Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
En América Latina la desaparición del régimen político colonial abrió una lucha por el
poder entre facciones rivales que creó las condiciones para nuevas manifestaciones de la
acción política. Desde luego, las tensiones sociales y las luchas facciosas que en ellas se
manifestaron estaban muy presentes en la sociedad colonial. Pero en la medida en que
una autoridad monárquica se preservaba como árbitro legítimo del orden socio-político,
ésta sobreponía un sistema de resolución de conflictos que evitaba su estallido violento.
En ocasiones, es cierto, se producían refriegas o rebeliones, pero hasta 1808 la
monarquía logró sobreponerse a ellas y preservar su autoridad. Fue la conjunción de la
crisis monárquica provocada por las guerras napoleónicas, y las crisis de legitimidad de
la monarquía como sistema socio-político y del estatuto colonial de América,
emergentes del clima de ideas revolucionario de fines del XVIII, lo que precipitó al
subcontinente en la necesidad de redefinir su sistema de poder. Y en ese proceso
surgieron el caudillismo y la montonera.
El caudillismo fue una forma de dominación social caracterizada por fuertes
liderazgos personalistas con apoyo popular. El término montonera se aplica a diversas
formas de acción militar, también de base popular; desde tumultos armados, a ejércitos
no profesionalizados y mal organizados, cuya acción sin embargo podía prolongarse por
algunos meses. 2 Con frecuencia, los caudillos accedieron al poder o permanecieron en él
apoyados por montoneras, pero contaron además con frecuencia con pequeños ejércitos
regulares (salvo en Buenos Aires, donde podía ser más importante) y milicias que
movilizadas, eran bastante similares a las montoneras. Así, el poder de los caudillos
podía prolongarse por muchos años, más allá del espasmódico ciclo de las montoneras.
Los caudillos emergieron de las guerras de independencia, pero fueron característicos de
las guerras civiles que siguieron. Estas típicamente enfrentaron un bando centralista
(Unitarios) y otro Federal, pero las luchas fueron en realidad mucho más complejas.
Habitualmente, los caudillos, defensores de la autonomía local, fueron federales, pero
también hubo caudillos unitarios, y más allá de las divisas políticas, la etapa se
caracterizó por constantes y complejas luchas por el poder. Basado en la propia
investigación de los autores, y en una creciente acumulación de conocimientos sobre
estos fenómenos para el período que va desde la independencia hasta la consolidación
de los Estados nacionales hacia la década de 1870, este trabajo propone una
reinterpretación del caudillismo como forma de orden socio-político y de la montonera
como típica expresión de la acción militar, para el Río de la Plata, en una mirada que
abarca como trasfondo de referencia a América Latina. 3
1
Artículo aparecido originalmente en la Revista Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Viena; 2012,
vol. 49.
2
A lo largo del texto, esperamos justificar y hacer más precisas estas definiciones muy generales.
3
Sin embargo, no parece hoy conveniente generalizar las conclusiones a otros espacios, ya que aunque el
fenómeno es común a toda la región, parece aventurado proponer interpretaciones para toda ella. Aún en
2
En plena era de caudillos, Sarmiento (1845) ofreció una explicación del fenómeno
según la cual el medio ambiente y la soledad de las pampas generaron al oscuro
personaje, rústico e irracional, figura central de la política decimonónica. La anarquía
fue la consecuencia lógica del caudillismo y su barbarie, hija del predominio del campo
y su estilo pastoril de vida sobre la ciudad, centro de la ilustración y del saber. Esta
interpretación clásica, aún influyente, ya no es totalmente satisfactoria. No es este el
lugar para revisar la rica historiografía que siguió a esta visión precursora (una
interesante revisión en Goldman y Salvatore 1998, también Halperín 1999). Vale
recordar, sin embargo, que muchos de los autores que en ella participaron mantuvieron
la ambición de Sarmiento de ofrecer una interpretación global del fenómeno, en general
con referencia a toda América Latina o a algún país en particular (México fue el más
favorecido). Trabajos clásicos como Chevalier (1963), Wolf y Hansen (1967), Díaz
Díaz (1972), Lynch (1981, 1993) y Knight (1980), entre otros, han sido nuestras
referencias obligadas, junto a la bibliografía más específica sobre el Río de la Plata,
muy ampliada en años recientes (que sólo podremos citar muy parcialmente). En línea
con algunos de estos autores (Díaz Díaz, Knight) apelamos a un marco conceptual de
inspiración weberiana, aunque el horizonte de problemas incluye un espectro bastante
más amplio.
4
La New Institucional Economics ha buscado desentrañar la lógica económica de estos procesos, y los
efectos de la disponibilidad de factores y de las tradiciones institucionales en la conformación de los
sistemas. Es posible aplicar estos modelos al desarrollo del caudillismo, aunque no es obvio que cambien
significativamente la interpretación de los mismos, ni es la perspectiva que preferimos adoptar en este
trabajo (la referencia clásica, obviamente, es North y Thomas 1988; ver también Volckart 2002). Una
visión clásica que asocia caudillismo y señoríos militares en Chevalier 1992 (1963).
5
Ibarra fue un caudillo federal de la provincia de Santiago del Estero que gobernó la provincia desde su
creación en 1820 hasta su muerte natural en 1851 con escasas interrupciones, los hermanos Manuel y
Antonino Taboada (unitario/liberales) hicieron lo propio en las décadas de 1850-70; López gobernó Santa
Fe entre 1818 y su muerte natural en 1838.
4
Montoneros.
Hace casi medio siglo, en línea con el economicismo entonces dominante, Wolf
y Hansen buscaron una raíz económica al fenómeno del caudillismo: según ellos “The
aim of the caudillo band is to gain wealth; the tactic employed is essentially pillage.”
(1967:173). A la luz de las investigaciones y desarrollos conceptuales actuales, esta
visión parece un poco simple y reduccionista. Si miramos este fenómeno en pequeña
escala, a través del accionar de montoneras que tenían a su mando a caudillos menores o
caudillejos, esta apreciación de Wolf y Hansen parece exagerada. En un preciso estudio
de una montonera de 1826, Fradkin (2006) ha insistido con buen fundamento sobre el
carácter político del movimiento. Aunque no define con precisión el significado de esta
expresión, lo que busca subrayar es que lejos de un movimiento que se limita a
expropiar recursos, su objetivo fue incidir sobre la definición de las estructuras de
poder. No es un caso excepcional. Solo para citar algunos ejemplos estudiados por
nosotros, las rebeliones de Pérez Bulnes, Grimau o Rodríguez en Córdoba (Ayrolo 2008
a y b), las acciones de Baigorria (1975) en San Luis entre 1829 y 1832 y Lamela en la
provincia de Buenos Aires en 1860 7, así como el levantamiento en Buenos Aires en
6
Al respecto es interesante contrastar las visiones del ideario rosista en Meyer (1995) y Lynch 1983.
7
Ver AGN, (Archivo General de la Nación, sala X, legajo 20-4-6), ver Míguez 2005.
5
apoyo a Rosas y contra el gobierno de Lavalle luego del asesinato de Dorrego (Arnold,
1970, Gonzáles Bernaldo 1987), fueron expresiones esencialmente políticas.
Por otro lado, la multitud de investigaciones sobre el fenómeno artiguista en la
Banda Oriental, Uruguay (se encontrarán las referencias en Frega 2007), son bastante
coincidentes en señalar que la expropiación de enemigos y el reparto de sus tierras jugó
un papel importante en la consolidación del poder del caudillo oriental. En el caso de
Güemes, (Mata 2008), el motivo de movilización más continuo parece ser la
preservación del fuero militar, que sustraía a los movilizados de la justicia del Cabildo,
y entre otras cosas, los libraba del pago de arriendos (que podría ser considerada una
forma encubierta de reforma agraria). También en la Entre Ríos de Urquiza y sus
antecesores, (Schmit 2004), el acceso a recursos naturales, ganados y tierras, fue un
elemento importante en la movilización de sectores populares rurales. En cambio el
caudillo riojano Chacho Peñaloza muestra una variante importante. La movilización que
impulsa tiene un sustento básicamente político identitario, pero entre las motivaciones
para participar en ellas se encuentra la posibilidad de una mejor alimentación; el
consumo de carne (Ariel De la Fuente 2000). De manera más general,
independientemente del motivo de la movilización, sin duda la posibilidad del saqueo
de bienes móviles y ganado de los enemigos debe haber sido un elemento siempre
presente para generar adhesión.
Naturalmente la integración social de las montoneras solo podía consistir en los
sectores mayoritarios de los habitantes de la campaña. La cuestión, por lo tanto, es si se
trató de algún sector particular de dicha población, o si por el contrario, la movilización
convocó por igual a diferentes estratos. La respuesta es ambigua. En general, quienes
han tratado de descalificar el fenómeno (contemporáneos e historiadores), han señalado
a los participantes como marginales, vagabundos, hombres sin propiedad ni trabajo que
recorrían la campaña en busca de ocupaciones circunstanciales, junto a criminales y
bandas de salteadores y forajidos. Esta visión estaba en consonancia con la idea de que
las pampas abiertas estaban pobladas por gauchos nómadas, que oscilaban entre el
trabajo como peones en las estancias y el vagabundaje. (Slata 1983)
Pero hay varias objeciones a esta visión. Ante todo, la movilización rural fue
intensa en zonas muy diversas, incluyendo algunas en que no abundaba la población
flotante. Más aún, las investigaciones más recientes sobre la campaña colonial e
independiente temprana sugieren que en realidad, aún en las clásicas fronteras
pampeanas, en la Banda Oriental, Buenos Aires, Entre Ríos o Santa Fe, los números de
este vagabundaje estructural eran cuanto más, muy limitados, y difícilmente pudieran
dar lugar a las amplias movilizaciones de las montoneras. Buena parte de la población
estaba constituida por pequeños campesinos, arrendatarios u ocupantes precarios de
tierras públicas o no reclamada por sus dueños, o pobladores y puesteros autorizados
por lo propietarios, además, claro esta, de los peones y capataces de las grandes
propiedades. ¿Por qué habría de movilizarse esta población establecida con su familia?
Las respuestas son variadas. En primer lugar, la guerra. Un proceso de
militarización se inició cuando las guerras napoleónicas impactaron el Río de la Plata
con la invasión inglesa de 1806/7 (no sólo a Buenos Aires), y se profundizó con las
guerras independentistas que se iniciaron a partir de 1810 y continuó desde 1820 con las
guerras civiles. En algunas regiones, como Salta, la Banda Oriental (Uruguay) o Entre
Ríos, la amplitud de la contienda tendió a abarcar a la mayoría de los hombres en
condiciones de luchar. Con frecuencia, estos hombres que “todo lo han perdido”, como
reclamaba un lugarteniente de Artigas para justificar retener tierras ocupadas (Archivo
Artigas, Tomo XXI, pp. 265-267) eran materia disponible para nuevas contiendas. El
6
hambre de hombres, caballos y vacunos de los ejércitos arrasaba con los bienes de estas
personas que no poseían tierras, y se incorporaban a los ejércitos seguidos de sus
familias. Así Gregorio Pino declaraba en 1826 que “su ejercicio había sido servir en la
montonera”.8 La guerra fue para ellos una forma de vida. Estos sectores formaron el
núcleo militar de los diferentes bandos. En realidad, muchas fuerzas montoneras se
constituían en base a ejércitos en desbandada o sublevados. Conservaban su estructura
militar, y respondían al proyecto político de sus jefes. Otras, deambulaban en busca de
recursos, hasta diluirse por las deserciones, o incorporarse a fuerza políticas con las que
en general guardaban identidades facciosas (Ayrolo, 2008 a y b).
Otros, licenciados de los ejércitos, o devenidos desertores, se transformaron
contra su voluntad en vagabundos estructurales. La frecuencia alusión a negros como
integrantes de las montoneras nos refiere a libertos en busca de una ubicación despues
de su paso por el ejercito.9 El grueso de la población, sin embargo, aún luego de su
experiencia militar, logró preservar, o reconstruir su vida civil. Los pobladores rurales
se hallaban organizados en milicias, a veces en función de la defensa de la frontera
frente a incursiones indígenas, y otras para la defensa de su provincia frente a
agresiones de las vecinas. Su participación en las movilizaciones era más reticente, y en
general limitada en el tiempo. Y podía responder a diversas razones; un malestar
inmediato - por ejemplo, el peligro de nuevas levas generalizadas - la convocatoria de
un viejo jefe militar al cual guardaban fidelidad, la promesa de una recompensa o el
pago de sueldos militares, una apelación político-identitaria.10 Muchas veces, se veían
forzados a participar por la presión violenta que el núcleo inicial de una montonera
ejercía sobre otros hombres para que se sumaran al grupo. Y si el movimiento se
prolongaba, desertaban. Casi invariablemente, este último es el argumento de quienes
intentan justificar en los tribunales su participación en un movimiento derrotado. 11
También participaron diferentes grupos indígenas. A veces algunos pueblos de
indios que se encontraban en territorio de un jefe comunal rebelde se vieron implicados
en conflictos movidos por las utilidades que su participación podía reportarles a
futuro.12 Más frecuente fue la participación de indios que preservando sus estructuras
socio-culturales, vivían próximos a la frontera bajo protección y con subsidios cristianos
(indios amigos) lo que los obligaba a un servicio militar. Pero también participaban
indios totalmente fuera del dominio cristiano, con alianzas ocasionales con el caudillo o
líder montonero. En ambos casos, especialmente en el segundo, la perspectiva del
8
Al ser detenido por participar de la montonera del caudillo Juan Pablo Pérez Bulnes. Archivo Histórico
de la Provincia de Córdoba (AHPC), Fondo: Crimen, Exp.26 : « Causa criminal contra Gregorio Pino
(alias Mazapa)»
9
La tropa de Fernando Pérez Bulnes, por ejemplo, estaba compuesta por unos doscientos hombres, entre
los cuales había soldados españoles liberados del fuerte Trinchera en la frontera del Chaco y negros.
Pavoni (1970)
10
Coloridos ejemplos de los argumentos utilizados para la movilización en AHPC, Crimen 1664-1902,
Leg. 129, Exp. 2., Grimau Pedro Antonio “Sedición, por haber tratado secretamente la corrupción de los
soldados de la guarnición pa. Asaltar el cuartel”.
11
AHPC, Fondo: Crimen, Exp.26 : « Causa criminal contra Gregorio Pino (alias Mazapa)» , Archivo del
Arzobispado de Córdoba (AAC), Legajo 28 nº 6 y Legajo. 37, T.II ,“Criminal contra el The. Don Vicente
Torres y su absolución de censuras.” O AHPC. Fondo: Crimen, Lég. 185, carpeta 8, “Causa que se sigue
s/ la existencia y fuga de los insurgentes riojanos y catamarqueños que entraron en esta Provincia” f. 130.
También véase: Gelman (2009).
12
Ejemplos interesantes, en Córdoba, en la década de 1830, en AHPC, gobierno, tomo / caja 126, carta al
“Sor. Capitán Dn. Santos Pérez”, AHPC, gobierno, tomo /caja 126 C, “Causa criminal contra el cura de
Ischilín Licenciado Gaspar de Martierena” 1831, f. 225 y AHPC, Crimen, 16 de marzo de 1839, cuando
el caudillejo Igarzabal se levanta contra el gobernador y se dice que entre sus hombres cuenta “... con una
fuerza considerable, y más los indios de aquel pueblito [se refiere a Quilino] que también tiene reunidos.”
7
Caudillos y caudillejos.
Los jefes de estos movimientos no provenían de los mismos sectores sociales, o
sólo lo hacían parcialmente. Debemos distinguir diferentes categorías y formas de
caudillos. Para México se ha caracterizado a los caudillos, jefes de relevancia nacional,
y los caciques, de influencia sólo local. 14 En el Río de la Plata no se utilizó el termino
“cacique”, que por otro lado se presta a confusión con el caciquismo de los sistemas
electorales Iberoamericanos de la etapa posterior, un fenómeno bien diferente. Por otro
lado, aunque Rosas y Urquiza hayan tenido influencia más allá de sus provincias, no
existieron verdaderos caudillos nacionales, especialmente en el sentido de que las bases
de poder popular estuvieron siempre referidas a espacios locales. Por ello, los de mayor
influencia fueron jefes provinciales o regionales. En la larga etapa con caudillos y
montoneras que abarca desde la rebelión artiguista en 1811 hasta el predominio del
Estado Nacional en 1880, podrían mencionarse decenas de figuras de esta jerarquía.
Invariablemente, todos ellos pertenecieron a las elites locales (Halperín Donghi 1965;
Zorrilla 1972). A veces provenían de las familias más tradicionales y poderosas de sus
provincias (Ramírez, de Entre Ríos o Rosas, por ejemplo). Con mayor frecuencia, se
trata más bien de sectores marginales de las elites (Quiroga, de La Rioja, Güemes,
Artigas, López de Santa Fe, Aldao de Mendoza, etc.), que aprovecharon la crisis
revolucionaria para cobrar un protagonismo que difícilmente hubieran podido adquirir
13
Nuevamente un ejemplo de córdoba, en este caso en Tulumba, en 1825, en que se señala la presencia
de algunas partidas dispersas de hombres armados a quienes se conceptúa como sujetos de mala conducta,
ladrones públicos, incluyendo negros, que se integran a partidas más grandes con un jefe local: “... que a
deshoras de la noche en lugares sospechosos y ocultos se juntan con su patrón Dn. Manuel Figueroa y
Cáceres quien tiene doce hombres armados en su casa” AHPC, Crimen 1664-1902, Leg. 156 (1825) Exp.
7: “Representación del juez pedaneo de Villa de Tulumba [Pedro Celestino Celiz] relativa a que Dn. José
Manuel Figueroa salga de ella ».
14
Ejemplos clásico son Chevalier, 1963, Diaz Diaz 1972.
8
en el más controlado contexto colonial. Pero aún estos, las más de las veces se hallaban
insertos en encumbradas redes de parentesco que solían exceder su lugar de origen. Hay
entre estas figuras grandes terratenientes, pero también comerciantes, militares de
carrera (desde luego, todos ellos llegan eventualmente a ser militares), incluso
sacerdotes. En resumen, sectores de la elite, con ambición de poder, que encuentran en
su carisma militar la vía para desarrollar sus carreras políticas.
Por debajo de ellos, encontramos una densa red de líderes locales y subalternos.
Cabría aquí distinguir dos formas diferentes. Aquellos jefes que tenían una base
territorial, que reprodujeron en la pequeña escala de su territorio el liderazgo del
caudillo principal. Muchas veces ejercían funciones administrativas, o de jefes
milicianos o de ejércitos regulares. Estaban subordinados a los caudillos provinciales,
pero gozaban de cierto grado de autonomía, y su intervención fue fundamental para
movilizar los hombres de su territorio. Eventualmente, sus alianzas podían variar, y los
más exitosos de ellos algún día alcanzar el dominio de sus provincias.
La otra forma, es la de líderes militares, lugartenientes de los grandes caudillos,
que tienen prestigio e influencia sobre hombres movilizados, pero carecen de una base
territorial precisa. Su autonomía y posibilidades de progreso están más limitadas,
aunque en ocasiones recibían designaciones militares o administrativas, que les
permitieron construir sus bases locales, asimilándose al grupo anterior. Estas categorías
de liderazgo están menos limitadas socialmente. Si bien muchos de ellos provenían de
familias bien establecidas, con arraigo local, incluyendo grandes terratenientes, existen
numerosos ejemplos de integrantes de sectores populares, incluso, por ejemplo, afro-
rioplatenses, que a través de carreras militares, o como séquito de sus jefes, alcanzaron
un lugar como lugartenientes de primer orden. Incluso, aprovechando su lugar en el
sistema político, adquirieron tierras y se transformaron en poderosos estancieros. Este
tipo de figuras, sin embargo, tuvo vedado el paso siguiente. Sólo aquellos jefes
territoriales que además tenían una cuna respetable podían aspirar a convertirse en
líderes provinciales.
Finalmente, tenemos los pequeños liderazgos “al ras del suelo [grass root]”.
Caudillejos locales que actúan como lugartenientes de los líderes de segundo orden, y
que al igual que ellos, podían o no tener sus bases territoriales. Muchos de ellos eran
simples paisanos, a veces oficiales o suboficiales de milicias, que por su carisma o
habilidades militares, etc., tuvieron cierto liderazgo sobre la población del lugar. En
algún caso, como la montonera de Cipriano Benítez (Fradkin 2004) pudieron encabezar
un movimiento autónomo, pero en general actuaban como intermediarios menores en la
cadena de lealtades que une a la población rural con los caudillos de mayor peso. Una
variante importante son jóvenes de familias respetables, que inician sus carreras
militares en el ejército (en general, como alférez) o las milicias movilizadas. Con dotes
militares, se transforman en pequeños líderes de hombres, iniciando carreras
militar/montoneras que podían llevarlos, eventualmente, a ser líderes de relevancia.
Si seguimos las carreras individuales podemos encontrar variaciones y
combinaciones de estos escuetos modelos. Lo que en todo caso ellos dejan en claro, es
que a medida que se avanza en la carrera de caudillo, aumentado el poder y la
influencia, las posibilidades de lograr incremento de poder se restringen cada vez más
para quienes no provienen de familias expectables. El caudillismo es una carrera
socialmente abierta, pero la barrera colonial entre gente de pueblo y gente decente se
preserva en esta etapa, y los niveles más altos de poder están reservados a los que
nacieron del lado correcto. Por ello, aunque los sectores populares tienen un papel
protagónico en las luchas políticas, y en más de una ocasión vuelcan con su adhesión la
9
suerte en uno u otro sentido, la auténtica lucha por el poder sigue estando restringida a
facciones dentro de las elites (Míguez 2005).
Hecha esta descripción, la pregunta sobre el fundamento de los vínculos que
unen a los caudillos principales con sus seguidores se impone. De alguna forma, esta
reformula la referida a las motivaciones básicas de la montonera. Un variado conjunto
de factores actúa en la creación del vinculo movilizador entre el líder y su gente. Un rol
importante lo jugaba el carisma personal, las más de las veces cimentado en el mando
derivado de estructuras militares.15 El conglomerado de cédulas caudillescas guarda
relación con la estructura de mandos de los ejércitos o las milicias, donde los
suboficiales e incluso la plana menor de los oficiales eran seleccionados por su
capacidad de liderazgo, si no directamente elegidos por sus subalternos (ejemplos de
jefes menores elegidos por las propias tropas montoneras en Baigorria 1975, Arnold
1970). Vinculado a esto, se encuentra la identidad con el líder, basada en la referida
estructura de sentimientos. Desde luego, la distribución de bienes materiales producto
del saqueo juega un papel significativo para lograr la movilización. Otro elemento es la
administración de justicia. La vinculación al líder militar podía sustraer al sujeto de la
justicia ordinaria y le daba una protección; como forma de soldar la lealtad de sus
hombres el caudillo limitaba el castigo sólo a los casos en que existía presión moral del
propio grupo para llevarlo a cabo, o cuando se ponía en duda su autoridad. 16 Porque si
el caudillo fue por origen un integrante de las elites, y su acción rara vez buscó alterar
de manera significativa las bases de la estructura social, sin duda su forma de relación
con los sectores subalternos que lo sustentaron fue bien diferente de la distancia y
deferencia que exigían las viejas elites coloniales. El caudillo buscó asimilarse a la
cultura popular, ser uno de ellos, a la vez que retener ese halo superior que le daba su
origen y su poder. Así, quizás, podríamos definir una suerte de populismo en el contexto
caudillista.
15
Wolf y Hansen identifican el carisma con el “machismo”, que se expresa en la sujeción de las mujeres y
el uso de la violencia para someter al rival. Aunque estos factores no estuvieron ausentes, sus bases son
más ricas y variadas, y la influencia personal no estaba necesariamente asociada al machismo. El folklore
rioplatense no enfatiza las proezas románticas o de violencia interpersonal de los caudillos, sino más bien
sus logros militares, y sobre todo su lealtad al pueblo, llaneza, inteligencia, astucia, ingenio, sabiduría,
valor, etc. (Sarmiento 1845, De la fuente 2000 entre otros).
16
Hay una extensa literatura sobre la justicia local y la trama de relaciones sociales en el Río de la Plata
en esta época (ver referencias en Yangilevich y Míguez en prensa). Aún en la década de 1862 un caudillo
local como Benito Machado recurría a la protección judicial de sus hombres para asegurar un liderazgo
que reforzaba su capacidad de movilización de milicias. Archivo Municipal de Tandil, legajo de 1862,
doc. 092.
10
18
Por ejemplo, en los trabajos de James Scott o la “subaltern history”, aplicada a nuestro contexto en
Salvatore 2003.
12
19
En la duda de convocar a las parcialidades amigas para participar en la batalla de caseros un oficial
reflexionaba; si somos vencidos, ¿Quién controla a los indios?, y si vencemos, ¿Quién controla a los
indios?
20
Problema poco original. Ha sido discutido, por ejemplo, para el caso de la depredación a haciendas de
Gachupines (españoles europeos) y Americanos en las guerras de independencia de México (Diaz Diaz
1972).
21
En 1822, el clérigo Pedro I. Vieyra del curato de Tercero arriba, denunciaba las consecuencias del paso de una
montonera “(...) el destrozo universal, y el estado miserable, en que a quedado, este curato, y sus habitantes; de la
pasada montonera ha llagado a término de escasear hasta los alimentos (...)”. AAC, Leg. 40, t.I.
22
Prudencio Arnold tiene manifestaciones similares en sus memorias.
13
Más allá del propósito político de la movilización, el límite entre la montonera y las
bandas de salteadores era tenue. Tanto Arnold (1970) como Baigorria (1975) recuerdan
haber sido acusados de meros salteadores, y se defienden de esa acusación. Baigorria
reitera en sus memorias que actuaba “con delicadeza” (Arnold sugiere los mismo), lo
que seguramente significa que evitaba, hasta donde podía, que sus hombres abusaran del
robo, la violencia, las violaciones, los raptos. El jefe cordobés Torres (de la partida de
Pérez Bulnes) se vio en dificultades para sujetar a sus hombres, -casi todos negros-
quienes se habían insolentado y querían matar al párroco local. 23 Pero no siempre era
posible, lo que era particularmente dramático cuando se recurría, como ocurría con
frecuencia, a la llamada “guerra de recursos”, vale decir, en requisar o destruir los
bienes disponibles, para desabastecer a las fuerzas enemigas.
En breve, la guerra es una gran destructora de riquezas, generando caos y
violencia no sólo en el campo de batalla. Y si bien tanto los ejércitos regulares como los
montoneros preferían recurrir a los recursos de los grandes establecimientos,
expropiando a los enemigos y entregando a los amigos comprobantes de embargo para
que pudieran ser resarcidos por el Estado luego de la supuesta victoria (no falta algún
ejemplo de fuerzas montoneras que intentaban mantener esta práctica, ver referencia en
nota 16), con la prolongación de la guerra, toda la población rural se veía afectada por la
depredación. 24 Y los propios participantes de los movimientos montoneros eran muy
concientes de que esta era una debilidad de su situación, precisamente en la medida en
que sus móviles políticos hacían que la búsqueda de aceptación por la población rural
fuese uno de sus objetivos prioritarios. Inevitablemente, la depredación era un medio de
vida de las bandas montoneras, pero estaba lejos de ser su objetivo. Por el contrario, el
fin último de todo caudillo era restablecer la paz y el orden, logrando así el consenso y
apoyo del grueso de la población.25 Una frecuente acusación de los caudillos a las elites
reformistas era que sus proyectos que intentaban establecer un predominio centralizado,
generaban permanentes conflictos, guerras y desorden.
Por lo demás, cuando consolidaban su poder, los caudillos combinaron prácticas
liberales y un mercantilismo de antiguo régimen o una economía moral 26, según sus
necesidades políticas, especialmente en cuanto a incrementar el comercio de sus
provincias (especialmente en las zonas litorales), sin enajenarse el apoyo popular. Esto
último solía demandar el respeto prácticas tradicionales que no favorecían la
implementación de formas contractuales más modernas. En todo caso, los opciones
preferidas en estos campos por los caudillos, más que programáticas o ideológicas, eran
esencialmente pragmáticas, priorizando la consolidación de su poder.
23
AAC, Legajo 37, T.VI.
24
En un caso extremo, en la provincia de entre Ríos entre 1810 y 1823, el stock ganadero había bajado de
2,5 millones de cabezas, o unos 40.000 animales. Roberto Smith 2004.
25
Refiriéndose a la ciudad de Buenos Aires, Mark Szhuchman (1986) ha sugerido en un laureado artículo
que el apoyo a Rosas puede haber sido en parte fruto de su capacidad de mantener la paz y el orden.
26
En el sentido en que utilizó la expresión Edward Thompson.
14
27
Solo como un indicador, en la década de 1850 la provincia de La Rioja, con una superficie de dos
tercios de la de Inglaterra (90.000 km.) y unos 50.000 habitantes, contaba con solo 64 funcionarios
rentados, incluyendo desde el gobernador hasta tres tamborileros del regimiento.
15
Sin duda, pueden encontrarse momentos en que la obtención del apoyo armado
se basaba en estructuras de dominio tradicionales, o en la aplicación de recursos
económicos, incluso, de los recursos económicos del propio Estado, con ejércitos
regulares sostenidos en la recaudación fiscal (alternativa posible de manera casi
excluyente en la provincia de Buenos Aires, por la debilidad fiscal de las restantes).
También es indudable que en ciertas circunstancias, particularmente en los momentos
de mayor agitación político-militar, la adquisición predatoria de recursos y su
distribución en los contingentes militares (base del caudillismo en la interpretación de
Wolf y Hansen) fue un elemento importante del sistema. Pero la estabilidad del régimen
caudillesco, forma predominante de poder en el Río de la Plata por lo menos desde 1820
hasta su paulatino declive a partir de 1853, sostenía su trama en relaciones personales
que no eran excluyentemente económicas. En este aspecto, las milicias, al generar una
base cívico-militar del poder del caudillo, basada en factores identitatrios y protección
jurídico institucional, además de canalización de recursos materiales – por diversos
medios, desde la paga a las milicias, hasta facilidades para el acceso a la tierra – fueron
un factor crucial en el régimen caudillesco.
Para asegurar sus bases de su sustentación, los regímenes caudillescos que
buscaban estabilizarse debían realizar concesiones a los sectores subalternos que los
apoyaron, para retener su lealtad. Los ejemplos citados de Artigas, Güemes, y Urquiza,
son quizás los más elocuentes. No se trata de una depredación permanente de recursos,
sino de mecanismos (a veces relativamente moderados) de redistribución de la riqueza,
que buscan asegurar la lealtad de los seguidores de un caudillo. En muchos casos, como
los de Rosas, López, Bustos, etc., las concesiones permanentes más significativas se
limitan principalmente a los líderes locales, y los sectores más amplios que participaron
de la movilización debían contentarse con recompensas simbólicas, la abstención de
introducir reformas que pudieran irritarlos, y un estilo populista genérico en el gobierno
y las decisiones administrativas. Luego de la desarticulación de la forma de dominación
social propia de la era colonial, el caudillismo abrió una etapa en la que se amplió la
participación popular como base de poder. La consolidación del Estado nacional en la
segunda mitad del siglo conllevó la reconstrucción de una mayor verticalidad en las
jerarquías sociales.