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Establecidos, grosso modo, los límites de sus dos ámbitos disciplinares de referen-
cia, procede ahora intentar una aproximación definitoria de la materia objeto de con-
sideración en estas páginas. Para ello, destacaremos aquellos aspectos más singu-
lares de la misma que, lógicamente, toda definición de Hacienda Pública debe reco-
ger de una u otra forma, a saber: el hecho de que la misma constituya sólo una par-
te de la Economía Pública por un lado y, por otro, el que su campo de estudio venga
delimitado por el contenido, causas y efectos de los programas de ingresos y gastos
públicos. De esta forma, la Hacienda Pública o Actividad Financiera del Sector
Público como también se denomina puede quedar definida como la materia o asig-
natura que abarca «el conjunto decisiones económicas que comporta la reali-
zación de los programas de ingresos y gastos del estado y la mutua relación
existente entre ellos». Es decir, que lo que va ser objeto de atención en este curso
son todas aquellas intervenciones públicas en la economía que se aglutinan mate-
rialmente en el Presupuesto del Estado, el cuál, de esta forma, se constituye en la
referencia institucional básica para el estudio de la Hacienda Pública.
Como fácilmente se intuye de la simple lectura de lo que son sus contenidos gene-
rales, muchas son las características o rasgos notables que cabe atribuir a esta par-
te concreta del conocimiento económico; no obstante de lo cual, atendiendo a la fi-
nalidad meramente introductoria de este primer epígrafe, limitaremos la considera-
ción de las mismas a las a continuación relacionadas y brevemente comentadas.
Otro importantísimo rasgo definitorio sobre el que nunca será demasiado lo que se
insista es que, como parte de la Economía Pública que es, el conjunto de decisiones
económicas e intervenciones en el sistema al que se refiere la Hacienda Pública,
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además de ser adoptadas al margen de cualquier motivación lucrativa, se sustentan
en el principio de autoridad que detenta su intérprete (el estado), pudiendo en con-
secuencia ser coactivamente impuestas a los demás agentes del sistema.
Otro aspecto que importa dejar bien claro desde el principio, se refiere al equívoco
al que puede conducir la expresión «actividad financiera» cuando se aplica para de-
signar a las actuaciones del sector público de las que aquí nos vamos a ocupar. En
efecto, el empleo más común y habitualmente se viene dando a la voz «financiera»
es como se sabe designando a aquellas actividades que comportan flujos moneta-
rios o de caja, por lo que, de utilizar nosotros el término en cuestión en su acepción
habitual, el contenido de la Hacienda Pública como disciplina vendría dado por el
análisis de las distintas operaciones y flujos de caja originados en la realización de
los programas de ingresos y gastos públicos contenidos en el presupuesto del esta-
do. Ahora bien, a pesar de lo que da a entender el sentido literal del término, las vo-
ces españolas finanza y financiero, al igual que sus equivalentes en otros idiomas
(inglés: finance y financial, alemán: finanzen y finanzieren, italiano: finanze y finan-
ciaría, etc), proceden de la voz francesa finance, la cuál originariamente se utilizaba
para designar al conjunto de recursos del soberano, el estado o de un organismo
público; siendo este significado y no el más usual el que, en el ámbito de esta mate-
ria al menos, hemos de leer esta palabra, ya que es sólo a partir de esta acepción
como se puede entender que lo que acota el verdadero campo problemático de la
Hacienda Pública o Actividad Financiera del Sector Público es, como hace ya algu-
nos años advertía R Musgrave, «las importantes divergencias reales y los diferentes
efectos socioeconómicos causados por el proceso de gastos e ingresos públicos» y
no los de la liquidez o tesorería asociados a las operaciones presupuestarias.
El quinto y último aspecto que de esta materia que aquí vamos a destacar es la di-
versidad de perspectivas desde las que es posible llevar a cabo el estudio e investi-
gación de la Hacienda Pública, que no es sino consecuencia de dos hechos dife-
rentes: de un lado, la variada pluralidad de agentes, relaciones y variables que se
ven afectadas por las distintas intervenciones presupuestarias en el sistema, y de
otro, la paulatina incorporación al estudio de esta disciplina de profesionales proce-
dentes de campos del conocimiento hasta hace bien poco totalmente ajenos al
fenómeno financiero, lo que tiene mucho que ver con la creciente importancia que
se otorga a esta materia ya mencionada.
Dado que esta diversidad de enfoques exige que, antes de seguir adelante, se haga
explícito aquél o aquéllos que van a prevalecer, tanto en el programa lectivo de la
Asignatura como en estos apuntes que habrán de utilizarse para prepararlo, aclare-
mos desde el principio que este no ha de ser otro que el económico.
Ahora bien, por más que la diferencia entre los orígenes de las decisiones de los
distintos agentes del sistema parezca nítida y de empleo inmediato, ello no ocurre
así en todos los casos, pues la coacción -caracterizadora de las decisiones públi-
cas- admite grados diversos en su aplicación, y el mercado -criterio disciplinador de
las actividades del sector privado- puede ser utilizado también, de manera parcial al
menos, por unidades y agentes del sector público, existiendo por lo tanto un espacio
común integrado por decisiones informadas por la autoridad y el mercado simultá-
neamente que requieren el concurso de criterios delimitadores adicionales como
puedan ser los jurídicos o los contables. En este sentido, y a tenor de las ordenacio-
nes institucionales de las que parten los principales sistemas de contabilidad nacio-
nal (Sistema Europeo de Cuentas o SEC, el de las Naciones Unidas y el de la OC-
DE), cabe hablar de dos sectores públicos distintos o, mejor aún, de dos formas di-
ferentes de entender al sector público de una economía: en un sentido estricto o,
por el contrario, en un sentido amplio, siendo los respectivos contenidos de cada
uno de ellos los que a continuación brevemente se comentan.
Se entiende en sentido estricto por sector público a aquél que abarca exclusiva-
mente unidades institucionales cuyas decisiones son adoptadas por una autoridad e
impuestas coactivamente. Estas unidades institucionales, denominadas adminis-
traciones publicas por los principales sistemas de contabilidad nacional, tienen
como función económica principal producir bienes y servicios colectivos no destina-
dos a la venta y efectuar operaciones de redistribución de renta y riqueza, proce-
diendo sus recursos de los pagos obligatorios que les hacen otras unidades y secto-
res del sistema. Tales administraciones públicas se concretan en las distintas reali-
dades nacionales bajo la apariencia de organismos, departamentos, servicios, etc
que tienen atribuida una pluralidad variada de actividades de carácter social y co-
munitario, lo que equivale a hablar de un entramado institucional numeroso y hete-
rogéneo cuyo conocimiento requiere una clasificación y sistematización de las mis-
mas en un número limitado de categorías funcionales.
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En este sentido, la contabilidad nacional, utilizando como criterios taxonómicos el
ámbito territorial en el que las diferentes unidades operan y el tipo de operaciones
que realizan, subdivide el total de las administraciones públicas en tres grandes
subsectores: la Administración Central, la Administración Subcentral y la de Segu-
ridad Social, dando lugar así a una subdivisión de las mismas que incluye un sub-
sector -el de la Seguridad Social- integrado por unidades administrativas cuyo que-
hacer es exclusivamente redistributivo, y escinde a todas las demás unidades,
que además de actividades de carácter redistributivo desarrollan otras labores de
atención general a la comunidad, en otros dos grandes subsectores: uno, el integra-
do por aquellas cuyas actividades y funciones afectan a la totalidad del territorio na-
cional (la Administración Central), y el otro constituido por unidades cuyas compe-
tencias se refieren exclusivamente a una parte perfectamente delimitada de dicho
territorio (la Administración Subcentral). A continuación y descendiendo un peldaño
en el nivel de agregación, los citados sistemas de contabilidad nacional dividen a es-
tos subsectores en agentes, los cuáles a su vez están integrados por organismos.
Estos agentes y organismos son a su vez objeto de desagregaciones sucesivas
hasta que se llega a la unidad básica o elemental de todo el escalafón institucional,
que en el caso español es el conocido como negociado. Se obtiene así una jerar-
quización sistemática de las unidades integrantes de las administraciones públicas a
partir de la cual es posible derivar luego estadísticas y cifras macroeconómicas ade-
cuadamente homogeneizadas, que es una de las finalidades explícitas de estos sis-
temas de contabilidad nacional a los que nos hemos referido.
Hablar de sector público en sentido amplio supone incorporar a la realidad que su-
perficialmente acabamos de describir todas aquellas unidades de titularidad pública
(criterio jurídico) que aplican o utilizan, siquiera sea parcialmente, los principios rec-
tores del mercado como elementos sustentadores de sus decisiones económicas,
por lo que a tal añadido o incorporado se le conoce habitualmente como empresas
públicas o, también, sector público empresarial.
Al igual que en el caso de las administraciones públicas, estos dos subsectores ini-
ciales admiten diversos grados de desagregación hasta llegar a la unidad básica,
que en este caso es, obviamente, la empresa o unidad de producción. Lo más nor-
mal viene siendo desagregar a las empresas públicas de naturaleza financiera en
dos: las instituciones públicas de crédito y entidades públicas de seguro, mientras
que la desagregación de las empresas no financieras se suele hacer sobre la base
del sector productivo al que pertenezca la unidad correspondiente (transporte, in-
mobiliario, servicios, etc), si bien en este caso caben otras posibilidades de sistema-
tización, como pueden ser la forma jurídica que adopta la empresa (si es una socie-
dad de capital o por el contrario está constituida como un organismo dependiente
de una unidad administrativa) o también, en función de cuál sea la administración
pública de la que políticamente dependa (nacional, regional o local), pues mientras
que las empresas públicas no financieras si tienen sentido en cualquiera de los tres
ámbitos espaciales (piénsese por ejemplo en una empresa pública transporte de
viajeros), ello no ocurre así con cualquiera de las dos variantes de empresas finan-
cieras públicas, que solo son entendibles y tienen sentido a nivel nacional o, incluso,
con un ámbito de actuación que trascienda las fronteras del propio país.
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2.3 El sector público español como ejemplo
A fin de que esta primera aproximación a la actividad financiera del sector público no
resulte excesivamente farragosa por centrarnos de manera exclusiva en los aspec-
tos teóricos de las distintas cuestiones que componen el programa del curso, vamos
a continuación a ver el resultado de aplicar la sistematización institucional que aca-
bamos de describir en los dos apartados anteriores al caso de España, si bien de-
jando claro que, dado su carácter de mera ilustración a lo ya dicho, nos quedaremos
en los niveles de máxima agregación.
• El sistema de Seguridad Social. Que, como tal sistema está integrado por las
distintas entidades gestoras de sus diferentes actividades. Estos agentes son: el
Instituto Social de la Marina, el que gestiona pensiones y otras prestaciones
económicas (Instituto Nacional de la Seguridad Social o INSS), el que gestiona
las prestaciones sanitarias (Instituto Nacional de la Salud o INSALUD) y al que
corresponden las prestaciones sociales (IMSERSO).
• Otros organismos de la Seguridad Social. Es ésta una rúbrica claramente re-
sidual, pues en ella se incluyen a todas las unidades administrativas integradas
en este subsector que no gestionan tareas específicas de los agentes a los que
se ha hecho mención en el subapartado anterior y que, además, son los que más
afectados se han visto por el relativamente reciente proceso de transferencia de
competencias de la administración central a las administraciones autonómicas.
Como ya se ha indicado antes y por otra parte es fácil suponer, todos estos agentes
y organismos pueden ser a su vez objeto de sucesivas desagregaciones, hasta lle-
gar a la enunciación de las unidades institucionales más elementales o básicas de
todo el escalafón de la administración que es el Negociado, si bien nosotros deten-
dremos aquí tal desglose por carecer del mínimo interés abundar en esta tarea para
los fines perseguidos con estas páginas.
Establecido cuál es la configuración básica del sector público, nos queda aún des-
cribir cuáles son las principales actividades y operaciones acometidas por él, así
como reseñar algunos de los indicadores que nos permitan apreciar la importancia
relativa del mismo en el total de la actividad económica nacional, cuestiones ambas
que, sin más, pasamos a considerar de inmediato.
Actividades Actividades
Presupuestarias extrapresupuestarias
Operaciones Gastos públicos Actividad empresarial
monetarias Ingresos públicos Gastos fiscales
Operaciones financieras
Operaciones Legislación ordinaria
no monetarias Regulación específica
Avales públicos
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mativa o con escaso detalle; tal es el caso de la información recogida en el presu-
puesto sobre las actividades de las empresas públicas, buena parte de las opera-
ciones financieras protagonizadas por los entes públicos y, también, sobre los gas-
tos fiscales, que es la denominación que se da a las pérdidas de recaudación impo-
sitiva debidas a los distintos tipos de beneficios fiscales incluidos en la regulación de
los impuestos (deducciones en sus cuotas, minoraciones de sus bases imponibles y
otras reducciones). Finalmente, el tercer bloque recoge aquellas actuaciones del
sector público más difícilmente cuantificables, por lo que carecen de repercusión di-
recta en el presupuesto y no tiene un reflejo monetario inmediato en él; tal es el ca-
so de las iniciativas legislativas de los Parlamentos, de las actuaciones reguladoras
en ciertas actividades del sistema y de la concesión de avales públicos.
El segundo criterio con arreglo al cual se ordenan las operaciones públicas de natu-
raleza monetaria en el presupuesto es el de su contractualidad, distinguiéndose en
tal sentido entre operaciones bilaterales y operaciones unilaterales. Como se sabe,
las primeras implican la realización de un movimiento de bienes o servicios y un
contrapuesto movimiento de fondos; tal es el caso de todas las compras de bienes y
servicios por el sector público, en las que a la corriente real de bienes y servicios se
contrapone la corriente monetaria del sector público al privado en pago de tales artí-
culos. Las corrientes unilaterales, por el contrario, no suponen este doble desplaza-
miento, sino uno tan sólo entre el sector público y el privado. Estas corrientes unila-
terales son también conocidas como transferencias, y pueden ser positivas, o ingre-
sos percibidos por las unidades económico-privadas desde el sector público sin con-
traprestación por ningún servicio, producto o capital (como, por ejemplo, las subven-
ciones para el establecimiento de empresas o las ayudas a familias numerosas), o
negativas, que son los ingresos percibidos por el sector público de las unidades
económico-privadas sin contraprestación alguna, cuyo registro incluye tanto a las de
carácter voluntario como a las que tienen lugar de manera coactiva (impuestos),
siendo estas últimas desde luego las más numerosas y variadas.
• Bilaterales por cuenta de renta, que están integradas por todas las operacio-
nes corrientes de naturaleza contractual realizadas por las unidades de la admi-
nistración pública central.
• Bilaterales por cuenta de capital, en las que se incluye principalmente la for-
mación bruta de capital de carácter público.
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• Unilaterales por cuenta de renta, entre las que, a tenor de lo dicho, habría de
distinguir, por un lado, las positivas, integradas por los intereses deuda pública,
las subvenciones a las empresas (pero sólo las de explotación) y las transferen-
cias a las economías domésticas, tanto en especie (por ejemplo las ventajas es-
tablecidas en favor de las familias numerosas) como dinerarias (sueldos de in-
serción social por ejemplo), y por otro lado, las negativas, tales como los impues-
tos sobre la renta de las familias y de las empresas, los impuestos sobre la pro-
ducción y el consumo (el IVA por ejemplo) y otras transferencias corrientes tanto
del interior como del extranjero.
• Unilaterales por cuenta de capital, dentro de las que también hay que distin-
guirse entre las positivas, como son las subvenciones por cuenta de capital, los
préstamos y los avales a las empresas, y las negativas como son los Impuestos
sobre los fondos del capital (Impuestos sobre el patrimonio o sobre la sucesión
hereditaria), así como otras transferencias negativas, ya sean éstas procedentes
del interior o del exterior.
Establecido cuáles son los perfiles del ámbito de actuación de la actividad financiera
y en qué consisten las operaciones protagonizadas por su principal intérprete, ce-
rramos esta primera lección con una breve enunciación de algunos de los indicado-
res más frecuentemente utilizados para apreciar la importancia del sector público en
el total de la economía nacional, distinguiendo a tal fin entre los índices o ratios cuya
información procede de los gastos públicos, de aquéllos que la derivan de los ingre-
sos públicos.
A) Índices para medir el peso de los gastos públicos dentro de una economía
Al pronunciarse por los índices que permiten apreciar el peso del gasto público en la
economía nacional, lo primero que hay que plantearse es cuál es exactamente la
magnitud a utilizar como referencia, pues hay varias posibilidades. Lo más habitual
es utilizar el producto interior bruto (PIB), ya que si se utiliza la renta nacional, que
es una solución alternativa por la que muchos se inclinan, sería preciso tomar en
consideración a las amortizaciones, lo que comporta no pocas ni pequeñas dificulta-
des de valoración, sobre todo en el caso de los flujos internacionales. Aceptado en-
tonces como mal menor el PIB como referente, los principales índices de gasto son
los a continuación enunciados.
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Un segundo índice de gastos viene dado por la expresión (Gasto público total -
Gastos de transferencias)\PIB, que si bien refleja el volumen de recursos absorbi-
dos de forma efectiva por el sector público, sigue sin aclarar nada acerca de la com-
posición interna de los gastos ni, tampoco, acerca de la producción del sector públi-
co y su peso respecto a la producción total.
Afinando un poco más este último índice se llega a Gastos corrientes\PIB que es
un índice algo menos «grosero» que el anterior, ya que por lo menos muestra la
proporción del PIB destinada a consumo público, a la formación de la renta familiar y
a la formación de renta de las empresas no ligada a la inversión.
Finalmente, el cuarto y último índice de gasto que cabe considerar aquí viene dado
por la expresión Gastos capital\PIB, y refleja la proporción del PIB destinada a in-
versión directa por parte de las administraciones públicas.
B) Índices para medir el peso de los ingresos públicos dentro de una economía
A diferencia de lo que ocurre con los gastos públicos, a la hora de articular los indi-
cadores de la dimensión del sector público en relación con los ingresos públicos sí
que es frecuente recurrir a la renta, tanto individual como colectiva. En cuanto a los
índices en sí, estos normalmente son dos, la presión fiscal y la carga fiscal.
• De todos los indicadores de dimensión del sector público, es sin duda alguna la
Presión Fiscal o Nivel de Imposición, que se expresa mediante el cociente
Impuestos totales\PIB, el índice más conocido y recurrentemente utilizado. Si
bien este índice permite efectuar evaluaciones bastante rigurosas sobre la capa-
cidad redistributiva del sector público, no sirve sin embargo para establecer la
participación del sector público en la economía, pues, por una parte sólo propor-
ciona información de los impuestos, sin tener en cuenta la existencia de otros in-
gresos públicos, y por otra, porque contabiliza siempre a los impuestos en térmi-
nos brutos, esto es, sin tener en cuenta los gastos fiscales, o bonificaciones in-
cluidas en la regulación legal de los impuestos, las cuáles afectan a algunos sec-
tores o a grupos concretos de contribuyentes, y que, en definitiva, no son sino
cantidades que se dejan de recaudar por los susodichos impuestos.
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conjunto de impuestos del grupo, T el conjunto de impuestos de la economía, r la
renta ingresada por el grupo y R la renta total.
Una última observación para cerrar aquí el epígrafe y también el tema. A pesar de la
objetividad que se le quieran conferir a las cifras alcanzadas por estos índices, la va-
lidez o significación de las mismas va a venir condicionada por diversos factores,
entre los que de manera especial han de resaltarse:
• En primer lugar, que al no ser única ni universal la delimitación del sector público
(recuérdese en este sentido lo distinto que resulta por ejemplo considerar al sec-
tor público en términos estrictos o, alternativamente, en términos amplios), el ci-
frado y ponderación de las distintas operaciones por él protagonizadas va a de-
pender, y mucho además, del concepto subyacente del mismo.
• Pero es que además, la correcta utilización de cada uno de tales índices para
poder extraer cualquier tipo de conclusiones sobre la actividad financiera, exige
una comprensión cabal de las bases conceptuales y de las fuentes de datos so-
bre las que son elaborados, así como de las distintas variables y parámetros que
intervienen en su formulación y cálculo.
• Finalmente, tampoco está de más resaltar que, a pesar de su más que evidentes
bondades como instrumentos descriptivos del sistema económico, estos indica-
dores no informan gran cosa sobre los efectos que se derivan de la actividad fi-
nanciera para la economía en general, pues ello depende en gran parte de las
reacciones que adopten las empresas y las economías domésticas ante la ac-
tuación del grupo público. Por los tanto, conviene ser extremadamente cautos
con la instrumentación valorativa que se haga de estos índices a la hora de ex-
traer conclusiones normativas sobre la actividad financiera.
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Lección 2
1. INTRODUCCIÓN
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Sentado esto, lo que a lo largo de esta lección vamos a preguntarnos es en qué ca-
sos y bajo qué circunstancias el mercado competitivo no es capaz de dar un razona-
ble grado de satisfacción al cumplimiento de cada una de estas tres grandes finali-
dades, siendo por ello necesario la actuación correctora del sector público a través
de los presupuestos. A tal fin, a continuación veremos por separado y sucesivamen-
te cada una de estas tres finalidades, viendo lo que el cumplimiento de cada una de
ellas requiere, en lo que el mercado falla y lo que, en estos casos, debe esperarse
del sector público.
Como sabemos por Microeconomía básica, la asignación óptima de los recursos su-
pone que la sociedad ha alcanzado un estado tal, que no es posible mejorar la situa-
ción individual de ninguno de sus miembros si no es a costa de empeorar la de otro
u otros, siendo en este sentido posible que el mercado o sistema de precios alcance
el óptimo en la asignación de los recursos de la sociedad siempre y cuando se veri-
fiquen una serie de requisitos de entre los que, adecuadamente agrupados, importa
destacar aquí:
Pues bien, teniendo en cuenta todo lo hasta aquí expuesto, existen una serie de si-
tuaciones en los que el libre juego de la oferta y la demanda conduce a una asigna-
ción de los recursos que claramente difiere con la que se considera óptima desde un
punto de vista social y que, a continuación, pasamos a comentar brevemente a con-
tinuación.
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2.1 Necesidades sociales y bienes públicos
Son necesidades sociales las que, sentidas a nivel individual por todos y cada uno
de los integrantes del colectivo social, son satisfechas por bienes y servicios cuya
producción total cifra el consumo que todos y cada uno hacen de los mismos,
dándose además que de tal consumo no se puede excluir a nadie bajo ningún con-
cepto, ni siquiera por no pagar por ello. Es decir, que se trata de necesidades a las
que cabe definir por tres rasgos caracterizadores:
• Al igual que las necesidades privadas, forman parte del esquema de preferencias
del consumidor, es decir, su satisfacción en ningún caso se impone, ya que el
deseo de satisfacerlas es sentido individualmente.
• En los bienes y servicios que las satisfacen, y que son conocidos como bienes y
servicios públicos, habitualmente se da la conjunción de oferta o, lo que es los
mismo, la no rivalidad en consumo; es decir, que se trata de bienes y servicios en
los que la cantidad consumida por un sujeto es idéntica a la consumida indivi-
dualmente por los demás e igual a la consumida por todos ellos en su conjunto.
Esto es, siendo XA la cantidad del bien X consumido por el sujeto A, XB la consu-
mida por el sujeto B, y así sucesivamente para los N sujetos del colectivo, se da
que XA = XB= XC= ... = XN, por lo que, en estos bienes, el coste de un usuario o
consumidor adicional es nulo
Son ejemplos típicos y tópicos de bienes públicos los ya mentados servicios de ley y
orden (servicios judiciales, policía, instituciones penitenciarías...), defensa nacional y
servicios exteriores (embajadas, consulados y demás entidades dedicadas a defen-
der y promocionar los intereses nacionales en el extranjero), los cuáles, en un
hipotético mercado de competencia perfecta, no encontrarían nunca oferente que los
suministrase a los consumidores, ya que se trata de bienes en los que la cantidad
que cada sujeto individualmente consume coincide con el total de lo producido y su-
ministrado al colectivo por una parte, y por otra, de bienes de los que no se puede
excluir de su consumo a aquellos que no paguen, por lo que nadie estará dispuesto
a hacerlo por ello (nadie paga por algo que sabe a ciencia cierta que no tiene nece-
sidad de pagar). Es por esta razón por la que la provisión de estos bienes y servicios
siempre es fruto de una intervención pública, siendo dos las cuestiones relativas a
tal provisión sobre las que ha de resolverse autoritariamente y a través del corres-
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pondiente proceso de toma de decisiones colectivas: qué cantidad de bien público
ha de proveerse, pues no hay modo de que los consumidores revelen sus auténticas
preferencias al respecto, y cómo ha de financiarse tal provisión, pues al desconocer-
se las auténticas preferencias individuales tampoco hay modo de establecer qué
precio estarían dispuestos los consumidores a satisfacer por estas u otras cantida-
des de bien público.
Una última precisión a cuanto acabamos de explicar. Los bienes y servicios públicos
objeto de atención en este apartado son los denominados bienes públicos puros o
polares, pues en ellos tanto la no aplicabilidad del principio de exclusión como la no
rivalidad en el consumo son absolutas y afectan a todo el ámbito territorial abarcado
por el estado. No obstante, además de estos casos polares, también es posible con-
siderar bienes públicos que afectan a un ámbito territorial inferior al nacional, así
como a los denominados bienes públicos mixtos, los cuáles se diferencian de los an-
teriores en que en ellos concurren las características de consumo no rival y no ex-
clusivo sólo de una manera parcial o, también, sólo una de ellas, por lo que, en prin-
cipio al menos, si que cabría la posibilidad de hablar de una función de demanda pri-
vada de tal tipo de bienes y, con ella, de un mercado de los mismos, cosa distinta es
que dicha demanda se considere adecuada desde un punto de vista social o, por el
contrario, se vea excesiva en unos casos y harto insuficiente en otros, tal y como
vamos a ver en el siguiente apartado.
Los efectos externos son una de las aportaciones más singulares e importantes del
gran hacendista británico Arthur C. Pigou (1878-1959), así como uno de los funda-
mentos de la intervención del sector público que más arraigado está en la profesión,
por más que, como se puede comprobar en la lectura que, complementariamente, se
sugiere trabajar, ello no suponga que no estén sujetos también a fuerte controversia.
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ternalidades de producción pueden citarse como ejemplo el de una industria conta-
minante instalada en una zona de interés paisajístico, que obviamente afecta negati-
vamente a la función de utilidad de los consumidores de tal emplazamiento, y tam-
bién, la de un apicultor instalado con sus colmenas en una zona próxima a la planta-
ción de un productor de flores, que es una situación en la que la interacción de las
funciones de costes de ambos son más que evidentes.
Pues bien, lo que en este sentido Pigou señalaba y desde él se ha venido soste-
niendo mayoritariamente por la profesión es que, en presencia de bienes y servicios
que generan efectos externos, bien sea en producción o en consumo, el mercado
deja ser el mecanismo que ajusta automáticamente las preferencias individuales de
los consumidores con las condiciones de producción de los oferentes, dando lugar a
producciones de equilibrio que resultan insuficientes en unos casos y sobreabundan-
tes en otros. Así, tomado como punto de vista al consumo por ejemplo, en caso de
una externalidad positiva, la provisión que se derive del libre juego de la oferta y la
demanda será desde el punto de vista social insuficiente, mientras que resultará cla-
ramente excesiva si tal efecto externo es negativo. Esto es lo que hace imprescindi-
ble algún tipo de intervención pública con finalidad correctora.
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menos, el mercado si que es capaz de alcanzar una provisión óptima de los mismos
desde el punto de vista técnico. Ocurre sin embargo que en estos bienes y servicios
confluyen unas características especiales (básicamente la generación de efectos ex-
ternos) que, habida cuenta de la preponderancia de unos determinados juicios de
valor en la sociedad a los que ante todo ha de atenderse, el sector público se ve im-
pelido a intervenir coactivamente en su provisión, interfiriendo de esta forma los es-
quemas de preferencia individual de la ciudadanía; en unos casos (bienes preferen-
tes), aumentando el volumen de bien o servicio por encima de la cantidad de equili-
brio de mercado e induciendo a que se consuma más de ellos, y en otros (bienes
que satisfacen las necesidades indeseables), constriñendo su consumo a fin de que
el mismo se sitúe lo más bajo posible. Son ejemplos tópicos para describir a estos
bienes la sanidad o la educación en el caso de los meritorios, y las bebidas alcohóli-
cas o el tabaco como casos de bienes que satisfacen necesidades indeseables.
En lo que se refiere al cómo de la intervención en estos casos, hay que decir que
ésta puede adoptar formas muy distintas en función de la necesidad y del bien o
servicio de que se trate, así como del la idiosincrasia del país del que se esté
hablando. No es lo mismo el mecanismo de promoción y aprovisionamiento del ser-
vicio educativo en un país de fuerte tradición cultural y altamente desarrollado, en el
que probablemente con alguna regulación legal y la cobertura presupuestaria a de-
terminados programas sectoriales concretos sea más que suficiente, que al o a los
que ha de recurrirse en países en los que el valor social de la educación es escaso o
se encuentran poco desarrollados, en los que la necesidad de producción pública di-
recta es prácticamente un requisito para empezar a ir por la senda adecuada.
La cuestión más importante, o cuando menos más controvertida, en relación con es-
te tipo de bienes y servicios es que, a diferencia de lo que ocurre en el caso de los
bienes públicos, por más que el aumento (constreñimiento) público en la producción
de los bienes preferentes (indeseables) se justifique y tenga como fin suministrar la
producción socialmente considerada óptima a partir de determinados juicios de va-
lor, no por ello deja de ser un consumo (limitación al consumo) coactivamente im-
puesto que violenta abiertamente la libre elección del demandante, lo que supone la
trasgresión palmaria de uno de los principios fundamentales del sistema de precios
como mecanismo de asignación de recursos cuál es el de soberanía del consumidor.
Hasta tal extremo es importante esta cuestión, que es precisamente en ella en la
que más hincapié han hecho tanto los detractores como los defensores de la pre-
sencia de este tipo de bienes en el quehacer público de las actuales sociedades,
siendo en este sentido los argumentos a los que más frecuentemente se ha recurri-
do para justificar esta intromisión pública en las preferencias individuales:
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b) El hecho de que en estos bienes y servicios se de una especial y fuerte presen-
cia de externalidades, que, por lo mismo, exige un tratamiento especifico de los
mismos. Así por ejemplo, un buen servicio educativo, masivamente consumido
por la población, beneficia no sólo a sus consumidores directos, sino también a
otros muchos agentes del sistema, como por ejemplo los empresarios, los cuáles
van a poder contar con una fuerza de trabajo mucho más y mejor cualificada que
si tal consumo masivo de buena formación no tuviese lugar, así como otros ciu-
dadanos no consumidores directos de tal servicio que, sin embargo, encontrarán
en el comportamiento social de sus conciudadanos mejor educados una mayor
satisfacción personal.
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curva de costes marginales (esto es, la empresa estuviese funcionando con rendi-
mientos a escala crecientes o, todo lo más, constantes), la cosa sería sustancial-
mente distinta, ya que el criterio P = C´ daría como resultado una producción cuyo
precio de mercado es inferior a su coste unitario, y ésta es una situación que sólo
puede ser mantenida por muy pocas empresas y siempre por un tiempo limitado.
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Dada tal variedad de enfoques, no está de más comenzar el epígrafe advirtiendo
que, salvo que explícitamente se aluda a otro en algún momento, la perspectiva
desde la que se va a considerar el mismo en estas reflexiones es la personal.
No obstante, antes de apresurar nuestro juicio sobre el mercado como criterio rector
de la organización económica del sistema por su contrastada incompatibilidad con el
objetivo distributivo, ha de tenerse presente que, en sí misma, la consecución del ob-
jetivo justicia en la distribución del resultado del esfuerzo colectivo es algo por com-
pleto ajeno al mercado o sistema de precios, por lo que atribuir responsabilidad a es-
te criterio de administrar recursos en la no consecución de un objetivo para el que no
está concebido es, en el menos malo de los casos, una forma de engañarse.
-9-
Ahora bien, del hecho de que el mercado sea técnicamente incapaz de alcanzar una
distribución personal de la renta y la riqueza justa o equitativa no se deriva en modo
alguno que el sector público, por el mero hecho de que cuente con criterios de ac-
tuación adicionales al mercado (coacción como instrumento y ausencia de lucro co-
mo motivación) si lo vaya a conseguir, entre otras razones, porque tal objetivo no
puede ser definido sino en términos bastante ambiguos, debido a la coincidencia en
él de tres aspectos o facetas distintas que, además, inciden de manera muy dispar
en cada momento histórico:
• La faceta ética. Que es la que se manifiesta en la pretensión de establecer un
determinado grado de desigualdad que se reconozca como socialmente acepta-
do. Obviamente, en tal establecimiento juega un papel crucial lo que cada uno a
título individual entiende por «justo» y «no justo».
• La faceta política. Pues, en tanto que más allá de un determinado grado de des-
igualdad en la distribución personal de la renta, el orden social se pone en peli-
gro, comprometiéndose así seriamente a la estabilidad del propio sistema.
• La faceta económica. Pues algo que tampoco precisa de mayor abundamiento
es que la cantidad de bienes y servicios que un colectivo es capaz de generar
en el tiempo depende, además de la dotación de factores con la que cuenta, del
sistema de incentivos que rija en dicho colectivo, y que no todos los incentivos
motivan o inducen de igual forma a los propietarios de recursos productivos a
incorporarlos al proceso de producción. A partir de aquí, y dejando al margen la
posición que cada uno tenga al respecto, algo absolutamente perceptible es que
la búsqueda de rentas, y de manera más precisa la búsqueda de rentas superio-
res a la de nuestros semejantes (los demás), constituye un puntal fundamental
en el sistema de incentivos vigente en las sociedades actuales. Por lo que, a
pesar de su ya comentada falta de adecuación a la finalidad redistributiva, lo que
también parece claro es que tampoco puede prescindirse así como así de la dis-
tribución del resultado del proceso productivo a la que llega el libre juego de las
fuerzas del mercado.
Es decir, que tras esta digresión y aunque ello resulte un tanto desalentador, única-
mente hemos sido capaces de llegar a la más absoluta de la dudas e incertidum-
bres, pues, por una parte sabemos que el mercado autorregulable, único capaz de
proporcionar un sistema de incentivos que permita alcanzar las otras finalidades so-
ciales, no distribuye personalmente la renta con justicia y equidad porque no es esa
su finalidad, y por otra, que pronunciarse acerca de la equidad o la justicia de una
distribución personal entraña siempre un juicio de valor previo, no existiendo sin em-
bargo ningún método científico que sirva para resolver las discrepancias que se pro-
ducen en el terreno de la ética. Así que, al final, lo que nos queda no es sino pregun-
tarnos ¿deben o no los economistas en general, y los hacendistas en particular, de-
dicar su esfuerzo a indagar sobre la justicia o equidad de la distribución? ¿tienen
algún valor científico o referencial el resultado de sus indagaciones a este respecto?,
cuestiones estas, así como otras de índole parecida que nos van a surgir en el desa-
rrollo de este curso, para las que la respuestas son, por múltiples y completamente
dispares, de una validez harto relativa.
Siendo entonces nuestro punto de partida que el problema distributivo de una socie-
dad trasciende de lo estrictamente hacendístico, e incluso de lo económico, y se
- 10 -
adentra en los escurridizos y conflictivos terrenos de la Política y la Ética, habremos
de convenir que la política redistributiva, entendida como las actuaciones públicas
acometidas en orden a modificar la distribución personal de la renta a la que el mer-
cado llega, debe instrumentalizarse mediante un cuadro de intervenciones que, en
su variada composición, sea capaz de incidir en las múltiples y diversas causas que
condicionan a la distribución de renta que se quiere modificar (leyes que regulan la
propiedad y sus usos, leyes sobre la herencia, disponibilidad de oportunidades edu-
cativas o sanitarias, estructura de los mercados, movilidad social, etc, etc). Obvia-
mente, esto implica que la redistribución de la renta como tarea ha de acometerse,
tanto mediante intervenciones presupuestarias, que son las que en principio nos
conciernen y a las que aquí vamos a referirnos brevemente, como no presupuesta-
rias, esto es, aquellas que se concretan en intervenciones públicas que afectan a
instituciones jurídicas de muy distinta naturaleza.
Los gastos presupuestarios pueden afectarse a las tareas redistributivas de dos for-
mas distintas. A través de las transferencias (movimiento o cesión de recursos sin
contraprestación) dirigidas directamente a los segmentos de población beneficiarios
de tal política (por ejemplo, los pagos a familias numerosas o los sueldos de inser-
ción social), o bien indirectamente alterando los precios relativos del mercado de
aquellos servicios y bienes cuyos usos y consumos tienen repercusión en la distribu-
ción final de renta (educación y salud por ejemplo), financiando mediante transferen-
cias a sus agentes productores.
La filosofía de cada una de estas opciones es muy distinta, por lo que sus utilizacio-
nes respectivas también habrán de responder a planteamientos sustancialmente di-
ferentes. Así, mientras que con las subvenciones a empresas productoras de los
bienes tutelares de lo que se trata es, fundamentalmente, de atenuar las diferencias
de renta en las que son los perjudicados colectivos más o menos concretos, facili-
tando a sus componentes la provisión de tales bienes mediante la reducción de su
precio, las transferencias directas a los afectados descansan, de manera principal al
menos, en la idea que lo que ha de respetarse por encima de todo son las preferen-
cias individuales, pues el mejor juez del bienestar individual es el propio sujeto, por
lo que quién mejor sabe como aplicar el gasto y orientarlo hacia la atenuación de sus
carencias es su destinatario.
En cuanto a la utilización del orden presupuestarios de los ingresos con fines redis-
tributivos hay que comenzar diciendo que no hay país civilizado, o que por tal se
tenga, que, por principio, no se autoproclame fiscalmente progresivo; es decir, que
mantenga que posee un cuadro de ingresos públicos que detrae más a quienes más
tienen, y del que son figuras paradigmáticas los impuestos progresivos sobre la ren-
- 11 -
ta y la riqueza que algo más adelante tendremos ocasión de estudiar. Asimismo, un
adecuado diseño del cuadro impositivo de un país permite a sus poderes públicos
actuar sobre la distribución personal de la renta, no ya directamente, sino también a
través de la alteración de su distribución funcional mediante la modificación de las
presiones fiscales relativas entre las rentas del trabajo y las del capital, o siguiendo
con el mismo ejemplo y considerando sólo a las rentas del capital, discriminando tri-
butariamente al capital mobiliario respecto al inmobiliario.
No se agotan con los impuestos sobre la renta y el patrimonio ni mucho menos las
posibilidades redistributivas del orden presupuestario de ingresos públicos. Como
vamos a comprobar un poco más avanzado el texto, absolutamente todos los tribu-
tos que quepa imaginar tiene consecuencias no sólo en la distribución personal de la
renta y la riqueza, sino en otras distribuciones como la ya aludida funcional o la in-
trageneracional. Unos impuestos lo harán más intensamente o sus efectos serán
más inmediatos, mientras que otros tendrán una incidencia menor o sus efectos se
dejarán sentir a más largo plazo; pero en cualquier caso el efecto redistributivo
siempre estará presente en cualquiera de ellos.
- 12 -
sus recursos en activo y precios estables. Las reglas por las que se rigen las actua-
ciones públicas en este orden de cosas son notablemente sencillas:
Esta última regla tiene un alcance mucho mayor del que en principio aparenta, pues
no viene a decir, como muchos erróneamente pretenden, que cuando se logra la
plena ocupación de los recursos haya de mantenerse estable la demanda agregada
para lograr que no se disparen los precios. Muy al contrario, lo que viene a indicar es
que, en un contexto de pleno empleo estable, lo que el sector público ha de hacer en
cada momento es ir asegurando la demanda agregada que sea capaz de absorber
los sucesivos crecimientos de la producción de pleno empleo, pues con un equipo
capital creciente, una fuerza laboral más cualificada y una ampliación y mejora de la
técnica disponible, asegurar el pleno empleo de los recursos con precios estables
equivale a facilitar una expansión de la renta nacional, no a mantener estáticamente
una situación dada por un determinado nivel de ocupación de recursos.
Nota. Con este párrafo topo al revisar el texto de este tema para su publicación
(última semana de septiembre de 2008), en la que la histeria de la crisis financiera
mundial originada por las hipotecas subprime está en pleno auge. ¡¡¡Vaya ojo y co-
nocimiento del género humano que tenía el bueno de R. Musgrave!!!
- 13 -
Lección 3
Este proceder, que hoy en día concebimos como el único sensatamente posible en
la conducta económica de cualquier agente del sistema, no ha sido sin embargo se-
cundado y asumido por el sector público, o más exactamente por el estado, sino
hasta fechas relativamente recientes. En efecto, a diferencia de lo que ocurre con
las unidades privadas de producción o consumo, en las que el plan o previsión para
realizar algo y cómo realizarlo es consustancial a su misma existencia y, por ello,
más o menos explícitamente perceptible en los colectivos humanos de cualquier
tiempo y lugar, la planificación de las actuaciones públicas, por el contrario, tienen
lugar y fecha de nacimiento precisas, siendo la Inglaterra de las últimas décadas del
Siglo XVIII donde todo el mundo coincide en situar la aparición del presupuesto del
estado, al menos entendido éste como expresión contable del plan económico
de la hacienda pública para un período determinado, que es una definición de
esta institución algo más precisa que la anterior. Tres son las razones que explican
tan tardía aparición histórica de esta importante institución pública:
• En segundo lugar, porque, hasta bien entrado el Siglo XIX, el sector público de
las economías occidentales (o lo que hoy en día entenderíamos por tal al menos)
tenía escasa relevancia, por lo que bien poco era lo que había que planificar y
presupuestar. Sólo a raíz de la generalización de los procesos del industrializa-
ción y urbanización, que en muchos casos sólo se producen ya entrado el Siglo
-1-
XX, es cuando comienzan las sociedades a plantearse la posibilidad de satisfa-
cer determinadas necesidades colectivas a partir de intervenciones autoritarias y
carentes de motivación lucrativa, que es lo que, como ya sabemos, da de verdad
dimensión económica plena a las actividades del estado.
• Finalmente y sin que ello signifique en absoluto menor importancia que las dos
anteriores, porque el presupuesto es una institución íntimamente ligada a los sis-
temas políticos de democracia representativa, y éstos, como se sabe, tampoco
generalizaron su implantación hasta la segunda mitad del Siglo XIX. En efecto,
es únicamente en las democracias parlamentarias donde el presupuesto del es-
tado está dotado de contenido político administrativo y tiene sentido económico
financiero, ya que es sólo en ellas donde el gobierno (Poder Ejecutivo) tiene im-
perativamente que solicitar a la representación de la soberanía popular (Poder
Legislativo) que otorgue su conformidad a los gastos que quiere realizar -por ser
los que atienden a necesidades sentidas mayoritariamente por la población-, así
como que permita repartir tal gastos de acuerdo a criterios contributivos social-
mente admitidos. En resumidas cuentas por lo tanto, que es sólo en los sistemas
representativos donde la administración de los asuntos públicos por sus gestores
es una administración de mandato, la cuál, en el ámbito de lo económico fi-
nanciero al menos, requiere un documento que formalice el compromiso adquiri-
do por el mandatario y permita la ulterior comprobación de que se ha cumplido
con lo inicialmente planeado.
Reuniendo las notas caracterizadoras que acabamos de apuntar, se llega a una de-
finición del presupuesto según la cual éste sería el «resumen sistemático, confec-
cionado en períodos regulares, de las previsiones, en principio obligatorias,
de los gastos proyectados y de las estimaciones de los ingresos previstos pa-
ra cubrir dichos gastos». Tal es la definición descriptiva de esta institución dada
en su día por el gran hacendista alemán Fritz Neumark, la cuál es la que aquí va-
mos a tomar como referente.
Empecemos advirtiendo algo ciertamente importante que, aún siendo obvio, no por
ello deja de pasar desapercibido con excesiva frecuencia. En su empleo habitual,
cuando se utiliza la expresión presupuesto general del estado, a lo que la misma se
está refiriendo es al estado de ingresos y gastos previstos para un cierto período y
correspondientes, no al sector público en su totalidad, ni tampoco a la totalidad de
-3-
las administraciones públicas, sino únicamente a la parte del mismo integrada, en el
caso más general, por el estado y una parte de sus organismos autónomos. ¿Quiere
ello decir que las decisiones económicas de otros agentes públicos distintos a los
mencionados, aún siendo también adoptadas autoritariamente y al margen del sis-
tema de precios, se encuentran excluidas del mandato del Legislativo al Ejecutivo?.
Pues evidentemente no. Lo que ocurre es que lo que recoge el documento presu-
puestario es la previsión, debidamente pormenorizada, únicamente de los ingresos y
los gastos correspondientes a los agentes mencionados, porque los relativos a las
demás unidades públicas tienen sus presupuestos propios, de los que el estado solo
informa con carácter general y al máximo nivel de agregación (caso del presupuesto
de la Seguridad Social o de las previsiones de las empresas públicas por ejemplo).
De igual forma, también es norma que el presupuesto del estado recoja las dotacio-
nes arbitradas para atender ciertas necesidades financieras que, puntual o crónica-
mente, pudieran precisar tales unidades públicas “independientes del presupuesto”.
En cuanto al sumario de sus contenidos, cada uno de los dos órdenes de magnitud
que los componen, se sistematizan como brevemente se apunta a continuación to-
mando como referencia el caso español para facilitar su seguimiento y comprensión.
3 .1 .1 Clasificación orgánica
Ésta se lleva a cabo en función de cuáles sean las unidades o agentes públicos que
han de realizar el gasto, denominados por eso centros gestores del gasto público,
los cuáles, a estos efectos, se agrupan en secciones presupuestarias. Esta clasifi-
cación pone de manifiesto la cantidad de recursos que, directa o indirectamente,
gestiona cada Ministerio, por lo que la relevancia económica de la información que
proporciona es más bien escasa. Son ejemplos de las rúbricas de esta clasificación:
Secciones
Las clasificaciones funcionales del gasto público -pues hay bastante más que una-
sistematizan a éste atendiendo a los objetivos políticos que persiguen las actuacio-
nes a las que dan cobertura. Se trata por lo tanto de un criterio de clasificación que
se sustenta en que el principal valor del presupuesto es la cantidad e interés de la
información que es capaz de dar al ciudadano medio, por lo que no es de extrañar
que sean muchos los que crean que ésta es sin duda alguna la mejor de cuantas
clasificaciones del gasto quepa utilizar, ya que, en definitiva, lo que la misma hace
es proporcionar, de forma no excesivamente extensa pero sin embargo fácilmente
comprensible, una visión general de la cantidad y variedad de bienes y servicios que
el estado suministrará a la ciudadanía como “contrapartida” de los recursos que de
ella obtiene. Por otra parte, se trata de una forma de sistematizar el gasto público
que goza de una venerable antigüedad, pues ya A. Smith (1 7 2 3 -1 7 9 0 ) agrupaba los
gastos del Soberano en tres grandes categorías funcionales: 1 ª) los dedicados a
mantener el orden exterior (defensa nacional); 2 ª) los consagrados al mantenimiento
del orden interno (justicia, policía), y 3 ª) los gastos económico-sociales, es decir,
aquellos en los que se incurría por atender a ciertas necesidades que se satisfacen
con bienes y servicios que, por su propia naturaleza, carecen de oferta privada, co-
mo, por ejemplo, los servicios sanitarios o educativos a las clases más desfavoreci-
das.
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3 .1 .3 Clasificación económica
Operaciones no Financieras
Op. Financieras
Operaciones corrientes Operaciones de capital
Gastos de personal
Fondo de Contingencia
Gastos en B. y S. Activos financieros
Inversiones reales
Gastos financieros Pasivos financieros
Transferencias de capital
Transferencias corrientes
Finalmente y por lo que respecta a los contenidos concretos de cada uno de estos
nueve capítulos de gasto, cabe brevemente apuntar:
A diferencia de los que ocurre con los gastos, el Presupuesto del estado clasifica a
los ingresos únicamente de acuerdo al criterio económico; eso sí, la aplicación del
mismo conduce a una sistematización de los ingresos públicos que presenta los
mismos dos grupos iniciales que en el caso de los gastos (el de las operaciones fi-
nancieras y el de las no financieras), así como una subdivisión en nueve capítulos
en los que también se distingue si son por cuenta de renta o por cuenta de capital;
por lo que la confección de un cuadro sinóptico que los resuma es completamente
innecesario por idéntico en todo al ya elaborado con los gastos públicos.
En cuanto al contenido concreto de cada uno de los nueve capítulos de ingreso, con
independencia de que se verá con más detenimiento un poco más adelante, es el
que se detalla a continuación:
Tal como ocurría con el estado de gastos públicos, estos nueve capítulos del estado
de ingresos presupuestarios aparecen agrupados en operaciones financieras (capí-
tulos 8 y 9 ) y operaciones no financieras, distinguiéndose dentro de estas segundas
a los ingresos corrientes, que abarcan los capítulos 1 a 5 , y los ingresos de capital,
que incluyen los capítulos 6 y 7 .
4. EL CICLO PRESUPUESTARIO
Se entiende por ciclo del presupuesto a las cuatro fases o etapas por las que suce-
sivamente atraviesa el documento presupuestario para un determinado año. Tales
fases son la de Preparación, la de Discusión, la de Ejecución y, finalmente, la de In-
tervención y Control, siendo la duración del ciclo presupuestario completo muy varia,
pues depende de las costumbres políticas de cada país, a pesar de lo cual puede
afirmarse que, por lo general, la duración total del mismo en los países occidentales
es de tres años, distribuidos tal y como recoge el diagrama adjunto.
Discusión y Control
Preparación Ejecución
Aprobación
(Ejecutivo) (Administración) Judicial Legislativo
(Legislativo)
6 meses 3 meses 1 año 1 año 3 meses
Duración total del ciclo presupuestario: 3 años
En esta fase, cada centro gestor, a la vista de las actuaciones que habrá de realizar
en el año siguiente y de las directrices económicas y financieras que a tal fin le
-8-
hayan señalado las más altas instancias del Ejecutivo, elabora sus previsiones de
gasto para el mismo, las cuáles luego se discuten y negocian con los responsables
de los que orgánicamente dependen y/o con el centro que detenta la dirección y co-
ordinación del presupuesto. Normalmente, todo esto se produce a lo largo de la se-
gunda mitad de cada año y culmina en un único documento en el que se recogen la
totalidad de previsiones de gasto para el estado y los órganos de la administración
central que de él dependen, así como de los recursos que se estima pueden obte-
nerse para dar cobertura a tales gastos. Se trata pues de una fase que tiene un úni-
co y claro protagonista: el Ejecutivo, siendo dos los aspectos concernientes a ella a
los que cuando menos ha de hacerse mención, cuáles son el de su autoría y el de
los problemas técnicos que su confección comporta.
-9-
puestas y confecciona un documento único que somete al veredicto de la citada
Comisión.
En cuanto a las formas de cifrar las previsiones presupuestarias, hay que decir que,
surgido en plena Época Clásica del pensamiento económico, el presupuesto se
concibió desde el primer momento como el mejor instrumento posible para limitar al
máximo la intervención pública en la vida social y económica del país, tal y como
exigía el la ideología prevaleciente en el momento (e incluso bastante más tarde).
Es en este contexto de considerar al gasto público como un mal necesario (la ex-
presión es de A. Smith) como surgen la regla de los techos o cifras máximas como
criterio determinante del gasto público y, también, la de los porcentajes máximos
de aumento, que son los que se aplicaban a las distintas partidas de gastos para
prever los del año siguiente. En cuanto a los ingresos, la regla tradicional del penúl-
timo año era el criterio de mayor aceptación entre los responsables presupuesta-
rios, y consistía en estimar la cifra de ingresos a partir de las liquidaciones disponi-
bles en el año en el que se realizaba la previsión, que era el penúltimo, ya que para
el último -es decir, el año en curso en que se estaba realizando la previsión-, por no
haber terminado todavía, no se disponía aún de las liquidaciones presupuestarias.
Este criterio se tecnificó ligeramente en la práctica presupuestaria de algunos países
mediante la llamada regla de los «porcentajes de aumento», consistente en corregir
la cifra de ingresos del penúltimo año con un porcentaje que expresaba el ritmo de
crecimiento de cada partida de ingresos en el último quinquenio.
- 10 -
paz de considerar y cifrar como estas mismas variables se van a ver influidas por los
ingresos y gastos presupuestados.
En efecto, llegar a una cifra concreta de recursos para realizar las actividades del
año siguiente sólo después de largas y tensas negociaciones, parece haber conver-
tido en práctica eficaz de las unidades gestoras de gasto la corruptela consistente
en inflar la cifra de necesidades de gasto que se prevén con dos fines distintos. De
un lado, para que los recortes que se sufran a lo largo de la deliberación no la alejen
en exceso de lo que realmente se piensa que se necesita. De otro, para que aque-
llas actividades o programas de las que se tiene la certeza que no van a contar con
créditos para gasto, puedan ser llevados no obstante a cabo mediante su financia-
ción por los excesos de recursos de otros que arteramente ha conseguido incluir la
unidad gestora en el proceso negociador. Ésta última, además de una corruptela del
todo punto inadmisible, tiene el inconveniente adicional de que si, por la circunstan-
cia que sea, las propuestas de gasto que se supone va a ser rechazadas se acep-
tan, el despilfarro e ineficacia de los recursos aplicados por la unidad administrativa
en cuestión es más que patente.
Por lo que atañe al procedimiento a seguir para el debate del presupuesto presenta-
do por el Ejecutivo cabe hablar de dos prácticas distintas: la discusión y examen de-
tallado del mismo por comisiones del Legislativo, o bien su estudio por el pleno del
mismo, siendo los ejemplos de estas dos tendencias las organizaciones presupues-
tarias de Estados Unidos y Gran Bretaña respectivamente. Mientras en EE.UU doce
subcomisiones, divididas con arreglo a un criterio funcional, analizan y discuten el
contenido del presupuesto, en Gran Bretaña, la Cámara de los Comunes en pleno
discute en el plazo de veintinueve días el documento presupuestario. Entre estos
dos extremos se sitúan todas las restantes prácticas parlamentarias, aunque el pre-
dominio del sistema de comisiones, sin llegar al número de ellas de los EE.UU des-
de luego, es más que evidente.. En el caso de España, por ejemplo, existe una Co-
misión de Presupuestos en el Congreso y otra en el Senado, que son donde real-
mente se debaten y modifican los presupuestos, pues la discusión final que tiene lu-
gar en sus respectivos plenos no gira sino a cuestiones económicas y políticas de
carácter muy general.
- 12 -
• Pero es que además, este cambio de la filosofía del presupuesto también ha
afectado profundamente a la actitud y comportamiento de los representantes de
la ciudadanía en las asambleas legislativas, los cuáles, en lugar de mantener po-
siciones decididamente atentas a evitar que la expansión de las actividades
públicas devenga en un manifiesto abuso de poder, se han dejado seducir por él
y, de hecho, se han venido a convertir en auténticos procuradores o conseguido-
res de créditos para gasto favorecedores de actividades e intereses de determi-
nados grupos y colectivos sociales, los cuáles, a cambio y de una forma total-
mente encubierta, les postulan y apoyan como tales representantes. Hasta que
extremo esto que comentamos es relevante nos lo pone de manifiesto el hecho
de que la práctica totalidad de los países políticamente avanzados han introduci-
dos en sus normas legales de más elevado rango (constituciones, reglamentos
de funcionamiento de sus parlamentos...) disposiciones que taxativamente impi-
den a los parlamentarios, o grupos de ellos, introducir en las previsiones presu-
puestarias del Ejecutivo incrementos en las partidas de gasto o reducciones en
las de ingreso, si no es cumpliendo una serie de requisitos notablemente exigen-
tes, lo que si bien es cierto que viene a paliar las actuaciones impropias o esca-
samente limpias de los representantes parlamentarios, no menos cierto es tam-
bién que cercena manifiestamente las posibilidades de estos para rectificar al
Ejecutivo.
Por su parte, el Poder Judicial, hasta ahora completamente ajeno a esta institución,
también desempeña un papel en esta fase del ciclo. Ésta consiste en la elaboración
de una cuenta de lo que ha sido la gestión del Ejecutivo del presupuesto aprobado
en su día por el Legislativo, en la que se cifran en toda su dimensión las desviacio-
nes habidas respecto a las cifras aprobadas en su día por el Legislativo, por lo que
se trata de una tarea altamente especializada. Hasta que extremo es especializado
este control nos lo pone de manifiesto el hecho de que no pocos países el mismo lo
tiene encomendado algún organismo especializado ajeno incluso al Poder Judicial.
Tal es el caso, entre otros, de España y su Tribunal de Cuentas, que es el órgano
que aquí tiene encomendada esta tarea fiscalizadora y que, a pesar de su denomi-
nación, tiene muy poco que ver con la idea que normalmente se tiene de lo que es
un tribunal.
Finalmente, está el control político que desempeña el Parlamento. Esta fase se de-
nomina descargo del Ejecutivo porque es el Parlamento quien libera del mandato
correspondiente otorgado a la Administración del Estado, una vez ésta rinde cuen-
tas ante él de lo que ha sido la realización del presupuesto aprobado. Esta fase de-
bería ser la más oportuna para que el Legislativo realizase el control debido de la
administración del presupuesto, al menos así lo han señalado con reiteración los
técnicos en materia presupuestaria. Sin embargo, lo auténticamente cierto es que,
por lo general, en los Parlamentos actuales éste no es un asunto que preocupe lo
más mínimo, principalmente debido a que la distancia temporal que existe entre el
momento en que se juzga y la etapa a la que corresponde lo que se juzga, a ojos de
los parlamentarios, le quita todo interés social al asunto.
- 14 -
5. LA CONCEPCIÓN CLÁSICA DEL PRESUPUESTO Y SU CRISIS
De cuanto hasta aquí se explicado se deduce que cuatro son cuestiones a las que el
Presupuesto del Estado ha de dar respuesta clara e inmediata: 1 º) su sujeto, esto
es, ¿quién decide el presupuesto?; 2 º) el tiempo al que se refiere y en el que se
realiza, es decir, ¿cuándo e elabora y se ejecuta el presupuesto?; 3 º) la forma que
adopta el mismo o, lo que es lo mismo, ¿cómo ha de ser el presupuesto? y 4 º) la
filosofía que impregna su contenido, es decir, ¿por qué el presupuesto debe tener
uno u otro contenido?
Como se sabe, una de las grandes preocupaciones de los clásicos fue la fijación de
unos principios que políticamente permitiesen el mayor control posible de las inter-
venciones del Ejecutivo en materia económica, pues el convencimiento de que las
actuaciones públicas en la economía eran intrínsecamente perniciosas y manifies-
tamente contrarias al orden natural de las cosas estaba en aquella época absoluta-
mente generalizado. Es así que, asentados en la concepción decimonónica del par-
lamentarismo democrático, los grandes maestros del la Economía Política Clásica
- 15 -
formularon los principios políticos a continuación enumerados y brevemente descri-
tos.
5) Principio de publicidad. Según este principio, todas y cada una de las distintas
fases por las que atraviesa el documento presupuestario deben ser públicas, a
fin de que la ciudadanía pueda formarse una idea clara de lo que va a ser la ac-
tividad financiera del estado en el futuro inmediato. Además, dado que el presu-
puesto se aprueba a través de una ley en el Parlamento, la obligación de su pu-
blicidad deriva de las características que ha de reunir cualquier ley para entrar
en vigor.
- 16 -
be permitir el reconocimiento inmediato, tanto de su procedencia como de su fi-
nalidad.
1) Limitación del gasto público. El gasto público era para los economistas clási-
cos un consumo improductivo, esto es, un gasto que no contribuía a la acumula-
ción de capital y no favorecía, por lo tanto, el desarrollo económico. En este sen-
tido, y siendo el fin de la política económica lograr la máxima expansión produc-
- 17 -
tiva del país, se comprende que los economistas clásicos propugnaran una con-
tención severa del quehacer del estado mediante la limitación de los gastos
públicos, pues algo que para estos pensadores era obvio era, que si un país de-
seaba favorecer su desarrollo económico, lo primero que había de hacer era li-
mitar su consumo para fomentar el ahorro, pues es éste el que luego se traduce
en inversión y, por lo tanto, en crecimiento del potencial productivo de la eco-
nomía nacional.
Como no podía ser de otra forma, este sólido y bien construido edificio presupuesta-
rio se vino abajo de la única forma en que podía caer: por la quiebra de sus cimien-
tos; es decir, en la medida en la que la ideología liberal que le servía de base y
- 18 -
constituía su nervio principal fue abandonándose con el transcurso del tiempo. En
efecto, la rápida y extendida difusión que tras la finalización de la I Guerra Mundial
experimentaron corrientes del pensamiento frontalmente opuestas al individualismo
doctrinal que sustentaba al Liberalismo hasta entonces imperante (socialismos, fas-
cismos y otros planteamientos corporativistas de la actuación pública), tuvo como
consecuencia la revisión a fondo del papel del estado en la vida social. Es entonces
cuando surgen y se desarrollan, primero en los ámbitos académicos y en los de la
gestión política después, planteamientos doctrinales que abiertamente propugnan
una filosofía y contenidos de las intervenciones públicas radicalmente distintos a los
mantenidos hasta entonces, y de los que las tesis keynesianas -sustento principal
de casi toda la Macroeconomía que se estudia hoy en día en la universidad- consti-
tuyen la mejor muestra, ya que la mismas fueron las que negaron la validez de pos-
tulados tales como la regla de oro ,el carácter de mal necesario aplicado al gasto
público o que la deuda pública sólo había de atender inversiones autoliquidables.
- 19 -
Lección 4
Ingresos gratuitos. Que son los constituidos por las donaciones y otras trans-
ferencias libérrimamente efectuadas por los particulares en favor del estado
o cualquier otro ente público.
Ingresos contractuales. Que son aquellos recursos que el sector público ob-
tiene a cambio de algún tipo de contraprestación, de la que, no obstante, el
individuo siempre puede sustraerse, pues la misma no es en modo alguno
de obligada recepción para sus destinatarios potenciales. Dentro de este
grupo cabe distinguir las siguientes categorías:
-1-
• El endeudamiento público, que está integrado por aquellos recursos que
los entes públicos obtienen acudiendo al mercado de capitales como si
de un particular se tratase, bien solicitando un empréstito directamente o
bien concurriendo a los mercados específicos, siendo el ejemplo más cla-
ro en este último caso el de las emisiones de Deuda Pública.
• Los Ingresos de Poder Penal; que son aquellos recursos que obtiene el
estado debido a su capacidad sancionadora de las conductas individua-
les, estando en consecuencia constituidos por una heterogénea variedad
de modalidades con denominaciones tales como multas, recargos,
apremios...etc.
• Los Ingresos de Dominio Eminente; que son los que proceden de la facul-
tad inherente a la soberanía del estado por la que éste detenta un dere-
cho prevaleciente sobre el de propiedad privada y sobre el libre uso parti-
cular de esta, otorgándole por lo tanto la posibilidad (limitada) de ejercer
el dominio efectivo sobre todo el territorio de la nación y lo que en él hay;
lo que incluye, además del establecimiento de todo tipo de gravámenes,
a la capacidad de expropiación. Dentro de este grupo se incluyen un
buen número de exacciones coactivas tales como los cánones, permisos,
licencias, etc, cuya diferenciación respecto a algunos de los ingresos tri-
butarios que a continuación se enuncian resulta siempre problemática,
pues en última instanciam éstos no son sino ingresos de Derecho Público
o de Dominio Eminente también, como con frecuencia nos recuerdan los
teóricos del Derecho Administrativo.
• Los Ingresos de Poder Fiscal o tributos; a cuya modalidad más importan-
te -el impuesto- es a la que dedicamos mayor atención en este texto y
son sobre los que a continuación se trata.
-2-
sos públicos más importantes hoy en día, y por otro, las tasas y las contribucio-
nes especiales, que son modalidades de ingresos públicos a las que nos referi-
remos al final de este texto.
2.1 Conceptualización
-3-
tente en la modificación de la conducta social y económica de individuos y
colectivos a través de él, por ejemplo, la disminución del consumo de tabaco
debido al sobreprecio que supone un impuesto sobre él o, también, el esta-
blecimiento de impuestos a la importación de ciertos bienes para hacer más
atractiva la oferta de los mismos de producción nacional.
• Naturaleza. Dos son las notas esenciales que caracterizan a esta modalidad
de ingreso público y lo diferencian de todas las demás tributos y, también,
ingresos públicos: la obligatoriedad con que se establece su cumplimiento y
la ausencia de contraprestación alguna por el mero hecho de satisfacerlo;
siendo en particular la primera -el tratarse de una prestación coactivamente
exigida que limita la libertad y la propiedad individuales- la causa por la que
su existencia, en las sociedades democráticas al menos, sólo sea posible a
partir de un acto legislativo expreso que le otorgue carta de naturaleza, es
decir, a partir de la promulgación de una ley que regule sus distintos ele-
mentos componentes..
• Definición conceptual. De lo señalado en las anteriores notas caracterizado-
ras es posible inferir una conceptualización sencilla del Impuesto que, de
forma similar a como en su día hizo el hacendista alemán F. Neumark, cabe
expresar como sigue: "Obligación coactiva y sin contraprestación de efec-
tuar una transmisión de valores económicos a favor del estado o de los en-
tes menores a él subrogados en virtud de lo establecido por una disposición
legal que, además, es la que regula las condiciones en que tal prestación ha
de concretarse".
-4-
a servir de «excusa» para establecerlo?, sabiéndose en sentido que son mani-
festaciones o índices expresivos de capacidad económica, y por ello categorías
susceptibles de convertirse en objetos imponibles, la renta, la riqueza o patri-
monio, el consumo, así como otras aplicaciones concretas de la renta distintas
al consumo. Una vez establecido el objeto imponible del tributo, el siguiente
paso es enunciar las distintas circunstancias en las que la capacidad económi-
ca elegida como objeto imponible se vincula con una persona, dando lugar al
nacimiento de una obligación tributaria correspondiente, cosa que se hace a
través de una selección de actos que, de ser protagonizados por ésta, ponen
claramente de manifiesto en ella tal capacidad. Así, si por ejemplo si se ha ele-
gido como objeto imponible del impuesto que se quiere establecer a la «renta»,
su hecho imponible ha de venir dado obviamente por la «obtención de renta»
por parte del sujeto; si, en cambio, lo que se pretende es que determinadas
formas de riqueza (ya sean inmuebles, joyas, o las que se crea oportuno), en
tanto que manifestaciones sintomáticas de capacidad económica, sean causa
justificativa de imposición, el hecho imponible del gravamen con tal objeto im-
ponible no puede ser otro que el de «ser propietario o titular de tales elementos
patrimoniales»; y así sucesivamente como tendremos ocasión de comprobar al
ir viendo cada uno de los distintos impuestos.
El objeto imponible del vigente IVA en nuestro país es, según reza en el artícu-
lo primero de su Ley reguladora, el consumo. En este orden de cosas, y para
alcanzar tal manifestación de capacidad, la redacción de su hecho imponible
incluye como supuesto de sujeción a gravamen, entre otros, a las entregas de
bienes y prestaciones de servicios por parte de empresarios y profesionales en
el desarrollo de sus actividades; esto es, que nace la obligación de tributar por
este impuesto en el momento en que el almacenista entrega al pastelero el
harina que este precise para elaborar sus productos o, también, en el momento
en el que el fontanero nos ha reparado los desagües de nuestro domicilio. Pe-
ro, ¿de verdad cualquier entrega que haga un empresario en el desarrollo de
su actividad tiene como fin su uso o consumo por el destinatario?. Pensemos
por ejemplo en un minorista de vinos y licores que tiene su negocio en un local
alquilado y cuyo único elemento de inmovilizado en propiedad es una furgoneta
para el reparto. Evidentemente, las entregas de bebidas que realice en el desa-
rrollo de su actividad están sujetas a IVA. Más aún, si lo que hace es vender la
furgoneta porque va a adquirir otra mejor, también tal entrega está en principio
sujeta a gravamen, pues, aunque no es una operación habitual en él, la furgo-
-5-
neta va a ser usada (consumida) por un tercero y, además, es una entrega
asociada al desarrollo de su actividad empresarial. Ahora bien, supongamos
que, por llegarle a la edad de jubilación, esta persona decide vender todo su
negocio a otra persona, es decir, las existencias que tenga en ese momento, la
furgoneta y el derecho de contenido económico consistente en el arrendamien-
to del local, ¿serían también éstas unas entregas sujetas a IVA?, porque lo que
en principio hay que pensar es que el adquirente quiere estos elementos, no
para consumirlos, sino para continuar en el ejercicio de la misma actividad.
Pues bien, es aquí precisamente donde entra en juego la delimitación negativa
del hecho imponible; cuando, para aclarar la situación, se establece de forma
expresa en la ley lo que en ningún caso queda sujeto a gravamen porque
entenderse implícitamente que no forma parte del objeto imponible. En
concreto, en el ejemplo de la entrega por jubilación aludida, ésta estaría no su-
jeta en virtud de lo dispuesto en el apartado 1 º) a) del artículo 7 de la Ley del
IVA, que es el que recoge los distintos supuestos de no sujeción al impuesto
porque en ellos no cabe apreciar la finalidad señalada a efectos de gravamen
en el objeto imponible del tributo que es, como se ha dicho, el consumo.
-6-
consecuencia, la prestación por la que tal consumo se satisface, una vez sujeta
a gravamen por formar parte del objeto imponible, se exonera de tributación
efectiva mediante su declaración expresa de operación exenta al impuesto.
En cuanto a los otros dos integrantes del hecho imponible que restan, el ele-
mento temporal se refiere, obviamente, al momento en que nace la obligación
tributaria o devengo del impuesto, que no es otro que en el se produce el hecho
imponible. Ahora bien, dado que la ley de cada impuesto conecta un efecto ins-
tantáneo -el nacimiento de la obligación tributaria- con la realización de un
hecho que puede tener duración distinta en el tiempo según cuál sea su objeto
imponible (así, en el caso de la obtención de renta, ésta tiene lugar a lo largo
de un período de tiempo, mientras que la adquisición de un bien de consumo
es un acto instantáneo), ocurre que no todos los impuestos son iguales en
cuanto al momento en que se produce su exigibilidad; por lo que la ley de cada
impuesto puede establecer que tal conexión se produzca al inicio de producirse
el hecho, en un momento intermedio, o después de producirse el mismo. Por
último y en lo que a la consideración espacial se refiere, algo que resulta más
que evidente es que la redacción legal del hecho imponible debe de explicitar
con toda nitidez los límites geográficos de la exigencia tributaria si es que los
hubiera, máxime cuando es posible considerar impuestos cuyo ámbito de apli-
cación territorial, dentro de las fronteras de un estado, no son siempre el mismo
sino que puede ser estatal, regional o, incluso, municipal.
-7-
obligaciones formales y materiales (declaraciones, pagos..etc) o sujeto pasivo,
que es el vendedor, siendo el nexo de unión entre ambos la traslación de la
carga impositiva que tiene lugar a través del precio de la entrega de los bie-
nes o de la prestación del servicio.
Además de estas dos figuras a las que brevemente acabamos de referirnos, las
normas tributarias contemplan una amplia variedad de responsables adiciona-
les de las obligaciones tributarias (solidarios unas veces, subsidiarios otras,
ocasionalmente mancomunados...etc), ya que las relaciones tributarias, en con-
tra de lo que a primera vista cabría suponer, raramente son sólo cosa de dos
(deudor y acreedor). Igualmente es en la reglamentación de los elementos per-
sonales donde suelen incluirse los preceptos relativos a aquellos aspectos que,
aún concerniendo a otros ámbitos del derecho distintos al fiscal o tributario, tie-
nen sin embargo mucho que ver con una adecuada delineación de los respon-
sables últimos del tributo (domicilio a efectos fiscales, capacidad jurídica de
obrar, ..etc), acerca de los que sin embargo es imposible hacer generalizacio-
nes teóricas, pues los mismos vienen determinados por el marco jurídico gene-
ral del país que se esté considerando.
B) Elementos cuantitativos
Empecemos con las bases sobre las que se calcula el impuesto. Se entiende
por base imponible de un impuesto a la cuantificación de su hecho imponible
mediante la aplicación de los procedimientos valoradores contenidos en la pro-
pia norma reguladora del gravamen de que se trate, lo que, en definitiva, viene
a decirnos que cada impuesto tiene su propio y específico procedimiento de
cálculo, cosa por otra parte completamente lógica dado que cada impuesto tie-
ne su objeto imponible y sus correspondientes supuestos de sujeción a grava-
men, que son distintos a los de los demás impuestos del mismo sistema.
-8-
Respecto a los procedimientos para cifrar las bases, cabe comentar que, en la
mayor parte de los ordenamientos tributarios, suelen coexistir dos tipos distin-
tos, las evaluaciones directas por un lado y, por otro, las indiciarias o a tanto al-
zado. La diferencia entre unas y otras consiste en que, mientras que con las
primeras lo que se persigue es la cuantificación exacta de la capacidad someti-
da a gravamen, dándose así satisfacción estricta a lo establecido en el hecho
imponible, con los procedimientos indiciarios de lo que se trata es de, procu-
rando la máxima facilidad de gestión administrativa del impuesto y su mayor
sencillez de cumplimiento, cifrar lo mas aproximadamente posible la corres-
pondiente base. Estos sistemas indiciarios están particularmente pensados pa-
ra cifrar las bases sólo de determinados impuestos (I.R.P.F, I Sociedades e IVA
como máximo) y, por lo general, se aplican sólo a las operaciones y actividades
protagonizadas por pequeñas explotaciones, las cuáles, por lo elevado de su
número dificultan y hacen tremendamente costosa la comprobación y verifica-
ción de las bases declaradas en los sistemas de evaluación directa, optándose
entonces por establecer un conjunto de índices objetivos o módulos directa-
mente relacionados con la actividad económica de que se trate y, a través de
ellos, cifrar la correspondiente base imponible. Así por ejemplo, en el caso de
bares y otros pequeños negocios de hostelería, en vez de obtener la base del
impuesto sobre la renta de sus propietarios a partir de la diferencia entre los in-
gresos y gastos habidos en el período impositivo, que sería la forma directa de
cifrar las rentas obtenidas por ellos, lo que se hace es tomar como índices de
capacidad a una serie de módulos (metros cuadrados de superficie del local,
número de mesas y empleados, potencia eléctrica instalada...) y asignarles un
valor monetario individual (a tanto el m2 , a cuanto la mesa, etc, etc), cifrándose
así una base fácilmente verificable por la administración tributaria que, a la vez,
no impone al contribuyente ni tediosos cálculos ni costosos asesoramientos.
Una última observación que cabe hacer respecto a las bases es advertir de que
raramente es ésta la magnitud sobre la que aplica el tipo de gravamen, ya que
es bastante frecuente que, una vez calculado su valor, la normativa reguladora
-9-
del impuesto establezca una serie de minoraciones o reducciones en la misma
que, tras aplicarlas, convierten a esta base imponible en una base liquidable,
que es la magnitud sobre la que efectivamente se gira el impuesto. Tales mino-
raciones tienen finalidades muy diversas (discriminar entre distintos tipos de
rentas o de patrimonios, incentivar comportamientos económicos o sociales,
personalizar la carga de acuerdo a las circunstancias familiares del contribu-
yente....etc), debiéndose señalar al respecto que, en la actualidad, es difícil en-
contrar impuestos que no cuenten con alguna de ellas en su regulación. De to-
das formas y como es obvio, aquellos impuestos cuya normativa reguladora no
incluya ninguna de tales minoraciones, presentan como peculiaridad que sus
bases liquidable e imponible son la misma magnitud.
T T
B B
T T
B B
- 10 -
En primer lugar, están los impuestos en los que no existe tipo de gravamen,
que son los denominados de cuota fija o unitarios, pues en ellos la cuota a sa-
tisfacer no se relaciona para nada con el valor monetario de la base imponible.
Esta variante, que es la que se representa en el gráfico nº 1 , ya ha sido comen-
tada antes, y el ejemplo típico y tópico de ella son los impuestos sobre las be-
bidas alcohólicas, en los que el gravamen a satisfacer por ellas es una deter-
minada cantidad por cada grado/hectolitro que tenga la bebida en cuestión.
El último elemento cuantitativo del impuesto a considerar son las cuotas impo-
sitivas. La primera de ellas es la denominada Cuota tributaria íntegra, pues
no es sino la expresión cifrada de la obligación inherente a la relación jurídico-
tributaria, y surge como resultado de aplicar los tipos de gravamen a la base li-
quidable. Generalmente, ésta no es sin embargo la cifra que ha de satisfacerse
por el impuesto correspondiente, ya que lo normal es que, al igual que ocurre
con la base, se contemplen una serie de Deducciones de la cuota íntegra que,
tras su aplicación, conviertan a ésta en Cuota Tributaria Líquida, que es la
que definitivamente cuantifica el importe de la prestación tributaria. De la mis-
ma forma que en el caso de las minoraciones de la base, las deducciones de la
cuota son muy variadas y, en ocasiones, se da la coincidencia en cuanto a las
finalidades perseguidas con ambas.
A) Concepto y clases
- 11 -
tada o degresiva, que es la que tiene lugar cuando siendo mayor el ritmo de
crecimiento del tipo impositivo que el de la base aquél va paulatinamente de-
creciendo a partir de un determinado nivel de ésta, o, alternativamente, ilimita-
da, que es cuando el crecimiento que experimenta el tipo impositivo es perma-
nente no encontrándose limitado por nada. Asimismo, cabe diferenciar otras
dos variantes de progresividad atendiendo a cómo se establece la correspon-
dencia entre tipos de gravamen e intervalos de base, pudiéndose distinguir en-
tonces entre la progresividad por clases y la progresividad por tramos o escalo-
nes, modalidades ambas cuya mejor comprensión se verá sin duda facilitada
mediante su seguimiento a través de ejemplos, tal y como a continuación se
hace.
Esta forma de aplicar una tarifa progresiva puede conducir cin embargo a una
situación tremendamente injusta. En efecto, con esta tarifa y una base de, por
ejemplo, 2 4 9 .9 9 8 €, el tipo impositivo a aplicar es del 5 %. Sin embargo, si la
base fuese un poquito mayor, por ejemplo 2 5 0 .0 0 2 , el tipo a aplicar sería del
7 %; es decir, que con esta forma de progresividad, a un crecimiento mínimo de
la base le corresponde el mismo cambio de tipo de gravamen que si el creci-
miento experimentado por la base fuese equivalente a la totalidad del intervalo,
produciéndose entonces una situación que en el peculiar argot impositivo se
conoce por la expresión "error de salto", o sobreimposición que resulta por un
incremento mínimo de las bases. Precisamente con el fin de evitar este fenó-
meno del error de salto la progresividad se suele establecer por tramos o esca-
lones, lo que no consiste sino en fragmentar la base que se esté considerando
en tramos de acuerdo a lo que marque la propia tarifa de tipos y, posteriormen-
te, aplicar a cada uno de los tramos resultantes el tipo correspondiente. Así, en
el caso de una base de 3 5 7 .0 0 0 y una tarifa como la anterior se procedería: a
los primeros 2 5 0 .0 0 0 se les aplica el 5 %; a los siguientes 1 0 0 .0 0 0 el 7 % y a los
últimos 7 .0 0 0 se les aplica el 9 %; de esta forma se consigue una aplicación
efectivamente progresiva del impuesto y, a la vez, una proporcionalidad en el
crecimiento de la presión fiscal dentro de cada tramo o escalón de base.
- 12 -
B liquidable B. liquidable
Cuota Tipo
(hasta) (Resto)
0 0 4 3 0 .0 0 0 0
4 3 0 .0 0 0 0 6 4 2 .0 0 0 2 0 ,0 0
1 .0 7 2 .0 0 0 1 2 8 .4 0 0 6 1 0 .0 0 0 2 2 ,0 0
1 .6 8 2 .0 0 0 2 6 2 .6 0 0 6 1 0 .0 0 0 2 4 ,5 0
2 .2 9 2 .0 0 0 4 1 2 .5 0 0 6 1 0 .0 0 0 2 7 ,0 0
2 .9 0 2 .0 0 0 5 7 6 .5 7 0 6 1 0 .0 0 0 3 0 ,0 0
3 .5 1 2 .0 0 0 7 5 9 .7 5 0 En adelante 3 5 ,0 0
En este tipo de impuestos por otra parte, el que haya de calcularse así la cuota
correspondiente a cada base liquidable tiene como consecuencia que, para
cada fracción de base, existan dos tipos impositivos distintos: el tipo medio
- 13 -
(tme) y el tipo marginal (tmg). El tipo impositivo marginal es la variación expe-
rimentada por el tipo de gravamen ante una variación infinitesimal de la base
sobre la que se gira el impuesto, siendo por ello el que explícitamente figura en
la escala de tipos (cuarta columna de la tabla del ejemplo); mientras que la re-
lación por cociente entre la cuota íntegra total y la base es a lo que se denomi-
na tipo medio de gravamen. Es decir, que dada la función impositiva ya conoci-
da T = f(B), estos dos tipos impositivos que acabamos de introducir quedan
respectivamente definidos por las expresiones tme = T/B y tmg = dT/dB, siendo
en el ejemplo comentado en el párrafo anterior el 2 2 % el tipo marginal, mien-
tras que el tipo medio efectivo de gravamen (que es como exactamente se de-
nomina el tipo medio) es el 1 4 ,8 8 %, que no es sino el resultado de dividir la
cuota de 2 2 2 .5 6 0 entre la base liquidable de 1 .5 0 0 .0 0 0 .
B) Medición de la progresividad
Pues bien, son precisamente los valores que presenta la elasticidad que aca-
bamos de definir los que establecerán el carácter progresivo, regresivo o pro-
porcional del impuesto que se esté considerando, dándose que si ETB > 1 el
impuesto será progresivo, si ETB < 1 es regresivo y si ETB = 1 es proporcional;
lo cual, alternativamente, puede establecerse diciendo que si el tipo marginal
es igual al tipo medio (tmg = tme) el impuesto es proporcional, si el tipo margi-
nal es inferior al tipo medio (tmg < tme) el impuesto es regresivo, y por último,
si el tipo marginal es superior al medio (tmg > tme) el impuesto es progresivo.
- 14 -
En efecto, sabemos que la elasticidad de un impuesto proporcional es siempre
igual a la unidad, pues si T = t x B, entonces
Expresión esta última que siempre será superior a la unidad por ser el numera-
dor de la misma mayor que su denominador, con lo que, al ser ETB > 1 el im-
puesto, aunque proporcional por definición, resulta ser progresivo tal y como
advertíamos inicialmente. Esto mismo puede constatarse también de una ma-
nera mucho más sencilla a través del siguiente ejemplo: supóngase un impues-
to del 2 5 % a aplicar sobre una base que contempla con carácter general un
mínimo exento de 1 .0 0 0 , siendo las bases a considerar de 2 .0 0 0 , 5 .0 0 0 y
1 0 .0 0 0 respectivamente. Pues bien, con tales datos, la aplicación del impuesto
arroja los siguientes resultados:
Vistos entonces las clases de ingresos públicos que cabe considerar y en qué
consisten y cuáles son los elementos configuradores del impuesto en tanto que
principal modalidad de ingreso publico en la actualidad, vamos a concluir esta
lección con la definición y breve descripción de los que es un ordenamiento tri-
butario y cuáles son sus fundamentos y contenidos esenciales.
- 15 -
diferentes que es preciso distinguir bien. Así, Sistema Fiscal es la expresión
con la que se designa al conjunto de relaciones básicas y de instituciones de
carácter jurídico y económico que, supeditadas a la consecución de determina-
dos fines u objetivos, caracterizan con un cierto grado de permanencia la orga-
nización y el funcionamiento de la actividad financiera del sector publico de un
país o, mucho mas frecuentemente, de un conjunto de ellos. Es decir, que, por
un lado, el alcance de esta expresión afecta tanto a los ingresos como a los
gastos públicos y no solo a la de los ingresos tributarios como con frecuencia
se piensa, y por otro, sus contenidos raramente se refieren a un único país o
realidad nacional, sino que por lo común con ella se alude a pautas de compor-
tamiento financiero que afectan a conjuntos mas o menos homogéneos de paí-
ses que se constituyen en su ámbito espacial de aplicación.
- 16 -
3.2 Finalidades y principios del ordenamiento tributario
A ) Principios fundamentales
- 17 -
• Principio de Equidad. El concepto de Equidad es un concepto polivalente
que hace referencia a una forma de interpretar las normas jurídicas, más
que literalmente, de acuerdo a unos esquemas ideales de Justicia; lo que
en el ámbito impositivo supone dar satisfacción plena y simultanea a dos
ideas/exigencias fundamentales: la Equidad Horizontal; ideal que supone
dar igual tratamiento a los iguales, lo que en ultima instancia comporta la
generalidad del impuesto, y la Equidad Vertical; ideal que exige tratar de
forma desigual a los desiguales ajustando esta desigualdad de trato a las
desigualdades realmente existentes. Aquí, frente a la anterior acepción de
Equidad, se esta insistiendo en la idea de discriminación.
- 18 -
• Principio de Practicabilidad. Las distintas modalidades impositivas que in-
tegran la estructura Tributaria, así como sus respectivas regulaciones lega-
les, han de articularse de modo que sean fácilmente comprensibles por el
contribuyente medio, habiendo de ser además lo más sencillos posibles de
gestionar por la administración tributaria.
- 19 -
• Atendiendo a cómo computa la Contabilidad Nacional el impuesto que se
esté considerando, esto es, si la magnitud que cifra al Hecho Imponible a
nivel agregado se establece a coste de factores o, por el contrario, a pre-
cios de mercado.
Por su parte, la Renta ha sido hasta hace poco considerada como el índice de
capacidad de pago más idóneo y adecuado para la consecución de las distintas
finalidades del Sistema Fiscal y, en consecuencia, el principal criterio de capa-
cidad contributiva con el que debía regirse cualquier sociedad que aspirase a
- 20 -
ser reconocida como civilizada y mínimamente desarrollada. Tan generalizada
y buena opinión es debida a que, desde un punto de vista estrictamente teórico
al menos, la renta es un índice de reparto objetivamente cuantificable y subjeti-
vamente referible a su receptor, pues su cifrado se basa en el cálculo contable
de los distintos flujos que afluyen al individuo, tratándose por otra parte de una
medida de Capacidad de Pago que, además de permitir la articulación del gra-
vamen en torno a las circunstancias personales del contribuyente, se ajusta no-
tablemente bien a las exigencias impuestas por los grandes Principios Impositi-
vos (Suficiencia, Flexibilidad.. etc), razón por la cuál ha gozado y goza de tanto
predicamento entre teóricos, administradores públicos y fuerzas sociales en
general.
Finalmente y por lo que respecta al Gasto hay que decir que se trata de un
índice de capacidad de pago probablemente tan antiguo en la historia como el
Patrimonio, aunque los fundamentos normativos de su presencia en los actua-
les sistemas fiscales se reconozcan en los planteamientos formulados hace ya
más de 3 0 0 años por Hobbes, según el cual los ciudadanos han de ser grava-
dos, no en función de lo que tienen o producen, que en definitiva no es sino el
reflejo de lo que aportan al fondo común, sino en función de lo que detraen de
ese fondo o flujo de bienes y servicios que el colectivo es capaz de generar, es
decir, en función de lo que consumen o, más exactamente, de lo que gastan.
- 21 -
Lección 5
NOTA. A diferencia de los demás temas de estos apuntes, en los que sus con-
tenidos y correspondientes desarrollos están más o menos bastante definidos y
sólo les resta su revisión de estilo, éste que aquí se prologa se encuentra aún
en la fase previa: la de determinar si estos son los contenidos pertinentes, y si,
además, el desarrollo de los mismos es el adecuado.
Introducción
Uno de los problemas más antiguos que se le viene planteando a cualquier so-
ciedad en tanto que colectivo organizado, es el de cómo repartir entre sus inte-
grantes el coste de aquellas actividades emprendidas en beneficio de todos y
de las que, en principio y a primera vista al menos, nadie se beneficia particular
o especialmente. Tal controvertida cuestión es conocida entre los teóricos de la
economía y las finanzas públicas como el problema del reparto de la carga
tributaria o, también, como el de la distribución formal de los costes públi-
cos, y es un asunto que, a lo largo de la Historia, se ha revelado como elemen-
to generador de numerosas y nada pacíficas conmociones sociales de todo tipo
(revoluciones, movimientos independentistas..), trascendiendo así su interés el
ámbito de lo estrictamente financiero.
-1 -
Como ya sabemos, la justicia y la asignación eficiente de los recursos, junto al
crecimiento económico estable, son las finalidades básicas que presiden la ac-
ción de gobierno en las sociedades modernas, siendo por ello también los crite-
rios conforme a los cuales éstas plantean y construyen sus distintos entrama-
dos institucionales, entre otros, sus respectivos ordenamientos tributarios.
Centrándonos ahora en la justicia y el impuesto, algo en lo que aparente al me-
nos todo el mundo parece estar de acuerdo es en que el coste de las actuacio-
nes emprendidas en beneficio de todos debe ser atendido por cada uno en su
justa parte, siendo ello válido para todo tipo de colectividad, desde los compo-
nentes de una comunidad de vecinos hasta los integrantes de una entidad su-
pranacional como pueda ser la Unión Europea, así como para todos aquellos
gastos no divisibles en que las mismas incurran. Ahora bien, el hecho de que
estemos unánimemente de acuerdo en que todos tenemos que contribuir a lo
que en justicia nos corresponde, no resuelve absolutamente nada respecto a
cuál ha de ser el criterio conforme al que efectuar tal reparto de obligaciones,
ya que mientras, por una parte, la exigencia fundamental que todos ponen o
ponemos para llegar a él es el de que sea justo y equitativo, simultáneamente,
todos y cada uno de nosotros tenemos y sostenemos nuestra propia y particu-
lar idea de lo que ha de entenderse como justo y equitativo a estos efectos,
pues la categoría normativa que en este caso se toma como referente -la Justi-
cia- carece de una definición precisa de aceptación universal, viniendo su defi-
nición, como meta social, condicionada por los juicios de valor prevalecientes
en cada momento.
Una solución para obviar este aparente callejón sin salida podría ser la aplica-
ción del criterio de la igualdad absoluta de todos los ciudadanos ante la finan-
ciación de las actividades públicas, pues ello permitiría establecer una fórmula
de reparto harto simple: dividir el coste total de las mismas entre el número to-
tal de ciudadanos, siendo el resultado de tal cociente lo que cifraría las aporta-
ciones individuales. Tal forma de cuantificar la participación individual en los
gastos colectivos sin embargo, además de una interpretación muy tosca y radi-
cal de la igualdad, ha sido y es un criterio de distribución de cargas fuertemente
contestado debido a su absoluta falta de equidad. Es más, de hecho, el mismo,
ha sido fuente generadora de todo tipo de conflictos sociales cuando se ha re-
currido a él, incluso en tiempos no tan lejanos. En efecto, el último episodio no-
table que atestigua cuanto se acaba de decir nos lo proporciona la experiencia
británica del Comunity Charge, mas conocido como Poll Tax. Fue éste un im-
puesto de capitación que introdujo el gobierno de Margaret Tatcher en el ámbi-
to de las haciendas locales de Escocia en 1 9 8 9 , que, en el año siguiente, ex-
tendió a Gales e Inglaterra su ámbito de aplicación; si bien hubo de ser dero-
gado en abril de 1 9 9 1 en toda la nación debido a las numerosas y multitudina-
rias protestas que suscitaba, las cuáles además, con bastante frecuencia, sol-
ían terminar en episodios de violencia abierta, tal y como recordaran aquellos
que vivieron tales fechas y pueden comprobar en cualquier hemeroteca los
demás.
-2 -
nes de los economistas Clásicos son el Principio del Beneficio, también de-
nominado de Equivalencia, que proclama que un sistema fiscal es equitativo
sólo en la medida en que cada individuo contribuya a las financiación de las ac-
tividades públicas de acuerdo al interés (beneficio) que para él tengan dichas
actividades, y el Principio de Capacidad de Pago, según el cuál cada indivi-
duo debe contribuir a las cargas colectivas de acuerdo con, o en función de, su
propia capacidad para hacerlas frente, si bien para algunos teóricos actuales
(y, no pocos de estos mismos, incluso para el propio A. Smith) ambos princi-
pios no son sino «las dos caras de la misma moneda», pues en tal sentido in-
terpretan el párrafo de La Riqueza de las Naciones de A. Smith (1 7 2 3 -1 7 9 0 )
que se presta a tales lecturas, el cuál, literalmente, reza: «...los súbditos de
cualquier estado deberían contribuir al sostén del gobierno en una proporción
tan cercana como fuera posible a sus respectivas capacidades; es decir, en
proporción a los ingresos que respectivamente disfrutan bajo la protección del
estado» (Libro V, volumen 2 º, de la edición española del Fondo de Cultura
Económica de 1 9 5 8 ).
-3 -
demanda potencial (inaplicabilidad del principio de exclusión, conjunción de
oferta y no revelación de las preferencias individuales por ellos), el primer pro-
blema que ha de resolverse es el del cifrado de tales consumos individuales y,
posteriormente, determinar la cuantía exacta a aportar por cada individuo. El in-
tento de dar respuesta a estas cuestiones lleva a De Viti a establecer dos hipó-
tesis:
Como ha quedado dicho, lo que este criterio postula es que cada ciudadano
contribuya a la financiación de las actividades públicas en función de su propia
capacidad para ello. Es decir, que mientras que el Principio del Beneficio, des-
-4 -
cansando en un concepto conmutativo de Justicia, lo que trata es de determi-
nar simultáneamente la cantidad de servicios públicos a prestar y la parte de fi-
nanciación de los mismos que a cada uno corresponde, el Principio de Capaci-
dad de Pago, partiendo de una noción redistributiva de la Justicia y conocido el
coste total de las prestaciones públicas, lo que pretende es repartir con Justi-
cia tal coste total, teniendo bien claro en todo caso que la solución adoptada ha
de dar cumplida satisfacción a las dos acepciones de la Equidad Contributiva:
La Equidad vertical, que es la que exige que las personas que estén en igua-
les condiciones económicas sean tratadas tributariamente igual, y La Equidad
horizontal, que impone que los desiguales tengan un trato tributario desigual y
ajustado a las desigualdades existentes entre ellos.
Este argumento, tan impecable e indiscutible por otra parte, no dejaba de pre-
sentar el gran inconveniente de tener que dar contenido al concepto de igual-
dad de sacrificio, cuestión esta que no quedó resuelta hasta algunos años des-
pués del fallecimiento de gran hacendista liberal británico. En efecto, en los
primeros años del S. XX, Edgeworth y Cohen Stuart, cada uno por su lado ini-
cialmente, se replantean esta cuestión e intentan dar un contenido operativo a
la Igualdad de Sacrificio, llegando a establecer a tal fin tres acepciones distintas
de la misma: el sacrificio igual absoluto, el sacrificio igual proporcional y el sa-
crificio marginal igual. La primera de ellas implica que cada contribuyente ha de
satisfacer un impuesto que le ocasione una desutilidad igual a la experimenta-
da por los demás ciudadanos, o lo que es lo mismo, que la utilidad de las uni-
dades de renta que el impuesto detrae sea igual para todos; esto, en términos
analíticos, suponiendo que la utilidad es función de la renta U (y) y designando
al impuesto por T, puede expresarse: U (y) - U (y - T) ha de ser igual para todos
los ciudadanos. El sacrificio igual proporcional implica por su parte que cada
contribuyente pague un impuesto que le ocasione un sacrificio que, proporcio-
nalmente referido a la utilidad de su renta antes del gravamen, sea igual al de
cualquier otro ciudadano; es decir, que lo que esta acepción exige es que la uti-
lidad de las unidades de renta sustraídas por el impuesto guarde la misma pro-
-5 -
porción, respecto a la utilidad de la renta antes de gravamen, para todos los in-
dividuos; o sea que [U (y) - U (y-T)]/U (y) ha de ser igual para todos los suje-
tos. Finalmente, lo que exige el sacrificio marginal igual es que cada contribu-
yente pague un impuesto tal que el sacrificio de la colectividad sea mínimo, lo
que equivale a decir que las unidades de renta poseídas tras el impuesto han
de reportar igual utilidad individual a todos los ciudadanos; esto, que lleva
implícito la asunción de la tesis de la propiedad aditiva de las utilidades indivi-
duales, puede expresarse: d U (y-T)/d (y-T) ha de ser igual para todos los suje-
tos. En cualquier caso, sólo la imposición progresiva sobre la renta personal es
la única modalidad impositiva capaz de verificar cualquiera de las tres acepcio-
nes de la igualdad de sacrificio mencionadas.
-6 -
mínimamente individualizable, provoca en él toda suerte de modificaciones en
su conducta y en la organización de sus actividades, las cuáles no tienen otra
finalidad que la de minimizar la carga que legalmente le corresponde soportar,
mediante la traslación o desplazamiento de la mayor proporción de ella que sea
posible hacia otros agentes. Obvio es decir que, a medida que tales modifica-
ciones de la conducta económica individual se generalizan, se va poniendo en
marcha una larga y compleja secuencia de efectos económicos que, de manera
directa en unos casos, e indirecta en otros, van a ir afectando al consumo, al
ahorro, a la productividad, al nivel de empleo y, en general, a las distintas va-
riables macroeconómicas; terminando así por modificar la distribución de la
renta, la eficiencia de la asignación de los recursos y la estabilidad económica
del sistema en su conjunto.
-7 -
real disponible en una inicial situación sin impuesto y la resultante del proceso
de ajuste que tiene lugar tras la modificación impositiva que se ha introducido.
El nexo de unión y, a la vez, de diferenciación entre ambos tipos de incidencia,
lo constituye el fenómeno de la traslación impositiva, término con el que se
designa al proceso mediante el cual la carga derivada de un impuesto se va
desplazando entre los distintos agentes del sistema, como resultado de los es-
fuerzos de los contribuyentes por minimizar la parte de ella que, individualmen-
te, han de soportar. Esta traslación tiene en el sistema de precios el mecanis-
mo a través del cual se produce, por lo que presenta dos modalidades: la tras-
lación hacia adelante, que es cuando la carga se trasmite hacia los consumido-
res vía precios de los bienes finales, y la traslación hacia atrás, que es cuando
la carga se transmite hacia los productores vía cantidades demandadas y pre-
cios de los inputs adquiridos.
Aún sabiendo que la modalidad de incidencia a la que por lo general nos referi-
remos será la efectiva establecida en términos diferenciales, al efectuarse utili-
zando los métodos propios del análisis económico de equilibrio, se podrá en-
tonces hablar, además de las categorías anteriores, de dos enfoques distintos:
la incidencia en modelos de equilibrio parcial, en los que, siguiendo las pau-
tas vistas en Análisis Microeconómico, lo que se hace es aislar un mercado
concreto y analizar en él los cambios resultantes de las modificaciones imposi-
tivas que interesen, y la incidencia en modelos de equilibrio general, en los
que lo que se hace es considerar los distintos efectos, directos e indirectos,
-8 -
ocasionados al conjunto interrelacionado de mercados y agentes económicos
por las alteraciones impositivas que interesen. En cualquier caso, y por razones
de simplicidad, ambas variantes del análisis de incidencia suelen acometerse
en términos de estática comparativa; es decir, comparando una situación ini-
cial de equilibrio con otra, también de equilibrio, a la que se accede tras produ-
cirse los oportunos ajustes que suceden al cambio impositivo introducido. Co-
mo es obvio, esta perspectiva supone que la nueva situación de equilibrio se
alcanza instantáneamente, lo que, a su vez, entraña la constancia en el tiempo
de las ofertas de capital y de trabajo del sistema.
-9 -
SINOPSIS DE LA SECUENCIA DE EFECTOS
S1
PE S0
T
PD
PE
PS
D
0 X1 XE
Así las cosas, el estado establece un impuesto de suma fija o unitario, de im-
porte (T) por unidad, al consumo del bien en cuestión, haciendo recaer el mis-
mo en los oferentes con la intención de que estos repercutan su carga vía pre-
-10 -
cio del bien a los consumidores finales. La primera reacción de los oferentes
ante este hecho va a ser desplazar la carga del tributo hacia delante, esto es, a
los demandantes, mediante el aumento del precio del bien en el importe del
impuesto (T), cosa que los demandantes por su parte percibirán como si, gráfi-
camente, se hubiese producido un desplazamiento de la función de oferta
paralelamente a si misma (S1 ) en una distancia (T).
Ante este hecho, los demandantes, cuyos gustos y preferencias por el bien
cuestión, sus sustitutivos o sus complementarios, no se han visto en absoluto
alteradas, reaccionarán a este mayor precio constriñendo la cantidad deman-
dada; lo que gráficamente se explica mediante el desplazamiento de estos a
lo largo de su función de demanda (D) hasta que ambas funciones (D y S1 )
se intersecten de nuevo, dando lugar así a una nueva cantidad de equilibrio X1 .
Ante este resultado, y con la intención de que sean los consumidores los que,
efectivamente, soporten su carga, el estado decide aplicar el gravamen direc-
tamente a estos y prescindir de los oferentes. Para ello, imaginemos que lo que
hace el estado es colocar en los puntos de venta del bien a un recaudador que,
cada vez que un demandante adquiere el bien, le exige inmisericordemente el
impuesto (T) por unidad adquirida correspondiente. Vamos, que no hay escape.
PD
PE
PS
T D0
D1
0 X1 XE
-11 -
Esta es la situación que nos explica el segundo gráfico. Como ahora son los
demandantes los que pagan más por lo mismo, lo que el oferente percibirá es
que la función de demanda (D0 ) se ha desplazado paralelamente a si misma
hasta situarse a una distancia (T) de la inicial (D1 ). Como es obvio, esta per-
cepción les hará a ellos desplazarse a lo largo de su función de oferta (S)
hasta alcanzar un nuevo punto de corte con la “nueva” función de demanda D1 ,
determinando así una nueva cantidad de equilibrio X1 .
Como ocurre con casi todos los fenómenos que se explican a través del Análi-
sis Económico, siempre existe la posibilidad de que más de uno se plantee si
esto realmente es así en cualquier caso, o si es que se ha llegado a tal conclu-
sión sólo por los supuestos de partida establecidos. Pues bien, vamos a desti-
nar lo que resta de epígrafe a ver como el resultado al que se llega con los su-
puestos advertidos se mantienen aunque se modifiquen, y mucho además, los
supuestos iniciales.
-12 -
función de ingresos marginales (IMG0 ). Con tales datos y dada su estructura de
costes (gráficamente representados por las funciones de costes totales CMT y
costes marginales CMG), el monopolista fija como nivel de producción que
maximiza sus beneficios X , pues únicamente en él es en el que se da la con-
E
dición de equilibrio de que los ingresos marginales igualen a los costes margi-
nales. Esta producción X es absorbida por el mercado, según indica la función
E
de demanda, al precio P , dando lugar a que el monopolista obtenga un benefi-
E
cio por unidad medido por el segmento BC, que es el que cifra la diferencia
existente entre los ingresos medios y los costes totales medios para tal nivel de
producción. Este beneficio por unidad, multiplicado por la cantidad total inter-
cambiada (segmento OX ), cifrará de forma exacta el beneficio total del mono-
E
polista, el cual está representado gráficamente por el área más obscurecida.
CMG
PE B
CMT
IMG0 D0
0 XE
Así las cosas, el establecimiento del aludido impuesto de suma fija al consumo
tiene como consecuencia inmediata que el monopolista perciba como función
de demanda, no la función D0 , que es la que realmente existe en el mercado,
pues no hemos introducido hipótesis alguna sobre la modificación de las prefe-
rencias, los precios de sustitutivos y complementarios o la función de produc-
ción del empresario, sino otra D desplazada paralelamente a sí misma hacia el
1
origen de coordenadas en la cuantía del impuesto (T), que, como es lógico, ha
«arrastrado» en su desplazamiento también a la función de ingresos margina-
les, que ha pasado a ser IMG . Obviamente, la reacción del monopolista ante
1
este nuevo escenario no va a ser otra que la de intentar alcanzar de nuevo el
nivel de producción que maximice sus beneficios, cosa que únicamente logrará
allí donde se iguale su nueva función de ingreso marginal (IMG ) y sus costes
1
marginales (CMG), lo que, gráficamente, tiene lugar para la cantidad X , que es
A
-13 -
la que se corresponde con el punto de intersección A. Tal producción X será
A
absorbida por el mercado, según indica la función de demanda realmente exis-
tente en él (D0 ), al precio P , el cual difiere del efectivamente percibido por el
D
monopolista (P ) en la cuantía del impuesto de suma fija.
F
CMG
PD
PE
PS A
CMT
IMG1 IMG0 D1 D0
0 X1 XE
Es decir, que, al final, el resultado de este proceso ha sido que, tras el estable-
cimiento del impuesto, no sólo ha disminuido la cantidad demandada y se ha
elevado el precio pagado por los consumidores, sino que, además, y en contra
de lo que habitualmente se piensa, el monopolista también se ha visto afecta-
do, pues tras la alteración impositiva percibe un precio inferior por unidad de
producto, vende menos cantidad y su beneficio es también menor al que obten-
ía antes del establecimiento del gravamen. Es decir, que como ya se había
concluido en el análisis de incidencia en el mercado de competencia, también
en el caso de los monopolios la carga que comporta el impuesto se distribuye
entre ambos agentes; dándose igualmente que es la elasticidad precio del bien
objeto de intercambio el elemento de ponderación con mayor peso en el desen-
lace final de todo el proceso distributivo.
-14 -
Lección 6
Este impuesto, que junto a las cotizaciones a la Seguridad Social y el IVA componen
el grueso de los ingresos de naturaleza tributaria en los países con mayor grado de
desarrollo social y económico, se conceptúa como un tributo directo, de naturaleza
personal y carácter progresivo, cuyo objeto es la renta afluida al individuo a lo largo
de un período de tiempo determinado (generalmente el año natural) y cuya configu-
ración atiende a las circunstancias que concurren en su destinatario, con el fin de
supeditar la carga que comporta a las mismas. En cuanto a sus características más
relevantes, cabe reseñar:
-1-
estudiosos, empresarios, etc), estando ello motivado principalmente en que la per-
sonalización de la carga que su establecimiento comporta presupone que, en la so-
ciedad en las que el impuesto se pretende poner en vigor, se verifiquen dos impor-
tantísimas condiciones:
-2-
Esta falta adecuación de la noción económica de renta a la finalidad tributaria fue
precisamente lo que indujo a economistas y teóricos de la administración pública,
prácticamente desde el mismo momento en el comienza a plantearse la posibilidad
de un impuesto como este, a intentar dar con un concepto de esta magnitud que pu-
diese ser utilizado como criterio de medida del poder económico de los individuos,
asunto en el que no empezó a verse luz sino hasta bien entrado el S. XX, en que el
estadounidense R Haig concluyó que a efectos fiscales solo podía entenderse como
renta «el valor monetario del aumento neto de poder económico personal entre dos
momentos de tiempo». Poco tiempo después de que Haig formulase esta idea, el
igualmente norteamericano H. Simons definió a la renta, también con fines estricta-
mente tributarios, como el «valor monetario del aumento neto de la capacidad de
consumo de un individuo durante un período de tiempo determinado», siendo este el
concepto que desde entonces se tiene como subyacente del Impuesto en la mayoría
de los países desarrollados. Esta noción de renta -más conocida en el peculiar len-
guaje de los hacendistas como concepto extensivo de renta o, también y en honor a
sus formuladores iniciales, concepto HS de renta- viene expresándose mediante la
convención Y = C ∀ ∗ W, en la que Y representa a la renta del individuo, C su con-
sumo y ∗ W la variación experimentada a lo largo del período por su patrimonio, y
que se trata de una expresión que, a pesar de su aparente simplicidad, precisa de
alguna aclaración adicional que evite incurrir en algunos errores harto frecuentes.
Así, a modo de ejemplo, de un sujeto del que se sabe, respecto al año n, que su
sueldo fue de 2 0 .0 0 0 €, que en abril vendió un piso de su propiedad por 3 0 0 .0 0 0 €
que había adquirido dos años antes por 2 2 0 .0 0 0 €, y que posee un paquete de ac-
ciones adquiridas en marzo del n por 3 0 .0 0 0 € que a 3 1 de diciembre de tal año ten-
ía un valor según la cotización oficial de 2 5 .0 0 0 €; siguiendo un criterio estrictamente
económico, la renta obtenida por este individuo a lo largo de n vendría cifrada en
2 0 .0 0 0 € únicamente, pues ni la plusvalía obtenida por la venta del piso, que es una
ganancia de capital, ni la diferencia de cotización de las acciones poseídas, que no
es sino un cambio del valor nominal de los activos correspondientes, son flujos de
renta técnicamente hablando. Por el contrario, si se adopta un criterio fiscal de renta,
más concretamente el criterio HS, la renta de este sujeto en el año n sería: 2 0 .0 0 0 +
[(3 0 0 .0 0 0 - 2 5 0 .0 0 0 ) + (2 5 .0 0 0 - 3 0 .0 0 0 )] = 6 5 .0 0 0 €; pues tal es la magnitud que ci-
fra el potencial de consumo del individuo a lo largo del año en cuestión.
Advertido entonces el particular concepto de renta que entraña el impuesto resta aún
explicar que, si bien los requisitos básicos para la implantación del mismo en cual-
-3-
quier país (sociedad democrática, cierto grado de desarrollo económico, educación
cívica de la sociedad..etc) son absolutamente comunes en todos los casos, no ocu-
rre otro tanto con los planteamientos configuradores del gravamen o puntos de parti-
da en su articulación legal, pues respecto a ellos existen dos planteamientos extre-
mos, entre los que se sitúan luego los distintos países y sus respectivos Impuestos
personales.
En efecto, a este respecto puede ocurrir que se tomen en primer lugar las distintas
cosas o fuentes capaces de generar los diferentes rendimientos que componen la
renta total (una finca agrícola, un inmueble urbano, un activo financiero, el trabajo
personal por cuenta ajena..etc) y, estableciendo un gravamen en cada una de ellas,
llegar por adición a la tributación de todas, teniéndose así una concepción analítica
del impuesto. Pero también, alternativamente, puede hacerse abstracción total y
absoluta de tales fuentes de procedencia y atender únicamente a la cuantía de la
renta que, de manera global, afluye al individuo a lo largo del período, teniéndose así
un impuesto sintético sobre la renta. En puridad desde luego, el impuesto per-
sonal sobre la renta extensiva debería ser siempre de carácter sintético, pues
el impuesto analítico, en realidad, lo que hace es recaer sobre las diferentes partes
constitutivas de la renta y no sobre la renta global que afluye al individuo, que aun-
que parezca lo mismo son cosas sin embargo sustancialmente distintas. Además, no
son las fuentes generadoras de rendimientos las que poseen capacidad de pago o
de afrontar cargas tributarias, sino únicamente las personas, siendo la renta extensi-
va o HS la magnitud que mejor permite cifrar dicha capacidad en los individuos. A
pesar de esto, sin embargo, el planteamiento prevaleciente en los actuales gravá-
menes sobre la renta personal es la concepción analítica del impuesto, siendo la fa-
cilidad de gestión y, sobre todo, las mayores posibilidades de actuación discrecional
que a sus administradores ofrece la configuración analítica del impuesto, las princi-
pales razones por las que tiene lugar esta primera desviación de lo que es el im-
puesto respecto de lo que debería ser.
Hechas estas precisiones, finalizamos aquí esta aclaración del objeto imponible del
impuesto personal sobre la renta, no sin insistir una vez más que este concepto HS
subyacente en el mismo no debe considerarse sino como un ideal al que la ordena-
ción jurídica del impuesto debe supeditarse, en el sentido de que sólo a partir de una
concepción amplia de la renta es posible luego configurar un impuesto que, por dar
cumplida satisfacción a las dos vertientes de la Equidad (horizontal y vertical), sea
justo y, a la vez, sea eficiente, pues somete a gravamen cualquier tipo de acrecen-
tamiento en el poder de consumo individual, sea este de la naturaleza que sea.
-4-
términos, para que un impuesto sobre la renta personal analíticamente planteado tu-
viese la misma virtualidad que otro sintético girado sobre la renta SH su hecho im-
ponible habría de sujetar a gravamen a cualquier acrecentamiento de capacidad
contributiva que pudiese experimentar el sujeto a lo largo del período impositivo, lo
que supondría considerar como rentas efectivamente gravables en cualquier caso a:
d) Según el criterio del soporte material en el que se concretan, tendrían que com-
putarse tanto las rentas monetarias como las no dinerarias o en especie.
Como es fácil imaginar, no existe regulación del impuesto alguna que sujete a tribu-
tación progresiva, de manera efectiva y cierta además, a la totalidad de modalidades
de renta que se acaban de enumerar, por lo que, como se advertía un poco antes,
es absolutamente irreal pensar que un impuesto analítico sobre la renta pueda tener
la misma virtualidad que otro sintético girado sobre la renta SH, por mas que sea
aquél el planteamiento del impuesto que prevalezca en la actualidad.
-5-
2.3 Ámbito territorial de exigencia
Puesto que lo más normal es que en el país en el que el impuesto esté o vaya a es-
tar implantado haya residentes que perciban rentas generadas en otros países (por
ejemplo, dividendos por acciones en sociedades de capital domiciliadas en el extran-
jero o retribuciones por servicios profesionales prestados a residentes en otros paí-
ses), lo más lógico parece que es la personalización del gravamen mediante la
adopción del criterio de residencia, pues solo de esta manera se puede aspirar a que
todas, o cuando menos la mayoría, de las rentas obtenidas por las personas físicas
residentes en el país sean objeto de tributación. De todas formas, y a pesar de que
el criterio de residencia sea la opción más defendida por los teóricos de la imposi-
ción, ello no obsta para que a su adopción sin más se le opongan numerosos incon-
venientes, siendo de destacar entre ellos los dos siguientes.
I. De un lado, que, de acuerdo a este criterio, el impuesto gravará todas las rentas
obtenidas por los residentes en el territorio de aplicación del impuesto (país o
región), pero ello no quiere decir que se grave la totalidad de las rentas genera-
das dentro del mismo, y aún cuando ello no preocupe gran cosa a los teóricos y
estudiosos del fenómeno financiero, pues entienden que existen otras compen-
saciones que suplen este inconveniente del gravamen personal, desde un punto
de vista político esto es bastante difícil de aceptar sin más, máxime en momen-
tos, como los actuales, en los que los localismos han adquirido tanta importancia
en las agendas de cualquier opción política con pretensiones de gobierno.
II. De otro lado, el problema conocido como de la doble imposición, que como su
propia denominación hace intuir, tiene lugar cuando una determinada renta es ob-
jeto de gravamen por dos o más impuestos personales. Es éste por otra parte un
fenómeno que puede producirse tanto dentro de los límites nacionales de un país
como en el ámbito internacional, por lo que, dada su innegable interés vamos a
considerarlo a continuación con algún detenimiento.
-6-
En efecto, en los países de corte federal, en los que a cada nivel de gobierno co-
rresponde una circunscripción territorial perfectamente delimitada, es relativamente
frecuente que los gobiernos regionales cuenten con alguna variante del impuesto
sobre la renta en sus respectivos sistemas de ingresos. Si estos gravámenes no son
unánimes en cuanto a su criterio de aplicación espacial y, consiguientemente, en
unas circunscripciones se exige de acuerdo al criterio de territorialidad y en otras al
de residencia, es claro que, dentro de un mismo país, además de los residentes que
obtienen sus rentas en la circunscripción en que residen y satisfacen su correspon-
diente impuesto personal, existirán residentes a los que alguna o algunas de sus
rentas se les hará tributar dos veces por tal gravamen, mientras que a otras podría
darse el caso de que no fuesen objeto de gravamen alguno; prodigándose de esta
forma las discriminaciones de trato fiscal, así como las colisiones y conflictos entre
administraciones subcentrales por la gestión de estos impuestos.
Pero es que aún cuando todos los gravámenes regionales sobre la renta se exigie-
ran de acuerdo a un único criterio de aplicación espacial, estas coincidencias y hue-
cos en la tributación de la renta obtenida por las personas físicas seguirían teniendo
lugar, pues también los demás elementos constitutivos de la correspondiente rela-
ción jurídico-tributaria pueden ser causa de las mismas. Así, una diferente forma de
definir a efectos tributarios la residencia de las personas físicas en cada circunscrip-
ción dará como resultado más que seguro el que haya contribuyentes que residan
simultáneamente en dos o más comunidades, mientras que otros sin embargo no lo
hagan en ninguna. Igualmente, otra causa de las disfunción podría ser la diferente
definición de los rendimientos sujetos a gravamen; por ejemplo, en el caso de los di-
videndos y demás utilidades derivadas de la tenencia de acciones y participaciones
en sociedades de capital, unas comunidades, en función de sus intereses recaudato-
rios, pueden entenderlas producidas en el territorio en el que esté radicada la razón
social de la entidad, otras donde radique la mayor parte de su inmovilizado material,
y otras en fin donde se ubique la entidad financiera depositaria de los títulos que dan
derecho a estas retribuciones de capital mobiliario. Es decir, que, al final, cualquiera
de los elementos del tributo tienen que ver con su aplicación territorial y, por ende,
ser posible causa de las disfunciones que venimos señalando.
A fin de obviar los problemas un poco más arriba enunciados, y debido obviamente a
las implicaciones internacionales del problema, la regulación del Impuesto en los dis-
tintos ordenamientos nacionales viene definiendo la sujeción al mismo de acuerdo,
simultáneamente, a ambos criterios, lo que da lugar a que dentro del mismo país
-7-
existan dos formas distintas de sujeción al impuesto: la obligación personal y la obli-
gación real. Por Obligación Personal quedan sujetos al mismo todas las personas
físicas residentes en el territorio del estado considerado por la totalidad de las ren-
tas por ellas obtenidas y con independencia del país en que las mismas se
hayan generado (renta mundial), siendo en el cifrado de la duración de esta obliga-
ción donde los distintos ordenamientos presentan las mayores diferencias entre sí
(en España por ejemplo, tal duración es 1 8 4 días/año, pero hay países que exigen la
justificación de algunos años continuados de residencia en el extranjero para no
aplicar la obligación personal y si la real). La adopción de esta modalidad de contri-
buir, entre otras cosas, obliga a los diferentes estados a suscribir los conocidos co-
mo "Tratados y Convenios Internacionales para Evitar la Doble Imposición", pues la
generalización de la misma puede dar lugar a que rentas de distinta naturaleza sean
objeto de tributación por el Impuesto sobre la Renta de distintos países cuando hay
actividades de ámbito internacional. Por Obligación Real quedan sujetos al Impues-
to las personas físicas que, no residiendo en el país que se esté considerando, en él
obtengan algún tipo de rentas. En este caso, tales sujetos tributan exclusivamente
por aquellas rentas que se generen dentro de los límites geográficos de dicho
país, siendo frecuente el que se les aplique un trato ligeramente diferenciado del
que se da a las rentas gravadas en la obligación personal.
Para cerrar el comentario sobre esta cuestión cabe decir que, alternativamente a la
articulación de estas dos modalidades de sujeción dentro del mismo impuesto per-
sonal que se acaba de explicar, es posible, como ocurre en la actualidad en España
y en algún que otro país de Europa, implantar dos impuestos personales sobre la
renta: uno que sólo afecta a los residentes en el país y otro que únicamente grava
por obligación real las rentas obtenidas por los no residentes.
Hasta no hace tanto tiempo, la cuestión mas debatida a la hora de establecer los
elementos personales de este Impuesto era la de la elección entre el individuo y la
familia como unidad contribuyente del mismo, radicando el origen de la polémica en
que, si bien es cierto que la renta es percibida únicamente por las personas físicas
de forma individual, no menos evidente es que la situación «natural» o, si se prefie-
re, más frecuente de los individuos es la agrupación familiar, por lo que un impuesto
que aspirase a gravar subjetivamente la capacidad de pago de los individuos mani-
festada a través de su renta no podía ser ajeno en modo alguno a este hecho. Con
el tiempo, esta polémica sin embargo ha ido perdiendo todo su interés, pues la orien-
tación por la que poco a poco se han ido inclinando los ordenamientos tributarios de
los países socialmente más avanzados ha sido la de tomar al individuo como unidad
contribuyente, si bien incluyendo en la regulación del impuesto sobre la renta los
mecanismos suficientes como para graduar la carga que el mismo comporta a los
distintos tipos de cargas familiares que en cada caso éste haya de afrontar.
-8-
• La frecuencia con la que en las sociedades actuales tiene lugar la cohabitación
sin vínculo legal que la sancione (las parejas de hecho), así como la constitu-
ción de unidades familiares formadas por parejas del mismo sexo, que obliga a
replantearse determinadas orientaciones en la estructuración del Impuesto
que, por regla general, venían descansando precisamente en el vínculo matri-
monial tradicional para la delimitación de sus elementos personales.
• El hecho de que la tarifa del Impuesto sea por definición progresiva; que tiene
como consecuencia el que cualquier modificación que experimenten cuales-
quiera de los elementos que configuran su articulación legal (sujeto pasivo, de-
finición de los rendimientos ..etc) se vea notablemente amplificada en la cuota
a satisfacer por el mismo.
• Exige tener que graduar el impuesto a satisfacer no sólo en función del número
de personas dependientes que tenga el individuo a su cargo, sino también en
función de las diferentes circunstancias por las que estos atraviesan (si son ma-
yores o muy pequeños, si tienen alguna discapacidad o limitación, si tienen o no
algún empleo remunerado por poco que sea..etc).
• En caso de que el individuo esté integrado en una unidad familiar en la que exista
más de un perceptor de rentas, han de contemplarse complejos procedimientos
de atribución individual para aquellas rentas que sean comunes a más de uno de
tales integrantes como, por ejemplo, en el caso de los rendimientos de algún acti-
vo que sea de propiedad común a ambos cónyuges. En este mismo orden de co-
sas también, ha de tenerse en cuenta que se puede producir una importante re-
ducción de la progresividad del Impuesto como consecuencia de una adecuada
pero ficticia redistribución de ingresos y elementos patrimoniales entre los distin-
tos componentes del entorno familiar del individuo.
• Tiene como resultado evidente un elevado número de sujetos pasivos por el Im-
puesto, lo que conlleva un volumen grande de declaraciones y liquidaciones que
hacen mucho más complejo y costoso el control y la gestión del gravamen.
-9-
mayoría de los actuales sistemas tributarios debido a numerosas razones, de entre
las que si embargo hay dos sobre las que no está de más llamar la atención aquí.
II. Dado que está empíricamente demostrado que la oferta de trabajo del segundo
perceptor de una unidad familiar es notablemente más elástica que la del primero
(y a todos nos consta que este segundo perceptor es, por lo común, la mujer), la
tributación individual será menos desincentivadora del trabajo de la mujer que la
tributación conjunta, pues siempre gravará a esta segunda percepción (en cuant-
ía) con un tipo marginal más reducido que si tributara conjuntamente con la co-
rrespondiente a su cónyuge.
Adoptada entonces la tesis del individuo como unidad contribuyente del Impuesto, y
reconocida la necesidad de que éste tenga en cuenta las cargas familiares de aquél,
la delimitación de los elementos personales del tributo tendrá entonces como exi-
gencia la de que su estructura legal establezca nítidamente cuáles son dichas car-
gas, pues la unidad familiar a efectos tributarios es un elemento constitutivo del im-
puesto que suele diferir notablemente en todas los países de sus equivalentes más
utilizados en otros ámbitos del quehacer económico público (hogar estadístico, eco-
nomía doméstica..etc). En este sentido, los criterios de delimitación jurídica más
comúnmente utilizados para definir la composición de la unidad familiar a efectos fis-
cales vienen siendo:
- 10 -
modalidad en que ha de reducirse la carga del Impuesto a medida que aumentan las
cargas familiares por otro.
- 11 -
por lo que, al final, lo que en los distintos países se viene haciendo, con todas las
salvedades y excepciones que se quiera, es hacer tributar por este impuesto a un
concepto de renta sólo pretendidamente extensivo, el cuál además, en la mayor par-
te de los casos, queda definido de manera analítica.
Aceptado esto (y no hay mejor prueba de convicción para ello que asomarse a nues-
tro vigente I. R. P. F) empezaremos recordando que, según contamos al principio de
esta lección, el concepto extensivo de renta nos lleva a contemplar a tal magnitud,
no como un flujo que regular o irregularmente discurre hacia su perceptor, sino que
además hay que incluir en el mismo a todas las variaciones producidas a lo largo de
tal periodo en el patrimonio o stock de capital de su propiedad, pues también las
mismas representan modificaciones de su capacidad contributiva. Así las cosas en-
tonces, el cálculo de la base imponible parece, al menos a primera vista, algo senci-
llo de llevar a cabo. Se empieza tomando por un lado a los rendimientos o flujos, y
por otro, las alteraciones patrimoniales; a continuación, se cifra cada uno de ellos
de acuerdo a los procedimientos que en cada caso proceda, y por último, se suman
todos algebraicamente cada una con su signo (pues los rendimientos y alteraciones
patrimoniales pueden ser tanto positivos como negativos) y se llega así a la magni-
tud deseada, que no es otra que la base imponible del Impuesto.
Concordantemente con tal plan, en los tres apartados que siguen veremos por sepa-
rado las principales cuestiones relativas al cómputo de los rendimientos regulares
primero, a continuación, los que se refieren a las alteraciones de capital, y por últi-
mo, los concernientes a los rendimientos irregulares.
Una observación final al hilo de este requisito al que se acaba de aludir de que la
renta a gravar sea neta. Un error relativamente frecuente es equiparar las cuantías
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satisfechas en concepto de retención en origen del ingreso de que se trate, y más
concretamente del IRPF, con los gastos que han de deducirse de los ingresos, por
más que se trate de conceptos sustancialmente distintos. En efecto, la finalidad de
los sistemas de retención en origen, que nacieron en U.S.A en la segunda mitad del
pasado siglo bajo la denominación de sistema PAYE («paid as you earn»; esto es,
pague a medida que vaya Vd. ingresando), no era otra que la de evitar, en el ámbito
de los rendimientos del trabajo fundamentalmente, los problemas de liquidez que al
contribuyente se le podían plantear en un año por tener pagar de golpe el impuesto
correspondiente a una renta que, ganada un año atrás, podía haber sido muy supe-
rior a la del año en el que correspondía pagar el impuesto. Con tal propósito, lo que
se implantó fue un sistema mediante el cual el pagador retenía una pequeña porción
de la retribución al empleado, la cuál además ingresaba en las cajas de Hacienda en
concepto de pago a cuenta del impuesto que éste en su momento habría de satisfa-
cer. Dicho en otras palabras, que tales retenciones no son en absoluto un gasto de-
ducible sino directamente impuesto satisfecho, por lo que no es en la base imponible
en donde ha de deducirse sino en la cuota a satisfacer por el mismo.
Aclarado el sentido implícito y los alcances exactos del sustantivo, vamos ahora con
el calificativo. Cuando en el ámbito de lo tributario se reputa a un rendimiento de re-
gular se está aludiendo a dos circunstancias distintas que a él se refieren: por un la-
do, que procede de un ingreso que fluye hacia su perceptor de manera uniforme, sin
cambios grandes o bruscos -que es el significado de regular-, y por otro, que es re-
currente, es decir, que tiene lugar con intervalos de tiempo regulares o se produce
en fases o ciclos que se repiten.
Dejando para algo más adelante las peculiaridades de los de carácter irregular, va-
mos ahora con la naturaleza del rendimiento o, más precisamente, de los ingresos
de los que estos se obtienen. A efectos tributarios es bastante común considerar la
existencia de tres categorías básicas de rendimientos: los procedentes del trabajo,
los que se derivan de los elementos de capital y, en tercer lugar, los de las activida-
des económicas o mixtos, pues son los que proceden del trabajo y el capital conjun-
tamente, siendo asimismo bastante frecuente distinguir, por un lado, entre los rendi-
mientos de capital, a aquellos que proceden de elementos de capital inmobiliario de
los que se originan en activos de naturaleza mobiliaria, y en cuanto a los proceden-
tes de las actividades económicas, entre las actividades empresariales y las de
carácter profesional.
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En cuanto a los aspecto más relevantes de estas tres clases de rendimientos (o cin-
co, según se consideren) en relación con su cómputo en la base del impuesto, de
forma harto resumida cabe señalar que, por lo que se refiere a los del trabajo perso-
nal por cuenta ajena que éstos son los que, en general, menos tienen de rendimien-
to y más de ingreso, ya que las rúbricas que en los distintos ordenamientos se per-
miten deducir están severamente tasadas; lo que unido a que se trata de los ingre-
sos en los que de manera más automática funcionan los controles tributarios cruza-
dos (los ingresos del trabajador son gastos deducibles para quien se los paga y, en
consecuencia, este último tendrá siempre buen cuidado de declarar al máximo aque-
llo que legalmente se pueda deducir), el grado de cumplimiento tributario que en
ellos se observa es notablemente más elevado que el que tiene lugar en cualquier
otro tipo de rendimiento. Por otra parte, y en lo que concierne al cómputo de los pro-
cedentes del capital en cualquiera de sus dos manifestaciones, pocas generalizacio-
nes cabe hacer, pues es en ellos donde las diferencias entre los distintos ordena-
mientos tributarios nacionales son más acusadas.
Finalmente y por lo que atañe a los rendimientos de las actividades económicas, se-
ñalar que es en ellos donde se incluye la renta de toda la actividad empresarial de
reducida dimensión (comercio en general, servicios profesionales, pequeña indus-
tria, actividades agropecuarias, etc), por lo que el diseño del tratamiento que el im-
puesto ha de otorgarles se va a ver apremiado por la necesidad de tener que aten-
der a finalidades ajenas a lo estrictamente fiscal, aún cuando ello pueda llegar a su-
poner una manifiesta conculcación de los principios que deben presidir la exigencia
de un impuesto como este.
En efecto, con bastante frecuencia ocurre que, a la vista del volumen de empleo que
los titulares de todas estas actividades son potencialmente capaces de absorber, así
como de la importancia de su participación colectiva en las demás macromagnitudes
de la economía nacional, los responsables de la política fiscal se sienten tentados a
no ser excesivamente puristas ni rigurosos en lo que se refiere a las exigencias que
comporta la cuantificación exacta de este tipo de rendimientos (ingresos menos gas-
tos) con la finalidad de mantener un «clima fiscal» en el que se encuentren cómodos
estos contribuyentes en el desarrollo de sus actividades. Es entonces cuando los
procedimientos de estimación a tanto alzado de bases imponibles vistos en el tema
6 (epígrafe 2 .2 ), en principio pensados para ser utilizados transitoriamente y/o en
sectores económicos muy concretos, se instituyen en el impuesto como los meca-
nismos habituales de cifrado de estos rendimiento para la mayor parte de la activi-
dades económicas del país, dando lugar con ello a que en el seno del impuesto surja
una injustificada discriminación de trato de las rentas sujetas a gravamen, unas que
se estiman sólo de forma aproximada y otras que se cifran de forma exacta, que
termina por convertirse en la desigualdad de trato a las personas ante la ley provo-
cada por el propio legislador, que no hace sino socavar la esencia misma del tributo.
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cifran por la diferencia entre el valor de enajenación o realización del activo, ya sea
éste potencial o efectivo, y el de su adquisición. Se trata pues de rentas irregulares
(¡Ojo! no confundir con rendimientos irregulares) que giran en torno al concepto de
acumulación, y de las que son algunas de sus principales características:
En cuanto a las clases de ganancias de capital que se pueden considerar cabe decir
que no existe un único criterio clasificador de las mismas, sino varios, pudiéndose
entonces distinguir, de acuerdo a su efectividad, entre:
• Las que tienen lugar como consecuencia de caídas del tipo de interés.
• Las monetarias, que tienen su origen en alzas generalizadas en el nivel de pre-
cios.
• Las puras, que son aquellas cuyo origen no está en ninguno de los dos fenóme-
nos reseñados.
Por otra parte, es de señalar también que este componente de la renta del sujeto es
susceptible de ser generado por cualquier tipo de activo, siendo sin embargo las
más frecuentes aquellas que proceden de:
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Uno de los primeros aspectos problemáticos que se plantea con esta categoría de
renta fiscal es decidir si debe ser gravada en todas sus modalidades o, por el contra-
rio, solamente algunas de ellas, resultando siempre arbitraria y polémica cualquier
decisión que se adopte al respecto. Lo normal, si bien no absolutamente general, es
gravar únicamente a las ganancias y pérdidas de capital procedentes de cualquier
tipo de activo y efectivamente realizadas (plusvalías y minusvalías), corrigiéndolas
de su componente inflacionario y prestando especial atención a su posible reinver-
sión. En cuanto al cómo hacerlas tributar, ese, y no otro, es el contenido del siguien-
te subapartado.
Tres son las posibilidades que se manejan para sujetar a gravamen los incrementos
y las disminuciones patrimoniales (que es otra de las denominaciones por las que se
conocen las ganancias de capital) efectivamente obtenidas por el individuo:
Cuatro son las grandes facetas respecto a las que se va juzgar la idoneidad de so-
meter a tributación, bajo alguna de las tres modalidades que se acaban de enunciar,
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a las ganancias de capital. Tales son: la Equidad, la Asignación y Oferta de Recur-
sos, la Estabilidad Económica y, por último, los problemas Administrativos que plan-
tean.
La Equidad es, sin lugar a dudas, el gran argumento en favor de la tributación de las
ganancias de capital. En efecto, siendo como son las variaciones patrimoniales un
componente más de la renta, su total o parcial exoneración de gravamen está igual
de justificada que la exoneración de cualquiera de los rendimientos a los que hemos
hecho alusión: de ninguna manera. Pero es que además, está comprobado que, por
regla general, las ganancias se suelen concentrar en los tramos altos de la distribu-
ción personal de la renta, mientras que las pérdidas (ganancias negativas) suelen
acumularse en los tramos medios-bajos de la misma; razón por la cual su sujeción a
un gravamen fuertemente progresivo parece más que obligada.
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a) Cuente con los suficientes mecanismos de control sobre las transmisiones patri-
moniales que tienen lugar, con el añadido de que, los mismos, ha de procurarse
que vayan más allá de los de carácter registral, generalmente encomendados a
fedatarios públicos, siendo de desear que tal control se derive de la existencia de
otras modalidades impositivas como son los impuestos sobre transmisiones pa-
trimoniales que se verán algo más adelante.
En efecto, dado que la renta afluye al individuo a lo largo de toda su vida, únicamen-
te al final de la misma es cuando sería posible conocer, con seguridad absoluta, cuál
ha sido su cuantía exacta. Por razones obvias, las distintas estructuras tributarias no
respetan este criterio, sino que optan por periodificar el tiempo de generación y ob-
tención de la renta, manteniendo así de forma implícita que ésta afluye hacia el indi-
viduo como un flujo más o menos regular en el tiempo, siendo lo absolutamente
habitual que tal período se haga coincidir con el año natural.
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En líneas generales y ciñéndonos exclusivamente a los rendimientos irregulares,
pues en algunos países esto también es de aplicación a las variaciones patrimonia-
les, los mecanismos de periodificación y corrección descansan, sino exclusivamente
si que mayoritariamente, en la promediación temporal de tales rentas, siendo los
principales procedimientos correctores de estos rendimientos irregulares los que, a
continuación, brevemente se apuntan.
Independientemente de las pretensiones que tenga el juicio crítico que sobre este
impuesto se emita, su punto de partida no puede ser otro que el reconocimiento de
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que el mismo ha sido, durante mucho tiempo y en casi todos los países civilizados,
una aspiración prioritaria para todos aquellos que entendían que sólo dando cumpli-
da satisfacción a la Justicia y a la Solidaridad es posible alcanzar un desarrollo
armónico y democrático de la sociedad. Cierto es desde luego que en los tiempos
actuales, al menos en el ámbito que circunda y más directamente afecta a la reali-
dad española, las aspiraciones colectivas y las pautas de comportamiento social
marchan por derroteros notablemente distintos a los que hasta hace sólo unos cuan-
tos años se consideraban como referencia obligada para toda sociedad que quisiese
merecer el calificativo de democrática, y que, por ello, el Impuesto sobre la Renta
Personal parece haber entrado en una fase de rechazo o cuando menos de contes-
tación generalizada.
Pues bien, aún siendo incuestionable y fácilmente perceptible este cambio de énfa-
sis (de la Justicia y la Equidad a la Eficiencia) en las realidades sociales actuales,
uno de los juicios de valor implícitos en este Programa es el de que la reducción de
las desigualdades en la distribución personal de la renta es un objetivo social
irrenunciable en un Sistema Democrático al que, en última instancia, deben
supeditarse todas las Instituciones del mismo.
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• Dado que entre la fecha de devengo del Impuesto y el de su liquidación existe un
lapso de tiempo que en algunos países es considerable (en España por ejemplo,
en torno a los 6 meses), han de evitarse las rentas fiscales derivadas de unas ta-
sas de inflación tales que, ni los intereses de demora regulados, hagan desistir de
aplazar el pago del impuesto.
Dado que en los últimos años la inflación no ha sido el problema que venía siendo
para los países de nuestro entorno, pues está fuera de toda duda que en ese terreno
es en el quede una forma más inflexiblemente ortodoxa se ha estado luchando, es-
tos aspectos problemáticos han dejado de ser un motivo de seria preocupación para
los responsables en cada país de la política tributaria; no obstante de lo cual, tampo-
co está de más advertir que, en caso de tensiones alcistas de lo precios de forma
persistente, los aludidos problemas exigen pronunciarse sobre tres alternativas dis-
tintas: a) elegir un nuevo índice de Capacidad de Pago que sustituya a la renta, b)
Ensayar una nueva definición de renta fiscal que obvie los problemas que, a estos
efectos, plantea el concepto extensivo HS, y c) establecer una serie de ajustes co-
rrectores en el concepto de renta fiscal habitualmente utilizado. Obvio es decir que la
solución por la que los ordenamiento fiscales se inclinaron en pasadas experiencias
inflacionistas ha sido la tercera de ellas, siendo curioso además la coincidencia que
se produjo entre los ajustes elegidos entre los diferentes países, pues los mismos
quedaron circunscritos, por lo general, a correctores monetarios a aplicar a las ga-
nancias de capital realizadas, a los intereses de las deudas a largo plazo y a las dife-
rentes deducciones cifradas en cuantías monetarias fijas (las que se instituyen para
personalizar el gravamen sobre todo, como por ejemplo las establecidas ascendien-
tes, descendientes, miembros con capacidad de obrar limitada..etc), no aplicándose
tal tipo de correcciones, también por regla general, ni a los fondos mantenidos en
forma líquida por el sujeto ni, tampoco, a los rendimientos derivados del trabajo per-
sonal por cuenta ajena, pues se entendía (y se sigue entendiendo) que la capacidad
laboral del individuo ni se deprecia ni es capaz de generar ganancias de capital.
En cuanto a las ventajas o aspectos positivos de este impuesto que como mínimo
han de reseñarse tenemos:
Centrándonos ahora en las razones por las que este tributo ha tenido tan mala pren-
sa en períodos relativamente recientes, debe precisarse que tal actitud crítica -en no
pocas ocasiones protagonizada por los sectores más progresistas de la sociedad- no
ha estado motivada tanto en las deficiencias propias del mismo como a las modifica-
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ciones (más bien deformaciones) que su concreción en los distintos sistemas tributa-
rios ha experimentado, y que, entre otras de menor calado, han dado lugar a dos
importantes consecuencias, cuáles son:
I. El que en casi ninguna realidad el Impuesto fuese aquello que idealmente pre-
tende: un gravamen general sobre la renta extensiva; pues las diferencias de tra-
to fiscal, tanto a contribuyentes como a las clases de renta, se han convertido en
moneda habitual del mismo; lo que , a su vez, ha tenido para el tributo dos impor-
tantes efectos:
• Han ido poco a poco, pero de forma ininterrumpida, erosionando su base im-
ponible, deviniendo así en una renta fiscal cada vez menos "extensiva".
• Han hecho tremendamente compleja, cuando no prácticamente indescifrable,
su articulación legal, produciéndose la paradójica situación de que un impues-
to destinado a la mayoría de la población sólo es inteligible para una cualifica-
da minoría de ciudadanos.
II. Por otra parte, y para mantener su importancia relativa en el conjunto de los in-
gresos públicos (tanto por razones de interés recaudatorio como por respetar
formalmente una convicción social relativamente asentada,) con estos handicaps
que se acaba de enunciar sólo ha habido una solución: el exacerbamiento de la
tarifa. De esta forma, el Impuesto entró en una etapa (finales de los sesenta y se-
tenta) en la que paulatinamente iba gravando más a cada vez menos contribu-
yentes y menos rentas.
Estos hechos, junto a otros no mencionados aquí, aunque no por ello menos rele-
vantes, se han traducido en una importante limitación a la generalidad del Impuesto,
que es así la que, en última instancia, se constituye en responsable de las deficien-
cias más acusadas de la actual imposición personal, las cuáles han sido identifica-
das por los teóricos y estudiosos con los siguientes cuatro secuelas negativas: efec-
tos distorsivos sobre el ahorro, desincentivos a la asunción de riesgos, efecto susti-
tución sobre la oferta de trabajo y, finalmente, tratamientos injustificadamente des-
iguales a contribuyentes y, también, a las distintas clases de rentas.
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Lección 7
1. CONCEPTO Y NATURALEZA
1.1 CONCEPTO
1.2 CARACTERÍSTICAS
Por otra parte, éste es un impuesto que tiene naturaleza personal, pues se
exige teniendo en cuenta la capacidad económica de las personas (jurídicas)
gravadas, la cuál se manifiesta en la existencia de un beneficio contable-fiscal
o renta neta del ejercicio. Además, el impuesto se articula conforme a la lógica
tributaria de los gravámenes personales, ya que la carga que su aplicación
-1-
comporta se gradúa atendiendo a las circunstancias (residencia, compensación
de pérdidas, etc) concurrentes en las personas jurídicas y demás entidades
destinadas a soportarlo.
-2-
siempre a los que libremente llega el mercado. Es decir, que de acuerdo a esta
noción de beneficio, en el sustraendo de la diferencia han de recogerse los cos-
tes de oportunidad de la totalidad de los recursos empleados, lo que, en el caso
concreto del factor de producción capital, supone considerar como tal sustra-
endo a todo el utilizado, independientemente de que el mismo haya sido apor-
tado por endeudamiento o por apelación a los socios, es decir, se trate de capi-
tal ajeno o propio.
Establecidos los alcances de las dos nociones de beneficio que se viene mane-
jando, vamos con el pronunciamiento que al respecto hacen tanto la doctrina
como los usos impositivos más arraigados. Considerar como magnitud grava-
ble por el impuesto al beneficio económico puro, que es el denominado benefi-
cio extraordinario por la Teoría Económica (diferencia positiva entre el ingreso
medio y los costes totales medios para la producción de equilibrio en la que el
precio es igual al coste marginal de oportunidad), efectivamente equivaldría al
establecimiento de un impuesto sobre el conjunto de las actividades económi-
cas desplegadas por la entidad. Sin embargo, las dificultades técnicas y prácti-
cas para la determinación de todas las variables que intervienen en el cálculo
de este concepto de beneficio, sobre todo las relativas a determinadas rúbricas
de costes, son las responsables de que las administraciones tributarias en ge-
neral hayan renunciado a esta noción de beneficio como objeto imponible del
Impuesto y se hayan decantado por su noción contable, lo que tiene como pri-
mera consecuencia el el impuesto se convierta de hecho en un gravamen so-
bre las rentas del capital en manos de los accionistas o partícipes.
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entidad, convirtiendo de esta forma a efectos de la correspondiente liquidación
tributaria el beneficio contable de la entidad en un beneficio contable-fiscal.
Ni que decir tiene que este tipo de ajustes superpuestos a las valoraciones
mercantiles al uso son uno de los aspectos más criticados por los teóricos de la
imposición, y si bien es cierto que desde hace ya unos años viene observándo-
se en bastantes ordenamientos nacionales, sobre todo de los pertenecientes al
ámbito territorial de la U. E, una cierta tendencia a reducir o cuando menos limi-
tar su número e ir paulatinamente haciendo coincidir ambas visiones del bene-
ficio -el estrictamente contable y el contable/fiscal-, lo rigurosamente cierto es
que todavía la cuantificación de la base imponible de este gravamen sigue con-
sistiendo en la mayor parte de los casos en un complejo proceso de «recálculo
fiscal del beneficio», lo que no deja de ser sino una palmaria manifestación de
que la tributación de este tipo de renta se encuentra excesivamente supeditada
a finalidades ajenas por completo al Principio de Neutralidad Impositiva, que
debería presidir la configuración de este impuesto o, cuando menos, tener un
peso significativo en ella.
Cuatro son las líneas argumentales más habitualmente esgrimidas por aquellos
que se han opuesto a la existencia de un impuesto sobre los beneficios societa-
rios, proponiendo como alternativa la integración de su objeto de gravamen en
el del IRPF.
-4-
Está en primer lugar el que podríamos denominar argumento endeble de la ne-
gación. En efecto, algo a lo que con cierta asiduidad han recurrido los detracto-
res del impuesto ha sido a argüir que las sociedades y demás entidades a las
que el tributo convierte en su sujeto pasivo carecen de capacidad contributiva,
pues ésta es una cualidad que, identificada con el poder económico para uso
discrecional, únicamente poseen las personas físicas; así que, al no ser las so-
ciedades de capital más que un mero artificio jurídico, cuyo fin es el de ser me-
ros conductores de capacidad económica (renta) hacia determinadas personas
físicas (los socios), en modo alguno les corresponde soportar un gravamen que
se sostiene en una potencialidad de la que carecen.
Mucho más riguroso que el que acabamos de apuntar es desde luego el argu-
mento clásico de la doble tributación. En efecto, según éste, la coincidencia en
el mismo ordenamiento tributario de dos impuestos personales sobre la renta -
uno sobre la obtenida por las personas jurídicas y la obtenida por las personas
físicas- tiene como resultado el que un tipo muy particular de renta -los benefi-
cios repartidos por las sociedades o dividendos- sean doblemente gravados:
primero, formando parte del beneficio de la sociedad, y luego, como renta de
capital mobiliario en el impuesto sobre la renta de las personas físicas del socio
o accionista; produciéndose de este modo una discriminación de trato fiscal a
una clase rentas de muy difícil justificación.
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Otro argumento frecuentemente utilizado es el que incide en la beligerancia del
mismo respecto a la financiación de las actividades de la empresa, ya que, co-
mo en el cálculo de la base del impuesto, los intereses de los capitales ajenos
invertidos en la empresas -financiación ajena- es deducible como gasto mien-
tras que el recurrir al capital propio no, las empresas propenderán a endeudar-
se por ser eso lo que más les interesa desde el punto de vista fiscal, lo que las
hará vulnerables, no ya a las situaciones crisis generalizadas, sino a las oscila-
ciones más o menos habituales de los mercados financieros.
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Una línea de defensa del impuesto completamente distinta, y desde luego mu-
cho más rigurosa también, es la que aduce que el tributo en cuestión, además
de un instrumento recaudatorio, ha de considerarse también como un medio
para mejorar la asignación de los costes sociales. En efecto, como sabemos,
en las sociedades actuales existen una serie de bienes servicios que son aten-
didos y aprovisionados públicamente debido a las importantes economías ex-
ternas que generan (investigación, educación y salud principalmente), y si bien
de las mismas se beneficia en principio toda la sociedad, no menos cierto es
que las grandes corporaciones son especial y particularmente beneficiarias de
ellas, por lo que parece lógico que también contribuyan a su financiación de
una forma diferenciada. Es más, en este mismo sentido se puede afirmar tam-
bién que las actividades desarrolladas por estas entidades son una de las prin-
cipales causas de no pocos de los inconvenientes o perjuicios que afectan al
bienestar de toda la colectividad, como es el caso típico y tópico del deterioro
medio ambiental o de la calidad de vida (costes sociales mayores que los pri-
vados), lo que es causa de que el sector público haya de incurrir en ciertos gas-
tos que, parecería razonable desde luego, fueran financiados principalmente
por tales sociedades.
-7-
la misma, cuyas decisiones quedan muy alejadas del resto de los socios. Esta
independencia de las decisiones de la entidad de la voluntad de todos sus pro-
pietarios es para muchos razón más que suficiente para el estado tome cartas
en el asunto, siendo la aplicación de un impuesto que grave la renta de la so-
ciedad, al margen del impuesto sobre la renta de los socios, una magnífica
forma de proceder, ya que, además de aportar a la arcas públicas unos recur-
sos nada desdeñables, actúa como un medio de regulación social, fundamen-
talmente en lo que se refiere a evitar empresas de gran magnitud y/o monopo-
lios.
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Por lo general, la mayoría de los actuales ordenamientos fiscales se han incli-
nado por el criterio subjetivo o de la personalidad, aunque no menos cierto es
que, también la mayoría de ellos, añaden en la regulación legal del impuesto la
posibilidad de incorporar a la categoría de sujeto pasivo del gravamen a otros
tipos de entidades distintas a las sociedades de capital.
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tos de acceso a las bases similares a los regímenes de estimación objetiva del
IRPF en el caso del rendimiento de las pequeñas explotaciones, ello es sin
embargo una situación muy poco frecuente, ya que, por mucha que sean la
comodidad y economicidad que le supongan a las administraciones tributarias
contar con estos procedimientos, la relevancia que en la actividad económica
nacional tienen las entidades que son sujetos naturales del impuesto -las gran-
des corporaciones- desaconseja por completo que respecto a ellas se adopte
cualquier tipo de medida que, de entrada, suponga renunciar a un conocimiento
cabal de su auténtica y exacta situación; así que, lo general, es que en caso de
que tales procedimientos se contemplen, éstos se apliquen a entidades que
operen en sectores muy concretos y por períodos determinados o, también, en
casos o situaciones de fraude generalizado.
Al margen de cualquier otra consideración que cupiese hacer, esta forma de ci-
frar la base no da pie a hacer muchas generalizaciones sobre ella para, y ello
debido a dos causas. En primer lugar, porque las normativas contables de los
distintos países, no es ya que no sean similares entre si, es que en muchas
ocasiones sus principios o las soluciones adoptadas son manifiestamente con-
tradictorios entre unas realidades nacionales y otras. Y en segundo lugar, en
buena medida debido a estas diferencias en las reglas de contabilización, tam-
bién difieren mucho la cantidad y alcance de los ajustes que las distintas nor-
mas reguladoras del impuesto de los distintos países aplican al beneficio con-
table. Es por ello que, en lugar de una descripción más o menos generalista de
los contenidos más frecuentes de la base de este impuesto en los distintos paí-
ses, en lo que sigue vamos a comentar brevemente algunas de las rúbricas del
beneficio contable en las que con mayor frecuencia los distintos ordenamientos
suelen establecer los mentados ajustes.
INGRESOS COMPUTABLES
En lo que se refiere a los ingresos, por lo general, las distintas normativas regu-
ladoras del impuesto vienen aceptando como válidos los conceptos incluidos
en las contabilidades de las entidades, registrados de acuerdo a los criterios
técnico-contables al uso. Por otra parte, su cómputo afecta tanto a los ingresos
normales y típicos de la entidad, tanto si han sido regularmente obtenidos en el
tiempo como si son irregulares, como a los atípicos o derivados de actividades
no habituales, transitorias o, incluso, claramente ajenas a su objeto social, co-
mo puedan ser, por ejemplo, los derivados de la financiación a los clientes de
las adquisiciones que éstos realizan, que es claramente una actividad propia o
típica de una entidad financiera y no de una empresa industrial o comercial. En
cuanto al cómputo de los rendimientos irregularmente obtenidos por la entidad
- 10 -
en el tiempo, y al margen de que se les puedan o no aplicar los ajustes por pe-
riodificación más adelante comentados, en este impuesto sobre la renta, a dife-
rencia de lo que ocurre en el IRPF, tales percepciones no presentan problemas
de sobreimposición en el ejercicio que se perciben, ya que el tipo de gravamen
del impuesto de sociedades es fijo y no progresivo, así que pueden incluirse
dentro de la base imponible como un renta más sin ningún problema.
Como es perfectamente sabido por todos a estas alturas, las variaciones patri-
moniales o ganancias y pérdidas de capital, a pesar de tratarse de magnitudes
fondo y no flujo como lo es desde un punto de vista económico la renta, inte-
gran la renta objeto de gravamen en los impuestos personales, siendo dos las
cuestiones que habitualmente se plantean en relación con su gravamen: cuáles
son las que han de tributar y cómo han de tributar.
- 11 -
o a cualquier otra solución para poner freno al crecimiento desmesurado de la
presión fiscal.
GASTOS DEDUCIBLES
A diferencia de lo que ocurre con las diferentes partidas de ingreso, las partidas
de gasto son mucho más comúnmente objeto de ajuste fiscal, entre otras razo-
nes, porque estas son mucho más numerosas. En principio y con carácter ge-
neral, la deducibilidad de los gasto suele estar condicionada a la necesidad de
de incurrir en ellos para el normal desarrollo de las actividades de la empresa
(en el sentido de la imposibilidad de sustraerse a él), lo cuál no es decir mucho,
pues hay que ver luego con que amplitud de criterio la regulación del impuesto
acepta la necesidad o no necesidad del mismo. En cuanto a partidas de gasto
que más frecuentemente son objeto de ajuste fiscal, cabe reseñar las tres si-
guientes.
A) Previsiones y provisiones
B) Existencias
El método FIFO (first in, first out) implica valorar las salidas de productos del
almacén de acuerdo con el precio de coste más antiguo de entre las existen-
cias. Si los precios suben, es obvio que el beneficio de la entidad tendrá dos
componentes: uno, la diferencia entre el precio de coste originario de la mer-
cancía vendida y el coste actual de la misma, y otro, el beneficio efectivo o real.
Por tanto, si al calcular la base se acepta este método de valoración, estare-
mos aumentándola ficticiamente a costa de una infravaloración (a precios ac-
tuales) de las existencias de inventarios. Por su parte, el método LIFO (last in,
- 12 -
first out) supone valorar los inventarios, de hecho, según el último precio de
coste, por lo que recoge las variaciones en el nivel absoluto de los precios y no
las confunde con la renta. Por último, el método NIFO (next in, first out) supone
valorar las salidas de almacén al precio de reposición de las existencias, por lo
que amplifica aún más, en épocas de rápidos incrementos en los precios, los
efectos ya indicados del método LIFO.
a) Saber con absoluta certeza cuál es la vida útil o duración productiva de to-
dos y cada uno de los elementos que componen el capital productivo de la
entidad.
b) Conocer la intensidad con la que cada uno de los tres factores de deprecia-
ción antes enumerados influye en cada uno de los elementos integrantes
de tal equipo de capital.
Hasta tal extremo estos dos requisitos dificultan la creación y posterior adop-
ción de criterios de aplicación general para cifrar la depreciación experimentada
por los bienes de equipo con fines tributarios, que la mayor parte de los orde-
namientos suelen recurrir a métodos de carácter aproximativo, los cuáles des-
cansan en el cálculo medio de la vida probable de los diferentes activos. A tal
fin, la regulación del impuesto suele ir acompañada de unas tablas elaboradas
por la administración tributaria en las que se establece, para cada activo, su vi-
da útil estimada, así como el coeficiente (porcentaje) máximo de amortización
anual. A partir de dichas tablas es luego posible articular los diferentes siste-
mas de amortización entre los que habrán de optar las entidades en el cifrado
de sus bases imponibles, de entre los que han de reseñarse cuando menos:
- 13 -
• El de amortización degresiva, que, al revés que el anterior, acumula en los
primeros años las mayores cantidades de amortización. Este sistema a su
vez conoce dos variantes introducidas en su día por R. Musgrave: el méto-
do del saldo decreciente doble, en el que en el primer año se deduce el
doble de la parte que correspondería con el método lineal, aplicándose es-
te mismo porcentaje a la cantidad que quedase por amortizar en cada año
sucesivo, y el método conocido como de suma de los dígitos de los años
de vida, en el que el porcentaje a aplicar en cada período resulta de dividir
los años que quedan por amortizar por la suma de los dígitos de los años
de vida del activo.
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5. INTEGRACIÓN DE LOS IMPUESTOS SOBRE LA RENTA
Es por ello que, desde que se tomó conciencia del alcance de este problema,
tanto teóricos como administraciones tributarias han ensayado distintas proce-
dimientos y sistemas para evitar, o cuando menos paliar, los efectos nocivos
del mismo, siendo los sistemas de integración de ambos impuestos la línea que
se ha venido siguiendo con absoluta generalidad, razón por la cual, seguida-
mente, se hace un enunciado de sus principales variantes, así como un breve
comentario de las mismas que destaque de ellas sus aspectos esenciales.
SISTEMA DE UNIDAD
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En este sistema pervive el impuesto de sociedades, pero únicamente a efectos
de cifrar el beneficio de la entidad a efectos tributarios, porque lo que se hace
es considerar directamente obtenido por el socio la parte del beneficio fiscal
que, de acuerdo a su participación en el capital social, le corresponde, pero eso
si, tanto del distribuido (que lo conoce directamente pues es el dividendo perci-
bido) como del no distribuido, que ha de encargarse la entidad de comunicarle
cuál es la cuantía que exactamente le corresponde. Una vez obra en poder del
socio toda la información, éste incluye en su base imponible del IRPF, como
rendimiento de capital mobiliario, tanto el dividendo percibido como la parte de
beneficio no distribuido que le corresponde. Esto en definitiva supone dar un
trato fiscal idéntico a todas las rentas que afluyen a la persona física, salvo, cla-
ro está, que el IRPF discrimine de alguna manera las diferentes clases de ren-
tas que componen su base imponible.
A pesar de ser éste un sistema con mucho atractivo para las administraciones
tributarias y, en consecuencia, estar su utlización muy difundida, presenta tam-
bién importantes inconvenientes, de entre los que no está de más traer a cola-
ción aquí a los tres siguientes:
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gando un impuesto sobre su renta personal a todas luces excesiva para las
rentas que efectiva y realmente obtienen.
• Salvo que la administración tributaria sea muy eficaz y, además, cuente con
un repertorio de medios de control y comprobación amplio y muy diversifica-
do, este sistema puede ser un peligro serio para la recaudación tributaria, ya
que si existe fraude y ocultación en el impuesto sobre sociedades, aplicando
este procedimiento, estos ilícitos duplicarían sus efectos por involucrar tam-
bién al impuesto sobre la renta de las personas físicas.
En vez del beneficio total obtenido por la entidad, el objeto imponible del gra-
vamen de sociedades pasa a ser el beneficio obtenido en el ejercicio y no dis-
tribuido a los socios, con lo que efectivamente se elimina de su tributación al
beneficio distribuido, ya que éste, como rendimientos de capital mobiliario, pasa
a integrar las bases imponibles del IRPF de los socios o partícipes en la pro-
porción que a cada uno corresponda.
Éste, más que un sistema que opere con el I. Sociedades, es un sistema mixto,
pues opera simultáneamente en ambos gravámenes personales. De lo que con
él se trata es de que, al igual que en la variante anterior, el impuesto de socie-
dades grave con tipos distintos al beneficio no distribuido y al distribuido. Por su
parte, el socio integra en la base de su I. R. P. F, tanto el dividendo efectiva-
mente percibido como la fracción de la cuota del impuesto sobre el beneficio
distribuido que le corresponde, deduciéndose no obstante luego tal fracción en
la cuota del I. R. P. F.
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5.2.2 Sistemas que operan en el I. R. P. F
SISTEMA DE IMPUTACIÓN
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nominado de las operaciones vinculadas en la terminología jurídico-tributaria
española, y que se refiere tanto a las operaciones que un socio o sus más di-
rectos familiares realizan con la sociedad de la que es partícipe, como a las
que tienen lugar entre dos o más entidades pertenecientes a un mismo grupo
de sociedades (holding, trust, grupos de sociedades...etc), bien sea por razo-
nes de dependencia (relaciones matriz-filial) o bien entre entidades pertene-
cientes a un mismo grupo (operaciones entre filiales con una misma matriz).
En lo que atañe a las primeras, las operaciones realizadas entre una sociedad
y uno de sus socios o alguno de sus familiares más allegados, nos limitaremos
a comentar que, sobre todo cuando el capital social de la entidad está escasa-
mente repartido y hay un socio o alguno más, pero siempre en número reduci-
do, que detenta una gran parte del mismo, la finalidad de tales operaciones no
suele ser otra que la de encubrir el abono por parte de la sociedad de remune-
raciones de carácter especial a estos socios “preferentes” o “distinguidos”, que,
realizadas de otro modo menos subrepticio, podrían suscitar la curiosidad tanto
de la inspección tributaria (I. Sociedades e I. R. P. F) como de otros socios. Pa-
ra ello, tales pagos se camuflan como retribuciones por la prestación de deter-
minados servicios y/o a la cesión de ciertos elementos patrimoniales, siempre
por un valor muy superior al que tales prestaciones o cesiones tendrían entre
partes independientes entre sí, de manera que, formalmente, se respetan tanto
los compromisos societarios como las normas legales en vigor, aún cuando de
hecho lo que se está haciendo no sea sino una flagrante y dolosa transgresión
de las mismas.
Con ser graves las consecuencias de este tipo de vinculación, no es ésta sin
embargo la que más preocupa a la actuales administraciones fiscales, sino la
conocida como “precios de transferencia”, que es la que tiene lugar entre dis-
tintas unidades pertenecientes a un mismo grupo de sociedades, sobre todo
cuando los mismos tienen lugar en el contexto de las relaciones económicas in-
ternacionales.
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des para las que ha sido adoptada y nada más. No obstante, como bien sabe-
mos, ocurre que los hechos en la realidad tienen lugar, las más de las ocasio-
nes, de una forma harto distinta a como están concebidos en el imaginario teó-
rico que los sustenta, y así ocurre que estos precios de transferencia, aún
cuando estén exclusivamente diseñados con fines gerenciales, terminan alte-
rando sustancialmente los resultados contables de las entidades que compo-
nen el grupo, y por ello, la información patrimonial y financiera sobre la que
descansa tanto la distribución de beneficios a los socios, como el cifrado de las
bases del impuesto en dichas sociedades; siendo esto lo que realmente pre-
ocupa, y mucho además, a las administraciones fiscales nacionales.
Pero es que además, los problemas asociados a esta forma de valorar tal tipo
de operaciones han venido ganando en complejidad e implicaciones en las dos
últimas décadas, debido a la incidencia que en ellos han tenido dos fenómenos
distintos aunque íntimamente relacionados entre sí: por un lado, la proliferación
de grupos empresariales de carácter multinacional, que han venido a sustituir a
numerosas empresas y grupos de sociedades “nacionales” con actividad
transnacional, y por otro, el espectacular desarrollo experimentado por el co-
mercio internacional a lo largo de este período, y que ha devenido en el fenó-
meno al que se viene denominando con la expresión globalización de la eco-
nomía.
En efecto, en los momentos actuales, casi las tres cuartas partes del tráfico in-
ternacional de mercancías lo realizan, directa o indirectamente, corporaciones
o grupos empresariales multinacionales de nuevo cuño, los cuáles se diferen-
cian de las grandes firmas que hasta hace no tanto mantenían el liderazgo ab-
soluto en tal tipo de actividad (Coca Cola, Shell, Mitsubishi, IBM,...), en que
consisten en grupos societarios notablemente más reducidos (generalmente,
unas pocas filiales o establecimientos permanentes) estratégicamente ubicados
en países distintos al de domiciliación de la matriz o sociedad principal, y con
frecuencia relacionados, cuando no directamente vinculados, con holdings o
trust empresariales con funciones de intermediación implantados a tal fin en
numerosos países. En cuanto a la forma de actuar de estos exitosos advenedi-
zos, ésta es notablemente diversa y, por encima de todo, muy muy flexible. Así,
en unos casos por ejemplo, los grupos concentran su actividad investigadora
en una única empresa que luego, mediante prestaciones internas de servicios
convenientemente retribuidas, transfiere las innovaciones tecnológicas conse-
guidas a las filiales del mismo grupo dedicadas a la producción material en los
países en los que éstas radiquen. En otros sin embargo, el esfuerzo y las res-
ponsabilidades están mucho más repartidos entre las distintas unidades del
grupo, y así, mientras unas sociedades radicadas en ciertos países se encar-
gan de la producción de determinadas partes de los bienes finales, otras domi-
ciliadas en otros países se encargan de otras partes, o también, del montaje y
ensamblaje de las distintas partes del producto final. De la misma manera, es
frecuente que la matriz del grupo, o más raramente una de sus filiales, sea a la
que competa en exclusiva la financiación de las actividades de todas las em-
presas del grupo a nivel mundial. Y así una interminable sucesión de posibili-
dades que sólo las limitaciones que estos colectivos societarios quieran impo-
ner a su propia capacidad de innovación en la gestión puede acotar.
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A la vista de cuanto hasta aquí se ha comentado, no parece difícil entender
porqué las vinculaciones en general, y en particular el caso de los precios in-
ternacionales de transferencia, son en la actualidad uno de los principales pro-
blemas del Impuesto.
En este sentido, el o los países en los que el grupo societario multinacional in-
tentará aflorar la mayor parte de las rentas obtenidas, puede ser:
• Aquél o aquéllos en los que la presión fiscal sea más reducida; que es la
elección que se hará cuando lo que se pretenda por encima de todo sea mi-
nimizar los impuestos a satisfacer por el grupo en su conjunto.
• Aquél en el que esté domiciliada la matriz o sociedad principal del grupo;
que es la elección que se hará cuando lo que se pretenda sea fortalecer la
posición del grupo en bolsa o en otros mercados financieros.
• Aquél o aquéllos en los que los socios o accionistas principales -aquéllos a
los un poco antes hemos calificado como preferentes o distinguidos- tengan
fijada su residencia a efectos fiscales, en el que por lo general no existen
impuestos de naturaleza personal o, si existen, son más nominales que otra
cosa.
Como es fácil suponer, todos o la inmensa mayoría de los países han ido arbi-
trando disposiciones de distinta naturaleza para atajar, en la medida en que ello
es posible, las consecuencias que para sus respectivos ordenamientos tributa-
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rios y, sobre todo, sus correspondientes recaudaciones impositivas tiene el
fenómeno comentado. Estas soluciones son por lo general muy variadas, y no
todas ellas excesivamente armónicas o armonizables entre sí. Entre ellas des-
taca una, bastante común, y es que, como cautela genérica, el derecho interno
de los distintos países dote de las atribuciones suficientes a sus correspondien-
tes autoridades tributarias para ajustar unilateralmente los precios de transfe-
rencia. En este sentido, un buen número de países, entre los que se encuentra
España, se han pronunciado porque su normativa tributaria imponga explícita-
mente, en caso de que exista algún tipo de vinculación, o cuando menos en
caso de precios de transferencia, el principio conocido por su denominación es-
tadounidense «arm’ s length» (léase: precios de plena competencia), que exige
que, independientemente de la relación que existe entre quienes las realizan,
cualquier transacción ha de valorarse contablemente de acuerdo a los precios
que para ella se establezca entre partes independientes en un mercado libre.
6.2 La subcapitalización
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tar que las consecuencias del mismo distan mucho de ser nimias sin embargo,
pudiéndose reseñar a este respecto cuando menos:
• Que deja a la sociedad que lo protagoniza sin los fondos necesarios para
hacer frente de manera efectiva a sus eventuales responsabilidades ante
terceros.
• Que reduce la recaudación tributaria del país en el que está domiciliada la
entidad que la practica, pues los intereses de los capitales ajenos para la fi-
nanciación de las actividades de la entidad, como ya se ha explicado suelen
tener la consideración de gasto deducible en el cifrado de la base imponible
del I. de sociedades, mientras que el recurso a los fondos propios no.
• Que la recaudación impositiva también se ve perjudicada por el hecho de
que las aportaciones de capital, tanto si son por suscripción como si lo son
por ampliación, suelen ser objeto de gravamen, por lo que camuflarlas como
préstamos supone una forma de evadir tales tributos.
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Lección 8
La imposición patrimonial
1.1 Introducción
Sentado lo anterior, iniciamos el análisis de esta forma de imposición con una breve
enunciación de sus gravámenes de mayor relevancia, no sin antes advertir que, si
bien en buena lógica habría de hablarse de capital en vez de patrimonio o riqueza,
de la misma forma que antes hemos hablado de renta y pronto se hablará de con-
sumo, pues tales son las categorías económicas sobre las que se articulan los obje-
tos imponibles de los distintos impuestos, deliberadamente aquí se ha optado por la
primera denominación, ya que el concepto de capital que habitualmente se utiliza en
economía incluye en él al denominado «capital humano» que, como enseguida se
verá, en ningún caso ha tenido o tiene reflejo fiscal alguno.
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1.2 Clases de impuestos patrimoniales
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♦ El Impuesto sobre las Transmisiones Patrimoniales; impuesto real que grava
el valor bruto de determinados elementos patrimoniales con ocasión de su trans-
misión onerosa.
♦ El Impuesto sobre la Propiedad; impuesto real que grava periódica y parcial-
mente el valor bruto del patrimonio poseído, aunque en ocasiones se ha utilizado
también el valor neto. En principio se trata de un impuesto independiente de los
demás, si bien ha habido realidades nacionales que lo han configurado comple-
mentario de otros tributos.
♦ El Impuesto sobre los Incrementos de Valor; impuesto de naturaleza real, que
grava ocasionalmente el incremento de valor neto experimentado por determina-
dos elementos patrimoniales.
♦ La Leva de Capital; impuesto personal que grava ocasionalmente el valor neto
de la totalidad de patrimonio poseído, no siendo en ningún caso complementario
del IRPF.
Dado que éste es un impuesto personal como los dos ya vistos sobre la renta, tam-
bién en la delimitación de su objeto y en la cuantificación de su base surgen aspec-
tos controvertidos y polémicos, si bien en ningún caso llegan al extremo de la com-
plejidad que en los dos antedichos.
‐ 3 ‐
activos poseídos por el individuo: inmuebles, derechos de contenido económico (p.
ej. los derechos consolidados de los planes de pensiones), bienes de producción,
existencias, bienes de consumo duradero, activos financieros, etc, etc, habiéndose
de tener en cuenta en este sentido que, aún cuando renta y patrimonio sean dos va-
riables económicas distintas que cifran manifestaciones diferentes de capacidad
contributiva, están sin embargo claramente vinculadas entre sí, pues la renta
económica, como magnitud flujo que es, siempre tiene que tener una variable fondo
como procedencia salvo que proceda del trabajo, y la riqueza, como variable fondo
que es, salvo en los casos de las revalorizaciones, sólo puede acrecentarse median-
te renta afluida a ella. Pero es que además y siempre dentro de este enfoque
económico, hay que tener presente que todas las personas físicas tenemos un de-
terminado stock de capital humano, el cual, entendido como el valor de la cualifica-
ción, o de las destrezas profesionales, y de la capacidad física e intelectual para el
desarrollo del trabajo que el sujeto ha acumulado por la adquisición de servicios
educativos y sanitarios, puede cifrarse, groseramente desde luego, mediante una ac-
tualización simple de los ingresos futuros por trabajo del sujeto, siendo la cuestión
que de inmediato se plantea la de si tal modalidad de capital debe o no formar parte
del objeto de gravamen de un impuesto personal sobre el patrimonio neto.
Pero es que además de la exclusión del capital humano, no ha existido nunca im-
puesto sobre el patrimonio neto alguno que abarque un catálogo de elementos pa-
trimoniales tan amplio como el aludido algo más arriba, siendo en la redacción del
hecho imponible donde se suelen incluir las numerosas exoneraciones que este im-
puesto suele contemplar, y que atienden bien a razones administrativas o de política
económica. Así, y debido a lo antieconómico que puede llegar a ser su tributación,
es habitual eximir de tributación a aquellos bienes de uso doméstico o personal más
difícilmente controlables y que, además, menos recaudación pueden aportar, cuál es
el caso de los que integran el fiscalmente conocido como ajuar doméstico, o bienes
de consumo duradero (electrodomésticos p.ej) y otros bienes de uso personal como
las joyas e indumentaria, excluyendo del mismo en todo caso a los inmuebles y au-
tomóviles. De manera parecida, pero basándose en este caso en razones de política
‐ 4 ‐
económica, es normal que queden también exentos de gravamen los derechos con-
solidados de los planes de pensiones como incentivo a esta forma de ahorro o, asi-
mismo, los elementos patrimoniales de la naturaleza que sea cuando se encuentren
afectados al desarrollo de una actividad empresarial o profesional y ésta constituya
la principal fuente de renta de su titular.
B) Elementos cuantitativos
‐ 5 ‐
Tres son los ámbitos en los que tradicionalmente se ha venido discutiendo acerca de
la idoneidad de que este impuesto figure en los ordenamientos tributarios: en el de la
equidad, en el de la eficiencia y en el de su gestión, si bien, dado que la Equidad es
el valor «fuerte» de la imposición patrimonial en general, salvo la breve observación
que sigue, dejamos para el último epígrafe de la lección su consideración.
Una cuestión relativa a la Equidad que interesa tener presente es que la presencia
de un impuesto sobre el patrimonio personal permite mantener o incluso acentuar la
progresividad global del sistema impositivo nacional sin necesidad de tener que exa-
cerbar excesivamente la tarifa del IRPF, lo que no dejará de tener efecto positivo en
el grado de cumplimiento de este último. Por otra parte, y también en relación con el
impuesto personal sobre la renta, dada la equivalencia que para el propietario del
patrimonio tiene un impuesto que grave la tenencia de capital y otro que se gire so-
bre los rendimientos que este produzca, por poca presión fiscal que introduzca un
impuesto sobre el patrimonio, su presencia en el cuadro tributario siempre permitirá
discriminar fiscalmente entre las rentas de capital y las demás rentas, pues mientras
esta segundas sólo han de soportar el gravamen de la renta personal, las de capital,
además del IRPF, tienen que soportar la presión que se deriva del impuesto sobre el
patrimonio.
En cuanto a los inconvenientes que desde esta perspectiva se pueden atribuir al im-
puesto, cabe apuntar dos bien distintos. En primer lugar, la diferente situación en la
que suelen estar los distintos elementos patrimoniales del individuo respecto al co-
nocimiento, imputación y valoración que de ellos pueda hacerse, lo que conduce a
un gravamen desigual e injusto, transformándose con demasiada frecuencia en un
defectuoso y criticable gravamen sobre la propiedad inmueble, tan solo porque ésta
es de fácil localización y valoración. En cuanto al segundo inconveniente, éste se re-
fiere a que, como aún tratándose de un impuesto sobre el patrimonio éste se satisfa-
ce con renta y no con patrimonio como ya se ha dicho, su presencia en el ordena-
miento podría derivar para algunos contribuyentes en una excesiva «cuota global»
por la imposición personal para los mismos. A esta observación, tan aparentemente
rigurosa por otra parte, cabe precisar que, en primer lugar, en ningún caso, ni siquie-
ra en sus épocas de mayor y mejor aceptada vigencia, este impuesto ha contado
con una escala de tipos tan severamente progresiva como para que esta situación
se diera, y en segundo lugar, que, precisamente en previsión de que esto pudiera
ocurrir, lo normal era que la ordenación legal del sistema tributario estableciese
algún tipo de límite a la suma de ambas cuotas -la del IRPF y la del IPN- de manera
que la suma de las cuotas íntegras de ambos tributos no superase en ningún caso
un determinado porcentaje de la base del IRPF.
Por lo que a la valoración que de este impuesto cabe hacer desde la perspectiva de
la Eficiencia Económica hay que decir que, en principio al menos, no hay argumen-
tos sólidos a partir de los que se pueda concluir, en positivo o negativo, acerca de
sus efectos sobre la oferta de trabajo, y que si bien con frecuencia se le atribuyen
efectos «productivistas», en el sentido de que su mera presencia en el ordenamiento
tributario induce a los propietarios de cualquier clase de capital a utilizarlo producti-
vamente, a fin de obtener de él lo que ha de satisfacerse por el impuesto cuando
menos, ello es algo que siempre se ha afirmado sin el respaldo de los estudios
‐ 6 ‐
empíricos mínimos para avalarlo, por lo que en el mejor de los casos no deja de ser
una hipótesis más o menos plausible, pero nada más.
Estos impuestos, además de gozar de una venerable antigüedad, son de los pocos
tributos de naturaleza patrimonial que, de una u otra forma, perviven en los ordena-
mientos impositivos de la mayoría de los países de la OCDE, presentando como
principal diferencia respecto al que grava el patrimonio neto que acabamos de con-
‐ 7 ‐
siderar el que éstos articulan su hecho imponible, no en torno a la titularidad del pa-
trimonio como aquél, sino en su enajenación gratuita como claramente advierte su
denominación genérica.
En cuanto a su mentada antigüedad, la tesis que a tal respecto goza de mayor acep-
tación señala que estos impuestos surgen a lo largo del S. XVIII, cuando los admi-
nistradores públicos caen en la cuenta que el fallecimiento de una persona que en
vida ha sido propietario de un mínimo de patrimonio, sobre todo si éste era de natu-
raleza inmueble, brindaba una oportunidad magnífica para poner al día el valor del
mismo -casi con absoluta seguridad desactualizado por el transcurso del tiempo-,
pues habiéndose de repartir entre sus herederos, eran éstos precisamente los más
interesados en que los distintos elementos que componían la masa hereditaria estu-
viesen justamente valorados; y puesto que debido a tal reparto se tenía una masa
patrimonial correctamente valorada que, casi con total seguridad, tardaría mucho en
volver a estarlo, ¿qué mejor ocasión para imponerle alguna carga tributaria?. Por
otra parte, con el fin de no hacer demasiado evidentes las auténticas razones del
nuevo impuesto y, a la vez, diferenciarlo de la forma más nítida posible de otros tri-
butos patrimoniales con los que habría de coexistir, en lugar de vincular el nacimien-
to de la obligación tributaria a la titularidad de patrimonio, aduciendo como pretexto
que lo que en tales circunstancias tenía lugar era la obtención por parte de los here-
deros de un enriquecimiento lucrativo (léase, ganado sin mediar esfuerzo personal),
hacía descansar la sujeción a gravamen en la enajenación o transferencia gratuita
de la propiedad, con motivo del fallecimiento de su titular. De esta forma, lo que se
conseguía era rebajar la presión fiscal psicológica del impuesto, que diríamos hoy,
facilitando su cumplimiento, ya que con tales planteamiento y configuración de su
hecho imponible lo que se estaba haciendo ver a los herederos es que lo que hacían
no era sino abonar una pequeña cantidad en relación con lo que, sin coste alguno,
recibían al amparo de lo previsto en las leyes que el estado hacía cumplir.
De todas formas, y a pesar de lo sólida y convincente que pueda resultar la tesis que
resumidamente acabamos de ver, debe señalarse también que, para algunos, la
misma tiene mucho de generalización tópica de lo que en tal sentido, más o menos,
vino a ocurrir con el primer impuesto moderno sobre las herencias inglés, pues la in-
corporación de esta figura a los ordenamientos tributarios europeos fue completa-
mente dispar en el tiempo y, en cada caso, obedeció a razones de muy diferente na-
turaleza. Así, poniendo la mirada en el caso español que es el que más a mano te-
nemos, el primer impuesto de este tipo que aquí se implantó fue la denominada
Manda Pía Forzosa (manda: legado o disposición en un testamento) creada en la
primera época del reinado de Fernando VII para subvenir a las necesidades más pe-
rentorias de los damnificados por la Guerra contra Napoleón; la cuál, tras dos siglos
de vicisitudes de todo tipo, ha llegado a nosotros como Impuesto sobre las Sucesio-
nes y Donaciones en la que parece va a ser su última y postrera denominación, o al
menos eso es lo que todos los indicios hacen presumir.
En cuanto a las modalidades del mismo que cabe considerar, lo primero es indicar
que, por lo general, bajo la rúbrica genérica Impuestos sobre la transmisión gratuita
de patrimonio se cobijan gravámenes notablemente distintos, que además difieren
bastante de unos países a otros. Así tenemos:
‐ 8 ‐
♦ En primer lugar, los impuestos sobre las transmisiones patrimoniales lucrativas
«mortis-causa», comúnmente denominado Impuesto de Sucesiones por gravar la
continuidad en la titularidad de los bienes y derechos del causante. Estos a su
vez presentan las dos siguientes variantes.
♦ El Impuesto sobre el caudal relicto o masa hereditaria; que es un gravamen de
carácter real que se gira sobre el valor neto actualizado del total del patrimonio
que se transmite con ocasión del fallecimiento de su titular y, por lo tanto, con in-
dependencia absoluta del reparto que de él se efectúe entre sus herederos.
♦ El Impuesto sobre las porciones hereditarias, hijuelas o legados; que es el que
grava de forma personal el valor de lo que a cada uno le corresponde de la masa
hereditaria total. Por regla general, esta forma de imposición sucesoria parte de
una valoración de la porción heredada, que es lo que se constituye en su base
imponible, y posteriormente se le aplica una tarifa progresiva de tipos que no sólo
depende de la cuantía de la herencia, sino que incluye parámetros tales como el
grado de parentesco y el patrimonio del heredero previo a la herencia.
♦ Los impuestos sobre las transmisiones patrimoniales lucrativas "inter-vivos" o im-
puestos sobre las Donaciones; que suelen gravar de forma personal las donacio-
nes o transmisiones patrimoniales gratuitas inter-vivos análogamente a las
transmisiones "mortis-causa", con lo que se cierra la tributación de las transmi-
siones patrimoniales lucrativas, evitándose con ello la evasión en la imposición
hereditaria por la vía de la sucesión gratuita en vida del titular del patrimonio.
♦ Por último, en algunos ordenamientos europeos estuvo vigente hasta hace algún
tiempo una figura de este tipo de imposición conocida como el Equivalente Tribu-
tario, la cuál tenía como objeto gravar las transmisiones patrimoniales lucrativas
que tenían otros beneficiarios distintos a las personas físicas, es decir, a las per-
sonas morales (fundaciones y otras entidades privadas sin ánimo de lucro y fina-
lidad social) o, también, a las personas jurídicas o sociedades de capital.
‐ 9 ‐
Dado que las posibilidades existentes para gravar la sucesión hereditaria son el im-
puesto sobre el caudal relicto o el girado sobre las porciones hereditarias, veamos
en primer lugar cuál de ellas es la más adecuada para las finalidades concretas de
cada ordenamiento fiscal.
Como ya se ha dicho, los impuestos sobre el caudal relicto gravan el valor neto ac-
tualizado del total del patrimonio que se transmite, independientemente del reparto
que de él se efectúe; se trata, por lo tanto, de un tributo de carácter real que aprove-
cha la ocasión que le brinda la transmisión del patrimonio de una persona hacia sus
herederos para gravar la totalidad de su riqueza personal, haciendo responsables
del mismo a estos últimos en función de la parte que, de tal masa hereditaria, a cada
uno le corresponda. Por su parte, el impuesto sobre las porciones hereditarias grava
personal y progresivamente el valor de lo que a cada heredero le corresponde de la
masa hereditaria total; es decir, que con esta variante de lo que se trata es de gravar
progresivamente el incremento patrimonial experimentado por el heredero como
consecuencia de la transmisión lucrativa.
En todo caso, y sea cuál sea la modalidad elegida, lo normal es que a la hora de re-
gular su base imponible, se incluyan diversas bonificaciones en favor para determi-
nado tipo de patrimonios o determinados destinatarios de los mismos, siendo de re-
señar en tal sentido los concedidos a lo heredado por el/la cónyuge con hijos meno-
res a cargo, lo heredado por personas con algún tipo de minusvalía, la vivienda fami-
liar, los patrimonios agrarios y los pequeños negocios cuando su destinatario conti-
nua la explotación del mismo, etc, así como también es normal que el impuesto
cuente con un mínimo exento generoso que facilite su gestión y rentabilice el esfuer-
zo que a él le dedica la administración por un lado, y por otro, evite presionar sobre
los pequeños patrimonios. En cuanto al tipo de gravamen, si el impuesto es sobre el
caudal relicto puede ser proporcional o progresivo, mientras que si se trata del gra-
vamen personal sobre las porciones hereditarias lo normal es que el impuesto sea
progresivo, graduando además la progresividad no sólo en función de la cuantía de
la porción heredada sino también de acuerdo al grado de parentesco entre el cau-
sante y el causahabiente, así como del patrimonio del que es titular el heredero an-
tes de heredar, lo que tiene como resultado el gravamen que más equitativamente
gradúa su carga en relación a la situación y capacidad económica de los destinados
a soportarla.
En todo caso, ninguna de las dos opciones es manifiestamente más ventajosa res-
pecto a la otra, pues ambas poseen ventajas e inconvenientes que hay que contra-
pesar. Así, el gravamen sobre el caudal relicto es un impuesto notablemente más
fácil de gestionar por la administración que el que grava las porciones hereditarias,
pues mientras que en el que grava el caudal relicto sólo hay que controlar una liqui-
dación tributaria y comprobar una única valoración patrimonial, en el que grava las
porciones hereditarias es preciso hacer un seguimiento a tantas liquidaciones y valo-
raciones como partes se hayan hecho de la herencia. Asimismo, a igualdad de masa
hereditaria, el impuesto sobre el caudal relicto es un tributo mucho mas potente en
términos de recaudación que el de porciones hereditarias, ya que el primero se gira
sobre el valor de la masa hereditaria total, mientras que con el impuesto sobre la
porciones, dado que presentarán bases imponibles menores y, además, existen tan-
tos mínimos exentos como porciones haya, el resultado no será otro que un tipo
‐ 10 ‐
efectivo de gravamen, aplicado a la totalidad de la masa patrimonial transmitida, mu-
cho más reducido. Por el contrario, el principal inconveniente que ofrece un impuesto
sobre el caudal relicto frente a los que gravan las porciones hereditarias es que, por
tratarse de un impuesto de carácter real que grava el patrimonio sin considerar para
nada a su destinatario, es mucho menos equitativo; con el añadido de que los im-
puestos sobre porciones hereditarias, al poder graduar la progresividad del tributo
tanto de acuerdo a la cuantía de la base como de otras circunstancias personales de
su destinatario (parentesco con el causante y patrimonio preexistente a la herencia),
tiene muchas más posibilidades de ajustar la carga impositiva total a la verdadera
capacidad de pago de cada uno de los herederos y, por ello, ser mucho más sensi-
ble a las situaciones de infortunio económico. Además, no hay que perder de vista
que el gravamen sobre las porciones fomenta o es favorecedor de la dispersión del
patrimonio, ya que la carga que comporta siempre será más reducida cuanto menor
sea el valor de la porción que se hereda, por lo que la equidad del sistema en su
conjunto se verá favorecida, ya que son los legados personales los que mayor res-
ponsabilidad tienen en la consolidación y perpetuación de la desigualdad patrimonial
de los individuos.
Dado que este impuesto es sin duda alguna el tributo que cuenta con una tradición
de controversia y polémica más larga de cuantos componen los ordenamientos tribu-
tarios de los países occidentales, poca o ninguna utilidad puede obtenerse de la ex-
posición sistemática de las diferentes líneas argumentales que unos u otros conten-
dientes han esgrimido en algún momento, ya que en página o página y media que es
lo que se dispone para ello, a lo más que podríamos llegar es a la simple enuncia-
ción de tales razones sin poder explicar nada de ellas. En consecuencia, lo que a
continuación se va hacer es esbozar brevemente alguna de las razones a las que
con mayor frecuencia se vuelve en los debates sobre esta figura impositiva.
A) Alegatos en su contra
Lo cierto es que, hablando en términos generales desde luego, los argumentos que
se han venido esgrimiendo en contra del impuesto son, en unos casos bastante en-
debles y discutibles como veremos inmediatamente, y en otros, poco evidentes o
‐ 11 ‐
nada demostrados, como lo es el manido tópico de que los impuestos sobre las
herencias afectan negativamente al ahorro, que está por ver que alguien logre pro-
bar de manera contundente alguna vez.
Una de las críticas que con más frecuencia arguyen los detractores del impuesto,
principalmente ante públicos no excesivamente formados en materia financiera cier-
tamente, es la de acusarle de ser una carga tremendamente regresiva, pues el mis-
mo hace tributar a herencias consistentes en activos tales como la vivienda y los en-
seres familiares que el cónyuge causante deja al cónyuge supérstite o a sus hijos,
que bien pueden ser menores, o también, a herencias percibidas por personas con
baja capacidad de afrontar cargas (viudas/os de edad avanzada, discapacitados,...)
así como a otras situaciones tan adversas como estas.
Otra crítica al gravamen, también frecuente, es la que surge como réplica al argu-
mento esgrimido por los defensores del gravamen sobre que la herencia crea situa-
ciones desiguales de partida entre los individuos y perpetúa las diferencias de renta
y riqueza. Ante ello, los detractores del gravamen suelen argüir que los seres huma-
nos son desiguales en lo relativo a su capacidad de obtener rentas por muchas más
causas que por las herencias, y que aunque algunas de ellas como la educación, la
propensión a ahorrar, la capacidad de trabajo o las herencias sean endógenas al en-
torno familiar del individuo, otras como la inteligencia, el espíritu emprendedor, o la
suerte, son exógenas; por lo que centrar la política de igualdad de oportunidades en
las herencias o, cuando menos que éstas jueguen un papel protagonista en ella,
puede ser completamente discriminatorio. En esta misma línea un tanto extrema de
razonar se señala, también, que si las herencias se penalizan fiscalmente por razo-
‐ 12 ‐
nes éticas -se trata de ganancias de capital obtenidas sin que medie esfuerzo per-
sonal alguno-, ello supone que, para aquellos que defienden al impuesto desde esz-
ta base argumental, otro usos y aplicaciones alternativas de la riqueza son más
aceptables éticamente, es decir, que moralmente es preferible que los padres gasten
su dinero en su satisfacción personal que se lo dejen a sus hijos por herencia.
También ha habido teóricos, entre los que destaca principalmente R. Musgrave, que
han tratado de compatibilizar ambos planteamientos, pues entienden que estos dos
fundamentos del impuesto sobre las herencias no tienen porqué ser excluyentes en-
tre sí. Esta postura conciliadora lleva además a que dentro de un mismo sistema tri-
‐ 13 ‐
butario coexistan las dos variantes del impuesto mortis-causa -caudal relicto y por-
ciones hereditarias-, pues como afirmaba el ilustre hacendista estadounidense, la
sociedad puede desear aplicar un impuesto sobre el caudal relicto, limitando con ello
el derecho de toda persona a disponer de sus bienes allá de su propio horizonte
temporal, y otro sobre las sucesiones hereditarias, cuya finalidad sea limitar el dere-
cho del heredero a percibir un conjunto de elementos patrimoniales que no ha gana-
do con su esfuerzo; aunque también es cierto que siempre existe la posibilidad de
gravar este incremento de valor que experimenta de forma gratuita a través del
IRPF, bastando para ello incorporar las porciones heredadas al concepto extensivo
de renta sujeto a gravamen.
Finalmente, cabe señalar que también desde el punto de vista de las ventajas que
ofrece a la gestión y administración tributaria, esta forma de imposición ha encontra-
do argumentos a su favor, ya que cabe poca duda que si se tienen las suficientes
garantías de no defraudación, la valoración efectuada con motivo de la sucesión es
una cómoda y barata manera de actualizar valores patrimoniales para la administra-
ción tributaria, ya que debido a ella todos los años pasaría por sus registros una por-
ción nada desdeñable del total del patrimonio de los residentes que, en ausencia del
impuesto, difícilmente se comprobarían, lo que en definitiva se traduce en un mejor
control fiscal de los patrimonios individuales.
‐ 14 ‐
En cuanto a su presencia en los ordenamientos tributarios actuales, lo primero a
comentar por lo llamativo es que, salvo por algunos teóricos contra corriente, la
misma no está cuestionada en absoluto por nadie, y ello a pesar de tratarse de un
impuesto tan patrimonial como el que grava el patrimonio neto o el de las transmi-
siones gratuitas vistos con anterioridad. Más aún, no solo no se cuestiona su pre-
sencia sino que, además, se defiende su mantenimiento sobre el más que sorpren-
dente -mejor peregrino- argumento del cierre de la imposición indirecta, según el
cual, al igual que existe una imposición que grava la aplicación básica de la renta -el
consumo- mediante la tributación de las operaciones propias del tráfico mercantil,
otras aplicaciones de renta menos habituales, pero que no por ello dejan de poder
de manifiesto ciertas capacidades económicas (transmisión de inmuebles entre par-
ticulares, constitución onerosa de ciertos derechos..etc), que constituye lo que en le
mundo del Derecho se conoce como actos de tráfico civil, también deben de tener su
correspondiente exacción tributaria. Asimismo, otra “razón” frecuentemente aducida
es que, desde su misma aparición, estos impuestos han venido desempeñando una
importante y variada función ordenatoria, que va desde las actuaciones registrales y
de control patrimonial, hasta la de solemnizar o dar garantías públicas a ciertos ac-
tos y negocios jurídicos. Lo que en cualquier caso está claro es que su gran capaci-
dad recaudatoria y bajo coste administrativo justifican sobradamente la presencia de
esta modalidad impositiva en ordenamientos tributarios en los que, sin embargo, han
prescindido o tienen muy relegados a los impuestos patrimoniales personales.
5.1 Preliminar
Vamos ahora con un tributo cuya correcta y pertinente denominación tendría que ser
«Impuesto selectivo sobre la propiedad», pues su hecho imponible está constituido
por la propiedad de ciertos elementos patrimoniales perfectamente identificados en
su objeto imponible; ahora bien, como en los países anglosajones esta especificidad
de su objeto de gravamen está limitada a propiedad inmueble -property tax-, otras
variantes de este impuesto, que si están vigentes en países de otros ámbito, y que
tienen como objeto elementos patrimoniales tales como coches, motos, vehículos
industriales, embarcaciones,..etc, resultan unos desconocidos absolutos para la lite-
ratura científica de referencia y, en consecuencia, por completo ajenas al mundo
académico.
‐ 15 ‐
Dada su inmovilidad y visibilidad, la propiedad inmueble ha sido y es una categoría
económica hacia la que las autoridades fiscales de todas las latitudes se han sentido
y se sienten especialmente proclives, ideando para ella un nutrido y variado reperto-
rio de exacciones que van, desde impuestos a las más peregrinas licencias (de habi-
tabilidad por ejemplo), pasando por toda suerte de cánones, tasas y contribuciones.
En lo que se refiere a los primeros, el más común de todos ellos suele definirse co-
mo un impuesto objetivo y real, que grava el valor neto de los inmuebles poseídos
mediante un tipo de gravamen fijo y que, por lo general, incluye en su objeto imponi-
ble a los inmuebles con total independencia de su uso, esto es, ya sea bien de uso
(vivienda) o como elemento productivo (fábrica, granja, local comercial..), y tanto si
son urbanos como si son rústicos, por más que los efectos económicos que en cada
caso pueden derivarse difieren notablemente entre si.
‐ 16 ‐
tendremos un criterio que, con toda seguridad, va a dar valores distintos a
inmuebles iguales.
• En parte debido a lo anterior, cualquiera que sea el alquiler imputado, éste no
dejará de ser algo que quede el arbitrio de la autoridad competente; es decir,
arbitrario por definición y, como tal, origen de todo tipo de discriminaciones.
Lo costoso que resulta la confección del catastro por la cantidad de personal espe-
cializado a la que hay que recurrir, así como lo tremendamente lenta que puede lle-
gar a ser la misma, habida cuenta la superficie del territorio cuyos inmuebles se han
de inventariar (piénsese, por ejemplo, en países de la extensión de Australia), ello a
pesar de que las nuevas tecnologías topográficas, así como la puesta en órbita de
numerosos satélites de observación y comunicación, han venido a facilitar conside-
rablemente la elaboración de catastros.
Exigen una revisión continuada que evite las desactualizaciones de los valores asig-
nados a los inmuebles ya inventariados, pues en cuanto las revisiones se espacian
en el tiempo, las modificaciones que hay que hacer a la mayor parte de los paráme-
tros que se utilizan (ubicación, superficie, calidad de la tierras, destino económico,
elementos construidos..etc, etc) son tantas que, indefectiblemente, a continuación
tiene lugar un desmesurado crecimiento del valor de los inmuebles, al que sigue de
manera automática un crecimiento de la presión fiscal del impuesto, debido al creci-
miento nominal de la base imponible.
Por último, en lo que se refiere al tipo de gravamen, señalar que éste es un impuesto
proporcional, esto es, de tipo fijo, si bien suele ser frecuente que su regulación inclu-
ya numerosas distinciones de aplicación. Así, es normal que se diferencien los tipos
de gravamen a aplicar en el caso de los inmuebles urbanos y los rústicos o, también,
diferenciar los tipos impositivos atendiendo a parámetros tales como los metros cua-
drados, las calidades de construcción, la zona en le que el inmueble está sito, etc;
no siendo por el contrario nada habitual el que sus cuotas cuenten con deducciones
en las mismas.
5.3 Valoración
‐ 17 ‐
dentales, hasta el extremo que, en bastantes de estos países, es la principal fuente
de ingresos propios de tales administraciones, cuando no la única.
Otra crítica que suele hacerse también en relación con la descentralización de las
competencias en lo que al impuesto se refiere, es que, debido a ella precisamente,
no resulta de aplicación uniforme en todo el territorio nacional, lo que puede ser cau-
sa de deslocalizaciones, tanto de residentes como de empresas, lo que puede ser
una fuente continua de conflictos interjurisdiccionales y agravios comparativos, sobre
todo si, como ocurre en muchos países (España entre ellos), además de estos re-
cursos, los ayuntamientos cuentan con subvenciones reconocidas en el Presupuesto
del Estado.
Pero es desde la óptica de la equidad desde la que el impuesto recibe la más nume-
rosas y más contrastadas críticas, siendo de señalar en este sentido:
‐ 18 ‐
b) Que, dado que, por un lado, el tributo grava el valor catastral de los inmuebles
sin tener en cuenta otras consideraciones (es real y objetivo), y por otra parte,
que la mayoría de los inmuebles de carácter residencial son adquiridos mediante
créditos hipotecarios a largo plazo, durante un amplio período de tiempo el im-
puesto está gravando al propietario por el valor íntegro del inmueble, cuando lo
que de hecho éste posee es el valor del impuesto menos el crédito hipotecario
pendiente.
6. LA LEVA DE CAPITAL
‐ 19 ‐
Es éste un tributo que guarda bastantes similitudes con el Impuesto sobre el Patri-
monio Neto ya visto, al que precisamente por esto a partir de aquí denominaremos
impuesto ordinario, pues también se define como directo y personal, que grava la te-
nencia de todo tipo de bienes y derechos de contenido económico, así como articula
la mayor parte de sus elementos configuradores de forma bastante parecida a él. No
obstante, entre ambos existen importantes diferencias, que aquí vamos a dejar re-
sumidas en las cuatro siguientes:
La leva de capital ha sido una modalidad de imposición sobre la riqueza a la que han
recurrido los sistemas fiscales de algunos países europeos en los períodos inmedia-
tamente posteriores a las dos grandes conflagraciones bélicas del Siglo XX, en los
que los volúmenes de deuda pública en circulación (conocida precisamente como
Deuda de Guerra) exigía formas excepcionales de financiarlos. Se trata de un im-
puesto que, tal y como afirman los teóricos de la imposición, carece de efectos sobre
el comportamiento económico de los agentes sociales, pues, al no aplicarse de ma-
nera continuada, tiene las mismas consecuencias en ellos que los que provocaría
una amputación patrimonial pura y dura, que al decir de algunos eso es lo que es la
leva de capital. No obstante, lo progresivamente elevado de la carga fiscal que com-
‐ 20 ‐
porta puede forzar, y de hecho fuerza, a la enajenación de parte del patrimonio po-
seído por los contribuyentes, lo que sin duda alguna puede provocar descensos
acusados en el precio de numerosos elementos patrimoniales y dar lugar a una si-
tuación insostenible para los titulares de una buena parte de ellos, sólo llevadera si
el país cuenta con un ágil y sólido sistema financiero y, además, existe la posibilidad
de vender elementos patrimoniales a residentes en el extranjero.
‐ 21 ‐
Lección 9
La imposición al consumo
Tanto en nuestro país como en los restantes de la Unión Europea, los impues-
tos que tienen al consumo como objeto imponible son, en la actualidad, uno de
los tres pilares sobre los que se asienta el grueso de su recaudación tributaria
(las otras dos son el IRPF y las Cotizaciones a la Seguridad Social), tratándose
por otra parte de una forma de imposición acerca de la que se da un raro con-
senso entre los más prestigiosos expertos (Grabower, Schumpeter, Due,.. etc)
a la hora de señalar como el precedente riguroso de ella a la alcabala castella-
na, que fue un gravamen creado por Alfonso XI para subvenir a las necesida-
des financieras que le surgieron como consecuencia del sitio y toma de Algeci-
ras en 1 3 4 2 y que, con denominaciones varias, llego «viva» a la Reforma Tribu-
taria de 1 8 4 5 , que fue el hito que marcó, en la Historia Financiera de España, la
ruptura definitiva con el sistema de imposición del caduco Antiguo Régimen
que aún pervivía en nuestro país.
Dos son, entre otras muchas de menor entidad, las razones que permiten ex-
plicar tan antigua pervivencia de esta figura tributaria en los ordenamientos fis-
cales de la actualidad: su gran capacidad recaudatoria y la economicidad de su
gestión; así como dos son también los defectos más graves que, tradicional-
mente, la doctrina financiera les ha venido atribuyendo: su absoluta falta de
equidad y sus efectos distorsivos sobre los precios del mercado; si bien, justo
es decirlo también, a la hora de contrastar en la misma balanza unos y otros, el
fiel de la misma casi siempre se ha inclinado por el lado de sus más que atrac-
tivas ventajas, las cuáles por otra parte son consecuencia directa de la senci-
llez con la que se configuran las distintas modalidades tributarias en que se
puede concretar esta forma de imposición, tal y como puede comprobarse en la
resumida descripción que de sus principales elementos constitutivos se ofrece
a continuación.
-1 -
al impuesto (hecho imponible) a aquellos actos con los que el titular de la capa-
cidad sujeta a gravamen (consumidor) la pone de manifiesto (adquisiciones de
bienes y servicios para consumirlos), lo que el tributo hace es fijarse sin em-
bargo en las transacciones previas a aquellas en que necesariamente hay que
incurrir para consumir, esto es, en las entregas de bienes, las prestaciones de
servicios o las importaciones, siendo la razón de tal peculiaridad el reducir el
número de protagonistas de las operaciones sujetas a gravamen para facilitar
su control y hacer más barata su gestión mediante el desdoblamiento de sus
elementos personales que a continuación se comentan.
-2 -
tión de estos impuestos, pues los mismos, no sólo limitan considerablemente el
número de agentes sociales que realizan operaciones sujetas a gravamen, es
que, además, el cifrado de lo que han de liquidar cada uno de ellos es también
automático, pues no es sino el valor del volumen de operaciones realizado mul-
tiplicado por el tipo de gravamen; por más que en lo tocante a la comodidad de
gestión, aún cuando parezca increíble, nunca se podrán superar los niveles
que de ella alcanzó la vieja imposición al consumo española, cuya exacción y
cobro se hacía descansar en el sistema de sisas. En efecto, la idea no podía
ser más simple y efectiva, lo que se hacía era gravar ciertos géneros ligados al
consumo de la mayoría de la población (vino, vinagre, aceite, carnes, jabón, ve-
las de sebo...) mediante una rebaja determinada o sisa en la medida (peso o
volumen) de la cantidad vendida por los vendedores últimos de tales productos,
exigiéndoseles a estos sin embargo que liquidasen lo sisado en metálico (Así,
por ejemplo, en el S. XVII se autorizaba a los vendedores tanto de vino como
de aceite a que sisasen una octava parte de las ventas que hiciesen). Es decir,
que frente a la eterna pregunta de nuestros días (este precio es ¿con o sin im-
puesto?), entonces la cosa era harto simple, el impuesto se pagaba «directa-
mente» con parte del propio producto que se adquiría y sanseacabó. ¡Ahí es
nada!. Pero es que, si a esta contrastada comodidad de gestión, se le añade la
alta capacidad recaudatoria de estos impuestos debido a la amplitud de su ba-
se teórica de exacción -el consumo nacional-, puede entenderse sin grandes
esfuerzos porqué esta forma de imposición ha tenido tanta atractivo entre polí-
ticos y administradores tributarios.
-3 -
En efecto, dejando al margen nociones y conceptos de producción más riguro-
sos desde el punto de vista del análisis económico, y entendiéndola simple-
mente como el proceso que transforma bienes y servicios en otros bienes y
servicios más próximos al consumo, o lo que es lo mismo pero dicho en otros
términos, como una secuencia lineal de fases por las que sucesivamente van
atravesando los bienes desde su primera manufactura hasta su puesta a dis-
posición de los consumidores finales (fabricantes iniciales → mayoristas en sus
distintas modalidades → minoristas → consumidores), gravar el consumo total
que tiene lugar en el país puede hacerse de dos manera distintas: haciendo tri-
butar directamente a todos los individuos por los bienes y servicios que adquie-
ren para su consumo y el de su familia, lo que nos lleva al impuesto personal
sobre el gasto antes mencionado, o bien aplicando el impuesto en una o varias
de las fases por las que ha de pasar el bien a fin de que su carga se sume al
valor del output de tal fase y vaya siendo arrastrada en el precio del bien a lo
largo de lo que resta de proceso productivo hasta llegar al consumidor final. Es-
ta segunda manera -indirecta- de entender a la imposición al consumo presenta
a su vez las tres siguientes variantes:
• Impuestos monofásicos sobre las ventas, que son los que gravan una única
vez, o en un único punto, el proceso de producción y distribución de bienes
y servicios, desplazando la carga del impuesto hacia el consumidor vin-
culándola al precio de las sucesivas entregas o prestaciones hasta llegar a
él. En consecuencia, esta variante presenta tres posibilidades a su vez: el
impuesto monofásico sobre los fabricantes, el monofásico sobre los mayo-
ristas y el monofásico sobre los minoristas.
• Impuestos plurifásicos sobre las ventas o en cascada, que son los que gra-
van todas y cada una de las fases del proceso de producción y distribución
de bienes del sistema, desde la primera transformación de materias primas
hasta la venta al por menor de los correspondientes bienes o servicios.
• Impuestos sobre el Valor Añadido, que son una modalidad híbrida o mixta
de las dos anteriores, pues si bien gravan todas las fases del proceso de
producción, únicamente inciden en una parte del valor del bien en cada una
de ellas (el valor añadido precisamente), siendo obviamente la idea sobre la
que se sustentan que el valor de un bien que llega a su destino final (el con-
sumo) no es sino la suma de todos los valores parciales que se han ido ge-
nerando y añadiendo en todas y cada una de las fases por las que ha ido
atravesando el mismo en su proceso de producción.
-4 -
bienes de capital, por lo que su inclusión en este grupo no obedece sino a
razones de simplificación taxonómica.
• Los impuestos selectivos al consumo también llamados sobre consumos
específicos e, igualmente, accisas, que, a diferencia de los impuestos al
comercio exterior, si que han de ser considerados impuestos al consumo a
todos los efectos.
Al igual que ocurre con sus ventajas, los aspectos problemáticos de los im-
puestos sobre la cifra de negocios son numerosos y notablemente variados, di-
firiendo mucho sin embargo en función de la modalidad de gravamen sobre las
ventas que se considere. Es por ello que, en lo que sigue, nos limitaremos a
comentar brevemente las dos cuestiones que mayor calado y enjundia tienen:
la concerniente a la delimitación de su sujeto pasivo, así como la relativa a las
alteraciones que introducen el sistema de precios.
-5 -
de precios, las cuáles, conocidas en el peculiar argot de los hacendistas con la
absolutamente incorrecta y execrable expresión de efecto piramidación, pasa-
mos inmediatamente a explicar, no sin antes advertir que si los contenidos de
este primer párrafo explicativo no se entienden muy bien en su primeras lectu-
ra, ello no debe preocupar en demasía, pues el fenómeno que aquí se intenta
describir se va a aclarar a continuación mediante un ejemplo que se recoge en
el cuadro nº 1 .
En este caso, de lo que se nos está informando es que el fabricante, para ma-
nufacturar el bien en cuestión, ha de adquirir inputs por valor de 1 0 0 , tiene unos
gastos de producción (laborales, administrativos...) de 5 0 unidades y, además,
ha de considerar su propio beneficio, que, para simplificar, vamos a suponer
que todos los empresarios cifran aplicando un margen del 2 0 % sobre sus cos-
tes totales, incorporando así al valor de su output total otras 3 0 unidades. Con
todo esto, el fabricante pone su producción en el mercado con un valor de 1 8 0 .
-6 -
C U A D R O N U M É R I C O Nº 1
Valor Mercado 1 80 1 80 1 80 1 80 1 8 1 ,0 3 1 80
Impuesto --- 9 --- --- 1 ,5 6 IVA repercutido: 3 ,6
A ingresar: 3,6 - 2 =
1,6
MAYORISTA IVA soportado: 3 ,6
Adquisición Inputs 1 80 1 89 1 80 1 80 1 8 2 ,5 9 1 8 0 + 3 ,6
Gastos Producción 70 70 70 70 70 70
Beneficio (2 0 %) 50 5 1 ,8 50 50 5 0 ,5 2 50
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Comencemos por los impuestos monofásicos al fabricante, ya que son estos
los que inician el proceso de producción. Como se ha dicho, con esta variante
de monofásico, lo que se hace es gravar exclusivamente las ventas del fabri-
cante con la intención de que su carga se traslade, vía precios, a lo largo de to-
do el proceso lineal de fabricación y distribución, hasta llegar al consumidor fi-
nal según la conocida secuencia: Fabricante > mayorista > minorista > consu-
midor
Ante los inconvenientes que comporta gravar las dos fases antedichas, y en su
empeño de mantener un impuesto monofásico, el estado puede decidirse por
tomar a los detallistas o minoristas como punto de impacto de un gravamen del
2 % sobre sus ventas. Esta elección, como puede comprobarse (cuarta colum-
na del cuadro nº 1 ), supone eliminar por completo el efecto ampliación de los
precios que acarreaban los anteriores gravámenes, pues aquí el precio al con-
sumidor se incrementa estrictamente en lo que aumenta la recaudación imposi-
tiva, permitiendo por añadidura menor tipo de gravamen incluso que en el caso
de los mayoristas. No obstante, con tal elección se ve agravado -y de qué ma-
nera además- el problema de los sujetos pasivos del tributo, pues, en esta fase,
éstos serán siempre los más numerosos y, dada su dimensión económica y lo
-8 -
escasamente documentado de sus sistemas de registro y contabilización, los
que mayores dificultades de comprobación y gestión comportan.
Una de las facetas de esta amplificación de los precios con la que, histórica-
mente, teóricos y administradores tributarios se han mostrado más críticos es la
relativa a sus perniciosas consecuencias sobre las relaciones económicas in-
ternacionales, cuestión esta sobre la que, a pesar de su importancia y el gran
debate teórico que ha suscitado, aquí solo vamos a pasar de puntillas; vamos,
justo lo necesario para poder entender mejor el porqué del IVA.
-9 -
ahora: las distintas formas en que el mismo puede ser entendido y, consecuen-
temente, exigido. En efecto, si bien hasta aquí hemos considerado a estos tri-
butos como impuestos al consumo, y como tales así los hemos denominado,
también es posible entenderlos como impuestos a la producción, pues, como
igualmente se ha dicho, es a través de las distintas secuencias que componen
el proceso de producción como se asienta su exigencia. En consecuencia, esta
dualidad en la forma de concebir a estos gravámenes da lugar a que, en el ca-
so de bienes total o parcialmente producidos en un país y vendidos para su
consumo en otro, se plantee de inmediato a cuál de las dos jurisdicciones fisca-
les corresponde la exigencia y recaudación del gravamen sobre las ventas co-
rrespondiente, a la del país donde el bien se ha producido o, por el contrario, a
la del país en el que el bien se consume.
-10 -
de los ajustes fiscales en frontera, debe precisarse sin embargo que la validez
de los mismos va a venir condicionada, principalmente, por la modalidad de
imposición indirecta con que cuente el sistema fiscal del país que se considere.
Así, si el gravamen al consumo en el país que exporta el bien se limita a con-
templar la entrega de bienes finales de consumo (impuestos sobre ventas al
detall), la determinación de la carga del tributo, como sabemos, no va a presen-
tar graves problemas, pues puede ser directamente cifrada a partir de la base y
del tipo impositivo. Ahora bien, si el gravamen se sitúa en fases anteriores -
fabricante o mayorista-, el problema de determinación de la carga se compli-
cará notablemente, ya que habrá de considerarse, y lo que es más complicado,
calcularse, el efecto inducido y amplificado en los precios de los bienes al por
menor -el descrito efecto piramidal- que el impuesto transmite sirviéndose del
propio proceso productivo. Y, desde luego, si el sistema de imposición indirecta
del país exportador descansa en un impuesto plurifásico, las dificultades a la
hora de instrumentalizar la neutralidad tributaria en el comercio internacional a
través de los ajustes fiscales en frontera serán las máximas que quepa imagi-
nar, como fácilmente puede constatarse cotejando el cuadro nº 1 que nos está
sirviendo como referencia aclaratoria.
4.1 Antecedentes
Si bien del IVA se tiene la idea, incluso entre personas familiarizadas con la ac-
tividad financiera, de que se trata de un tributo de “invención” reciente, ello no
es cierto sino sólo a medias, ya que el mismo fue ideado y propuesto por el
empresario y consejero fiscal Carl F von Siemens, en 1 9 1 8 , al gobierno alemán
como alternativa al impuesto monofásico sobre las ventas que dos años antes
éste había implantado, tratándose sin embargo de una propuesta fracasada.
Unos años después, en 1 9 5 2 , el alto funcionario del Ministerio de Finanzas
francés Maurice Lauré, con el fin de incentivar las inversiones empresariales en
equipo y de limitar las distorsiones en los precios ocasionadas por la imposición
plurifásica sobre las ventas, propuso la sustitución del entonces vigente im-
puesto plurifásico, por un IVA de gestión notablemente sencilla gracias a un
procedimiento de aplicación, denominado crédito del impuesto, que se le había
ocurrido a él mismo, y que es con el que se aplica en la actualidad. Esta pro-
puesta fue ampliamente debatida, siendo implantado en Francia el primer im-
puesto sobre el valor añadido a lo largo del bienio 1 9 5 3 -5 5 .
Los excelentes resultados cosechados por esta nueva modalidad tributaria ac-
tuaron como acicates de otras administraciones tributarias occidentales,
dándose así a lo largo de la década de los 6 0 del pasado siglo una sucesión de
implantaciones del impuesto en distintos países europeos (Finlandia, Suecia,
Noruega, Luxemburgo..) que culminó en la propuesta del Comité Financiero y
Fiscal del Mercado Común, presidido por Fritz Neumark, de tomar a esta figura
tributaria como impuesto en el que concretar la armonización de la imposición
indirecta al consumo de los países miembros, cosa que terminó por documen-
tarse en la ya histórica Sexta Directiva del Consejo de la CEE (7 8 /3 8 8 /CEE) por
-11 -
la que pasó a regirse la aplicación del IVA en todo el ámbito territorial de la en-
tonces CEE, hoy Unión Europea.
Empecemos con la idea que le sirve de punto de partida. Como ha quedado di-
cho, de lo que se trata con los impuestos sobre las ventas hasta aquí vistos es
de gravar proporcionalmente el valor final de los bienes o servicios que los
consumidores adquieren, es decir, el valor de los mismos, una vez han finaliza-
do su recorrido a través de todas las fases que componen sus respectivos pro-
cesos de producción y comercialización, cosa que puede conseguirse aplican-
do cualquiera de los impuestos mono o plurifásicos sobre ventas ya explicados.
Ahora bien, además de mediante tales variedades, es posible alcanzar dicho
objetivo -gravar con carácter general el valor de lo que los consumidores finales
adquieren- aplicando un impuesto proporcional en todas y cada una de las fa-
ses del proceso productivo pero, y en esto consiste la gran diferencia, girándolo
exclusivamente sobre lo que en cada una de ellas se incrementa el valor del
producto respecto a la anterior, en la intención de que la suma de todos estos
gravámenes sobre los sucesivos incrementos de valor equivalgan, al final del
proceso, a gravar el valor final del producto pagado por los consumidores. Di-
cho en términos sinópticos:
VM → F1 → F2 →... Fn → VC
Lógicamente, en tal proceso, el valor de las materias primas iniciales, más los
sucesivos incrementos de valor que en cada fase se van añadiendo, dan lugar
al valor final del bien antes de ser adquirido por sus consumidores.
-12 -
midal por más que sea el que mayores inconvenientes de delimitación de sus
sujetos pasivos presenta, sino que ello también es posible gravando al mismo
tipo impositivo, únicamente, los sucesivos incrementos de valor que los bienes
y servicios van experimentando en todas y cada uno de las sucesivas fases del
proceso de producción y distribución por las que estos van pasando en su reco-
rrido hasta llegar al consumidor final.
Como se sabe, el valor añadido generado por una unidad de producción (em-
presa) a lo largo de un determinado período puede ser cifrado de dos formas
distintas: por adición y por sustracción. En el primero, lo que se hace es sumar
algebraicamente las retribuciones satisfechas a los diferentes factores de pro-
ducción que han intervenido en la generación del output final de la empresa
(sueldos, salarios, intereses, alquileres, beneficios, ..etc). Se trata por lo tanto
de una forma de calcular el valor añadido de cada unidad de producción que, a
nivel agregado (nacional), la Contabilidad Nacional identifica con la Renta Na-
cional. Por su parte, el método de sustracción toma como punto de partida el
valor del output o producto final de la empresa en el mercado, y de él deduce
los costes de la totalidad de inputs, autoconsumos incluidos, en los que la em-
presa ha incurrido para obtener aquél. Obviamente, si los cálculos se hacen co-
rrectamente, estas dos vías o procedimientos deben llegar a idéntico resultado:
el añadido de valor que la empresa genera por el desarrollo de su actividad a lo
largo del ejercicio, siendo en consecuencia irrelevante por completo el sistema
utilizado en tal cálculo, aún cuando salta a la vista que el método de sustrac-
ción es notablemente más sencillo de aplicar que el de adición.
Ahora bien, este valor añadido del que venimos hablando se refiere al genera-
do por la empresa en la unidad de tiempo, por la totalidad de las actividades
que desarrolla, no el que se genera en cada una de las operaciones que la en-
tidad realiza, que es en el que aquí estamos interesados. Claro está que lo que
en teoría es aplicable para el todo, también lo es para las partes, por lo que,
idealmente desde luego, también podría cifrarse el valor añadido de cada tran-
sacción económica realizada por la empresa de acuerdo a los dos procedimien-
tos mencionados. No obstante, las dificultades que entrañan los cálculos co-
rrespondientes hacen absolutamente impensables los mismos en cualquier rea-
lidad empresarial, pues, si de por sí ya resulta difícil calcular el valor añadido en
el período por sustracción (que de las dos mencionadas es la vía fácil), debido
a la cantidad gastos generales y de proyección plurianual que el output del
ejercicio lleva incorporados, a ver qué empresa está capacitada para establecer
la proporción de tales partidas que corresponden a cada una de las operacio-
nes por ella efectuadas.
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Es decir, que, a primera vista al menos, no parece ten evidente que la sencilla
idea del gravamen sobre los valores añadidos que sucesivamente van teniendo
lugar a lo largo del proceso productivo sea, de igual forma, fácil de llevar a la
práctica.
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Retomemos de nuevo el cuadro nº 1 y fijémonos en su última columna para
seguir con un ejemplo numérico cuanto se acaba de decir.
a) Como ocurre con los demás impuestos sobre las ventas, el gravamen se gi-
ra sobre una magnitud cierta y real -el precio de mercado de la transacción-
que es perfectamente conocida, no sobre una base que ha de ser previa-
mente cifrada mediante cálculos más o menos complejos.
b) Al igual que ocurre con los impuestos plurifásicos, la delimitación del sujeto
pasivo del impuesto es simple y no precisa, como en el caso de los mo-
nofásicos, de decisiones administrativas tan engorrosas como arbitrarias.
Son sujetos pasivos aquéllos que efectúen las transacciones de consumo
(entregas de bienes y prestaciones de servicios) en el desarrollo de una ac-
tividad económica y no hay más complicación.
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c) Dado que se aplica a la totalidad de las transacciones de consumo que tie-
nen lugar en el país, no precisa de un tipo impositivo muy elevado para
conseguir grandes recaudaciones. Como puede comprobarse en el ejemplo
que nos está guiando, para la recaudación tomada como referencia (9 ) el
IVA requiere el mismo tipo de gravamen que el monofásico minorista (2 %),
que si bien no es el más reducido, pues éste es el que corresponde aplicar
al plurifásico (0 ,8 7 ), es ciertamente reducido en relación con los demás
monofásicos.
d) A pesar de ser un impuesto que se aplica en todas y cada una de las fases
del proceso lineal de producción y distribución de los bienes y servicios de
consumo, el impuesto carece de efecto piramidal alguno.
e) Sea cual sea la fase del proceso lineal de producción en la que la transac-
ción tiene lugar, el sistema de crédito al impuesto mediante el que se aplica
el gravamen posibilita el saber, en todo momento y con absoluta certeza
además, qué es lo que es precio de la transacción y qué es lo que es carga
impositiva asociada a ella, lo que permite que los ajustes fiscales en fronte-
ra que hayan de practicarse en cumplimiento del principio de destino no
precisen de complejos cálculos para cifrarlos sino que sean automáticos.
Cerramos aquí la descripción del IVA aludiendo a dos aspectos del mismo en
su día señalados por el propio Lauré. En primer lugar, que se trata de un im-
puesto que no pone las cosas nada fáciles a su evasión, pues el lógico interés
de cualquier empresario es que sus proveedores le facturen correctamente lo
que adquiere, y por lo que soporta el impuesto que luego él deducirá del que a
su vez repercuta a sus clientes. En segundo lugar, y por lo que se refiere al tipo
de gravamen, advertir que el hecho de que haya de ser fijo no quiere decir que
necesariamente haya de ser único también, sino que pueden establecerse (y
de hecho así ocurre) tipos de gravamen distintos en función del bien o servicio
al que se refiera la transacción sujeta a gravamen, lo que permite hacer tributar
a tipos reducidos, o muy reducidos incluso, al consumo de bienes y servicios
de primera necesidad o de satisfacción preferente, mientras que el consumo de
artículos superfluos, o cuando menos prescindibles, puede ser gravado a tipos
impositivos más elevados; lo que si bien no elimina la regresividad implícita en
la imposición al consumo -recuérdese siempre que la mayor propensión al con-
sumo la tienen siempre los estratos más bajos de la distribución personal de la
renta-, al menos la atenúa en parte.
Todas las ventajas que adornan a esta modalidad impositiva sobre las ventas,
tanto las explícitamente indicadas como aquellas que por no hacer más exten-
so este epígrafe hemos obviado, son las que la han llevado a constituirse en la
variante de imposición indirecta más implantada en las distintas realidades tri-
butarias nacionales occidentales y, además, en una de las piezas fundamenta-
les de un proyecto tan ambicioso y complejo como es la construcción de un es-
pacio económico común a numerosas y diferentes realidades nacionales, cuál
es la actual Unión Europea.
Como no podía ser de otra forma, además de ventajas, este impuesto también
presenta algunos inconvenientes que conviene conocer para hacernos una
-16 -
idea cabal del mismo. En este sentido, concluimos el recorrido por el IVA, y por
la imposición al consumo en general, fijando nuestra atención en las exencio-
nes al impuesto, pues las mismas son sin duda uno de los elementos que ma-
yores distorsiones introducen en el normal funcionamiento del mismo.
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FUNCIONAMIENTO DE LAS EXENCIONES EN EL IVA
Valor mercado 1 20 1 20 1 20
IVA repercutido 1 0 % de 1 2 0 = 1 2 1 0 % de 1 2 0 = 1 2
IVA a ingresar 12 -6 =6 12 -6 =6
2 ª FASE
IVA soportado 12 12
Adquisiciones 1 20
Costes Producción 80
Beneficio (2 0 %) 40
Valor mercado 1 .0 0 0 1 .0 0 0 1 .0 4 0 ,9
IVA repercutido 1 0 % de 1 .0 0 0 = 1 0 0 1 0 % de 1 0 4 1 = 1 0 4
1 0 0 - 6 6 = 34 1 0 4 - 6 9 ,5 = 34,5
Precio final e IVA 1.000 1000 + 100 1040,9 + 127,9
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Bien, supóngase ahora que, por las razones que sean, el estado declara exen-
ta de IVA la entrega del bien efectuadas por los empresarios ubicados en la
tercera fase. Ello nos lleva a la tercera columna del cuadro nº 2 , que es la que
describe tal escenario. Como puede comprobarse, hasta llegar a las entregas
exentas, la cosa funciona como ya sabemos; ahora bien, el hecho de que el
empresario de la tercera fase no repercuta IVA y, en consecuencia, no liquide
IVA mediante la deducción del IVA soportado del IVA que debería repercutir,
obliga a éste a subsumir el IVA soportado en las adquisiciones en sus costes
de producción, lo que automáticamente da lugar a un acrecentamiento de su
margen comercial (beneficio) sin que, sin embargo, haya habido cambio alguno
en su intervención el proceso de producción del bien en cuestión
.
Pero es que además de la distorsión que tiene lugar en la fase correspondiente
a la entrega exenta, cuando se vuelve a la mecánica habitual de aplicación del
gravamen y el bien sigue su recorrido, no se recupera sin embargo la neutrali-
dad perdida, sino que va a llegar en forma de amplificación al precio (ahora
1 .0 4 1 casi, en lugar de los 1 .0 0 0 cuando el proceso no tenía exención) y de
mayor carga fiscal (casi 1 2 8 en vez de 1 0 0 ) al consumidor final.
Es decir, que el efecto final que las exenciones tienen en este impuesto es
completamente distinto -más bien de signo totalmente contrario- al que tiene en
impuestos personales, tales como los que gravan la renta o el patrimonio, pues
mientras en estos la exoneración del gravamen libera efectivamente de carga
al contribuyente, aquí, según se acaba de mostrar, aumenta la carga sobre el
contribuyente y el precio al consumidor final. Es por todo esto que el IVA vigen-
te en la UE, a instancias de su Comité Financiero y Fiscal, tiene bastante res-
tringidas las operaciones que declara exentas y, además, procura tenerlas ubi-
cadas siempre en las fases más próximas al consumidor final que sea posible;
pudiéndose sistematizar, bastante groseramente desde luego, en las siguientes
cinco grandes categorías:
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• Exenciones relativas a las exportaciones y a las operaciones a ellas asimi-
ladas, a las que nos vamos a referir de inmediato.
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liquidación por el IVA correspondiente a dicho periodo presentaría la particula-
ridad y valor que a continuación se explica.
- 21 -
la actualidad, forman parte de la mayoría de los sistemas tributarios nacionales,
contribuyendo además, significativamente, a los ingresos totales recabados por
los mismos, siendo cuatro los propósitos o finalidades “extrafiscales” a los que,
un tanto convencionalmente desde luego, se dice que supeditan su presencia
en ordenamiento impositivo:
5.2 Características
Si bien las posibles figuras impositivas que incluir dentro de esta categoría tri-
butaria son bastantes, las características relevantes de todas ellas pueden de-
jarse reducidas a las cuatro a continuación comentadas
En primer lugar, que se trata de de impuestos indirectos, pues tienen como ob-
jeto de gravamen una manifestación indirecta de capacidad contributiva y su
carga se transmite a su destinatario (su consumidor final) a través de la reper-
cusión impositiva en el precio de los bienes o servicios objeto de gravamen.
Se trata por otra parte de impuestos reales, pues se sustentan en una manifes-
tación de capacidad vinculada exclusivamente a las cosas o bienes determi-
nantes de su exacción, no existiendo en ellos nada que les asocie a persona
alguna, salvo, claro está, el propio consumo.
Finalmente, hay que decir también que se trata de impuestos de devengo ins-
tantáneo u ocasional, frente a los de devengo periódico. Lógicamente, esta ca-
racterística se deriva del carácter indirecto de estos impuestos.
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apuntado a cinco grandes finalidades, las cuatro extrafiscales enumeradas y la
estrictamente recaudatoria, dándose en consecuencia otras tantas formas de
concebir esta forma de imposición, las cuáles pasamos brevemente a conside-
rar a continuación.
- 23 -
dando lugar entonces a una situación de escasez generalizada que, caso de
perdurar en el tiempo y dependiendo del tipo de bienes de que se trate, pueden
derivar en conmociones sociales de consecuencias impredecibles. Este tipo de
situaciones, por las que raro es el país occidental que no ha atravesado en un
pasado no tan remoto, se ha venido afrontando históricamente de dos formas
distintas: mediante controles administrativos directos de los mercados concre-
tados en un sistema de precios intervenidos para los bienes escasos, o bien
mediante impuestos selectivos al consumo de los bienes que escaseaban.
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Es en estas limitaciones que se acaban de advertir donde se encuentra el pun-
to de partida de otro planteamiento de la imposición selectiva al consumo:
aquél que ve a estos tributos, principalmente al menos, como un mecanismo de
racionamiento “automático” de los bienes objeto de gravamen. De acuerdo al
mismo, de lo que se trata con estos impuestos es provocar, a través de su re-
percusión vía precios, una restricción de la demanda de estos bienes tal, que
se llegue al ajuste con su oferta en un lapso de tiempo no excesivamente am-
plio, no incurriéndose sin embargo en unos costes de gestión desmesurados
como ocurre con los sistemas de racionamiento directo.
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al tener que moverse estos con las restricciones presupuestarias generales
y además con los topes que establece la recaudación del impuesto que ten-
gan afectado, sus actuaciones habrán de estar presididas por una afán de
eficiencia desconocido para el resto de la administración .
De todas formas, respecto a este segundo argumento, son más y están mejor
fundamentadas las opiniones que abiertamente se manifiestan en contra de es-
ta forma de entender la imposición selectiva al consumo, que lo que en definiti-
va vienen a decir es que, con ella, lo que se produce dentro del sistema es la
coexistencia de actividades públicas financiadas indiscriminadamente con otras
financiadas específicamente, lo que no haría sino aumentar en número y varie-
dad las distorsiones de naturaleza fiscal que inciden sobre los mecanismos de
provisión de bienes y servicios públicos.
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En efecto, frente a las concepciones de esta forma de imposición hasta aquí
comentadas, cuyas correspondientes líneas argumentales, más o menos rigu-
rosos y plausibles, siempre han sido elaboradas posteriormente a su utilización,
en este planteamiento se atiende exclusiva y descarnadamente a la finalidad
básica con la que surgieron los impuestos en la sociedad: proporcionar al esta-
do la capacidad financiera necesaria para el desarrollo de sus actividades.
En este sentido, y dado que desde que se iniciara el Siglo XX, las demandas
ciudadanas de actuaciones públicas no han hecho sino crecer tanto en número
como en lo que se refiere a su calidad, nada tiene de particular que, con el fin
de atender a tal sostenido crecimiento del gasto, los gestores públicos se
hayan visto obligados a rastrear cuantas fuentes de ingreso les haya sido posi-
ble, encontrando en la imposición indirecta, y en particular en la imposición se-
lectiva al consumo, una de las más saneadas y, a la vez , más imperceptibles
para los ciudadanos, pues en ella la carga tributaria suele confundirse con el
precio de los bienes objeto de gravamen.
Viendo así las cosas, algo que no precisa de grandes explicaciones es que,
dentro del amplio y heterogéneo espectro de bienes y servicios susceptibles de
ser consumidos, existen una serie de ellos en los que concurren tres caracterís-
ticas -ser de consumo masivo, el control de su proceso de producción y comer-
cialización es relativamente sencillo y, por último, ser de elasticidad de deman-
da/precio normal- que los hace especialmente idóneos para convertirse en ob-
jeto de un gravámenes específicos, pues con ellos se tienen garantizada una
recaudación tributaria realmente sustanciosa.
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Lección 10
Como se explicó en la lección quinta de estos apuntes, los tributos o ingresos públi-
cos derivados del Poder Fiscal del estado están integrados por tres modalidades dis-
tintas de ellos: los impuestos, las tasas y las contribuciones especiales. Pues bien,
una vez visto en los temas anteriores tanto el impuesto en sus aspectos generales
como en lo que a las modalidades de él que en la actualidad cabe considerar, vamos
a continuación a hacer un breve y superficial recorrido por las otras dos variantes tri-
butarias.
• Se trata de unos ingresos derivados del Poder Fiscal que el Estado detenta; esto
es, se trata en todo caso de ingresos tributarios o tributos.
• Aún tratándose de ingresos de carácter coactivo, justifican sin embargo su pre-
sencia en los cuadros de ingresos públicos por la existencia de una contrapresta-
ción hacia el obligado a su pago, por más que la misma sea uno de los aspectos
más controvertidos de este tributo. En efecto, si bien en determinados casos, co-
mo el de la utilización privativa de un dominio público -la instalación de una terra-
za en la vía pública por parte de una cafetería por ejemplo-, es más o menos per-
ceptible la voluntad de incurrir en tal supuesto de sujeción al tributo por parte de
quien ha de satisfacer la tasa, en otros muchos supuestos, que son, por lo gene-
ral, la gran mayoría, se trata de servicios “prestados” por alguna unidad pública
que nadie, por si mismo al menos, solicitaría que se le prestasen, sino que se tra-
ta de un consumo que la administración obliga a los contribuyentes a hacer,
dándose el añadido de que la prestación del el servicio que presuntamente las
origina no puede ser realizada por ningún otro agente que no sea una unidad del
sector público. Tal es el caso de las tasa que se pagan por el DNI (para que quie-
‐ 1 ‐
ro yo el DNI salvo para cumplir lo que la autoridad me dice respecto a la obligato-
riedad de tenerlo), las licencias de caza o pesca (para lo que sólo necesito una
caña, paciencia y suerte) o las tan traídas y llevadas tasas de Secretaría (no con-
fundir con lo que se paga por los créditos en los que nos matriculamos, que vie-
nen a ser el precio público del correspondiente servicio educativo). Es por esto
que su hecho imponible se produce conjuntamente, esto es, a instancias de quien
la paga (contribuyente), que es quién solicita la prestación pública correspondien-
te, y de la Administración, que es la que obliga al individuo a consumir la presta-
ción que ella misma presta.
Las contribuciones especiales son unos tributos relativamente recientes que surgie-
ron como ingresos específicos de las haciendas locales estadounidenses, siendo la
definición debida a R Seligman la que mejor expresa sus alcances y contenidos:
«exacción coactiva recaudada en proporción a los beneficios e incrementos de valor
que experimenta la propiedad inmueble, como consecuencia de obras o mejoras
públicas emprendidas en interés general», definición lo suficientemente precisa co-
mo para, al igual que en el caso de la de la tasa que se acaba de ver, poder extraer
de ella los aspectos más sobresalientes de este tributo, que son:
‐ 2 ‐
• Debido a que es la mejora e incremento en el valor de la propiedad inmueble de
un colectivo limitado de ciudadanos lo que se constituye en causa y referente de
su exacción, la gestión de las contribuciones especiales requiere una delimitación
y localización claras del colectivo de beneficiarios/contribuyentes de las mismas,
por lo que su utilización empleo ha quedado reducida al ámbito de las haciendas
locales, siendo impensable por completo una exacción de esta naturaleza exigida
a nivel nacional.
• Su finalidad última es la de proporcionar a los ayuntamientos y corporaciones lo-
cales ingresos por cuenta de capital, nunca ingresos corrientes o por cuenta de
renta.
A pesar de que, como se indicaba al inicio del apartado, son tributos que surgieron
en los Estados Unidos, han conocido una difusión enorme en todos los ordenamien-
tos fiscales de la O.C.D.E, pudiendo afirmarse al respecto que, en la actualidad, no
hay realidad nacional cuyo ordenamiento tributario no las tenga incorporadas a él;
siendo los ejemplos más socorridos que de ellas cabe señalar el de las exacciones
que los ayuntamientos exigen a los propietarios de inmuebles sitos en zonas en las
que se ha procedido a mejorar la pavimentación, el alumbrado, o cualquier otra in-
fraestructura que tenga repercusión directa en el valor de la propiedad inmueble allí
ubicada.
Como quiera que el lapso transcurrido en el estudio de este programa lectivo -y,
consecuentemente en la lectura de estos apuntes- entre el análisis del impuesto co-
mo ingreso tributario concreto y la descripción de las tasas y contribuciones especia-
les puede ser causa de que las diferencias y analogías entre las tres modalidades
tributarias no sean perceptibles de manera precisa e inmediata, vamos a cerrar este
primer epígrafe con una sistematización de las mismas que nos permita saber en to-
do momento a qué es exactamente a lo que nos estamos refiriendo con cada una de
ellas.
En primer lugar, algo que ha de quedar totalmente claro es que en cualquiera de los
tres casos estamos ante tres tributos, esto es, ante prestaciones coactivas en las
que, por encima de cualquier otra consideración, prevalece la finalidad de contribuir
a la financiación de las actividades públicas, lo que incluso, como ya se apuntara en
su momento, está perfectamente reflejado en la misma palabra que se utiliza para
designarlos. Esta primera y esencial característica es la que obliga a que su implan-
tación y existencia esté supeditado a un acto legislativos expreso (aprobación de
una ley específica), pues, como se sabe, o se debería saber, en las sociedades de-
mocráticas cualquier limitación de la libertad individual o amputación del patrimonio
personal sólo es válida si está respaldada por el pertinente pronunciamiento del Po-
der Legislativo en ese sentido.
Ahora bien, esta rúbrica de tributos no es, sin embargo, homogénea por completo,
pues. aún conteniendo tres modalidades que son exigidas con igual grado de impe-
ratividad, las mismas pueden ser escindidas en dos clases bien distintas: por un lado
las tasas y contribuciones especiales, en las que su pago por parte del contribuyente
presupone la existencia de una contraprestación directa del sector público hacia él
‐ 3 ‐
(más o menos voluntaria, pero esa es otra cuestión), y los impuestos por otra, los
cuáles viene caracterizados justo por lo contrario: además de ser coactivos carecen
de cualquier contraprestación, por lo que a partir de aquí las diferencias entre aque-
llas y éste no hacen sino ahondarse, tanto en lo que se refiere a su configuración,
ámbito de aplicación espacial, importancia económica...etc.
2. LA DEUDA PÚBLICA
Al igual que cualquier otra unidad económica del sistema, el sector público puede
obtener los fondos que estime oportunos mediante la venta de títulos-valores en los
mercados de capitales, ya sean estos nacionales o internacionales. Tal modalidad
de ingreso público por cuenta de capital, comúnmente denominado Deuda Pública,
se instrumentaliza mediante un contrato de préstamo entre un organismo público
(generalmente el Estado, pero no necesariamente él) y otro agente económico del
sistema, en virtud del cual, la unidad pública se compromete al pago periódico de
unos intereses y a la eventual devolución del capital prestado, caso de que la deuda
contraída tenga carácter amortizable.
además de por esta última, por el diferimiento de los pagos del sector público frente
a los que con él contratan, los pasivos de las cajas e instituciones públicas de crédi-
to, así como por los avales efectuados sobre operaciones realizadas por otros suje-
tos del sistema. Como se indica en el párrafo anterior, para que se pueda hablar de
Deuda Pública con total propiedad, es indispensable la formalización del contrato de
préstamo con el prestamista, requiriéndose además que dicha formalización se do-
cumente en un título-valor.
y, por último, las Obligaciones del Estado, que es la denominación bajo la que se
agrupa los empréstitos con un plazo de amortización superior a los cinco años y
que, como es obvio, conforman la deuda a largo plazo.
De todas formas, esta tipología que se acaba de hacer no agota, ni mucho menos, la
variedad de tipos de deuda pública que cabe considerar, pues, además de estos,
también podría hablarse de la deuda pública singular, que es cuando el contrato de
préstamo se lleva a cabo con un solo sujeto, o varios que actúan en consorcio, cosa
que, en contra de lo que pueda a primera vista parecer, no tiene nada de extraordi-
nario; así como de deuda pública general, que es cuándo los títulos de deuda se
ofertan en el mercado general de capitales para su libre contratación. De la misma
forma, también cabe distinguir entre la deuda pública nominativa, en cuyos títulos fi-
gura siempre la identificación del acreedor, siendo únicamente éste el que puede
percibir los intereses y obtener la devolución del principal; la deuda pública al porta-
dor, en cuyos títulos no consta identificación alguna y, por ello, es al tenedor del títu-
lo a quien se abonan ambos conceptos, o, también, la deuda pública mixta, en la
que el capital se reintegra únicamente al suscriptor y los intereses se pagan al tene-
dor del título en el momento de su devengo.
se destacar como más señaladas a la finalidad de la emisión, la situación de los
mercados nacional e internacional de capitales, el tipo de suscriptor al que se orienta
la emisión, las previsiones de evolución de las cuentas del sector público y un largo
etcétera. De todas formas, con ser importantes las cuestiones mencionadas, mucho
más interés tiene sin embargo, al menos desde el punto de vista económico, el pro-
blema técnico de la fijación del precio de emisión, por lo que en él vamos a centrar la
atención brevemente.
Inicialmente, el agente emisor tiene tres posibilidades para fijar el precio de salida de
los títulos que emite: a la par, en la cual el precio de emisión (PE) coincide con el va-
lor nominal del título (VN), por encima de la par, en la cual PE > VN y, por último, por
debajo de la par (PE < VN), siendo en última instancia el motivo para hacerlo de una
u otra forma la relación que exista entre el capital desembolsado, los intereses de-
vengados y el interés del mercado de capitales, tal y como puede verse mediante un
sencillo ejemplo.
Supóngase que el Estado ha decidido una emisión de deuda pública general a me-
dio plazo por un importe global de 5 0 .0 0 0 .0 0 0 €, fraccionando a tal fin el empréstito
en títulos con valor nominal de 5 .0 0 0 € y un interés del 1 0 % anual, siendo el tipo de
interés de mercado en el momento de la emisión del 1 2 ,5 %. En condiciones como la
descrita, la emisión a la par supondría un precio de emisión de 5 .0 0 0 € por título, en-
frentándose los ahorradores a la alternativa de suscribir deuda al 1 0 %, o invertir en
cualquier otro activo del mercado al 1 2 ,5 %, por lo que, para que el Estado pueda co-
locar toda la emisión, se hace necesario incluir algún incentivo que haga atractiva la
suscripción, siendo la fórmula incentivadora más habitual la de la emisión bajo par.
En efecto, con la emisión bajo par, el suscriptor adquiere los títulos de deuda por un
precio inferior al nominal, que sin embargo va a ser el valor sobre el que se deven-
guen los intereses anuales y que cifre la cuantía a devolver por el Estado en la
amortización; con lo que, al haber desembolsado menos capital inicial, el suscriptor
obtiene un rendimiento efectivo superior al nominalmente establecido en las condi-
ciones de suscripción.
Por lo que se refiere a la fijación del precio de salida en una emisión bajo par, éste
se hace descansar en el Valor de Paridad, el cuál, conceptualmente, no es sino el
resultado de capitalizar el interés de la Deuda emitida bajo par según el tipo que rija
en el mercado, lo que en última instancia supone calcular el valor al que han de ven-
derse los títulos en el mercado para que a los ahorradores, en principio, les sea
completamente indiferente la inversión en deuda o en cualquier otro activo. Así en el
ejemplo deliberadamente exagerado que se está considerando para ilustrar este
concepto se tendría: VN = 5 .0 0 0 ; tD = 1 0 % y tM = 1 2 ,5 %, obteniéndose el Valor de
Paridad de la Emisión (VP) a partir de una elemental regla de tres: 5 .0 0 0 es a
1 2 ,5 %, como VP es a 1 0 %; lo que da como resultado VP = 1 .0 0 0 . Lo que quiere de-
cir que para que el ahorrador sea indiferente entre la suscripción de deuda al 1 0 % y
la inversión en cualquier otro activo del mercado al 1 2 ,5 %, el precio de emisión ha
de contener una «rebaja» respecto al nominal o Prima de Emisión de 1 .0 0 0 € por
título.
‐ 7 ‐
CONVERSIÓN DE LA DEUDA
Dos son las condiciones que han de darse para que el Estado pueda proceder a una
conversión de la deuda viva. Una es de naturaleza jurídica, y consiste en que la
deuda en cuestión sea convertible, lo cual se resuelve en las condiciones de emisión
y suscripción que es donde se explicita tal posibilidad. La otra condición es de carác-
ter económico y consiste en que el tipo de interés de mercado haya descendido por
debajo del devengado por la emisión de deuda que se procede a convertir.
Las conversiones no vienen siendo muy frecuentes por dos razones bien distintas.
En primer lugar, porque se trata de un repudio parcial encubierto de las obligaciones
del Estado, cosa nada recomendable en principio ya que, en última instancia, el
crédito público descansa en buena medida sobre el respeto a los compromisos ad-
quiridos. Pero es que además, dado que las emisiones de deuda tienden se hacen
cada vez a más corto plazo, no hay tiempo material para que a lo largo de su perío-
do de existencia se produzcan alteraciones de los tipos de interés lo suficientemente
perdurables como para que el estado pueda proceder a una conversión.
Por último, una aclaración que tiene como fin evitar un error en el que frecuentemen-
te se incurre: no debe nunca identificarse conversión con consolidación de la deuda
pues se trata de dos acciones sustancialmente distintas. Por medio de la consolida-
ción de la deuda lo que el Estado hace es mantener su posición deudora y, simultá-
neamente, cumplir formalmente sus obligaciones. Para ello lo que lleva a cabo es,
cuando está próximo el vencimiento de una emisión, lanzar al mercado otra que le
permita hacer frente a la devolución de la anterior sin necesidad de recurrir a un
exacerbamiento de la imposición, diciéndose entonces de que el Estado ha procedi-
do a consolidar la Deuda Flotante.
AMORTIZACIÓN DE LA DEUDA
quedan reducidos a elegir la forma o procedimiento a seguir para liquidar el capital
pendiente de devolución, teniéndose al respecto las siguientes posibilidades:
‐ 9 ‐