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R esumen:
El autor presenta una reflexión tendiente a mostrar el desafío que significa proponer un
humanismo cristiano (HC) en el contexto cultural actual. En la primera parte pone especial
atención en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, proponiendo una hermenéutica
de la posmodernidad en términos de “nihilismo antropológico”. En la segunda parte centra
su reflexión en la inaudita novedad de una divinización del ser humano por obra del inimagi
nable y excesivo amor de Dios Padre. El H C consistiría entonces en una experiencia, la del
advenimiento de la divina humanidad del hombre por su inserción en Cristo y por la acción
del Espíritu. Esa experiencia se realiza a través de las virtudes teologales, que purifican idola
trías y antropolatrías, pudiendo conducir hacia un paradojal y místico “nihilismo creyente”.
Palabras cla ve: humanismo cristiano, posmodernidad, nihilismo, divinizar
1. Juan Pablo II, Constitución Apostólica E x Corde Ecclesiae, 15 agosto 1990, n.3
dad del hom bre. El térm ino “hum an ism o ” se inserta en una corriente
cu ltu ral occidental que puede rem ontarse hasta la an tigua G recia y que,
a p artir del siglo XIV, com enzó a v eh icu lizar un renovado interés po r
lo hum ano que desem bocó en el R enacim iento, donde se plasm ó de
m anera intensa en las artes, la filosofía, la p o lítica, la educación. A p ar
tir de allí, el “h u m an ism o ” fue recibiendo acentos que o riginaron
diversos tipos de hum anism os. A l renacentista le siguiero n el hum an is
mo secular, el hum anism o religioso, el hum anism o m arxista, el hum a
nism o ateo, com o el que Sartre proclam ó en su célebre conferencia: “El
existencialism o es un h u m an ism o ”. Todos ellos tienen en com ún una
celebración del hom bre, de su grandeza y d ignidad, reconocido y con
siderado com o centro y sentido del m undo y la historia.
H oy, en la época posm oderna, que es la nuestra, el o los hum a
nism os no gozan de buena salud. Y es en ese contexto, poco favorable,
que nosotros querem os caracterizarnos po r la p rom oción de un hum a
nism o cristiano. N o podem os entonces desconocer ese contexto si p re
tendem os que nuestra p ro p uesta tenga fu erza y v italid ad com o p ara ser
real, y no u n a m era declaración form al a la que nos o b ligaría el carácter
p ontificio y/o eclesial de nuestra in stitució n . N o es u n a cuestión
m enor. Las reflexiones que les v o y a prop o n er tienen el inevitable lím i
te de lo personal, es decir, de reflejar la m anera en la que personalm ente
(aun que siem pre en diálogo con otros) he llevado adelante desde hace
m uchos años - y lo sigo h ac ie n d o - la consideración de esta tem ática.
P or o tra parte, jun to a dicho lím ite, está el de m is propias insuficiencias
intelectuales y culturales p ara ab ordar u n a cuestión de tanta com pleji
dad. D e a llí entonces el carácter p rovisorio de lo que les ofrezco, y que
puede y p ide ser corregido, com pletado y m ejorado.
Las dos partes que configuran m i reflexión tienen su origen, res
pectivam ente, en u n a m editación m u y p ersonal y lib re de los capítulos
III (Raíz hum ana d e la crisis eco ló gica ) y VI (E ducación y espiritualidad
eco ló gica ) de L audato si\
“El siglo que acaba de terminar ha mostrado suficientemente que el modelo clá
sico de un humanismo capaz de resistir a la barbarie, a lo inhumano, gracias a
una cierta cultura, a una cierta educación, a una cierta retórica, era ilusorio...H e
llegado a la intuición de que un humanismo sin fundamento teológico es dema
siado frágil para satisfacer las necesidades humanas, para satisfacer a la razón
m is m a .” .6
6. George Steiner, «La barbarie douce», en Question de n° 123: Education et sagesse (Paris:
Albin Michel 2001), 323-324.
7 En Criterio 2289 (2003), p.687.
8. Ghislain Lafont, Que nous est-il perm is d'espérer? (Paris: Cerf, 2009), 228-229.
9. Ibid., 232.
10. Ghislain Lafont, Imaginer l'Église catholique (Paris: Cerf 1995), 31-32.
11. Henri, Cardinal de Lubac, Entretien autor de Vatican II (Paris: Cerf 2007), 71-72.
nos... Por eso digo: atención. Necesitamos proteger nuestra experiencia inte
rior de la influencia de Internet. Es allí donde el trabajo del psicoanálisis, de la
literatura y de la filo s o fía . resulta indispensable. Es el único antídoto que
podemos tener ante este panoram a».15
más que o b jeto s”.19 Podem os preguntarnos si tam bién D ios corre el
riesgo de transform arse p ara nosotros, creyentes contam inados p o r el
nih ilism o actual, en objeto, un O bjeto em inente, p o r cierto, pero
“au sen te” -a u n q u e hablem os de Él. C onviene ser conscientes de este
p o sib le riesgo que señala con lu cid ez un sugestivo texto de C orona:
19. Henri-Jérome Gagey, «Une crise sans précédent», en Trouble dans la definition de l'hu-
main, Révue Transversalités, Supplément N°1, (Paris: Desclée de Brouwer 2014), 26.
20. Néstor Corona, Verdades y sentido, texto inédito, 2013.
21. Rémy Brague, Le propre de l'homme. Su r une légitimité menacée (Paris: Flammarion
2013), 35, 21,36.
22. Fabrice Hadjadj, en AAVV: Regards sur notre temps, Entretiens avec Anne Christine
Fournier, (Paris: Mame 2013), 103.
«Hacer una experiencia (Erfahrung) con algo -sea una cosa, un ser humano, un
dios- significa que algo nos acaece, nos alcanza, que se apodera de nosotros, que
nos tumba, que nos transforma. Cuando hablamos de hacer (machen) una expe
riencia, esto no significa precisamente que nosotros la hagamos acaecer; hacer
significa aquí: sufrir, padecer, tomar lo que nos alcanza receptivamente, aceptar,
en la medida en que nos sometemos a ello. Algo se hace, adviene, tiene lugar».23
El H C , tal com o quiero p resentarlo, tiene que ver con este sen
tido fuerte de la experiencia. P ero dado que in clu ye una dim ensión
trascendente —Jesu cristo es el H C - tenem os que dar un paso hacia una
com prensión no y a sólo filosófica sino teo ló gica de la experiencia.
En este sentido, H .U .v o n B althasar nos ofrece una ay u d a in valo
rable al decirnos que:
23. Martin Heidegger, De camino al habla (Barcelona: Ediciones del Serbal-Guitard 1987), 143.
24. H.U.von Balthasar, Gloria. Una estética teológica, V.1 (Madrid: Ediciones Encuentro
1985), 203ss.
go, extático y abierto), allí donde cada uno de nosotros “es” verdadera
m ente: “Ya no so y yo quien vive, es C risto quien vive en m í” (G a 2,20).
Esto lo puede afirm ar todo bautizado, y es el don por excelencia que nos
regala el Padre: “desde ahora somos hijos de D ios, y lo que seremos no
se ha m anifestado todavía. Sabem os que cuando se m anifieste seremos
sem ejantes a él porque lo verem os tal cual es” (1 Jn 3,2). D ios, nuestro
Padre, ha querido regalarnos esa divina hum anidad que es su H ijo hecho
hom bre, y que es, a su vez, el secreto y más profundo anhelo del corazón
hum ano. Cur D eus h o m o ? Ut h om o D eus : con esa fórm ula y otras sem e
jantes, algunos santos Padres de la Iglesia (Ireneo, A tanasio, A gustín) se
atrevieron a expresar su fe en la divinización cristiana del ser hum ano. A
m i juicio, es posible pensar, a m odo de hipótesis, que el hecho de haber
descuidado u olvidado estas afirm aciones del N uevo Testamento es una
de las causas del nihilism o contem poráneo. Q uiero decir, a la luz del
proceso que hem os señalado en la prim era parte con Lafont, que pudo
darse entre los creyentes -lo s de ayer pero tam bién los de h o y - una espe
cie de reserva o tem or ante esta inaudita e inconcebible transform ación -
querida y regalada p o r D ios m ism o - del hom bre en D ios: “seremos
sem ejantes a É l”. Tal vez com o reacción a un p royecto de autodiviniza-
ción po r parte del hom bre m oderno, una cierta teología se fue alejando
de esa inim aginable proxim idad entre lo divino y lo hum ano que consti
tu ye el corazón m ism o de la fe y del Evangelio, y prefirió pensar lo
hum ano y lo divino no tanto a p artir del Evangelio, sino de una cierta
m etafísica, y con m entalidad cartesiana y dualista. N o llegó a percibir
que, de ese m odo, tanto D ios com o el hom bre se transform arían final
m ente en meros “objetos” o “conceptos” separados; ni tam poco que en
la fe cristiana y a no se trata de la antigua representación religiosa del
C ielo para D ios, separado de la Tierra, lugar para los hom bres, y a que
con C risto había aparecido algo nuevo: el C ielo en la Tierra, lo divino en
lo hum ano. M aurice B ellet ha llam ado, a esa separación C ielo-T ierra, la
“rup tura de C risto ”,25 y que sería el hecho m ayor, desde el punto de vista
religioso, en el surgim iento de la m odernidad. A llí estaría la raíz de la
ruptura y del divorcio entre Evangelio y m undo m oderno; no en el ate
ísm o, sino en la “ruptura de C risto ”, la ruptura de lo inefable hecho por
D ios, generando un “hom bre sin D io s” y un “D ios sin el hom bre”. U na
25. Maurice Bellet, L'extase de la vie (Paris: Desclée de Brouwer 1995), 58-60, 120, 129.
26. Francisco, Homilía del m iércoles de ceniza 2020: "Som os el polvo amado por Dios [...]
Por eso somos polvo destinado a vivir para siempre. Somos la tierra sobre la que Dios ha vertido
nam ente hum ano no en la expansión ilim itada, infinita, de sí m ism o por
sí m ism o (autodivinización), sino por m edio de algo m ucho más herm o
so y radical: por la unión de am or con el D ios que él, el hum ano, no es,
y que sin em bargo, por puro amor, está llam ado a ser, p orque D ios nos
lo quiere regalar, transform ándonos en Él (“seremos sem ejantes a É l”).
Es un D ios “nuevo”, el P adre del que nos habló Jesús, el D ios que no
quiere ser D ios sin el hom bre, el D ios que no quiere ser D ios sin ser
hom bre, y sin que el hom bre sea D ios. Este es el M isterio por excelencia,
y deberíam os ser sensibles al m ism o: « H a y un sentido de la palabra m is
terio arraigado en la realidad de la fe. Se trata de com prender de qué
m anera D ios nos aprecia, nos ama, po r qué desea habitar en nosotros. Tal
es el corazón, la verdad del m isterio, más allá de toda especulación teo
lógica: el porqué del am or de D ios, la m anera en la que Él se dona y nos
n ecesita... E nunciar así la fuerza de la gratuidad de D ios, equivale a decir,
en otras palabras, que Él existe para nosotros, es atribuirle una relación
con nosotros que lo condiciona. H a y u na dim ensión de “lo cura” en este
amor, según la expresión de san Pablo, la locura de D ios que se revela en
el C r u c if ic a d o . A q u í está su m isterio ».27 El H C , en cuanto acto, consis
te en un estilo de vida: unidos a JC , y anim ados profundam ente por el
E spíritu, ser hum anam ente divinos y divinam ente hum anos. “U stedes
son [ya] sal de la tierra y lu z del m undo” (cf. M t 5,13-16). Se trata de una
m anera o estilo de vivir: anim ados po r el E spíritu actuam os a Jesucristo,
lo protagonizam os. Y en esa actuación adviene a nosotros y en nosotros
ese estilo, esa calidad hum ana indefinible, ese perfum e inefable de lo
teándrico, de lo divino-hum ano. Es com o una nueva personalidad, la del
“Sí m ism o”, precisam ente. ¿C óm o aprendem os este H C ? N o puedo sino
sugerir lo que, a mi juicio, son los elem entos esenciales de dicho apren
dizaje. Se trata de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Ya su
nom bre indica el poder divinizante que habita en ellas. N adie m ejor que
San Juan de la C ru z ha percibido y expresado el dinam ism o aniquilante
y vivificante que ellas im prim en en nuestra hum anidad para divinizarla.
N os sum ergen en la N oche pascual de Jesucristo: m orim os a lo viejo y
resucitam os a lo Inaudito de una V ida que nos es dada y a desde ahora,
su cielo, el polvo que contiene sus sueños. Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su gloria."
https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-02/miercoles-de-ceniza-papa-francisco-cuaresma-
homilia.html [consulta: 27 de febrero2020]
27. Joseph Moingt, Les trois visiteurs (Paris: Desclée de Brouwer 1999), 81-83.
h ic et nunc. Sin entrar en las abism ales consideraciones del santo doctor
carm elita, podem os esbozar la acción de cada una de ellas en la génesis
del H C .N o s preguntam os entonces: ¿qué figura de la hum anidad del
hom bre diseña la fe teologal? En la fe la hum anidad del hom bre adviene
ante todo com o la de un “tú ”, un “tú ” convocado, llam ado y am ado
incondicionalm ente p o r un “Y o” divino cuyo Deseo es la donación de la
Vida. L a hum anidad del hom bre no se declina cristianam ente en la sole
dad “cartesiana” del C ogito, de la prim era persona del singular, sino
dinám icam ente en la gozosa apertura de un “y o ” que es, originaria e
intrínsecam ente - “desde antes de la creación del m undo” (Ef 1,3-4) -
tam bién un “tú ”, el “tú ” de D ios. L a fe nos ubica ante un D ios que cele
bra con intensa alegría nuestra existencia, y nos une a Él: “H a y más ale
gría en el cielo po r un pecador que se arrepiente que po r noventa y nueve
justos que no necesitan conversión” (L c 15,7). C om enta C o rb in :«S i la
‘alegría en el cielo’ es la alegría m ism a de D ios, entonces la palabra de
Jesús dice que su D ios y Padre ( ...) recibe un exceso de gloria y de ser
cuando volvem os a Él de todo corazón. Esto m odifica sustancialm ente
cierta im agen de D ios que ha pasado de la filosofía griega a la teología clá
sica. L a perfección de lo D ivino, suele afirm arse allí, es tan plena, tan
totalm ente presente a sí m ism a, que no puede haber en Él verdadero
lugar p ara otros, verdadero am or que los ame [a esos otros] gratuitam en
te, verdadero deseo que corresponda al [deseo] de o tro s».28 Las últim as
líneas de este texto adm irable hacen referencia a ese “D ios sin el hom
b re”, que y a he m encionado. Pero D ios, el D ios de Jesucristo, nos am a
verdaderam ente, es el D ios herido de am or po r nosotros. Se trata de un
am or sin condiciones: nos am a porque nos ama, no p ara que lo amemos.
¿C reem os en este D ios, o preferim os un D ios más exigente en su justicia
ante el pecador, más severo con los que no cum plen sus preceptos, un
D ios que p o ndría exigencias para com enzar a am arnos? L a fe, como
p uerta de entrada en el H C , es la que nos hace descubrir m aravillados
con qué am or excesivo somos am ados. Pero si nos acostum bram os a ese
am or infinito e incondicional (incondicional incluso - ¡ y esp ecialm en te!-
cuando nos reconocem os pecadores), o si lo cam biam os por una idea
nuestra de lo que sería un am or “razon able” de D ios po r nosotros, no
podrem os jam ás ser iniciados en el verdadero H C , y harem os de él un
29. José Carlos Caamaño, «Aspectos de la cultura popular en la cultura urbana», Teología
112 (2010): 101-115.
siado hum an o”. Las virtudes teologales son el lugar donde estos herm o
sos excesos se realizan, y donde el dinam ism o pascual im prim e en lo
hum ano la divina paradoja de encontrar la V ida plena entregándola por
am or en la vida cotidiana. Finalm ente, la pregunta que podría estar en el
inicio del H C : “¿Q uieres ser más h um an o?” Y tam bién, “¿Q uieres ser
divinam ente h um an o?”. D ivinización del hom bre entendida com o el
don gratuito de una realización plena de lo hum ano, com o “posibilidad
de desplegar todo su ser y conferir a los valores hum anos su m áxim a rea
lid ad ”.30 M e gustaría cerrar esta reflexión presentando algunos rasgos
que podrían ayu d ar a discernir, en lo concreto de la v id a universitaria, ese
estilo de vida propio del H C tal com o lo he presentado:“(1) El cristiano
no debe ser tanto un m odelo a im itar com o un com pañero de ruta que
llega a tocarnos por su m ism a hum anidad, en la m edida en que es capaz
de transform ar lo cotidiano com o un “alquim ista”. R ealizándolo, ade
más, gracias a una neta actitud de hum ildad y sencillez (...).(2) El cristiano
no puede ser una “v edette”, actuando com o una “star”, de acuerdo a las
leyes del “show -business” y de su lógica de la superficialidad. D ebe ser,
más bien, un hom bre de perfil bajo, serio en la búsqueda de la calidad
profesional pero sin tom arse dem asiado en serio, ni profesional ni sobre
todo personalm ente (...).(3) U n cristiano no debe aparecer com o un
héroe sino com o el testigo de un acontecim iento que sobreviene al p ro
pio quehacer, que lo traspasa, lo desborda, pero que es inseparable del
m ism o (...) En el acontecer adviene algo del orden del “m isterio” (...). A
ese algo, sin em bargo, h ay que prepararse con el m ayo r am or y respeto
p ara disponerse a que se produzca sabiendo que no lo conquistam os ni
lo poseem os, y teniendo tam bién conciencia de que así solam ente pode
mos transm itirlo a los dem ás, es decir dejar que pase po r nuestro inter
m edio hasta los otros (...).(4) El cristiano no debe aparecer com o un sabio
(a la m anera de Sócrates el justo, o de Séneca el estoico), sino com o un
hom bre abierto a la esperanza, a la confianza, tanto en lo hum ano como
en lo profesional. En él la confianza com o apertura al D on que introduce
al m isterio debe vislum brarse com o un relam pagueo de lo invisible que
atraviesa su m ism a actividad cotidiana. Por eso puede aparecer como un
alquim ista de lo cotidiano. P ara decirlo cristianam ente com o un signo de
la gratuidad evangélica (...).(5) El cristiano no debe ser, en fin, un espec
tador pasivo de lo que acontece sino, a la m anera del Sam aritano, un cre
ador, un artista que crea con sus m anos, con sus sentim ientos, con sus
talentos, con lo que posea. Sólo así la apertura al D on se hace tarea, sólo
así el sentir profundo del hom bre se transform a en la “piedad del espíri
tu ” que m odela toda su actividad perm itiendo la irrupción de los relám
pagos de lo invisible”.31 C om o conclusión de las ideas de esta segunda
parte de m i exposición, d iría que el H C , o mejor, la fe que actúa en el
corazón del m ism o, es una fe viva, inquieta, preocupada p o r purificarnos
de las idolatrías y antropolatrías que em pañan nuestra com prensión y
vivencia del Evangelio y arruinan la posibilidad del advenim iento de
nuestra hum anidad verdadera. Esa purificación obrada por la fe, que
podem os denom inar fe crítica, puede llegar a la deconstrucción de todo
nuestro im aginario religioso. Esa benéfica deconstrucción deja tal vez en
el creyente la experiencia de haber perdido su fe. Pero se trata de lo con
trario, es decir, de la m áxim a participación concebible en la fe y en la
C ru z de C risto, en su grito abism al “D ios m ío, D ios m ío, ¿por qué me
has abandonado” ? M uchos santos y santas han sido llevados a ese punto
extrem o, donde parece no quedar nada más que un puente tendido hacia
el vacío, sin conocer si h ay A lguien del otro lado. E xperiencia que pode
mos calificar de nihilista, pero, paradoja extrem a e insoluble para nues
tras mentes, se trataría de un nihilism o creyente, y a que la fe crítica ha lle
gado a su m áxim a m adurez. Lo “ú n ico ” que nos queda com o presencia
de D ios es el ágape, el am or fraterno. “El am or fraterno no sólo proviene
de D ios, sino que es D io s”, nos enseña San A gustín. A l am or fraterno no
h ay que “agregarle” a D ios ¿Podrem os com prenderlo alguna vez? A u n
que no nos sea dado vivir esa dim ensión nocturna extrem a de la fe teolo
gal, su consideración al menos teórica podría abrirnos un canal de
encuentro con el nihilism o antropológico al que m e referí en la prim era
parte. M e anim o a plantearlo del siguiente m odo. Jean -L uc M ario n decía
que “para vivir hum anam ente, h ay que v ivir un poco divinam ente”.
A dm irable coincidencia con lo que hemos entendido p o r H C . Y conclu
y e M arion: “El am or no es algo que tengam os que defender nosotros, es
algo que nos va a defender a n o so tro s... Es así com o se sale del n ihilis
31. Eduardo Briancesco, “ ¿Qué teología moral para el siglo X X I? Hacia una moral teologal
fundamental", en La Iglesia de cara al siglo X X I (Buenos Aires: Ed.San Pablo 1998), 157-160. Su
reflexión se inspira en Figures de sainteté, en Études 3885 (Paris: 1998), 655-670.
Fe r n a n d o O r t e g a ^
fernando_ortega@ uca.edu.ar
F a c u l t a d d e T e o l o g ía -U C A
R ecibido 15.02.2020/ A p robado 10.03.2020
Bibliografía
32. Jean-Luc Marión, en Regards su r notre monde. Entretiens avec Anne Christine Fournier
(Paris: Mame 2012), 155.
• El autor es Director del Departamento de Teología Moral de nuestra Facultad. Es miembro
del Instituto para la Integración del Saber de la Universidad. Ha sido Decano de la Facultad de Teo
logía y Miembro del Pontificio Consejo para la Cultura.