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Adolfo Atehortua 1

2 Que pasó en el Palacio de Justicia


Adolfo Atehortua 3

Que pasó
en el Palacio
de Justicia
4 Que pasó en el Palacio de Justicia
Adolfo Atehortua 5

Que pasó
en el Palacio
de Justicia

Adolfo Atehortua
6 Que pasó en el Palacio de Justicia
Adolfo Atehortua 7

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ............................................................. 11

I. LOS ASALTANTES ........................................................ 15


1. ¿Cómo surgió la idea? ...................................................... 15
2. ¿Cuántos guerrilleros participaron? ................................... 18
3. ¿Fue posible identificar a los insurgentes? ......................... 21
4. ¿Cuál fue el armamento utilizado por el M-19? ................. 23
5. ¿Cómo se movilizaron los guerrilleros? ............................. 25

II. LA OPERACIÓN POR DENTRO ................................. 29


1. ¿Cómo se inició la «toma»? .............................................. 29
3. ¿Cómo se inició el enfrentamiento con la fuerza pública? .. 36
4. ¿Por qué la «toma» se convirtió en desastre para el M-19? . 39
5. ¿Cómo entraron los tanques a Palacio de Justicia? ............ 44
6. ¿Por qué helicópteros en el Palacio de Justicia? ................. 47

III. EL DERECHO DE GENTES


EN EL PALACIO DE JUSTICIA ....................................... 55
1. ¿Planificación o improvisación? ....................................... 55
3. ¿Cómo se incendió el Palacio de Justicia? ......................... 65
4. ¿Qué pasó en el baño del tercer piso? ................................ 69
6. ¿Desaparecidos en el Palacio de Justicia? .......................... 72

IV. LAS DECISIONES ....................................................... 77


1. ¿Cómo se convirtió el Palacio de Justicia
en objetivo militar del M-19? ................................................ 77
2. ¿Por qué el presidente del «diálogo nacional»
no conversó siquiera con el presidente de la Corte? ............... 84
2.1 Ni negociación, ni diálogo ............................................. 84
2.2 «Diálogo sin negociación» .............................................. 88
2.3 Consultas con notables ................................................... 90
2.4 Las últimas oportunidades ............................................. 93
2.5 La decisión inmodificable ............................................ 100
8 Que pasó en el Palacio de Justicia

2.6 El epílogo .................................................................... 103


2.7 Las decisiones de los militares ...................................... 105

V. LAS PREGUNTAS DEL MILLÓN .............................. 111


1. ¿»Narcos» en el Palacio de Justicia? ................................ 111
2. ¿»Toma» anunciada? ...................................................... 118
2.1. Las amenazas contra la Corte
y el Consejo de Estado: ...................................................... 118
2.2 El plan develado .......................................................... 120
3. ¿Quién ordenó levantar la vigilancia policial
del Palacio? ....................................................................... 124
4. ¿Por qué el Palacio de Justicia y no el
Capitolio o el Palacio de Nariño? ....................................... 127

CONCLUSIONES ............................................................ 131


1. El poder civil y el poder militar ...................................... 131
· El Presidente Betancur ..................................................... 133
· Los militares .................................................................... 135
2. Los hechos del Palacio de Justicia como
expresión de coyuntura ...................................................... 137
3. El Palacio de Justicia como confrontación
entre militarismos .............................................................. 139
Adolfo Atehortua 9

A
Cristina del Pilar Guarín Cortés,
Egresada de Ciencias Sociales
de la Universidad Pedagógica Nacional,
cajera de la cafetería
e inocente desaparecida en el Palacio de Justicia
10 Que pasó en el Palacio de Justicia
Adolfo Atehortua 11

INTRODUCCIÓN

La acción emprendida por el M-19 los días 6 y 7 de


noviembre de 1.985 contra la máxima magistratura del país,
ha sido generalmente conocida como «La toma del Palacio
de Justicia». Así mismo, algunos autores y analistas han
concebido la reacción de las Fuerzas Armadas como una
«segunda toma» o «retoma».
El primer criterio que discute el presente texto es la
nominación del hecho. En realidad, el M-19 no logró
«tomarse» nunca el Palacio de Justicia. Aunque en un
momento dado cerró la puerta del parqueadero que da acceso
al sótano y cerró también la entrada principal del Palacio, los
enfrentamientos continuaron desarrollándose en las escaleras,
en algunas oficinas o, incluso, en algún baño. Antes de lo
previsto, el propio ejército estaba dentro del Palacio con sus
tanques, al tiempo que un comando especial de la Policía
penetraba por la azotea.
La toma presupone el control, el dominio absoluto de la
edificación y sus ocupantes, como sucedió en «la toma de la
Embajada Dominicana». Cuando ello no ocurre, se habla de
un «asalto». Ese es el caso, por ejemplo del «asalto al cuartel
Moncada», un hito histórico de la revolución Cubana. Aunque
el Movimiento 26 de julio, al mando de Fidel Castro, intentó
tomarse este importante claustro de las tropas de Batista, el
resultado concreto del evento convirtió la acción en un simple
«asalto». De esa forma quedó registrado para la historia
cubana.
«La toma» fue sólo un deseo, un propósito. El asalto fue la
realidad. Una realidad monstruosa y amarga por su desenlace
y sus resultados. Las Fuerzas Armadas tampoco lograron
12 Que pasó en el Palacio de Justicia

«tomarse» o «recuperar» el Palacio. En la confrontación, quedó


destruido y algunos de sus ocupantes más ilustres, incluyendo
al propio presidente de la Corte Suprema de Justicia, muertos.
No hubo «toma» ni «retoma» o «recuperación». Hubo asalto,
destrucción y muerte en el Palacio de Justicia.
El presente texto no intenta revivir los hechos ni seguir a
cada paso su desarrollo. No es, de ninguna manera, una
reconstrucción cronológica y factual de lo acontecido.
Tampoco un relato de novela o una espectacular narración de
hechos dignos de película. La motivación es de otra índole.
Enfrentados a la docencia universitaria, los autores se han
encontrado con una generación que desconoce en absoluto
los hechos del Palacio de Justicia y que reclama, con avidez
científica y curiosidad ciudadana, una información más
objetiva. La totalidad de los estudiantes tenía una edad lejos
de del análisis o no había nacido siquiera cuando ocurrió el
asalto. La información que encuentran hoy, más a la mano,
pasa por los extremos subjetivos de los actores o por versiones
publicitadas de criminales, conversos o no, que no encuentran
en la verdad el escenario que el país necesita.
Por esa razón el texto intenta resolver sólo preguntas que
los estudiantes presentan a los hechos. Preguntas formuladas
en clase y preguntas movidas por el bombardeo de
aseveraciones que remueven las heridas de un acontecimiento
que aún sangra. No es el propósito configurar
responsabilidades ni reforzar actitudes funcionales o proclives
a violencia. Por el contrario, con la humildad que caracteriza
a los maestros, se anhela proporcionar elementos cognoscitivos
más sistemáticos para una inteligente y civilizada resolución
de los conflictos. La construcción de un país con sueños pasa
por la verdad y, en torno a ella, lo sucedido en el Palacio de
Justicia tiene, todavía, mucho por decirle a Colombia.
Finalmente podría brindarse a las nuevas generaciones
una esperanza frente a lo amargo y cruel que fueron los hechos
Adolfo Atehortua 13

del Palacio de Justicia: nuestro país ya no fue el mismo. De


alguna manera, muchos de los Colombianos y,
particularmente los actores, vivieron una transformación que
fue muy productiva. De alguna manera, el Palacio de Justicia
se convirtió en el principio del fin para varios grupos
insurgentes, arrojó, igualmente, enseñanzas vitales para la
profesionalidad de las Fuerzas Armadas y una orientación
crucial para el manejo de la política. Fue, además, la
conciencia oculta en la Constitución del 91. Lamentablemente,
los costos fueron demasiado altos. La honestidad y la
inteligencia inmoladas son irrecuperables. Pero es el
aprendizaje lo que debe prevalecer por sobre la voracidad del
rencor.
14 Que pasó en el Palacio de Justicia
Adolfo Atehortua 15

*I*

LOS ASALTANTES

1. ¿Cómo surgió la idea?


La idea de tomarse el Palacio de Justicia es atribuida a
Álvaro Fayad, comandante máximo del M-19 en 1.985. Surgió
como «un acto de gobierno». Se trataba de «llamar a juicio» al
presidente Belisario Betancur, por las violaciones al Acuerdo
de Tregua suscrito en Corinto y El Hobo, en 1.984, entre el
gobierno nacional y la organización guerrillera.
Fue una idea espontánea, corroborada por una triste
circunstancia: el Palacio de Justicia era un edificio que se podía
invadir por completo. Tenía sólo dos entradas: por el sótano,
acceso al parqueadero, y la entrada principal, por la plaza de
Bolívar. Era también una inmensa mole de concreto forrada
en mármol sin demasiadas ventanas exteriores. Ofrecía
perfectos puntos para la defensa con francotiradores y múlti-
ples espacios de protección interna. Las escaleras, si se
dominaban, se prestaban para la resistencia y sus baños para
la defensa. En todo ello era muy diferente, por ejemplo, al
capitolio.
Los ocupantes del Palacio no eran para nada prescindibles.
Reunía a las más altas cortes de la rama jurisdiccional del
poder público: la plana mayor de la justicia y del Consejo de
Estado. Entre ellos, además, figuraban dos personas impor-
tantes: Jaime Betancur Cuartas, hermano del presidente de la
República, y Clara Forero de Castro, esposa del Ministro de
Gobierno.
Una acción militar, en pleno corazón del país, en la plaza
mayor de la capital de la República, era también la máxima
aspiración de quien pretendiera remover la estructura de la
nación entera.
16 Que pasó en el Palacio de Justicia

Fayad planteó la idea por primera vez a uno de sus


colaboradores de confianza y este señaló al personaje más
indicado para ejecutarla: Luís Otero Cifuentes, nada menos
que el cerebro, el planificador de la toma de la Embajada de
República Dominicana.
Otero asumió su papel con tanta emoción e intensidad,
que sólo dos días después tenía los planos de todo el edificio.
Desde entonces se pensó en un mando de alta experiencia y
temple. Otero, sin embargo, no quiso repetir la historia de la
Embajada. Esta vez iría en persona:
Ese es mi camino. Es el camino que llevo tres años bus-
cando.
Fayad quiso rodearlo de los mejores combatientes. Alguien
con la trayectoria de Elvencio Ruiz, por ejemplo, un cuadro
probado en centenares de acciones y comandante, por cierto,
de la «fuerza especial» del M-19, la fuerza élite. A su lado
podrían estar «Salvador», un sobreviviente del «Karina», un
barco cargado con armas y hundido por los mismos
guerrilleros antes de entregarse. Gerardo Quevedo, uno de
los hombres menos conocido pero más importantes del M-19
por su papel en las finanzas y en el conocimiento estratégico
de la clase dirigente. Y, desde el punto de vista militar, muy
importante podía ser el joven Ariel Sánchez. Todo el comando
era nacido en el departamento del Valle: Otero en Cali, lo
mismo que Elvencio y Ariel, Quevedo en Buga y «Salvador»
en Tuluá. El mando supremo, Fayad, era también valluno, de
Cartago, y la «compañía» que habría de realizar el ataque,
compuesta por dos «pelotones» con seis «escuadras», recibió
el nombre de «Iván Marino Ospina», en homenaje al líder
guerrillero recientemente abatido por las fuerzas militares en
la ciudad de Cali. Si culminaban la operación con éxito, los
guerrilleros no tomarían un avión al extranjero. Una parte
pediría su traslado a las montañas del Cauca, y otra, increíble,
al barrio Siloé, en la capital del Valle.
Adolfo Atehortua 17

Poco a poco, las ideas se fueron decantando. «Salvador»


quedó como emergente en caso de que Otero no pudiera entrar
en acción, y a Quevedo se le relevó por la prioridad de otras
funciones. Se consideró el ingreso de Andrés Almarales, el
más curtido en asuntos de política y negociación de toda la
organización, y de Alfonso Jacquin, un abogado fundamental
para la parte jurídica que reivindicaba el operativo y experto,
además, en artillería.
Elvencio tomó en alquiler una casa del barrio Chapinero
que empezó a funcionar como sede del «Estado Mayor»
encargado de la operación. En las primeras reuniones se
seleccionó al personal que habría de participar, teniendo en
cuenta «su condición humana», «su forma de ser y comportarse
como M-19», pero también sus cualidades militares y políticas.
De esta manera se vincularon al proyecto combatientes con la
experiencia rural de Yarumales, diestros para la construcción
de trincheras e indicados para la «defensa de montaña».
Enterrados en el sótano y en el mármol del primer piso, ellos
serían la primera línea de defensa en el Palacio de Justicia.
Se escogieron, igualmente, guerrilleros urbanos con expe-
riencia en la construcción de barricadas para constituir la
segunda línea de defensa, denominada «defensa de ciudad», y
francotiradores expertos con la capacidad suficiente para
defender un edificio. Se convocó, también, a los guerrilleros
que intentaron tomarse el Batallón Cisneros de Armenia
mimetizándose en la noche. Se les llamó «los invisibles» y su
misión era camuflarse en la azotea para derribar cualquier
intento de retoma por el aire. Se vinculó a un ingeniero experto
en explosivos y a los demás guerrilleros se les llamó de acuerdo
con funciones específicas: comunicaciones, logística,
enfermería, e incluso una periodista. Para todos ellos, respon-
der al llamado de la organización no era un deber, era un honor.
Cuando la realización de la toma se frustró para el mes de
octubre, los guerrilleros decidieron trasladar su sitio de
18 Que pasó en el Palacio de Justicia

concentración a la Calle 6ª. Sur, número 8-42 del barrio Calvo


Sur, a sólo un kilómetro del Palacio de Justicia. Una vez más
Elvencio Ruiz y su compañera. Clara Enciso, fueron encar-
gados del alquiler. En ese sitio 28 insurgentes durmieron por
última vez en su vida. Los demás se hallaban concentrados
en sus propias casas o en un pequeño apartamento del norte
de Bogotá.

2. ¿Cuántos guerrilleros participaron?


Es difícil asegurar, con exactitud, cuántos guerrilleros
participaron en el asalto al Palacio de Justicia. Por esa razón,
los cálculos han sido ignorados u omitidos por la mayoría de
autores que ha escrito acerca del asunto. El Tribunal Especial
de Investigación, un organismo creado por el presidente de la
república para adelantar las investigaciones iniciales acerca
de los hechos, incurrió en contradicciones al intentar establecer
la cantidad precisa de asaltantes. Otros autores se han limitado
a presentar la cifra de 42 combatientes reconocida por el M-
19, sin preocuparse por establecer en detalle sus nombres o la
composición de los comandos. El Coronel Plazas Vega, por
su parte, menciona un total de 48 insurgentes, más 5 que no
lograron entrar a tiempo.
¿Cuál es la fuente más apropiada para determinar el
número correcto de asaltantes? Sin duda, el propio M-19.
Debido al desenlace y resultado del asalto, sólo la organización
que decidió la operación puede resolver la incógnita. Pero, al
respecto, existen tres huellas contradictorias.
La primera, es el llamado «Plan de Maniobra» del grupo
insurgente. Se trata de un escrito hallado por la Fuerza Pública
en la calle 6a. sur número 8-42 de Bogotá. El documento fue
quizá el primer borrador de planeación general que discutieron
los guerrilleros que habrían de participar en el asalto y algunas
de sus páginas cayeron en poder de la SIJIN gracias a un
allanamiento realizado en el momento en que culminaban
Adolfo Atehortua 19

los hechos. La limitante de esta fuente reside en que no se


conoce, a ciencia cierta, el momento de su elaboración, aunque
no se descarta que haya sido escrita mucho antes de los hechos
y, por consiguiente, modificada sobre la marcha. Los nombres
de algunos guerrilleros que aparecen en el «plan de maniobra»,
por ejemplo, no son nunca mencionados por la única
sobreviviente. En su lugar, otros nombres o seudónimos por
ella relacionados, no aparecen en parte alguna.
La segunda fuente, como se advierte, es la guerrillera
sobreviviente. Ella, hasta la fecha, ha sido entrevistada por
Olga Behar y Ramón Jimeno para la redacción de sus
respectivos libros. Sin embargo, en ninguno de los casos la
guerrillera parece precisar el número total de asaltantes y su
disposición operativa. Ambos autores no logran un acuerdo
en la materia que nos interesa y contradicen al Tribunal
Especial en el mejor de sus cálculos.
La tercera fuente es una entrevista concedida por Álvaro
Fayad luego de los hechos. Esta fuente sólo precisa el número
de combatientes destinados originalmente para la acción: 42,
y la cantidad de ellos que no pudieron ingresar al Palacio por
fallas de coordinación en el último momento: 7.
A efecto de contrastar las versiones disponibles, un cuadro
sinóptico puede resultar de gran ayuda.

Tribunal Olga Behar Ramón Álvaro Fayad


Especial de Fuente: Clara Jimeno
Instrucción Enciso Fuente: Clara
Fuente: Plan de Enciso y Plan de
maniobra M-19 Maniobra M-19
Pelotón 1 22 23
Escuadra 1 6 7 7 7
Escuadra 2 6 6 6
Escuadra 3 4 4 4
Escuadra 4 6 5 6
Pelotón 2 18 19
Comandante 1 Menciona solo 1
Escuadra 1 9 6 nombres 9
Escuadra 2 8 Menciona solo 9
8 nombres
TOTAL 40 ? 42 42
20 Que pasó en el Palacio de Justicia

Probablemente, el cálculo es más fácil hacerlo a través del


desplazamiento de los guerrilleros al Palacio de Justicia. Su
movilización se realizó desde la casa de concentración en tres
vehículos: la «vanguardia», el «grueso» y la «retaguardia». La
Escuadra 1 del primer pelotón se movilizó en dos automóviles,
conducidos por militantes del M-19 que no tomaron parte en
el asalto. La Escuadra 4 del primer pelotón, que ingresó vestida
de civil y en forma anticipada al Palacio de Justicia, se movilizó
por sus propios medios:

Tribunal Olga Behar Ramón


Especial de Fuente: Clara Jimeno
Instrucción Enciso Fuente: Clara
Fuente: Plan de Enciso y Plan de
maniobra M-19 Maniobra M-19
Vehículo 1: 4 6 28
«Vanguardia»
Vehículo 2: 14 14
«Grueso»
Vehículo 3:» 10 10
Retaguardia»
Vehículos de 7 7 7
apoyo
«Escuadra 1»
Movilización 7 ? 7
propia»
Escuadra 4"
TOTAL 42 ? 42

Como se observa, la coincidencia de las fuentes es mayor.


La única discrepancia aparece con respecto al Vehículo 1, entre
el Tribunal Especial de Instrucción y Olga Behar. La razón le
corresponde a esta última. Con absoluto conocimiento, su
fuente, Clara Enciso, es enfática en identificar a los seis
ocupantes del vehículo de vanguardia.

Restaría por aclarar, entonces, cuántos fueron en definitiva


los miembros de la Escuadra 4, que ingresó por anticipado al
Palacio de Justicia. Al respecto no queda duda, por simple
Adolfo Atehortua 21

operación matemática es factible concluir que se trata de 5. Y


en efecto, ellos fueron vistos y descritos por diferentes testigos:
«Aldo», seudónimo de Alfonso Jacquin, «Mariana» o «Doris»,
seudónimos de Irma Franco, «Natalia», «Roque» y «Pilar».
Todos ellos mencionados, también, por Clara Enciso y
reconocidos por el Tribunal Especial como los únicos que
fueron destacados por la guerrilla al interior del Palacio.

3. ¿Fue posible identificar a los insurgentes?


El incendio del Palacio, que calcinó un buen número de
los cadáveres registrados en el asalto, la forma como éstos
fueron recolectados y confundidos en sus respectivos
levantamientos, así como la inhumación en fosa común a que
fueron sometidos, no ha permitido hasta el momento
establecer la identidad de quienes ingresaron por parte del M-
19 al Palacio de Justicia.
Aunque el Tribunal Especial de Instrucción aportó un
listado de 15 guerrilleros muertos e identificados, posteriores
investigaciones y hechos permitieron establecer lo inexacto
del listado.
Con base en el «plan de maniobra» del M-19 y de acuerdo
con las declaraciones de Clara Enciso, el más exacto listado
de los rebeldes participantes en la operación es el siguiente:
22 Que pasó en el Palacio de Justicia

Destacamento Seudónimo Nombre Real - Observaciones


PELOTÓN 1
Escuadra 1 Lázaro No ingresaron al Palacio
Abraham Nunca se estableció su identidad
Levy
Diana
Mario
Mateo
Escuadra 2 NN. Masculino Guillermo Elvencio Ruiz G.
Chucho
Andrés
William
Nohora
Pedro
Escuadra 3 Ariel Sánchez
Marcela
Pacho
Bernardo
Escuadra 4 Ismael Diógenes Benavides Martinelli
Esteban Alfonso Jacquin Gutiérrez
Aldo
Roque
Natalia Irma Franco Pineda (Desaparecida)
Mariana
Pilar
PELOTÓN 2
Escuadra 1 Lucho (Jaime) Luís Otero Cifuentes
Adán
Eduardo Iris
Antonio Iris
Fabio
Camilo
Patricia
Michel
Paula
Betty (Enfermera) Noralba García
Escuadra 2 Andrés Andrés Almarales Manga
César
Orlando
Juan
Jorge
Claudia Clara Helena Enciso H. (Sobreviviente)
Profe o Miguelito
Mono
Carlitos
NN. Masculino
(Ángel)
Adolfo Atehortua 23

Como dato curioso, puede agregarse que en el operativo


participaban cinco parejas: Ariel Sánchez (Pacho) e Irma
Franco (Mariana); Guillermo Elvencio Ruiz (Chucho) y Clara
Helena Enciso (Claudia), «Abraham» (quien no entró) y
«Natalia», «Fabio» y «Nohora», «Lázaro» (quien tampoco
entró) y «Pilar» (quien ingresó de civil).
Los miembros de las Escuadras 2 y tres del primer pelotón
y los miembros del segundo pelotón, salieron todos unifor-
mados. Las excepciones fueron: Elvencio Ruiz y «Andrés»,
Luís Otero y «Paula», Ariel Sánchez y «César». ¿La razón?
Ocupaban las cabinas de los vehículos en los cuales se
desplazaron al Palacio.

4. ¿Cuál fue el armamento utilizado por el M-19?


La respuesta es sencilla pero incompleta. Los datos más
importantes se encuentran en el «plan de maniobra» y en el
informe del Tribunal Especial de Instrucción. Las armas
utilizadas, según el informe que sobre «incautación de material
de guerra» rindió un oficial militar de inteligencia, fueron las
siguientes:

2 Fusiles ametralladores Galil


6 Fusiles automáticos Galil
4 Fusiles automáticos M-16
4 Fusiles automáticos FAL M-63
8 Fusiles semiautomáticos Colt AR-15
4 Subametralladoras automáticas UZI
1 Subametralladora automática Madsen
1 Subametralladora automática Thompson
1 Subametralladora automática Ingram.

De acuerdo con los documentos incautados al M-19, si


bien las armas señaladas por la inteligencia militar pueden
figurar entre aquellas que la guerrilla designa como «fusiles»
24 Que pasó en el Palacio de Justicia

o «metras», existen algunas otras cuya relación no aparece


detallada en los informes e investigaciones judiciales:

2 Carabinas UZI
1 Escopeta

Al menos 5 armas cortas: revólveres y pistolas, correspon-


dientes a los integrantes de la Escuadra 4. No obstante, Clara
Enciso afirmaría que casi todos los guerrilleros, además de
arma larga, llevaban una corta al cinto.

Los guerrilleros emplearon, además:

3 Granadas de humo
13 Granadas de fragmentación
2 Bombas Kleymor

Una cantidad no calculada de explosivos de fabricación


no industrial a base de dinamita y miles de proyectiles para
cada tipo de arma.
En la dotación de los combatientes figuraban, igualmente,
equipos de comunicación «yaesu», y walkietalkies; una cámara
de video, cassettes para la misma y batería; lentes y máscaras
antigases, linternas, pilas, raciones de campaña y equipos de
enfermería y aseo.
La mayoría de las armas, según parece, fueron trasladadas
desde los frentes rurales del sur del país. Dos de los fusiles
FAL, de fabricación belga, pertenecieron a las Fuerzas
Armadas de Venezuela, quien los donó en su momento a los
sandinistas de Nicaragua. Dos de los fusiles M-16 fueron
vendidos en 1976 por la firma fabricante a la Guardia Nacional
de Somoza, el dictador de Nicaragua, y al menos dos de los
seis fusiles Galil pertenecieron a la Escuela de Entrenamiento
Básico de Infantería de la Nicaragua somocista. Algunas
armas, al parecer, fueron hurtadas en Ecuador con la par-
Adolfo Atehortua 25

ticipación del grupo guerrillero de ese país, «Alfaro Vive,


¡Carajo!». Otras armas y fundamentalmente las granadas y la
munición, se consiguieron en el mercado negro de Colombia
y el exterior. La dinamita fue hurtada días antes en canteras
de Zipaquirá

5. ¿Cómo se movilizaron los guerrilleros?


Las acciones para el asalto al Palacio de Justicia no
empezaron a las 11:30 de aquel fatídico 6 de noviembre. Desde
tempranas horas de la mañana, dos pequeños comandos
deambulaban por las calles bogotanas iniciando el «Plan
General de Operaciones». Su labor era en apariencia insigni-
ficante en relación con lo que habría de suceder poco después,
pero no por ello podría desconocerse su carácter vital en el
proyecto general del hecho. Iban en busca de dos vehículos
adecuados para transportar el número necesario de insurgentes
sin despertar sospechas y, uno de ellos, con la resistencia o
fortaleza necesarias para romper el separador metálico que,
en la portería del sótano, controlaba el ingreso vehicular al
parqueadero del Palacio de Justicia.
El primero de los automotores -una Ford 350, Modelo 61,
de placas AM 3967- reunía óptimamente las condiciones
exigidas. Fue contratado aproximadamente a las 7:30 de la
mañana por una pareja de jóvenes con el pretexto de trans-
portar algunos muebles entre los Barrios San Miguel y Pablo
VI. Su conductor, Augusto Martínez Rincón, no sospechó
que minutos después lo despojaran de él, y mucho menos que
hacia el filo del medio día su vehículo fuera utilizado en el
combate guerrillero urbano más feroz y sangriento de la
historia contemporánea de Colombia. Minutos más tarde, tres
militantes del M-19 recibieron a Martínez en calidad de
«custodia». Lo acompañaron durante dos horas y lo dejaron
libre a eso de las once, cancelándole el valor acordado en el
contrato de transporte.
26 Que pasó en el Palacio de Justicia

El otro automotor, una camioneta Ford Modelo 70, tipo


pasajeros, de color azul y placas AP 1067, cubría sin permiso
del INTRA una ruta entre «Los Laches» y «San Victorino».
Era conducida desde mes y medio atrás por César Alejandro
Garzón Amado, quien recibía por tal labor un 30 por ciento
del balance diario. Esa misma mañana, en el primer viaje,
observó Garzón con satisfacción cómo se completaba el cupo
para iniciar la ruta. Pero, a la altura de la calle 13 con carrera
17, los tres últimos pasajeros -dos hombres y una mujer- lo
encañonaron obligándolo a dirigirse hasta el Barrio San
Antonio. Allí permaneció durante una larga hora acompañado
por dos de sus misteriosos pasajeros, mientras el tercero
desaparecía con la camioneta.
Fue ésta la forma como el grupo rebelde obtuvo dos de los
vehículos en que los asaltantes se movilizaron hasta el Palacio
de Justicia. El tercero, un Chevrolet, modelo 1958, de placas
SB 6671, fue comprado meses atrás por una guerrillera a su
propietario, Saúl Hernández, por la suma de 750 mil pesos.

De acuerdo con el plan de maniobra, el grupo guerrillero


se desplazaría de tres formas hacia su objetivo:

1. A través de sus propios medios y de manera anticipada,


como ocurrió con la Escuadra al mando de Alfonso Jacquin.
2. Utilizando los dos vehículos hurtados en la mañana del
asalto y un tercero adquirido previamente por la organiza-
ción insurgente.
3. Acudiendo al transporte de dos antiguos militantes del M-
19: el «flaco Carvajal» y el «viejo», quienes trasladarían a
la Escuadra 1 del primer pelotón, al mando de Lázaro,
hasta la esquina del Palacio de Justicia.

Según la planeación hecha por el M-19, el orden inicial de


marcha para los automotores fue el siguiente: en primer lugar,
Adolfo Atehortua 27

la camioneta Ford de pasajeros hurtada a Alejandro Garzón


y conducida por Elvencio Ruiz como «vanguardia». Su misión
consistía en cubrir el traslado e ingreso de los vehículos
restantes al Palacio de Justicia. La camioneta era seguida de
cerca por el camión Ford 350, que transportaba al grueso de
los combatientes comandados por Luís Otero. Finalmente
cerraba la fila el camión de retaguardia, comprado por el M-
19 y conducido ahora por Ariel Sánchez.
Para penetrar al parqueadero, «el orden inicial de aproxi-
mación al objetivo» se alteraba. El micro de pasajeros se
detenía con la misión de abrir fuego hacia el sur, contra la
caseta de vigilancia, en tanto Nohora y Pedro se disponían a
cerrar la puerta del sótano actuando como contención. De
inmediato, el Ford 350 se abría paso y sus ocupantes se con-
vertían en vanguardia encabezando la invasión al Palacio de
Justicia desde el sótano. Su misión era ingresar por la escalera
principal del flanco sur y derrotar toda resistencia hasta
alcanzar el cuarto piso; su objetivo era la presidencia de la
Corte.
En forma simultánea tenía que ingresar por la puerta
principal el comando de siete insurgentes al mando de Lázaro,
con el propósito de tomar a dos fuegos la vigilancia que
retrocediera desde el sótano y doblegar toda resistencia en el
primer piso, cerrando la puerta principal del Palacio. Sus
hombres se distribuirían después en las «líneas de defensa» de
los flancos norte, oriental y sur.
Los guerrilleros que entraron de civil, encabezados por
Jacquin, tenían como función concentrar el un solo lugar a
todos los presentes en el primer piso del Palacio. Luego, al
lado de algunos hombres de «Lázaro», coparían el segundo
piso y tomarían como rehén al consejero Jaime Betancur
Cuartas, hermano del presidente de la república.
El vehículo de retaguardia, el viejo camión de placas SB
6671, entraba tras el «grueso» y sus ocupantes tenían como
28 Que pasó en el Palacio de Justicia

objetivo penetrar por la escalera del norte y dividirse hacia el


control de los flancos norte y oriental del edificio. Logrado
ello, se controlaría el tercer piso con refuerzos de las escuadras
de «Lázaro» y «Aldo», de donde saldría, también, el grupo de
«defensa» sobre la azotea.
Adolfo Atehortua 29

* II *

LA OPERACIÓN POR DENTRO

1. ¿Cómo se inició la «toma»?


El 5 de Noviembre de 1985, el M-19 reafirmaba sus
actividades en función de la toma. Irma Franco, quien había
trabado amistad con la doctora Mercedes Mendoza, hacién-
dose llamar «Dora Jiménez», llegó ese día a su despacho en
horas de la tarde sin un propósito aparente. En primer término,
su conversación giró en torno a temas intrascendentes; solicitó
en préstamo a su amiga un libro sobre policía judicial y
comentó de pronto su amistad con un abogado interesado en
providencias del Consejo de Estado sobre «fallas del servicio».
«Me gustaría presentárselo –dijo- para que le ayude a
conseguir algunas copias de los fallos».
Mercedes Mendoza, secretaria del consejero Eduardo
Suescún Monroy, se mostró gustosa de atenderlo en el
momento en que así lo deseare. Con su afirmativa inocente,
los primeros guerrilleros tuvieron una coartada perfecta para
ingresar vestidos de civil al Palacio de Justicia.
En efecto, al día siguiente «Dora Jiménez» llamó temprano
a confirmar la cita, y al rededor de las once llegó a las oficinas
acompañada de su amigo abogado. Según los testimonios,
era un hombre alto, moreno, un poco canoso, con aspecto
costeño y de aproximadamente 40 años. Saludó amablemente
e intervino con talante de litigante. Estaba interesado en el
tema «falla en el servicio» y concretamente en la figura
«Violación directa de la Ley». Por esa razón quería consultar
las diligencias tramitadas con motivo del derrumbe de un
puente en Quebrada Blanca.
La doctora Mendoza Maldonado accedió a prestar su
ayuda conforme era su promesa y se dirigió con sus acom-
30 Que pasó en el Palacio de Justicia

pañantes a la secretaría. Parece ser que pasaron en algún


momento a la oficina del consejero de Estado Carmelo
Cayetano Martínez, en cuyo despacho se tramitaba un recurso
de anulación interpuesto por el Ministerio de Obras en el
mismo proceso, pero, al no encontrarlo, y mientras Dora
Jiménez determinaba esperar en la cafetería, el abogado y la
doctora Mendoza decidieron retornar a la Secretaría de la
Sección Tercera.
En esta oficina, demarcada en la nomenclatura del Palacio
con el número 115, le fue facilitado al abogado visitante el
tomo con la sentencia de «Quebrada Blanca». Cinco minutos
después, al despedirse su acompañante, el jurista pidió prestado
el teléfono y, luego de colgar su auricular tras una breve
llamada, recibió el «santo y seña» de un joven que entraba en
ese instante:

«Hola, ¿cómo estás?» -se saludaron mutuamente-.

Y acto seguido el abogado preguntó:

«¿Cómo están tu suegra, tu señora y los niños?»

«Bien, contestó el joven, ya están en finca».

En ese momento un impacto sordo se escuchó desde el


sótano. La barrera del parqueadero acababa de ser vencida
por la fuerza en movimiento de un viejo camión Ford 350,
modelo 61. En adelante todo fue instantáneo y al unísono: la
ruptura de la barrera, la balacera impresionante, el estupor de
los empleados... Y, al lado de ellos, el abogado y el joven, que
gritaron desenfundando las armas:

«Tírense al suelo, no va a pasarles nada. Esta es una toma


del M-19».
Adolfo Atehortua 31

Las mujeres, con un miedo gigante cercenando sus oídos,


no alcanzaron a escuchar las voces de advertencia. Asustadas,
corrieron atropelladamente a esconderse en el baño sin que
los guerrilleros tuvieran reacción alguna. Toda la oficina había
sido escogida en la planificación del M-19 como la más
adecuada para concentrar todas las personas presentes en el
sótano y en el primer piso del Palacio.
El abogado era Alfonso Jacquin Gutiérrez, un barran-
quillero, miembro del Comando Superior del M-19. El joven,
su segundo en la «escuadra»: Roque. La «suegra», el «grueso»
del destacamento, al mando de Luís Otero que entraba al
parqueadero del Palacio. La «señora» y los «niños», los auto-
motores de «vanguardia» y «retaguardia» en que se moviliza-
ban los asaltantes del M-19. La «finca», la carrera octava,
metros antes de la entrada vehicular al Palacio de Justicia.
En un principio, mientras Jacquin se instalaba en la oficina
115, dos mujeres jóvenes llegaron también a la oficina 117.
Allí funcionaba la Secretaría General del Consejo de Estado.
Se identificaron como estudiantes de derecho y pidieron para
su análisis un expediente electoral. Gilberto Sánchez,
notificador de la oficina, les facilitó un expediente fallado, el
cual las muchachas se sentaron a leer cerca del mostrador.
Una de ellas resultó conocida del Secretario del Consejo,
Dr. Darío Quiñónez Penilla. Era la «hermana del Dr. Jorge
Franco Pineda», la misma Irma Franco. Con ella cruzó saludo
y algunas palabras al ingresar a su oficina, más o menos a las
11:30 de la mañana. Por ello su asombro fue mayúsculo al
descubrir que sólo cinco minutos después estaba encaño-
nándolo:

«Tírense al suelo, somos del M-19».

Abajo, por los lados del sótano, se acababan de escuchar


los primeros disparos. De inmediato las detonaciones se
32 Que pasó en el Palacio de Justicia

intensificaron al ritmo de los primeros gritos guerrilleros que


empezaban a ahogar su nerviosismo con las consignas del
combate:

«¡Viva Colombia!», «¡Viva el M-19!».

Natalia y Mariana, las dos jóvenes que se presentaron como


estudiantes de derecho, respondieron ajustando la puerta de
ingreso a la oficina:

«¡Presente y Combatiendo!».

Pilar, el quinto miembro de la escuadra de Jacquin fue vista


por varios testigos en la cafetería: desenfundó un arma
segundos después de escucharse las primeras detonaciones, y
gritó como todos.

«¡Viva Colombia!», «¡Viva el M-19!».

Si tenemos en cuenta la cantidad de guerrilleros que logró


participar en el asalto al Palacio de Justicia, la séptima parte
de la «Compañía Iván Marino Ospina», ya estaba adentro
antes de iniciarse el estruendoso operativo.

2. ¿Quiénes fueron las primeras víctimas?


Es difícil precisar la hora. Once y treinta dicen los magis-
trados del Tribunal Especial; once y cuarenta el Procurador;
once y treinta y cinco el General Vega Uribe, mientras la
totalidad de los testigos se dividen en sus opiniones. Lo indis-
cutible es que la barrera metálica de la portería del parquea-
dero, que separaba prácticamente el sótano de la carrera
octava, fue reventada por los vehículos de asalto con el M-19
a bordo. Ese primer ruido, mezcla de colisión, ráfagas de fusil
y estallidos de granada, quedó grabado por siempre en el
recuerdo de los sobrevivientes.
Adolfo Atehortua 33

La toma del Palacio de Justicia, una gigantesca mole cons-


truida sin ventanas, con apenas dos entradas y cuya construc-
ción se había realizado «en medio de una fuerte polémica sobre
si sus líneas destruían o no la armonía colonial de la histórica
Plaza de Bolívar; se inició por los guerrilleros del M-19 a sangre
y fuego.
No fue realmente fácil como creen algunos autores. La
resistencia de los vigilantes, aunque en terrible desventaja, fue
tenaz y heroica. Un primer elemento es indicativo de la
resistencia que valerosamente presentaron los vigilantes contra
la invasión del M-19: la guerrilla tuvo que utilizar una granada
de fragmentación para eliminar su respuesta.
Los primeros en caer abatidos fueron, entonces, Gerardo
Díaz Arbelaez y Eulogio Blanco, los vigilantes contratados
por la empresa «Cobasec» para prestar servicio en el Palacio
de Justicia. Blanco recibió tres heridas, una de ellas por
proyectil disparado por un fusil M-16 y otra, fragmentos de
granada que le destrozaron el tórax. Díaz Arbelaez, según su
autopsia, falleció por anemia aguda ante lesión de vasos
ilíacos. Esquirlas de instrumento explosivo penetraron por la
cara anterior de su cadera derecha, para salir por cuatro sitios
diferentes en sus extremidades.
En esta primera fase de la confrontación, la guerrilla del
M-19 llevó la iniciativa militar siguiendo el esquema normal
de un grupo que busca el control de los sitios más estratégicos
sobre una edificación. Se trataba de una ofensiva para el
control de espacios importantes desde el punto de vista militar.
Su misión: conquistar en el mínimo de tiempo y sin bajas los
objetivos perseguidos.
La tercera víctima, dicen Tribunal de Instrucción y Procu-
rador, fue un hombre desarmado. Varios testigos lo vieron
pasar por la cafetería y dirigirse al sótano segundo antes del
acontecimiento; luego lo observaron desandando angustiosa-
mente su camino. «Al pisar no sabía que de la tierra ciega
34 Que pasó en el Palacio de Justicia

emanaba el día ardiente de pasos en su búsqueda» 1. Un


proyectil rozó su región lumbar derecha, otro lesionó su brazo
en el mismo costado y un tercero lo alcanzó en el tórax
propinándole la muerte. Era Jorge Tadeo Mayo Castro, admi-
nistrador del edificio por cuyo dominio disparaba el M-19. Al
caer, buscaba al parecer refugio en el bronce de José Ignacio
Márquez, una estatua que pasó a ser testigo de la violenta
historia colombiana.
Para los investigadores del Tribunal Especial, Mayo Castro
fue ultimado por el M-19 cuando trataba de escapar. La
gravedad y sentido más reprobable del acto, afirman los
magistrados, es que «ningún peligro representaba para los
atacantes»: no portaba armas ni había asumido una actitud
beligerante.
Por su parte, para el procurador Carlos Jiménez Gómez,
las tres víctimas iniciales del fuego guerrillero, fueron precisa-
mente los celadores arriba mencionados y el administrador
del edificio.

Sin embargo, surgen algunas dudas:


Si Jorge Tadeo Mayo intentaba escapar del alcance guerri-
llero desplazándose hacia la plazoleta del primer piso,
quedaban atrás las escuadras insurgentes que recién entraban
desde el sótano. Aquí surge el primer interrogante: ¿por qué
recibió entonces de frente su mortal herida? Según la
necropsia, el proyectil entró por el quinto espacio intercostal
izquierdo y se alojó finalmente en el noveno del costado
derecho con una trayectoria «antero-posterior».
Pero allí no terminan las cábalas. El estudio balístico
concluyó que el proyectil homicida había sido disparado por
una «pistola calibre 9 m.m», y ocurre que, tanto en el «plan de
maniobra» escrito por el M-19, como en la relación de armas
incautadas por la XIII Brigada tras la toma, no existe referencia
1
De Pablo Neruda: «El abandonado»
Adolfo Atehortua 35

alguna sobre el porte de esta clase de armas por parte de los


guerrilleros. La única pistola hallada entre el armamento
subversivo, era una «Star Calibre 7.65». Y, corroborando lo
anterior, el Departamento de Criminalística y su Laboratorio
de Balística en el Instituto de Medicina Legal, dictaminaron
el 8 de Mayo de 1.986 que el proyectil en alusión no había
sido disparado tampoco por las subametralladoras 9 m.m. del
M-19.
Una tercera razón para dudar acerca de la autoría de este
asesinato por el M-19, pasa a ser entonces la aludida por el
Tribunal: el occiso no representaba ningún peligro para sus
objetivos.
¿Fue Jorge Tadeo Mayo víctima del fuego cruzado que se
inició de inmediato entre quienes intentaban defender el
Palacio de Justicia contra quienes lo asaltaban? ¿Existió
precipitud al disparársele, o, posiblemente confundido como
guerrillero por la dirección que traían sus pasos, recibió la
descarga? Tal vez hoy sea imposible responder a ésta pregunta.
Se sabe simplemente que, entre la dotación oficial de los
agentes del DAS, designados ese día como escoltas de los
magistrados y consejeros de estado, figura la pistola MP-5,
Calibre 9 m.m. de fabricación alemana, producida por la
misma fábrica que construye y vende al ejército los fusiles G-
3, Heckler and Koch GMBH. Pero ello no da tampoco motivo
a una conclusión certera. Lo único irrefutable, sea quien sea
el autor de su homicidio, es concluir que su muerte no fue en
combate y que con él empezaron a rodar por el suelo los
Convenios de Ginebra.
Efectivamente, tras el primer embate guerrillero, la res-
puesta por parte de la vigilancia no se hizo esperar. Dos
sobrevivientes del sótano se unieron a otros tres celadores
iniciando todos la resistencia en el primer piso. Con ellos se
parapetaron también algunas escoltas de los magistrados que
intentaron cortar el ingreso de los guerrilleros. El enfren-
36 Que pasó en el Palacio de Justicia

tamiento fue absolutamente desigual. Las escuadras de Otero


y Almarales ascendían por las escaleras armadas con fusiles,
subametralladoras y granadas. La seguridad del Palacio y los
escoltas se defendían con revólveres, pistolas y escopetas
calibre 16 de una sola carga. No obstante, en medio de su
inferioridad, agravada por el carácter sorpresivo del asalto, la
primera pérdida humana le fue infringida al M-19 por los
vigilantes. Este es un hecho procesalmente probado.
En esta misma refriega, un guerrillero resultó gravemente
herido en la cabeza, conforme pudieron observarlo después
algunos escasos testigos. El Tribunal de Instrucción aduce,
igualmente, que en esta «brevísima contienda apareció muerta
la enfermera del M-19. Alguien parece recordar que cuando
un herido clamaba sus servicios, otro le contestó a gritos que
estaba «muerta». Ella respondía al nombre de Noralba García,
una enfermera de la «Fundación Santa Fe» que renunció al
empleo para participar en el asalto. Sin embargo, su nombre
no aparece, como el de Dora Jiménez, ni entre los guerrilleros
abatidos e identificados, ni entre aquellos cuya participación
fue detectada por la inteligencia de la XIII Brigada. Sólo el
Informe del Procurador nos da razón de ella, aunque el Tribu-
nal Especial, utilizando similares fuentes, lo omite.
En esta primera fase de las acciones, según algunos testigos,
llamó la atención que los vigilantes no hubiesen recibido un
refuerzo más decidido por parte de los escoltas de los
magistrados. Hubo casos, como el de Ananías Bohórquez
Triviño quien, al escuchar el primer disparo en el sótano, se
refugió debajo de un vehículo despojándose con rapidez del
revólver y del documento de identificación como agente.

3. ¿Cómo se inició el enfrentamiento con la fuerza pública?


A Jorge Tadeo Mayo lo vieron correr sin esperanza. Era
algo extraño, pero ese día se supo que su temor lo expresaba
con las piernas. Ni siquiera gritó. Lo vieron correr, correr
Adolfo Atehortua 37

simplemente, salir de la cafetería hacia la plazoleta y seguir


hacia el centro. Su instinto de funcionario le negó la puerta
de salida. Corrió hacia el fondo, hasta una columna. Se recostó
por la espalda y lo vieron caer lentamente, «como sentado».
Algo de su muerte recordó al Coronel Aureliano Buendía:
«metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se
quedó inmóvil...».
Por el mismo trayecto de su retirada se cruzaron infinidad
de disparos. El más valeroso de los vigilantes, José Vicente
Ordóñez, enfrentó con su revólver a un guerrillero armado de
Galil. Al quedarse sin balas, alcanzó a sacar el extractor para
reemplazar parcialmente las vainillas por nuevos proyectiles.
Disparó al guerrillero e inició carrera hacia el segundo piso.
Sobre el camino los engañó; en vez de seguir, se refugió en un
cuarto de aseo situado sobre el descanso de la escalera. Cerró
la puerta y cargó el revólver de nuevo. Le restaban ocho tiros
y una espera de seis horas para su rescate.
Simultáneamente, por los cuatro costados de la Plaza de
Bolívar empezaron a brotar los contrincantes del M-19. El
Tribunal Especial informa, por ejemplo, la acción de un agente
de la policía que, destacado en la zona bancaria adyacente al
parqueadero, acudió presuroso a responder el fuego que desde
el Palacio hacían los guerrilleros.
No obstante, otras piezas sumariales nos ofrecen relatos
diferentes. Sobre la esquina de la calle 13 con carrera 8a., se
encontraba el subteniente José Rómulo Fonseca con dos agentes
a su cargo. Desde allí, su vista de águila le permitió divisar a un
individuo que tomaba posición de francotirador en el segundo
piso del Palacio. Avanzó hacia la calle 12 en busca del deber, y
allí se les unió un civil: Jorge Arturo Sarria Cobo, a quien había
conocido días antes en la persecución a un raponero.
El subteniente, los dos agentes y Sarria, decidieron des-
plazarse hasta la calle 7a. para eludir el persistente accionar
del extraño francotirador. Una vez allí, optaron por saltar la
38 Que pasó en el Palacio de Justicia

valla de zinc que sobre la calle 12 separaba provisionalmente


el área norte del Palacio -todavía en construcción- y la vía
pública. El subteniente Fonseca Intentaba encabezar una
penetración al recinto judicial cuando quedó atrapado en la
mirilla de fusiles guerrilleros atrincherados en el parqueadero.
Fue el primer uniformado en saber lo que ocurría y también
el primero de ellos en caer. Un proyectil le destrozó el tórax;
le interesó el pulmón izquierdo, la aorta ascendente pulmonar
y perforó el pericardio. En su trayectoria de salida, el proyectil
le fracturó el cuerpo vertebral y dos arcos costales.
Persuadidos de las dificultades, Sarria Cobo y sus acom-
pañantes decidieron abandonar la tentativa y retornar hacia la
calle 8ª. Tocaban la acera cuando un angustiado padre de familia
les gritó señalando con insistencia un jeep de color rojo:

«¡Allá están mis dos niñas..!.». «¡Mis hijas, mis hijas...!»,


repetía.

Era imposible acercarse, pero un agente se atrevió a hacerlo


resultando herido en el intento. No se sabe en qué magnitud,
antes o después de su faena, porque según el testimonio de
Gladis María Rozo, fue un agente de policía herido quien
rescató a las niñas del fuego cruzado, las sacó del jeep y las
entregó para custodia en una oficina de abogados sobre la
carrera 8a., número 11-39. En este agente se cruzaron el heroís-
mo y el más elevado sentimiento humano. Solo que, al final,
herido en la cabeza y en el hombro, se constituyó también en
materia de rescate.
Protegido contra el jeep, alguien de la cruz roja procuró
acercársele pero, a pesar de su insignia, el fuego desde el
Palacio le frustró su meta. Fueron largos los minutos necesa-
rios para culminar felizmente el objetivo, cuyas variantes
dramáticas quedaron grabadas para la posteridad en filma-
ciones y fotografías.
Adolfo Atehortua 39

Enigmático resultó, por otra parte, el primer miembro de


la Fuerza Militar que buscó penetrar al edificio. Según el
periodista Hernando Correa Peraza, un soldado de la Guardia
Presidencial logró ingresar al Palacio de Justicia por la puerta
grande.

«Unos cinco minutos después apareció de nuevo con su


uniforme desordenado... Estuvo unos instantes sobre las
gradas y volvió a entrar».

Aunque esta vez se demoró menos, tardó lo suficiente como


para colocar en vilo a oficiales y periodistas asombrados por
su arrojo. La investigación supo después que la madre del
soldado trabajaba como ascensorista en el Palacio y éste entró
desesperado y dispuesto a dar la vida para encontrarla.
A estas alturas, ya la irrupción de la guerrilla por los sótanos
del Palacio de Justicia era una noticia desparramada por todos
los rincones de la tierra. En Madrid - España, Eduardo
Rodríguez reivindicó para el M-19 el audaz golpe, mientras
decenas de casetes y comunicados llegaban a los medios de
información. Los teléfonos del Palacio de Justicia timbraban
azarosamente en busca de noticias y entrevistas. La acción
vaticinada por «Oscar», uno de los comandantes más
reconocidos del M-19, tras el fracaso del secuestro intentado
contra General Rafael Samudio, comandante del Ejército, era
ya una realidad.

4. ¿Por qué la «toma» se convirtió en desastre para el M-19?


De la fase ofensiva para ingresar al Palacio de Justicia, el
M-19 debía pasar rápidamente a la consolidación y defensa
de los espacios conquistados. De acuerdo con el «plan de
maniobra», la primera resistencia quedaba vencida con el
«aniquilamiento», sometimiento o retirada que se presentó
efectivamente por parte de los celadores. Terminaba con ello
40 Que pasó en el Palacio de Justicia

la «primera fase» de la toma. En adelante, la meta era


«garantizar el control absoluto del objetivo», combinando las
«defensas de montaña y ciudad».
No obstante, desde un principio, la «Compañía Iván
Marino Ospina» se resquebrajó por dentro. Su primer incon-
veniente serio fue, sin duda, la errada coordinación con la
escuadra de «Lázaro y Abraham», que no pudo ingresar al
Palacio. «Lázaro» acordó con Luís Otero el sitio por el cual
los vería pasar para iniciar de inmediato su traslado hacia el
Palacio. Sin embargo, Otero se confundió, tomó otra calle y
«Lázaro» quedó esperándolo. Cuando reaccionó era dema-
siado tarde y su «escuadra» llegó al Palacio cuando la acción
entraba en su furor. No pudieron ingresar.
Compuesto por siete combatientes, la escuadra de «Lázaro»
tenía como misión el «asalto a la puerta principal» y su
distribución en varias «líneas de defensa». Dada su ausencia,
el enfrentamiento contra los vigilantes y escoltas se convirtió
en labor de escuadras que tenían como misión el control de
los pisos superiores. De hecho, programados para ser enfren-
tados a dos fuegos y tomados sorpresivamente por la espalda
en caso de resistencia, los vigilantes encontraron su retaguardia
limpia, presentaron un combate mayor al calculado y pudieron
salir disparando por la puerta principal.
Estos acontecimientos ocasionaron otros imprevistos. La
ausencia de una escuadra entera creó desconcierto en los
planes y obligó a improvisar. Natalia, por ejemplo, quien de
acuerdo con el plan debería ser recogida por Lázaro en la
Secretaría General del Consejo de Estado para trasladarse al
sector oriental en funciones de defensa, entró en franca
confusión. En medio de la balacera, una y otra vez se escu-
charon sus gritos pidiendo la presencia e instrucciones de
Jacquin y «Roque». «Lázaro», quien debía ingresar por la
puerta principal y doblar inmediatamente a la derecha, tenía
que ser reemplazado ahora por guerrilleros procedentes del
Adolfo Atehortua 41

costado occidental. Ellos se encontraban más alejados del


flanco correspondiente y se vieron obligados a cruzar sin
cubrimiento alguno el ancho espacio de la entrada central.
Fueron fácil blanco de vigilantes, soldados y agentes que se
apostaron por fuera.
Si a todo lo anterior se suman las bajas obtenidas tempra-
namente en el combate, es lógico suponer que el «factor
tiempo» empezó a jugar también un destacado papel en contra
del M-19. La velocidad del reloj, pensado matemáticamente
para más hombres y una respuesta menos intensa, dificultó la
defensa en el sótano e impidió el fortalecimiento de todas las
posiciones perseguidas. Un número menor de combatientes
tenía ahora la pesada misión de acarrear hasta su meta los
«medios ingenieros, explosivos y de intendencia», muchos de
los cuales -inclusive sacos de arena para construir trincheras-
terminaron abandonados a mitad de camino o en el camión
de su transporte.
La instalación de minas y barricadas en la puerta principal
y en los pasillos del primer piso se desatendió para lograr a
medias el cubrimiento del sótano; sus naves ni siquiera fueron
cerradas en los primeros momentos del asalto y la concen-
tración de rehenes que se proponían en una sola oficina fue
desechada por completo. El grupo de Lázaro tenía las bombas
kleymor con las que pretendían impedir el ingreso de los
tanques. Al mismo tiempo, sus hombres eran los encargados
de dirigirse inmediatamente a la oficina del magistrado Jaime
Betancur Cuartas, hermano del presidente de la República, y
tomarlo como rehén.
Los radios que comunicaban a los guerrilleros dentro y
fuera del Palacio de Justicia, nunca funcionaron. En breves
lapsos, los guerrilleros intentaron una y otra vez utilizarlos
sin resultados positivos. Al atardecer del primer día, un
magistrado, Manuel Gaona, intentó infructuosamente colocar
alguno en funcionamiento.
42 Que pasó en el Palacio de Justicia

Existen testimonios que aluden a los guerrilleros pregun-


tando por el piso o sitio en que se encontraban; estaban aislados
de sus colectivos como incomunicados quedaron desde un
luego Otero y Almarales. El guerrillero que debía entregar las
armas largas a sus compañeros que entraron al Palacio vestidos
de civil y con armamento corto, fue muerto en la entrada del
sótano y su labor nunca fue cumplida. En el fragor del com-
bate, otros guerrilleros se separaron de su grupo, terminaron
al lado de otros o en el sitio que en el plan no les correspondía,
o simplemente heridos tuvieron que quedarse a la mitad de
su destino.
Como los guerrilleros perdieron demasiado tiempo inten-
tando controlar el sótano y el primer piso, las escoltas de los
magistrados tuvieron ese mismo tiempo para preparar en
algunos casos cierta oposición interna. Mientras en el cuarto
piso, por ejemplo, una parapetada y valerosa resistencia
dificultó por instantes el asalto del M-19; en el segundo piso,
instantes preciosos fueron aprovechados para trasladar a Jaime
Betancur hacia otra oficina incógnita.
La rápida reacción externa coadyuvó a su vez en la debi-
lidad de la defensa. La acción de celadores, escoltas y ocasio-
nales miembros de la fuerza pública jugó en ese sentido un
importante papel al impedir cualquier instante de calma en el
M-19. A las 11:45, el Comando de la Escuela de Artillería
ordenaba ya el desplazamiento del Batallón Guardia Presi-
dencial, y antes de las doce una batería se había tomado la
plaza con tres pelotones instalados a la altura de la «Casa del
Florero», del Palacio Municipal y del Capitolio Nacional.
Comandados respectivamente por el Teniente José Vicente
Uribe Hernández, el Sargento Sergio Villamizar Quintero y
el Capitán Rafael Mejía Roa, estos tres pelotones fueron
reforzados poco después por otra batería al mando del Capitán
Gregorio Rojas Páez.
Adolfo Atehortua 43

Bastante pronto la situación externa estaba controlada por


los militares, y el M-19 tenía que duplicarse para atender los
flancos con un asfixiante enfrentamiento interno que aún no
doblegaba. La zona fue desalojada de curiosos y acordonada
en sus alrededores. De acuerdo con la «Cronología del Asalto
a la Corte» suministrada por «El Espectador» en su edición
del 7 de noviembre, a eso de las doce meridiano, «once agentes
del F-2» intentaban penetrar al sótano «en medio de un fuerte
intercambio de disparos». Pero, según las versiones testi-
moniales posteriores, no todos aquellos civiles eran agentes
secretos. Algunos eran al parecer ciudadanos sorprendidos
por los hechos que intentaban abandonar la zona de fuego
sintiéndose protegidos por la presencia policiva. Entre ellos,
René Acuña Jiménez cayó al intentar el cruce de la Carrera
8a., a sólo diez metros de la entrada al parqueadero. Hubo
también quienes, mezclados entre los primeros heridos y
transeúntes, dibujaron la «V» de la victoria con su mano levan-
tada en claro mensaje a los francotiradores.
Poco después de las doce horas; valiéndose de manilas o
entrando por la periferia ante las dificultades para atravesar la
Plaza de Bolívar sin convertirse en blanco para los guerrilleros,
las fuerzas militares lograron el control de los sitios estratégicos
aledaños al Palacio, planteando desde allí una operación
envolvente que incluía expertos tiradores en las azoteas de los
edificios vecinos. El puesto de mando, instalado apresura-
damente en el Museo Militar, fue trasladado definitivamente
hacia la «Casa del Florero».
Simultáneamente, cuando en los oídos del Presidente la
noticia era aún un rumor confuso, salieron de la Escuela de
Caballería cuatro tanques cascabel y dos carros blindados que
a las 12:55 estaban arribando a la Plaza de Bolívar. El M-19
no contempló nunca la posibilidad de emboscarlos en su
camino al Palacio. Tomaron la ruta lógica, la más rápida, la
vía circunvalar; al mismo tiempo la más solitaria y la más
44 Que pasó en el Palacio de Justicia

cercana a los cerros con sus trincheras naturales. La inteli-


gencia militar no alcanzó a calcularlo y no tomó las precau-
ciones necesarias. La inteligencia y la capacidad militar del
M-19 no dieron tampoco para tanto.

5. ¿Cómo entraron los tanques a Palacio de Justicia?


En un intento por sistematizar la descripción factual, es
posible establecer hasta el momento cinco facetas claramente
diferenciadas en el desarrollo de las operaciones:

• La primera de ellas, puede considerarse la «antesala» del


operativo. Se trata del período en el cual el M-19 se apropió
de los medios de transporte necesarios al subsiguiente
cumplimiento de sus planes. A esta etapa corresponde, así
mismo, el ingreso de los guerrilleros al Palacio, vestidos
de civil.

• La fase siguiente hace referencia a la ofensiva guerrillera.


Consiste en acciones armadas catalogadas como «regu-
lares» o «normales», si se las enmarca en el objetivo buscado
de controlar militarmente, en el menor tiempo posible y
sin bajas, los espacios más estratégicos de la edificación.
Esta segunda fase se inició con el ingreso de los insurgentes
al parqueadero del Palacio y culminó con la muerte, derrota
o retirada de vigilantes y escoltas.

• Una tercera etapa empezó cubriendo las primeras interven-


ciones aisladas de la fuerza pública, el sitio militar externo
al Palacio y la acción intrépida del M-19 para mantener
los espacios conquistados y controlar los programados. Con
la ausencia de una importante escuadra y sufriendo
inesperadas bajas en una resistencia prolongada, los
presupuestos y la lógica militar del «plan general de
operaciones» ideado por el M-19, se derrumbaron por
Adolfo Atehortua 45

completo. Durante esta fase, la fuerza pública utilizó la


fuerza legítima del Estado para tratar de desalojar al grupo
insurgente de un espacio público.

• En una cuarta fase, el conflicto empezó a transformarse


en acciones de «tierra arrasada». A partir de la retoma con
vehículos blindados; del indiscriminado empleo de armas
con desmedida efectividad; y sobre todo, al olvidar que en
el Palacio se encontraba una amplia masa de civiles; la
dialéctica de la fuerza legítima se fue transformando en la
más absurda violencia por parte del Estado.

• Cuando el M-19 se encontró diezmado e impotente para


retomar la iniciativa y reformular sobre la marcha su «plan
general de operaciones», la confrontación armada inició
su fase final, definida por un trágico duelo a muerte: cada
actor, militarmente enfrentado, tenía que eliminar o
derrotar al otro sin que importasen las consecuencias en
relación con los dos centenares de civiles atrapados.

En este sentido, la presencia de los tanques en el corazón


capitalino, dio lugar a una nueva fase en la confrontación
armada. Antes de su llegada, el M-19 portaba la iniciativa a
pesar de sus dificultades. Contra ellos, la correlación de fuerzas
varió sustancialmente en favor de las autoridades. Esta
situación fue claramente percibida por el Tribunal Especial
de Instrucción:

Estos vehículos blindados, distinguidos por los declarantes


como ‘tanques o tanquetas’, despertaron la esperanza de que
constituyeran decisivo factor de disuasión, como quiera que
con su utilización se establecía un desnivel de fuerzas inne-
gable. Los guerrilleros no lo creyeron así y los recibieron con
nutrido fuego de armas automáticas.
46 Que pasó en el Palacio de Justicia

Las nuevas unidades motorizadas tenían dos frentes


factibles de ataque: el sótano y la puerta principal. El primero
de ellos fue acometido con celeridad por el «Urutú» del Grupo
Mecanizado Rincón Quiñónez, cuyo comandante, Jairo
Solano Jiménez, nos ofrece un vivo relato de sus peripecias:

A la entrada del garaje habían colocado dos bombas de


alto poder y a tiro de fusil fue necesario desactivarlas, una
vez hecho este trabajo le ordené al Cabo González Álvarez
Rubén... que acelerara a fondo y entráramos, ya que corríamos
el riesgo de más bombas dentro del garaje, allí fuimos
sometidos a fuego por unos diez guerrilleros que estaban
dentro atrincherados entre los vehículos y sacos de arena que
habían llevado para este efecto, constantemente nos lanzaron
bombas al parecer de alto poder, porque el carro constan-
temente era movido por la vibración explosiva de estos
artefactos; inclusive la puerta posterior del Urutú fue
sumida...»»...Nosotros hicimos fuego desde el vehículo para
replegar al enemigo y permitir así que entrara el Batallón
Guardia Presidencial y asumiera el control del primer piso.
Hubo un momento en que ordené desembarcar y ante el aviso
de los soldados que había más bombas y personal por debajo
de los carros, cerramos nuevamente la puerta y anduvimos
por los sitios que quedaron libres en el parqueadero.

Inicialmente, diría en su declaración ampliada el Capitán


Jiménez, ingresó el Urutú sin protección de tropa, pero al
salir, el sótano estaba «prácticamente controlado y fue posible
el acceso de unidades de infantería». El M-19 había perdido,
entonces, su primer terreno de combate. Retrocedía hasta las
escalas que conducen al primer piso y se internaba en el Pala-
cio. No pudo siquiera arrebatar al ejército una ametralladora
«punto 50» que el tanque perdió en sus maniobras. Esta fue
recuperada poco después en hábiles acciones de los unifor-
mados.

Entre tanto, el ritmo de los acontecimientos por el sector


sur cobraba una velocidad inusitada. Según el Procurador
Adolfo Atehortua 47

General de la Nación, tres tanques penetraron al Palacio de


Justicia «demoliendo su gran puerta metálica»:

El primero a las 13:57 y los otros dos a las 14:05 y 14:20".

El «insólito e impresionante episodio», como dijera el


Tribunal Especial, pasó entonces a formar parte de la
convulsionada historia colombiana, con un peso marcado en
la memoria de quienes lo vimos una y otra vez en las imágenes
televisadas. En breves palabras, el periodista Iván Darío
Montoya describió así para Colprensa el dramático suceso:

Un tanque sube las escaleras destrozándolas y toma posi-


ción. Rompe y penetra por la puerta principal apoyado por
un nutrido fuego. La máquina acciona sus metralletas 7.62.
Detrás ingresan varios grupos de soldados...

La narración se reemplazó poco después por otra: por un


partido de fútbol que incluso fue transmitido por la televisión
de forma inesperada. Así, progresivamente y con los medios
silenciados, se hizo el tránsito de la dialéctica de la fuerza
legítima a la violencia estatal.

6. ¿Por qué helicópteros en el Palacio de Justicia?


Fue el Director General de la Policía quien autónomamente
decidió la retoma por aire. Desde el mes de septiembre de
1.985, un selecto grupo de los departamentos de Policía Cauca,
Valle, Huila, Cundinamarca y Bogotá, adelantaba en la
Escuela de Suboficiales «Gonzalo Jiménez de Quezada»,
ubicada en el Muña, un curso de adiestramiento distinguido
en el argot castrense como «Curso de Operaciones Especiales»,
Copes.
Poco antes de las doce meridiano, apenas terminada una
demostración de habilidades ante los altos mandos y distintos
invitados de naciones suramericanas, el Copes fue convocado
48 Que pasó en el Palacio de Justicia

aquel histórico 6 de noviembre por la Dirección General de la


Policía para que tomaran parte como grupo de asalto
aerotransportado en la recuperación del Palacio de Justicia.
De la acción a que fueron destinados, Colombia entera
contempló absorta las imágenes de su intrépido descenso sobre
la azotea del edificio tomado por el M-19: detenido a duras
penas el vuelo de los helicópteros, los hombres de verde se
arrojaron entre la indecisión y el coraje desde una altura
considerable. En sus rostros se alcanzan a ver nítidas la
obligación impuesta por el deber cotidiano y su presteza para
el combate. Era el bautismo en fuego del curso que apenas
culminaba.
Sin embargo, lo que ocurrió antes de ello y lo que vendría
después, pesará más sobre el recuerdo o el misterio que su
cometido. Fuertes críticas se desprendieron, en los análisis
subsiguientes, a partir de diversas inquietudes. Las deducciones
con respecto a la muerte del Capitán Aníbal Talero, planteadas
por Manuel Vicente Peña con base en la entrevista que realiza
a tres de los oficiales que le acompañaban, son altamente
preocupantes. Su desaparición, se afirma, no sólo ocurrió

«...por culpa de la guerrilla que lo asesinó, sino también


de una policía -con algunas honrosas excepciones- desen-
trenada, burocratizada, que a la hora de un problema de
verdad como la toma del Palacio de Justicia es incapaz de
manejarlo».

«A Talero -agrega- le ordenaron dirigirse de inmediato al


Palacio tomado, sin darle tiempo para organizar su grupo y
poner en marcha el adecuado dispositivo. Cayó en boca del
lobo sin munición, sin planos del edificio, sin objetivo estable-
cido, sin radio...a que lo mataran y así fue...»

Pese a lo anterior, en las declaraciones ante los jueces los


miembros del Copes adoptaron el consabido estilo de colgarlo
todo en hombros del muerto. El Capitán Talero, sostuvieron,
Adolfo Atehortua 49

recibió como Comandante del grupo todas las instrucciones


habidas y por haber, en forma clara y detallada. Absurda
excusa: ¿puede concebirse una acción de comando donde sólo
un miembro está enterado de las actividades necesarias para
conquistar el objetivo? Sus relatos ante los jueces fueron
diametralmente diferentes a lo confiado al periodista Peña.
En Colombia, parece normal que las autoridades posean dos
versiones sobre un mismo hecho: la de la calle, difundida por
doquier como fuerza de verdad, y la del sumario, que es la
única que puede asumir el valor de plena prueba en la califi-
cación de los hechos delictivos, aunque esté recortada y
falseada.
Aunque el juez no indagó lo suficiente a los mismos
policías, en repetidas contradicciones quedó plasmado el deseo
de los policías por ocultar la realidad. Un seguimiento cuida-
doso a las versiones ilumina realidades. En contra de quienes
afirman que el capitán Talero se trasladó al despacho del
Director General para obtener allí las consignas y planes
indispensables para su cometido, el subteniente Germán
Bermúdez Castillo aclara que, al recibir las ordenes e instruc-
ciones del General Delgado Mallarino,

«...naturalmente todos estábamos reunidos, en la dirección


general, en el parqueadero...»

De modo que, tan pronto llegaron de la Escuela de


Suboficiales, en el mismo aparcadero de la Dirección, fueron
despachados hacia el Palacio de Justicia con las «ordenes e
instrucciones que otros testimonios resumen:

«...simplemente recibí las instrucciones generales de la


situación del Palacio de Justicia (se refiere a la toma) y como
específica la misión de rescatar al personal que se encontraba
dentro del edificio en el cuarto piso...» (Capitán William
Rafael Contreras Rodríguez).
50 Que pasó en el Palacio de Justicia

«...nos dieron instrucción que había que ir a capturar


guerrilleros y rescatar los rehenes si era posible...» (Cabo
Primero Dámaso Hernando Almonacid Molina).

Existen, sin embargo, hechos más indicativos: ¿Cómo


entender una acción de tanta trascendencia y envergadura sin
planos del edificio o al menos de la terraza; sin equipo de
comunicaciones y sin munición suficiente? Este es otro de
tantos aspectos suministrado a título de queja en las entrevistas
concedidas a Manuel Vicente Peña, pero que sólo ocasional e
indirectamente asoman en Los testimonios rendidos ante los
investigadores:

· Ignorancia sobre las distribuciones arquitectónicas del


Palacio de Justicia:

«Inicialmente, el grupo que iba a penetrar trató de entrar


por una claraboya que había por ese sector donde yo estaba,
levantamos la tapa y de una vez nos dispararon desde por
allá y en lo oscuro, nos tocó cerrarla nuevamente y dejar a
alguien ahí que estuviera pendiente; permanecimos ahí largo,
el grupo de penetración buscó otra entrada, fueron a dar al
otro lado, concretamente donde queda el asta de la bandera,
donde encontraron otra claraboya...» (Teniente Pedro Nelson
Niño Daza).

«...Yo fui uno de los últimos en abordar el helicóptero y


allá llegamos como a tres metros de la terraza, recibimos la
orden de botarnos al piso y ya después más o menos salimos
hacia donde habían unos compañeros que me hicieron señas
pues yo en ese momento estaba desorientado, y ahí me
acerqué a un compañero y el me dijo que la entrada era por
la parte del frente del palacio, que por ahí había entrado el
Comandante del Grupo...»(Cabo Primero Dámaso Hernando
Almonacid Molina).

· Ausencia de comunicaciones:
Adolfo Atehortua 51

«En esos momentos sacaron también a mi Capitán


Orjuela, quien se encontraba herido en una pierna, nos
quedamos ahí prestando auxilio, le hicimos señas a un
helicóptero que estaba volando por los lados del Palacio de
Nariño, para que subiera a la terraza porque mi Capitán estaba
mal; al rato el helicóptero nos entendió y sobrevoló por la parte
donde nos habían dejado...» (Teniente Pedro Nelson Niño
Daza).

· Sin munición suficiente:

«...se encontró allí en el pasillo del cuarto piso donde estu-


vimos apostados... una munición en número bastante elevado
calibre 7.62 que corresponde al mismo calibre del Galil que
nosotros portábamos en esos momentos. Una vez se nos agotó
la nuestra también utilizamos...» (Sargento segundo José
Ariel Dávila Medina).

Así las cosas, irracional y absurdamente se inició por la


azotea del Palacio de Justicia su retoma. No se conocía la
posición del adversario, se carecía de ilustraciones mínimas
acerca de las disposiciones locativas del edificio y sus lugares
de acceso, se olvidaron los elementos universalmente nece-
sarios para cualquier tipo de acción similar y se actuó en
general sin un plan secuencialmente coordinado. En el fondo,
el Copes fue lanzado a la operación con la simple consigna de
penetrar «como fuera» y una vez adentro, rescatar rehenes «si
era posible» o atacar y defenderse siguiendo el instinto y su
propia iniciativa.
Tanta irracionalidad combinada condujo a la frustración
de un objetivo que pudo haber facilitado un desenlace menos
dramático y sangriento a los hechos del Palacio de Justicia.
Tal como se vio en acápite anterior, ante las fallas, bajas y
obstáculos que sorteaba con dificultades extremas el M-19,
hubo un lapso prolongado de tiempo durante el cual la
guerrilla no pudo tomar y controlar el cuarto piso.
52 Que pasó en el Palacio de Justicia

Los escoltas de los magistrados, como lo conociera telefó-


nicamente la esposa del magistrado Patiño Rosselli, entablaron
resistencia desde las gradas permitiendo a sus resguardados
un largo trecho de relativa libertad para comunicarse con sus
familiares y amigos antes de caer bajo el control del M-19.
Pero esta circunstancia, conocida por la Policía, comunicada
al director por la propia esposa del magistrado Patiño, no fue
debidamente aprovechada en sus términos benévolos.
Increíblemente, los tanques llegaron primero que los
helicópteros al Palacio de Justicia y éstos inexplicablemente
dudaron también de su misión. Ratificando la cronología
publicada por «El Colombiano» en sus menciones sobre vuelos
previos de «reconocimiento», los oficiales del Copes
confesaron a Manuel Vicente Peña que, después de sobrevolar
por primera vez el Palacio de Justicia, regresaron a la Dirección
General de la Policía ante la negativa de los pilotos para
acercarse al objetivo. Así hablaron los oficiales:

«...parece que en el primer viaje que hicimos -cuando tocó


regresar porque los pilotos no quisieron entrar- falló eso,
porque si hubiéramos entrado en el primer viaje, habíamos
alcanzado a lograr aunque sea el cuarto piso sin que hubieran
llegado los subversivos...»

Este suceso, ocultado también reiterativamente en las


declaraciones sumariales, sólo asoma a manera de lapsus en
el testimonio del subteniente Orlando Aldana Ávila:

«Nos desplazamos a la Dirección General a bordo de un


helicóptero, una vez allí mi capitán Talero y mi capitán
Orjuela, que eran los comandantes del equipo, subieron al
despacho del señor director para recibir instrucciones...»

Obviamente, Aldana ha confundido la primera ocasión en


que a bordo de automotores llegaron hasta el parqueadero de
Adolfo Atehortua 53

la Dirección General de Policía, con la segunda, cuando


regresaron del Palacio de Justicia a efecto de subsanar la
negativa de los pilotos.
Cuando el Copes logró entrar al Palacio de Justicia por la
azotea, era demasiado el tiempo perdido: sobrevuelo y regreso,
desconocimiento de los sitios de acceso, carencia de medios y
manera artesanal y ruidosa de abrir una puerta que jamás
tuvieron en sus cálculos. Esto no obstante, alcanzaron a tomar
en su poder dos maletines abandonados por el M-19 al borde
de los ascensores, en clara muestra de que los guerrilleros
recién estaban subiendo desde el sótano su material de guerra
y equipos de intendencia. Era demasiado tarde. Ganado el
interior del Palacio de Justicia, el propio capitán Aníbal Talero
no supo a qué atenerse. Las someras informaciones sumi-
nistradas en la Dirección General, hablaban de la resistencia
interna contra el M-19 y por tanto de su ausencia sobre el
cuarto piso. Era una información de mucho tiempo antes sin
posibilidades de corrección por la incomunicación a que fue
sometido su propio equipo. Infantilmente, llegó identifi-
cándose a gritos como «policía» y una ráfaga le cegó la vida.
54 Que pasó en el Palacio de Justicia
Adolfo Atehortua 55

* III *

EL DERECHO DE GENTES
EN EL PALACIO DE JUSTICIA

1. ¿Planificación o improvisación?
A las 13:57 horas del 6 de noviembre, en «insólito e
impresionante episodio» -como dijera el Tribunal Especial de
Instrucción-, Colombia contempló absorta las imágenes de
un primer tanque militar derribando la gran puerta metálica
del Palacio de Justicia. Adentro, los Comandos del M-19
intentaban todavía consolidar su operativo y preparar la defen-
sa en lo que parecía ser invadida fortaleza. Todo cambió con
el ingreso de los tanques. No por la desoladora sensación de
la puerta judicial hecha pedazos, sino, ante todo, por lo que a
partir de este suceso empezaría a presentarse: lo que ha debido
ser coacción legítima y fuerza justificada del Estado; rescate
limpio de rehenes y desalojo guerrillero, se convirtió en
desmedida violencia e irracional retoma: al frente de los
tanques no existió un plan definido. En medio de soldados y
agentes sin capacitación para operaciones especiales, un casual
aparecido como Jorge Arturo Sarria Cobo (el afamado
«Rambo» de alguna prensa), terminó a la postre encabezando
en cierta forma los operativos iniciales.
El voluminoso expediente judicial, en contra de las
omisiones del Tribunal Especial o del Procurador, sabe que
Sarria, simple civil y recientemente excluido de la Armada
Nacional por conducta deficiente, recibió chaleco antibalas,
arma y municiones por el sólo hecho de manifestar su deseo
de entrar al Palacio a reprimir la acción subversiva; sabe que
a Sarria en algún momento se le confiaron incluso soldados
para que los orientara en el interior del edificio y que los
primeros «capturados», Eduardo Matzon y Yolanda Santo-
domingo, inocentes estudiantes de la Universidad Externado
56 Que pasó en el Palacio de Justicia

torturados luego, fueron conducidos como guerrilleros y


entregados a las autoridades por Sarria, como liberados fueron
-en gran parte merced a su colaboración- Jaime Betancur
Cuartas, Eduardo Suescún Monroy y varios consejeros más.
De hecho, desligado orgánicamente del cuerpo militar, libre
de cualquier apremio disciplinario e imprevisto u ocasional
participante, Sarria no tomó parte en preparación, estudio o
plan alguno. A veces -afirmó- su papel fue jugado «a título
individual», auto regido pero consentido y apoyado por las
autoridades militares que, no en una sino en tres ocasiones,
permitieron su ingreso armado al Palacio a sabiendas de su
condición. En términos quemantes pero concretos, a un
aparecido como Sarria le fueron otorgadas facultades para
«echar» tiros dentro del Palacio.
Como ha quedado expuesto, Sarria inició su acción al lado
del Teniente Fonseca y logró salir ileso en los primeros intentos
de entrar al Palacio; rescató luego al Agente Orobio y a las
dos niñas que, en medio del fuego- quedaron abandonadas en
un jeep. Personalmente trasladó al agente herido al hospital y
allí recibió de manos de un Capitán de la Policía, una caja de
municiones y una patrulla con dos uniformados para regresar
al Palacio.
En la calle, Sarria colaboró con las autoridades disolviendo
a tiros la manifestación que sobre la carrera 8a. con calle 13
pretendía iniciarse contra la respuesta militar a la toma. Luego,
al lado de un tanque de guerra que avanzaba por la misma
carrera 8a. entre calles 11 y 12, Sarria recuperó el cadáver del
Teniente Fonseca. En ese momento un soldado le dijo que su
coronel lo necesitaba en Palacio pidiéndole que entrara con
un destacamento de soldados protegidos por la tanqueta que
derribara la puerta del Palacio. Según el mismo Sarria Cobo:

Había un contraste entre la cantidad del personal militar


que estaba afuera y los contados miembros que habíamos
entrado al Palacio, que éramos aproximadamente unos diez.
Adolfo Atehortua 57

Una vez adentro y según su propio testimonio, «como nada


tenía que ver militarmente», decidió asumir bajo su respon-
sabilidad «lo que fuera a hacer». Ingresó a una oficina seguido
de un capitán, un sargento y dos soldados del ejército y les
sugirió pasar al segundo piso donde veía gente llamándolos a
señas y gritos en su auxilio. Rompiendo los vidrios, con una
improvisada escalera de muebles, llegaron hasta la oficina del
consejero de estado Jaime Paredes Tamayo. Sarria había
recibido para entonces un chaleco antibalas y al frente de los
militares recorrió el segundo piso pidiendo a quienes se
encontraban escondidos en sus despachos que abrieran las
puertas y salieran para ganar la libertad bajo su protección.
En un momento determinado, Sarria y sus acompañantes
recibieron disparos de la misma policía. Según Olga Behar, el
civil descendió entonces hasta donde se encontraba el General
Vargas Villegas -Comandante de la Policía en Bogotá- y, sin
identificarse, le solicitó que pidiera a las fuerzas arriba
dispuestas que interrumpieran los disparos hacia ellos. El
General le pasó el radio al espontáneo y le dijo:

«Dé usted las indicaciones y la orden».

Así pudo retornar y liberar a los Consejeros Paredes


Tamayo, Jaime Betancur Cuartas, Eduardo Suescún, Mario
Enrique Pérez, Humberto Mora Osejo y Miguel Betancur Rey,
además de otros funcionarios.
Al salir con ellos y entregar además en calidad de retenidos
a los estudiantes del Externado, Sarria fue llamado por el
Comandante de la Escuela de Artillería para que sirviera de
guía a un nuevo Comando del Ejército aprovechando «el
conocimiento que poseía ya del edificio».
Con ellos, Jorge Arturo Sarria subió combatiendo hasta
ganar el cuarto piso y luego la azotea. Fueron más de tres
horas de combate, hasta que descendió de último entre los
58 Que pasó en el Palacio de Justicia

Comandantes del Ejército y la Policía destacados en el sector


y auxiliados por los bomberos frente al incendio desatado.
Eran más de las diez de la noche y había actuado casi desde el
primer disparo. Con las piernas hinchadas y cansancio en todo
el cuerpo, salió caminando del lugar hasta que un taxi lo llevó
a casa. En el camino, nadie le preguntó absolutamente nada.
Alfonso Gómez Méndez, Procurador General de la
Nación, resumió así la participación de este «Rambo Criollo»,
cinco años más tarde:

Rescató a algunos civiles atrapados en el cruce de la calle


así como a un agente de la Policía herido sobre la carrera
octava y lo trasladó al hospital de La Hortúa. Posteriormente
dirigió el ingreso al segundo piso del Palacio de Justicia en
compañía de un capitán de la Policía, de un sargento del
Batallón Guardia Presidencial y de dos soldados. El ingreso
al segundo piso lo hizo por encargo del comandante de la
Escuela de Artillería, quien ordenó que se le entregara un
chaleco antibalas. Durante el combate dio de baja a varios
guerrilleros. Por otra parte rescató, entre otros, a los consejeros
Jaime Paredes Tamayo, Eduardo Suescún Monroy, Mario
Enrique Pérez Velasco, Humberto Mora Osejo, Miguel
Betancur Rey y Jaime Betancur Cuartas, hermano del
presidente Betancur. La espontánea, activa y eficaz inter-
vención de un civil como Sarria, aceptada y hasta estimulada
por militares de mando, revela la insuficiencia de la planea-
ción del objetivo militar. Pero, la intervención de Sarria fue
más allá; en sus declaraciones Sarria manifestó que en la
noche del 6 de noviembre le había servido de guía al coman-
dante de la Escuela de Artillería para ingresar a los pisos
superiores en donde rescataron a dos estudiantes de la
Universidad Externado de Colombia, Yolanda Santodomingo
y Eduardo Matzon. Al final, todos serían rescatados por los
bomberos de Bogotá desde la terraza del edificio.

2. ¿Qué pasó en el cuarto piso?


Una vez puesto en marcha, «al operativo no lo detenía
nadie». Esta frase, aceptada como cierta, lo que muestra para
Colombia es el grado de irritación en el cual se enfrentaron
Adolfo Atehortua 59

dos tipos de militarismo. Con la toma del Palacio de Justicia,


como con el manejo del proceso de paz y la ruptura de la
tregua, el M-19 pecó repetidamente en el terreno de la política.
A las dificultades ciertamente mayúsculas del proceso de paz
(en las cuales el M-19 tenía también parte), el grupo guerrillero
opuso su cotidiana prepotencia de las armas. Esta lógica se
tradujo, en el caso del Palacio de Justicia, en un primer
atentado contra el Derecho de Gentes y el Derecho Interna-
cional Humanitario que rodaron convertidos en añicos sobre
las ensangrentadas losas del Palacio de Justicia.
No obstante, lo interesante de la investigación en el campo
de las ciencias sociales, es ubicar también la manera como se
respondió al militarismo guerrillero y, sin duda, la caracte-
rización más elemental que de los hechos se realice, conduce
al desconocimiento que frente a los rehenes e inocentes se
sostuvo. Concordantes con las conclusiones del entonces
Procurador Carlos Jiménez Gómez, existen decenas de
testimonios que evidencian cómo los civiles atrapados en el
fuego cruzado pasaron a ocupar un lugar secundario y
marginal en las preocupaciones de los bandos enfrentados.
Fue precisamente éste el argumento levantado por el
Procurador Delegado para las Fuerzas Militares al solicitar, en
noviembre de 1.990, la destitución del General Arias Cabrales:

Por no haber tomado las medidas necesarias tendientes a


proteger la vida de los rehenes civiles indefensos, ajenos al
conflicto, sobreponiendo su integridad física por encima del
sometimiento del grupo guerrillero.

En efecto, sobre los civiles colocados en peligro injusto,


por sobre el Convenio de Ginebra, se levantó una especie de
violenta locura colectiva, un «dedo de gatillo alegre» sin
corazón ni cabeza que fustigó a los inocentes. He aquí una
simple muestra extraída al azar de las propias versiones mi-
litares:
60 Que pasó en el Palacio de Justicia

Cabo Segundo José Domingo Bohórquez:

Al tratar de bajar del cuarto al tercer piso, me vi. obligado


a hacer disparos, ya que estaba lloviendo plomo de todos los
lados, pero la realidad era que no se sabía a quien disparársele
por lo oscuro y difícil de la situación.

Capitán Darling Alberto Osorio Ramos:

Lo único que vi fue cascabeles dando plomo a diestra y


siniestra... cuando yo bajé al primer piso, había unos soldados
disparando con una punto 50... Casi me dan.

Soldado José Yesíd Cardona Gómez:

Nosotros entramos con los cascabeles y (encontrándome


en una oficina del segundo piso) como a las seis de la tarde...
me tiraron una granada y me hirieron en la pierna y en la
nalga... la granada me vino fue de la calle, yo estaba de
espaldas y la granada entró por la ventana y al frente se veía
el Ley.

El fiscal del proceso en su etapa instructiva, citado por


Ramón Jimeno, advierte en este mismo sentido que, mientras
el ministro Parejo renegaba en la Casa de Nariño por lo que
consideraba un «desacato»; en el cuarto piso del Palacio de
Justicia reinaba la oscuridad, como marco de un prolongado
y cruento combate con el reducto guerrillero de Otero «bajo
cuyas armas permanecían retenidos varios magistrados,
auxiliares, escoltas y acompañantes ocasionales». Las
características de tal enfrentamiento, calificado en términos
dramáticos por el fiscal, es descrito de la siguiente manera
por algunos de sus protagonistas:

Cabo Primero Álvaro Díaz Jiménez:

Simplemente nosotros disparábamos hacia el sitio del cual


Adolfo Atehortua 61

provenían los disparos pero no sé si de pronto esos tiros hayan


dado de baja a un subversivo, ya que la acción de nosotros
era tratar de cubrirnos

Teniente Guillermo Pérez Monsalve:

El abaleo en el cuarto piso era ensordecedor y el humo


todavía predominaba en el ambiente... en sí era incierto
descifrar la correcta posición que tendrían ellos (los
magistrados rehenes) debido a la confusión

Sargento Segundo José Ariel Dávila Medina:

Yo lo que observé por parte del Ejército fue el disparo de


algunas granadas por intermedio de los mismos fusiles G3
hacia el lugar donde veíamos que salían los fogonazos de los
subversivos...nosotros...después de que nos dimos cuenta de
la muerte del capitán Talero disparábamos no hacia personas
o guerrilleros, sino al lugar de donde veíamos provenían los
fogonazos, primero porque la oscuridad era total y segundo
evitar que ellos de pronto se acercaran a nosotros logrando
esta circunstancia.

En cierta forma, los soldados estaban haciendo lo que sus


superiores ordenaban. En firmes e insistentes ocasiones, Arias
Cabrales y Samudio Molina exigieron por los radios de
comunicación interna «acción y ruido»:

No nos pongamos a reparar en gastos de municiones ni


en los destrozos que haya que ocasionar. Se quiere que haya
acción.

Si hay necesidad de emplear rockets, pues emplearlos


porque ya estamos comprometidos del todo...hay que hacer
demostración de fuerza, hay que hacer demostración de
fuerza y no dejarnos que estos cabrones tomen la iniciativa.

Frente a órdenes tan perentorias, los subalternos respon-


dieron solícitos:
62 Que pasó en el Palacio de Justicia

Aquí estamos metiéndole con todo lo que tenemos.


Estamos metiéndole granadas, rockets y acabamos de hacer
una buena carga

Estamos en este momento rociando entre el tercero y


cuarto piso.

En cierto momento el General Vargas Villegas ordenó, a


su vez, disparar granadas hacia el núcleo de la resistencia en
el cuarto piso y todos los mandos militares aprobaron colocar
explosivos sobre la terraza para afectar el sitio en donde se
presumía la presencia de los guerrilleros.

Aunque, para Ramón Jimeno, las cargas colocadas por


expertos de la Escuela de Ingenieros «no lograron abrir un
hueco suficientemente amplio para disparar por ahí y menos
aún para que entraran los soldados», según Sarria Cobo, no
sólo salió humo por ellos sino que

Empezaron a disparar del cuarto piso hacia la azotea por


medio de esos orificios y otros uniformados respondieron de
igual forma a través de ellos.

Más adelante, en la diligencia de reconstrucción, agregó


el «Rambo» Sarria a su testimonio:

Se comentaba ya a esa hora que habían dado de baja a


algunos rehenes, la finalidad no sé por qué, no la tengo segura,
porque yo no di la orden ni fui el de la idea, porque yo no era
alguien para proceder así, pero algún motivo muy válido debía
existir para que dicho personal procediera de esa manera.

Quizás, al respecto son más claras las transcripciones


efectuadas sobre las comunicaciones entre los militares:

ARIETE 6: Envió dos cargas más de 15 libras. Le envió


una carga de... perdón, cuatro cargas de cráter y 4 libras de
Adolfo Atehortua 63

TNT, cordón, detonante y estopines para que usted allá amplíe


el roto, pero por encima del objetivo. Siga.

Recibido. QSL. Siga Ariete 6.

ARIETE 6: Tenga en cuenta que la carga de cráter es


bastante poderosa (...) La idea es localizar a los chusmeros y
en la oficina inmediatamente de encima, si es posible, colocar
la carga para abrir un roto y por ese roto aventarles granadas
y fumíguelos y lo que sea. Siga

R. QSL. Ahora precisamente se lanzaron unas granadas


(...) de la primera carga y estamos esperando la otra. Ahoritica
se va a estallar la segunda, y depende del orificio que haga,
entonces se procederá con lo concerniente. Siga.

¿El diámetro de la carga que estallaron de cuánto fue?

Aproximadamente 50 centímetros. Siga.

Eso es suficiente. Suficiente. Ahora, si usted coloca las


dos cargas en serie abre un roto suficiente para cualquier cosa
pero tiene que ser encima del objetivo. Siga.

En relación con las cargas se utilizaron pero realmente


los orificios causados fueron mínimos y no permiten lo que
se busca, que es poder descender personalmente. Entonces
estamos a la espera de otras cargas por que en los lugares en
que se pusieron fue de apenas unos 4 cms. de diámetro. Siga.
Las cargas que se llevan ahora son mucho más poderosas.
El objetivo de las cargas es abrir rotos.

En efecto, y tal como se constató en Inspección Judicial,


los Capitanes Wladislao Reinoso Marín, Luís Armando
Barreto y Luís Alberto Ardila Silva, así como otros oficiales
de la Escuela de Ingeniería, admitieron en sus versiones el
uso de «explosivos dirigidos» en la terraza, aunque minimi-
zaron la acción:

Sólo se habían abierto orificios de escaso diámetro por


los que -advirtieron- tan sólo fue posible lanzar bombas
lacrimógenas.
64 Que pasó en el Palacio de Justicia

Así, luego de emplear toda clase de instrumentos, muni-


ciones y explosivos contra el grupo de Otero -implicando, claro
está, a los rehenes- se les entregó al fuego. Si en algún momento
intentaron aquellos abandonar su refugio cuando las llamas
lo cubrían todo, un destacamento al mando del sargento Rubio
Poveda, que en esos momentos subía buscando evacuar el
edificio por la azotea, les cerró el paso:

Nos encontramos con unos guerrilleros que también


venían buscando esta salida, nos dispararon y algunos de los
que iban adelante contestaron... más tarde ya no pudimos
bajar por estas escaleras, pues se encontraban completamente
cubiertas por el fuego.

Sólo un guerrillero, en el epílogo, pudo llegar hasta la


escalera en medio de la humareda y las llamas. Con una
máscara antigases pero casi sin sentido, se le permitió llegar
extrañamente hasta donde estaba la fuerza pública. Al
percatarse de que estaba frente a los militares, disparó su R-
15 que un segundo antes alguien le había bajado. Dejó varios
heridos pero recibió una lluvia de plomo.
Bajo esas condiciones no debe extrañar, entonces, que los
cadáveres carbonizados de Alfonso Reyes Echandía, Ricardo
Medina Moyano y José Eduardo Gnecco Correa, hubiesen
presentado proyectiles no disparados por armas del M-19.
Además de la experticia en balística que detalladamente
practicó en todos los casos el Instituto de Medicina Legal con
dictamen negativo, a título ilustrativo podríamos referirnos
brevemente al caso de los Magistrados Medina y Gnecco, en
cuyos cuerpos calcinados se hallaron proyectiles
correspondientes al Calibre 7.62, disparados según el
Departamento de Criminalística por Fusil G-3 de fabricación
alemana: Ocurre precisamente que la única arma de ese tipo
introducida por el M-19 al Palacio, el fusil Nro. 69104336, no
disparó en ninguno de los eventos los proyectiles examinados.
Adolfo Atehortua 65

Pasados cinco años de la toma del Palacio de Justicia,


fueron los sucesos del cuarto piso los que indujeron al
Procurador Delegado para las Fuerzas Militares a solicitar la
destitución del General Arias Cabrales:

Allí había rehenes, sus vidas corrían peligro, eran inde-


fensos, no se puso atención por parte del Ejército a sus
llamados de angustia. El General Arias Cabrales permitió la
intensificación del operativo militar que comprometió la vida
y la integridad física de las personas ajenas a la confrontación
y que allí permanecían.

La situación ocurrida en el baño y en el cuarto piso del


Palacio de Justicia fue manejada por el General Arias
Cabrales con indiferencia y desinterés por la integridad física
de los rehenes allí cautivos; y con mayor razón si de acuerdo
con las conclusiones técnicas parciales referidas se precisa
que la muerte de algunos rehenes fue consecuencia directa
del operativo militar.

Su comportamiento puso en evidencia su desapego a las


reglas básicas del ordenamiento constitucional y civil y a las
cláusulas más conocidas del Derecho Internacional Huma-
nitario. La forma como el General Arias Cabrales asumió el
operativo militar trajo como consecuencia la afectación de la
buena imagen de las Fuerzas Armadas, sustento indiscutible
de nuestro Estado de Derecho.

3. ¿Cómo se incendió el Palacio de Justicia?


Aunque las razones de los incendios acaecidos en el Palacio
de Justicia podrían rastrearse también en lo exasperado de la
confrontación armada entre militarismos -para quienes lo
obsesivo era la eliminación del contrario sin que importasen
las consecuencias-, sin embargo, la ubicación y las causas de
sus orígenes no pudieron ser establecidas plenamente en las
investigaciones realizadas.
La más certera deducción indica que las primeras llamas
se gestaron en el sótano, debido a las cargas colocadas por el
66 Que pasó en el Palacio de Justicia

M-19 para prevenir el ingreso de los tanques. Estas explosiones,


unidas a los disparos del primer «Urutú» que logró acceso e
hizo blanco sobre varios vehículos estacionados en el parquea-
dero, dieron lugar a las llamaradas que observó el conductor
del blindado Jairo Solano Jiménez y que fueron incluso
percibidas por Agentes del Copes que en ese momento inten-
taban penetrar por la azotea al cuarto piso de la edificación.
No obstante, no fue ésta la chispa de donde brotó el
incendio general del Palacio. Sin ligazón con ella, grandes
llamaradas fueron percibidas al entrar la noche en puntos muy
diversos y distantes, sobre las cuales las únicas versiones
incriminatorias fueron emitidas por el Mayor Carlos Fracica
Naranjo y el Consejero de Estado Samuel Buitrago Arango.

Según el primero, encontrándose en la biblioteca, ubicada


en el primer piso:

Reinó un olor como a marihuana o bazuco, poste-


riormente del cuarto piso nos fueron lanzadas varias bombas
incendiarias y químicas y nosotros permanecimos en el sector
y posteriormente se apreció que en el cuarto piso rompían
los vidrios lanzando gran cantidad de expedientes quemados,
los cuales cayeron en la biblioteca e incendiaron las divisiones
de las oficinas y la conflagración general del edificio.

Al vernos rodeados por las llamas y que el humo nos


asfixiaba, me vi obligado a salir por el mismo sector por donde
entré y mi desplazamiento fue acompañado por los disparos
que nos hacían del cuarto piso.

Otra, sin embargo, fue la apreciación del Consejero


Buitrago:

Aproximadamente a las seis de la tarde, no estoy bien


seguro pues hasta la noción del tiempo se pierde en esas
circunstancias, observé que algunas personas que no puedo
identificar, pero que vestían de civiles, prendían fuego a
Adolfo Atehortua 67

papeles del primer piso en el costado y esquina donde


funcionaba la biblioteca de la Corte y del Consejo de Estado.

Si bien la investigación judicial no logró elucidar el asunto,


es pertinente señalar algunos pasajes que colocan en cuestión
ciertas hipótesis:

· Las comunicaciones radiales entre los comandantes de


tropa refieren una razón muy diferente sobre el retiro de sus
destacamentos ubicados en biblioteca, luego de las siete de
la noche:

Le acaban de botar una granada lacrimógena aquí en el


sector donde está el Mano Yuca Francisca. El (...) que está
con él le tocó salir. Ese es el humo que Usted ve. Cambio...»

QSL. QSL, Arcano 5. Cambio

Entonces hay que tener cuidado, pues no se sabe si esa


granada lacrimógena la lanzó quién: Si fue el enemigo o
fuimos nosotros mismos. Cambio.

· Siguiendo la frecuencia, las llamas en la biblioteca sólo


fueron reportadas luego de las 9:00 P.M.:

Ellos como se habían parapetado en la biblioteca pren-


dieron fuego, prendieron fuego y tenemos algunas dificultades

Si, en medio del brutal combate en el cuarto piso y luego


de «acentuados tiroteos» y de las «fuertes detonaciones de
bombas», como dijera el Doctor Humberto Murcia Ballén, se
había presentado allí el incendio, es factible, de todas maneras,
que el M-19, en su desespero, determinara arrojar los mate-
riales incendiados al primer piso -que se sabía en poder de las
Fuerzas Armadas-, como sistema de erradicar o alejar instinti-
vamente las llamas.
Independientemente de cualquier polémica, algunas
situaciones dejan mucho qué pensar:
68 Que pasó en el Palacio de Justicia

· En primer lugar, el Palacio de Justicia era la fortificación


cuya dominación absoluta pretendía conseguir el M-19. En
consecuencia, resulta apenas ilógico que premeditada o
conscientemente intentaran prenderle fuego. Por el contrario,
los doctores Hernando Tapias Rocha y Samuel Buitrago
Arango, entre otros, pudieron apreciar que «algunos gue-
rrilleros», pretendían «aplacara el fuego» «con las mangueras
que se encontraban en las paredes de las escaleras».

· En idéntico sentido, la sobreviviente del M-19, Clara


Enciso, relató a Olga Behar

Una imagen dantesca que nunca lograría borrar de su


mente: Pedro, fusil en mano y una manguera en la otra,
intentaba desesperadamente extinguir el fuego: cubría a todos
los que pasaban con su fusil mientras peleaba contra las
inesperadas llamas.

· Si seguimos la sencilla y desprevenida declaración del


bombero Manuel Beltrán García, es inquietante encontrar
un gran contraste de conductas:

Nos retiramos porque el tiroteo del Ejército era indes-


criptible... Nos retiramos sin que la labor se hubiera concluido,
se oían voces de oficiales del ejército que decían que para
qué apagábamos eso, que el objeto de ellos era quemar eso
para que la gente que estaba adentro saliera.

Si no hubiéramos sido interrumpidos por la balacera, pues


hubiéramos apagado completamente el incendio. Ese tiroteo
(desde el exterior) fue de un momento a otro, una cuestión
repentina, sin razón de ser, porque ellos a lo único que podrían
apuntarle sería a las llamas... Yo creo que hubiéramos evitado
que mucha gente hubiera muerto por la acción del incendio.

· El cohete AT-M72AZ o «rocket», utilizado indiscri-


minadamente por las Fuerzas Militares dentro del Palacio,
es un arma antitanque de alto poder explosivo, con una
temperatura de detonación que oscila -según criterio del
Departamento de Criminalística- entre los 1.5 y los 4.0 grados
centígrados. Su disparo genera además un fogonazo de
Adolfo Atehortua 69

retroceso que puede alcanzar 15 metros de largo y 8 de ancho,


con un ángulo de abertura cercano a los 3 grados.

· En un momento determinado del operativo, fueron


captadas las siguientes palabras en la comunicación interna
de los militares:

ARCANO 5: ¿Dispone de granadas incendiarias? Cambio.


RPT (Repita)
ARCANO 5: Granadas incendiarias. Cambio.
Le respondo en tres minutos.
ARCANO 5: QAP. (Quedo Pendiente).

4. ¿Qué pasó en el baño del tercer piso?


En la mañana del siete de noviembre, incapaz el Ejército de
neutralizar la resistencia que desde uno de los baños y en las
escalas aledañas sostenía un grupo de guerrilleros encabezados
por Andrés Almarales y Ariel Sánchez, se tomó la decisión de
romper las paredes con explosivos para obtener allí lo que no
se había conseguido plenamente en el cuarto piso.

Según explicó el Mayor Fracica:

Ante la imposibilidad de llegar al sitio... ya que cada vez


que se intentaba penetrar se recibía gran cantidad de fuego...
se adoptó por perforar algunos muros buscando los huecos
de los ascensores y llegar a ellos por la parte exterior.

Hasta ese momento se había ensayado absolutamente todo.


Los militares pedían por radio:

Un personal con capacidad de colocación de cargas


explosivas para romper por alguna parte a efecto de sacarlos
de ahí porque ni las ametralladoras de los Urutú y cascabel
que están acá, ni las granadas de mano que hemos empleado
han servido y tampoco hay campo suficiente de tiro para
emplear un rocket.
70 Que pasó en el Palacio de Justicia

Los muros del baño se habían constituido en un parapeto


infranqueable para los guerrilleros, desde el cual intentaron
también -entrada la mañana- buscar de nuevo un cese al fuego
y lograr algún tipo de mediación para entregar con vida los
rehenes.
Las tentativas expuestas con lujo de detalles en los textos
de Olga Behar y de Ramón Jimeno, tienen igualmente serias
sustentaciones en las pruebas y testimonios obtenidos por la
investigación judicial. La tentativa más clara fue la realizada
con el Magistrado Arciniegas, pero, en vez de vislumbrar una
esperanza, sus declaraciones sirvieron a los militares para
localizar más exactamente la ubicación de los guerrilleros.
Los técnicos de explosivos, en el momento preciso en que
los delegados de la Cruz Roja insistían en entrar al Palacio
para cumplir la función de mediación encomendada por el
Presidente Betancur, colocaron dispositivos plásticos y
derribaron el muro que abrió paso al final de los aconteci-
mientos.
Una vez activado el explosivo y según lo constataron los
peritos de Medicina Legal en Inspección Judicial practicada
por el Juzgado 77 de Instrucción Criminal, se pudieron realizar
disparos posteriores con rockets, cohete AT-M72AZ o en su
defecto con granadas de cañón de 9 milímetros disparados
por tanques cascabel.
De acuerdo con versiones recogidas durante la misma
diligencia, los peritos concluyeron igualmente que lesiones
como la recibida por el doctor Salom Beltrán

Fueron determinadas por la fragmentación del revesti-


miento metálico del o de los proyectiles explosivos que impac-
taron sobre las paredes limitante y pared nororiental del baño
con desempotramiento y proyección del toallero hacia el
interior del baño.

De la misma forma, la muerte de la doctora Aura Nieto


Adolfo Atehortua 71

Navarrete, habría sido ocasionada por disparos propulsados

A través del agujero localizado sobre la pared nororiental


del baño y por debajo del mesón del lavamanos que
corresponde al sitio en donde se halla la llave del registro del
agua, trayectoria que sitúa al tirador en la parte externa del
baño, más exactamente apostado sobre la vigueta del ducto
de ventilación interponiendo su arma por el agujero ante-
riormente dicho.

Algo similar concluyeron los peritos con respecto a la


doctora Luz Stella Bernal Marín y otras personas, es decir,
que la pérdida de sus vidas tuvo lugar cuando se ametralló
desde la parte externa el interior del baño, aprovechando el
boquete abierto con explosivos.
Herido el doctor Lisandro Romero en las mismas circuns-
tancias, fue rematado por proyectiles y esquirlas de granada
cuando en último momento la guerrilla le permitió abandonar
su refugio. Según el mismo concepto técnico, la muerte del
Magistrado Manuel Gaona Cruz se produjo por disparos
realizados «desde la parte superior de la escalera que conduce
al tercer piso», cuando intentaba abandonar el baño una vez
«autorizado» por Almarales; situación similar ésta a la
padecida por el doctor Horacio Montoya Gil, destrozado por
una granada de fragmentación.
De modo que, al ataque con explosivos en un costado del
baño -que fue respondido espontáneamente por miembros del
M-19 ocasionando también las heridas del Magistrado Tapias
Rocha- siguió la descarga contra quienes, intentando aban-
donar aquel infierno, ganaron el pasillo confiados en su
investidura de magistrados, civiles y rehenes. Sólo las mujeres
y algunos rehenes más, cuando al final todo parecía consu-
mado, fueron recibidos con respeto sobre sus vidas. Entre ellos,
intentaron camuflarse por cierto tres guerrilleros, logrando
sólo una su increíble fuga.
72 Que pasó en el Palacio de Justicia

Instantes antes de este final dramático, el General Samudio


Molina había presionado a sus subalternos con órdenes e
instrucciones imperiosas:

Entiendo que no han llegado los de la Cruz Roja, por


consiguiente estamos con toda la libertad de operación y
jugando contra el tiempo. Por favor, apurar a consolidar y
acabar con todo y consolidar el objetivo. Siga...

Sigue siendo crítico el tiempo para dar por cumplida la


misión y tomar por completo el objetivo. De manera que
espero, yo sé que las demás unidades que están compro-
metidas de Arcano me están escuchando, les pido, les exijo
máximo esfuerzo, estamos contra el tiempo. Siga...

Estamos urgidos de que esta situación se defina. Cambio...

No se olvide la frase de la Biblia: ustedes son mis hijos


amados en quien tengo puestas todas mis esperanzas.

6. ¿Desaparecidos en el Palacio de Justicia?


Como dantesco broche a los tristes episodios del Palacio
de Justicia, Colombia continúa hoy sin conocer el destino de
los desaparecidos. Se trata de ocho empleados de la cafetería,
tres visitantes y por lo menos dos guerrilleros que intentaron
salir del Palacio colándose entre los rehenes.
Al rededor de los empleados de la cafetería, la primera
preocupación empezó cuando, recién terminado el operativo,
se desata la leyenda de que aquellos habían colaborado con el
M-19 con el ingreso anticipado de armas e incluso elementos
aptos para construir barricadas, además de numerosas provi-
siones que tendrían disponibles en sus refrigeradores para resistir
por largo tiempo. El falso argumento cayó por su peso ante las
evidencias que una y otra vez arrojó la investigación, al tiempo
que nacían nuevos indicios sobre su desaparición real.
Adolfo Atehortua 73

Todo parece indicar que, a pesar de las insistentes negativas


por parte de los altos mandos de las fuerzas comprometidas,
un primer núcleo de rehenes salió por el sótano cuando los
tanques lograron su retoma. Jairo Solano Jiménez, Capitán
del Ejército, reconoce que, una vez recuperado el sitio, fue
«sacado personal por esa área» y concretamente «unas señoras
que decían ser de la cafetería»; hecho sobre el cual también
quedó clara constancia en las comunicaciones internas del
Ejército:

ARCANO 2: Es que por el otro sector occidental evacua-


ron otras personas, pero esa no tengo la relación porque no
nos hemos podido mover de acá. Cambio.
«ARCANO: QSL ¿la lista de la salida del lado occidental
quién la puede tener?

Por otra parte, ante el Procurador General de la Nación


elevó denuncia sobre estos hechos el ex-agente de inteligencia
Ricardo Gómez Mazuera el 1o. de agosto de 1.989, quien,
manifestando «un conflicto de conciencia cada vez menos
soportable», adujo:

El señor Carlos Augusto Rodríguez Vera, administrador


de la cafetería del Palacio de Justicia, salió del Palacio y fue
llevado a la Casa del Florero sin ninguna lesión. De allí fue
enviado a la Escuela de Caballería por orden del Coronel
Alfonso Plazas Vega, quien dio las siguientes instrucciones:
«Me lo llevan, me lo trabajan y cada dos horas me dan
informe». El Coronel Plazas se basó en la hipótesis de que en
la cafetería del Palacio se habían escondido armas previa-
mente al asalto y por ello ordenó torturar al Señor Rodríguez
por «cómplice». El señor Rodríguez murió durante las
torturas.

Otro indicio de singular importancia para el caso en


examen ha sido señalado por la suerte de los estudiantes del
Externado, Eduardo Matzon y Yolanda Santodomingo,
74 Que pasó en el Palacio de Justicia

detenidos como guerrilleros y cruentamente interrogados en


la Dijin y en el Centro de Inteligencia Militar Charry Solano,
sin dejar constancia de su salida en las listas de rehenes
liberados del Palacio de Justicia.
La débil hipótesis del Tribunal Especial de Instrucción,
según la cual los empleados de la cafetería habrían sido
conducidos como rehenes al cuarto piso donde murieron
calcinados, es cuestionada -entre otros indicios- por la versión
de Juan Gossaín, quien obtuvo comunicación telefónica con
personas que se identificaron como empleados de la cafetería
y que permanecían fuera del dominio del M-19 en los pisos
inferiores cuando empezaba la retoma del Ejército.
No obstante, el caso más singular es el de Irma Franco
quien, según decenas de testimonios y pruebas, logró salir con
vida del Palacio, fue capturada en la Casa del Florero, con-
ducida al segundo piso y sacada de allí con rumbo nunca
conocido. En las mismas comunicaciones del Ejército, existe
con respecto al hecho un reconocimiento explícito:

Arcano 5: Otero está QSL en la salsa, parece que lo tiene


Usted allí entre el personal. Cambio.
Arcano 2: No, negativo. Únicamente pudimos obtener
inclinación de una sujeto que es abogada y que ya fue
reconocida por todo el personal. Cambio.
Arcano 5: Esperamos que si está la manga no aparezca el
chaleco.

Transcurridos cinco años, así condenó el caso de los


desaparecidos el Procurador General de la Nación:

En cuanto a este problema, coinciden los Informes del


Tribunal Especial de Instrucción, del Juzgado 30 de Ins-
trucción Criminal y de la Procuraduría. Se trató de distintos
grupos de personas sobre las que hubo evidencias sobre su
presencia en el Palacio sin que hayan aparecido ni vivas ni
muertas. El primer grupo está integrado por los trabajadores
Adolfo Atehortua 75

de la cafetería y Doña Lucy Amparo Oviedo de quien sus


familiares afirman que, luego de una visita al Tribunal
Superior de Bogotá, se había trasladado a la Corte. El segundo
grupo estaba conformado por los guerrilleros que lograron
salir con vida. Clara Helena Encizo apareció con vida en el
extranjero. En cuanto a Irma Franco, se comprobó su ingreso
al Palacio en donde fue atendida en la Oficina 107.
76 Que pasó en el Palacio de Justicia
Adolfo Atehortua 77

* IV *

LAS DECISIONES

1. ¿Cómo se convirtió el Palacio de Justicia en objetivo


militar del M-19?
En diciembre de 1985, poco después de que el gobierno
nacional y el M-19 firmaran la tregua en el municipio de
Corinto, el Ejército Nacional emprendió una severa operación
de asedio contra la organización guerrillera que, con varios
de sus frentes, se hallaba concentrada en «Alto Yarumales»,
un punto ubicado sobre la cordillera central en el departamento
del Cauca. Carlos Pizarro, comandante de las columnas gue-
rrilleras, solicitó entonces la rápida presencia de la Comisión
de Paz.
La situación no era nada fácil. La Comisión partió de
Bogotá con tres versiones encontradas. Por un lado, las fuerzas
militares acusaban al M-19 de asaltar al ingenio azucarero
«Castilla» y secuestrar en la región a varios industriales. Por
otro, los sectores cercanos a la organización guerrillera
hablaban de ruptura de la tregua, hostigamientos, bombardeos
y muertes, mientras el ejecutivo consideraba que se trataba de
episodios sin mayor importancia, de los cuales el M-19
pretendía sacar ventajas publicitarias.
Luego de atravesar múltiples obstáculos, la Comisión llegó
al campamento en donde Pizarro informó que llevaban cuatro
días de combate con el Ejército. Las tropas de infantería se
hallaban a treinta metros de la primera línea de defensa del
M-19.
No obstante, Pizarro reiteraba su disposición a negociar
un cese al fuego para recuperar la vigencia de la tregua. A su
turno, Carlos Morales, coordinador de la Comisión, señaló
que era evidente un desplazamiento importante del Ejército y
78 Que pasó en el Palacio de Justicia

decidió levantar un «acta» que sería presentada al alto


gobierno:

Cabe señalar que en el transcurso de varias visitas, se hizo


evidente la intensificación del operativo militar tendiente a
desplazar y/o rodear al grupo del M-19 asentado en la zona
de San Pablo y San Pedro. Esta maniobra se inició antes del
asalto al Ingenio Castilla.

Poco a poco empezó a derribarse la muralla impuesta sobre


los medios de comunicación y Yarumales. Pese al ambiente
decembrino, el país empezó a informarse acerca de lo que
acontecido. El Ingenio Castilla había sido asaltado por otra
organización guerrillera y los industriales se hallaban en poder
de delincuentes comunes. Entonces el gobierno modificó sobre
la marcha los argumentos que justificaban el operativo: ningún
Ejército del mundo podía permitir la construcción de una
fortaleza que daba cuerpo a una «república independiente».
Detrás del aplomo de Pizarro, quien irradiaba seguridad
por la certeza de no haber roto los acuerdos, había un plan de
defensa militar rigurosamente concebido: trincheras para
resistir intensos bombardeos, posiciones dominantes sobre el
terreno y munición suficiente; organización militar y previsión
de vías para la retirada.
Según revelaron las comunicaciones del Ejército, había un
hecho que sorprendía a los militares: en los patrones
tradicionales de la actividad guerrillera colombiana, operaba
luego del golpe la retirada veloz para evitar enfrentamientos
frontales y prolongados. Ahora, en cambio, el M-19 no aban-
donaba sus posiciones. El propio Pizarro, por el contrario,
declaraba que en Yarumales el M-19 había encontrado su
«centro de gravedad» y perdía por completo la sensación de
inestabilidad, ambulante y móvil.
El 18 de Diciembre, Carlos Morales regresó al Cam-
pamento. Allí manifestó que el Presidente Betancur estaba
Adolfo Atehortua 79

preocupado pero enérgico, pues creía la versión militar sobre


el asalto al Ingenio. Advirtió, sin embargo, que con John
Agudelo Ríos, habían decidido manejar públicamente el
conflicto de Yarumales. Agregó que el Ministro de Defensa,
Miguel Vega Uribe, le había solicitado que le dijese al M-19
que, fuera de seguir peleando, sólo quedaban dos opciones:

Salir por delante desarmados y vestidos de civil, o por


detrás, con las armas.

Pizarro manifestó que con ese procedimiento el gobierno


estaba reimponiendo la guerra pero que, de todas maneras, el
M-19 insistía en negociar.
Una vez regresó a Bogotá, la Comisión lanzó una ofensiva
a través de los medios de comunicación. Argumentó que la
tregua estaba rota y que sólo una comisión de altísimo nivel
podría salvarla. Vinieron enseguida quince días de violentos
combates en Yarumales, atentados urbanos y tortuosas
negociaciones en Bogotá. Al final, el 5 de Enero vino el
acuerdo: se reafirmaron los términos del pacto de agosto,
firmado en Corinto, y el M-19 se comprometió a movilizarse
en un plano razonable. Ante la opinión pública, el gobierno
justificó la negociación con un argumento peregrino: se trataba
de «un contingente de niños a los que no se podía exterminar
militarmente», declaró el Ministro de Gobierno.
Es evidente que en Yarumales los guerrilleros fortalecieron
su posición frente a la negociación, pero también frente a la
guerra. En su concepto, la resistencia armada por más de
veintiséis días, sin retroceder un centímetro, había obligado
al gobierno a una renegociación de los acuerdos. Para el M-
19 Yarumales había partido en dos su propia historia: «antes
de Yarumales y después de Yarumales».
De allí surgió un M-19 embriagado con la convicción de
no haber sido vencido por el Ejército a pesar del empleo de
80 Que pasó en el Palacio de Justicia

todas sus fuerzas ofensivas. La percepción de la guerrilla


reforzaba una nueva conducta. No sólo tenían la posibilidad
de derrotar al ejército, sino que «efectivamente lo habían
derrotado»: «no por nocaut, pero si por decisión», declaró
Carlos Pizarro.
El M-19 interpretó que las negociaciones ya no se harían
en Bogotá sino en los propios campamentos del movimiento
guerrillero. En los barrios de algunas ciudades, como Siloé en
Cali, el M-19 construía sectores inexpugnables para la fuerza
pública. En concepto de los rebeldes, las correlaciones de poder
y fuerza se habían transformado.
Según los análisis de la guerrilla, entre la firma de la tregua
en Corinto y el combate en Yarumales, las cosas ya no eran
iguales. En primer lugar, el proyecto democrático, de simple
doctrina abstracta, se había convertido en una realidad
concreta, «en una democracia en armas». En adelante, el
pueblo no debía limitarse a la protesta. Era el momento de
ejercer la democracia. Era el momento de «ser gobierno».
Yarumales ofreció al M-19 la convicción subjetiva de haber
derrotado a las fuerzas militares. Si Yarumales se había
convertido en el «centro de gravedad» de la lucha armada, si
transitaba por allí el meridiano de la política nacional, no era
el momento de luchas pacíficas, dispersas e inorgánicas. Las
correlaciones de poder en la política se hallaban a su favor. Al
margen de la validez empírica de esta percepción, lo cierto es
que ella produjo efectos de verdad sobre el conjunto del
movimiento y, sobre esa verdad fabricada, se montaron los
análisis posteriores.
En el llamado «Congreso de Los Robles», realizado por el
M-19 poco después del combate en Yarumales, la percepción
se confirmó con la masiva asistencia de amigos y simpatizantes
de todos los rincones del país que burlaban el cerco militar y
desconocían la prohibición oficial del evento, para reunirse
con los insurgentes. Si en Yarumales 250 guerrilleros resis-
Adolfo Atehortua 81

tieron el múltiple asedio militar sin abandonar sus posiciones;


si en Los Robles algunos miles de simpatizantes los acom-
pañaban por encima de los obstáculos gubernamentales, nada
ni nadie podría impedirles en poco tiempo el acceso al poder
del Estado. El poder se tornó entonces, para el M-19, en una
vibrante obsesión, en un verdadero fantasma. Como nunca
antes, una especie de afán militarista entró a gobernar su
dinámica política. Como, según su concepción, habían
derrotado al Ejército en Yarumales, era el momento de lanzar
una ofensiva político-militar a su antojo, una guerra total al
Ejército Nacional. El M-19 no estaba a merced de negociación
alguna; estaba llamado a «ser gobierno».

Podemos ser gobierno. Somos capaces de enfrentarnos al


sostén de la antidemocracia en Colombia. Cuando eso se
demuestra, cuando así se actúa, las masas responden
inmediatamente. El fenómeno de masas en esta región, durante
el combate de Yarumales, nos está demostrando que las masas,
su instinto democrático, las ganas de victoria del pueblo se
despiertan; y se despiertan en masa. Y estas ciudades del Valle
del Cauca lo han demostrado. Ahora simplemente veamos en
el espejo de las masas y digamos eso; ya no hay diferencias
entre el M-19 y las masas. ¿Cuál es la diferencia? ¿En dónde
está? La gente se siente del M-19 y lucha por el M-19 y van y
rompen el cerco en la plaza pública y se meten en la ma-
nifestación.

La auto imagen del M-19 giraba, además, en torno a las


masas conquistadas por las armas. Según su análisis, Yaru-
males las traía a raudales. Ahora presionaban para confundirse
con la organización en un solo movimiento:

Nos toca aceptar que esto es un problema de masas,


escuchar a la gente, ver a la gente, oír cosas nuevas. Nos llegó
en serio el momento de mover este país. El fenómeno de
masas, de mayorías, de pueblo, de democracia en concreto,
ha impuesto definitivamente una nueva realidad, una nueva
manera de ver, de hacer, de organizar cosas -en la guerra, en
82 Que pasó en el Palacio de Justicia

la política, en la propaganda, en la logística- y si no vemos


eso, no vamos a poder hacer absolutamente nada. Cambió la
correlación de fuerzas en este país.

La percepción del M-19 sobre su evolución y madurez para


convertirse en gobierno, su credo en la transformación de una
«democracia abstracta» en «democracia en armas», le hicieron
confundir una favorable pero circunstancial corriente de
opinión pública, con una inserción vigorosa y orgánica de
masas en el movimiento armado. El enfoque militarista los
condujo al desenfoque en los análisis.

Al iniciarse el gobierno de Betancur, era indiscutible la


imagen y el prestigio acumulado por el M-19 a lo largo del
gobierno de Turbay. Como extraña paradoja, cuando los
militares alcanzaron su más alto grado de influencia en la
toma de decisiones sobre el orden público, más creció y se
fortaleció la guerrilla. De modo que la negociación con el
gobierno de Belisario no fue más que un espacio para fortalecer
la propia causa. En medio de la prepotencia armada, el M-19
no comprendió la diferencia entre el gobierno del «Estatuto
de Seguridad» y el gobierno del «sí se puede»:

Antes era la prepotencia; los vamos a acabar, afirmaba el


General Camacho Leyva. Ahora es el constitucionalismo:
que se quedaron con las armas, que están quebrando la
constitución. De todas maneras, después de la amnistía de
Belisario no querían hablar con nosotros. Que tienen que
entregarse, decía; y fue a Madrid, y también mamó gallo.
Hasta que reventó Florencia, y al otro día llamaban por
teléfono: ¡A ver!, qué es lo que quieren, muchachos.

En criterio del M-19 sólo lar armas lo garantizaban todo:

En toda propuesta política nuestra, advirtió Pizarro, hay


un elemento que las convierte en realidad: la presencia
Adolfo Atehortua 83

vigorosa de las armas. Nuestras propuestas políticas siempre


han avanzado a partir de nuestra capacidad militar. Es decir,
la guerra tiene en el M-19 una particularidad, y es que en el
M-19, en toda su historia, nada se puede entender sin la
presencia de nuestras fuerzas militares, no importa su grado
de desarrollo.

Las armas remplazaban las lógicas de la política. No


existió, por ejemplo, un análisis sistemático sobre las contra-
dicciones articuladas en el seno del gobierno de Betancur, sobre
la dinámica de las relaciones de fuerza entre el Presidente y
los militares, sobre los cambios que se presagiaban en el
régimen político, ni sobre el papel internacional que jugaba el
presidente.
El M-19 hizo el tránsito de Turbay a Betancur con la idea
de que su caudal de prestigio era una suma fija, inmodificable
e incapaz de sufrir mengua. Fue un grave error de análisis.
Por encima de sus contradicciones, debilidades y vacilaciones
en la política de paz, Belisario intentaba conducir la lucha
armada a un estado de notable ilegitimidad. Lejos de
entenderlo, el M-19 lo alimentó con su conducta.
Al reforzar las acciones armadas, no sólo despejaba las
vacilaciones de Betancur. Tampoco lograba comprender la
dinámica de las relaciones de fuerza en que su gobierno se
movía, para colocarlas de su parte. Por el contrario, el milita-
rismo aisló al M-19 de sus metas posibles para adscribirlos
irremediablemente sobre las armas; los separó de los procesos
reales para entorpecerles toda capacidad objetiva de poder.
El M-19 supuso, con precipitud y prepotencia, tácticas de
acelerada movilización del pueblo y de rápida integración de
las masas a su proyecto militar. Arrastrado por la premura de
ser gobierno, incurrió en arrogancias que alimentaron las
respuestas militares. Por eso el hilo conductor entre Yarumales
y Los Robles se extendió hasta el Palacio de Justicia.
84 Que pasó en el Palacio de Justicia

En Yarumales el M-19 creyó derrotar al Ejército. En Los


Robles se sintió con la fortaleza suficiente para asumir la
condición de ser gobierno y para convocar a todo el pueblo.
La toma del Palacio de Justicia la ideó como un acto del
«nuevo gobierno». Sólo ello explica la decisión de juzgar al
presidente Betancur por su «traición a la paz». Si bien la idea
surgió de Álvaro Fayad y Luís Otero la ejecutó, fue la historia
de la organización la que condujo a ella.

2. ¿Por qué el presidente del «diálogo nacional» no conversó


siquiera con el presidente de la Corte?

2.1 Ni negociación, ni diálogo


Poco después de las 11:30 A.M. del 6 de Noviembre de
1.985, cuando recibía las cartas credenciales a los embajadores
de México, Uruguay y Argelia, el director de protocolo de la
Cancillería informó al presidente Betancur sobre el asalto al
Palacio de Justicia. En marcha del nervioso ritual, el Presi-
dente tomó la primera decisión: el Secretario General de la
Presidencia de la República, Víctor G. Ricardo, debía centra-
lizar la información y enterar sobre el hecho a los ministros y
a los mandos militares. El general Caviedes, comandante del
Batallón Guardia Presidencial, por su parte, recibió una doble
orden: mantener al presidente al corriente sobre los sucesos y
tomar todas las medidas que juzgase oportunas «para
restablecer el orden y, en todo caso, evitar derramamientos de
sangre».
Con notoria prontitud -poco antes de las 12:00 A.M.- Víctor
G. Ricardo se comunicó con el Ministro de Defensa: efecti-
vamente, le dijo el General Vega Uribe, el M-19 había asaltado
el Palacio de Justicia, pero ya el Ejército tenía tropas dispuestas
para repeler el asalto. Pocos minutos más tarde, el general
Miguel Maza Márquez informó también al Presidente
Betancur que se trataba de un numeroso grupo de asaltantes
Adolfo Atehortua 85

del M-19, que buscaba tomar a los Magistrados como rehenes


para presionar una negociación con el Gobierno.
Acelerado el ritual diplomático por el jefe del Estado, se
hicieron presentes en su despacho los Ministros de Gobierno
y de Comunicaciones, Jaime Castro y Nohemí Sanín, respec-
tivamente. La Ministra de Comunicaciones, no obstante el
destape informativo desplegado durante el proceso de paz,
acababa de prohibir la transmisión en directo de los sucesos.
Con el presidente se encontraba el Ministro de Relaciones
Exteriores, Augusto Ramírez Ocampo.
Hacia la una y cuarto de la tarde, el Secretario General de
la Presidencia informó al Presidente Betancur que todos los
magistrados y funcionarios estaban retenidos y que, al iniciarse
la toma, los asaltantes habían herido a bala a muchas personas
y asesinado a varios celadores.
El señor Presidente recibió estas noticias «con mucho
estupor y contrariedad», declararía el Doctor Víctor G. Ricar-
do, quien le agregó, además, que los militares ya habían
tomado una serie de medidas. Como quiera que Noemí Sanín
tuviera contacto con el periodista Mauricio Gómez, director
del Noticiero «24 Horas», el presidente y los ministros pre-
sentes procedieron a escuchar el contenido del «casette -
manifiesto» que el M-19 había hecho circular entre los comu-
nicadores como «demanda armada» presentada en el Palacio
de Justicia.
Detrás del himno de la organización guerrillera se conden-
saban las exigencias. Entre ellas, la más destacada exigía la
presencia del presidente Betancur -o de su apoderado- para
que respondiese a cada una de las acusaciones contra su
gobierno1. Los señalamientos centrales contra el presidente
Betancur consistían en:
1
Las otras exigencias eran las siguientes: 1. Publicación en los 11 más
importantes diarios de los siguientes documentos: la proclama de la toma, el
texto de los Acuerdos de cese al fuego y Diálogo Nacional, la Demanda Armada,
las Actas de la Comisión de Verificación y los Acuerdos con el FMI.; 2.
86 Que pasó en el Palacio de Justicia

Traición a la voluntad nacional de forjar la paz y firma


del acuerdo de cese al fuego con actitud dolosa y mal
intencionada.

El juicio sería adelantado por la Corte Suprema de Justicia,


poder moral y reserva democrática del Estado de Derecho, y
tendría la grandeza y la fuerza de un acto del nuevo gobierno.
La sanción, fijada a priori para el responsable, convertía al
presidente en:

Un desterrado del gobierno para que una nueva voluntad


-esta sí nacional, patriótica y democrática- asuma la tarea
posible, aquí y ahora, de hacer la paz.

La respuesta del Presidente Betancur, una vez conocida la


«Demanda Armada» fue enfática:

No hay nada que aceptar, no hay nada que negociar.

En ese momento, aunque el operativo militar ya estaba en


marcha, tomó Betancur su segunda decisión; esta vez de
carácter militar:

Después de haber escuchado el casete tomé la determi-


nación de no negociar lo que, a mi juicio, no era negociable;
por ejemplo, que el Presidente de la República se hiciese
presente en el Palacio de Justicia para atender un juicio de
responsabilidades por el proceso de paz.

No obstante, los alcances de la decisión presidencial sobre


la solución militar no fueron tan amplios como los procla-
mados y aceptados por el propio Betancur la noche del 7 de

Divulgación radial de la Proclama a través de dos cadenas de cubrimiento


nacional durante cuatro días, y 3. Creación de un espacio radial de una hora -en
tiempo de clasificación A- para que los colombianos a través de sus orga-
nizaciones gremiales, cívicas y deportivas dijesen: a. ¿Cuál es su necesidad más
apremiante? y b. ¿Este gobierno le ha cumplido?
Adolfo Atehortua 87

noviembre, una vez culminados los hechos. La decisión,


declararía ante los jueces, sólo implicaba la orden a los mandos
militares para que se restableciese el orden, se mantuviesen
las instituciones y se recuperase la edificación con las debidas
precauciones y con la totalidad de las cautelas para garantizar
la liberación de los rehenes sanos y salvos.
Según su testimonio, al presidente no le correspondía
definir el cómo de las formas de acción y de los procedimientos
concretos. Eso era de la incumbencia exclusiva de los mandos
militares. Dentro de la «regla de oro» - tomar las debidas pre-
cauciones para liberar sanos y salvos a los rehenes- él había
partido de la base de que la prudencia con que se utilizaran
las armas del Estado, la gradualidad y oportunidad en su uso,
garantizarían el cumplimiento de las instrucciones inequívocas
que había dado.
Aunque esas fueron las percepciones y memorias posterio-
res de Betancur, sin embargo, el ambiente que se vivía en su
despacho a las dos de la tarde del 6 de noviembre reflejaba
otros sucesos. El Presidente le enfatizaba a sus ministros que
no se iba a negociar, ni directa ni indirectamente a través de
mediadores; que tampoco se dialogaría pues, aunque el diálogo
era parte consustancial de su política de paz, dejaba de serlo
si se buscaba a punta de amenazas y coerciones armadas.
La no negociación, incluida la negativa a dialogar, definió
esta primera fase de la decisión de solución militar tomada
por el Presidente Betancur.
¿Por qué una decisión tan rápida y cerrada sobre un asunto
tan importante y, sobre todo, con tan precaria información?
Como diría Betancur, se trataba de una situación extraor-
dinaria en la que el margen de acción era casi nulo. En esas
condiciones, el deber del Estado se imponía sobre cualquier
otra consideración sin que hubiese lugar a prolongadas con-
sultas.
88 Que pasó en el Palacio de Justicia

2.2 «Diálogo sin negociación»


A las dos de la tarde se hizo presente en la Secretaría
General el Ministro de Justicia, Enrique Parejo González
quien, dentro del unanimismo reinante, se constituyó en la
fuente de tensiones entre la autoridad civil y los mandos
militares. Poco después, solicitado desde la 1:30 P.M. por el
presidente, se hizo presente el Ministro de Defensa, seguido
por los de Educación y Salud. Según algunas fuentes, Vega
Uribe había permanecido en su despacho atendiendo asuntos
relacionados con los hechos, mientras, según otras versiones,
el Ministro venía de la Plaza de Bolívar en donde había estado
coordinando la operación de contraataque.
Bien sea porque no hubo quórum o porque era al Presidente
a quien le competía el manejo del orden público, esa tarde no
hubo Concejo de Ministros. No obstante, como diría el
Ministro de Gobierno:

Todos los ministros, sin excepción, estuvimos muy cerca


del Presidente dada la gravedad del momento; opinamos,
aconsejamos una u otra decisión y de esa manera fuimos
partícipes o autores de las decisiones tomadas.

A las 4:30 de la tarde, el presidente, siete ministros y el


alto mando militar se reunieron, entonces, en sesión declarada
informal. Betancur advirtió que todos los expresidentes
estaban de acuerdo con él en que no se podía negociar con la
guerrilla. La no negociación se fundamentaba en la forma
violenta como se había ejecutado la toma; en las desbordadas
exigencias de los asaltantes y en diversos análisis sobre la
conducta de los guerrilleros. Dichos análisis señalaban que el
M-19 no estaba interesado en negociar, pues sus propósitos
eran los de realizar un operativo político-militar espectacular,
impactante y con amplios alcances publicitarios.
En ese momento el Ministro de Defensa solicitó la
formalización de la acción militar en curso:
Adolfo Atehortua 89

Tenemos, informó Vega Uribe, todos los operativos en


marcha, y si la decisión de Ustedes es ésta, seguiremos
adelante.

No hubo objeción alguna a la solicitud del Ministro de


Defensa:
Como yo no podía asegurar que en ese caso no habría
muertos, declararía el ministro ante los jueces, esa tarde hice
referencia a los riesgos inherentes a toda operación militar.
Señalé, por otra parte, que aunque técnicamente el rescate
era posible en unos plazos breves, sin embargo, estaban de
por medio las limitaciones asociadas con las precauciones
que había que tomar para garantizar la liberación de los
rehenes sanos y salvos.

Acto seguido el presidente Betancur preguntó a los


presentes si había objeciones a la no negociación.

Varios ministros, entre quienes yo me encontraba -declaró


después el Ministro de Justicia-, expresamos que compar-
tíamos ese criterio, pero que nos parecía que debía con-
versarse, de una parte, con el fin de ganar tiempo, y de otra
parte, con el propósito de agotar todos los recursos a nuestro
alcance para salvar la vida de los rehenes.

La Ministra de Educación señaló, a su turno, la conve-


niencia de adelantar un diálogo que explorase formas adecua-
das para evitar el derramamiento de sangre. Era la forma como
empezaba a abrirse paso la no negociación con diálogo. Pero,
para evitar dudas, el Presidente Betancur intervino con
rapidez:

Sin deponer la decisión de no negociar, se puede dialogar


para ofrecer a los terroristas el respeto a la vida e integridad
personal y el adelantamiento de un juicio imparcial.

De esa manera quedó definida la naturaleza del diálogo


aprobado: se buscaría hablar con los guerrilleros para exigirles
90 Que pasó en el Palacio de Justicia

la rendición incondicional con la contraprestación guberna-


mental del respeto a sus vidas y de unos juicios imparciales.
En el contexto de esta nueva decisión, el diálogo -como
relación social simétrica, que debe ser- quedó radicalmente
castrado al reducírsele a un juego de exigencias y de lógicas
contraprestaciones. Para despejar la incoherencia, Betancur
declararía meses después, que aunque la imparcialidad en los
juicios era algo obvio, sin embargo, esos evidentes parámetros
jurídicos podían actuar, con fuerza de convicción, sobre per-
sonas que ya habían ejecutado una serie de actos delictivos.
Dada la dramaticidad de la situación, la oferta podía funcionar,
entonces, como mecanismo de persuasión.

2.3 Consultas con notables


A partir de las tres de la tarde el Presidente inició una larga
ronda de contactos telefónicos con los expresidentes de la
república.

Los consulté, relató Betancur, porque ellos poseen ese don


del consejo que, por cierto, es un bien bastante escaso.

¿Qué habló Betancur con los expresidentes?

Según el momento en que se realizaba la conversación,


declaró el propio presidente, yo les suministraba la infor-
mación que tenía y les comunicaba también la decisión de
no negociar, de no suspender el operativo que la fuerza pública
había puesto en marcha y de ofrecer a los asaltantes, como
era nuestro deber, el respeto de su vida e integridad personales
y el seguimiento del juicio que ordenan las leyes vigentes.

Los interlocutores expresaron «agradecimientos por la


información suministrada, solidaridad para con las Institu-
ciones y el Gobierno, deseos fervientes de que la situación
fuera superada de manera satisfactoria. Igualmente encon-
traron conveniente para el país, a más de ajustada a la Constitu-
Adolfo Atehortua 91

ción y las leyes, la posición asumida por el Gobierno.


En sus particularidades, Turbay Ayala aconsejó al Presi-
dente concederle a los guerrilleros una pausa de respiro. No
había por qué olvidar la experiencia de la Embajada Domini-
cana donde éstos, sin acosos, vacilaron en jugarse la vida.
Carlos Lleras Restrepo le manifestó al presidente Betancur
que por ninguna circunstancia podía aceptar la pretensión de
los guerrilleros de someterlo a un juicio. No obstante, en otra
charla, le aconsejó al Ministro de Gobierno que se rodease
con la tropa la manzana del Palacio de Justicia. Ni Lleras
Restrepo ni Alberto Lleras Camargo, recordaron después que
Belisario les hubiese informado que la tropa estaba entrando
al Palacio.
Betancur contactó en Europa al expresidente Alfonso
López. Este declaró ante los jueces que esa noche, después de
conversar varias veces con el presidente, pensó que habría un
operativo especial de rescate, cuidadosamente preparado, para
establecer luego un diálogo con el M-19. En la última charla
telefónica, López le manifestó también al Presidente que había
recibido información sobre impedimentos del gobierno para
el acceso de la Cruz Roja al Palacio de Justicia. Una semana
después de los sucesos, López declaró textualmente:

Yo sí fui consultado, y tengo que decir en realidad de


verdad que le dije al presidente que teníamos que tomar
determinaciones ya que no había una segunda instancia, es
decir, que los presidentes no podían consultar o pasarle «el
balón a otra persona para que decidiera.

Cuando el turno le correspondió a Misael Pastrana, quien


estaba en Mónaco, le dijo al Presidente que los alcances de la
acción guerrillera no se agotaban en la búsqueda de una fácil
transacción, sino que lo que estaba en juego eran los principios
básicos de la vida del país.
La ronda telefónica también cubrió a los candidatos a la
92 Que pasó en el Palacio de Justicia

presidencia. Álvaro Gómez le dijo a Betancur que el manejo


del terrorismo requería un punto de equilibrio entre la inteli-
gencia y la energía:

Este es un desafío a la excelencia de las Fuerzas Armadas


y de los sistemas de mantenimiento del orden público, lo que
sigue es el ejercicio de la inteligencia.

A Virgilio Barco el presidente le informó que en cualquier


momento, después de las diez de la noche, la operación militar
estaba lista para ingresar al Palacio de Justicia. El candidato
liberal se limitó a agradecer la información recibida.
Finalmente, Luís Carlos Galán manifestó que el Presidente
le había dicho a las 4:15 de la tarde, que la clave del desenlace
dependía de «tumbar o no una puerta», pero que, una vez se
hiciese, los guerrilleros serían sometidos. El Jefe del Nuevo
Liberalismo aconsejó no arriesgarse a una acción definitoria
que pusiese en peligro la vida de los rehenes. Al día siguiente
Galán insistiría en la posibilidad de un «diálogo humanitario».
Cuando le preguntó directamente al presidente acerca de la
situación del doctor Reyes Echandía, Belisario guardó silencio
y se limitó a contestar que no veía con claridad la solución.
En suma, más que consultar a los expresidentes y candi-
datos, lo que Betancur hizo fue entregarles un informe
genérico, descriptivo e inconexo sobre hechos cumplidos. Sin
embargo, numerosos fueron los consejos brindados: no acosar
a los guerrilleros (Turbay); rodear la manzana (Lleras R); aunar
a la energía una buena dosis de inteligencia (Gómez H.); no
precipitarse a una acción definitoria y buscar un diálogo
humanitario (Galán).
Estos consejos -como podrá observarse- estuvieron
divorciados del real desenlace de la toma. Y aunque muy pobre
resultó la consulta como base para adoptar decisiones, todos
los expresidentes y candidatos rechazaron el acto terrorista
mientras le ofrecían al presidente su solidaridad. Era precisa-
Adolfo Atehortua 93

mente eso -rechazo y solidaridad- lo que el Presidente Betancur


requería para legitimar decisiones ya tomadas.

2.4 Las últimas oportunidades


Los dramáticos llamados del presidente de la Corte,
Alfonso Reyes Echandía, colocaron sobre el Consejo de
Ministros un nuevo problema: ¿Era posible impulsar «el
diálogo» sin decidir la suspensión del operativo militar? La
respuesta se obtuvo de inmediato: «un cese al fuego solo era
posible si se liberaba a los rehenes y se desalojaba la edifica-
ción». En otras palabras, la condición básica para el cese al
fuego (rendición de los guerrilleros) se confundía ahora con
el objetivo del «diálogo» (la rendición de los guerrilleros).
Pero los militares lo entendían así: la vigencia del operativo
constituía la premisa básica para garantizar la vida de los
rehenes. Ordenar el cese al fuego por fuera de los requisitos
establecidos, daría oportunidad para que los asaltantes
mejoraran sus posiciones y obtuvieran un margen mayor de
operación.
En ese momento, tres importantes actores demandaron la
suspensión total o temporal del operativo militar: el M-19, el
presidente de la Corte Suprema de Justicia y un sector
minoritario de ministros.
A nombre del M-19, miles de colombianos escuchamos la
solicitud de cese al fuego como condición para iniciar
conversaciones. Era emitida por Luís Otero y Alfonso Jacquin.
Interrogado a este respecto, Belisario Betancur diría que, aunque
no escuchó personalmente la solicitud de los guerrilleros, se le
había informado exactamente sobre sus peticiones.
No obstante, dentro de lógica del «diálogo» inicialmente
propuesto en el Consejo de Ministros, la aspiración del M-19
no encajaba en parte alguna. Para el gobierno, la rendición de
los guerrilleros era la premisa para decidir el cese al fuego.
94 Que pasó en el Palacio de Justicia

Más problemáticas resultaron las conversaciones entre los


presidentes de las tres ramas del poder público. Aunque otros
medios lo lograron más temprano, sólo a las cinco de la tarde
se estableció contacto telefónico con el doctor Reyes Echandía.
El director de la Policía, General Delgado Mallarino -»gran
amigo del Doctor Reyes», según Betancur y «casi su hermano»,
según Vega Uribe, fue designado por el presidente para que
atendiese la conversación.
El General Delgado, vocero ahora del gobierno, se limitó
a decirle que la fuerza pública tenía instrucciones para
garantizar la liberación de los rehenes sanos y salvos, pero
que de por medio se atravesaba la necesidad de salvaguardar
las instituciones. Reyes, por su parte, le advirtió sobre la
gravedad de la situación y la necesidad de suspender las
operaciones militares. Como respuesta, el General Delgado
pidió que le pasase al teléfono al guerrillero que lo acom-
pañaba, quien resultó ser Luís Otero. Fue la única oportu-
nidad, muy breve, de contacto entre Betancur y Reyes; sólo
que el primero no le pasó al teléfono.
El Presidente Betancur declararía que, por las circuns-
tancias especiales en que se encontraban los magistrados, había
considerado poco prudente hablar con el doctor Reyes:

Al escuchar por la radio la voz angustiada del doctor Reyes


y oír de sus propios labios que le estaban apuntando las armas
de los guerrilleros, me di cuenta de las limitaciones explicables
que en ese momento tenía su propia entereza.

Desde otro escenario, el presidente del Congreso de la


República intentaba tender un puente entre Betancur y Reyes.
Desde las tres de la tarde el senador Álvaro Villegas tuvo el
primer contacto con el presidente de la Corte. Este último le
solicitó que hablara con el presidente Betancur para obtener
la orden de un cese al fuego que permitiera el diálogo con los
guerrilleros. Villegas transmitió textualmente la solicitud al
Adolfo Atehortua 95

presidente Betancur solicitándole, por otra parte, que él


personalmente le comunicase al presidente de la Corte «qué
pensaba o qué podía decidir sobre su petición». Para facilitarle
el contacto, Villegas le suministró a Betancur el número
telefónico de la oficina del doctor Reyes.
Transcurrido un tiempo prudencial, fue de nuevo Reyes
Echandía quien se comunicó con su homólogo del Congreso.
Se lo sentía «angustiado», declaró Villegas:

Estamos en el cuarto piso. Los soldados están en el tercero.


Los asaltantes notifican que si las tropas suben al cuarto piso,
nos matan a todos. Nos van a matar, doctor Villegas, haga
algo.

Dígale al Presidente -habló por su parte el guerrillero que


acompañaba a Reyes Echandía- que si continúan disparando,
vamos a volar el Palacio de Justicia.

Textualmente, Villegas trasladó los mensajes al presidente


Betancur recordándole, de paso, que el doctor Reyes esperaba
su llamada. Belisario respondió que seguramente el teléfono
estaba dañado, porque no contestaban. «No puede ser cierto»,
acotó Villegas, «acabo de hablar con él».

Bueno -le confió en intimidad el Presidente- quiero


confiarle a usted solamente que no voy a negociar.

El presidente del Congreso procedió a transmitir al presi-


dente de la Corte la decisión de Belisario. Reyes Echandía,
con una conciencia de mártir declarada, se limitó a dolerse
por no haber obtenido siquiera que el presidente de la Repú-
blica le pasara al teléfono.
Meses más tarde Betancur declaró que, en un momento
dado, se habían interrumpido en forma súbita las comuni-
caciones con la Corte y que, como el presidente del Congreso
no había permanecido en la sede de gobierno, mal podía
96 Que pasó en el Palacio de Justicia

conocer el desarrollo de los acontecimientos, la secuencia y el


contenido de las comunicaciones telefónicas.

¿Qué sucedió con el contacto telefónico entre Luís Otero


y el Director General de la Policía?
Después de escuchar la cerrada oferta del gobierno -rendi-
ción incondicional, seguridad para sus vidas y juicios
imparciales- Otero le replicó al General Mallarino que esa no
era garantía, que no podía creer en el gobierno, pues tenían
muy presente lo que acababa de suceder a sus militantes en el
sur de Bogotá. 2 En resumen, contó después Delgado
Mallarino:

El diálogo se redujo a mi insistencia en la entrega porque


su actitud era insensata. No tenían derecho a poner en peligro
la vida de los rehenes.

Tras la entrega, insistió Mallarino, el gobierno les


garantizaba la vida así como un juicio justo e imparcial. Pero
Otero, según el General, respondió que se trataba de un
operativo político-militar que llevarían hasta las últimas
consecuencias y que, sin más explicaciones, le había colgado
el teléfono.

Frustrado el diálogo con Luís Otero, un sector minoritario


de Ministros (Justicia, Comunicaciones y Educación) propuso
que, para facilitar un contacto del Ministro de Justicia con su
paisano y ex-compañero de estudios, Andrés Almarales, se
suspendieran las acciones que el COPES estaba realizando
en la azotea del Palacio. La propuesta no sólo fue calificada
como «conveniente» sino que, según el propio Ministro de
Justicia, fue adoptada con «la aquiescencia» del Presidente de
la República.
2
Días atrás, un grupo de jóvenes integrantes del M-19 habían sido detenidos
por la fuerza pública y luego entregados sus cadáveres.
Adolfo Atehortua 97

Conviene recordar que la operación por la azotea había


sido automáticamente decidida por el General Delgado
Mallarino aparentemente al margen del director del operativo
militar, General Arias Cabrales:

Tan pronto me enteré de la toma del Palacio de Justicia,


declaró Delgado Mallarino, ordené que se intentara a toda
costa el rescate de los honorables magistrados planeando en
primer término la toma de la terraza del Palacio de Justicia y
a través de ella el acceso al cuarto piso, pensando en que era
urgente evitar que los terroristas pudieran retener a los
Magistrados como rehenes.

El Ministro de Justicia intentaba contactar a Andrés


Almarales cuando el General Delgado informó sobre el
ingreso del Copes, un cuerpo especial de operaciones de la
Policía, al cuarto piso del Palacio de Justicia. Eran las seis de
la tarde. El doctor Parejo González protestó con energía:

Lo califiqué de un desacato a lo acordado por los ministros


con la aquiescencia del Presidente. Dije que el Consejo de
Ministros había sido puesto en ridículo. A mi protesta se sumó
la de varios ministros.

Según Parejo, el General Delgado argumentó que iba a


buscar nueva información. Muy pronto regresó para mani-
festar que los temores del Ministro de Justicia eran infundados:
nadie, ni vivo ni muerto, había sido encontrado por la Policía
en el cuarto piso. Sin embargo, esa información resultaría falsa:
los cadáveres de varios Magistrados, entre ellos el de Reyes
Echandía, fueron hallados en el cuarto piso.
Al margen de la debilidad de algunas apreciaciones de
hecho, ese fue el único evento revelador de tensiones en las
relaciones entre civiles y militares.
Para el presidente Betancur, aunque la propuesta sobre el
cese de la acción militar efectivamente había sido presentada,
98 Que pasó en el Palacio de Justicia

en ningún momento se aprobó decisión alguna sobre la


suspensión del operativo. El ministro Parejo, declaró después
el presidente Betancur, asumió su propio pensamiento como
decisión de todos los presentes.
El General Delgado Mallarino, a su vez, ratificó la posición
de Betancur agregando que el ministro Parejo estaba muy
confundido y que a las cinco de la tarde del 6 de noviembre,
nadie estaba en condiciones de afirmar si había o no muertos
en el cuarto piso del Palacio de Justicia.
Para el Presidente y para el Director General de la Policía,
el asunto no fue más que una propuesta minoritaria que en
ningún momento se transformó en decisión. En ese sentido
adquieren vigor empírico las indicaciones que señalan al
Presidente ordenando expresamente proseguir con la acción
militar.
Frustrado el contacto con Almarales, el presidente Betancur
reiteró su oferta a través de destacados periodistas como
Enrique Santos, Juan Gossaín y Yamíd Amat. En charla
telefónica con el Presidente de la Comisión de Paz, Jhon
Agudelo Ríos, se consideró útil la intervención de personas
de reconocida prestancia para que, a través de mensajes
radiales, buscaran influir en el ánimo del M-19 con el propósito
de que cesara su acción y se entregaran a las autoridades.
A las once de la noche el equipo de Gobierno -sólo faltaba
el Ministro de Hacienda- se reunió en la Secretaría General.
Los acompañaba, además, la esposa del Presidente. Betancur
puntualizó las siguientes tesis:

Primera: aunque con el manejo dado, la imagen del


Gobierno se vería debilitada en algunas franjas de la opinión
pública, había que privilegiar como hecho el fortalecimiento
de las Instituciones.

Segunda: desde ese momento, sin esperar el juicio


definitivo de la historia, el presidente asumía las respon-
Adolfo Atehortua 99

sabilidades correspondientes por la no suspensión del


operativo.

Tercera: en relación con la política de paz, había que seguir


adelante con paso firme, aunque fueran necesarios algunos
ajustes en la estrategia de manejo del proceso.

Hubo enseguida una ronda de intervenciones ministeriales.


Mientras Nohemí Sanín insistía en la conveniencia de los
contactos de su colega de Justicia con Andrés Almarales; Jaime
Castro, por su parte, cuestionaba «la inteligencia» de los
Servicios de Inteligencia, aprovechando la ocasión para
testimoniar su reconocimiento a las fuerzas armadas por su
subordinación a la autoridad civil.
El Ministro de Justicia, por su parte, pensaba que a esa
hora ya habían muerto varios magistrados. Aunque el informe
del Director de la Policía lo llenaba de optimismo, sus temores
no se disipaban por completo: podían estar ante una tragedia
de consecuencias impredecibles.
La intervención de Parejo ocasionó llamados a la unidad.
El gobierno habría de salir fortalecido, enfatizó el Ministro
de Defensa, porque, ante todo, evitó el derrumbe institucional.
Continuaban las intervenciones de sus ministros cuando
el presidente Betancur, en nuevo contacto telefónico con el
expresidente López, fue informado sobre versiones según las
cuales el Gobierno impedía el acceso de la Cruz Roja al Palacio
de Justicia. De inmediato, afirma Belisario, pensó en la
mediación de la Cruz Roja. Como no habían fructificado las
expectativas de una rápida recuperación del Palacio, como
los contactos telefónicos se habían frustrado y los mensajes
radiales no habían evidenciado mayor eficacia, se intentaría,
entonces, «el diálogo» a través del organismo internacional.
Antes de levantar la informal reunión, Betancur hizo a sus
ministros una insólita petición. En contraste con la vigorosa
capacidad discursiva que le era conocida, «para el mensaje
100 Que pasó en el Palacio de Justicia

que dirigiré mañana al país», les dijo, «si alguno de ustedes


quiere ayudarme con una frasecita o incluso un párrafo, me
sentiría muy agradecido. A la una y treinta de la madrugada
se levantó la reunión citándose a Concejo de Ministros a las
9. A.M.

2.5 La decisión inmodificable


Al iniciarse la sesión del Concejo de Ministros continuaba
vigente la decisión de «dialogar» sin negociar.

Si se dialoga, señaló Betancur al abrir la reunión, es para


buscar la rendición de los subversivos, pues en ningún
momento se negociará, ni se pactará con ellos.

Tampoco ahora se detendría el operativo militar, pues las


condiciones para su vigencia continuaban intactas. Ni los
asaltantes se habían rendido, ni los rehenes habían sido
liberados.
Tan inmodificables estaban las condiciones para mantener
la acción militar, según Betancur, que cuando la Cruz Roja
entró al Palacio fue recibida con ráfagas de ametralladora».
Aunque en carta al Secretario General de la Presidencia el
delegado de la Cruz Roja había hecho esa afirmación -que los
guerrilleros los habían recibido a punta de ametralladora-, sin
embargo, en entrevista concedida al periodista Manuel Vicente
Peña no estuvo tan seguro:

No puedo decir que la guerrilla nos disparó; puede que a


nosotros no nos hayan hecho fuego, puede que haya habido
rebote de balas.

Observemos cómo se desenvolvió la jornada para el


funcionario encargado de llevar adelante tan delicada misión:
Adolfo Atehortua 101

7 A.M. Personalmente el presidente Betancur solicita la


mediación a la Cruz Roja.
10 A.M. Citado al Palacio de Nariño, Carlos Martínez Sáenz,
delegado de la Cruz Roja, esperó durante dos largas
horas mientras una comisión de ministros redactaba
el mensaje que fue revisado en dos oportunidades por
el presidente Betancur y se le suministraba un equipo
de comunicación para hacerlo llegar a los guerrilleros.
El mensaje ratificaba la oferta hecha el día anterior a
Luís Otero en cuanto a garantías en caso de rendición.
12:30 M. Se trasladó al Museo 20 de Julio en donde les dijo a
los militares:

Señores, vengo en cumplimiento de esta orden que


me ha dado el gobierno y quedo bajo la protección de
ustedes.

Sin embargo, los militares replicaron:

En este momento es imposible, aguárdese un


poquitico, cuando sea oportuno, el General dirá a qué
horas puede entrar.

El Presidente Betancur, por su parte, ordenó que los


mandos militares que ejecutaban el operativo, rodearan al
presidente de la Cruz Roja de todas las facilidades y precau-
ciones para el cumplimiento de su misión.

2 P.M. Martínez Sáenz fue dejado en las puertas del Palacio


de Justicia para que avanzara en cumplimiento de su
misión. El General Arias Cabrales había dado la orden
para su ingreso. Sin embargo, esta fue la declaración
del líder de los socorristas:

Estuve en el tercer piso con el Comandante de la Brigada


y súbitamente cesó el combate y se terminó la acción. De
manera que yo no pude conversar con los señores que inva-
dieron el Palacio y no alcancé a entregar ni el radio ni el
mensaje.
102 Que pasó en el Palacio de Justicia

Todo parece indicar, entonces, que cuando la Cruz Roja


ingresó al Palacio de Justicia el sangriento desenlace estaba
terminando o que, por lo menos, el operativo militar estaba
en su fase final. Por esta razón y por la persistente evidencia
empírica de que el operativo militar en ningún momento fue
suspendido, causa sorpresa que el General Arias Cabrales haya
declarado ante los Jueces que:

La suspensión del fuego por parte de la fuerza pública


para permitir al director de Socorro de la Cruz Roja difundir
su mensaje, fue otra actitud encaminada a la recuperación de
las víctimas, que no encontró eco en los antisociales.

Con la mediación de la Cruz Roja, además, el gobierno


no hizo otra cosa que insistir en la propuesta formulada por
teléfono el día anterior: que reflexionaran y se entregaran:

Yo no renunciaba, diría Belisario Betancur, a la ilusión


de que, si nos era posible hacer reflexiones reiterativas a los
asaltantes, éstos en algún momento entrarían en razón.

De todas maneras, sorprende que desde la llegada del


doctor Martínez Sáenz al Palacio de Nariño y su ingreso al
Palacio de Justicia, hubiesen transcurrido casi cinco horas:
dos y media en la casa presidencial mientras redactaban la
misma oferta que se había hecho a Luís Otero por teléfono
un día antes, y otras dos en la Casa del Florero mientras el
director del operativo, General Arias Cabrales, autorizaba su
ingreso. Al margen de la buena voluntad de la Cruz Roja, los
cierto es que cayó enredada entre los complicados juegos del
poder. Jamás nadie había llegado tan tarde con un mensaje
tan intranscendente sobre un asunto tan importante, como
era el de la salvación de los rehenes.
Adolfo Atehortua 103

2.6 El epílogo
Alrededor de las cuatro de la tarde el Concejo de Ministros
escuchó los primeros informes radiales sobre el radical y
violento desenlace.
Los primeros informes de la radio confirmaron lo que hasta
ese momento había sido una imprecisa sensación de
desinformación. Esta situación quedó recogida en las decla-
raciones del Ministro de Justicia, según las cuales, durante
esos días no había existido información adecuada sobre las
operaciones militares:

Por eso, varios ministros nos quejamos de no estar


suficientemente informados de lo que ocurría, porque dadas
las frecuentes y fuertes explosiones que escuchábamos,
solíamos preguntarnos a qué se debían.

El propio Presidente, aunque recibió información más


concreta, no estuvo en buenas condiciones con respecto a
informes globales y puntuales. Los datos eran inconexos o no
se transmitían: por ejemplo, sobre el caso del doctor Arci-
niegas, enviado por los guerrilleros con un mensaje para el
gobierno, Betancur sólo se enteró una vez transcurridos los
sucesos, por noticias de la prensa. A pesar de que el presidente
calificó la información recibida del Ministro de Defensa como
adecuada, oportuna y efectiva -máxime cuando no se contaba
con otra fuente, además de la radio-, sin embargo, reconoció
que, mirados a la luz de la información posterior, no cabía
duda de que sus informes habían sido incompletos.
Las intervenciones de los ministros tuvieron como única
fuente de conflicto las posiciones del Ministro de Justicia.
Mientras Parejo señalaba que la severidad de los juicios de la
historia, de la opinión nacional y del sector judicial, y advertía
que el gobierno podría ser juzgado por «imprevisión en el
manejo de la emergencia», el presidente Betancur puntualizó
que, para poder avanzar en los juicios, se requería información
104 Que pasó en el Palacio de Justicia

más precisa. Envueltos como estaban en el torbellino de los


sucesos, podían ser presa fácil de precipitud en los juicios.
Enseguida el Ministro de Gobierno reforzó la posición del
presidente con un nuevo llamado a la unidad, a la coherencia
y a la identificación solidaria con las decisiones tomadas. Al
sentirse aludido, el Ministro de Justicia manifestó que modi-
ficaba su petición de investigación sobre las operaciones
militares, por la presentación de un informe por parte del
Ministro de Defensa.
El Ministro de Hacienda, Hugo Palacio Mejía, pidió evitar
las autoflagelaciones y señaló como grandes responsables a
los «hampones del M-19». De todas maneras, dijo, se ha hecho
lo que se debía, y aunque nos embargue el dolor, no se debe
pedir perdón. El presidente Betancur remató, entonces, la parte
discursiva de la sesión:

Muchas gracias, señores ministros. Vamos a estudiar el


futuro. En el proyecto de alocución que leí, digo que yo asumo
la responsabilidad. Por supuesto que también digo que
consulté. Está culminado uno de los capítulos más tremendos
de la historia que tendrá repercusión universal. La más grande
enfermedad del género humano, que es el terrorismo, ha
recibido un tratamiento ejemplar.

A las 6:30 P.M. se levantó la sesión. Poco después, el


presidente proclamó al país que él, como Jefe de Gobierno,
asumía la totalidad de las responsabilidades por las decisiones
tomadas, tanto por aquellas relacionadas con la solución
militar del conflicto como por las vinculadas a las formas
concretas del operativo.
Con el rostro contrito y tras 28 largas horas de tensión,
Belisario confesó al país que esa inmensa responsabilidad la
asumía el presidente de la República:

Para bien o para mal mío estuve tomando las decisiones,


dando las órdenes respectivas, teniendo el control absoluto
Adolfo Atehortua 105

de la situación. De manera que lo que hice fue por cuenta


mía y no por obra de factores que pueda y deba controlar

2.7 Las decisiones de los militares


Cuando a las 12 del día el secretario general de la presi-
dencia se comunicó con el Ministro de Defensa, éste le informó
que el ejército ya había enviado tropas para repeler el ataque.
En efecto, desde las 11:40, el Comandante de la Décima
Tercera Brigada, General Jesús Armando Arias Cabrales,
había enviado a la zona del conflicto la Fuerza de Reacción
Inmediata:

Cuando supe, declaró el General Arias, que elementos


subversivos habían ingresado cruentamente al Palacio de
Justicia, dispuse como competente el movimiento inmediato
de tropas disponibles al área de los problemas.

Por su parte, el Director General de la Policía declaró


también que, tan pronto se enteró -a las 12:30- de la toma del
Palacio de Justicia, ordenó la operación de un comando
especial por la terraza de la edificación.
Aunque se especulaba desde días atrás que en cualquier
momento el M-19 trataría de tomarse el Palacio de Justicia u
otra unidad administrativa del Gobierno, al medio día del 6
de noviembre de 1.985, sin que mediara orden general o
especial de la autoridad civil, las Fuerzas Armadas y de Policía
-ante un gravísimo conflicto de orden público en el que estaba
en juego la vida de magistrados, funcionarios y numerosos
ciudadanos- reaccionaron a la manera natural de los bomberos
ante un incendio, que sencillamente se apaga sin permiso
alguno.
Al tenor de las indagaciones judiciales, el presidente señaló
que la responsabilidad de la dirección del operativo había sido
asignada a los mandos militares a través del Ministro de
Defensa. Este manifestó, a su vez, que había instruido al
106 Que pasó en el Palacio de Justicia

Comandante del Ejército, General Rafael Samudio Molina,


sobre la decisión del presidente Betancur, incluyendo la
necesidad de tomar medidas adecuadas para salvaguardar la
vida de las personas que se encontraban en el Palacio de
Justicia. En coherencia con ese discurso de jerarquizaciones,
el General Samudio advirtió que personalmente no había
recibido órdenes directas del presidente de la República, y
que las instrucciones le fueron comunicadas por el Ministro
de la Defensa. Finalmente, el General Arias Cabrales,
designado para dirigir la operación militar por su condición
de estratega, manifestó que había recibido en efecto las ordenes
de su superior jerárquico inmediato, el General Samudio
Molina, quien aprobó el plan de operaciones y a quien le
informó sobre el desarrollo del operativo.
Arias Cabrales puntualizó además que, aunque no había
elevado consultas directas al Presidente Betancur, como era
lógico, el General Samudio le había dicho que se contaba con
la aprobación del Presidente, tanto en lo referente a la
necesidad de la acción, como a la forma concreta de ade-
lantarla. Por consiguiente, según el testimonio del comandante
de la acción militar directa, General Arias Cabrales, el
Presidente Betancur conoció el plan de operaciones y aprobó
su forma concreta de aplicación.
En ese ajedrez de actores militares rígidamente jerar-
quizados, una pieza clave estuvo constituida por el Coman-
dante del Ejército. En primer lugar, a través de una sola fuente,
que fue el Ministro de Defensa, conoció los detalles sobre el
alcance del carácter de la decisión de solución militar tomada
por el presidente. Segundo, le correspondió aprobar el plan
de operaciones en sus particularidades técnicas. En tercer lugar,
fue la instancia que recibió la información más detallada e
integrada sobre el desarrollo global y puntual de la operación
militar. Y cuarto, de acuerdo con tales situaciones privile-
giadas, estuvo en favorables condiciones de poder para manejar
Adolfo Atehortua 107

la información casi a su antojo, tanto hacia arriba como hacia


abajo, sobre todo en lo referente a los detalles y a los eventos
concretos.
Una rápida muestra de las grabaciones hechas por radioa-
ficionados a las comunicaciones militares, evidencian esa
situación privilegiada de poder en cuanto a la recepción y
entrega de información, por parte del General Samudio, como
base para tomar, o para aconsejar, decisiones concretas:

NUEVO INFORME AL GENERAL SAMUDIO

ARCANO 6: ...Entonces vamos a tratar de abrir del segundo piso


hacia abajo. Cambio.
PALADIN 6: Quería decir lo siguiente: estos sujetos están sacando
un comunicado ahorita por la radio... manifiestan
que exigen la presencia de Vásquez Carrizosa. Si
eso no se cumple comenzarán -dicen ellos- a matar
uno a uno los rehenes y lanzarlos por el 4o. piso.
Dígame si está QSL.
ARCANO 6: QSL. Cambio.
PALADIN 6: Y que si pretenden atacarlos tendrán comandos
suicidas en diferentes sitios para atacar otras insta-
laciones. Siga.
ARCANO 6: QSL. Cambio.
PALADIN 6: De manera, cierto o no cierto sus planes de ellos,
hay que apresurar la decisión nuestra. Siga.
ARCANO 6: Entendido paladín 6. Cambio.
PALADIN 6: Bueno, entonces espero que se cumpla y éxitos.3

IMPONGA EL PLAN DE OCUPACION

PALADIN 6: R. Mire Arcano 5, estos individuos tienen planes


para buscar concentraciones y manifestaciones de
apoyo y de presión... Imponga de una vez el plan
de ocupación y control de la ciudad e impida
concentraciones y manifestaciones públicas. Siga.
ARCANO 5: Eh, desde las 5:30 está ese plan de ocupación...
3
Según Manuel Vicente Peña: PALADIN, fue la posible clave del General
Rafael Samudio; «ARCANO 6», la clave del General Jesús Armando Arias
Cabrales y «CORAJE 6», la clave del General Miguel Vega
.
108 Que pasó en el Palacio de Justicia

PALADIN 6: Le voy a ordenar a la Escuela Militar lo apoye


también. Siga.
ARCANO 6: R. Anoche la Escuela Militar nos apoyó en los
barrios circunvecinos a la Escuela. Cambio.
PALADIN 6: QSL. Entonces hay que hacer demostración de
fuerza y no dejarnos que estos cabrones tomen la
iniciativa...

LOS SUPERIORES EXIGEN

PALADIN 6: ¿Cuál es la situación actualmente?


ARCANO 6: La situación: Entre 1o. y 2o. piso, dominado...
Entonces estamos en este momento, en el 3o. piso...
PALADIN 6: QSL. Bueno, sigue siendo crítico el tiempo para dar
por cumplida la misión y tomado totalmente el
objetivo, de manera que espero -yo se qué las demás
unidades que están comprometidas, si acaso me
están escuchando- les pido, les exijo máximo
esfuerzo, estamos contra el tiempo. Siga.
PALADIN 6: R. Mire dígale a Arcano 6 que hace un momento
hablé con Coraje 6, también está preocupado por el
tiempo.
ARCANO 5: Estamos haciendo el esfuerzo principal, en estos
momentos, Paladín 6, en el sector donde están los
rehenes. Siga.
PALADIN 6: Hay que dejar secundariamente los cadáveres y
seguir presionando e insistiendo. Siga.
ARCANO 5: ...insiste Paladín 6 en agilizar (...) el desenlace de la
ofrenda y lo está diciendo Coraje 6 que insiste en
eso. Cambio.
ARCANO 6: QSL. Se está presionando...

EL GENERAL SAMUDIO: JUGANDO CONTRA EL TIEMPO

PALADIN 6: R. Entiendo que no han llegado los de la Cruz Roja,


por consiguiente estamos en toda libertad de
operación y jugando contra el tiempo. Por favor,
apure a consolidar y acabar con todo y consolidar
el objetivo. Siga.
ARCANO 6: Vamos a... se va a hacer detonar otra carga entre el
baño del 4o.piso que ya se controló y el 3o. piso
para tratar de penetrar que es el lugar de resistencia
que nos queda en este momento. Cambio.
Adolfo Atehortua 109

PALADIN 6: Bueno háganlo...»

QUE DILATEN EL INGRESO DE MARTINEZ

ARCANO 5: Quiere Paladín que dilate un poquitico el acceso de


Martínez
ARCANO 6: R. Entendido.

ASALTO FINAL CUANDO LLEGAN LOS DE LA CRUZ ROJA

CORAJE 6: Correcto.
PALADIN 6: Coraje 6 de Paladín 6...
CORAJE 6: Mira, ¿fue la operación militar?
PALADIN 6: Afirmativo, como yo le informé. Cuando llegaron
los miembros de la Cruz Roja se estaba dando el
asalto a los objetivos finales.

Se dijo atrás que el general Arias Cabrales atribuía al


presidente Betancur no sólo el conocimiento del plan de
operaciones sino la aprobación de su forma particular de
aplicación. Al menos, advirtió fue esa la manifestación de su
jefe inmediato, el General Samudio Molina.
Se señaló, igualmente, cómo el Presidente Betancur,
después de haber asumido en la noche del 7 la responsabilidad
integral por las decisiones tomadas, había empezado a
distanciarse progresivamente del radicalismo inicial: primero
dijo que su decisión no había ido más allá de una orden a las
Fuerzas Armadas para que mantuviesen el orden y recu-
perasen el Palacio de Justicia. Precisó enseguida que, aunque
la responsabilidad global recaía sobre el presidente de la
República, hubo también responsabilidades concretas de los
agentes ejecutores, es decir, de los Comandantes del Ejército
y de la Policía, que habían tenido a su cargo el cumplimiento
del operativo. En términos más precisos: el presidente, en su
calidad de comandante supremo de las Fuerzas Armadas,
había asignado la responsabilidad de la dirección del operativo
a los altos mandos militares pero, en forma directa, no había
110 Que pasó en el Palacio de Justicia

tomado decisión alguna de índole militar. Por otra parte,


aunque se le había informado por parte del Ministro de
Defensa sobre algunos desarrollos concretos, como era lógico,
no se le había consultado cada paso ni la manera como iba a
darse.
Finalmente, en la decisión presidencial sobre el mante-
nimiento del orden y la recuperación del Palacio de Justicia,
existieron dos premisas con cierto grado de incoherencia entre
ellas:

Pensaba que -como era apenas natural- las Fuerzas


Armadas utilizarían todos los elementos de que habían sido
dotadas por el Estado para el cumplimiento de su misión,
pero, también partía de la base de que la prudencia con que
se utilizaran las armas, su oportunidad y gradualidad,
garantizaría las órdenes inequívocas que había impartido.

Dos felicitaciones extendió, finalmente, el Ministro de


Defensa una vez producido el radical desenlace. En la tarde
del 7 expresó a sus subordinados:

CORAJE 6: Quiero interrumpirlo un minuto para


expresarle un saludo de felicitación a nombre de todos los
Comandantes y del Estado Mayor Conjunto a todo el
personal -sin excepción- de sus Brigadas, de sus unidades
subalternas por el éxito de la operación, demostrando a
Colombia y al mundo el profesionalismo y el espíritu de
servicio de nuestro ejército, del cual nos sentimos todos,
particularmente yo, muy orgullosos.

La otra felicitación fue para el Presidente:

Yo tengo que expresar ante ustedes, dijo el General en la


Cámara de Representantes, mi tremenda admiración al
Presidente Belisario Betancur, por su entereza para tomar las
decisiones que él consideró, en salvaguardia de las
instituciones y en concordancia con el juramento que había
hecho
Adolfo Atehortua 111

*V*

LAS PREGUNTAS DEL MILLÓN

1. ¿»Narcos» en el Palacio de Justicia?


En rueda de prensa concedida el 1° de noviembre de 1.985,
el entonces Ministro de Justicia, Enrique Parejo González,
planteó que la «alianza» narcotráfico-guerrilla había sido la
gestora y el pilar de la incursión contra el Palacio de Justicia.
Los narcotraficantes -aseveró- tenían interés en Hacer
desaparecer los procesos relacionados con las solicitudes de
extradición formuladas en contra de ellos.

Más aún:

La intención era amenazar, cobrarse en la vida de los


magistrados la entereza de carácter que tuvieron, de negar la
demanda de inexequibilidad del tratado de extradición.

El despliegue obtenido en los medios de comunicación por


aquellas altisonantes frases fue tan importante en su momento
como, más recientemente, lo han sido las afirmaciones de
Carlos Castaño en su libro «Mi confesión», y de «Popeye»,
uno de los lugartenientes más importantes de Pablo Escobar.
El mismo término «narco-guerrilla» se acuñó para pensar
este supuesto o real fenómeno. El hecho de que el M-19
incluyera en su «Demanda Armada» alguna referencia al
Tratado de Extradición -considerado lesivo a la soberanía
nacional- se asumía como «prueba plena» de su alianza con
los narcotraficantes. A ello se sumaban fácilmente las decla-
raciones rendidas tiempo atrás por Iván Marino Ospina,
aplaudiendo las amenazas de los narcotraficantes contra la
embajada de los Estados Unidos.
112 Que pasó en el Palacio de Justicia

Para confirmar los supuestos nexos de los narcos con el


M-19, se citaban también las amenazas que los magistrados
recibieron por cuenta de «los extraditables» o el hecho de que
el asalto hubiese ocurrido contra la Corte un día antes de que
ésta estudiase la ponencia referente a la exequibilidad del
Tratado de Extradición, y de que decidiera sobre ocho
resoluciones pendientes de tal aplicación.
No obstante, cada uno de los hechos habría que mirarlos
objetivamente. Las declaraciones de Ospina, por ejemplo,
deben interpretarse en el marco de un tirante encuentro
sostenido con el Presidente Betancur en México, el 5 de
diciembre de 1.984. Sus palabras, por cierto, le ocasionaron
su destitución como Jefe máximo del M-19.
Con respecto a los demás eventos, las propias instancias
oficiales empezaron a desvirtuarlos. En sustentados informes,
tanto el Tribunal Especial de Instrucción, como la Procura-
duría General de la Nación, absolvieron al M-19 de toda
conexión o apoyo con los narcotraficantes colombianos. Según
el Tribunal, no existieron evidencias de participación de
movimientos distintos al M-19 en el planeamiento y ejecución
de la toma del Palacio de Justicia y tampoco hubo prueba
alguna que los vinculara con las amenazas inferidas a los
magistrados por los narcotraficantes o extraditables. El procu-
rador Carlos Jiménez Gómez, a su turno, esgrimió una tesis
similar al señalar la carencia absoluta de pruebas que permi-
tiesen pensar en una «relación o nexo causal entre la ocupación
del Palacio y las amenazas recibidas por Magistrados y
Consejeros».

He aquí sus argumentos:

La inclusión del Tratado de Extradición en el Manifiesto


como hecho vituperable para los guerrilleros, al lado de los
acuerdos de monitoría del Fondo Monetario Internacional,
no son sino expresiones de una posición política que pretende
Adolfo Atehortua 113

manifestar su nacionalismo rechazando toda forma de lo que


ellos califican como injerencia extranjera indebida.
Si bien es cierto que se dispone la ocupación del cuarto
piso y la toma y custodia de los rehenes, no lo es menos que
idénticas órdenes se dieron respecto a los restantes pisos y
del personal todo que laboraba en el edificio. La toma del 4o.
Piso fue parte de la operación, pero no objetivo único
Es evidente que a los narcotraficantes, interesados en el
pronunciamiento de la H. Corte sobre las demandas de
inexequibilidad, no les interesaba la realización de las ame-
nazas de muerte que ellos mismos habían pronunciado,
porque el objetivo perseguido, precisamente, consistía en que
los magistrados amenazados cedieran a la violencia que se
cernía sobre ellos y declararan la inexequibilidad que
demandaban. Sólo para la hipótesis contraria, esto es, una
decisión desfavorable a su tesis, habían prometido tomar
mortales represalias y es evidente que la H. Corte no había
hecho pronunciamiento alguno después de las amenazas...»
Muertos los Magistrados o colocados en la imposibilidad
de fallar, los extraditables nada ganarían porque el Tratado y
la Ley aprobatoria mantendrían su vigencia y el Gobierno
podría continuar expidiendo resoluciones de extradición en
consonancia con sus disposiciones hasta tanto no se produjera
decisión de inconstitucionalidad.

Sobre la fecha en que se realizó el asalto, es más fácil aún


desvirtuar los supuestos. Por un lado, se sabe que el operativo
estuvo planeado desde octubre y que fueron circunstancias
ajenas a la decisión del M-19 las que llevaron a su aplaza-
miento. La citación a la plenaria que habría de discutir la
exequibilidad del Tratado de Extradición no se había efec-
tuado, según lo constató el Tribunal Especial de Instrucción,
y el magistrado Patiño Roselli se había reservado exclusi-
vamente la atribución de elaborar el orden del día de las
sesiones, sin dar cuenta de ello a sus colegas ni al personal de
secretaria para evitar filtraciones que llegaran a los amena-
zantes. Ni siquiera los propios magistrados conocían, entonces,
cuándo habría de llevarse a cabo la sesión que abordaría el
tema de la extradición.
114 Que pasó en el Palacio de Justicia

Un último hecho puede traerse a colación: para «los


extraditables», según lo hicieron saber en comunicación
fechada el 3 de junio de 1.985, «el responsable más importante»
de la extradición era el magistrado Manuel Gaona. A él lo
acusaron, incluso, de tomar para sí las ponencias sobre la
nulidad de la extradición «porque desea que se sigan extra-
ditando nacionales hacia los Estados Unidos». Sin embargo,
el M-19 no tuvo a Gaona como objetivo importante. El
magistrado cayó casualmente en manos de Almarales y no
estuvo nunca al lado de Reyes Echandía. En el último
momento, además, Almarales le permitió salir de su cautiverio
y, al hacerlo con las manos en alto, fue víctima de las
confusiones del Ejército.
Veinte años después, John Jairo Velásquez, el conocido
«Popeye», uno de los pistoleros de Pablo Escobar, recuperó la
discusión sobre el asunto. En su versión, Iván Marino Ospina
y Álvaro Fayad, llegaron a la hacienda Nápoles para contarle
a Escobar un ambicioso proyecto que tenían en mente.
Consistía en un espectacular operativo en plena plaza de
Bolívar para denunciar a Belisario. Escobar solicitó detalles y
Fayad habló en concreto del Palacio de Justicia. A Pablo
Escobar se le pidió «un millón de dólares» argumentando la
necesidad de «traer fusiles de Nicaragua y explosivos C-4»,
relata «Popeye». Pablo Escobar ofreció entonces un avión para
trasladar las armas y los explosivos, y les propuso «aprovechar
esa entrada al palacio para darle un golpe fuerte a la extra-
dición».
El narcotraficante ofreció, entonces, dos millones de
dólares y cinco más al término del operativo, si dos de sus
hombres acompañaban al M-19 para quemar los expedientes
de todos aquellos que podrían ser extraditados y asesinar a
varios magistrados por traidores a la patria. Ospina objetó la
idea de vincular a sus hombres, pero Escobar les pidió cumplir
el objetivo. El capo decidió financiar la operación con dinero
Adolfo Atehortua 115

y armas de la mafia y prometió al M-19 una cantidad


inimaginable si lograba poner fin a la extradición. Los
guerrilleros recibieron dinero para la toma, el envío de veinte
fusiles y gran cantidad de munición, financiada por Escobar.
«A través de la cafetería –acusa Popeye- gran cantidad de
alimentos se venían almacenando». Remata que Ospina y
Batemán se refugiaron en la infraestructura del capo luego de
la toma, y que Escobar pagó los dos millones de dólares
prometidos, adicionales a los «cuarenta millones recibidos
anteriormente». Los entregó a Iván Marino Ospina «en un
carro que tenía una caleta donde se encontraba escondido el
dinero».
Las inconsistencias en el relato de «Popeye» son fáciles de
detectar:

· Iván Marino Ospina había muerto cuando surgió la idea y


se inició la planeación de la toma del Palacio de Justicia.
No tuvo nunca conocimiento de los hechos. Por consi-
guiente, le era imposible asistir a una reunión en la hacienda
Nápoles para solicitar apoyo y mucho menos recibir dinero
de la mafia cuando estaba muerto.

· Jaime Batemán murió en un accidente aéreo en 1.983. Ni


siquiera alcanzó a firmar los acuerdos de Corinto y El Hobo
con el gobierno de Betancur. ¿Cómo podía refugiarse con
Ospina «en la infraestructura de Escobar», luego del asalto
al Palacio de Justicia, si ambos estaban muertos?

· Las armas utilizadas en el operativo del Palacio fueron


traídas, en gran parte, de los frentes rurales del sur. Las
piezas procesales de la investigación judicial así lo señalan
y es reafirmado, además, por la única sobreviviente del M-
19 inmediatamente después de los hechos. Las armas de
procedencia nicaragüense son sólo seis y perfectamente
116 Que pasó en el Palacio de Justicia

podrían estar desde hace muchos años en Colombia, en


las montañas del Cauca. Los explosivos fueron hurtados
por el M-19 en canteras de cundinamarca, hecho proce-
salmente probado y constatable, incluso, con una revisión
de prensa.

· La existencia de alimento almacenado en la cafetería no


es más que la reproducción del triste rumor que cobró la
vida a sus empleados. Al realizar la inspección a sus
congeladores, una vez culminada la operación en el Palacio,
las autoridades comprobaron la falsedad de la acusación:
no existía tal almacenamiento y sus refrigeradores sólo
daban cabida, cuando más, a 100 unidades de reservas de
leche. El Tribunal Especial de Instrucción dijo al respecto:

Todas estas informaciones resultaron falsas, producto


alegre de la imaginación. Nos detenemos en el examen
del tema porque interesa restablecer la buena opinión que
merecen gentes honorables y correctas que se encontraban
al servicio del restaurante, quienes no tuvieron vinculación
alguna con los guerrilleros del M-19 y en nada pueden verse
comprometidos en los acontecimientos criminales que
horrorizaron al país.

· Con respecto al operativo, la austeridad económica del M-


19 es bastante deducible. No pudieron obtener cohetes
antitanque y tuvieron que correr el riesgo de hurtar auto-
motores y explosivos para ejecutar la acción. Las bombas
fueron todas de fabricación casera y los radios fueron
adquiridos entre los más económicos del mercado de «San
Andresito». Acudieron al apoyo financiero del grupo
armado «Ricardo Franco», y pusieron en peligro la acción
cuando los planos confiados a ellos cayeron en poder de
las autoridades.
Adolfo Atehortua 117

Contraria a la versión de «Popeye», Carlos Castaño ofrece


otra en su libro «Mi confesión». Quien se presentó a la
hacienda Nápoles fue Pizarro. Quien financió y aportó la
dinamita fue Escobar y quien concedió el armamento fue su
hermano Fidel Castaño. Pizarro pidió «un millón de dólares
por asesinar a los magistrados» y «un millón de dólares por
quemar los expedientes». Agrega Castaño que fue Guido
Parra, el abogado de Escobar, quien le explicó a Pizarro la
ubicación de los expedientes en contra del capo y qué debían
quemar. Otro narco replicó, entonces, que incluyeran los
propios y pagó trescientos mil dólares más.
Desde luego, algunas de las objeciones al testimonio de
«Popeye» pueden aplicarse a la versión de Castaño. Los planos
del Palacio de Justicia, además, fueron adquiridos desde un
principio por Otero. Carlos Pizarro no participó tampoco en
la planeación del operativo y no era, para la fecha, el coman-
dante máximo del M-19. Su labor estaba concentrada en las
montañas del Cauca con la creación del «Batallón América»
y la planeación de un asalto a la ciudad de Cali.
En uno y otro caso, lo expuesto por el Procurador debe
subrayarse: ¿qué sentido tenía para la mafia ejecutar a unos
magistrados que no habían fallado todavía los procesos sobre
los cuales guardaban interés? Sin embargo, podrían agregarse
otras preguntas: ¿qué sentido tenía quemar los expedientes si
de ellos existe copia en los juzgados de instrucción o en Estados
Unidos, si se trata de la extradición? Retrasar las decisiones
unos cuantos días, sería absurdo, máxime cuando en ese
momento ni siquiera estaban detenidos.
Por último, la pregunta más contundente para verificar lo
insulso que resulta colocar como enorme ganancia para los
narcos, la quema de sus procesos de extradición: ¿Cuántos y
cuáles capos del narcotráfico en Colombia se beneficiaron o
dejaron de ser extraditados a Estados Unidos, gracias al asalto
del Palacio de justicia y a la quema de sus expedientes?
118 Que pasó en el Palacio de Justicia

Sólo dos hechos son ciertos pero no implican por ello la


relación de Escobar con el asalto al Palacio de Justicia:

· Escobar estableció relaciones con el M-19 a partir de las


acciones y negociaciones que condujeron a la liberación
de Martha Nieves Ochoa, secuestrada por la organización
guerrillera.

· A raíz de estas negociaciones, Iván Marino Ospina sí


permaneció algunos días en la hacienda Nápoles. El propio
Escobar lo reconoció al periodista Germán Castro Caicedo
y agregó, además, que en señal de buena voluntad el
guerrillero le obsequió una subametralladora de fabricación
soviética, a la cual nunca pudo conseguirle munición la
mafia. Esto sucedió años antes de la muerte de Ospina y
en vida de Batemán.

2. ¿»Toma» anunciada?

2.1. Las amenazas contra la Corte y el Consejo de Estado:


A lo largo de 1.985, magistrados de la Corte Suprema y
consejeros de Estado recibieron con frecuencia anónimas
amenazas que se hacían extensivas a sus familiares más
cercanos. A las manos de Manuel Gaona Cruz, Carlos
Medellín Forero, Alfonso Patiño Rosselli, Ricardo Medina
Moyano y Alfonso Reyes Echandía, en su calidad de miembros
de la Sala Constitucional y Presidente de la Corte, respecti-
vamente, llegaron escritos ultrajantes, sufragios tenebrosos y
cintas magnetofónicas que, en general, hacían referencia al
Tratado de Extradición y su declaratoria de inexequibilidad
como exigencia.
Las amenazas, dice la Comisión Investigadora en su
informe sobre el Holocausto
Adolfo Atehortua 119

Se efectuaron como un medio para coaccionar e intimidar


a los magistrados, en la creencia de lograr el cambio de sus
tesis y de sus votos.

Muchas de estas «advertencias» empezaron a causar


asombro cuando en sus textos demostraban un seguimiento
total al afectado. Conocían sus desplazamientos, sus rutinas
de vida e incluso grababan conversaciones telefónicas
efectuadas desde sus hogares. Simultáneamente, una especie
de «guerra sicológica» se ensañaba contra sus esposas e hijos,
a quienes, el inusitado poder que los colombianos reconocían
en la mafia y los repetidos asesinatos de jueces, magistrados
de tribunales de distrito, periodistas o simples ciudadanos, se
les citaba como «garantes» o escarmiento de su actividad
criminal. Como obsesivo fantasma, el asesinato de Rodrigo
Lara Bonilla era un terrible y magno «ejemplo» para los
magistrados.
Bajísima era la calaña y ruin el sentido de las anónimas
amenazas:

Si el tratado de extradición no cae derrumbaremos la


estructura jurídica de la nación, ejecutaremos magistrados y
miembros de sus familias. Estamos dispuestos a morir,
preferimos una tumba en Colombia a un calabozo en los
Estados Unidos... Si actúan con inteligencia, con silencio,
no pasará nada. Serás el responsable de tu propio futuro y
del futuro de tu propia familia... No estamos jugando. No
todos nuestros enemigos pueden gozar del privilegio de la
notificación y del aviso. Actuamos de sorpresa.

Sin embargo, no sólo los extraditables enviaban escritos al


Palacio de Justicia. Algo que poco o nunca se dijo, es que
presuntos grupos paramilitares ingresaron también en la
nómina de los plagiarios. En versión testimonial sobre los
hechos, el doctor Alfonso Reyes Echandía alcanzó a referir
las amenazas recibidas por el Consejo de Estado en razón a
120 Que pasó en el Palacio de Justicia

sus recientes fallos contra la práctica cotidiana de torturas en


instalaciones militares. Un anónimo titulado «Réquiem para
el Consejo de Estado», sentenciaba por ejemplo en alguno de
sus párrafos:

El Consejo de Estado es una corte llena de títeres


extranjeros, títeres éstos, que en su gran mayoría no resisten
una somera consideración. Ahora bien, si nos resistimos a
creer que los magistrados colombianos pasan por un
momento muy crítico y decadente, habría que preguntar si
este catastrófico resultado -fallo- no es en buena parte debido
a la intervención y a la manipulación comunista que se ha
dado al caso.

Conocidas por el Ministro de Justicia y el Consejo de


Seguridad, el sentido genérico de dichas amenazas trascendió
a la opinión pública. El 3 de octubre de 1.985, la Corte
Suprema de Justicia denunció «graves, concretas y reiteradas
amenazas de muerte», relacionadas con el trámite de nuevas
demandas de inconstitucionalidad del Tratado de Extradición.
No obstante, las investigaciones y acciones policivas no
alcanzaron la celeridad y la eficacia requeridas. Aunque el
Ministro de Defensa, en su afán por mostrar resultados ante
el Congreso, relacionó las acciones desplegadas para detectar
las intercepciones telefónicas y lograr la identificación de sus
autores, los resultados procesales fueron finalmente muy
pobres: nada en concreto contra nadie, ni siquiera méritos
para una detención.

2.2 El plan develado


El viernes 18 de octubre, cuatro periódicos capitalinos: «El
Tiempo», «El Siglo», «Diario 5 P.M.» y «El Bogotano»,
informaron al unísono sobre el descubrimiento de un vasto
plan de la guerrilla urbana para tomarse el Palacio de Justicia
secuestrando allí a los magistrados. Los organismos de
seguridad e inteligencia del Estado habrían capturado varias
Adolfo Atehortua 121

personas comprometidas en la «toma», logrando el decomiso


de documentos y planos de la sede judicial. En estos planos
estaban marcados los puntos más estratégicos de la edificación,
así como

Descritos con gran precisión, piso por piso, los despachos


de los profesionales, número de empleados, horarios y pasillos
de ingreso.

«El Tiempo», por su parte, dio cuenta de «datos obtenidos


por la División de Inteligencia Militar» y «amenazas anóni-
mas» que obligaron a «extremar las medidas de vigilancia en
el Palacio de Justicia». Según los anónimos, agregó «El
Tiempo», la célula subversiva proyectaba irrumpir en las
instalaciones de la Corte aprovechando la visita del presidente
francés Francois Mitterrand.
No obstante, en diciembre de 1.985, una vez ejecutado el
asalto, el Ministro de Defensa, Miguel Vega Uribe, insistió en
que fueron falsas la informaciones según las cuales las Fuerzas
Armadas

Habían capturado a unas personas que iban a asaltar el


Palacio de Justicia, que les habíamos encontrado los planos,
las armas y yo no sé cuantas locuras más de las que muchas
veces dice la prensa.

¿Era cierto? Tal vez no sea posible precisarlo con plena


exactitud, pues, pese a las negativas y aclaraciones militares,
Germán Hernández, uno de los primeros periodistas en
escribir sobre lo sucedido en el Palacio de Justicia, retoma y
complementa las versiones en su libro «La Justicia en llamas»:

El plan inicial fracasó por un inesperado error de


camuflaje urbano. El 17 de octubre, en un costado del Palacio
de Justicia -que es un lugar poblado de raponeros y hábiles
carteristas-, dos guerrilleros fueron detenidos cuando
portaban unos completos planos del edificio.
122 Que pasó en el Palacio de Justicia

Reconocido el insuceso por la guerrillera Clara Enciso a


Olga Behar, pero negado reiteradamente por el Ministro de
Defensa en el Congreso, la presunta «novela Mitterrand-Corte»
(como la llamara Vega Uribe despectivamente), adquirió
estatuto de realidad con el testimonio del doctor Carlos Betancur
Jaramillo, presidente entonces del Consejo de Estado:

En el mes de Octubre las salas de gobierno de la Corte y


del Consejo de Estado tuvieron una reunión...con unos
oficiales de la policía (entre ellos el Coronel Herrera de la
Cuarta Estación)... Se nos informó en esa reunión que las
Fuerzas Militares habían detectado un plan terrorista
orientado a la toma del Palacio de Justicia por el M-19 y que
a eso se debían las medidas que con urgencia había que tomar
para la seguridad del Palacio. Se nos dijo que ese plan
terrorista de la toma del Palacio se quería coincidir con la
llegada del Presidente Miterrand.

Como hecho contundente, finalmente, puede advertirse que


la «Demanda Armada» presentada y publicada por el M-19
para argumentar su violento ingreso al Palacio de Justicia,
tenía como fecha el mes de octubre.
De todas maneras, lo que si admitió el Ministro de Defensa
es que al Comando General de las Fuerzas Armadas llegó un
anónimo con los siguientes términos:

El M-19 planea tomarse el edificio de la Corte Suprema


de Justicia el jueves 17 de octubre, cuando los magistrados
estén reunidos, tomándolos como rehenes al estilo Embajada
de Santo Domingo; harán fuertes exigencias al gobierno sobre
diferentes aspectos, entre ellos el tratado de extradición.

Sin discusión, sobraban las razones para prestar atención


extrema o de primer grado al Palacio de Justicia. A las repe-
tidas amenazas de narcotraficantes y grupos paramilitares, se
sumó, entonces, el despliegue periodístico y anónimos con-
cretos advirtiendo una posible toma guerrillera. De modo que,
Adolfo Atehortua 123

dentro de la lógica del deber, antes que un simple «servicio de


protección para el 17 de octubre» y unos pocos días más, «por
criterio de elemental prudencia», no sólo era necesario en
primera instancia un dispositivo especial que reforzara
inmediatamente la seguridad del Palacio, sino también, a
manera de solución permanente, imperioso era modificar
favorablemente las condiciones de seguridad ofrecidas por la
edificación, programando con destreza una certera respuesta
ante tan eventual tentativa beligerante.
Lastimosamente, ninguna de las tareas se emprendió con
la urgencia requerida. Si bien la DIJIN estudiaba desde
septiembre un plan de seguridad general para el Palacio de
Justicia, éste tan solo se presentó a los Magistrados el mismo
17 de octubre. Y lo que es peor, la casi totalidad de sus reco-
mendaciones -ligadas al mejoramiento del sistema de segu-
ridad y acceso al Palacio de Justicia-, fueron ignoradas,
rechazadas o aplazadas indefinidamente.
Estando de por medio el Poder Judicial y su máxima
Magistratura, no se cumplieron las recomendaciones de
seguridad necesarias, pese a que algunas de ellas presentaban
facilidad inmediata y a todas se les señalaba un plazo de
aplicación que para el 6 de noviembre estaba vencido o
prácticamente agotado.
En la más inexplicable de las situaciones y advertidas hasta
la saciedad de los peligros que se cernían sobre la Corte, las
autoridades policivas resolvieron unilateralmente levantar el
refuerzo policivo acordado con los magistrados, sin imple-
mentar o aplicar en lo más mínimo el sistema de seguridad
recomendado por la DIJIN.
Estos acontecimientos, discutidos en su relación causal
entre la negligencia o la voluntad manifiesta, han convertido
en justificables diversas inquietudes que del sentimiento
general resume Manuel Vicente Peña Gómez en concretos
interrogantes:
124 Que pasó en el Palacio de Justicia

¿Fue una trampa para eliminar a la cabeza del M-19 dentro


del Palacio de Justicia aún a costa de la vida de los
Magistrados? ¿Un acto de fuerza de los militares en respuesta
a los constantes ataques de la guerrilla?

Un Magistrado, Humberto Murcia Ballén, pensó de


manera similar en medio de la confrontación:

¡Dios mío! ¡Esto es una masacre consentida y anunciada!

3. ¿Quién ordenó levantar la vigilancia policial del Palacio?


La Fuerza Disponible de la Sexta Estación de Policía venía
prestando un servicio especial de vigilancia al Palacio de
Justicia consistente, en términos militares, en un «1-1-20». Se
trataba de un oficial, un suboficial y veinte agentes, entre los
cuales, la mitad se ocupaba de la seguridad externa, armados
de Galil, y los diez restantes, de la seguridad interna con
dotación de revólveres. Los primeros se localizaban al rededor
del edificio y en la puerta del sótano, mientras los últimos se
distribuían en la entrada principal -para tareas de identificación
y requisa de los visitantes-, así como en el patrullaje de pasillos,
escaleras o ascensores. En ocasiones, algunos agentes acom-
pañaban también a personas que necesitasen realizar consultas
o diligencias en los pisos segundo a cuarto de la edificación.
Pasado el sangriento desenlace del Palacio de Justicia, la
nación indignada reclamó las razones por las cuales fueron
levantadas dichas medidas especiales. Ante el Congreso en
pleno, el General Vega Uribe respondió, entonces, que dicha
decisión se había tomado por petición expresa del Presidente
de la Corte, Alfonso Reyes Echandía. El Ministro de Defensa
basó sus afirmaciones en tres constancias expedidas por sus
subalternos:
La primera de ellas, suscrita por el Teniente Coronel Pedro
Antonio Herrera Miranda, hacía referencia a una solicitud
verbal formulada por el magistrado Reyes Echandía el 31 de
Adolfo Atehortua 125

octubre. La segunda, firmada por el Comandante Operativo


de Bogotá, Teniente Coronel Gabriel Arbelaez Muñoz,
sustentaba una reunión con el Presidente de la Corte Suprema
el 1o. de noviembre en la que éste, «por razones civilistas»,
había exigido el retiro del refuerzo policivo. Finalmente, en la
tercera constancia se decía que el mando policial habría
autorizado suprimir la vigilancia ante la «orden» emitida por
el Doctor Reyes Echandía a los oficiales responsables.
Muerto ya el presidente de la Corte, la coartada de los
militares empezó a quedar al descubierto cuando la misma
entidad certificó el 18 de diciembre de 1.985 lo siguiente:

El Doctor Alfonso Reyes Echandía nunca solicitó y


menos aún ordenó, días antes del incendio del Palacio de
Justicia, que se suspendiera la vigilancia que allí debía
prestarse por parte de la fuerza pública.

Seguidamente, la Corte presentó como elementos de juicio


varios contundentes hechos, destacando como inadmisible que
a la persona a quien

En vida nadie le escuchara sus peticiones de diálogo y


cese al fuego, le apareciesen, después de muerto, celosos
guardianes de imaginarias órdenes suyas.

Poco a poco, la investigación dirigida por el Tribunal


Especial de Instrucción se encargó de clarificar aún más la
verdad. Para empezar, el subteniente Joaquín Camacho
Sarmiento explicó ante los Jueces que, en un principio, la orden
se recibió únicamente para «una semana», alargándose según
«coordinaciones que se organizaban». De consiguiente, no
existió nunca una disposición permanente que fuere levantada
a solicitud de la máxima magistratura, y mucho menos,
conciencia real de los peligros que asechaban a la Corte.
126 Que pasó en el Palacio de Justicia

Igualmente, de acuerdo con las minutas y libros oficiales


de la Estación Sexta, en los últimos días de Octubre el servicio
parecía entrar en franca desidia operativa. Así por ejemplo, el
relevo del último turno no se realizó en el Palacio de Justicia
como debía hacerse, sino en la propia Estación de Policía,
permitiéndose incluso un intervalo de cinco minutos entre el
arribo del destacamento que acababa de rendir labores, y la
partida del nuevo grupo que lo reemplazaría. Este turno
además, según la anotación de guardia, salió con un «0-0-20»,
es decir, sin oficial ni suboficial al mando. Por añadidura, en
sendas pruebas oculares sobre los libros de la Estación Cuarta
y su Subestación del Capitolio -a quienes correspondía la
cobertura policial del Palacio de Justicia-, los jueces instruc-
tores comprobaron con asombro que de tales Estaciones sólo
esporádicamente se destinaba uno o dos agentes a la sede
judicial, sin que los días 4, 5 y 6 de Noviembre se hubiere
destacado vigilancia alguna para la edificación.
No obstante, la más torpe manipulación del suceso quedó
al descubierto cuando se constató que, en las fechas de reunión
citadas por los militares, el doctor Reyes Echandía se
encontraba en Bucaramanga invitado como expositor al XIV
Congreso Nacional de Abogados, evento en el cual perma-
neció desde el 31 de Octubre hasta el 2 de Noviembre de 1.985.
Por consiguiente, no pudo ser el presidente de la Corte
quien solicitara la suspensión del servicio policial. Por tan
absurda coartada, su propio hijo, Yesid Reyes Alvarado,
instauró Denuncia Penal por «Falsedad Ideológica de
Empleado Oficial en Documento Público»; en tanto que, el
propio Tribunal Especial de Instrucción, rechazando por
«injusto» el intento de atribuirle la responsabilidad de la orden
al presidente de la Corte; ordenó compulsar las copias perti-
nentes para que por parte de los «jueces competentes», se
adelantara la investigación conducente a «establecer si los
informantes incurrieron o no en infracción penal».
Adolfo Atehortua 127

4. ¿Por qué el Palacio de Justicia y no el Capitolio o el Palacio


de Nariño?
A cien y doscientos metros respectivamente, en recintos
poblados por habitantes con otras preocupaciones y con otras
prisas, estaban las sedes de las dos restantes ramas del poder
público: el Congreso Nacional y la Casa de Nariño.
Álvaro Villegas, Presidente del Congreso, llegó al Capitolio
más o menos a las diez de la mañana. Hora y media más
tarde, mientras dialogaba con funcionarios del DANE sobre
los servicios que «en materia de sistematización podría
prestarle esta entidad al Senado de la República», llegó hasta
sus oídos el estruendo de una formidable balacera.
Este fenómeno de la audición es curiosamente analizable.
En el interior del Palacio, por ejemplo, fue más perceptible
una especie de ruido sordo y concreto. Sin duda, la confor-
mación interna del edificio hizo más sonoro, hacia el interior,
el complejo de ondas producido por la ruptura de la barrera
en el parqueadero. Su mezcla con los disparos de fusil, sirvió
sólo para hacer más densa y seca aquella primitiva manifes-
tación audible de la toma.
En el exterior en cambio, el aire transportó más ágilmente
la tonalidad de los disparos. Realizados por los guerrilleros
para cubrir su acceso y respondidos por los vigilantes para
impedirlo, sus vibraciones fueron más fácilmente expandibles
hacia afuera que hacia adentro.
Ello jugó un papel importante en la reacción inmediata de
las fuerzas del orden cercanas al Palacio de Justicia y en
especial del Batallón Guardia Presidencial: de acuerdo con lo
escuchado, supieron adivinar desde el primer instante que se
trataba de un ataque armado. Sólo restaba precisar a ciencia
cierta cual era su objetivo.
Casi paralelamente también, las ventanas del capitolio en
su costado norte se inundaron de personas movidas por una
curiosidad que se transformó rápidamente en preocupación.
128 Que pasó en el Palacio de Justicia

En el costado occidental, muchas de ellas intentaban estirar


el cuello para captar siquiera algún resquicio de lo que ocurría.
En segundos, un fugaz presentimiento enturbió el ánimo
de los Congresistas: el ataque podía extenderse hasta el
Congreso. Pero, entre ellos, algunos periodistas captaron
imaginativamente la situación. Julia Navarrete concluyó
enseguida que se trataba de la «anunciada toma del M-19».
Varios auxiliares corrieron a la Comisión Tercera del Senado
para informar a sus superiores sobre la gravedad de la
situación. En ese momento, dijo Luís Carlos Galán:

Nadie imaginaba el origen ni se sabía en donde ni entre


quienes se cumplía el enfrentamiento armado.

Rápidamente, a iniciativa de los cuerpos de seguridad, los


congresistas fueron trasladados a la oficina de la presidencia
con visibilidad hacia el Palacio de Nariño. Allí fueron testigos
de la movilización precipitada de casi cien soldados del
Guardia Presidencial quienes, luego de rendir honores a un
embajador, «rompían filas y tomaban posiciones acostados a
lo largo de los prados y las esquinas de los patios que separaban
la casa presidencial del capitolio.
Al final, a pesar de todos los temores, los guerrilleros del M-
19 no atacaron la Casa de Nariño ni cayeron sobre el Capitolio
Nacional. Su objetivo fue tan sólo el Palacio de Justicia. ¿Por
qué? Lo propaló, con reiteración, el propio M-19:

Fuimos ante el Poder Judicial, única reserva democrática


y moral del Estado Colombiano, a presentar una demanda
nacional. Como dijera Rafael Uribe Uribe, cuando las
reformas y las libertades no se conceden, el pueblo tiene que
plantear su demanda armada.

Concedida el 8 de Diciembre, esta entrevista de Fayad


amplió extensamente los términos con que la Dirección
Adolfo Atehortua 129

Nacional del M-19 explicó sus razones en una primera


«Declaración Plenaria» del 11 de noviembre:

Fue una demanda armada porque hoy los derechos del


hombre y del ciudadano tienen que ser garantizados con la
fuerza de las armas del pueblo.

En este sentido, la misma organización rindió sus argu-


mentos ante las reclamaciones públicas de la Asociación de
Empleados de la Rama Jurisdiccional:

El propósito de la acción era entablar ante la Suprema


Corte de Justicia y en nombre de la nación, una demanda
contra este gobierno. De tal forma que las armas de nuestros
hombres fueron empleadas para defender el ejercicio de esta
demanda y sus propias vidas. Jamás apuntaron contra ningún
magistrado.

Lastimosamente no hubo quien les preguntara, en el


momento, ¿por qué entonces aparece la palabra «rehenes» en
el plan operativo?
130 Que pasó en el Palacio de Justicia
Adolfo Atehortua 131

CONCLUSIONES

1. El poder civil y el poder militar


Aunque en un principio el Presidente Betancur colocó sobre
sus hombros el pesado fardo de la responsabilidad total por
las decisiones tomadas, pasados unos meses comenzó a
trasladar hacia los uniformados la cuenta de cobro por las
decisiones y acciones concretas. Los Mandos Militares, a su
turno, proyectaron en sus declaraciones ante los jueces la
imagen de una subordinación incondicional a la autoridad
civil. De un solo acto, en el seno de los actores gubernamen-
tales existían desde entonces dos versiones contradictorias.
Hipotéticamente, podría recordarse que, a las doce del día,
fueron los uniformados quienes decidieron una solución
militar que dos horas más tarde sería definida también por el
Presidente Betancur, ya porque tuviese razones propias para
hacerlo o bien porque hubiese querido formalizar el operativo
puesto en marcha por la fuerza pública. Subsidiariamente
podría plantearse que el 6 de noviembre los mandos militares
no se limitaron a las decisiones técnicas sino que, basados en
la decisión presidencial de solución militar, hubo una decisión
política consistente en la forma específica de conducción del
operativo militar
En este sentido, el relato descriptivo expuesto en la presente
investigación se mueve a favor del siguiente cuerpo de hipótesis
subsidiarias:

Primera. El Presidente Betancur tomó la decisión de


solución armada del conflicto alrededor de las dos de la tarde,
una vez conocidas las exigencias básicas del M-19, sobre todo
aquella relacionada con su presentación ante la Corte Suprema
132 Que pasó en el Palacio de Justicia

de Justicia para ser juzgado por su presunta traición a la causa


de la paz.

Segunda. Desde las doce meridiano, casi con el inicio de


la toma, los mandos militares, movidos por automatismos
inherentes a su configuración histórico-institucional y sin que
le pidiesen autorización a poder civil alguno, decidieron y
pusieron en marcha el operativo militar.

Tercera. Aún bajo el supuesto de que el presidente Betancur


hubiese definido autónomamente la solución militar, ésta fue
una determinación a posteriori que, no obstante, resultó
congruente con las decisiones concretas tomadas por los
mandos militares.

Cuarta. Tanto el Presidente Betancur como los Mandos


Militares, en niveles distintos, tomaron decisiones políticas.

Quinta. Aunque el presidente Betancur no haya sido


informado sobre los distintos aspectos de la dinámica global
del operativo ni sobre sus más importantes desarrollos con-
cretos, todo indica que tampoco hizo exigencias específicas a
ese respecto, convencido como se encontraba de tres impor-
tantes cuestiones: en primer lugar, que las Fuerzas Armadas,
además de actores respetuosos de la autoridad civil, constituían
un cuerpo estrictamente profesional. En segundo término, que
los militares utilizarían los recursos y elementos normales que
el Estado les había proporcionado para el cumplimiento de
sus obligaciones. Y finalmente que, aunque las instrucciones
impartidas a los militares eran inequívocas -mantener el orden
y recuperar el Palacio de Justicia con la cautela necesaria para
garantizar la liberación de los rehenes sanos y salvos-, sin
embargo, había partido de la base de que los militares usarían
las armas del Estado en forma prudente, gradual y oportuna.
Adolfo Atehortua 133

Los supuestos de Betancur fueron más ficción que realidad:


aún aceptando a los militares como «cuerpo profesional», no
deberían olvidarse como importante actor político en poder
de elementos y recursos de guerra utilizados en forma como
lo hicieron. Tal parece que las manifestaciones discursivas de
los actores se quedaron muy a la zaga de sus conductas
prácticas. A este respecto, la apelación a la Constitución fue
el discurso justificatorio con el que se quiso velar y oscurecer,
la superposición del poder militar sobre la dirección civil del
Estado, o la forma como las armas estatales trascendieron el
límite impuesto por la presencia en el Palacio de más de dos
centenares de civiles inocentes.
El proceso de toma de decisiones debe ser examinado,
entonces, tanto desde la óptica del Presidente Betancur como
desde la de los mandos militares.

· El Presidente Betancur
Producido el radical y violento desenlace de la confronta-
ción armada y al enterarse por la radio de la muerte de tantos
magistrados y de tantos civiles inocentes, el presidente
Betancur dejó caer pesadamente sobre la mesa de reuniones,
una cabeza con 28 largas horas de veloz encanecimiento. Tal
cantidad de acontecimientos no podían caber en tan corto
tiempo.
Tal como se ha expuesto, esa misma noche del 7 de
noviembre, Belisario le dijo al país que colocaba sobre sus
hombros toda la responsabilidad por las decisiones tomadas,
por las políticas y las técnicas, por las generales y las concretas,
por las gruesas y las menudas. Con esa conducta buscó, sobre
todo, producir un efecto de verdad al proyectar sobre la opinión
pública una sólida imagen de solidaria cohesión en las rela-
ciones entre la autoridad civil y los mandos militares. No
obstante, en los meses subsiguientes Betancur empezó a
distanciarse de sus declaraciones iniciales.
134 Que pasó en el Palacio de Justicia

En un principio lo hizo con pru-dencia. Dijo que él había


cumplido a cabalidad sus deberes constitucionales como Jefe
Supremo de las Fuerzas Armadas, pero quedaban responsa-
bilidades concretas ubicadas en los comandos operativos. En
un segundo momento puntualizó que todas las decisiones
concretas las habían tomado los militares. Aún más: aunque
reconoció la oportunidad de los informes suministrados por
el Ministro de Defensa, los calificó después como insuficientes,
sobre todo cuando los había confrontado con la información
obtenida posteriormente.
La Constitución anterior a 1991, como ésta, incluso, asigna
al presidente de la República el manejo del orden público y a
la fuerza pública su aplicación. Pero es claro que los militares,
en el nivel de ejecución de las políticas de orden público, deben
tomar decisiones técnicas de táctica militar. Lo que no pueden
hacer los militares es desajustar sus acciones de las directrices
y parámetros definidos por el presidente de la República,
porque en este caso resultan redefiniendo las determi-naciones
gubernamentales mediante una nueva decisión política. Por
lo tanto, según la lógica del texto constitucional, el Presidente
debe tomar las decisiones políticas en los distintos niveles del
orden público. En el caso del Palacio de Justicia, Betancur
pudo haber tomado la decisión general de solución militar,
pero se desprendió de la decisión política asociada a la forma
militarista de conducción del operativo militar. Esta decisión,
con claridad, fue tomada por los Mandos Militares.
Así las cosas, lo que de nuevo reveló el Palacio de Justicia
fue la condición de los militares en cuanto importante actor
político con elevada capacidad para influir y hasta para definir,
según las coyunturas de los distintos gobiernos, las políticas
de orden público. No hubo «amenazas» ni «vacíos de poder»,
no hubo «golpes de estado de treinta y ocho horas»; sim-
plemente, los militares recuperaron sus plenas condiciones de
actor político.
Adolfo Atehortua 135

¿En dónde quedó, entonces, la autonomía del presidente


para decidir y manejar las políticas de orden público? ¿Por
qué no pudo Betancur ordenar la suspensión, por lo menos
temporal, del operativo militar tal como, con insistencia, lo
habían demandado el M-19, el Presidente de la Corte e incluso
un grupo minoritario del gabinete ministerial?
En parte se ha ofrecido la respuesta. Para no tomar decisión
alguna en torno a esas demandas, Betancur se acogió exclu-
sivamente a los análisis tácticos de los militares, según los
cuales serían graves las consecuencias si se adoptaba esa
medida permitiendo el respiro y fortalecimiento de los
asaltantes en sus posiciones. Por eso el presidente decidió que
sólo ordenaría la suspensión del operativo militar si los
guerrilleros se rendían incondicionalmente. Con una subor-
dinación tan estrecha al «criterio técnico» de los militares, poco
o nada podía esperar el sector minoritario de ministros que
demandaba cierto tipo de contactos con los guerrilleros. En
realidad, lo único que lograron fue una pequeña apertura en
la cerrada decisión del presidente de no dialogar, de no nego-
ciar: se enviarían, cuando menos, algunos mensajes solicitando
a los guerrilleros su rendición incondicional.

· Los militares
En sus declaraciones ante los jueces, los militares proyec-
taron una imagen de elevada coherencia con las decisiones
del presidente, y de decidida subordinación a la autoridad civil.
Según manifestación expresa del General Rafael Samudio, el
presidente Betancur no sólo aprobó la necesidad del operativo
sino también sus formas particulares de conducción. Los
militares enfatizaron además que, durante el desarrollo de las
acciones, se ciñeron tan estrictamente a las instrucciones del
Presidente que habían llegado a decidir pausas prolongadas,
sin la presión de las tropas, con la esperanza de que los
guerrilleros permitiesen la salida de los rehenes. Es más: que
136 Que pasó en el Palacio de Justicia

de no haber sido por su estricta sujeción al poder civil,


técnicamente habrían podido recuperar el Palacio en cuestión
de pocas horas.
El General Arias Cabrales llegó a declarar, en contra de
todas las evidencias empíricas, que había ordenado la sus-
pensión temporal del fuego para facilitarle al delegado de la
Cruz Roja el cumplimiento de la misión encomendada por el
presidente y que, en varias oportunidades, había buscado el
diálogo con los asaltantes a través de los llamados a viva voz,
sin obtener respuesta positiva. El Ministro de Defensa señaló,
a su vez, que personalmente le había manifestado al presidente
Betancur que, aunque se tomasen todo tipo de precauciones,
continuaban vigentes los riesgos inherentes a todo operativo
militar, razón por la cual no podía asegurar que, en esa ocasión,
no se registrasen muertos.
Reiteró, además, que el país vivía obsesionado con el
fantasma del golpe de estado cuando lo único que le interesaba
a los militares era apoyar a los civiles para que pudiesen
cumplir con la Constitución y las leyes. Finalmente, remató
Vega Uribe, la Constitución no señalaba si, para proteger los
derechos de los ciudadanos, se podía olvidar la protección del
orden público, pues había que comprender que, sólo bajo el
supuesto de la existencia del Estado, se podía demandar su
protección.
En concepto de los altos mandos, frente a la agresión de
que fue objeto la rama jurisdiccional del poder público se hizo
necesaria la intervención automática de las Fuerzas Armadas.
Pero, aunque los altos Generales tomaron decisiones concretas
de táctica militar, todo se hizo de acuerdo con las órdenes e
instrucciones recibidas del señor presidente. Las acciones
militares se desarrollaron, según los uniformados, en forma
metódica y progresiva, consumiendo plazos muy superiores
al tiempo técnicamente necesario para recuperar el edificio.
Adolfo Atehortua 137

Desafortunadamente, en el caso de los militares sus


comportamientos discursivos se quedaron a la zaga de sus
conductas efectivas. De nuevo se evidenció que los celos
constitucionalistas de los Generales servían más para velar y
justificar conductas efectivas que para hacer cumplir la
Constitución.
En primer lugar, se hizo un despliegue desproporcionado
e inaudito de fuerza en una acción en la que se emplearon
más de mil hombres para someter a tres decenas y media de
guerrilleros. En segundo lugar, más se demoraron los Urutú
en irrumpir a la Plaza de Bolívar que en ascender escaleras
arriba para derribar con espectacularidad la puerta metálica
de la entrada principal. Y, en tercer lugar, aspectos concretos
de la operación militar, en sus inicios, se confiaron a un
aparecido civil sin el nexo, la disciplina ni la rigurosa plani-
ficación castrense que han debido presumirse como indis-
pensables.
En resumen: cualquiera que haya sido el nivel de definición
de la solución militar, ya sea que los militares la hubiesen
definido a las doce del día y el presidente dos horas más tarde,
algo queda claro: las decisiones concretas que tomaron los
mandos militares no fueron meras definiciones técnicas, de
táctica militar. Por el contrario, la forma particular de conduc-
ción brindada a la solución militar, tuvo en el fondo una
manifiesta decisión política tomada por los altos mandos.

2. Los hechos del Palacio de Justicia como expresión de


coyuntura
En la dinámica política de las sociedades, de vez en cuando
se producen fenómenos que funcionan como síntesis o con-
densación de las contradicciones, conflictos y tensiones de
una de las fases de su historia. En el caso colombiano, el 9 de
abril fue uno de esos fenómenos-síntesis. A finales de 1.985,
el suceso del Palacio de Justicia funcionó como uno de esos
138 Que pasó en el Palacio de Justicia

eventos «privilegiados» en el que se condensan los conflictos


sociopolíticos de una fase importante de la historia contem-
poránea de Colombia, particularmente en lo relacionado con
el proceso de las guerrillas, con las relaciones de éstas con el
Estado y con las Fuerzas Armadas, con las relaciones entre
militares y autoridad civil y con la situación de la población
civil atrapada en el fuego cruzado de las confrontaciones
armadas.
En el Palacio de Justicia estuvo el reclamo que, hacia el
final del gobierno de López Michelsen, formularon los
Generales con la exigencia de adoptar radicales medidas de
excepción; hizo también presencia en el desenlace de la osada
toma el Estatuto de Seguridad, en cuanto expresión institu-
cional más orgánica de la militarización de las decisiones sobre
orden público. Lógicamente, a la dramática cita no faltaron
los «enemigos agazapados» de la paz, ni aquellos que la
concibieron -con criterio parroquiano- como una simple
cuestión de desarme de los guerrilleros. En el espectacular
arrasamiento de la puerta metálica de entrada al Palacio se
condensaron dos décadas de periódicas tensiones en las
relaciones entre la dirección civil del Estado y los militares,
llámense Ruiz Novoa, Pinzón Caicedo, Valencia Tovar,
Joaquín Matallana o Fernando Landazábal. Allí estuvieron,
además, las históricas apelaciones de la clase dirigente a los
militares para que viniesen a resolverles sus conflictos inter e
intrapartidistas. Por otra parte, sobre los calcinados cadáveres
de decenas de civiles inmisericordemente asesinados, se
escuchó el eco de miles y miles de colombianos, víctimas
inocentes de una larga y estéril historia de confrontaciones
armadas entre las guerrillas y el Ejército. La justicia se convirtió
en ceniza sobre los cadáveres de sus magistrados superiores
como funeraria expresión de un Estado impotente y en
profunda crisis. Por los corredores del Palacio se paseó,
enloquecido, un Estado esquizofrénico que históricamente
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hacía todo lo contrario de lo que constitucionalmente pre-


gonaba ser.
Estuvo presente en ese espacio de muerte la voz miliciana
del General Landazábal desautorizando la política de paz del
Presidente Betancur, pero también ocuparon lugar especial
lugar las desviaciones guerrilleras hacia el militarismo, el
terrorismo y el bandidaje, así como el paramilitarismo sin
control de un «rambo criollo». Por las desventanadas paredes
se coló, entonces, toda una historia de estrechamiento ideoló-
gico y político, de crisis estatales asociadas a la conformación
de para-estados y de burda confusión conceptual y práctica
entre conductas subversivas y legítimas protestas ciudadanas.
Finalmente, al calor del Palacio en llamas ardieron las
intenciones de Belisario por quebrar la militarización de las
políticas de orden público y fundar su manejo sobre bases
más consensuales que coercitivas. Fue por eso, y por muchas
cosas más, por lo que el Palacio de Justicia funcionó como un
«privilegiado» fenómeno de síntesis de las contradicciones
de toda una fase histórica de la sociedad colombiana.

3. El Palacio de Justicia como confrontación entre milita-


rismos
Tal como se expuso, más radical que el asalto fue la
respuesta del Estado. Es cierto que la «toma» tuvo una violenta
inspiración e iniciación, montada sobre el análisis fantasioso
de que en la política nacional se presentaba un cambio radical
en las correlaciones de poder favorable al M-19. Pero la
respuesta del Estado, liderada desde las doce del día del 6 de
noviembre por los mandos militares, sin autorización expresa
de las autoridades civiles, fue un operativo más orientado a
aniquilar a los guerrilleros que a rescatar, sanos y salvos, a los
civiles atrapados.
No obstante, los militares se encontraron en el otro polo
de la confrontación armada con un actor que, aunque no
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esperaba una reacción tan radical, tampoco estaba dispuesto


a reformular los rumbos de su demanda, como le es propio a
la obcecación y a la soberbia militaristas. En esas condiciones,
los objetivos explícitamente buscados con el correspondiente
operativo armado (enjuiciar al presidente Betancur en el caso
del M-19 y liberar a los rehenes, en lo que a los militares se
refería), ya no importaron. En coherencia con la lógica de la
alienación de las armas, la confrontación armada en sí misma
y por sí misma se transformó en el objetivo más importante
de la respectiva acción militar. Fuerzas Armadas y M-19 se
trenzaron, entonces, en infernal duelo. Uno de los dos tenía
que desaparecer y el resto, es decir, la vida, los rehenes, los
civiles atrapados y el cumplimiento de los objetivos confesa-
dos, pasó a ocupar un lugar secundario.
Vale la pena subrayar la hipótesis: cuando actores políticos
antagónicos, movidos por la alienación de las armas, se
enfrentan militarmente para dirimir cuestiones asociadas al
control del Estado, tienden a hacer caso omiso de las conse-
cuencias de sus acciones, pues lo único que realmente les
importa es la radical eliminación del contrario; pero, aún en
el caso de que las logren prever, aquellas necesariamente pasan
a ocupar un lugar marginal o secundario, pues la confrontación
armada emerge como lo dominante.
En estas condiciones, el uso de las armas dejó de ser
instrumento o medio radical para alcanzar determinados fines
y pasó a convertirse en un fin en sí mismo. El M-19 tuvo como
objetivo explícitamente confesado el enjuiciamiento del
presidente Betancur por su traición a la política de paz. Para
las Fuerzas Armadas, por su parte, el objetivo confesado tenía
que ver con la restauración del orden privilegiando la libera-
ción de los rehenes. Esperaban, además, que del operativo
militar se derivase el restablecimiento de su condición de actor
político de primera magnitud. No obstante, iniciada la con-
frontación, los dos actores se fueron encerrando constric-
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tivamente en un espacio de muerte y, como resultado, cada


uno de ellos terminó por observar al «otro» como rival
irreconciliable a eliminar «por honor» el campo de batalla.
En este sentido, los radicalismos militaristas pasaron necesa-
riamente por la eliminación física y simbólica de uno de los
rivales, sin que los efectos de la acción despertasen escrúpulos
especiales.
Por fuera del Palacio de Justicia se exacerbaron también
los militarismos de la sociedad civil en ese día. No fueron
pocos los ciudadanos, los dirigentes y las instituciones que
públicamente le exigieron al gobierno la persistencia en el
empleo de métodos y procedimientos militaristas contra los
militaristas asaltantes. El 6 de noviembre, por ejemplo, un
pequeño grupo de parlamentarios exigió al gobierno desalojar
-a como diese lugar- al M-19 del Palacio de Justicia, pues,
como afirmó un congresista, había llegado el momento en
que «era preciso dar la vida por la patria». Fue éste el tercer
asalto al Palacio de Justicia. Sólo que los civiles militaristas
no creyeron necesario asumir las armas en forma directa. Para
ello tenían en la fuerza pública a su «representante armado».
No coincidencialmente fue éste el mismo grupo que, en 1.991,
llamó al Ejército a desalojar la Asamblea Nacional Constitu-
yente cuando ésta última decidió revocarles el mandato.
Además del radical y violento enfrentamiento entre los
militares y el M-19, las demandas del militarismo de los civiles
se constituyeron en uno de los grandes dramas del evento del
Palacio de Justicia. Si franjas de la sociedad civil, del Congreso
y de los Partidos le exigen al gobierno emplear procedimientos
militaristas contra el militarismo guerrillero, el Estado y la
sociedad civil pueden dislocarse.
Por esa razón, Colombia no fue la misma después de los
hechos del Palacio de Justicia. El M-19, en primer lugar, dejó
de ser lo que era. Sus posiciones posteriores y su final conci-
liación con la paz, no puede explicarse sin lo sucedido en el
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Palacio de Justicia. Los militares no fueron tampoco lo mismo,


ni tampoco el país entero. En el Palacio de Justicia nació la
masacre generalizada contra los dirigentes de la Unión
Patriótica y tomaron fuerza los grupos paramilitares. Sólo
nuevas coyunturas y nuevos sucesos favorecieron el cambio
de conductas. La política tampoco fue la misma. Las deci-
siones posteriores del presidente Barco, pero más aún de
Gaviria con respecto a las negociaciones adelantadas con el
movimiento guerrillero, fueron diferentes. La Constitución del
91, quizá sea triste decirlo, tiene en lo profundo alguna deuda
con los magistrados inmolados.
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