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Ocasionalmente oímos referencias a mujeres que se diferencian poco de los hombres en cuanto al
temperamento y a las inclinaciones. En este caso, la castellana es un <<virago>>, con un
temperamento ardiente, con pasiones vivas, acostumbrada desde joven a todos los ejercicios
físicos y que participa en todas las diversiones y peligros de los caballeros. Pero, por otro lado, en
muchas ocasiones tenemos noticias de que un guerrero, un rey o un señor simplemente, pega a su
mujer. Aparece casi como una costumbre permanente: el caballero se enfurece y golpea a su
mujer con el puño en la nariz, brota la sangre: «Oyéndolo el rey, la cólera se le dibuja en el rostro;
levanta el puño y la golpea en la nariz, de la que manan cuatro gotas de sangre. Y la señora dice:
Muchas gracias. Podéis golpear de nuevo si os place».
«Podríamos», dice Luchaire, «citar otras escenas de este tipo: siempre se da el puñetazo en la
nariz». Por lo demás, con mucha frecuencia se reprocha expresamente al caballero que acepte
consejos de las mujeres.
Cabe llegar a la conclusión [siempre siguiendo a Luchaire] de que todavía en Ia época de Felipe
Augusto, la actitud cortés y considerada hacia las mujeres era excepcional en los círculos feudales.
En la gran mayoría de los círculos castellanos seguía reinando, como siempre, la antigua tendencia
brutal e irrespetuosa, heredada y expresada (a veces con exageración) en las chansons de geste.
No debemos hacernos ilusiones en función de algunas teorías amorosas de los trovadores
provenzales y de algunos trouvères de Flandes y de Champagne: en nuestra opinión, los
sentimientos que éstos expresan son los de una elite, los de una minoría muy reducida [...].
Como puede verse, la diferencia que se da entre la mayoría de las cortes caballerescas medianas y
pequeñas de un lado y las grandes del otro, más estrechamente vinculadas a la red creciente de
interdependencias comerciales y monetaristas, implica igualmente una diferencia del
comportamiento social. Sin duda que las discrepancias en las actitudes no son tan agudas como
puede parecer posteriormente. También aquí debe de haberse producido una serie de formas
intermedias y de influencias recíprocas. Pero, en líneas generales, cabe decir que solamente en
estas grandes cortes caballerescas se produjo una convivencia social pacífica en torno a la señora
de la corte; solamente en esta corte tenía posibilidad el cantor de encontrar un empleo más o
menos duradero y solamente aquí se producía aquella posición especial del servidor por relación a
la señora que luego se expresa en la poesía trovadoresca.
La diferencia entre la actitud y los sentimientos que se expresan en la poesía trovadoresca y los
otros, más brutales, que predominan en las chansons de geste y acerca de las cuales poseemos
suficientes testimonios históricos, remite a dos tipos distintos de relación entre el hombre y la
mujer, que se corresponden con dos clases diferentes en la sociedad feudal y que se manifiestan
con el cambio en el centro de gravedad de dicha sociedad, acerca del que hemos hablado más
arriba.
En una sociedad de gentes del campo, que viven bastante diseminadas en sus castillos y
posesiones, por regla general, hay muchas posibilidades de que se dé un predominio del hombre
sobre la mujer y una dominación masculina más o menos evidente. Y donde una casta guerrera o
una clase de propietarios agrícolas han influido de modo determinante en el comportamiento
general de una sociedad, se encuentran siempre de modo más o menos claro en la tradición los
rasgos de la dominación masculina, las formas de una masculinidad pura, con su erotismo especial
y cierta marginación de la mujer.
Una relación de este tipo era la que existía en la sociedad guerrera medieval, cuyo rasgo
determinante es una forma de desconfianza mutua entre los sexos, manifestación de Ia gran
diferencia de las formas o de los espacios vitales en los que se mueven los sexos, así como del
mutuo alejamiento espiritual que de ello surge. .Al igual que habrá de suceder posteriormente, en
la medida en que la mujer aparece excluida de la vida profesional, los hombres pasan la mayor
parte de su vida en un círculo cerrado, puesto que las mujeres no tienen acceso al núcleo de la
vida masculina y a la actividad guerrera. A esta superioridad corresponde un desprecio más o
menos acusado que el hombre profesa hacia la mujer: «Id a vuestros aposentos lujosamente
adornados, señora; lo nuestro es la guerra». Esta afirmación es absolutamente típica. La mujer
debe quedarse en el gineceo. Y también aquí se mantiene durante mucho tiempo esta actitud, la
estructura vital y la base social que la producen. Sus huellas se encuentran en la literatura francesa
del siglo XVI y se mantiene todo el tiempo en la clase alta, fue, predominantemente una clase de
guerreros y de nobles terratenientes, posteriormente desaparece esta actitud de la literatura, que,
de entonces en adelante, en Francia pasó a ser controlada y modelada por cortesanos con carácter
exclusivo; pero no desaparece de la vida de la propia nobleza terrateniente.