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Axel Köhler
Introducción
Cuando empecé a vivir y trabajar en Chiapas como antropólogo, hace aho-
ra más de una década y media, me di cuenta de que estaba en un país
marcado por lo que varios intelectuales latinoamericanos han teorizado en
términos de colonialidad. Había vivido y trabajado anteriormente en países
de África oriental y occidental donde las lenguas coloniales, el francés o
el inglés, siguen siendo lenguas oficiales y sirven de lingua franca en un
contexto ampliamente multilingüe. Sin embargo, en esos países la lengua
colonial es solamente una de las varias lenguas que la gente (y no toda la
gente) habla. No así en México, país que dentro de su nacionalismo reco-
noce como una de sus raíces a los pueblos originarios, cuyas lenguas hoy
día apenas habla 7.3% del total de la población.1 En México, las personas
que dominan más de una lengua son principalmente los miembros de los
pueblos originarios, que además de hablar su lengua materna aprenden el
castellano en la escuela.2 Conviene también señalar que los miembros de la
clase alta educada también manejan generalmente dos o más lenguas, pero
coloniales/imperiales.
Aníbal Quijano (1993), Walter Mignolo (2000) y otros(as) autores(as)
han demostrado acertadamente el desarrollo histórico y la duradera vi-
gencia de la colonialidad, y han precisado las esferas de su extensión en lo
que han llamado la colonialidad del poder, del saber y del ser.3 Dichos autores
se refieren a la hegemonía de categorías de pensamiento y patrones de
poder económico y político que los colonizadores europeos establecieron
a partir de la conquista de América y con el desarrollo mundial del capita-
lismo. El uso dominante de una lengua colonial es clave en la persistencia
de la colonialidad como lógica operativa en países que se independizaron
oficialmente del poder colonial hace décadas o, como en el caso de México
y otros países latinoamericanos, hace dos siglos. En México, el castellano
sigue siendo la lengua del poder y del saber y, para la mayoría de los mexi-
canos, también del ser.
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(véase Leyva et al. 2010). Dicha desazón no está falta de fundamento, pues
expresa la percepción aguda de al menos dos factores desequilibrantes en
este proyecto. Primero, el de los distintos insumos que aportó cada quien
desde su trayectoria profesional como artista, comunicador y antropólo-
go. En buena medida logramos volver fecundas estas diferencias expe-
rienciales y aprovechamos las tensiones epistémicas y éticas, entendidas
como estados de oposición latente (véase Leyva en el tomo II) para volverlas
creativas. Pero el hecho de que todos trabajábamos en un medio en el que
Xochitl, Xuno y yo teníamos más experiencia, llevó a que los otros nos de-
jaran a cargo de más actividades del proceso, especialmente en la gestión y
administración del proyecto, y en la activación de nuestras redes académi-
cas para lograr la publicación del audiolibro. Eso nos confirió más poder7
en nuestras relaciones dentro de la RACCACH, al menos respecto a la edi-
ción del audiolibro y a la búsqueda y administración de los recursos nece-
sarios para llevar a cabo su producción. También sugerimos y contactamos
editoriales interesadas en publicarlo. Teníamos a nuestro cargo la parte
logística y de gestión, a la vez que dialogábamos en el arduo proceso del
armado de los textos. Ello estaba justificado porque de los diez co-autores
éramos los únicos (junto con el colega sociólogo y fotógrafo maya tseltal)
que teníamos un salario institucional fijo. Pero vale mencionar que nadie
de la Red recibió ningún pago ad hoc por este trabajo, pues no fue producto
de ningún “proyecto académico de investigación” financiado como tal.8 El
motor no era el dinero sino una firme convicción de compromiso político
con los pueblos originarios, sus comunidades y sus luchas.
El otro factor desequilibrante del proceso estaba relacionado con
los beneficios explícitos e implícitos que el trabajo dejaría a las partes in-
volucradas. En una reunión plenaria de la Red coincidimos en delinear
nuestros objetivos al inicio del proceso: enfocarnos primero en los y las
jóvenes de las comunidades mayas de donde venimos o con las que tra-
bajamos. También pretendíamos el fortalecimiento ideológico y práctico
del movimiento cultural del cual formamos parte y que pensamos podría
darse motivando a nuevas generaciones a participar en su construcción
(véase Leyva et al. 2010). Aparte de estos beneficios explícitos, estaban im-
plícitas otras expectativas y beneficios colaterales, fueran éstos manifiestos
o no. Para los comunicadores y artistas se trataba, principalmente, de la
promoción de su trabajo cultural y de ponerse al alcance de un público
más amplio. Además, les motivaba mostrar la razón y el corazón de su
trabajo en sus comunidades de origen, donde se les conoce poco e incluso
se les percibe mal o hay “celos” hacia ellos. Xochitl y yo aceptábamos estos
objetivos implícitos e “interesados” pues sabíamos que no existen cono-
cimientos desinteresados. Al mismo tiempo, era claro que no eran sensu
stricto nuestros objetivos.
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Co-teorizar
Varios autores del presente tomo de la obra colegiada están destacando
un proceso compartido de teorización, al que llaman co-teorización. Des-
de su experiencia, María Bertely (en este tomo) identifica como elementos
constitutivos de dicha co-teorización “el interaprendizaje, la inducción
intercultural y la producción desde abajo”. Joanne Rappaport la concibe
como “producción colectiva de vehículos conceptuales que hacen uso de
un cuerpo de teoría antropológica y de conceptos desarrollados por nues-
tros interlocutores”; producción que “involucra la creación de formas abs-
tractas de pensamiento que son semejantes en naturaleza e intención a las
teorías creadas por los antropólogos, aunque tienen origen parcial en otras
tradiciones y en contextos no académicos” (en este tomo).
Este reconocimiento de la equivalencia de teorías y conocimientos
académicos y no académicos me parece fundamental, incluso debería ser
uno de los pilares para garantizar el fortalecimiento de una antropología
descolonizadora que pretenda crear relaciones más horizontales y co-par-
ticipativas con nuestros interlocutores. Además, nos ayuda a concebir
nuestros proyectos como proyectos colectivos o de co-investigación, sin
jerarquizar o devaluar de entrada la calidad de los insumos que aportarán
los participantes no académicos. Me refiero a la clásica división del trabajo
en la investigación en que los “informantes” aportan los “datos brutos” y
los académicos efectúan la “sistematización”, “contextualización” y “aná-
lisis” de esos datos. En otro nivel esa división es, por supuesto, un reflejo
de la continua colonialidad de la producción capitalista. Los países “de-
sarrollados” del “Norte” siguen procurando una ventajosa distribución
laboral entre ellos y los países “en vía de desarrollo” o del “Sur”. Éstos pro-
veen “materias primas” para que las fábricas del “Norte” las transformen en
productos industriales o refinados que luego exportan nuevamente al “Sur”.
Leyendo a las colegas y repensando nuestras experiencias colectivas
de trabajo, me surge la pregunta: ¿qué entendemos por teoría y cuál sería
su papel en la co-teorización con nuestros interlocutores no académicos?
No es mi intención reivindicar a Karl Popper11 en el contexto de una re-
flexión acerca de la práctica y las aspiraciones de una co-teorización deco-
lonial. Sin embargo, me parece sugerente lo que este filósofo de la lógica
y la evolución de la ciencia señaló respecto del conocimiento en general y
las teorías en particular: “El conocimiento no comienza con percepciones
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[…] la innovación teórica viene de la práctica política. Es decir, los actores políticos
encuentran una creciente disonancia entre sus deseos y necesidades, por un lado,
y los parámetros teóricos existentes, por el otro. Para aliviar tal disonancia, dichos
actores formulan nuevas maneras de hacer política y así generan formas nuevas de
conceptualizar su realidad. Más tarde, a veces mucho más tarde, los intelectuales y
académicos registran estos conceptos nuevos en sus propios estudios, y se ponen
a elaborarlos en forma de “teoría” (2008: 306).
Estoy de acuerdo con Hale, pero más allá de que la relación entre la
práctica política y la innovación teórica constituye “el espacio privilegiado
para el ejercicio de la investigación descolonizada”, también podríamos
reconocer el potencial que tiene dicha relación para la co-teorización.14
Hale, como otros, profundiza en las relaciones tensionadas y la dis-
tancia entre los investigadores y los protagonistas políticos del “grupo or-
ganizado en lucha” con los que se comprometen. Apunta que “las lógicas
del conocimiento son bastante diferentes”, pues “para el proceso políti-
co, la clave muchas veces es lo operativo” y “[p]ara la investigación, en
cambio, el impulso es ser exhaustivo y sistemático, cubriendo no sólo lo
inmediato sino el tema en todas sus facetas y dimensiones” (Hale 2008:
309-310). Por ser tan distintas esas lógicas parecen incompatibles en cuan-
to al conocimiento que permiten producir. Por tanto, Hale concluye que
el conocimiento teórico (digamos explícito) lo siguen produciendo úni-
camente los investigadores académicos. Agrega que con su producción
teórica dichos investigadores sólo pueden aspirar a que los protagonistas
reconozcan que este conocimiento “efectivamente tiene valor y un posible
uso en el contexto de sus prioridades políticas” (ibid.: 310).
Creo que vale destacar otra posibilidad de interpretación: la de
co-teorizar, es decir, producir conocimientos juntos que expliciten la teoría
implícita en las prácticas políticas. Tales esfuerzos de co-teorizar con los
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En varios capítulos del audiolibro quedó manifiesto que para los jóvenes
co-autores mayas muchos de los procesos de construir conocimientos pa-
saron por la fuerza reveladora de los sueños. Los compañeros mayas afir-
maron en sus historias su conciencia onírica y enfatizaron el imperativo
de escuchar los consejos y avisos que nos dan los sueños,16 así como el de
explorar las potencialidades artísticas y comunicativas en este otro estado
de conciencia y de conexión energética con nuestro entorno. El sueño se
mostró como fuente de inspiración para adquirir otro saber intuitivo y es-
clarecer qué camino tomar en el presente.
En el pensamiento racional-occidental, el mundo de los sueños tien-
de a ser representado como opuesto al mundo sólido, físico, igual como se
opone la ilusión o la imaginación a la realidad. Para romper esta distinción
dualista, me parece ilustrativa la percepción al respecto de muchos pue-
blos originarios: el mundo de los sueños es el mismo mundo al que acce-
demos en nuestra vida despierta. A decir de los antropólogos extranjeros
que escribieron sobre los habitantes originarios de Los Altos de Chiapas
en el siglo XX: “La realidad de los tzotziles no está confinada dentro de
los estrechos límites de la experiencia consciente del individuo, sino que
ésta forma parte, integralmente, del mundo de los sueños, los que se inter-
pretan como presagios de acontecimientos futuros” (Holland 1978 [1963]:
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el corazón, nos hace llevar a ceder razón y a respetar al otro quien soy yo
pero eres tú” (Hernández Cruz, cit. en la “Introducción”). Estos pensa-
mientos contrastan con la lógica científica, en la que el conocimiento teóri-
co se produce apoyándose en la razón y con un método empírico, mientras
que el sentir y la intuición brotan del corazón con una lógica vivencial y
epistémica distinta.
Respecto a la razón y la intuición, Popper distingue “netamente en-
tre el proceso de concebir una idea nueva y los métodos y resultados de su
examen lógico”. Afirma también que la lógica del conocimiento científico
“consiste pura y exclusivamente en la investigación de los métodos em-
pleados en las contrastaciones sistemáticas a que debe someterse toda idea
nueva antes de que se la pueda sostener seriamente” (1962: 31). Sin embar-
go, concede que todo descubrimiento contiene “un elemento irracional”
o “una intuición creadora” (Bergson, cit. en Popper 1962: 31). Incluso el
conocimiento del físico sólo puede “alcanzarse por la intuición, apoyada
en algo así como una introyección (‘Einfühlung’) de los objetos de la expe-
riencia” (Einstein, cit. en Popper 1962: 32). Por lo tanto, en esta visión el
corazón está involucrado en la creación científica, pero luego es expulsado
de los resultados en nombre de la objetividad.
Otra manera para el método científico de excluir el sentir y destacar
la preponderancia de la razón la encontramos en Gastón Bachelard (1983
[1938]: 15-16), quien remite a “obstáculos epistemológicos”, entre los cua-
les se hallan la observación o la experiencia básica, y la opinión. Esta últi-
ma “jamás tiene razón”, porque “piensa mal; no piensa; traduce necesidades
en conocimientos. Al designar a los objetos por su utilidad, ella se prohíbe
el conocerlos” (énfasis en el original). Bachelard nos dice que para hacer
ciencia es menester superar estos obstáculos epistemológicos a través del
ejercicio sistemático de la razón y la experimentación. Ahí no hay espacio
para el sentir.
En el ámbito de las ciencias sociales, Pierre Bourdieu y sus colegas
retomarán la idea de una necesaria “ruptura epistemológica” para con-
quistar “la ilusión del saber inmediato” y superar las malas prácticas de
una “sociología espontánea” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron 1983: 27
ss.). El “principio de la no conciencia”, es decir, la regla que estipula que
las causas profundas escapan de la conciencia de los que participan en la
vida social, impone:
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Ésta es, por cierto, una buena exposición de las causalidades que una
ciencia social objetiva y desinteresada busca desentrañar; causalidades que
se supone permanecen invisibles para el sujeto involucrado. Esta “verdad
objetivada” constituye el conocimiento científico válido para Bourdieu,
sus colegas y seguidores. Me llama la atención que para hacer este tipo de
ciencia se requiere estar posicionado fuera del fenómeno estudiado para
poder saber “verdaderamente” lo que pasa dentro de éste.
La co-razón, vista hoy como concepto producto de nuestros diálogos,
nos abrió la posibilidad de hacer converger diferentes razones y lógicas
culturales, que aceptamos de entrada como equiparables y válidas. Sobre
ellas construimos nuestros diálogos. Al hablar de la co-razón denuncia-
mos la hegemonía de la razón única y abrimos la posibilidad de espacios
dialógicos en los cuales la proyectada naturalización de la razón única se
encuentra cuestionada. De esta manera se reconocen razones diversas que
no están supeditadas a la razón universal como meras versiones locales
de ésta. La co-razón se vuelve condición para la posibilidad de co-teorizar
con activistas culturales, protagonistas políticos u otros actores en tanto
que interlocutores. Sin duda, el “color”, es decir, el racismo ontológico y
epistemológico de la razón única (véase Chukwudi 2008) provocan que
otras razones (las no blancas, las marginalizadas, silenciadas y negadas)
no siempre estén dispuestas a la co-razón y al diálogo.
La co-razón es también la condición para que la tan referida inter-
culturalidad23 se pueda gestar desde abajo y desde vías múltiples, desde
subjetividades y loci de enunciación diversos, y no como un proyecto po-
lítico que celebre desde arriba la diversidad étnica dentro de la unidad
nacional, ni para renovar una versión hegemónica del mestizaje cultural o
enmendar algunas fallas en la convivencia multicultural. Vale recordar la
propuesta del “conocimiento como emancipación”, que es en sí “necesa-
riamente multicultural” (Sousa Santos 2005a: 108) pues pasa por el recono-
cimiento del Otro como un creador propio de conocimiento.
En nuestras experiencias colectivas en el audiolibro, hablar desde
la co-razón y el corazón nos permitió escuchar a nuestros interlocutores
y compartir nuestras raíces y lógicas de acción. También entendernos con
empatía e intuición, tomando en cuenta las distintas raíces culturales de
nuestro sentir y pensar y de nuestras teorías, para movernos juntos hacia
un contrastar co-razonado.
Desde mi punto de vista los conceptos de co-teorización y co-razón
tienen una ventaja inicial significativa: retoman la razón y la teoría de ma-
nera incluyente, evitando connotaciones de cierta subalternidad al saber
académico, como ocurre, por ejemplo, con el concepto de “otros saberes”.24
Sin embargo, para algunos protagonistas políticos el concepto de co-teo-
rización fácilmente puede confundirse con el de teorización, el cual lleva
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Comentario final
No expuse estos esfuerzos de co-teorización para comparar nuestros con-
ceptos con otros semejantes y derivados de contextos académicos, sino
para evaluar su profundidad heurística y destacar su valor. A mi entender,
son ejemplos de co-teorizaciones emergentes que surgen de la experiencia
concreta y subjetiva, y no de un análisis objetivo, ajeno a la propia expe-
riencia y como abstracción de ella.
La co-teorización producto de nuestras experiencias en torno al au-
diolibro, más que corresponder a instrucciones mentales, reglas o planes
para actuar, nos acompañó como herramienta flexible en nuestras interac-
ciones, ajustándose en un continuo desarrollo práctico-teórico. Nuestras
co-teorizaciones brotaron primero del sentir y luego se integraron al pen-
sar; nacieron del contexto propio de sentir y pensarse, y no de una reflexión
desde afuera. Así, la forma discursiva que tomaron nuestros conceptos sin-
tetiza experiencias vivenciales culturalmente arraigadas. Estos “vehículos
conceptuales”, como los llama Rappaport (en este tomo), expresan un po-
sicionamiento cultural específico. Sin embargo, sus referencias cotidianas y
sus raíces prácticas se entienden más allá de su contexto cultural de origen,
pues tienen un valor heurístico con capacidad de conexión intercultural.
Como acierta Catherine Walsh: “Enfatizar lo propio es un paso necesario
en los procesos de decolonizar el cuerpo como también la mente, procesos
que son centrales a la interculturalidad” (2002: 132). En otras palabras, esos
vehículos conceptuales sustentaron la inspiración, fortalecieron la creación
artística-comunicativa y la vincularon con los objetivos de vigorizar un
movimiento cultural maya más amplio. Este movimiento rebasa Chiapas
y México y nos une al aliento continental de emergencia que protagonizan
los pueblos originarios en pie de lucha.
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Ahora veo que uno de los aportes fundamentales que hemos hecho
las y los co-autores del audiolibro es la apuesta a la co-razón y la co-teo-
rización al conjugar las raíces, los corazones y las razones de cada quien.
Las raíces mantienen la conexión con nuestro entorno y nos nutren; el co-
razón permite sentir esos lazos con lo que nos rodea y expresarlos. Sin raíz
y sin corazón pensar no tiene mucho sentido porque significa hacerlo de
forma descontextualizada y desconectada de nosotros mismos. Podríamos
afirmar que en esta filosofía la raíz (el conectar), el corazón (el sentir) y la
razón (el pensar) forman una tríada que permite experimentar(nos) plena-
mente y construir saberes integrales.
Queda la pregunta: ¿por qué, para quién y para qué co-teorizar?
Una respuesta podría ser: “para develar las redes de poder que se en-
cuentran detrás de los discursos nacionalistas, contrainsurgentes y mili-
taristas” (Hernández Castillo en el tomo II) y para desenmascarar la falsa
naturalización de tales discursos. Dicha naturalización nos hace olvidar
que no existen conocimientos sin perspectivas particulares, sin intereses
y fuera de los contextos políticos y las relaciones de poder. Por su parte,
los críticos del pensamiento moderno/colonial responderían a la misma
pregunta diciendo que para humanizar el sistema económico y social, para
repensarlo radicalmente o para hacer propuestas basadas en otras lógicas
relacionales. Otra posible respuesta sería: para contribuir a transformar
nuestras sociedades, no como intelectuales paternalistas con la pretensión
de “despertar la conciencia de los oprimidos”, sino como co-luchadores
desde distintas perspectivas y subjetividades. Eso implica un compromiso
con la construcción de conocimientos diversos y posicionados, y el reco-
nocimiento del Otro como creador de conocimientos con su propia raíz,
razón y corazón.
Notas
* Agradezco a Xochitl Leyva y María Bertely sus comentarios al presente capítulo, me ayudaron
a afinarlo. Gracias a Alexis de Ganges y Camila Pascal por su apoyo en la revisión de estilo.
1 En el segundo artículo de su constitución política, México se define a sí mismo como una na-
ción pluricultural: “La nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente
en sus pueblos indígenas, que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el
territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones
sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas” (artículo reformado mediante de-
creto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 14 de agosto de 2001, véase en línea: <http://
info4.juridicas.unam.mx/ijure/fed/9/3.htm?s=>). En términos oficiales y estadísticos, “México se
caracteriza por contar con una gran diversidad étnica y cultural. Se tienen identificados alre-
dedor de 92 grupos autóctonos diferentes que conservan su lengua y sus costumbres” (INEGI
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