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HEIDEGGER SOBRE CÓMO LA

TECNOLOGÍA Y LA SOCIEDAD TE
MANIPULAN Y TE VUELVEN
INAUTÉNTICO
FILOSOFÍA

POR: PIJAMASURF - 11/05/2020

HIPNOTIZADO POR LAS PANTALLAS Y LA HABLADURÍA DE


LA SOCIEDAD, EL SER HUMANO MODERNO ESTÁ MÁS
LEJOS QUE NUNCA DE LA AUTÉNTICA LIBERTAD

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La modernidad está en gran medida construida sobre la idea de la


invención del individuo. La exaltación de la idea del individuo autónomo,
que persigue ideales como la libertad y la justicia y es capaz de
autodeterminarse, es parte de la herencia de la Ilustración y también de
filosofías románticas como las de Nietzsche y Hegel. Sin embargo, esta
noción del individuo como un ser autónomo se ha revelado (en parte
también gracias a la misma filosofía de Nietzsche que exalta al individuo
pero critica a la sociedad) como una construcción que, en la práctica,
resulta ilusoria. El individuo que piensa por cuenta propia y se rige por
sus propios valores resulta una hipótesis, una utopía. En este artículo
consideraremos la lectura que hace Heidegger, en parte siguiendo a
Nietzsche, sobre cómo el individuo se vuelve presa de la esfera social,
de los otros, y pierde su autenticidad.  

En Ser y tiempo (1927), Heidegger ofrece una descripción del hombre


moderno en su cotidianidad, inmerso, “arrojado” o, incluso, “capturado”
por lo que podemos llamar “sociedad” (ese ente abstracto que, según
Roberto Calasso, hemos deificado). Heidegger utiliza el término das
Man, que ha sido traducido como el “uno”, pero quizá sea mejor
entendido como el “ellos”,  los “otros”, la publicidad misma, la esfera u
opinión pública, la sociedad. Aunque el ser del hombre (Dasein) no está
determinado por una esencia sino que es pura posibilidad, el hombre
existe siempre en el mundo y con los otros (es un ser-con) y este das
Man acaba definiendo lo que el individuo es de una manera particular,
que Heidegger califica como “inauténtica”. Al respecto escribe Heidegger:

El uno [das Man, el ellos] despliega una auténtica dictadura.


Gozamos y nos divertimos como se goza; leemos, vemos y
juzgamos sobre literatura y arte como se ve y se juzga; pero
también nos apartamos del “montón” como se debe hacer;
encontramos “irritante” lo que se debe encontrar irritante. El uno,
que no es nadie determinado y que son todos (pero no como la
suma de ellos), prescribe el modo de ser de la cotidianidad.

Aquello que no es “nadie determinado”, una abstracción –la “sociedad”–


es reificada y se convierte en un nuevo ídolo, en imago dei, en el centro y
referente de todo significado. Este ente reificado se presenta como
normatividad y medianía. Al mismo tiempo como la “medida de las
cosas”, el referente interiorizado por el individuo y como una tendencia
en los individuos hacia la medianía, hacia la nivelación o aplanamiento
de las posibilidades del ser.

En la previa determinación de lo que es posible o permitido intentar,


la medianía vela sobre todo conato de excepción. Toda
preeminencia queda silenciosamente nivelada. Todo lo originario se
torna de la noche a la mañana banal, cual si fuera cosa ya largo
tiempo conocida.

La sociedad libera al individuo de la responsabilidad de definir lo que es y


de la aventura que implica el conocimiento, de cara al misterio de la
existencia. El “uno”, el “ellos”, la sociedad “ya ha anticipado siempre todo
juicio y decisión, despoja, al mismo tiempo, a cada Dasein de su
responsabilidad. El uno puede, por así decirlo, darse el lujo de que
constantemente 'se' recurra a él”. Existimos en un mundo
que aparentemente ya ha sido descubierto, definido y conquistado. Una
vez que nos amoldamos a él, podemos aflojar y dedicarnos a ser
entretenidos por las maravillas que produce la sociedad iluminada.
Nietzsche es contundente: “¡Cuán acogedor, cuán amigable se vuelve
con nosotros el mundo tan pronto actuamos como todos los demás
actúan y 'nos dejamos' ir como todo el mundo!” (Genealogía de la moral).
Existir absortos en el “uno” –o en el “ellos”– se caracteriza por tres
aspectos: la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad. Heidegger está
pensando en la esfera pública, los diarios y la radio, pero su análisis es
aún más relevante y preclaro cuando lo pensamos en relación a la
actualidad, donde el das Man se ha materializado, de manera
omnipresente, en la red social. Siempre estamos conectados al flujo de
información, a la voz de la convencionalidad. La red social se vuelve
un enredamiento, literalmente, una celada mental, un caer presos en la
red enajenante de la muchedumbre, lo que Heidegger llama das
Verfallen. Armados por la tecnología –que será el centro de la crítica
posterior de Heidegger– y envalentonados por nuestra ilustración
científica o cientificista, somos capaces de penetrar en la distancia y en
todas partes decir lo que es el ser y definirlo para los demás.

La habladuría es el hablar repetidor, superficial, trivial, el chisme, el


consumo y circulación de información rápida o basura. Conocimiento “a
la ligera”, banal, sin “fundamento” o arraigo, que, sin embargo, se
presenta como autoritario y crea la media o el parámetro. Al diseminarse,
la habladuría nivela hacia abajo la capacidad de entendimiento de los
individuos. “La comprensión media del lector no podrá discernir jamás
entre lo que ha sido conquistado y alcanzado originariamente y lo
meramente repetido”.

Se establece así el imperio de la doxa. La información reemplaza a la


sabiduría: “La habladuría es la posibilidad de comprenderlo todo sin
apropiarse previamente de la cosa”. Según Heidegger, la habladuría
ahoga el llamado de la conciencia, que “sólo llama silenciosamente”,
hacia “permanecer quieto en la quietud del propio ser”. El llamado es un
llamarse a sí mismo –en una de las características contorsiones de
gimnasia verbal de Heidegger–, que ocurre como una conciencia de
culpa, la conciencia de que hay una carencia (o nulidad), de que de
alguna manera fallamos en actualizar la potencialidad de nuestro ser. En
última instancia, el llamado hace que el hombre enfrente su angustia
existencial y se “vuelva hacia la muerte“, donde puede, sólo así,
comprender la totalidad de su existencia. De esta manera, con esta
conciencia de la muerte –o de “la posibilidad de la imposibilidad del ser“–,
cuidando su llamado, puede existir auténticamente.

Heidegger distingue la curiosidad del asombro o la “contemplación


admirativa”, el thaumazein de los griegos que es para Aristóteles y Platón
el origen de la filosofía y que está asociado primero con un “no-
comprender”, con la aceptación de un misterio y una apertura al ser. La
curiosidad “procura un saber, pero tan sólo para haber sabido”. Es un
saber instrumental, movido por la vanidad. Se busca conocer para poder
participar en el “ellos” o para obtener estatus social. La curiosidad es el
estado que caracteriza al hombre moderno informado, ávido de noticias,
maravillado por la “innovación”.

Los dos momentos constitutivos de la curiosidad, la incapacidad de


quedarse en el mundo circundante y la distracción hacia nuevas
posibilidades, fundan el tercer carácter esencial de este fenómeno,
que nosotros denominamos la carencia de morada.

El asombro, que se caracteriza justamente por una intensidad de la


atención, por quedarse con un único pensamiento u objeto (y sondearlo a
profundidad, esperando sin violentar su manifestación) degenera en la
curiosidad, que semeja a lo que en India la llaman “la mente de mono”,
que constantemente cambia de rama, persiguiendo cada estímulo que
aparece, incapaz de discernir lo que merece su atención indivisa. Según
Heidegger, “si busca lo nuevo, es sólo para saltar nuevamente desde eso
nuevo a otra cosa nueva. En este ver, el cuidado no busca una captación
[de las cosas], ni tampoco estar en la verdad mediante el saber, sino que
en él procura posibilidades de abandonarse al mundo. Por eso, la
curiosidad está caracterizada por una típica incapacidad de quedarse en
lo inmediato”. Llegamos al punto alarmante en el que estar recibiendo
constantemente estímulos –de lo nuevo, de lo excitante– es considerado
un bien general o un derecho (“estar conectados”). La distracción
reemplaza a la contemplación. La distracción se vuelve el premio al final
de la historia. Y distraernos juntos, la cumbre de la socialización. 

La ambigüedad es el resultado de la habladuría y de la mera curiosidad


que define a la actitud que el ser humano tiene con el saber. El acceso
indiscriminado a la información “permite que cualquiera puede decir
cualquier cosa, pronto se hace imposible discernir entre lo que ha sido y
no ha sido abierto en una comprensión auténtica”. Se produce un
estupor ontológico en el que “todo parece auténticamente comprendido,
aprehendido y expresado, pero en el fondo no lo está, o bien no lo
parece, y en el fondo lo está”.

Sobre bases completamente convencionales e informes se pretende


establecer (y de hecho así se experimenta) lo que el ser es o lo que el
ser puede llegar a ser. Así, el proyecto humano toma un marco fundado y
una cierta directriz basada en asunciones, paradigmas y
convenciones que se presentan como realidades libres de todo dogma
y todo pensar simbólico. La realidad misma, el límite de lo posible, se
presenta como algo “auténticamente comprendido”, libre de creencia y
metafísica. Como marca el mismo término “realidad” (del latín res,
“cosa”), se hace una identificación fundamental entre lo real y la cosa, el
objeto material. Sólo lo material es real. El horizonte de posibilidades que
la existencia es, se constriñe. En textos posteriores, dentro de su crítica a
la tecnología, Heidegger hablará del gestell, un término de difícil
traducción que puede entenderse como “posicionamiento”, o
“enmarcamiento”, pero que también remite al pensamiento
representacional. La naturaleza se enmarca, se posiciona, se re-presenta
como algo siempre disponible, un objeto o instrumento removido de su
esencia, de su modo auténtico de habitar, mercantilizado e
instrumentalizado. Lo importante aquí es que toda nuestra experiencia
del mundo se ve enmarcada por este modo de concebir a la naturaleza,
como algo que está allí para beneficiarme a mí, algo por explotar y
capitalizar... y si no tiene este potencial, entonces no es nada, es materia
inerte. De esta manera, una visión mecánica-materialista de la naturaleza
está ligada a una visión tecnocapitalista del mundo en la que el ser
humano se vuelve un consumidor, un número más dentro de la masa
informe.

El modo en el que vemos aparecer esto con mayor predominio


actualmente es en el consumo de información. “No sólo cada cual
conoce y discute lo presente y lo que acontece, sino que además cada
uno puede hablar de lo que va a suceder, de lo aún no presente, pero
que 'en realidad' debiera hacerse. Cada uno ha presentido y sospechado
ya siempre y de antemano lo que otros también presienten y sospechan”.
Heidegger anticipa con gran lucidez  la tiranía de la opinión pública, de lo
“políticamente correcto” y de la uniformización del pensamiento basada
en el consumo de noticias y paquetes de entretenimiento comunes. 

Citas tomadas de la traducción de Ser y tiempo de Jorge Eduardo


Rivera. 

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