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Las comunidades étnicas han sido históricamente abandonadas por los Estados
en su intento de alcanzar el máximo grado de desarrollo. Los procesos de
conquista y colonización generaron la creencia equivocada según la cual estos
pueblos debían ser controlados y reducidos. Durante varios siglos se les fueron
negados sus derechos y sus territorios explotados para extraer recursos naturales;
actividad que degrada sus creencias y mutila, en la mayoría de veces, su
cosmovisión y maneras de aprehender el mundo.
Desde 1994 cuando comenzó a operar esta figura, se han desarrollado 118
consultas previas. En la práctica, sin embargo, con contadas excepciones, la
mayoría han sido una farsa en el mejor de los casos, y una fuente de conflictos y
violencia en los demás.1 El choque de intereses surge porque muchos
megaproyectos –de infraestructura, de minería, de energía- que son estratégicos
para el desarrollo económico del país son vistos con razón por las comunidades
que habitan los territorios donde se adelantarán como una amenaza a su identidad
cultural y al equilibrio ambiental. Y aunque siempre ha generado mucho conflicto,
en los últimos años la consulta previa ha chocado de frente con la política de
confianza inversionista de Uribe y con el modelo de desarrollo agroindustrial de
grandes monocultivos como los de la palma.
Para alcanzar ese sueño, el presidente Juan Manuel Santos propuso lo que llamó
cinco locomotoras (rumbo que toma la economía colombiana), para el desarrollo,
con las que incrementaría el crecimiento económico y reduciría la pobreza, la
indigencia y la tasa de desempleo (DNP, 2011: 20-21), según sus pronósticos.
Lograr estos resultados dependería de aprovechar los recursos naturales, tanto
los renovables, como los no renovables, que existen especialmente en territorios
de los pueblos indígenas y de las comunidades afrodescendientes.
Ahí empieza a generarse el debate: esta última condición implica que es
obligatoria la consulta previa a estos pueblos acerca de los proyectos que surjan
en esa perspectiva. La consulta previa se orienta a proteger la armonía con los
demás derechos de estos pueblos, en especial, el derecho a la autonomía, al
territorio, a los recursos naturales y al desarrollo propio, que poseen estas
colectividades.