de Instrucción le había dado un plazo de tres meses para
emitir su dictamen. Además, el profesor Frontela había solicitado muestras
de tejidos de fallecidos por el Síndrome Tóxico: “Como fundamental
elemento de juicio solicitamos para su análisis vísceras de fallecidos,
esencialmente durante las primeras dos semanas de la enfermedad...”
Pero ni la orden judicial protege a Frontela de un nuevo boicot en su
trabajo: después de esperar semanas, recibe finalmente una caja muy grande
con muestras del Centro Nacional de Alimentación y Nutrición de
Majadahonda. Al desenvolverla cuidadosamente no sale de su asombro. El
envío se parece a una muñeca rusa. Aparecen más y más cartones y cajitas,
cada una más pequeña que la otra, hasta encontrar finalmente un pequeño
recipiente de vidrio. En él se encuentran varias muestras de vísceras juntas.
La cantidad de cada una de las muestras es tan escasa y tan insuficiente,
menos de un gramo, que parecen ridículas. El doctor Frontela se ve forzado a
renunciar a este peritaje y envía una carta respetuosa y detallada al juez
instructor:

“Si bien V.I. nos otorgó un plazo aparente de tres meses para
efectuar la peritación, en realidad dispusimos de poco más de un mes
de tiempo, dado que hasta el ocho de mayo no nos fueron enviadas
algunas vísceras para su análisis.
En virtud del escaso e insuficiente plazo de tiempo de que
disponíamos, solicitamos los datos epidemiológicos, clínicos,
toxicológicos, anatómico-patológicos y otros diversos, los cuales en
fecha uno de agosto de 1985 aún no nos han sido enviados:
Que al parecer V.I. nos ha concedido una prórroga para entregar el
informe complementario hasta el dos de septiembre de 1985.
Dado que nos queda un mes de plazo y ni la cantidad de vísceras es
suficiente para efectuar un análisis toxicológico serio, ¡menos de un
gramo! cuando lo correcto sería disponer de un mínimo de 50 grs., ni
aún se nos han enviado los datos epidemiológicos, los informes
clínicos, ni otros que solicitábamos en nuestro informe anterior, nos
es imposible cumplir con nuestro cometido y por tanto suplicamos a
V.I. tenga a bien aceptar nuestra renuncia a realizar el mencionado
informe pericial”.[234]

Esta carta tiene fecha de 1 de agosto de 1985.


Los instigadores de la campaña en pro del aceite también sabían emplear
el terror psicológico. Los defensores de los aceiteros acusados recibían
amenazas de muerte y anónimos telefónicos. Primero contra su propia
persona, luego contra sus mujeres e hijos.
En el espacio de unos pocos días fallaban los frenos en los automóviles
de un médico y un abogado, dos de los opositores a la hipótesis oficial del
aceite. En ambos coches no quedaba ni una gota del líquido de frenos, pero
los mecánicos de los talleres donde acudían habitualmente no localizaron el
más mínimo agujero que indicase una fuga. El o los malhechores no se han
encontrado nunca.
A aquellos que no se asustaron ante tales maquinaciones, es decir, que no
mostraron el resultado deseado, se les intentó seducir con dinero y puestos.
Uno de los abogados defensores recibió una oferta enormemente lucrativa a
través de un conocido suyo que, por casualidad, “no podía decir quienes eran
los que le mandaban”. Este grupo anónimo ofreció al defensor elegir el
puesto de abogado en cualquier organización internacional de la cual sea
miembro España, como representante jurídico con estatus diplomático del
gobierno español. También podría elegir su sueldo, indicando al
intermediario en qué moneda le gustaría recibirlo. Y desde luego en una
cuenta en Suiza. La condición para esta oferta tan generosa: dejar el caso del
Síndrome Tóxico. Agradeciendo tal oportunidad, el abogado se negó a
aceptar esta gentileza.
La próxima oferta no se hizo esperar. Esta vez fue una empresa
inmobiliaria, no especificada, que le necesitaba urgentemente como
consejero. En menos de dos meses el abogado ganaría en este puesto la
friolera de un millón de dólares, garantizado limpio y sin impuestos.
Y como la primera vez, también declina esta oferta. No es que no le
hiciera falta el dinero, lo hubiera necesitado para poder pagar de esta forma
sus investigaciones y a sus colaboradores en el caso del Síndrome Tóxico. El
juicio se había convertido en una ocupación casi de día y noche para los
abogados; las sesiones que han durado más de un año, ocupan, sólo en la sala
del juicio, tres días a la semana. De esta forma no les quedaba tiempo para
otros casos, si querían preparar las sesiones bien.
Los abogados de la acusación lo tienen mejor. A través del PNST
recibían del gobierno español 100 millones de pesetas para sus gastos más
necesarios. La defensa no recibió absolutamente nada, aunque sus clientes,
los aceiteros, tampoco tienen dinero, dado que todos sus bienes han sido
embargados para garantizar la responsabilidad civil. En repetidas ocasiones
los defensores han entregado escritos, a las autoridades competentes
quejándose de este tratamiento desigual que atenta contra la justicia
española y la Constitución. Hasta ahora sin éxito.
Los periodistas cuyas investigaciones y escritos ponían en duda la tesis
oficial del aceite, no recibieron ofertas tan lucrativas. Al contrario, varios de
ellos perdieron sus puestos de trabajo o se les cambió de sección. Después
del reportaje en “Cambio 16” que culpó a la empresa Bayer de la epidemia,
el director fue cesado. Los redactores del artículo fueron mejor tratados: se
les ofrecieron puestos de corresponsales en EE.UU. o en otros sitios, pero
también declinaron la oferta. Los últimos periodistas de esta serie, víctimas
del Síndrome Tóxico son cinco redactores de TVE. Después de investigar
durante semanas la historia sobre venta y comercialización de plaguicidas,
tanto de los legales, como de los productos prohibidos en España, entregaron
el reportaje a principios de septiembre de 1987. El mismísimo día sus jefes
les hacían saber que no iban a emitir este reportaje y fueron cesados
fulminantemente.
La prensa, la TV y la radio han ignorado, mayoritariamente, las sesiones
del juicio desde que éstas volvieron a empezar en septiembre de 1987, una
vez pasadas las vacaciones de verano, ocultando de esta forma a la opinión
pública lo que ocurría en el juicio. Durante meses, los magistrados
escucharon opiniones de todo tipo sobre el aceite supuestamente tóxico. Los
señores peritos han venido a reconocer que no está comprobado que el aceite
adulterado haya causado el Síndrome Tóxico. Incluso aquellos que habían
dicho, anteriormente justo lo contrario. Este es el caso de los patólogos, que
concluían los informes sobre las autopsias de fallecidos por el Síndrome
Tóxico de este modo: “Muerte por ingestión de aceite tóxico”. Y sin
embargo en la sala del juicio se podía escuchar, en síntesis, el siguiente
diálogo entre un abogado de la acusación y el portavoz del grupo de los
patólogos, el Doctor Garrido Lestache:
A la pregunta del abogado, de si los patólogos tenían toda la seguridad de
que el aceite adulterado fuera la causa de la muerte, el Doctor Garrido
contestó:

“"Nosotros no entramos en el origen de la enfermedad que


desconocemos”
Abogado: “Y si desconocen hoy la etiología de la enfermedad ¿por
qué firmaban en 1981 autopsias en las que afirmaban que las causas
de los fallecimientos se debían al aceite tóxico?”
Doctor Garrido: “Aquellos días de 1981 había mucho trabajo, fue un
error firmar esto".
Abogado: “En 1981 debían tener mucho trabajo con tanta muerte,
pero en 1982 y 1983 el trabajo debía ser menor y ustedes seguían
firmando autopsias afirmando que la causa de los fallecimientos era
el aceite tóxico”.
Doctor Garrido: “Fue una mala interpretación, debimos poner:
presumible ingestión”.
Abogado: “¿Y de dónde viene esa mala interpretación?”
Doctor Garrido: “Pusimos lo del aceite tóxico porque así se
desprendía de los datos clínicos y epidemiológicos que nos
llegaban”.
Abogado: “O sea que si esos datos clínicos y epidemiológicos
hubieran indicado en lugar de aceite tóxico, productos
organofosforados, ustedes hubieran firmado las autopsias cargando
en los organofosforados las causas de todas estas muertes...?”

El día 5 de octubre de 1987 el epidemiólogo Doctor Luís Cañada Royo


declaró como testigo en el juicio. En 1981 el Doctor Cañada ocupaba el
puesto de Subdirector General para Programas de Salud del Ministerio de
Sanidad. Fue él quien acompañó al equipo de Atlanta durante sus
investigaciones que culminaron en los seis estudios sobre los habitantes del
pueblo de Navas del Marqués (Ávila). El epidemiólogo afirma que también
estos estudios indicaban que los enfermos comían más ensaladas, mientras
que los miembros de la familia que estaban sanos no habían comido
ensaladas. Pero la Comisión de Investigación había dejado este
importantísimo hecho de lado porque (según dijo el Doctor Cañada) la
finalidad de estos estudios no era que saliera a relucir la ensalada, la
finalidad era buscar el aceite.
Tres semanas más tarde, el Doctor Ángel Peralta hace una declaración
tan o más chocante aún. Este médico, que fue el primero en apuntar que
podía tratarse de una intoxicación por organofosforados, encontró años más
tarde en una fiesta familiar privada al Sr. Jesús Sancho Rof, quien había sido
ministro de Sanidad en 1981. A la pregunta de la defensa: “¿Ha tenido usted
alguna reunión privada (...) en la que coincidió con los ministros Sancho Rof
y Núñez? ¿No es cierto que le dijeron: Es cierto, tenias tú razón, era un
organofosforado, pero no lo podíamos reconocer?”
El Doctor Ángel Peralta, después de negarse a “hablar de conversaciones
privadas”, fue obligado por el tribunal a contestar y dijo: “Pues que sí (...) es
cierto, que dijera: Pues efectivamente, pues mira llevabas razón...”[235]
X.
¿Ensayo o accidente?
El proceso contra los 38 aceiteros ha batido todos los records y se ha
convertido en el juicio más largo de la historia judicial española. Pero
quince meses de duración tampoco han servido (como era de esperar) para
poder atribuir definitivamente la culpa de la epidemia a algún aceite
adulterado o fraudulento. Hecho fácilmente constatable después de una
lectura detenida de los casi 30.000 folios de las llamadas “Actas de las
Sesiones”, trascripción literal de todo lo que han dicho en la Sala
magistrados, abogados de una y otra parte, el fiscal, los acusados, los más de
3.000 testigos y varios cientos de peritos.
Esta imposibilidad manifiesta de conseguir ninguna prueba contra el
aceite a estas alturas, siete años después del inicio de la epidemia, no ha sido
obstáculo alguno ni para el fiscal ni para la mayoría de los abogados de la
acusación, para seguir hablando del “aceite asesino”. Por el contrario, este
larguísimo juicio sí ha servido para reforzar y probar la llamada “hipótesis
alternativa”. El Síndrome Tóxico no fue producido por aceite de colza
desnaturalizado con anilinas, sino por unos productos organofosforados
vehiculizados por hortalizas, concretamente tomates. Mientras que no se ha
logrado reproducir la enfermedad en ningún modelo animal, tratado con
grandes dosis del aceite supuestamente tóxico, el profesor Frontela sí pudo
repetir algunas lesiones neurotóxicas en los monos que ingirieron tomates
tratados con los pesticidas organofosforados Oftanol y Nemacur y
recolectados a los ocho días de la aplicación de los pesticidas. En las
conclusiones del informe de esta bioexperimentación, la única hecha con el
respaldo oficial, el profesor Frontela escribe:
“La administración de Fenamiphos (Nemacur) y/o Isofenfos (Oftanol)
ocasionó en la mayoría de los monos lesiones neurotóxicas incipientes,
detectables a nivel de los nervios periféricos, tales como degeneración
axónica y desmielinización segmentarla, directamente relacionadas con los
organofosforados administrados.
Con una dosis tan pequeña de organofosforados como 1,8 microgramos
de Isofenfos/Kg. de peso corporal, más 1,2 microgramos de Fenamiphos/Kg.
de peso corporal contenidos en tomates recogidos 8 días después de tratar la
tierra, donde se cultivaban, con Nemacur y Oftanol, se obtienen en el 60% de
los monos que los comieron durante 20 días, lesiones neurotóxicas”.[236]
Es de subrayar, que el profesor Frontela hace su ensayo con tomates
recolectados a los 8 días, mientras el metabolito más tóxico del Nemacur no
se forma hasta pasados 15 días. A pesar de ello, en este experimento, logra
reproducir unos de los síntomas más característicos que sufren las víctimas
del Síndrome Tóxico.
En las sesiones del juicio se llegó a determinar que los tomates tóxicos
que envenenaron a los pacientes del Síndrome Tóxico procedían de Roquetas
de Mar, Almería. Esto se desprende del estudio detallado de la
documentación del fallecido doctor Muro, evaluados, a petición del Tribunal
del Síndrome Tóxico, por los doctores Clavera y Martínez. Estos peritos
manifiestan en las conclusiones de su informe pericial:
“La información extraída de dicha documentación permite concluir que
la hipótesis convergente del tomate tóxico, investigada por el Dr. Muro, y
que puede ser enunciada de la siguiente manera:
LA EPIDEMIA DEL SÍNDROME TÓXICO, DE LA PRIMAVERA DE
1981, FUE CAUSADA POR PESTICIDAS O TÓXICOS
ORGANOFOSFORADOS, Y VEHICULADA POR PARTIDAS DE
TOMATES PROVINIENTES DE UN UNICO ORIGEN, QUE SE
DISTRIBUYERON POR VÍAS ALTERNATIVAS DE
COMERCIALIZACION, ENTRE LAS QUE TENÍAN UN PAPEL
IMPORTANTE LOS MERCADILLOS Y LA VENTA AMBULANTE es,
globalmente considerada, coherente en sí misma, ausente de contradicciones
y con capacidad explicativa de la epidemia del S.T., ocurrida en España en la
primavera de 1981 (...).
Del estudio de los circuitos de distribución y comercialización de las
partidas de tomates con mayor posibilidad de haber vehiculado el S.T.,
retrocediendo desde el individuo afectado-consumidor hasta el origen, SE
LLEGA, con la información disponible, A UN ORIGEN COMUN FINAL:
ROQUETAS DE MAR (ALMERIA), y más concretamente a unas alhóndigas
de licitación de frutos hortícolas de dicha población: “AGRUPAMAR”; (...)
Dado el hecho de que dentro de estas alhóndigas los eslabones de
comercialización continúan convergiendo hasta señalar a ONCE
AGRICULTORES (mayúsculas de los autores) de entre los 1083 nombres de
agricultores concurrentes a dichas alhóndigas, como posibles cultivadores
del tomate tóxico (...)”.
En el informe se encuentran los nombres y apellidos de los once
agricultores antes mencionados. En el campo de uno de estos once (todavía
sin determinar) fueron cultivados los tomates tóxicos. Sobre este particular,
los peritos Clavera y Martínez opinan:
“Que cualquier acceso a más información con respecto a los eslabones de
comercialización del tomate presuntamente tóxico, sería decisivo para
finalizar esta investigación, y en concreto, los registros de compra-venta del
resto de alhóndigas de AGRUPAMAR permitirían precisar el campo o
campos de cultivo (agricultor(es)), donde tuvo lugar la contaminación”.[237]
A lo largo de los capítulos anteriores se ha demostrado que la epidemia
del Síndrome Tóxico puede haberse producido por un accidente; ya sea
durante la producción, ya sea en la aplicación de algunos pesticidas
organofosforados. En esta misma línea se encuentra también la posibilidad
de que detrás de esta extraña enfermedad se oculte un ensayo con pesticidas.
En el transcurso del juicio quedó claro que la empresa Bayer no dispone de
ningún campo de experimentación propio en toda la península española. El
22 de febrero de 1988, el ex-delegado de zona de la multinacional alemana,
Andrés Valverde Alcoverro, declaró en la sala:
“Los ensayos (...) se solían hacer en campos de clientes o amigos (...) no
había campos propios de la empresa, siempre se hacían en campos de los
clientes”.
Y a la pregunta del abogado: “¿Clientes que estaban dispuestos a dejarlo
sin saber exactamente cuál era el producto que se estaba experimentando?”,
contestó:
“Bueno, tampoco no pedían unas explicaciones digamos amplias o
profundas, sino se fiaban de la amistad. En fin, esas cosas se hacen un poco
sin analizar mucho”.
Y el diálogo entre el abogado y este testigo fue adquiriendo un cariz
alucinante.
ABOGADO: “¿Y se destruían las cosechas o...o los frutos que se
recolectaban en estos campos después de practicarse estos ensayos o se
comercializaban también?”
ANDRES VALVERDE: “Si, si, se comercializaban”.
ABOGADO: “¿Se comercializaban? ¿No se le advertía al agricultor que
podía resultar tóxico, o Vds. tenían la seguridad que ese producto que
estaban ensayando de ninguna forma podía resultar tóxico?”
ANDRES VALVERDE: “Bueno (...) desgraciadamente hasta hace muy
poco tiempo esto no ha sido mucho tenido en cuenta (...). Actualmente es
cuando empieza a haber una conciencia real en muchos agricultores sobre
este tema, ¿no? Pero hace unos años, cuando yo trabajaba, o sea cuando yo
estuve con BAYER, esto, la había muy poca esta conciencia”.
El testigo afirmó también que se hicieron ensayos con la mezcla de
Nemacur y Oftanol, el llamado Nemacur-Combi, todavía hoy no autorizado
en España: “Se iba a hacer la mezcla de ambos (...) y realmente se aplicarían
sin decir lo que realmente era esa mezcla (...)”.[238]
Con todo esto, lo único que está claro y ha sido científicamente
comprobado durante este juicio, es el hecho de que los enfermos del
Síndrome Tóxico han sufrido una intoxicación por productos
organofosforados, ingeridos con tomates procedentes de Roquetas de Mar y
que ningún aceite, por muy adulterado que esté, tiene nada que ver con esta
terrible epidemia.
La férrea insistencia oficial en mantener la inverosímil hipótesis del
aceite llama poderosamente la atención, y da pie a la sospecha, nada
cómoda, de que puede ser un intento de encubrir, como manifiestan varios
defensores de los aceiteros en sus conclusiones, un crimen difícilmente
confesable a la opinión pública.
Los abogados escriben: “Estos graves errores no se han producido por
error, pues su contrastación en escasas horas era fácil y elemental, sino de
forma deliberada para obtener lo que, en definitiva, se ha obtenido: anclar
durante ocho años la investigación en el aceite, vetando, de hecho, cualquier
otra vía alternativa.
Difícilmente puede pensarse en un término que califique, con la dureza
que merece, la actitud de una Administración que ante una situación de suma
gravedad (...) centra su actividad investigadora en un solo factor, el aceite
(...)
Cuando se actúa de esta forma, es obvio que no se está investigando el
origen del mal. Se conoce ya. Lo que se pretende es ocultarlo, y para ello se
sitúa la investigación en un elemento que permita desviar las miradas
indiscretas (...)
Esta actitud, monstruosa actitud, sólo podría desarrollarse con
RESPALDO POLITICO y, en este campo, ha de buscarse la razón, causa y
origen de la maligna enfermedad (...)”.
Y el posible interés político en desviar el origen de la causa del
Síndrome Tóxico eligiendo al aceite como chivo expiatorio, lo explican de la
siguiente forma; “Ni siquiera, al extraordinario poder económico vinculado
a las empresas multinacionales, fabricantes de estos productos, puede
atribuirse el interés y esfuerzo oficial, que ha implicado incluso, de alguna
forma, a Instituciones Internacionales como la O.M.S., en ocultar que, una
errónea y accidental aplicación de un pesticida, generó una intoxicación
masiva.
La equívoca y accidental aplicación de un producto organofosforado,
podría explicar la epidemia, PERO NO EL INTERES Y ESFUERZO
EXTRAORDINARIO DESPLEGADO EN OCULTARLO.
La certeza de que los productos organofosforados son también agentes
agresivos de guerra química y la sospechosa actitud desarrollada por todos
los Grupos Políticos, amparando la postura oficial, sin controlar su evidente
error y desentendiéndose del problema, nos sugiere la implicación de un
poder, tan grande e irresistible, como para ser capaz de imponer y mantener
un unánime pacto de silencio en todos. En definitiva, sólo la implicación de
una superpotencia justificaría el despliegue de medios políticos efectuado
para ocultar, tras el inocente aceite, la causación de la enfermedad (...).
Y al hilo de las sospechas, que los sugerentes acontecimientos citados
nos evocan, hemos de preguntarnos ¿qué intereses de los EE.UU. en España
pueden justificar su esfuerzo en ocultar la causa de la epidemia? (...)”[239]
¿Podían llegar estos intereses hasta Méjico? El testigo Antonio Cochs
Taplas, propietario de la refinería de aceite I.T.H. de Sevilla, erróneamente
implicado en este caso por el fiscal, fue acusado de provocar la epidemia y
casi “suicidado” en ciudad de Méjico en junio de 1982, exigiéndosele una
autoconfesión escrita. Sobre este rocambolesco episodio, los abogados
defensores escriben:
“Aunque pueda a algunos parecer increíble su historia, es lo cierto que su
verosimilitud es avalada por los extractos de prensa obrantes en la causa y
que a los mentores de la confabulación política, que imputa al aceite la
causación de la epidemia, les habría venido muy bien presentar ante la
Opinión Pública y Científica de la O.M.S., la historia de un aceitero
“suicida” que se había autoinculpado de la epidemia, coincidiendo en él la
circunstancia, naturalmente no casual, de ser propietario de la Refinería que
habría manipulado la partida de colza desnaturalizada de Raelca, lo que
además de avalar la explicación oficial sobre el origen de la enfermedad,
justificaría su “voluntario” adiós a la vida”.[240]
De haberse llevado a cabo este “suicidio”, es de suponer que hubiera
cerrado definitivamente el escándalo del Síndrome Tóxico, y el juicio más
largo de la historia judicial española acaso no se hubiera celebrado jamás.
Los intentos de ocultación de la verdad sobre esta tragedia nacional habrían
alcanzado el éxito deseado.
Pero, “al fracasar un episodio que se mostraba tan oportuno”, como
escriben los defensores, seguían reforzándose las dudas y las sospechas
sobre la falsedad de la teoría oficial.
Los más de siete años transcurridos desde el inicio de la epidemia, no
han bastado aún para aclarar total y convincentemente todo el trasfondo del
Síndrome Tóxico. A finales del año 1981, el doctor Muro ya había dicho
que, según su entender, había entonces, como mínimo, unas 2.000 personas
que:
a) Sabían perfectamente que el aceite no tiene nada que ver con la
enfermedad, y, b) Conocían o sospechaban la verdadera causa.
Ahora son muchos más. Los datos reunidos en los dos últimos años sobre
este problema hablan por sí solos, aunque mucha gente se niegue a
aceptarlos. Pero cada año que pasa, los poderes fácticos tienen que
esforzarse más en mantener ocultos unos hechos tan graves.
Si en los primeros días se hubiera tratado correctamente a los enfermos
del Síndrome Tóxico, no habría que lamentar hoy, según cifras oficiales, 700
muertos y más de 25.000 afectados. Y, según la OMS, en nota del 5-4-1984,
todos ellos tienen posibilidades de desarrollar algún tipo de cáncer debido a
los efectos carcinogénicos atribuibles al tóxico que los envenenó, efecto éste
propio de los organofosforados.
El antídoto contra este tipo de intoxicaciones es bien conocido, tanto por
los soldados que luchan en áreas donde se utilizan estos productos como
armas químicas, como por los agricultores y médicos rurales. Pero la
eficacia del tratamiento está condicionada a su administración inmediata, en
donde el diagnóstico precoz es fundamental. La Administración hizo oídos
sordos a este planteamiento, hecho efectivamente en los primeros días de la
enfermedad, por varios de sus propios funcionarios médicos. Si no se ha
podido descubrir y establecer la verdadera responsabilidad de esta
intoxicación masiva en el juicio contra los aceiteros, sin duda la verdad
saldrá finalmente a la luz pública en cualquiera de los próximos juicios que,
inevitablemente, seguirán a éste.
Para el bien de todos, es de esperar que este esclarecimiento público se
produzca pronto para ayudar así a evitar que seres humanos indefensos sean
utilizados como cobayas en experimentos científicos sin escrúpulos, contra
su voluntad y su conocimiento. Es un auténtico reto a la verdadera
estabilización de la joven “democracia” española.
GUDRUN GREUNKE, nacida en Alemania en 1941. Cursó estudios de
literatura, filosofía e idiomas. Vive desde hace 20 años en España donde
trabaja como corresponsal libre para Reuters, Spiegel y Stern.

DR. JÖRG HEIMBRECHT, nacido en 1945. Es diplomado en Química y


autor de los libros El escándalo de los miles de millones (1984) y La Alarma
de Rin (1987).

RAFAEL CID, nacido en 1946, estudió periodismo, Derecho, Economía y


Filosofía y Letras. Periodista, trabajó en varios programas de TVE y de
Radio Nacional, después en el "Diario de Informaciones". Desde 1976 está
en Cambio 16, convirtiéndose en 1987 en redactor jefe. Este mismo año gana
el premio Ortega y Gasset de periodismo de investigación por sus reportajes
sobre "el Nani" y la mafia policial.
Notas
[1]Protocolo Notarial de la conferencia del Dr. Muro en el Ministerio de
Sanidad el 24-11-1981. <<
[2] Idem.<<
[3] Idem.<<
[4] Idem.<<
[5] Idem.<<
[6] El País, Diario 16, 12.5.81.<<
[7] Diario 16, 12.5.81.<<
[8]
Zink, C., Pschyrembel Klinisches Wörterbuch, Walter de Gruyter, Berlin,
New York, 1986, pag. 1331.<<
[9] El País, 12.5.81.<<
[10] Idem.<<
[11] Wiener, 3, 1987.<<
[12] Ver nota 1.<<
[13] Agencia Logos, 16.5.81.<<
[14] Diario 16, 22.5.81.<<
[15]Comunicación personal a los autores de varios médicos y estudio de
informes clínicos.<<
[16] El País, 15.5.81.<<
[17] El País, 11.6.81.<<
[18] Idem.<<
[19]Toxic Oil Syndrome, World Health Organisation 1984, Regional Office
for Europe, Copenhagen, Mass food poisoning in Spain, Report on a WHO
meeting, Madrid, 21-25 March 1983, pag. 39.<<
[20] Comunicación personal a los autores del 23-2-1987.<<
[21] El País, 11.6.87.<<
[22] La Vanguardia, 12.6.81.<<
[23] La Vanguardia, 13.6.81.<<
[24] La Vanguardia, 14.6.81.<<
[25] El País, 18.6.81.<<
[26]Cambio 16, Nr. 512, 21.9.81; más comunicación personal a los autores
de la Oficina de Prensa del Ministerio de Agricultura, Octubre de 1987.<<
[27] Comunicación telefónica del mismo Ministerio, octubre de 1986.<<
[28]Declaración en la Sala del juicio del epidemiólogo Dr. Luis Canada Royo
el 5.10.87.<<
[29] N° publicado; manuscrito en posesión de los autores.<<
[30]Toxic Oil Syndrome, World Health Organisation 1984, Regional Office
for Europe, Copenhagen, Mass food poisoning in Spain, Report on a WHO
meeting, Madrid, 21-25 March 1983, pág IX y X.<<
[31] Idem.<<
[32] Idem. pág. 11.<<
[33] Idem. pág. 20.<<
[34] Idem. pág. 21.<<
[35] Idem. pág. 24-26.<<
[36] Report of a visit by W.N. Aldridge to Madrid, February 3-5, 1982.<<
[37] Journal of Human Toxicology, 5, 1985.<<
[38] Comunicación personal del Dr. Aldridge a los autores.<<
[39] Contrato entre el CDC y el PNST del 21.9.1984, pág. 2.<<
[40]Kilbourne, E., et al, Chemical Correlates of Pathogenicity of oils related
to the Toxic Oil Syndrome Epidemic in Spain, Draft Nr. 2, February 1987.<<
[41] Doll, R., The Aetiology of the Spanish Toxic Oil Syndrome,
Interpretation of the epidemiological evidence, Addendum, June 1987.<<
[42]Protocolo Notarial de la conferencia del Dr. Muro en el Ministerio de
Sanidad el 24-11-1981.<<
[43] Idem.<<
[44]Muro, A., Hijo, Estudio sobre metodología y epidemiología del
Síndrome Tóxico, Febrero de 1983, sin publicar, trabajo de examen.<<
[45]
Carta del Dr. Claus Koppel al Dr. P. Spencer, Albert Einstein College of
Medicine, New York, 12.3.1982.<<
[46] Idem.<<
[47]
Transcripción de las cintas de la reunion de la O.M.S. en Madrid en
Marzo de 1983.<<
[48]
Carta del Dr. Aldridge al Dr. Tarkowski, O.M.S. Oficina Regional para
Europa, 26-5-1983.<<
[49]Carta de la Dra. Vincent al Dr. Antonio Borregón, Director de
Majadahonda, del 12.10.81.<<
[50]Kimbrough, R., Animal Studies with Spanish Cooking Oil and Fatty
Acid Anilides, Draft Report, 1982.<<
[51] Carta de la Dra. Kimbrough a Dorothee Piermont, del 7.3.85.<<
[52]Kimbrough, R., Animal Studies with Spanish Cooking Oil and Fatty
Acid Anilides, Draft Report, 1982.<<
[53]Toxic Oil Syndrome, World Health Organisation 1984, Regional Office
for Europe, Copenhagen, Mass food poisoning. in Spain, Report on a WHO
meeting, Madrid, 21-25 March 1983, pág. 87.<<
[54]Declaración de la Dra. Sans al Juez Instructor para el Síndrome Toxic°
del 20-2-85.<<
[55]Del informe protocolizado por Notario de la Dra. Maria Jesus Clavera:
Recapitulaciones actuales sobre la comercialización y distribución del aceite
sospechoso como etiología del ST, Junio 1984, pág. 25.<<
[56] Idem.<<
[57]
Publicación de la primera reunion del Comité Cientifíco del Sindrome
Toxic°, Madrid, 20-22. Junio 1984.<<
[58]Protocolo Notarial de la Conferencia del Dr. Muro en el Ministerio de
Sanidad el 24-11 de 1981.<<
[59]
Muro, A., La Intoxicación epidémica de la primavera y verano 1981,
Madrid 1982, sin publicar, pág. 5.<<
[60] Idem, pág. 26.<<
[61]Protocolo Notarial de la conferencia del Dr. Muro en el Ministerio de
Sanidad el 24-11-1981.<<
[62]Muro, A., Hijo. Estudio sobre metodología y epidemiología del
Síndrome Tóxico, Febrero de 1983, sin publicar. Trabajo de Examen.<<
[63] Idem.<<
[64]Protocolo Notarial de la Conferencia del Dr. Muro en el Ministerio de
Sanidad el 24.11.1981.<<
[65] Ya, 12.5.1981.<<
[66] Ya, 13.5.1981.<<
[67]
Villar Liébana, L., Sanchez, M.A. La Colza... ¿o que?, Editorial Popular,
Madrid, 1982, pag. 55-57.<<
[68]Comunicación personal a los autores de los padres y el medico de la
niña.<<
[69]
Informe Medico que formula el Dr. Don Luis Sánchez-Monge sobre su
experiencia en el Sindrome Tóxico por aceite adulterado.<<
[70]Frontela, L., Informe pericial que sobre el fallecimiento de Dona Maria
Concepción Navarro Hernandez emite el Profesor Dr. Luis Frontela,
4.11.1984, S. pig. 22-23.<<
[71] Comunicación personal de Philip Raphals.<<
[72] Kölner Stadtanzeiger, 7./8.11.87, pag. 7.<<
[73] Die Neue, 15.5.1981.<<
[74] El País, 22.5.81.<<
[75] Reuters, Madrid, 9.6.81.<<
[76] Novosti - Boletin Militar Nr. 16, Colonia, 21.7, 1987.<<
[77] Washington Post, 17.9.1979.<<
[78] Washington Post, 22.4.1980.<<
[79] Unsere Zeit (UZ), 29.9.1985.<<
[80]Heimbrecht, J., Giftgas für die Bundeswehr, Verband Deutscher
Studentenschaften, Projektbereich Kriegsforschung, Bonn, 1969, pag. 13.<<
[81]Günter Wallraff, 13 Unerwünschte Reportagen, Rowohlt-Verlag,
Reinbek, 1975, pag. 172.<<
[82] Ver notas 9 y 10.<<
[83]
Angerer, J., Chemische Waffen in Deutschland, Luchterhand, 1985, pag.
187.<<
[84]Groehler, 0., Der lautlose Tod, Verlag der Nation, Berlin (DDR), 1978,
pag. 284-285.<<
[85] Idem.<<
[86]Stockholm International Peace Research Institut (SIPRI), Delayed Toxic
Effects of Chemical Warfare Agents, Almquist & Wiksell International,
Stockholm, New York, 1975, pag. 23.<<
[87]Stockholm International Peace Research Institud (SIPRI), Delayed Toxic
Effects of chemical Warfare Agents, Almquist & Wiksell International,
Stockholm New York, 1975, pag. 31.<<
[88]Willems J.L., Nicaise M., De Bisschop H.C., Delayed neuropathy by
organophosphorus nerve agents soman and tabun, Arch. Toxicol, Vol. 55,
ISS 1, 1984, pag. 76-77.<<
[89] Neumüller, O.A., Römpps Chemie-Lexikon, Franck'sche
Verlagsbuchhandlung, Stuttgart, 1987, tomo 5, pag. 3887.<<
[90] Le Drapeau Rouge, 24.7.1965; Konkret, 3.3.1968.<<
[91]Braunbuch, Kriegs - und Naziverbrecher in der Bundesrepublik.
Herausgeber: Nationalrat der nationalen Front des demokratischen
Deutschland, Dokumentationszentrum der staatlichen Archivverwaltung der
DDR, Staatsverlag der DDR, Berlin (DDR), 1965, pag. 31.<<
[92]Heimbrecht, J., Giftgas und Bayer, Hrsg. DKP-Parteivorstand,
Düsseldorf, 1984, Eigenverlag.<<
[93]
United States Working Paper on Definitions of Controlled Substances,
Document CCD/365, Annex A & B, 26.6.1972.<<
[94] Bayer und Kampfstoffe..., Bayer Intern, Mitteilungen für die
Fürrungskräfte LM/AT, Febrero 1984, pag. 1.<<
[95]Stockolm International Peace Research Institut (SIPRI), Delayed Toxic
Effects of Chemical Warfare Agents, Almquist & Wiksell International,
Stockolm New York, 1975.<<
[96] Diario 16, Mayo 1981.<<
[97]
Franke, S., Lehrbuch der Militärchemie, Militärverlag der DDR, Berlin
(DDR), 1977, tomo 1, pag. 391.<<
[98] Neumüller, O.A. Römpps Chemie-Lexikon, Franckh'sche
Verlagshandlung, Stuttgart, 19891, tomo 2, pag. 873.<<
[99]Carefully to carry, 12th report, United Kingdom, P y Club, dec. 1988,
pag. 26.<<
[100]Japanische Regierung, Ministerium für Gesundheit und Wohlfahrt,
Organophosphatvergiftungen 1954-1970, Tokyo, 1971.<<
[101] Toivonen, T., Ohela, K., Kaipanen, W.J., Parathion poisoning.
Increasing frequency in Finland, Lancet 2, 1959, pag. 175.<<
[102] Frost, J., Paulsen, E., Poisoning due to parathion and other
organophosphorus insecticides in Denmark, Danish Med. Bull., 11, 1964,
pag. 169.<<
[103]Department of Public Health, State of California, Reports of
Occupational Disease Attributed to Pesticides and Agriculture Chemicals,
Berkeley, 1957-1960.<<
[104]Lings, S., Pesticide Lung: A Pilot Investigation of Fruit-Growers and
Farmers during the Spraying Session, British Journal of Industrial Medicine,
Vol. 39, 4, pag. 370-376.<<
[105]Lings, S., Biocide Lung. An investigation of fruit growers during the
spraying season, Ungeskr. Laeg, 143 (19), 1981, pag. 1207-1211.<<
[106]
Hayes, WJ., Pesticides in relation to public health, Ann. Rev. Entom., 5,
1959, pag. 379.<<
[107]Carson, R., Der stumme Frühling, Deutscher Taschenbuch Verlag,
München, 1971, pag. 42. (La Primavera silenciosa. Hay traducción española
en Ed. Grijalbo).<<
[108]Environmental Health Criteria 63, Organophosphorus Insecticides: A
general Introduction, World Health Organisation, Genf, 1986, pag. 97.<<
[109]Delayed Toxic Effects of Chemical Warfare Agents, Hrsg: Stockholm
International Peace Research Insitut (SIPRI), Almquist & Wiksell
International, Stockholm and New York, 1975, pag. 25.<<
[110]Ernst, A., Langbein, K., Weiss, H., Gift-Gran, Chemie in der
Landwirtschaft and die Folgen, Kiepenheuer & Witsch, Colonia, 1986, pag.
56-60.<<
[111]Ratner, D., Oren, B., Vigder, K., Chronic Dietary Anticholinesterase
Poisoning, Israel Journal of Medical Sciences, 19, 1983, pag. 810-814.<<
[112] Comunicación personal a los autores de los Medicos del Hospital.<<
[113]Frontela, L., Informe pericial que sobre el fallecimiento de Doña Maria
Concepción Navarro Hernandez emite el Profesor Dr. Luis Frontela,
4.11.1984, pag. 22 y 23.<<
[114] Diario 16, 4.12.1984.<<
[115] Bayer Intern, edición especial, Febrero de 1985, pag. 2.<<
[116] Bourgeois, P., Cultural Survival Quarterly, Vol. 9 (4), 1985, pag. 37.<<
[117] Pflanzenschutz-Nachrichten, Hrsg. Bayer AG, Nr. 1, 1971.<<
[118]Toxic Oil Syndrome, World Health Organisation 1984, Regional Office
for Europe, Copenhagen, Mass food poisoning in Spain, Report on a WHO
meeting, Madrid, 21-25 March 1983, pag. 39.<<
[119] Etiqueta del Nemacur 10 del año 1981.<<
[120]Comunicación personal del Dr. Enrique de la Morena. Febrero de
1987.<<
[121] Barthel, E., Retrospektive Kohortenstudie zur Krebshäufigkeit bei
pestizidexponierten männlichen Schädlingsbekämpfern, Z. Erkr.
Atmungsorgane, 166 (1), 1986, S. pag. 62-68.<<
[122]Lorenz, G., Leberschäden nach Pestizideinwirkungen, Zentralbl. Allg.
Pathol., 130 (6), pag. 533-538.<<
[123] Carta de noviembre de 1986.<<
[124]Informe de los Dres. Guillermo Tena y Emilio Muñoz a la Comisión
para la investigación del sindrome tóxico en el Parlamento Español del
5.5.1982.<<
[125]Environmental Health Criteria 63, Organophosphorus Insecticides: A
general Introduction, World Health Organisation, Genf, 1986, pag. 103.<<
[126]Kimmerle, G., Lorke, D., Die Toxikologie der insektiziden
Phospsäureester, Pflanzenschutz-Nachrichten Bayer, Leverkusen, 1968,
Ausgabe 1, pag. 111-142.<<
[127] Chow, E., Seiber, JN., Wilson, BW., isofenphos and an in vitro
activation essay for delayed neuropathic potential, Toxicol. Appl.
Pharmacol., 83 (1), 1986, pag. 178-183.<<
[128]Francis B.M., Metcalf R.L., Hansen L.G., Toxicity of organofosphorus
esters to laying hens after oral and dermal administration, J. Environ. Sci.
Health, Pert B, Pestic. food contam. agric. wastes, 20 (1), 1985, pag. 73 y
96.<<
[129]Cavanagh, JB., Holland, P., Localisation of cholinesterase in the
chicken nervous system and the problem of the selective neurotoxicity of
organophosphorous compounds, Brit. J. Pharmacol. 16, 1961, pag. 21.<<
[130]
Sole Violán J. y otros., Manifestaciones neurológicas en la intoxicación
aguda por insecticidal organofosforados, Medicina Clínica, 6, 1985, pag.
217-219.<<
[131]Environmental Health Criteria 63, Organophosphorus Insecticides: A
general Introduction, World Health Organisation, Genf, 1986, pag. 103.<<
[132] Bulusu, S., Chakravarty, I., Subacute Administration of
Organophosphorus Pesticides and Hepatic Drug Metabolizing Enzyme
Activity in Normal and Malnourished Rats, Bulletin of Environmental
Contamination and Toxicology, vol. 36, N°. 1, pag. 73-80.<<
[133] Hou, Y., Zhou, H., Zhang, Y., Two years carcinogenicity study of
fenitrothion, Acta Acad. Med. Sichuan (China), 16(3), 1985, pag. 246-
248.<<
[134]Yasnova, G.P., Pathological morphological changes in sheep during
chronic poisonings with organophosphorus insecticides, Vses. Nauch. -
Issled. Inst. Vet. Sanit., 32, 1969, pag. 388-392.<<
[135]Wojcik, J., Der Einfluss von Cholorophos in Trinkwasser auf die 179
inneren Organe von drei Rattengenerationen, Rocz. Panstwowego,
Warszawa, 26, 1975, 3, pag. 383-391.<<
[136]Gibel, W., Lohs, K., Wildner, G.P., Ziebarth, D., Experimentelle
Studien der hemetotoxischen und hepatoxischen Aktivität von
phosphororganischen Pestiziden, Arch. Geschwulstforsch., 41(4), 1973, pag.
311-328.<<
[137]Braun, W., Dönhardt, A., Vergiftungsregister, Haushalts- und
Laborchemikalien, Arzneimittel, Symptomatologie und Therapie, Georg
Thieme Verlag, Stuttgart, New York, 1982, pag. 308-9.<<
[138]Nachrichten aus Chemie, Technik und Laboratorium, tomo 25, sección
9, 1977, pag. 494.<<
[139]Trinh van, B., Chromosomenuntersuchungen an Personen mit akuten
Vergiftungen durch organische Phosphorsäureesterverbindungen,
Egeszegtudomany, tomo 18, 4, 1974, pag. 348-350.<<
[140]
Seiler, J.P., Eine Übersicht zur Mutagenität verschiedener Pestizide,
Experimenta, tomo 29, 5, 1973, pag. 622-623.<<
[141]Huang, C.C., Wirkung von 3 Organophosphorinsektiziden auf
Chromosomen, Proceedings of the Society for Experimental Biology and
Medicine, 142, 1973, pag. 36-40.<<
[142] Procter, N., Teratogenesis von Organophosphor- und
Methylkarbamatinsektiziden, Science, 190, 1975, pag. 582.<<
[143]
Staples, R.E., Entwicklungstoxizität bei der Ratte nach Applikation von
Phosphororganischen Pestiziden (Dipterex, Imidan) während der
Schwangerschaft, Environment Health Perspectives, 13, 1976, pag. 133-
140.<<
[144]Reuber, M.D., Carcinogenity of Dimethoat, Environ. Res., 34(2), 1984,
pag. 193-211.<<
[145]Gibel, W., Lohs, K., Wildner, G.P., Ziebarth, D., Experimentelie
Studien der hemetotoxischen und hepatoxischen Aktivität von
phosphororganischen Pestiziden, Arch. Geschwulstforsch., 41(4), 1973, pag.
311-328.<<
[146]Grob, D., Harvey, A.M., The effect and treatment of nerve gas
poisoning, Amer. J. Med., 14, 1953, pag. 52.<<
[147] Bulletin of the Entomological Society of America, 15, 1969, pag. 69.<<
[148]Thomson, W.T., Agricultural Chemicals, Thomson Publications,
1976/77, tomo I, pag. 78.<<
[149]KSKZAN Khimiya v Sel'skom Khozyaistve, Chemistry in Agriculture,
16 (2), 59, pag. 78.<<
[150] Toxicology and Applied Pharmacology, 11, 1967, pag. 564.<<
[151] National Technical Information Service, PB 158-508.<<
[152] Kimmerle, G., Lorke, D., Die Toxikologie der insektiziden
Phosphorsäureester, Pflanzenschutz-Nachrichten Bayer, Leverkusen, 1968/1,
pag. 130.<<
[153]Waggoner, T.B., Khasawinah, A.M., New Aspects of organophosphorus
pesticides and related compounds, Springer-Verlag, New York, 1974, pag.
81-82.<<
[154] Chen HH., Sirianni SR., Huang CC., Sister-chromatid exchanges and
cell-cycle delay in Chinese hamster V79 cells treated with 9
organophosphorus compounds, Mutat. res., 103 (3-6), 1982, pag. 307-313.<<
[155] Chow, E., Seiber, JN., Wilson, BW., Insofenphos and an in vitro
activation assay for delayed neuropathic potential, Toxicol. Appl.
Pharmacol., 83 (1), 1986, pig. 178-83.<<
[156]Braun, W., Dönhardt, A., Vergiftungsregister, Haushalts- und
Laborchemikalien, Arzneimittel, Symptomatologie und Therapie, Georg
Thieme Verlag, Stuttgart, New York, 1982, pag. 378.<<
[157]Ernst, A., Langbein, K., Weiss, H., Gift-Grün, Chemie in der
Landwirtschaft und die Folgen, Kiepenheuer & Witsch, KOIn, 1986, pag.
252.<<
[158]Dalvi, R.R., Deoras, D.P., Metabolism of a dithiocarbamate fungicide
thiram to carbon disulfide in the rat and its hepatotoxic implications, Acta
Pharmacol. Toxicol, (Copeh.), VOL 58, ISS 1, 1986, pag. 38-42.<<
[159]Kommission zur Prüfung gesundheitsschädlicher Arbeitsstoffe der
Deutschen Forschungsgemeinschaft, Maximale Arbeitsplatzkonzentrationen
1986.<<
[160] Neustadt, T., Musterbetriebsanweisung Gefährliche Arbeitsstoffe,
Schriftenreihe »Gefährliche Arbeitsstoffe« der Bundesanstalt für
Arbeitsschutz, Nr. 4, 1984.<<
[161]Greenhalg, R., Blackwell, B.A., Preston, C.M., Murray, W.J.,
Phosphorus-31 Nuclear Magnetic Resonance Analysis of Technical
Organophosphorus Insecticides for Toxic Contaminants, J. Agric. Food
Chem., 1983, 31 pag. 710-713.<<
[162]Evaluations of some Pesticide Residues in Food, WHO Pesticide
Residues Series, N°. 4, Hrsg. World Health Organisation, Genf, 1975, pag.
295-333.<<
[163]Environmental Health Criteria 63, Organophosphorus Insecticides: A
general Introduction, World Health Organisation, Genf, 1986, pag. 82.<<
[164]Aldridge, W.N., Miles, J.W., Mount, D.L., Verschoyle, R.D., The
toxicological properties of impurities in malathion, Arch. Toxicol., 42, 1979,
S. pag. 106.<<
[165]Umetsu, N., Grose, F.H., Allaahyrai, R., Abu-El-Haj, S. Fukuto, T.R.,
Effect of impurities on the mammalian toxicity of technical malathion and
acephate, J. agric. food chem., 25, 1977, pag. 946-953.<<
[166]Miles, J.W., Mount, D.L., Straiger, M.A., Teeters, W.R., S-Methyl
Isomer Content of Stored Malathion and Fenitrothion Water-Dispersible
Powders and its Relationship to Toxicity, J. Agric. Food Chem., Vol 27, N°.
2, 1979, pag. 421-425.<<
[167]Ernst, A., Langbein, K., Weiss, H., Gift-Grün, Chemie in der
Landwirtschaft and die Folgen, Kiepenheuer & Witsch, Colonia, 1986, pag.
245.<<
[168]Grunwell, J.R., Erickson, R.H., Photolysis of Parathion... New Products,
J. Agr. Food Chem., Vol. 21, 5, 1973, pag. 930.<<
[169] Aldridge, W.N., Miles, J.W., Mount, D.L., Verschoyle, R.D., The
toxicological properties of impurities in malathion, Arch. Toxicol., 42, 1979,
pag. 95-106.<<
[170]Pelegrini, G., Santi, R., Potentation of toxicity of organophosphorus
compounds containing carboxylic ester functions toward warm-blooded
animals by some organophosphorus impurities, J. agric. food Chem., 20,
1972, pag. 944-950.<<
[171]Umetsu, N., Grose, F.H., Allaahyrai, R., Abu-El-Haj, S., Fukuto, T.R.,
Effect of impurities on the mammalian toxicity of technical malathion and
acephate, J. agric. food chem., 25, 1977, pag. 946-953.<<
[172]Grunwell, J.R., Erickson, R.H., J. Agric. Food Chem. 21, 1973, pag.
930.<<
[173]Mallipudi, N.M., Umetsu, N., Toia, R.F., Talcott, R.E., Fukuto, T.R.,
Toxicity of O,O,S,-Trimethyl and Triethyl Phosphorothioate to the Rat, J.
Agric. Food Chem., Vol. 27, N°. 2, 1979, pag. 463-466.<<
[174]
Verschoyle, R.D., Cabral, J.R.P., Investigation of the Acute Toxicity of
Timethyl and Triethyl Phosphorothioates with Particular Reference to Those
Causing Lung Damage, Arch. Toxicol, 51, 1982, pag. 221-231.<<
[175]
Dinsdale, D., Verschoyle, R.D., Ingham, J.E., Ultrastructural changes in
rat Clara cells induced by a single dose of O,S,S,-Trimethyl
phosphorodithioate, Arch. Toxicol., 56, 1984, pig. 59-65.<<
[176]
Toia, R.F., Journal Agric. Food Chem., 28, 1980, S. pag. 599-604;
Grunwell, I.R., Journal Agric. Food Chem., 21, 1973, pag. 929-931..<<
[177]
Carta del Departamento de Prensa de Bayer AG Leverkusen a Kurt
Langbein de la Televisión Austríaca, Viena 3-5-1985.<<
[178] Die Zeit, 23.8.85.<<
[179]Imamura, T., Gray, A.J., Umetsu, N., Fukuto, T.R., Biochemical and
Physiological Investigations into the Delayed Toxicity Produced by O,O,S,-
Trimethyl phosphorothioate in Rats, Pesticide Biochemistry and Physiology,
19, 1983, pag. 73.<<
[180]Pelegrini, G., Santi, R., Potentation of toxicity of organophosphorus
compounds containing carboxylic ester functions toward warm-blooded
animals by some organophosphorus impurities, J. agric. food Chem., 20,
1972, pag. 944-950.<<
[181]
Verschoyle, R.D., Cabral, J.R.P., Investigation of the Acute Toxicity of
Trimethyl and Triethyl phosphorothioates with Particular Reference to
Those Causing Lung Damage, Arch. Toxicol, 51, 1982, pag. 221.<<
[182]Umetsu, N., Grose, F.H., Allahyrai, R., Abu-El-Haj, S., Fukuto, T.R.,
Effect of impurities on the mammalian toxicity of technical malathion and
acephate, J. agric. food chem., 25, 1977, pag. 946-953.<<
[183]Imamura, T., Gray, A.J., Umetsu, N., Fukuto, T.R., Biochemical and
Physiological Investigations into the Delayed Toxicity Produced by O,O,S-
Trimethyl phosphorothioate in Rats, Pesticide Biochemistry and Physiology,
19, 1983, pag. 66-73.<<
[184]Rodgers, K.E., Imamura, T., Devens, B.H., Investigations into the
mechanism of immunosuppression caused by acute treatment with ,O,S-
Trimethyl Phosphorothioate, Immunopharmacology, 10(3), 1985, pag. 171-
180.<<
[185]
Zaninovic, M., Intoxications with etiol, Arh. Hig. Rada Toksikol. 28(1),
1977, pag. 49-53.<<
[186]Namba, T., Nolte, C., Jackrel, J., Poisoning due to organphosphate
insecticides, Am. J. Med., 50, 1971, pag. 475-492.<<
[187]Morgan, D.P., Recognition and management of Pesticide Poisoning,
Edition 3, Washington D.C., U.S. Environmental Protection Agency,
1982.<<
[188] Mozes, I.A., Sud. -Med. Ekspert., Vol. 20, Iss. 4, 1977, pag. 37-39.<<
[189]Mikami, R., Pneumonia induced by physical factors and chemical
substances, Naika Shirizu, vol. 22, Iss. Haien no Subete, 1976, pig. 229-
242.<<
[190]Lings, S., Pesticide lung: A pilot investigation of fruit-growers and
farmers during the spraying season, Br. J. Ind. Med., 39(4), 1982, pag. 370-
376.<<
[191]Greenhalg, R., Blackwell, B.A., Preston, C.M., Murray, W.J.,
Phosphorus-31 Nuclear Magnetic Resonance Analysis of Technical
Organophosporus Insecticides for Toxic Contaminants, J. Agric. Food
Chem., 1983, 31, pag. 710-713.<<
[192] National Technical Information Service, PB 158-508.<<
[193] Investigaciones propias; Habegger, R., Gemüseproduktion in
Südspanien, Deutscher Gartenbau, 1985 (2), pag. 54-56.<<
[194] Idem.<<
[195] Idem.<<
[196] Idem.<<
[197] Salud, 21.3.1986.<<
[198]Grupo ecologista del Mediterráneo, Informe sobre Ia utilización de
productos químicos en los cultivos enarenados bajo plástico en la comarca
del Poniente, pag. 90.<<
[199] El Ideal, Almería, 27.10.87.<<
[200] Ver nota 6, pag. 37.<<
[201] Biologische Bundesanstalt für Land- und Forstwirtschaft,
Pflanzenschutzmittel-Verzeichnis 1987, Aco-Druck GmbH, Braunschweig,
1987.<<
[202]Evaluations of some Pesticide Residues in Food, WHO Pesticide
Residues Series, N°. 4, Hrsg. World Health Organisation, Genf, 1975, pag.
308.<<
[203]Consejería de Agricultura y Pesca, Sección de Protección de los
Vegetales, Boletin Fitosanitario, N°. 5, 1987, pag. 14.<<
[204]Habegger, R., Gemüseproduktion in Südspanien Winterproduktion für
unsere Märkte, Deutscher Gartenbau, 1985 (2), pag. 54.<<
[205] Idem.<<
[206]Posada, M., et. al., Toxic-Oil Syndrome: Case Reports associated with
the ITH Oil Refinery in Sevilla, Fd. Chem. Toxic., Vol. 25 (1), 1987, pig. 87-
90.<<
[207]Mallipudi, N.M., Umetsu, N., Toia, R.F., Talcott, R.E., Fukuto, T.R.,
Toxicity of O,O,S-Trimethyl and Triethyl Phosphorothioate to the Rat, J.
Agric. Food Chem., Vol. 27, N°. 2, 1979, pag. 463-466; Verschoyle, R.D.,
Cabral, J.R.P., Investigation of the Acute Toxicity of Trimethyl and Triethyl
Phsophorothioates whith Particular Reference to Those Causing Lung
Damage, Arch. Toxicol, 51, 1982, pag. 221-231; Dinsdale, D., Verschoyle,
R.D., Ingham, J.E., Ultrastructal changes in rat Clara cells induced by a
single dose of O,S,S-Trimethyl phosphorodithioate, Arch. Toxicol., 56,
1984, pag. 59-65.<<
[208] Comunicación personal a los autores.<<
[209] Ernst, A., Langbein, K., Weiss, H., Gift-Grün, Chemie in der
Landwirtschaft und die Folgen, Kiepenheuer & Witsch, Köln, 1986, pag. 14-
15.<<
[210]
Velazquez, A., Xamena, N., Creus, A., Marcos, R. Indication for weak
mutagenicity of the organophosphorus insecticide Dimethoate in Drosophila
Melanogaster, Mutat. Res, 172 (3), 1986, pag. 237-243.<<
[211]
Seiler, J.P., Eine Übersicht zur Mutagenität verschiedener Pestizide,
Experimenta, 29 (5), 1973, pig. 622-623.<<
[212]Entwicklungspolitische Korrespondenz (Hg.) Gift und Geld, Pestizide
und dritte Welt, EPG- Drucksache Nr. 4, Hamburg, 1986.<<
[213]Ernst, A., Lamgbein, K., Weiss, H., Gift-Grün, Chemie in der
Landwirtschaft und die Folgen, Kiepenheuer & Witsch, Köln, 1986, pag.
246-252.<<
[214] Frankfurter Rundschau (FR), 20.10.1987.<<
[215] Chetley, A., Cleared for Export, Oxford 1985, pag. 33-36.<<
[216] Chetley, A., Cleared for Export, Oxford 1985, pig. 31-33.<<
[217] Comunicación personal.<<
[218] DER SPIEGEL, Nr. 42/1987, pag. 189-195.<<
[219] Diario 16, 2.10.1984.<<
[220] Cambio 16, 11.2.1985.<<
[221] Cambio 16, 25.2.1985.<<
[222] Bayer-Intern, Febrero de 1985, pag. 9.<<
[223] Comunicación personal a los autores del 25.5.1987.<<
[224]
Carta del Dr. H. Mahler al Señor Secretario General Técnico, Ministerio
de Sanidad y Consumo, Madrid, 21.2.1985.<<
[225]Protocolo de la Comisión Permanente de la Coordinatión Científica y
de Investigatión..., 26.8.1981.<<
[226]Toxic Oil Syndrome, World Health Organisation 1984, Regional Office
for Europe, Copenhagen, Mass food poisoning in Spain, Report on a WHO
meeting, Madrid, 21-25 March 1983, pag. 39.<<
[227]
Carta del Dr. Antonio Muro al director del Instituto de Majadahonda,
Mayo 1983.<<
[228] Bayer-Intern, Sonderausgabe, Febrero de 1985, pag. 1.<<
[229] Idem, pag. 3.<<
[230] Carta del Departamento Jurídico de Bayer AG, Leverkusen a la
autora.<<
[231] Carta de Bayer Hispania a Ya, 21.11.1986.<<
[232]Intercambio de correspondencia entre el Profesor Frontela y la
Universidad de Sevilla, 5 cartas entre Enero y Marzo de 1988.<<
[233] Informe del 4.3.1986.<<
[234]Carta del Profesor Frontela al Juez de Instructión para el síndrome
Tóxico, del 1.8.1985.<<
[235]Declaración en la Sala del Juicio, 28-10-87, pag. 12.964 del Acta del
Juicio.<<
[236]
Informe del profesor Frontela sobre la bioexperimentación con monos,
conclusiones, 11-2-1988.<<
[237]
Conclusiones de la Evaluación de las Investigaciones del Dr. Antonio
Muro elaboradas por los Dres. Clavera y Martinez Ruiz, febrero de 1988.<<
[238]
Andres Valverde, declaratión en la sala del juicio, pag. 22.847 y ss. del
Acta Oval.<<
[239]Conclusiones Definitivas del abogado Jesus Castrillo, letrado defensor
del procesado Ramón Alabart, 9-5-1988, pag. 437 y ss.<<
[240] Idem, pag. 201.<<

También podría gustarte