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La arquitectura del s.

XIX se había movido dentro de una profunda contradicción: todo el mundo sentía la necesidad de encontrar un lenguaje arquitectónico
propio y específico que respondiera a su época, pero como el sistema de construcción que mejor se adaptaba al signo de los tiempos - el de los ingenieros - no se
consideraba verdadera arquitectura, los arquitectos recurrieron a los diferentes estilos del pasado, y por todas partes se levantaron edificios neogriegos,
neorenacentistas y, sobre todo, neogóticos, sin que nadie pareciera poder encontrar una salida a aquella situación de agotamiento.

Y es en este contexto donde hay que situar la aparición del Modernismo como un intento de encontrar un estilo moderno, adecuado a un tiempo que esperaba el
nuevo siglo con entusiasmo, que estuviera completamente desvinculado del pasado y que se basara en la utilización de los nuevos materiales. Un estilo que no
sólo fue internacional (en toda Europa surgieron movimientos con un nombre muy parecido: Modernismo en España, Art Nouveau en Francia, Modern Style en
Gran Bretaña, Jugendstil en Alemania, Sezessionsstil en Austria…), sino que prendió con fuerza en todos los ámbitos del arte y del diseño para crear un auténtico
entorno decorativo, controlado por el arquitecto, capaz de aplicarse a todos los aspectos de la vida urbana: desde las casas a las estaciones del metro, de los
muebles a la decoración de interiores, incluyendo los vestidos de sus propietarios.

La fealdad de sus diseños, la monotonía de los productos en serie, el miedo a la alienación provocaron en Gran Bretaña, el país donde la industrialización estaba
más avanzada, un movimiento encabezado por William Morris (1834-1896) que pretendía recuperar la calidad del diseño y de la producción artesanal y del que el
Modernismo será su heredero directo. Sus primeras manifestaciones se produjeron en las obras de un arquitecto belga, Victor Horta (1861-1947), que en la Casa
Tassel (1892), planteó un nuevo concepto de la arquitectura basado en una utilización racionalista del hierro, que no impide darle un refinado tratamiento
expresivo y decorativo a base de curvas y ritmos lineales muy refinados que dan a las columnas, vigas y barandillas un aspecto floral.

Desde Bélgica, y gracias a la rápida difusión que permitían las revistas ilustradas, se extendió de inmediato por toda Europa, encontrando en Cataluña uno de sus
focos más importantes, gracias al entusiástico apoyo que le prestó la burguesía industrial. Y fue allí, además, donde trabajó uno de los arquitectos modernistas más
importantes y originales del movimiento modernista, Antonio Gaudí (1852-1926), cuya arquitectura, sumamente plástica, casi como si se tratara de esculturas,
parece hecha a base de formas naturales. Gaudí realizaba, además, la decoración interior de los edificios que construía, buscando esa coherencia interna típica del
movimiento modernista. Destacan, a su vez, otros arquitectos como Domènech i Montaner, y Puig i Cadafalch. Pero en Barcelona el modernismo llegó a todas las
artes, creándose un verdadero ambiente cultural en el que destacaron pintores como Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Isidre Nonell, etc.

Este nuevo estilo afectó, básicamente, a la arquitectura y las artes decorativas, pero influyó en todas las demás. Su teoría se difundió a través de las publicaciones
ilustradas, conferencias, exposiciones, etc., que también sirvieron para dar a conocer los progresos técnicos. Así se sentaron las bases para la creación de este estilo
con características unitarias a pesar de los elementos locales que se incorporaron en cada país. También se le conoce como Estilo 1900, y se puede definir como
una búsqueda para dar el máximo valor ornamental a la línea curva, bien de origen floral (Bélgica, Francia, España) o geométrico (Inglaterra, Escocia, Alemania).
Nace como reacción contra el academicismo y el eclecticismo del siglo XIX, inspirándose directamente en la naturaleza. Sus raíces inmediatas deben buscarse en
la pintura simbolista.

El modernismo tendía a la unidad arquitectónica entre interior y exterior, y a una coherencia entre estilo y estructura, decoración y ornamentación. En las artes
decorativas se quería ofrecer calidad, en contra de la vulgaridad de los productos comerciales que ofrecía la producción industrial masiva. En este punto
continuaron el movimiento inglés Arts & Crafts (interesado Por la funcionalidad del espacio interior y por el diseño de los detalles que hacen más agradable la
vida de los moradores), impulsado por W. Morris. En el continente no se iba contra la producción en serie, sino que se intentó coaligar arte e industria para poder
ofrecer productos bellos que estuvieran al alcance de todo el mundo aunque en realidad se diseñaron objetos que se fabricaban con técnicas artesanales y
materiales caros, que resultaban inaccesibles para la mayoría de la población, pero muy apropiados para la rica burguesía industrial o financiera.

En la arquitectura se buscará la flexibilidad de la línea y su sinuosidad con fines decorativos; el uso de materiales coloreados y de la piedra moldurada; y la
utilización de rejas, balcones y soportes de hierro forjado. Los nuevos materiales proporcionaban al arquitecto una absoluta libertad creativa. El arquitecto
asume no sólo la parte estructural o constructiva, sino también la parte ornamental y mobiliaria (objetos de uso), convirtiéndose así en diseñador.

Los interiores modernistas

Diseñados como una superficie de líneas sinuosas y sensuales, concretan la tendencia naturalista y ondulante del Art Nouveau. Son conjuntos armónicos creados
con libertad y fantasía. Se busca el placer que proporciona la integración de la belleza y el bienestar. La naturaleza es trasplantada al interior, dotándolo de
flexibilidad, inestabilidad y ligereza.

Se utilizan diversos materiales: hierro, mosaico, madera…Las líneas sinuosas se prolongan por las paredes y los suelos, en una especie de metáfora vegetal. La
obra es tratada como un conjunto orgánico, extraído de las formas de la naturaleza; la utilización de elementos florales con fines decorativos crea un ambiente
elegante.

Los principales centros de producción artística modernista se sitúan en Francia, Bélgica, Alemania y Austria. Destacan autores como Victor Hora, el pionero; h.
Van de Velde y Otto Wagner, en Viena.

Antonio Gaudí (1852-1926)

Gaudí, aún siendo un reputado arquitecto modernista, nos muestra una obra gestada en la soledad y la angustia vital de un hombre imbuido de un profundo
misticismo. Su estricta formación cristiana determinará tanto su vida como su obra.

En sus primeras obras se hace evidente su obsesión por la sintaxis constructiva del gótico por sus principios de empujes y contrarrestos. Hay un cierto
mudejarismo y goticismo en ellas.

Sus creaciones destacan por un querer volver a los orígenes de las formas vivas, vegetales o animales. Ahí es donde se manifiesta su profundo amor a la
naturaleza. Gaudí cancela siglos de historia de la arquitectura, rompiendo con la racional ortogonalidad de las habitaciones y confiriendo a estas formas biológicas,
de pasillos curvos y superficies trapezoidales, encajados como un tejido celular. Los exteriores de sus edificios se mueven en poderosas ondulaciones. Sus obras
de mayor empeño y volumen son: el Parque Gúell y la Sagrada Familia de Barcelona, obra situada dentro del estilo neogótico.

Su etapa más creativa y de pleno desarrollo del estilo modernista tiene lugar entre 1900 y 1917. Utilizó mosaicos hechos con fragmentos de azulejos para las
decoraciones, con una estética y un cromatismo muy personal, inspirándose en grutas y otras formas naturales. De este período destacan el Parque Güell (1900-
1914), con un dominio de las curvas tanto en los asientos como en los tejados, y la abundante decoración de cerámica y rejería; la Casa Batlló (1904-1906) y la
Casa Milá (1906-1910), ambas con dominio de la línea curva en sus fachadas y vanos, trabajo de forja en los balcones y ornamentación ondulada en el interior, en
los techos y en los muros. En la última casa utilizó cemento portland. En sus últimas obras da un protagonismo total a las líneas curvas, confiriéndoles un gran
sentido escultórico, naturalista o abstracto, no conocido en la arquitectura europea de aquella época.
EL ARTE CLÁSICO: EL ARTE ROMANO.
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
La civilización romana, heredera de la tradición griega y etrusca, constituyó un estado cuya presencia impregnó todas sus manifestaciones
artísticas. Pueblo militarista y pragmático, amante de las cosas y soluciones prácticas, que resolvían problemas y tenían una función útil, se
preocupó más de la organización y de la eficacia que de los grandes principios. Su vocación universalista no estuvo ni en el pensamiento ni en el
arte, sino en el deseo de dominación política y económica.

Podemos establecer tres grandes etapas en la historia de la civilización romana:


· Los antecedentes etruscos (s.VIII a. de C. -509 a de C.). En esta época la ciudad de Roma, fundada en 753 a. de C. por los etruscos, estuvo bajo la
influencia de la civilización etrusca, tanto en el aspecto político (la monarquía etrusca) como cultural y artístico. Una vez que los romanos expulsaron a los
etruscos y sus reyes y se emanciparon de su poder, la ciudad se organizó como una “República” gobernada por un “Senado” que representaba los intereses
de la nobleza patrícia (la clase social más rica, propietaria de las tierras y los ganados). A partir de este momento la ciudad entrará en guerra con todos sus
vecinos, iniciándose un proceso de expansión territorial que pronto convertirá a Roma en el principal estado de la península italiana.
· La ROMA REPUBLICANA (509-27 a de C.) comenzó como una pequeña ciudad del Lacio, y acabó como un gran estado que controlaba todo el
Mediterráneo. Las conquistas territoriales, basadas en una imponente máquina de guerra, el ejército romano, impulsaron la creación de un imperio territorial
que abarcó toda la península italiana y parte de la cuenca mediterránea. Pero esta expansión territorial no eliminó las crisis sociales ni las guerras civiles en
el interior de Roma. La riqueza que las conquistas trajo consigo alimentó el afán de poder de las élites romanas y la propia dinámica militarista y
expansionista, que desembocaría en la abolición de la República como forma de organización política del estado, y la proclamación del Imperio como nueva
forma de constitución política, solapándose con las viejas instituciones republicanas. En esta etapa se conjugan la influencia etrusca y una actitud de
mimetismo hacia las realizaciones del arte griego (muy extendido en las ciudades de la Magna Grecia) y de los reinos helenísticos, continuadores, como
hemos visto, de la tradición clásica. Es al final de esta etapa, a partir de s. II a de C., cuando podemos hablar de un estilo propiamente romano, continuador
del clasicismo griego, pero no imitador del mismo.
· Con el IMPERIO (27 a de C.-476), Roma experimentó una profunda reorganización. El poder político y militar se concentra en una persona, el Emperador,
que lo transmite a sus descendientes. El Imperio supone una forma de monarquía que los romanos despreciaban desde tiempos de la dominación etrusca,
pero que se adaptaba perfectamente a las nuevas necesidades del gigantesco estado creado por las conquistas territoriales llevadas a cabo por la
República. Los emperadores engrandecieron aún más Roma, impulsaron la conquista de oriente y consolidaron las fronteras políticas del imperio, que
internamente fue dividido en provincias. El Estado romano sintió entonces la necesidad de manifestar su propia grandeza mediante obras al mismo tiempo
útiles y colosales (combinación de pragmatismo y afán de ostentación política). Se recurrió de modo creciente a los elementos constructivos de las
civilizaciones orientales como la bóveda. La arquitectura imperial romana se interesó vivamente por el espacio interior, donde se lleva a cabo la actividad
humana. Esta preocupación por la función le distanció del carácter plástico de la arquitectura griega. En la escultura, el culto a los antepasados, rasgo
heredado de la tradición etrusca, impulsó la individualidad del retrato. Roma, creó, en definitiva, un estilo propio. La escultura sirvió, además, para “narrar” la
grandeza militar del Estado romano, a través del relieve en arcos, columnas, etc. La grandeza militar y artística del mundo romano alcanzó su cenit en el
llamado “Alto Imperio” (s. I-III). A partir del s. III la civilización romana inició una lenta y profunda transformación que conduciría al Imperio a su desaparición.

Con la CRISIS DEL BAJO IMPERIO (s. III-IV), algunos emperadores trataron de mantener el prestigio del Estado mediante la construcción de edificios
colosales. Pero estos gigantescos decorados apenas podían esconder la realidad de una civilización en decadencia, que había perdido la confianza en la
capacidad de construir un mundo organizado La división del Imperio en dos, de Occidente con capital en Roma, y de Oriente, con capital en Constantinopla
(Estambul) señaló el principio de esta decadencia. El agotamiento interno y la presión exterior de los pueblos bárbaros que durante siglos amenazaron sus
fronteras hasta desbordarlas, determinaron la agonía de un imperio que aún tardaría dos siglos en desaparecer formalmente. Al replegarse de nuevo los
espíritus hacia el mundo interior, la escultura perdió el interés por la realidad y evolucionó hacia un mayor conceptualismo y simbolismo. El cristianismo
encontró en ella las formas adecuadas para desarrollar su propia temática y halló en la basílica romana, el prototipo arquitectónico idóneo para sus iglesias.

Algunas claves de la civilización romana:


· Sistema socioeconómico basado en la existencia de la esclavitud como pilar básico del modelo productivo. Las conquistas militares y la dominación de
pueblos, convirtieron en esclavos a millones de personas libres, que pasaron a ser propiedad del estado o de particulares. El derecho de ciudadanía tuvo,
hasta que el emperador Caracalla, en 211, lo convirtió el universal para todos los hombres libres del imperio, un carácter restrictivo. La libertad individual fue,
como en Grecia, patrimonio de unos pocos. Y también, como la griega, la civilización romana fue una civilización urbana. Roma no sólo será la capital
política del estado, sino el principal escenario para la grandeza de las expresiones artísticas.
· El sistema político romano fue muy diferente al griego. En sus orígenes, Roma fue una pequeña ciudad-estado, como las Polis griegas, pero su
expansionismo militar determinó, también, la evolución de sus instituciones políticas. Roma fue una monarquía en la época en que estuvo dominada por los
etruscos (s. VIII-VI a de C.). Se convirtió en una República aristocrática a partir de 509 a de C., dominada por un Senado que representaba a la nobleza
patricia, y sometida a enormes tensiones internas de tipo civil y político por las ansias de libertad y participación en el gobierno de los llamados plebeyos.
Las sucesivas reformas políticas permitieron que las instituciones se convirtieran en representivas del pueblo romano y de su voluntad de gobierno. No
obstante, la preeminencia de las élites patricias y militares impidió que Roma se convirtiera en una auténtica democracia, como lo fue Atenas, con las típicas
exclusiones del mundo antiguo. El militarismo y la rudeza romana, casaban mal con ese modelo. La enorme expansión territorial de la República y la
importancia que el ejército adquirió en la sociedad romana, hizo inevitable la evolución hacia formas personales y autoritarias de gobierno. El Imperio
necesitaba un “Emperador” capaz de dirigir con mano de hierro el complejo estado creado por los generales y las legiones romanas. Octavio será el primer
emperador romano, con el nombre de Augusto.
· La romanización. Los territorios y pueblos que Roma fue incorporando a lo largo de su dilatada historia bajo su dominación política, fueron intensamente
romanizados. La lengua romana, el latín, y la cultura romana se impusieron progresivamente, ya fuera “manu militari” o por interés propio. El derecho
romano, y con él el imperio de la ley, se impondrá como fundamento normativo para la convivencia en un territorio tan vasto y heterogéneo como llegó a ser
el Imperio Romano. De igual modo, las creaciones artísticas y las obras de ingeniería no sólo tuvieron a la ciudad de roma como escenario, sino a todo el
Imperio. Acueductos, puentes, teatros, anfiteatros, ciudades, templos, etc. constituyen el mejor testimonio material de la grandeza alcanzada por la
civilización romana.
· En cuanto al ámbito religioso, los dioses romanos eran los mismos que los griegos, aunque con distintos nombres. Júpiter era Zeus, como Venus era
Afrodita. La religiosidad romana apenas difería de la griega, en el culto reverencial que los romanos sentían por sus antepasados. No obstante, hay dos
novedades que conviene resaltar. La primera: en la época imperial el culto al emperador, convertido en dios tras su muerte, se convirtió en religión de
estado. Este modelo de religiosidad política permitió mantener la cohesión de un imperio atravesado por multitud de expresiones y devociones religiosas.
La tolerancia de todo tipo de cultos y religiones (sincretismo religioso) se conjugaba, al mismo tiempo, con el culto imperial. Este aspecto es el que
condiciona la pronta conflictividad creada por el cristianismo, religión que no aceptaba más dios que el suyo propio y que negaba el carácter divino del
emperador. De todas formas, el cristianismo, que empezó siendo perseguido y actuando en la clandestinidad, acabó convirtiéndose en la religión oficial del
Estado Romano a partir del emperador Constantino (año 313), poniendo fin a siglos de “paganismo” e iniciando una nueva etapa en la historia del arte, de la
que nos ocuparemos en el siguiente tema.
Introducción
El crecimiento capitalista y la industrialización desencadenan un desarrollo sin precedentes que transforman radicalmente a Europa. La concepción de la realidad cambia a un ritmo
vertiginoso y todo esto afecta profundamente al arte. Los conceptos de espacio y tiempo se transforman, las comunicaciones son cada vez más rápidas, la fotografía permite ver
cosas que el ojo humano no percibía. Ante este mundo cambiante, el arte pictórico de la segunda mitad del siglo XIX ofrece el camino del impresionismo que supone el origen del
arte contemporáneo.
Durante el siglo XIX el medio por el que los artistas conseguían su aceptación era a través de los Salones o Exposiciones Nacionales. Para un pintor el no ser aceptado en un Salón
suponía su marginación y su fracaso. La decisión de incluir o excluir las obras competía a los jurados formados por autoridades académicas, cuyos criterios se basaban en las
tradiciones más conservadoras y se rechazaban las obras originales que suponían una ruptura con el arte oficial. En 1863 se organizó una exposición con las obras que el jurado no
había admitido. A esta exposición se la llamó " Salón de los rechazados", (Salon des refusés) entre los pintores que no habían sido aceptados se encontraba Manet; para ellos era
una forma de contestar el estancamiento de los salones oficiales, su falta de originalidad. Algunos años más tarde, en 1874, un grupo de pintores organizan la primera exposición
impresionista: Monet, Renoir y Pissarro, entre otros. Había empezado la pintura moderna.

EL IMPRESIONISMO
El Impresionismo nace, pues, como una evolución del Realismo y de la Escuela paisajística francesa de finales del siglo XIX. Se corresponde con una
transformación social y filosófica; por un lado, el florecimiento de la burguesía, por otro, la llegada del positivismo. La burguesía, como nuevo fenómeno
social, trae sus propios usos y costumbres; unos afectan al campo, que deja de ser lugar de trabajo para convertirse en lugar de ocio: las excursiones
campestres. Es el mundo retratado por Monet y Renoir. La ciudad, por el contrario, se convierte en nuevo espacio para la nueva clase social: aparecen los
flanneurs, paseantes ociosos que se lucen y asisten a conciertos en los boulevards y los jardines de París. También cobra relevancia la noche y sus
habitantes, los locales nocturnos, el paseo, las cantantes de cabaret, el ballet, los cafés y sus tertulias. Es un mundo fascinante, del cual los impresionistas
extraen sus temas: en especial Degas o Toulouse-Lautrec. Porque para ellos se han terminado los temas grandiosos del pasado. El positivismo acarrea una
concepción de objetividad de la percepción, de un criterio científico que resta valor a todo lo que no sea clasificable según las leyes del color y de la óptica.
Según esto, cualquier objeto natural, visible, afectado por la luz y el color, es susceptible de ser representado artísticamente. El cuadro impresionista se
vuelca pues en los paisajes, las regatas, las reuniones domingueras, etc. Los impresionistas se agruparon en torno a la figura de Manet, el rechazado de los
Salones oficiales y promotor del Salon des Refusés. Ante el nuevo léxico que proponen, de pincelada descompuesta en colores primarios que han de
recomponerse en la retina del espectador, el público reacciona en contra, incapaz de "leer" correctamente el nuevo lenguaje. Pero el Impresionismo cuenta
con el apoyo de dos fuerzas sociales emergentes: la crítica de arte, que se encargará de encauzar el gusto del público; y los marchands (marchantes), los
vendedores de arte, que colocan sus cuadros en las mejores colecciones del país. Las tertulias, los Salones extra-oficiales y el propio escándalo se
convirtieron en vehículos propagandísticos del nuevo estilo.
Dicho estilo cuenta como precedente con los paisajistas de la Escuela de Barbizon , dependiente del último Realismo francés. Corot y Millet son las
referencias más inmediatas en Francia, apoyados por la innovación de los paisajes de Turner. Esta tendencia paisajista la desarrollaron los integrantes del
denominado Grupo de Batignoles, llamados así por vivir en el barrio del mismo nombre. Éstos son Monet, Boudin, Renoir... También toman referencias,
especialmente de color y composición, del siglo de Oro español. El japonismo, una moda de la época, añadió su parte a través de grabados que enseñaron
a los artistas una forma nueva de ver el espacio y de utilizar los colores planos, sin intentar falsificar la realidad del cuadro con la tercera dimensión. Por
último, la fotografía fue otro enlace, aunque no está claro si la espontaneidad de la captación del momento la aprende el Impresionismo de la fotografía o,
más bien, ésta es la alumna de aquél. En cualquier caso, el resultado es una pintura amable, ligera, frecuentemente de paisaje, llena de luz y color, con
pinceladas muy cortas que a veces dejan entrever el blanco del lienzo. No son cuadros grandes puesto que responden a encargos privados. Están alejados
de cualquier compromiso social (casi todos los impresionistas se fueron de vacaciones al campo o a Inglaterra durante la represión de los movimientos
obreros de la década de 1880) y no tardaron en ser refrendados por una amplia aceptación social, de esta burguesía que se veía retratada en los lienzos
impresionistas, al modo en que el mundo noctámbulo parisino se refleja en el espejo de La barra del Folies-Bergère de Manet.

A modo de síntesis se pueden señalar las siguientes características técnicas y formales:


• Se utiliza el óleo sobre lienzo, principalmente, aunque también el pastel sobre papel.
• Nuevos temas: los impresionistas descubren que no existe el tema insignificante sino cuadros bien o mal resueltos. Hacen una recuperación de lo banal
que favorece la atención a los problemas formales. Hay una marcada preferencia por los paisajes tanto rurales como urbanos; interesa la captación de lo
fugaz- el agua, el humo, aire...-. Son paisajes reales, no compuestos, donde aparecen elementos considerados feos como el ferrocarril, las estaciones,...
También hay escenas intranscendentes, de ocio - bailes, tabernas-. Se renuncia los temas "importantes", con mensaje; son la negación del tema.
• Nueva valoración de la luz. El color no existe, ni tampoco la forma; solo es real para el pintor la relación aire-luz. De este modo, la luz es el verdadero
tema del cuadro y por esto repiten el mismo motivo a distintas horas del día. La calidad y la cantidad de luz (no la línea o el color) es la que nos ofrece una u
otra configuración visual del objeto. Esto les obliga a pintar al aire libre y a emplear una factura rápida capaz de captar algo tan cambiante. Los cuadros son
muy luminosos y claros.
• El color está directamente relacionado con la luz. Utiliza colores claros, vivos y puros que se aplican de forma yuxtapuesta para que la mezcla se
produzca en la retina: es lo que se llama mezcla óptica. Con este recurso se gana viveza cromática. Las sombras dejan de ser oscuras y se reducen a
espacios coloreados con las tonalidades complementarias, ya que el color se hace más vigoroso acercándolo a su complementario (ej. el rojo y el verde se
potencian mutuamente). El negro desaparece por considerar que no existe en la naturaleza por esto el sombreado no se realiza a la manera tradicional
coloreando las sombras.
• Pincelada suelta, corta y rápida. Para traducir mejor las vibraciones de la atmósfera rehuyen cualquier retoque de las pinceladas y prefieren la mancha
pastosa y gruesa. La línea desaparece y son la pincelada y el color los valores dominantes.
• El modelado al modo tradicional, con gradaciones de color y luz, no existe y con el tiempo se acabará disolviendo las formas y volúmenes en
impactos luminosos y cromáticos.
• Pintura al aire libre. Esta proyección hacia los lugares abiertos viene impuesta por la temática pero más todavía por el deseo de " limpiar de barro" los
colores, de verlos y reproducirlos puros, y de hallar un correctivo a la composición demasiada mecánica, de pose, del estudio.
• Nueva valoración del espacio ilusorio. No hay interés por el espacio que finja profundidad, desaparece la concepción tradicional del cuadro como
escaparate o ventana. Se pretende que sea algo vivo, un trozo de naturaleza, por lo que se huye de la perspectiva y la composición tradicional. En muchos
cuadros lo llamativo es el encuadre que corta figuras y objetos como el objetivo de una cámara fotográfica.

Los pintores impresionistas.


Manet. Rechaza la tradición académica. Su polémica entrada en el mundo pictórico la realiza en el Salón de los rechazados con su obra El almuerzo sobre
la hierba, cuadro que escandaliza al público y a la crítica porque ofrece una visión de la luz y la composición que los ojos de sus contemporáneos no
estaban preparados para asumir. La sensación de volumen no se crea a partir del claroscuro y las figuras no se sitúan en un espacio ambiental sino que se
funden en él. Otras obras de Manet son Olimpia y El bar del Folies Bergère.

Monet. El más poético de los pintores impresionistas, tiene una concepción fluida de la naturaleza. Uno de los primeros objetivos de Monet es fijar la
inmediatez de la sensación visual. Para ello escoge los motivos acuáticos, destacando los efectos de la luz sobre el agua. Su preocupación por las
variaciones luminosas según la hora del día le lleva a ejecutar varios cuadros simultáneamente sobre el mismo motivo: La catedral de Rouen,
Acantilados,...El cuadro de Monet Impresión: sol naciente, sirve de pretexto para que un crítico irónicamente bautice a este grupo con el nombre de
impresionistas.

Renoir. Es al mismo tiempo un revolucionario y un artista con un fuerte peso de la tradición. Con tonalidades fuertes, rojas y amarillas, capta las vibraciones
de la luz ondulante entre hojas. Prefiere como motivo al ser humano, sobre todo la mujer, que para él expresa la belleza., así puede admirarse en su obra
más famosa Le moulin de la Galette.

Signac. Es despues de Seurat, el representante más destacado de la escuela neoimpresionista o puntillista. Por influencia de Seurat sigue la técnica
divisionista, estudiando cuidadosamente los efectos de luces, y llega a veces a superar a su maestro en la luminosidad del colorido. Presidente del salón de
independientes, centra su labor principalmente en el paisaje
Degas. Es un impresionista de la forma más que del color. En muchos cuadros la luz brillante de la atmósfera es desplazada por la luz de las candilejas; la
irisación de las ondas de Monet es en él brillos de faldas de bailarinas captadas en momentos fugaces. Considera que la forma tiene valor en sí misma y
conserva su volumen. Siente especial interés por la figura humana como en sus temas de bailarinas.

Otros: Pissarro y Sisley. Seurat. Intenta representar la realidad partiendo de una construcción rigurosamente científica.
EL CONTEXTO HISTÓRICO Y LOS FACTORES CONDICIONANTES DEL ARTE GRIEGO

Introducción.

El “arte clásico” es un concepto de la Historia del Arte que nos remite a la antigüedad, época en la que se forjaron las bases formales y estéticas del arte occidental.
Unos ideales a los que se volverá, de forma recurrente, en diferentes momentos de la historia, como comprobaremos a lo largo del curso.
Pero quizás deberíamos plantearnos primero la siguiente pregunta: ¿qué entendemos por “ clasicismo”? ¿Algo pasado de moda? ¿algo que representa un ejemplo o
paradigma de perfección? ¿la encarnación de un ideal?. Es seguro que la mayoría de vosotros habéis utilizado alguna vez este término en vuestras conversaciones
referidas a la moda…o a cualquier otra circunstancia. El término “clásico” se utiliza con mucha frecuencia, pero en la Historia del Arte sólo hay un arte clásico, y éste
nació y se formó en la antigua Grecia y tuvo su continuación en la época del Imperio Romano. De su gestación y culminación nos vamos a ocupar en este tema, pero
antes es necesario abordar aquellos factores que, desde diferentes ámbitos, condicionaron y determinaron su desarrollo.

El tiempo histórico
Lo primero será precisar los límites cronológicos, es decir, el espacio temporal por que discurre el proceso de formación y la culminación del arte clásico. Si nos
referimos primero al arte griego (del arte romano nos ocuparemos más adelante), es necesario utilizar la misma periodización que se sigue para el estudio de su
historia. De este modo, tendríamos:

· El período arcaico: s. VIII-VI a. de C.


· El período clásico: s. V-IV a. de C.
· El período helenístico: s. IV-II a de C.

El período arcaico es una época de formación, de tanteo y concreción de algunas de las formas que culminarán en la siguiente etapa. En estos primeros tiempos
afloran y se perfeccionan, sobre el sustrato propio, las diferentes influencias que concurren en el arte griego: la de la civilización cretense, la civilización Micénica y,
sobre todo, las grandes civilizaciones orientales, especialmente la egipcia. Es una época en la que el arte evoluciona desde el geometrismo y la abstracción hacia el
naturalismo expresivo.
El período clásico representa la culminación y perfeccionamiento de todas las manifestaciones artísticas griegas, tanto a nivel formal como técnico. Esta plenitud
coincide, y no por casualidad, con el apogeo político, económico y cultural de las “Polis” griegas, en especial Atenas. En estos años nace la “Democracia” como forma
de organización política del Estado. El siglo V a. de C. es el verdadero siglo de oro de la cultura griega. La decadencia política de las polis a lo largo del s. IV a. de C.,
consecuencia directa de las guerras del Peloponeso, marca un cambio fundamental en el arte, que evoluciona hacia nuevas formas de expresión.
El período helenístico supone una profunda transformación de la civilización y la cultura griega. El imperio creado por Alejandro Magno (336-323 a de C.) hará posible la
difusión de la cultura griega por un espacio geográfico que desbordó los estrechos límites de la época clásica. Con la cultura griega viajaron las formas artísticas y las
soluciones técnicas ideadas por los griegos que, a partir de ese momento, se convirtieron en el referente estético indiscutible en toda la cuenca mediterránea. Para
muchos historiadores esta etapa está ya fuera de los límites cronológicos del arte griego, por considerar que sus resultados estéticos son distintos del arte griego
clásico.

El ámbito geográfico
Aunque los límites temporales son relativamente restringidos, los geográficos aparecen, por el contrario, notablemente amplios. Los griegos (o Helenos, como ellos se
llamaban así mismos, es decir, habitantes de “Helas” o la “Hélade”) nunca constituyeron una nación o estado unitario en el sentido moderno del término. Se trataba más
bien de un conjunto de tribus que tenían en común la lengua, la creencia en unos mismos dioses y mitos ancestrales, así como unos mismos antepasados. Es decir,
compartían una misma cultura. Nunca llegaron a constituir un estado homogéneo y siempre estuvieron organizados políticamente en “Polis” o “Ciudades-Estado”
independientes entre sí y, a menudo, rivalizando entre ellas en continuas guerras. De entre las muchas polis griegas destacaremos, por diferentes razones, a Atenas,
Esparta, Corinto, Tebas, Éfeso, etc.
Su origen histórico se remonta a los grandes movimientos de pueblos que se produjeron en la llamada Edad del Bronce (entre el I-II milenio antes de nuestra era). Las
llamadas invasiones indoeuropeas trajeron a la Península Balcánica a estas tribus, los “Aqueos”. Pero pronto empezaron a sentirse estrechos en el rudo, montañoso y
difícil medio físico de esas tierras rodeadas por el mar y fragmentadas, además de las tierras continentales, en más de 8.000 islas. La vocación marinera y viajera de
este pueblo, además de otras circunstancias, determinaron un amplio movimiento migratorio a lo largo y ancho del Mar Mediterráneo. Muchas de las polis griegas
fundaron “colonias” en las dos orillas de este mar a partir del s. VIII a de C., por las costas meridionales de la Península Itálica y en la isla de Sicilia, a la que llamaron la
“Magna Grecia”; a lo largo de las costas de la Península Ibérica, de Asia Menor (la actual Turquía), en las costas de la actual Francia, por el norte de África…incluso en
las costas del Mar Negro. Muchas de las más antiguas ciudades de estos territorios deben su origen a aquellas primeras colonias griegas. En estos lugares los griegos
implantaron su civilización, que allí floreció de forma extraordinaria, a veces mejor que en la madre patria (las Metrópolis fundadoras…). De tal manera, que al hablar de
la civilización griega no nos estamos refiriendo al reducido ámbito geográfico de la actual Grecia, sino al amplio, diverso y rico mundo de la “civilización griega”, que
extendió su lengua, sus mitos, sus dioses….su modo de vida, en definitiva, a lejanas tierras, convirtiendo a la cuenca mediterránea en el verdadero crisol de la
civilización clásica. El resultado es, sin embargo, una civilización con caracteres y resultados unitarios. Y es el arte el mejor testimonio de ese pasado griego. Hoy,
cuando viajamos, podemos encontrar un templo griego en la isla de Sicilia, un teatro en las costas de Turquía, o restos de la bella ciudad de Alejandría, en Egipto.
Todos ellos son el mejor testimonio de aquella civilización que legó a la Humanidad un ideal de belleza que hoy, casi veinticinco siglos después, seguimos considerando
clásico.

Las claves de la civilización griega


Ya hemos dicho antes que los griegos nunca constituyeron un estado unitario; se trataba, más bien, de una comunidad de hombres libres, de una “Comunidad de
Ciudadanos”. La libertad y la independencia individual son la base de esta sociedad. La igualdad de derechos (la isonomía) entre los hombres libres, los únicos
ciudadanos, constituye uno de los pilares sobre los que se construye el gobierno del pueblo, la Democracia. El individuo, consciente de su valor, se convierte en el eje
de su cultura. Por ello, la cultura griega es una “cultura antropocéntrica”, donde, como diría Protágoras, “El Hombre es la medida de todas las cosas”. Este
individualismo se traslada al ámbito artístico, donde el artista se convierte en un hombre consciente de su propia valía y genio creador; su obra aparece como una
creación libre y cobra fama a través de los tiempos. Fidias, Praxíteles o Polícleto no son sólo nombres, son la encarnación del ideal clásico de belleza, individuos
concretos, artistas en definitiva.
Otro aspecto clave de la civilización griega lo constituye su rica mitología y su religión. En la mitología mediterránea los antiguos dioses eran manifestaciones de las
fuerzas de la naturaleza, encarnación de las fuerzas que regían los destinos del hombre y determinaban el ciclo de la vida y la muerte. Estos viejos dioses serán
desplazados y su lugar lo ocuparán unos nuevos dioses que sienten y actúan como humanos, pero frente a los cuales el hombre puede actuar con libertad. Estos
dioses representan una religiosidad humanizada. No estaba regida por una casta sacerdotal. Todo hombre libre podía convertirse en sacerdote; toda persona inspirada
por las musas podía cantar a los dioses y a sus hazañas. Su poder no podía regir la vida espiritual de los ciudadanos griegos. La Mitología griega será, además, la
principal fuente de inspiración para los artistas y determinará, sobre todo en la época arcaica y clásica, la iconografía y los temas a tratar. La mitología es el vínculo
entre todos los griegos; las hazañas e historias que entrelazan la vida de estos dioses jóvenes, bellos y eternos, y de los héroes, estaban impregnadas de individualidad
y sus comportamientos, raramente ejemplares, eran tan humanos como los de los propios hombres. Si en la Biblia se dice que dios creó al hombre a su imagen y
semejanza, podemos afirmar que los hombres griegos crearon a los dioses a su imagen y semejanza; y ahí reside la radical diferencia entre su religiosidad y la de las
grandes civilizaciones orientales o la que impondrá, posteriormente, el cristianismo. Serán, por tanto, los dioses y sus hazañas, los que servirán de cauce para expresar
el ideal clásico de belleza forjado por los griegos.
Por último, otro de los factores claves de la civilización griego fue la posibilidad de ejercer con libertad la tarea de pensar; dicho de otro modo: la libertad de
pensamiento. A diferencia de las civilizaciones anteriores, que contemplaban la naturaleza como un conjunto de fenómenos inconexos, los griegos llegaron al
convencimiento de que la naturaleza constituye una unidad regida por leyes que pueden ser conocidas. El razonamiento, la observación y la experiencia son los
instrumentos que permiten conocer los fundamentos de la realidad. La filosofía y la ciencia, en sus múltiples campos de estudios, nacen entonces desde la racionalidad
humana, desde su capacidad para pensar y observar el mundo. En el s. VI a de C. Pitágoras, creyó encontrar en el número, en las matemáticas, la clave ordenadora
del mundo. La armonía y la proporción que se descubren tras la misteriosa aritmética del cosmos será la base del ideal de belleza clásico.
CONDICIONANTES HISTÓRICOS ISLAM.

El surgimiento de la civilización islámica tiene su origen en el impulso de la nueva religión predicada por Mahoma (571-632) y su capacidad de
unificar a los pueblos nómadas del interior de la península de Arabia con los habitantes de las ciudades costeras del Yemen y de la franja litoral
del Mar Rojo. Mahoma galvaniza algunas vivencias extendidas entre los pueblos del desierto (reconocimiento de la ciudad santa de La Meca,
hábito de emprender peregrinaciones, culto a dioses locales, papel dirigente de una tribu concreta, etc.) y comienza en La Meca la predicación de
una fe que reúne verdades de estirpe judaica y zoroástrica, junto a ancestrales prácticas de las tribus árabes. El credo predicado por Mahoma
trataba de armonizar el mantenimiento de ciertos valores ligados a la vida nómada con una nueva fórmula religiosa que respondiera a las
exigencias del nuevo género de vida surgido del comercio y el carácter urbano de la civilización que estaba formándose en torno a ciudades como
Medina, corazón de las rutas caravaneras que unían, a través del desierto, oriente y occidente. Entre estos viejos valores estaban el patriarcado
dentro de un sistema de relaciones tribales y la obligación de seguir ciertas prescripciones dietéticas. El rechazo de su propia ciudad le obliga en el
año 622 a protagonizar la Hégira o huida hacia Medina, acontecimiento que servirá de punto de partida para la cronología musulmana.
A la muerte de Mahoma el Estado teocrático fundado por él se extendió rápidamente por toda Arabia, Siria, Persia y Egipto. En su expansión los
musulmanes adoptan y nacionalizan las formas vigentes en las tierras conquistadas, rebosantes de reliquias del arte romano, bizantino, persa,
visigodo, etc. Así se explica el hecho de que una religión surgida en el desierto incorpore con decisión bellas formas para sus lugares de culto.

Podemos establecer dos etapas para los primeros tiempo de expansión y consolidación de la civilización islámica clásica, que coinciden con el
reinado de las dos primeras dinastías que lograron mantener unido el imperio árabe:

1. El período de la dinastía Omeya (el Califato Omeya 661-750). Las conquistas más espectaculares se produjeron hacia occidente, pues tras
someter a los bereberes norteafricanos, el camino hacia la península Ibérica quedó franco. Las disensiones entre las distintas facciones visigodas
facilitarían la penetración y rápida conquista en el año 711 del reino visigodo por parte de los árabes. La expansión musulmana en occidente será
frenada por los francos en 731, en la batalla de Poitiers, fijándose en los Pirineos el límite máximo de progresión islámica en occidente. En la
primera mitad del s. VIII se estabilizaron las fronteras políticas de lo que será el mundo musulmán clásico, donde se asentará su civilización y, por
tanto, también su arte. Damasco, la capital de Siria, convertida en el centro político del imperio árabe será, también, su principal centro creador.

2. El período Abbasi (el Califato Abbasi 79-945), en esta segunda época las fronteras políticas dejan de coincidir con las fronteras religiosas,
pues hay territorios como Al-Andalus, el Norte de África y las zonas ocupadas de la India, que escapan a la autoridad política del califa. La capital
se ha trasladado de Damasco a Bagdad (la actual capital de Irak) y la influencia persa crece de forma notable en la cultura y el arte islámico.

La evolución política posterior, especialmente la preponderancia que tendrán las dinastías turcas, tendrá una profunda influencia en el ámbito
cultural y artístico. Geográficamente el Islam llegará hasta las lejanas tierras de Indonesia por oriente, después de haber penetrado el centro del
continente asiático y el africano. El Islam sigue siendo, aún hoy, una religión en expansión a escala mundial.

El Islam
Como sucede con el cristianismo, el Islam pertenece a una nueva generación de religiones que no tiene una base tribal, sino que se dirige al
individuo. Pero quizás va más lejos en su ruptura con las viejas fórmulas religiosas al suprimir el sacerdocio o, lo que es lo mismo, predicar el
sacerdocio universal. La liturgia, por tanto, se reduce a la oración individual y su instrumental sencillamente no existe. Una fe de contenidos
simples y abstractos a los que corresponderá un arte que se puede definir con los mismos adjetivos. Mahoma asumió la tradición
monoteísta hebraica, incluyéndose él mismo en la nómina de profetas como el último y definitivo portavoz del mensaje divino. Como otros profetas,
la tradición refiere su ascensión al cielo desde una roca situada en el lugar donde estuvo el templo de Salomón. La construcción de la Cúpula de
la Roca (669) constituyó, pues, un gesto de apropiación simbólica de un lugar sagrado para judíos y cristianos, reafirmando con ello el carácter
superador que tenía el Islam en relación con la tradición judeocristiana. Mahoma se considera, por tanto, un profeta divino que viene a culminar la
labor de los profetas del antiguo Testamento hebreo y del propio Jesucristo.
Mahoma es un coreichita de La Meca y desde muy joven se dedica al comercio, despreciando a los nómadas del desierto. Su mente estaba
impresionada por la barbarie de los árabes y por el pasado esplendor de las culturas sabeas, de las cuales La Meca era un eco apagado. Como
todos los semitas se siente empequeñecido ante Dios. Esta pequeñez humana ante el poder absoluto de Dios es quizás un resultado natural de la
psicología del desierto (en el que han surgido todas las grandes religiones monoteístas).
Mahoma acepta el monoteismo hebreo y cristiano (las religiones del Libro, la Biblia), como base de su nueva religión.
El Dios de los árabes recibe el nombre de Alá. Las revelaciones en forma de máximas o aforismos que Mahoma recibía cuando caía en éxtasis,
fueron recogidas por sus discípulos y recopiladas bajo el título de Al-Koram. Este libro recuerda el Talmud judío y los Evangelios apócrifos. La
doctrina de Mahoma es muy sencilla. Un monoteísmo universal reducido a sus elementos más simples. La vida futura (el paraíso) que promete
esta religión está dibujada con imágenes materiales, especie de dibujos placenteros u horribles de fácil captación para los rudos beduinos del
desierto. Sus preceptos no pueden ser más simples: hermandad, ayuda mutua y limosna, en el campo social; abluciones, oración (cinco veces al
día en dirección a La Meca) y prohibiciones dietéticas, en el campo individual. Mahoma siguió fiel a la peregrinación a La Meca y a la “Piedra
Negra”, que se interpretó como un anticipo de la revelación monoteísta. Abraham fue considerado fundador de la Kaaba y se entroncó la religión
musulmana desde el bastardo Ismael, separándola de la descendencia de Isaac, que dio lugar al pueblo hebreo. El nombre que tomó esta religión,
Islam, significa “abandono a la voluntad de Dios” y resulta significativa de la esencia providencialista y fatalista de estas creencias. Los fieles del
Islam, se llaman “muslimes” o musulmanes (sometidos). Mahoma concibe la “Guerra Santa” (Yihad) como una forma de combate interior e
individual contra el mal, pero también como un medio para facilitar la expansión del Islam a través de las armas. Se siente un instrumento fatal en
las manos de Dios, llamado a difundir por todo el mundo su religión, por la fuerza incluso si era rechazada. El entusiasmo religioso que despertó
esta religión, uno de cuyos ideales era morir en combate, hizo invencible al ejército árabe en los primeros tiempos. En la actualidad el auge del
integrismo islámico (la variante más fanática del Islam) ha revitalizado este entusiasmo a través de los terroristas suicidas que, al morir en combate
según su propia percepción, se convierten en mártires y, por tanto, van directamente al paraíso islámico.
El Corán no es sólo un libro religioso, sino que regula toda la vida musulmana y es el código fundamental de los musulmanes. Está dividido en 114
Suras o apartados. El otro libro que recoge la tradición es la “Sunna”, recopilada por el teólogo Al-Bochari. Las obligaciones de los musulmanes
son el ayuno, prescrito desde el alba hasta la puesta del sol, durante el mes del Ramadán, noveno mes del año lunar árabe; la limosna y la
hospitalidad para con todos los musulmanes y los extranjeros; la ablución (limpieza y purificación), la oración cinco veces al día y la peregrinación
a La Meca, al menos una vez en la vida, de todo musulmán piadoso. Permite la poligamia y prohibe algunas comidas, como el cerdo, el alcohol,
etc.
Las dos grandes sectas o corrientes musulmanas están relacionadas con las diferentes interpretaciones que se producen del mensaje de
Mahoma tras su muerte. La Sunnita u ortodoxa, partidarios de la familia Omeya, aceptaban el Corán y la Sunna. Sus partidarios pertenecían a
las clases ricas de Arabia y de los nuevos países conquistados. La Shiíta, no aceptaban la Sunna y creían que la interpretación del Corán (al que
añadían un capítulo enalteciendo la personalidad de Alí, yerno del Profeta Mahoma, al que se mitifica), debía de hacerla un personaje, el mejor
musulmán, un imán, que debía buscarse entre los descendientes directos de Mahoma. Contaron con el apoyo de las clases populares y eran
partidarios de una visión más rigorista de as normas que contiene el Corán; geográficamente enraizaron en el actual Irán, la antigua Persia.
Actualmente la mayoría de los musulmanes son sunnitas; los shiítas dominan el actual Irán (donde existe un régimen teocrático controlado por los
ayatolahs, el clero musulmán) y están esparcidos por diferentes regiones del próximo oriente.
La expansión del Islam entre los árabes y entre los pueblos que posteriormente se islamizaron, se debió tanto a los frutos de la predicación como
a la guerra. Islam en árabe significa sumisión y, generalmente, al sometimiento militar sucedía la conversión religiosa, favorecida por las ventajas
socioeconómicas que el nuevo estado ofrecía a quienes se sometían al Islam. Este hecho, junto al perfil igualitario de la comunidad religiosa
(Umma), explican su rápida difusión, especialmente entre las clases populares del creciente fértil, primero, y de amplias regiones de las zonas
áridas de Asia y África, después.
Los musulmanes copiaron gran parte de sus órganos de gobierno de Persia y Bizancio. El poder central era absoluto y teocrático y descansaba
en la persona del “Califa”, que es el jefe político y religioso de los musulmanes. Esta unión del poder político y religioso es uno de los elementos
que todavía hoy dificultan la modernización política y social de las sociedades musulmanas, debido a la gran influencia que tiene el clero islámico
en todas las esferas de la vida social, política y cultural. El ejemplo reciente del régimen Talibán en Afganistán, o el régimen islámico de Irán, son
claros ejemplos de este fenómeno.

La expansión del Islam en occidente: la España musulmana.


En su expansión hacia occidente, los musulmanes árabes y sirios desembarcan en tarifa en el año 711 y vencen a los visigodos en la batalla de
Guadalete. No son más de 35.000, pero conquistan con relativa rapidez el reino Visigodo, muy debilitado por las luchas internas. Los nuevos
invasores predican la igualdad, liberan a los siervos y se muestran tolerantes con la religión de sus pobladores. Muchos cristianos mantuvieron sus
creencias bajo el poder político musulmán, fueron los mozárabes, aunque la mayoría de la población hispanogoda acabaría convirtiéndose a la
nueva religión.
Del año 711 al 756, la península, que empieza a ser llamada Al-Andalus, será gobernada por emires (gobernadores) dependientes del Califa
Omeya de Damasco. El año 756 Abderramán I, un príncipe Omeya, que escapó de la matanza de Abu Abbas (el nuevo califa del Imperio Árabe
que trasladará su capital a Bagdad), se instala y apodera del emirato de Al-Andalus, cuya capital era Córdoba, titulándose emir independiente. En
911, Abderramán III, descendiente suyo, se proclama califa, independizándose totalmente de Bagdad. Durante el emirato aún se reconocía
la supremacía religiosa del califa de Bagdad; a partir de este momento, se rompe la unidad religiosa del Imperio Árabe. El siglo X coincide con el
momento de mayor esplendor del Califato Cordobés. Sus sucesores Al-Hakan II, Hixem II, etc. prolongan el esplendor hispanomusulmán hasta el
año 1031, en que el califato se fragmenta en multitud de reinos independientes llamados “taifas”. Esta fragmentación de Al-Andalus impulsará la
expansión de los pequeños reinos cristianos (Reino Astur-Leonés, Navarra, Castilla, Aragón, etc.) que se habían ido consolidando en el norte de la
península Ibérica, y que pronto se emanciparán de la tutela cordobesa. Esta expansión se producirá hacia el sur, aprovechando la tierra de nadie
que existía en torno al valle del río Duero. Los historiadores cristianos llamaron a esta conquista, “Reconquista” por considerar que estaban
restaurando la unidad política del desaparecido reino visigodo, pero en realidad nada tenía que ver con aquello. Eran otros tiempos, pero como
elemento justificador y legitimador de la expansión cristiana venía muy bien.
Durante los siglos XII y XIII Al-Andalus se vió reforzado por la llegada de los Almorávides, primero, y de los Almohades, después, que intentaron,
sin éxito, frenar el avance cristiano hacia el sur. En el año 1212, en la batalla de las Navas de Tolosa, los almohades fueron derrotados
definitivamente por una coalición de reinos cristianos. El final de al-Andalusreino nazarí de Granada, en la Andalucía oriental, que todavía
logrará mantener un simulacro de reino independiente hasta el año 1492 cuando los Reyes Católicos (que había unido las dinastías reinantes en
Castilla y Aragón), decidieron conquistar definitivamente este reino. Se ponía fin a una etapa que se había iniciado con la llegada de las tropas de
Tariq en el año 711. Desde el punto de vista artístico distinguiremos dos etapas o momentos claramente diferenciados: el arte de época califal,
centrado en las realizaciones cordobesas; y el arte nazarí, centrado en el palacio de la Alhambra de Granada.

Durante ocho siglos la presencia del Islam en occidente servirá para consolidar el legado de las grandes civilizaciones de la antigüedad
y difundirlo a todo occidente. La filosofía griega, la ciencia, la medicina, las matemáticas, etc. recibirán un extraordinario impulso en la
civilización islámica, que sabrá adoptar como propia la cultura de los pueblos sometidos y dotarla de un nuevo impulso. Síntesis y puente de
civilizaciones es la mejor definición que cabe hacer de esta época clásica de la civilización islámica. No obstante, su supervivencia como realidad
política estaba condenada. La expansión de la Corona de Castilla por la Baja Andalucía, la consolidación del reino de Portugal al oeste, y la
expansión levantina de la Corona de Aragón, redujeron la presencia política musulmana al reino Nazarí de Granada que, desde el s. XIII, se
convertirá en un reino islámico amenazado, logrando alcanzar las postrimerías del s. XV, hasta que superadas las rivalidades civiles que habían
enfrentado a los reinos cristianos peninsulares, Castilla se lanzó a la definitiva conquista del reino de Granada, que sucumbirá en 1492, el mismo
año en que las naves que Colon comandaba, alcanzaron las costas del continente americano. Una nueva era empezaba y parecía que los
musulmanes hispanos no estaban invitados a ella.

Circunstancias históricas coincidentes que posibilitan y explican su desarrollo:


· El final de las invasiones normandas (vikingos) y la estabilización del Imperio árabe en occidente (desintegración del Califato de Córdoba y
aparición de las Taifas, expansión cristiana hacia el sur de la península Ibérica), hará posible el restablecimiento de la paz en el mundo
cristiano occidental, necesaria para una cierta revitalización económica. La roturación de nuevas tierras, el crecimiento demográfico y la
superación de los “Terrores del año Mil” (la llegada del fin del mundo), van a facilitar esta nueva eclosión constructora y artística a partir del siglo
XI.

· El desarrollo del sistema feudal: el mecenazgo artístico de la Iglesia y de la Nobleza. Si la tierra es la principal fuente de riqueza, sus
poseedores son el verdadero poder económico y político de la época. Por eso el románico es un arte rural.

· La expansión de las órdenes religiosas, como la Orden Benedictina (Ora et Labora, Abadía de Cluny): expresión del poder económico de los
monasterios y cauce para la difusión de las nuevas soluciones arquitectónicas y plásticas. La Iglesia católica monopolizará la mayor parte de la
cultura. Es fácil deducir que la fe estaba por encima de cualquier pensamiento racional y que los centros culturales estaban vinculados a ella.
Éstos eran fundamentalmente los monasterios, ya que las primeras universidades no aparecerán hasta el siglo XII.

· El auge de los caminos de peregrinación y de las peregrinaciones: relacionados con el culto a las reliquias y la difusión del nuevo estilo y la
cultura románica. Peregrinaciones a Tierra Santa, pasando por Italia (Roma); la de Santiago de Compostela, para rendir culto a las reliquias.
Esta fe en las reliquias de los santos ayudaba a la gente a liberarse, a veces, de su triste existencia y a ganarse un puesto en el más allá , previo
pago del precio establecido. En estos caminos se situaban multitud de iglesias y monasterios que conservaban como un preciado tesoro restos de
los cuerpos de los santos que satisfacían el “hambre de reliquias” padecida por las personas de aquellos tiempos. Los ensayos y formas de una
región pasan pronto a otra a través de las cuadrillas de canteros volantes, lo que explicará la unidad estilística a pesar de las notables
diferencias regionales.

· Las cruzadas, que permiten entrar en contacto con las culturas del Mediterráneo oriental (arte bizantino, islámico, etc.). Impulsadas por la
Iglesia, pero medio para ampliar el poder de los reinos cristianos sobre oriente.

· La reforma Gregoriana que impuso un mismo criterio litúrgico en toda la Cristiandad occidental. Desde el año 1054, en que se produce el cisma
de la Iglesia, la Cristiandad se fractura. Occidente y su capital, Roma, se convierten en el núcleo político y espiritual del papado y de la Iglesia
Católica. Constantinopla y el Imperio Bizantino serán el ámbito de la Iglesia Ortodoxa.

El Románico brotó en Europa occidental aproximadamente por el mismo tiempo; consta de gran variedad de estilos regionales, distintos pero
todos emparentados de múltiples maneras, y sin una fuente central. Incluye elementos de los estilos cortesanos que lo habían precedido
(prerrománicos), del clasicismo tardío, del Paleocristiano y del arte bizantino, así como influencias islámicas y del legado celta-
germánico.

En conclusión:
Lo que amalgamó todos estos componentes dispares en un estilo coherente durante la segunda mitad del siglo XI no fue una fuerza
única, sino una diversidad de factores que contribuyeron a provocar un nuevo brote de vitalidad de todo occidente. Al fin, el cristianismo
había triunfado en todos los territorios de Europa occidental. Los vikingos se habían convertido al catolicismo, después de haber
aterrorizado a los habitantes de las Islas Británicas y el continente durante los siglos IX y X. En 1031, el califato de Córdoba se había
desintegrado, para dar paso a numerosos pequeños reinos musulmanes y despejar el camino para la expansión de los reinos cristianos
peninsulares hacia el sur; y los magiares se habían establecido en Hungría. Europa se hallaba, después de muchos siglos, en paz.
Notábase un creciente entusiasmo religioso que se reflejaba en el movimiento de peregrinos, más creciente cada día, hacia los Santos
Lugares, y que, desde 1095, culminó en las Cruzadas, para liberar Tierra Santa del dominio musulmán. No menos importante fue la
reapertura de las rutas comerciales del Mediterráneo por las naves venecianas, genovesas y pisanas; el resurgimiento del comercio y
la industria, y el incremento consiguiente de la vida urbana en algunas regiones de Europa. Durante el caos de los comienzos de la
Edad Media, las ciudades del Imperio Romano de occidente habían menguado considerablemente (la población de Roma, que era de un
millón en el año 300, llegó a descender hasta los 50.000 habitantes); algunas ciudades habían sido abandonadas completamente. Desde
el siglo XI comenzaron a recuperar su antigua importancia, mientras por doquier se fundaban otras nuevas, y una burguesía de artesanos
y comerciantes formaba una nueva clase entre el campesinado y la nobleza feudal, una clase media, la burguesía, que constituyó un
factor decisivo en el desarrollo de la sociedad del Medievo.
Así pues, en múltiples aspectos, la Europa occidental, entre 1050 y 1200, pasó a ser mucho más semejante a la romana de lo que
había sido desde el siglo VI al recuperar algunos e los modelos del comercio internacional, la vida urbana (aunque reducida) y la
potencia militar de las antiguas épocas imperiales. Faltaba la autoridad política central, pero la soberanía espiritual del Papa vino a
reemplazarla, hasta cierto punto, como fuerza unificadora.
En esta época se construyeron castillos, monasterios e iglesias. Edificios todos ellos con una fuerte carga simbólica, acentuada por
el mundo estático y trascendente que representaban sus pinturas y relieves, sobre todo en los religiosos. Las ideas de premio, castigo o
sacrificio también estaban presentes en este mundo ruralizado, donde el poder se ejercía no sólo a través de la fuerza, sino también del
adoctrinamiento de las gentes.
En este contexto hay que entender la estética y la ética del románico, que adquiere una función didáctico-cristiana de
glorificación o temor a Dios. Un arte que habla de las verdades eternas de la fe y de la esperanza en el más allá, puesto que en el más
acá la vida era muy dura para la mayor parte de la población.

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