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Día 280 de 365

ISAÍAS 51 Progreso: 76.7 %

La certeza de la salvación Lectura de hoy:


Isaías 51,1 – 52,12
1 ¡Escúchenme, los que van tras la justicia, Eclesiástico 4,20-31
ustedes, los que buscan al Señor! Hebreos 7
Fíjense en la roca de la que fueron tallados,
en la cantera de la que fueron extraídos;
2 fíjense en su padre Abraham
y en Sara, que los dio a luz:
cuando él era uno solo, yo lo llamé,
lo bendije y lo multipliqué.

3 Sí, el Señor consuela a Sión,


consuela todas sus ruinas:
hace su desierto semejante a un Edén,
y su estepa, a un jardín del Señor.
Allí habrá gozo y alegría,
acción de gracias y resonar de canciones.

4 ¡Préstenme atención, pueblos,


y ustedes, naciones, óiganme bien,
porque de mí saldrá la Ley
y mi derecho será la luz de los pueblos!
En un instante 5 estará cerca mi justicia,
mi salvación aparecerá como la luz
y mis brazos juzgarán a los pueblos;
las costas lejanas esperan en mí
y ponen su esperanza en mi brazo.

6 ¡Levanten sus ojos hacia el cielo


y miren abajo, a la tierra!
Sí, el cielo se disipará como el humo,
la tierra se gastará como un vestido
y sus habitantes morirán como insectos.
Pero mi salvación permanecerá para siempre
y mi justicia no sucumbirá.

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7 ¡Escúchenme, los que conocen la justicia,
el pueblo que tiene mi Ley en su corazón!
No teman el desprecio de los hombres
ni se atemoricen por sus ultrajes.

8 Porque la polilla se los comerá como a un vestido,


como a lana, los consumirá la tiña.
Pero mi justicia permanece para siempre,
y mi salvación, por todas las generaciones.

El brazo salvador del Señor

9 ¡Despierta, despierta,
revístete de poder, brazo del Señor!
¡Despierta como en los días antiguos,
como en las generaciones pasadas!
¿No eres tú el que hace pedazos a Rahab,
el que traspasa al Dragón?

10 ¿No eres tú el que secó el Mar,


las aguas del gran Océano,
el que hizo de lo profundo del mar
un camino para que pasaran los redimidos?

11 Los rescatados del Señor volverán,


llegarán a Sión entre gritos de júbilo:
una alegría eterna coronará sus cabezas,
los acompañará el gozo y la alegría,
huirán la aflicción y los gemidos.

El Señor, liberador de su Pueblo

12 ¡Soy yo, soy yo el que los consuelo!


¿Quién eres tú para temer a un mortal,
a un hombre frágil como la hierba?

13 ¿Olvidas acaso al Señor, que te hizo,


que extendió el cielo y fundó la tierra?
¿Temblarás sin cesar, todo el día,
ante la furia del opresor,
cuando se dispone a destruir?
Pero ¿dónde está la furia del opresor?

14 Pronto será liberado el prisionero:


no morirá en la fosa ni le faltará el pan.

15 Porque yo soy el Señor, tu Dios,


que agito el mar, y rugen las olas:
mi nombre es Señor de los ejércitos.

16 Yo puse mis palabras en tu boca


y te oculté a la sombra de mi mano,
mientras planto un cielo y fundo una tierra,

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y digo a Sión: "¡Tú eres mi Pueblo!".

El resurgimiento de Jerusalén

17 ¡Despiértate, despiértate,
levántate, Jerusalén,
tú que has bebido de la mano del Señor
la copa de su furor!
¡Tú has bebido hasta las heces
una copa, un cáliz embriagador!

18 No hay nadie que la guíe


entre los hijos que ella dio a luz;
no hay quien la tome de la mano
entre todos los hijos que crió.

19 Te han sucedido dos males:


¿quién se conduele de ti?
Devastación y desastre, hambre y espada:
¿quién te consolará?

20 Tus hijos sucumben, yacen tendidos


a la entrada de todas las calles,
como un antílope atrapado en la red,
colmados de la ira del Señor,
de la amenaza de tu Dios.

21 Por eso, ¡escucha esto, pobre desdichada,


ebria, pero no de vino!

22 Así habla el Señor, tu Dios,


el que defiende la causa de su Pueblo:
Yo he retirado de la mano
la copa embriagadora;
de la copa, del cáliz de mi furor,
ya no volverás a beber.

23 Yo lo pondré en la mano de tus verdugos,


de aquellos que te decían:
"Doblégate para que pasemos",
mientras tú ponías la espalda como un suelo,
como una calle para los transeúntes.

ISAÍAS 52,1-12
El inminente rescate de los cautivos

52 1 ¡Despierta, despierta, revístete de tu fuerza, Sión!


¡Vístete con tus vestidos más bellos,
Jerusalén, Ciudad santa!
Porque ya no entrarán más en ti
el incircunciso ni el impuro.

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2 ¡Sacúdete el polvo, levántate,
Jerusalén cautiva!
¡Desata las ataduras de tu cuello,
hija de Sión cautiva!

3 Porque así habla el Señor: Ustedes fueron vendidos por nada, y también sin dinero
serán redimidos.

4 Porque así habla el Señor: Mi Pueblo bajó primero a Egipto, para residir allí como
extranjero, y luego Asiria lo oprimió sin razón.

5 Y ahora, ¿qué tengo que hacer yo aquí –oráculo del Señor–, ya que mi Pueblo ha sido
deportado por nada? Sus dominadores lanzan alaridos –oráculo del Señor– y todo el día,
sin cesar, es despreciado mi Nombre.

6 Por eso mi Pueblo conocerá mi Nombre en ese día, porque yo soy aquel que dice:
"¡Aquí estoy!".

El mensajero de la buena noticia

7 ¡Qué hermosos son sobre las montañas


los pasos del que trae la buena noticia,
del que proclama la paz,
del que anuncia la felicidad,
del que proclama la salvación
y dice a Sión: "¡Tu Dios reina!".

8 ¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz,


gritan todos juntos de alegría,
porque ellos ven con sus propios ojos
el regreso del Señor a Sión.

9 ¡Prorrumpan en gritos de alegría,


ruinas de Jerusalén,
porque el Señor consuela a su Pueblo,
él redime a Jerusalén!

10 El Señor desnuda su santo brazo


a la vista de todas las naciones,
y todos los confines de la tierra
verán la salvación de nuestro Dios.

Invitación a salir de Babilonia

11 ¡Retírense, retírense, salgan de aquí,


no toquen nada impuro!
¡Salgan de en medio de ella, purifíquense,
los que llevan los vasos del Señor!

12 Porque no saldrán apresuradamente


ni partirán como fugitivos,
ya que al frente de ustedes irá el Señor,
y en la retaguardia, el Dios de Israel.

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ECLESIÁSTICO 4,20-31

20 Ten en cuenta el momento y cuídate del mal, y no te avergüences de ti mismo.

21 Porque hay una vergüenza que lleva al pecado, y hay otra vergüenza que es gloria y
gracia.

22 No te perjudiques por tener en cuenta a los demás, y que la vergüenza no provoque


tu caída.

23 No dejes de hablar cuando sea necesario, ni escondas tu sabiduría.

24 Porque la sabiduría se reconoce en las palabras, y la instrucción, en la manera de


hablar.

25 No digas nada contrario a la verdad y avergüénzate de tu falta de instrucción.

26 No tengas vergüenza de confesar tus pecados ni pretendas oponerte a la corriente de


un río.

27 No te rebajes ante un hombre necio ni seas parcial en favor del poderoso.

28 Lucha hasta la muerte por la verdad, y el Señor Dios luchará por ti.

29 No seas atrevido con la lengua, ni perezoso y descuidado en tus acciones.

30 No seas como un león dentro de tu casa, y cobarde entre tus servidores.

31 No tengas la mano abierta para recibir y cerrada cuando hay que dar.

HEBREOS 7

1 Este Melquisedec, que era rey de Salem, sacerdote de Dios, el Altísimo, salió al
encuentro de Abraham cuando este volvía de derrotar a los reyes y lo bendijo; 2 y
Abraham le entregó la décima parte de todo el botín. el nombre de Melquisedec
significa, en primer término, «rey de justicia» y él era, además, rey de Salem, es decir,
«rey de paz».

3 De él no se menciona ni padre ni madre ni antecesores, ni comienzo ni fin de su vida:


así, a semejanza del Hijo de Dios, él es sacerdote para siempre.

4 Consideren ahora la grandeza de aquel a quien el mismo patriarca Abraham entregó


como diezmo lo mejor del botín.

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5 A los descendientes de Leví que reciben el sacerdocio, la Ley les manda percibir el
diezmo del pueblo, esto es, de sus propios hermanos, que sin embargo pertenecen
como ellos a la descendencia de Abraham.

6 Pero Melquisedec, que no tenía ascendencia común con ellos, recibió de Abraham el
diezmo y bendijo al depositario de las promesas.

7 Ahora bien, no cabe duda que corresponde al superior bendecir al inferior.

8 Además, en el caso de los descendientes de Leví, los que perciben el diezmo son
hombres mortales, mientras que en el caso de Melquisedec, se trata de alguien de quien
se atestigua que vive.

9 Por último, se puede decir que el mismo Leví, a quien corresponde percibir los
diezmos, pagó los suyos a Melquisedec en la persona de Abraham, 10 porque, en cierto
sentido, Leví ya estaba en el cuerpo de su padre Abraham cuando Melquisedec le salió
al encuentro.

11 Por lo tanto, si se podía alcanzar la perfección por medio del sacerdocio levítico,
sobre el cual se funda la Ley dada al pueblo, ¿qué necesidad había entonces de que
surgiera otro sacerdote, según el orden de Melquisedec y no según el orden de Aarón?

12 Porque el cambio de sacerdocio implica necesariamente un cambio de Ley.

13 De hecho, Jesús, de quien se dicen estas cosas, pertenecía a una tribu que no era la
de Leví, ninguno de cuyos miembros se dedicó al servicio del altar.

14 Porque es sabido que nuestro Señor desciende de Judá, y de esa tribu, nunca habló
Moisés al referirse a los sacerdotes.

15 Y esto se hace más evidente aún, si se tiene en cuenta que este nuevo sacerdote, a
semejanza de Melquisedec, 16 se constituye, no según la disposición de una ley
meramente humana, sino según el poder de una vida indestructible.

17 De él se ha atestiguado: "Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de


Melquisedec".

18 De esta manera queda derogada la disposición anterior, en razón de su ineficacia e


inutilidad 19 –ya que la Ley es incapaz de conducir a la perfección– y se introduce una
esperanza mejor, que nos permite acercarnos a Dios.

20 Además, todo esto ha sido confirmado con un juramento. Porque, mientras los
descendientes de Leví fueron instituidos sacerdotes sin la garantía de un juramento, 21
Jesús lo fue con un juramento, el de aquel que le dijo: "Juró el Señor y no se
arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre".

22 Por lo tanto, Jesús ha llegado a ser el garante de una Alianza superior.

23 Los otros sacerdotes tuvieron que ser muchos, porque la muerte les impedía
permanecer; 24 pero Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio
inmutable.

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25 De ahí que él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su
intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos.

26 El es el Sumo Sacerdote que necesitábamos: santo, inocente, sin mancha, separado


de los pecadores y elevado por encima del cielo.

27 El no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada
día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para
siempre, ofreciéndose a sí mismo.

28 La Ley, en efecto, establece como sumos sacerdotes a hombres débiles; en cambio,


la palabra del juramento –que es posterior a la Ley– establece a un Hijo que llegó a ser
perfecto para siempre.

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