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Las crisis tienen algo positivo: limpian el mercado y dejan al descubierto el valor de
cada persona dentro de la organización, separando la paja del grano. Los más
preparados sobreviven y mejoran; los demás, simplemente, desaparecen.
Muchas empresas afirman: “he cerrado mi negocio a causa de la crisis económica”, pero
pocas afirman “me va bien a causa del crecimiento económico”; una curiosa asimetría,
pues se tiene una asombrosa facilidad para justificar los éxitos en función de factores
personales y los fracasos a causas externas o ajenas.
Si se levanta todo sobre materiales de barro por hacerlo más rápido, tarde o temprano se
viene abajo. Forzar demasiado la máquina acaba dañando el motor.
Por más tentador que parezca el atajo, no se debe tomar, pues se necesitan veinte años
para construir una reputación y cinco minutos para arruinarla. Si se tiene esto presente,
los cimientos serán suficientemente sólidos y las cosas se harán de forma diferente.
Lo podría decir más fuerte, pero no más claro: Construir una buena imagen no se logra
en dos días. La reputación no se edifica con éxitos pasajeros, sino a través de la
coherencia y consistencia, y eso, implica tiempo.
Y ¿qué es una buena reputación?, pues tener fama de cumplir lo que se promete, tener
credibilidad y que los clientes sepan a qué atenerse con la empresa. Es vital construir las
relaciones sobre la confianza y no se logra de un día para el otro, pues se prueba tras
varios acercamientos y si se traiciona es complicado restaurarla.
Una máxima latina dice: “Ubi multitudo, ubi malum”, es decir, “donde está la multitud
está el mal”. No siempre lo que piensa la mayoría es equivocado, pero, habitualmente,
quienes marcan diferencia ven cosas que los demás no captan y anticipan escenarios
futuros, se separan de la multitud, siguen su propio instinto y no se dejan influir ni
avasallar por las corrientes de opinión de las mayorías o de lo estándar.
La prisa nunca ha sido una buena consejera, y es ése el principal error que cometen los
profesionales y las empresas: no buscan soluciones, buscan milagros. “Aprenda un
inglés perfecto en diez días”, “conviértase en un líder en tres fines de semana” o
“aprenda a negociar con nuestro curso online”, las cosas no funcionan así.
Nos empeñamos en buscar pastillas para resolver todos nuestros problemas: píldoras de
felicidad, de éxito financiero, de motivación, etc… pero tengo malas noticias, esos
medicamentos no existen.
Todo el mundo practica hábitos que definen a las personas de éxito, el problema es que
lo hacen de forma inconstante. El ejemplo más común son los que se comprometen a
correr todas las mañanas; empiezan con ilusión y muchas ganas, hasta se compran
zapatillas nuevas, pero llega el día en que están cansados, hace frío o llueve y faltan un
día, luego otro, luego otro y así, hasta que dejan de correr en las mañanas. Lo de correr
pasa con las dietas, los objetivos de negocio, los emprendimientos o cualquier otra cosa
que se nos ocurra.
Hay que apostarle al tiempo, la constancia y a una construcción sólida para crecer.
Siempre se ha afirmado que lo barato sale caro, y suele ser cierto. Por eso hay que saber
mirar a largo plazo y no dejarse engañar por el cortoplacismo asfixiante. La constancia
es una filosofía de vida que se manifiesta en la profesionalidad, el rigor, el compromiso
y la orientación al cliente, entre otros muchos escenarios, tendiendo siempre a tener
muchos frutos. Por el contrario, dejarse llevar por la última moda o por los cantos de
sirena que marcan la actualidad no suele ser lo más recomendable.