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Esta tesis expone la vida moral como conversión, desde el principio Dios padre, siempre está
en constante comunicación con su pueblo; Por esto, llama a los pecadores a la conversión,
revelando a Dios como misericordioso.
Todos pueden estar junto a Él, pero cada uno se encarga de ser quien lo conquiste, a partir de
un cambio interno total (desde la mente al corazón). Esta intervención libre a nuestras vidas
permite una transformación en nuestra misma existencia. Es la vida nueva a la que Dios nos
llama a encaminarnos, descubriendo y aceptando su evangelio. El convertido deja todo su
pasado para volverse a Dios como realidad acogiéndolo como sentido de existencia. La
conversión significa el nuevo nacimiento del ser, una realidad personal, es la opción
fundamental por Dios que nace de lo profundo de nuestro corazón, de igual manera la
conversión nos lleva a obtener el perdón total de Dios padre, porque es dejar todo cuanto nos
aleja de Él, por ende, permite que Dios sea quien le dé la confianza que necesita y deja de
lado una auto seguridad.
El tema, pues, afecta ciertamente a la intimidad de la conciencia personal, pero afecta también
a la realidad concreta de los comportamientos y a la dimensión social de la vida. Una pregunta
que brota a partir de múltiples experiencias de dolor: la división y oposición entre una persona
y otra, lo mismo que la división y dispersión interior; el sentido de la lejanía de Dios, incluso
para la persona creyente, y que no es sino nuestra lejanía de él, como ruptura entre vida y fe.
También en el recuerdo de Israel el encuentro con el Señor cercano y salvador se vive como
experiencia de conversión: la salida de Egipto (Ex 12-18) es experiencia de cambio de lugar y
de perspectiva de existencia, de éxodo, de conversión.
2.2. Profetas
Quizá no sea casual que el verbo §úb y sus derivados aparezcan la mayor parte de las veces
en los escritos proféticos (sobre todo en Jeremías) y también en el Génesis, en 1Reyes y en
los Salmos. El verbo indica un cambio que en su sentido original es movimiento espacial (el
retorno del exilio está indicado con este término). Y precisamente este significado de
movimiento se usa con valor simbólico: dirigirse a los ídolos es signo de distanciamiento de
Dios, de apostasía; la conversión a Dios es dirigirse a Él, "retornar" (cf Os 6,1-6; Jer 3,12-13).
Asumiendo un significado ético y religioso, el término indica la dimensión interior de la
existencia humana; hace referencia al corazón de la persona; habla del cambio de todo el ser
humano, un cambio global de dirección en la conducción de la propia vida.
Con estas dos posturas domina la idea de una relación que hay que restablecer. La crítica
profética a la forma de penitencia exclusivamente cultual-ritual la motiva su falta de interioridad
en el corazón del hombre: Dios quiere fidelidad y piedad, experiencia y conocimiento de él, no
"obras" externas de penitencia (Os 6,1-3; Is 58,5-7). De este modo los profetas indican tanto el
aspecto interior de la conversión (confianza-obediencia-fidelidad) como el aspecto personal
del pecado y de la vuelta a Dios: "No se apoyarán en quien les ha confundido, sino que se
apoyarán en el Señor, el santo de Israel, con lealtad" (Is 10,20).
Con lo anterior, lo que quiere dejar entendido es que el pecado aleja a Dios porque no afecta
sólo a una acción individual del hombre, sino a la orientación de su vida, lo que él busca y
aquello en lo que confía, en lo que se apoya para vivir. Al mismo tiempo los profetas reclaman
también la dimensión social del pecado en sus consecuencias inmediatas y en la solidaridad
en el mal, que llega hasta la estructuración pecaminosa de la vida en común (cf Am 6,1-7; Is
2,1-20; Ez 22,27-31).
2.3. En Jesucristo
La conversión es un cambio profundo de la mente y del corazón. El que se convierte se da
cuenta de que algo debe cambiar en su vida.
La predicación pública de Nuestro Señor Jesucristo empezó con una llamada a la conversión:
“se han cumplido los tiempos y se acerca el Reino de Dios; convertíos y creed en la Buena
Nueva” (Mc. 1, 15) Más adelante irá explicando las características del Reino, pero desde un
principio se advierte que hace falta una postura nueva de la mente para poder entender el
mensaje de salvación.
También en el evangelio hay que fijarse cuando Jesús pone a los niños como ejemplo de la
meta a que hay que llegar. Hay que “hacerse como niños” o “nacer de nuevo”, como dirá a
Nicodemo (cfr. Jn. 3, 4) La conversación con la mujer samaritana es un ejemplo práctico de
cómo se llama a una persona a la conversión. A Zaqueo también lo llama a cambiar de vida, a
convertirse. Lo mismo hará con otros muchos.
Sus parábolas sobre la misericordia divina son llamadas a la conversión contando con que
nuestro Padre Dios está esperando la vuelta del pecador. Hasta en los últimos momentos de
su vida, cuando le van a prender en el huerto, llama a Judas -amigo., ofreciéndole la
oportunidad de la conversión.
Por lo que se mira con claridad que este tema de la conversión en Jesús, es un cambio
profundo de la mente y del corazón. El que se convierte se da cuenta de que algo debe
cambiar en su vida, y se decide a cambiar. La conversión a Dios incluye apartar todo lo que
aleje de Dios.
3. REFLEXIONES SISTEMÁTICAS
Una conversión que nace del encuentro con Dios en Jesucristo arranca de una experiencia de
gracia, de comunión dada por la gratuita benevolencia de Dios. El cristiano entiende toda su
vida a partir del regalo de este encuentro: por eso la orienta en coherencia con ese hecho.
Convertirse no es otra cosa que aceptar la comunión dada con una respuesta que también es
comunión; es aceptar la gracia. Adherirse a Dios es expresión de la verdadera conciencia del
amor recibido, lo que se convierte en una vida radicalmente marcada por la alabanza y la
gratitud.
La conversión se vive dentro de la estructura de la fe, corresponde a su dinámica en la
persona que se sabe pecadora y que desde esa condición concreta de su existencia se
entrega confiada al Señor. La búsqueda personal de una vida moral positiva se apoya en la
conciencia de que Dios mismo está en el inicio de esa búsqueda y la hace posible, pero para
el cristiano el camino de conversión es un paralelo al de la oración. Deberá preocuparse de
los momentos y formas de su oración como lugar de encuentro explícito con Dios, para que su
vida sea realmente comunión con Él, "retorno" a Él, para conformar el "corazón" a su palabra
de salvación.
La búsqueda del bien como respuesta del creyente compromete sobre todo a la conciencia en
su sinceridad. Como el pecado, también sus frutos de inclinación al mal, la concupiscencia y la
tentación, maduran en la mentira y operan en la mentira: aquella mentira simbólicamente
expresada en la narración del pecado original, que muestra al mal como "bueno" y "deseable"
(Gén 3,6).
Pero también, esta búsqueda del bien, si es sincera, necesariamente se manifiesta como
atención a conocer y elegir lo que es verdaderamente bueno. Con esto indicamos la necesaria
preocupación por la objetividad. Es moralmente sincero en la decisión el que se deja guiar por
lo que con sinceridad considera que es objetivamente bueno. Sinceramente considera el bien
que realiza quien pone en marcha las capacidades propias para comprender el valor de lo que
se presenta a su elección. Se trata del discernimiento moral, que para el creyente es
búsqueda de la voluntad de Dios; se trata de comprender y decidir el gesto concreto en el que
encarnar objetivamente la viva comunión con Dios.
La conversión como resultado del don recibido y como búsqueda positiva del bien no puede
hacer olvidar el aspecto de renuncia, indicado siempre con mucha claridad en las tradiciones
bíblicas. No es desde luego la renuncia por la renuncia, sino porque es necesaria: por causa
del pecado personal, por el mal existente en el mundo, por nuestras limitaciones de seres
creados e históricos. Además, la conversión, que es seguimiento de Cristo, no puede
desconocer la cruz; es el camino recorrido por Jesús, será el camino del discípulo (Lc 9,23).
Se trata de vivir una lógica de gratuidad y de comunión, como la de Cristo, en un mundo
estructurado con una lógica contraria. El pecado con su eficacia negativa pesará de muchas
maneras en el discípulo, como pesó en Jesús de Nazaret hasta llevarlo a la muerte. Quien se
convierte a Cristo debe saberlo, aceptando él también, con la confianza y la fuerza que le
vienen de su comunión con él, "cargar sobre sí el pecado del mundo" en la medida en que le
sea posible hacerlo.
Por lo tanto, se dice que si hay que cambiar de mentalidad, si es necesario "retornar", si creer
en el evangelio y abandonarse en el Señor supone una conversión real, es porque otros
presuntos valores son los que ocupan la mente y el corazón, porque la persona tiene "afectos
desordenados" y persigue objetivos a los que está interiormente unida y que no están
ordenados a la comunión con Dios, sino que mantienen su atención dirigida a otra parte,
activando preferencias contrarias a la radical y plena opción por el Señor. La conversión
implica entonces necesariamente abandonar algo. Hay que dejar Egipto, abandonar los
ídolos, despegarse de los símbolos de la posesión y de la propia seguridad. Es necesario
"renunciar", y esto siempre tiene el sabor de la "mortificación", por tanto es necesaria la
renuncia para así seguir de corazón a Jesús el cual murió por nosotros.
http://www.elcristianismoprimitivo.com/doct29.htm
https://mercaba.org/DicTM/TM_conversion.htm
https://prezi.com/qxiscvfaxuxd/conversion-desde-la-moral/