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El multiculturalismo entre el liberalismo y el comunitarismo

En procura de claves que nos ayuden a esclarecer la dialéctica en juego, pasaremos ahora
del multiculturalismo entendido como ideología política o educativa, al multiculturalismo
comprendido como corriente en la filosofía política actúa. Simplificando al máximo el
mapa, podemos distinguir tres tendencias en la filosofía multiculturalita, a saber: la
comunitarista, la liberal y la republicana. La primera, sustentada por Charles Taylor en su
opúsculo ya clásico El multiculturalismo y la política del reconocimiento, ha sido seguida
en América Latina, con las variantes del caso, por el mexicano Luis Villoro y el
colombiano Carlos B. Gutiérrez. La liberal expuesta por Will Kymlicka en Ciudadanía
multicultura, también con sus propias versiones, ha encontrado voceros latinoamericanos en
Fernando Salmerón y Ernesto Garzón. Por su lado, el multiculturalismo republicano se
inspira en Esferas de la justicia y otras obras de Michael Walzer, y halla en León Olivé y
Francisco Colom algunas de sus expresiones en lengua española. Pero es oportuno que
situemos esta discusión en el contexto de la reflexión política actual. Como se sabe, esta
escena ha sido dominada por John Rawls desde 1971, año de la publicación de Teoría de la
justicia. Con base en una reconstrucción analítica del contractualismo de Rousseau y Kant,
el autor estadounidense postula una situación original hipotética donde los agentes
acuerdan, con plena imparcialidad, los fundamentos de una sociedad justa. En procura de
combinar los criterios de libertad e igualdad, Rawls formula como principios de justicia,
primero, el derecho de todos los ciudadanos al igual disfrute de las libertades básicas y, en
segundo lugar, que las desigualdades económicas sean compatibles con la igualdad de
oportunidades en la provisión de los cargos públicos y con la inversión prioritaria en los
sectores más necesitados. De la vigencia de estos principios se deriva la posesión de unos
bienes sociales básicos, tales como las libertades jurídicas y políticas funda mentales, la
propiedad privada y la satisfacción de las necesidades materiales y culturales propias de la
evolución social y, en general, las condiciones de lo que Rawls denomina las bases de la
propia estima, del respeto y de la dignidad personales. Por lo menos dos supuestos
rawlsianos impiden una aplicación mecánica de sus tesis en situaciones como la nuestra. El
primero atañe a la exigencia (principio cero) de que los ciudadanos cuenten de antemano
con los recursos económicos mínimos para sobrevivir. Donde existe hambre, los actores
sociales no pueden ni siquiera imaginar las libertades políticas. El segundo concierne
directamente a nuestro asunto, pues la conformación de la cultura política liberal común, al
parecer, oculta las diferencias culturales entre los ciudadanos. En relación con el tema que
nos ocupa, el canadiense Charles Taylor, a partir de las tesis del joven Hegel sobre la
dialéctica del reconocimiento, fustiga al liberalismo ciego a las diferencias culturales
(liberalismo, según la nomenclatura de Walzer23) y auspicia un orden institucional
(liberalismo 2), que fomente la identidad cultural de sus miembros, como factor indelegable
de la ciudadanía política. Si el régimen no brinda oportunidades para que los miembros de
las minorías étnicas cultiven sus tradiciones y hábitos de vida, les niega las condiciones
básicas para su auto-estima como ciudadanos. Trasladado a la educación, este llamado
coincide con el movimiento hacia una escuela multicultural que brinde a los estudiantes la
oportunidad de recrear sus identidades culturales y de género particulares. Mientras el
énfasis de Taylor estriba en el valor de la pertenencia comunitaria, la visión del también
canadiense Kymlicka consiste en mostrar que la opción multiculturalita se puede derivar
consecuentemente del individualismo liberal. En efecto, la libertad de elección sólo es
posible si el individuo cuenta con el bagaje de opciones contenido en su herencia cultural.
Por tanto, la democracia debe proteger las fuentes ancestrales sin las cuales el libre arbitrio
quedaría vacío, pero siempre y cuando no se desconozcan los derechos humanos
fundamentales. En la aplicación de su modelo multiculturalita, Kymlicha distingue tres
situaciones que exigen tratamiento diferenciado. En primer lugar, se encuentran países
multinacionales, donde la mejor estrategia es, sin duda, el federalismo, o incluso, la
secesión. Por otro lado, hallamos naciones con minorías étnicas concentradas
territorialmente, que exigen códigos diferenciados para garantizar los derechos de esos
grupos frente a la cultura mayoritaria. Por último, en las sociedades propiamente
multiculturales, donde se mezclan individuos provenientes de diversos universos culturales,
la alternativa consiste en buscar el mejor equilibrio posible entre el apoyo a las identidades
culturales, el fomento de la cultura nacional general y la promoción de la cultura política
común. A pesar de sus acentos divergentes en la comunidad o en el individuo, lo cierto es
que ambas vertientes descritas del multiculturalismo filosófico, consideran que el límite del
reconocimiento a las diferencias culturales reside en el respeto a los derechos humanos
fundamentales. Taylor tiene muy claro que se trata de ampliar la democracia con las
diferencias culturales, no de ignorarla a nombre de una tolerancia cultural mal entendida. El
problema consiste en que al aceptar el orden normativo de la democracia liberal, tanto él
como Kymlicka parecen admitir las prevenciones ya reseñadas de los críticos radicales. En
cualquiera de las dos versiones, el multiculturalismo operaría como una ideología de
recambio de sistemas internacionales y nacionales de dominación económica y cultural.

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