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Aristóteles – B.

El ser y el ente

exclusivamente para fines filosófico-naturales, sino que es estrictamente el


correlato del concepto de forma, que sin ella perdería su sentido. Aristóteles
ya vio las dificultades que suscita el concepto de materia prima, absoluta-
mente desprovista de toda determinación. Por ello, su cauta advertencia
de que será preciso concebirla por analogía con la materia sobre la que se
emplea la actividad artística (191a 8).
Privatio. Si se considera a la materia especialmente desde el punto de
vista de algo que en el cambio pierde la forma que tenía para recibir otra en
lugar de la anterior, esta privación de la forma (störhsij) puede considerarse
como un tercer principio del devenir. Es en realidad idéntico a la materia
en cuanto tal, si bien conceptualmente se diferencia de ella. Pueden, pues,
distinguirse, atendiendo a la cosa, dos principios, materia y forma (Phys.
A, 7; 190b 17-191a 22).
El devenir. Con ello Aristóteles cree haber dado cuenta de las aporías
que habían encontrado los presocráticos, particularmente los eleatas, en el
problema del movimiento y del devenir. ¿Cómo puede hacerse algo del ser
—aquéllos se habían preguntado—, sin chocar con el principio de contra-
dicción? Pues el ser es esto que es y consiguientemente no es otra cosa, lo
que sin embargo tendría que ser si algo se hubiera de cambiar en otra cosa
(ley de todo cambio o motus). Aún menos podría salir algo de lo que no es.
Y en el fondo la misma dificultad sale al paso al que, como Heráclito, hace
de los contrarios los principios del ser y del devenir. ¿Cómo podrían los
contrarios actuar uno en otro? Aristóteles desecha aquel concepto estático
del ser que no conoce propiamente más que el t“de ti, y tiende un puente
entre los dos contrarios de Heráclito mediante la introducción de la materia,
medio entre el ser y el no ser (cf. pág. 222).
La materia aristotélica y la filosofía anterior. En este punto, como en
tantos otros, Aristóteles enlaza con la tradición filosófica anterior a él. Ya
los presocráticos conocieron un •peiron, solo que aquel elemento indefinido
fue ideado muy al margen de las cosas reales. Más cerca de éstas, Platón
concibió la materia como un fondo informe, receptáculo de la forma, como
«nodriza» del devenir. Pero Platón admitió la materia como a la fuerza y se
esforzó por deducirla de un modo idealístico para dar con ello una cierta
razón y justificación de su primer origen. Hasta Aristóteles la materia no
alcanza su puesto de principio verdadero junto a la forma, eterno igual que
ella. Su nuevo significado se nos revela particularmente cuando la vemos
erigida en principio de individuación.
Sin embargo, uno se pregunta cómo puede ser que lo más desprovisto
de forma, es decir, la materia, sea capaz de dar la última determinación, el
último perfil metafísico, al ser existente. Y sin embargo, en este supuesto
se movió toda la filosofía anterior. Heráclito, y lo mismo Platón, vieron lo
individual y concreto en el mundo espacio-temporal; y en la cercanía óntica

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