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Cortés, Hernán. Marqués del Valle de Oaxaca (I).

Medellín (Badajoz), 1485 – Castilleja de la


Cuesta (Sevilla), 2.XII.1547. Conquistador, descubridor, fundador, capitán general y escritor.
Nació en el seno de una familia hidalga, de solar conocido pero de poca hacienda (un molino, un
colmenar y una viña). Su padre, Martín Cortés de Monroy, “muy humilde y pobre aunque cristiano
viejo”, según Las Casas; y su madre, Catalina Pizarro Altamirano, procedían de linajes de buena
fama. Martín no sufrió por el apoyo que llevó a su pariente, Alonso Cortés de Monroy, clavero de la
Orden de Calatrava, en su rebeldía contra la reina Isabel la Católica.
Se sabe muy poco de la niñez del más famoso de los conquistadores. Curiosamente, si se piensa en
la extraordinaria capacidad de resistencia física que demostró luego, Hernán fue un niño frágil,
varias veces enfermo con peligro de muerte, según Gómara.
Cuando cumplió los catorce años, Martín y Catalina resolvieron enviar a su hijo a Salamanca para
estudiar, aprovechando la presencia allí de Francisco Núñez de Valera, esposo de una media
hermana de Martín y maestro de Gramática. Hernán volvió dos años más tarde sin el titulo de
bachiller, lo que dio un gran disgusto a sus padres que le destinaban a una carrera de letrado. Sin
embargo, en Salamanca, aunque no matriculado en la universidad, no perdió el tiempo, pues
adquirió cierta soltura en el manejo del latín, el dominio del discurso (como lo demostraron luego
sus famosas Cartas de Relación) y un conocimiento ya correcto de las leyes del reino. Parece que
complementó esta formación ejerciendo durante varios meses la función de pasante de un escribano
real en Valladolid, antes de regresar a Medellín, aunque, según Juan Suárez de Peralta, la estancia
en Valladolid tuvo lugar después de pasar algún tiempo con sus padres.
A buen seguro, la permanencia de este chico de dieciséis años, muy travieso, en la casa de sus
padres no fue exenta de “ruido y enojos”. Hernán, cuya afición a las armas era cierta ya, pensaba en
la aventura americana y cuando Nicolás de Ovando, el nuevo gobernador general de las Indias, dio
una vuelta por Extremadura durante el invierno de 1501-1502, para reclutar a jóvenes para las
Indias, parece que Hernán se alistó. Pero, antes de la salida de la flota de Ovando (febrero de 1502)
el futuro marqués cayó del techo de una casa cercana cuando intentaba juntarse con una mujer,
entrando por la ventana, y quedó minusválido en la cama durante varios meses.
Una vez recuperado el joven dejó a su familia y se fue a la buena de Dios. El año 1503 queda muy
oscuro y, en verdad, no se sabe lo que hizo Hernán. En cuanto a sus proyectos, son varias las
hipótesis. Quizás pensó en salir hacia Italia. Lo cierto es que, por fin, se embarcó con destino a la
isla Española, en el barco de Alonso Quintero, en el año 1504, según la gran mayoría de los autores,
conforme a un memorial del propio Cortés dirigido a Carlos V en 1542. Parece que tuvo el tiempo
de volver a Medellín para despedirse de sus padres.
Llegado Cortés a la isla Española, el secretario de Ovando, Medina, le acogió con favor y le explicó
los usos de la colonia; a cambio del compromiso de quedarse cinco años en la isla, recibiría un solar
para edificar su casa, una tierra de una superficie decente para poder cultivar y, pasado un cierto
tiempo, algunos indios en encomienda.
Hernán Cortés tenía entonces diez y nueve años.
Cuando salió a la conquista de México en 1519 tenía treinta y tres, es decir, que había cumplido ya
la mitad de su vida. Era casi un desconocido. Los catorce años que vivió en las islas, La Española
primero y Cuba después, plantean un problema difícil de solucionar.
Por un lado, se sabe cuáles fueron las actividades de Cortés en este período de su vida.
Aprovechando su experiencia de Valladolid, ejerció con éxito la función de escribano en el pueblo
de Azua y con sus indios se entregó a la cría de caballos y vacas, lo que le hizo un hacendado
relativamente acomodado. Y cuando el nuevo gobernador de la Española, Diego Colón, envió a
Diego Velázquez de Cuéllar a la conquista de Cuba, en 1511, éste recluto a Cortés como secretario
del tesorero de la empresa, con el fin de administrar el quinto real. Es decir, que la conquista de
Cuba, por ser demasiado fácil, no le sirvió a Hernán Cortés de primera experiencia militar. En
cambio, recibió en encomienda a los indios de Manicarao y pudo desarrollar su ganadería y explotar
las minas de oro cubanas.
En 1515 era ya un hombre rico, tal y como lo demuestra su inversión en la compañía que creó con
Andrés de Duero.
En 1518, cuando Velázquez elige a Hernán Cortés como jefe de la nueva expedición que lanza al
asalto del continente, el problema es que Cortés no tiene ni la más mínima experiencia de la guerra
(no fue nunca a Italia) ni de la conquista americana. No tuvo parte en ninguna de las empresas
anteriores: es verdad que quiso alistarse en la expedición de Diego de Nicuesa de 1509 hacia la
Castilla de Oro, pero una enfermedad venérea le obligó a guardar cama impidiéndole ir. Tampoco
estuvo en los viajes de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, en 1517 y 1518, que le
hubieran proporcionado una información provechosa sobre el sur de México (Yucatán), su
población, su temperamento belicoso y sus riquezas.
La verdad es que Cortés era un novato. De modo que resultan casi increíbles las hazañas militares y
políticas del conquistador en México. Hay que admitir que fue la revelación de un auténtico genio.
Es cierto que la elección de Cortés no gustó a todos.
El mismo Velázquez, a última hora, quiso sustituir al hombre de Medellín, pero Cortés,
desconfiado, zarpó con antelación. Así, en febrero de 1519, empezaba una de las epopeyas más
extraordinarias de la Historia.
Hernán Cortés, que invirtió en la empresa la totalidad de su hacienda, estaba a la cabeza de una
fuerza importante, pero mucho más reducida que la de Pedrarias Dávila en la conquista de la
América central en 1514. Casi todas las fuentes están de acuerdo: Cortés tuvo bajo su mando a unos
508 infantes, más un centenar de hombres de mar (maestres, pilotos, marineros), a 16 jinetes con
sus caballos, a 32 ballesteros y 13 arcabuceros, más algunas piezas de artillería ligera; además,
disponía de cinco barcos. Hay que señalar que la empresa fue costeada por el gobernador
Velázquez, el contador Amador de Lares, Andrés de Duero y el propio Cortés, sin ninguna
participación de la Corona. Cortés no se dio prisa; entendió que la llave del éxito era la información
y en cada escala intentó negociar y evitar el enfrentamiento. No lo logró siempre, pero pudo llegar
hasta el país totonaca, donde más tarde se fundó San Juan de Uloa y La Vera Cruz, con pocas bajas.
Resultó de vital importancia el que encontrase a dos intérpretes: un español, Jerónimo de Aguilar,
que había vivido varios años con los mayas, y una mujer india, Malintzin (doña Marina después de
su bautismo), cuyo papel en la conquista (y en la misma vida de Cortés) fue esencial. En efecto, esta
mujer, vendida como esclava por sus padres a unos mayas del Tabasco, entendía a la vez su idioma
materno, el nahua, y las lenguas mayas. Mientras que el español Jerónimo de Aguilar entendía las
lenguas mayas.
De este modo, Cortés pudo comunicarse con los indios, dialogar con ellos, entender a la vez sus
ofertas y sus propósitos.
Malintzin fue más que una intérprete. Cortés, pronto, se dio cuenta de su gran inteligencia y de la
suerte que le brindaron los caciques del Tabasco.
Además, la pasión amorosa que, durante tres años, ligó al extremeño y a la india, hizo que
Malintzin se empeñase en favorecer los proyectos del conquistador.
Fue ella la que le explicó lo que en realidad era el imperio de los mexica, sus creencias,
organización y red de información, así como su manera de hacer la guerra, la hostilidad de varios
pueblos, especialmente de los Tlaxcaltecas. Y Hernán Cortés supo aprovechar de una manera genial
este regalo del destino.
En su corta estancia en el país totonaca, Cortés logró que el cacique de Cempoala se desprendiera
del dominio de los mexica y le ayudase con doscientos tamames (porteadores) y cincuenta indios de
guerra. El ejército de la conquista que, el 8 de agosto de 1519, se puso en marcha hacia la capital
azteca lo formaban algo más de 420 españoles además de los indios, pues desde la salida se
perdieron entre 35 y 40 hombres y Cortés dejó en Vera Cruz a una guarnición de 60 hombres (más
los marineros) bajo el mando de Juan de Escalante.
En este ejército le acompañaron muchos hombres que alcanzaron la celebridad, y entre ellos
muchos extremeños: los hermanos Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Diego de Ordaz, Andrés de
Tapia, Alonso de Ávila y, evidentemente, el extraordinario cronista, Bernal Díaz del Castillo. Este
ejército no fue una agrupación desordenada de aventureros, al contrario, fue una tropa organizada,
regida por una disciplina estricta que Cortés impuso desde el principio; dividida en cinco
compañías, cada una con su jefe, con un maestro de la artillería y un maestro de campo.
Las ordenanzas militares del 26 de diciembre de 1520, promulgadas en Tlaxcala, son el espejo de la
realidad vivida diariamente.
Si bien es cierto que, al principio, los caballos con sus jinetes y las armas de fuego que llevaban la
muerte a distancia impresionaron mucho a los indios, también lo es que pronto vieron que los
primeros no eran criaturas sobrenaturales y que las segundas no eran infalibles.
Y, desde luego, mucho más eficaces fueron la organización de la tropa de Cortés, el sentido táctico
del jefe, las iniciativas de sus tenientes y la manera de combatir de los españoles, sobre todo frente a
unos guerreros que intentaban cautivar a sus adversarios más que matarlos, con el fin de disponer de
víctimas para sus sacrificios.
La conquista de México se desarrolló en varias etapas: del 8 de agosto al 23 de septiembre, Cortés y
sus hombres se internan en el continente, trepan hacia las montañas y los puertos que dan acceso al
altiplano, en dirección de Tlaxcala. El conquistador intenta ganarse la alianza de Tlaxcala, pero los
caciques no aceptan de ningún modo perder su independencia. Del 2 al 5 de septiembre, una batalla
feroz enfrenta a los españoles y a los Tlaxcaltecas. Varias veces los españoles creen que van a
morir: los heridos son numerosos, pero las bajas son relativamente escasas. Finalmente, la
superioridad táctica y el armamento de los españoles, además de su extraordinario valor, cambian la
actitud de los Tlaxcaltecas. Sus caciques piensan que, aliados con los españoles, van a triunfar sobre
sus eternos enemigos, los mexica. La gran alianza entre los españoles y Tlaxcala, que resultará
indefectible y que es consagrada por las uniones entre jefes españoles y princesas tlaxcaltecas, es un
hecho esencial.
Cortés aprovecha inmediatamente la alianza y, del 23 de septiembre al 12 de octubre, los españoles
se reponen y curan sus heridas en Tlaxcala. Bajo la influencia de su capellán (“No es justo
obligarles a hacerse cristianos”), Cortés respeta la religión de sus huéspedes. Acepta la oferta
tlaxcalteca de reforzarle con cinco a seis mil “indios de guerra” y toma en cuenta los avisos
relativos a la amenaza de Cholula, aliada de Tenochtitlán y enemiga de Tlaxcala.
Por eso, cuando el 13 de octubre, el ejército de Cortés se pone en marcha hacia la capital azteca,
pasa por Cholula, donde, el 18 perpetra una matanza (tres mil víctimas) para anticipar una matanza
de los españoles, sugerida por Moctezuma (según el propio Cortés, avisado por Malintzin). Así, el 8
de noviembre de 1519, Cortés, sus hombres y sus aliados entran en México, donde son muy bien
recibidos; no se produce ningún enfrentamiento.
Sin embargo, seis días más tarde, Cortés, bajo la presión de sus tenientes, pone a Moctezuma bajo
vigilancia estrecha y se apodera del tesoro de Axayacatl.
Poco a poco, a pesar de encuentros casi diarios, la tensión crece en la capital entre los españoles y
los mexica. Corren rumores de un próximo levantamiento bajo el mando de Cacamatzin, sobrino de
Moctezuma. A principios de mayo de 1520 la situación toma mal cariz.
Quizás fue en esta coyuntura, entre mayo de 1520 y octubre de 1524 cuando Cortés demostró con
más evidencia la amplitud de su talento político y de su genio militar. En efecto, a principios de
mayo, Cortés es avisado del desembarco en San Juan de Ulúa de un ejército español importante
enviado contra él por el gobernador Velázquez bajo mando de Pánfilo de Narváez (más de
novecientos hombres). Cortés actúa con extraordinaria rapidez: dejando sus tropas a Pedro de
Alvarado y recuperando de paso a varias guarniciones, llega a la costa a marcha acelerada y, con
trescientos hombres solamente, gracias a una proeza de Gonzalo de Sandoval, se adueña de Pánfilo
de Narváez y persuade a su gente para que se incorporen a su bando. Así, más fuerte, vuelve a
Tenochtitlán, aunque demasiado tarde para invertir la tendencia, pues, en su ausencia, Alvarado y
sus compañeros no aguantaron la presión de una muchedumbre cada día más hostil y, al final,
cayeron en la locura de matar a traición a los principales mexica en el Templo Mayor. Cuando
Cortés regresa a México, el 24 de junio, la rebelión está a punto de estallar y la situación empeora
con la muerte, en circunstancias dudosas, de Moctezuma. Cortés entiende inmediatamente que la
huida es la única vía de salvación, ya que, con su nuevo tlatoani, Cuitlahuac, los mexica están
decididos a luchar hasta la muerte.
En la noche del 30 de junio, secretamente, los españoles abandonan la capital por la calzada que
atraviesa la laguna. Pero, prevenidos, los indios asaltan furiosamente a los españoles que sufren
pérdidas importantes (de 400 a 600 españoles y 4.000 indios).
Sin embargo, Cortés logra salir de la trampa, reúne a sus hombres y vence a sus perseguidores en
Otumba, lo que le permite refugiarse a Tlaxcala.
Todos los compañeros de Cortés reconocen que la fidelidad de Tlaxcala a la alianza fue un hecho
decisivo.
Del 1 de julio de 1520 al 28 de abril 1521, Cortés y sus hombres descansaron y se prepararon
metódicamente para la batalla final, es decir, para la reconquista de Tenochtitlán. Las negociaciones
con etnias del altiplano aislaron a los mexica; refuerzos de las islas duplicaron el ejército; el
entrenamiento de los aliados tlaxcaltecas mejoró mucho sus técnicas de combate En la revista de
Texcoco, en mayo de 1521, Cortés tenía bajo su mando a 650 infantes, 84 jinetes, 194 ballesteros y
arcabuceros, unos 20 cañones y a 25.000 aliados indios, entre ellos 16.000 tlaxcaltecas.
Cortés concibió una operación anfibia, gracias a trece chalupas construidas en Tlaxcala y montadas
a orillas de la laguna. Así pudo cercar la capital por tierra y por agua. Del 30 de mayo al 13 de
agosto de 1521 la batalla fue encarnizada, la ciudad se conquistó casa por casa. Los mexica
lucharon heroicamente pero la táctica de Cortés les puso de entrada en situación difícil: los
españoles cortaron el acueducto de Chapultepec y así los mexica no tuvieron agua potable.
Además, sufrieron una epidemia de viruela que no tocó a los españoles, inmunes. Sus dioses habían
abandonado a los indios. El 12 de agosto, Cuauhtemoc, sucesor de Cuitlahuac, se rindió. Pronto, los
pueblos vecinos se unieron al vencedor.
La victoria de Cortés era una hazaña militar, pero aún más una proeza política. Aconsejado por
Malintzin, supo sacar el máximo provecho de la división de los indios. Nombrado por una cédula de
15 de octubre de 1522 “gobernador y capitán general de la Nueva España”, Cortés va a ejercer un
poder casi absoluto hasta su salida a Las Hibueras, el 12 de octubre de 1524. Reparte encomiendas
entre sus seguidores, pero limitando sus derechos, y eximiendo totalmente la provincia de Tlaxcala
como pago por su ayuda; instala los cabildos con sus alcaldes y regidores; emprende la
reconstrucción de México, en el mismo emplazamiento, según el plan cuadrado clásico,
aprovechándose de los talentos de Alonso García Bravo, Bernardino Vázquez de Tapia, Martín de
Sepúlveda, arquitectos y topógrafos. Lanza la explotación de minas de oro y envía a Alvarado y
Sandoval a descubrir comarcas vecinas (Colima, Jalisco, Michoacán, etc.), luego a conquistar
Guatemala (Alvarado, 1523). Evidentemente, los conquistadores compañeros de Cortés tuvieron
mucha parte en todas estas empresas.
Cortés promulgó en 1524 sus ordenanzas de buen gobierno y multiplicó las fundaciones (hospital de
Jesús). Recordando la despoblación de las islas, estimuló el mestizaje entre españoles e indias,
dando el ejemplo y aprovechando el mismo anhelo de los indios en este plan. Cortés no olvidó
enviar al Emperador importantes cantidades de oro. Y solicitó la venida de misioneros franciscanos:
los doce primeros, entre ellos Toribio de Benavente (Motolinia), llegaron el 13 de mayo de 1524.
Los franciscanos apoyaron siempre la causa de Cortés.
Hernán Cortés fue un gran descubridor. Es cierto que la expedición de Las Hibueras (o de
Honduras) fue un error: Cortés eligió un mal camino, por el Este atlántico, a través de ciénagas
peligrosas, con numerosos ríos grandes que obligaron a los españoles a edificar un sinnúmero de
puentes, cuando hubiera sido más cómodo ir por el centro a través de Guatemala. Durante la
expedición, Cortés cometió la grave torpeza (censurada por Bernal Díaz) de ejecutar a Cuauhtemoc.
Por otra parte, su larga ausencia (dos años) y la falsa noticia de su muerte dejaron el campo libre a
unos oficiales reales, ambiciosos, codiciosos, corruptos (factor, tesorero, contador, veedor) que
desplazaron a los colaboradores de Cortés, explotaron sin medida a los indios, y se pelearon de tal
modo que la Nueva España estuvo en gran peligro. Por suerte, sólo la noticia de la vuelta de Cortés,
su extraordinaria popularidad, incluso entre gran parte de los indios, permitieron al conquistador
restablecer su autoridad con la ayuda de los franciscanos.
Por lo menos, Cortés había ampliado el conocimiento de la América Central. Tuvo más mérito en el
caso de la Baja California y del Golfo que, no en balde, se llama también Mar de Cortés. Consagró
cuatro expediciones, financiadas por él, a tal empresa, entre 1533 y 1540, y participó personalmente
en el tercer viaje, en 1535. Se conoce relativamente mal el tema porque el insustituible Bernal Díaz
del Castillo, que estuvo en Las Hibueras, no participó en el descubrimiento de California. Pero, si
bien el resultado económico fue nulo, el balance científico fue importante.
Un aspecto sorprendente de Hernán Cortés es la de empresario y hombre de negocios. Quedó dos
veces arruinado: primero cuando la aventura de Las Hibueras y segundo, durante su estancia en
España (1528- 1530).
La primera Audiencia de México, cuyo comportamiento fue escandaloso, se incautó de toda su
hacienda para pagar las sumas que, supuestamente, debía a Su Majestad. Le escribió su mayordomo
Francisco de Terrazas que no le quedaba más de diez pesos de oro. Sin embargo, Cortés fue capaz
en pocos años de reconstruir una fortuna inmensa: en el valle de Cuernavaca, a unas doce leguas de
la capital, desarrolló una importante actividad agrícola, cultivando trigo y forrajes, maíz, vergeles,
introduciendo moreras y caña de azúcar; este cultivo también en sus fincas de la zona de Vera Cruz,
lo que dio lugar a la puesta en marcha de molinos de azúcar; también se entregó a la ganadería,
criando caballos, vacas, ovejas, puercos.
Sus tiendas de la capital vendían los productos de sus granjas. Lanzó la explotación de minas de
oro, en Michoacán y también en Sultepec y Taxco, creó astilleros en Tehuantepec. Es cierto que
Cortés utilizó mano de obra esclava e importó esclavos negros. Su fortuna le permitió financiar las
expediciones a California y competir con el virrey Velasco en las famosas fiestas de 1538.
En 1528, con licencia del Emperador, Cortés hizo un viaje a España, con el séquito de un príncipe,
acompañado por representantes de la elite indígena, bailaores, juglares, y algunos conquistadores
(Sandoval, Tapia). También llegó cargado de regalos y de joyas de todas clases. Fue en julio de
1528 cuando Cortés tuvo en Toledo su primera entrevista con Carlos V; el 25 de julio entregó al
Emperador un memorial en que formulaba sus pedidos y sus sugerencias para el gobierno de la
Nueva España. Luego, acompañó al Emperador hasta Zaragoza. El 6 de junio de 1529 Carlos V
concedió a Cortés 23.000 vasallos, repartidos en 22 villas, y el título de marqués del Valle (de
Oaxaca), “Honores pero no el poder”.
En 1541, Cortés volvió a España con sus dos hijos legítimos, Martín y Luis. Llegó a tiempo para
participar en la empresa de Argel, en octubre. Los avisos del conquistador que aconsejaba un
desembarco y un asalto por tierra no fueron tomados en serio y la expedición fue un fracaso.
Durante los años siguientes, hasta 1544, Cortés intentó en vano encontrarse con el Emperador,
incluso en las Cortes de Monzón en 1542. Le dirigió varios memoriales largos (en 1542, 1543,
1544) que demuestran un conocimiento impresionante de los asuntos de la Nueva España, a pesar
de su ausencia, pero que no obtuvieron respuesta.
En 1545, Cortés se retiró a Sevilla y en 1547 a Castilleja de la Cuesta, donde murió el 2 de
diciembre.
Las últimas semanas de Cortés, cuya fe católica resulta incuestionable, fueron trastornadas por la
congoja de la salvación eterna.
Hernán Cortés se casó dos veces: la primera en Cuba, en 1514 o 1515 con una española, Catalina
Xuárez, que no le pudo dar hijos y que murió en 1522 en circunstancias que dieron lugar a
sospecha, aunque no es posible sacar ninguna conclusión de las pruebas; se casó por segunda vez
durante su viaje a España, el 2 de abril de 1529, en Béjar, con Juana Zúñiga, hija del conde de
Aguilar y sobrina del duque de Béjar, con la que tuvo seis hijos, los dos primeros muertos al cabo
de pocos meses; el tercero, Martín, fue el segundo marqués del Valle.
El conquistador tuvo también a un sinnúmero de amantes: “infinitas mujeres”, según el regidor de
México, Bernardino Vázquez de Tapia, uno de sus acusadores en el proceso de 1529, en la ausencia
de Cortés. Españolas o indias, damas o sirvientas. Dos tuvieron más importancia que el resto, sobre
todo Malintzin, madre de otro Martín, nacido en 1522; pero también Tecuihpo, hija de Moctezuma,
y madre de Leonor Cortés y Moctezuma, nacida en 1527, una de las raíces de la nobleza hispano-
indígena; lo que certifica que Cortés tuvo varios hijos naturales.

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