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Pizarro González, Francisco. Marqués de los Atabillos (I). Trujillo (Cáceres), c.

1478 – Lima
(Perú), 26.VI.1541. Conquistador del Imperio de los Incas, gobernador de la Nueva Castilla,
fundador de Lima.
Francisco Pizarro, el futuro conquistador del Incario, nació en la extremeña Trujillo, ciudad con
gran abolengo desde el temprano Medioevo. Fue hijo bastardo de Gonzalo Pizarro, apodado El
Largo, y también El Romano. La madre de Francisco fue una mujer del pueblo de nombre Francisca
González, criada del Monasterio de las Freilas de la Puerta de Coria, en Trujillo. El hidalgo se
desentendió muy pronto de esta aventura y Francisca González tuvo que buscar refugio en la casa
de su madre, donde nació el futuro conquistador. La niñez de Francisco transcurrió como la de
cualquier otro niño modesto de la villa, dentro de una pobreza que, en ningún caso, llegó a la
miseria. Es posible que el niño y más tarde muchacho, en algún momento, se hubiera dedicado a
cuidar cerdos. Lo cierto es que cansado de esa vida, hacia 1493, Francisco Pizarro se junta con unos
caminantes y marcha hacia la ciudad de Sevilla que por entonces vivía el deslumbramiento del éxito
del primer viaje colombino, descubridor del Nuevo Mundo.
Nada se sabe sobre el paradero ni las actividades que desarrolló Francisco Pizarro entre 1499 y
1501. Es posible que sobreviviera, con muchos trabajos y penurias, en Sevilla mientras encontraba
la ocasión para embarcarse con destino a las Indias. Finalmente logró su deseo y en 1502 zarpó con
destino al Nuevo Mundo en la flota que iba al mando de frey Nicolás de Ovando, gobernador de la
Isla Española, llegando a la ciudad de Santo Domingo en abril del año antes mencionado.
A partir de ese momento Francisco Pizarro iniciará una larga y laboriosa vida castrense. Pizarro no
pasaba de ser un simple soldado que debía ir constantemente en diversas huestes con el propósito de
pacificar a indios alzados o también a la tarea de fundar villas y fuertes.
Hacia 1509 Francisco Pizarro, siempre como hombre de infantería, zarpa del puerto de la Beata a
órdenes de Alonso de Ojeda, quien iba en pos del descubrimiento y conquista de la Nueva
Andalucía. Junto a Ojeda, Pizarro está presente en la fundación del fortín de San Sebastián, el cual
será el primero de su género en el continente, quedando al mando de él como lugarteniente de su
jefe durante la ausencia definitiva de éste. Acatando sus órdenes reunió a la tropa y la llevó de
regreso en dos bergantines, naufragando uno de ellos y salvándose Pizarro y otros castellanos en el
otro. En plena navegación Francisco Pizarro se encuentra con Martín Fernández de Enciso, socio de
Ojeda, y lo sigue a Cenú y Darién, lugar este último donde Enciso funda la primera ciudad en el
continente americano, Santa María de la Antigua, donde Pizarro recibe un solar y queda avecindado
en ella. Se puede advertir que ya para 1510 Francisco Pizarro era un “baqueano”, es decir, un
hombre conocedor y con experiencia de la vida en Indias y, por ello, Ojeda le había nombrado su
lugarteniente.
Pizarro, iletrado pero prudente como pocos, logró mantenerse al margen de las querellas políticas
aferrándose a su situación de hombre de armas. Por esta razón Núñez de Balboa lo envía al frente
de un grupo explorador a las tierras del cacique Careta. Por órdenes de Balboa exploró el río de San
Juan y vuelve, ya como lugarteniente de Balboa, a las tierras del cacique Careta que terminó
aliándose con los españoles. Pizarro y una tropilla bajo su mando sigue la exploración y arriba a las
posesiones del cacique Comagre. Allí, el hijo de éste, llamado Panquiaco, les habla de un lugar
donde había abundancia de oro y Pizarro también recaba información de la existencia de un océano
austral. Ocupando siempre el cargo de lugarteniente de Vasco Núñez de Balboa, Pizarro es uno de
los hombres que estará presente el 25 de septiembre de 1513, cuando se aviste el llamado Mar del
Sur (Océano Pacífico), ingresando a sus aguas en pos del pendón de Castilla que enarbolaba Balboa
y tomando posesión del inmenso mar el 29 de septiembre del año antes mencionado.
En 1518 el capitán Pedrarias Dávila le encomienda a Pizarro que tome prisionero a Vasco Núñez de
Balboa, lo cual cumplirá en el Golfo de San Miguel. Pedrarias nombrará a Pizarro regidor del
primer Cabildo que se establece en la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción de Panamá, situada
sobre el Mar del Sur, y hasta allí acudieron multitud de hombres, mujeres y comerciantes, lo que
produjo un acelerado crecimiento de dicha ciudad (1521). Pizarro es elegido alcalde ordinario de
Panamá. Para 1522 Pizarro es capitán de la guardia del gobernador Pedrarias Dávila y lo acompaña
a la fundación de la ciudad de Santiago de los Caballeros de Natá, retornando poco después a
Panamá. En octubre del año antes mencionado la posición social y económica de Francisco Pizarro
recibe un significativo impulso, pues se le destina un reparto de indios tributarios cuyo número
ascendía a ciento cincuenta en la Isla de Taboga.
Para el mes de julio de 1523 la ciudad de Panamá experimenta una gran conmoción. Acababa de
regresar Pascual de Andagoya de un viaje explorador al Señorío de Virú, Pirú o Perú. Ya por
entonces las noticias de la existencia de territorios abundosos en oro y plata eran cada vez más
precisas. Pizarro tenía formada una sociedad de bienes con Diego de Almagro, otro baqueano como
él. A esta sociedad se agregaría el clérigo Hernando de Luque, quien se desempeñaba como
maestrescuela de la Catedral del Darién. Entre los tres socios llegaron a juntar aproximadamente
18.000 pesos de oro. Su objetivo era llegar, por Levante, a esas ricas tierras de oro que Pascual de
Andagoya había desistido de explorar. Francisco Pizarro sería el capitán de la hueste, Almagro el
encargado de aprovisionarla y Luque se ocuparía de todos los trámites de carácter burocrático y de
evitar que otras personas se interpusieran en ese cometido que tantas esperanzas había despertado
entre los tres socios. El 14 de noviembre de 1524 levó anclas en Panamá una pequeña carabela
llamada Santiago o Santiaguillo. Allí iba Pizarro con ciento doce hombres. El piloto, muy
importante por su experiencia, era Hernán Pérez Peñate. La singladura prosiguió hasta el Puerto de
Piñas, donde apenas se detuvieron para continuar a Puerto Deseado arribando finalmente, cuando ya
concluía el año 1524, al que llamaron Puerto del Hambre, como recuerdo de los grandes
sufrimientos que tuvieron en una región de manglares absolutamente inhóspita y agresiva.
Prosiguiendo su viaje navegaron deteniéndose en puntos a los cuales iban dotando de nombres
como las bocas de los ríos de Los Mojones, de Los Saltos, de la Vela, Tunse, etc. En abril estaban
en el Fortín del Cacique de Las Piedras, en el llamado río de La Espera. Allí Pizarro y sus hombres
tuvieron que rechazar un fuerte ataque de los indios. El propio caudillo de la hueste sufrió siete
heridas, por suerte ninguna grave. A estas alturas ya no cabía duda de que la expedición había sido
un fracaso y la mayoría de los hombres insistía en volver a Panamá. Pizarro se obstinó en retirarse
solo hasta Chochama, en el Golfo de San Miguel, donde esperó a Diego de Almagro, quien llegó a
ese punto en julio de 1525.
Durante el tiempo que Almagro salió con otra carabela en busca de Pizarro, descubrió el río San
Juan. El piloto de esta embarcación era Bartolomé Ruiz, quien habría de jugar un papel
importantísimo en estas navegaciones. Cuando Pedrarias se enteró del fracaso de Pizarro, tomó la
decisión de destituirlo. Luque y Almagro tuvieron que actuar con gran habilidad para convencer a
Pedrarias que no tomara decisiones apresuradas y le diera a Pizarro otra oportunidad. En este punto
Pedrarias cedió a los ruegos con la condición de que Almagro también fuera capitán, al igual que
Pizarro, respondiendo ambos de las futuras jornadas que emprendieran.
En el segundo viaje zarpan de Chochama. Esta vez van ambos capitanes: Pizarro y Almagro y
llevan dos carabelas, la Santiago y la San Cristóbal. Su primera medida es atacar e incendiar el
Fortín del Cacique de Las Piedras, que a partir de ese momento recibirá el nombre de Puerto
Quemado. Prosiguen luego hasta desembarcar en el delta del río San Juan donde obtienen un botín
cuyo valor es aproximadamente de 15.000 pesos castellanos. Luego de una breve estada en dicho
lugar continúan hasta la Isla de la Magdalena y la Costa de Barbacoas, desde donde deciden
regresar al estuario del río San Juan. En ese punto Pizarro y Almagro trazan las futuras operaciones
y deciden que el piloto Bartolomé Ruiz explore siempre con rumbo al sur. La orden se cumple de
inmediato mientras la hueste se queda durante casi seis meses en San Juan.
El viaje de Bartolomé Ruiz fue trascendental, pues tuvo un encuentro con la llamada balsa
tumbesina, es decir, una balsa de grandes proporciones tripulada por indios de Tumbes que tenía
una vela parecida a la de las carabelas. Allí Ruiz y sus compañeros pudieron recoger las primeras
noticias que evidenciaban la existencia, todavía mucho más hacia el sur, del Imperio incaico.
La larga espera de la hueste se alivió en algo gracias a que Almagro fue a Panamá para retornar con
alimentos y algunos hombres de refuerzo. Cuando recibieron las noticias de Bartolomé Ruiz
decidieron seguir hacia San Mateo, Atacámez y llegaron a la Isla del Gallo. Las desavenencias entre
los socios se hacían más constantes. Pizarro y su gente —estamos en mayo de 1527— deciden
quedarse en la inhóspita Isla del Gallo, mientras Almagro iba a Panamá en busca de refuerzos, a la
par que llevaba consigo a los soldados que ya no deseaban continuar en una expedición
desafortunada. La estada de Pizarro y su pequeña hueste en la Isla del Gallo fue una etapa durísima,
en la mayoría de esos hombres primaba el deseo de regresar a Panamá. Francisco Pizarro seguía
firme en su decisión de no volver sin evidencias de un éxito futuro. Utilizando la astucia, uno de los
descontentos había enviado con los hombres de Almagro un ovillo de lana, como obsequio a la
esposa del gobernador, dentro del cual se escondía un papel con una copla donde se motejaba a
Pizarro de carnicero y a Diego de Almagro de recogedor. Gobernaba Panamá Pedro de los Ríos,
quien decidió enviar a Juan de Tafur con una carabela con el encargo de recoger a Pizarro y a todos
sus hombres. Fue entonces cuando tuvo lugar el famoso episodio que consagraría a los Trece de la
Fama. Pizarro, según la historia mezclada con leyenda, trazó con su puñal una raya en la húmeda
playa pidiendo que los que quisieran seguir acompañándole la cruzaran. Sólo trece de sus soldados
decidieron seguir su suerte.
Pizarro y sus acompañantes, abandonados por Tafur, improvisaron una balsa para dirigirse a la Isla
de la Gorgona, donde pudieron ser alcanzados por la carabela de Bartolomé Ruiz. A bordo de ella
siguieron navegando hacia el Sur, tocando en el Cabo Santa Elena, en el río de la Concepción y en
la Isla de Puná. Pero lo sorprendente lo encontraron los españoles en el pueblo incaico de Tumbes,
donde pudieron apreciar de una manera que no dejaba la menor duda que se encontraban en los
linderos de un gran reino, cuyas riquezas podrían ser extraordinarias. Llenos de esperanza siguieron
explorando, siempre al sur, donde pudieron recoger objetos de oro y plata y primorosos tejidos.
Pizarro ya no necesitaría esforzarse para convencer a los incrédulos del éxito que se podía alcanzar.
Regresó entonces a Panamá, donde Pedro de los Ríos comenzó a ponerle una serie de trabas, por lo
que los socios decidieron que Francisco Pizarro, a quien consideraban el más caracterizado, viajara
a España para obtener una Capitulación directamente con la Corona. Pizarro partió con rumbo a
España desde el puerto de Nombre de Dios, entre septiembre y diciembre de 1528.
Los primeros días de febrero de 1529, Pizarro viajó a Toledo. Un mes más tarde, en junio, Francisco
Pizarro y la Corona pudieron ponerse de acuerdo para que esta última otorgara una Capitulación,
que por haber sido concedida en Toledo, el 26 de julio de 1529, llevó el nombre de esta ciudad, que
lo autorizaba a conquistar la llamada Nueva Castilla, el nombre burocrático hispano que tendría el
Perú.
En ese documento Francisco Pizarro recibía el nombramiento de gobernador, adelantado y alguacil
mayor del Perú. Almagro era reconocido hidalgo y nombrado alcalde de la Fortaleza de Tumbes, la
ciudad incaica que tanto había impresionado a los conquistadores. Hernando de Luque obtenía el
obispado de esa ciudad todavía no fundada y, además, el título de Protector de los Indios. Los Trece
de la Isla del Gallo recibieron hidalguías y si ya lo eran, obtuvieron el honor de ser considerados
Caballeros de Espuela Dorada. Pizarro viajó a Trujillo, su ciudad natal, donde conoció a sus medio
hermanos, Hernando (hijo legítimo), Juan y Gonzalo Pizarro, bastardos como él. Igualmente se
enteró de que tenía un hermano materno: Francisco Martín de Alcántara. La nueva que llevaba
Francisco Pizarro era deslumbrante y, por esta razón, sus hermanos, otros parientes y buen número
de habitantes de Trujillo y extremeños en general decidieron engancharse en su banderín y viajaron
a Sevilla para embarcarse, luego de tres meses de aprestos en Sanlúcar de Barrameda. Corrían los
últimos días de 1530. En total Pizarro llevaba cuatro navíos. Tocaron en Santa Marta para arribar
finalmente a Nombre de Dios. Allí les esperaba ansiosamente Almagro pero las albricias se trocaron
muy rápidamente en reproches. Almagro no estaba de acuerdo con el tenor de la Capitulación, en
donde los honores e incluso el hábito de la Orden de Santiago eran para Pizarro. Otro elemento de
crispación fue la presencia de los hermanos de Francisco Pizarro, sobre todo la de Hernando, quien
asumió de facto el papel de vocero de la familia. Para remediar la enemistad entre Pizarro y
Almagro fue necesaria la mediación de Hernando de Luque, Gaspar de Espinosa, Nicolás de Ribera
y otros castellanos de buena voluntad. La situación se había salvado pero el recelo entre los viejos
socios no desaparecería jamás. Decididos a la conquista del Perú se compraron dos navíos grandes,
se reclutó más hombres en Panamá, se compró bastimento, algunos caballos y todo lo necesario
para la navegación. Luego de bendecir las banderas se procedió al zarpe desde Panamá el 20 de
enero de 1531. En este tercer viaje, definitivo y venturoso, Pizarro llevaba ciento ochenta hombres y
treinta y siete caballos. Llegan a Atacamez, Cancebí y a Coaque, a finales de febrero, donde la
hueste tuvo que vivaquear durante siete meses ya que la mayoría de los hombres fueron acometidos
por una epidemia de verrugas que estuvo a punto de conducirlos al fracaso. Ya repuestos siguieron
avanzando, de Norte a Sur, y utilizando balsas pasaron a la isla de Puná a fines de noviembre. La
estancia en Puná se prolonga algunos meses y a principios de abril Pizarro desembarcó en Tumbes.
Corría el mes de mayo de 1532. Desde este punto marcharon a San Miguel de Tangarará, donde el
15 de agosto Francisco Pizarro funda la primera ciudad hispana en el Perú. Los castellanos tenían
ya un centro de operaciones que, entre otras cosas, podía servirles como lugar para reagruparse en
caso de ser necesaria una retirada. Ahora el gran interés de Pizarro era conocer al monarca indígena
y sabía que para ello tendría que internarse en territorio desconocido y obviamente lleno de
peligros. En un ámbito totalmente distinto al que habían conocido hasta entonces en Tierra Firme.
En circunstancias que Pizarro llevaba a cabo su primer intento descubridor, había muerto el inca
Huayna Capac, uno de los más poderosos conquistadores del Imperio Andino. Su desaparición trajo
consigo la desavenencia entre dos de sus hijos que alegaban derechos para ocupar el Trono. Uno de
ellos era Huáscar y el otro Atahualpa. La pugna entre ambos hermanos terminó en una guerra en la
cual Huáscar resultó vencido y prisionero.
Además de esta circunstancia política anómala al momento de la conquista hay que tomar en cuenta
que muchos pueblos dominadas por los incas desde el Cuzco, como los Huancas o los
Chachapoyas, entre otros, vieron en los españoles a los aliados que podrían ayudarlos para romper
con la dominación cuzqueña. Pizarro supo aprovechar estas disensiones y conseguiría leales aliados
indígenas.
Pizarro partió de San Miguel de Piura en busca de Atahualpa el 24 de septiembre de 1532. La
marcha hacia Cajamarca fue una verdadera proeza de valor ante lo desconocido. Entre jinetes y
peones Pizarro llevaba ciento sesenta hombres, que había podido reclutar gracias al arribo a
territorio peruano de Hernando de Soto y Sebastián de Belalcázar. Desde meses atrás Pizarro y
Atahualpa habían iniciado una serie de contactos en donde los hombres del inca trataban de espiar a
esas gentes para ellos con costumbres tan distintas a las suyas. Finalmente el 15 de noviembre de
1532 Pizarro y los suyos estaban en Cajamarca donde el inca aguardaba rodeado de un ejército de
miles de hombres y de un boato realmente excepcional.
Pizarro distribuyó a sus hombres en dos pelotones de caballería y él se puso al frente de los infantes.
Su única posibilidad de triunfo era el factor sorpresa. Atahualpa, por su parte, pecó de excesiva
confianza, la cual tenía un asidero real: su inmensa superioridad numérica. Con toda la
majestuosidad de un monarca, Atahualpa inició la marcha hacia la plaza de Cajamarca donde lo
esperaba la emboscada de los españoles. Pizarro dio la orden, se disparó un pequeño cañoncillo y
unos pocos arcabuces y al gritó de “Santiago” los pelotones de caballería, donde los equinos
llevaban preteles de cascabeles para hacer mayor ruido, embistieron a los confiados hombres del
inca que no atinaron a una defensa eficaz y sólo buscaron defender a su Monarca muriendo muchos
de ellos estoicamente a su lado. Atahualpa fue arrancado de las lujosas andas en que era llevado a
hombros y con ello el triunfo estaba asegurado para los españoles, pues nadie osaba efectuar ningún
movimiento si el inca no lo ordenaba.
Bernard Lavallé, en su biografía de Francisco Pizarro, apunta que antes del ataque de los españoles
en Cajamarca el sacerdote dominico fray Vicente de Valverde puso en práctica “el Requerimiento”,
es decir, conminó al inca para que se sometiera al Monarca hispano y abjurase de su idolatría. Estas
palabras, sin duda mal transmitidas por un joven intérprete indio, sólo causaron el desprecio de
Atahualpa.
El trato que dispensó Pizarro al inca cautivo fue generoso. Impidió cualquier tipo de vejámenes.
Atahualpa ya tenía muy claro que el interés de los españoles estaba centrado en el oro y la plata y
por ello, poco a poco, con el correr de las semanas fue urdiendo una propuesta con la que pensaba
salvar la vida e incluso obtener la libertad: ofrecer un fabuloso rescate en metales preciosos que
colmaría las más exageradas ambiciones de los castellanos. Fue entonces cuando el inca dijo que
entregaría a los españoles una habitación llena de oro y otras dos iguales llenas de plata en un plazo
de dos meses.
Inicialmente el inca hizo su propuesta porque temía que los españoles pudieran matarlo. Pizarro
pudo haberlo hecho, pero es evidente que apreciaba su valor como rehén y no había escatimado
esfuerzos para capturarlo vivo. Ahora, a su alivio al ver que los indios seguían obedeciéndolo en su
prisión, se sumaba la imaginable alegría al enterarse que además le traerían un rescate totalmente
fantástico a su propio campamento. Por estas razones aceptó sin vacilar.
Casi inmediatamente partieron veloces mensajeros enviados por el inca ordenando que se enviara a
Cajamarca objetos de oro y plata con la mayor prisa. Mientras tanto Pizarro ordenó a su hermano
Hernando que con una tropilla de jinetes bajara a la costa, lo que le permitió llegar hasta el famoso
santuario de Pachacamac. En Cajamarca los españoles tomaron conocimiento de la existencia de la
ciudad del Cuzco, donde abundaba el oro, pues era la capital del Imperio. De más está decir que
ahora el interés de los castellanos estaba centrado en marchar lo antes posible en pos de esa ciudad.
En abril de 1533 llegó a Cajamarca Diego de Almagro con un importante refuerzo de hombres a
caballo y peones. La gente de Almagro no podría participar del reparto de los metales preciosos
producto del rescate de Atahualpa. Almagro entonces tuvo que soportar la presión de sus hombres
que le pedían emprender inmediatamente el camino hacia el Cuzco. Es aquí donde Francisco
Pizarro tuvo que hacer prevalecer la fuerza de su carácter para impedir cualquier tipo de
amotinamiento. Mientras pasaban los días, sudorosos cargadores indios llegaban con los ricos
metales y se iba cumpliendo la entrega del rescate. En esas circunstancias los hombres de Almagro
y también algunos de los de Pizarro agrandaron el rumor de que un ejército incaico se aproximaba a
Cajamarca con el propósito de salvar al inca. Esta conspiración, cuya veracidad nunca pudo ser
probada, fue el motivo para que se iniciara un proceso contra Atahualpa. Pizarro dudó sobre la
necesidad de este trámite, pero finalmente cedió a las presiones y se inició el juicio. Atahualpa era
acusado de haber ordenado desde su prisión el asesinato de su hermano Huáscar, vencido y
prisionero. Se le acusaba también de polígamo, idólatra, de haber usurpado el trono incaico y de
incestuoso. Finalmente se produjo la sentencia y el inca fue condenado a morir en la hoguera, salvo
que antes de ello aceptara las aguas del bautismo. Atahualpa no tuvo más remedio que optar por
esto último y recibió la muerte mediante garrote vil el 26 de julio de 1533.
Ya se había ordenado la fundición de los metales preciosos, y todos los presentes en la captura del
inca, de acuerdo a su rango, recibieron ingentes sumas. La parte que le tocó a Francisco Pizarro, a
sus hermanos y a Diego de Almagro fue verdaderamente fabulosa. También se apartó el quinto del
Rey, o sea, la porción que le correspondía del tesoro y se dispuso que Hernando Pizarro lo
condujera a España para entregárselo al Monarca. Los testimonios más cercanos a los hechos
indican que Francisco Pizarro no fue partidario de la ejecución del inca, pero tampoco se opuso de
una manera férrea a que se llevara a cabo. Muerto Atahualpa los españoles se encontraron ante la
necesidad de elegir un inca, para evitar la anarquía entre los indios. El designado fue Túpac
Huallpa, hermano de Atahualpa, que por supuesto estaba supeditado a las órdenes de Pizarro.
Efectuado el reparto del rescate ya nada los detenía en Cajamarca e iniciaron la marcha hacia el
Cuzco. En el camino falleció misteriosamente Túpac Huallpa y los españoles finalmente ingresaron
al Cuzco el 14 de noviembre de 1533. Pocos meses más tarde, para ser más precisos el 23 de marzo
de 1534, Francisco Pizarro realizó la fundación española del Cuzco. Poco después marchó a Jauja,
ciudad fundada meses antes, donde recibió a Rodrigo de Mazuelas, quien le traía documentos de
España, siendo el más importante de ellos una Real Cédula que aumentaba su gobernación
veinticinco leguas al sur de Chincha. Pizarro hizo de Jauja su centro de operaciones durante los
meses siguientes y comenzó a otorgar depósitos de indios a sus soldados. A fines de diciembre
Pizarro y su comitiva llegan a Pachacamac. Durante ese año que terminaba había nacido en Jauja
una hija del conquistador extremeño, cuya madre era Inés Huaylas Ñusta, hija del inca Huayna
Capac. El de 1535 sería un año muy importante en la vida de Pizarro. Desde Pachacamac envió a
tres jinetes con el encargo de recorrer el valle del Rimac e informar si era propicio para fundar ahí la
capital de su gobernación de la Nueva Castilla, ya que Jauja no había reunido las condiciones
necesarias. Los hombres misionados por Pizarro retornaron a Pachacamac con noticias favorables y
entonces Pizarro marchó al valle del Rimac donde fundaría el 18 de enero la Ciudad de los Reyes,
que muy pronto se conocería con el nombre de Lima, actual capital de la República del Perú.
Antes de continuar debemos retroceder un año en este relato de la vida de Francisco Pizarro. De una
manera sorpresiva se supo que Pedro de Alvarado, adelantado de Guatemala, estaba en Quito, que
pertenecía a la gobernación de Pizarro. De inmediato se dictaron disposiciones para impedir que
Alvarado, cuyo ímpetu era muy conocido, tomara decisiones difíciles de solucionar. Belalcázar
partió desde San Miguel, en la costa, y lo propio hizo Almagro, desde el Cuzco, con el propósito de
darle alcance y saber cuáles eran sus intenciones. En realidad Alvarado buscaba posesionarse del
Cuzco y, si esto no era posible, se hubiera conformado con Quito. Sin embargo, no tenía
autorización real para realizar ni una ni otra cosa. Había logrado reunir una importante hueste donde
militaban hombres que posteriormente jugarían un rol importante en la conquista y población del
Incario. Ante la firme posición de los delegados de Pizarro, Pedro de Alvarado optó por aceptar
100.000 pesos de oro a cambio de entregar a Pizarro la mayor parte de los navíos que lo habían
acompañado, y a su hueste.
Luego de la fundación de Lima, del reparto de solares y de la entrega de indios a sus hombres y a
diversas órdenes religiosas, se inicia para Francisco Pizarro una etapa de intensa actividad. El 5 de
marzo de 1535 funda la ciudad de Trujillo. Por esos días se enteró que Diego de Almagro había
recibido de la Corona el título de gobernador de la Nueva Toledo. Los límites de las gobernaciones
de la Nueva Castilla y la Nueva Toledo serían, muy poco después, la causa del rompimiento
definitivo entre Pizarro y Almagro. Pizarro marchó al Cuzco donde arribaría los primeros días de
junio y allí conferenció con Almagro para planear la conquista de Chile, que llevaría adelante el
Gobernador de la Nueva Toledo. Aparentemente se había renovado la amistad entre los socios, pero
la mutua desconfianza nunca desaparecería. Finalizaba el año de 1535 y Pizarro regresó a Lima.
Allí llegó su hermano Hernando, procedente de España, que le trajo excelentes noticias. La Corona
le concedía setenta leguas al sur de su gobernación, quedando así anuladas las veinticinco que se le
había otorgado anteriormente. Pizarro nombró a su hermano Hernando teniente de gobernador en el
Cuzco, y él decidió continuar en Lima. Ese año, no se sabe en qué mes, nació en la futura capital del
Perú, Gonzalo Pizarro Yupanqui, segundo hijo de Francisco Pizarro y de Inés Huaylas Ñusta.
Luego de una corta visita a Trujillo, Pizarro retornó a Lima a inicios de mayo de 1536 donde
angustiados mensajeros lo esperaban para noticiarlo que Manco Inca había iniciado una gran
sublevación en el Cuzco y que los españoles, entre los que se encontraban sus hermanos Hernando,
Juan y Gonzalo, corrían gravísimo peligro de perder la vida. Esa sublevación también avanzó sobre
Lima, pero le dio tiempo a Pizarro para enviar hasta cinco expediciones de socorro con destino al
Cuzco. Todos los españoles fueron muertos en el camino, a excepción de algunos hombres que iban
en el último contingente que pudieron retornar a Lima. Pizarro había ya enviado también urgentes
mensajes pidiendo auxilio a Panamá, Nicaragua y México. Mientras tanto un gran ejército inca, a
principios de agosto de 1536, puso cerco a la flamante capital de la Nueva Castilla. La hueste
incaica estaba al mando de Tito Yupanqui. En septiembre llegaron los primeros refuerzos al mando
de Alonso de Alvarado y luego de una cruenta lucha los españoles consiguen dar muerte a Tito
Yupanqui, con lo cual sus soldados se desconcertaron y emprendieron la retirada hacia el Cuzco.
Inmediatamente después Pizarro dispuso que Alonso de Alvarado marchara al Cuzco con una
expedición para socorrer a esa ciudad. La llegada de Almagro de retorno de su fracasada expedición
a Chile hizo que el cerco se levantara y Manco Inca y sus hombres más adictos buscaron refugio en
la agreste zona de Vilcabamba. El peligro de la gran insurrección india había pasado. Ahora el
problema volvía a ser la relación entre los viejos socios convertidos en gobernadores. Almagro
pretendía quedarse con la ciudad del Cuzco, cosa que provocó el inmediato rechazo de Pizarro. Lo
cierto era que resultaba muy difícil, por la falta de conocimiento real de los territorios, trazar los
límites entre ambas gobernaciones. Almagro había conseguido sorprender a la hueste de Alonso de
Alvarado y de esa manera se había generado un clima de beligerancia armada entre los dos
gobernadores. Almagro bajó con sus hombres hacia la costa y fundó en Chincha una ciudad que
Pizarro juzgó quedaba dentro de su gobernación.
Nuevamente se propuso la mediación para evitar un conflicto. Pizarro y Almagro se entrevistaron
en Mala, un lugar costeño ubicado entre Lima y Chincha. Esto tuvo lugar el 13 de noviembre de
1537. Lo que pretendía ser una nueva reconciliación estaba fracasada desde sus inicios, pues ambos
gobernadores recelaban el uno del otro. Sin embargo, la habilidad de Francisco Pizarro logró que
Almagro pusiera en libertad a sus hermanos Hernando y Gonzalo que estaban presos en el Cuzco.
El otro hermano, Juan, había muerto intentando asaltar la fortaleza de Sacsahuaman. Para los
consejeros de Almagro éste fue un gran error, pues no se equivocaban al pensar que Hernando
Pizarro tomaría el manejo de la controversia y sería implacable contra Almagro. Con el respaldo de
su hermano Francisco, Hernando Pizarro formó un ejército que marchó hacia el Cuzco en busca de
Almagro. Éste se encontraba muy enfermo y dejó el mando de sus hombres a Rodrigo Orgóñez. En
esta circunstancia ni Hernando Pizarro ni Almagro pensaban en una solución pacífica sino en un
choque de armas, que tuvo lugar en el campo de Las Salinas, en las proximidades del Cuzco, el 26
de abril de 1538. Pizarristas y almagristas lucharon con ferocidad verdaderamente increíble
teniendo como mudos espectadores a miles de indios. La victoria se inclinó por el bando pizarrista y
Almagro fue apresado, se le inició proceso y, finalmente, se le condenó a muerte. Éste es uno de los
temas controvertidos en la biografía de Francisco Pizarro. Permaneció en Lima y “dejó hacer” a su
hermano Hernando. A Diego de Almagro se le cortó la cabeza en el Cuzco el 8 de julio de 1538.
Las noticias de la rivalidad entre Pizarro y Almagro habían llegado a la Corte, quien decidió enviar
al licenciado Cristóbal Vaca de Castro, quien traía reales provisiones para asumir la gobernación de
la Nueva Castilla en el caso de que Pizarro hubiera muerto. Por diversas circunstancias la
navegación de Vaca de Castro fue penosa y tardó muchos meses en arribar al Perú. Mientras tanto,
Francisco Pizarro marchó nuevamente al Cuzco, donde nació, a inicios de 1539, su hijo Francisco
Pizarro Yupanqui, engendrado en la ñusta Angelina Yupanqui, bisnieta de Pachacutec. El 29 de
enero de 1539 Pizarro fundó la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga. Por esos días
recibió una Real Cédula del emperador Carlos V concediéndole un marquesado. Francisco Pizarro
volvió al Cuzco y desde allí envió una carta al Emperador agradeciéndole el título nobiliario que
podría complementarse con el nombre de Atabillos, de tal suerte que fuera el Marquesado de los
Atabillos.
En los primeros meses de 1540 ya Pizarro estaba en su capital. Se sentía al margen de empresas
guerreras e hizo públicas las Ordenanzas para el Buen Gobierno del Perú y el Bienestar de los
Indios. Por este tiempo también se dedicaba a labores de carácter administrativo otorgando
“entradas” y repartimientos de indios.
José Antonio del Busto dice que la vida de Pizarro era plácida y de una gran sencillez: “Las tardes
las gastaba en visitar a los vecinos, aceptándoles algún dulce o vaso de vino. En tales visitas no
admitía que lo llamasen Marqués rogándoles que lo tratasen de Señoría, algo más acorde con su
cargo de capitán general”.
A finales de 1540 nació en Lima su hijo Juan Pizarro Yupanqui, que tuvo como madre a la ñusta
Angelina Yupanqui. El año 1541 se inició con siniestras murmuraciones y una evidente crispación
generada por los partidarios de Almagro que vivían en Lima en la mayor pobreza. Se decía que ellos
habían proclamado al hijo mestizo de Diego de Almagro, quien tenía el mismo nombre que su padre
y el apelativo El Mozo, como su jefe, y que compraban armas, haciendo los mayores sacrificios, con
el propósito de dar muerte a Francisco Pizarro. Pizarro desdeñó los rumores de la conspiración y lo
único que hizo fue procurar quedarse la mayor parte del tiempo en su casa. Llegó finalmente el
domingo 26 de junio de 1541 cuando un grupo de almagristas, aproximadamente veinte o treinta,
asaltó la morada de Pizarro a los gritos de “¡Viva el Rey! ¡Mueran tiranos!”. Pizarro se hallaba
conversando con un nutrido grupo de personas, quienes al escuchar los gritos homicidas escaparon
en la mejor forma que pudieron.
Pizarro se había puesto apresuradamente una cota y, según el cronista Pedro Cieza de León, al
tomar su espada dijo: “Vení, acá, vos, mi buena espada, compañera de mis trabajos”. Y salió con
ella a batirse con denuedo indesmayable. Pizarro se defendió con brío juvenil mientras apostrofaba
de traidores y felones a los almagristas. Viendo que la lucha se prolongaba, los asesinos empujaron
a Diego de Narváez que fue atravesado por la espada de Pizarro. Aprovechando ese instante Martín
de Bilbao le dio una estocada en la garganta. Luego se echaron todos sobre él y le dieron estocadas
y puñaladas hasta que cayó al suelo, clamando: “¡Confesión!”. Entonces Juan Rodríguez Barragán,
antiguo criado suyo y hombre de viles pasiones, tomó una alcarraza llena de agua y se la quebrantó
en la cabeza diciéndole: “¡Al infierno! ¡Al infierno os iréis a confesar!”. Y así rindió la vida el gran
capitán, heroicamente como había vivido, “sin desmayo alguno en el corazón, y nombrando a Cristo
como buen español”. Dadas las circunstancias, el entierro de Pizarro tuvo que hacerse de noche y a
escondidas para evitar que se profanara el cadáver. El 26 de junio de 1891, al conmemorarse el 350
aniversario de la muerte de Francisco Pizarro, tuvo lugar en la Catedral de Lima una solemne
ceremonia en la cual el Cabildo Eclesiástico entregó al Concejo Provincial de la capital del Perú los
restos del capitán extremeño para que reposaran definitivamente en la capilla de los Reyes Magos
de la Iglesia Metropolitana limeña.
En 1977, en circunstancias que se hacía diversas remodelaciones en la cripta de la Catedral de Lima
se encontró accidentalmente, detrás de una pared, una caja de plomo en cuya tapa se leía esta
inscripción: “Aquí está la cabeza del señor marqués don Francisco Pizarro que descubrió y ganó los
Reynos del Pirú y puso en la Real Corona de Castilla”. A partir de ese momento el arqueólogo Hugo
Ludeña comenzó una exhaustiva investigación multidisciplinaria, con la colaboración de
importantes especialistas nacionales y extranjeros, con el propósito de resolver si eran éstos los
verdaderos despojos de Pizarro. Las conclusiones de los trabajos, que duraron varios años, fueron
definitivas: ésos, y no los que se guardaban en la urna de cristal desde 1891, eran los vestigios del
marqués gobernador. En enero de 1985, durante el gobierno del presidente Fernando Belaunde
Terry, los restos auténticos reemplazaron a los apócrifos y fueron colocados en una remodelada y
hermosa capilla de la Catedral de Lima. El cronista Pedro Pizarro describe a Francisco Pizarro así:
“Era hombre alto, seco, de buen rostro, la barba rala, valiente hombre por su persona y animoso
hombre de gran verdad. Tenía por costumbre de cuando algo le pedían decir siempre de no”. Según
Raúl Porras Barrenechea, Pizarro es el arquetipo del conquistador español: heroico, ambicioso,
anárquico. Considera también a Pizarro como la figura más arrogante de la conquista de América
pues no hay quien más a tono supiera armonizar la vida con la muerte.

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