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TIPOS DE FALACIAS

Desde Aristóteles las falacias se han dividido en dos clases, falacias verbales – fallaciae
dictionis y falacias relativas a las cosas – fallaciae extra dictionem-. Entre las primeras
-llamadas también falacias de ambigüedad- se citan las de equivocación, anfibología,
composición, división, acento, etc. Dentro de las segundas – llamadas también falacias
materiales, o de relevancia -, se estudian las falacias ad baculum, ad hominen, ad
ingnorantian, ad verecundiam, ignorantia elenchi, petición de principio, generalización
apresurada, accidente, falsa causa, pregunta compleja, etc. Aunque la clasificación indicada
se acepta casi sin discusión, es necesario revisarla, sobre todo la segunda clase, en la
perspectiva de la teoría de la argumentación.

La primera clase la aceptaré casi sin discusión bajo el título genérico de falacias
lingüísticas. Le agregaré a esta clase la falacia de la pregunta compleja, por razones que
explicaré más adelante.

La segunda clase, en cambio, debe ser reelaborada totalmente.

Ya hemos eliminado de esta clase el argumento ad hominem y la petición de principio;


creo que lo que he dicho sobre ellas es más que suficiente. Los demás argumentos o
falacias los estudiaremos en relación con elementos de la teoría de la argumentación: la
adaptación del orador al auditorio, las premisas de la argumentación, la interpretación de
los datos de la argumentación o diversos esquemas argumentativos. Al hacer esto se podrá
constatar que la segunda clase es un hacinamiento de los más variados fenómenos
argumentativos.
LAS FALACIAS LINGÜÍSTICAS

Ocurren en argumentos cuya formulación contiene palabras o frase ambiguas cuyo


significado cambia más o menos sutilmente en el desarrollo del argumento y lo hace falaz:
estas falacias provienen fundamentalmente de la polisemia y la homonimia, tanto como de
la contravención de reglas sintácticas, semánticas y pragmáticas del lenguaje ordinario.
Lo cómico en este caso, nos invita a ser vigilantes frente a las trampas que nos tiende el
lenguaje.

La falacia de equivocación la explica Copi así:

La mayoría de las palabras tiene más de un significado literal, por ejemplo,


pluma. Cuando los distinguimos no hay problema, pero cuando los
confundimos y usamos una palabra o frase en sentidos diferentes, las
usamos de manera equívoca. Si el contexto es un argumento, cometemos la
falacia de equivocación.

Carney y Scheer nos ponen la siguiente ilustración de esta falacia:

La existencia de un poder sobrenatural está presupuesto en la frase “ley de


la naturaleza” tal como se usa corrientemente en la ciencia, porque donde
hay una ley, hay un legislador, y se debe presumir que el legislador es capaz
de suspender la operación de la ley.

Es obvio que en este argumento el término ley se usa de dos maneras diferentes. En “ley de
la naturaleza”, quiere decir la formulación de las relaciones descubiertas en el mundo; en la
segunda frase, ley quiere decir regla de conducta impuesta por una autoridad.
Si sólo usáramos uno de los dos sentidos en el argumento, como lo sugieren Copi y Carney-
Scheer, llegaremos a un planteamiento absurdo, es decir ridículo.

La existencia de un poder sobrenatural está presupuesto en la frase, una


regla de conducta impuesta por una autoridad de la naturaleza, tal como se
usa corrientemente en la ciencia...

A veces –agrega Copi- algunas ilustraciones de esta falacia son tan absurdas que se
vuelven chistes, como en este argumento:

Algún perro tiene orejas peludas


Mi perro tiene orejas peludas.
Luego, mi perro es algún perro!
(es decir, un perro cualquiera...)
Una situación análoga se da cuando olvidamos la relatividad de muchos términos que
tienen diferentes sentidos en contextos diferentes, por ejemplo, alto para referirme a
hombres o edificios. Gris no es relativo, por ejemplo, “un elefante es un animal, luego un
elefante gris es un animal”, pero será ridículo decir: “un elefante es un animal, luego un
elefante pequeño es un animal pequeño”.

Que los textos analizados sean parcial o totalmente cómicos no debe extrañarnos porque, de
hecho, el recurso a la polisemia o a la homonimia en una argumentación seria es
supremamente raro
porque, si existe un acuerdo suficiente sobre la distinción entre las nociones,
la argumentación que recurre a la homonimia no es sino un argumento
cómico, caricatura de un argumento normal.

No obstante el estafador, como todo hombre de espíritu, se vale de la polisemia y de la


homonimia- y de su olvido en los destinatarios del mensaje- para lograr su objetivo, como
puede verse en esta historia que nos cuenta L. Olbrechts-Tyteca:
Víctor Schwitz ofrecía en los avisos clasificados una máquina de escribir y
una de coser en perfecto estado, por 500 francos antiguos. Enviaba a sus
clientes un lápiz y una aguja. La estafa le produjo 2 millones en 3 años!

Existe otra falacia de ambigüedad que no se da en los términos –como lo anterior-, sino en
el enunciado: es la falacia llamada de anfibología, que se da cuando el significado de un
enunciado es confuso debido a la manera descuidada o torpe de su construcción gramatical.

El lenguaje ordinario, en todas las lenguas, se divierte con esta clase de ambigüedades:

El caballo de Jorge tiene hambre.


Se vende calzado para señores de cuero.
Cirios para primeras comuniones de cera.
Vestidos para señoras de seda.
Escritorios para ejecutivos de metal.
El club de astronomía se reúne los jueves por la noche
con el señor Baldgum dividido en dos.
Se alquila apartamento para dos. Se prefieren las parejas.
Se vende escritorio antiguo para dama distinguida con
patas curvas y gavetas anchas.
Se saltó la tapa de los sesos después de despedirse
afectuosamente de su familia con un revólver.

O estos otros en inglés:

Anthropology is the science of man embracing woman.


Clara Shumann was too busy to compose herself
Serve the meat when throughly stwed.

Mourant nos dice que “la ambigüedad como falacia es fácilmente identificable porque casi
siempre es de carácter humorístico”, lo que quiere decir que no hay tal falacia.
Lo cómico de la anfibología nos muestra las posibilidades de nuestro instrumento
lingüístico, y nos invita a ser cuidadosos cuando lo usamos. La risa sanciona los descuidos,
como puede verse, en más de una ocasión, en esta carta de una madre a su hijo:

Querido hijito:

Tomo la pluma para escribirte a lápiz, porque el gato regó el tintero. Tuve suerte porque
no había tinta en él.

Hace tiempo que está en el regimiento. Tanto como estabas aquí no nos dábamos cuenta
de tu ausencia, pero ahora que te has ido, sentimos bien que no estás aquí.
El domingo, el alcalde organizó una carrera de asnos, es una lástima que no hubieras
estado. Seguramente hubieras ganado el primer premio...

Te envío camisas nuevas hechas con las viejas de tu papá. Cuando estén muy gastadas,
devuélvemelas para hacerle unas nuevas a tu hermano.
El domingo fue de fiesta en el pueblo. Pensamos en ti porque hubo feria de cerdos... Un
camión le cortó la cola a tu perro, pon cuidado cuando atravieses la calle. Aquí todo el
mundo está bien menos el tío Jules que murió; espero que al llegar esta carta te
encuentres lo mismo.

Los oráculos son proverbiales en sus respuestas anfibológicas y se regocijan en ellas,


aprovechando nuestros descuidos –lo mismo que el estafador se aprovecha del equívoco-,
como en la respuesta que dio el oráculo a la pregunta de Creso, sobre la guerra que debía
emprender.

Si Creso, emprende la guerra contra Persia, destruirá un reino poderoso.

Encantado con esta predicción, Creso inició la guerra y fue rápidamente derrotado por
Ciro. Como se le perdonó la vida, después escribió una carta al oráculo, en la que se
quejaba amargamente. Los sacerdotes de Delfos respondieron que el oráculo había hecho
una predicción correcta:

Al desencadenar la guerra, Creso destruyó un poderoso reino: ¡El suyo propio!.

A veces, dicen nuestros autores, se comete una falacia cuando se cambia el significado del
enunciado por énfasis o acento: es la falacia de énfasis.

Copi nos propone el siguiente ejemplo:

No debemos hablar mal de nuestros enemigos, con el siguiente


comentario:
Cuando se la lee sin ningún énfasis indebido, la prohibición es
perfectamente correcta. Pero si se extrae la conclusión de que podemos
sentirnos libres de hablar mal de cualquiera que no sea nuestro amigo,
entonces esta conclusión deriva de la premisa solamente si ésta tiene el
significado que adquiere cuando se subrayan las dos últimas palabras.
Pero, en este caso, ya no es aceptable como ley moral,... es una premisa
diferente... También sería falaz un razonamiento que extrajera de la misma
premisa la conclusión de que podemos hacer mal a nuestros amigos, a
condición de hacerlo silenciosamente. Y lo mismo con las otras inferencias
falaces sugeridas.

Es cierto, no es lo mismo decir:


¿Cómo, amanecío?, que
¿Cómo amaneció?

La prensa gubernamental y de oposición, o la prensa sensacionalista, nos han


acostumbrado a algo normal en toda argumentación: la selección de datos. La selección de
algunos elementos para presentarlos al auditorio implica que ellos son los importantes y
los pertinentes en el debate, porque su selección les concede la presencia, esencial para el
logro de sus efectos argumentativos, como puede verse en esta noticia periodística,
cuasicómica porque su contenido defrauda las expectativas suscitadas por el título:

“REVOLUCION EN FRANCIA,
temen las autoridades”.

La frase completa “una revolución en Francia temen las autoridades” –agrega Copi, de
quien tomamos el ejemplo-, puede ser absolutamente verdadera, pero la forma, en que se
destaca en el periódico la convierte en una afirmación impresionante, aunque totalmente
falsa.

Pero no es sólo por sensacionalismo, sino también por interés de bando o por función, que
la argumentación es selectiva y se expone al reproche de ser parcial y tendenciosa. Este
reproche deberá tenerlo en cuenta, sobre todo, quien pretenda argumentar de manera
convincente, es decir válida para el auditorio universal.

De todas maneras, el énfasis, el acento, no sólo modifica los significados de los


enunciados sino que también nos muestra que él es un elemento esencial en la
comunicación. Este énfasis puede ser de tipo gráfico –como en la noticia de prensa vista
antes-, o de tipo fónico como puede apreciarse en estas dos historias, tomadas de L. O.
Tyteca:

(a) Un padre lee indignado este telegrama de su hijo:


(b) (Tono autoritario) “!Estoy arruinado, mándame dinero!”
Y comenta lamentándose: ¡Hijo irrespetuosos! Si al menos me hubiera
telegrafiado así:
(b’) (tono implorante) “Estoy arruinado, mándame dinero”.
y (b) Este de comedia andaluza:
- Y qué ¿ha llovido en el cortijo?
- Pues verá usted señorito:
(a) (Tono menor): como llover, llover, lo que se llama llover, sí ha llovido.
(b) (tono mayor): Como llover, llover, lo que se llama llover, no ha llovido.

L. Olbrechts comenta las historias así:

El primer ejemplo muestra que la entonación, aunque relativamente


independiente del sistema estructural de la lengua, es tan esencial a la
comunicación que cuando la desconocemos la suplimos espontáneamente .
Es algo que sabemos y por lo mismo, reímos... En el segundo, el orador
describe con palabras opuestas una misma situación objetiva. La entonación
juega un papel compensatorio. Esta posibilidad lingüística nos maravilla y
regocija.

El énfasis puede ser también semántico-pragmático como puede apreciarse en esta historia
cómica, narrada por Copi, donde se ve de manera sobresaliente que en la comunicación
debe darse la información que presumiblemente interesa al destinatario porque de otra
manera podemos mentir diciendo la verdad:

Casi a punto de partir cierto barco, hubo una disputa entre el capitán y su
primer oficial. La discusión sea agravada por la tendencia a beber del primer
oficial, pues el capitán era un fanático de la abstinencia y rara vez perdía
oportunidad para regañarlo por su defecto. Inútil decir que sus sermones
solo conseguían que el primer oficial bebiera aún más. Después de repetidas
advertencias, un día en que el primer oficial había bebido más que de
costumbre, el capitán registró el hecho en el diario de bitácora y escribió:
“Hoy, el primer oficial estaba borracho”. Cuando le tocó al primer oficial
hacer los registros en el libro, se horrorizó al ver esta constancia oficial de
su mala conducta. El propietario del barco iba a leer el diario y su reacción,
probablemente, sería despedir al primer oficial, con malas referencias.
Suplicó al capitán que eliminara la constancia, pero el capitán se negó. El
primer oficial no sabía qué hacer, hasta que finalmente, dio con la manera
de vengarse.
Al final de los registros regulares que había en el diario ese día, agregó:
“Hoy, el capitán sobrio”.

Existe otra forma más seria de la falacia de énfasis sobre la cual llaman la atención Copi,
Toulmin, y Carney y Scheer. Esta consiste en sacar las citas del contexto, mutilarlas,
introducir bastardillas donde no existen o eliminarlas donde existen.

En efecto –agrega Toulmin-, los enunciados sólo se pueden interpretar con exactitud en los
contextos más amplios en que aparecen. Pueden ser de crucial importancia saber si el
argumento particular estaba destinado a los miembros de un sindicato, a los estudiantes del
colegio o a un congreso científico. Sin esta información, no podemos esperar entenderlo
adecuadamente, como quería el autor que se lo tomara. De manera análoga, es crucial
saber si el autor del pasaje era irónico, expositivo o analítico, o si sus propósitos eran
literarios, científicos o morales. Sin esta información seremos incapaces de comprender
sus tesis.

La atinada observación de Toulmin nos invita a pensar que los datos de la argumentación
no sólo se seleccionan para darles una presencia, sino que también se interpretan, porque
siempre hay una escogencia entre los diversos modos posibles de significación. Así,
anota Perelman,

Un mismo proceso puede ser descrito como apretar una tuerca, ensamblar
un vehículo, ganarse la vida o favorecer la corriente de exportaciones; y un
mismo acto puede ser considerado en su aspecto más contingente y alejado
de la situación, pero también puede verse como símbolo, como medio
precedente o jalón en una dirección. Las interpretaciones pueden ser
incompatibles, pero el hecho de resaltar una deja a las demás en la sombra.
Su infinita complejidad, su movilidad e interacción impiden reducirlas a una
probabilidad numérica.
Cuando se trata de signos lingüísticos –palabras o enunciados-, es indudable que sólo
podemos conocer su función recurriendo al contexto. Precisamente Pascal – aludiendo a la
polémica sobre el origen agustino del cogito cartesiano- tomaba partido en la discusión a
partir del contexto y de las diferencias que él permite descubrir:

Quisiera preguntar a personas equitativas si este principio: “la materia está


en capacidad natural invencible de pensar” y este: “Pienso, luego soy”, son
los mismos en el espíritu de Descartes y en el espíritu de San Agustín, que
dijo la misma cosa doce siglos antes.
En verdad, estoy lejos de decir que Descartes no sea su verdadero autor, aun
cuando lo hubiera aprendido de la lectura de este gran santo; porque se
cuanta diferencia hay entre escribir una palabra al azar, sin hacer una
reflexión más amplia y extensa, y observar en esta palabra una serie
admirable de consecuencias, que prueba la distinción entre naturaleza
material y espiritual; y hacer de ella un principio firme y sostenido de toda
una física como Descartes pretendió hacerlo. Pues, sin examinar si tuvo
éxito en su pretensión, supongo que lo logró, y es bajo esta suposición que
digo que esta palabra es tan diferente en sus escritos de la misma palabra en
los otros que lo han dicho de pasada, como un hombre lleno de vida y
fuerza, de un hombre muerto.
Tal dirá una cosa sin comprender la excelencia, donde otro comprenderá
una serie maravillosa de consecuencias que nos hacen decir osadamente que
no es la misma palabra, y que no la debe a quien la enseñó, como un árbol
admirable no pertenece a quien lanzó la semilla, sin pensar y sin conocerla,
en una tierra abundante que la hubiera aprovechado por su fertilidad.

Pero este contexto es fluido. Podemos extenderlo o limitarlo. Hasta dónde quisiera
extenderlo su autor? O dónde quisiera limitarlo?

E. Gilson, ampliando el contexto a toda la obra de San Agustín ha podido sacar –con
buenas razones-, conclusiones contrarias a las de Pascal.
A veces, cuando el contexto no es puramente verbal, se complica la interpretación: ¿qué
elementos de la situación global abarca el contexto? El décimo grito del pastorcito
mentiroso, no llama la atención a pesar del peligro real, porque la interpretación ha sido
determinada por el conjunto de la situación.

Por la interpretación no sólo es función del contexto; es también función del intérprete, y
este estará más dispuesto a un esfuerzo de interpretación, cuando más prestigiosa es la
obra.

Es la aplicación del principio de caridad –o mejor, de justicia-, que nos pide - o exige-,
tratar de darle a la obra el máximo de coherencia posible. Pero, acaso no se arriesga a
imponerle interpretaciones que son función de nuestras convicciones, máxime cuando el
texto beneficia de prestigio? Por esta razón la coherencia es recomendable pero no es
una regla interpretativa suficiente.

Los criterios de coherencia, en función de nuestras convicciones, y el contexto pueden


entrar en conflicto. Esta incompatibilidad puede invitar a conservar el primero en
desmedro del segundo, como sucede en este ejemplo cómico, cuya comicidad puede ser
inhibida en espíritus religiosos:

El hombre que dice que “no hay milagros” es ciego como un topo en su
madriguera. Supongo que nunca ha oído hablar de la penicilina. La
televisión le es desconocida. “Astronauta” le es una palabra ignorada. Las
noticias sobre el CREST no le han llegado. Sostengo que esta es una edad
de milagros. Podría nombrar miles más.

En estos casos cuando es obvia la mala interpretación de palabras o textos incurrimos en la


falacia llamada ignorantia elenchi que consiste en malinterpretar –consciente o
inconscientemente, un término o un enunciado. En las situaciones obvias es difícil contener
la risa, de connivencia o de exclusión. Pero no siempre la situación es tan obvia.
Traigo a colación el argumento que la lógica de Port Royal propone para aducir que
Aristóteles –de nuevo Aristóteles-, incurre en ignorantia elenchi fenómeno que él estudió
pero no practicó a fondo, cuando refuta a Parménides y a Meliso. Dice así:

(Aristóteles) refuta a Parménides y a Meliso por haber admitido sólo un


principio de todas las cosas, como si ellos hubiesen entendido por ello el
principio del que están compuestas, mientras que ellos entendían el único
principio que ha originado todas las cosas, que es Dios.

Es claro que, para nosotros, el argumento de Port Royal que ataca a Aristóteles de
cometer una ignorantia elenchi, sigue siendo una ignorantia elenchi, aunque para ellos
era un argumento sensato. Es bueno repetir que no hay argumentos falaces en sí. La fuerza
de un argumento, o su falacia, depende de las circunstancias –históricas en este caso-, de
los auditorios, fines e intenciones de orador y auditorio. Y también, auque ya está dicho, de
nuestro saber e imaginación, porque ningún texto es absolutamente claro. A veces la
claridad es producto de la ignorancia o de falta de imaginación. Locke, recuerda Perelman,
nos llama la atención sobre estos hechos:

Más de un hombre que en la primera lectura creyó comprender un pasaje de


la Escritura o una cláusula del Código, perdió toda su comprensión después
de consultar comentaristas, cuyas aclaraciones –han producido dudas o las
han aumentado y han sumergido el texto en la oscuridad.

En efecto, la claridad de un texto o noción nunca es segura, y sólo puede establecerse


convencionalmente, limitando el contexto en el cual hay que interpretarlo. La eliminación
de la interpretación constituye una situación excepcional y artificial.
FALACIAS DE COMPOSICIÓN Y DIVISIÓN

La cópula es (son) es un término ambiguo en todas las lenguas indoeuropeas; también lo es


en nuestra lengua. El análisis lógico de esta cópula da por lo menos las siguientes
significaciones para estos enunciados:

1. Sócrates es mortal.
2. El hombre es mortal.
3. Sócrates es el filósofo que bebió la cicuta.
4. El hombre es un animal racional.
5. Los hombres son numerosos o los apóstoles son doce.

Que se comprenden respectivamente como:

1. Pertenencia de un individuo (Sócrates) a una clase (mortal), o atribución de una


propiedad a un individuo.
2. Inclusión de una clase (hombre) en otra clase (mortal).
3. La identidad entre un individuo y una descripción definida de objeto (el filósofo
que bebió la cicuta).
4. La identidad entre la clase o propiedad (hombre) con la clase o propiedad (animal
racional).
5. Predica la propiedad (numeroso o doce) de la clase (hombres), pero no de cada
hombre en particular.

Mientras que las proposiciones copulativas ordinarias (concretas y universales) atribuyen


distributivamente el predicado a los objetos denotados por el sujeto, éstas lo atribuyen de
manera colectiva.
Cuando mezclamos estas formas de atribución, por ejemplo, colectiva en una de las
premisas –distributiva en la conclusión, o viceversa-, incurrimos en las falacias de
composición y de división. Estas falacias son como las dos caras de la misma moneda y
cada cara tiene dos aspectos.

En la falacia de composición podemos razonar (a) de las propiedades de las partes a las
propiedades del todo, por ejemplo,
si las partes de una máquina son livianas, entonces la máquina es liviana, o si las células
del cuerpo son microscópicas, el cuerpo es microscópico; o (b) de las propiedades que
tienen los individuos como miembros de una colección, a las propiedades de la
colección, por ejemplo, si un bus gasta más gasolina que un carro, entonces todos los buses
gastan más gasolina que todos los carros.

En la falacia de división procedemos al revés; razonamos (a) de las propiedades del todo a
las propiedades de las partes, por ejemplo, el cloruro de sodio debe ser venenoso porque
sus constituyentes sodio y cloruro lo son, o (b) de las propiedades de la colección a las
propiedades de los elementos, por ejemplo, los indios colombianos están desapareciendo, y
este hombre colombiano es indio, luego este indio está desapareciendo.

He escogido a propósito de ilustraciones de cada falacia que tengan la forma de


razonamientos inválidos, en vista de que las ilustraciones tienen premisa(s) verdadera (s)
y conclusión falsa.

Estos “argumentos” desde el punto de vista de la forma –como razonamientos lógicos-,


son inválidos; pero como esquemas argumentativos sólo son falaces en tanto que mezclan
inadecuadamente la cópula distributiva o colectiva en la premisa con la cópula colectiva o
distributiva en la conclusión, porque a veces las inferencias, con forma y contenido, es
decir los argumentos, son aceptables, por ejemplo, cuando digo:

este carro es completamente nuevo, luego sus partes son nuevas; cada
ciudadano desea que x sea primer ministro, luego la nación desea que x sea
primer ministro; esta pared es roja, luego cada parte es roja; los Renault son
baratos, luego este Renault es barato.

Tales argumentos podrían parecer peticiones de principio, pero no lo son en el contexto de


nuestra argumentación que busca mostrar en que casos la composición y la división son
aceptables. En tales contextos pedagógicos las tautologías son aceptables!
Aunque sea de poco interés, vale la pena anotar que no deben confundirse las falacias de
composición y división con las de generalización apresurada, a partir del ejemplo, y de
ilustración inadecuada, o del accidente, de las que hablaremos más adelante.

Para establecer esta distinción me valgo de los análisis que hace Toulmin con respecto a
los elementos de un argumento. Según Toulmin todo argumento debe contener por lo
menos seis elementos:

Tesis, es decir la conclusión a la que se quiere llegar con la argumentación; fundamento,


que es la base o premisa sobre la que se apoya la tesis; garantes, enunciados que justifican
el paso o la conexión entre el fundamento y la tesis: pueden ser leyes de la naturaleza,
principios legales, fórmulas de ingeniería, lugares comunes, según el caso; un cuerpo
general de información (backing) que presupone el garante utilizado en el argumento:
teorías científicas bien corroboradas, sistemas legislativos, teorías matemáticas aplicadas,
etc.; calificadores modales; no todos los argumentos sostienen sus tesis con el mismo
grado de certidumbre; los calificadores modales matizan este grado: con frecuencia,
probablemente, descontando accidentes, etc.; por último, posibles refutadores, que
especifican en que circunstancias podría no ser confiable nuestro argumento.

Veamos un argumento elemental que incluye sólo los tres primeros elementos, únicos
pertinentes para nuestro propósito:

A: Hay fuego (tesis)


Q: Por qué lo dices?
A: El humo. Tú puedes verlo (fundamento)
Q: Y qué?
A: Donde hay humo, hay fuego (garante)

Ahora bien, mientras que en las falacias de composición y división vamos de fundamentos
aceptables a tesis inaceptables, en virtud de la ambigüedad causada por la mezcla de usos
distributivos y colectivos, en las falacias de generalización apresurada y del accidente se
trata de formas indebidas de razonar, sobre reglas generales o garantes: la generalización
apresurada trata de justificar una regla sobre muy pocas instancias (una golondrina no hace
verano; la falacia del accidente sucede cuando no reconocemos que las reglas tienen
excepciones y que las circunstancias alteran los casos. Más tarde volveremos sobre estas
dos falacias que estudiaremos en relación con los argumentos por el ejemplo y la
ilustración.

FALACIA DE LA PREGUNTA COMPLEJA


(O DE LA PREGUNTA EROTÉRICA)

Abordaremos el estudio de esta falacia con algunas ilustraciones divertidas:

“¿Ha abandonado usted sus malos hábitos?”


“¿Ha dejado usted de pegarle a su esposa?”
“¿En su pueblo la gente todavía anda armada?”
“¿Has dejado alguna vez de mentir?”
“¿Has dejado de ser imbécil?”
“¿Has dejado de volar en tus alas?”
“¿Es usted más feliz desde que murió su esposa?”

La pregunta compleja es una pregunta múltiple a la que no se puede dar una simple
respuesta de sí o no, porque presupone que ya se ha dado una respuesta a una o varias
preguntas previas no formuladas.

Tomemos el último ejemplo.


¿Es usted más feliz desde que murió su esposa?
De hecho aquí hay tres preguntas:
1. ¿Tuvo usted una esposa?
2. ¿Ha muerto?
3. ¿Es usted más feliz desde entonces?

El hecho de plantear la pregunta 2 presupone una respuesta afirmativa a la pregunta 1. Si la


respuesta 1 es negativa, la pregunta 2 no se plantea. El hecho de plantear la pregunta 3
presupone una respuesta afirmativa a la pregunta 2. Si la pregunta 2 no se plantea o si la
respuesta es negativa, la pregunta 3 no es pertinente.

Por esta razón una respuesta simple por sí o no a la pregunta compleja, ratifica la respuesta
implícita a la o las preguntas no formuladas, y una franca respuesta afirmativa o negativa,
aunque sea gramatical y lógicamente posible, está fuera de propósito, cuando se niegan las
respuestas a las preguntas propuestas, o estas no se plantean.

Todos los teóricos de las falacias han clasificado a la pregunta compleja como una falacia
extralingüistica. Sólo J.A. Mourant, después de estudiarla entre las falacias extra
dictionem, concluye:

Ella puede clasificarse con más propiedad con las falacias de ambigüedad,
puesto que la falacia proviene de su forma lingüística.

Mi respuesta es análoga pero la justificaré en términos más amplios, y quizás más


satisfactorios. La pregunta compleja se presenta debido a un fenómeno de la pragmática
lingüística, estudiando con mucho interés en los últimos treinta años, llamado la
presuposición.

En términos generales se puede decir que:


Un enunciado p presupone un enunciado q, si y solo si q debe ser verdadero
para que p pueda ser verdadero o falso. Si q es falso a p no se le puede
asignar ningún valor de verdad. El enunciado “los hijos de Juan están
dormidos”, presupone
“Juan tiene hijos”
Igualmente el enunciado
“Los hijos de Juan no están dormidos”, presupone
“Juan tiene hijos”

Lo anterior significa que la presuposición se conserva en la negación del enunciado. Y, lo


que más nos interesa, también se conserva en la transformación interrogativa del
enunciado.

Al preguntar:

¿Están dormidos los hijos de Juan?, seguimos presuponiendo que


Juan tiene hijos”

Ahora bien, si aceptamos por un momento que “Juan no tiene hijos”, tenemos que aceptar
que las expresiones “los hijos de Juan están dormidos” y “los hijos de Juan no están
dormidos” no son ni verdaderas, ni falsas, y que la pregunta “¿están dormidos los hijos de
Juan?” no tiene respuesta simple por sí o no, porque no se plantea.

Las ilustraciones –bromas que propusimos al principio, tienen por función mostrar cómo se
da el juego de la presuposición en los intercambios lingüísticos y qué sucede cuando no
existen o no son compartidos por el interlocutor.

Pero hay situaciones más serias e insidiosas. Una respuesta simple a la pregunta

has leído la autobiografía de Hemingway? puede poner en tela de juicio la


cultura del interrogado.
Más grave aún es cuando la deontología lingüística lleva uniforme: el interrogatorio
policial se aprovecha de la presuposición para hacer pasar en el discurso proposiciones
que, afirmadas directamente, serían fácilmente discutibles y plantean preguntas que
presuponen lo que se quiere hacer confesar:

“¿Dónde escondió su evidencia?”


“¿Qué hizo usted el dinero robado?”

La propaganda y el discurso político benefician también de la complicidad de la


presuposición, como puede verse en este slogan político:

“Por qué el desarrollo privado de los recursos es más eficaz que cualquier
control público?”

O esta interpelación de Edipo a su cuñado Creonte:

“Eh, tú ¿Cómo te atreves a venir por aquí?


¿Tanto es tu descaro y osadía que te presentas en mi casa, siendo tan claro y
manifiesto que deseas matarme y arrebatarme la soberanía? ¡Ea! Dime, por
los dioses, ¿qué cobardía o qué necedad has visto en mí, que te haya
decidido a proceder de ese modo? ¿Creías acaso que yo no descubriría esas
intrigas tuyas tan cautelosamente urdidas, o que aunque las descubriera no
te iba a castigar? ¿No es insensato tu empeño de querer sin el apoyo de la
muchedumbre, y de los amigos, usurpar un trono que sólo se obtiene con el
favor del pueblo y abundantes riquezas?”

La insidia de la presuposición radica en que la información que ella transmite es impuesta


al interlocutor de manera implícita y no se le concede aceptarla, como en el caso de la
posición (afirmación). Ella puede ser negada, pero su negación siempre es polémica,
interrumpe la conversación y cambia el rumbo del debate.
Para terminar este apartado citemos una ilustración de una pregunta compleja
institucionalizada en el sistema jurídico norteamericano:

En el procedimiento parlamentario, la moción de “dividir la cuestión” es


una moción de privilegio. Esta regla implica el reconocimiento de que las
cuestiones son complejas y, por tanto, se las puede considerar con mayor
claridad si se las divide. Nuestra práctica con respecto al poder de veto del
presidente es menos razonable. El presidente puede vetar la parte que
desaprueba y promulga el resto. El presidente no puede dividir la cuestión,
tiene que responder “sí” o “no” a cualquier cuestión, por compleja que sea.
Como es bien sabido, esta restricción ha conducido a la práctica
parlamentaria de adjuntar, como “aditamentos”, a las medidas que se sabe
cuentan con la aprobación del presidente, ciertas cláusulas adicionales –a
menudo totalmente ajenas a la cuestión-, de las que se sabe, también que el
presidente desaprueba. Cuando se le presenta un proyecto de ley semejante,
el presidente debe promulgar algo que desaprueba o vetar algo que aprueba.

CONCLUSIÓN DEL CAPITULO

Los teóricos actuales de las falacias nos dicen que no hay “camino real” para evitar las
falacias. Las falacias de ambigüedad a veces son sutiles e insidiosas porque las palabras
son resbaladizas y la mayoría de ellas tienen toda una variedad de sentidos diferentes
y pueden originar nuevos sentidos.

Para evitar estas falacias de ambigüedad, propone Copi, tener presente con toda claridad las
significaciones de los términos, que usamos, y “una manera de lograr esto es definir los
términos claves que se usan; dado que los cambios en la significación de los términos
pueden hacer falaz un razonamiento y dado que la ambigüedad puede evitarse mediante
una cuidadosa definición de los mismos, la definición es un tema importante para el
estudiante de lógica”.
Suponiendo que las falacias vistas provengan de ambigüedades terminológicas –lo que no
es completamente cierto, por lo visto-, examinaremos si la definición puede servir al loable
propósito de evitarlas.

Anotemos primero que la definición es un procedimiento cuasilógico que permite


establecer identificaciones entre un término llamado definiens (el que define) y otro
llamado definiendum (lo definido), que los lógicos representan con el esquema a = df B (A
es igual por definición a B).

Hay diversos métodos para definir:

a) mediante sinónimos. Aunque algunos niegan la sinonimia, y puede ser cierto que no hay
sinónimos exactos, vale agregar que cuando se habla de ellos no se dice “exactamente”,
sino tan parecidos que se puede ignorar la diferencia;
b) Por ejemplo, ilustrando la noción mediante un gesto físico o lingüístico mostrativo. Es la
definición ostensiva. Algunos lógicos la consideran ambigua si no se le agrega una frase
descriptiva: escritorio quiere decir esta clase de mueble, por ejemplo. Esto es cierto, pero
el contexto puede suplir la frase descriptiva:
c) Por análisis, cuando indicamos la clase denotada por el término y las características que
la distinguen en otras cosas.

En general, se define para a) acrecentar el léxico, b) eliminar la ambigüedad, c)


clarificar el significado de los términos vagos, d) explicar teóricamente, y e) influir las
actitudes.

Para acrecentar el léxico utilizamos el método de sinónimos de ejemplos, o análisis y


acudimos a las definiciones léxicas del diccionario, que nos reportan como se usan las
palabras en determinados momentos de una cultura.
Las definiciones lexicales, por lo general, son insuficientes como puede verse en esta
historia cómica:

- Haz una oración acerca de cualquier servidos público


- pidió la maestra.
El chiquillo escribió: “El bombero bajó por la escalera
preñado”.
¿Sabes lo que quiere decir preñado?
- Claro. Quiere decir que llevaba un niño.

Para explicar teóricamente, por ejemplo, cuando tratamos de saber qué es el calor o la luz,
no buscamos una definición léxica, sino un conjunto de enunciados que expliquen los
fenómenos conectados con la luz y el calor. En este caso tratamos de dar definiciones
exactas, que especifiquen las características que sean condiciones necesarias y suficientes
para la aplicación del término. Una definición exacta requiere que los términos definidos
obedezcan a reglas exactas. A veces se procede mediante definiciones estipulativas, que
son decisiones no arbitrarias que determinan los linderos de palabras claves, como cuando
Galileo define el movimiento uniforme: el movimiento en que las distancias recorridas por
el móvil, en intervalos de tiempo iguales, son iguales.

Estas definiciones sólo se dan en ciertos contextos científicos, legales, técnicos, etc.

Pero las palabras del discurso ordinario no se usan de acuerdo con las reglas estrictas.
Esto da lugar a la ambigüedad y a la vaguedad. Es ambiguo un término “cuando en
determinado con texto tiene distintos significados y el contexto no permite decidir cuál es
el significado previsto” Es vago cuando existen casos límite tales que no se pueden
determinar si se aplica a ellos, o no” porque no tiene linderos fijos.

Aunque la distinción entre términos vagos y ambiguos es importante, nos contentaremos


con llamarlos confusos, como lo hace Perelman.
Buena parte de las noticias ordinarias son confusas porque tienen una amplio margen de
indeterminación de su sentido. Son confusas, por ejemplo, equidad, obsceno, buenas
costumbres, pornográfico, orden público, interés general, etc,. Tal como son utilizadas en
los textos jurídicos; también son confusas las nociones filosóficas más prestigiosas, como
verdad, justicia, bien, felicidad, belleza, igualdad, libertad, derechos humanos, poder, tanto
como demócrata, socialista, fascista, imperialista, medieval, occidental, oriental, etc., etc.,
según su uso ordinario.

Tales nociones confusas por no obedecer a reglas estrictas y tener un margen de


indeterminación en su significado, pueden dar lugar a disputas de extensión del sentido de
las nociones y disputas de definición, como puede verse en estos dos pasajes; uno de
Lewis Carroll y otro de William James.

Cuando a Alicia le crece el cuello hasta que su cabeza


llega a la cima de un árbol, una paloma le grita:
- ¡Serpiente!
- Yo no soy una serpiente, respondió con indignación
Alicia. Déjeme tranquila.
- Serpiente, lo repito, agregó la paloma con menos énfasis.
- He buscado en las raíces de los árboles, en los
taludes, en las hojas, pero siempre estas serpientes!
- Pero yo no soy una serpiente, protestó Alicia, yo soy
una ... soy una ...
- Qué eres pues? preguntó la paloma. Veo que tratas
de inventar algo.
- Soy... una niñita, respondió sin gran convicción,
acordándose de todas las metamorfosis que había sufrido aquel día.
- No es verosímil!, exclamó la paloma con tono de
desprecio. He visto muchas niñitas en mi vida, pero
ninguna que tuviera tal cuello. No, no! Usted es una
serpiente; inútil negarlo. Supongo que usted va a
decirme que jamás ha saboreado un huevo!
- He saboreado los huevos, dijo Alicia que era una
niña muy franca; en lo que se refiere a comer huevos,
los niños no tienen nada que envidiarle a las serpientes.
- No creo, dijo la paloma; pero si lo que usted dice es
verdadero, los niños no son sino una variedad de
serpientes, es todo lo que puedo decir.

El texto de James, proviene de El Pragmatismo:

Hace algunos años fui con varias personas a acampar en las montañas. De
regreso de una excursión que había hecho solo, encontré una gran discusión
metafísica. Se trataba de una ardilla, una ágil ardilla, colocada detrás del
tronco de un árbol, mientras que un hombre colocado al otro lado, trataba de
verla. Nuestro espectador humano se desplaza rápidamente alrededor del
árbol; pero sea cual fuese la velocidad, la ardilla se desplaza aún más rápido
en la dirección opuesta: siempre se interpone el árbol entre el hombre y la
ardilla y éste no puede verla.

De allí este problema metafísico: ¿el hombre se mueve alrededor de la


ardilla o no? El se mueve alrededor del árbol, es claro, y la ardilla está en el
árbol; pero, ¿ se mueve él alrededor de la ardilla?
... Cada uno había tomado partido y se obstinaba en su opinión. Las fuerzas
se balanceaban y los dos bandos apelaron a mi intervención para resolver el
problema. Yo me acordé del adagio escolástico que quiere que en presencia
de una contradicción se haga un distinguo.
¿Quién tiene razón? Les dije. Eso depende de lo que ustedes entiendan
prácticamente por moverse alrededor de la ardilla. Si se trata de pasar
con relación a ella, del norte al este, luego del este al sur y luego al oeste,
para luego ir al norte de nuevo..., es evidente que el hombre se mueve
alrededor de ella.
Al contrario, si ustedes quieren decir que el hombre se encuentra primero
frente a ella, luego a su derecha, luego detrás, y por último, a su izquierda,
es también evidente que el hombre no llega a girar alrededor de ella. En
efecto, los movimientos del segundo de vuestros personajes compensan los
movimientos del primero, de tal manera que el animal no deja, en ningún
momento, de darle la espalda al hombre...

Pero los problemas planteados por las nociones confusas, no siempre son cuasi-cómicos,
como en la historia de Alicia, o cuasi-bizantinos, como la anécdota de James.

A veces la interpretación de estas nociones confusas tiene consecuencias, por ejemplo, si


hay que administrar una ley de ayuda financiera para países democráticos, esto tiene
significación económica, militar y política. O también, cuando la Corte Suprema de
Carolina del Norte legisló que un yate no es vehículo automotor, sino una vivienda, y, por
lo mismo, debe pagar impuesto del 3% y no del 1%, como los vehículos. El legislador,
cuando, explícitamente, utiliza nociones confusas, le da al juez la posibilidad de crear
nuevos sentidos; cuando éste aplica estas nociones confusas a situaciones no previstas por
el legislador o que deben ser entendidas en función de los contextos sociales.

Vemos pues que la presencia de nociones confusas es irremediable, pero que en


determinados contextos se pueden clarificar. Vale preguntar entonces, ¿hasta dónde puede
llegar esta clarificación?. El ideal de claridad es una tesis cartesiana: la búsqueda a ultranza
de ideas claras y distintas se identifica con su proyecto filosófico. Pero la claridad y
distinción de las nociones sólo es posible en un sistema formal –funtor de verdad, en
lógica; operación adición, en aritmética; alfil, en ajedrez, etc.-

En ciertos contextos las nociones pueden ser claras o se pueden clarificar, como sucede
con el concepto uno, en aritmética, pero tan pronto como lo aplicamos a la metafísica,
dejará de tener la limpidez que tiene en la aritmética. De la misma manera, una noción
eminentemente confusa como la libertad, puede ser clarificada en un sistema jurídico,
donde se define el status de hombres libres por oposición al de los esclavos; su
clarificación será inútil en la mayoría de los casos en que la noción confusa se empleaba
antes.

Por lo demás, debe anotarse que una clarificación nueva cualquiera, en algún contexto,
aumenta la confusión de la noción porque a la confusión inicial se agregará el nuevo
sentido, del cual en adelante también deberemos tener en cuenta. Si la filosofía, como lo
piensa Perelman, es el estudio sistemático de las nociones confusas, ella podrá clarificar
nociones en ciertos contextos, pero en otros será factor perturbador, causante de confusión.

Esta confusión de las nociones las hace plásticas y maleables, y las pone al servicio de la
argumentación. Las nociones se pueden flexibilizar, para mostrar su riqueza, su
posibilidad de integrar experiencias nuevas y de adaptarse a circunstancias imprevistas; o
se puede endurecer, aún petrificar, para indicar que la noción expresa una doctrina
superada, incapaz de adaptación y de renovación. Es lo que hace, respectivamente, H.
Lefebvre con las nociones de materialismo dialéctico y de metafísica. Otra técnica
análoga que permite la confusión, es la extensión o restricción de las nociones para las
necesidades de la causa, por ejemplo, se extenderá el campo del término peyorativo
fascista para incluir a algunos adversarios, y se restringirá el término demócrata, que
representa un valor positivo, para excluirlas.

Dentro de esta maravillosa ingeniería conceptual, como algunos la llaman, existe además la
posibilidad de definiciones persuasivas. Estas se aplican a nociones que además de tener
un sentido descriptivo, tienen una fuerte coloración emotiva, positiva o negativa, que
determina su sentido emotivo. Las definiciones persuasivas son instrumentos de acción
social que utilizan el sentido emotivo, triturando su sentido conceptual para las
necesidades de la causa, como puede verse en este diálogo propuesto por Stevenson:

A: El tiene poca educación formal, como se colige de su conversación. Sus


frases son estereotipos vulgares, sus referencias históricas y literarias son
obvias, y su pensamiento carece de sutileza y sofisticación de un intelecto
educado. En definitiva, carece de cultura.
B: Parte de lo que usted dice es verdad, pero a pesar de todo, yo lo
considero un hombre de cultura sobresaliente.
A: ¿Acaso las características que menciono no son la antítesis de la cultura,
contrarias al verdadero sentido del término?
B: No. Usted está enfatizando las formas externas, la cáscara vacía de la
cultura. En su sentido verdadero y pleno la palabra cultura quiere decir
sensibilidad imaginativa y originalidad. Estas cualidades las tiene; y así,
puedo agregar con no poca humildad que tiene una cultura mucho más
profunda que muchos que han tenido las ventajas de la educación.

B tritura el sentido conceptual de la noción confusa “cultura”, conservando el significado


emotivo laudatorio, porque su objetivo no es describir el uso del término o dar una
explicación teórica, sino influir sobre los demás, proponiendo un estándar o ideal para
apreciar si una persona es culta o no.

Las definiciones persuasivas se reconocen por la presencia de las clasificaciones de “real”,


“verdadero”, “auténtico”, “genuino”, etc., como puede apreciarse en estos otros ejemplos:
la claridad, en su auténtico sentido, quiere decir, dar no sólo dinero sino comprensión; el
verdadero amor es sólo comunión de los espíritus; el coraje real es la fortaleza frente a la
adversidad pública; un estado es verdaderamente justo cuando cada ciudadano realiza en la
comunidad la función que debe cumplir por naturaleza; el socialismo es realmente una
democracia extendida al campo económico.

El análisis de las definiciones persuasivas es de gran valor porque es una de las


posibilidades de usar nociones confusas; pero la distinción que se hace entre significado
descriptivo y significado emotivo, considera las nociones en una dimensión estática: este
análisis yuxtapone dos elementos, donde el segundo, el significado emotivo, es un
elemento secundario y parásito que sirve al teórico preocupado de estudiar la complejidad
de los efectos de sentido, para corregir, a porteriori, la idea de que la significación es
esencialmente descriptiva.

Si se analiza la significación en una dimensión dinámica, en función de los usos


argumentativos de la noción, se ve que el campo de aplicación de la noción varía con estos
usos, y que la plasticidad de las nociones está ligada a ellos: “La significación emotiva
hace parte integrante de la noción; no es un agregado suplementario o parásito, extraño al
carácter simbólico del lenguaje”.

Muchos pensadores se quejarán de esta falta de transparencia y de limpidez del lenguaje


ordinario, e, incluso, tratarán de reemplazarlo por un lenguaje perfecto:

El inconveniente de esta tentativa de reducir la lengua natural a una lengua


perfecta supone que la lengua natural no tiene sino un uso, ser instrumento
de comunicación perfecta, que no da lugar a la ambigüedad, ni a la
controversia. Pero, puede decirse que el vidrio constituye un material
perfecto porque es transparente e indeformable? ¿Quién desearía
confeccionar con él camisas y pantalones? No olvidemos que la lengua
natural sirve a más de un uso y que algunos de ellos nos obligan a
separarnos de las condiciones que se imponen a una lengua artificial, como
la de la lógica formal, los lógicos y los matemáticos.

No hay que olvidar que el lenguaje ordinario no es sólo medio de comunicación (de
información), sino también instrumento de acción sobre los demás y medio de persuasión.

Cualquiera podría pensar que la indeterminación del sentido de las nociones justifica la
arbitrariedad en su definición. Pero no es así, porque no sólo se definen, sino que también
surgen discusiones sobre el verdadero sentido de las palabras; y estas discusiones serían
absurdas si las definiciones fueran arbitrarias. La definición de una noción no está inscrita
en la naturaleza de las cosas como han pensado los realistas, pero tampoco son simples
nombres arbitrarios. El lenguaje es obra humana, cuyo uso debe obedecer a ideales de
responsabilidad.

FALACIAS MATERIALES, DE RELEVANCIA,


DE ATINGENCIA, O EXTRA DICTIONEM

Estas falacias se estudiarán en relación con los esquemas argumentativos que ilustran pero
de manera irrelevante o inatingente.

Perelman y Olbrechts distinguen tres grandes clases de argumentos que establecen nexos
entre las premisas que aceptan el auditorio y la conclusión cuya adhesión busca lograr el
orador en su audiencia. Ellas son:

Argumentos cuasilógicos de la cual hacen parte aquellos que se presentan como


comparables o asimilables a razonamientos formales, lógicos o matemáticos. Su nombre ha
dado lugar a malas interpretaciones que llegan a considerarlos como argumentos lógicos o
matemáticos degradados, pero los autores del Tratado de la Argumentación sostienen
todo lo contrario:

Nuestra técnica de análisis parece dar el primado al razonamiento


formal sobre la argumentación que no sería sino una forma
aproximada e imperfecta de él. Sin embargo ese no es nuestro
pensamiento. Por el contrario, creemos que el razonamiento formal resulta
de un proceso de simplificación que no es posible sino en condiciones
particulares, en sistemas aislados y circunscritos. Pero, dada la existencia
admitida de demostraciones formales de validez reconocida, los argumentos
cuasilógicos derivan actualmente su fuerza persuasiva de su cercanía a estos
modos de razonamiento indiscutidos.

El punto es crucial porque es indiscutible que tanto histórica como lógicamente el uso de
argumentos no formales ha precedido a todo ensayo de formalización. Se puede decir que si
el ambiente natural de la argumentación –el hábitat-, es el lenguaje ordinario, es preciso
reconocer que la argumentación es anterior a la formalización, porque las lenguas naturales
no son, ni cronológica ni lógicamente, formas degradadas de las lenguas lógicas. Estas sólo
son simbolismos artificiales inmersos en las lenguas naturales que son, en fin de cuentas, el
metalenguaje de todos los lenguajes, metalenguajes y de sí misma.

Las lenguas lógicas nacen de las lenguas naturales y de ellas derivan su inteligibilidad y
eficacia.

Su inteligibilidad, porque lo cómico nos despabila y nos incita a ser más cautelosos con las
trampas y abusos que tiende y tolera el lenguaje ordinario, y además nos conduce por el
camino de la precisión y de la formalización que impiden la reproducción de situaciones
que han provocado la paradoja y la risa consecuente.

Su inteligibilidad y eficacia, porque si los sistemas deductivos y sobre todo, sus axiomas y
reglas no son evidentes, no se pueden demostrar ni verificar, ni tampoco su escogencia es
arbitraria, por lo menos se puede justificar la escogencia y las prácticas del teórico con
argumentos coherentistas, pragmáticos, estéticos, etc.

Lo anterior corrobora la tesis central de Perelman y Olbrechts, pero no su consecuencia de


que hoy los argumentos cuasilógicos derivan su fuerza del parentesco con estos modos
indiscutidos de razonamiento. La consecuencia es difícil de entender si no se parte de un
mecanismo de retroalimentación: la lógica al separarse del lenguaje ordinario se objetivó y
ahora ejerce su influjo sobre su tierra natal; quizás puede ejercer su influjo sobre ella
porque aún no le ha llegado –ni le llegará-, el corte definitivo de su cordón umbilical.

Entre los argumentos cuasilógicos tenemos la incompatibilidad, la identidad, la


transitividad, la división del todo en sus partes, la comparación, el argumento por el
sacrificio, la regla de justicia, etc.
A título ilustrativo hablaremos sólo de dos argumentos cuasilógicos los que nos permitirán
ver “en vivo” las diferencias entre razonamiento lógico-formal y argumento, ellos serán el
sorites y el dilema; al final hablaremos de argumentos ad ignorantiam que tiene que ver
con l os argumentos cuasilógicos.

El sorites o polisilogismo es un silogismo con más de dos premisas (swros quiere decir
montón), como este de Leibniz que nos cita Copi:

El alma humana es algo cuya actividad es pensar. Algo cuya actividad es


pensar, es algo cuya actividad se aprehende inmediatamente y sin ninguna
representación de partes. Algo cuya actividad se aprehende inmediatamente
y sin ninguna representación de partes es algo cuya actividad no tiene
partes. Algo cuya actividad no tiene partes es algo cuya actividad no es
movimiento. Algo cuya actividad no es movimiento no es un cuerpo. Lo que
no está en el espacio no es susceptible de movimiento. Lo que no es
susceptible de movimiento es indisoluble (porque la disolución es
movimiento de partes). Lo que es indisoluble es incorruptible. Lo que es
incorruptible es inmortal. Luego el alma humana es inmortal.

Los manuales clásicos de lógica distinguen entre sorites progresivos y regresivos, pero no
nos detendremos en esas sutilezas. Más importante nos parece destacar que formalmente
todo sorites es la aplicación general de la ley de la transitividad –ya sea bajo la forma
proposicional

((p q) & (q m) & ...) (p ...)


o bajo la forma de inclusión de clases
(A C B & B C C & ...) ....

Esto indica que desde la perspectiva de la forma lógica todo sorites es válido si la relación
que se establece entre las premisas o entre sus términos es transitiva, pero quién osará
afirmar que todo sorites como argumento –es decir con forma y contenido-, es aceptable o
relevante? El sorites de Leibniz es indiscutible, pero más discutible aún es éste que
tomamos de Lo cómico del discurso:

Los religiosos llevan una vida sobria y exenta de preocupaciones de familia.


La vida sobria y exenta de preocupaciones de familia de aptitud para los
trabajos intelectuales. La aptitud para los trabajos intelectuales de aptitud
para la enseñanza. Luego los religiosos son aptos para la enseñanza.

Es en el contenido y no en la forma donde se descubren la contingencia y lo aleatorio de


los enlaces transitivos.

El dilema ilustra de manera más espectacular aún la diferencia entre lógica formal y
argumentación. Desde el punto de vista lógico el dilema no presenta mucho interés, pero
retóricamente es quizás el más poderoso instrumento de persuasión que se haya ideado: el
dilema es una herencia de viejos tiempos cuando la lógica y la retórica estaba más
estrechamente conectadas de lo que están hoy.

El dilema es un argumento donde se examinan dos hipótesis complementarias para


concluir que, cualquiera que se escoja, conduce a una opinión o a una conducta del mismo
alcance ya sea al mismo resultado o a dos resultados del mismo valor, generalmente
desagradables, como puede verse en este de Pascal que citan Perelman-Olbrechts:

¿Qué podían hacer los judíos, sus enemigos?


Si lo reciben, lo prueban con su recepción, pues lo
reciben los depositarios de la promesa del Mesías; si lo
rechazan, lo prueban por su rechazo.

El dilema se construye para arrinconar al contrincante, pero su efecto no es tan decisivo


como podría pensar el lógico.
Frente a los dos cuernos del dilema se presentan varias posibilidades de escapar a sus
cornadas. Una de ellas consiste en meterse entre los cuernos del dilema, aduciendo que las
hipótesis complementarias no agotan el todo y, por lo mismo, que no son exhaustivas. Otra
forma consiste en agarrar al dilema por uno de sus cuernos, mostrando que la
consecuencia que saca el orador de uno de los cuernos del dilema no es aceptable y, por
consiguiente, tampoco lo es la conclusión del dilema.

Pero el procedimiento más elegante y eficaz consiste en oponerle otro dilema más
cornudo. Este procedimiento de oponer un contradilema, es decir, un dilema que utiliza
los mismos materiales que el dilema de base pero que contradice sus conclusiones, ha sido
llamado la retorsión del dilema: el dilema termina corneando a su autor; tal cosa puede
verse en la famosa corrida argumentativa que protagonizaron Protágoras y Eulato:

Protágoras hizo un trato con su discípulo que no tenía cómo pagar sus lecciones, que él las
pagaría cuando ganara el primer pleito.

Terminadas las lecciones el alumno no quería litigar y Protágoras quiere obligarlo:

Protágoras: Te haré un proceso; si l o gano, pagas


(pues es lo decidido); si lo pierdo, pagas las lecciones
(pues es lo convenido); de todas maneras debes
pagarme.
Discípulo: Si lo gano, no te pago (pues es lo decidido
por el juez); si lo pierdo no te pago las lecciones, de
cualquier forma no tengo que pagarte las lecciones.

Aquí aparece de nuevo la diferencia entre lógica y argumentación. Mientras que


formalmente ambos dilemas son válidos – el primero de la forma

((p q) & (p q)) q


y el segundo de la forma
((p ~q) & (~p ~ q)) ~ q,

argumentativamente no tienen la misma fuerza, porque obviamente el contradilema es


mucho más persuasivo.

En relación con el dilema y, de manera más general, con la división del todo en las partes,
tenemos el argumentum ad ignorantiam, que muchos califican de falacia.

Cuando hacemos una división se requiere que las partes reconstituyan el todo y que las
situaciones consideradas agoten el campo de las posibles. Si las partes o posibilidades se
limitan a dos, el argumento se presenta como una aplicación del principio del tercero
excluso: es esta situación la que da lugar al argumento ad ignorantiam, que consiste en
sostener que “una proposición es verdadera porque no se ha demostrado su falsedad, o
que es falsa porque no se ha demostrado su verdad”, como cuando se afirma que debe
haber fantasmas porque nadie ha podido demostrar que no los hay, o también que no hay
fantasmas porque nadie ha podido demostrar que sí los hay.

En estos casos hay falacia, o por lo menos, gran fragilidad en el argumento porque conduce
a una perplejidad insoluble. En realidad nuestra incapacidad para demostrar o refutar una
proposición no basta para establecer su verdad o su falsedad: considerar que la falta de
prueba o de refutación es una clase de evidencia, es trivializar, e inutilizar, la noción de
evidencia.

Sin embargo Copi, Toulmin y todos los teóricos modernos de las falacias reconocen que el
argumentum ad ignorantiam es falaz excepto en el contexto jurídico porque aquí el
principio rector es la presunción de inocencia hasta que se demuestre su culpabilidad,
pero –agrega Copi- “dado que esta posición se basa en el particular principio legal
mencionado, no refuta la afirmación de que el argumentum ad ignorantiam constituye
una falacia en todo otro contexto.
Mi reflexión subsiguiente tratará de ampliar el campo de aceptabilidad de este argumento
con la argumentación ordinaria y filosófica, y así refutar la concepción estrecha y
reduccionista de Copi: el centro de mi crítica se reduce a ampliar el campo de las
presunciones; al ampliar el campo de las presunciones, se ampliará automáticamente el
campo de aplicación razonable de este argumento.

Las presunciones son premisas de la argumentación en general. Existen en la


argumentación jurídica, pero también se dan en la argumentación ordinaria y en la
filosófica. Son presunciones comunes, por ejemplo, que “la cualidad de un acto manifiesta
la de la persona que lo realiza”, “admitimos como verdadero lo que nos dicen y lo
admitimos tanto tiempo como no tengamos razones para desconfiar”, “todo lo que se nos
comunica presumiblemente nos debe interesar”, “toda acción es sensata”, etc. De manera
más general existe la presunción de lo normal, según lo cual existe para cada categoría de
hechos y de comportamientos un aspecto considerado normal que puede servir de base a
nuestros razonamientos.

La inercia psíquica y social, la homóloga de la inercia física en las conciencias y


sociedades, funda la presunción a favor de lo normal, de lo habitual, de la opinión aceptada
o del estado de cosas existentes. Por el contrario, el cambio debe justificarse: sólo se puede
cambiar –y dudar también- cuando hay razones suficientes para hacerlo, so pena de
arbitrariedad: así como en derecho “al que afirma y no al que niega le incumbe la prueba de
los hechos”, así también en la argumentación ordinaria “a quien toma iniciativas de cambio
le incumbe el onus probandi.

Claro está que lo normal es relativo a grupos de referencia y los argumentos basados sobre
él deben tener cuenta de ello. Pero esto mismo indica precisamente que un argumento ad
ignorantiam puede ser razonable en determinado contexto y su contrario también puede
serlo en otro.

Se citan con frecuencia las siguientes falacias, como falacias ad ignorantiam: “Dios existe,
porque no se ha podido negar contundentemente su existencia; o Dios no existe porque ...”
Si no hubiera presunciones, estaríamos en un callejón sin salida, pero el primer argumento
puede ser razonable para San Anselmo, porque presume la existencia de Dios, de otra
manera no hubiera exclamado:

“Dijo el insensato en su corazón: no hay Dios!”. El segundo puede ser razonable en una
época como la nuestra, más influida por el pensamiento científico, que presume su no
existencia porque puede prescindir de esta hipótesis.

Un caso más sutil de utilización de este argumento lo encontramos en K. Popper,


Conjectures and refutations. Allí Popper analiza el status de enunciados que son
verdaderos pero no verificables y enunciados falsos pero no falsables, y nos invita a no
inferir la verdad de una teoría de su irrefutabilidad, es decir, nos invita a no utilizar
inadecuadamente un argumento ad ignorantiam; pero curiosamente nos propone
situaciones en que este argumento es utilizable razonablemente a partir de presunciones:

Ejemplos de afirmaciones existenciales irrefutables que son de gran interés


son las siguientes: “Existe una cura para el cáncer completamente eficaz, o,
de manera mas precisa, existe un compuesto químico que cura el cáncer y
no tiene efecto moral”: esta afirmación no quiere decir que tal compuesto es
conocido o que será descubierto dentro de poco tiempo.
Otros ejemplos similares son: “Existe una cura para cada enfermedad
infecciosa” y “Existe una fórmula latina que pronuncia en forma ritual cura
todas las enfermedades”.

“Esta ultima afirmación es irrefutable empíricamente pero pocos la considerarían


verdadera. Es irrefutable porque obviamente es imposible probar cada fórmula latina
concebible en combinación con todas las maneras de pronunciarla. Siempre queda la
posibilidad lógica de que pueda existir tal fórmula con los poderes curativos que se les
atribuyen”.
“Sin embargo, tenemos justificación para creer que esta afirmación existencial
irrefutable es falsa. Ciertamente no podemos probar su falsedad; pero todo lo que
sabemos sobre las enfermedades habla contra su verdad. En otras palabras, aunque no
podemos establecer su falsedad, la conjetura de que no existe tal fórmula es mucho más
razonable que la conjetura irrefutable de que tal fórmula existe”.

Los éxitos de la quimioterapia crean una presunción en su favor y otra en contra de la


búsqueda del elixir de la vida, y hacen que la primera conjetura sea más razonable que la
segunda.

Copi tratando de eludir las consecuencias de su afirmación exclusivista, nos hace nuevas
reflexiones que infirman su punto de vista:

A veces –agrega- se sostiene que el argumentum ad hominem no es falaz


cuando se lo usa en un tribunal de justicia con el propósito de arrojar dudas
sobre la declaración de un testigo. Es indudablemente cierto que puede
dudarse de la declaración de un testigo si se demuestra que es un mentiroso
y un perjuro crónico. En los casos en que esto puede demostrarse, reduce
ciertamente la confianza que puede asignarse al testimonio ofrecido. Pero si
se infiere de esto que la declaración del testigo establece la falsedad de lo
que testimonia, en vez de concluir solamente que su testimonio no establece
la verdad, entonces este razonamiento es falaz y constituye un argumentum
ad ignorantiam.

Por enésima vez Copi confunde la verdad con la aceptabilidad: es claro que la última vez
que el pastorcito mentiroso pidió auxilio, decía verdad, pero su testimonio ya no era
aceptable porque sus reiteradas mentiras habían creado una presunción en su contra. Es
claro que si el testigo ha mentido a veces, varias o muchas, su mentira crea una presunción
de mentira para futuros testimonios, lo que puede hacerlos inaceptables.
A mi parecer es así como razona Descartes cuando duda de los sentidos. No razona por
generalización indebida como lo sugería Wittgenstein –si a veces, entonces siempre, sino
como abogado que descalifica a sus testigos –los sentidos-, porque a veces le han mentido.
No hay duda que en esta crítica filosófica, Descartes abusaba del argumento ad
ignorantiam, porque, como lo demostró Wittgenstein, en otra obra, una duda que duda de
todo no es razonable, ni es duda. Pero creo que hay otra interpretación posible de la duda,
de la que hablaré en otra ocasión...

Sin embargo Copi no termina de darnos contraejemplos contra su tesis. Al finalizar su


reflexión sobre la falacia de ignorancia, concluye:

En ciertas circunstancias puede afirmarse con seguridad que si ha


ocurrido cierto acontecimiento, hay investigadores calificados que pueden
descubrir pruebas del mismo. En tales circunstancias es perfectamente
razonable tomar la ausencia de pruebas como pruebas como prueba
positiva de que no se ha producido. Claro está que esta prueba no se basa
en nuestra ignorancia, sino en nuestro conocimiento de que si hubiera
ocurrido lo sabíamos. Si la F.B.I. consigue aportar pruebas de que x no es
comunista, sería erróneo decir que la investigación no aportó ningún
conocimiento. Al contrario, ha establecido que x no es comunista. No sacar
tales conclusiones constituye el reverso de la moneda falsa que es la
insinuación maliciosa, como cuando alguien dice que “no hay pruebas de
que x sea un pillo”. En ciertos casos, no sacar una conclusión es tanto
una validación del razonamiento correcto como sacar una conclusión
equivocada.

Copi tiene razón. Bajo vestidos pudorosos podemos insinuar lo que negamos, como cuando
Nixon en su campaña por la gobernación de California, negando que Brown, el gobernador,
fuera comunista, expandía el rumor contrario. Igualmente es cierto que si el F.B.I. no ha
demostrado que x es comunista, x no lo es. Pero en este último caso la conclusión “es
perfectamente razonable” porque el F.B.I goza de esa presunción de “conocimiento” que
todos le concedemos: asunto que investiga y lo resuelve... mientras se demuestra lo
contrario.

ARGUMENTOS FUNDADOS SOBRE LA ESTRUCTURA DE LO REAL

Estos argumentos se sirven de la estructura de lo real para establecer una solidaridad entre
juicios admitidos y otros que buscamos que acepte el auditorio.
Existen dos grandes grupos que se forman de acuerdo con los nexos de sucesión y los
nexos de coexistencia.

Los primeros unen un fenómeno a sus consecuencias o a sus causas; aquí tenemos el enlace
causal, la relación medios-fines, el argumento pragmático, etc.

Cuando argumentamos por el lazo causal pueden presentarse tres tipos de casos: dado un
acontecimiento, buscar la causa que lo ha determinado, o dado un acontecimiento mostrar
el efecto que debe resultar, o dados dos acontecimientos sucesivos unirlos mediante un lazo
causal.

Argumentando a partir de estas tres posibilidades podemos incurrir en falacias de la falsa


causa que son de dos tipos:

1. Non causa pro causa que consiste en tomar erróneamente como causa de
un efecto lo que no es su causa real.

No es fácil determinar el nexo causal entre dos acontecimientos o la causa de uno de ellos.
En esto están de acuerdo Toulmin y Copi, porque las teorías y explicaciones sobre la
causalidad en ciencias naturales y sociales son muy complicadas y hay una montaña de
literatura sobre la causalidad en filosofía de la ciencia que atestiguan las múltiples
dificultades que rodean este concepto, en efecto, el problema central de la llamada “lógica”
inductiva consiste en la caracterización del razonamiento bueno o correcto en lo relativo a
conexiones causales. Si esto es así, también será difícil y complicado determinar si un
argumento que emplea este nexo es falaz, o no.

Incluso, agrega Toulmin, en los casos más obvios no toda atribución falsa de causalidad es
falaz, por ejemplo aceptar que los gusanos se generan espontáneamente en la materia
podrida, como lo pensaron Alberto Magno y Francisco Bacon. Acusar a Alberto Magno de
falacia por esto sería como acusarlo de falacia por haber aceptado el sistema geocéntrico.
En realidad en uno y otro caso él no disponía de una explicación, alternativa para salvar las
apariencias. La falacia de la falsa causa sólo se da cuando el orador es responsable de su
falta de información sobre el asunto.

Hay, sin embargo situaciones en que la falacia es obvia. Es lo que sucede, con más
frecuencia de lo que se cree, con las correlaciones estadísticas. Existe toda una técnica para
mentir con estadísticas, como puede verse en este ejemplo tomado de Toulmin.

Los tests de inteligencia muestran si un estudiante tienen lo que necesita para


lograr el éxito en la educación, porque se han descubierto fuertes
correlaciones estadísticas entre buenos resultados en los tests de inteligencia
en la escuela secundaria y el desempeño posterior en la universidad, y además
estas correlaciones estadísticas son causalmente significativas.

El último enunciado del argumento (la correlación estadística) es difícil de aceptar si no hay
más investigación de detalle para este caso particular: “el razonamiento estadístico está
llano de trampas. El puede probar, por ejemplo, que es posible correlacionar el éxito en la
universidad con los cereales que el estudiante come al desayuno o aún con la comida que la
madre le dio cuando era bebé... Pero veremos con sospecha tales descubrimientos tanto
tiempo como se sustenten sólo sobre evidencias estadísticas.

Evidentemente la relevancia causal de consideraciones estadísticas se debe establecer


mediante otros argumentos... Hay, en todo caso, una última dificultad, porque puede ser
que “el éxito en los tests de inteligencia en la escuela no sea, en parte, causa del “éxito en
los estudios universitarios”. ¿Qué sucede, por ejemplo, con aquellos que hacen buenos
tests y que son preferidos por las instituciones universitarias precisamente porque hacen
buenos tests? En este caso las correlaciones estadísticas no están midiendo la inteligencia
sino dando una justificación para preservar la estructura de nuestras instituciones. En este
caso, el argumento no ilustrará más la falacia de la falsa ciencia; más bien hay que
considerarla como una profecía autoverificante”

Esta inversión del lazo causal que irónicamente hace Toulmin se ve aún mejor en esta
caricatura de la argumentación por la causa tomada del Quijote; en el episodio en que el
héroe cuenta los encantos que sufrió en la cueva de Montesinos, Sancho, incrédulo,
exclama:

¡Oh santo Dios!... ¿Es posible que tal hay en el mundo y que tengan en él
tanta fuerza los encantadores y encantamientos que hayan trocado el buen
juicio de mi señor en una disparatada locura? ¡Oh señor, señor, por quien
Dios es que vuesa merced mire por sí, y vuelva por su honra, y no de
crédito a esas vaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido!.

Aquí se prueba un acontecimiento por la causa y recíprocamente: un argumento pragmático


que juzga la potencia de la causa por sus efectos, doblado de un juicio sobre el indicio que
curiosamente pone en duda la realidad misma de esta causa.

2. La otra falacia del lazo causal es un caso particular de la anterior y ha sido bautizada
como post hocergo propter hoc: un acontecimiento es causa de otro porque el primero es
anterior al segundo; si A ocurre después de B, entonces B es la causa de A. Esta forma de
argumentar es falaz porque la sucesión temporal no es fundamento suficiente para afirmar
un lazo causal, ya que en éste hay más: es probablemente falaz decir que z tuvo un ataque
nervioso porque hubo cambio de luna, aunque no estoy seguro de que sea falaz, afirmar que
x ha tenido un cambio de humor porque varió la presión atmosférica.
Lo cierto del caso es que casi todas nuestras supersticiones y credulidades cometen esta
falacia:
- Un gato se atravesó en el camino y luego tuvimos un accidente.
- Se me quebró el espejo, luego llegó la mala suerte.
- Vi una mariposa negra y....
- Pasé por debajo de una escalera...
- x sufría de un fuerte resfriado, bebió un frasco de una cocción de hierba secreta y dos
semanas después se curó!
- Las reses tenían gusanos, el curandero las “rezó” y tres semanas después salieron los
gusanos... como por arte de magia.

Lo cómico evidencia la falacia como puede verse en este argumento irrefutable:

- El nativo pretende que el sol reaparece después de un eclipse porque ha hecho sonar los
tambores, dice x.
- Y tiene toda la razón, contesta y. Siempre ha sucedido: no has hecho tú la experiencia?

Recuerdo una historieta de tiras cómicas en que una bruja sensata recomienda a su paciente
desafiar las supersticiones, por ejemplo, la de pasar por debajo de una escalera, y así se
cubriría de oro; el personaje lo hizo y recibió en su cuerpo un baño de pintura dorada...

Los nexos de coexistencia, cuyo prototipo es la relación entre la persona y sus actos, unen
dos realidades de nivel desigual, pues una de ellas es más fundamental y explicativa que la
otra. La construcción de la persona humana y la oposición a sus actos depende de la
distinción entre lo que se considera importante, natural, propio al ser del que se habla, y lo
que se considera transitorio y manifestación exterior del sujeto. Este lazo entre la persona y
sus actos no es necesario y no posee la estabilidad que existe entre un objeto y sus
cualidades: la repetición de un acto puede ocasionar la reconstrucción de la persona o la
adhesión reforzada a la construcción anterior. La precariedad de la relación determina una
interacción constante entre el acto y la persona.
A veces la influencia de la persona sobre la manera de acoger sus actos se ejerce a través
del prestigio, que es la cualidad de aquellos que crean en los demás la propensión a
imitarlo; de allí la importancia del argumento de autoridad – argumentum ad
vrrecundiam-, donde el prestigio de una persona o grupo se utiliza para lograr que se
admita una tesis.

Este argumento ha sido considerado falaz y fue criticado acerbamente por filósofos y
pensadores de los siglos XVII y XVIII, que reaccionaron contra su abuso y contra la
concepción paternalista que considera que el hombre es un niño que jamás llegará a ser
adulto y que dependerá durante toda su vida, en todos los dominios, de numerosas
autoridades. Pero esta fue una reacción contra el abuso del argumento de autoridad. Hay,
sin embargo, situaciones en que el uso de este argumento es normal: en primer lugar, es
ineludible recurrir a él en el proceso de aprendizaje, ya sea cuando nos iniciamos en las
primeras letras, ya sea cuando nos iniciamos en un campo del saber especializado. Es
curioso ver que el pensamiento crítico comienza a ejercerse en el niño – y con frecuencia en
el adulto, cuando se presenta un conflicto entre las autoridades reconocidas.

En segundo lugar, en las controversias cuando se ataca el argumento de autoridad, lo más


frecuente es que se ataque no el argumento como tal sino la autoridad invocada. Estas
pueden ser muy variadas; pueden ser “personas” (Darwin, Marx, los sabios, los filósofos),
pero también puede ser impersonales, como la ciencia, la experiencia, la opinión común o
el consentimiento universal.

Por último, aunque los escolásticos consideran que el argumento de autoridad es el más
débil de todos, a veces la autoridad epistemológica tiene un peso mayor que muchas otras
razones, como puede verse en esta simpática anécdota que cuenta Bochenski:

Cuando me hallaba en la escuela de pilotos, tuve que planear un vuelo más


largo (300Hm). Esto supone diversos conocimientos y cálculos bastante
complicados. Los realicé a conciencia lo mejor que pude, los estudié y
llegué a esta conclusión: volaré a 9.500 pies a través del punto A y después
hacia B. Mis ideas fundamentales me parecieron sin fallas y correctas. Pero
después me dio mi maestro el profesor de vuelo: “!Eso es absurdo! No vuele
tan alto; es suficiente 5.500, y no a través de A-B sino de C-D, ¿por qué? Le
pregunté. No me dio respuesta alguna, sino que subió a su avión y
emprendió el vuelo.

Los fundamentos para invocar el argumento de autoridad son variados, pueden ser la
tradición, la antigüedad, la universalidad; en nuestra época el más utilizado es la
competencia, debido a la superespecialización de los conocimientos. Esto explica que “la
mayor parte del saber en la época actual, se funda en la autoridad epistemológica”.

“La proposición vale, desde luego, tanto para la vida cotidiana como en lo
que a la ciencia se refiere. En la primera empleamos constantemente los
resultados de la investigación científica, sobre los que no tenemos idea
alguna. Todos nosotros sabemos, por ejemplo, dónde se encuentran las islas
Hawai, que hay nueve planetas, que existen las ondas hertzianas, y miles de
cosas parecidas, que nos comunican autorizadamente los científicos, o mejor
aún, los difusores de los resultados de la ciencia. Sería un error, sin
embargo, creer que la misma investigación científica escapa a esa autoridad.
Sin duda que cuando alguien investiga en un ámbito perfectamente definido
y delimitado, intenta en la medida de lo posible experimentar y calcular por
su propia cuenta. Pero siempre utiliza un gran número de resultados que
otros han establecido con anterioridad. Y estos resultados se aceptan porque
han sido promocionados por unas determinadas autoridades. En este aspecto
la diferencia entre el saber científico y la vida cotidiana consiste tal vez en
que aquel suele analizar con mayor precisión lo que es una autoridad y lo
que no lo es; pero también la ciencia se apoya en la autoridad”.

La autoridad se emplea para apoyar otros argumentos. Pero se vuelve falaz cuando se
invoca como última palabra, frente a evidencias más relevantes. Es lo que sucedió con
algunos científicos aristotélicos que se rehusaron a mirar por el telescopio de Galileo,
convencidos de que la opinión de Aristóteles no podía ser errónea y que ninguna
observación podría contradecirla.

No estamos lejos de lo cómico del argumento de autoridad, como puede verse en esta
historia.

Mamita, pregunta una niña de dos años, ¿cómo sabía la princesa Diana que
iba a tener un hijo?
Antes que la mamá pueda contestar, la hermanita de cinco años se adelanta:
Ella sabe leer, ¿no es cierto? La noticia se encontraba en todos los
periódicos.

ARGUMENTOS QUE FUNDAN LA ESTRUCTURA DE LO REAL

Estos argumentos estructuran la realidad mediante el recurso al caso particular –ejemplo,


ilustración, contraejemplo, modelo y antimodelo; o por el recurso a la analogía. Para
nuestro estudio sólo interesan los tres primeros argumentos.

En el primer caso, el ejemplo, se parte de la situación particular para fundar la regla o


generalización. En el segundo, la ilustración, se parte de la regla conocida y admitida
para llegar a los casos particulares, que tienen por objeto reforzar la adhesión a la regla y
corroborarla, mostrando su interés y la variedad de aplicaciones posibles. La
argumentación por el ejemplo supone un acuerdo previo sobre la posibilidad de una
generalización a partir de casos particulares o por lo menos sobre los efectos de la inercia
psíquicosocial. Su empleo es frecuente en las ciencias y en derecho: “en ciencias, los casos
particulares son tratados, o como ejemplos que deben conducir a la formulación de una ley
o a la determinación de una estructura, o como muestras, es decir, ilustración de una ley o
de una estructura reconocidas. En derecho, invocar el precedente, es tratarlo como ejemplo
que funda una regla nueva, por lo menos bajo algunos aspectos.”
Mientras que en el argumento por el ejemplo, el ejemplo invocado deberá gozar del status
de un hecho, deberá ser indiscutible, la ilustración, de la cual depende la adhesión a la
regla, puede ser más dudosa, pero debe golpear de manera más viva la imaginación para
que se imponga a la atención, porque lo que se busca con ella es aumentar la sensación de
presencia.

El contraejemplo – caso invalidante o exemplum in contarium – impide una


generalización indebida, mostrando que es incompatible con él e indica en qué sentido esta
permitida la generalización.

Este argumento, como la ilustración – supone que ya se ha efectuado la generalización y se


dispone de una regla, pero la ilustración inadecuada no produce el mismo efecto que el
contraejemplo; éste pone en discusión el enunciado de la regla por la incompatibilidad que
plantea, mientras que en la ilustración inadecuada, puesto que la regla no se discute, el
efecto repercute más que todo sobre el que la emplea y testimonia de su incomprensión, de
su desconocimiento del alcance de la regla.

Cuando generalizamos de manera indebida, ilustramos de manera adecuada o desafiamos el


contraejemplo, incurrimos en falacias; la generalización precipitada, falacia del
accidente y desafío al contraejemplo.

GENERALIZACIÓN PRECIPITADA (O DEL ACCIDENTE CONVERSO)

Esta falacia se comete cuando se generaliza a partir de muy pocas instancias particulares
o de ejemplos atípicos, como se colige claramente de estas ilustraciones que da Copi:
considerando el valor que tienen ciertas drogas para aliviar los dolores de una persona
seriamente enferma, más de uno puede concluir que debe darse libertad a todos para
consumir narcóticos; partiendo del efecto que el alcohol produce sobre los que se exceden,
se puede concluir que todo licor es dañino y exigir que la ley prohíba su uso.
Lo cómico de la generalización apresurada nos recuerda la extravagancia de ciertos
comportamientos generalizantes, como se da en el caso del yankiee que al ser recibido en el
aeropuerto El Dorado por una pelirroja colombiana,, exclamó: “todos los colombianos son
pelirrojos”. Pero puede apreciar mejor a aún en esta historia irónica que oí recientemente
en la radio. El autor pretendía poder programar al perfecto hombre latinoamericano: con la
inteligencia del venezolano, la modestia del argentino, la belleza del ecuatoriano y la
honradez del colombiano!.

La falacia del accidente – llamada también a dicto simpliciter ad dictum secundum quid,
se da cuando ilustramos inadecuadamente por desconocimiento de la regla o por
incapacidad para reconocer su alcance, porque no nos damos cuenta de que las máximas
ordinarias están sujetas a excepciones y que las circunstancias matizan, y a veces alteran, la
aplicación de la regla.

Latón en La República propone un caso en que la regla general “Uno debe pagar las deudas
y devolver lo que se le a confiado” de la siguiente manera:

Supón que un amigo cuando estaba en sus cabales me ha entregado armas


para guardárselas y me las pide cuando ha perdido su razón. ¿debo
devolvérselas?
Nadie dirá que debo hacerlo, ni que si lo hago, he obrado correctamente.

Algunos ejemplos de esta falacia no son sino chistes, agrega Copi, con mucha
clarividencia: los chistes muestran a lo vivo las formas inadecuadas o irrelevantes de este
argumento:

Hay que respetar a sus padres. Si uno de ellos te grita...


Hay que responderles más fuerte.

Todos conocemos la historia del abogado que terminaba sus peroratas invocando su “clisé”:
in dubio pro reo; pero pocos conocen el cuento de la policía secreta que descubrió a los
espías en las eternas reuniones del congreso del partido, repitiendo la sabia máxima del
camarada Lenin: el enemigo no duerme.

Para evitar esta falacia y todas las demás, ha que velar, y aquí –contra lo que pasa en la
duda escéptica- nunca estamos seguros de velar adecuadamente. Nunca estamos seguros de
estar despiertos o dormidos...!

El desafío al contraejemplo se da cuando nos obstinamos en favor de la regla. El caso


invalidante y su incompatibilidad con la regla obliga a meditar sobre ella. Lo cómico
resalta esta incompatibilidad y la necesidad de un replanteamiento, que de no hacerse,
provoca el ridículo, como lo ilustra Moliere en el Señor de Pourceaugnac.

El razonamiento que habéis hecho sobre el asunto es tan docto y tan bello
que es imposible que él no esté loco y melancólico hipocondríaco; y aunque
no lo estuviera, sería preciso que se volviera, por la belleza de las cosas que
habéis dicho, y la justeza de los razonamientos que habéis hecho.

Esta falacia –llamada por Toulmin envenenamiento de los manantiales-, es característica


de los dogmatismos reforzados, que son teorías explicativas de todo, incluso de la
incredulidad de los incrédulos que no creen en ella!.
CONCLUSIÓN

A manera de conclusión estudiaremos el denominado argumento baculino –argumentum


ad baculum- que consiste en apelar a la fuerza o a la amenaza de la fuerza para provocar
la aceptación de una conclusión. ¿Pero será una falacia, es decir, un argumento?

Todos los teóricos de las falacias están dispuestos a conceder que sólo se recurre a la fuerza
cuando los argumentos han fracasado y que el recurso a ella produce sumisión pero no
persuasión.

También la teoría de la argumentación piensa lo mismo. Esta teoría sólo estudia técnicas
discursivas que producen o acrecientan la adhesión. Las acciones no discursivas pueden
ser tan eficaces o más que las discursivas, pero ellas desbordan el campo de la
argumentación, por ejemplo, la pistola en la nuca, la caricia o la cachetada, o la predicación
con el ejemplo. La argumentación sólo se interesa por ellas cuando, gracias al lenguaje se
les pone de relieve, recurriendo, por ejemplo, a promesas o a amenazas. Pero ¿entonces las
amenazas son argumentos?.

No exactamente. La teoría argumentativa se interesa por las promesas, órdenes y amenazas


porque pueden ser elementos coadyuvantes en una argumentación, no porque sean en sí
argumentos.

Pero hay algo más; el uso de la argumentación implica que se ha renunciado a recurrir
únicamente a la fuerza y que se aprecia su adhesión obtenida por el recurso a la persuasión
razonada. Toda argumentación supone una comunidad de espíritus y mientras dura excluye
la violencia. Toda justificación, dice Dupréel, es por esencia un acto moderador. La
argumentación, mientras se desarrolla excluye la violencia, pero no ignora su existencia en
las relaciones humanas.
En realidad, como lo piensa Dupréel, las relaciones humanas son un tramado de relaciones
violentas, de transacciones comerciales y de persuasión, donde con frecuencia, prima
uno de estos tres elementos. Cuando prima el elemento persuasivo, hablamos de
argumentación. Cuando prima el elemento violento hablamos de dominación o de algo por
el estilo, como puede verse en este intercambio cuasi hegeliano que se da en el “Dialogo
pesimista entre el amo y el esclavo”.

“Escúchame esclavo”. “Aquí estoy mi señor, aquí estoy”. “Quiero amar a


una mujer”. “Ama, mi señor, ama. El hombre que a ama a una mujer olvida
penas y sufrimientos”. “No esclavo, no quiero amar a una mujer”. “No
ames mi señor, no ames. La mujer es un hoyo, un pozo, una zanja: la mujer
es daga de hierro, una daga filosa y corta tu garganta”.
“Escúchame esclavo”. “Aquí me tienes, mi señor, aquí me tienes”. “Rápido,
ve en busca de agua y derrámala sobre mis manos. Quiero ofrecer un
sacrificio a mi dios”. “Hazlo mi señor, hazlo. El hombre que ofrece un
sacrificio a su dios tiene un corazón jubiloso”.
“No, esclavo, no quiero ofrecer un sacrificio a mi dios”. “No lo ofrezcas,
mi señor, no lo ofrezcas. Así le enseñaré al dios a trotar detrás de ti como
un perro”.
“Entonces, qué es bueno?. “Torcer mi cuello y el tuyo
y ser arrojados al río. Eso es bueno.
Quién es tan grande como para ascender a los cielos...?
“No, esclavo, te mataré y te arrojaré lejos”.
“Entonces, mi señor, ¿podrías vivir siquiera tres días más?”.

Es obvio que algo de argumentativo hay en este intercambio: L. Fernández conjetura que la
respuesta que clausura el poema deja sospechar que el esclavo es la personificación de una
razón que, aunque débil, limitada e insegura, es lo único que hace posible la vida del
hombre. Pero también me parece obvio que la razón argumentativa del esclavo es un
simple instrumento al servicio de la relación de violencia que se da entre el amo y el
esclavo.
Me parece que otra cosa es lo que sucede en el diálogo entre Edipo y Creonte -de Edipo
Rey-, del que transcribo algunos pasajes:

Creonte- ¿Qué quieres, pues? ¿Desterrarme del reino?


Edipo- No, sino que mueras; no quiero que te escapes.
Creonte- Siempre que me convenzas de la razón de tu odio.
Edipo- ¿Qué dices? ¿Que no te vas a conformar ni a obedecer?
Creonte – No veo que estés en tu cabal juicio.
Edipo – Lo estoy para mí.
Creonte- Pues menester es que también lo estés para mí
Edipo –Pero tú eres un traidor
Creonte - ¿Y si estuvieras mal informado?
Edipo – De todos modos, menester es que me obedezcas.
Creonte – No ciertamente, si tu orden es injusta.
Edipo – ¡Oh Tebas, Tebas!
Creonte – También puedo yo invocar a Tebas: no tú solo

Aunque la violencia también está a la mano de Creonte, la depone provisionalmente


pidiendo razones, justificaciones.

Algunos, quizás muchos, dirán que el recurso a la argumentación no es sino una ficción, un
camuflaje de la violencia: la argumentación sólo existe en apariencia, ya porque el orador
impone al auditorio la obligación de escucharlo, ya sea porque el auditorio sólo simula
escuchar. En ambos casos la argumentación sólo seria un engaño; en el primero, una
forma de coerción, en el segundo un signo de “buena voluntad” o “tolerancia”. Tal opinión
es factible y a veces real, pero ella es comprensible y razonable sólo si por lo menos en
ciertos casos hay persuasión verdadera. De la misma manera los argumentos falaces
circulan porque circulan también los legítimos.... De otra forma no tendrían sentido....

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