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La verdad, la objetividad y la subjetividad en la construcción del conocimiento

histórico.

El conocimiento histórico es por definición problemático y el tema seleccionado es


parte sustancial de la cuestión gnoseológica integrada por tres aspectos: el sujeto
cognoscente, el objeto de conocimiento y el conocimiento como producto del proceso
cognoscitivo.

La Historia es una construcción específica de conocimiento racional cuyo objetivo es


comprender el pasado de las sociedades humanas. Esta interpretación de la disciplina
no siempre fue así, considerándose a la historia en sus inicios como una actividad del
hombre que tiene sus orígenes en la antigua Grecia, siendo Heródoto el padre de la
historia por ser el primero en utilizar la palabra Istorin o Historiai para referirse a uno
de sus estudios sobre las Guerras Médicas y los pueblos que participaron en ellas, con
el objeto de que no quedaran en el olvido, preservando así la memoria de los hombres
con respecto a su pasado. En sus inicios la historia utilizó los medios orales (historia
oral) para transmitir de generación en generación, las experiencias, hechos o
acontecimientos más resaltantes; siendo éste un método de enseñanza; mediante el
cual se debía educar y dar ejemplo. (Topolsky, 1982: 54).

En los textos de la Antigua Grecia el término historia tiene tres significados:


investigación e información sobre la investigación, una historia poética, una
descripción exacta de los hechos. También aparece la palabra histor que significa
testigo, juez, una persona que sabe; y también la palabra historeo interpretada como
buscar, inquirir, examinar. En latín clásico, historia significa todavía lo mismo que el
griego, de modo que lo que se acentúa es la observación directa, la investigación y los
informes resultantes. (Topolsky, 1982: 48).
En opinión de José Carlos Bermejo, en la historiografía antigua se tiene muy claro que
la historia es maestra de vida, en el sentido en que en ella, pueden encontrar ejemplos
aquellos que pueden asimilarse a los personajes de los que se habla, por lo tanto la
historia se interpreta como fuente de un paradigma de conducta que ha de seguirse.
En este sentido, la historia será útil para los hombres de gobierno, para los
magistrados y militares. 1

Con el Cristianismo se desarrolló un nuevo tipo de historiografía centrada en la historia


eclesiástica determinada por la aparición de la teología de la Historia con San Agustín.
Esto implicó una nueva concepción de la verdad en el relato histórico, dependiente de
la “palabra revelada”, basada en la autoridad de quien la revela originada en el Dios
Cristiano. 2
En la Edad Media, al concebirse la historia partícipe de la naturaleza divina, aunque se
realizara únicamente a través de la palabra de Dios, esa acción le confirió a esa
historia prestigio. Bermejo en este contexto, establece una aclaración centrada en que
el Cristianismo no acabó con la tradición historiográfica clásica y que la teología de la

1
La credibilidad del relato histórico se vio acrecentada porque al estar destinada a aquéllos que
ejercen el poder político, es la autoridad de sus destinatarios la que confiere la validez del
saber al discurso que de ellos habla. (Bermejo y Piedras, 1999: 210).
2
Al representar al Cristianismo la Iglesia Cristiana, la historia de esa Iglesia se convirtió en una
historia de la administración de la palabra revelada, y en una historia en la que el principio de
autoridad se vio reforzado por la exigencia de una fe que otorgaba credibilidad a una palabra, a
unos textos y a la institución que administra su interpretación. Al no ser libre el acceso a los
textos sagrados y al tener que acercarnos su corpus a través de quien lo ha fijado y de quien
establece sus interpretaciones canónicas, el acercamiento a estos textos exigió credibilidad y
adhesión. (Bermejo y Piedras, 1999: 211).

1
historia y la historia eclesiástica no podían dar cuenta del devenir de los
acontecimientos políticos mundanos. (Bermejo y Piedras, 1999: 211). 3

En el siglo XVI la construcción de una literatura histórica evolucionó hacia la literatura


histórica científica. (Topolsky, 1982: 51). En este sentido y atendiendo a lo expresado
por Bermejo, la Reforma Religiosa rompió con la autoridad de la Iglesia Romana y al
establecer el acercamiento directo y el libre examen de los textos sagrados, permitió
abrir un espacio para la experiencia hermenéutica e intentar encontrar la verdad. 4
En este sentido, Pierre Vilar expresó que para el Occidente europeo la preocupación
científica referida a la construcción del conocimiento histórico, nació con el
Humanismo, la Reforma y el Renacimiento, entre el último cuarto del siglo XV y el
último cuarto del siglo XVI. Esa preocupación se manifestó de dos formas: 1) la
preocupación crítica que consiste en no aceptar la existencia de un hecho, la
autenticidad de un texto, hasta después de verificaciones minuciosas. La preocupación
crítica se manifestó tanto con el descubrimiento de textos y monumentos de la
antigüedad como con el deseo de una reforma en el campo religioso siendo de
importancia la crítica a los textos sagrados; crítica que no bastó para fundar una
ciencia histórica, pero que fue condición necesaria. 2) La preocupación constructiva,
que consiste en elegir determinado tipo de hechos, en confrontarlos y en buscar las
correlaciones, con el fin de resolver un problema planteado por el pasado humano
(problema económico, social, institucional, espiritual, o toda combinación de estos
problemas). La preocupación constructiva se manifestó cuando los sabios, los
filósofos, y los juristas aplicaron las investigaciones eruditas a la solución de un
problema, incluso cuando este problema era todavía secundario o parcial. (Vilar, 1980:
32, 33).

La revolución científica del siglo XVII fue fundamental para la destrucción del cosmos y
la geometrización del espacio, es decir, la sustitución de la concepción del mundo
como un todo finito y bien ordenado, en el que la estructura espacial incorporaba una
jerarquía de perfección y valor, por la de un universo indefinido a uno infinito, que ya
no estaba unido por subordinación natural; sino que se unificaba tan sólo mediante la
identidad de sus leyes y componentes últimos y básicos. Esta ciencia que ya no
necesita a Dios y donde el universo se encuentra regido por leyes, actuó como modelo

3
Topolsky expresó que esos acontecimientos políticos fueron recopilados a través de los
Annales y posteriores Crónicas, originados en la Antigüedad, utilizándose en la Edad Media
para referirse a un recuerdo de hechos importantes como una narración escrita de historia.
(Topolsky, 1982: 48, 49). En este caso de historia profana, su credibilidad estuvo sustentada al
igual que en la Antigüedad clásica, por la autoridad de las personas de las que se hablaba y a
las que estaba dirigida. Si el protagonista de una crónica era un obispo o un rey, o bien un
monasterio y una casa nobilar, ésta era la autoridad de todas estas instancias, la que hacía a
los enunciados históricos creíbles, sin más. (Bermejo y Piedras, 1999:212).
4
Bermejo considera que a esta cuestión hay que sumarle que con Descartes la filosofía se
constituyó como un saber a partir del cogito, pero señala el autor que la verdad de nuestras
percepciones no nos podrá venir dada por la propia naturaleza de ese dubitativo cogito, por
nosotros mismos, sino que se derivará de la existencia de Dios. (Bermejo y Piedras, 1999:
212).
Bermejo agregó que la idea de armonía o de adecuación perfecta entre el ser y el
pensamiento, o por lo menos la idea de que el pensamiento es capaz de captar el ser y el
lenguaje de enunciarlo, es fundamental en la historia del pensamiento europeo y tras de ella se
esconde un proceso en el que el papel fundante del ser y del saber que antes venía
desempeñando Dios, pasó a ser asumido por el método, cuya actividad se manifestó en los
campos de la filosofía y de la ciencia. El carácter problemático de la palabra, hizo que fuera
necesario buscar un fundamento último de la misma en el método, cuya idea hizo posible el
nacimiento de la ciencia moderna. (Bermejo y Piedras, 1999: 213).

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no sólo en el caso de David Hume, sino en el de todos aquellos que intentaron fundar
en el siglo XVIII una ciencia del hombre y de la sociedad. Si la matemática era el
prototipo del conocimiento exacto, la historia era el modelo de método que llevaría a
una comprensión más profunda del objeto y la estructura específica de las ciencias del
espíritu. (Bermejo y Piedras: 1999, 39, 47). 5

Fue a partir del siglo XVIII con la Ilustración que la historia comenzó a ser sinónimo de
pasado histórico de la humanidad escrito bajo parámetros científicos. Voltaire en sus
“Nuevas consideraciones sobre la historia” (1744), fue el primero en comparar la
evolución posible de la historia con la de las ciencias físicas: “quizá suceda pronto en
la forma de escribir la historia lo que ha sucedido en la física. Los nuevos
descubrimientos han proscripto los sistemas antiguos. …”. Desde el punto de vista de
Vilar, lo importante en las manifestaciones de Voltaire fue el separar a la historia de las
fábulas y del gusto por las anécdotas históricas. (Vilar, 1980: 37). 6

Immanuel Wallerstein sostuvo que para el comienzo del siglo XIX la división del
conocimiento en dos campos: filosófico y científico, ya había perdido el sentimiento de
que los dos eran esferas “separadas pero iguales”. Este hecho marcó la culminación
de la ciencia natural de adquirir para sí una legitimidad socio-intelectual totalmente
separada e incluso en oposición a otra forma de conocimiento llamada filosofía. La
historia dejó de ser una hagiografía para justificar a los monarcas y se convirtió en la
verdadera historia del pasado, explicando el presente y ofreciendo las bases para una
elección sabia del futuro. Este tipo de historia (basada en la investigación empírica de
archivos) se unió a la ciencia natural en el rechazo de la especulación y la deducción,
prácticas calificadas de pura filosofía. (Wallerstein, 2006:7, 8,12).

En opinión de Vilar, el siglo XIX se presentó en un sentido como el del triunfo de la


historia, en medio del desarrollo de las técnicas históricas, arqueológicas, filológicas
(prehistoria, egiptología, desciframiento de las lenguas orientales antiguas,
excavaciones micénicas), a la publicación de las grandes recopilaciones de fuentes
(Niebuhr, Mommsen, para la Antigüedad, Monumenta Germaniae histórica para la
Edad Media) y finalmente a la aparición de las grandes historias nacionales: Ranke,
Macaulay, Michelet. (Vilar, 1980: 39).

Ese proceso de institucionalización de la investigación histórica fue acompañado de


otro proceso de institucionalización de la enseñanza, que se hizo progresivamente
obligatoria, llegándose hasta los niveles más elementales, y formando así parte de ese
gran mito de la “educación nacional”. Dejada, en efecto, a un lado la teología política,

5
Bermejo consideró que la ciencia moderna, como encarnación cumplida de la idea de método,
pasó a convertirse en un punto de referencia privilegiado cuando, por una parte, el desarrollo
de la física a partir de Newton y posteriormente con Laplace, pudo proporcionar la idea de que
ese método, por sí mismo, pudo hacernos inteligible todo el mundo natural, y posteriormente
también, el mundo social, a partir del momento en que el positivismo acuñó con Comte la idea
de “Ciencia social”.
6
Bermejo sostuvo que sin la Ilustración, no hubiese sido posible la génesis de la Historia como
saber, pues sólo con ella la Historia universal se supo concebir como un proceso global,
explicable y dotado de una lógica propia, y únicamente a partir de ella los hombres comenzaron
a ser capaces de conocerse a sí mismos y de darse también a sí mismos unas normas morales
y políticas que les permitiesen regular su conducta, tal y como, en un sentido mucho más
limitado, habían hecho los griegos.
Esta transformación fue posible debido a un contexto en el cual la burguesía en Europa, aspiró
a gobernarse a sí misma y a gobernar al resto de la sociedad, impulsando la Revolución
Inglesa en un primer momento y luego la Revolución Francesa. (Bermejo y Piedras, 1999: 39,
42).

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el fundamento último del poder pasó a ser el pueblo entendido en sentido singular, ya
que se trata del pueblo que fundamenta al Estado-nación. Ese pueblo era toda la
realidad a la que se debía referirse el saber histórico, que aparecía definido como el
saber de la totalidad que se encarnaba en el Estado. (Bermejo y Piedras, 1999: 215).

En la construcción del relato, los historiadores positivistas se orientaron hacia el


ámbito de lo público y lo político, centrado en la historia de los “grandes hombres”,
protagonistas de las “grandes hazañas”. En ese relato, asignaron al documento un
papel central, otorgándole el valor de verdad y objetividad, basado en su carácter
oficial y público.
Esta relación con el documento hizo interpretar al trabajo del historiador desde la
visión positivista como constructor de una historia objetiva, dado por su trabajo de
crítica a las fuentes y el estatuto otorgado a los documentos escritos. (Iggers, 2012:
22).

La personalidad más representativa del relato histórico positivista, fue Leopold von
Ranke. Sus expresiones haciendo referencia a la objetividad en la historia,
establecieron que la tarea del historiador no era valorar el pasado ni instruir a sus
contemporáneos, sino sólo mostrar las cosas como realmente sucedieron. Esta
afirmación estableció que no existía interdependencia alguna entre el sujeto
cognoscente, o sea el historiador, y el objeto de conocimiento, o sea la historia como
res gestae. Este presupuesto sólo fue posible a condición de que se aceptase que la
historia, como res gestae, no sólo se daba objetivamente, en el sentido ontológico,
sino también en una forma acabada como estructura definida de los hechos accesibles
al conocimiento. Esta concepción presuponía, una relación cognoscitiva conforme al
modelo mecanicista, es decir se acepta la interpretación pasiva. (Adam Schaff,
1983:118, 119).

Le Goff expresó que el siglo XIX fue decisivo porque puso en práctica el método crítico
de los documentos, que interesan al historiador desde el Renacimiento, difunde este
método y sus resultados con la enseñanza y la publicación, y une historia y erudición.
(Le Goff, 1991: 121). 7

Los planteos de Ranke y sus seguidores, generaron cuestionamientos en el siglo XIX y


también a inicios del siglo XX. Collingwood en su “Idea de la Historia”, expresó que el
propósito de la Historia no es el de explicar ni el de describir el pasado, sino el de
reactualizarlo, reconstruirlo, hacerlo presente, de tal modo que podamos llegar a
comprender cómo pensaron los hombres del pasado y, de este modo, entender su
conducta. En opinión de Bermejo, tanto el pensamiento de Dilthey como el de
Collingwood, presentan una impronta anti positivista y en especial reconocen al
conocimiento histórico como subjetivo. Para evitar el subjetivismo histórico en el
entendido que ambos intelectuales creían en una historia científica, Collingwood
planteó la necesidad de ir estableciendo hipótesis cada vez más ajustadas a lo que la
evidencia del pasado parece demostrar que éste fue, no observando las acciones
históricas desde fuera como proponían los historiadores positivistas aplicando el
modelo de estudio de las ciencias naturales. (Bermejo y Piedras, 1999: 89). 8

7
La crítica externa tiende esencialmente a descubrir el origen y a determinar si el documento
que se analiza es auténtico o falso. La crítica interna debe interpretar el significado del
documento, evaluar la competencia y sinceridad de su autor, medir su exactitud y contrastar
con otros testimonios. (Le Goff, 1991:108)
8
Con su obra “El Capital”, Marx alteró los presupuestos históricos del positivismo, al romper la
unidad histórica de la Razón Universal perdurable a lo largo del tiempo, y con ello, destruir la
capacidad de prolongación del sujeto cognoscente histórico a través del pasado. (Bermejo y
Piedras, 1999: 84).

4
Benedetto Croce cerró el círculo abierto por Dilthey y Rickert, planteando su oposición
a los positivistas, marcando el error de suponer que todo conocimiento válido es de
naturaleza científica. Para Croce, la mayor parte de los conocimientos que posee el
hombre no son científicos, son convencionales, fijados por el sentido común o la
utilidad que reportan. En la concepción de Croce, ciencias de la naturaleza y ciencias
del espíritu se unifican en una gran ciencia en la que debe predominar el modelo de la
Historia, única disciplina que puede ofrecer un conocimiento realmente profundo.
(Bermejo y Piedras, 1999: 91). 9

En el siglo XX la historia intentó constituirse como ciencia social y cuestionó el


paradigma positivista del siglo XIX de gran incidencia en la construcción del
conocimiento histórico y la concepción de la verdad, objetividad y subjetividad,
interpretado por el historiador.
En este sentido, es necesario abordar la cuestión del hecho histórico, interpretado
como una categoría ontológica y como una epistemológica al mismo tiempo. Un hecho
historiográfico se toma como un reflejo más o menos aproximado de un hecho
considerado como una materia objetiva de conocimiento. Pero, por otro lado, hay
también una fuerte tendencia a considerar el concepto de hecho histórico
exclusivamente como una construcción científica, o sea, a relacionarlo sólo con un
hecho historiográfico, sin buscar sus equivalencias directas entre los hechos pasados.
El primer acercamiento es característico de los positivistas, que fueron los primeros en
introducir el concepto de hecho histórico en la metodología de la historia. El último está
relacionado con la reacción estructural anti positivista que se dio en la reflexión sobre
el conocimiento histórico, una reacción que subraya el papel activo de la materia de
conocimiento en el proceso de “crear” el pasado. (Topolsky, 1982: 175).

Topolsky consideró que la literatura histórica objetiva intenta no sólo la verdad de las
afirmaciones, sino, sobre todo, la verdad de las narraciones en su conjunto: la cuestión

Para Dilthey, los positivistas mutilaban la realidad histórica para adaptarla a los conceptos y
métodos de la ciencia de la naturaleza. En “Introducción a las ciencias del espíritu”, Dilthey
intentó dotar a los estudios históricos y culturales de una sólida fundamentación epistemológica
pero en sus análisis de la conciencia, llegó a la conclusión de que todo conocimiento es
subjetivo. (Bermejo y Piedras, 1999:89).
Rickert sostuvo que el estudio de la Historia y de la cultura es imposible, si no somos capaces
de penetrar en el mundo de los valores de cada sistema cultural del pasado. Rickert se negó a
aceptar que la historia se interpretara como un proceso de desarrollo configurado por el
historiador a través de un proceso de selección, oponiéndose a considerar que el historiador
pudiera jugar el rol de juez para valorar los acontecimientos históricos de acuerdo con sus
propios valores. (Bermejo y Piedras, 1999: 89.).
9
Siguiendo con los pensadores que cuestionaron el paradigma positivista, debemos de citar a
Georg Simmel y Martín Heidegger.
Simmel consideró que la historia está traspasada de espiritualidad, por ello necesita del
espíritu del historiador para ser comprendida y develada. Si bien esa historia late en la mente
del historiador como algo subjetivo, como una imagen del pasado, pasará después a
concretarse, es decir a objetivarse en la narración de éste. (Bermejo y Piedras, 1999:92).
Martín Heidegger desde el desarrollo de su pensamiento filosófico planteó el desvincular el
conocimiento histórico del paradigma de las ciencias físico matemáticas, tal y como éste se
había constituido en el siglo XIX. A su vez planteó la necesidad, de que el saber histórico
dejara de ejercer su papel ideológico como fundador del Estado-nación y se convirtiera, en un
instrumento de análisis, no político de la naturaleza humana. En la línea de Heidegger, Hans
Georg Gadamer expresó la posibilidad de pensar el saber histórico al margen de las ciencias
físico – naturales, desarrollando la metodología de las ciencias hermeneúticas. (Bermejo y
Piedras, 1999:97,98).

5
es que la estructura de los hechos de los procesos históricos sea reconstruida de
acuerdo con lo que ocurrió. Está claro que en cada caso habría que comprobar la
verdad de las afirmaciones aisladas y de la narración, expresó el autor, ya que sólo
esto nos permite apreciar la contribución de un estudio determinado a la investigación
histórica. (Topolsky, 1982: 259)

Schaff consideró que en la ciencia de la historia, cuando afirmamos que nuestro juicio
es verdadero, queremos decir que estamos convencidos basándonos en pruebas
científicas, de que nuestro juicio concuerda con su objeto real. (Adam Schaff, 1983:
107, 108). El conocimiento siempre se basa en verdades parciales que se van
acumulando en un proceso y las adopta como punto de partida para un nuevo
desarrollo. (Adam Schaff, 1983: 112, 113, 114).

En el año 1929 se fundó la Escuela de los Annales, de gran influencia en la


historiografía. Todos los historiadores que la integraron, trabajaron de acuerdo al
paradigma de la “Historia-ciencia”, es decir, de la historia entendida como un saber
positivo, dotado de su propio método y capaz de dar cuenta, mediante el mismo, de
todos los problemas posibles. (Bermejo y Piedras, 1999:105).

En ese contexto, cuestionaron el paradigma positivista de la historia articulado bajo su


concepción de hechos históricos y documentos escritos.
Uno de los fundadores y referente de la Escuela de los Annales, Lucien Febvre,
expresó en relación a la objetividad en el trabajo del historiador, que no hay ninguna
Providencia que proporcione al historiador hechos brutos, hechos dotados por lo
extraordinario de una existencia perfectamente definida, simple, irreductible. Es el
historiador quien da a luz los hechos históricos, incluso los más humildes. Febvre
concibió a los hechos históricos como abstracciones entre las que el historiador tiene
que elegir necesariamente y abstracciones cuya determinación obliga a recurrir a los
más diversos e incluso contradictorios testimonios. (Febvre, 2017:28).

En esa línea, otro de los fundadores y referentes de la Escuela de los Annales, Marc
Bloch expresó que el trabajo con la materia prima de ese pasado que el historiador
intenta conocer, radica en los hechos históricos que se encuentran en las
denominadas fuentes históricas. Las hipótesis son herramientas que le permiten
establecer al historiador cierto tipo de afirmaciones, preguntas o relaciones de
causalidad, que con intenciones de indagación abordan el pasado para explicarlo en el
presente. Bloch consideró que los hechos históricos o datos empíricos tienen una
existencia real, no modificable, pero es a partir de la intervención del historiador en su
rol de constructor del conocimiento histórico, que esos hechos toman corporeidad.
Estableció que el pasado es, por definición, un dato que ya nada habrá de modificar.
Pero el conocimiento del pasado es algo que está en invariable progreso, que se
transforma y se perfecciona sin cesar producto del trabajo del historiador. (Bloch,
2015: 28, 54). 10

El historiador marxista Edward Carr estableció que los hechos sólo hablan cuando el
historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y
contexto hacerlo. Con referencia a la objetividad de los documentos, Carr sostuvo que
10
Fernand Braudel en coincidencia con Febvre y Bloch, concibió a la historia como ciencia
social, estableciendo que en la construcción del conocimiento histórico, la controversia de la
objetividad y de la subjetividad en la historia, no tienen sentido, si antes los filósofos no se
resuelven a preguntarse si las ciencias más gloriosas de lo real no son, ellas también, objetivas
y subjetivas a un mismo tiempo. (Braudel, 1970: 25).

6
es el historiador quien trabaja con ellos y los interpreta. Los datos, hayan sido
encontrados en documentos o no, tienen que ser elaborados por el historiador antes
de que él pueda hacer algún uso de ellos: y el uso que hace de ellos es precisamente
un proceso de elaboración. (Carr, 1991: 15, 22).

Le Goff consideró que la toma de conciencia de la construcción del hecho histórico, de la


no inocencia del documento, lanzó una luz cruda sobre los procesos de manipulación que
se manifiestan a todos los niveles de la constitución del saber histórico. Pero esta
constatación no debe desembocar en un escepticismo de fondo a propósito de la
objetividad histórica y en un abandono de la noción de verdad en la historia. Le Goff
sostuvo que el horizonte de la objetividad debe ser el del historiador. (Le Goff,
1991:12).
Por otra parte Le Goff sostuvo se ha terminado con la actitud inocente frente al hecho
histórico; éste es una construcción del historiador. La documentación histórica es
multiforme y responde siempre a las preguntas del historiador. Le Goff expresó que el
historiador debe afrontar a la documentación histórica sin prejuicios y sin
resentimientos, el historiador tiene el mandato de afrontar a la documentación con
hipótesis de trabajo.11 (Le Goff, 1991:12)

En el año 1973 Hayden White publicó la obra Metahistoria, en la cual se reduce a la


historia a un mero lenguaje, en una retorización de la Historiografía. White consideró
que la Historia no es una ciencia y que lo fundamental en su análisis es delimitar los
supuestos metafísicos que se ocultan detrás de su discurso. White estableció que un
texto histórico lo que nos ofrece es un relato y son las técnicas de análisis del relato,
las que pueden dar cuenta de la estructura interna del texto histórico, de las
estrategias que lo estructuran y que explican su génesis. (Bermejo y Piedras, 1999:
110).

Iggers en referencia a las discusiones recientes acerca de la objetividad en la historia


hace referencia a la postura del historiador Rocher Chartier, quien consideró que la
historia es una forma de narración pero singular, porque mantiene una relación
especial con la verdad. Sus construcciones narrativas tienen el objetivo de reconstruir
un pasado que realmente existió.
En este sentido, Iggers plantea que esta referencia a una realidad preexistente al texto
histórico y situada fuera de él, en donde el texto cumple la función de producir una
descripción inteligible; es lo que constituye a la historia y la hace diferente de la fábula
o de la falsedad. (Iggers, 2012: 36).
El postulado de la absoluta objetividad y cientificidad del conocimiento histórico, hoy es
aceptado pero con reservas, considera Iggers. Pero el concepto de verdad y el deber
que conlleva para el historiador de evitar e incluso develar la falsificación, no ha sido
de ninguna manera abandonado. El historiador al ser un profesional con
entrenamiento especializado, trabaja críticamente con las fuentes para hacer posible el
acceso al pasado real. (Iggers, 2012: 37).

Wallerstein consideró que la objetividad en ciencias sociales puede ser vista como el
resultado del aprendizaje humano, que representa la intención del estudio y la
evidencia de que es posible. Expresó que una mejor apreciación de la validez de la
distinción ontológica entre los seres humanos y la naturaleza, una definición más

11
De acuerdo a lo expresado por Le Goff, el documento no es un material bruto, objetivo e
inocente, sino que expresa el poder de la sociedad del pasado sobre la memoria y el futuro: el
documento es monumento. Hoy los documentos llegan a comprender a la palabra, al gesto, se
construyen archivos orales.(Le Goff, 1991: 11)

7
amplia de las fronteras dentro de las cuales se produce la acción social y un balance
adecuado de la antinomia entre universalismo y particularismo, será una importante
contribución a nuestros intentos de desarrollar el tipo de conocimiento más válido que
queremos tener. (Wallerstein, 2005: 99, 100).

Bibliografía:

1. Bermejo, José; Piedras Pedro: (1999). Genealogía de la Historia. Ensayo de


Historia teórica III. España. Akal.
2. Bermejo, José: (2004). ¿Qué es la historia teórica? España. Akal.
3. Bloch, Marc: (2015). Introducción a la Historia. España. Brontes.
4. Braudel, Fernand: (1970). La Historia y las Ciencias Sociales. España. Alianza
Editorial.
5. Cardoso, Ciro: (2000). Introducción al trabajo de la investigación histórica.
España. Crítica.
6. Carr, Edward: (1984). ¿Qué es la Historia? España. Ariel.
7. Febvre, Lucien: (2017). Combates por la Historia. España. Ariel.
8. Iggers, Georg: (2012). La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad
científica al desafío posmoderno. Chile. Fondo de Cultura Económica.
9. Le Goff, Jacques: (1982). Pensar la Historia. España. Paidós.
10. Schaff, Adam: (1983). Historia y verdad. España. Crítica.
11. Topolsky, Jerzy: (1982). Metodología de la Historia. España. Cátedra.
12. Vilar, Pierre: (1980). Iniciación al vocabulario histórico. España. Crítica.
13. Wallerstein, Immanuel: (2005). Las incertidumbres del saber. España. Gedisa.

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