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Schmithals Apocaliptica PDF
Schmithals Apocaliptica PDF
Walter Schmithals
La Apocalíptica
Introducción e Interpretación
Ediciones EGA
Bilbao - 1994
1
ÍNDICE
Página
Prefacio .............................................................................................................. 9
(2)
I. EL MUNDO DE IDEAS DE LA APOCALÍPTICA ................................ 11
(3)
II. NATURALEZA DE LA APOCALÍPTICA .......................................... 25
(12)
III. HISTORIA DE LOS ESTUDIOS SOBRE APOCALÍPTICA ................. 43
(23)
IV. LA APOCALÍPTICA Y EL ANTIGUO TESTAMENTO ...................... 59
(32)
V. APOCALÍPTICA Y GNOSIS .................................................................. 77
(42)
VI. EL ORIGEN DE LA APOCALÍPTICA: ASPECTOS HISTORICO-
RELIGIOSOS ..................................................................................... 95
(52)
VII. EL ORIGEN DE LA APOCALÍPTICA EN EL JUDAISMO ................. 109
(60)
VIII. APOCALÍPTICA Y CRISTIANISMO .................................................... 129
(72)
IX. MESÍAS E HIJO DEL HOMBRE.......................................................... 147
(82)
X. LA LITERATURA APOCALÍPTICA ................................................... 161
(90)
XI. CONSECUENCIAS HISTÓRICAS DE LA APOCALÍPTICA .............. 181
(101)
Bibliografía ......................................................................................................... 211
2
Prefacio
La apocalíptica está situada en la encrucijada de las discusiones teológicas, indicio
sin duda de que su legado sigue vivo. Pero al propio tiempo hace acto de presencia en
visiones del mundo postcristianas, evidencia de que en la apocalíptica hay elementos
que pueden prescindir del ropaje religioso.
No todos se alimentan conscientemente del legado apocalíptico, y quien apela a
tal legado conoce con frecuencia demasiado poco la apocalíptica como para apelar con
derecho a ella.
En todo caso, vale la pena ocuparse de la apocalíptica. Los once capítulos de este
libro, cada uno independientemente, están consagrados al interés actual (espero que
demostrable) por el fenómeno histórico de la apocalíptica. La base está constituida por
una serie de conferencias dirigidas a personas interesadas científicamente en el tema,
aunque no necesariamente especializadas. Por esta razón, renuncié a atosigarles con una
carga científica, comprensible sólo para especialistas.
A decir verdad, el libro reclama también la atención de los especialistas, pues la
apocalíptica no está tan explorada ni es tan conocida como para que una introducción a
sus problemas no descubra nuevos aspectos y pueda ser útil a la discusión científica.
La óptica desde la que enfoco en este trabajo el fenómeno de la apocalíptica no es
desde luego la única posible. Sin embargo, creo que es necesaria, y espero que
instructiva, tanto por lo que respecta a la apocalíptica como tal cuanto en lo que se
refiere a nuestro presente. Esta investigación parte de la convicción de que las ideas y el
pensamiento apocalípticos, considerados en su conjunto, ponen de manifiesto una
específica comprensión de la existencia, existencia que puede también expresarse de
manera no-apocalíptica y que hasta el momento puede adoptar diversas formas. En tal
sentido nos esforzamos por comprender la apocalíptica como fenómeno unitario. Con
esto no pretendemos impedir (al contrario, estimulamos) investigaciones parciales sobre
el origen histórico de los escritos apocalípticos individuales, sobre la evolución del
propio mundo de ideas apocalípticas y sobre las diferencias, históricamente
condicionadas, que se aprecian dentro del pensamiento apocalíptico. De hecho, por lo
que se refiere a la comprensión de la apocalíptica, igualmente legítimo es ir de las partes
al todo que del todo a las partes.
El hilo conductor de nuestro trabajo sobre la apocalíptica consiste en poner de
relieve la globalidad de la comprensión apocalíptica de la existencia, pues creemos que
así se percibirá más claramente su actualidad. Para llegar a este conocimiento es
imprescindible leer todo el libro. El lector que se limitase a leer las últimas páginas
percibiría sólo engañosamente la actualidad de nuestro tema.
Quien mejor puede comprender esta actualidad es la persona a quien no pasa
desapercibido que la crisis espiritual de nuestro tiempo, cualquiera que haya podido ser
su causa originante, hunde sus raíces en la duda sobre el sentido de la historia en
general. Los apocalípticos, víctimas de la misma crisis, expresan esa duda radicalmente,
pues ofrecen un solución a la crisis que, en forma secularizada, fascina actualmente a
muchos hombres.
3
I
El mundo de ideas de la Apocalíptica
El término "apocalíptica" deriva del griego y significa "revelación". Actualmente
designa ante todo un movimiento religioso en el que la "revelación" juega un papel
peculiar; un movimiento desarrollado en el ámbito del llamado judaísmo tardío. Este
judaísmo, cuyos documentos religiosos en general no fueron admitidos en el canon
hebreo del Antiguo Testamento, se extiende del siglo III a.C. a los tiempos del Nuevo
Testamento. Entendida en este sentido, la apocalíptica no es el único movimiento del
judaísmo tardío, sino una importante corriente ampliamente difundida.
No se pueden efectuar cálculos precisos sobre el número (oscilante) de los
apocalípticos. Si los consideráramos en su conjunto, habría que aplicar a este
movimiento las palabras de Jesús: "No temáis, pequeño rebaño, porque es voluntad de
vuestro Padre daros el Reino" (Lc 12,32). El movimiento apocalíptico tenía su centro en
Palestina, pero se puede comprobar su notable influjo en toda la diáspora.
En su momento veremos en qué medida han existido corrientes apocalípticas en
otros ámbitos antes, al mismo tiempo y después de esta apocalíptica judía. Entonces
surgirá también el problema de eventuales precedentes y modelos, así como las
sucesivas manifestaciones de la apocalíptica judía. Pero no hay duda que toda corriente
religiosa que pueda denominarse "apocalíptica" merece esta denominación en base a
una comparación con la apocalíptica judía, que, mediante el conjunto de sus tradiciones
escritas y el influjo ejercido hasta la actualidad, constituye la norma de discernimiento
de lo que es esencialmente apocalíptico.
A esta apocalíptica judía dirigimos en consecuencia nuestra atención; y nos
ocuparemos más de sus efectos, globalmente considerados, que de sus orígenes. Pero
sobre todo nos proponemos iluminar su esencia característica, que precisaremos
mediante la comparación con otros movimientos religiosos.
Sobre todo nos preguntaremos por la forma más "clásica" en que aparece el
mundo de las ideas y las concepciones apocalípticas, forma que adoptó hace ya unos
dos mil años.
En la apocalíptica se habla de verdades que no son generalmente accesibles y que
no se descubren sin más con la observación racional de la realidad, sino que son
reveladas al hombre desde el más allá. En consecuencia, lo que se dispone a comunicar
el apocalíptico es nuevo para sus oyentes: la única desconocida verdad, ahora revelada.
Los autores de los escritos apocalípticos eran perfectamente conscientes de la
novedad de su pensamiento. Sin embargo, no pretendían fundar una nueva comunidad
religiosa. Eran judíos, y sus ideas debían ser expresión de la auténtica fe judía. ¿Pero
cuál es el nexo entre el nuevo ideario apocalíptico y la tradición judía
veterotestamentaria?
Mientras, en la misma época, judíos helenistas como Filón de Alejandría
interpretaban alegóricamente el Antiguo Testamento para poder conservarlo como base
de sus enseñanzas, los apocalípticos se las ingeniaban para poner sus escritos de
revelación bajo el patronazgo de algún personaje eminente de la tradición del Antiguo
Testamento. Henoc, Moisés, Daniel, Esdras, Isaías y otros conocidos maestros de Israel
eran citados como autores de los escritos revelatorios apocalípticos. Tales libros habían
4
permanecido ocultos durante mucho tiempo por decisión divina, y sellados a los oídos
de las antiguas generaciones. Pero ahora son revelados porque se acerca el
cumplimiento de lo que un día fue puesto por escrito en ellos y porque ha nacido la
generación para la que fueron compuestos:
"Pues para vosotros está abierto el paraíso,
plantado el árbol de la vida;
está preparado el eón futuro,
predeterminada la felicidad;
está edificada la ciudad, elegida la patria;
las buenas obras creadas, preparada la sabiduría;
tenéis sellado el germen, la enfermedad extirpada;
la muerte está escondida, el Hades ha huido;
el pasado está olvidado, los dolores superados;
pero al final se os revelan tesoros de vida"1.
La literatura apocalíptica no es, por tanto, anónima; todas las obras mencionan un
autor. Es literatura pseudónima, pues no hay duda de que ninguno de los escritos
apocalípticos lleva el nombre de su verdadero autor.
El recurso a estos artificios trajo consigo múltiples consecuencias: sus ideas, a
pesar de su novedad y de su carácter insólito, fueron aceptadas por proceder de
reconocidos mensajeros de Dios del judaísmo. Quien se adhería a ellas y las difundía no
podía ser tachado de hereje. Al contrario, quien las rechazaba iba en contra del
verdadero judaísmo. Al mismo tiempo se aducía como prueba de la verdad de la
sabiduría apocalíptica la antigüedad de un escrito, argumento muy estimado tanto en el
mundo antiguo como en el judaísmo de entonces. Los judíos siempre han sido
aficionados a este recurso, p.e. frente a los griegos, demostrando que Moisés vivió y
escribió mucho antes que Homero y Platón. En tal sentido podía hacer valer su
pretensión de ser escuchado antes que esas autoridades griegas.
Finalmente, a partir de esta antigua datación de los escritos, se podía introducir en
ellos toda una serie de "vaticinia ex eventu", es decir, de predicciones compuestas
después de acontecimientos ya vividos o de sucesos contemporáneos, que suscitaban en
el lector la certeza de que esas revelaciones sobre el futuro merecían toda su confianza.
Por este motivo, no es extraño que los apocalipsis contuviesen una visión coherente y
global de la historia, desde el tiempo del pseudoautor a la época del verdadero autor.
Esta visión garantiza la seriedad de las sucesivas enseñanzas apocalípticas sobre el final
de la historia.
Estos "vaticinia" tienen una importancia no pequeña para poder determinar con
mayor o menor precisión la fecha de composición de los respectivos escritos. Un libro
apocalíptico, por ejemplo, en el que aparecen predicciones sobre Nerón, difícilmente
podría haber sido escrito antes de su reinado. El libro de Daniel, único apocalipsis
aceptado en el canon hebreo del AT, puede ser fechado con precisión con la ayuda de un
"vaticinium ex eventu": el autor, que conoce muy mal la historia antigua, parece
orientarse mejor conforme se acerca al presente. Conoce bien los acontecimientos del
168 a.C., cuando el rey Antíoco IV Epífanes, de vuelta de su desafortunada campaña
militar contra Egipto, desahoga su cólera contra los judíos y erige un altar a Zeus
Olímpico en el lugar ocupado antes por el altar de los holocaustos del templo de
Jerusalén2. Conoce la revuelta de los Macabeos desencadenada por este hecho, y sabe
1
4 Esd 8,52-54; cf. 14,5-8.45-47; Henoc Etiópico 42; 82,1.
2
Dn 11,31; 12,11.
5
que en diciembre del 165 a.C. el templo pudo ser de nuevo consagrado. La muerte de
Antíoco al final del 164 es descrita, en cambio, de modo distinto a cómo acaeció. En
consecuencia, el libro de Daniel puede ser fechado con relativa seguridad en torno al
comienzo del 164 a.C.
Para el escritor apocalíptico no se trataba naturalmente de ofrecer una exposición
de la historia pasada con la ayuda de "vaticinia ex eventu", sino de acreditar las
predicciones relativas al futuro. Para la apocalíptica, revelación (apocalipsis) significaba
sustancialmente revelación de acontecimientos futuros, aunque se tratase de un hecho
del futuro inmediato.
Sin embargo, el acontecimiento futuro no se situaba junto al del pasado sin
relación con él; de hecho (y aquí abordamos una característica fundamental de la
apocalíptica) la historia se presenta al seguidor de la apocalíptica como un nexo
coherente que se puede captar en su totalidad, como una entidad conclusa y finalizada.
Este modo de ver las cosas permite comprender una vez más, y probablemente de
manera decisiva, cuál era la intención del apocalíptico al poner en circulación sus libros
como documentos de la antigüedad. De este modo, se presenta al lector, bajo un punto
de vista unitario, una gran parte de la totalidad de la historia, cuyo inminente
cumplimiento es revelado al escritor apocalíptico. De este modo, el lector puede
determinar su propio puesto en el curso de la historia y, comprendiendo el futuro a
partir del pasado, aprende a situarse en lo que va a venir.
El interés del apocalíptico está dirigido, por tanto, a la historia, no al cosmos, por
el que se interesaba el griego de su tiempo, y precisamente a la historia entendida como
un todo perceptible. A él se le concede captar la historia como un todo unitario, pues
conoce la meta del tiempo y la consumación de la historia. A él se le revela también la
historia todavía por venir. Está ya situado prolépticamente en el fin de la historia, la
puede contemplar en su totalidad y, a la luz del futuro, es capaz de entender también el
pasado, interpretarlo y explicarlo como un paso necesario hacia el fin ya establecido de
los tiempos.
Por estas razones, sabe también que el curso del mundo está predeterminado. Se
puede conocer el futuro del mundo, captar el pasado como necesario y aferrar el sentido
total de la historia, siempre que ésta discurra según un plan ya fijado. De esto no tiene
dudas el apocalíptico. Dios ha establecido con anterioridad un plan sobre el mundo, y la
historia discurre según este eterno plan, con un orden inmutable. Del mismo modo que
para los griegos todo tiene un puesto fijo en el cosmos, para el apocalíptico todo tiene su
tiempo determinado en la historia. Y quien conoce el Todo, también está en disposición
de comprender las realidades individuales, que de otro modo serían incomprensibles.
La visión de la historia en la apocalíptica está, pues, modelada por analogía sobre
la visión griega del cosmos. Así se explican también las partes cosmológicas de la
literatura apocalíptica, en las que se dice cómo Dios ha fijado exactamente el curso de
los astros, los tiempos para la luz y las tinieblas, la duración cambiante de los días, el
ritmo de las fases lunares, etc. El carácter invariable de las leyes cósmicas dadas por
Dios permite comprender la correspondiente determinación de la historia del mundo. El
apocalíptico contempla esos movimientos celestes tras las cortinas de la naturaleza. Y su
visión, mediante la precisión de los acontecimientos cósmicos, proporciona a su
concepción de la historia (cuya precisión es lo que realmente le interesa) la necesaria
credibilidad y la fuerza de convicción3.
3
Así, especialmente en el "Henoc etiópico", las revelaciones históricas se entrelazan con la presenta ción
de los misterios astronómicos y cosmológicos, por lo que éstos últimos carecen de valor propio; más bien
6
cuando los tiempos hayan tocado a su fin. "Entonces serán aniquilados todos los
tiempos y años, y ya no habrá mes, ni día ni horas" 6. Entonces se acabará todo lo
pasajero, se dará muerte a la muerte y se corromperá lo corruptible. Y, como no habrá
tiempo, desaparecerá hasta el recuerdo de este tiempo 7. Ya no se volverá a pensar en lo
que ha causado el sufrimiento de este eón. El nuevo eón superará totalmente el pasado
del antiguo eón.
Irrumpirá el tiempo de la paz eterna; volverá la época dorada del paraíso. Dios
habitará entre los bienaventurados. El pecado, raíz de todo mal, será arrancado de raíz,
de modo que "el pecado ya no sea mencionado de aquí a la eternidad" 8. Los justos, que
tendrán acceso a ese eón, "serán todos ángeles en el cielo y su rostro brillará de
alegría"9. Serán comparables a las estrellas y llevarán vestiduras puras por el resplandor
del cielo.
El eón futuro no será una prolongación, a un nivel más alto, del antiguo, sino otro
eón totalmente nuevo. Desaparecerá el antiguo cielo y la antigua tierra con sus
creaturas; Dios creará un mundo nuevo, surgirá un nuevo cielo y toda la creación será
renovada. La paz sustituirá a las guerras, la luz a las tinieblas, la alegría eterna a la
muerte. "En el mundo futuro ni se comerá ni se beberá, no habrá reproducción ni
multiplicación; los piadosos se sentarán con coronas en sus cabezas y se regocijarán
ante el esplendor de la divinidad"10. El antiguo eón no conoce la alegría estable, sus
caminos son inseguros y resbaladizos. "Pero los caminos del gran eón son amplios y
seguros, y llevan frutos de vida"11.
Algunos círculos apocalípticos recalcan especialmente la diferencia entre ambos
eones, pues perciben ambos cursos del tiempo en el marco de una concepción general
de tipo dualista. En consecuencia, la historia es determinada por una lucha cósmica
entre Dios y su adversario.
Como adversarios aparecen bien los ángeles caídos, que según Gn 6 se mezclaron
con las hijas de los hombres y engendraron el ejército de los demonios, causantes de las
enfermedades e inductores a la idolatría, bien otros pecados. Estas ideas predominan
p.e. en el Henoc Etiópico, que habla de los ángeles Azaziel y Semyaza como principales
encarnaciones de las fuerzas del mal.
En la literatura apocalíptica aparece con frecuencia la figura de Satán, casi
desconocida en el Antiguo Testamento, como adversario de Dios. En los escritos
apocalípticos lleva generalmente el nombre de Beliar o Belial, que en el Antiguo
Testamento no es más que un concepto abstracto para designar la inutilidad o la maldad.
Este Satán puede ser descrito de manera mítica como monstruo o fiera, motivo por el
que la batalla final del antiguo eón tiene lugar contra el dragón. Pero Satán puede
también adoptar contornos históricos y ser presentado según la guisa de inquietantes
reyes como Antíoco IV Epífanes, Herodes el Grande o Nerón. Mediante este
travestismo, Satán aparece como tirano en el tiempo final del antiguo eón.
Pero no todos los apocalípticos se atreven a contraponer a Dios un competidor
mítico. En 4 Esd y en el Baruc Siríaco falta cualquier rasgo del dualismo antes descrito,
pues una perspectiva dualista amenazaría peligrosamente la soberanía del Dios del
6
Henoc Eslavo 65,7.
7
Baruc Siríaco 44,9.
8
Henoc Etiópico 91,17.
9
Henoc Etiópico 51,4s.
10
Berakot I7a; cf. Mc 12,25.
11
4Esd 7,13.
8
12
Baruc Siríaco 85,10.
13
4 Esd 14,10.
9
Los hombres del tiempo final son más débiles que sus predecesores14. Aumentan
los abortos15. Los niños que nacen son como viejos 16. Las epidemias van viento en popa
y horribles enfermedades hacen estragos17. Las mujeres dejan prematuramente de tener
hijos18.
La tierra pierde su fecundidad; la semilla no produce cosecha19. Se difunden la
pobreza y el hambre; las relaciones sociales se hacen insoportables20. Cesan las lluvias21.
Las fuentes están selladas22. Desaparecen los pájaros23. Las fieras salvajes salen de sus
guaridas24.
Sol y luna abandonan su curso habitual 25. Las estrellas caen confusamente26. Se
hacen visibles en el cielo signos que anuncian la desgracia27. Los árboles destilan sangre
y las piedras gritan28.
Ha llegado el fin de toda la creación. Dios ha puesto la hoz en su raíz; comienza
su lucha a muerte29. El que tiene los ojos abiertos ve aumentar estas señales del final y
las nota crecer día a día.
A todas estas señales de la naturaleza viene a sumarse el impresionante aumento
de la maldad humana. Las relaciones humanas se trastornan. "Los sabios callan, los
necios hablan"30; pues "la razón se esconde y la sabiduría se oculta en su aposento" 31.
Por tal motivo aumentan las guerras32. Hasta los hermanos se enemistan; padres e hijos
se enfrentan, y los órdenes sociales se resquebrajan 33. Los terrores del fin se manifiestan
en el presente; el antiguo eón se dirige apresuradamente hacia su fin.
Del curso general de los acontecimientos de la historia puede deducirse también
que el final del viejo eón está ya próximo. Verdad es que la historia tiene una duración
determinada por Dios (por regla general, se calcula que de la creación al final habrá seis
o siete mil años, o una semana del mundo); y, tomando como base los datos del Antiguo
Testamento, se puede calcular especulativamente que el tiempo del viejo eón casi tiene
que estar caducando.
Particularmente interesante es la concepción del término exacto del final de los
tiempos, si tenemos en cuenta que el curso del mundo se divide en distintas épocas. Así
nos encontramos con el uso de los números sagrados, ampliamente difundido: cuatro;
siete; doce; setenta y dos (setenta), en conexión con el curso de los años, es decir, las
14
4 Esd 5,50-55.
15
4 Esd 5,8; 6,21.
16
Jubileos 23,25; Oráculos Sibilinos II, 154s.
17
Oráculos Sibilinos III, 538; 633; Apocalipsis de Abrahán 29s.
18
Oráculos Sibilinos II, I64s.
19
4 Esd 6,22.
20
Henoc Etiópico 99,5; Baruc Siríaco 27; Apocalipsis de Abrahán 30.
21
Oráculos Sibilinos III, 539; Henoc Etiópico 80,2; 100,11; Jubileos 23,18; Baruc Siríaco 27,6.
22
4 Esd 6,24.
23
4 Esd 5,6.
24
4 Esd 5,8.
25
4 Esd 5,4.
26
Henoc Etiópico 80,4-7; 4 Esd 5,5.
27
Oráculos Sibilinos III, 796-806.
28
4 Esd 5,5.
29
Baruc Siríaco 32,1; 4 Esd 6,16.
30
Baruc Siríaco 70,5.
31
4 Esd 5,9.
32
Henoc Etiópico 99,4; 100,2; Oráculos Sibilinos III, 633.647; Baruc Siríaco 48,32.35; 70,3.
33
Henoc Etiópico 99,5; 100,ls; Jubileos 23,59; 4 Esd 5,9; 6,24; Baruc Siríaco 70,6.
10
cuatro estaciones, los siete días de la semana, los doce signos zodiacales y las setenta o
setenta y dos semanas de cinco días. Daniel p.e. subdivide el curso del mundo en cuatro
partes. Se suceden la del oro, la de la plata, la del bronce y la de hierro (Dn 2; 7), donde
los símbolos elegidos manifiestan la progresiva marcha decadente del mundo, que se
dirige hacia un amargo e inevitable fin. Los cuatro reinos son representados con las
imágenes de cuatro bestias, la última de las cuales tiene diez cuernos y uno pequeño que
crece entre ellos: el último rey del cuarto reinado del mundo, el rey sirio Antíoco IV, con
el que, según el apocalíptico, llega ya el fin.
Según Henoc Etiópico 10,12, el viejo eón durará setenta generaciones, y el lector
sabe que forma parte de la última generación.
Esta generación debe soportar ahora la catástrofe del fin para poder entrar en el
reino de Dios, en el eón futuro, a través de la prueba y después de grandes sufrimientos.
Los malos tienen más que merecido el sufrimiento. Sobre ellos recaerá el juicio. Pero
las increíbles angustias y sufrimientos de los justos mueven a Dios a piedad. Por tal
motivo acorta el tiempo, haciéndole correr más rápidamente hacia el final34. También los
justos pueden acelerar el final con incesantes plegarias y gritos, pues Dios no dejará de
oír la súplica de sus elegidos, que están ante Él día y noche (cf. Lc 18,7).
Por eso no hay que lamentar en modo alguno morir antes del fin. Al contrario, de
ese modo uno escapa de los terribles horrores y juicios de la vieja creación, al propio
tiempo que puede entrar en el nuevo e inmaculado eón. En efecto, al comienzo de ese
eón resucitarán los muertos, de modo que los vivos no aventajarán a los moribundos o a
los difuntos. "La tierra devolverá a los que descansan en ella, el polvo dejará libres a los
que duermen en él. Los sepulcros devolverán a las almas que les fueron confiadas" 35.
Pues "mi juicio se parece a un círculo, donde los últimos no están detrás ni los primeros
delante"36.
Según Henoc Etiópico37, los justos que vivan en esta última situación desesperada
serán arrancados de ella mediante un sueño profundo. Después tendrán lugar catástrofes
cósmicas de grandes dimensiones. El viejo mundo arderá en el fuego del incendio
universal o se hundirá en el gran océano primordial. El príncipe infernal de este eón no
cederá voluntariamente su poder. Convocará a todos sus vasallos, las potencias
angélicas demoníacas y los tiranos de la tierra, y tratará de implicar en su ruina a todo el
mundo. Pero Dios preserva a sus elegidos.
Y una vez que Dios haya derrotado a Satán, "el mundo entrará en el silencio del
tiempo primordial durante siete días, como al principio, de forma que nadie quede. Pero
después de estos siete días, el eón que ahora duerme despertará y la caducidad pasará"38.
Son diversas las opiniones que tratan de responder a la pregunta: ¿resucitarán
todos los muertos? Los malos resucitarían, pero sólo para un acto de juicio que los
condenaría otra vez a la muerte, a una segunda muerte sin posibilidad de volver. Pero no
es raro encontrar la opinión de que sólo resucitarán los justos, pues "el Altísimo ha
creado este mundo para muchos, pero el futuro sólo para pocos"39.
A decir verdad, la esperanza de la resurrección no es constitutiva de la
apocalíptica. En ocasiones encontramos la idea de que sólo formará parte del nuevo eón
34
Baruc Siríaco 20,1.
35
4 Esd 7,32.
36
4 Esd 5,42.
37
Henoc Etiópico 100,5 (cf. 96,2).
38
4 Esd 7,30s.
39
4Esd 8,l.
11
la última generación de vivos. Estos son proclamados bienaventurados por lo que sus
ojos pueden contemplar40. Esta idea, que no deja esperanza alguna a los muertos, puede
ser soportada si se percibe cercano el cambio de los tiempos y si se tiene la seguridad de
que uno forma parte de la última generación. Pero, considerada en su conjunto, la
apocalíptica se caracteriza por la espera en la resurrección de los muertos, por una
espera que, ya en tiempo de Jesús y más allá de la religiosidad propiamente
apocalíptica, se había convertido en el rasgo distintivo de los piadosos judíos ortodoxos
y en signo diferenciador, por ejemplo, de saduceos y fariseos41.
40
Salmos de Salomón 17,44; 18,6.
41
Baruc Siríaco 50s describe en detalle cómo tendrá lugar la resurrección.
12
II
Naturaleza de la Apocalíptica
En el primer capítulo hemos pretendido esbozar algo así como un "sistema"
apocalíptico, más concretamente en la forma de una visión panorámica de las ideas más
importantes que constituyen la imagen del mundo y de la historia propia del
apocalíptico. Estas ideas individuales, como veremos más adelante, no son en gran parte
originalmente apocalípticas; por tanto, tampoco son unitarias. Pero no puede pasarse por
alto la observación de que ellas, en su contexto apocalíptico, constituyen un conjunto
relativamente compacto y autónomo. Unidas a la imagen apocalíptica del mundo,
adquieren un sentido específico. Ahora nuestra tarea consistirá en tratar de captar este
sentido específico, patente tanto en el conjunto como en las partes individuales, es decir,
la "naturaleza" de la apocalíptica. Es necesario por tanto demostrar si es justo el
presupuesto de que, en el caso de la apocalíptica, nos hallamos ante un fenómeno
religioso peculiar, es decir, ante una visión específica del mundo, de la historia y de la
existencia.
Ya desde un principio, la apocalíptica ha sido reconocida y definida como una
realidad peculiar, sobre todo por el hecho de que se dio a una determinada literatura
apocalíptica el título característico de "apocalíptica". Esta denominación parece ser de
origen cristiano, documentable a partir del siglo II. Está en relación probablemente con
el comienzo del único escrito apocalíptico que ha sido aceptado en el canon cristiano, el
Apocalipsis de Juan, que empieza con las palabras: "Apocalipsis (= revelación) de
Jesucristo, dada por Dios para manifestar a sus siervos lo que sucederá pronto...". De
este modo se nos orienta, a través de lo que es considerado "literatura apocalíptica", a la
más importante característica formal de esos escritos: las revelaciones son comunicadas
a los destinatarios mediante visiones (a veces durante audiciones), tanto nocturnas como
extáticas, o mediante rapto acompañado de un viaje celeste.
Dado que esta característica formal guarda relación con la gran masa de
producción apocalíptica (aunque no sólo con ella), es comprensible que el término
originalmente literario de "apocalíptica" haya sido utilizado con referencia a la
reflexión histórico-religiosa posterior y haya servido, con exclusión de los escritos de
revelación que expresan una religiosidad distinta de la apocalíptica, para diseñar el
fenómeno religioso de la apocalíptica que hemos tratado de esbozar antes. En este
proceso terminológico se manifiesta la convicción de que la apocalíptica es un
fenómeno religioso relativamente cerrado y autónomo. En los escritos particulares, sea
cual fuere la fuente de la que pueden provenir las ideas y los conceptos utilizados por
ellos, qué duda cabe que fueron puestos al servicio de la concepción "apocalíptica" del
mundo y del hombre, de Dios y de la historia.
¿Cómo podemos entender esta apocalíptica en su "naturaleza", como religión?;
¿cómo hemos de concebir la piedad apocalíptica? ¿Cómo se percibió a sí mismo el
piadoso seguidor de la apocalíptica dentro de su mundo, frente a Dios, en sociedad con
los demás hombres y en el hoy entre el pasado y el futuro?
Antes de nada, llama la atención percibir el modo radical en el que el apocalíptico
se orienta hacia la historia. Los hechos y procesos cósmicos le interesan sólo
marginalmente y por su significado a la hora de juzgar el curso de la historia. Como ya
vimos, esto vale también para el amplio capítulo astronómico del Henoc Etiópico, en
base al cual se ha afirmado erróneamente que la apocalíptica tiene un interés autónomo
13
por lo cosmológico. Baste con observar p.e. que, al comienzo de este libro, las
exposiciones cosmológicas42 aparecen implicadas en la descripción del actuar histórico
de Dios43.
La evidente inmutabilidad del cosmos creado por Dios muestra a los destinatarios
del mensaje apocalíptico que también el plan histórico de Dios revelado por el
apocalíptico se verifica con inmutable seguridad, y que el juicio llega sin ningún género
de dudas. "Del mismo modo que la voluntad de tu padre está en él y la tuya está en ti,
así está en mí el designio de mi voluntad, dispuesto ya para el futuro..."44. En este plan
histórico se concentra todo el interés de la literatura apocalíptica; de hecho, según el
pensamiento apocalíptico, la verdad y la realidad del mundo se manifiestan a quien se
pregunta por la historia del mundo.
Una comparación con la imagen griega del mundo pone de manifiesto lo poco
evidente que es esa concepción histórica de la realidad.
El griego remite al cosmos a quien le pregunta por la realidad total del ser. En el
cosmos está comprendido todo lo real, de manera ordenada y espacial; ordenada en el
sentido cualificado de buen orden. Dioses, hombres y cosas ocupan su propio "puesto"
en el cosmos; si no abandonan este puesto y se insertan en el orden del cosmos, tanto
ellos como el mundo estarán "en orden". La palabra "cosmos" significa originalmente
"adorno", y de hecho el hombre griego se maravilla, en la meditación religiosa, de la
bella armonía del orden cósmico, que puede ser contemplada por todo hombre
"razonador", pues todos los hombres participan de la razón del mundo que gobierna el
cosmos y le da forma, es decir, poseen "nous".
El orden del cosmos tiene una subsistencia independiente del curso del tiempo y
de la historia. Todo lo que sucede debe servir sólo para restaurar el orden roto y para
situar a uno mismo y a las cosas en el puesto justo que le corresponde en el mundo. Si
es que el griego considera la historia en su devenir es porque le enseña a entender el
pasado, pues el futuro discurrirá como el pasado. Y una mirada a la totalidad de la
historia (cosa que el griego hace sólo en raras ocasiones) le enseña que toda ella se
desenvuelve a modo de círculo, de tal modo que los acontecimientos se repiten de edad
en edad. La pregunta por el sentido de lo que acontece no se puede formular a quien,
frente a cada acontecimiento, conoce el orden establecido para la eternidad, el ser del
cosmos, que descansa en sí mismo. Su meta consiste en encontrar, detrás de cada
conmoción trágica, la serenidad y la alegría, que se corresponden con el orden
inmutable y con la regularidad del cosmos. A tal meta confieren una elocuente expresión
sobre todo las creaciones del artista griego. Contemplar la armonía del grande y del
pequeño cosmos constituye para el griego la mayor de las felicidades.
A diferencia de la típica contemplación griega del mundo, la apocalíptica piensa,
en gran medida, históricamente. Todo evento se sitúa en un gran contexto temporal. Si
se quiere hablar de un orden de lo real, hay que pensar que se trata de un ordenamiento
temporal. No hay orden metafísico. Ante los ojos del apocalíptico está la historia; en ella
contempla precisamente lo que ha sido y lo que será.
Pero, para el apocalíptico, no se trata de una visión retrospectiva o previsora de la
historia (y sólo con este criterio puede empezar uno a entenderlo). No se halla situado
ante el dramático decurso de los acontecimientos, interesado y, al propio tiempo,
distante. Se maravilla de cómo Dios haya gobernado todo con tal soberanía. No
42
Henoc Etiópico 2,1 - 5,3.
43
1,1-9 y 5,4ss.
44
Apocalipsis de Abrahán 26,5.
14
47
P.e. Sanedrín 97b.
48
Ibid.
16
es potencialmente el tiempo del fin. Como no se piensa que el fin está lejos, sigue
intacta la tensión histórica.
El susodicho término "penitencia" nos lleva a afrontar otro problema que debemos
examinar aquí. Ciertamente el fin llega sin la cooperación humana. El hombre
experimenta el nuevo eón, pero no lo produce. El problema realmente decisivo, si se
acepta o no la participación individual en el nuevo mundo, está confiado a su decisión.
Hacia el final del Baruc Siríaco se dice:
"Y he aquí que, cuando el Altísimo haga todo esto, entonces ya no habrá ocasión
para la penitencia, ni un final para los tiempos, ni una duración (delimitada) para los
periodos, ni un cambio de camino, ni ocasión para la oración, ni envío de súplicas, ni
adquisición de conocimientos, ni entrega al amor, ni ocasión para el arrepentimiento de
las almas, ni intercesión por las faltas, ni oración de los padres, ni súplica de los
profetas, ni auxilio de los justos.
En su lugar estará la sentencia del juicio de perdición y el camino al fuego y el
sendero que conduce al infierno.
Por eso hay una sola ley dada por Uno, un solo mundo y un fin para todos los
que están en él. Después hará vivir a quienes puede purificar de sus pecados, al tiempo
que destruirá a quienes se hayan manchado con sus pecados".
Se ve claramente la enorme responsabilidad histórica que lleva a sus espaldas el
hombre en este presente y último tiempo; todo se decide ahora, y de cada individuo
depende el modo de tomar esa decisión. Este "ahora" histórico no podría ser producido
por el hombre, pero a él compite escoger ahora entre vida o muerte: ¡una opción
realmente histórica! La radical deshistorización del futuro, en el que no parecen ya
tomarse decisiones históricas, está al servicio de la radical historización del momento
presente; no es posible, pues, en modo alguno, defender la tesis de la pérdida general del
sentido de la historia por parte de la apocalíptica.
Los destinatarios del Libro de Baruc pertenecen a una comunidad que se ha
decidido ya contra este eón y a favor de la espera exclusiva del inminente eón celeste:
"Si recibís ahora esta carta, leedla en vuestras asambleas con sumo cuidado y
reflexionad sobre ella" (con estas palabras comienza Baruc la parte escatológica de su
libro). Pero los lectores deben persistir en esa decisión. No pueden abandonar la
comunidad que espera la salvación escatológica ni volver a amoldarse a este eón, y
deben convencer a los dubitativos con las palabras del libro. Su tiempo exige, pues, un
compromiso histórico constante y extremadamente importante.
En consecuencia, y al margen de las ideas del Antiguo Testamento, se puede
considerar irrelevante la duración de la vida, pues la elección entre vida y muerte es
cuestión de un momento:
"El Altísimo no tiene en cuenta ni mucho tiempo ni pocos años. Porque, ¿de qué
le ha servido a Adán haber vivido 930 años después de haber transgredido la orden que
le fue dada? De nada le ha servido, pues, el largo tiempo vivido; más bien le acarreó la
muerte y abrevió los años de sus descendientes. ¿ O qué mal puede considerarse el que
Moisés viviese sólo 120 años si tenemos en cuenta que, precisamente porque era
piadoso y sometido a quien le había creado, dio la ley a la posteridad de Jacob y
encendió una luz para el linaje de Israel?"49.
49
Baruc Siríaco 17.
17
50
Apocalipsis de Abrahán 23,8s.
18
51
Cuando Jürgen Moltmann (Theologie der Hoffnung, 124) habla de una "historización del cosmos" a
través de la apocalíptica, tendría razón si con tal afirmación pretendiese decir que, a diferencia p.e. del
pensamiento griego, toda la realidad cósmica está interpretada históricamente en la apocalíptica. Pero, al
hablar de la "historización (apocalíptica) del mundo en la categoría de futuro escatológico universal",
demuestra que está equivocado. El apocalíptico, de hecho, se sitúa frente a este mundo histórico con
radical pesimismo. Para él no tiene futuro; su "ésjaton" es la ruina universal. La esperanza está dirigida al
nuevo mundo, que Dios creará sin continuidad con el antiguo y que, para los apocalípticos, no posee ya
dimensión histórica alguna.
52
4 Esd 7,116ss.
19
radicalmente pesimista de la vida. "¡Oh, Adán, qué has hecho a todos que han nacido de
ti"53; mejor sería no haber nacido.
Ahora bien, este pesimismo conduce a la resignación en la última cita de 4 Esdras,
y acaba en una concepción nihilista de la existencia. Pero esta visión desprovista de
esperanza no representa la opinión de la apocalíptica, sino una forma, difundida aquí y
allá en el mundo de la apocalíptica, de la visión pesimista del mundo contra la que
combaten los apocalípticos. De hecho, afirmaciones como las citadas, expresadas por el
vidente ante Dios o ante el ángel que lo acompaña durante su visión, son
inmediatamente corregidas: "Adán no es causa de mal más que para sí mismo, mientras
que todos nos convertimos en un Adán para nosotros mismos" 54. Pero en modo alguno
todos los hombres son pecadores merecedores de condena a imagen de Adán. Esdras,
por ejemplo, no pertenece en este sentido a "la semilla de Adán", pues se le impide
compararse con los pecadores55. Son muchos, en cambio, los que "han nacido para la
nada"56, tanto más numerosos que los redimidos cuanto grande es el río en comparación
con una gota57; pero a esos pocos pertenece la vida que fue ofrecida a todos. Se asevera
con solemnidad:
"Os lo juro, pecadores: como ningún monte fue jamás ni será esclavo, y como
ninguna colina acaba siendo esclava de una mujer, tampoco así tuvo lugar el envío del
pecado a la tierra; los hombres lo crearon por sí solos, y una gran condena espera a
quienes cometen pecado. La esterilidad no ha sido dada a la mujer, pero muere sin
hijos a causa de las obras de sus manos"58.
Esto quiere decir que no hay esperanza para los pecadores y para este eón
empecatado. El pecado gravita fatalmente sobre este mundo desde el momento en que
Adán pecó, y se intensifica de generación en generación hasta alcanzar el ápice en el
que el juicio destruya irremisiblemente la creación que se devora a sí misma. En este
sentido, la idea del pecado hereditario es útil a la concepción apocalíptica de la
existencia. Pero es posible huir de este destino pecaminoso: los justos vivirán. El
pesimismo ilimitado frente a este eón va unido, para los justos, a la gran esperanza en el
futuro. El "no" total de la apocalíptica a este mundo, que puede encontrar una expresión
adecuada también en la doctrina de la muerte hereditaria, y cuya experiencia de la
realidad es ciertamente nihilista, conduce a la apocalíptica no a la absoluta resignación,
sino a una gran esperanza en una nueva creación.
La pérdida del sentido histórico por parte de la apocalíptica se manifiesta también
en las lagunas del programa político o de la predicación de tipo social. Los círculos
apocalípticos no han tomado parte evidentemente en las luchas políticas de liberación de
los asmoneos. En Dn 11,34 la guerra victoriosa de los Macabeos contra los sirios es
denominada, con cierto desprecio, "una pequeña ayuda" para los piadosos, a duras
penas digna de ser recordada junto al trastrocamiento de los eones que se espera de
parte de Dios. Y el Henoc Etiópico59 describe la suerte de los apocalípticos maltratados
por los propios connacionales revolucionarios:
"Fueron martirizados y aniquilados, y no esperaban poder ver la vida de un día
para otro. Esperaban ser cabeza y se convirtieron en cola... Trataron de huir de ellos
53
Baruc Siríaco 48,42.
54
Baruc Siríaco 54,19.
55
4 Esd 8,47.
56
4 Esd 9,22.
57
4 Esd 9,14.
58
Henoc Etiópico 98,4s.
59
103,9ss.
20
para ponerse a resguardo y obtener el reposo, pero no encontraron ningún lugar donde
huir y ponerse a salvo de ellos".
La continuación de este texto deja ver que los revolucionarios que dominan la
tierra son solidarios de los perseguidores de los piadosos.
Esta actitud represiva de los dominadores es comprensible: un grupo que rechaza
radicalmente la lucha nacional de liberación parecería un cuerpo extraño en la región.
Pero forma parte de la confesión de fe de los apocalípticos el no poder esperar de (y en)
este eón nada salvífico, y mucho menos de una guerra por el honor y la independencia
nacionales.
Los grupos apocalípticos han llevado en consecuencia una vida casi conventual, y,
separados de la religión oficial, han cultivado una mentalidad sectaria, si bien en ciertas
ocasiones han ejercido influencia en las sinagogas60. En los escritos apocalípticos, y no
por casualidad, se encuentran esporádicamente incluso tendencias hostiles al cuerpo,
tendencias que no se perciben en ningún otro ámbito del judaísmo y que apuntan al
carácter "pietístico" del movimiento apocalíptico.
Más visiblemente radical parece la pérdida del sentido histórico por parte de la
apocalíptica si observamos que, en sus escritos, falta la parénesis concreta dirigida al
individuo. Es suficiente la ley (para el judío, naturalmente). Los piadosos cumplen la
ley; los impíos la rechazan. Pero en ningún sitio es expuesto en detalle el contenido de
la ley. Evidentemente, el concepto apocalíptico de ley admite todos los distintos
cumplimientos virulentos de la concepción de la ley en el judaísmo, y aparentemente
toma también en consideración, en el marco del universalismo apocalíptico, la ley
divina escrita en el corazón de los paganos. Sea cual fuese la idea concreta de "ley" que
tuviese cada judío.
Para la apocalíptica, la ley forma parte de otra serie de entidades que el piadoso
observa y el impío rechaza. Se encuentran expresiones estereotipadas como ésta:
"Ellos (los pecadores), por propia decisión libre, han despreciado al Altísimo,
rechazado su ley y abandonado sus caminos. Además han oprimido a sus fieles y han
dicho en su corazón que Dios no existe"61.
De todo esto se ha deducido 62 que, en la apocalíptica, la "ley" ha perdido el
significado de estilo concreto de comportamiento, convirtiéndose en signo de la
elección del pueblo de Dios del Antiguo Testamento. "Justicia según la ley" significaría
en consecuencia permanecer en la elección. Pero esta interpretación nacional israelita no
tiene en cuenta el cambio universal e individualista que, con mayor o menor intensidad,
se llevó a cabo en la apocalíptica respecto al Antiguo Testamento. Podría ser justa la
opinión de que la apocalíptica no tenía interés alguno en una determinación ética
concreta del contenido de la ley, y que en consecuencia no tomó parte en las discusiones
intrajudías sobre las concreciones de la ley, pues carecían de significado en la
perspectiva del fin de este eón. La "ley" tampoco constituye en la apocalíptica un signo
de la elección de Israel, sino que, sea cual fuere su contenido, es expresión de la
voluntad de Dios, a quien el piadoso se somete para recibir en seguida, al final de los
tiempos, su recompensa, y a quien el pecador desprecia, motivo por el que será
castigado. Ha pasado el tiempo de las discusiones acaloradas sobre lo que exige la ley
60
Henoc Etiópico 46,8; 53,5ss.
61
4 Esd 8,56ss; cf. 7,23s; 7,79.
62
D. Rössler, Gesetz und Geschichte, 1960.
21
en los casos particulares; obedece a la ley quien se agrega ahora a la comunidad de los
piadosos seguidores de la apocalíptica.
La ley se cumple concretamente sólo con el plan histórico divino. "Ley" es de
hecho la fe apocalíptica, el alejamiento de la historia en general y la incondicionada
tensión hacia la meta apocalíptica de la esperanza. Quien confía en el nuevo eón, en
medio de este oscuro mundo y de un destino incomprensible, dando así la razón a Dios,
formará parte del número de los justos63. Al apocalíptico, que indaga el plan de Dios
sobre el mundo, se le dice:
"Has dejado lo que es tuyo,
te has dedicado a lo que es mío
y te has cultivado en mi ley;
has emparentado tu vida con la sabiduría
y has llamado madre tuya a la razón" (4 Esd 13,54s).
Y del hecho que la ley de Dios ardió en el templo, se deduce:
"Así nadie conoce las acciones que has hecho y que todavía quieres hacer”64.
La ley informa, pues, del obrar de Dios en la historia, incluida su intervención
escatológica al final de la historia presente. En este sentido, ley y sabiduría están
siempre la una al lado de la otra65: la ley convencerá de su necedad a quienes, con su
rechazo, se opusieron al mensaje apocalíptico. Parece, pues, que ya no se piensa en las
advertencias éticas. Ley significa revelación en el sentido más amplio. Y, en la medida
en que la ley ha sido entendida en sentido "legalístico", ya no tiene significado actual,
sino la función de ocupar un puesto básico en la sentencia del juicio final66. Al
apocalíptico no le interesa saber qué hay que hacer ahora concretamente desde el punto
de vista ético. "¡El tiempo está cerca! Quien es malo, siga siendo malo; y, quien se haya
ensuciado, que siga sucio" (Apo 22,10s). Falta también una ética del ínterin para lo que
queda del tiempo del mundo actual. Debido a esto, no debemos olvidar la pérdida del
sentido histórico por parte de la apocalíptica.
Es un hecho que la concepción apocalíptica de la existencia está esencialmente
determinada por un radical pesimismo respecto a la realidad experimental y por una
resignación de cara a la propia impotencia para cambiar el curso del mundo. En
consecuencia, habrá que hablar de la pérdida de una dimensión significativa de la
historia. Sin embargo, el apocalíptico no cede al pesimismo hasta el punto de
convertirse en nihilista, sino que posee una esperanza que, en su radicalidad, no es
inferior a su pesimismo. Esta unión de negación incondicionada y de afirmación
absoluta es posible gracias a la doctrina dualista de los dos eones. El pesimismo está en
relación con este mundo y afecta también a la capacidad del hombre, que está sometido
a este mundo y que no puede, en consecuencia, más que multiplicar el mal. El
optimismo está en relación con el eón futuro y, por tanto, con la capacidad de Dios,
único que puede poner remedio a la miseria del actual curso del mundo.
Desde el momento mismo en que, en este dualismo histórico omnicomprensivo,
se hace posible y es exigida por el individuo la decisión entre los dos eones, el hombre
aparece como un ser histórico que puede ganar o perder su futuro.
63
4 Esd 10,16.
64
4 Esd 14,21.
65
P.e. Baruc Siríaco 46,4ss; 48,24; 51,3ss.
66
Baruc Siríaco 48,40.47; 54,14.
22
III
Historia de los estudios sobre Apocalíptica
El fenómeno religioso "apocalíptica", a diferencia del literario, ha sido
descubierto como tal en la época moderna. Por eso, la historia de la investigación sobre
la apocalíptica tiene apenas dos siglos. Hasta llegar al umbral de la era moderna, hubo
dos obstáculos que impidieron considerar la "religión" apocalíptica como un campo
autónomo de investigación.
Sobre todo, ha faltado una aproximación histórica a la Biblia que hubiese
posibilitado la comprensión de los escritos bíblicos particulares y de los extrabíblicos
emparentados con ellos, a partir de la determinación de su puesto en la historia. La
Biblia entera fue considerada como revelación de Dios al margen del tiempo, privada de
sus diferenciaciones históricas: Antiguo y Nuevo Testamento se colocaron sobre un solo
plano histórico. Se ignoró de este modo la existencia de un determinado movimiento
religioso entre los dos Testamentos, es decir, la apocalíptica.
En segundo lugar, la distinción clara de los escritos bíblicos respecto a cualquier
otra literatura no permitió una comparación desapasionada de la apocalíptica bíblica con
la extrabíblica. La neta separación entre los escritos inspirados del canon y los otros
libros no inspirados indujo a explicar las apocalipsis bíblicas a partir de su vinculación
con el resto de la literatura bíblica, cuando hubiese sido más conveniente una
interpretación que hubiese tenido en cuenta el vínculo con la literatura apocalíptica
extrabíblica. Los dos libros más o menos apocalípticos de la Biblia, el libro de Daniel y
el Apocalipsis de Juan, fueron clasificados (no sin cierta razón) como escritos
"proféticos", pasando así por alto sus características específicamente apocalípticas.
Hacia el final del siglo XVIII cayeron las mencionadas barreras. Los escritos
bíblicos empezaron a ser explicados históricamente, sin tener en cuenta su inspiración.
Y, a partir de este planteamiento histórico, el canon bíblico no constituyó a la larga freno
alguno. Se descubrieron entonces varios y diversos desarrollos dentro de la piedad del
Antiguo Testamento. Se distinguió entre judaísmo preexílico y el llamado judaísmo
tardío del periodo postexílico. Se puso de manifiesto lo mucho que este judaísmo tardío
sufrió la influencia de una religiosidad extranjera, especialmente del parsismo.
El libro de Daniel jugó un importante papel en estos descubrimientos. Ya hacia
fines del siglo XVIII se impuso la convicción de que, contrariamente a sus pretensiones,
no fue escrito en tiempos del destierro, sino en el siglo II a.C. Había, pues, que
establecer qué relación existió entre Daniel y la profecía más antigua. A comienzos del
siglo XIX la literatura apocalíptica extracanónica fue adquiriendo cada vez mayor
relieve en el horizonte de la investigación.
Paralelamente al estudio de Daniel se desarrolló la investigación sobre el
Apocalipsis de Juan. Ya en la antigüedad se había dudado que el discípulo Juan hubiese
escrito el libro. A mitad del siglo III, el obispo Dionisio de Alejandría, al que no
gustaban algunas visiones del Apocalipsis, impugnó la autoría apostólica del último
libro de la Biblia con erudición alejandrina, aduciendo como motivo la lengua peculiar y
el estilo singular y característico de la obra. Al final del siglo XVIII fueron retomadas
sus críticas. En la vivaz discusión sobre el problema del autor fue naturalmente puesta
en tela de juicio la naturaleza y las características generales del libro. El problema de la
24
68
Op. cit., VIII.
69
Op. cit., 2.
70
Op. cit., 8.
71
Op. cit., 9.
72
Op. cit., 10s.
73
Op. cit., 15.
74
Op. cit., 16.
26
79
Op. cit., 213.
80
Op. cit., 212.
29
hacerse ético y a cambiar: desde algo que se espera a algo que se realiza. Debemos
recorrer hasta el final este camino y provocar la llegada del Reino, dado que el Espíritu
de Jesús obra en nuestros corazones y se difunde en el mundo a través de nosotros.
En este esbozo de escatología consecuente, Schweitzer reduce también la doctrina
apocalíptica al carácter ético de la concepción liberal del Reino de Dios. Pero realiza
este esbozo vinculándose positivamente a la visión originaria apocalíptica de la historia
propia de Jesús y de los primeros cristianos.
También Rudolpf Otto, que descubrió lo sacro-numinoso, lo irracional de la idea
de lo divino como categoría específicamente religiosa y, al mismo tiempo, fundamental
para todas las religiones, partió de esta posición y llegó a una valoración cada vez más
positiva del "gran contenido espiritual de la apocalíptica del judaísmo tardío"81. Según
él, en la apocalíptica opera "la idea de la trascendencia de lo divino sobre todo lo
intramundano, la idea de lo totalmente Otro, Supramundano, que se manifiesta sobre
todo míticamente en el contraste y superposición espacial de dos esferas, la de la tierra y
la del cielo. Esta idea, indispensable a la religión y necesariamente categórica, urge a la
conciencia del hombre religioso"82. La apocalíptica sostiene, pues, la idea religiosa de
fondo según la cual "la justificación en cuanto ser santificado y la bienaventuranza no
son posibles en el modo de ser mundano, sino sólo en un modo de ser totalmente
distinto que Dios concederá; además ambas realidades no pueden existir 'en este eón',
sino sólo en el 'nuevo eón'; no pueden realizarse en el 'mundo', sino sólo 'en el cielo' y
en un 'reino de los cielos'..."83.
Pero no sólo el dualismo de la apocalíptica es interpretado positivamente, de un
modo sustancialmente objetivo. También la orientación escatológica de la religiosidad
apocalíptica es acogida con gusto, a veces de modo apasionado. "Jesús predica: el
tiempo se ha cumplido. El fin está aquí. El Reino se ha aproximado, está cerca. Está tan
cerca que uno está tentado de traducir: está aquí. Por lo menos se siente la atmósfera de
la voluntad de irrupción con una misteriosa "dynamis". Aunque todavía es algo futuro,
está operando aquí y ahora. Se trata de una cercanía palpable. Así escribe Rudolf Otto84,
y, partiendo de semejantes observaciones exegéticas, Karl Barth se expresaba así en la
misma época: "El cristianismo que no sea de hecho y sin más escatología, no tiene
absolutamente nada que ver con Cristo"85.
No hay duda de que, en la escatología consecuente de Albert Schweitzer, en la
teoría general fenomenológico-religiosa de Rudolf Otto y en la teología dialéctica de
Karl Barth, la apocalíptica y su orientación escatológica han sido entendidas de modo
diverso. Pero a todos une la pretensión de encontrar un punto de contacto positivo con la
apocalíptica, cuyas características tratan de explicar y de ilustrar esencialmente, por
buenos motivos, a partir de la concepción apocalíptica de la historia.
Con estas observaciones hemos llegado ya a la situación actual, caracterizada por
un vivo interés por el estudio de la concepción apocalíptica de la historia, interés
motivado por distintas razones. En la situación "apocalíptica" de la segunda guerra
mundial, H. H. Rowley escribió en Inglaterra su libro "Apocalyptic", traducido al
alemán en 1965. Rowley percibe el significado permanente del pensamiento apo-
calíptico principalmente en la exhortación a no confundir las posibilidades históricas del
81
Reich Gottes und Menschensohn, 1993, 19402, 32.
82
Op. cit., 28.
83
Op. cit., 33.
84
Op. cit., 42.
85
Der Römerbrief. 1922, 298.
30
hombre con las posibilidades del Reino de Dios: "Nuestros planes de reconstrucción se
mueven casi exclusivamente en el campo económico, y nuestro error principal sería
pensar que el Milenio es un paraíso económico... Los apocalípticos nunca pensaron, ni
siquiera por un instante, que el Reino de Dios pudiese ser instaurado en virtud de la
fuerza humana. Estaban convencidos de que quedaría instaurado sólo mediante una
intervención divina"86.
Exactamente al contrario, hoy, bajo el influjo directo o indirecto de ideas
marxistas, a menudo a través de Ernst Bloch, emerge con frecuencia la exigencia de
situar dentro de la historia las utopías apocalípticas de una nueva creación, y de hacer
posible su realización con la ayuda de nuevas condiciones económicas. El "principio
esperanza", puesto en candelero por los apocalípticos, debe ser entendido como
principio de acción práctica, y conducir así a realizar históricamente el reino de la
libertad. Una "teología de la esperanza", tal como la concibe Jürgen Moltmann, trata de
aclimatar también en la teología la idea de la historia inspirada en la apocalíptica.
Con gran circunspección teológica, pero no sin calor y pasión, Ernst Käsemann
recuerda que la apocalíptica ha sido la madre de la teología cristiana, y que una iglesia
sólo podría rechazarla en perjuicio propio. La cristiandad ha sido puesta en guardia,
desde su raíz apocalíptica, "para no dar hoy soluciones, pues se perdería la posibilidad
de proteger su mañana o su remoto futuro... Nunca ha existido el éxodo desde los
campamentos instalados, que caracteriza a la verdadera iglesia, sin esperanza y
requerimiento apocalípticos"87. Ernst Käsemann no entiende este recurso a la
apocalíptica al estilo de Moltmann, como justificación de un sistema teológico
estructurado totalmente con base apocalíptica. Más bien se refiere pragmáticamente a la
matriz apocalíptica del cristianismo para poner en guardia al "pueblo peregrino de
Dios", de modo que no se sienta satisfecho de lo conseguido y no se encastille en una
actitud conservadora.
De modo notablemente distinto está construido el programa teológico de la
"revelación como historia", relacionado sobre todo con el nombre de Wolfhart
Pannenberg, que se vincula más explícitamente a la concepción apocalíptica de la
historia, favoreciendo e incrementando así, de modo notable, el estudio de la
apocalíptica. Los representantes de esta tendencia teológica se orientan hacia el diseño
universal de la historia trazado por la apocalíptica. Del mismo modo que el apocalíptico
concibe la historia como un todo, puesto que lo que está por venir le ha sido revelado
por Dios, también los defensores de la concepción de la "revelación como historia"
pueden abarcar toda la historia, pues ven la anticipación del fin de ésta en el destino de
Jesús. La resurrección de Jesús sería la prolepsis de los acontecimientos finales.
No es tarea nuestra aquí ni exponer ni ofrecer un análisis crítico de los susodichos
y afines proyectos teológicos de nuestros días, que se orientan en general a aceptar de
algún modo la visión de la historia propia de la apocalíptica. El hecho de las
sorprendentes diferencias entre ellos significa que no existe consenso compartido sobre
el concepto apocalíptico de la historia. Sin embargo, comparten la pretensión, en línea
de principio convincente, de aclarar la naturaleza de la apocalíptica en base a la
concepción apocalíptica de la historia, empresa audaz en la que también nos hemos
embarcado con este trabajo.
Aparte de los mencionados proyectos sistemáticos, no es raro encontrar hoy la
preocupación por el problema histórico de los orígenes del pensamiento apocalíptico,
86
Op. cit., 153.
87
Exegetische Versuche und Besinnungen II, 107.
31
IV
La Apocalíptica y el Antiguo Testamento
La apocalíptica es un movimiento judío que se puede rastrear ya a partir del siglo
II a.C. Por tal motivo, los escritos del Antiguo Testamento forman parte necesariamente
de las premisas históricas de la apocalíptica. Por otra parte, los autores de los escritos
apocalípticos se sitúan conscientemente en la tradición judía. Los nombres con
autoridad de las personas tras las cuales se esconden para comunicar y difundir sus
revelaciones pertenecen todos a figuras del pasado judío: Henoc, Esdras, Daniel,
Jeremías, Baruc, etc. El cuadro de la historia del mundo, que guía sus compendios de la
historia, proviene también del Antiguo Testamento y de las leyendas judías que se
apoyan en él. Los "justos elegidos" no son, como en el caso de la tendencia
individualista y universalista de la apocalíptica, los pertenecientes genéricamente al
pueblo de la alianza del Antiguo Testamento. No obstante, son identificados de hecho
con los judíos piadosos (en el sentido de la apocalíptica).
A primera vista, sorprende ciertamente observar la falta de citas del Antiguo
Testamento en la literatura apocalíptica. Naturalmente el lenguaje de los escritos
apocalípticos está empapado de ideas del Antiguo Testamento. Pero, en general, no es
citado como tal. La única excepción es Dn 9,2, donde se hace referencia explícita a Jr
25,11ss y 29,10; y los setenta años de la prisión de Babilonia mencionados ahí son
interpretados por el libro de Daniel como setenta semanas de años, según el cálculo
apocalíptico.
¿Significa esta llamativa ausencia de citas del Antiguo Testamento una evidente
separación y ruptura con él? En modo alguno. Conviene decir más bien que la ficticia
datación histórica de los diversos autores no les permite, en general, referirse
explícitamente al Antiguo Testamento. "Henoc" y "Moisés" no podían citar a los
profetas, aun en el supuesto de que hubiesen previsto lo que iba a suceder. El caso de
Daniel es un caso extraño. También los textos apocalípticos tratan de transmitir
enseñanzas, que el apocalíptico pretende haber recibido de boca de Dios o de su ángel.
Dios y sus mensajeros celestes difícilmente pueden aludir al Antiguo Testamento para
conferir la necesaria autoridad a sus afirmaciones. No podemos, pues, deducir de esta
ausencia de citas la existencia de una posición crítica de la apocalíptica de cara a la
tradición del Antiguo Testamento.
Por otra parte, de la voluntad de los epígonos de la apocalíptica de situarse en la
línea del Antiguo Testamento no se puede deducir que estuviesen realmente de acuerdo
con ella, y tampoco que no fuesen de algún modo conscientes de modificar en parte la
fe de los padres. Los teólogos de cuyo trabajo han salido los escritos individuales y los
núcleos de tradición del Antiguo Testamento trataron de interpretar las tradiciones
preexistentes. Tampoco los profetas tenían intención de decir algo sustancialmente
nuevo, sino que pretendían actualizar la fe tradicional de Israel para su propio tiempo
escuchando la voz de Dios. En sus palabras se refirieron constantemente a las
tradiciones religiosas de Israel, a las intervenciones salvíficas de Dios y a sus
instituciones jurídicas. Esta constatación permite hablar, a pesar de la multiplicidad de
los proyectos teológicos del Antiguo Testamento, de la fe veterotestamentaria y
confrontar la apocalíptica con el Antiguo Testamento, tal como pretendemos hacer.
33
libro canónico de Daniel, nunca citan la literatura apocalíptica. De todo esto se deduce
que ya muy pronto los teólogos judíos notaron divergencias entre el pensamiento y la fe
del Antiguo Testamento y la de los apocalípticos. Nuestra tarea consiste en comprobar si
actuaron correctamente y por qué motivos. Se sitúa también aquí un problema anejo: si,
y en qué medida, el Antiguo Testamento, tomado en su conjunto, se contrapone a la
apocalíptica.
Para resolver este problema es de poca utilidad ver en qué medida derivan del
Antiguo Testamento conceptos y representaciones apocalípticos, y hasta qué punto son
éstos deudores de otras corrientes religiosas o de una imaginación creadora. Motivos del
Antiguo Testamento pueden ser utilizados para expresar una fe ajena al Antiguo
Testamento; por el contrario, expresiones o imágenes no familiares pueden llegar a ser,
con el transcurso del tiempo, fórmulas adecuadas y hasta necesarias del pensamiento del
Antiguo Testamento. Por eso, es indiscutible que, en comparación con el Antiguo
Testamento, las numerosas y amplias novedades de lenguaje y de ideas inusitadas
pueden indicar también una nueva concepción de la existencia. Pero merece la pena
examinar lo más directamente posible esta concepción de la existencia, si se quiere
determinar la carencia o la distancia de la apocalíptica en relación con el Antiguo
Testamento, y no fiarse de las estadísticas de términos e imágenes.
De aquí se deduce, sobre todo, que tanto el Antiguo Testamento como la
apocalíptica tienen una comprensión de la realidad esencialmente histórica. El judío
creyente del Antiguo Testamento no se maravilla del orden del cosmos cuando se
pregunta por el sentido del mundo, porque lo que llama su atención es el curso de la
historia. La creación culmina en la formación del hombre, es decir, en el ponerse-en-
movimiento la historia. No es el hombre quien, como parte del cosmos, debe someterse
a él; más bien debe saber sujetarlo históricamente a sí. ¿Dónde podría encontrarse, en
tiempo del Antiguo Testamento y fuera de él, una descripción de la historia comparable
a la del Antiguo Testamento, más aún una exposición tal de la historia que tenga por
objeto no los acontecimientos históricos individuales, sino el curso de la historia desde
el comienzo, diseñando continuamente nuevos esbozos de él? En los desplazamientos
de los patriarcas hay que ver sobre todo no cambios de un lado a otro, sino mutaciones
históricas; indicaciones de lugar como "Egipto" o "Tierra de Israel" califican, en el
Antiguo Testamento, diversas cualidades históricas; las fiestas anuales de Israel están
ancladas en hechos históricos. Israel no habla de acontecimientos míticos del tiempo
primordial, constatables antes de cualquier acontecimiento, sino de intervenciones
salvíficas a través de las cuales Dios demuestra, dentro de la historia, su libertad de
actuación. Análogamente, de vez en cuando, los profetas esperan para el presente una
irrupción decisiva de la historia guiada por Dios.
La apocalíptica, que también tiene una orientación absolutamente histórica, está
en consecuencia enraizada en la religiosidad del Antiguo Testamento, que
evidentemente le ofrece la mayor parte del material para su diseño de la historia.
De esto se deduce que la idea de Dios, tanto en el Antiguo Testamento como en la
apocalíptica, puede ser rectamente entendida sólo en el contexto de la concepción de la
historia. A diferencia del pensamiento griego, el Antiguo Testamento no conoce un Dios
que forme parte de lo existente, sea el Ente Supremo o el Ser Absoluto. Dios no puede
ser concebido más que históricamente operante, pues en el Antiguo Testamento lo real
es captado sobre todo no en la forma del orden del ser, en el que dioses y hombres
tienen su puesto según un orden armónico, sino como existencia histórica. Una
expresión, ciertamente insuficiente, como "Dios, Señor de la historia" puede ayudar a
comprender cuanto tratamos de decir. Verdad es que no se puede atribuir al obrar directo
35
Testamento, no puede ser entendida sin su raíz veterotestamentaria, tanto más cuanto
que lo mismo el Antiguo Testamento que la apocalíptica desconocen la idea de la
historia cíclica (concepción dominante en el mundo antiguo, que, por analogía con el
curso anual de las estaciones, habla del eterno retorno de lo idéntico) y conciben la
historia linealmente.
Tanto en el Antiguo Testamento como en la apocalíptica, mundo, hombre y Dios
son percibidos, tal como se ha dicho, a la luz de la historia. En consecuencia, la
apocalíptica debe ser considerada como un movimiento religioso que lleva la huella del
Antiguo Testamento y que se deriva de su religiosidad.
Pero precisamente esta convergencia en el pensar histórico pone claramente de
manifiesto las diferencias de ambas formas de existencia judías respecto a la concepción
de la existencia.
Opinamos que es obligado reconocer la esencial especificidad de la concepción
apocalíptica de la existencia en el hecho de que el seguidor de ese movimiento se sitúa
frente a este eón y a sus propias posibilidades de cambiarlo con una actitud radicalmente
pesimista. No nutre esperanza alguna respecto a este eón, pues la pone toda en un nuevo
eón más allá de la historia. Esta actitud pesimista frente al mundo circundante es
desconocida en el Antiguo Testamento. Quizá el profeta Amós no vio esperanza alguna
para su pueblo, pero la elegía que entona por Israel (5,2) no es un canto fúnebre por la
historia en sí misma y por las posibilidades históricas de Dios, es decir, por la creación
como tal. Si Israel es rechazado, queda todavía en la historia un pueblo como los
kusitas, ¿o acaso no puede Dios elegir también a los filisteos o los arameos (Am 9,7)?
Por otra parte, el Antiguo Testamento no ha acogido las predicciones de desventura de
Amós sin completarlas con el recuerdo de las promesas salvíficas, históricamente
eficaces. En el Antiguo Testamento sólo hay algo comparable a la apocalíptica en el
pesimismo de Qohelet. Pero hay que tener en cuenta que este libro fue compuesto en la
misma época en que se desarrolló el pensamiento apocalíptico y que, lo mismo que éste,
se distingue del resto del Antiguo Testamento.
Se ha pretendido considerar la concepción apocalíptica de la existencia como una
evolución legítima, sin solución de continuidad, del pensamiento del Antiguo
Testamento. Sin duda, en éste se percibe una evolución hacia una escatología cada vez
más acentuada. La espera del futuro propia de la fe yavista se articula, cada vez con
mayor claridad conforme se avanza en el tiempo, con la esperanza de una intervención
salvífica y definitiva de Dios que lleve a cumplimiento la historia de Israel. El Antiguo
Testamento en su totalidad tiende a la instauración definitiva del señorío de Dios. En
lugar de la intervención de Dios en la historia, esperada siempre en los más antiguos
esbozos teológicos del Antiguo Testamento, es decir, en vez de su permanente
dimensión de realidad futura, encontramos su excepcional y definitiva intervención
creadora de futuro. ¿No se sitúa la esperanza apocalíptica en la línea de esta evolución
propia del Antiguo Testamento?
Así opina p.e. H. D. Preuss en su libro "Jahweglaube und Zukunftserwartung" (Fe
en Yavé y esperanza de futuro): "También esta espera dualista-apocalíptica lleva en su
estructura fundamental la impronta de la fe en Yavé y de su espera del futuro, del mismo
modo que la apocalíptica no puede ser considerada sólo como un fenómeno decadente.
Está en conexión más bien... esencial y legítimamente con la escatología y con la
concepción de la historia propia sobre todo de los profetas" 89. Ahora bien, es verdad que
la apocalíptica está "claramente bajo el influjo y dentro del legado de todo el Antiguo
89
Op. cit., 212.
37
90
Op. cit., 213.
38
91
G. von Rad, Theologie des Alten Testaments II, 19654, 320 (Teología del Antiguo Testamento II,
Salamanca 1972, 387).
92
H. H. Rowley, Apokalyptik, 1965, 141.
39
histórica del mal, de las potencias malignas o de los malvados. Quien hoy esté de parte
de los impíos, es como si de hecho no fuera redimible:
"Los buenos anuncian... justicia a los buenos; el justo se alegra con el justo, y se
congratulan mutuamente. Pero los pecadores están con los pecadores y los rebeldes se
juntan con los rebeldes"94.
En estos últimos días del tiempo del antiguo mundo sólo hay decisión histórica
para los piadosos, es decir, la decisión de no pasar a la parte de los malvados y no
dejarse alejar de la salvación cercana:
"A determinados hombres de una generación les son revelados los caminos de la
violencia y de la muerte; pero se mantienen alejados de ellos y no los siguen. Y ahora
os digo, justos: ¡no caminéis por el camino del mal ni por la senda de la muerte! No os
acerquéis a ellos para no morir"95.
La historicidad del hombre, aceptada fundamentalmente, es en la práctica mucho
más reducida que en el Antiguo Testamento.
También debemos mencionar en este contexto el universalismo y el
correspondiente individualismo a través de los cuales la apocalíptica se distingue
claramente del Antiguo Testamento. Naturalmente no hay que exagerar la diferencia a
este respecto. En el Antiguo Testamento se afirma claramente que Dios es el Señor de
todo el mundo, con mayor convicción cuanto más se avanza en el tiempo. Por eso, en
las imágenes escatológicas de la profecía tardía se habla de los pueblos peregrinos hacia
Sión. Y aunque el israelita obtiene la salvación sólo en y con su pueblo, salvación y
fracaso del pueblo dependen de las decisiones individuales de sus miembros,
especialmente de sus jefes. Ya en el Antiguo Testamento lamentación y alabanza se
relacionan con el destino individual, y no es raro que los profetas anuncien también a
los individuos el juicio y la gracia de Dios. Por otra parte, en ningún lugar aparece con
claridad que comunidades apocalípticas se hayan encontrado reunidas en auténtica
universalidad incluso fuera de la comunidad del pueblo judío. Y a la inversa, también en
la apocalíptica se mantiene con firmeza la elección eterna de Israel, pues de hecho Israel
está representado por los israelitas piadosos: Israel ya no significa entonces la unión
formada por la ley y el pueblo, pues el "verdadero Israel" es la comunidad de los
hombres religiosos, de los elegidos.
Sin embargo, precisamente en esto se manifiesta un cambio radical respecto al
Antiguo Testamento. El hecho de que Israel como pueblo vaya perdiendo terreno en la
apocalíptica en favor del verdadero Israel, tal como se ha descrito, depende también del
abandono del sentido de la historia por parte de la apocalíptica, que no puede tener ya
nada que ver con el pueblo histórico del Antiguo Testamento. De hecho, ¿cómo podrían
las diferencias nacionales entrar a formar parte de la nueva creación, donde todos los
hombres son "como ángeles del cielo"? ¿Cómo podría ser elegida una grandeza
histórica si toda la historia está sometida al rechazo de Dios? Además, desde hace
tiempo se ha llevado a cabo, en Israel mismo, la irreparable separación dualista entre
comunidad del Altísimo e hijos de Beliar, sin dejar esperanza alguna a Israel como
pueblo. Así, pues, la individualización y la universalización frecuentemente observadas
en la apocalíptica constituyen en el fondo el resultado de la concepción dualista y
pesimista de la historia, que rechaza cualquier historia en compañía del pueblo de Israel
y espera una salvación más allá de la historia sólo para los individuos israelitas. Esto no
94
Henoc Etiópico 81,7s.
95
Henoc Etiópico 94,2s.
41
V
Apocalíptica y Gnosis
Si del campo de la mitología apocalíptica pasamos a su contemporáneo de las
representaciones gnósticas, nos sentimos transportados a otro mundo. En la gnosis falta
por completo el pensamiento fundamentalmente histórico que une Antiguo Testamento
y apocalíptica. La gnosis no piensa en categorías de la existencia histórica, sino del ser
estático. No capta la verdad de la realidad bajo el aspecto del tiempo, sino bajo el del
espacio. La vida humana no está determinada por la pregunta "¿en qué momento vives
del curso de la historia?", sino por esta otra: "¿dónde te sitúas en el cosmos de los
seres?".
El pensamiento gnóstico se desarrolla a partir de un dualismo primordial o
derivado de dos principios divinos. Mucho antes de este mundo existió una
contraposición entre un dios bueno y otro malo, entre luz celeste y tiniebla infernal. En
la lucha entre estas dos potencias primordiales, el poder demoníaco consiguió
prevalecer sobre la figura celeste. La existencia de este mundo visible comenzó con este
triunfo de las tinieblas. De hecho, el poder infernal pretende a toda costa seguir en
posesión de la figura luminosa conquistada. En consecuencia, aquella crea el mundo y,
en el mundo, a los hombres. Los cuerpos humanos deben servir de prisión a la luz
celeste sometida. Con tal fin, los demonios descomponen el ser proveniente del mundo
superior en cantidad de chispas de luz. Y a estas partículas de luz, que poseen sustancia
pneumática, les suministran un "elixir del olvido" para que pierdan la memoria de su
patria celeste y enviarlas a los cuerpos humanos, que servirán de cárcel a esas almas
espirituales.
Así, al original dualismo cósmico de potencias luminosas y potencias de las
tinieblas corresponde un dualismo antropológico de cuerpo demoníaco y alma divina, de
carne mortal y pneuma inmortal. Como no todos los hombres llevan en su interior la
chispa divina de pneuma (los demonios quisieron obstaculizar la previsible tentativa de
los celestes de apoderarse de la parte perdida de esplendor luminoso), los seres humanos
se dividen en dos clases: los "pneumáticos" y los "sárkikos", es decir, los hombres
espirituales (cuyo Yo es la chispa de luz exiliada en la cárcel del cuerpo) y los
puramente carnales.
El mundo terrestre se encuentra en el peldaño más bajo; el reino de la luz, en el
lugar más lejano del cosmos. Entre la tierra y el mundo de la luz se encuentra el reino de
los demonios, que, según el pensamiento antiguo, está situado en los astros. Estas
potencias demoníacas impiden la subida de las almas al reino de la luz y vigilan su presa
luminosa para que no se vea tentada por la potencia original buena a recuperar la
perdida parte de luz.
Naturalmente, el mundo de la luz no está satisfecho de la merma sufrida y trata de
recuperar el pneuma perdido. Por eso pone en movimiento el proceso de la redención.
Un ser del mundo de la luz se encamina hacia abajo. Se enmascara en forma de tiniebla,
engaña a los guardianes, que los demonios han establecido en los caminos a través de
los numerosos cielos, y finalmente llega a la tierra, donde se esconde en un cuerpo
carnal o en una apariencia de cuerpo. Así, actuando de incógnito entre los hombres,
lleva a los pneumáticos la iluminación redentora sobre su verdadero ser, el
conocimiento de dónde vienen, de cómo han caído en poder de las tinieblas y de cómo
pueden encontrar el camino hacia la patria celeste, una vez liberados por el amor. El
43
mensajero celeste conoce ya el misterio del camino que conduce al cielo, pues
previamente había atravesado el mundo de las tinieblas. Después de haber comunicado
a los suyos la gnosis, es decir, la verdad sobre su origen y su futuro, vuelve a lo alto
recorriendo el camino por el que había venido. Todos los pneumáticos, que ya están en
posesión de la gnosis, podrán seguirlo después de haber abandonado el cuerpo. La
victoria de la luz sobre las potencias de las tinieblas les permite estar ya ahora seguros
de su salvación, reírse de los jefes de los demonios y odiar la carne, tanto más cuanto
que pueden anticipar en el éxtasis el viaje definitivo hacia el cielo.
Apóstoles gnósticos viajan por todo el mundo para despertar a los pneumáticos
del sueño del olvido de su ser y hacerlos conocedores, gnósticos. Cuando la llamada de
la gnosis haya alcanzado todos los confines del mundo, se puede pensar que ha llegado
el tiempo en que también la última luz ha abandonado el mundo para volver a la patria
celeste. Entonces toda la creación pierde su sentido y cae nuevamente en la nada, de la
que forma parte como obra del vano poder de las tinieblas. Pero el mundo de la luz
celebra su triunfo; la tiniebla ha sido definitivamente llamada al orden. Todo lo que está
separado vuelve a recomponerse. Lo último vuelve al principio.
Esto por lo que respecta a la gnosis en cuanto tal. Nuestra exposición ofrece las
líneas fundamentales del mitograma gnóstico, un sumario ideal típico de los sistemas
gnósticos que, bajando a detalles, son muy divergentes entre sí. En nuestras ulteriores
reflexiones seguiremos este esquema gnóstico ideal; no tomaremos en consideración las
ramas de la gnosis decididamente influenciadas por el pensamiento judío o cristiano.
Tampoco nos ocuparemos aquí de la discutida cuestión del origen de la mitología
y la religión gnósticas, que sin duda surgieron en el mismo periodo que la apocalíptica.
Recordemos sólo que las categorías de espacio y sustancia, predominantes en el
pensamiento gnóstico, revelan evidentemente el influjo de la concepción griega de la
realidad, de tal modo que la diferencia entre los modos de pensar apocalíptico y
gnóstico aparece claramente en sus diferentes matrices: aquí el pensamiento griego; allí
el Antiguo Testamento.
Es evidente que en el pensamiento griego predominan absolutamente las
categorías de espacio y de sustancia. De hecho, para la religión gnóstica, algunas binas
sustancialmente contrapuestas, como "verdad-mentira", "vida-muerte", "salvación-
perdición", "esclavitud-libertad", se corresponden a las contraposiciones espaciales
"arriba-abajo" o "reino de la luz-mundo de las tinieblas" y a las sustanciales "espíritu-
carne", "ser-nada", "plenitud-carencia". También los conceptos fundamentales de "luz"
y "tiniebla" son espaciales y sustanciales, pero no se usan históricamente: la luz, que
pertenece al mundo superior, llega al mundo inferior sólo por una "caída". Ella
representa al verdadero ser, mientras que la tiniebla es calificada negativamente como
ausencia de ser. Lo que acontece (en el ámbito de la gnosis sólo puede hablarse de
"historia" con reservas) consta de una mezcla y separación de sustancias. Es
precisamente este pensamiento espacial y sustancialista el que introduce en un mundo
extraño a quien comparte las categorías del tiempo histórico propias de la apocalíptica.
Sin embargo, con tal experiencia, queda uno en el campo de las ideas, de las
"objetivaciones". En este ámbito no hay de hecho puentes para pasar de un diseño
histórico, que expone en siete o diez etapas el curso del mundo desde Adán hasta el
presente y el fin del mundo, a una descripción de la subida de las almas a través de siete
regiones celestes enemigas o de los 365 puestos de guardia de los demonios. El abismo
que separa estos dos modos de concebir la existencia humana (cada uno totalmente
comprehensivo) es tan grande como el que separa a Platón de Isaías. De modo
44
97
Henoc Etiópico 6-8; 15,8 -16,1.
46
ambos sistemas). Pero nos interesa más el hecho de que la fuente mitológica sirve para
un mismo fin: explicar el carácter negativo de este mundo, como enemigo de Dios.
Debido a esta explicación, es irrelevante preguntarse si el mundo, como ocurre en
la gnosis, ha sido creado por potencias caídas e impías o si, como explican los
apocalípticos, estas potencias demoníacas alejan de su creador al mundo creado por
Dios para ponerlo bajo su propio dominio. En el primer caso, la vanidad del mundo
según el pensamiento gnóstico radica en el ser vano de lo creado. En el caso de la
apocalíptica, la tiniebla de este eón se debe a la conducta histórica de la creatura que se
aleja de su creador. En ambos casos, la cualidad del mundo o del curso del mundo es
descrita del mismo modo y con palabras sustancialmente idénticas: vivimos en un
mundo malo que no es, o ya no es, de Dios. En consecuencia, este cosmos, tanto para la
gnosis como para la apocalíptica, está destinado a pasar. Según la apocalíptica, Dios le
fija un fin para un tiempo ya predeterminado, de modo que surja así el nuevo eón.
Según el pensamiento gnóstico, el cosmos demoníaco se disolverá en la nada cuando
todo el pneuma se haya separado de él. Y no es casual que, en la gnosis más tardía, el
fin del cosmos tras el éxodo del pneuma sea descrito con imágenes apocalípticas.
En este contexto conviene subrayar que el gran papel que juegan ángeles y
demonios en la apocalíptica y en la gnosis, detalle que vincula a estas dos corrientes
religiosas, separa al mismo tiempo a la apocalíptica del Antiguo Testamento. Así las
cosas, resulta evidente que la concepción del mundo es semejante en ambos sistemas, y
característicamente distinta en el Antiguo Testamento. En éste fue casi totalmente
suprimida la fe popular en ángeles y demonios. Dios entra directamente en contacto con
el mundo, como creatura suya que es, y con la historia, como su campo de acción.
El alejamiento de Dios del mundo (en la gnosis) o de la historia (en la
apocalíptica) hace necesaria la existencia de seres mediadores. Unos, en calidad de
mensajeros buenos de Dios y por encargo suyo, hacen de puente entre Dios y la
creación alejada de Él; otros, en calidad de seres malos separados de Dios, crean el
mundo hostil a Dios de la mitología gnóstica. Estos últimos gobiernan y llevan a
cumplimiento la historia desdivinizada, cuyo fin anuncia el apocalíptico. Los seres
angélicos, especialmente los demonios, hacen posible la expresión de la separación
dualista entre Dios y el mundo o entre Dios y la historia mediante la mitología del
tiempo. Son por eso, en lo que respecta a la concepción del mundo y de la vida, un
signo de afinidad entre apocalíptica y gnosis. Tanto en una como en otra encontramos
una visión absolutamente pesimista del mundo o del curso del mundo, del que Dios no
puede ser considerado directamente responsable.
Pero es en la antropología, es decir, en la doctrina sobre el hombre, donde se
percibe más claramente que en las afirmaciones cosmológicas la identidad del juicio
sobre este mundo que ofrecen ambos sistemas. Según el mito gnóstico, todos los
pneumáticos (y sólo ellos son hombres en sentido propio y verdadero) forman parte de
la figura luminosa caída en poder de las tinieblas, figura a la que a menudo se la llama
sin más "hombre" o "Adán". La relación del hombre con el mundo es designada con
conceptos como "caída", "exilio", "prisión", "extranjero", "desarraigo", "nostalgia", etc.
El hombre no proviene de este mundo en el que ha sido precipitado, en el que ha sido
exiliado involuntariamente. Vive en un país extranjero, y sus lamentos por la miseria de
este mundo son expresión de la nostalgia por el mundo de la luz, al que pertenece. Las
potencias demoníacas le han separado del eón superior de la luz. Lo tienen prisionero en
este mundo y en la cárcel del cuerpo. Como no hay comunión entre Dios y el demonio,
entre luz y tinieblas, tampoco la hay entre Adán, hombre primordial, o sus partes, y el
mundo, entre espíritu y carne, entre hombre interior y exterior. Todo esfuerzo del
47
hombre, que toma conciencia de sí saliendo del olvido de su ser, está dirigido a liberarse
de este mundo.
El apocalíptico, ligado al pensamiento judío, no puede expresar su juicio sobre el
destino del hombre en el mundo por medio de este dualismo cósmico. Para él, el mundo
sigue siendo creación de Dios. Sólo esporádicamente resuenan tonos gnostizantes de
lamentación, no por la condición del mundo, sino por el mundo mismo, no por la
corruptibilidad del cuerpo, sino por el cuerpo como tal. Así, por ejemplo, 4 Esd 7,88,
donde a los creyentes se les ofrece la agradable visión de poder separarse de esta "vasija
mortal". Pero se dice claramente que Dios no ha creado al hombre para este mundo
alejado de él, sino para el nuevo eón. El hombre vive en este eón como en un país
extranjero, si bien hombre y mundo se han convertido mutuamente en extraños sólo en
el proceso de la historia. El hecho de que el hombre con sus pecados esté a merced de
este eón no es otra cosa que la caída del gnóstico a este mundo, es decir, que el hombre
no pertenece a este mundo. El lenguaje esencialista-espacial de la caída y el lenguaje
histórico del pecado expresan una experiencia idéntica de la existencia.
Por este motivo, también los mitologúmena se parecen de manera sorprendente.
Mientras la antropología gnóstica percibe el desgraciado origen de la humanidad en la
caída de Adán-Hombre Primordial, forma luminosa celeste, que encierra en sí a todos
los pneumáticos, la literatura tardojudía se basa en otra idea: Adán es la tesorería de las
almas, en la que desde el principio estaba previsto y cuantificado el número de hombres
que debían nacer98, de tal modo que el fin sólo puede venir cuando todos estos hombres
hayan entrado en la vida99. Desde Adán, pues, le fue fijado al antiguo eón un tiempo
perfectamente determinado.
Con este vínculo primordial del hombre con Adán está relacionada la idea de que
todos los hombres han pecado en Adán. Ya hemos dicho que esta interpretación de la
figura de Adán es extraña al Antiguo Testamento. En 4 Esdras viene presentada en la
forma de una rígida doctrina sobre el pecado hereditario: "¡Ay lo que has hecho, Adán!
Si tú has pecado, no has caído solo, sino que también hemos caído los que descendemos
de ti"100. En Baruc Siríaco la idea es adaptada al pensamiento histórico: "Todos y cada
uno de nosotros se ha convertido en un Adán para sí mismo" 101. Ambos modos de
interpretar la caída pecaminosa adamítica sirven para expresar la misma idea: "Cuando
Adán transgredió mis mandamientos, fue juzgada la creación. Por eso, en este eón, los
caminos se han hecho estrechos, tristes y fatigosos, miserables y malos, llenos de
peligros y abocados a grandes necesidades"102. Un granito de mala simiente, sembrado
en el corazón de Adán, ha dado innumerables frutos y ha hecho de este eón un eón lleno
de aflicciones y fatigas.
Dejamos de nuevo abierto el problema de si existen influjos recíprocos entre la
doctrina gnóstica de la caída de Adán-Hombre Primordial, como suma de todos los
pneumáticos, y la inclusión tardojudía y apocalíptica de todos los hombres en la historia
de la caída pecaminosa del Génesis. Baste con decir que estas dos representaciones
mitológicas, afines sin duda, persiguen la misma intención: explicar y justificar la toma
de posición, radicalmente pesimista, de la gnosis y de la apocalíptica respecto al mundo
98
Baruc Siríaco 23,4.
99
4 Esd 4,35.
100
4 Esd 7,116ss.
101
Baruc Siríaco 54,19.
102
4 Esd 7,11s.
48
de aquí allá, de abajo arriba. La apocalíptica, en cambio, separa los dos eones bajo el
punto de vista temporal. Separa el eón presente del futuro. El camino conduce del hoy al
mañana, del presente al futuro, del ahora al después.
Pero de nuevo se pone de manifiesto la comprensión de la existencia: el hombre
vive en el destierro aquí y ahora; y espera vida y salvación de allá y de entonces. Abajo
y en el presente domina la tiniebla; arriba, en el futuro reino de Dios, resplandece la luz
para los redimidos. El hombre está muerto en el mundo o en el tiempo del dominio del
pecado; quien abandona este mundo o quien alcanza la eternidad a partir del tiempo,
conquista la vida. En la presentación de la escatología, no es raro que la gnosis utilice
también conceptos temporales y la apocalíptica espaciales; esto es un indicio de que, en
la base común a ambas, se encuentra una experiencia fundamental e idéntica de la
existencia: no podemos esperar salvación alguna de este eón, de la historia de aquí
abajo.
A pesar de todas las diferencias de pensamiento y de concepciones míticas, la
comprensión común de la existencia en ambos sistemas se pone finalmente de
manifiesto al observar que la gnosis hace suyo el activo abandono de la historia propio
de la apocalíptica, que ya hemos descrito ampliamente. También el gnóstico reconoce
que no tiene responsabilidad histórica de cara a este mundo. En la gnosis no hay
parénesis ética (se trata de un juicio que prescinde obviamente de la gnosis influenciada
por el cristianismo o el judaísmo). El gnóstico es invitado a mantenerse alejado de este
mundo y a vencerlo, sea mediante una rigurosa ascesis sea mediante un libertinaje sin
reservas. Es instruido en la técnica del éxtasis y de la ascensión del alma, y sobre todo
es puesto en guardia ante las numerosas insidias que le tienden los demonios para
hacerle caer. Pero tales exhortaciones y consejos sirven sólo para liberarse del mundo,
para la fuga de la historia.
Para el gnóstico es en consecuencia más fácil que para el seguidor de la
apocalíptica justificar este rechazo radical de la historia; su ser pneumático es
esencialmente ahistórico. La apocalíptica, impregnada como está de pensamiento
histórico, no tiene en cambio necesidad de la espera próxima histórico-temporal para
poder explicar el rechazo de la responsabilidad histórica: el tiempo de la historia está
llegando a su fin. El compromiso frente a la historia podría haber sido meritorio antes;
ahora no merece la pena.
Pero estas claras diferencias no influyen en la común decisión contra el mundo
histórico. No hay ética ni para la apocalíptica ni para la gnosis. La ética presupone un
mundo salvado que debe seguir siendo fiel a la salvación o un mundo salvable que deba
ser renovado. La conducta ética espera la salvación de (o en) este mundo. La
experiencia básica existencial de la gnosis y de la apocalíptica consiste precisamente en
esto, en que no hay salvación ni en el mundo ni en la historia; ni siquiera puede darse,
pues el mundo es radicalmente malo y la historia está corrompida desde el principio.
Sólo hay salvación más allá del mundo y de la historia. Por eso, la única actitud digna
de mantener frente a la historia es la de un decidido rechazo.
En consecuencia, gnosis y apocalíptica deben ser entendidas como movimientos
radicalmente revolucionarios o anárquicos. Quien pretenda revolucionar la historia
operando históricamente no tiene más remedio que definir como reaccionario el modo
de comportarse de los gnósticos o de los apocalípticos; de hecho, los representantes de
ambas religiones se muestran totalmente desinteresados respecto a los cambios
históricos. Están convencidos de que, con los medios de este eón, con el poder y la
moral, con la carne y la razón, no se puede dar vida a la nada ni hacer bueno lo que es
51
malo. En consecuencia, escapan por una parte de la trágica necesidad de todos los
revolucionarios habituales, que deben crear un mundo nuevo con medios ya caducos, y
por otra parte de su destino, es decir, de parecer revisionistas a los hijos revolucionarios.
Gnosis y apocalíptica son radicalmente revolucionarias. Para ellas, cambio del
mundo significa superación del mundo; su juicio sobre este mundo es simplemente
juicio sobre la historia. Se oponen a todo lo que detenta poder y consideran el mundo
como un lugar sin leyes. Niegan lo que existe sólo por amor de lo que todavía ningún
ojo ha visto ni ninguna oreja ha oído. No se interesan por el orden presente porque nada
está en orden, y aspiran a un mundo en el que no haya necesidad de una mano
ordenadora. Son incapaces de describir lo nuevo, pero saben que todo será distinto.
Desde estas consideraciones, su dualismo debe ser entendido como una dialéctica
de lo negativo. Un cambio cuantitativo no puede aportar progreso al mundo, por
importante que pueda ser. Es necesario un salto cualitativo al nuevo eón.
Sobre esta base, gnósticos y apocalípticos dividen a los hombres en dos clases:
pneumáticos y sárkikos (carnales), justos e impíos, revolucionarios y reaccionarios. La
revolución aniquilará la clase dominante de los sárkikos, de los impíos y de los
reaccionarios, e instaurará el dominio de los justos, ahora oprimidos, y de los sabios,
aquí desconocidos.
Gnósticos y apocalípticos saben que nada bueno puede encontrarse en este
mundo. Quieren un mundo totalmente nuevo y bueno. Por eso reúnen al pueblo de este
nuevo mundo esperando que llegue. De hecho, quien desee la verdadera revolución,
debe esperar que venga. La verdadera revolución sólo puede venir, ella liberará del
mundo y de la historia. Pero llegará ciertamente cuando el tiempo se haya cumplido o
cuando todos los hombres espirituales hayan alcanzado la autoconsciencia gnóstica.
52
VI
El origen de la Apocalíptica: Aspectos
Histórico-Religiosos
Si echamos una ojeada a las informaciones que nos ofrecen las publicaciones
especializadas sobre el problema del origen de la apocalíptica, nos daremos cuenta que
no es fácil orientarse entre la variedad y multiplicidad de argumentos y deducciones.
Podemos oír que la literatura apocalíptica es una literatura esotérica de rabinos
doctos. Otros estudiosos son de la opinión contraria: se trataría de libros populares que
hay que situar por debajo del umbral de la noble literatura teológica. A menudo se hacen
referencias a influencias de religiones extranjeras, que habrían determinado el
nacimiento de la apocalíptica; en esta perspectiva, se menciona con frecuencia a la
religiosidad irania. Con mayor frecuencia, obviamente, se trata de poner de relieve el
enraizamiento de la literatura apocalíptica en el Antiguo Testamento. En este marco,
algunos ven en la apocalíptica una forma tardía de la profecía, una expresión de la
antigua religiosidad profética en tiempos de cambio. Otros, por el contrario, subrayan el
cambio que se puede constatar entre teología profética y apocalíptica, sin pretender con
ello negar una línea directa de evolución a partir de los profetas preexílicos hasta la
apocalíptica, pasando por la escatología de la profecía postexílica. ¿No se puede
explicar el pesimismo apocalíptico y la esperanza en el nuevo eón sin recurrir a la
desilusión provocada por la no realización de la salvación intramundana anunciada a
Israel por los profetas postexílicos? En tal caso, habría una fractura inmanente en el
desarrollo del pensamiento profético.
Gerhard von Rad, por el contrario, establece una diferencia tan señalada entre
profecía del Antiguo Testamento y apocalíptica que se ve obligado a negar una
dependencia de esta última a partir de aquélla. Opina que la matriz de la apocalíptica es
la "sabiduría" del Antiguo Testamento y aduce importantes argumentos a favor de su
tesis.
Otros, en cambio, estudian las condiciones sociales y políticas existentes en la
época probable de la aparición de la apocalíptica, es decir, en los siglos III y II a.C.,
cuando sucumbió el dominio persa y cuando Israel, tras la muerte de Alejandro, se vio
implicado en los litigios políticos de los diádocos. El espíritu helenista, difundido por
Palestina, fascinó a no pocos judíos. Algunos intentan establecer las condiciones
económicas de aquel periodo, con la esperanza de poder contribuir a resolver el
problema del nacimiento de la apocalíptica con la ayuda de argumentos psico-
sociológicos.
Naturalmente, muchos de estos intentos tienen puntos de contacto entre sí, tanto si
se buscan las complejas raíces del sistema ideológico apocalíptico cuanto si se juzga a la
apocalíptica misma como un complejo movimiento con rostros muy diversos.
En todos estos intentos de descubrir los orígenes de la apocalíptica se va abriendo
camino el problema de saber qué se puede obtener con este procedimiento, aun en el
supuesto de que tuviera éxito. ¿Explican estos intentos el fenómeno de la "apocalíptica"
buscando su origen histórico? ¿Es posible deducir como tal la concepción apocalíptica
de la existencia? ¿Y si las concepciones de la existencia no tuvieran nada que ver con
fenómenos contingentes?
53
105
Oráculos Sibilinos 2,196ss; cfr. 4,173ss.
106
Bundahisn 34.
54
instrumento de Dios para la liberación de Israel 107. Además, en el periodo de los dos
siglos de dominio persa, el judaísmo se consolidó como comunidad religiosa teocrática
bajo la influencia siempre beneficiosa del imperio persa. Es evidente que el judaísmo no
tuvo motivos en ningún momento para lamentarse violentamente o incluso para
combatir la dominación persa. Ideas iranias como la resurrección de los muertos, el
diablo, ángeles y demonios, hipóstasis divinas, etc. se difundieron y se impusieron en un
amplio frente del pensamiento judío, y no sólo en el campo específico de la
apocalíptica. Así podemos explicarnos fácilmente las continuas referencias de los
apocalípticos al patrimonio ideológico iranio.
Pero la apocalíptica no constituye un extraño conglomerado de ideas judías e
iranias, sino que es expresión de una concepción de la existencia específica y unitaria.
¿Es posible deducir del parsismo esta concepción de la existencia, es decir, la "esencia"
de la apocalíptica, la apocalíptica como religión? A esta pregunta hemos de responder
negativamente. De hecho, aunque el antiguo dualismo iranio y las ideas afines de la
apocalíptica judía permitiesen dar una expresión inteligible a su pesimista concepción
del mundo y de la vida, este pesimismo no proviene en modo alguno de la religión
irania.
El sentido iranio de la vida es absolutamente optimista. El mundo histórico es el
campo de batalla contra el mal que trata de infiltrarse. El mal es un extraño en el
mundo, pero el hombre no vive en un mundo extraño, malo. Todo individuo combate
durante su vida contra el mal; en dicho combate ha sido introducido por Zoroastro. Esta
batalla tiene asegurada la plena victoria; de hecho, al final, con la ayuda del espíritu
bueno, el poder demoníaco será expulsado definitiva y totalmente de la tierra, sobre la
que ha actuado injustamente. Sin duda, en Irán el mal fue tomado muy en serio. Pero la
religión zoroastriana en modo alguno deja este mundo en manos de los malvados o del
mal. La doctrina de los dos eones de la apocalíptica judía, según la cual se contraponen
de manera antagónica dos cursos del mundo, se separa decididamente del dualismo
pársico, es decir, no se encuentra en Irán. Escribe Eduard Meyer: "Para el iranio, el
cumpleaños es la fiesta más grande; su existencia, un enérgico optimismo vital" 108. Le
resulta extraño el afán existencial del apocalíptico. Una afirmación como "mejor sería
no haber venido nunca al mundo, antes de vivir ahora en el pecado, sufrir y no saber por
qué"109 contradice radicalmente la concepción de la vida propia de Zoroastro. Todo
hombre tiene la tarea de participar en la lucha contra el mal y de promover el influjo
histórico del bien a través de la multiplicación de buenos pensamientos, obras y
palabras.
Con un decidido optimismo la religión persa admite que, al final, todos los
hombres se salvarán, aunque tengan que pasar a través de la purificación del mar de
fuego. Esta idea pone de manifiesto que la creación y las creaturas no están
esencialmente corrompidas por el mal, sino que pueden ser liberadas; y de hecho deben
liberarse de él en el permanente compromiso histórico, en la medida de lo posible. El
mal ocupa el mundo, pero éste no es su inevitable esclavo, como sostiene la apocalíptica
judía. Para el apocalíptico, el juicio opera una definitiva discriminación, la victoria
definitiva de los justos, ahora oprimidos, sobre los malvados. En Zoroastro, la idea de
juicio sirve para provocar la continua decisión histórica de todos los hombres contra el
mal. De manera correlativa, Irán no conoce la espera apocalíptica de un fin inminente.
Se trata de algo especialmente significativo: el seguidor de Zoroastro no aspira a
107
Is 45,1ss; 46,11ss; 48,12ss.
108
Ursprung und Anfänge des Christentums II, 64.
109
4 Esd 4,12.
57
ponerse a salvo de este mundo, un mundo sin salvación y esclavo del mal, sino que
percibe lleno de sentido el mundo en el que vive, pues en él puede luchar con éxito
contra el mal. Lo que le fastidia no es el mundo, sino el mal del mundo. No pretende
luchar contra el mundo, sino liberarlo del mal para así volver a ganarlo. Por eso, la
doctrina de los periodos históricos no sirve, como en la apocalíptica judía, para mostrar
que el tiempo presente es lo último, sino para explicar en general la suerte del mundo y
cualificar el presente como el tiempo de la batalla histórica contra la irrupción del mal.
Las descripciones escatológicas animan a esta batalla, pues la presentan como una lucha
que tendrá éxito.
De aquí se desprende que la apocalíptica judía ha recurrido en gran medida a la
religión dualista zoroastriana para recopilar el material de las visiones, pues ello le
permite expresar adecuadamente su propia concepción de la existencia, genuinamente
no-veterotestamentaria. Este fenómeno se repite a propósito de la gnosis, que también
sufrió en gran medida la influencia del Irán. Pero la concepción apocalíptica de la
existencia no puede en modo alguno provenir del parsismo, como tampoco ha podido
hacerlo la de la gnosis. Y este dato no puede ser minusvalorado con la afirmación: "los
estados de ánimo cambian", como hace W. Bousset, jefe de fila de la escuela de la
historia de las religiones110. De este modo se desplazan los acentos, pues en el pesimis-
mo apocalíptico frente a la realidad histórica no se revela un estado de ánimo
ligeramente cambiado dentro de una actitud religiosa sustancialmente constante. En el
cambio de "estado de ánimo" se revela más bien una concepción fundamentalmente
diversa del mundo y de la existencia, a pesar de que el material utilizado para expresarla
sea ampliamente idéntico y en ambos casos sirva para objetivar esa concepción de la
existencia. El éxito de los estudiosos de la escuela de las religiones en la búsqueda del
origen de las ideas apocalípticas extrañas al Antiguo Testamento no estaba en
condiciones de explicar el fenómeno de la apocalíptica judía. Y esto no debe ser pasado
por alto por el hecho de que se hable irreflexivamente, y sólo por esto, de "apocalíptica"
irania, pues también en la religión de Zoroastro el curso del mundo en su totalidad es
percibido e interpretado incluyendo su fin. La visión apocalíptica de la existencia se
halla tanto más lejana de Zoroastro cuanto la alegría de vivir de un pueblo victorioso y
dominador lo está del sentido de la vida de una nación sometida y oprimida.
Frente a este hecho, ¿hay que recorrer el camino opuesto y pensar que la
apocalíptica judía proviene de un movimiento que posee la comprensión "apocalíptica"
de la existencia y que, en cualquier modo no-apocalíptico, da expresión a esta "fe"? En
la gnosis hemos reconocido una corriente religiosa que, a pesar de todas las diferencias
externas respecto a la apocalíptica, condivide con ella palpablemente la experiencia
fundamental de la existencia humana en este mundo. ¿Podemos pensar que la
apocalíptica deriva de algún modo de la gnosis?
Frente a cualquier intento de este tipo entran en juego dificultades de orden
cronológico. No poseemos ningún testimonio seguro, directo o indirecto, de la
existencia de un movimiento gnóstico en los siglos II o III a.C., que es cuando surgió la
apocalíptica. Sin embargo, no es suficiente apoyarse en el silencio de nuestra tradición.
Así, aunque es poco probable la existencia de una gnosis constatable en el tiempo en
que nació la apocalíptica, y dada la falta de conocimientos sobre los movimientos
religiosos y culturales en el ámbito sirio-mesopotámico tras la muerte de Alejandro (323
a.C.), no se puede excluir absolutamente que ya pronto, en el seno de la cultura griega y
oriental, se formase un movimiento gnóstico. Sin embargo, parece poco probable que
110
Op. cit., 510.
58
haya germinado a partir de raíces judías; la gnosis judía debe ser considerada más bien
una temprana y difundida rama de un movimiento pagano en sus orígenes. Sea lo que
fuere, lo cierto es que la apocalíptica no puede en cualquier caso provenir de la gnosis,
si bien algunos mitologúmena de los escritos apocalípticos podrían revelar un influjo
gnóstico. Por eso, la cuestión del origen de la apocalíptica sigue abierta a debate; la
investigación histórico-religiosa, orientada como está al estudio de la simple
comparación de motivos, no está en disposición de ofrecer por sí sola una solución a
este problema.
60
VII
El origen de la Apocalíptica en el Judaísmo
Aunque Irán ha proporcionado a la apocalíptica abundante material mitológico y
numerosos instrumentos conceptuales e ideológicos, no puede admitirse que la
comprensión apocalíptica de la existencia deba deducirse de la religiosidad zoroastriana;
tampoco la gnosis docta, por los motivos más arriba indicados, puede ser considerada
matriz de la religiosidad apocalíptica. Por eso, una vez más, debemos volver al judaísmo
y preguntarnos si la apocalíptica no puede ser entendida, bajo su aspecto más
importante, como producto de una evolución esencialmente intrajudía.
En consecuencia, nos ocuparemos ahora en particular de las diversas
explicaciones que nos ofrecen los estudiosos que pretenden demostrar una coincidencia
sustancial entre pensamiento judeo-veterotestamentario y apocalíptica, tesis que no
podemos compartir toda vez que la comparación entre la comprensión de la existencia
del Antiguo Testamento y la de la apocalíptica ha puesto de manifiesto divergencias
fundamentales.
Sin embargo, sigue siendo legítimo preguntarnos si no se puede demostrar una
persistente inclinación hacia la apocalíptica en el Antiguo Testamento o dentro de sus
diversos estratos, de modo que el resultado final de esta evolución, es decir, la
apocalíptica, se haya desprendido sustancialmente de su humus veterotestamentario, sin
que se pueda negar totalmente su origen.
De manera específica, siguiendo las huellas de otros investigadores, Gerhard von
Rad ha localizado las bases de la apocalíptica en la piedad del Antiguo Testamento.
Nuestro autor parte del hecho de que la literatura sapiencial del Antiguo Testamento,
aunque está en estrecha relación con la "sabiduría" del resto del Oriente, fue vinculada
con la fe histórica en Yahvé. En consecuencia, trata de buscar el origen de la
apocalíptica en la literatura sapiencial, que en el Antiguo Testamento está representada
sobre todo por Proverbios, Eclesiastés, Job, algunos salmos, ciertas partes de la
literatura narrativa (como la historia de José), y por el Eclesiástico y otros escritos no
canónicos112.
Los argumentos más importantes, brevemente presentados, en los que Von Rad
apoya su tesis son los siguientes:
1. Los autores pseudónimos de los escritos apocalípticos son tenidos por "sabios"
(Dn 1,3ss; 2,48) o escribas (Henoc; Esdras). Certifican mediante libros su saber y
subrayan la antigüedad de la ciencia y la doctrina contenidas en ellos. Todo esto
coincide con los hábitos literarios de los autores sapienciales.
2. Forma y contenido de la "sabiduría" no son específicamente israelitas. La
sabiduría se dirige al individuo para conducirlo a la contemplación del orden y de las
reglas de lo que acontece. "Israel" como pueblo carece de relieve en la literatura
sapiencial. También el universalismo y el individualismo de la apocalíptica están
diseñados en la sabiduría.
112
El autor, que es protestante, considera no canónicos el libro del Eclesiástico y "otros escritos" (donde
sin duda incluye Sabiduría). Sin embargo, la Iglesia católica tiene estos dos libros por canónicos, aunque
dentro de la categoría de "deuterocanónicos". (N. del T.).
61
113
Op. cit. II, 397.
114
Op. cit., 420.
62
115
Gerhard von Rad, op. cit., II, 154.
63
117
Op. cit., 57.
118
Op. cit., 60s.
119
Op. cit., 132.
65
122
H. Ringgren, RGG I3, col. 464.
123
W. Foerster, Neutestamentliche Zeitgeschichte, 19552, vol. I, 52.
67
toda su esperanza en un nuevo eón futuro. No se puede poner en duda que una situación
política análoga pudiera haber provocado la génesis de la concepción apocalíptica de la
existencia. Pero no es menos cierto que las guerras macabeas son demasiado tardías
como para poder situar en aquel periodo la formación de la apocalíptica, pues el libro de
Daniel, aparecido poco antes, no señala el origen de esta ideología. En él "ideas ya en
curso son aplicadas a situaciones y circunstancias determinadas" 124. Es también difícil
pensar que el judaísmo sólo en la época macabea, en la que se cerró a lo extranjero, se
abriese a la religiosidad irania de forma tan decidida como sucede en la apocalíptica.
Por eso es difícil poder identificar una determinada situación política que pudiera haber
servido de comadrona, tal como lo hemos descrito, al nacimiento de la apocalíptica,
pues el tiempo de los orígenes se nos oculta tras una oscuridad sólo hipotéticamente
clarificable.
A decir verdad, también se ha defendido que las situaciones socio-políticas
tuvieron escasa relevancia en la formación de la apocalíptica. Pero desgraciadamente
conocemos bastante mal tanto las situaciones socio-económicas de los siglos en
cuestión como la estructura social de los ambientes originalmente apocalípticos, de
modo que resulta difícil poder aventurar algo seguro. Sin duda la situación de Israel en
la época persa y helenista era de relativa pobreza. La crónica de Nehemías (Neh 5)
refiere el endeudamiento de muchos pobres con nobles judíos y la condonación general
que impuso Nehemías. Tampoco parece que los ricos llevasen una vida demasiado
suntuosa. La arqueología no ha sacado a la luz ninguna obra cultural digna de mención
en estos siglos.
Por otra parte, parece que los señores extranjeros no se entrometieron en la
posesión de la tierra. Al parecer no puede hablarse de una explotación económica.
Naturalmente había que pagar impuestos y contratar funcionarios. Nehemías se siente
orgulloso por haber renunciado a su derecho al mantenimiento en calidad de gobernador
(Neh 5,14-19). Sin embargo, en general, no existieron en Palestina condiciones sociales
totalmente insólitas.
Especialmente en las imágenes del Henoc Etiópico aparece con frecuencia, y de
manera estereotipada, la polémica contra poderosos, reyes, nobles y ricos:
"Ay de quienes construyen sus casas con pecados" (94,7).
"Ay de vosotros, los ricos..." (94,8).
"Ay de vosotros que os hacéis injustamente con plata y oro..." (97,8).
"Ay de vosotros que os construís viviendas con el esfuerzo de otros, y sus
materiales de construcción son ladrillos y piedras de pecado..." (99,13).
Estas advertencias en forma de ayes son tradicionales, como lo pone de manifiesto
el nexo con pasajes del Antiguo Testamento125. En modo alguno son características de la
apocalíptica. Sería falso querer deducir a partir de ellas que determinados abusos
sociales dieron origen a la apocalíptica. Más bien ponen de manifiesto que los círculos
apocalípticos estaban compuestos, en general, por "gente sencilla", que vivían al margen
de influjos políticos o económicos. Como puede inferirse claramente del Henoc
Etiópico, estos círculos tampoco tomaron parte en las luchas partidistas ni en las
refriegas políticas del judaísmo (actitud que se corresponde con su pesimismo hacia este
eón), motivo por el que carecieron de protección y derechos ante los dominadores. De
hecho, éstos
124
W. Bousset, op. cit., 472.
125
Cf. p.e. Jr 22,13; Sal 49,7; Prov 11,28.
68
"no atendieron su clamor ni dieron oído a sus voces. Ayudaron a quienes los
robaban, los devoraban y diezmaban; disimularon la violencia y no quitaron el yugo de
quienes los consumen, dispersan y asesinan... "126.
Pero no se puede hacer uso de estos datos de manera arbitraria, tanto menos
cuanto que provienen de fuentes tardías. En todo caso, no se desprende de estos textos
que los problemas sociales jugasen un papel esencial en la formación de la experiencia
apocalíptica de la realidad. La literatura apocalíptica como tal permite reconocer que,
entre los apocalípticos, había también gente con no poca formación y cultura.
Se puede admitir desde luego que los círculos sociales a quienes sonreía la vida no
mostraban la más mínima inclinación a abrirse a la forma de pensar de la apocalíptica.
Quien goza de los privilegios de la existencia histórica difícilmente renegará de la
historia como tal y no rechazará del todo el presente. No andamos muy descaminados al
designar la piedad apocalíptica como piedad de los pobres. Lc 6,20-25 podría reflejar en
este sentido la comprensión apocalíptica de la existencia en tiempos de Jesús. En un
escrito sibilino cristiano la avidez del oro y la plata es caracterizada como fuente de
todo mal:
"Ella es la fuente de la impiedad y la precursora del desorden, origen de todas las
guerras, repulsiva enemiga de la paz, que hace que los padres odien a sus hijos y los
hijos a sus padres. Nunca será honrado un matrimonio sin oro. La tierra tiene sus
límites y todo mar sus vigías, astutamente repartidos sólo entre quienes tienen oro y
tesoros. En su afán de poseer eternamente la tierra que a muchos nutre, aniquilarán a
los pobres para, después de conseguir más tierras, someterlos a la esclavitud de su
desmedida pasión"127.
Es cierto que estos textos son comprensibles en un contexto apocalíptico (e
incluso podrían ser característicos de la piedad apocalíptica), pero no es menos cierto
que las antiguas fuentes no permiten atribuir a determinadas situaciones sociales la
directa responsabilidad del origen de la apocalíptica. Además ésta no se presenta en todo
caso como reacción a una determinada realidad social, y, dada nuestra limitación de
conocimientos históricos, sigue abierta la cuestión de si debemos entenderla así.
Lo mismo puede decirse de la gnosis, que, casi en la misma época, ofrece una
comprensión de la existencia análoga a la de la apocalíptica. Obviamente los textos
gnósticos, aunque menos que los escritos apocalípticos, dejan entrever las convicciones
sociales de los autores y lectores; sin embargo, en su conjunto, permiten suponer un
trasfondo más aristocrático que plebeyo. Por eso se ha pensado que la antigua gnosis
surgió como reacción de un estrato intelectual al sometimiento político de los pueblos
del Oriente por parte de Roma. El poder y el dominio terrenos fueron sentidos como un
peso insoportable, motivo por el que fueron demonizados y relacionados con poderes y
dominios supraterrenales. De este modo, el cosmos, organizado de manera soberana, es
totalmente abandonado al poder del mal; y el gnóstico, mediante una visión dualista, se
sitúa en una relación con Dios en la que no existe dominio alguno: se percibe a si
mismo esencialmente como parte del divino mundo de luz superior al cosmos128.
Podría pensarse que la apocalíptica surgió de manera análoga, pero en un estrato
social inferior, que no niega absolutamente el Reino, sino que espera que las fuerzas
terrestres malas, que someten política y socialmente al pueblo de los piadosos, acaben
cediendo frente al Reino de Dios bueno y pacífico. Lo mismo aquí que allí, tanto el
126
Henoc Etiópico 103,14s.
127
Oráculos Sibilinos 8,24ss.
128
Así, Hans G. Kippenberg, en Numen 17(1970)211ss.
69
VIII
Apocalíptica y Cristianismo
En su libro "Die jüdische Apokalyptik in ihrer geschichtlichen Entwicklung" (La
apocalíptica judía en su evolución histórica, 1857), trató Hilgenfeld de demostrar que la
apocalíptica constituye el puente entre judaísmo veterotestamentario y cristianismo.
"¿Cómo se puede negar la existencia de una íntima y directa relación entre la apocalípti-
ca judía y el origen del cristianismo?... Nada nos introduce... tan profundamente en el
propio lugar del nacimiento del cristianismo como el mundo de ideas de la apocalíptica
judía"130.
Cincuenta años después, Albert Schweizer, en su "Geschichte der Leben-Jesu
Forschung" (Historia de la investigación sobre la vida de Jesús)131, describe a Jesús
como un apocalíptico preso de una ardiente espera, que envía a sus discípulos a
anunciar el reino de Dios que llega ahora. Cuando éstos, contrariamente a lo esperado,
regresan porque todavía no ha hecho irrupción el reino de Dios, Jesús se encamina a
Jerusalén con la convicción de deber encontrar allí una muerte dolorosa, para así
concentrar en sí mismo el tiempo de sufrimiento que todavía faltaba a los "dolores
mesiánicos" y provocar de ese modo la irrupción del reino de Dios.
Nuevamente, medio siglo después, provoca Ernst Käsemann una viva discusión al
afirmar que la apocalíptica es la madre de la teología cristiana y que, aunque no Jesús
mismo, la primitiva comunidad palestina se dejó condicionar e influenciar totalmente
por la apocalíptica en su interpretación del acontecimiento-Jesús132.
Al margen de la respuesta a cuándo y con qué modificaciones apareció esta tesis
sobre el origen apocalíptico del cristianismo, lo cierto es que tuvo convencidos
defensores y adversarios enérgicos; y el problema planteado por ella, el de la conexión
entre apocalíptica y cristianismo, sigue siendo una cuestión controvertida. Nosotros no
podemos presentarla con todos sus matices y ramificaciones, dado además el hecho de
que el concepto de apocalíptica, usado por distintos estudiosos, difiere notablemente en
cada caso. Tal diversidad dificulta alcanzar una visión y comprensión claras de la
evolución histórica del problema. Si tenemos en cuenta la idea que hasta ahora se ha
tenido de la apocalíptica y nuestra propia comprensión de la esencia del cristianismo del
Nuevo Testamento, no podemos más que tratar de describir a grandes rasgos la relación
entre fe cristiana primitiva y religiosidad apocalíptica.
Por eso distinguiremos entre relación histórica y relación de contenido de ambas
corrientes religiosas. Por lo que respecta a la relación de contenido, tendremos en cuenta
una posible diferencia entre el anuncio de Jesús y la fe postpascual en Jesús, y
eventualmente deberemos postular una distinta determinación de la relación de
contenido.
Son indiscutibles las relaciones históricas entre Jesús y la apocalíptica. Está claro
que Jesús se dejó bautizar por Juan y que su bautismo fue un bautismo de penitencia en
vista del reino que ahora llega. La primera y básica afirmación de la comunidad al
recordar las obras de Jesús era: "Ha resucitado", y tal confesión pone de manifiesto con
claridad que la espera en la resurrección de los muertos como un acto escatológico que
130
Op. cit., 2.
131
1906. Hay traducción castellana.
132
"Die Anfänge christlicher Theologie", ZThK 57(1960)162-185.
73
va a tener lugar ahora debió de constituir un objeto de esperanza esencial para los
discípulos que siguieron a Jesús durante su vida terrena. Como la manifestación de
Jesús está estrictamente enmarcada por dos fenómenos apocalípticos (el bautismo
escatológico de penitencia y la confesión de fe pascual), no es de extrañar que incluso
las palabras de Jesús que se nos han transmitido estén en ocasiones enraizadas en un
contexto apocalíptico.
Así, encontramos una imagen del Hijo del Hombre como juez del mundo que está
para llegar y que es esperado en breve (Mc 14,62). Por otra parte, Jesús ve a Satanás
caer del cielo como un rayo, es decir, desposeído de su dominio en el mundo (Lc 10,18).
Numerosas parábolas inculcan la vigilancia en vista del reino de Dios que ahora llega
(Mt 12,39s) y exigen que, por amor a lo único que ahora es necesario, se renuncie a todo
lo demás, que por amor del nuevo eón se rechace el antiguo (Mt 13,44-46). Resuena la
llamada a la penitencia, dirigida a los pecadores en vista del inminente juicio del mundo
(Mt 4,17). Se describen los espantos del final y se pone a la gente en guardia frente a las
falsas figuras del Mesías (Mc 13). Debemos observar y escudriñar los signos del
tiempo, es decir, del final del tiempo (Mt 16,3), pues no pasará "esta generación" hasta
que haya llegado a su plenitud el curso del viejo tiempo del mundo (Mc 9,1). El reino de
Dios de esta espera próxima es concebido totalmente en clave apocalíptica: irrumpe de
improviso desde el más allá y se manifestará en todas partes al mismo tiempo, lo mismo
que el rayo ilumina el cielo de un extremo al otro (Mt 24,27).
Indudablemente la tradición sobre Jesús conoce también afirmaciones que
aparentemente no permiten asociarle sin más al movimiento apocalíptico. El hecho de
que en el mensaje de Jesús parezcan faltar formulaciones universalistas no significa
nada respecto a la sede palestina de su predicación. Por otra parte, no contradice el
carácter apocalíptico de la predicación de Jesús el hecho de que no formulase ningún
diseño histórico en base al cual su época debiera ser entendida como el tiempo del final.
De hecho, visiones de ese tipo no son en modo alguno necesarias en la apocalíptica, y
además sólo son significativas en la literatura pseudónima. Pero en la antigua tradición
de dichos de Jesús encontramos amplias secciones parenéticas; no tenemos más que
pensar en el sermón de la montaña. Según Albert Schweitzer, que presenta a Jesús
radicalmente como un apocalíptico, este material sirvió de base a una ética del ínterin,
es decir, a una forma de vida adaptada al breve periodo de tiempo que queda para el fin
del mundo (pero tal idea es problemática, pues tales dichos no tienen carácter de
provisionalidad ni en el ámbito de la apocalíptica encontramos una ética del ínterin
semejante).
La tradición sobre Jesús revela también en algunos lugares una relación
totalmente ininterrumpida con esta creación; podemos pensar de nuevo en el sermón de
la montaña y en sus palabras sobre los lirios del campo y los pájaros del cielo. ¿Ha roto
Jesús con la piedad apocalíptica en un punto tan decisivo? ¿Está su propio estilo de vida
en contradicción, como opina Ernst Käsemann 133, con sus comienzos en el círculo del
Bautista? ¿Llamó a los hombres al servicio diario de Dios "como si no hubiese sombra
alguna sobre el mundo y Dios no fuese inaccesible"? Según Käsemann, el historiador
"debe hablar de un incomparable misterio de Jesús", del extraordinario fenómeno
histórico de una "evasión" del pensamiento apocalíptico original por parte de Jesús.
Pero esta explicación no satisface, pues los primeros cristianos se mantuvieron
ligados a Jesús sobre todo mediante la expresa confesión apocalíptica de la incipiente
resurrección de los muertos. ¿Habría podido tener esto lugar en contra de las intenciones
133
"Zum Thema der urchristlichen Apokalyptik", ZThK 59 (1962) 257-284.
74
de los acontecimientos finales; introduce el tiempo del juicio y la irrupción del nuevo
eón. La comunidad que se reúne para confesar la propia fe en Jesús resucitado se
comprende por eso a sí misma como comunidad de salvación. Al margen de todo lo que
pueda decirse sobre los desarrollos de la teología de la primitiva comunidad y de los
primeros cristianos, lo cierto es que ese tema básico se repite en todas las variaciones de
la primitiva teología cristiana. Ésta percibe en el acontecimiento histórico "Jesucristo" el
acontecimiento escatológico, constata en la crucifixión y la resurrección de Jesús la
intervención definitiva de Dios para la salvación del mundo y considera la existencia
cristiana en este mundo como existencia en el reino escatológico de Dios que ahora
irrumpe. Al contrario que en la apocalíptica, en el anuncio cristiano la salvación se
presenta como posibilidad histórica y como realidad histórica actual allí donde tal
posibilidad es asequible.
Si la relación entre apocalíptica y cristianismo es, desde el punto de vista
histórico, la de espera y cumplimiento (y en tal caso Jesús debe ser descrito
esencialmente como apocalíptico), también la religión de Jesús se relaciona con la fe en
Jesús como esperanza en el obrar salvífico de Dios, con la confesión de fe en la
intervención salvífica de Dios. Por eso hay que valorar correctamente el hecho de que la
Iglesia cristiana primitiva no hiciese objeto de la teología al Jesús "histórico", es decir, a
la etapa de la espera.
Este "ya ahora" de la salvación no debe ser malinterpretado en sentido gnóstico,
como ocurrió en los círculos heréticos de la primera cristiandad. La salvación no
constituye una posesión al servicio de la comunidad, sino que es algo que se le concede
por gracia. Los cristianos son salvados en la esperanza. La comunidad de la salvación
debe vivir de la promesa de Dios de que Él les es cercano y de que en esto consiste su
salvación. Esta salvación tampoco está relacionada con la proximidad o la lejanía del
futuro, sino con el futuro siempre actual de Dios, y tiene lugar donde el hombre
renuncia a ser el fundamento de la propia vida y se atreve a vivir del don de la gracia,
que lo libera de caer en su pasado y de la angustia por el propio futuro, para vivir la vida
actual en el amor y la esperanza. El "ya ahora" de la salvación cristiana sólo puede ser
entendido en relación con el "todavía no", y esta relación debe ser definida
dialécticamente, no cuantitativamente: la salvación está presente ya aquí, pero al propio
tiempo no lo está; es absolutamente actual y, a la vez, absolutamente futura. Es
salvación de Dios, absolutamente real para el hombre que se compromete con su vida a
aceptar la venida de Dios en Cristo; pero, al mismo tiempo, nunca puede ser su posesión
definitiva, pues debe esperarla siempre de nuevo.
En el primitivo anuncio cristiano se han conservado las descripciones dramáticas
de la historia apocalíptica del fin o bien del final de la historia (a excepción de la
literatura joánica). Tal conservación tiene la función de poner a la gente en guardia ante
una minusvaloración gnostizante del acontecimiento de la salvación y de garantizar la
comprensión dialéctica de la salvación como un don de la gracia que no podemos
manipular. Por eso, el coeficiente temporal de la espera apocalíptica pierde su función
dominante; la espera del fin próximo del mundo, que predomina originalmente en el
discipulado de Jesús, puede ser abandonada en el curso del tiempo sin que ello suponga
una crisis de fondo. Pronto se subraya que no se conoce el tiempo del fin, pero que hay
que estar preparados. También la espera de la vuelta de Cristo y del juicio del mundo
vinculado a ella hace que se resquebraje la concepción apocalíptica de la existencia,
pues el Señor que viene no es otro que el actual Señor de la historia, que deja que sus
siervos vivan históricamente en el reino de su libertad.
76
"El reino de Dios consiste en... justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom
14,17).
Para los cristianos ya no hay condena (Rom 8,1), pues
"somos declarados justos por la fe, tenemos paz con Dios mediante nuestro
Señor Jesucristo" (Rom 5,1).
En el más puro lenguaje apocalíptico, Pablo puede hablar del demonio como del
dios de este mundo (2 Cor 4,4) y de las potencias demoníacas como príncipes de este
eón (1 Cor 2,9), pero al mismo tiempo comprende que ahora están reducidos por Cristo
a la impotencia (Rom 8,38s). Dios ha "despojado a los principados y a las potestades y
los ha expuesto a la vergüenza pública", dando a Cristo su poder de dominar (Col 2,15).
Por eso Pablo puede dirigir a la comunidad "por la misericordia de Dios" la invitación a
no conformarse a "este eón", sino a transformarse (como ciudadanos del reino de Dios
instaurado en Cristo) a través de la renovación de las propias aspiraciones y confor-
mándose al nuevo eón (Rom 12,1s).
Más aún, Pablo no tiene dudas sobre el hecho de que "la figura de este mundo
pasa" (1 Cor 7,31), pero tal convicción no conduce a ningún desprecio de la historia, en
la que ha irrumpido el nuevo eón, sino a una negación de la posibilidad de vivir de este
mundo caduco. La fe introduce en el mundo la posibilidad de una existencia
escatológica dentro de este mundo y la exigencia fundamental de cambiar en el espíritu,
como indican varios consejos concretos; tampoco la protesta contra este eón como base
de la vida significa en general un desprecio de la vida histórica. La objeción hoy
corriente contra "el" cristianismo, según la cual es capaz de renunciar a los cambios
históricos, no tiene nada que ver con Pablo ni con la historia de la Iglesia en su
conjunto. Sería justa sólo si la exigencia de transformación del mundo se elaborase a
partir de la utopía apocalíptica y de esta forma (frente al pensamiento dualista de los
eones típico de la apocalíptica) se implicase al hombre, que es el responsable de la
condición actual del mundo. De hecho, en el Nuevo Testamento nunca se le confiere al
hombre autónomo la función de salvador. El cristianismo, como la apocalíptica,
consideran el "pecado" como un poder que el hombre no puede vencer con sus propias
fuerzas; para Pablo, el hombre mismo es pecador y como tal no puede darse la salvación
a sí mismo. Tiene necesidad de ser liberado del propio deseo pecaminoso de autonomía,
y esta "conversión" del hombre es la premisa de cualquier cambio del mundo.
Los textos apocalípticos de Pablo, que no aparecen en su obra por casualidad,
sobre todo en la discusión con los gnósticos 134, vienen en apoyo de esta "reserva
escatológica", es decir, de la convicción de que una nueva vida siempre es una vida
concedida por gracia. Contra quienes se glorían de la propia sabiduría, de poseer para
siempre la salvación sin peligro de perderla, de su Cristo interior, en una palabra de sí
mismos, Pablo afirma con insistencia que él ha sido aferrado por Cristo, pero que
todavía no lo ha alcanzado plenamente (Fil 3,12); que la creación suspira continuamente
en espera de la revelación de los "hijos de Dios" (Rom 8,19); y que caminamos en la fe
y no en la visión (2 Cor 5,7), sin que por esto el grito de triunfo del hombre nuevo sea
asumido en el nuevo eón: "la muerte ha sido absorbida en la victoria. ¡Oh muerte!,
¿dónde está tu victoria? ¡Oh muerte!, ¿dónde está tu aguijón?" (1 Cor 15,55). Del
mismo modo, la sección plenamente caracterizada en sentido apocalíptico de 1 Cor
15,1ss termina con esta expresión: "Sean dadas gracias a Dios que nos da la victoria por
medio de Nuestro Señor Jesucristo" (15, 57), que Lutero ha interpretado correctamente:
"que nos ha dado la victoria".
134
1 Cor 15,12-57; 1 Tes 4,13 hasta 18; 2 Tes 2,3-12.
78
Satán ha perdido pues su dominio sobre el cosmos, y Dios ejerce su dominio. El nuevo
mundo es la antigua creación renovada por Dios.
Con esto entra nuevamente en vigor en la comunidad el antiguo mandamiento del
amor, motivo por el que puede aparecer como mandamiento nuevo (1 Jn 2,7s). De
hecho, en la existencia escatológica puede realizarse el mandamiento del amor, la fe
libera al hombre de la preocupación por sí mismo y lo pone, liberado, al servicio del
prójimo. Por eso el creyente experimenta la realidad del nuevo eón en el cumplimiento
del mandamiento del amor: "Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque
amamos a nuestros hermanos" (1 Jn 3,14). La dimensión histórica del "nuevo eón" en
cuanto presente encuentra en esto una expresión particularmente intensa.
Juan se vincula intencionadamente al modo de expresarse del dualismo gnóstico-
apocalíptico cuando afirma que actualmente el hombre debe elegir entre vida y muerte,
salvación y condenación, luz y tinieblas. Pero rechaza radicalmente el principio del
pensamiento dualista de los eones, negador de la historia, pues salvación y condenación
son igualmente realidades históricas. La comunidad no vive de este mundo, sino en él.
Se encuentra en la propia casa porque Dios ha hecho nuevamente del mundo su
propiedad, y vive en él como en un país extranjero en la medida en que el mundo se ha
alejado de Dios.
Con todo esto, Juan renuncia consecuentemente a la tradición de ideas e imágenes
de esperanza apocalíptica. Este hecho deja traslucir el alto grado de reflexión que ha
alcanzado su teología. Esto le ha proporcionado a veces la acusación de que se
encuentra en el camino de un entusiasmo gnóstico y de estar a punto de abandonar el
"extra nos" de la salvación y, por tanto, la reserva escatológica. Esta sensación dominó
evidentemente también en la publicación de su obra al comienzo del s. II, pues en aquel
momento pudieron haber sido interpolados aquellos textos que, en clara tensión con su
contexto, representan una espera apocalíptica del futuro: Jn 5,28s; 6,39s.44; (12,48).
Pero con tal crítica, a duras penas se juzga correctamente a Juan. Él no piensa en
prescindir de la reserva escatológica. Se limita a opinar que el modo de pensar
apocalíptico es poco apropiado y conveniente para poner de relieve, a los ojos de sus
lectores, el "todavía-no" además del "ya-ahora". Es obvio que temía que, por este
camino, la dialéctica de la salvación futura pudiese disolverse en una división
cuantitativa de bienes salvíficos en parte ya dados y en parte todavía por llegar. Por tal
motivo da espacio a la reserva escatológica, también para él irrenunciable, sobre todo
porque insiste expresamente en presentar a sus lectores "kosmos" y "sarx" (mundo y
carne: 1,14; 3,16), es decir, esta historia sin salvación, como lugar de la salvación
escatológica, de tal modo que la salvación puede ser encontrada siempre dentro de esta
historia, y por tanto puede ser históricamente experimentable, pero no históricamente
disponible siempre. Al mismo tiempo, subraya incansablemente la necesidad de
permanecer con Cristo o "en Cristo".
Está claro en cantidad de sitios que el pensamiento cristiano primitivo no estuvo
dominado por la apocalíptica. Además está el hecho de que la forma de la literatura
cristiana primitiva no fue determinada por los apocalipsis, sino por el evangelio y las
cartas o epístolas. Entre los escritos del Nuevo Testamento, la única excepción está
representada por el "Apocalipsis de Juan".
Un enigma teológico más que histórico lo constituye el hecho de que este único
Apocalipsis, acogido en el Nuevo Testamento, fuese atribuido al mismo autor al que se
le concede la paternidad del único complejo neotestamentario de escritos que elimina
completamente los motivos apocalípticos, es decir, el evangelio y las cartas de Juan.
80
Ahora bien, el juicio sobre el Apocalipsis no puede atañer, como ocurre a veces, a
la relación entre apocalíptica y fe cristiana, pues en ningún caso nos encontramos frente
a un escrito típicamente cristiano.
Si tenemos en cuenta toda la tradición cristiana primitiva, la relación entre
cristianismo y apocalíptica aparece sin duda basada en una estrecha vinculación
histórica de los dos movimientos, como ponen de manifiesto tanto la positiva inclusión
del pensamiento apocalíptico en las tradiciones cristianas primitivas como la
confrontación crítica con la concepción apocalíptica de la existencia. Por esto, no se
puede negar fundamento a la afirmación de que la apocalíptica ha sido la madre de la
teología cristiana, aunque la relación histórica sea discutida. Esta afirmación no implica
nada respecto a la relación de contenidos. De hecho, desde el punto de vista del
contenido, la visión de la existencia del Nuevo Testamento está en relación de tensión
con la concepción apocalíptica de la realidad, y es relativamente cercana a la posición
originalmente veterotestamentaria en torno a la relación Dios, mundo, hombre. También
el Antiguo Testamento cree en la intervención histórico-salvífica de Dios, que permite al
hombre experimentar, captar y esperar de Dios su salvación en el mundo, de modo que
el creyente sabe que es actualmente miembro del pueblo de Dios y puede abrirse a la
llamada de Dios, caminar hacia el futuro de Dios dejando las seguridades terrenas, del
mismo modo que Abraham dejó la casa paterna.
El hecho de que, en sentido propio y verdadero, la literatura apocalíptica como tal
no haya sido acogida en el canon judío y tampoco en el cristiano, puede ser sólo
entendido como una oportuna decisión teológica.
82
IX
Mesías e Hijo del hombre
Si queremos controlar el valor de los datos recogidos hasta el momento y la
solidez de nuestra comprensión del pensamiento y de la fe apocalípticos, tenemos que
preguntarnos por el significado de la figura del Mesías, un problema que, por diversas
razones, merece una atención especial por nuestra parte, a pesar de haber sido sometido
a rigurosas investigaciones en numerosas ocasiones.
Cualquier movimiento escatológico dentro del judaísmo debe plantearse el
problema del Mesías. En el Antiguo Testamento, normativo para todos los judíos, la
espera escatológica va a menudo unida a la espera de un dominador del final de los
tiempos, de un rey de la estirpe de David. Esta espera está relacionada con la antigua
profecía dirigida por Natán a David:
"Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá
por siempre" (2 Sm 7,16).
Las predicciones relativas al Mesías más conocidas son Miq 5,1ss; Am 9,11s; Is
9,5s.
Según Zac 4,14, junto al davídida Zorobabel, que ejerce su oficio en Jerusalén en
calidad de gobernador persa y sobre el cual concentra sus esperanzas mesiánicas el
profeta Zacarías, el cargo de sumo sacerdote es ejercido también por Josué, un ungido
de origen sadoquita, o sea sacerdotal. Una figura sacerdotal mesiánica de esas
características, en tiempo de la teocracia israelita durante la dominación y la ocupación
persa y siria, asume una posición incluso dominante en el ámbito de la espera
mesiánica. En la época sucesiva, se encuentra también la idea de un mesías de la casa de
José o de Efraím, como representante del antiguo reino del norte.
¿Puede un rey político desempeñar algún papel en la apocalíptica? Un rey, se
entiende, que, en el tiempo de la salvación, reconstruya la posición de poder estatal
alcanzada por Israel en tiempo de David.
Hay que responder de manera absolutamente negativa. De hecho, la esperanza
propia de la apocalíptica se dirige exactamente contra una espera salvífica particularista
y nacional, instaurada políticamente y asegurada militarmente. La mesianología
davídica está dirigida a la restitución del tiempo experimentado por Israel en este eón, a
una recuperación del cénit histórico de la historia israelita. La esperanza en el mesías
davídico puede ser entendida y vivida fielmente sólo en forma intrahistórica, es decir,
confiando en la historia como lugar del obrar salvífico divino. Y como tal espera
contrasta claramente con la comprensión apocalíptica de la historia, la apocalíptica no
podía aceptar un mesías de la casa de David o un sumo sacerdote político de la casa de
Aarón.
De hecho, en los escritos apocalípticos falta totalmente esta figura de mesías. Por
lo demás, este fenómeno se repite en el siglo I d.C. en Filón, el conocido teólogo judío
de Alejandría, que espiritualiza la escatología judía. Lo mismo se puede decir a
propósito de la gnosis judía, dado que no concibe ningún final de los tiempos en el más
acá, motivo por el que también se ve obligada a rechazar la figura del mesías davídico.
Naturalmente, la figura del mesías no es totalmente extraña a los escritos
apocalípticos.
83
corrupción alcance su fin y hasta que... los tiempos lleguen a su cumplimiento" 138. En 4
Esd se dice de manera análoga:
"He aquí que vienen días en que aparecerán los signos que te he predicho,
entonces aparecerá la ciudad invisible y la tierra escondida se revelará, y quien se
haya liberado de los males que te he predicho verá mis maravillas. Mi hijo, el Mesías,
se revelará junto con todos los que están con él y contagiará alegría a los que queden
durante cuatrocientos años. Después de estos años, mi hijo el Mesías morirá con todos
cuantos tienen espíritu de hombre. Después el mundo será transformado en el silencio
de los albores del mundo, durante siete días, como al principio, de tal modo que
ninguno sobrevivirá. Pero después de siete días, el eón que ahora duerme se despertará
y la corrupción cesará"139.
Entonces resucitan los muertos y empieza el juicio del Altísimo; los pocos
salvados reciben la vida del nuevo mundo, que todavía no ha visto ojo alguno y que
ninguna lengua puede describir. Encontramos ideas análogas en Baruc Siríaco 30 y en 4
Esd 11,46 o 12,31ss.
El anticristo, que se opone al mesías de los últimos tiempos y que es vencido por
él, aparece también revestido de la figura de un dominador terreno, si bien puede ser
entendido como la manifestación histórica de Beliar. Veamos p.e. Baruc Siríaco 40:
"El último gobernante, que entonces existirá, será el único que quede vivo cuando
toda su gran muchedumbre sea aniquilada, y entonces será encadenado. Y la
muchedumbre lo conducirá al monte Sión y mi mesías le pedirá razón de todos sus
crímenes, reunirá y lo pondrá delante de todas las acciones de su muchedumbre.
Después lo matará y custodiará al resto de mi pueblo que se encuentra en la tierra que
he elegido". (Y todo esto mientras dure el bienaventurado reino del fin).
El cumplimiento último de la historia debe pasar, como la historia, y el rey
mesiánico del final de los tiempos encontrará la muerte, al final del tiempo, junto con el
tiempo mismo. La felicidad del final de los tiempos es sólo el comienzo de la gran
felicidad, y, como tal inicio, dura sólo hasta el final de los tiempos140.
En mi opinión no hay duda de que, cuando en el campo del pensamiento y de las
representaciones apocalípticas aparece, junto al nuevo eón que llega tras el final del
antiguo mundo, un paraíso que pasa junto con este mundo, nos encontramos ante dos
concepciones escatológicas, en principio esencialmente distintas, que han acabado
uniéndose. Una primera concepción habla del cumplimiento divino de la historia, la otra
espera la salvación al final de la historia.
Ciertamente esta combinación no sirve sólo para poner en orden el material
mitográfico que tenemos a nuestra disposición. Hay también una intención teológica.
Evidentemente se trata de presentar, con la ayuda del esquema protología-escatología,
en la figura del ideal reino mesiánico intermedio, las posibilidades originarias de la
creación. En todo caso, la descripción del paradisíaco tiempo mesiánico cumple
principalmente con esta función: cuando su muerte es inminente, este mundo descubre y
explica muy claramente cómo Dios lo ha querido y lo ha creado para el bien de la
humanidad. Al atardecer del mundo aparece así la aurora del nuevo y mejor eón. En el
ámbito del judaísmo, el peligro gnóstico subyacente al esquema de los dos eones debía
ser evitado, impidiendo así que este mundo negase a Dios y que, desde el principio y en
138
Baruc Siríaco 40,3.
139
4 Esd 7,26ss.
140
Cf. Oráculos Sibilinos III 743.756s.
86
141
Henoc Etiópico 46,1ss.
142
Henoc Etiópico 62,13ss. Cf. también 38,2; 39,6s; 48,4ss; 55,4; 69,27ss, así como Mc 13,24-27, un
texto apocalíptico sin reelaboración cristiana evidente.
88
X
La literatura apocalíptica
Quien pretende describir un determinado fenómeno religioso-cultural, lo lógico es
que trate de localizar este fenómeno al comienzo de su exposición, indicando en qué
fuentes apoya su investigación.
Si hemos recorrido el camino inverso, haciendo algunas observaciones sobre la
literatura apocalíptica sólo hacia el final de la exposición, lo hemos hecho por varias
razones. La literatura apocalíptica, en sentido propio, no se presenta como tal de manera
inequívocamente reconocible; de hecho, la forma externa de un escrito de revelación no
garantiza sin más su contenido apocalíptico. Y el contenido apocalíptico era
considerado, por parte de los mismos apocalípticos, expresión del auténtico judaísmo o
cristianismo; por eso no querían y no podían distinguir de las distintas tradiciones de fe
una literatura apocalíptica individuada en base al contenido. Por otra parte, influyeron
con sus ideas y representaciones también en la piedad no apocalíptica, de tal modo que
las ideas individuales o incluso los sistemas de representación de origen apocalíptico no
son suficientes para hacer ver el carácter apocalíptico, en cuanto al contenido, de
aquella literatura en la que se encuentra tal material apocalíptico.
Por eso, en nuestro caso, fue aconsejable intentar sobre todo extraer ideas y
exponerlas a partir de la abundancia de material tradicional que ofrecía la religiosidad y
el fenómeno histórico de la apocalíptica, para decidir, mirando ahora hacia atrás, qué
tipo de escritos, en base al cuadro diseñado hasta ahora, deben considerarse
específicamente apocalípticos, cuáles dan más o menos espacio al pensamiento
apocalíptico y cuáles eventualmente fueron erróneamente clasificados entre los escritos
apocalípticos.
En el Antiguo Testamento hay que mencionar sobre todo, en este contexto, el
Libro de Daniel, que extrañamente ha llegado a nosotros parte en hebreo y parte en
arameo. De manera genuinamente apocalíptica, es atribuido pseudónimamente a Daniel,
un hombre piadoso de los albores de Israel, y en los cc. 7-12 le hacen narrar su historia.
Estos relatos tratan un único tema: la irrupción, esperada para ese momento, del eterno
reino de Dios. El autor renuncia a justificar esta espera como tal y a presentar en detalle
el futuro reino inminente. Evidentemente sabe que sus lectores tienen ante los ojos las
imágenes del futuro esperado. Pero se esfuerza, con ayuda de una amplia visión de la
historia, que Daniel ha tenido durante el destierro de Babilonia, por demostrar en los cc.
2 y 7-12 de su libro que ahora es inminente el decisivo cambio del tiempo.
"Ahora" es el tiempo del gobierno del rey sirio Antíoco IV Epífanes (175-163
a.C.), de quien el autor conoce sus campañas militares contra Egipto (168 y 167 a.C.) y
su profanación del templo judío a fines del 167. Los conocimientos de "Daniel" no van
más allá de este hecho; esto significa que escribe después del 167 (sin embargo, todavía
en vida de Antíoco, quizá a comienzos del 164) y que anuncia el gran cambio para el
presente. Del mismo modo que, al comienzo de su libro, el autor presenta a Daniel
como un judío modelo, que incluso prisionero en Babilonia siguió fielmente vinculado a
la ley de los padres, también desde esta perspectiva da a conocer quién tomará parte en
el cercano reino de Dios: los judíos que, en la actual tribulación causada por el rey sirio,
siguen fieles a la religión de los padres.
91
Jerusalén, recién reconstruido, para venerar al gran Dios, que habitará entre los hombres
y restituirá el tiempo del paraíso.
El material sibilino no ofrece ninguna presentación en sí de la piedad apocalíptica,
sino que pone motivos apocalípticos al servicio de la misión y propaganda judías. Las
ideas apocalípticas que no servían para tal propaganda en el ambiente helenístico van
quedando marginadas: la figura del Mesías, la esperanza en la resurrección, el dualismo.
Hasta el juicio y la renovación tienen lugar en el ámbito de un cosmos fuera del cual,
para el pensamiento griego, no hay ninguna realidad. En consecuencia, no puede
deducirse de los Oráculos Sibilinos una imagen coherente de la piedad propiamente
apocalíptica. Sin embargo, ayudan a comprender lo mucho que la apocalíptica ha
influido en definitiva en el pensamiento judío antes y después de Cristo.
En Gn 5,18-24 se cuenta cómo Henoc, un descendiente de Adán en la octava
generación, fue arrebatado por Dios a causa de su piadosa vida. En base a este relato se
pensó que Henoc vivía junto a Dios en el mundo celeste, y en consecuencia se le
atribuyeron numerosas revelaciones. Nos han llegado tres libros de revelaciones que
llevan su nombre. El más conocido es el Henoc Etiópico, llamado así porque sólo se ha
conservado íntegro en etíope. Este libro, auténticamente judío, gozó de gran estima en la
iglesia etíope, pero fue marginado por las restantes iglesias cristianas y por el judaísmo
ortodoxo. Sólo se han conservado algunos fragmentos de los originales hebreo o
arameo, y lo mismo puede decirse de las traducciones latina y griega (el texto etíope se
basa en un modelo griego).
El Henoc Etiópico se compone de una serie de escritos originalmente
independientes, cuyos primitivos títulos se han conservado en parte. Todas las piezas
individuales llevan impreso, con mayor o menor claridad, su origen apocalíptico, y su
agrupamiento fue sin duda llevado a cabo en interés de una piedad específicamente
apocalíptica. Esta obra, citada con frecuencia por los especialistas, ha llamado
especialmente la atención en las últimas décadas, entre otras cosas porque, entre los
escritos y fragmentos hallados tras la segunda guerra mundial, y pertenecientes a la
biblioteca de una secta judía que en tiempo del nacimiento de Cristo tenía su centro
junto al mar Muerto, fueron descubiertos fragmentos de unos diez manuscritos de este
Henoc Etiópico o de su modelo arameo. Los fragmentos reproducen casi todas las partes
del libro, a excepción de los cc. 37-71, que constituyen un libro aparte de "parábolas" y
que con frecuencia fue considerado fruto de un estrato de tradición relativamente joven.
Aunque la cuestión es discutida, también las "parábolas" podrían proceder de la
época precristiana, si bien las secciones individuales del libro etiópico de Henoc no
pueden fecharse con certeza. Por lo demás se cree que las piezas más antiguas son
anteriores a Daniel, por lo que se datan en torno al 170 a.C., especialmente el llamado
Apocalipsis de las Diez Semanas (cc. 93 y 91,12-17), que constituye un bloque
autónomo, mientras que las secciones más jóvenes fueron redactadas unos cien años
después.
En vista de que este libro etiópico de Henoc es una colección de materiales afines,
aunque no uniformes, se puede comprender que no puedan ser armonizadas todas sus
ideas. Así, por ejemplo, difieren notablemente entre ellas las representaciones
escatológicas. El libro de la "angelología" (cc. 6-36) espera, tras el gran juicio, una vida
paradisíaca sobre una tierra liberada del mal. Las ya mencionadas "parábolas" culminan
con la promesa de un Hijo del Hombre celeste, que, tras juzgar a los pecadores y
sentarse en el trono de su majestad, gobernará a los justos que habitan en la luz eterna.
El libro "astronómico" (cc. 72-82), ya desde el principio, formula la espera de una
93
nueva y definitiva creación. También el citado Apocalipsis de las Diez Semanas cuenta
con el fin de toda la creación y con el alumbramiento de un nuevo cielo en un mundo de
gloria atemporal y eterna. En el llamado libro parenético (cc. 91-105) se promete a los
justos sufrientes que serán acogidos en el mundo celeste, que estarán para siempre
asociados a las legiones celestiales y que podrán contemplar a una distancia segura el
juicio del viejo eón. Sea cual fuere el origen individual de estas ideas, lo cierto es que
ahora, como bloque, están al servicio de la esperanza universal apocalíptica en la
superación de este mundo y de su historia.
Además del Henoc etiópico, contamos con un Henoc Eslavo basado en un original
griego que, sin menoscabo de algunos añadidos tardíos, su núcleo fundamental puede
ser fechado en el siglo primero de la era cristiana. Desde luego, este libro no ofrece
ningún diseño histórico ni espera alguna de un fin inminente, sino más bien
exhortaciones morales que Henoc trae a la tierra tras su viaje celeste. Las ideas
específicamente apocalípticas aparecen sólo al final, en una instrucción relativa al fin de
esta historia terrena y a la irrupción del eón eterno. Pero estas ideas, que aparecen en el
marco de una enseñanza sobre las "últimas cosas" esperadas para un futuro lejano, no
reflejan ninguna comprensión de la existencia propiamente apocalíptica.
El Henoc Hebreo, libro de los siglos II o III d.C., ya no forma parte de la literatura
apocalíptica, pues en esta obra de origen rabínico, Henoc no habla del fin de la historia,
sino de los misterios del mundo celeste.
La Asunción de Moisés, conservada en latín, es en cambio una obra claramente
deudora de la concepción apocalíptica de la existencia. Antes de morir, Moisés entrega a
Josué un escrito sobre el fin de los tiempos, para que éste lo custodie hasta los últimos
días del mundo. Según el autor, estos días parecen haberse hecho presentes en las
primeras décadas posteriores al nacimiento de Cristo; la narración de la historia, puesta
en boca de Moisés, llega hasta este tiempo. De ahí que el libro fuese compuesto en estas
décadas. "A partir de ahora los tiempos se precipitarán hacia el fin; y su curso acabará
de repente" (7,1). El mal se propagará. Especialmente Israel deberá afrontar momentos
terribles bajo el dominio romano. Pero después aparecerá Dios, que acabará para
siempre con el demonio y exaltará a Israel en el cielo; y, cuando la tierra se hunda, se
podrá ver a los paganos arrastrados con ella en su ocaso.
Las ideas de la Asunción de Moisés presentan rasgos "conservadores". El autor
carece de una perspectiva universalista, y falta también en el libro la idea de la
resurrección. Pero el tono básico del escrito es sin embargo apocalíptico: sólo Dios
actúa, el universo material pasa y los justos de Israel recibirán un reino supraterrenal.
Hay otros dos textos, que hemos citado con frecuencia, mucho más importantes
para poner de manifiesto la actitud espiritual de la apocalíptica: el Cuarto Libro de
Esdras y el Apocalipsis siríaco de Baruc. El 4 Esd gozó de gran prestigio y popularidad
entre los cristianos de la antigüedad. Ha sido conservado en numerosas tradiciones, pero
el original hebreo se ha perdido. Fue introducido también en la Vulgata, versión latina
de la Biblia realizada por Jerónimo. En la Vulgata aparece como 4 Esdras después del
libro canónico de Esdras (= 1 Esdras), del de Nehemías (= 2 Esdras) y del libro apócrifo
de Esdras (= 3 Esdras, un escrito cuya aceptación entre los apócrifos
veterotestamentarios de su Biblia no consideró necesaria Lutero). En las demás
traducciones el libro recibe distintos nombres.
Como ocurre a propósito de los autores de los demás libros apocalípticos,
sabemos muy poco del autor del 4 Esdras. Seguramente escribió en la última década del
siglo I, después de la destrucción de Jerusalén a manos de los romanos en el año 70 d.C.
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y bajo la impresión de aquella terrible experiencia. Por esta razón (y yendo claramente
contra la realidad histórica) elige el pseudónimo de "Esdras", un personaje que él busca
en el destierro de Babilonia treinta años después de la destrucción de Jerusalén por obra
de Nabucodonosor (587). Allí fue favorecido Esdras con siete visiones, número que
estructura el libro. Según el autor, Esdras, en sus visiones, contempla el mundo celeste,
clama a Dios y, mediante un ángel o directamente de la boca misma de Dios, obtienen
respuesta sus numerosas preguntas. Los diálogos con el ángel están compuestos en un
estilo altamente dramático. Esdras expresa sus dudas y pensamientos, que en tiempos
del autor se dirigían precisamente contra la objetividad de la fe apocalíptica, y el ángel
de Dios ofrece respuestas que se corresponden con el testimonio de fe de los
apocalípticos.
Desde el punto de vista literario, este libro constituye una unidad, si bien el autor
utiliza numerosas tradiciones de origen diverso, detalle que explica la existencia de
ciertas tensiones internas en el libro. Lutero, en vista de las experiencias negativas que
tuvo con algunos "videntes" de su tiempo, no hizo mucho caso de semejantes
revelaciones celestes y prefirió arrojar al Elba, junto a Wittenberg, al "soñador" que
compuso 4 Esdras. Este juicio peyorativo, sin embargo, no puede hacernos olvidar que
el autor de nuestro libro obró movido por una profunda piedad, que en algunos rasgos
nos recuerda a Pablo. Su escrito expresa casi a la perfección la concepción
específicamente apocalíptica de la existencia. Quien quiera recurrir a las fuentes para
aprender a conocer la apocalíptica, lo mejor que puede hacer es empezar con el 4
Esdras.
Algunos investigadores han sospechado que el Apocalipsis siríaco de Baruc tiene
el mismo autor que el 4 Esdras. Esta sospecha se basa en los estrechos contactos,
temáticos e incluso verbales, entre ambos escritos. Aunque tal tesis no pudiera
mantenerse, lo cierto es que entre ambos libros apocalípticos hay un íntimo parentesco.
En consecuencia, el juicio fundamental que pueda emitirse sobre el carácter
genuinamente apocalíptico de la piedad del 4 Esdras es extensible al libro siríaco de
Baruc. También el autor del Apocalipsis siríaco de Baruc escribe bajo la agobiante
impresión de la experiencia de la destrucción de Jerusalén el año 70. Esta es la razón
por la que escoge a Baruc como garante pseudónimo, pues sabido es que este secretario
de Jeremías fue contemporáneo de la destrucción del templo el año 587. Baruc
contempla el hundimiento de Jerusalén, que ya le había sido anunciado de antemano, y
después, mientras vaga por entre las ruinas de Jerusalén, es instruido, mediante visiones
y audiciones, sobre el futuro y sobre el fin del mundo. Lo mismo que el 4 Esdras,
también el Apocalipsis siríaco de Baruc se compone de siete partes.
El libro se ha conservado sólo en siríaco y en un único manuscrito, descubierto en
el siglo pasado y sacado a la luz por vez primera en 1866. Únicamente la última parte,
los cc. 78-97, se conserva en muchos otros manuscritos siríacos, pues se trata de una
carta que escribió Baruc a las nueve tribus y media que compartían el destierro de
Babilonia; y tal carta fue aceptada en la Biblia de los monofisitas, una iglesia particular
de Siria. La lengua original de este apocalipsis debió de ser también el hebreo o el
arameo, si bien la traducción siríaca se basa en un texto griego.
La estrecha relación de 4 Esdras con el Apocalipsis siríaco de Baruc favorece la
idea de la mutua dependencia, aunque no existe consenso sobre cuál de los dos escritos
es el más antiguo. Si el autor de 4 Esdras hubiese utilizado el Apocalipsis de Baruc, éste
debería haber sido escrito inmediatamente después de la destrucción de Jerusalén el año
70. Dejando a un lado la dependencia literaria "de Baruc", habrá que considerar el
primer tercio del siglo segundo de la era cristiana como época de composición del
95
malos espíritus aniquilados y los malvados dejarán de hacer el mal 144. También los
paganos que invoquen a Dios serán redimidos.
Pero todas estas resonancias apocalípticas (el autor conoce la apocalíptica de
Henoc) no reflejan una comprensión básicamente apocalíptica de la realidad. Se trata
más bien de ideas de apoyo que pretenden configurar la invitación a rechazar ahora las
obras de Beliar, la deshonestidad y la envidia, el homicidio y la embriaguez, la idolatría
y la codicia, el odio y la explotación, para preparar así históricamente los nuevos
tiempos.
En el salmo 70 de los Salmos de Salomón se expresa la esperanza nacional en el
rey mesiánico de Israel, que destruirá a los paganos opositores y gobernará en Jerusalén
a un Israel liberado, que ya no conocerá injusticias y recibirá el tributo de los pueblos.
Pero también estas ideas están lejos de la espera apocalíptica de una nueva creación de
paz universal.
Entre los numerosos manuscritos descubiertos junto al mar Muerto a partir de
1947, pertenecientes a una mancomunidad judía que tenía su centro en una colonia de
Qumrán, se han encontrado fragmentos de los "Testamentos de los doce patriarcas", del
Libro de los Jubileos y, sobre todo, como ya hemos indicado, del Henoc "etiópico" en su
redacción original aramea. Se piensa con razón que los miembros de esta secta del mar
Muerto eran aquellos esenios de los que nos han legado interesantes noticias
principalmente los historiadores judíos Filón y Josefo en el siglo I d.C. Como
alternativa, otros piensan en estrechas relaciones entre ambos grupos.
Ahora bien, Adolf Hilgenfeld ya había dicho que en los esenios se puede percibir
el eslabón que une a los círculos apocalípticos con el primitivo movimiento cristiano,
pues "su peculiar naturaleza común sólo se explica desde la lucha de la escuela
apocalíptica por aislarse de la corrompida vida del pueblo y prepararse para afrontar el
futuro con una ardiente espera"145. Por eso no es casual que uno de los problemas más
importantes de la investigación relativa a Qumrán sea descubrir la relación de los
nuevos textos con la concepción apocalíptica del mundo. Y no es extraño que, ante la
impresión de los nuevos descubrimientos, se haya pretendido incluso demostrar un
origen "esenio" de la apocalíptica.
Habrá que partir del hecho de que aquella secta, que había establecido en Qumrán
una especie de casa madre, tuvo su origen en un grupo de judíos creyentes de condición
sacerdotal que se separaron del templo de Jerusalén y de la aristocracia sacerdotal
encargada allí del culto. Según la opinión del grupo, el servicio del templo estaba
contaminado por la insuficiente observancia de las prescripciones legales por parte de
los sacerdotes. Este punto de partida de la formación de la secta carece también de
motivos apocalípticos, y difícilmente puede aceptarse que, en el momento de la
separación (que generalmente se sitúa en la segunda mitad del siglo II a.C.), jugase
papel alguno la piedad apocalíptica en el templo de Jerusalén. Entre la numerosa
literatura original de la secta del mar Muerto no se han encontrado escritos
expresamente apocalípticos146. Naturalmente Daniel era conocido, y usado el Henoc
etiópico, pero estos escritos ciertamente no procedían de la comunidad de Qumrán.
Por otra parte, la comunidad de Qumrán tenía conciencia de ser la comunidad del
tiempo final y contaba con la inminente irrupción del tiempo de la salvación. Los
miembros de la secta habían iniciado ya la batalla de los "hijos de la luz" contra los
144
Testamento de Leví, 18.
145
Op. cit., 16.
146
P.e. en la edición de E. Lohse, Die Texte aus Qumran, 1962, 19712, fácilmente accesible.
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"hijos de las tinieblas", que constituía una parte de la guerra decisiva entre Dios y sus
ángeles contra Beliar y sus diabólicos aliados. El "Rollo de la Guerra", un libro
especialmente querido en la secta, informa con detalle del encuentro militar final, de
cuarenta años de duración, entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Estos se
verán finalmente sometidos en el séptimo y último enfrentamiento. Al final, Dios
exterminará a todos los inicuos de la faz de la tierra y abrirá a los justos el camino hacia
la salvación eterna y hacia una paz perfecta y duradera. Del lenguaje apocalíptico
provendrían las expresiones "el fin de los días", "la última generación" y "la
consumación del tiempo", mientras que al pensamiento apocalíptico correspondería la
idea de los dos espíritus que Dios ha establecido en el hombre "por un tiempo
determinado y de cara a la nueva creación. Y él conocía el resultado de sus obras en
todo tiempo".
Así, Adolf Hilgenfeld podía estar en lo cierto cuando afirmaba que la condición de
secta hacía proclives a los piadosos del mar Muerto a aceptar las ideas apocalípticas.
Pero habría que añadir a esto que la escatología no constituye el tema principal de la
piedad de Qumrán, pues la espera de la salvación en los escritos del mar Muerto es
concebida desde una perspectiva radicalmente nacional e intrahistórica. Tampoco las
ideas mesiánicas son apocalípticas, y la espera de la resurrección de los muertos es
como mucho aludida. Nunca son descritos el juicio final y el tiempo de la salvación, y
no se pueden pasar por alto elementos de una escatología totalmente presente. En
consecuencia, sólo podemos hablar de cierto influjo de pensamiento y conceptos apo-
calípticos, como puede comprobarse en los Testamentos de los Doce Patriarcas (obra
leída o incluso escrita por la comunidad "esenia") y en el Libro de los Jubileos. Según
esta observación, podrían también demostrarse influjos gnostizantes en la literatura de
Qumrán.
Nos llevaría mucho tiempo examinar ahora con detenimiento todas las obras del
judaísmo tardío desde el punto de vista de los motivos apocalípticos. Fuera de los textos
ya mencionados no encontramos documentos de carácter explícitamente apocalíptico.
Sin embargo, no es raro percibir el influjo del mundo de ideas apocalípticas,
virulentamente ambientado en el judaísmo. Por eso, un escritor como Flavio Josefo
evita con cuidado manifestar ideas "revolucionarias" de la apocalíptica, enemigas de la
historia, para no despertar desconfianzas entre los funcionarios romanos.
Tendríamos que mencionar también p.e. la obra judía "Vida de Adán y Eva", que
ha llegado a nosotros en dos recensiones distintas y que tiene más influjos gnósticos que
apocalípticos; el "Apocalipsis de Abraham", que subdivide en doce épocas la historia
del "mal eón", el señorío de Azazel; el "Libro de Elías", un conglomerado de trozos dis-
pares, entre los que aparece material de origen apocalíptico.
También en Filón, ilustre teólogo judío que escribió en Alejandría en el s. I, así
como en el "Libro de las antigüedades judías", que se le ha atribuido falsamente,
encontramos algunos pasajes de tipo apocalíptico. Lo mismo podemos decir,
naturalmente, de los escritos rabínicos, aunque en su conjunto son cualquier cosa menos
apocalíptica. El judaísmo eliminó la literatura apocalíptica antes y con mayor decisión
que la Iglesia cristiana. El famoso rabí Aqiba afirmó hacia el año 100 que, con sólo
tomar en la mano estos libros, se pierde la propia felicidad. Esto no fue obstáculo, sin
embargo, para que los rabinos hiciesen uso de vez en cuando de ideas y
representaciones apocalípticas, sobre todo con referencia a la escatología.
Más abundante que esta literatura judía que acabamos de mencionar son los
primitivos escritos cristianos. Ya hemos visto que, a pesar de todas las relaciones
98
apocalíptica en todas sus facetas. Así podemos contar con un testigo indirecto, pero
relativamente primitivo y bien datable, de la apocalíptica culta.
Es normal que la literatura neotestamentaria no haya incorporado concepciones de
la historia que explican el presente como tiempo último; dirige su mirada más bien hacia
atrás, al momento clave al que apunta toda la historia. El Nuevo Testamento, en general,
pone en guardia ante el peligro de hacer cábalas sobre el tiempo final. "En cuanto al día
y a la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt
24,36). Mientras tanto, la comunidad primitiva vive en la tensión de la espera de la
cercanía apocalíptica: "No pasará esta generación antes de que todo esto suceda" (Mc
13,30). Dice Jesús: "Si expulso los demonios en virtud del Espíritu de Dios, es que ha
venido a vosotros el reino de Dios" (Mt 12,28). Por eso, lo decisivo es la exhortación a
la continua vigilancia (Mc 13,33-37); se pueden observar los "signos del tiempo", pues
son los premonitorios del fin (Mc 13,28s; Mt 16,3). Como le queda poco al tiempo de
este mundo, el hombre debe tomar partido. Este mundo está declinando (1 Cor 7,29-31),
se halla cercano al fin (Apo 1,1-3; 1 Cor 10,11). Jesús vio a Satán bajar del cielo como
un rayo (Lc 10,18).
"Este" eón, "este" mundo (Ef 2,2), junto con los poderes demoníacos que lo
gobiernan (Ef 2,2), es pasajero (1 Cor 2,6.8). Cielo y tierra deben pasar (Mc 13,31). La
caída del primer hombre ha introducido la corrupción en "este" mundo (Rom 5,12), y
toda la creación se ha hundido en esta corrupción (Rom 8,19ss). Por eso, el diablo se
convirtió en "dios de este eón" (2 Cor 4,4)147; el eón presente debe ser calificado corno
"malo" en su totalidad (Gal 1,4), y la sabiduría de "este" mundo como necedad (1 Cor
3,18). Naturalmente, entre esta "generación perversa y torcida" se encuentra el grupo de
los justos, los irreprochables "hijos de Dios", que brillan en este eón como estrellas en el
cielo (Fil 2,15).
Pero ahora ya ha transcurrido el tiempo concedido a este eón (Mc 1,15); se ha
"cumplido" (Gal 4,4). Empieza la lucha a muerte del viejo eón. Satanás, el "sin-ley",
que todavía está sometido, pronto dará rienda suelta a su furia (2 Tes 2,3ss; Apo 12).
"Entonces, los que estén en Judá que huyan a los montes; el que esté en el terrado, que
no baje ni entre en casa a coger nada; y quien esté en descampado, que no vuelva a por
su manto... pues aquellos días serán de una tribulación como no la ha habido igual hasta
ahora desde el principio de este mundo creado por Dios, ni la volverá a haber" (Mc
13,14ss). Si Dios no abreviase los últimos días, ni siquiera podrían sobrevivir los justos
elegidos para el nuevo eón (Mc 13,20).
La llegada del Hijo del Hombre acelera el cambio: el juicio sobre este eón y para
los justos del nuevo eón (Mc 13,26s). La corrupción caerá de improviso sobre el viejo
eón (1 Tes 5,1ss). Como un rayo ilumina en un instante el círculo del orbe, así aparecerá
el Hijo del Hombre, en todos sitios al mismo tiempo (Mt 24,27). Aniquilará a Satán con
el soplo de su boca (2 Tes 2,8). Los muertos resucitarán y, junto con los justos
supervivientes, serán arrebatados hacia el Señor para unirse a él por siempre (1 Tes
4,16; Fil 3,20; 1 Cor 15,52). El "Apocalipsis de Juan" conoce el reino intermedio de mil
años que tendrá lugar entre el antiguo y el nuevo curso del mundo (Apo 20,1ss); con él
está relacionado el aniquilamiento definitivo de Satanás. Entonces, el cielo y la tierra
pasarán (Mc 13,31; Apo 21,1).
Todo será nuevo en el nuevo eón (Apo 21,5). La novedad no se puede describir,
pero trae consigo "lo que ningún ojo ha visto y ningún oído ha escuchado, y nadie pudo
imaginar" (1 Cor 2,9), una nueva creación y un hombre nuevo (Apo 21,2; 2 Cor 5,17;
147
Cf. 1 Cor 2,6-8; Lc 4,6; Apo 12,9; Jn 12,31.
100
Rom 12,2). Por el contrario, la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios (1
Cor 15,50). Ya no existe el tiempo (Apo 10,6). Los hombres son como ángeles del cielo
(Mc 12,18ss). Sol y luna ya no iluminan, día y noche desaparecen, pues Dios es la luz
de los hombres (Apo 21,23ss). Los siervos se convertirán en hijos (Gal 4,7; Apo 21,7).
En el reino de Dios reinarán el amor, la paz y la alegría (Gal 5,21s). Los hombres viven
en una imperturbable comunión con Dios (1 Tes 4,17; Apo 21,3) durante toda la
eternidad (Apo 22,1ss).
En nuestra presentación de la piedad apocalíptica no hemos recurrido a este o
aquel testimonio del Nuevo Testamento, pues, situados en un contexto cristiano, no son
en general expresión directa de la comprensión apocalíptica de la existencia. Como ya
hemos visto, tales testimonios pueden separarse de su contexto y ser recopilados para
formar un diseño completo del pensamiento apocalíptico, que responde a nuestra
comprensión de la fe y las ideas apocalípticas. Tal exposición confirma lo acertado del
proyecto de este libro, de describir la genuina religiosidad apocalíptica, y al mismo
tiempo pone de manifiesto que esta apocalíptica impregnada de dualismo debió de
tomar forma, como muy tarde, en el mundo judío del comienzo de la era cristiana.
En relación con esto, convendría hacer unas cuantas observaciones. En el centro
de la predicación de Jesús, apocalípticamente orientada, se sitúa el concepto de "señorío
de Dios". Jesús, que usa este término sólo con referencia al futuro, pretende designar
con él el eón que está por venir, el eón en el que será destruido el dominio del mal y
reinará sólo Dios. Este término ya es usado en este sentido en el libro de Daniel 148; pero
en el resto de la literatura apocalíptica, aunque aparece de vez en cuando, no juega un
papel importante. De manera análoga, en el Nuevo Testamento encontramos la
designación de Satanás como dios o príncipe de este mundo149, una designación
claramente dualista; sin embargo, no aparece en la literatura apocalíptica original,
aunque está claro que, lo mismo que ocurre con el concepto de "señorío de Dios",
central en la predicación de Jesús, debería derivar de la tradición apocalíptica.
Tales ejemplos ponen de manifiesto que los documentos literarios que nos
proporcionan testimonios del movimiento apocalíptico sólo cubren una mínima parte de
lo que en el propio movimiento permaneció vivo con el paso del tiempo. Por eso resulta
una empresa difícil, y no muy rica en perspectivas, diseñar con cierto grado de certeza
el desarrollo de la piedad apocalíptica y de su mundo de ideas, sobre todo teniendo en
cuenta que la literatura que ha llegado a nosotros es difícilmente datable.
Por eso, en este capítulo (como en otras secciones del libro) hemos renunciado a
la legítima tarea de distinguir los diversos estadios y las expresiones locales de la
apocalíptica. Pero estamos seguros que un resultado positivo de tal investigación
acabaría subrayando más que cuestionando lo esencial de la unidad de la piedad
apocalíptica.
148
Dn 2,44; 3,33; 7,13ss.
149
2 Cor 4,4; Jn 12,31; 14,30; 16,11; cf. 1 Cor 2,6.8; Lc 4,6.
101
XI
Consecuencias históricas de la Apocalíptica
Si prescindimos una vez más del Libro de Daniel y del Apocalipsis de Juan, la
literatura apocalíptica no contó con el favor ni con la aceptación oficial en el canon de la
sinagoga y de la Iglesia cristiana. La única excepción la constituye el Cuarto Libro de
Esdras, cuyo texto hebreo y griego se ha perdido, un libro que, aunque rechazado por la
Iglesia oriental y por la sinagoga, fue aceptado por la Iglesia romana latina y reconocido
por la Iglesia católica romana como canónico en el Concilio de Trento (1546)150.
Sin embargo, se conservó no poca literatura apocalíptica, gracias sobre todo al
interés que estos escritos despertaron en algunos ámbitos de la Iglesia, especialmente
los más periféricos. Así se puede explicar, por una parte, el hecho de que los apocalipsis
judíos que han llegado a nosotros muestren rasgos, más o menos amplios, de
reelaboraciones cristianas, y, por otra parte, el sorprendente dato de que la mayor parte
de estos textos han llegado a nosotros no en la lengua original hebrea, aramea o griega,
sino en traducciones etíopes, sirias, eslavas, armenias, coptas, latinas y otras.
En los círculos cristianos en los que se cultivaba cierto interés por la apocalíptica
se llegó a la producción de nuevas obras (más o menos apocalípticas) mediante el
frecuente uso de material judío. El "Apocalipsis de Juan" es el más conocido de estos
apocalipsis cristianos y el único aceptado en el canon del Nuevo Testamento. El resto de
los escritos de este género son de poco valor en su mayor parte; ya hemos mencionado
los más importantes.
Por lo que respecta a las lecturas actualizadas (Lektüre) de estas obras que
acabamos de mencionar, se suele oír hablar de vez en cuando de una re-apocaliptización
del mensaje cristiano original. Pero no olvidemos que los apocalipsis cristianos tuvieron
poco influjo y que en su mayor parte deben su origen a determinadas situaciones
históricas. Especialmente en tiempos de persecución, se manifestaba el deseo de un fin
inminente de este mundo. En tales circunstancias, como ocurre en el Apocalipsis de
Juan, a la esperanza de la liberación de este eón se unía el anuncio del juicio sobre
Roma:
''Caerá sobre ti, Roma de cerviz soberbia,
un rayo de lo alto, y deberás doblar tu cuello;
quedarás tirada por tierra y el fuego te dejará consumida;
aplastada contra el propio suelo; la riqueza esfumada,
y tus cimientos habitados por lobos y zorras.
Entonces quedarás completamente abandonada,
como si no hubieras existido.
¿Dónde estará entonces tu paladio? ¿Qué dios te salvará?
¿Uno de oro o de metal o de plata?
¿Y dónde quedarán los decretos del senado?
¿Dónde la estirpe de Rea y de Cronos?
¿O la descendencia de Zeus y de cuantos has venerado?"151
150
El autor incurre en un grave error. El Cuarto Libro de Esdras, aunque conservado en la Vulgata como
apéndice, nunca ha sido considerado como canónico por la Iglesia católica. (N. del T.).
151
Oráculos Sibilinos VIII, 37ss.
102
A los apocalipsis cristianos escritos en estos críticos periodos les interesan más los
signos premonitorios que anuncian el fin que los acontecimientos finales o el nuevo eón
en sí mismos; y apenas se percibe en ellos una comprensión de la existencia
expresamente apocalíptica. De todos modos se espera un grandioso cambio provocado
por Dios. Naturalmente, el juicio sobre Roma es concebido como acontecimiento
intramundano.
Esta evolución es tan significativa como comprensible. Siempre que se desarrolla
una teología en el marco de influencia de la predicación cristiana, no pueden esperarse
una fe y un pensamiento propiamente apocalípticos. La enseñanza cristiana fundamental
sobre la humanización de Dios, la encarnación del Logos, la redención del cosmos y la
irrupción intrahistórica del nuevo eón implica como herético cualquier dualismo que
rechace totalmente mundo e historia; por tal motivo, las iglesias cristianas de todas las
épocas se opusieron a cualquier manifestación de ardor apocalíptico o de entusiasmo
gnóstico. Apocalíptica y entusiasmo son dos conceptos muy distintos vistos desde fuera,
pero estrechamente hermanados por dentro; de ahí que la Iglesia nunca los ha
reconocido como hijos legítimos, aunque se hayan nutrido en su seno.
Por estas razones, la apocalíptica aparece como un fenómeno secundario y
marginal en el occidente cristiano. De hecho, el influjo positivo de la literatura
apocalíptica sólo se manifestó en la incorporación de ideas y motivos apocalípticos
dentro de un esquema de pensamiento esencialmente no-apocalíptico, tal como hemos
visto a propósito del Nuevo Testamento. La apocalíptica sólo volvió a establecerse y
difundirse en los movimientos postcristianos.
En la literatura de la Iglesia primitiva se recurre a la apocalíptica para describir los
terrores del fin y del infierno, para exhortar a los lectores a mantenerse firmes en la
lucha contra el mal e invitarles a velar y aguantar los astutos ataques del demonio. La
tradición apocalíptica se pone al servicio de la exhortación ética. De este modo queda
marginado el problema del tiempo, elemento constitutivo de la apocalíptica.
En consecuencia, las "revelaciones" de los diversos videntes empezaron pronto a
despreocuparse de los acontecimientos finales para centrarse en el más allá, en el mundo
de los bienaventurados y de los condenados, en el mundo en el que entra el hombre tras
su muerte. En el "Apocalipsis de Pedro" y el "Apocalipsis de Pablo" se revelan a los dos
apóstoles (a Pablo en un viaje celeste larguísimo) los lugares de castigo de los pecadores
y los sufrimientos del infierno, así como el gozo seductor de los bienaventurados en el
paraíso. De semejante modo se abandona totalmente el terreno de la apocalíptica.
Esto se corresponde con la evolución de la Iglesia protocatólica (frühkatholisch)
en general, con su regular y progresiva apertura al pensamiento griego, que acaba
transportando la espera escatológica del esquema temporal "ahora-entonces" al esquema
espacial "abajo-arriba". El presente se convierte en el tiempo de la preparación
individual a la salvación, dispuesta ya en el mundo atemporal de arriba. La esperanza en
el futuro se centra menos en el fin del mundo que en la salvación del alma tras la
muerte. La doctrina del purgatorio, en el que son purificadas las almas individuales,
sustituye a la espera del incendio cósmico del final de los tiempos. El juicio final pierde
importancia en favor del juicio individual tras la muerte y de la doctrina de la penitencia
y el perdón propios de éste. Los sacramentos no garantizan la salvación futura, sino la
del más allá.
Con el paso del tiempo surgieron de vez en cuando intentos de negar la historia en
base a la apocalíptica, como ocurrió, al menos en línea de principio, entre los
alejandrinos del s. III y en los ambientes monásticos y los círculos místicos. Estos
103
la historia en general. Por eso, en la Edad Media, predominó una idea de la historia
influida por "De Civitate Dei" de Agustín, obra que concibe la historia, a partir del peca-
do original, como un camino hacia el cumplimiento y la realización plena del Reino de
Dios. Cristo es el perno de esta historia. Con él irrumpe el reino del milenio y la batalla
final con las potencias satánicas, batalla en la que se ven activamente implicados los
cristianos y en la que Cristo se alzará con la victoria final.
Al comienzo de la época moderna empieza a tambalearse la autoridad de la
revelación bíblica, en la que se apoyaba esta visión de la historia. El lugar de esta visión
mediatizada por la Biblia fue ocupado por una interpretación de la historia basada en los
datos empíricos. Del antiguo problema del sentido de la historia se pasó al estudio de la
realidad histórica misma; así se pensaba solucionar aquel problema. Dio así comienzo la
era del historicismo, era en la que nos encontramos y cuya historia no podemos en
consecuencia describir de manera definitiva.
Sea cual sea el modo en que se ha manifestado el interés por la historia en los
últimos doscientos años, lo cierto es que, en última instancia, se ha visto determinado
por la búsqueda del sentido de la historia en general y como totalidad. Por eso, no puede
ser comprendido al margen de influjos decisivos, aunque decisivamente extraños, de la
construcción histórica de la apocalíptica. El propio historicismo positivista, que niega
un sentido en la totalidad de la historia, se sigue moviendo con esta negación dentro del
problema relativo a la totalidad de la historia, problema transmitido sobre todo a través
de la apocalíptica. Lo mismo puede decirse de la planificación del futuro, tan necesaria
para el mundo moderno y en vías de realización, que, al propio tiempo que se sirve de la
ayuda de la prognosis (futurología) científica, se vincula a proyectos de futuro de tipo
ideológico y utópico.
Bajando a detalles, en el transcurso de la historia han aparecido tomas de posición
con distintas variantes respecto al esquema apocalíptico fundamental. No es raro ver
intentos de desempolvar expresamente la primitiva idea apocalíptica de que estamos al
final de la historia y de que hay que esperar en el propio presente la irrupción del reino
de Dios, que tanto se ha hecho esperar. En conformidad con la estrecha relación del
cristianismo con la historia, esta espera no dirige su mirada a un nuevo eón que niegue
la historia y la antigua creación como tal, sino a un reino final de la historia. Las esperas
del fin se concentran en un reino intermedio dentro del diseño apocalíptico de la
historia, y no es fácil captar ese momento en el que algunas imágenes utópicas del
reinado final de Dios acaban convirtiéndose en una herética decisión apocalíptica contra
la historia.
La experiencia del presente como tiempo final irrumpe ya en el montanismo del s.
II con una ardiente espera del fin próximo. Pero fue una idea considerada críticamente
por la Iglesia de aquel tiempo. Hacia el año 1000 muchos esperaban la caducidad del
reino del milenio y el fin del mundo; de manera pasajera creció el interés por el juicio
final (Pedro Lombardo).
Joaquín de Fiore (m. 1202) dividió los periodos de la historia en relación con el
dogma de la Trinidad. Así, después de los periodos del Padre y del Hijo, hay que esperar
la irrupción del tiempo del Espíritu Santo, como tiempo último que traerá la salvación
plena, en 1260. Se trataba de una historización especulativa de la escatología
apocalíptica, que sin embargo provocó continuas esperas apocalípticas inminentes,
especialmente en los círculos de los espirituales franciscanos.
No es casual que el propio Joaquín confesase que su visión de la historia se
inspiraba en la lectura del Apocalipsis de Juan. En cuanto que predice los
105
confluyen la imagen griega del mundo y del hombre, por una parte, y la teología
apocalíptica, por otra. Entre sus pioneros destaca Erasmo de Roterdam, que quiso ver
realizado en nuestra sociedad humana el reino de Dios como reino universal de paz.
Está fuera de duda que esta concepción humanista, con su negación del poder del mal y
su optimismo progresista intrahistórico, revela una comprensión de la realidad
esencialmente no-apocalíptica. Pero como el idealismo aparece con frecuencia
relacionado con tendencias gnostizantes, en cuanto que el espíritu autoplenificante del
individuo se sumerge en el Espíritu divino, no es raro encontrar en el pensamiento
idealista la idea apocalíptica de la historia autoplenificante.
Para Fichte, uno de los principales representantes del idealismo alemán, el hombre
es capaz aquí, en la tierra, en cualquier tiempo y lugar, de alcanzar la quietud, la paz y
la bienaventuranza del reino de Dios. Basta que así lo desee y que se autocomprenda en
su espíritu como parte del Absoluto, descansando y manteniéndose en el Uno. Fichte
vincula este idealismo puro con trazos escatológicos: cuanto más se esfuercen los
hombres por realizar el reino de Dios dentro de ellos como reino moral y espiritual,
tanto más se manifestará éste en el mundo fenoménico. El hombre debe realizarse a sí
mismo racionalmente "hasta que el género humano, como perfecta reproducción de su
arquetipo eterno, permanezca en la razón; después alcanzará la meta de la vida terrena,
el fin mismo aparecerá y la humanidad alcanzará las altas esferas de la eternidad". "...
finalmente todo desembocará en los seguros puertos del reposo y la bienaventuranza
eternos; y finalmente hará acto de presencia el reino divino, con su poder, su fuerza y su
gloria".
Schelling, que se apoya en Fichte, es también deudor de Joaquín de Fiore. Se
percibe la influencia del italiano en su recurso a las figuras de los apóstoles del Nuevo
Testamento para interpretar la historia. Así, Pedro, apóstol del Padre, representa al
catolicismo; Pablo, apóstol del Hijo, la época del protestantismo; y Juan, el apóstol del
Espíritu, prefigura la religión de la humanidad perfecta.
Fue sobre todo Hegel quien vinculó las perspectivas idealista e histórica. El
espíritu no se sitúa ante la realidad histórica como si se tratara de una idea universal,
sino que se realiza en lo particular; todo lo real es racional (geistig), todo lo racional es
real. En la autoconciencia del espíritu pensante es superado en una unidad ideal el ser-
para-sí: el del espíritu universal aquí y el de lo particular que, allí, emergió histórica y
naturalmente del universal. "La meta, el saber absoluto o el espíritu que se sabe como
espíritu dispone del recuerdo de los espíritus tal como ellos son en sí mismos y tal como
realizan la organización del reino", dice en el epílogo de la "Phänomenologie des
Geistes" (Fenomenología del Espíritu). Este proceso de autorrealización del espíritu
discurre por vías históricas y, como en la apocalíptica, tiene lugar mediante leyes
inmutables. La diferencia está en que estas leyes no son prescritas por Dios desde fuera,
sino que el espíritu divino inmanente dicta sus leyes desde dentro de la historia. El
puesto de la divina providencia, que desde el principio creó dos eones, es ocupado por
"la astucia de la Razón", que hace posible que el espíritu se sirva también del obrar
inconsciente del hombre y de todo lo que en la historia parece carecer de sentido o ser
destructivo. El final de la historia tendrá lugar cuando el espíritu vuelva sobre sí mismo
en la conciencia pensante, cuando conquiste para sí mismo en el hombre el saber
absoluto. Hablando en términos prácticos, en la filosofía cristiana de la religión de
Hegel acabarán confluyendo iglesia y estado en un orden social racional. "Que venga el
reino, pero que nuestras manos no permanezcan inoperantes", escribe Hegel a Schelling
en 1795. Este reino del espíritu divino se realiza en la historia, y el juicio escatológico
del mundo coincide con la historia del mundo como totalidad.
109
igualdad de las condiciones de vida creará la igualdad entre los hombres, de modo que
entre ellos habrá menos diferencias que entre los animales de la misma especie.
Desaparecerán de este modo ambiciones y rivalidades. Será el mundo que ningún ojo
haya visto jamás y ninguna oreja haya nunca oído. Dom Deschamps no se cree en
disposición de describir con detalles este nuevo mundo, pues se diferencia en cualquier
aspecto y en gran medida de toda la realidad histórica experimentable.
Los ilustrados alemanes son en general más sobrios y, al mismo tiempo, más
interesados en la historia. Están más estrechamente vinculados al pensamiento histórico
de la Biblia que los ilustrados y los utópicos franceses. Éstos, al preocuparse por las
utopías de un cosmos ordenado y perfecto, son herederos del espíritu griego. Lessing, en
su obra "La educación del género humano", describe la historia como un proceso
educativo que tiene su origen en Dios; a través de él llega el hombre a su madurez, que
sólo practicará el bien por amor del propio bien. "... Llegará, cierto que llegará el tiempo
de la plenitud... Ciertamente llegará el tiempo de un evangelio nuevo y eterno, que nos
ha sido prometido en los libros básicos de la Nueva Alianza". Lessing se remonta
expresamente a la doctrina de Joaquín de Fiore sobre el viejo mundo. Lo único que tiene
que reprocharle es su fe en que el "tercer reino" es inminente, pues la eterna providencia
mueve imperceptiblemente la rueda de la historia hacia su plenitud.
También, según Herder, el proyecto de Dios sobre la historia apunta al reino de
Dios de una humanidad perfecta. Kant espera un reino de Dios con las características de
una comunidad ética mundial, claro está como meta de un "progreso sin fin" de la
humanidad implicada "en continuos avances y acercamientos al más alto bien posible en
la tierra". Al denominar "quiliasmo" a esta concepción, Kant percibe acertadamente la
estrecha relación no sólo de la escatología pietística y de la escatología ilustrada y
secularizada de aquella época, sino también el enraizamiento de ambas en el
pensamiento apocalíptico original.
A partir del s. XIX, estos diseños optimistas de una historia en progreso
experimentaron y experimentan una modificación característica, debido especialmente a
la teoría evolucionista de Darwin en el ámbito de las ciencias de la naturaleza y a los
enormes progresos de la técnica moderna. La inclusión de la naturaleza toda en la
escatología, actitud que puede percibirse en el lenguaje imaginario de la apocalíptica, se
abrió ya camino en Oetinger y en la filosofía de la naturaleza de Schelling, aunque
también en algunos ilustrados (Descartes); además, ya a partir del Renacimiento, se
percibe el intento de vincular esperanza en el reino de Dios y utopías técnicas. En el s.
XIX, la doctrina darwiniana sobre la evolución de las especies y la fe en el progreso
técnico desembocaron en dos actitudes: por una parte, en esperanzas puramente
seculares en el "superhombre" y en una sociedad perfecta liberada de opresiones
materiales; por otra, en los intentos teológicos de vincular las ideas evolucionistas de las
ciencias de la naturaleza con la escatología tradicional. Habría que mencionar al escocés
James McCosh (m. 1894), al unitarista Minot J. Savage (m. 1918) y al teólogo inglés
Henry Drummond (m. 1897). Para estos autores, Dios se manifiesta en la evolución de
la naturaleza, que conduce hacia un hombre "divino". Drummond, al comparar la
evolución en el proceso creador con una columna coronada por un capitel, entiende la
historia cristiana de la salvación como la cumbre de la evolución universal.
Ya en nuestro siglo, en la misma dirección discurren las ideas del filósofo alemán
Leopold Ziegler y las del jesuita y antropólogo francés Teilhard de Chardin. El
pensamiento de Teilhard, que vincula la idea cristiana del "Dios de arriba" con el "Dios
hacia adelante", no sólo llamó poderosamente la atención en ambientes cristianos, sino
111
A modo de resumen
Las concepciones sobre el reino de Dios propias de la ilustración, del
romanticismo, del primer socialismo, del idealismo y de las ciencias naturales pasan por
alto la idea de un repentino trastocamiento del entramado cósmico mediante una
intervención de Dios, en favor de la idea evolucionista. Aparte de esto, se debilita sobre
todo el interés por una meta definitiva de la historia. Esta idea es sustituida por la
construcción del curso de la historia que tiende continuamente a su punto álgido. Lo
divino opera como espíritu o razón o naturaleza en esta progresiva evolución histórica.
También la teología del s. XIX, desde Schleiermacher a los llamados liberales,
muestra el gran medida la influencia de tales corrientes. Se percibe al menos el gran
influjo de la idea de la evolución. Richard Rothe podía esperar el estado cristiano, la
Civitas Dei, como la forma perfecta del reino de Dios. Para Albrecht Ritschl, el reino de
Dios, cuya plenitud se sitúa en un lejano futuro, se realiza en la comunidad siempre
creciente de quienes actúan moralmente por amor al prójimo. A pesar de este optimismo
histórico no-apocalíptico, en todas estas tendencias se observa la concepción,
desarrollada esencialmente en la apocalíptica, de una historia universal encaminada a
una meta.
Aunque sólo sea de paso, conviene subrayar que en la terrible proclamación del
"tercer reino (Reich)", que debería durar mil años y que pondría el dominio de la tierra
en manos de los alemanes, seguían vivas unas esperas apocalípticas totalmente
secularizadas. Por otra parte, expresiones como "tercer reino" y "guía" (Führer) se
remontan claramente, a través de diversos eslabones intermedios, a las especulaciones
de Joaquín de Fiore cultivadas por Lessing, Schelling y otros, y que en última instancia
se apoyan en el diseño apocalíptico de la historia.
Ciertamente, en una visión de conjunto, los motivos apocalípticos operan con más
eficacia y originalidad en el marxismo internacionalista-universalista que en las
ideologías nacionales de la actualidad.
Ya hemos visto que en Hegel, en último análisis, se reconcilian el espíritu divino y
la realidad histórica, y que los proyectos históricos no idealistas, optimistas respecto al
futuro, conciben la historia, en línea de principio, como salvífica. Sin embargo, el joven
Marx, como discípulo crítico de Hegel, acepta en mayor medida las representaciones
apocalípticas, incluso rasgos esenciales de la experiencia apocalíptica de la existencia.
Para ello se apoya en la concepción dualista de la apocalíptica todo lo que le permite su
toma de posición atea. Considera que no es posible rechazar la historia en general en
favor de un nuevo eón traído por Dios. Pero Marx actualiza a su manera las ideas
apocalípticas del señorío del mal en la historia, de la batalla final del bien y de la
inminente irrupción del reino mesiánico al final de la historia.
112
154
Cf. el prefacio a Kritik der politischen Ökonomie.
113
burguesa"155. Dado que con esta necesidad se acerca ya el fin, el hombre puede acelerar
el proceso revolucionario. En la apocalíptica es el propio Dios quien asume esta tarea
para proteger a sus fieles, "abreviando los días". Lo mismo que en la apocalíptica, el
"conocimiento" de la marcha necesaria de la historia, que permite tales intervenciones
aceleradoras en el curso del proceso revolucionario, es privilegio de un grupo de
elegidos, a quienes el propio Dios o la historia abrieron los ojos. Estos reúnen en torno a
sí a los justos, a los proletarios, a la vanguardia del nuevo mundo; y, como en la
apocalíptica, la gente para quienes este mundo está ahí no tendrá ya que preguntarse:
"¿Por qué no poseemos este mundo nuestro?" (4 Esd 6,59).
Ha llegado ya el tiempo en que la clase vencedora fundará la sociedad sin clases y
renovará y liberará al mundo. Queda anulada la expulsión del paraíso; creación y
hombre vuelven a estar en armonía: la sociedad perfecta "es la perfecta unidad
sustancial del hombre con la naturaleza, la auténtica resurrección de la naturaleza, la
cumplida naturalización del hombre y la cumplida humanización de la naturaleza" 156. El
proletariado "elegido" entiende los signos del tiempo y, como "el tiempo se ha
cumplido", será capaz de provocar totalmente el cambio revolucionario. El concepto de
"revolución", expresión primordial del cambio político, asume en Marx un significado
expresamente escatológico, en referencia a una sola y radical transformación del viejo
eón en uno nuevo.
La "prehistoria" del mundo se transforma ahora en historia; el reino de la
necesidad es sustituido por el reino de la libertad; irrumpe el reino de Dios sin Dios. El
verdadero Génesis alcanza su meta, pues con él es introducida la "eternidad". De la
fábula nace lo experimentable; del sueño de la edad de oro, la realidad. El anhelo es
correspondido por los hechos, pues necesidad y oferta coinciden. La verdadera creación
del mundo (la creación del mundo verdadero, del nuevo eón) está para llegar, pero ya es
inminente; el hombre es su creador. De este modo, el hombre se recupera a sí mismo y
es liberado de la alienación en la que le han sumergido la manipulación religiosa de la
verdad y la perversión económica de la realidad.
Entonces el trabajo será un placer, pues "la sociedad regula la producción general
y me posibilita totalmente hacer hoy esto, mañana aquello, por la mañana cazar, por la
tarde atender al ganado..."157. Una vez que las relaciones de producción sean ordenadas
de manera comunista, acabarán todas las relaciones de poder. Si Marx se opone
decididamente a los anarquistas de su tiempo es porque el dominio de los patronos sólo
puede ser eliminado siguiendo el método prescrito por la propia historia, es decir,
mediante la dictadura del proletariado; pero, por otra parte, según él, la finalidad de esta
dictadura no es otra cosa que una sociedad anárquica. El estado muere cuando ya no hay
nada que someter a la opresión. El dominio del hombre sobre el hombre y el dominio de
Dios, productos ambos de relaciones económicas manipuladas, serán sustituidos por el
reino eterno de hombres autónomos y felices.
La utopía marxista del nuevo mundo es descrita con idénticos rasgos en los
escritos apocalípticos, como la sociedad de los explotadores al final del viejo curso del
mundo, de la "prehistoria":
"La necedad y la avaricia son en general el principio de los vicios, pues generan
el deseo engañoso del oro y la plata.
155
Der Bürgerkrieg in Frankreich, cap. III.
156
Pariser Manuskripte, R.K. 209/210, p. 77.
157
Deutsche Ideologie, Kröners Taschenausgabe 209, p. 361.
114
……………………………….
Ellas son la fuente de la impiedad y las precursoras del desorden, la causa de
todas las guerras, enemigas hostiles de la paz. Hacen que los padres odien a los hijos, y
los hijos a los padres. Un matrimonio sin oro nunca es honrado por la gente. A la tierra
se le ponen fronteras y a los mares vigilantes, repartidos astutamente por quienes
poseen oro y tesoros. Y, como si debiesen poseer eternamente la tierra que nutre a
todos, despojan de ella a los pobres para tener así más tierras y someterlas con alardes
de arrogancia.
Y si la gigantesca tierra no estuviese tan lejos del estrellado cielo, los hombres no
tendrían en común ni la luz, pues, como objeto de mercado, estaría sólo a disposición
de quienes tienen oro; y Dios debería crear otro mundo para los mendigos"158.
Respecto al nuevo mundo:
"La tierra es igual para todos, no dividida por muros y vallas,
y produce por sí sola muchos más frutos:
una vida en común en un reino sin señores.
Allí no hay ni siervos ni posesiones, ni grandes ni pequeños,
ni reyes ni príncipes; todos serán iguales....
…………………………
No habrá que preocuparse por primavera y otoño, por verano e invierno, ni por
bodas o muertes, compras o ventas"159.
"Vida y riqueza son ahora iguales para todos.
Igual para todos es la tierra..."160.
"No hay oradores legisperitos, ni arcontes corrompidos que ocupan la sede del
derecho..."161.
"Entonces la salud bajará como el rocío y la enfermedad se alejará.
Desaparecerán de entre los hombres ansiedad, angustia y lamentos, la alegría
circulará por toda la tierra, nadie morirá prematuramente, nada adverso
sucederá de improviso. Serán destruidos y extirpados los procesos, acusaciones,
litigios, venganzas, avidez, envidia, odio y cosas parecidas... Aquellos días los
segadores no se cansarán y los que construyen no serán vencidos por el trabajo,
pues los trabajos progresarán por sí mismos y los trabajadores estarán
descansados"162.
"... como la producción será rica e interminable, nadie se preocupará de las
existencias acumuladas; cada una podrá hacer uso libre e ilimitado de ella, sin
necesidad de reservar y acumular"163.
No hace falta hacer un estudio detallado para ver que estas imágenes de esperanza
anticipan la espera marxista de una sociedad sin clases en la que sea eliminada la
propiedad privada de los medios de producción, desaparezca el mal, cese la justicia
clasista, crezcan inagotablemente las fuerzas productivas, reciba cada uno según sus
necesidades, el trabajo resulte un juego y ya no exista dominio del hombre sobre el
hombre. No es casual que Marx llamase a la religión, tal como él la entendía, la
158
Oráculos Sibilinos VIII, 17ss.
159
Oráculos Sibilinos II, 319ss.
160
Oráculos Sibilinos VIII, 208s.
161
Oráculos Sibilinos VIII, 112s.
162
Baruc Siríaco 73s.
163
Filón, De praemiis 103.
115
realización fantástica del ser del hombre, y que quisiera sustituirla, haciendo suya esa
tendencia interior del hombre, por la realización realista, es decir, económica del ser
humano.
El paralelismo de la espera permite ver que la comprensión marxista de la
existencia tiende a la misma pérdida del sentido histórico que caracteriza a la
apocalíptica. De hecho, aunque la sociedad sin clases, a diferencia que en la
apocalíptica, se realiza históricamente, sigue estando fuera de la historia al no conocer
conflictos, tomas de decisión, progresos o retrocesos; carece de futuro, pues es un
presente atemporal.
Naturalmente la historia va adelante y los hombres seguirán "haciendo historia".
Al mismo tiempo, las fuerzas productivas aumentarán; pero la futura y necesaria
equiparación de las relaciones de producción con las fuerzas productivas tendrá lugar
sin conflictos, espontáneamente. El cambio de los eones está detrás del mundo. El
hombre ya no está ante sí como posibilidad, sino que vive en un reino de libertad con
una identidad que no puede perder. En este reino tendría que desaparecer
necesariamente, junto con los conflictos relativos a la libertad, la libertad misma como
posibilidad histórica.
Del hombre se puede esperar un último esfuerzo que supere cualquier misión
realizada hasta ahora y que sustituya a la intervención divina esperada por la
apocalíptica. Tal esfuerzo, que producirá el ansiado nuevo eón, se verá recompensado
con la llegada a plenitud de la historia y, al mismo tiempo, con el fin de las verdaderas
posibilidades históricas, pues la historia llegará a su cumplimiento. En palabras del
joven Marx, el comunismo es "el enigma de la historia resuelto y sabe que él ofrece la
solución"164.
No es casual que Ernst Bloch, que acepta con énfasis religioso la espera marxista
del futuro, ponga al hombre en el trono de Dios y entienda el marxista "principio
esperanza" como el sentido propio de la escatología judeo-cristiana; en este punto
corrige al marxismo vulgar. Para los marxistas, según él, la realidad se desvela como
realidad del horizonte; la meta sigue permaneciendo totalmente oculta; todo propósito
se transforma siempre en medio al servicio del fin último, un fin que todavía no existe
en sí y para sí, un fin que ningún ojo ha visto: el calvero de nuestro incógnito, del homo
absconditus165. Todo esto apunta evidentemente al intento de tener en cuenta la
historicidad de la existencia humana, al menos en relación con la nueva y
autorrealizable era del mundo.
También en la "Escuela de Frankfurt" (especialmente en Herbert Marcuse), a
pesar de las afirmaciones totalmente positivas respecto a la sociedad futura, se subraya
el "poder de lo negativo" con la confianza puesta en que se llegue lo suficientemente
pronto a lo positivo. La ruidosa contestación del orden existente, la activa negación del
presente (como sucede a veces en la apocalíptica) rechaza la mirada esperanzada a la
alegría del nuevo eón. Lo mismo aquí que allí, es telón de fondo de esta "dialéctica
negativa" está constituido por el fenómeno del "retraso de la parusía". El lugar de la
sociedad sin clases lo ocupan los dogmas, las controversias doctrinales y el aparato del
partido, la "iglesia" comunista. El propio Friedrich Engels, al final de su vida, admitió
en el prólogo a "Lucha de clases" el hecho del retraso de la parusía, sin deducir sin
embargo las consecuencias necesarias.
164
Pariser Manuskripte, R.K. 209/210, p. 76.
165
Das Prinzip Hoffnung, p. 1628 y passim.
116
novedad de nuestro tiempo. Más aún, hay que admitir que tal idea repele menos en el
pensamiento religioso que en las doctrinas laicas que nos aseguran que somos capaces
de salvar de un salto la distancia que separa el abismo del infierno de la cumbre del
cielo. Tal revolución nunca tendrá lugar".
Con mordaz ironía, Ernst Bloch se revuelve contra quienes acusan de plagio a
Marx, diciendo que imita burdamente algunos originales míticos mientras ellos se
dedican a "investigar genealógicamente en busca de la abuela mitológica". Ahora bien,
quien se ocupa del fenómeno de la "apocalíptica" no puede menos que preguntarse por
sus consecuencias históricas, pues la historia de las ideas apocalípticas forma parte de la
apocalíptica como el humo forma parte del fuego. La valoración no va necesariamente
unida a tal análisis histórico de las ideas, pues lo que dice Marx no resulta más
verdadero ni más falso porque se descubran analogías o fuentes históricas de esas ideas,
aunque, como sugiere la cita de Kolakowski, tal comparación ponga sobre el tapete la
cuestión de la verdad.
Por lo demás, por lo que respecta tanto a Marx como a los otros herederos del
pensamiento apocalíptico, podemos dejar abierta la cuestión de saber hasta qué punto la
tradición apocalíptica ha influido en ellos directa o indirectamente. Si del examen
individual resultase que la coincidencia temática no tiene su base en una continuidad
histórica, se pondría claramente de manifiesto que la apocalíptica no representa un
fenómeno histórico casual, sino una posibilidad de entender la existencia, actual en todo
tiempo y por tanto vinculada esencialmente al hombre, una posibilidad histórica incluso
cuando espera una imposibilidad histórica, el fin de la historia.
118
BIBLIOGRAFÍA