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INFORME ANALITICO
Desde la perspectiva cristiana el sentido del ser y de la vida humana está fuera
del mundo, procede de la trascendencia. Existen unos valores morales objetivos,
existe una finalidad para la existencia humana y también hay un porqué del ser
nítidamente establecido. Pero todos estos elementos no pertenecen a la
naturaleza, sino que la trascienden otorgándole al mundo su sentido desde un
más allá.
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas
dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era me lanzaba
sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no
estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti.
Pero tú me llamaste y clamaste hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor
espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y
ahora suspiro por ti. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed
de ese gusto. Me tocaste y con tu tacto me encendiste en tu paz”.
Cuando nos encontramos lejos de Dios, podemos afirmar como Agustín: “Tú
estabas dentro de mí y yo fuera”. La conversión es un don, una gracia, no una
iniciativa nuestra voluntarista. El que acaba con nuestra sordera y nuestra ceguera
es Nuestra meta es Dios.
En este sentido, en la frase de san agustin se puede observar que es asi como
podemos tener y dar sentido a nuestra vida al tener a Dios en nuestro corazón, lo
tenmos dentro, no afuera y por lo tanto, asi transcendemos con el y podemos vivir
en su reino desde ya aquí en la tierra.
Poseer la felicidad es un derecho que todos los hombres tenemos, forma parte
del ideal de cada hombre y también del designio de Dios. ¿En dónde la buscas?,
¿ya la encontraste?, ¿te interesa conseguirla?, ¿qué medios estás poniendo para
poseerla? Muchas veces la buscamos fuera en las cosas que se nos presentan
amables, buenas y en otras no tan buenas; como sedientos después de varios
días en el desierto, nos queremos saciar de ella, pero estoy seguro que
llegaremos a la misma conclusión de San Agustín. Es la sed insaciable de la que
todos tenemos necesidad. Su experiencia de la felicidad plena la encontró en
Dios, la Verdad misma que daría sentido a sus interrogantes.