Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
!"#
A La Gloria del Gran Arquitecto del Universo
DICCIONARIO DE TÉRMINOS
de la obra de René Guénon
______________________________________________________________________
Edita: Gran Logia de España – Solsticio de Verano 2012 – 1ª Edición
Gran Vía de les Corts Catalanes, 617. 08017. Barcelona. Tel. 933 025 991
Toda reproducción total o parcial está estrictamente prohibida sin autorización escrita. La edición y modificación de
esta obra está estrictamente reservada al autor de la publicación.
ÍNDICE GENERAL
Presentación Pg. 15
Introducción Pg. 17
Abel Armonía
Acción Arte
Acción y actividad “Arte Sacerdotal”, “Arte Real”
Acción y contemplación Artes Adivinatorios (Tarot)
Acción y reacción Artes marciales (Tai-Chi, por su contenido podemos
Acontecimiento aun no realizado incluir el Yoga)
Actualidad Permanente Arturo
Adan-Eva Ascesis
Adepto Asno (La fiesta del)
Adivinatorio (carácter) Aspecto social
Adivino Astrales (Influencias)
Adonaï Astrología y Astronomía
Adonis Asuras y Devas
Adorno Atlántida (La)
Agnosticismo Atmâ-Gita
Agua Autoridad Espiritual
Alegoría AvaIoketéçvara
Allâh Avatâra
Alquimia Azar
Alquimia y química Azufre, Mercurio y Sal
Altos grados (Masonería) Baptisterio
Amar Barakah
Amor y muerte Bhagavad-Gîtâ
Analítico y sintético (conocimiento) Bondad y Bellza
Analogías históricas Buddah
Ángeles Budismo desviado
Ángeles (Dios les ordena que adoren) Caballería y Masonería
Ángeles y demonios (La lucha entre) Cadena de Unión
Angustia Caída
Anticristo Caín. Abel y Shet
Aprender y comprender Caldeos
Apûrva Cámara del Medio
Aquiles Cambio de ciclo de la humanidad
Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal Cambio de Tradición
Arco Iris Cambio de Tradición (Mezcla de formas
Aristocracia Tradicionales)
Camino (El), la Verdad y la Vida Conocimiento metafísico
Cantidad discontínua, cantidad contínua Conocimiento de sí mismo
Cantidades evanescentes Conócete a ti mismo y conocerás a tu Señor
Caos y Cosmos Continuidad y discontinuidad
Carbonarismo Consagración
Carnaval (Fiestas de) Consagración (Renovación en la Comunión)
Carnaval (Las mascaradas) Consciencia
Casa Contemplación
“Casta” (cambio de) Contemplación y acción
Castas Contingente (El ser)
Castas (Kshatriyas. Aspecto femenino) Contínuo y discontínuo
“Castas” y “Gunas” Contra-iniciación
Católicos Conversión
Caverna Corazón
Censos Corazón del Mundo
Centro Cosa
Centro del círculo (El ser en el) Costumbre
Centro Supremo Cruz (La)
Ceremonias Cuadrado mágico
Ceremonia y Rito Cuadratura del Círculo
Cero matemático Cuadratura del Círculo y Circulatura del Cuadrado
Cero metafísico Cualificaciones iniciáticas
Ciclo (Cada) es un estado de existencia Cualificaciones iniciáticas (Anomalías físicas)
Ciclo cósmico Cuarta dimensión
Ciclo evolutivo = modo cualquiera de la Existencia Cuaternario
Ciclo (Desarrollo del) Cuaternario (El) y la expansión sucesiva de la
Ciclo (Fin del) Unidad
Ciclo (Orden histórico) Cubierto (Estar a)
Ciclo (Antigüedad clásica) Cuerpo y Espíritu
Cielo y Cielos Cuestiones de gusto
Cielo y Tierra Curanderos
Cielo (El) y la Tierra pasarán, pero Mis palabras Curiosidad
nunca pasarán Dahara
Ciencia (Origen) Delta masónico
Cinco colores (Los) Delta masónico (El Ojodel Delta)
Circuambulación Demiurgo
Circulatura del cuadrado Democracia
Circunferencia = espira Denario
Circunferencias concéntricas “Derecho divino” de los Reyes
Ciudad Descartes
Clase media Descenso a los infiernos
Clérigo Descenso por el Eje Principial
Comer Despertar de recuerdos
Compagnonage, Gitanos y Judíos Despertar de recuerdos (Sugestión y sonambulismo)
Comunicación pluripersonal y unipersonal Despertar de recuerdos (Sueño e hipnosis)
Condiciones Destino
Confucio (Kong-tseu) Devâ-yâna y Pitri-yâna. Los dos itinerarios
Confucio (Conversaciones ente Lao-tseu y Kong- simbólicos
tseu) Devenir
Confucio (Mandato del Cielo) Diablo
Conocimiento (Adquirir el) Dialéctica
Conocimiento físico Diez mil (Los)
Diluvio Estado de un ser
Dios Estados supra-individulaes
Discusión Estados de “no-manifestación” en la Manifestación
Doctrina Esatdos de “no-manifestación”
Dominios Estatua de sal
Don de Lenguas Éter
Dualidad y dualismo Estética
Dualidad (La) y el Ternario Estrella (seis puntas, cinco puntas)
Edad sombría (Kali-Yuga) Estrella flameante
Edificio Éter (El) y los cuatro elementos
Efectivo y virtual Evolución
Eje Principial Existencia
Eje Principial (Descenso) Existir
Êkâgratâ Exoterismo (Necesidad del)
Él (Nombre de Dios) Exoterismo y Esoterismo
Elegidos Cohen (Los) y Martines de Pasqual Exoterismo y Esoterismo (cristiano)
Élite Extensión metafísica sin límites
Emanación Fe
Encantamiento Femenina (Iniciación)
Encuadres Fenómenos
Enseñanza iniciática, enseñanza profana Filosofía
Error Fin del mundo
Erudición Folklore
Escala de Jacob G (La letra)
Escala doble Geometría
Escala en espiral Gnosis
Escocés Rectificado (El Régimen) Graal (El Santo)
Escrituras Sagradas Graal (El) y la flor
Escuadra y Compás Gracia y cólera
Esencia y Substancia Grado de Existencia
Esfera Grados (Tradición Extremo Oriental)
Esfera y Cubo Grados iniciáticos
Esfera de la Luna Gran Arquitecto del Universo
¿Esférica u Ovoide? (Forma) “Gran Saber” y “Perfecta Soledad”
Esoterismo Gran Tríada (La)
Esoterismo católico Grano de mostaza (El)
Espacio sagrado Gracia
Espacio-Tiempo Guerra
Espacio, Tiempo y Movimiento Guerra Santa
Espada Guru
Especialización y erudición Hamsa
Especie Heredom
Espiritismo (Fenómenos) Hermetismo
Espiritismo (Posibilidades) Hesicasmo
Espiritismo (Fuerzas) Hexagramas
Espiritismo (Fuentes de comunicación) Historia
Espiritismo (Comunicación) Hogar
Espiritismo (Residuos psíquicos) Hombre / Cosmos
Espiritismo (Peligros) Hombre moderno
Espiritismo (Conclusión) Hombre trascendente
Estado
Estado Primordial
Hombre Univeersal (Islam) = Adam Qadmôn de la Jano y Cristo
Kábala = Wang (Rey) de la tradición Extremo Jerarquía
Oriental (Tao te King, XXV) Jerarquía iniciática (Grado y función)
Hombre Verdadero Kaabah
Humanismo y laicismo Kabbala
Idea Kali-Yuga
Iglesia Kshatriyas
Iglesia Católica Krishna y Arjuna
Igualdad Kundalini (hindú) y Sephirots (hebreo).
Igualdad y desigualdades Concoedancias
Iluminados de Baviera Laberinto
Imagen invertida Laico
Imágenes en los Templos (consagración) Landmarks
Indefinido Lengua
Indefinido (Indefinidad creciente y decreciente) Lengua Sagrada
India Ley (La) de la Polaridad
Individualismo Leyendas
Individualismo y Naturalismo Letras (La ciencia de las)
Individuo Liberación
Infalibilidad Liberación (Momento)
Infancia (El estado de) Liberación y Salvación
Infierno Liberación sin el Rito
Infinitesimal Libertad
Influencia del medio Libros
Infinito (El) y el cero Libros de contenido inicático
Iniciación Ligadura
Iniciación (condiciones) Límite
Iniciación Femenida Límites de lo indefinido
Iniciación (Organizaciones iniciáticas) Limosna
Iniciación (Influencia individual) Línea - composición
Iniciación (Necesidad de la) Línea contínua
Iniciaicón (Masonería) Locura (Simulación)
Iniciación Sacerdotal y “Misterios Menores” Logia
Iniciación (Repercusión en la Sociedad) Logia Blanca (Gran)
Iniciación (Fases) Logia de San Juan
Iniciación y misticismo Lógica
Iniciación y Oficio Longevidad
Inmortalidad Lomgevidad y posteridad
Inspiración y Revelación Loto
Instructor espiritual Lucefirismo y satanismo
Integral Luts
Integración Llaves (El poder de las)
Integración (Paso de línea a la superficie y de la Lluvia
superfice al volumen) Macrocosmos y Microcosmos
Inteligencia y amor Magia
Interior-Exterior Mahâdmâs
Intuición intelectual Mal
Invariable Medio Manifestación y Creación
Iod (La letra) Manifestación (La) y el punto
Islam Manifestación (El No-Ser en la). El vacío y el
Isócromo (Palabra española) Silencio
Jano (El Dios)
Manifestación (Modos de): Grados, Estados, Naciones
Modalidades, Condiciones y Nada (La)
Dominios Nahash
Mano (La) Naturaleza
Mantra Neófito
Máquina y útil Nimrod
Mar de las pasiones Niñez (Quien no reciba el Reino de Dios como un
Marcha sobre la Aguas niño, no entrará en él)
Máscara Nirvana
Mascaradas “No-actuar”
Masculino y Femenino Nombres (Asignación de)
Masonería Operativa y Masonería especulativa Nombre iniciático
Masonería Operativa y Masonería especulativa Nombres (Los 99 de Allâh)
(Grado de Maestro) Non plus ultra
Materia y Espíritu No-Ser (El)
Materia y Medida No-Ser en el ser manifestado
Materialismo Novenario
Materialismo y sentimentalismo Numerable (Lo no)
Medusa (La Cabeza de) Número
Melquisedec Número (El) y la cifra
Mente Número fraccionario
Mente (El lenguaje ordinario) Número indefinido
Mentes cultivadas Números negativos
Metafísica Números (Algo de Simbología)
Metafísica (Acceso) Obras con contenido inicático
Metales Océano
Miedo Octonario
Milagros Oficio e Iniciación
Ministerio Ojo de la aguja (El)
Misterio Operativo y especulativo
Misterios Mayores y Misterios Menores Optimismo y Pesimismo
Mitos, Leyendas y Parábolas Oral (Transmisión)
Mitos, Leyendas y Parábolas (Mito = Mudo) Mitos, Orden
Leyendas y Parábolas (Mito y Parábola) Ordenación Sacerdotal
Moda Orgullo y humildad
Modalidades Orientación
Modalidad corporal Oriente y Occidente
Modificación Ortodoxia
Modos de Manifestación Ortodoxos
Mónada Paciencia
Moneda Palabra Perdida, nombres substitutivos
Monoteísmo Palabras (Siginficado)
Moral (Punto de vista) Pan nuestro de cada día (El)
Movimiento Pantáculo
Muerte sin rastro corporal (Enoc, Moisés, Elías, Panteísmo
etc…) Paraíso
Multiplicidad Particular y Universal
Mundo Paso al límite
Música Paz
Nacer (Antes de) y después de morir Pecados de los progenitores
Nacimiento y muerte Pelirrojo
Nacimiento y muerte (Nacimiento sin padres) Peregrinación
Peregrino Reliquias
Piedra Angular Reliquias / Transmisión
Piedra Cúbica Reposo
Pitágoras Residuos psíquicos
Platón (Idealismo platónico) Resurección
Pitágoras Resurección de la carne
Plegaria Reunir lo disperso
Plomada Revelación
Pobreza espiritual Rey
Poder temporal Rito
Poderes Psíquicos (Los pretendidos) Rito (Eficacia)
Poesía Rito (Carácter imborrable)
Político y espiritual Rito (Acción Ritual)
Posibilidad Universal (imposibilidad de repetición) Ritos mágicos
Posibilidades de manifestación y posibilidades de Rosa-Cruz
no-manifestación ¿Por qué? Rosa-Cruces
Posteridad y Longevidad Rosario
Potencialidad y virtualidad Rosacrucianos y Sûfîs
Presencia Divina (en el ser manifestado) Royal Arch
Primera Piedra Sabio
Prolongamientos del estado (humano) Sabio Perfecto
Protestantismo Sacerdocio
Protestantismo y racionalismo Sacramento
Providenica y Destino Sacramento (Origen iniciático)
Pruebas iniciática Sacrificio
Psicología Sagrado Corazón
Pueblo Samudra
Pueblo (Conservador de la esencia) San Juan (Los dos)
Puerta estrecha Sangre
Punto Sarah
Punto (El) y la Extensión Sat, Chit, Ânanda o Sachchidânanda
Purificación Satán
Quintario Secreto
Quirología Secreto (Signos de reconocimiento)
Racionalismo Secreto (El) en el nombre
Razón Secreto (El) en el nombre (El Séptimo rayo)
Razón e inteligencia Segunda letra (La)
Realización de diferentes grados espirituales Segunda muerte
Realización (Medios) Segundo nacimiento
Realización descendente Semi-profano
Realización Espiritual (La plena) Senario
Realización (Retroceso en la vía) Sensación
Recuerdo Sentimiento (Falta de) en la Obra de Guénon
Recuerdos de vidas pasadas Sentimentalismo
Reencarnación Septenario
Reencarnación (Elías y Juan Bautista) Séptima dirección
Regularidad masónica Ser (El)
Religión y política Ser manifestado
Religión y Religiones Serpientes (Las dos) (Caduceo)
Religión / Iniciación Shakti
Religión / Necesidad Shangha búdico
Religión / Religiosidad Shariyah y Haqîqah
Shet Transformación. Actividad transformadora de
“Sí mismo” Shiva, no exclusivamente destructora
Siglo VI a. d. C. Transmigración
Shruti y Smriti Transmigración del Alma
Silencio Transmisión Oral
Silsilah Transmisor
Simbolismo Transmutación
Simbolismo masónico Tres Pasos
Símbolo Triángulo invertido
Símbolo (Simbología y Filosofía) Triángulo pitagórico
Símbolo (Acontecimeinto = Símbolo) Trigramas
Simultaneidad Trinidad
Simultaneridad y sucesión Trinitario (Aspecto)
Sincretismo y Síntesis Unidad, doctrina esencial
Situación (en el Rito) Unión
Sol (El) y la Luna Upaguru
Solsticios Vacío universal
Solsticios (Los dos San Juan) Veda
Subjetividad Ventanas masónicas
Substancia Verbalismo
Sueño (Imaginación en el) Verbo
Sueño e hipnosis Verbo (El) y los hexagramas y trigramas del Yi-
Sufí King
Sufrimiento Verdad (La)
Sumisión Vías
Superchería Vía del Medio
Superiores Incógnitos Vía negativa
Superstición Viajero
Tabla Redonda Vida
Tantrismo Vínculo
Taoísmo y Confucionismo Vínculo iniciático directo
Tao-Te-King Vínculo iniciático libresco
Tarot Vino (El)
Teatro Virgen (La)
Tejido Vórtice
Templarios Vulgaridad
Temple (Orden del) Vulgarización
Templos sin puertas Yi-King (o Libro de las Mutaciones)
Tercer Nacimiento Ying-Yang
Ternario Yo Soy el que Soy
Tiempo Yogi
Tiempo (Concentración del tiempo) Yugas (duración de los cuatro)
Tierra Prometida
Tierra Santa
Tinieblas
Tiranía
Tolerancia
Trabajo
Tradición
Tradición (Hiperbórea y Atlántida)
Tradición Primordial
Transformación y transmutación
Presentación
Introducción
A
Abel
(Ver Espacio, Tiempo y Movimiento).
Acción
Acción y actividad
Acción y Contemplación
Acción y reacción
“La Gran Tríada”, cap. XIX, último párrafo.
La acción y reacción del binomio Cielo-Tierra produce toda modificación.
Comienzo y cesación, plenitud y vacío (aquí se trata propiamente de lo «vacío de
forma», es decir, del estado a-formal), revoluciones astronómicas (ciclos
temporales), fases del Sol (estaciones) y de la Luna, todo esto es producido por esa
causa única, que nadie ve, pero que funciona siempre. La vida se desenvuelve hacia
una meta, la muerte es un retorno hacia un término. Las génesis y las disoluciones
(condensaciones y disipaciones) se suceden sin cesar, sin que se sepa su origen, sin
que se vea su término (puesto que el origen y el término están ambos ocultos en el
Principio). La acción y la reacción del Cielo y de la Tierra son el único motor de este
movimiento», que, a través de la serie indefinida de las modificaciones, conduce a los
seres a la «transformación» final (salida del Cosmos) que les devuelve al Principio
único del que han salido.
Actualidad permanente
mundo occidental, no hay ninguna que nos convenga en realidad; por otra parte,
algunas insinuaciones que vienen simultáneamente de los lados más opuestos, nos han
mostrado también muy recientemente que era bueno renovar esta declaración, a fin
de que las gentes de buena fe sepan a qué atenerse y no sean inducidos a atribuirnos
intenciones incompatibles con nuestra verdadera actitud y con el punto de vista
puramente doctrinal que es el nuestro.
Fuera del vinculamiento a los principios, no pueden obtenerse más que
resultados completamente exteriores, inestables e ilusorios.
Adan-Eva
Adepto
Adivinatorio (carácter)
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. V, último párrafo.
Muchas cosas que se consideran hoy como «fabulosas», no lo eran de ningún
modo para los antiguos, y que incluso siempre pueden no serlo tampoco para
aquellos que han guardado, con el depósito de algunos conocimientos tradicionales,
las nociones que permiten reconstituir la figura de un «mundo perdido», así como
prever lo que será, al menos en sus rasgos generales, la de un mundo futuro, ya que,
en razón misma de las leyes cíclicas que rigen la manifestación, el pasado y el
porvenir se corresponden analógicamente, de suerte que, piense de ello lo que
piense el vulgo, tales previsiones no tienen en realidad el menor carácter
«adivinatorio», sino que se basan enteramente sobre lo que hemos llamado las
determinaciones cualitativas del tiempo.
Adivino
Adonaï
Adonis
Adorno
Agnosticismo
“Los Estados Múltiples del Ser”, cap. XVI, párrafo 4º y nota 7.
“Siendo el conocimiento total, adecuando a la Posibilidad Universal, no hay
nada que sea incognoscible o, en otras palabras: no hay cosas inteligibles, hay
solamente cosas incomprensibles, es decir incognoscibles sólo por nosotros en
cuanto seres condicionados. Obviamente la expresión agnóstico, que
etimológicamente quiere decir “sin conocimiento”, es un imposible.
Agua
“Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage II”, cap V, párrafo 17º.
Entre los diversos significados constantes del agua, en las más antiguas
tradiciones, hay uno que es más particularmente interesante destacar aquí: se trata
del símbolo de la Gracia, y de la regeneración que provoca en el ser que la recibe.
Recordemos el agua bautismal, las cuatro fuentes de agua viva del Paraíso terrenal,
así como el agua vertida por el Corazón de Cristo, manantial inagotable de la Gracia.
Alegoría
Allâh
Alquimia
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XLI, párrafos 2º, 4º, 6º y 7º, y notas 2, 4 y
11.
(El-kimyâ) Esta palabra es árabe en su forma, pero no en su raíz; deriva
verosímilmente del nombre de Kêmi o «Tierra negra» dado al antiguo Egipto, lo que
indica todavía el origen de que se trata.
El hermetismo es una doctrina, y la alquimia es solo una aplicación suya.
La Alquimia tiene su correspondencia exacta en doctrinas como las de la
India, del Tíbet y de la China, aunque con modos de expresión y métodos de
realización naturalmente bastante diferentes.
La alquimia, que, por así decir, se podría definir como la «técnica» del
hermetismo, es en realidad un «arte real», si se entiende por ello un modo de
iniciación más especialmente apropiado a la naturaleza de los kshatriyas. Hemos dicho
que el «arte real» es propiamente la aplicación de la iniciación correspondiente; pero
la alquimia tiene, en efecto, el carácter de una aplicación de la doctrina, y los medios
de la iniciación, si se consideran colocándose en un punto de vista en cierto modo
«descendente», son evidentemente una aplicación de su principio mismo, mientras
que inversamente, desde el punto de vista «ascendente», son el «soporte» que
Alquimia y química
1
No se puede sin embargo decir estrictamente que formen parte integrante de ella, con la sola
excepción del Royal Arch.
existencia de estos desarrollos posteriores2. Se trata pues de una ayuda para quienes
quieren realizar lo que todavía no poseen sino en forma virtual. Al menos, tal es la
intención fundamental de estos grados, sean cuales fueren las reservas que podrían
hacerse sobre la mayor o menor eficacia práctica de tal ayuda, sobre la cual lo
mínimo que puede decirse es que en la mayoría de los casos está lamentablemente
empobrecida por el aspecto fragmentario y muy frecuentemente alterado, bajo el
cual se presentan actualmente los rituales correspondientes. Pero lo que debemos
tener presente es el principio, que es independiente de estas consideraciones
contingentes. Por otro lado, y a decir verdad, si el grado de Maestro fuera más
explícito, y si todos los que a él acceden estuvieran verdaderamente cualificados,
sería en el interior de este grado donde estos desarrollos deberían tener su lugar, sin
que hubiera necesidad de hacerlos objeto de otros grados nominalmente distintos del
mismo3.
Ahora bien, y es aquí donde queríamos llegar, entre los altos grados en
cuestión hay algunos que insisten más particularmente sobre la "búsqueda de la
palabra perdida", es decir sobre aquello que constituye el trabajo esencial de la
Maestría; incluso hay algunos grados que ofrecen una "palabra reencontrada", lo que
parece implicar la culminación de la búsqueda; pero, en realidad, esta "palabra
reencontrada" es siempre una nueva "palabra substituta", y de acuerdo con las
consideraciones expuestas anteriormente, es fácil comprender que no pueda ser de
otro modo, ya que la verdadera "palabra" es rigurosamente incomunicable. Así es en
particular con respecto al grado del Royal Arch, el único que debe ser considerado
como estrictamente masónico, hablando con propiedad, y cuyo origen operativo
directo no ofrece duda alguna; de alguna manera es el complemento normal del
grado de Maestro, con una perspectiva abierta a los "Misterios Mayores". El término
que representa en este grado la "palabra reencontrada" se presenta, como muchos
otros, bajo una forma muy alterada, lo que ha dado lugar a varias suposiciones en
cuanto a su significado; pero, según la interpretación más autorizada y plausible, se
trata en realidad de una palabra compuesta, formada por la reunión de tres nombres
divinos pertenecientes a tres tradiciones diferentes. Hay aquí al menos una indicación
interesante desde dos puntos de vista: en primer lugar, esto implica evidentemente
que la "palabra perdida" es considerada como constituyendo un nombre divino;
después, la asociación de estos diferentes nombres no puede explicarse de otro modo
que como una afirmación implícita de la unidad fundamental de todas las formas
2
Al menos como una razón subsidiaria, hay que indicar el hecho de que los siete grados con los que
contaba la antigua Masonería operativa están reducidos a tres. Al no conocer esos grados los
fundadores de la Masonería especulativa, se originaron graves lagunas que, a pesar de ciertas
"rectificaciones" posteriores, no han podido subsanarse por completo en el marco del actual sistema
de tres grados simbólicos. No obstante, hay algunos "altos grados" que parecen ser tentativas por
remediar esta falta, aunque no puede decirse que se haya logrado en su totalidad por carecer de la
verdadera transmisión operativa indispensable para ello.
3
El Maestro, al poseer “la plenitud de los derechos masónicos” tiene especialmente el de conocer
todos los conocimientos incluidos en la forma iniciática a la cual pertenece; es lo que expresaba en
otro tiempo bastante claramente la antigua concepción del “Maestro en todos los grados”, que parece
completamente olvidada hoy.
Amar
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XLVII, párrafo 2º.
El verbo amar, que se emplea en el texto bíblico, y que se traduce
habitualmente por «decir», tiene en realidad como sentido principal, tanto en hebreo
como en árabe, el de «mandar» u «ordenar»; la Palabra divina es la «orden» (amr)
por la que se efectúa la creación, es decir, la producción de la manifestación
universal, ya sea en su conjunto, ya sea en una cualquiera de sus modalidades. Según
la tradición islámica igualmente, la primera creación es la de la Luz (En-Nûr), que se
dice min amri´Llah, es decir, que procede inmediatamente de la orden o del mandato
divino; y, si puede decirse, esta creación se sitúa en el «mundo», es decir, en el
estado o en el grado de existencia, que, por esta razón, se designa como âlamul-amr,
y que, hablando propiamente, constituye el mundo espiritual puro.
Amor y Muerte
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap IV, párrafo 10º.
El empleo de un lenguaje «afectivo», como a menudo es el de los «Fieles de
Amor», también es una forma exterior por la que no debemos dejarnos ilusionar;
puede recubrir muy bien algo muy distinto y profundo, y en particular, la palabra
«Amor» puede, en virtud de la transposición analógica, significar una cosa
totalmente distinta del sentimiento que designa de ordinario. Este sentido profundo
del «Amor» en conexión con las doctrinas de las Ordenes de caballería, podría
obtenerse claramente de las relaciones entre las indicaciones siguientes: primero, la
palabra de San Juan, «Dios es Amor»; después, el grito de guerra de los Templarios,
«Viva Dios Santo Amor»; finalmente, el último verso de la Divina Comedia,
«L'Amore che muove il Sole e l'altre stelle»4.
Otro punto interesante a este respecto es
la relación establecida entre el «Amor» y la «Muerte» en el simbolismo de los «Fieles
de Amor»; esta relación es doble, porque la palabra «Muerte» tiene un doble
sentido. Por una parte, hay una cercanía y aun una asociación del «Amor» y de la
«Muerte» (p. 159), debiendo ésta ser entendida entonces como la «muerte
iniciática», y esta cercanía parece continuarse en la corriente de donde han salido, al
final de la Edad Media, las representaciones de la «danza macabra»; por otra parte,
hay también una antítesis establecida desde otro punto de vista entre el «Amor» y la
«Muerte» (p. 166), antítesis que puede explicarse por la constitución misma de
ambos términos: la raíz “mor” les es común y, en amor, está precedida de “a”
privativa, como en el sánscrito amara, amrita, de manera que «Amor» puede
interpretarse como una especie de equivalente jeroglífico de «inmortalidad». Los
«muertos» pueden en este sentido, de una forma más general, ser vistos como
designando a los profanos, mientras que los «vivientes», o aquellos que han alcanzado
la «inmortalidad», son los iniciados; es ahora el momento de recordar aquí la
expresión de «Tierra de los Vivientes» sinónimo de «Tierra Santa» o «Tierra de los
Santos», «Tierra Pura», etc… Y la oposición que acabamos de indicar equivale, bajo
este punto de vista, a la del Infierno, que es el mundo profano, y de los Cielos, que
son los grados de la jerarquía iniciática.
4
A propósito de las Ordenes de Caballería digamos que la "Iglesia Joanita" designa la reunión de
todos los que, a un título cualquiera, se relacionan con lo que se ha llamado en la Edad Media el
«Reino del Preste Juan», al cual hemos hecho alusión en nuestro estudio sobre El Rey del Mundo.
Analogías históricas
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap. VII, párrafos 1º y 2º.
Se dice a veces que la historia se repite, lo que es falso, pues no puede haber
en el universo dos seres ni dos acontecimientos que sean rigurosamente semejantes
entre sí bajo todas las relaciones; si lo fueran, no serían ya dos, sino que,
coincidiendo en todo, se confundirían pura y simplemente, de suerte que no sería
más que un único y mismo ser o un único y mismo acontecimiento. La repetición de
posibilidades idénticas implica una suposición contradictoria, a saber, la de una
limitación de la Posibilidad Universal y Total, y es eso lo que permite refutar teorías
como las de la «reencarnación» y del «eterno retorno».
En realidad, jamás hay identidad entre periodos diferentes de la historia,
pero hay correspondencia y analogía, ahí como entre los ciclos cósmicos o entre los
estados múltiples de un ser; y, de la misma manera que seres diferentes pueden pasar
por fases comparables, bajo la reserva de las modalidades que son propias a la
naturaleza de cada uno de ellos, ocurre lo mismo con los pueblos y con las
civilizaciones.
A pesar de las enormes diferencias, hay una analogía incontestable, y que
quizás nunca se ha destacado bastante, entre la organización social de la India y la de
la Edad Media occidental; entre las castas de la una y las clases de la otra, no hay más
que una correspondencia, no una identidad; pero esta correspondencia no es por ello
menos importante, porque puede servir para mostrar, con una particular nitidez,
que todas las instituciones que presentan un carácter verdaderamente tradicional
reposan sobre los mismos fundamentos naturales y no difieren en suma más que por
una adaptación necesaria a circunstancias diversas de tiempo y de lugar. Por lo
demás, es menester destacar bien que con ello no entendemos sugerir en modo
alguno la idea de que, en aquella época, Europa habría hecho una toma en préstamo
directamente de la India, lo que sería muy poco verosímil.
Ángeles
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap XI, nota 2.
Cada ángel representa en cierto modo la expresión de un atributo divino,
como se ve por lo demás claramente por la constitución de los nombres en la
angeleología hebraica.
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXII, párrafos 1º, 2º y 4º, y
notas 5 y 10.
Los ángeles, en efecto, son real y verdaderamente “caídos” cuando se los
considera de ese modo, pues de su participación en el Principio tienen en realidad
todo lo que constituye su ser, de modo que, cuando esa participación se desconoce,
no resta sino un aspecto puramente negativo, como una especie de sombra invertida
con respecto a ese ser mismo. Podría decirse, y poco importa que sea literal o
simbólicamente, que en tales condiciones quien cree llamar a un ángel, corre gran
riesgo de ver aparecer, al contrario, un demonio.
Según la concepción ortodoxa, un ángel, en cuanto “intermediario celeste”,
no es en el fondo sino la expresión misma de un atributo divino en el orden de la
manifestación no-formal, pues sólo eso permite establecer, a través de él, una
comunicación real entre el estado humano y el Principio mismo, del cual representa,
así, un aspecto más particularmente accesible para los seres que están en ese estado
humano.
Debe tenerse bien presente que se trata aquí de una multitud “trascendental”
y no de una indefinitud numérica (cf. Les Principes du calcul infinitésimal, cap. III); los
ángeles no son en modo alguno “numerables”, puesto que no pertenecen al dominio
de existencia condicionado por la cantidad.
Sólo en el orden no-formal puede decirse que un ser expresa o manifiesta
2º y nota 5.
Las potencias celestes contra las potencias infernales, es decir, la oposición
entre estados superiores y estados inferiores. Esta oposición se traduce en todo ser
por la de las dos tendencias, ascendente y descendente, llamadas sattva y tamas por la
doctrina hindú. Es también lo que el mazdeísmo simboliza por el antagonismo de la
luz y las tinieblas, personificadas respectivamente en Ormuzd y Ahrimán.
Es, en la tradición hindú, la lucha de los Deva contra los Asura,
Angustia
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. III, párrafos 3º y 7º.
La angustia no es más que una forma extrema y, por así decir, «crónica» del
miedo; ahora bien, el hombre es llevado naturalmente a sentir miedo delante de lo
que no conoce o no comprende, y este miedo mismo deviene un obstáculo que le
impide vencer su ignorancia, ya que le lleva a apartarse del objeto en presencia del
cual lo ha sentido y al cual atribuye su causa, mientras que, en realidad, esa causa no
está más que en él mismo; además, a esta reacción negativa le sigue muy
frecuentemente un verdadero odio al respecto de lo desconocido, sobre todo si el
hombre tiene más o menos confusamente la impresión de que eso desconocido es
algo que rebasa sus posibilidades actuales de comprensión. No obstante, si la
ignorancia puede disiparse, el miedo se desvanecerá de inmediato, como ocurre en el
ejemplo bien conocido de la cuerda tomada por una serpiente; el miedo, y por
consiguiente la angustia, que no es más que un caso particular del mismo, es pues
incompatible con el conocimiento, y, si llega a un grado tal que sea verdaderamente
invencible, eso hará que el conocimiento se vuelva imposible, incluso en la ausencia
de todo otro impedimento inherente a la naturaleza del individuo; así pues, en este
sentido se podría hablar, de una «angustia metafísica», que juega en cierto modo el
papel de un verdadero «guardián del umbral», según la expresión de los hermetistas,
y que cierra al hombre el acceso al dominio del conocimiento metafísico.
El conocimiento es el único remedio definitivo contra la angustia, así como
contra el miedo bajo todas sus formas y contra la simple inquietud, puesto que estos
sentimientos no son sino consecuencia o productos de la ignorancia, y puesto que a
consecuencia del conocimiento, desde que se alcanza, quedan destruidos
enteramente en su raíz misma y vueltos en adelante imposibles, mientras que, sin él,
incluso si son apartados momentáneamente, siempre pueden reaparecer al hilo de las
circunstancias.
Anticristo
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXXIX, párrafos 4º y 5º,
y notas 3 y 5.
El Anticristo es lo que podemos llamar, según el lenguaje de la tradición
hindú, un Chakravartî al revés.
Apûrva
“Introducción General al Estudio de las Doctrinas Hindúes”, cap. XIII, párrafo 5º.
Para volver de nuevo a la Mîmânsâ después de esta digresión, señalaremos
aún una noción que juega en ella un papel importante: esta noción, que se designa
por la palabra apûrva, es de las que son difíciles de explicar en las lenguas
occidentales; no obstante, vamos a intentar hacer comprender en qué consiste y lo
que conlleva.
Hemos dicho en el capítulo precedente que la acción, muy diferente del
conocimiento en eso como en todo lo demás, no lleva en sí misma sus consecuencias;
bajo este aspecto, la oposición es, en el fondo, la que hay entre la sucesión y la
simultaneidad, y son las condiciones mismas de toda acción las que hacen que no
pueda producir sus efectos más que en modo sucesivo. Sin embargo, para que una
cosa pueda ser causa, es menester que exista actualmente, y es por eso por lo que la
verdadera relación causal no puede ser concebida sino como una relación de
simultaneidad: si se concibiera como una relación de sucesión, habría un instante
donde algo que no existe ya produciría algo que no existe todavía, suposición que es
manifiestamente absurda. Por consiguiente, para que una acción, que no es en sí
misma más que una modificación momentánea, pueda tener resultados futuros y más
o menos lejanos, es menester que haya, en el instante mismo en que se cumple, un
efecto no perceptible al presente, pero que, subsistiendo de una manera permanente,
relativamente al menos, producirá ulteriormente, a su vez, el resultado perceptible.
Es este efecto no perceptible, potencial en cierto modo, lo que se llama apûrva,
porque se sobreagrega a la acción y no es anterior a ella; puede considerarse, ya sea
como un estado posterior de la acción misma, ya sea como un estado antecedente del
resultado, puesto que el efecto debe estar contenido siempre en su causa, de la que
no podría proceder de otro modo.
Aquiles
Arco Iris
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap LVII, párrafos 1º, 2º, 3º y
último, y notas 5, 6 y 7.
En realidad, el arco iris no tiene siete colores, sino solamente seis; y no hace
falta reflexionar demasiado para darse cuenta de ello, pues basta apelar a las más
elementales nociones de física: hay tres colores fundamentales, el azul, el amarillo y
el rojo, y tres colores complementarios de ellos, es decir, respectivamente, el
anaranjado, el violeta y el verde, o sea, en total, seis colores. Existe también,
naturalmente, una infinidad de matices intermediarios, y la transición de uno a otro
se opera en realidad de manera continua e insensible; pero evidentemente no hay
ninguna razón válida para agregar uno cualquiera de esos matices a la lista de los
colores, pues sino se podría igualmente considerar toda una multitud, y, en tales
condiciones, la limitación misma de los colores a siete se hace, en el fondo,
incomprensible; no sabemos si algún adversario del simbolismo ha hecho nunca esta
observación, pero en tal caso sería bien sorprendente que no haya aprovechado la
oportunidad para calificar a ese número de “arbitrario”. El índigo, que se acostumbra
enumerar entre los colores del arco iris, no es en realidad sino un simple matiz
intermediario entre el violeta y el azul5, y no hay más razón para considerarlo como
un color distinto de la que habría para considerar del mismo modo cualquier otro
matiz, como, por ejemplo, un azul verdoso o amarillento; además, la introducción
de ese matiz en la enumeración de los colores destruye por completo, la armonía de
la distribución de los mismos, la cual, si, al contrario, nos atenemos a la noción
correcta, se efectúa regularmente. según un esquema geométrico muy simple y a la
vez muy significativo desde el punto de vista simbólico. En efecto, pueden colocarse
los tres colores fundamentales en los vértices de un triángulo y los tres
complementarios respectivos en los de un segundo triángulo inverso con respecto al
primero, de modo que cada color fundamental y su complementario se encuentren
situados en dos puntos diametralmente opuestos; y se ve que la figura así formada no
es sino la del “sello de Salomón”. Si se traza la circunferencia en la cual ese doble
triángulo se inscribe, cada uno de los colores complementarios ocupará en ella el
punto medio del arco comprendido entre los puntos donde se sitúan los dos colores
fundamentales cuya combinación lo produce (y que son, por supuesto, los dos
colores fundamentales distintos de aquel que tiene por complementario el color
considerado); los matices intermediarios corresponderán, naturalmente, a todos los
5
La designación misma de “índigo” es manifiestamente moderna, pero puede que haya reemplazado
a alguna otra designación más antigua, o que ese matiz mismo haya en alguna época sustituido a otro
para completar el septenario vulgar de los colores; para verificarlo, sería necesario, naturalmente,
emprender investigaciones históricas para las cuales no disponemos del tiempo ni del material
necesarios; pero este punto, por lo demás, no tiene para nosotros sino una importancia enteramente
secundaria, ya que nos proponemos solo mostrar en qué es errónea la concepción actual expresada por
la enumeración ordinaria de los colores del arco iris, y cómo deforma la verdadera concepción
tradicional.
demás puntos de la circunferencia6, pero, en el doble triángulo, que es aquí lo
esencial, evidentemente no hay lugar sino para seis colores7.
Si ahora se pregunta por qué uno de los términos del verdadero septenario
escapa así al vulgo, la respuesta es igualmente fácil: ese término es el que
corresponde al “séptimo rayo”, es decir, al rayo “central” o “axial” que pasa “a través
del sol” y que, no siendo un rayo como los otros, no es representable como ellos.
Esto equivale a decir que ese séptimo término no es un color, así como el centro no
es una dirección, pero que, como el centro es el principio de que procede todo el
espacio con las seis direcciones, así también dicho término debe ser el principio de
que derivan los seis colores y en el cual están sintéticamente contenidos. No puede
ser, pues, sino el blanco, que es, efectivamente, “incoloro”, como el punto es “sin
dimensiones”; no aparece en el arco iris, así como tampoco el “séptimo rayo” aparece
en una representación geométrica; pero todos los colores no son sino el producto de
una diferenciación de la luz blanca, así como las direcciones del espacio no son sino el
desarrollo de las posibilidades contenidas en el punto primordial.
El verdadero septenario, pues, está formado aquí por la luz blanca y los seis
colores en los cuales se diferencia; y va de suyo que el séptimo término es en realidad
el primero, puesto que es el principio de todos los demás, los cuales no podrían
tener sin él existencia alguna; pero es también el último, en el sentido de que todos
retornan finalmente a él: la reunión de todos los colores reconstituye la luz blanca
que les ha dado nacimiento.
Podemos establecer una vinculación entre esto y el simbolismo de la
“semana” en el Génesis hebreo, pues también aquí el séptimo término es
esencialmente diferente de los otros seis: la Creación, en efecto, es la “obra de los
seis días” y no de los siete; y el séptimo día es el del “reposo”. Este séptimo término,
que podría distinguirse como “término sabático”, es verdaderamente también el
primero, pues tal “reposo” no es sino el retorno del Principio creador al estado inicial
de no-manifestación.
Así como el punto no es afectado por el despliegue del espacio, aunque
parezca salir de sí mismo para describir en él las seis direcciones, ni la luz blanca lo es
por la irradiación del arco iris, aunque parezca dividirse en él para formar los seis
colores, del mismo modo el Principio no-manifestado, sin el cual la manifestación no
6
Si se quisiera considerar un color intermedio entre cada uno de los seis principales, como lo es el
índigo entre el violeta y el azul, se tendrían en total doce colores y no siete; y, si se quisiera llevar aún
más lejos la distinción de los matices, sería preciso, siempre por evidentes razones de sistema,
establecer un mismo número de divisiones en cada uno de los intervalos comprendidos entre dos
colores; no es, en suma, sino una aplicación enteramente elemental del principio de razón suficiente.
7
Podemos observar de paso que el hecho de que los colores visibles ocupen así la totalidad de la
circunferencia y se unan en ella sin discontinuidad alguna muestra que constituyen real y
verdaderamente un ciclo completo (participando a la vez el violeta del azul, del que es vecino, y del
rojo, que se encuentra en el otro borde del arco iris), y que, por consiguiente, las demás radiaciones
solares no visibles, como las que la física moderna llama “rayos infrarrojos” y “ultravioletas”, no
pertenecen en modo alguno a la luz y son de naturaleza enteramente diferente de ésta; no hay, pues,
como algunos parecen creerlo, “colores” que una imperfección de nuestros órganos nos impide ver,
pues esos supuestos colores no podrían situarse en ningún lugar del círculo, y seguramente no podría
sostenerse que éste sea una figura imperfecta o que presente alguna discontinuidad.
podría ser en modo alguno, aunque parezca actuar y expresarse en la “obra de los seis
días” no es empero afectado en absoluto por esa manifestación; y el “séptimo rayo” es
la “Vía” por la cual el ser, habiendo recorrido el cielo de la manifestación, retorna a
lo no-manifestado y se une efectivamente al Principio, del cual, empero, en la
manifestación misma, jamás ha estado separado sino en modo ilusorio.
Aristocracia
Armonía
Arte
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXXV, párrafo 3º.
El peligro es ciertamente mucho menos grave cuando no se trata más que de
posibilidades de orden simplemente corporal y fisiológico; podemos citar aquí como
ejemplo el error de algunos occidentales que, como lo decíamos más atrás, toman el
Yoga, al menos lo poco que conocen de sus procedimientos preparatorios, por una
suerte de método de «cultura física»; en un caso parecido, apenas se corre el riesgo
de obtener, por esas «prácticas» realizadas desconsideradamente y sin control, un
resultado completamente opuesto a aquel que se busca, y de arruinar su salud
creyendo mejorarla. Esto no nos interesa en nada, excepto en que hay en ello una
grosera desviación en el empleo de esas «prácticas» que, en realidad, están hechas
para un uso completamente diferente, tan alejado como es posible de ese dominio
fisiológico, y cuyas repercusiones naturales en éste no constituyen más que un simple
Arturo
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XXIV, párrafo 10º y nota 20.
Arturo lleva un nombre derivado del del oso, arth; más precisamente, este
nombre Arthur es idéntico al de la estrella Arcturus, teniendo en cuenta la leve
diferencia debida a sus derivaciones respectivas del celta y del griego.
Arturo es el hijo de Úther Péndragon, ‘el Jefe de los cinco’, es decir, el rey
supremo que reside en el quinto reino, el de Mide o del ‘medio’, situado en el centro
de los cuatro reinos subordinados que corresponden a los cuatro puntos cardinales
(ver Le Roi du Monde, cap, IX); y esta situación es comparable a la del Dragón celeste
cuando, conteniendo la estrella polar, estaba “en medio del cielo como un rey en su
trono”, según la expresión del Séfer Yetsiráh. Cf. “La Tierra del Sol” [aquí cap. XII].
Ascesis
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XIX, párrafos 1º, 2º, 5º y último, y notas
1, 9, 10 ºy 11.
Ascesis designa propiamente un esfuerzo metódico para alcanzar una cierta
meta, y más particularmente una meta de orden espiritual.
Quizás no es inútil decir que la palabra «ascesis», que es de origen griego, no
tiene ninguna relación etimológica con el latín ascendere, pues hay quien se deja
confundir a este respecto por una similitud puramente fonética y completamente
accidental entre esas dos palabras; por lo demás, incluso si la ascesis apunta a obtener
una «ascensión» del ser hacia estados más o menos elevados, es evidente que el
medio no debe ser confundido en ningún caso con el resultado.
Hay otra palabra derivada de «ascesis», la de «ascetismo», que se presta
quizás más todavía a las confusiones, porque ha sido claramente desviada de su
sentido primitivo, hasta tal punto que, en el lenguaje corriente, apenas ha llegado a
ser más que un seudónimo de «austeridad». Ahora bien, es evidente que la mayor
parte de los místicos se libran a austeridades, a veces incluso excesivas, aunque no
sean por lo demás los únicos, ya que esto es un carácter bastante general de la «vida
religiosa» tal como se concibe en occidente, en virtud de la idea muy extendida que
8
Decimos gradualmente por eso mismo de que se trata de un proceso metódico, y por lo demás es
fácil comprender que, salvo quizás en algunos casos excepcionales, el desapego completo no puede
operarse de un solo golpe.
9
Para ese ser, puede decirse que esas contingencias son destruidas entonces como tales, es decir, en
tanto que cosas manifestadas, pues ellas ya no existen verdaderamente para él, aunque subsistan sin
cambio para los demás seres; pero, por lo demás, esta destrucción aparente es en realidad una
«transformación», ya que no hay que decir que, desde el punto de vista principial, nada de lo que es
podría ser destruido nunca.
Aspecto social
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. VI, párrafos 1º, 2º y nota 2.
No entendemos dedicarnos especialmente al punto de vista social, que no
nos interesa sino muy secundariamente, porque no representa más que una
aplicación bastante lejana de los principios fundamentales, y porque, por
consiguiente, no es en ese dominio donde, en todo estado de causa, podría comenzar
un enderezamiento del mundo moderno. En efecto, si este enderezamiento se
emprendiera así al revés, es decir, partiendo de las consecuencias en lugar de partir
de los principios, carecería forzosamente de base seria y sería completamente
ilusorio; nada estable podría resultar nunca de él, y habrá que recomenzar todo
incesantemente, porque se habría descuidado entenderse ante todo sobre las
verdades esenciales. Por eso es por lo que no nos es posible acordar a las
contingencias políticas, ni siquiera dando a esta palabra su sentido más amplio, otro
valor que el de simples signos exteriores de la mentalidad de una época.
Nadie, en el estado presente del mundo occidental, se encuentra ya en el
lugar que le conviene normalmente en razón de su naturaleza propia; es lo que se
expresa al decir que las castas ya no existen, ya que la casta, entendida en su
verdadero sentido tradicional, no es otra cosa que la naturaleza individual misma,
con todo el conjunto de las aptitudes especiales que conlleva y que predisponen a
10
A propósito de esto se puede recordar también el simbolismo de la «puerta estrecha», que no puede
ser pasada por el que, como los «ricos» que se citan en el Evangelio, no ha sabido despojarse de las
contingencias, o que, «habiendo querido salvar su alma (es decir, el «mí mismo»), la pierde porque,
en esas condiciones, no puede unirse efectivamente al principio permanente e inmutable de su ser.
Astrales (influencias)
“La Gran Tríada”, cap. XIII, último párrafo.
Para terminar estas consideraciones, diremos algunas palabras de la manera
en que, según lo que precede, se puede considerar lo que se llama las «influencias
astrales»; y primeramente, conviene precisar que por ello no debe entenderse
exclusivamente, y ni siquiera principalmente, las influencias propias de los astros
cuyos nombres sirven para designarlas, aunque estas influencias, como las de todas
las cosas, tengan sin duda también su realidad en su orden, sino que esos astros
representan, sobre todo simbólicamente, lo que no quiere decir «idealmente» o por
11
Lo que los hombres llaman el azar es simplemente su ignorancia de las causas; si, diciendo que
algo ocurre por azar, se pretendiera querer decir que no hay causa, eso sería una suposición
contradictoria en sí misma.
alguna otra manera de hablar más o menos figurada, sino al contrario, en virtud de
correspondencias efectivas y precisas fundadas sobre la constitución misma del
«macrocosmo», la síntesis de todas las diversas categorías de influencias cósmicas que
se ejercen sobre la individualidad, y cuya mayor parte pertenece propiamente al
orden sutil. Si se considera, como se hace más habitualmente, que estas influencias
dominan la individualidad, eso no es más que el punto de vista más exterior; en un
orden más profundo, la verdad es que, si la individualidad está en relación con un
conjunto definido de influencias, es porque es ese conjunto mismo el que es
conforme a la naturaleza del ser que se manifiesta en esa individualidad. Así, si las
«influencias astrales» parecen determinar lo que es el individuo, no obstante eso no
es más que la apariencia; en el fondo, no le determinan, sino que solo le expresan, en
razón del acuerdo o de la armonía que debe existir necesariamente entre el individuo
y su medio, y sin lo cual ese individuo no podría realizar de ningún modo las
posibilidades cuyo desarrollo constituye el curso mismo de su existencia. La
verdadera determinación no viene de afuera, sino del ser mismo (lo que equivale a
decir en suma que, en la formación de la Sal, es el Azufre el que es el principio
activo, mientras que el Mercurio no es más que el principio pasivo), y los signos
exteriores solo permiten discernirla, dándole en cierto modo una expresión sensible,
al menos para aquellos que sepan interpretarlos correctamente. De hecho, esta
consideración no modifica ciertamente en nada los resultados que se pueden sacar del
examen de las «influencias astrales»; pero, desde el punto de vista doctrinal, nos
parece esencial para comprender el verdadero papel de éstas, es decir, en suma, la
naturaleza real de las relaciones del ser con el medio en el que se cumple su
manifestación individual, puesto que lo que se expresa a través de esas influencias,
bajo una forma inteligiblemente coordinada, es la multitud indefinida de los
elementos diversos que constituyen este medio al completo.
Aquí no insistiremos más en ello, ya que pensamos haber dicho bastante al
respecto como para hacer comprender cómo todo ser individual participa en cierto
modo de una doble naturaleza, que, según la terminología alquímica, se puede decir
«sulfurosa» en cuanto a lo interior y «mercurial» en cuanto a lo exterior; y es esta
doble naturaleza, plenamente realizada y perfectamente equilibrada en el «hombre
verdadero», la que hace efectivamente de éste el «Hijo del Cielo y de la Tierra», y la
que, al mismo tiempo, le hace apto para desempeñar la función de «mediador» entre
estos dos polos de la manifestación.
Astrología y Astronomía
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. IV, párrafo 9º.
Es menester destacar, primeramente, que la atribución de significaciones
distintas a los términos de «astrología» y de «astronomía» es relativamente reciente;
en los Griegos, estas dos palabras se empleaban indiferentemente para designar todo
el conjunto de aquello a lo que la una y la otra se aplican ahora. Así pues, a primera
vista, parece que, en este caso, se trata también de una de esas divisiones por
Asuras y Devas
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. XXV, nota 7.
Se pueden referir también estos dos aspectos a las dos significaciones
opuestas que presenta el término Asura mismo, según la manera en la que se le
descomponga: asu-ra, «que da la vida»; a-sura, «no-luminoso». Es solo en este último
sentido como los Asuras se oponen a los Dêvas, cuyo nombre expresa la luminosidad
de las esferas celestes; en el otro sentido, por el contrario, se identifican en realidad a
ellos (de donde viene la aplicación que se hace de esta denominación de Asuras, en
algunos textos Vêdicos, a Mitra y a Varuna); es menester prestar mucha atención a
esta doble significación para resolver las apariencias de contradicciones a las que
puede dar nacimiento.
Si se aplica al encadenamiento de los ciclos el simbolismo de la sucesión
temporal, se comprende sin esfuerzo por qué se dice que los asuras son anteriores a
los Devas. Es al menos curioso destacar que en el simbolismo del Génesis hebraico, la
creación de los vegetales, antes de la de los astros o «luminarias», puede ser
vinculada a esta anterioridad; en efecto, según la tradición hindú, el vegetal procede
de la naturaleza de los Asuras, es decir, de los estados inferiores en relación al estado
humano, mientras que los cuerpos celestes representan naturalmente los Devas, es
decir, los estados superiores. Agregamos también, a este respecto, que el desarrollo
de la «esencia vegetativa» en el Edem, es el desarrollo de los gérmenes provenientes
del ciclo antecedente, lo que corresponde todavía al mismo simbolismo.
Atlántida (La)
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. II, párrafo 6º.
Los relatos de los antiguos, relativos a la Atlántida, indican su origen;
después de la desaparición de este continente, que es el último de los grandes
Atmâ-Gîtâ
(Ver: Bhagavad-Gîtâ)
Autoridad Espiritual
AvaIokitéçvara
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada” (Anexos al final del libro), nota 2º
del ANEXO I (= Anexo III del original), que supone la NOTICIA COMPLEMENTARIA DEL
CAPITULO XXXI, sobre el punto dejado en suspenso al final de su estudio sobre “La montaña y
la caverna”.
El triángulo invertido es, en el Budismo, por una aplicación más especial, el
símbolo de misericordia de AvaIokitéçvara, el ‘Señor que mira hacia abajo’.
Avatâra
Azar
B
Baptisterio
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XLII, párrafo 4º y nota 9.
En el cristianismo, la forma octogonal era la de los antiguos baptisterios, y
pese al olvido o la negligencia del simbolismo desde la época del Renacimiento, se la
encuentra generalmente aún hoy en el cuenco de las fuentes bautismales. También
aquí, se trata con toda evidencia de un lugar de paso o transición; por otra parte, en
los primeros siglos, el baptisterio estaba situado fuera de la iglesia, y solo aquellos
que habían recibido el bautismo eran admitidos en el interior de ella; y aunque las
fuentes hayan sido luego trasladadas a la iglesia misma, pero siempre cerca de la
entrada, en nada cambia su significación. En cierto sentido, según lo que acabamos
de decir, la iglesia está, con respecto al exterior, en una correspondencia que es
como una imagen de la del mundo celeste con respecto al mundo terrestre, y el
baptisterio, por el cual hay que pasar para ir de uno a otro, corresponde por eso
mismo al mundo intermedio; pero, además, el baptisterio está en relación aún más
directa con éste por el carácter del rito que se cumple en él, el cual es propiamente
el medio de una regeneración que se efectúa en el dominio psíquico, es decir, en los
elementos del ser que pertenecen por naturaleza a ese mundo intermedio.
Al consagrar el agua, el sacerdote traza sobre la superficie, con su aliento, un
signo con la forma de la letra griega psi, inicial de la palabra psykhè; lo cual es muy
significativo a ese respecto, pues, efectivamente, el influjo al cual el agua consagrada
sirve de vehículo, debe operar en el orden psíquico.
Barakah
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap. V, nota 7.
Traducimos por «influencia espiritual» la palabra hebrea y árabe barakah; el
rito de la «imposición de las manos» es uno de los modos más habituales de
transmisión de la barakah, y también de producción de algunos efectos de curación,
concretamente, por medio de ésta.
Bhagavad-Gîtâ
otra parte, hay una manera «interior» de leer este libro dándole su sentido profundo,
y entonces toma el nombre de Atmâ-Gîtâ.
Bondad y Belleza
Buddha
“La Gran Tríada”, cap. XXIV, párrafos 2º, 3º y nota 6.
En cuanto al Buddha, se puede decir que representa el elemento
transcendente, a través del cual se manifiesta la influencia del Cielo, y que, por
consiguiente, «encarna», por así decir, esta influencia al respecto de sus discípulos
directos e indirectos, que se transmiten una participación en ella unos a otros, y por
una «cadena» continua, mediante los ritos de admisión en el Sangha. Por lo demás, al
decir esto del Buddha, pensamos menos en el personaje histórico considerado en sí
mismo, cualquiera que haya podido ser de hecho (lo que no tiene más que una
importancia enteramente secundaria, desde el punto de vista en que nos colocamos
aquí), que en lo que representa en virtud de los caracteres simbólicos que le son
atribuidos12, y que le hacen aparecer, ante todo, bajo los rasgos del Avatâra. En suma,
su manifestación es propiamente el «redescenso del Cielo a la Tierra» del que habla
la Tabla de Esmeralda, y el ser que aporta así las influencias celestes a este mundo,
después de haberlas «incorporado» a su propia naturaleza, puede decirse que
representa verdaderamente el Cielo en relación al dominio humano. Seguramente,
esta concepción está muy lejos del budismo «racionalizado» con el que los
occidentales han sido familiarizados por los trabajos de los orientalistas; puede que
12
Bien entendido, decir que estos caracteres son simbólicos, no quiere decir de ningún modo que no
hayan sido poseídos de hecho por un personaje real (y diríamos gustosamente que tanto más real,
cuanto más se desvanece su individualidad ante estos caracteres); ya hemos hablado bastante
frecuentemente del valor simbólico que tienen necesariamente los hechos históricos en sí mismos
como para que halla lugar a insistir más en ello (cf. concretamente El Simbolismo de la Cruz,
Prefacio), y, en esta ocasión, solo recordaremos todavía una vez más, que «la verdad histórica misma
no es sólida más que cuando deriva del Principio» (Tchoang-tseu, cap. XXV).
ella responda a un punto de vista «mahâyânista», pero ésta no podría ser una objeción
válida para nos, ya que parece que el punto de vista «hinayânista», que se está
acostumbrado a presentar como «original», sin duda porque concuerda demasiado
bien con algunas ideas preconcebidas, no sea en realidad, antes al contrario, nada más
que el producto de una simple degeneración.
Por lo demás, sería menester no tomar la correspondencia que acabamos de
indicar por una identidad pura y simple, ya que, si el Buddha representa de una cierta
manera el principio «celeste», no obstante, eso no es más que en un sentido relativo,
y en tanto que es en realidad el «mediador», es decir, en tanto que desempeña el
papel propio del «Hombre Universal».
Budismo desviado
C
Caballería y Masonería
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XL, párrafo 5º y nota 5.
En occidente, aunque ni la iniciación real ni la iniciación sacerdotal existen
ya actualmente, se encuentran más fácilmente los vestigios de la primera que los de
la segunda; eso se debe ante todo a los lazos que existen generalmente entre la
iniciación real y las iniciaciones de oficio, y en razón de los cuales, pueden
encontrarse tales vestigios en las organizaciones derivadas de estas iniciaciones de
oficio y que subsisten todavía hoy día en el mundo occidental.
A este respecto, se podría recordar concretamente la existencia de grados
«caballerescos» entre los altos grados que se han superpuesto a la Masonería
propiamente dicha; cualquiera que pueda ser de hecho su origen histórico más o
menos antiguo -cuestión sobre la que siempre sería posible discutir indefinidamente
sin llegar nunca a ninguna solución precisa-, el principio mismo de su existencia no
puede explicarse realmente más que por eso, y es todo lo que importa desde el
punto de vista donde nos colocamos al presente.
Cadena de Unión
Caída
Caldeos
Cambio de Tradición
el que, por eso mismo, domina todas las vías, y eso porque ya no tiene que seguirlas;
así pues, si hay lugar a ello, podrá practicar indistintamente todas las formas, pero
precisamente porque las ha rebasado y porque, para él, están unificadas en adelante
en su principio común. Por lo demás, generalmente continuará quedándose entonces
exteriormente en una forma definida, aunque no fuera más que a título de «ejemplo»
para los que le rodean y que no han llegado al mismo punto que él; pero, si algunas
circunstancias particulares vienen a exigirlo, podrá así mismo participar en otras
formas, puesto que, desde ese punto donde él está, ya no hay entre ellas ninguna
diferencia. Por lo demás, desde que esas formas están así unificadas para él, en modo
alguno podría haber en eso mezcla o confusión cualquiera, lo que supone
necesariamente la existencia de la diversidad como tal; y, todavía una vez más, se
trata sólo de aquel que está efectivamente más allá de esta diversidad: para él, las
formas ya no tienen el carácter de vías o de medios, de los cuales ya no tiene
necesidad, y ya no subsisten sino en tanto que expresiones de la Verdad una,
expresiones de las que es completamente legítimo servirse, según las circunstancias,
como lo es hablar en diferentes lenguas para hacerse comprender por aquellos a
quienes uno se dirige. Es precisamente eso lo que significa en realidad, desde el
punto de vista iniciático, lo que se llama el «don de lenguas».
tanto más violenta cuantos más caracteres comunes tengan las tradiciones a las que se
hace llamada, como, por ejemplo, en el caso de aquellas que revisten exotéricamente
la forma religiosa propiamente dicha, ya que cosas que son muy diferentes, no entran
en conflicto entre ellas sino difícilmente, debido al hecho de esta diferencia misma;
en este dominio como en todo otro, no puede haber lucha sino a condición de
colocarse sobre el mismo terreno.
Cantidades evanescentes
Caos y Cosmos
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XLVI, párrafos 3º, 4º y último, y las dos
últimas notas.
Por otra parte, el «cosmos», en tanto que «orden» o conjunto ordenado de
posibilidades, no sólo es sacado del «caos» en tanto que estado «no ordenado», sino
que es producido propiamente también a partir de éste (ab Chao), donde estas
mismas posibilidades están contenidas en el estado potencial e «indistinguido», y que
es así la materia prima (en un sentido relativo, es decir, más exactamente y en relación
a la verdadera materia prima o substancia universal, la materia secunda de un mundo
particular) o el punto de partida «substancial» de la manifestación de este mundo, del
mismo modo que el Fiat Lux es, por su lado, su punto de partida «esencial».
De una manera análoga, el estado del ser anteriormente a la iniciación,
constituye la substancia «indistinguida» de todo lo que él podrá devenir
efectivamente a continuación [Es propiamente la «piedra bruta» (rough ashlar) del
simbolismo masónico], puesto que la iniciación no puede tener como efecto
introducir en él posibilidades que, en él, no hubieran estado ya latentes (y, por lo
demás, esa es la razón de ser de las cualificaciones requeridas como condición
previa), de la misma manera que el Fiat Lux cosmogónico no agrega
«substancialmente» nada a las posibilidades del mundo para el que se profiere; pero
estas posibilidades aún no se encuentran en él más que en el estado «caótico y
tenebroso», y es menester la «iluminación» para que puedan comenzar a ordenarse
y, por eso mismo, a pasar de la potencia al acto. En efecto, debe comprenderse bien
que este paso no se efectúa instantáneamente, sino que se prosigue en el curso de
todo el trabajo iniciático, del mismo modo que, desde el punto de vista
«macrocósmico», este paso se prosigue durante todo el curso del ciclo de
manifestación del mundo considerado; el «cosmos», o el «orden», no existe todavía
más que virtualmente por el hecho del Fiat Lux inicial (que, en sí mismo, debe ser
considerado como teniendo un carácter propiamente «a-temporal», puesto que
precede al desarrollo del ciclo de manifestación y, por consiguiente, no puede
situarse en el interior de éste), y, del mismo modo, la iniciación no está cumplida
más que virtualmente por la comunicación de la influencia espiritual cuya luz es en
cierto modo su «soporte» ritual.
Las demás consideraciones que se pueden deducir aún de la divisa Ordo ab
Chao, se refieren más bien al papel de las organizaciones iniciáticas con respecto al
mundo exterior: puesto que, la realización del «orden», se prosigue de una manera
continua hasta el agotamiento de las posibilidades que están implicadas en ella
(agotamiento por el que se alcanza el extremo límite, hasta donde puede extenderse
la «medida» de este mundo), todos los seres que son capaces de tomar consciencia de
ello deben, cada uno en su sitio y según sus posibilidades propias, concurrir
efectivamente a esta realización, que se designa también, en el orden general y
exterior, como la realización del «plan del Gran Arquitecto del Universo»; al mismo
tiempo que cada uno de ellos, por el trabajo iniciático propiamente dicho, realiza en
sí mismo, interiormente y en particular, el plan que corresponde a éste desde el
punto de vista «microcósmico».
Se puede comprender fácilmente que esto sea susceptible, en todos los
dominios, de aplicaciones diversas y múltiples; así, en lo que concierne más
especialmente al orden social, aquello de lo que se trata podrá traducirse por la
constitución de una organización tradicional completa, bajo la inspiración de las
organizaciones iniciáticas que, al constituir su parte esotérica, serán como el
«espíritu» mismo de todo el conjunto de esta organización social; es lo que, en
conexión con la divisa de la que hablamos al presente, se designa en la Masonería
escocesa como el «reino del Sacro Imperio», por un recuerdo evidente de la
constitución de la antigua «Cristiandad», considerada como una aplicación del «arte
real» en una forma tradicional particular. Y esto representa un «orden» verdadero,
por oposición al «caos» representado por el estado puramente profano al cual
corresponde la ausencia de una tal organización.
Mencionaremos también, sin insistir más en ello, otra significación de un
carácter más particular, que, por lo demás, se relaciona bastante directamente con la
que acabamos de indicar en último lugar, ya que se refiere en suma al mismo
dominio: esta significación se refiere a la utilización, para hacerlas concurrir a la
realización del mismo plan de conjunto, de organizaciones exteriores, inconscientes
de este plan como tales, y aparentemente opuestas las unas a las otras, bajo una
dirección «invisible» única, que está, ella misma, más allá de toda oposición; ya
hemos hecho alusión a ello precedentemente, al señalar que esto había encontrado su
aplicación, de una manera particularmente clara, en la tradición Extremo Oriental.
En sí mismas, las oposiciones, por la acción desordenada que producen, constituyen
en efecto una suerte de «caos» al menos aparente; pero se trata precisamente de
hacer servir a este «caos» mismo (tomándolo en cierto modo como la «materia»
sobre la cual se ejerce la acción del «espíritu», representado por las organizaciones
iniciáticas del orden más elevado y más «interior») a la realización del «orden»
general, del mismo modo que, en el conjunto del «cosmos», todas las cosas que
parecen oponerse entre sí, por eso, no son menos realmente, en definitiva,
elementos del orden total. Para que sea efectivamente así, es menester que lo que
preside el «orden» desempeñe, en relación al mundo exterior, la función del «motor
inmóvil»: éste, al estar en el punto fijo, que es el centro de la «rueda cósmica», es,
por eso mismo, como el quicio alrededor del cual gira esta rueda, la norma sobre la
que se regula su movimiento; no puede serlo sino porque él mismo no participa en
ese movimiento, y lo es sin tener que intervenir en él expresamente, y, por
consiguiente, sin mezclarse de ninguna manera con la acción exterior, que pertenece
por completo a la circunferencia de la rueda (es la definición misma de la «actividad
no actuante» de la tradición taoísta, y es también lo que hemos llamado
precedentemente una «acción de presencia»). Todo lo que es arrastrado en las
revoluciones de ésta no son más que modificaciones contingentes que cambian y
pasan; únicamente permanece lo que, estando unido al principio, está
invariablemente en el centro, inmutable como el Principio mismo; y el centro, al
que nada puede afectar en su unidad indiferenciada, es el punto de partida de la
multitud indefinida de estas modificaciones que constituyen la manifestación
universal; y es también, al mismo tiempo, su punto de conclusión, ya que es en
relación a él como se ordenan todas finalmente, del mismo modo que las potencias
de todo ser se ordenan necesariamente en vista de su reintegración final a la
inmutabilidad principial.
Carbonarismo
13
Al final del Medioevo, cuando las fiestas grotescas de que hablamos fueron suprimidas o cayeron
en desuso, se produjo una expansión de la hechicería sin ninguna proporción con lo que se había visto
en los siglos precedentes; estos dos hechos guardan entre sí una relación bastante directa, aunque
generalmente inadvertida, lo que es tanto más asombroso cuanto que hay ciertas semejanzas bastante
llamativas entre dichas fiestas y el sabat de los hechiceros, donde todo se hacía también “al revés”.
individuo, hace, al contrario, aparecer, a los ojos de todos, lo que él lleva realmente
en sí, pero que debe habitualmente disimular. Es bien notar, pues ello muestra con
más precisión aún el carácter de estos hechos, que hay así como una parodia de esa
“reversión” que, según lo hemos explicado en otro lugar, se produce en cierto grado
del desarrollo iniciático; parodia, decimos, y contrahechura verdaderamente
“satánica”, pues allí esa “reversión” es una exteriorización, no ya de la espiritualidad,
sino, muy al contrario, de las posibilidades inferiores del ser.
Casa
Castas
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap. I, párrafo 2º.
El principio de la institución de las castas, tan completamente
incomprendido por los occidentales, no es otra cosa que la diferencia de naturaleza
que existe entre los individuos humanos, y que establece entre ellos una jerarquía,
cuyo desconocimiento no puede conducir más que al desorden y a la confusión. Es
precisamente este desconocimiento el que está implicado en la teoría «igualitaria»,
tan querida al mundo moderno, teoría que es contraria a todos los hechos mejor
establecidos, y que es desmentida incluso por la simple observación corriente, puesto
que la igualdad no existe en realidad en ninguna parte.
Las palabras que sirven para designar la casta en la India, no significan otra
cosa que «naturaleza individual»; con ello es menester entender el conjunto de los
caracteres que se agregan a la naturaleza humana «específica», para diferenciar a los
individuos entre sí.
En efecto, cada hombre, en razón de su naturaleza propia, es apto para
desempeñar tales funciones definidas con la exclusión de tales otras. Cada uno se
encuentre en el lugar que debe ocupar normalmente, y a fin de que así el orden
social traduzca exactamente las relaciones jerárquicas que resultan de la naturaleza
misma de los seres. Tal es, resumida en pocas palabras, la razón fundamental de la
existencia de las castas.
a los Vaishyas, y los siervos a los Shûdras; no eran castas en toda la acepción de la
palabra, pero esta coincidencia, que ciertamente no tiene nada de fortuito, no
permite menos efectuar muy fácilmente una transposición de términos para pasar de
uno a otro de estos dos casos.
Católicos
Caverna
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. VIII, nota 2.
Cavidad del corazón, que representa el lugar de la unión de lo individual con
lo universal.
Censos
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXI, nota 1.
Habría mucho que decir sobre las prohibiciones formuladas en algunas
tradiciones contra los censos, salvo en algunos casos excepcionales; si se dijera que
esas operaciones y todas aquellas de lo que se llama el «estado civil» tienen, entre
otros inconvenientes, el de contribuir a abreviar la duración de la vida humana (lo
que, por lo demás, es conforme con la marcha misma del ciclo, sobre todo en sus
últimos periodos), sin duda sería poco creído, y sin embargo, en algunos países, los
campesinos más ignorantes saben muy bien como un hecho de experiencia corriente,
que, si se cuentan con demasiada frecuencia los animales, mueren muchos más que si
Centro
Centro Supremo
Ceremonias
Ceremonia y Rito
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XIII, párrafo 1º, 2º, 4º y 5º, y nota 4.
Mientras que los Ritos, como todo lo que es de orden realmente tradicional,
implican necesariamente un elemento «no-humano», las ceremonias, al contrario,
son algo puramente humano y no pueden pretender a nada más que a efectos
estrictamente limitados a este dominio, e incluso, se podría decir, a sus aspectos más
exteriores, ya que esos efectos, en realidad, son exclusivamente «psicológicos» y
sobre todo emotivos. Esa tendencia que se manifiesta por la pretensión de explicar
«psicológicamente» los efectos de los Ritos mismos.
Las ceremonias, en tanto que, agregándose accidentalmente a los Ritos,
hacen que éstos, en un período de oscurecimiento espiritual, sean más accesibles a la
generalidad de los hombres, a quienes preparan así en cierto modo para recibir sus
efectos, porque estos efectos ya no pueden ser alcanzados inmediatamente sino por
medios completamente exteriores como esos. Para que ese papel de «ayudantes» sea
legítimo e incluso para que pueda ser realmente eficaz, es menester también que el
desarrollo de las ceremonias se mantenga en ciertos límites, más allá de los cuales se
corre el riesgo de que tengan más bien consecuencias completamente opuestas. Es lo
que se ve con toda claridad en el estado actual de las formas religiosas occidentales,
donde los Ritos acaban por ser verdaderamente asfixiados por las ceremonias. El
«espesor» mismo del revestimiento ceremonial, opone a la acción de las influencias
espirituales, un obstáculo que está lejos de ser desdeñable.
Es fácil comprender cómo el gusto de las ceremonias se relaciona
directamente con lo estético, puesto que, precisamente, las ceremonias no tienen
efectos sino de este orden «estético» y no podrían tener otros. (Ver Estética).
Sería particularmente manifiesto en el caso del Islam, que implica
naturalmente muchos Ritos, pero donde no se podría encontrar ni una sola
ceremonia.
Algunos se imaginan que los ritos perderían todo valor, si no fueran
acompañados de ceremonias más o menos «imponentes».
Cero matemático
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap XIV, párrafo 3º.
El cero matemático, en su acepción estricta y rigurosa, no es más que una
negación, al menos bajo el aspecto cuantitativo, y no se puede decir que la ausencia
de cantidad constituye aún una cantidad.
Cero metafísico
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap XV, párrafos 6º y 7º.
El Cero metafísico, que es el No Ser, no es ya más el cero de cantidad como
la Unidad metafísica, que es el Ser, no es la unidad aritmética; lo que se designa así
con estos términos no puede serlo más que por transposición analógica, puesto que,
desde que uno se coloca en lo Universal, se está evidentemente más allá de todo
dominio especial como el de la cantidad. Por lo demás, no es en tanto que representa
lo indefinidamente pequeño como el cero, por una tal transposición, puede ser
tomado como símbolo del No Ser, sino en tanto que, según su acepción matemática
más rigurosa, representa la ausencia de cantidad, que, en efecto, simboliza en su
orden la posibilidad de no manifestación, del mismo modo que la unidad simboliza la
posibilidad de manifestación, puesto que es el punto de partida de la multiplicidad
indefinida de los números, como el Ser es el principio de toda manifestación.
Esto nos conduce a observar también que, de cualquier manera que se
considere el cero, no podría, en todo caso, ser tomado por una pura nada, que no
corresponde metafísicamente más que a la imposibilidad, y que, por lo demás,
lógicamente, no puede ser representada por nada.
Ciclo cósmico
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. V, párrafos 7º y 8º.
El acrecentamiento de la velocidad de los acontecimientos, a medida que se
acerca el fin del ciclo, puede compararse a la aceleración que existe en el
movimiento de caída de los cuerpos pesados. Y puesto que la marcha descendente de
la manifestación -y por consiguiente del ciclo que es su expresión-, se efectúa desde
el polo positivo o esencial de la existencia, hacia su polo negativo o substancial,
resulta que todas las cosas deben tomar un aspecto cada vez menos cualitativo, y cada
vez más cuantitativo; y es por eso por lo que el último período del ciclo, debe tender
muy particularmente a afirmarse como el «reino de la cantidad».
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXIII, párrafos 5º y nota
6.
El fin del ciclo es «a-temporal» así como lo es su comienzo, lo que, por lo
demás, es exigido por la rigurosa correspondencia analógica que existe entre estos
dos términos extremos; y es así como este fin es efectivamente, para la humanidad
de este ciclo, la restauración del «estado primordial», lo que indica, por otra parte,
la relación simbólica de la «Jerusalem celeste» con el «Paraíso terrestre». Es también
el retorno al «centro del mundo», que es manifestado exteriormente, en las dos
extremidades del ciclo, bajo las formas respectivas del «Paraíso terrestre» y de la
«Jerusalem celeste», con el árbol «axial» elevándose igualmente en el medio del uno
y de la otra; en todo el intervalo, es decir, en el transcurso mismo del ciclo, este
centro está al contrario oculto, y lo está incluso cada vez más, porque la humanidad
ha ido alejándose gradualmente de él, lo que, en el fondo, es el verdadero sentido de
la «caída». Por lo demás, este alejamiento no es más que otra representación de la
marcha descendente del ciclo, ya que, puesto que el centro de un estado tal como el
nuestro, es el punto de comunicación directa con los estados superiores, es al mismo
tiempo el polo esencial de la existencia en ese estado; así pues, ir de la esencia hacia
la substancia, es ir del centro hacia la circunferencia, de lo interior hacia lo exterior,
y también, como la representación geométrica lo muestra claramente en este caso,
de la unidad hacia la multiplicidad.
De eso se puede deducir todavía otra significación de la «inversión de los
polos», puesto que la marcha del mundo manifestado hacia su polo substancial,
desemboca finalmente en un «vuelco» que le conduce, por una «transmutación»
instantánea, a su polo esencial; agregaremos que, en razón de esta instantaneidad,
contrariamente a algunas concepciones erróneas del movimiento cíclico, no puede
haber ningún «remonte» de orden exterior que suceda al «descenso», puesto que la
marcha de la manifestación como tal, es siempre descendente desde el comienzo
hasta el fin.
corporal»; pero, en los dos casos, se ha pasado igualmente a las modalidades extra-
corporales, superiores para uno e inferiores para el otro, de suerte que se puede
decir, en definitiva, que la manifestación corporal misma, en lo que concierne al
ciclo de que se trata, realmente se ha desvanecido o «volatilizado» enteramente. Se
ve que, en todo eso y hasta el final, es menester considerar siempre los dos términos
que corresponden a lo que el hermetismo designa respectivamente como
«coagulación» y «solución», y esto desde los dos lados a la vez: del lado «benéfico»,
se tiene así la «cristalización» y la «sublimación»; y, del lado «maléfico», se tiene la
«precipitación» y el retorno final a la indistinción del «caos».
Debe estar claro que los dos lados que llamamos aquí «benéfico» y
«maléfico» responden exactamente a los de la «derecha» y de la «izquierda» en los
que son colocados respectivamente los «elegidos» y los «condenados» en el «Juicio
Final», es decir, precisamente, en el fondo, en la «discriminación» final de los
resultados de la manifestación cíclica.
Cielo y Cielos
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XXI, nota 21.
Es eso lo que corresponde más exactamente a los «Cielos» o a los «Paraísos»
de las religiones occidentales (en las que, a este respecto, comprendemos el
Islamismo); cuando se considera una pluralidad de «Cielos» (que se representan
frecuentemente por correspondencias planetarias), se debe entender por ello todos
los estados superiores a la Esfera de la Luna (considerada a veces, ella misma, como
el «primer Cielo» en cuanto a su aspecto de Jauna Coeli), hasta el Brahma-Loka
inclusive.
Cielo y Tierra
Ciencia (Origen)
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. IV, párrafo 11º y nota 4ª.
Según la concepción tradicional, una ciencia cualquiera tiene menos su
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXV, párrafo 2º y nota
4.
Sobre este punto, la tradición china, en términos simbólicos, cuenta que
«Niu-koua (hermana y esposa de Fo-hi, y que se dice que reinó conjuntamente con
él) fundió piedras de los cinco colores para reparar un desgarrón, que un gigante
había hecho en el cielo» (aparentemente, aunque esto no esté explicado claramente,
en un punto situado sobre el horizonte terrestre); y esto se refiere a una época que,
precisamente, no es posterior más que en algunos siglos al comienzo del Kali-Yuga.
Estos cinco colores son el blanco, el negro, el azul, el rojo y el amarillo, que,
en la tradición Extremo Oriental, corresponden a los cinco elementos, así como a los
cuatro puntos cardinales y al centro.
Circuambulación
“La Gran Tríada”, cap. VII, penúltimo párrafo.
Otra cuestión conexa a la de la orientaciones, es la del sentido de las
«circuambulaciones» rituales, en las diferentes formas tradicionales. Es fácil darse
cuenta de que este sentido se determina en efecto, ya sea por la orientación «polar» o
ya sea por la orientación «solar», en la acepción que hemos dado más atrás a estas
expresiones. Si se consideran las figuras aquí expuestas, el primer sentido es aquel en
el que, mirando hacia el Norte, se ven girar las estrellas alrededor del polo; por el
contrario, el segundo sentido es aquel en el que se efectúa el movimiento aparente
del Sol para un observador que mira hacia el Sur. La circuambulación se cumple
teniendo constantemente el centro a su izquierda en el primer caso, y, al contrario, a
su derecha en el segundo (lo que se llama en sánscrito pradakshinâ); este último modo
es el que está en uso, en particular, en la tradición hindú y tibetana, mientras que el
otro se encuentra concretamente en la tradición islámica. A esta diferencia de
sentidos se vincula igualmente el hecho de avanzar el pie derecho o el pie izquierdo,
el primero, en una marcha ritual: considerando todavía las mismas figuras, se puede
ver fácilmente que el pie que debe ser avanzado primero, es forzosamente el del lado
opuesto al lado que está vuelto hacia el centro de la circuambulación, es decir, el pie
derecho en el primer caso (Fig. 13) y el pie izquierdo en el segundo (Fig. 14); y este
orden de marcha se observa generalmente, incluso cuando no se trata de
circuambulaciones hablando propiamente, como para marcar de alguna manera la
predominancia respectiva del punto de vista «polar» o del punto de vista «solar», ya
sea en una forma tradicional dada, o ya sea incluso a veces para períodos diferentes
en el curso de la existencia de una misma tradición.
Quizás que no carezca de interés hacer observar que el sentido de estas
circuambulaciones, que van respectivamente de derecha a izquierda (Fig. 13) y de
izquierda a derecha, corresponde igualmente a la dirección de la escritura en las
lenguas sagradas de estas mismas formas tradicionales. En la Masonería, bajo su
forma actual, el sentido de las circuambulaciones es «solar» pero parece haber sido,
al contrario, «polar» primeramente en el antiguo Ritual operativo, según el cual el
«trono de Salomón» estaba situado al Occidente y no al Oriente, para permitir a su
ocupante «contemplar el Sol en su salida».
La inter-versión que se ha producido respecto a este orden de marcha en
algunos Ritos masónicos es tanto más singular cuanto que está en desacuerdo
manifiesto con el sentido de las circuambulaciones; las indicaciones que acabamos de
dar proveen evidentemente la regla correcta a observar en todos los casos.
Circunferencia = espira
“El Simbolismo de la Cruz” cap. XV, Párrafos 3º, 4º y 5º.
“Ahora bien, para que haya verdaderamente continuidad (y no repetición), es
menester que el fin de cada circunferencia, coincida con el comienzo de la
circunferencia siguiente (y no con el de la misma circunferencia); y para que esto sea
posible sin que dos circunferencias sucesivas se confundan, es menester que esas
circunferencias -o más bien las curvas que hemos considerado como tales- sean en
realidad curvas no cerradas”.
Es materialmente imposible trazar de una manera efectiva una línea que sea
verdaderamente una curva cerrada; para probarlo, basta destacar que en el espacio
donde está situada nuestra modalidad corporal, todo está en constantemente en
movimiento (por el efecto de la combinación de las condiciones espacial y temporal,
de la que, el movimiento, es en cierto modo una resultante), de tal manera que, si
queremos trazar una circunferencia, y si comenzamos este trazado en cualquier
punto del espacio, nos encontraremos forzosamente en otro punto cuando
acabemos, y jamás volveremos a pasar por el punto de partida. Esto indica que la
curva que simboliza el recorrido de un ciclo evolutivo (conjunto de posibilidades
comprendidas en un modo de existencia cualquiera), no deberá pasar dos veces por
el mismo punto, lo que elimina la posibilidad de una curva cerrada.. Esta
representación demuestra que no pueden haber dos Posibilidades idénticas en el
Universo, lo que equivaldría a una limitación de la Posibilidad; limitación imposible,
puesto que debiendo comprender a la Posibilidad, no podría estar comprendida en
ella. Así, toda limitación de la Posibilidad Universal es, en el sentido propio y
riguroso de la palabra, una imposibilidad.
Así, las dos modificaciones (puntos) extremas de cada modalidad no
coinciden, sino que hay simplemente correspondencia entre ellas, dentro del
conjunto del estado del ser del que forman parte. … Las circunferencias ya no son
circunferencias, sino espiras de un mismo radio que irá ascendiendo por el Eje
Principial a medida del progreso del ser a través de las modalidades y estados que
vaya trascendiendo, que podrá ir desde una distancia infinitesimal, hasta el Zénit, que
supondría la Identidad Suprema, de haber trascendido la idefinidad de modalidades y
estados necesarios para tal fin.
Circunferencias concéntricas
Ciudad
Clase media
Clérigo
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap. II, párrafo 6º.
Originariamente, «clérigo», no significa otra cosa que: «hombre que sabe»; y
se opone a «laico», que designa al hombre del pueblo, es decir del «vulgo», asimilado
al ignorante o al «profano», a quien no puede pedírsele sino que crea lo que no es
capaz de comprender, porque es ese el único medio de hacerle participar en la
tradición, en la medida de sus posibilidades.
Comer
“Estudios sobre el Hinduismo” cap. 1 nota 3.
Hay cierto parentesco, que puede prestarse a confusión, entre las raíces bhaj
y bhuj; esta última, cuyo sentido primitivo es el de “comer” expresa sobre todo ideas
de disfrute, de posesión, de bienestar; por el contra, en la primera y en sus
derivados, como bhaga y sobre todo bhakti, las ideas predominantes son las de
veneración, de adoración, de respeto, de sacrificio o de dedicación.
bastante sorprendente: ni los Judíos ni los Gitanos tienen, a decir verdad, una lengua
completa, propia y definitiva, al menos en lo que hace al uso corriente. Tanto unos
como otros se sirven de la lengua de las regiones en donde viven, entremezclando
algunas palabras que les pertenecen, hebreas en el caso de los Judíos, y, en el caso de
los Gitanos, palabras que les vienen también de una lengua ancestral de la cual
constituyen los últimos restos. Estas semejanzas pueden explicarse considerando la
condición de existencia de estos pueblos forzados a vivir dispersos en medio de
extranjeros. Pero hay una cosa que no puede explicarse tan fácilmente: y es que las
regiones recorridas por los Gitanos orientales y los Gitanos meridionales son
precisamente las mismas que habitan respectivamente los Ashkenazis y los Sefardíes;
¿no sería demasiado simple pretender explicar esto como si se tratara de pura
coincidencia?
Las organizaciones del Compañerazgo, en las cuales evidentemente no cabe
el problema étnico, ¿no podrían tener a la vez vínculos de igual tenor, sea con los
Judíos, sea con los Gitanos, o inclusive con los dos al mismo tiempo? Por el
momento al menos no tenemos intención de explicar el origen y la razón de tales
vínculos, pero nos conformaremos con llamar la atención sobre determinados
puntos: ¿No están los "Compañeros" divididos en diferentes ritos rivales, y que,
frecuentemente se encuentran en relaciones más o menos hostiles? Sus viajes ¿no
comportan itinerarios según los ritos y con vinculaciones igualmente diferentes? ¿No
cuentan de algún modo con un lenguaje particular, cuya base está formada por la
lengua corriente, pero distinguiéndose de ella en que usan términos especiales, tal
como sucede en el caso de los Judíos y los Gitanos? ¿Acaso no es cierto que se usa el
vocablo "jerga" para distinguir aquel lenguaje convencional usado en ciertas
sociedades secretas, y particularmente por el Compañerazgo, tal como los Judíos lo
usan para denominar el suyo propio? Y además ¿ no es cierto acaso que en algunas
localidades rurales a los Gitanos se les llama "transeúntes", nombre por el cual
terminan confundidos con los buhoneros, y que es, como se sabe, una designación
que se aplica igualmente a los Compañeros? Y para terminar, la leyenda del "Judío
errante" no podría derivar, como muchas otras, originalmente del Compañerazgo?
ésta asegura por eso mismo la función del Guru, frente al iniciado; aquí importa poco
que sus cualificaciones a este respecto sean más o menos completas y que, como
ocurre frecuentemente de hecho, no sea capaz de conducir a su discípulo más que
hasta tal o cual estadio determinado.
En los casos donde la transmisión iniciática es efectuada por una pluralidad
de personas, se podría estar tentado de responder que aquí es la colectividad misma,
constituida por el conjunto de la organización iniciática considerada, la que
desempeña el papel del Guru; pero, sin embargo, sin que se pueda decir que sea
enteramente falsa, al menos es completamente insuficiente. Lo que tenemos sobre
todo en vista, es la «entidad psíquica» colectiva, a la cual algunos han dado muy
impropiamente el nombre de «egregor». Lo «colectivo» como tal no podría rebasar
de ninguna manera el dominio individual, puesto que no es en definitiva más que una
resultante de las individualidades componentes, ni por consiguiente ir más allá del
orden psíquico; ahora bien, todo lo que no es más que psíquico, no puede tener
ninguna relación efectiva y directa con la iniciación, puesto que ésta consiste
esencialmente en la transmisión de una influencia espiritual, destinada a producir
efectos de orden igualmente espiritual, y por tanto transcendente en relación a la
individualidad; de donde, evidentemente, es menester concluir que todo lo que
puede hacer efectiva la acción, primeramente virtual, de esta influencia, debe tener
necesariamente un carácter supra-individual, y por eso mismo también, si puede
decirse, supra-colectivo. Por lo demás, entiéndase bien que, igualmente, no es en
tanto que individuo humano como el Guru propiamente dicho ejerce su función, sino
en tanto que representa algo supra-individual, de lo cual, en esa función, su
individualidad no es en realidad más que el soporte; así pues, para que los dos casos
sean comparables, es menester que lo que aquí es asimilable al Guru no sea la
colectividad misma, sino el principio transcendente al cual sirve de soporte y que es
el único que confiere un carácter iniciático verdadero. Por consiguiente, lo que se
trata es lo que se puede llamar, en el sentido más estricto de la palabra, una
«presencia» espiritual, que actúa en y por el trabajo colectivo mismo.
En la Kabbala hebraica se dice que, cuando los sabios conversan de los
misterios divinos, la Shekinah está entre ellos; así, incluso en una forma iniciática
donde el trabajo colectivo no parece ser, de una manera general, un elemento
esencial, por eso no está menos afirmada claramente una «presencia» espiritual en el
caso donde un tal trabajo tiene lugar, y se podría decir que esa «presencia» se
manifiesta en cierto modo en la intersección de las «líneas de fuerza» que van de uno
a otro de aquellos que participan en él, como si su «descenso» fuera llamado
directamente por la resultante colectiva, que se produce en ese punto determinado y
que le proporciona un soporte apropiado.
Condiciones
considerada aisladamente de las demás, puede extenderse más allá del dominio de
esta modalidad; y, ya sea por su propia extensión, ya sea por su combinación con
condiciones diferentes, constituir entonces los dominios de otras modalidades, que
forman parte de la misma individualidad humana.
Confucio (Kong-tseu)
“El Esoterismo islámico y el Taoísmo”, cap X, párrafo 8º y 9º.
Kong-tseu confesaba él mismo que en punto ninguno había «nacido al
conocimiento», es decir, que no había alcanzado el conocimiento por excelencia, que
es el del orden metafísico y supra-racional; conocía los símbolos Tradicionales, pero
no había penetrado su sentido profundo. Es por eso por lo que su obra debía estar
necesariamente limitada a un dominio especial y contingente, que era el único de su
competencia; pero al menos se guardaba bien de negar lo que le rebasaba.
«Soy, decía Kong-tseu, un hombre que ama a los antiguos y que pone todos
sus esfuerzos para adquirir sus conocimientos»; y esta actitud, que es la opuesta del
individualismo de los occidentales modernos y de sus pretensiones a la «originalidad»
a cualquier precio, es la única que es compatible con la constitución de una
civilización Tradicional.
corazón de todos los hombres, se aplicaban antes a gobernar bien cada uno su propio
principado. Para gobernar bien sus principados, ponían antes el buen orden en sus
familias. Para poner el buen orden en sus familias, trabajaban antes en perfeccionarse
a sí mismos. Para perfeccionarse a sí mismos, regulaban antes los movimientos de sus
corazones. Para regular los movimientos de sus corazones, hacían antes su voluntad
perfecta. Para hacer su voluntad perfecta, desarrollaban sus conocimientos al
máximo posible. Uno desarrolla sus conocimientos escrutando la naturaleza de las
cosas. Una vez escrutada la naturaleza de las cosas, los conocimientos alcanzan su
grado más alto. Habiendo llegado los conocimientos a su grado más alto, la voluntad
deviene perfecta. Siendo la voluntad perfecta, los movimientos del corazón se
regulan. Estando regulados los movimientos del corazón, todo el hombre está exento
de defectos. Después de haberse corregido a sí mismo, se establece el orden en la
familia. Reinando el orden en la familia, el principado está bien gobernado. Estando
bien gobernado el principado, pronto todo el imperio goza de la paz».
Conocimiento físico
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap. III, nota 5.
El conocimiento «físico» no es más que el conocimiento de las leyes del
cambio, leyes que son solamente el reflejo de los principios transcendentes en la
naturaleza; ésta, en su totalidad, no es otra cosa que el dominio del cambio; por lo
demás, el latín natura y el griego , expresan uno y otro la idea de «devenir».
Conocimiento metafísico
Conocimiento de sí mismo
“Miscelánea”, cap. V, penúltimo párrafo.
“Conócete a ti mismo”: expresión que constaba en el frontispicio del Templo
de Delphos.
“Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”: lo dice un hadith del
Profeta, que es como un complemento de la frase griega.
Continuidad y Discontinuidad
no se obtendrá una ruptura parcial, es decir, de una parte de los hilos que componen
la cuerda, sino sólo una tensión, lo que es completamente diferente; si se aumenta la
fuerza de una manera continua, la tensión crecerá primero también de una manera
continua, pero llegará un momento en que se producirá la ruptura, y entonces, de
una manera súbita y en cierto modo instantánea, se tendrá un efecto de una
naturaleza completamente diferente del precedente, lo que implica manifiestamente
una discontinuidad; y así no es verdadero decir, en términos enteramente generales y
sin restricciones de ningún tipo, que «natura non facit saltus».
Sea como sea, basta en todo caso que las magnitudes geométricas sean
continuas, como lo son en efecto, para que siempre se puedan tomar de ellas
elementos tan pequeños como se quiera, y, por consiguiente, que pueden devenir
más pequeños que toda magnitud asignable; y como lo dice Leibnitz, «es sin duda en
eso en lo que consiste la demostración rigurosa del cálculo infinitesimal», que se
aplica precisamente a estas magnitudes geométricas. Así pues, la «ley de
continuidad» puede ser el «fundamentun in re» de esas ficciones que son las cantidades
infinitesimales, así como también de esas otras ficciones que son las raíces
imaginarias.
Consagración
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XVII, párrafos 5º.
Se entiende por «consagración», como debe hacerse normalmente, la
transmisión de una influencia espiritual, o el Rito por el que ésta se transmite
regularmente; y de esta última acepción, ha provenido más tarde para la misma
palabra, en el lenguaje eclesiástico cristiano, la de conferir la ordenación, que, en
efecto, es también una «consagración» en este sentido, aunque en un orden diferente
del orden iniciático.
Consciencia
“Los Estados Múltiples del Ser”, cap. VII, párrafo 2º.
Es aquello por lo cual, el ser individual participa de la Inteligencia Universal
(Budhi).
Contemplación
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XVII, antepenúltimo párrafo y nota 6.
No es una simple coincidencia el hecho de que haya una estrecha similitud
entre las palabras «sagrado» (sacratum) y «secreto» (secretum): en uno y otro caso, se
trata de lo que está puesto aparte (secernere, poner aparte, de donde el participio
secretum), reservado, separado del dominio profano; del mismo modo, el lugar
consagrado es llamado templum, cuya raíz tem (que se encuentra en el griego temnô,
cortar, recortar, separar, de donde temenos, recinto sagrado) expresa también la
misma idea; y la «contemplación», cuyo nombre proviene de la misma raíz, se
vincula también a esta idea por su carácter estrictamente «interior».
Así pues, es etimológicamente absurdo hablar de «contemplar» un
espectáculo exterior cualquiera, como lo hacen corrientemente los modernos, para
quienes, en muchos casos, el verdadero sentido de las palabras parece estar
completamente perdido.
Contemplación y acción
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. III, párrafos 6º y 7º, y notas 3ª y 4ª.
Las doctrinas orientales, y también las antiguas doctrinas occidentales, son
unánimes al afirmar que la contemplación es superior a la acción, como lo inmutable
es superior al cambio.
Es en virtud de la relación establecida así por lo que se dice que el Brâhman es
el tipo de los seres estables, y que el Kshatriya es el tipo de los seres móviles o
cambiantes; así, todos los seres de este mundo, según su naturaleza, están
principalmente en relación con uno o con el otro, ya que hay una perfecta
correspondencia entre el orden cósmico y el orden humano.
En efecto, como consecuencia del carácter esencialmente momentáneo de la
acción, es menester notar que, en el dominio de ésta, los resultados están siempre
separados de aquello que los produce, mientras que el conocimiento, por el
contrario, lleva su fruto en sí mismo.
Cuanto más se hunde uno en la materia, tanto más se acentúan y se
amplifican los elementos de división; inversamente, cuanto más se eleva uno hacia la
espiritualidad pura, tanto más se acerca a la unidad, que no puede realizarse
plenamente más que por la consciencia de los principios universales.
Contingente (El ser)
“El Esoterismo Islámico y el Taoísmo”, cap IV, párrafo 1º.
El ser contingente puede definirse como el que no tiene, en sí mismo, su
razón suficiente; un tal ser, por consiguiente, nada es por sí mismo, y nada de lo que
él es, le pertenece en propiedad. Tal es el caso del ser humano, en tanto que
individuo, así como el de todos los seres manifestados, en cualquier estado que esto
sea, puesto que, cualquiera que sea la diferencia entre los grados de la Existencia
universal, la misma es siempre nula al respecto del Principio. Los seres, humanos u
otros, están pues, en todo lo que son, en una dependencia completa frente al
Principio, “fuera del cual nada hay, absolutamente nada que exista”; es en la
consciencia de esta dependencia, en lo que consiste propiamente lo que varias
Tradiciones designan como la «pobreza espiritual».
Contínuo y discontínuo
Contra-iniciación
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXXVIII, párrafos 3º y
4º, y notas 2, 3, 4 y 5.
Sea como sea, lo que permite que las cosas puedan llegar hasta tal punto, es
que la «contra-iniciación», es menester decirlo, no puede ser asimilada a una
invención puramente humana, que no se distinguiría en nada, por su naturaleza de la
«pseudo-iniciación» pura y simple; en verdad, es mucho más que eso, y, para serlo
efectivamente, es menester necesariamente que, de una cierta manera, y en cuanto a
su origen mismo, proceda de la fuente única a la que se vincula toda iniciación, y
también, más generalmente, todo lo que manifiesta en nuestro mundo un elemento
«no humano»; pero procede de ella por una degeneración que llega hasta su grado
más extremo, es decir, hasta esa «inversión» que constituye el «satanismo»
propiamente dicho. Una tal degeneración es evidentemente mucho más profunda
que la de una tradición simplemente desviada en una cierta medida, o incluso
truncada y reducida a su parte inferior; en eso hay incluso algo más que en el caso de
esas tradiciones verdaderamente muertas y enteramente abandonadas por el espíritu,
cuyos residuos puede utilizar la «contra-iniciación» misma para sus fines así como lo
hemos explicado. Eso conduce lógicamente a pensar que esta degeneración, debe
remontarse mucho más lejos en el pasado; y, por obscura que sea esta cuestión de los
14
Se puede aplicar aquí analógicamente el simbolismo de la «caída de los ángeles», puesto que
aquello de lo que se trata es lo que se le corresponde en el orden humano; y, por lo demás, es por eso
por lo que se puede hablar a este respecto de «satanismo» en el sentido más propio y más literal de la
palabra.
15
El último grado de la jerarquía «contra-iniciática» está ocupado por lo que se llama los «santos de
Satán» (awliyâ esh-Shaytân), que son en cierto modo lo inverso de los verdaderos santos (awliyâ er-
Rahman), y que manifiestan así la expresión más completa posible de la «espiritualidad al revés».
16
Esta conclusión extrema, bien entendido, no constituye de hecho más que un caso excepcional, que
es precisamente el de los awliyâ esh-Shaytân; para aquellos que han ido menos lejos en este sentido,
se trata solo de una vía sin salida, en la que pueden permanecer encerrados por una indefinidad
«eónica» o cíclica.
también son utilizados, aunque contra su voluntad, y aunque puedan pensar todo lo
contrario, en la realización del «plan divino en el dominio humano»; desempeñan en
él, como todos los demás seres, el papel que conviene a su propia naturaleza, pero,
en lugar de ser efectivamente conscientes de ese papel como lo son los verdaderos
iniciados, no son conscientes más que de su lado negativo e inverso; así, están
engañados ellos mismos, y de una manera que es mucho peor para ellos que la pura y
simple ignorancia de los profanos, puesto que, en lugar de dejarles en cierto modo
en el mismo punto, tiene como resultado arrojarlos siempre más lejos del centro
principal, hasta que caen finalmente en las «tinieblas exteriores». Pero, si se
consideran las cosas, no ya en relación a estos seres mismos, sino en relación al
conjunto del mundo, se debe decir que, así como todos los demás, son necesarios en
el lugar que ocupan, en tanto que elementos de este conjunto, y como instrumentos
«providenciales», se diría en lenguaje teológico, de la marcha de este mundo en su
ciclo de manifestación, ya que es así como todos los desórdenes parciales, incluso
cuando aparecen en cierto modo como el desorden por excelencia, por ello no
deben concurrir menos necesariamente al orden total.
Conversión
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XII, párrafos 1º, 2º, 3º y 4º, y nota 2.
Es la transformación interior, como lo indica por otra parte la etimología
misma de la palabra latina (de cum-vertere), que implica a la vez una «reunión» o una
concentración de las potencias del ser, y una suerte de «volvimiento» por el que este
ser pasa «del pensamiento humano a la comprensión divina».
La metanoia o la «conversión» es pues el paso consciente de la mente
entendida en su sentido ordinario e individual, y considerada como vuelta hacia las
cosas sensibles, a lo que es su transposición en un sentido superior, donde se
identifica al hêgemôn de Platón o al antaryâmî de la tradición hindú. Es evidente que
eso es una fase necesaria en todo proceso de desarrollo espiritual; es pues, insistimos
en ello, un hecho de orden puramente interior, que no tiene absolutamente nada en
común con un cambio exterior y contingente cualquiera, que depende simplemente
del dominio «moral», como se tiene muy frecuentemente tendencia a creerlo hoy día
(y, en este sentido, se llega incluso a traducir metanoia por «arrepentimiento»), o
incluso del dominio religioso y más generalmente exotérico.
El sentido vulgar de la palabra «conversión», designa únicamente el paso
exterior de una forma tradicional a otra, cualesquiera que sean las razones por las
cuales ha podido estar determinado, razones todas contingentes lo más
frecuentemente, a veces incluso desprovistas de toda importancia real, y que en todo
caso no tienen nada que ver con la pura espiritualidad.
En el fondo, no hay otra conversión realmente legítima en principio que la
que consiste en la adhesión a una tradición cualquiera, que sea por lo demás, por
parte de alguien que estaba precedentemente desprovisto de todo vínculo
tradicional.
Aquellos que, por razones de orden iniciático o esotérico, son llevados a
adoptar una forma tradicional diferente que aquella a la cual podían estar vinculados
por su origen, ya sea porque ésta no les daba ninguna posibilidad de este orden, ya
sea solo porque la otra les proporciona, incluso en su exoterismo, una base más
apropiada a su naturaleza, y por consiguiente más favorable para su trabajo espiritual.
Para quienquiera que se coloca en el punto de vista esotérico, este es un derecho
absoluto contra el cual todos los argumentos de los exoteristas nada pueden. Ahí no
hay nada que implique la atribución de una superioridad en sí misma a una forma
tradicional sobre otra, sino únicamente lo que se podría llamar una razón de
conveniencia espiritual, que es algo completamente diferente de una simple
«preferencia» individual, y al respecto de la cual todas las consideraciones exteriores
son perfectamente insignificantes.
Si ahora uno se preguntara por qué existen tales casos, responderíamos que
eso se debe sobre todo a las condiciones de la época actual, en la cual, por una parte,
algunas tradiciones, de hecho, han devenido incompletas «por arriba», es decir, en
cuanto a su lado esotérico; lado que sus representantes «oficiales» llegan a veces
incluso a negar más o menos formalmente, y, por otra parte, ocurre muy
frecuentemente que un ser nace en un medio que no es el que le conviene realmente
y el que puede permitir a sus posibilidades desarrollarse de una manera normal,
sobre todo en el orden intelectual y espiritual; es ciertamente deplorable bajo más de
un aspecto que la cosa sea así, pero son inconvenientes inevitables en la presente fase
del Kali-Yuga.
También está el caso de aquellos hombres que, llegados a un alto grado de
desarrollo espiritual, pueden adoptar exteriormente tal o cual forma tradicional
según las circunstancias y por razones cuyos únicos jueces son ellos, tanto más cuanto
que esas razones son generalmente de las que escapan forzosamente a la comprensión
de los hombres ordinarios. Por el estado espiritual que han alcanzado, esos están más
allá de todas las formas, de suerte que no se trata en eso, para ellos, más que de
apariencias exteriores, que no podrían afectar o modificar de ninguna manera su
realidad íntima. Y en este caso, sería más absurdo hablar aquí de «conversiones». De
una manera completamente general, podemos decir que quienquiera que tiene una
consciencia de la unidad de las tradiciones, ya sea por una comprensión simplemente
teórica o, con mayor razón, por una realización efectiva, es necesariamente, por eso
mismo, «inconvertible».
Corazón
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap XXXII, párrafo 6º.
Empleando aquí el simbolismo tradicional fundado sobre las
correspondencias orgánicas, se puede decir que el centro de la consciencia, debe ser
transferido entonces del «cerebro» al «corazón».
Apenas hay necesidad de recordar que el «corazón», tomado simbólicamente
para representar el centro de la individualidad humana considerada en su integridad,
es puesto siempre en correspondencia, por todas las tradiciones, con el intelecto
puro, lo que no tiene absolutamente ninguna relación con la «sentimentalidad» que
le atribuyen las concepciones profanas de los modernos.
Cosa
“Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage II (Anexos)”, cap. II, párrafo
14º.
En lo concerniente a Martinez de Pasqually, sin duda es bastante difícil saber
exactamente lo que él llamaba “la Cosa”; pero, por todas partes donde hemos visto
esta palabra empleada por él, parece que no haya querido designar así otra cosa que
sus “operaciones”, o lo que se entiende más ordinariamente por el Arte. Son los
modernos ocultistas quienes han querido ver ahí “apariciones” pura y simplemente, y
ello conforme a sus propias ideas; pero el H.·. Franz von Baader nos previene que:
“sería erróneo pensar que su física (de Martinez) se reduce a los espectros y a los
espíritus”. Había ahí, como por lo demás en el fondo de toda la Alta Masonería de
esta época, algo mucho más profundo y más verdaderamente “esotérico”, que el
conocimiento del ocultismo actual, que no basta de ningún modo para poder
penetrar.
Costumbre
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. IV, párrafo 2º, 3º, 4º, 5º y último.
El caso de las costumbres a las que es imposible asignar un origen definido,
es que dan testimonio de la pérdida del espíritu tradicional. Los hombres llegan así a
cumplir acciones por simple hábito, es decir, de una manera completamente
maquinal y sin razón válida, resultado que es tanto más penoso cuanto que esta
actitud «pasiva» les predispone a recibir toda suerte de «sugestiones» sin reaccionar;
por otra parte, los adversarios de la tradición, asimilando ésta a esas acciones
maquinales, no se privan de aprovecharse de ello para ponerla en ridículo, de suerte
que esta confusión, que en algunos no es siempre involuntaria, es utilizada para
obstaculizar toda posibilidad de restauración del espíritu tradicional.
En el mismo orden, hay también otras cosas que, aunque parecen más
inofensivas, en realidad están muy lejos de serlo enteramente: queremos hablar de
costumbres que afectan a la vida de cada individuo en particular más que a la del
conjunto de la colectividad; su papel es también asfixiar toda actividad ritual o
tradicional, substituyéndola por la preocupación, y no sería exagerado decir incluso
Cruz (La)
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XLIV, nota 3.
La razón es, sin duda, de acuerdo con la significación general del símbolo,
que éste se considera como figuración del Verbo que se expresa por los cuatro
Evangelios; es de notar que, en esta interpretación, los Evangelios deben
considerarse como correspondientes a cuatro puntos de vista (puestos
simbólicamente en relación con los “cuadrantes” del espacio), cuya reunión es
necesaria para la expresión integral del Verbo, así como las cuatro escuadras que
forman la cruz se unen por sus vértices.
Cuadrado mágico
“La Gran Tríada”, cap. XVI, , párrafos 1º, 2º, 3º, penúltimo y notas 6, 7, 8, 11 y
17.
4 9 2
3 5 7
8 1 6
doce aberturas correspondían a los doce meses del año: las de la fachada oriental a los
tres meses de primavera, las de la fachada meridional a los tres meses de verano, las
de la fachada occidental a los tres meses de otoño, y las de la fachada septentrional a
los tres meses de invierno. Estas doce aberturas formaban pues un Zodíaco;
correspondían exactamente así a las doce puertas de la «Jerusalén celeste», tal como
se describe en el Apocalipsis, y que es también a la vez el «Centro del Mundo» y una
imagen del Universo, bajo la doble relación espacial y temporal.
(Ver: Yugas).
aunque, por razones históricas que no hemos de examinar aquí, el “arte sacerdotal”
haya acabado borrándose ante el “arte real”. Las formas circular y cuadrada están
aludidas también por el compás y la escuadra, que sirven para trazarlos
respectivamente y que se asocian como símbolos de dos principios complementarios,
según efectivamente lo son el Cielo y la Tierra.
(Ver: Yugas).
Cualificaciones iniciáticas
19
Recordar la postura de ambos símbolos en los tres Grados. (Nota del compilador).
Cuarta dimensión
“Micelánea”, cap. IV Segunda parte, párrafo 15º y notas 31 y 32.
Ya que el movimiento actual supone al tiempo y su coexistencia con el
espacio, nos vemos obligados a formular la indicación siguiente: un cuerpo puede
moverse siguiendo una u otra de las tres dimensiones del espacio físico, o siguiendo
una dirección que combine estas tres dimensiones, pues, sea cual sea en efecto la
dirección (fija o variable) de su movimiento, siempre puede reducirse a un conjunto
más o menos complejo de componentes dirigidos, según los tres ejes de coordenadas
a los cuales se refiere el espacio considerado; pero, además, en todos los casos, este
cuerpo se mueve siempre necesariamente en el tiempo. Por consiguiente, éste se
entenderá como otra dimensión del espacio si se cambia la sucesión en
simultaneidad; en otras palabras, suprimir la condición temporal, equivale a añadir
una dimensión suplementaria al espacio físico, del cual el nuevo espacio así obtenido
constituye una prolongación o una extensión. Esta cuarta dimensión corresponde
entonces a la “omnipresencia” en el dominio considerado, y por medio de esta
transposición en el “no-tiempo” puede concebirse la “permanente actualidad” del
Universo manifestado; también mediante ello se explican (subrayando por otra parte
que no toda modificación es asimilable al movimiento, que no es más que una
modificación exterior de un orden especial) todos los fenómenos a los que se
considera vulgarmente como milagrosos o sobrenaturales, muy erróneamente,
puesto que pertenecen todavía al dominio de nuestra individualidad actual (en una u
otra de sus modalidades múltiples, ya que la individualidad corporal no constituye
más que una muy pequeña parte), dominio cuya concepción del “tiempo inmóvil”
nos permite englobar integralmente toda la indefinidad.
Cuaternario
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XIV, párrafos 1º y 2º.
El cuaternario se ha considerado siempre y en todas partes como el número
propio de la manifestación universal; así, la importancia particular otorgada al
cuaternario se corresponde perfectamente con la otorgada al punto de vista
“cosmológico”, mismo.
En el Islam, los cuatro términos del cuaternario fundamental se enumeran
así: 1º) el Principio designado como el-Bâri, “el Creador” (lo cual indica que no se
trata del Principio Supremo, sino solo del Ser, en tanto que principio primero de la
manifestación, que, por lo demás, es, en efecto, la Unidad metafísica); 2º) el Espíritu
universal; 3º) el Alma universal; 4º) la Hylé [‘materia’] primordial.
En el orden de las cosas manifestadas se encuentra siempre particularmente
la señal (podría decirse, en cierto modo, la “signatura”) del cuaternario: de ahí, por
ejemplo, los cuatro elementos (descontando aquí el Éter, pues no se trata sino de los
elementos “diferenciados”), los cuatro puntos cardinales (o las cuatro regiones del
espacio que les corresponden, con los cuatro “pilares” del mundo), las cuatro fases en
que todo ciclo se divide naturalmente (las edades de la vida humana, las estaciones en
el ciclo anual, las fases lunares en el ciclo mensual, etc.), y así sucesivamente; se
podría establecer de esta suerte una multitud indefinida de aplicaciones del
cuaternario, todas vinculadas entre sí por correspondencias analógicas rigurosas, pues
no son, en el fondo, sino otros tantos aspectos más o menos especiales de un mismo
“esquema” general de la Manifestación.
El cuaternario está representado geométricamente por el cuadrado, si se lo
encara en su aspecto “estático”; pero, en su aspecto “dinámico”, como es el caso aquí,
lo está por la cruz; ésta, cuando gira en torno de su centro, engendra la
circunferencia, que, con el centro, representa el denario, el cual, según antes hemos
dicho, es el ciclo numérico completo. A esto se llama la “circulatura del cuadrante”,
representación geométrica de lo que expresa aritméticamente la fórmula
1+2+3+4=10 (la Tetraktys pitagórica).
“Miscelánea”, cap. VII, párrafos 11º, 12º, 13º, 14º, 16º y 17º.
Si se considera el Ternario como manifestación de la Unidad, es necesario
Cubierto (Estar a)
20
La expresión masónica “estar a cubierto”.
esté defendido el acceso por una estructura “laberíntica”, ya de otro modo cualquiera
(como por ejemplo los “templos sin puertas” de la iniciación extremo-oriental), y
siempre considerado como imagen del centro.
Cuerpo y Espíritu
Cuestiones de gusto
“El Error Espiritista”, Segunda parte, cap. V, párrafo 1º.
No hay que discutir sobre todo lo que no es más que asunto de gusto; lo que
es absurdo, es querer persuadir a los demás de que tal apreciación vale más que la
apreciación contraria.
Curanderos
exagerar su eficacia: nos no pensamos que pueda curar, y ni siquiera aliviar, todas las
enfermedades indistintamente, y hay temperamentos que le son completamente
refractarios; además, algunas curaciones deben ponerse en la cuenta de la sugestión,
o incluso de la autosugestión, mucho más que en la del magnetismo.
Curiosidad
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. III, párrafo 2º.
Acordaremos que una cierta inquietud puede tener su lugar legítimo en el
punto de partida de toda búsqueda, como móvil incitante a esta búsqueda misma, ya
que no hay que decir que, si el hombre se encontrara satisfecho de su estado de
ignorancia, permanecería en él indefinidamente y en modo alguno buscaría salir de
ahí; así pues, valdría más dar a este tipo de inquietud mental otro nombre: la misma
no es nada más, en realidad, que «curiosidad». Pero en todo caso, llámese inquietud
o curiosidad, es algo que no podría tener ninguna razón de ser y que no podría
subsistir en modo alguno desde que la búsqueda ha llegado a su meta, es decir, desde
que se ha alcanzado el conocimiento, de cualquier orden de conocimiento que se
trate por lo demás; con mayor razón debe desaparecer necesariamente, de una
manera completa y definitiva, cuando se trata del conocimiento por excelencia, que
es el del dominio metafísico. Así pues, en la idea de una inquietud sin término, y por
consiguiente que no sirve para sacar al hombre de su ignorancia, se podría ver la
marca de una suerte de «agnosticismo», que puede ser más o menos inconsciente en
muchos de los casos, pero que por eso no es menos real.
D
Dahara
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXXIV, párrafos 2º y 3º, y
nota 5.
Pequeña cavidad del corazón -considerado, no como el órgano fisiológico,
sino como centro de la individualidad integral-, ocupada por el Éter, que se
encuentra en una estancia definida por un pequeño loto, donde se halla el centro vital
o morada de Brahma. Buscando Lo que hay en este lugar, se Le reconocerá.
El loto y la cavidad de que se trata, deben considerarse también
simbólicamente, pues no es literalmente como debe entenderse una tal
“localización”, desde el momento en que rebasa el punto de vista de la individualidad
corporal.
“En esa residencia de Brahma (es decir, en el centro vital de que tratamos)
hay un pequeño loto, una morada en la cual está una pequeña cavidad (dáhara)
ocupada por el Éter (Âkâça); ha de buscarse lo que hay en ese lugar, y se lo
conocerá”. Lo que así reside en este centro del ser no es simplemente el elemento
etéreo, principio de los otros cuatro elementos sensibles; solo podrían creerlo así
quienes se atuvieran al sentido más externo, es decir, al que se refiere únicamente al
mundo corpóreo, en el cual dicho elemento desempeña ciertamente el papel de
principio, ya que a partir de él, por diferenciación de las cualidades complementarias
(convertidas apariencialmente en opuestas en su manifestación exterior) y por
ruptura del equilibrio primordial en el que estaban contenidas en estado “indistinto”,
se han producido y desarrollado todas las cosas de este mundo. Pero en tal caso no se
trata sino de un principio relativo, como es relativo este mismo mundo, no siendo
sino un modo especial de la manifestación universal; aunque eso no quita que tal
papel del Éter, en cuanto primero de los elementos, sea lo que hace posible la
transposición que importa efectuar; todo principio relativo, por lo mismo que no
deja de ser verdaderamente principio en su orden, es una imagen natural, aunque
más lejana, y como un reflejo del Principio absoluto y supremo.
El resultado de esa búsqueda es lo que se denomina propiamente
“conocimiento del corazón” (hârda-vidyâ), y éste es al mismo tiempo el
“conocimiento de la cavidad” (dáhârda-vidyâ ), equivalencia que se manifiesta en
sánscrito por el hecho de que las palabras respectivas (hârda y dáhara [siendo â=a+a])
están formadas por las mismas letras dispuestas en orden diferente; es, en otros
términos, el conocimiento de lo más profundo e interior en el ser.
La cavidad o “caverna” del corazón, es considerada, más en particular, como
el “lugar” donde se cumple el nacimiento del Avatâra.
Los términos como “loto” o cavidad” que hemos encontrado deben también
Delta masónico
21
En las iglesias cristianas donde figura, este triángulo está situado normalmente encima del altar;
como éste se encuentra además presidido por la Cruz, el conjunto de la Cruz y del Triángulo
reproduce, de modo harto curioso, el símbolo alquímico del azufre.
22
A este respecto, y mas especialmente en conexión con el simbolismo masónico, conviene destacar
que los ojos son propiamente las “luces” que iluminan el microcosmo.
Demiurgo
Democracia
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. VI, párrafos 6º y 7º.
El argumento más decisivo contra la «democracia» se resume en pocas
palabras: lo superior no puede emanar de lo inferior, porque lo «más» no puede salir
de lo «menos»; eso es de un rigor matemático absoluto, contra el cual no podría
prevalecer nada. Importa destacar que es precisamente el mismo argumento el que,
aplicado en un orden diferente, vale también contra el «materialismo»; no hay nada
de fortuito en esta concordancia, y las dos cosas son mucho más estrechamente
solidarias de lo que podría parecer a primera vista. Es muy evidente que el pueblo no
puede conferir un poder, que él mismo no posee; el poder verdadero no puede venir
más que de lo alto, y es por lo que, lo decimos de pasada, no puede ser legitimado
sino por la sanción de algo superior al orden social, es decir, de una autoridad
espiritual; si la cosa es de un modo diferente, entonces no es más que una
falsificación de poder, un estado de hecho que es injustificable por falta de principio,
y donde no puede haber más que desorden y confusión.
Si se define la «democracia» como el gobierno del pueblo por sí mismo, en
eso hay una verdadera imposibilidad, una cosa que no puede tener siquiera una
simple existencia de hecho, tanto en nuestra época como en cualquier otra; es
menester no dejarse engañar por las palabras, y es contradictorio admitir que los
mismos hombres puedan ser a la vez gobernantes y gobernados, porque, para
emplear el lenguaje aristotélico, un mismo ser no puede estar «en acto» y «en
potencia» al mismo tiempo y bajo la misma relación. En eso hay una relación que
supone necesariamente la presencia de dos términos: no podría haber gobernados si
no hubiera gobernantes, aunque sean ilegítimos y sin otro derecho al poder que el
que se han atribuido ellos mismos; pero la gran habilidad de los dirigentes, en el
mundo moderno, es hacer creer al pueblo que se gobierna a sí mismo; y el pueblo se
deja persuadir de ello tanto más voluntariamente cuanto más halagado se siente por
eso y cuanto más incapaz es de reflexionar lo bastante para ver lo imposible que es
eso. Es para crear esta ilusión por lo que se ha inventado el «sufragio universal». Es la
opinión de la mayoría lo que se supone que hace la ley; pero aquello de lo que nadie
se da cuenta, es de que la opinión es algo que se puede dirigir y modificar muy
fácilmente; con la ayuda de sugestiones apropiadas, siempre se pueden provocar en
ella corrientes que vayan en tal o cual sentido determinado; no sabemos tampoco
quien ha hablado de «fabricar la opinión», y esta expresión es completamente justa,
aunque sea menester decir, por lo demás, que no son siempre los dirigentes
aparentes quienes tienen en realidad a su disposición los medios necesarios para
obtener este resultado. Esta última precisión da sin duda la razón por la cual la
incompetencia de los políticos más «visibles» parece no tener más que una
importancia muy relativa; pero, como aquí no se trata de desmontar los engranajes
de lo que se podría llamar la «máquina de gobernar», nos limitaremos a señalar que
esta incompetencia misma ofrece la ventaja de mantener la ilusión de la que
acabamos de hablar: en efecto, es solo en estas condiciones como los políticos en
cuestión pueden aparecer como la emanación de la mayoría, puesto que son así a su
imagen, ya que la mayoría, sobre no importa cuál tema que se la llame a dar su
opinión, está siempre constituida por los incompetentes, cuyo número es
incomparablemente más grande que el de los hombres que son capaces de
pronunciarse en perfecto conocimiento de causa.
Denario
Descartes
Despertar de recuerdos
casos, al menos entre aquellos donde los lugares reconocidos no evocan la idea de un
acontecimiento preciso. Estos fenómenos, que se pueden relacionar con la clase de
los sueños llamados «premonitorios», están lejos de ser raros, pero aquellos a
quienes les ocurren evitan lo más frecuentemente hablar de ello por temor a pasar
por «alucinados» (una palabra de la que se abusa y que jamás explica nada en el
fondo), y se podría decir otro tanto de los hechos de «telepatía» y otros del mismo
género; estos hechos ponen en juego algunos prolongamientos obscuros de la
individualidad, pertenecientes al dominio de la «subconsciencia», y cuya existencia se
explica más fácilmente de lo que se podría creer. En efecto, un ser cualquiera debe
llevar en sí mismo algunas virtualidades que sean como el germen de todos los
acontecimientos que le ocurrirán, ya que estos acontecimientos, en tanto que
representan estados secundarios o modificaciones de sí mismo, deben tener en su
propia naturaleza su principio o su razón de ser.
Si se dice que hay acontecimientos que no tienen más que un carácter
puramente accidental, replicaremos que esta manera de ver implica la creencia en el
azar, que no es otra cosa que la negación del principio de razón suficiente. Se
reconoce sin dificultad que todo acontecimiento pasado que ha afectado a un ser por
poco que sea debe dejar en él alguna huella, incluso orgánica (se sabe que algunos
psicólogos querrían explicar la memoria por un supuesto «mecanismo» fisiológico),
pero, bajo esta relación, apenas se puede concebir que haya una suerte de
paralelismo entre el pasado y el futuro; eso se debe simplemente a que uno no se da
cuenta de la relatividad de la condición temporal. A este respecto, habría que
exponer toda una teoría, que podría dar lugar a largos desarrollos; pero nos basta
haber señalado que en eso hay posibilidades que no deberían ser desdeñadas, aunque
se pueda sentir alguna molestia en hacerlas entrar en los cuadros de la ciencia
ordinaria, que no se aplican más que a una porción muy pequeña de la individualidad
humana y del mundo donde se despliega; ¿qué sería pues si tratara de rebasar el
dominio de esta individualidad?
En lo que concierne a los casos que no pueden explicarse de la manera
precedente, son sobre todo aquellos donde la persona que reconoce un lugar donde
no había estado jamás, tiene al mismo tiempo la idea más o menos clara de que ya ha
vivido allí, o de que allí le ha ocurrido tal o cual acontecimiento, o también de que ha
muerto allí (lo más frecuentemente de muerte violenta); ahora bien, en los casos
donde se ha podido proceder a algunas verificaciones, se ha podido constatar que lo
que esta persona cree que le ha ocurrido así a ella misma, le ha ocurrido
efectivamente en ese lugar a uno de su antepasados más o menos lejanos. Hay ahí un
ejemplo muy claro de esa transmisión hereditaria de elementos psíquicos de la que
hemos hablado; se podrían designar los hechos de este género bajo el nombre de
«memoria ancestral», y los elementos que se transmiten así son en efecto, en una
buena parte, del orden de la memoria. Lo que es singular a primera vista, es que esta
memoria puede no manifestarse sino después de varias generaciones; pero se sabe
que es exactamente la misma cosa para las semejanzas corporales, y también para
algunas enfermedades hereditarias. Se puede admitir muy bien que, durante todo el
colocar al sujeto en las condiciones requeridas para realizar las experiencias de que
hablamos, al menos en cuanto a su primera parte, la que se refiere a los
acontecimientos en los que ha tomado realmente parte o asistido en una época más o
menos remota. Únicamente, lo que contribuye a ilusionar al experimentador, es que
las cosas se complican por una suerte de «sueño en acción», del género de los que
han hecho dar al sonambulismo su denominación: por poco que esté suficientemente
entrenado, el sujeto, en lugar de contar simplemente sus recuerdos, llegará a
representarlos, como representará también todo lo que se le quiera sugerir, ya sean
sentimientos o impresiones.
del ser humano; la única diferencia, es que, en el estado hipnótico, la consciencia del
sujeto se encuentra en comunicación con otra consciencia individual, la del
experimentador, y que puede asimilarse los elementos que están contenidos en ésta,
al menos en una cierta medida, como si no constituyeran más que uno de sus propios
prolongamientos. Por eso es por lo que el hipnotizador puede proporcionar al sujeto
algunos de los datos que éste utilizará en su sueño, datos que pueden ser imágenes,
representaciones más o menos complejas, así como eso tiene lugar en las
experiencias más ordinarias, y que pueden ser también ideas, teorías cualesquiera,
tales como la hipótesis re-encarnacionistas, ideas que el sujeto se apresura a traducir
igualmente en representaciones imaginativas; y eso sin que el hipnotizador tenga
necesidad de formular verbalmente esas sugestiones, y sin que sean siquiera queridas
por su parte. Así pues, a un sueño provocado, estado en todo semejante a esos en los
que se hace nacer en un sujeto, por sugestiones apropiadas, percepciones parcial o
totalmente imaginarias, pero con la única diferencia de que aquí el experimentador
es él mismo engañado por su propia sugestión y toma las creaciones mentales del
sujeto por «despertares de recuerdos», e incluso por un retorno real al pasado, he
aquí a lo que se reduce finalmente la pretendida «exploración de las vidas sucesivas»,
la única «prueba experimental» propiamente dicha que los re-encarnacionistas hayan
podido aportar en favor de su teoría.
Destino
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. VII, nota 22.
Designa la verdadera razón de ser de todas las cosas. Es pues, el Principio
por el cual todos los seres tienen, en él, su razón suficiente.
la «Vía de los Ancestros» (pitriyâna). Estos dos itinerarios simbólicos están resumidos
en el pasaje siguiente de la Bhagavad-Gîtâ: «Yo voy a enseñarte, oh Bhârata, en cuáles
momentos aquellos que tienden a la Unión (sin haberla realizado efectivamente)
abandonan la existencia manifestada, ya sea sin retorno, ya sea para volver a ella de
nuevo. Fuego, luz, día, luna creciente, semestre ascendente del Sol hacia el Norte, es
bajo estos signos luminosos como van a Brahma los hombres que conocen a Brahma.
Humo, noche, luna decreciente, semestre descendente del Sol hacia el Sur, es bajo
estos signos de sombra como van a la Esfera de la Luna (literalmente: “alcanzan la luz
lunar”) para volver de nuevo a continuación (a nuevos estados de manifestación).
Estás son las dos Vías permanentes, una clara, la otra obscura, del mundo
manifestado (jagat); por una no hay retorno (de lo no manifestado a lo manifestado);
por la otra se vuelve de nuevo atrás (a la manifestación)».
Devenir
Diablo
Dialéctica
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. II, párrafo 4º y nota 5.
La dialéctica no es en suma nada más que la puesta en obra o la aplicación
práctica de la lógica. Entiéndase bien que tomamos la palabra «dialéctica» en su
sentido original, el que tenía por ejemplo para Platón y para Aristóteles, sin tener
que preocuparnos en modo alguno de las acepciones especiales que se le han dado
con frecuencia actualmente, y que se derivan todas más o menos directamente de la
filosofía de Hegel.
Diluvio
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XIX, párrafo 6º.
Si uno no toma al «diluvio» bíblico, más que en el sentido más
inmediatamente literal, se está refiriendo al cataclismo de la Atlántida.
Dios
Discusión
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap XXXIV, párrafo 1º.
Todo lo que depende del conocimiento iniciático no podría ser de ninguna
manera el objeto de discusiones cualesquiera, y que, por lo demás, en general, la
discusión es, si puede decirse, un procedimiento profano por excelencia.
Doctrina
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XLV, párrafo5º.
No es posible establecer una distinción absolutamente clara, y todavía menos
una separación, entre lo que depende de los Ritos y lo que depende de la doctrina, y,
por consiguiente, entre el cumplimiento de aquellos y la enseñanza de ésta, que,
incluso si constituyen exteriormente dos funciones diferentes, no obstante son de la
misma naturaleza en el fondo. El Rito conlleva siempre una enseñanza en sí mismo, y
la doctrina, en razón de su carácter «no humano» (que, lo recordamos, se traduce
muy particularmente por la forma propiamente simbólica de su expresión), lleva
también en sí misma la influencia espiritual, de suerte que no son verdaderamente
más que dos aspectos complementarios de una única y misma realidad.
Dominios
[Ver: Manifestación (Modos de): Grados, Estados, Modalidades, Condiciones y
Dominios]
Don de Lenguas
central desde donde han emanado, la verdad, una, que se oculta bajo la diversidad y
la multiplicidad de las formas exteriores.
Es así como, para retomar siempre el mismo simbolismo, puesto que ya no
están obligados a hablar una lengua determinada, pueden hablarlas todas, porque han
tomado conocimiento del principio mismo del que todas las lenguas se derivan por
adaptación; lo que llamamos aquí las lenguas, son todas las formas tradicionales,
religiosas u otras, que no son, en efecto, más que adaptaciones de la gran Tradición
Primordial y Universal, vestiduras diversas de la única verdad.
Aquellos que han rebasado todas las formas particulares y han llegado a la
universalidad, y que «saben», así, lo que los demás sólo «creen», son necesariamente
«ortodoxos» al respecto de toda tradición regular; y, al mismo tiempo, son los
únicos que puedan llamarse plena y efectivamente «católicos», en el sentido
rigurosamente etimológico de esta palabra, mientras que los demás no pueden serlo
nunca, más que virtualmente, por una suerte de aspiración que todavía no ha
realizado su objeto, o de movimiento que, aunque está dirigido hacia el centro, no ha
llegado a alcanzarle realmente.
Si se comprenden estas pocas indicaciones, se comprenderá al mismo tiempo
por qué los verdaderos Rosa-Cruz no han podido constituir nunca nada que se
parezca de cerca o de lejos a una «sociedad», y ni siquiera a una organización exterior
cualquiera; así como lo hacen todavía en Oriente, y sobre todo en extremo oriente,
iniciados de un grado comparable al suyo, han podido inspirar sin duda, más o menos
directamente, y en cierto modo invisiblemente, organizaciones exteriores formadas
temporalmente en vista de tal o cual cometido especial y definido; pero, aunque
estas organizaciones puedan llamarse por esta razón «rosacrucianas», ellos mismos no
se ligaban a ellas, y, salvo quizás en algunos casos completamente excepcionales, no
desempeñaba en ellas ningún papel aparente. Lo que se ha llamado los Rosa-Cruz en
occidente a partir del siglo XIV, y que ha recibido otras denominaciones en otros
tiempos y en otros lugares, porque el nombre no tiene aquí más que un valor
puramente simbólico y debe adaptarse, él mismo, a las circunstancias, no es una
asociación cualquiera, es la colectividad de los seres que han llegado a un mismo
estado superior al de la humanidad ordinaria, a un mismo grado de iniciación
efectiva, uno de cuyos aspectos esenciales acabamos de indicar, y que poseen
también los mismos caracteres interiores, lo que les basta para reconocerse entre sí,
sin tener necesidad para eso de ningún signo exterior. Por eso es por lo que no
tienen otro lugar de reunión que el «Templo del Espíritu Santo, que está por todas
partes», de suerte que las descripciones que a veces se han dado de ellos no pueden
ser entendidas más que simbólicamente; y es también por lo que permanecen
necesariamente desconocidos por los profanos entre los que viven, exteriormente
semejantes a ellos, aunque enteramente diferentes de ellos en realidad, porque sus
únicos signos distintivos son puramente interiores y no pueden ser percibidos más
que por aquellos que han alcanzado el mismo desarrollo espiritual, de suerte que su
influencia, que está vinculada más bien a una «acción de presencia» que a una
actividad exterior cualquiera, se ejerce por vías que son totalmente incomprensibles
Dualidad y dualismo
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXX, nota 1.
Como hay errores de lenguaje que se producen bastante frecuentemente y
que no dejan de tener graves inconvenientes, no es inútil precisar que «dualidad» y
«dualismo» son dos cosas completamente diferentes: el dualismo (del que la
concepción cartesiana del «espíritu» y de la «materia» es uno de los ejemplos más
conocidos) consiste propiamente en considerar una dualidad como irreductible y en
no considerar nada más allá, lo que implica la negación del principio común del que,
en realidad, los dos términos de esta dualidad proceden por «polarización».
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XL, párrafo 3º.
El dualismo, bajo una forma o bajo otra, es el hecho de todos aquellos cuyo
horizonte se detiene en ciertos límites, aunque sean los del mundo manifestado
entero, y que, al no poder resolver así, reduciéndola a un principio superior, la
dualidad que constatan en todas las cosas en el interior de esos límites, la creen
verdaderamente irreductible y son llevados por eso mismo a la negación de la Unidad
suprema, que para ellos es efectivamente como si no existiera.
E
Edad sombría (Kali-Yuga)
Edificio
Efectivo y virtual
Eje Principial
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. VI, párrafo 2º.
Es este Eje vertical que relaciona a todos los estado del Ser, atravesándolos
en sus centros respectivos. Es el lugar de la Manifestación que la Tradición Extremo-
Oriental denomina “Actividad del Cielo”, que es precisamente la actividad “no
actuante” de Purusha por la que se determinan, en Prakriti, las producciones que
corresponden a todas las posibilidades de Manifestación.
Êkâgratâ
Él (“Nombre de Dios”)
(Ver: Iod).
“Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage I”, cap. V, párrafos 4º, 7º, 8º,
9º y último.
Los mismos Elegidos Cohen, cuya iniciación parece haber permanecido mas
bien incompleta en muchos aspectos, por nuestra parte consideramos que, al
parecer, se trataba de un ritual de “magia ceremonial” con pretensiones de teúrgia, lo
cual dejaba la puerta abierta a más de una ilusión; y la importancia que se atribuía a
simples manifestaciones “fenoménicas”, porque lo que Martines llamaba “pases”, no
eran otra cosa, prueba efectivamente que la esfera de la ilusión no había sido dejada
atrás. Lo más peligroso de este asunto, nos parece, reside en que el fundador de los
Elegidos Cohen, haya podido creerse dueño de conocimientos trascendentales,
cuando en realidad se trataba solamente de conocimientos que, aunque fueran reales,
revestían características relativamente secundarias.
Por otra parte hay que puntualizar que lo que Martines llama “reintegración”
no sobrepasa las posibilidades del ser humano individual, lo cual es evidente para el
autor, pero se podrían haber extraído consecuencias muy importantes sobre las
limitaciones de las enseñanzas que el jefe de los Elegidos Cohen podía trasmitir a sus
discípulos, y en consecuencia del grado de “realización” a la que podía llegar a
conducirlos.
Es indudable que la forma con la que Martines ha revestido su enseñanza, es
de inspiración propiamente judaica, lo que no implica necesariamente que él tuviera
un origen judío (éste es uno de los puntos que no ha sido suficientemente aclarado
todavía), ni tampoco que no haya sido sinceramente cristiano.
La Orden de los Elegidos Cohen, cuya existencia efectiva fue más bien
breve, y a la exposición de lo que se conoce de los rituales de sus diferentes grados,
no parecen haber sido nunca completamente terminados y “puestos a punto”, ni
tampoco se debe catalogar de alguna manera como una simple máscara, aquel
carácter masónico que Martines otorgó a los Elegidos Cohen.
Queremos solamente llamar la atención más especialmente sobre la
denominación de “Réau-Croix” dada por Martines al grado más elevado de su
“régimen”. En la intención de Martines, el “Réau-Croix” debía ser, al contrario, el
verdadero “Rosa-Cruz”, mientras que el grado que llevaba tal denominación en la
Masonería ordinaria, era nada más que “apócrifo”, siguiendo una expresión que
utilizaba frecuentemente. Pero ¿de dónde proviene éste tan extravagante de “Réau-
Croix”, y cuál puede ser su significado? Según Martines el verdadero nombre de
Adán era “Roux” (pelirrojo) en lengua vulgar y “Réau” en hebreo, que significaba
“Hombre-Dios muy fuerte en sabiduría, virtud y potencia”, interpretación que a
primera vista al menos parece de fábula. La verdad es que Adam significa de hecho y
literalmente “rojo”: Adamah es la arcilla roja, y Damah es la sangre, que es igualmente
roja. Edom, nombre que se le dio a Esaú, también tiene el sentido de “rojo”
(pelirrojo). Este color es frecuentemente tomado como símbolo de fuerza o
potencia, lo que justifica en parte la explicación de Martines. Por lo que hace a la
forma “Réau” con toda seguridad no tiene nada de hebraico, pero pensamos que hay
que ver allí una asimilación fonética con la palabra Roeh “vidente”, que fue la primera
denominación de los profetas, y cuyo verdadero sentido es en todo comparable con
el del sánscrito rishi. Como ya indicamos en varias oportunidades, este tipo de
simbolismo fonético no tiene nada de excepcional, y no sería de extrañar que
Martines se hubiera servido del mismo para aludir a una de las principales
características inherentes al “estado edénico”, y, consecuentemente, para significar la
posesión de dicho estado. Si es así, la expresión “Réau-Croix”, con el agregado de la
Cruz del “Reparador” al primer nombre “Réau”, indica, en el lenguaje utilizado en el
Tratado de la Reintegración de los Seres, “el menor restablecido en sus prerrogativas”,
vale decir, el “hombre regenerado”, quien efectivamente es el “segundo Adán” de San
Pablo, y que también es el verdadero “Rosa-Cruz”23. En realidad no se trata entonces
de una imitación del término “Rosa-Cruz”, del que por otra parte hubiera sido
mucho más sencillo apropiarse lisa y llanamente como tantos otros hicieron, sino de
una de las numerosas interpretaciones o adaptaciones a los que éste puede dar
legítimamente. Lo que naturalmente no quiere decir que las pretensiones de
Martines en lo que se refiere a los efectos reales de su “ordenación de Réau-Croix”
estuvieran plenamente justificadas.
Como conclusión puede deducirse que no existe oposición alguna entre
exoterismo y esoterismo, sólo hay una superposición de éste sobre aquél, siendo el
esoterismo el que confiere a las verdades expresadas de forma más o menos velada
por el exoterismo, la plenitud de su sentido superior y profundo.
23
La Cruz es además, por sí misma, el símbolo del “Hombre Universal”, y podemos decir que
representa la forma misma del hombre reintegrado en su centro original, de donde ha sido separado
por la “caída”, o, según el vocabulario de Martines, por la “prevaricación”.
quien lo lleve esté exento de toda subordinación. Entre los mismos Elegidos Cohen,
los “Réaux-Croix” también se calificaban como “Soberanos”, y Martines era “Gran
Soberano” o “Soberano de los Soberanos” porque su jurisdicción se extendía sobre
todos los demás. Por otra parte, la mejor prueba de lo que acabamos de decir se
encuentra en este pasaje de una carta de Martines a Willermoz, fechada el 12 de
septiembre de 1768: “La apertura de las circunferencias que realicé el 12 de septiembre
pasado, fue al solo efecto de abrir la operación de los equinoccios prescritos, para no faltar a mi
obligación espiritual y temporal. Quedan abiertos hasta los solsticios, y controlados por mí, a
fin de estar preparado a operar y rezar en favor de la salud y tranquilidad de ánimo y espíritu
de ese jefe principal, que os es tan desconocido a vos como a todos vuestros hermanos Réaux-
Croix, y que yo debo callar hasta que él mismo se haga conocer. No temo ningún
acontecimiento negativo, ni para mí en particular, ni para la Orden en general, por lo mucho
que la Orden perdería si tuviera que perder a un jefe así. No os puedo hablar sobre este tema
sino alegóricamente”. Luego, Martines, según sus propias declaraciones, no era de
ningún modo el “jefe principal” de la Orden de los Elegidos Cohen; pero como
vemos a Martines constituir personalmente y bajo nuestros ojos a la Orden, dicho
jefe no podría ser más que él o los jefes de la organización inspiradora de la nueva
formación. ¿Y acaso el temor de Martines no sería el de que, de desaparecer ese
personaje, se interrumpieran prematuramente ciertas comunicaciones? Por otra
parte, es muy evidente que la forma en que es presentado sólo puede aplicarse a un
hombre vivo, y no a una entidad más o menos fantasmagórica. Lo que decimos no es
nada superfluo, conociendo la manera en que los ocultistas han difundido tantas otras
ideas extravagantes parecidas a ésta.
Si es exacto lo que dijimos del origen sefardí de la iniciación de Martines, tal
sede podría perfectamente ubicarse en África del Norte, y en realidad ésta es la
hipótesis más verosímil. Pero, en tal caso, es claro que no podría tratarse de una
organización masónica, y que no es por ese lado, donde debe buscarse la “potencia”
que había revestido a Martines como “Soberano Réaux”, para una región que
coincidía con el área de influencia de la Masonería en su conjunto, lo que justificaba,
por otra parte, la fundación realizada por él, bajo la especial forma de un “régimen”
de altos grados, de la Orden de los Elegidos Cohen.
No puede negarse que el fin de esta Orden sea menos oscuro que sus
comienzos. Los dos sucesores de Martines no ejercieron por mucho tiempo la
función de “Gran Soberano”, pues el primero, Caignet de Lestère, murió en 1778,
cuatro años después que Martines, y el segundo, Sébastien de Las Casas, se retiró dos
años después, en 1780. ¿Qué subsistió después como organización regularmente
constituida? Parece ser que, efectivamente, no se conservó demasiado, y que en
algunos “Templos” se mantuvieron hasta un poco más allá de 1780, sin tardar en
cesar toda actividad. En cuanto a la designación de otro “Gran Soberano” tras el
retiro de Sébastien de Las Casas, no se la menciona en ninguna parte. Sin embargo,
hay una carta de Bacon de La Chevalerie, del 26 de enero de 1807, que habla del
“silencio absoluto de los Elegidos Cohen, que actúan siempre con la mayor reserva
ejecutando órdenes supremas del Soberano Maestro, el G .·. Z .·. W .·. J .·.. Pero
Élite
“La Crisis del Mundo Moderno”, Algunas Conclusiones, dos últimos párrafos.
Ahora debemos hacer oír también una advertencia a aquellos que, por su
aptitud para una comprensión superior, si no por el grado de conocimiento que han
alcanzado efectivamente, parecen destinados a devenir elementos de la élite posible.
Emanación
otra que la precedente, no es menos decisiva: si los seres salieran del Ser para
manifestarse, no podría decirse que son realmente seres, y estarían propiamente
desprovistos de toda existencia, pues la existencia, bajo cualquier modo que sea, no
puede ser otra cosa que una participación del Ser; esta consecuencia, además de que
es visiblemente absurda en sí misma como en el otro caso, es contradictoria con la
idea misma de manifestación.
Encantamiento
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XX, último párrafo y nota 13.
Aspiración del ser hacia lo universal.
Encuadres
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXVI, último párrafo.
Un ejemplo notable, desde el punto de vista del simbolismo de los
“encuadres”, está dado por ciertos caracteres chinos, que se referían primitivamente
Error
Erudición
(Ver: Especialización y erudición).
Escala de Jacob
del cual debe efectuarse el ascenso. Aun suponiendo que la escala se prolongue
subterráneamente para comprender la totalidad de los mundos -como debe hacerlo
en realidad-, su parte inferior sería en tal caso invisible, como lo es, para los seres
llegados a una “caverna” situada en determinado nivel, toda la parte del árbol Central
que se extiende por debajo de ella; en otros términos, como los peldaños inferiores
ya se han recorrido, no cabe considerarlos efectivamente en lo que concierne a la
realización ulterior del ser, en la cual no podrá intervenir sino el recorrido de los
peldaños superiores.
Por eso, sobre todo cuando la escala se emplea como elemento de ciertos
Ritos iniciáticos, sus peldaños se consideran expresamente como representación de
los diversos cielos, es decir, de los estados superiores del ser; así, especialmente, en
los misterios de Mithra, la escala tenía siete peldaños puestos en relación con los siete
planetas, y, según se dice, hechos de los metales correspondientes respectivamente a
aquellos; el recorrido de tales peldaños, figuraba el de otros tantos grados sucesivos
de iniciación. Esta escala de siete peldaños se encuentra también en ciertas
organizaciones iniciáticas medievales, de donde pasó sin duda, más o menos
directamente, a los altos grados de la masonería escocesa, según lo hemos señalado al
hablar de Dante; aquí los peldaños están referidos a otras tantas “ciencias”, pero esto
no implica en el fondo diferencia alguna, ya que, según Dante mismo, esas “ciencias”
se identifican con los “cielos”. Es evidente que, para corresponder así a estados
superiores y a grados de iniciación, esas ciencias no podían ser sino ciencias
tradicionales entendidas en su sentido más profundo y más propiamente esotérico, y
ello inclusive para aquellas cuyos nombres, para los modernos, no designan ya, en
virtud de la degradación a que hemos aludido repetidamente, sino ciencias o artes
profanas, es decir algo que, con relación a aquellas verdaderas ciencias, no es en
realidad nada más que una cascara huera y un “residuo” privado de vida.
Escala doble
Escala en espiral
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LIV, último párrafo.
Es un simbolismo que se encuentra también en ciertos rituales iniciáticos: el
ascenso de una escalera en espiral; en este caso se trata, podría decirse, de una
ascensión menos directa, puesto que, en vez de realizarse verticalmente según la
dirección del eje mismo, se realiza según las vueltas de la hélice que se enrolla en
torno del eje, de modo que su avance aparece más como “periférico” que como
“central”; pero, en principio, el resultado final debe ser no obstante el mismo, pues
se trata siempre de una subida a través de la jerarquía de los estados del ser, y las
espiras sucesivas de la hélice son también, según lo hemos explicado ampliamente en
otra ocasión, una representación exacta de los grados de la Existencia Universal.
tipo.
Respecto del caso de Saint-Martin, nos demoraremos un poco, aunque no sea
más que por el hecho de todo lo que se pretende derivar de él en nuestra época. La
verdad es que si Saint-Martin abandonó todos los ritos masónicos que había
practicado, incluso el de los Elegidos Cohen, fue para adoptar una actitud
exclusivamente mística y, por tanto, incompatible con la perspectiva iniciática y que,
en consecuencia, no fue sin duda para fundar a su vez una nueva orden. En efecto, el
nombre de “Martinismo”, de aplicación exclusiva en el mundo profano, no se
aplicaba sino a las doctrinas particulares de Saint-Martin y de sus adherentes, ya en
relación directa con él o no. Lo más significativo es que el mismo Saint-Martin llegó
a denominar “martinistas”, no sin un dejo irónico, a los simples lectores de sus obras.
Pese a todo, parecería que alguno de sus discípulos ha recibido individualmente
cierto “depósito” de su parte, que por otro lado, a decir verdad, estaba constituido
solamente por “dos letras y algunos puntos”, y tal es la transmisión que se habría
verificado en los comienzos del “martinismo” moderno. Pero, y aunque la cosa fuera
real, ¿cómo una transmisión de este tipo, efectuada al margen de todo rito, puede
representar una iniciación cualquiera? Las dos letras en cuestión son las iniciales S. I.,
las que, cualquiera sea la interpretación que se les asigne (y las interpretaciones son
muchas), parecen haber ejercido una verdadera fascinación sobre algunos; pero, en
el caso que nos ocupa ¿de dónde podrían provenir? Con toda seguridad, no se trata
de una reminiscencia de los “Superiores Incógnitos” de la Estricta Observancia.
Además, no es necesario ir a buscar tan lejos cuando algunos Elegidos Cohen usaban
estas iniciales en su propia firma. Van Rijnberk formula al respecto una hipótesis muy
plausible, según la cual habrían sido el signo distintivo del “Soberano Tribunal”
encargado de la administración de la Orden (y del cual formaban parte el mismo
Saint-Martin y también Willermoz), por lo que no habría significado un grado sino
una función.
Sin embargo, en estas condiciones, podría parecer extraño que Saint-Martin
haya elegido tales iniciales en vez de, por ejemplo, R. C., a menos que no hubieran
contenido por sí algún significado simbólico propio, de donde en definitiva
derivarían sus diferentes usos. Como quiera que sea, es un hecho curioso, que
demuestra que efectivamente Saint-Martin les atribuía cierta importancia, y es que
en su Crocodile formó con esas iniciales la denominación de una imaginaria “Sociedad
de los Independientes”, que por otra parte no es verdaderamente una sociedad ni
tampoco una organización cualquiera, sino una especia de comunidad mística
presidida por Madame Jof, es decir, por la Fe personificada.
Estas últimas observaciones harán comprender sin duda porqué estamos muy
lejos de compartir las opiniones demasiado “optimistas” de van Rijnberk cuando,
preguntándose si la Orden de los Elegidos Cohen “pertenece completa y
exclusivamente al pasado”, se inclina por la negativa, aún reconociendo la ausencia de
toda filiación directa, que es lo único que debe considerarse en el dominio iniciático.
El Régimen Escocés Rectificado sigue de todas maneras existiendo a pesar de lo que
estamos diciendo. Y en cuanto al “Martinismo” moderno, podemos asegurar que
tiene muy poco que ver con Saint-Martin, y absolutamente nada con Martines y los
Elegidos Cohen.
Escrituras Sagradas
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXII, nota 6.
Recordemos la correspondencia de los diversos grados del conocimiento,
con los sentidos más o menos “interiores” de las Escrituras sagradas; es evidente que
se trata de algo sin nada en común con el saber enteramente externo, que es todo lo
que puede dar el estudio de una lengua profana, e inclusive, agregaremos, el de una
lengua sagrada por procedimientos tales como los de los lingüistas modernos.
Escuadra y Compás
Esencia y Substancia
“Miscelánea”, cap. IV de la Segunda Parte, párrafo 19º.
El punto de vista dinámico, activo o directo, corresponde a la esencia, y el
punto de vista estático, pasivo o reflejo, corresponde a la substancia; pero, por
supuesto, la consideración de ambos puntos de vista (complementarios uno del otro)
en otra modalidad de la manifestación, en nada altera la unidad del punto principial
(al igual que tampoco el Ser del cual es el símbolo), y esto permite concebir
claramente la identidad fundamental de la esencia y la substancia, que son, como
hemos indicado en un principio, los dos polos de la manifestación universal.
Esfera
Esfera y cubo
Esfera de la Luna
Esoterismo
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XI penúltimo párrafo.
El esoterismo, por definición no se dirige más que a la élite.
Esoterismo católico
24
Así, en geometría plana, el centro único del círculo, al desdoblarse, origina los dos focos de una
elipse; el mismo desdoblamiento está también figurado con toda nitidez en el símbolo extremo-
oriental del Yin-Yang, que tampoco carece de relación con el del “Huevo del Mundo”.
Espacio sagrado
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XXIV, última nota.
Dicen que los verdaderos Rosa-Cruz, se reúnen en el “Templo del Espíritu
Santo”, que está en todas partes”.
Espacio-Tiempo
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. XXX, nota 1.
Mientras que la extensión se considera habitualmente como una
particularización del espacio, la relación del tiempo y de la duración se considera a
veces en un sentido opuesto; en efecto, según algunas concepciones, y
concretamente la de los filósofos escolásticos, el tiempo no es más que un modo
particular de la duración; pero esto, que es por lo demás perfectamente aceptable, se
vincula a consideraciones que son extrañas a nuestro tema. Todo lo que podemos
decir a este respecto, es que el término «duración» se toma entonces para designar
generalmente todo modo de sucesión, es decir, en suma toda condición que, en
otros estados de existencia, puede corresponder analógicamente a lo que es el
tiempo en el estado humano; pero el empleo de este término se arriesga quizás a dar
lugar a algunas confusiones.
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. V, párrafos 3º y 4º.
No hay más tiempo que espacio fuera de nuestro mundo, y, en éste, el
tiempo realizado contiene siempre acontecimientos, así como el espacio realizado
contiene siempre cuerpos. Es evidente que las épocas del tiempo están diferenciadas
cualitativamente por los acontecimientos que se desarrollan en ellas, del mismo
modo que las porciones del espacio lo están por los cuerpos que contienen.
La naturaleza esencial de los acontecimientos aparece como mucho más
estrictamente ligada al tiempo de lo que lo está la de los cuerpos al espacio, lo que
confirma todavía que el tiempo debe tener en sí mismo un carácter más ampliamente
cualitativo.
espacio ni en el tiempo.
25
Esta supresión de la concepción temporal es por lo demás posible, pero no en los casos que
consideramos aquí, puesto que esos casos suponen siempre el tiempo; y, hablando además de la
concepción del “eterno presente”, hemos tenido buen cuidado en señalar que no puede tener nada en
común con un retorno al pasado o un transporte al porvenir, puesto que suprime precisamente le
pasado y el porvenir, liberándonos del punto de vista de la sucesión, es decir, de lo que consuma para
nuestro ser actual toda la realidad de la condición temporal.
Espada
Especialización y erudición
Especie
Espiritismo (Fenómenos)
Espiritismo (Posibilidades)
Espiritismo (Fuerzas)
Espiritismo (Comunicación)
26
Hemos supuesto aquí que el ser no humano está en un estado todavía individual; si estuviera en un
estado supra-individual, aunque todavía condicionado, bastaría que el vivo alcanzara el mismo estado,
pero entonces las condiciones serían tales que apenas se podría hablar ya de comunicación, en un
sentido análogo a la acepción humana, como tampoco se puede cuando se trata del estado
incondicionado.
Espiritismo (Peligros)
Espiritismo (Conclusión)
Estado
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. VI, párrafo 10º.
El Estado concebido a la manera moderna, es una simple representación de
la masa, donde no se refleja ningún principio superior.
Estado Primordial
Estado de un ser
Estados supra-individuales
diferentes a las del estado humano. Lo que está superado es el mundo de las formas,
que comprende todos los estados individuales, ya que la forma es la condición común
a ellos, aquella por la que se define la individualidad como tal. El ser, al que ya no
puede llamarse humano, ha salido ya de la “corriente de las formas”.
Existen en los estados supra-individuales, subdivisiones que van desde la
obtención de estados que, aunque a-formales, pertenecen todavía a la existencia
manifestada, hasta el grado de universalidad, que es el del ser puro. Sin embargo
siguen siendo relativos, incluso el más alto de ellos, pues la plena realización se
alcanza más allá del Ser, estado absolutamente incondicionado y libre de toda
limitación.
ser; y esto debe entenderse, no sólo de los estados manifestados, individuales como
el estado humano o supra-individuales -es decir, en otros términos, formales o
informales-, sino también, aunque la palabra «existir» deviene entonces impropia, de
los estados no manifestados, que comprenden todas las posibilidades que, por su
naturaleza misma, no son susceptibles de ninguna manifestación, al mismo tiempo
que las posibilidades de manifestación mismas en modo principial; pero este «Sí
mismo» no es sino por sí mismo, puesto que no tiene y no puede tener, en la unidad
total e indivisible de su naturaleza íntima, ningún principio que le sea exterior.
Estatua de sal
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXII, párrafo 2º y nota 10.
Puede observarse que el doble sentido simbólico del puente, resulta también
de que se lo puede recorrer en las dos direcciones opuestas, aunque deba serlo, sin
embargo, sólo en una, en aquella que va de “esta ribera” a “la otra ribera”, pues todo
retroceso constituye un peligro de evitar27, salvo en el caso único del ser que,
liberado ya de la existencia condicionada, puede en adelante “moverse a voluntad” a
través de todos los mundos, y para el cual tal retroceso no es, por lo demás, sino una
apariencia ilusoria.
Éter
(Ver: Vacío universal).
Estética
27
De ahí las alusiones, tan frecuentes en los mitos y las leyendas de toda procedencia, al peligro de
volverse en medio del camino y de “mirar hacia atrás”.
Estrella flameante
“La Gran Tríada”, cap. XV, párrafo 1º, nota 4 y 5.
La Estrella flameante es una estrella de cinco puntas, y 5 es el número del
«microcosmo»; por lo demás, esta asimilación se indica expresamente en el caso
Evolución
“El Error Espiritista”, Segunda parte, cap. IX, párrafo 8º.
A propósito de la hipótesis según la cual el ser debería pasar sucesivamente
por todas las formas de vida: esta hipótesis, que no es otra cosa en suma que la
«evolución anímica» de M. Delanne, es primeramente una imposibilidad, y después,
es inútil, y lo es incluso doblemente. Es inútil, en primer lugar, porque el ser puede
tener simultáneamente en él el equivalente de todas esas formas de vida; y aquí no se
trata más que del ser individual, puesto que todas esas formas pertenecen a un mismo
estado de existencia, que es el de la individualidad humana; así pues, son
posibilidades comprendidas en el dominio de ésta, a condición de que se considere
en su integralidad. No es sino para la individualidad restringida únicamente a la
modalidad corporal, como ya lo hemos hecho destacar, que la simultaneidad es
reemplazada por la sucesión, en el desarrollo embriológico, pero esto no concierne
más que a una parte bien débil de las posibilidades en cuestión; para la individualidad
integral, el punto de vista de la sucesión desaparece ya, y no obstante no se trata
todavía más que un único estado del ser, entre la multiplicidad indefinida de los
demás estados. Si se quiere hablar a toda costa de evolución, con esto se ve cuan
estrechos son los límites en los que esta idea encontrará dónde aplicarse. En segundo
lugar, la hipótesis de que hablamos es inútil en cuanto al término final que el ser debe
alcanzar, cualquiera que sea por lo demás la concepción que uno se haga de él.
Existencia
Existir
consiguiente, sus fórmulas doctrinales y sus ritos toman para él una significación de
mucha más importancia real que la que pueden tener para el simple exoterista, que,
en suma, está siempre reducido, por definición misma, a no ver más que su
apariencia exterior, es decir, lo que menos cuenta en cuanto a la «verdad» de la
tradición, considerada en su integralidad.
El error que cometen aquellos que se creen todavía «religiosos», y que hacen
de la religión una cosa enteramente aparte, que no tiene con todo el resto de su vida
ningún contacto real; un tal error, es todavía menos excusable para quien quiere
colocarse bajo el punto de vista iniciático.
Exoterismo y Esoterismo
Penúltimo párrafo del prefacio de “Los Estados Múltiples del Ser”.
Son dos órdenes de enseñanza que se superponen sin oponerse jamás. El
Exoterismo hace llamada al Esoterismo, como su complemento necesario.
Cuando el Esoterismo es desconocido, la civilización que ya no está
vinculada directamente a los principios superiores por ningún lazo efectivo, no tarda
en perder todo carácter tradicional, pues los elementos de este orden que subsisten
todavía en ella, son comparables a un cuerpo que el espíritu hubiera abandonado, y,
por consiguiente, impotentes, en adelante, para constituir algo más que una suerte
de simbolismo vacío.
F
Fe
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap IV, párrafo 10º.
En cuanto a la «verdadera fe» de la que se ha hablado en todo momento, es la
llamada Fede Santa, expresión que -como la palabra Amore- se aplica al mismo
tiempo a la organización iniciática misma. Esta Fede Santa, de la que Dante era
Kadosch, es la fe de los Fedeli d'Amore; y también es la Fede dei Santi, es decir la
Emounah de los Kadosch, como ya lo hemos explicado en El Esoterismo de Dante.
Esta designación de los iniciados como los «Santos», cuyo equivalente hebreo, es
Kadosch, se comprende perfectamente por el significado de "Cielos" tal como lo
acabamos de indicar, puesto que los Cielos son, en efecto, descritos como la morada
de los Santos; ella debe ser relacionada con muchas otras denominaciones análogas,
como la de Puros, Perfectos, Cátaros, Sufíes, Ikhwan-es-Safa, etc., ya que todas han
sido tomadas en el mismo sentido permite comprender lo que es verdaderamente la
"Tierra Santa".
Femenina (Iniciación)
(Ver: Iniciación)
Fenómenos
Filosofía
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. I, párrafo 8º.
La palabra «filosofía», en sí misma, puede tomarse ciertamente en un sentido
muy legítimo, que fue sin duda su sentido primitivo, sobre todo si es verdad que,
como se pretende, es Pitágoras quien lo empleó primero: etimológicamente, no
significa nada más que «amor de la sabiduría»; así pues, designa primero una
disposición previa requerida para llegar a la sabiduría, y puede designar también, por
una extensión completamente natural, la indagación que, naciendo de esta
disposición misma, debe conducir al conocimiento. Por consiguiente, no es más que
un estadio preliminar y preparatorio, un encaminamiento hacia la sabiduría, un grado
que corresponde a un estado inferior a esta; la desviación que se ha producido
después ha consistido en tomar este grado transitorio por la meta misma, en
pretender substituir la sabiduría por la «filosofía», lo que implica el olvido o el
desconocimiento de la verdadera naturaleza de ésta última. Es así como tomó
nacimiento lo que podemos llamar la filosofía «profana», es decir, una pretendida
sabiduría puramente humana, y por tanto de orden simplemente racional, que toma
el lugar de la verdadera sabiduría tradicional, supra-racional y «no humana».
Para que la filosofía «profana» se constituyera definitivamente como tal, era
menester que permaneciera solo el «exoterismo» y que se llegara hasta la negación
pura y simple de todo «esoterismo»; es en esto precisamente, en lo que debía
desembocar, en los modernos, el movimiento comenzado por los Griegos; las
tendencias que ya se habían afirmado en aquéllos debían llevarse entonces hasta sus
consecuencias más extremas, y la importancia excesiva que habían acordado al
pensamiento racional iba a acentuarse también para llegar al «racionalismo», actitud
especialmente moderna que ya no consiste simplemente en ignorar, sino en negar
expresamente todo lo que es de orden supranacional.
Así, como el medio no podría ser tomado por un fin, el amor a la sabiduría no
podría constituir la sabiduría misma. Y debido a que la sabiduría es, en sí, idéntica al
verdadero conocimiento interior, se puede decir que el conocimiento filosófico no es
sino un conocimiento superficial y exterior. No posee en sí mismo, ni por sí mismo,
un valor propio. Solamente constituye un grado preliminar en la vía del
conocimiento superior y verdadero, que es la sabiduría.
¿Acaso la sabiduría puede ser enseñada del mismo modo que el conocimiento
exterior, por la palabra o mediante libros? Ello es realmente imposible. Lo que
podemos afirmar desde ahora es que la preparación filosófica no es suficiente, ni
siquiera como preparación, pues no concierne más que a una facultad limitada, que
es la razón, mientras que la sabiduría concierne a la realidad del ser al completo.
De modo que existe una preparación a la sabiduría más elevada que la
filosofía, que no se dirige a la razón, sino al alma y al espíritu, y a la que podemos
llamar preparación interior.
Mediante esta preparación, el hombre es llevado a ciertos estados que le
permiten superar el conocimiento racional al que había llegado anteriormente, y
como todo esto está muy por encima de la razón, está también muy por encima de la
filosofía, puesto que la palabra filosofía siempre es empleada de hecho para designar
algo que sólo pertenece a la razón.
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXIII, párrafos 4º y 5º, y
nota 6.
En efecto, puesto que el tiempo es una de las condiciones determinantes de
la existencia corporal, es evidente que, desde que es suprimido, se está, por ahí
mismo, fuera de este mundo; se está entonces en lo que hemos llamado en otra parte
un «prolongamiento» extra-corporal de este mismo estado de existencia individual
del que el mundo corporal no representa más que una simple modalidad; y, por lo
demás, eso muestra que el fin de este mundo corporal no es en modo alguno el fin de
este estado considerado en su integralidad. Es menester ir más lejos: el fin de un
ciclo tal como el de la humanidad actual, no es verdaderamente el fin del mundo
corporal mismo más que en un cierto sentido relativo, y sólo en relación a las
posibilidades que, al estar incluidas en este ciclo, han acabado entonces su desarrollo
en modo corporal; pero, en realidad, el mundo corporal no es aniquilado, sino
«transmutado», y recibe inmediatamente una nueva existencia, puesto que, más allá
del «punto de detención» que corresponde a ese instante único donde el tiempo ya
no es, «la rueda recomienza a girar» para el transcurso de otro ciclo.
Otra consecuencia importante a sacar de estas consideraciones, es que el fin
del ciclo es «a-temporal» así como lo es su comienzo, lo que, por lo demás, es
exigido por la rigurosa correspondencia analógica que existe entre estos dos términos
extremos; y es así como este fin es efectivamente -para la humanidad de este ciclo- la
restauración del «estado primordial», lo que indica, por otra parte, la relación
simbólica de la «Jerusalén celeste» con el «Paraíso terrestre». Es también el retorno
al «centro del mundo», que es manifestado exteriormente, en las dos extremidades
del ciclo, bajo las formas respectivas del «Paraíso terrestre» y de la «Jerusalén
celeste», con el árbol «axial» elevándose igualmente en el medio del uno y de la otra;
en todo el intervalo, es decir, en el transcurso mismo del ciclo, este centro está al
contrario oculto, y lo está incluso cada vez más, porque la humanidad ha ido
alejándose gradualmente de él, lo que, en el fondo, es el verdadero sentido de la
«caída». Por lo demás, este alejamiento no es más que otra representación de la
marcha descendente del ciclo, ya que, puesto que el centro de un estado tal como el
nuestro, es el punto de comunicación directa con los estados superiores, es, al
mismo tiempo, el polo esencial de la existencia en ese estado; así pues, ir de la
esencia hacia la substancia, es ir del centro hacia la circunferencia, de lo interior hacia
lo exterior, y también, como la representación geométrica lo muestra claramente en
este caso, de la unidad hacia la multiplicidad. De eso se puede deducir todavía otra
significación de la «inversión de los polos», puesto que la marcha del mundo
manifestado hacia su polo substancial, desemboca finalmente en un «vuelco» que le
conduce, por una «transmutación» instantánea, a su polo esencial; agregaremos que,
en razón de esta instantaneidad, contrariamente a algunas concepciones erróneas del
movimiento cíclico, no puede haber ningún «remonte» de orden exterior que suceda
al «descenso», puesto que la marcha de la manifestación como tal, es siempre
descendente desde el comienzo hasta el fin.
Folklore
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap. VIII, párrafo 3 y nota 107.
El pueblo conserva así, sin comprenderlos, los residuos de tradiciones
antiguas, que se remontan a veces, inclusive, a un pasado tan remoto, que sería
imposible de determinar, y que es costumbre contentarse con referir, por tal razón,
al dominio oscuro de la "prehistoria"; cumple con ello la función de una especie de
memoria colectiva más o menos "subconsciente", cuyo contenido ha venido,
manifiestamente, de otra parte29. Lo que puede parecer más sorprendente es que,
cuando se va al fondo de las cosas, se verifica que lo así conservado contiene sobre
todo, en forma más o menos velada, una suma considerable de datos de orden
esotérico, es decir, precisamente lo que hay de menos popular por esencia; y este
hecho sugiere de por sí una explicación que nos limitaremos a indicar en pocas
palabras. Cuando una forma tradicional está a punto de extinguirse, sus últimos
representantes pueden muy bien confiar voluntariamente a esa memoria colectiva de
que acabamos de hablar, lo que de otro modo se perdería sin remedio; es, en suma,
el único recurso para salvar lo que puede salvarse en cierta medida; y, al mismo
tiempo, la incomprensión natural de la masa es garantía suficiente de que, lo que
poseía un carácter esotérico, no será así despojado de este carácter, sino que
permanecerá solamente como una especie de testimonio del pasado, para aquellos
que, en otros tiempos, sean capaces de comprenderlo.
29
Es ésta una función esencialmente "lunar", y es de notar que, según la astrología, la masa
popular corresponde efectivamente a la Luna, lo cual, a la vez, indica a las claras su carácter
puramente pasivo, incapaz de iniciativa o de espontaneidad.
G
G (La letra)
the Fifth Science (es decir, la ciencia que ocupa el quinto lugar en la enumeración
tradicional de las “siete artes liberales”); esta interpretación no contradice en modo
alguno la afirmación de que la misma letra stands for God, ya que Dios se designa
especialmente en ese grado como “el Gran Geómetra del Universo”; y, por otra
parte, lo que le da toda su importancia es que, en los más antiguos manuscritos
conocidos de la masonería operativa, la “Geometría” se identifica constantemente
con la masonería misma; hay pues en ello algo que no puede considerarse
desdeñable.
Todas las consideraciones que algunos han querido derivar de la forma de la
letra G (semejanza con la forma de un nudo, con la del símbolo alquímico de la sal,
etc.) tienen manifiestamente un carácter por entero artificial y hasta más bien
fantasioso; carecen de la menor relación con las significaciones reconocidas de dicha
letra, y no descansan, por lo demás, en ningún dato auténtico.
Geometría
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. III, último párrafo, y
penúltima y última notas.
La idea de la medida entraña inmediatamente la de la «geometría», ya que no
sólo toda medida es esencialmente «geométrica» como ya lo hemos visto, sino que se
podría decir que la geometría no es otra cosa que la ciencia misma de la medida; pero
no hay que decir que aquí se trata de una geometría entendida ante todo en el sentido
simbólico e iniciático, una geometría de la que la geometría profana no es más que
un simple vestigio degenerado, privado de la significación profunda que tenía en el
origen y que está enteramente perdida para los matemáticos modernos. Es, en esto,
en lo que se basan esencialmente todas las concepciones que asimilan la actividad
divina, en tanto que productora y ordenadora de los mundos, a la «geometría», y
también, por consiguiente, a la «arquitectura», que es inseparable de ésta (En árabe,
la palabra hindesah, cuyo sentido primero es el de «medida», sirve para designar a la
vez la geometría y la arquitectura, puesto que la segunda es en suma una aplicación
de la primera); y se sabe que estas concepciones se han conservado y transmitido, de
una manera ininterrumpida, desde el Pitagorismo (que, por lo demás, no fue más
que una «adaptación» y no un verdadero «origen») hasta lo que subsiste todavía de las
organizaciones iniciáticas occidentales, por poco conscientes que sean actualmente en
estas últimas. Es a esto a lo que se refiere concretamente la palabra de Platón: «Dios
geometriza siempre» ( ε θες µέγας γεωµετρε τό σύµπαν): estamos
obligados, para traducir exactamente, a recurrir a un neologismo, en ausencia de un
verbo usual en francés para designar la operación del geómetra), palabra a la cual
respondía la inscripción que había hecho colocar, se dice, sobre la puerta de su
escuela: «Que nadie entre aquí si no es geómetra», lo que implicaba que su
enseñanza, en su aspecto esotérico al menos, no podía ser comprendida verdadera y
efectivamente más que por una «imitación» de la actividad divina misma. Se
encuentra como un último eco de esto, en la filosofía moderna (en cuanto a la fecha
Gnosis
por una amalgama de elementos dispares, como lo creen demasiado fácilmente los
espíritus habituados a los métodos analíticos de la ciencia occidental moderna.
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap III, párrafos 1º, 2º, 3º, 4º, 5º,
6º, 7º, 8º, 9º y 10º.
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap. IX, párrafos 2º, 3º, 4º y 5º.
“En los jeroglíficos, escritura sagrada donde a menudo la imagen de la cosa
representa la palabra misma que la designa, el corazón no fue, empero, figurado sino
por un emblema: el vaso. El corazón del hombre, ¿no es, en efecto, el vaso en que su
vida se elabora continuamente con su sangre?” Este vaso, tomado como símbolo del
corazón y sustituto de éste en la ideografía egipcia, nos había hecho pensar
inmediatamente en el Santo Graal, tanto más cuanto que en este último, aparte del
sentido general del símbolo (considerado, por lo demás, a la vez en sus dos aspectos,
divino y humano), vemos una relación especial y mucho más directa con el Corazón
mismo de Cristo.
En efecto, el Santo Graal es la copa que contiene la preciosa sangre de
Cristo, y que la contiene inclusive dos veces, ya que sirvió primero para la Cena y
después José de Arimatea recogió en él la sangre y el agua que manaba de la herida
abierta por la lanza del centurión en el costado del Redentor
La leyenda en la forma en que nos ha llegado, dice sobre el origen mismo del
Graal es muy digno de atención: esa copa habría sido tallada por los ángeles en una
esmeralda desprendida de la frente de Lucifer en el momento de su caída. Esta
esmeralda recuerda de modo notable la urnâ, perla frontal que, en la iconografía
hindú, ocupa a menudo el lugar del tercer ojo de Shiva, representando lo que puede
llamarse el “sentido de la eternidad”. Esta relación nos parece más adecuada que
cualquier otra para esclarecer perfectamente el simbolismo del Graal; y hasta puede
captarse en ello una vinculación más con el corazón, que, para la tradición hindú
como para muchas otras, pero quizá todavía más netamente, es el centro del ser
integral, y al cual, por consiguiente, ese “sentido de la eternidad debe ser
directamente vinculado.
Se dice luego que el Graal fue confiado a Adán en el Paraíso terrestre, pero
que, a raíz de su caída, Adán lo perdió a su vez, pues no pudo llevarlo consigo
cuando fue expulsado del Edén; y esto también se hace bien claro con el sentido que
acabamos de indicar. El hombre, apartado de su centro original por su propia culpa,
se encontraba en adelante encerrado en la esfera temporal; no podía ya recobrar el
punto único desde el cual todas las cosas se contemplan bajo el aspecto de la
eternidad. El Paraíso terrestre, en efecto, era verdaderamente el “Centro del
Mundo” asimilado simbólicamente en todas partes al Corazón divino; ¿y no cabe
decir que Adán, en tanto estuvo en el Edén, vivía verdaderamente en el Corazón de
Dios?
Lo que sigue es más enigmático: Shet logró entrar en el Paraíso terrestre y
pudo así recuperar el precioso vaso; ahora bien: Shet es una de las figuras del
Redentor, tanto más cuanto que su nombre mismo expresa las ideas de fundamento
y estabilidad, y anuncia de algún modo la restauración del orden primordial
destruido por la caída del hombre. Había, pues, desde entonces, por lo menos una
restauración parcial, en el sentido de que Shet y los que después de él poseyeron el
Graal podían por eso mismo establecer, en algún lugar de la tierra, un centro
espiritual que era como una imagen del Paraíso perdido. La leyenda, por otra parte,
no dice dónde ni por quién fue conservado el Graal hasta la época de Cristo, ni cómo
se aseguró su transmisión; pero el origen céltico que se le reconoce debe
probablemente dejar comprender que los druidas tuvieron una parte de ello y deben
contarse entre los conservadores regulares de la tradición primordial. En todo caso,
la existencia de tal centro espiritual, o inclusive de varios, simultánea o
sucesivamente, no parece poder ponerse en duda, como quiera haya de pensarse
acerca de la localización; lo que debe notarse es que se adjudicó en todas partes y
siempre a esos centros, entre otras designaciones, la de “Corazón del Mundo”, y que,
en todas las tradiciones, las descripciones referidas a él se basan en un simbolismo
idéntico, que es posible seguir hasta en los más precisos detalles. ¿No muestra esto
suficientemente que el Graal, o lo que está así representado, tenía ya, con
anterioridad al cristianismo, y aun de todo tiempo, un vínculo de los más estrechos
con el Corazón divino y con el Emmanuel, queremos decir, con la manifestación,
virtual o real según las edades, pero siempre presente, del Verbo eterno en el seno
de la humanidad terrestre?
Después de la muerte de Cristo, el Santo Graal, según la leyenda, fue llevado
a Gran Bretaña por José de Arimatea y. Nicodemo; entonces comienza a
desarrollarse la historia de los Caballeros de la Tabla Redonda y sus hazañas, que no
es nuestra intención seguir aquí. La Tabla Redonda estaba destinada a recibir al Graal
cuando uno de sus caballeros lograra conquistarlo y transportarlo de Gran Bretaña a
Armórica; y esa Tabla (o Mesa) es también un símbolo verosímilmente muy antiguo,
uno de aquellos que fueron asociados a la idea de esos centros espirituales a que
acabamos de aludir. La forma circular de la mesa está, por otra parte, vinculada con
el “ciclo zodiacal” (otro símbolo que merecería estudiarse más especialmente) por la
presencia en torno de ella de doce personajes principales, particularidad que se
encuentra en la constitución de todos los centros de que se trata. Siendo así, ¿no
puede verse en el número de los doce Apóstoles una señal, entre multitud de otras,
de la perfecta conformidad del cristianismo con la tradición primordial, a la cual el
nombre de “precristianismo” convendría tan exactamente? Y, por otra parte, a
propósito de la Tabla Redonda, hemos destacado una extraña concordancia en las
revelaciones simbólicas hechas a Marie des Vallées, donde se menciona “una mesa
redonda de jaspe, que representa el Corazón de Nuestro Señor”, a la vez que se habla
de “un jardín que es el Santo Sacramento del altar” y que, con sus “cuatro fuentes de
agua viva”, se identifica misteriosamente con el Paraíso terrestre; ¿no hay aquí otra
confirmación, harto sorprendente e inesperada, de las relaciones que señalábamos?
Naturalmente, estas notas demasiado rápidas no podrían pretender
del "cáliz" de una flor? En Oriente, la flor simbólica por excelencia es el loto; en
Occidente, la rosa desempeña lo más a menudo ese mismo papel. Por supuesto, no
queremos decir que sea ésa la única significación de esta última, ni tampoco la del
loto, puesto que, al contrario, nosotros mismos habíamos antes indicado otra; pero
nos inclinaríamos a verla en el diseño bordado sobre ese canon de altar de la abadía
de Fontevrault, donde la rosa está situada al pie de una lanza a lo largo de la cual
llueven gotas de sangre. Esta rosa aparece allí asociada a la lanza exactamente como
la copa lo está en otras partes, y parece en efecto recoger las gotas de sangre más
bien que provenir de la transformación de una de ellas; pero, por lo demás, las dos
significaciones se complementan más bien que se oponen, pues esas gotas, al caer
sobre la rosa, la vivifican y la hacen abrir. Es la "rosa celeste", según la figura tan
frecuentemente empleada en relación con la idea de la Redención, o con las ideas
conexas de regeneración y, de resurrección; pero esto exigiría aún largas
explicaciones, aun cuando nos limitáramos a destacar la concordancia de las diversas
tradiciones con respecto a este otro símbolo.
Gracia y cólera
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. XXV, penúltimo u último párrafos, y nota 13.
Hay en la doctrina islámica un punto interesante e importante en conexión
con lo que acaba de decirse: El «camino recto» (Eç-çirâtul-mustaqîm) del que se habla
en la fâtihah (literalmente «apertura») o primera sûrat del Qorân no es otra cosa que
el eje vertical tomado en su sentido ascendente, ya que su «rectitud» (idéntica al Te
de Lao- tseu), según la raíz misma del término que la designa (qâm, «levantarse»),
debe considerarse siguiendo la dirección vertical. Desde entonces se puede
comprender fácilmente la significación del último versículo, en el que este «camino
recto» se define como «camino de aquellos sobre quienes Tú distribuyes Tu gracia,
no de aquellos sobre quienes está Tu cólera ni de aquellos que están en el error»
(çirâta elladhîna anamta alayhim, ghayri el-maghdûbi alayhim wa lâ ed-dâllîn). Aquéllos
sobre quienes está la «gracia» Divina, son los que reciben directamente la influencia
de la «Actividad del Cielo», y que son conducidos por ella a los estados superiores y a
la realización total, puesto que su ser está en conformidad con el Querer universal.
Por otra parte, puesto que la «cólera» está en oposición directa a la «gracia», su
acción debe ejercerse también siguiendo el eje vertical, pero con el efecto inverso,
haciendo que se recorra en el sentido descendente, hacia los estados inferiores: es la
vía «infernal» que se opone a la vía «celeste», y estas dos vías son las dos mitades
inferior y superior del eje vertical, a partir del nivel que corresponde al estado
humano. Finalmente, los que están en el «error», en el sentido propio y etimológico
de esta palabra, son aquellos que, como es el caso de la inmensa mayoría de los
hombres, atraídos y retenidos por la multiplicidad, erran indefinidamente en los
ciclos de la manifestación, representados por las espiras de la serpiente enrollada
alrededor del «Árbol del Medio».
A propósito de esto, recordaremos todavía que el sentido propio de la
palabra Islâm es «sumisión a la Voluntad Divina»; por eso es por lo que, en algunas
enseñanzas esotéricas, se dice que todo ser es muslim, en el sentido de que
evidentemente no hay ninguno que pueda sustraerse a esta Voluntad, y que, por
consiguiente, cada uno ocupa necesariamente el lugar que le es asignado en el
conjunto del Universo. La distinción de los seres en fieles (mûminîm) e infieles
(kuffâr) consiste pues solamente en que los primeros se conforman consciente y
voluntariamente al orden universal, mientras que, entre los segundos, los hay que no
obedecen a la ley más que en contra de su voluntad, y hay otros que están en la
ignorancia pura y simple. Encontramos así las tres categorías de seres que acabamos
de tener que considerar; los «fieles» son aquellos que siguen el «camino recto», que
es el lugar de la «paz», y su conformidad al Querer universal hace de ellos
verdaderos colaboradores del «plan divino».
Estas tres categorías de seres podrían designarse respectivamente como los
«elegidos», los «rechazados» y los «extraviados»; hay lugar a destacar que
corresponden exactamente a los tres gunas: la primera corresponde a sattwa, la
segunda a tamas y la tercera a rajas. Algunos comentadores exotéricos del Qorân han
pretendido que los «rechazados» eran los judíos y que los «extraviados» eran los
cristianos; pero se trata de una interpretación estrecha, muy contestable incluso
desde el punto de vista exotérico, y que, evidentemente, no tiene ninguna
explicación según la haqîqah. En cuanto a la primera de las tres categorías de las que
se trata aquí, debemos señalar que el «Elegido» (El-Mustafâ) es, en el islam, una
designación aplicada al Profeta y, bajo el punto de vista esotérico, al «Hombre
Universal».
Grado de Existencia
Grados iniciáticos
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XXV, párrafos 2º y 3º.
La degeneración espiritual no se ha producido de un solo golpe, sino por
etapas sucesivas, y, lógicamente, la regeneración no puede operarse más que
recorriendo las mismas etapas en sentido inverso, y aproximándose así gradualmente
al «estado primordial» que se trata de reconquistar.
Comprenderíamos mejor que pueda creerse que no hay grados distintos en
el recorrido de los «Misterios Mayores», es decir, entre el estado del «hombre
verdadero» y el del «hombre transcendente»; sería igualmente falso, pero al menos
esta ilusión sería más fácilmente explicable. Sin embargo, hay múltiples estados
supraindividuales, entre los cuales los hay que están en realidad muy alejados del
estado incondicionado, únicamente en el cual, se realiza la «Liberación» o la
«Identidad Suprema»; pero, desde que un ser ha rebasado el «estado primordial»
para alcanzar un estado supra-individual cualquiera que sea, quienquiera que está
todavía en el estado individual humano le pierde de vista en cierto modo, como un
observador cuya vista estuviera limitada a un plano horizontal no podría conocer de
una vertical más que su único punto de encuentro con ese plano, escapándosele
necesariamente todos los demás. Ese punto, que corresponde propiamente al «estado
primordial», es pues al mismo tiempo, como lo hemos dicho en otra parte, la
«huella» o el «rastro» único de todos los estados supra-humanos; por eso es por lo
que, desde el estado humano, el «hombre transcendente» y aquellos que solamente
han realizado estados supraindividuales todavía condicionados, son verdaderamente
«indiscernibles» entre ellos, así como del «hombre verdadero» mismo que sin
embargo no ha llegado más que al centro del estado humano y que no tiene
30
Lo que decimos aquí del antropomorfismo puede aplicarse igualmente al sentimentalismo en
general, y al misticismo, en todas sus formas.
31
No hay que olvidar que, como hemos ya señalado en muchas ocasiones, la posibilidad material no
es más que una de esas posibilidades particulares, y que existe una indefinidad de otras, siendo
igualmente susceptible cada una de ellas de un desarrollo indefinido en su manifestación, es decir,
pasando de la potencia al acto.
32
El Arquitecto es aquel que concibe el edificio, el que dirige su construcción"; pero, si se puede
decir en ese sentido que él es verdaderamente el "autor de la obra", es evidente sin embargo que no lo
es materialmente (o formalmente, de una manera más general) "el creador", pues el arquitecto que
traza el plano no debe ser confundido con el obrero que lo ejecuta; esa es exactamente, desde otro
punto de vista, la diferencia que existe entre la Masonería especulativa y la Masonería operativa.
otra, los dioses de las diversas religiones, que no son más que aspectos diversos del
Demiurgo.
Lejos está de nosotros la creencia en un Dios personal y más o menos
antropomorfo; aún más, si semejante declaración viniera nunca a ser exigida en una
Fraternidad iniciática cualquiera, seríamos seguramente los primeros en rechazar
suscribirla. Pero la fórmula simbólica de reconocimiento del G.·. A.·. del U.·. no
comporta nada semejante; ella es suficiente, aun dejando a cada uno la perfecta
libertad de sus convicciones personales; carácter que tiene en común con la fórmula
islamita del Monoteísmo33, y, desde el punto de vista estrictamente masónico, no se
puede razonablemente exigir nada más ni otra cosa que esta simple afirmación del
Ser Universal, que corona tan armoniosamente el imponente edificio del simbolismo
ritualístico de la Orden.
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXXIII, párrafos 3º, 4º, 5º, 7º
y último, y notas 17, 33 y 43.
En los textos sagrados de la India encontramos lo siguiente: “Este Âtmâ (el
Espíritu divino), que reside en el corazón, es más pequeño que un grano de arroz,
más pequeño que un grano de cebada, más pequeño que un grano de mostaza, más
pequeño que un grano de mijo, más pequeño que el germen que está en un grano de
mijo; este Âtmâ, que reside en el corazón, es también más grande que la tierra, más
grande que la atmósfera, más grande que el cielo, más grande que todos los mundos
en conjunto”. Es imposible que no llame la atención la similitud entre los términos
de este pasaje y los de la parábola evangélica: “Semejante es el reino de los cielos a un
granito de mostaza, que tomándolo un hombre lo sembró en su campo; el cual es la
más pequeña de todas las semillas, mas cuando se ha desarrollado es mayor que las
hortalizas y se hace un árbol, de modo que vienen las aves del cielo y anidan en sus
ramas”.
A este paralelo, que parece imponerse, podría hacerse una sola objeción: ¿es
verdaderamente posible asimilar “el Âtmâ que reside en el corazón” a lo que el
Evangelio designa como el “Reino de los Cielos” o “el Reino de Dios”? El Evangelio
mismo da respuesta a esta pregunta, y en un sentido netamente afirmativo; en
efecto, los fariseos que preguntaban cuándo llegaría el “Reino de Dios”,
entendiéndolo en un sentido exterior y temporal, Cristo dirige estas palabras: “No
viene el Reino de Dios ostensiblemente, ni podrá decirse: ¡Helo allí, helo aquí!,
porque el Reino de Dios está dentro de vosotros (Regnum Dei intra vos est)”34.
A esta doble relación se refiere también el doble sentido jeroglífico del yod,
como “principio” y como “germen”; en el mundo superior, es el principio, que
contiene todas las cosas; en el mundo inferior, es el germen, que está contenido en
todas las cosas; son el punto de vista de la trascendencia y el de la inmanencia,
34
(San Lucas, XVII, 21. Recordemos a este respecto el siguiente texto taoísta ya citado de modo más
completo en L’Homme et son devenir selon le Vêdânta. cap, X): “No preguntéis si el Principio está
en esto o en aquello. Está en todos los seres. Por eso se le dan los apelativos de grande, supremo,
íntegro, universal, total… Está en todos los seres, por una terminación de norma (el punto central o el
“invariable medio”), pero no es idéntico a los seres, pues ni está diversificado (en la multiplicidad) ni
limitado” (Chuang-tsë, cap. XXII [§6=F (ed. Wieger)])
Grecia
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XIX, último párrafo.
La antigüedad «clásica», en la que ya se había producido una incontestable
degeneración desde el punto de vista tradicional.
35
La identidad esencial de ambos aspectos está representada también por la equivalencia numérica de
los nombres ‘el-‘Elyòn, ‘el Dios altísimo’, y ‘Immanû’el, ‘Dios en nosotros’ (cf. Le Roi du Monde,
cap. VI). [La suma de las letras consonánticas de cada nombre es 197, debiendo contarse, en virtud de
las reglas de escritura hebrea, la doble m como simple. (N. del T.)].
36
Es de notar que la palabra “concordia” significa literalmente ‘unión de los corazones’ (cum-cordia);
en este caso, el corazón se toma como representación de la voluntad, principalmente.
Guerra
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. VIII, párrafos 2º y 3º.
Se puede decir que la razón de ser esencial de la guerra, es hacer cesar un
desorden y restablecer un orden. Es la unificación de la multiplicidad, con lo medios
que pertenecen al mundo de la propia multiplicidad. Es únicamente en este aspecto
como la guerra puede considerarse legítima.
Por otra parte, el desorden es en cierto sentido inherente a toda
manifestación, pues fuera de su Principio, es decir como multiplicidad no unificada,
no es más que una serie indefinida de rupturas de equilibrio.
La guerra, así entendida, no se limita a un sentido exclusivamente humano,
pues representa el proceso cósmico de reintegración de lo manifestado a la Unidad
Principial. Por eso, desde el punto de vista de la manifestación, esta reintegración
aparece como una destrucción; e ahí que se considere la actividad de Shiva como
aniquiladora en lugar de transformadora, o bien que se considere a la muerte como
algo que destruye en lugar de un progreso.
Según lo expuesto, la finalidad de la guerra es el establecimiento de la paz, y
la paz no es en definitiva otra cosa que el orden, el equilibrio o la armonía, que
reflejan a la Unidad en la propia multiplicidad, cuando ésta es referida a su Principio.
Cuando así ocurre la multiplicidad no es destruida, sino transformada, y cuando
todas las cosas son devueltas a la Unidad, ésta aparece en todas las cosas y la
existencia adquiere la plenitud d la realidad.
Guerra Santa
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. VIII, párrafo 6º.
Es la lucha del hombre contra los enemigos que lleva en sí mismo, es decir
contra todos los elementos que, en él, son contrarios al orden y a la Unidad.
Guru
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XX, párrafos 3º y 4º .
“Maestro Espiritual”.
En lo que concierne al proceso iniciático, podemos decir que implica la
presencia efectiva de un Guru humano.
El Guru humano mismo, no es en el fondo más que la representación
exteriorizada y como «materializada» del verdadero «Guru interior», y su necesidad
se debe a que el iniciado, mientras no ha llegado a un cierto grado de desarrollo
espiritual, es incapaz de entrar directamente en comunicación consciente con éste.
Haya o no un Guru humano, el Guru interior está siempre presente en todos los casos,
puesto que es uno con el «Sí mismo».
ayuda de un Guru humano, y decimos los primeros estadios porque no hay que decir
que la comunicación de que se trata, deviene posible para un ser mucho antes de que
esté a punto de alcanzar la Liberación. Ahora bien, teniendo en cuenta esta
restricción, ¿puede considerarse esta necesidad como absoluta, o, en otros término,
es la presencia del Guru humano rigurosamente indispensable en todos los casos al
comienzo de la realización?
Por importante que sea realmente el papel del Guru, estamos obligados a
decir que una tal aserción es completamente falsa. En primer lugar, hay casos
excepcionales de seres en los cuales una transmisión iniciática pura y simple basta, sin
que un Guru tenga que intervenir en nada, para «despertar» inmediatamente
adquisiciones espirituales obtenidas en otros estados de existencia. Y, en segundo
lugar, existen formas de iniciación que, por su constitución misma, no implican en
modo alguno que alguien deba desempeñar, en ellas, la función de un Guru, en el
sentido propio de esta palabra, y este caso es sobre todo el de algunas formas en las
que el trabajo colectivo tiene un lugar preponderante, y donde el papel del Guru es
desempeñado entonces, no por un individuo humano, sino por una influencia
espiritual efectivamente presente en el curso de ese trabajo37.
Sin duda, hay ahí una cierta desventaja, en el sentido de que una tal vía es
evidentemente menos segura y más difícil de seguir que aquella donde el iniciado se
beneficia del control constante de un Maestro espiritual; pero la presencia de un Guru
no podría considerarse como constituyendo una condición indispensable en todos los
casos. Entiéndase bien, por lo demás, que, haya o no un Guru humano, el Guru
interior está siempre presente, puesto que no es más que uno con el «Sí mismo».
Que, para manifestarse a aquellos que todavía no pueden tener una consciencia
inmediata de él, tome como soporte un ser humano o una influencia espiritual «no-
encarnada», en eso no hay en suma más que una diferencia de modalidades que no
afecta en nada a lo esencial.
“No puede ser verdadero Guru más que el que ya ha llegado al término de la
realización espiritual, es decir, a la Liberación”. Si fuera verdaderamente así, sería
más bien desalentador para aquellos que buscan obtener la ayuda de un Guru, pues
está bien claro que las posibilidades que tendrían de encontrar uno serían entonces
extremadamente restringidas; pero, en realidad, para que alguien pueda desempeñar
eficazmente ese papel de Guru al comienzo, basta que sea capaz de conducir a su
discípulo hasta un cierto grado de iniciación efectiva, lo que es posible incluso si él
mismo no ha ido más allá de ese grado. Por eso es por lo que la ambición de un
verdadero Guru, si puede decirse, debe ser sobre todo poner a su discípulo en estado
37
(A este respecto hay que destacar que, incluso en algunas formas iniciáticas donde la función del
Guru existe normalmente, ella no es siempre estrictamente indispensable de hecho: así, en la
iniciación islámica, algunas turuq, sobre todo en las condiciones actuales, ya no están dirigidas por un
verdadero Sheikh capaz de desempeñar efectivamente el papel de un Maestro espiritual, sino
solamente por Kholafâ que no pueden hacer apenas más que transmitir válidamente la influencia
iniciática; por eso no es menos verdad que, cuando la cosa es así, la barakah del Sheikh fundador de
la tarîqah puede muy bien, al menos para individualidades particularmente bien dotadas, y en virtud
de ese simple vinculamiento a la silsilah, suplir la ausencia de un Sheikh presentemente vivo, y este
caso deviene entonces completamente comparable al que acabamos de recordar.
38
Debe entenderse bien que este cambio no puede operarse nunca, regular y legítimamente, si no
es con la autorización del primer Guru, e incluso por su iniciativa, ya que es él solo, y no el discípulo,
quien puede apreciar si su papel ha terminado respecto a éste, y también si tal otro Guru es realmente
capaz de llevarle más lejos de lo que podría llevarle él mismo. Agregamos que, a veces, un tal cambio
puede tener también una razón completamente diferente, y deberse solo a que el Guru constate que el
discípulo, debido a algunas particularidades de su naturaleza individual, puede ser guiado más
eficazmente por algún otro.
H
Hamsa
“Autoridad espiritual, Poder Temporal”, cap. I, párrafo 1º y nota 2.
No había primeramente más que una sola casta; el nombre de Hamsa, que se
da a esta casta primitiva única, indica un grado espiritual muy elevado, hoy día
completamente excepcional, pero que era entonces común a todos los hombres, que
la poseían en cierto modo espontáneamente; este grado está más allá de las cuatro
castas que se han constituido ulteriormente, y entre las cuales se han repartido las
diferentes funciones sociales.
La misma indicación se encuentra también claramente formulada en la
tradición Extremo-Oriental, como lo muestra concretamente este pasaje de Lao-
Tseu: «Los Antiguos, maestros, poseían la Lógica, la Clarividencia y la Intuición; esta
Fuerza del Alma permanecía inconsciente; esta Inconsciencia de su Fuerza Interior,
daba a su apariencia la majestad… ¿Quién podría, en nuestros días, por su claridad
majestuosa, clarificar las tinieblas interiores?. ¿Quién podría, en nuestros días, por su
vida majestuosa, revivificar la muerte interior?. Ellos, llevaban la Vía (Tao) en su alma
y fueron Individuos Autónomos; como tales, veían las perfecciones de sus
debilidades» (Tao-te-king, c. XV, traducción de Alexandre Ular; también Tchoang-
tseu, c. VI, que es el comentario de este pasaje). La «Inconsciencia» de la cual se
habla aquí se refiere a la espontaneidad de ese estado, que no era entonces el
resultado de ningún esfuerzo; y la expresión «Individuos Autónomos» debe
entenderse en el sentido del sánscrito, swêchchhâchârî, es decir, «el que sigue su
propia voluntad», o según otra expresión equivalente que se encuentra en el
esoterismo islámico, «el que es, él mismo, su propia ley».
Heredom
Hermetismo
que éste era considerado por los griegos como idéntico al Thoth egipcio; por lo
demás, esto presenta a esta doctrina como esencialmente derivada de una enseñanza
sacerdotal, ya que Thoth, en su papel de conservador y de transmisor de la tradición,
no es otra cosa que la representación misma del antiguo sacerdocio egipcio, o más
bien, para hablar más exactamente, del principio de inspiración «supra-humano» del
que éste tenía su autoridad y en nombre del cual formulaba y comunicaba el
conocimiento iniciático.
Sería menester no ver en eso la menor contradicción con el hecho de que
esta doctrina pertenece propiamente al dominio de la iniciación real, ya que debe
entenderse bien que, en toda tradición regular y completa, es el sacerdocio el que,
en virtud de su función esencial de enseñanza, confiere igualmente las dos
iniciaciones, directa o indirectamente, y quien asegura así la legitimidad efectiva de la
iniciación real misma, al vincularla a su principio superior, de la misma manera que
el poder temporal no puede sacar su legitimidad más que de una consagración
recibida de la autoridad espiritual.
Dicho eso, la cuestión principal que se plantea es ésta: lo que se ha
mantenido bajo este nombre de «hermetismo», ¿puede ser considerado como
constituyendo una doctrina tradicional completa en sí misma? La respuesta no puede
ser más que negativa, ya que en eso no se trata estrictamente más que de un
conocimiento que no es de orden metafísico, sino sólo cosmológico, entendiendo
esta palabra en su doble aplicación «macrocósmica» y «microcósmica».
Recordaremos que las ciencias del orden cosmológico son efectivamente aquellas
que, en las civilizaciones tradicionales, han sido sobre todo el patrimonio de los
kshatriyas o de sus equivalentes, mientras que la metafísica pura era propiamente,
como ya lo hemos dicho, el de los brâhmanes.
Hesicasmo
39
Una puntualización interesante a este propósito es que ésta invocación es designada en
griego por el término mnêmê, «memoria» o «recuerdo», que es exactamente el equivalente al árabe
dhikr.
existencia de una cadena iniciática ininterrumpida, dado que no se puede
transmitir evidentemente más que lo que se ha recibido40. Esta es una cuestión
que no podemos más que indicar aquí muy sumariamente, pero del hecho de
que el hesicasmo está aún vivo en nuestros días, nos parece que sería posible
encontrar por ese lado ciertas aclaraciones sobre lo que han podido ser los
caracteres y los métodos de otras iniciaciones cristianas que desgraciadamente
pertenecen al pasado.
Hexagramas
40
Es de resaltar que, entre los intérpretes modernos del Hesicasmo, hay muchos que se
esfuerzan en «minimizar» la importancia de su parte propiamente «técnica», sea porque ello responde
realmente a sus tendencias, sea porque piensan desprenderse así de ciertas críticas que proceden de un
desconocimiento completo de las cosas iniciáticas, hay ahí, en todos los casos, un ejemplo de estas
aminoraciones de las que hablábamos antes.
Historia
“El Esoterismo Islámico y el Taoísmo”, cap X, párrafo 1º.
Los pueblos antiguos, en su mayoría, apenas se han preocupado de
establecer para su historia una cronología rigurosa; algunos no se sirvieron inclusive,
al menos para las épocas más lejanas, más que de números simbólicos, que no se
podrían, sin cometer un grave error, tomar por fechas en el sentido ordinario de este
término. Los chinos constituyen, a este respecto, una excepción bastante destacable:
son quizás el único pueblo que haya tenido constantemente cuidado, desde el origen
mismo de su Tradición, de fechar sus anales por medio de observaciones
astronómicas precisas, incluyendo la descripción del estado del cielo en el momento
en que se han producido los acontecimientos, cuyo recuerdo ha sido conservado.
Hogar
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XXXIX, último párrafo; y
cap. LVIII, 2º párrafo.
El hogar se identifica por ser el lugar de manifestación de Agni en el mundo
terrestre.
El altar es, también en realidad un hogar, e, inversamente, en una
civilización tradicional, el hogar debe considerarse como un verdadero altar
doméstico; simbólicamente, en él se cumple la manifestación de Agni, y
recordaremos a este respecto lo que hemos dicho acerca del nacimiento del Avatâra
en el centro de la caverna iniciática, pues es evidente que la significación también
aquí es la misma, siendo diferente sólo la aplicación.
Hombre / Cosmos
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XVII, párrafo 1º.
El orden humano y el orden cósmico, en realidad, no están separados como
se imagina muy fácilmente en nuestros días, sino que están al contrario
estrechamente ligados, de tal suerte que cada uno de ellos reacciona constantemente
sobre el otro y que hay siempre una correspondencia entre sus estados respectivos.
Hombre moderno
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. V, penúltimo párrafo.
El hombre moderno, en lugar de buscar elevarse a la verdad, pretende
hacerla descender a su nivel.
No trata de llegar al conocimiento de la verdad, sino de tener razón a pesar de
todo, o al menos de persuadirse de que uno la tiene si no se puede persuadir de ello a
los demás; lo que, por otra parte, se lamentará tanto más cuanto que a eso se mezcla
siempre esa necesidad de «proselitismo», que es también uno de los elementos más
característicos del espíritu occidental.
Hombre Trascendente
“La Gran Tríada”, cap. XVIII, párrafo 1º.
Es aquel que, habiendo llegado a la realización total y la “Identidad”
Suprema”, ya no es, hablando propiamente, un hombre, en el sentido individual de
esta palabra, puesto que ha rebasado la humanidad y está totalmente liberado de sus
condiciones específicas, así como de todas las demás condiciones limitativas de
cualquier estado d existencia.
Es Igual a “Hombre Universal”.
Es el que ha realizado los “Misterios Mayores”, mientras que el “Hombre
Verdadero” sería el ha realizado únicamente los “Misterios Menores”. En el Taoísmo,
son los dos grados más altos de su jerarquía (y en cualquier otra Tradición Sagrada).
Hombre Verdadero
humanidad, es decir, la condición misma del «hombre verdadero»; por eso es por lo
que éste está perfectamente equilibrado bajo la relación del yang y del yin, y es por
eso también por lo que, al mismo tiempo, al tener la naturaleza celeste
necesariamente la preeminencia sobre la naturaleza terrestre allí donde están
realizadas en una igual medida, él es yang en relación al Cosmos; solo así puede
desempeñar de una manera efectiva el papel «central» que le pertenece en tanto que
hombre, pero a condición de ser en efecto hombre en la plenitud de la acepción de
esta palabra, y solo así, al respecto de los demás seres manifestados, «él es la imagen
del Verdadero Ancestro».
Ahora, importa recordar que el «hombre verdadero» es también el «hombre
primordial», es decir, que su condición es la que era natural a la humanidad en sus
orígenes, condición de la que se ha alejado poco a poco, en el curso de su ciclo
terrestre, para llegar hasta el estado donde está actualmente, lo que hemos llamado
el hombre ordinario, que no es propiamente más que el hombre caído. Un ser es
tanto menos yang y tanto más yin cuanto más alejado está del centro, ya que, en la
misma medida precisamente, lo «exterior» predomina en él sobre lo «interior»; y es
por eso por lo que, así como lo decíamos hace un momento, entonces no es apenas
más que un «hijo de la Tierra».
Humanismo y laicismo
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. I, párrafo 14º.
Se trata de reducirlo todo a proporciones puramente humanas, de hacer
abstracción de todo principio de orden superior, y, se podría decir simbólicamente,
de apartarse del Cielo bajo pretexto de conquistar la Tierra.
Era ya una primera forma de lo que ha devenido el «laicismo»
contemporáneo; y, al querer reducirlo todo a la medida del hombre, tomado como
un fin en sí mismo, se ha terminado por descender, de etapa en etapa, al nivel de lo
más inferior que hay en éste, y por no buscar apenas más que la satisfacción de las
necesidades inherentes al lado material de su naturaleza, búsqueda bien ilusoria, por
lo demás, ya que crea siempre más necesidades artificiales de las que puede
satisfacer.
I
Idea
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap V, párrafo 3º.
La idea es también una realidad, y de un grado superior; esta «encarnación
de la idea» en una forma, no es otra cosa que el simbolismo mismo.
Iglesia
Iglesia Católica
Igualdad
Igualdades y desigualdades
“El Error Espiritista”, Segunda parte, cap. VI, párrafo 4º.
Para que haya armonía total en el Universo, es menester, y basta, que cada
ser esté en el lugar que debe ocupar, como elemento de este Universo, en
conformidad con su propia naturaleza. Esto equivale a decir precisamente que las
diferencias y las desigualdades, que uno se complace en denunciar como injusticias
reales o aparentes, concurren efectiva y necesariamente, al contrario, a esa armonía
total; y esta armonía no puede no ser, ya que sería suponer que las cosas no son lo
que son, puesto que habría absurdidad en suponer que puede sucederle a un ser algo
que no es una consecuencia de su naturaleza.
Iluminados de Baviera
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XII, párrafos 10º.
Los fundadores son conocidos, y se sabe de qué manera han elaborado el
«sistema» por su propia iniciativa, al margen de todo vínculo a nada preexistente; se
sabe también por qué etapas sucesivas han pasado los grados y los rituales, de los que
algunos nunca fueron practicados y no existieron más que sobre el papel; pues todo
fue puesto por escrito desde el comienzo y a medida que se desarrollaban y se
precisaban las ideas de los fundadores, y eso es incluso lo que hizo fracasar sus planes,
que, bien entendido, se referían exclusivamente al dominio social y no le rebasaban
bajo ningún aspecto. Así pues, no es dudoso que en eso no se trata más que de la
obra artificial de algunos individuos, y que las formas que habían adoptado no podían
constituir más que un simulacro o una parodia de iniciación, puesto que faltaba el
vínculo tradicional y puesto que la meta realmente iniciática era extraña a sus
preocupaciones.
En cuanto a los Iluminados, sus relaciones con la Masonería tuvieron un
carácter completamente diferente: aquellos que entraron en ella no lo hicieron más
que con la intención bien determinada de adquirir una influencia preponderante y de
servirse de ella como de un instrumento para la realización de sus designios
particulares, lo que fracasó por lo demás como todo el resto; y, para decirlo de
pasada, por esto se ve bastante bien cuan lejos están de la verdad aquellos que
Imagen invertida
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LI, párrafo 2º.
Los dos árboles invertidos descritos por Dante, están como próximos a la
cima de la “montaña”, o sea inmediatamente debajo del plano donde se sitúa el
Paraíso terrestre; mientras que, cuando éste se alcanza, los árboles aparecen
restituidos a su posición normal; y así esos árboles, que parecen ser, en realidad,
diferentes aspectos del “Árbol” único, “están invertidos solamente por debajo del
punto en que ocurre la rectificación y regeneración del hombre”. Importa señalar
que, si bien el Paraíso terrestre es todavía, efectivamente, una parte del “cosmos”, su
posición es virtualmente “supra-cósmica”; podría decirse que representa la “sumidad
del ser contingente” (bhavâgra), de modo que su plano se identifica con la “superficie
de las Aguas”. Con esta superficie, que debe ser considerada esencialmente como un
“plano de reflexión”, nos vemos reconducidos al simbolismo de la imagen invertida
por reflejo, a la cual nos hemos referido al hablar de la analogía; “lo que está arriba”,
o por sobre la “superficie de las Aguas”, es decir, el dominio principal o “supra-
cósmico”, se refleja en sentido inverso en “lo que está abajo”, o sea debajo de dicha
superficie, en el dominio “cósmico”; en otros términos, todo lo que está encima del
“plano de reflexión” es recto, todo lo que está debajo es invertido. Por lo tanto, si se
supone al árbol erigido por sobre las Aguas, lo que vemos en tanto permanecemos en
el “cosmos” es su imagen invertida, con las raíces hacia arriba y las ramas hacia abajo;
al contrario, si nos situamos por encima de las Aguas, no vemos ya esa imagen, que
entonces está, por así decirlo, bajo nuestros pies, sino la fuente de ella, es decir el
árbol real, que, naturalmente, se nos presenta en su posición recta; el árbol es
siempre el mismo, pero ha cambiado nuestra posición con respecto a él, y también,
por consiguiente, el punto de vista desde el cual lo consideramos.
Indefinido
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap. IX, párrafos 1º, 2º y 3º, y nota 2.
En el dominio de la cantidad discontinua, en tanto que no se tenga que
considerar más que la sucesión de los números enteros, éstos deben ser mirados
como creciendo indefinidamente a partir de la unidad, pero que, puesto que la
unidad es esencialmente indivisible, evidentemente no puede plantearse un
decrecimiento indefinido; si se tomaran los números en el sentido decreciente, uno
se encontraría detenido necesariamente en la unidad misma, de suerte que la
representación de lo indefinido por los números enteros está limitada a un solo
sentido, que es el de lo indefinidamente creciente. Por el contrario, cuando se trata
de la cantidad continua, se pueden considerar cantidades tanto indefinidamente
decrecientes como indefinidamente crecientes; y la misma cosa se produce en la
cantidad discontinua misma tan pronto como, para traducir esta posibilidad, se
introduce en ella la consideración de los números fraccionarios. En efecto, se puede
considerar una sucesión de fracciones que decrecen indefinidamente, es decir, que
por pequeña que sea una fracción, siempre se puede formar una más pequeña que
ella, y este decrecimiento no puede desembocar nunca en una «fractio minima», como
tampoco el crecimiento de los números enteros puede desembocar nunca en un
«numerus maximus».
Para hacer evidente, por la representación numérica, la correlación de lo
indefinidamente creciente y de lo indefinidamente decreciente, basta considerar, al
mismo tiempo que la sucesión de los números enteros, la de sus números inversos:
se dice que un número es inverso de otro cuando su producto por éste es igual a la
unidad, y por esta razón, el inverso del número n se representa por la notación 1/n.
Mientras que la sucesión de los números enteros va creciendo indefinidamente a
partir de la unidad, la sucesión de sus inversos va decreciendo continuamente a partir
de esa misma unidad, que es ella misma su propio inverso, y que es así el punto de
partida común de las dos series; a cada número de una de las series le corresponde un
número de la otra e inversamente, de suerte que estas dos series son igualmente
indefinidas, y que lo son exactamente de la misma manera, aunque en sentido
contrario. El inverso de un número es evidentemente tanto más pequeño cuanto más
grande es ese número, puesto que su producto permanece siempre constante; por
grande que sea un número N, el número N+1 será todavía mayor, en virtud de la ley
misma de formación de la serie indefinida de los números enteros; y del mismo
modo, por pequeño que sea un número 1/N, el número 1/N+1 será todavía menor;
es lo que prueba concretamente la imposibilidad del «más pequeño de los números»,
cuya noción no es menos contradictoria que la del «más grande de los números», ya
que, si no es posible detenerse en un número determinado en el sentido creciente,
no lo será tampoco detenerse en el sentido decreciente.
Es bueno precisar que, aunque el símbolo 1/n evoca la idea de los números
fraccionarios, y aunque de hecho saca incontestablemente su origen de ellos, no es
necesario que los inversos de los números enteros sean definidos aquí como tales, y
esto con el fin de evitar el inconveniente que presenta la noción ordinaria de los
números fraccionarios desde el punto de vista propiamente aritmético, es decir, la
concepción de las fracciones como «partes de la unidad». En efecto, basta considerar
las dos series como constituidas por números respectivamente más grandes y más
pequeños que la unidad, es decir, como dos órdenes de magnitudes que tienen en
ésta su común límite, al mismo tiempo que pueden ser consideradas, la una y la otra,
como salidas igualmente de esta unidad, que es verdaderamente la fuente primera de
todos los números; además, si se quisieran considerar estos dos conjuntos indefinidos
como formando una sucesión única, se podría decir que la unidad ocupa exactamente
el medio en esta sucesión de los números, puesto que, como lo hemos visto, hay
exactamente tantos números en uno de estos conjuntos como en el otro.
En todos los casos, el conjunto de dos números inversos, al multiplicarse el
uno por el otro, reproduce siempre la unidad de la que han salido; se puede decir
también que la unidad, al ocupar el medio entre los dos grupos, y al ser el único
número que puede considerarse como perteneciendo a la vez al uno y al otro, de
suerte que, en realidad, sería más exacto decir que los une más bien que los separa,
corresponde al estado de equilibrio perfecto, y que contiene en sí misma todos los
números, que han salido de ella por parejas de números inversos o complementarios,
constituyendo cada una de estas parejas, por el hecho mismo de este
complementarismo, una unidad relativa en su indivisible dualidad. Decimos
indivisible porque, desde que existe uno de los dos números que forman tal pareja, el
otro existe también necesariamente por eso mismo.
India
Individualismo
“La Crisis del Mundo Moderno”, cap. V, párrafos 1º, 2º, 3º, 7º, penúltimo y último.
Lo que entendemos por «individualismo», es la negación de todo principio
superior a la individualidad, y, por consiguiente, la reducción de la civilización, en
todos los dominios, únicamente a los elementos puramente humanos; así pues, en el
fondo, es la misma cosa que lo que, en la época del Renacimiento, se ha designado
bajo el nombre de «humanismo», y es también lo que caracteriza propiamente a lo
que llamamos el «punto de vista profano», que se confunde con el espíritu anti-
tradicional.
El individualismo implica primeramente la negación de la intuición
intelectual, en tanto que ésta es esencialmente una facultad supraindividual, y del
orden de conocimiento que es el dominio propio de esta intuición, es decir, de la
metafísica entendida en su verdadero sentido. Por eso es por lo que todo lo que los
filósofos modernos designan bajo este mismo nombre de metafísica, cuando admiten
algo que ellos llaman así, no tiene absolutamente nada de común con la metafísica
verdadera: no son más que construcciones racionales o hipótesis imaginativas, y por
consiguiente concepciones completamente individuales, y cuya mayor parte, por lo
demás, se refiere simplemente al dominio «físico», es decir, a la naturaleza. Incluso
si se encuentra dentro de eso alguna cuestión que podría ser vinculada efectivamente
al orden metafísico, la manera en la que es considerada y tratada la reduce todavía a
no ser sino «pseudo-metafísica», y hace imposible toda solución real y válida; parece
incluso que, para los filósofos, se trata siempre de plantear «problemas», aunque
sean artificiales e ilusorios, mucho más que de resolverlos, lo que es uno de los
aspectos de la necesidad desordenada de la investigación por la investigación, es
decir, de la agitación más vana, tanto en orden mental como en el orden corporal. Se
trata también, para esos mismos filósofos, de dar su nombre a un «sistema», es decir,
a un conjunto de teorías estrictamente limitado y delimitado, y que sea
efectivamente de ellos, que no sea nada más que su obra propia; de ahí el deseo de
ser original a toda costa, incluso si la verdad debe ser sacrificada a esa originalidad:
para el renombre de un filósofo, vale más inventar un error nuevo que repetir una
verdad que ya ha sido expresada por otros.
Es quizás en los filósofos donde se puede ver más claramente la anarquía
intelectual que es su consecuencia inevitable.
Una idea verdadera no puede ser «nueva», ya que la verdad no es un
producto del espíritu humano, existe independientemente de nosotros, y nosotros
solo tenemos que conocerla; fuera de este conocimiento no puede haber más que el
error.
Quien dice individualismo dice necesariamente negación a admitir una
autoridad superior al individuo, así como una facultad de conocimiento superior a la
razón individual; las dos cosas son inseparables la una de la otra. Por consiguiente, el
espíritu moderno debía rechazar toda autoridad espiritual en el verdadero sentido de
la palabra, que tiene su fuente en el orden supra-humano, y toda organización
tradicional, que se basa esencialmente sobre una tal autoridad, cualquiera que sea por
lo demás la forma que revista, que difiere naturalmente según las civilizaciones.
A veces, el individualismo, en el sentido más ordinario y más bajo del
término, se manifiesta de una manera más patente todavía: ¿no se ve así a cada
instante gentes que quieren juzgar la obra de un hombre según lo que saben de su
vida privada, como si pudiera haber entre estas dos cosas una relación cualquiera? De
la misma tendencia, junto con la manía del detalle, derivan también, notémoslo de
pasada, el interés que se dedica a las menores particularidades de la existencia de los
«grandes hombres», y la ilusión con que algunos explican todo lo que han hecho por
una suerte de análisis «psico-fisiológico»; todo eso es bien significativo para quien
quiere darse cuenta de lo que es verdaderamente la mentalidad contemporánea.
Es lo inferior lo que juzga a lo superior, la ignorancia la que impone límites a
la sabiduría, el error el que toma la delantera a la verdad, lo humano lo que
substituye a lo divino, la Tierra la que prevalece sobre el Cielo, el individuo el que se
hace la medida de todas las cosas y pretende dictar al Universo leyes sacadas
íntegramente de su propia razón relativa y falible. «Ay de vosotros, guías ciegos», se
dice en el Evangelio; hoy día, no se ve en efecto por todas partes más que ciegos que
conducen a otros ciegos, y que, si no son detenidos a tiempo, les llevarán fatalmente
al abismo donde perecerán con ellos.
Individualismo y Naturalismo
Individuo
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. I, párrafos 1º y 2º.
La consideración de un ser bajo su aspecto individual, es necesariamente
insuficiente, sólo será completa bajo su punto de vista metafísico.
El individuo no constituye en realidad, más que una unidad relativa y
fragmentaria. No es un todo cerrado que se basta a sí mismo, no es un ser total, sino
sólo un estado particular de manifestación de un ser, sometido a ciertas condiciones
especiales y determinadas de Existencia y que ocupa un lugar en la serie indefinida de
los estados del Ser Total.
La presencia de la forma, entre estas condiciones de existencia, es la que
caracteriza aun estado como individual.
Infalibilidad
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XLV, párrafos 1º, 2º, 3º y 6º, y notas 3 y
penúltima.
Ante todo, lo que es menester establecer en principio, para comprender
bien de qué se trata, es que, lo que es propiamente infalible, es la doctrina misma y
únicamente ella, y no los individuos humanos como tales, cualesquiera que puedan
ser por lo demás; y, si la doctrina es infalible, es porque es una expresión de la
verdad, que, en sí misma, es absolutamente independiente de los individuos que la
reciben y que la comprenden. La garantía de la doctrina reside, en definitiva, en su
carácter «no humano»; y, por lo demás, se puede decir que toda verdad, de
cualquier orden que sea, si se considera desde el punto de vista tradicional, participa
de este carácter, ya que no es verdad sino porque se vincula a los principios
superiores y deriva de ellos a título de consecuencia más o menos inmediata, o de
aplicación a un dominio determinado.
La verdad no está hecha por el hombre, sino que se impone al contrario a él;
no «desde el exterior» a la manera de una obligación «física», sino, en realidad,
«desde el interior», porque el hombre no está obligado evidentemente a
«reconocerla» como verdad más que si primeramente la «conoce», es decir, si ella ha
penetrado en él y si él se la ha asimilado realmente.
Todo hombre será infalible cuando expresa una verdad que conoce
realmente, es decir, a la cual se ha identificado; pero no es en tanto que individuo
humano como será infalible entonces, sino en tanto que, en razón de esta
identificación, representa, por así decir, esta verdad misma; en todo rigor, en
parecido caso, no se debería decir que él expresa la verdad, sino más bien que la
verdad se expresa por él.
Así, para tomar el ejemplo más simple, un niño mismo, si ha comprendido y
asimilado una verdad matemática elemental, será infalible cada vez que enuncie esta
verdad; pero, por el contrario, no lo será de ninguna manera cuando no haga más
que repetir cosas que simplemente haya «aprendido de memoria», sin haberlas
asimilado de ninguna manera.
Por lo demás, se puede decir que en eso se trata de una infalibilidad que no
concierne en cierto modo más que al ser mismo al que pertenece, como formando
parte integrante de su estado interior, y que no tiene porque ser reconocida por
otros, si el ser de que se trata no está revestido expresamente de una cierta función
particular, y más precisamente de una función de enseñanza de la doctrina.
Pero, por otra parte, en toda organización tradicional, hay otro tipo de
infalibilidad, que, ella sí, está vinculada exclusivamente a la función de enseñanza, en
cualquier orden que se ejerza. El hecho de estar investido regularmente de algunas
funciones permite, a él sólo y sin otra condición, cumplir tales o cuales Ritos; de la
misma manera, el hecho de estar investido regularmente de una función de
enseñanza entraña por sí mismo, la posibilidad de cumplir válidamente esta función,
y, para eso, debe conferir necesariamente la infalibilidad en los límites en los que se
ejerza esta función; y, en el fondo, la razón de ello es la misma en uno y otro caso.
Esta razón, es, por una parte, que la influencia espiritual es inherente a los Ritos
mismos que son su vehículo, y es también, por otra, que esta misma influencia
espiritual es igualmente inherente a la doctrina, por eso mismo de que ésta es
esencialmente «no humana»; por consiguiente, es siempre ella, en definitiva, la que
actúa a través de los individuos, ya sea en el cumplimiento de los Ritos, ya sea en la
enseñanza de la doctrina, y es ella la que hace que estos individuos, cualesquiera que
puedan ser en sí mismos, puedan ejercer efectivamente la función de la que están
encargados. Es esta acción de la influencia espiritual, en lo que concierne a la
enseñanza doctrinal, lo que el lenguaje de la teología católica designa como la
«asistencia del Espíritu Santo».
En estas condiciones, bien entendido, el intérprete autorizado de la doctrina,
en tanto que ejerce su función como tal, no puede hablar nunca en su propio
nombre, sino únicamente en el nombre de la tradición que representa entonces y
que «encarna» de alguna manera, y que es la única realmente infalible; mientras ello
es así, el individuo ya no existe, sino en calidad de simple «soporte» de la
formulación doctrinal, que no desempeña en eso un papel más activo que el papel
que desempeñan las hojas sobre las que se imprime un libro en relación a las ideas a
las que sirve de vehículo. Por lo demás, si le ocurre hablar en su propio nombre, por
eso mismo ya no está en el ejercicio de su función, y entonces no hace más que
expresar simples opiniones individuales, en lo cual ya no es en modo alguno infalible,
como tampoco lo sería otro individuo cualquiera; así pues, por sí mismo no goza de
ningún «privilegio», ya que, desde que reaparece y se afirma su individualidad, deja
de ser inmediatamente el representante de la tradición, para no ser más que un
hombre ordinario, que, como cualquier otro, bajo el aspecto doctrinal, vale
solamente en la medida del conocimiento que posee realmente en propiedad, y que,
en todo caso, no puede pretender imponer su autoridad a nadie. Por consiguiente, la
infalibilidad de que se trata está vinculada únicamente a la función y no al individuo,
puesto que, fuera del ejercicio de esta función, o si el individuo deja de desempeñarla
por una razón cualquiera, ya no subsiste nada de esta infalibilidad en él. Todo esto es
estrictamente conforme a la noción católica de la «infalibilidad pontificial»; lo que
puede parecer extraño en ésta, y lo que en todo caso le es particular, es solo que la
infalibilidad doctrinal se considere en ella como concentrada toda entera en una
función ejercida exclusivamente por un solo individuo, mientras que, en las demás
formas tradicionales, se reconoce generalmente que todos aquellos que ejercen una
función regular de enseñanza participan de esta infalibilidad en una medida
determinada por la extensión de su función misma.
Infierno
Extraído del libro “Thánatos” (pg. 107, cita 4) (Víctor Pascual Kavod), como cita de
San Palo, en su Cartas.
Las almas de aquellos que mueran con pecados actuales graves o mortales,
van al Infierno. El Infierno se caracteriza por la permanencia voluntaria del pecado
que, aunque sea un acto que se hizo y pasó, permanece en el alma con un efecto
llamado “mácula que impide la visión divina” y la cual se padece con penas
correspondientes a su deméritos.
Infinitesimal
“Los Principios del Cálculo Infinitesima”, cap IV, último párrafo.
Sin entrar todavía en la cuestión de la «composición del continuo», se ve
pues que el número, cualquiera que sea la extensión que se de a su noción, no le es
nunca perfectamente aplicable: esta aplicación equivale, en suma, siempre a
reemplazar el continuo por un discontinuo cuyos intervalos pueden ser muy
pequeños, e incluso devenir cada vez más pequeños por una serie indefinida de
divisiones sucesivas, pero sin poder ser suprimidos nunca, ya que, en realidad, no
hay «últimos elementos» en los que esas divisiones pueden concluir, ya que, por
pequeña que sea, siempre queda una cantidad continua indefinidamente divisible. Es
a estas divisiones del continuo a lo que responde propiamente la consideración de los
números fraccionarios; pero, y eso es lo que importa destacar particularmente, una
fracción, por ínfima que sea, es siempre una cantidad determinada, y entre dos
fracciones, por poco diferentes que se las suponga la una de la otra, siempre hay un
intervalo igualmente determinado. Ahora bien, la propiedad de la divisibilidad
indefinida que caracteriza a las magnitudes continuas exige evidentemente que se
puedan tomar siempre de ellas elementos tan pequeños como se quiera, y que los
intervalos que existen entre esos elementos puedan hacerse también más pequeños
que toda cantidad dada; pero además, y es aquí donde aparece la insuficiencia de los
números fraccionarios, y podemos decir incluso de todo número cualquiera que sea,
esos elementos y esos intervalos, para que haya realmente continuidad, no deben ser
concebidos como algo determinado. Por consiguiente, la representación más
perfecta de la cantidad continua será obtenida por la consideración de magnitudes,
no ya fijas y determinadas como las que acabamos de tratar, sino antes al contrario
variables, porque entonces su variación podrá considerarse ella misma como
efectuándose de una manera continua; y estas cantidades deberán ser susceptibles de
decrecer indefinidamente, por su variación, sin anularse nunca ni llegar a un
«mínimo», que no sería menos contradictorio que los «últimos elementos» del
continuo: esa es precisamente, como lo veremos, la verdadera noción de las
cantidades infinitesimales.
Iniciación
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXXVIII, párrafo 2º.
La iniciación es lo que representa efectivamente el espíritu de una Tradición.
Iniciación (Condiciones)
Iniciación Femenina
Iniciación (Masonería)
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XXXIX, párrafo 5º.
Por lo demás, (Continua del párrafo anterior) ocurre lo mismo en lo que
concierne al origen de los oficios, de las artes y de las ciencias, considerados en su
acepción tradicional y legítima, ya que todos, a través de las diferenciaciones y de las
adaptaciones múltiples, pero secundarias, derivan igualmente del «estado
primordial», que los contiene a todos en principio; y, por ahí, se ligan a los demás
órdenes de existencia, más allá de la humanidad misma; lo que, por lo demás, es
necesario para que, cada uno en su rango y según su medida, puedan concurrir
efectivamente a la realización del «Plan del Gran Arquitecto del Universo».
Iniciación (Fases)
Iniciación y misticismo
Iniciación y Oficio
“Miscelánea, Segunda parte, cap I, párrafos 4º, 5º, 6º y 8º.
Si el oficio es algo del hombre mismo y, de alguna manera, una
manifestación o una expansión de su propia naturaleza, es fácil comprender que
pudiese, como decíamos en todo momento, servir de base para una iniciación, e
incluso que sea, en la generalidad de los casos, lo más idóneo que exista para este fin.
En efecto, si la iniciación tiene esencialmente el objetivo de superar las posibilidades
del individuo humano, no es menos cierto que como punto de partida sólo puede
tomar a este individuo tal como es; de ahí la diversidad de las vías iniciáticas, es
decir, en suma, de los medios utilizados como “soportes”, de acuerdo con las
diferencias de las naturalezas individuales; interviniendo estas diferencias tanto
menos cuanto que el ser avance más en su camino. Los medios así empleados sólo
pueden tener eficacia si corresponden a la naturaleza misma de los seres a los cuales
se aplican; y, como es preciso necesariamente proceder desde lo más a lo menos
accesible, desde lo exterior a lo interior, es normal adquirirlos de la actividad por
medio de la cual esta naturaleza se manifiesta exteriormente. Pero es obvio que esta
actividad sólo puede desempeñar semejante papel sino cuando traduce realmente la
naturaleza interior. Por lo tanto, hay en ello una verdadera cuestión de
“cualificación” en el sentido iniciático de este término; y, en condiciones normales,
esta “cualificación” debería ser necesaria para el ejercicio mismo del oficio. Esto
expresa al mismo tiempo la diferencia fundamental que separa la enseñanza iniciática
de la enseñanza profana: lo que es simplemente “aprendido” desde el exterior no
tiene aquí ninguna importancia; aquello de lo que se trata, es de “despertar” las
posibilidades latentes que el ser porta en sí mismo (y tal es, en el fondo, la verdadera
significación de la “reminiscencia” platónica).
Se puede comprender aún, por medio de estas últimas consideraciones,
cómo la iniciación, al tomar el oficio como “soporte”, tendrá al mismo tiempo y a la
inversa, por decirlo así, una repercusión en la práctica de este oficio. El ser, en
efecto, habiendo realizado plenamente las posibilidades de las cuales su actividad
profesional es sólo una expresión exterior, y poseyendo así el conocimiento efectivo
de lo que es el principio mismo de esta actividad, cumplirá desde entonces
conscientemente lo que al comienzo sólo era una consecuencia muy “instintiva” de su
naturaleza; y así, si el conocimiento iniciático es, para él, nacido del oficio, éste
último, a su vez, se convertirá en el campo de aplicación de ese conocimiento del
cual ya no podrá ser separado. Habrá entonces una correspondencia perfecta entre lo
interior y lo exterior, y la obra producida podrá ser, ya no solamente la expresión en
un grado cualquiera y de forma más o menos superficial, sino la expresión realmente
adecuada de quien la habrá concebido y ejecutado, lo cual constituirá la “obra
maestra” en el verdadero sentido de esta palabra.
Si ahora queremos definir más rigurosamente el dominio de lo que se puede
llamar las iniciaciones de oficio, diremos que éstas pertenecen al orden de los
“Misterios Menores”, puesto que están vinculadas con el desarrollo de las
posibilidades que le corresponden específicamente al estado humano; lo cual no es el
fin último de la iniciación, pero no deja de constituir obligatoriamente su primera
fase. En efecto, es necesario que este desarrollo sea primero cumplido en su
integridad, para permitir luego superar este estado humano; pero, más allá de éste
último, es evidente que las diferencias individuales en las que se apoyan las
Inmortalidad
Inspiración y revelación
Instructor espiritual
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XXI, párrafo 3º .
Quienquiera que se presenta como un instructor espiritual, sin vincularse a
una forma tradicional determinada o sin conformarse a las reglas establecidas por
Integral
Integración
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap. XXII, párrafos 1º, 2º.
Al contrario de la formación de una suma aritmética, que tiene un carácter
propiamente analítico, la integración debe ser considerada como una operación
esencialmente sintética, puesto que envuelve simultáneamente todos los elementos
de la suma que se trata de calcular, conservando entre ellos la «indistinción» que
conviene a las partes del continuo, desde que estas partes, a consecuencia de la
naturaleza misma del continuo, no pueden ser algo fijo y determinado.
La sumación de una serie numérica indefinida, no se acabaría nunca si todos
los términos debieran ser tomados uno a uno, puesto que no hay ningún último
término en el que pueda terminar; así pues, en los casos donde una tal sumación es
posible, no puede serlo más que por un procedimiento sintético, que, en cierto
modo, nos hace aprehender de un solo golpe toda una indefinidad considerada en su
conjunto, sin que eso presuponga en modo alguno la consideración distinta de sus
elementos, que, por lo demás, es imposible por eso mismo de que son en multitud
indefinida. Del mismo modo también, cuando una serie indefinida se nos da
implícitamente por su ley de formación, como hemos visto un ejemplo de ello en el
caso de la sucesión de los números enteros, podemos decir que se nos da así toda
entera sintéticamente, y que no puede serlo de otro modo; en efecto, dar una tal
serie analíticamente, sería dar distintamente todos sus términos, lo que es una
imposibilidad.
No hemos dicho que los límites de lo indefinido no podían ser alcanzados de
ninguna manera, imposibilidad que sería injustificable desde que esos límites existen,
sino solamente que no pueden ser alcanzados analíticamente: una indefinidad no
puede ser agotada por grados, pero puede ser comprendida en su conjunto por una
de esas operaciones transcendentes de las que la integración nos proporciona el tipo
en el orden matemático.
Por una operación sintética, uno se coloca inmediatamente fuera y más allá
de la variación, así como debe ser necesariamente, según lo que hemos dicho más
atrás, para que el «paso al límite» pueda ser realizado efectivamente; en otros
términos, el análisis no alcanza más que a las variables, tomadas en el curso mismo de
su variación, y únicamente la síntesis alcanza sus límites, lo que es aquí el único
resultado definitivo y realmente válido.
Por lo demás, entiéndase bien que se podría encontrar el análogo de estas
operaciones sintéticas en otros dominios distintos que el de la cantidad, ya que está
claro que la idea de un desarrollo indefinido de posibilidades es aplicable también a
cualquier otra cosa además de la cantidad, por ejemplo a un estado cualquiera de
existencia manifestada y a las condiciones, cualesquiera que sean, a las que ese estado
está sometido, ya se considere en eso el conjunto cósmico en general o un ser
particular, es decir, ya sea que uno se coloque en el punto de vista «macrocósmico»
o en el punto de vista «microcósmico». Se podría decir que el «paso al límite»
corresponde a la fijación definitiva de los resultados de la manifestación en el orden
principial; en efecto, es solo por eso como el ser escapa finalmente al cambio o al
«devenir», que es necesariamente inherente a toda manifestación como tal; y se ve
así que esta fijación no es de ninguna manera un «último término» del desarrollo de
la manifestación, sino que se sitúa esencialmente fuera y más allá de este desarrollo,
porque pertenece a otro orden de realidad, transcendente en relación a la
manifestación y al «devenir»; así pues, la distinción del orden manifestado y del
orden principial corresponde analógicamente, a este respecto, a la que hemos
establecido entre el dominio de las cantidades variables y el de las cantidades fijas.
Estas pocas indicaciones mostrarán que todas estas cosas son susceptibles de recibir,
por una transposición analógica apropiada, un alcance incomparablemente más
grande que el que parecen tener en sí mismas, puesto que, en virtud de una tal
transposición, la integración y las demás operaciones del mismo género aparecen
verdaderamente como un símbolo de la «realización» metafísica misma.
Inteligencia y amor
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXIX, último párrafo.
La distinción entre inteligencia y amor, así entendida, tiene su
correspondencia en la tradición hindú en la distinción entre el Jñânamârga [‘vía del
conocimiento’] y el Bhakti-mârga [‘vía de la devoción’]; la alusión que acabamos de
hacer a las órdenes de caballería indica, por otra parte, que la vía del amor es más
particularmente apta para los kshátriyas, mientras que la vía de la inteligencia o del
conocimiento es, naturalmente, la que conviene sobre todo a los brahmanes; pero, en
definitiva, no se trata sino de una diferencia que se refiere solo al modo de encarar el
Principio, en conformidad con la diferencia de las naturalezas individuales, y que no
afecta en modo alguno a la indivisible unidad del Principio mismo.
Interior-Exterior
Seguramente de “El Simbolismo de la Cruz” o de “Los Estados Múltiples del Ser”.
La Realización de las posibilidades del Ser se efectúa por una actividad que es
siempre interior, pues se ejerce desde el centro de cada plano (Grado de Existencia o
Estado del ser) por el Eje Principial (Actividad Divina, o Voluntad del Cielo).
Metafísicamente no puede haber ninguna acción exterior ejerciéndose sobre el Ser
Total. Pero el ser que actúa de forma Tradicional, es un reflejo del Cosmos, lo cual,
en base a la relación analógica del macrocosmos y el microcosmos, su Realización
Espiritual se efectuará siempre desde su interior.
Intuición intelectual
“Miscelánea”, cap. I de la Tercera Parte, párrafo 3º y nota 2.
Entre los modernos, la desaparición completa de ciertas facultades de orden
suprasensible, comienza, evidentemente, por la pura intuición intelectual.
La desaparición de esas facultades en cuanto a su ejercicio efectivo,
entiéndase bien, subsisten a pesar de todo en estado latente en todo ser humano;
pero esta especie de atrofia puede alcanzar tal grado, que su manifestación se torne
completamente imposible y eso es lo que comprobamos en la gran mayoría de
nuestros contemporáneos.
(Ver: La Mente).
Invariable Medio
presiden toda manifestación, y que, en el ámbito del que se ocupan los físicos, es
evidente sobre todo en los fenómenos eléctricos y magnéticos. Si ahora dos fuerzas,
una compresiva y otra expansiva, actúan sobre un mismo punto, la condición para
que se equilibren o se neutralicen, es decir, para que en ese punto no se produzca ni
contracción ni dilatación, es que las intensidades de estas dos fuerzas sean, no
diremos iguales, ya que son de especies diferentes, pero equivalentes. Las fuerzas se
pueden caracterizar por coeficientes proporcionales a la contracción o a la dilatación
que producen, de manera que, si se considera una fuerza compresiva y una fuerza
expansiva, la primera estará afectada por un coeficiente n >1, y la segunda por un
coeficiente n' < 1; cada uno de estos coeficientes puede ser la relación de la densidad
que toma el medio ambiente en el punto considerado, bajo la acción de la fuerza
correspondiente, con la densidad primitiva de este mismo medio, supuesto
homogéneo cuando no experimenta la acción de fuerza alguna, en virtud de una
simple aplicación del principio de la razón suficiente. Cuando no se produce ni
compresión ni dilatación, esta relación es forzosamente igual a la unidad, ya que la
densidad del medio no se modifica; para que dos fuerzas actuando en un punto se
equilibren, hace falta pues que su resultante tenga por coeficiente la unidad. Es fácil
ver que el coeficiente de esta resultante es el producto (y ya no más la suma como en
la concepción “clásica”) de los coeficientes de las dos fuerzas consideradas; estos dos
coeficientes n y n' deberán ser entonces dos números inversos uno de otro: n' = 1/n
y se tendrá como condición de equilibrio: nn' = 1; así, el equilibrio se definirá, ya no
por el cero, sino por la unidad.
Se ve que esta definición del equilibrio por la unidad, que es la única real,
corresponde al hecho de que la unidad ocupa el medio en la serie doblemente
indefinida de los números enteros y de sus inversos, mientras que este lugar central
es de alguna manera usurpado por el cero en la serie artificial de los números
positivos y negativos. Lejos de ser el estado de no-existencia, el equilibrio es al
contrario la existencia considerada en sí misma, independientemente de sus
múltiples y secundarias manifestaciones; queda además bien entendido que no es en
absoluto el No-Ser, en el sentido metafísico de esta palabra, ya que la existencia,
incluso en este estado primordial e indiferenciado, no es aún sino el punto de partida
de todas las manifestaciones diferenciadas, así como la unidad es el punto de partida
de toda la multiplicidad de los números. Esta unidad, tal como la acabamos de
considerar, y en la cual reside el equilibrio, es lo que la tradición extremo-oriental
llama el “Invariable Medio”; y, según esta misma tradición, este equilibrio o esta
armonía es, en el centro de cada estado y de cada modalidad del ser, el reflejo de la
“Actividad del Cielo”.
Islam
Sumisión a la Voluntad Divina.
J
Jano (El Dios)
“Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage II (Anexos)”, cap. II, último
párrafo.
Janus, entre los Romanos, era a la vez el dios de la iniciación a los misterios y
el dios de las corporaciones de artesanos. Tampoco es por nada que los constructores
de la Edad Media conservaran las dos fiestas solsticiales de ese mismo Janus,
devenidas con el Cristianismo, los dos san Juan de invierno y de verano: y, cuando se
conoce la conexión de San Juan con la vertiente esotérica del Cristianismo.
Jano y Cristo
Jano tenía además otra función: era el dios de las corporaciones de artesanos o
Collegia fabrorum, las cuales celebraban en su honor las dos fiestas solsticiales de
invierno y de verano. Ulteriormente, esta costumbre se mantuvo en las
corporaciones de constructores; pero, con el cristianismo, esas fiestas solsticiales se
identificaron con las de los dos San Juan, el de invierno y el de verano (de donde la
expresión “Logia de San Juan”, conservada hasta en la masonería moderna); es éste
un ejemplo de la adaptación de los símbolos pre-cristianos.
Jerarquía
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXII, nota 11.
El simbolismo de los “canales” que así descienden gradualmente a través de
todos los estados, puede ayudar a comprender, si se los encara en el sentido
ascendente, cómo los seres situados en un nivel superior pueden, de modo general,
desempeñar la función de “intermediarios” para los que están situados en un nivel
inferior, ya que la comunicación con el Principio no es posible para éstos sino
pasando por aquéllos.
K
Kaabah
Kabbala.
Kali-Yuga
“Estudios sobre el Hinduismo”, cap. II, párrafo 10º.
Este peligro es el de la acción desordenada, por estar privada de su principio;
tal acción no es en sí misma sino una pura nada, y no puede conducir más que a una
catástrofe. Sin embargo, se dirá, si ello existe, es que este desorden mismo debe
finalmente entrar de nuevo en el orden universal, del cual es un elemento tan propio
como todo el resto; y, desde un punto de vista superior, esto es rigurosamente
cierto. Todos los seres, lo sepan o no, lo quieran o no, dependen enteramente de su
principio en todo lo que ellos son; la acción desordenada no es posible más que por
el principio de toda acción, pero, puesto que ella es inconsciente de este principio,
puesto que no reconoce la dependencia en la que está a su respecto, permanece sin
regla y sin eficacia positiva, y, si así puede decirse, la acción no posee más que el
grado más inferior de realidad, aquel que está más próximo a la ilusión pura y
simple, precisamente porque es el más alejado del principio, único en el cual está la
realidad absoluta. Desde el punto de vista del principio, no hay sino el orden; pero,
desde el punto de vista de las contingencias, el desorden existe, y, en lo que
concierne a la humanidad terrestre, estamos en una época donde este desorden
parece triunfar.
Kshatriyas
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap. II, nota 3.
El nombre de la casta de los kshatriyas se deriva de kshatra, que significa
«fuerza».
Krishna y Arjuna
“Estudios sobre el Hinduismo”, capítulo I, párrafos 4º, 5º.
Ahora será fácil comprender que Bhagavat, estando identificado al Principio
supremo, no es otro, por ello mismo, más que el Atmâ incondicionado; y esto es
cierto en todos los casos, ya sea este Atmâ considerado en el orden “macro-cósmico”
o en el orden “micro-cósmico”, según que se quiera hacer la aplicación a puntos de
vista diferentes; no podemos ni soñar en reproducir todos los desarrollos que hemos
ya dado en otra parte a este respecto. Lo que nos interesa más directamente aquí es
la aplicación que podemos denominar “micro-cósmica”, es decir, la que se hace a
cada ser considerado en particular; a este respecto, Krishna y Arjuna representan
respectivamente el “Si mismo” y el “Yo”, la personalidad y la individualidad, que son
Atmâ incondicionado y jîvâtmâ. La enseñanza dada por Krishna y Arjuna es, desde ese
punto de vista interior, la intuición intelectual, supra-racional por la cual el “Si
mismo” se comunica al “Yo”, cuando este está “cualificado” y preparado de tal
manera que esta comunicación pueda establecerse de modo efectivo.
Habrá que destacar -pues esto es de la mayor importancia para lo que se
trata- que Krishna y Arjuna son representados como montados sobre un mismo carro;
este carro es el “vehículo” del ser considerado en su estado de manifestación; y,
mientras que Arjuna combate, Krishna conduce el carro sin combatir, es decir, sin
estar él mismo comprometido en la acción. En efecto, la batalla de la que se trata
simboliza la acción, de una manera completamente general, bajo una forma
apropiada a la naturaleza y a la función de los Khatriyas (Khatrias), a los cuales el libro
está más especialmente destinado; el campo de batalla (Kshêtra) es el dominio de la
acción, en el cual el individuo desarrolla sus posibilidades; y esta acción no afecta de
ningún modo al ser principial, permanente e inmutable, sino que concierne
solamente al “alma viviente” individual (jivâtmâ). Los dos que están montados sobre
el mismo carro son por tanto la misma cosa que los dos pájaros de los que se habla en
los Upanishads: ”Dos pájaros, compañeros inseparablemente unidos, residen en un
mismo árbol; uno come el fruto del árbol, el otro mira sin comer”. Aquí también,
con un simbolismo diferente para representar la acción, el primero de los dos pájaros
es jîvâtmâ, y el segundo es Atmâ incondicionado; todavía se trata de lo mismo para el
caso de los “dos que han entrado en la caverna”, de los que se trata en otro texto; y,
si los dos están siempre estrechamente unidos, es que verdaderamente no son más
que uno desde el punto de vista de la realidad absoluta, pues jîvâtmâ no se distingue
de Atmâ mas que en modo ilusorio.
ningún sitio, sobre la concordancia de los centros de los que aquí se ha tratado con
las Sephirot de la Kábala, las cuales, en efecto, deben necesariamente tener, como
todas las cosas, su correspondencia en el ser humano. Se podría objetar que las
Sephirot son en número de diez, mientras que los seis chakras y sahashrâra, no forman
más que un total de siete; pero está objeción huelga si se observa que, en la
disposición del "árbol sefirótico", hay tres parejas emplazadas simétricamente sobre
las "columnas" de derecha y de izquierda, de suerte que el conjunto de las Sephirot se
reparte en siete niveles diferentes solamente; considerando sus proyecciones sobre el
eje central o "columna del medio", que corresponde a sushumnâ (las dos columnas
laterales estando en relación con idâ y pingalâ), se encuentra pues reconducido al
septenario.
Comenzando por arriba, no hay primeramente ninguna dificultad en lo que
concierne a la asimilación de sahashrâra, "localizado" en la coronilla de la cabeza, a la
Sephirah suprema, Kether, cuyo nombre significa .precisamente la "Corona". A
continuación viene el conjunto de Hokmah y Binah, que debe corresponder a âjnâ, y
cuya dualidad podría incluso ser representada por los dos pétalos de ese "loto"; por
otro lado, ambas tienen por "resultante" a Daath, es decir, el Conocimiento, y
hemos visto que la "localización" de âjnâ se refiere también al "ojo del
Conocimiento". La pareja siguiente, es decir Hesed y Geburah, puede, según un
simbolismo muy general concerniente a los atributos de "Misericordia" y de
"Justicia", ser puesta en el hombre en relación con los dos brazos; estas dos Sephirot
emplazarán por lo tanto en los dos hombros, y por consiguiente en el nivel de la
región gutural, correspondiendo así a vishuddha; En cuanto a Tiphereth, su posición
central se refiere manifiestamente al corazón, lo que entraña inmediatamente su
correspondencia con anâhata. La pareja de Netsah y Hod se colocará en las caderas,
puntos de sujeción de los miembros inferiores, como los de Hesed y Geburah en los
hombros, son puntos de sujeción superiores; ahora bien, las caderas están en el nivel
de la región umbilical, luego de manipûra. En fin, por lo que hace a los dos últimos
Sephirot, parece que haya que considerarlos una inversión, pues Iesod, según la
significación misma de su nombre, es el "fundamento", lo que responde exactamente
a mûlâdhâra. Habría entonces que asimilar Malkuth a swâdshthâna, lo que la
significación misma de los nombres parece además justificar, pues Malkuth es el
"Reino", y swadhishthâna significa literalmente la "propia morada" de la Shakti.
L
Laberinto
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XXIX, párrafo 6.
El laberinto, como bien lo ha visto Jackson Knight, tiene una doble razón de
ser, en cuanto permite o veda, según los casos, el acceso a determinado lugar donde
no todos pueden penetrar indistintamente; solo los que están “cualificados” podrán
recorrerlo hasta el fin, mientras que los otros se verán impedidos de penetrar o
extraviarán el camino. Se ve inmediatamente que hay aquí la idea de una “selección”,
en relación evidente con la admisión a la iniciación misma: el recorrido del laberinto
no es propiamente, pues, a este respecto, sino una representación de las pruebas
iniciáticas; y es fácil comprender que, cuando servía efectivamente como medio de
acceso a ciertos santuarios, podía ser dispuesto de tal manera que los Ritos
correspondientes se cumplieran en ese trayecto mismo. Por otra parte, se encuentra
también la idea de “viaje”, en el aspecto en que esa idea se asimila a las pruebas
mismas, como puede verificárselo aún hoy en ciertas formas iniciáticas, la Masonería
por ejemplo, donde cada una de las pruebas simbólicas se designa, precisamente,
como un “viaje”. Otro simbolismo equivalente es el de la “peregrinación”; y
recordaremos a este respecto los laberintos que se trazaban otrora en las lajas del piso
de ciertas iglesias, cuyo recorrido se consideraba como un sustituto” del peregrinaje
14
a Tierra Santa; por lo demás, si el punto en el que termina ese recorrido representa
un lugar reservado a los “elegidos”, ese lugar es real y verdaderamente una “Tierra
Santa” en el sentido iniciático de la expresión: en otros términos, ese punto no es
sino la imagen de un centro espiritual, como todo lugar de iniciación lo es
igualmente.
Laico
complacen en calificarse de «agnósticos», y, que por lo demás, son con frecuencia los
mismos, con eso no hacen más que jactarse de su propia ignorancia; y, para que no se
den cuenta de que tal es el sentido de las etiquetas de las que hacen gala, es menester
que esta ignorancia sea en efecto bien grande y verdaderamente irremediable.
Landmarks
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XIV, párrafo 11º y nota 6.
La conexión con el oficio, si ha dejado de existir en cuanto al ejercicio
exterior de éste, no por eso subsiste menos de una manera más esencial, en tanto que
permanece necesariamente inscrita en la forma misma de esta iniciación; si llegara a
ser eliminada, eso ya no sería la iniciación masónica, sino cualquier otra cosa
completamente diferente; y, por lo demás, como sería imposible sustituir
legítimamente por otra filiación tradicional la que existe de hecho, ya ni siquiera
habría entonces, realmente, ninguna iniciación. Por eso es por lo que, allí donde, a
falta de una comprensión más efectiva, queda todavía al menos una cierta consciencia
más o menos obscura del valor propio de las formas rituales, se persiste en
considerar las condiciones de las que hablamos aquí, como formando parte integrante
de los landmarks (el término inglés, en esta acepción «técnica» no tiene equivalente
exacto en francés), que no pueden ser modificados en ninguna circunstancia, y cuya
supresión o negligencia correría el riesgo de acarrear una verdadera nulidad
iniciática.
Estos landmarks se consideran como existiendo from time inmemorial, es decir,
que es imposible asignarles ningún origen histórico definido.
Lengua
“Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonge II, cap. IV, nota 25.
En los antiguos "catecismos" masónicos, la lengua está representada como la
"llave del corazón". La relación entre el corazón y la lengua simboliza la existente
entre "pensamiento" y "palabra", es decir, de acuerdo con el significado cabalístico
de estos dos términos considerados principialmente, la relación existente entre el
aspecto interior y el exterior del Verbo. Así se explica también que entre los
antiguos egipcios (quienes usaban llaves de madera que tenían precisamente forma de
lengua) la persicaria, cuyo fruto tiene la forma de un corazón y las hojas la de una
lengua, tuviera un carácter sagrado.
Lengua Sagrada
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap. 1, párrafo 2º.
Para que una lengua pueda cumplir el papel de “sagrada”, es suficiente
en suma que esté «fijada», exenta de las continuas variaciones que sufren
forzosamente las lenguas que son habladas comúnmente.
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap XVII, párrafos 3º, penúltimo, último y
nota 4.
Todas las fuerzas naturales, y no sólo las fuerzas mecánicas, que no son nada
más que un caso muy particular de ellas, sino las fuerzas del orden sutil tanto como
las del orden corporal, son o atractivas o repulsivas; las primeras pueden ser
consideradas como fuerzas compresivas o de contracción, las segundas expansivas o
de dilatación; y, en el fondo, eso no es otra cosa que una expresión, en este dominio,
de la dualidad cósmica fundamental misma. Es fácil comprender que, en un medio
primitivamente homogéneo, a toda compresión que se produzca en un punto
corresponderá necesariamente una expansión equivalente en otro punto, e
inversamente, de suerte que se deberán considerar siempre correlativamente dos
centros de fuerzas, de los que cada uno no puede existir sin el otro; eso es lo que se
puede llamar la ley de la polaridad, que es, bajo formas diversas, aplicable a todos los
fenómenos naturales, porque deriva, ella también, de la dualidad de los principios
mismos que presiden toda manifestación; esta ley, en el dominio especial del que se
ocupan los físicos, es sobre todo evidente en los fenómenos eléctricos y magnéticos,
pero no se limita de ninguna manera a éstos.
Cuando no se produce ni comprensión ni dilatación, esta relación es
forzosamente igual a la unidad, puesto que la densidad del medio no está modificada;
así pues, para que dos fuerzas que actúan en un punto se equilibren, es menester que
su resultante tenga por coeficiente la unidad. Es fácil ver que el coeficiente de esta
resultante es el producto, y no ya la suma como en la concepción ordinaria, de los
coeficientes de las dos fuerzas consideradas; por consiguiente, estos dos coeficiente n
y n′ deberán ser números inversos el uno del otro: n′ = 1/n, y se tendrá, como
condición del equilibrio, n x n′= 1; así, el equilibrio estará definido, no ya por el
cero, sino por la unidad. Esta fórmula corresponde exactamente a la concepción del
equilibrio de los dos principios complementarios yang y yin en la cosmología extremo
oriental.
Muy lejos de ser el estado de no existencia, el equilibrio es al contrario la
existencia considerada en sí misma, independientemente de sus manifestaciones
secundarias y múltiples; por lo demás, entiéndase bien que no es el No Ser, en el
sentido metafísico de esta palabra, ya que la existencia, incluso en ese estado
primordial e indiferenciado, no es todavía más que el punto de partida de todas las
manifestaciones diferenciadas, como la unidad es el punto de partida de toda la
multiplicidad de los números. Esta unidad, tal como acabamos de considerarla, y en
la cual reside el equilibrio, es lo que la tradición extremo oriental llama el
«Invariable Medio»; y, según esta misma tradición, este equilibrio o esta armonía es,
en el centro de cada estado y de cada modalidad del ser, el reflejo de la «Actividad
del Cielo».
Leyendas
(Ver: Mitos).
y zodiacales es, a este respecto, lo bastante conocida para que sea inútil insistir, y
basta notar que esto pone a la “ciencia de las letras” en estrecha relación con la
astrología encarada como ciencia “cosmológica”42. Por otra parte, en virtud de la
analogía constitutiva del “microcosmo” (el-kawnu-s-segîr) con el “macrocosmo” (el-
kawnu-l-kebîr), esas mismas letras corresponden igualmente a las diversas partes del
organismo humano; y, a este respecto, señalaremos de paso que existe una aplicación
terapéutica de la “ciencia de las letras”, en que cada una de ellas se emplea de
determinada manera para curar las enfermedades que afectan especialmente al
correspondiente órgano.
Resulta, pues, de lo que acaba de decirse, que la “ciencia de las letras” debe
ser encarada en órdenes diferentes, los cuales pueden en suma reducirse a los “tres
mundos”: entendida en su sentido superior, es el conocimiento de todas las cosas en
el principio mismo, en tanto que esencias eternas más allá de toda manifestación; en
un sentido que puede decirse medio, es la cosmogonía, o sea el conocimiento de la
producción o formación del mundo manifestado; por último, en el sentido inferior,
es el conocimiento de las virtudes de los nombres y los números en tanto que
expresan la naturaleza de cada ser, conocimiento que permite, a título de aplicación,
ejercer por medio de ellos, y en razón de dicha correspondencia, una acción de
orden “mágico” sobre los seres mismos y sobre los sucesos que les conciernen. En
efecto, según lo que expone Ibn Jaldún, las fórmulas escritas, estando compuestas
por los mismos elementos que constituyen la totalidad de los seres, tienen, por tal
razón, facultad para obrar sobre ellos; y por eso también el conocimiento del
nombre de un ser, expresión de su naturaleza propia, puede dar un poder sobre él;
esta aplicación de la “ciencia de las letras” se designa habitualmente con el nombre de
sîmî’à43. Importa destacar que esto va mucho más lejos que un simple procedimiento
“adivinatorio”: se puede, en primer lugar, por medio de un cálculo (hisâb) efectuado
sobre los números correspondientes a las letras y los nombres, lograr la previsión de
ciertos acontecimientos44; pero ello no constituye en cierto modo sino un primer
grado, el más elemental de todos, y es posible efectuar luego, partiendo de los
resultados de ese cálculo, mutaciones que tendrán por efecto producir una
modificación correspondiente en los acontecimientos mismos.
También aquí es necesario distinguir, por otra parte, grados muy diferentes,
como en el conocimiento mismo, del cual esto no es sino una aplicación o
efectuación: cuando esa acción se ejerce sólo en el mundo sensible, se trata del grado
más inferior, y en este caso puede hablarse propiamente de “magia”; pero es fácil
42
(Hay también otras correspondencias, con los elementos, las cualidades sensibles, las esferas
celestes, etc...; las letras del alfabeto árabe, que son veintiocho, están igualmente en relación con las
mansiones lunares)
43
La palabra sîmî’à no parece puramente árabe; proviene verosímilmente del griego sèmeia ‘signos’,
lo que la hace aproximadamente equivalente al nombre de la gematriá cabalística, palabra también de
origen griego, pero derivada no de geometría, como comúnmente se dice, sino de grammáteia (de
grámmata, ‘letras’).
44
Se puede también, en ciertos casos, obtener por un cálculo del mismo género la solución de
cuestiones de orden doctrinal; y esta solución se presenta a veces en una forma simbólica de lo más
notable.
concebir que se trate de algo de muy otro orden cuando la acción repercute en los
mundos superiores. En este último caso, estamos evidentemente en el orden
“iniciático” en el sentido más cabal del término; y sólo puede operar activamente en
todos los mundos aquel que ha llegado al grado del “azufre rojo” (el-Kebrîtu-l-áhmar),
nombre que indica una asimilación, que podrá parecer a algunos un tanto inesperada,
de la “ciencia de las letras” a la alquimia. En efecto, estas dos ciencias, entendidas en
su sentido profundo, no son sino una en realidad; y lo que ambas expresan, bajo
apariencias muy diferentes, no es sino el proceso mismo de la iniciación, el cual, por
lo demás, reproduce rigurosamente el proceso cosmogónico, pues la realización total
de las posibilidades de un ser se efectúa necesariamente pasando por las mismas fases
que las de la Existencia universal.
Es por lo menos curioso observar que el propio simbolismo masónico, en el
cual la “Palabra perdida” y su búsqueda desempeñan además importante papel,
caracteriza los grados iniciáticos por medio de expresiones, manifiestamente tomadas
de la “ciencia de las letras: deletrear, leer, escribir. El “Maestro”, que entre sus
atributos tiene la “plancha de trazar”, si fuera verdaderamente lo que debe ser, sería
capaz no solamente de leer sino también de escribir el “Libro de Vida”, es decir, de
cooperar conscientemente en la realización del plan del “Gran Arquitecto del
Universo”; por esto puede juzgarse la distancia que separa la posesión nominal de tal
grado de su posesión efectiva.
Liberación
Liberación (Momento)
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XIX, párrafo 4º y nota 7.
«Pero el que ha obtenido (antes de la muerte, entendida siempre como la
separación del cuerpo) el verdadero Conocimiento de Brahma (que implica, por la
realización metafísica sin la que no habría más que un conocimiento imperfecto y
completamente simbólico, la posesión efectiva de todos los estados de su ser) no pasa
(en modo sucesivo) por todos los mismos grados de retirada (o de reabsorción de su
individualidad, desde el estado de manifestación grosera al estado de manifestación
sutil, con las diversas modalidades que ello conlleva, y después al estado no
manifestado, donde las condiciones individuales son finalmente enteramente
suprimidas). Procede directamente (a este último estado, e incluso más allá de éste si
se considera solo como principio de la manifestación) a la Unión (ya realizada al
menos virtualmente durante su vida corporal) con el Supremo Brahma, al que se
identifica (de una manera inmediata), como un río (que representa aquí la corriente
Liberación y Salvación
Libertad
“Los Estados Múltiples del Ser”, cap. XVIII, párrafo 1º, 2º, etc…. hasta el final.
Podría definirse como la ausencia de coacción. Pero en cuanto a la
Posibilidad Universal considerada más allá del Ser, es decir en el No-Ser, podemos
hablar de “no-dualidad” (Advaita); y allí donde no hay dualidad, no puede haber
coacción. Esto basta para probar que la libertad es una posibilidad, desde el
momento que proviene de forma inmediata de la “no-dualidad”.
Al estar la Unidad libre de coacción, la libertad se encuentra en el dominio
del Ser, lo que indica que la libertad es una posibilidad de manifestación, y eso indica
también que, como consecuencia inmediata, se manifestará en un grado u otro de
todo lo que procede del Ser, es decir, en todos los seres particulares por pertenecer
al dominio de la manifestación universal. En este último caso, sólo puede hablarse de
libertad relativa, por ser imposible al ser individual abarcar lo absoluto. Por otra
parte, puesto que la unidad del Ser es el principio de la libertad, un ser será más libre
cuanto más participe en la Unidad.
Lo más importante no es la libertad relativa de los seres manifestados, como
tampoco los dominios específicos y restringidos en los que sea susceptible de
ejercitarse, sino la libertad entendida en sentido universal y que reside propiamente
en el instante metafísico del paso de la causa al efecto, debiéndose hacer una
transposición analógica de la relación causal, para que pueda ser aplicada a todos los
órdenes de posibilidades. No pudiendo ser esta relación causal una relación de
sucesión, la realización de esta transposición analógica, debe ser considerada
esencialmente bajo el aspecto extra-temporal, pues un estado determinado de
existencia manifestada no es en modo alguno susceptible de universalización, ya que,
en lo universal, todo debe ser considerado en simultaneidad. Si en el No-Ser la
ausencia de coacción se debe a la no dualidad, lo que implica la libertad absoluta, en
el Ser se da igualmente esta libertad absoluta, por ser la primera determinación
(donde no hay multiplicidad), pero en la manifestación del Ser, es decir en los seres
manifestados, la libertad será relativa, pues la absoluta no pude realizarse más que
por la completa universalización, meta final de la realización espiritual que alcanza la
Liberación al extinguirse la individualidad y producirse la plena identidad con el Ser
o “Identidad Suprema” e incluso sobrepasando al Ser. En otras palabras: mientras que
la libertad relativa pertenece al ser bajo cualquier condición, la libertad absoluta no
puede pertenecer más que al ser liberado de las condiciones de la existencia
manifestada, pues la identidad con el Ser y más allá -es decir con el No-Ser-, supone
la universalización donde al no haber dualidad, no hay coacción posible, aquella
situación que es su origen principial y su destino final.
Libros
Ligadura
Límite
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap XII, párrafos 1º, 2º, 3º y nota 5.
Se puede decir que el límite de una cantidad variable es otra cantidad
considerada como fija, a la que la cantidad variable se supone que se aproxima, por
los valores que toma sucesivamente en el curso de su variación, hasta diferir de ella
tan poco como se quiera, o, en otros términos, hasta que la diferencia de estas dos
cantidades deviene más pequeña que toda cantidad asignable. El punto sobre el que
debemos insistir muy particularmente, es que el límite se concibe esencialmente
como un cantidad fija y determinada; aunque no estuviera dada por las condiciones
del problema, se deberá comenzar siempre por suponerla un valor determinado, y
continuar considerándola como fija hasta el fin del cálculo.
Pero toda la cuestión es saber precisamente si la cantidad variable, que se
aproxima indefinidamente a su límite, y que, por consiguiente, puede diferir de él
tan poco como se quiera, según la definición misma de límite, puede alcanzar
efectivamente ese límite, por una consecuencia de su variación misma, es decir, si el
límite puede ser concebido como el último término de una variación continua.
Veremos que, en realidad, esta solución es inaceptable; por el momento, diremos
solamente que la verdadera noción de la continuidad no permite considerar las
cantidades infinitesimales como pudiendo igualarse nunca a cero, ya que entonces
dejarían de ser cantidades. Así pues, una diferencia infinitesimal no podrá ser nunca
rigurosamente nula; por consiguiente, una variable, en tanto que se considere como
tal, diferirá siempre realmente de su límite, y no podría alcanzarle sin perder por eso
mismo su carácter de variable.
Sobre este punto, podemos pues aceptar enteramente, aparte una ligera
reserva, las consideraciones que un matemático que ya hemos citado expone en estos
términos: «Lo que caracteriza al límite tal como lo hemos definido, es a la vez que la
variable pueda aproximarse a él tanto como se quiera, y no obstante que no pueda
alcanzarle nunca rigurosamente; ya que, para que le alcance en efecto, sería menester
la realización de una cierta infinitud, que nos está necesariamente prohibida… Así
pues, uno debe atenerse a la idea de una aproximación indefinida, es decir, cada vez
más grande». En lugar de hablar de «la realización de una cierta infinitud», lo que no
podría tener para nosotros ningún sentido, diremos simplemente que sería menester
que una cierta indefinidad fuera agotada en lo que ella tiene precisamente de
inagotable, aunque, al mismo tiempo, las posibilidades de desarrollo que conlleva
esta indefinidad permiten obtener una aproximación tan grande como se quiera.
«Lo propio del límite y lo que hace que la variable no le alcance nunca
exactamente, es tener una definición diferente de la de la variable; y la variable, por
su lado, aunque se aproxima cada vez más al límite, no le alcanza, porque no debe
dejar de satisfacer nunca a su definición primitiva, que, decimos, es diferente. La
distinción necesaria entre las dos definiciones del límite y de la variable se
encuentran por todas partes… Este hecho, de que las dos definiciones son
lógicamente distintas y, no obstante, tales que los objetos definidos pueden
aproximarse cada vez más el uno al otro45, da cuenta de lo que parece tener de
extraño, a primera vista, la imposibilidad de hacer coincidir nunca dos cantidades
cuya diferencia se está seguro de poder hacer que disminuya más allá de toda
expresión».
Límites de lo indefinido
(Ver: Integración).
Limosna
Línea – composición
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap. VIII, párrafo 3º.
45
Sería más exacto decir que uno de ellos puede aproximarse cada vez más al otro, puesto que solo
uno de esos objetos es variable, mientras que el otro es esencialmente fijo, y puesto que así, en razón
misma de la definición del límite, su aproximación no puede considerarse de ninguna manera como
constituyendo una relación recíproca y cuyos dos términos serían en cierto modo intercambiables;
esta irreciprocidad implica por lo demás que su diferencia es de orden propiamente cualitativo.
Los puntos no son elementos o partes de una línea, los verdaderos elementos
lineales son siempre distancias entre puntos, que son sólo sus extremidades. (Ver: “El
Simbolismo de la Cruz”, cap. XVI).
Los verdaderos elementos de una magnitud deben ser siempre de la misma
naturaleza que esta magnitud, aunque incomparablemente menores: es lo que no
tiene lugar con los «indivisibles», y, por otra parte, es lo que permite observar en el
cálculo infinitesimal, una cierta ley de homogeneidad que supone que las cantidades
ordinarias y las cantidades infinitesimales, aunque incomparables entre sí, son no
obstante magnitudes de la misma especie.
Línea continua
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXVI, párrafo 2º.
La línea continua es entonces la imagen del sûtrâtmâ que une todos los
estados entre sí, y, por lo demás, en el caso del “hilo de Ariadna” en conexión con el
recorrido del laberinto, esa imagen se presenta con tal nitidez, que uno se asombra
de que haya podido pasar inadvertida.
Locura (Simulación)
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XXVII, párrafos 2º, 3º, 4º y último, y nota
2 y última.
Una cierta simulación, aunque sea la de la locura, no puede estar justificada a
veces, incluso en los simples místicos; pero esta justificación no es posible más que a
condición de colocarse en un punto de vista completamente diferente del punto de
vista del quietismo. Pensamos aquí concretamente en algunos casos que se
encuentran bastante frecuentemente en las formas orientales del Cristianismo: en
efecto, «la hagiografía oriental conoce vías de santificación extrañas e insólitas, como
la de los “locos en Cristo”, que cometen actos extravagantes para ocultar sus dones
espirituales a los ojos del entorno bajo la apariencia horrible de la locura, o más bien
para liberarse de los lazos de este mundo en su expresión más íntima y más molesta
para el espíritu, la de nuestro “yo social”».
Se concibe que esa apariencia de locura sea efectivamente un medio, aunque
no sea quizás el único, de escapar a toda curiosidad indiscreta, tanto como a toda
obligación social difícilmente compatible con el desarrollo espiritual; pero importa
destacar que se trata entonces de una actitud tomada frente al mundo exterior y que
constituye una especie de «defensa» contra éste.
Es menester agregar que una tal simulación es bastante peligrosa ya que
puede fácilmente desembocar poco a poco en una locura real, sobre todo en el
místico que, por definición misma, jamás es enteramente dueño de sus estados; por
lo demás, entre la simulación pura y simple y la locura propiamente dicha, puede
haber múltiples grados de desequilibrio más o menos acentuado, y todo desequilibrio
es necesariamente un obstáculo, que, mientras subsiste, se opone al desarrollo
armonioso y completo de las posibilidades superiores del ser.
Esto nos lleva a considerar otro caso, que puede parecer exteriormente bastante
comparable a ese, aunque sin embargo, en el fondo, sea muy diferente de él bajo
varios aspectos: es el caso de lo que, en el Islam, se llama los majâdhîb; éstos se
presentan en efecto bajo un aspecto extravagante que recuerda mucho el de los
«locos en Cristo» que acabamos de mencionar, pero aquí ya no se trata de
simulación, ni tampoco de misticismo. El majdhûb pertenece normalmente a una
tarîqah, y, por consiguiente, ha seguido una vía iniciática, al menos en sus primeros
estadios; pero, en un cierto momento, se ha ejercido sobre él, por el lado espiritual,
una «atracción» (jadhb, de donde el nombre de majdhûb), que, a falta de una
preparación adecuada y de una actitud suficientemente «activa», ha provocado un
desequilibrio y como una «excisión», se podría decir, entre los diferentes elementos
de su ser. La parte superior, en lugar de llevar con ella a la parte inferior y de hacerla
participar en la medida de lo posible en su propio desarrollo, se desvincula al
contrario de ella y la deja por así decir atrás; y de eso no puede resultar más que una
realización fragmentaria y más o menos desordenada46.
Pero, a falta de ser capaz de «unificar» su ser, el majdhûb «pierde pie» y
deviene como «fuera de sí mismo»; es por el hecho de que no es ya dueño de sus
estados, pero solo por eso, por lo que es comparable al místico; y, aunque no sea en
realidad ni un loco ni un simulador, no obstante presenta frecuentemente las
apariencias de la locura. Al lado de éstos, puede haber también falsos majadhîb, que
toman voluntariamente sus apariencias sin serlo realmente. Por otro lado, ocurre
también que, por razones diversas, y ante todo para pasar desapercibido y no dejar
ver al gentío lo que es realmente, un hombre que ha alcanzado un alto grado de
desarrollo espiritual se disimule entre los majadhîb. Por lo demás, salvo en lo que
concierne a la intención de permanecer oculto que se encuentra de una parte y de
otra, este caso no podría compararse al de los «locos en Cristo», que no han
alcanzado un tal grado y que no son más que místicos de un género particular.
Esto nos conduce directamente al caso de los «juglares», cuyas maneras de
actuar han servido tan frecuentemente de «disfraz», en todas las formas tradicionales,
a iniciados de alto rango, sobre todo cuando tenían que desempeñar en el exterior
alguna «misión» especial. Si se agrega a eso que el juglar, así como el majdhûb, es
habitualmente un «errante», es fácil comprender las ventajas que ofrece su papel
cuando se trata de escapar a la atención de los profanos o de desviarla de lo que
conviene dejarles ignorar, ya sea por razones de simple oportunidad, ya sea por otras
razones de un orden mucho más profundo47.
En efecto, la locura es en definitiva una de las máscaras más impenetrables
con las que la sabiduría pueda cubrirse, por eso mismo de que es su extremo
opuesto; por eso es por lo que, en el taoísmo, los «Inmortales» mismos son siempre
46
Entiéndase bien, por lo demás, que el lazo jamás puede romperse enteramente, ya que entonces la
muerte se seguiría de inmediato; pero queda extremadamente debilitado y como «relajado», lo que,
por otra parte, se produce también, a un grado o a otro, en todos los casos de desequilibrio.
47
En razón de esas mismas ventajas, el juglar y el majdhûb verdaderos pueden servir también para
«propagar» algunas cosas sin que ellos mismos sean conscientes de ello.
Logia
Lógica
Longevidad
Longevidad y posteridad
Loto
Luciferismo y satanismo
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap III, nota 9.
El «Luciferismo», que no debe confundirse con el «satanismo», aunque haya
sin duda entre uno y otro una cierta conexión: el «luciferismo» es el rechazo del
reconocimiento de una autoridad superior; el «satanismo» es la inversión de las
relaciones normales y del orden jerárquico; y éste es frecuentemente una
consecuencia de aquél, como Lucifer ha devenido Satán después de su caída.
Luts
“Thánatos” nota 172 y “El Rey del Mundo”, cap. VII.
Palabra hebrea que significa morada de inmortalidad. Partícula corporal
indestructible. Estudiar analogía con Agartha.
La misma palabra “luz” (Luts), es también el nombre dado a una partícula
corporal indestructible, representada simbólicamente como un hueso muy duro y al
cual el alma permanecerá ligada después de la muerte y hasta la resurrección.
LL
Llaves (el poder de)
“La Gran Tríada”, cap. VI, párrafo 6º.
Por otra parte, esta doble operación de «coagulación» y de «solución»,
corresponde muy exactamente a lo que la tradición cristiana designa como el «poder
de las llaves»; en efecto, este poder es doble también, puesto que conlleva a la vez el
poder de «atar» y el poder de «desatar»; ahora bien «atar» es evidentemente la
misma cosa que «coagular», y «desatar» es la misma cosa que «disolver».
Se sabe que la figuración más habitual del poder de que se trata es la de las
dos llaves, una de oro y la otra de plata, que se refieren respectivamente a la
autoridad espiritual y al poder temporal, o a la función sacerdotal y a la función real,
y también, desde el punto de vista iniciático, a los «Misterios Mayores» y a los
«Misterios Menores».
Cada una de las dos llaves debe ser considerada como teniendo, en el orden
al que se refiere, el doble poder de «abrir» y de «cerrar», o de «atar» y de «desatar».
Se puede decir no obstante, en un cierto sentido, que el poder de «atar» prevalece en
la llave que corresponde a lo temporal, y que el poder de «desatar» prevalece en la
llave que corresponde a lo espiritual, ya que lo temporal y lo espiritual son yin y yang
el uno en relación al otro; esto podría justificarse, incluso exteriormente, hablando
de «constricción» en el primer caso y de «libertad» en el segundo.
Lluvia
M
Macrocosmos y Microcosmos
“Estudios sobre el Hinduismo”, capítulo III, párrafo 3º.
Para comprender bien lo que sigue, es importante no perder de vista nunca
la noción de la analogía constitutiva del "Macrocosmos" y del "Microcosmos", en
virtud de la cual todo lo que existe en el Universo se encuentra también de cierta
manera en el hombre, lo que el Viswasâra Tantra expresa en estos términos: "Lo que
es aquí es allá, lo que no es aquí no es en ninguna parte" (Yad ihâsti tad anyatra,yan
nêhâstri na tat kwachit). Hay que añadir que, en razón de la correspondencia que existe
entre todos los estados de la existencia, cada uno de ellos contiene en cierto modo en
sí mismo como un reflejo de todos los demás, lo que permite "situar" por ejemplo,
en el dominio de la manifestación grosera, ya se considere, por otro lado, en el
conjunto cósmico o en el cuerpo humano, unas "regiones" correspondientes a
modalidades diversas de la manifestación sutil, e incluso a toda una jerarquía de
"mundos" que representan otros tantos grados diferentes en la existencia universal.
Magia
Mahâdmâs
Mal
Manifestación y Creación
“El Esoterismo Islámico y el Taoísmo”, cap IX, párrafos 5º, 7º, 9º y último.
La idea de manifestación, tal como las doctrinas orientales la consideran de
una manera puramente metafísica, no se opone de ningún modo a la idea de
creación; se refieren sólo a niveles y a puntos de vista diferentes, de tal suerte que
basta saber situar a cada una de ellas en su verdadero lugar, para darse cuenta de que
no hay entre ellas ninguna incompatibilidad. La diferencia, en esto como sobre
muchos otros puntos, no es en suma sino la misma del punto de vista metafísico y del
punto de vista religioso; ahora bien, si es verdad que el primero es de orden más
elevado y más profundo que el segundo, por ello no lo es menos que no podría de
ningún modo anular o contradecir a éste, lo que está por lo demás suficientemente
probado por el hecho de que uno y otro pueden muy bien coexistir en el interior de
una misma forma Tradicional.
Solamente, la diferencia consiste en que el punto de vista al cual se refiere la
idea de creación no considera nada más allá de la manifestación, o al menos no
considera más que el Principio sin profundizar más, porque no es todavía más que un
punto de vista relativo, mientras que al contrario, bajo el punto de vista metafísico,
es lo que está en el Principio, es decir, la posibilidad, la que es en realidad lo esencial
y lo que importa más que la manifestación en sí misma.
Sea que se trate de la manifestación considerada metafísicamente o de la
creación, la dependencia completa de los seres manifestados al respecto del
Principio, es afirmada tan clara y expresamente en un caso como en el otro. Bajo el
punto de vista metafísico, esta dependencia es al mismo tiempo una «participación»:
en toda la medida de lo que tienen de realidad en ellos, los seres participan del
Principio, dado que toda realidad está en éste. El punto de vista religioso, por el
contrario, insiste ante todo sobre la nulidad propia de los seres manifestados,
porque, por su naturaleza misma, no tiene que conducirles más allá de esta
condición; e implica la consideración de la dependencia bajo un aspecto al cual
corresponde prácticamente la actitud de el-ubûdiyah, para emplear el término árabe
que el sentido ordinario de «servidumbre» no explicita sin duda sino muy
imperfectamente en la acepción específicamente religiosa, pero suficiente sin
embargo para permitir comprender ésta mejor de lo que la haría comprender el
término de «adoración».
Sabemos que no puede haber ahí ninguna contradicción real, sea en el
interior de cada Tradición, sea entre ésta y las demás Tradiciones, puesto que no hay
en todo eso más que expresiones diversas de la Verdad una.
Mano (La)
“El Esoterismo Islámico y el Taoísmo”, Cap. VII, párrafos 3º, 5º, 6º, 7º y 10.
La quirología, por extraño que eso pueda parecer a aquellos que no tienen
ninguna noción de estas cosas, se vincula directamente, bajo su forma islámica, a la
ciencia de los nombres divinos: la disposición de las líneas principales traza en la
mano izquierda el número 81 y, en la mano derecha, el número 18, o sea, en total
99, el número de los nombres atributivos (çifûtiyah). En cuanto al nombre Allah
mismo, está formado por los dedos, de la manera siguiente: El meñique corresponde
al alif, el anular al primer lam, el medio o corazón y el índice al segundo lam, que es
doble, y el pulgar al he (que, regularmente, debe ser trazado bajo su forma
«abierta»); y es ésta la razón principal del uso de la mano como símbolo, tan
extendido en todos los países islámicos (refiriéndose una razón secundaria al número
5, de donde el nombre de khoms es dado a veces a esa mano simbólica). Puede
comprenderse por ahí la significación de esta palabra del Sifr Seyidna Ayûb (Libro de
Job, XXXVII, 7): «Él ha puesto un sello (khâtim) en la mano de todo hombre, a fin
de que todos puedan conocer Su obra»; y añadiremos que esto no carece de relación
con la función esencial de la mano en los Ritos de bendición y de consagración.
Los 99 nombres que expresan los atributos divinos están igualmente repartidos
siguiendo este septenario: 15 para el cielo del sol, en razón de su posición central, y
14 para cada uno de los otros seis cielos (15+614=99). El examen de los signos
que se encuentran sobre la parte de la mano correspondiente a cada uno de los
planetas, indica en qué proporción (5/14 o 5/15) el sujeto posee las cualidades que
se les atribuyen; esta proporción corresponde a un número(s) de nombres divinos
entre los que pertenecen al cielo planetario considerado; y estos nombres pueden ser
determinados después, por medio de un cálculo, por lo demás, muy largo y muy
complicado.
Añadimos que en la región de la muñeca, más allá de la mano propiamente
dicha, se localiza la correspondencia de los dos cielos superiores, cielo de las estrellas
fijas y cielo empíreo, que, con lo siete cielos planetarios, completan el número 9.
Además, en las diferentes partes de la mano se sitúan los doce signos
zodiacales (burûj), en relación con los planetas de los cuales son los dominios
respectivos (uno para el Sol y la Luna, dos para cada uno de los otros cinco planetas),
y también las dieciséis figuras de la geomancia (ilm er-raml), puesto que todas las
ciencias tradicionales están estrechamente ligadas entre ellas.
El examen de la mano izquierda indica la «naturaleza» (et-tabiyah) del sujeto,
es decir, el conjunto de las tendencias, disposiciones o aptitudes que constituyen en
cierto modo sus caracteres innatos. El de la mano derecha hace conocer los
caracteres adquiridos (el-istiksâb); estos se modifican por lo demás continuamente, de
tal suerte que, para un estudio continuado, este examen debe ser renovado cada
cuatro meses. Este periodo de cuatro meses constituye, en efecto, un ciclo
completo, en el sentido de que conlleva el retorno a un signo zodiacal
correspondiente al mismo elemento que el del signo de partida; se sabe que esta
correspondencia con los elementos se hace en el orden de sucesión siguiente: fuego
(nâr), tierra (Turâb), aire (hawâ), agua (mâ). Es pues un error pensar, como lo han
hecho algunas, que el periodo en cuestión no debería ser más que de tres meses, ya
que el periodo de tres meses corresponde solamente a una estación, es decir, a una
parte del ciclo anual, y no es en sí misma un ciclo completo.
Mantra
Máquina y útil
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. VIII, última nota.
Se puede destacar que, en un cierto sentido, la máquina es lo contrario del
útil, y no un útil «perfeccionado» como muchos se lo imaginan, ya que el útil es en
cierto modo un «prolongamiento» del hombre mismo, mientras que la máquina
reduce a éste a no ser más que su servidor; y, si se ha podido decir que «el útil
engendra el oficio», no es menos verdad que la máquina lo mata. Las reacciones
instintivas de los artesanos contra las primeras máquinas se explicarán así por sí solas.
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XXIII, párrafo 3º, nota 5.
Es el dominio de las “Aguas inferiores” o de las posibilidades formales. Las
pasiones se toman aquí para designar todas las modificaciones contingentes que
constituyen la “corriente de las formas”.
Máscara
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XXVIII, párrafo 2º, 3º, 4º, 6º y último.
Cuando un Qutb debe manifestarse entre los hombres ordinarios, reviste
frecuentemente la apariencia de un mendigo o de un tratante ambulante. Por lo
demás, es a ese mismo pueblo (y la aproximación no es ciertamente fortuita) a quien
se confía siempre la conservación de las verdades de orden esotérico que de otro
modo correrían el riesgo de perderse, verdades que el pueblo es incapaz de
comprender, ciertamente, pero que por eso no transmite menos fielmente, incluso si
para eso deben ser recubiertas, ellas también, de una máscara más o menos grosera;
y es ese en suma el origen real y la verdadera razón de ser de todo «folklore», y
concretamente de los pretendidos cuentos populares. ¿Pero, se podrá preguntar,
cómo es posible que sea en ese medio, que algunos designan de buena gana y
peyorativamente como el «bajo pueblo», donde la élite, e incluso la parte más alta de
la élite, de la cual es en cierto modo todo lo contrario, pueda encontrar su mejor
refugio, ya sea para sí misma, ya sea para las verdades de las que ella es la detentora
normal?
El pueblo, al menos en tanto que no ha sufrido una «desviación» de la cual
no es en modo alguno responsable, ya que por sí mismo no es en suma más que una
masa eminentemente «plástica», que corresponde al lado propiamente «substancial»
de lo que se puede llamar la entidad social, el pueblo, decimos, lleva en él, y por el
hecho de esa «plasticidad» misma, posibilidades que no tiene la «clase media».
Contrariamente a lo que se gusta afirmar en nuestros días, el pueblo no actúa
espontáneamente y no produce nada por sí mismo; sino que es como un «reservorio»
de donde todo puede ser sacado, tanto lo mejor como lo peor, según la naturaleza de
las influencias que se ejerzan sobre él.
La élite, por eso mismo de que el pueblo es su extremo opuesto encuentra
verdaderamente en él su reflejo más directo, puesto que, como en todas las cosas, el
punto más alto se refleja directamente en el punto más bajo y no en uno u otro de los
puntos intermediarios. Es, ciertamente, un reflejo oscuro e inverso, como el cuerpo
lo es en relación al espíritu, pero que por eso no ofrece menos la posibilidad de un
«enderezamiento», comparable al que se produce al fin de un ciclo. La élite, al
descender en cierto modo hasta el pueblo, encuentra en él todas las ventajas de la
«incorporación», en tanto que ésta es necesaria para la constitución de un ser
realmente completo en nuestro estado de existencia; y el pueblo es para ella un
«soporte» y una «base», al mismo título que el cuerpo lo es para el espíritu
manifestado en la individualidad humana.
Por otra parte, es particularmente importante destacar que la apariencia
«popular» revestida por los iniciados constituye a todos los grados, como una imagen
de la «realización descendente». Se dice que el estado de los Malâmatiyah «se parece
al estado del Profeta, que fue elevado a los grados más altos de la Proximidad
divina», pero que, «cuando volvió hacia las creaturas, no habló con ellas más que de
las cosas exteriores», de tal suerte que, «de su conversación íntima con Dios, no
apareció nada sobre su persona». Se dice además que «ese estado es superior al de
Moisés, a quien nadie pudo mirar al rostro después de que hubo hablado con Dios».
En efecto, en el caso representado aquí por el estado de Moisés, el «re-descenso» no
se efectúa completamente, podríase decir, y no engloba integralmente todos los
niveles inferiores, hasta el que simboliza la apariencia exterior de los hombres
vulgares, para hacerles participar en la verdad transcendente, en la medida de sus
posibilidades respectivas.
Esto está ligado bastante estrechamente a un cierto aspecto del simbolismo
del agua, que se coloca siempre en los lugares más bajos, y que, aunque es lo que hay
de más débil, viene a acabar, no obstante, con las cosas más fuertes y más poderosas.
El agua, en tanto que es una imagen del principio «substancial» de las cosas, puede
tomarse también, en el orden social, como un símbolo del pueblo, lo que
corresponde bien a su posición inferior; y el Sabio, al imitar a la naturaleza o a la
manera de ser del agua, se confunde aparentemente con el pueblo; pero eso mismo
le permite, mejor que toda otra situación, no solo influenciar al pueblo todo entero
por su «acción de presencia», sino también guardar intacto al abrigo de todo alcance
aquello por lo cual él es interiormente superior a los demás hombres, y que
constituye por lo demás la única superioridad verdadera.
Se dice que los templarios que escaparon a la destrucción de su orden se
disimularon entre los obreros constructores; si algunos no quieren ver ahí más que
una «leyenda», la cosa no es menos significativa por su simbolismo.
(Ver: Teatro).
Mascaradas
Masculino y Femenino
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. VI, párrafos 2º y 3º.
La línea vertical representa el principio activo y, la horizontal, el pasivo.
Estos dos principios, por analogía, se designan en el orden humano, como masculino
y femenino; y, en su sentido más extenso, son aquellos que la doctrina hindú da con
los nombres de Purusha y Prakriti. Definirían la esencial correlación entre “activo” y
“pasivo”. Su unión constituye el “Andrógino” primordial, que, en la totalización del
ser, los complementarios deben efectivamente encontrarse en un equilibrio perfecto,
sin ningún predominio del uno sobre el otro. A este “Andrógino” se le atribuye la
forma esférica, ya que se extiende por igual en todas direcciones, por lo que es
considerada la figura de la totalidad universal (Esfera, obviamente, de radio
idefinido).
“Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage II”, cap IV, párrafos 14º, 16,
17º y 18º, y nota 23.
En efecto, una Logia operativa no puede abrirse sin el concurso de tres
Maestros50, provistos de tres varillas cuyas longitudes están respectivamente en
relación con los números 3, 4 y 5; y solamente a partir del momento en que estas
tres varillas han sido aproximadas y dispuestas en forma tal de conformar el triángulo
rectángulo pitagórico, es cuando puede tener lugar la apertura de los trabajos. Dicho
esto, es fácil comprender que, de forma similar, una palabra sagrada pueda estar
compuesta de tres partes, tales como tres sílabas51, no pudiendo, cada una de las
cuales, ser pronunciada más que por uno de los tres Maestros, de manera que, a falta
de uno de ellos, tanto la palabra como el triángulo quedarían incompletos, y nada
válido podría realizarse, como veremos más adelante cuando retornemos sobre este
punto.
Volviendo al triángulo rectángulo del que hemos hablado, podemos decir,
después de lo que hemos visto, que la muerte del "tercer Gran Maestro" lo torna
incompleto; es a ello a lo que corresponde, en un cierto sentido e
independientemente de sus significados propios, la forma de la escuadra del
Venerable, que tiene los lados desiguales, normalmente en relación 3 a 4, de manera
que pueden considerarse como los dos lados que forman el ángulo recto del
triángulo, y en el cual está ausente la hipotenusa, o, si se prefiere, está
"sobreentendida"52. Debemos señalar también que la reconstitución del triángulo
50
Los Maestros son aquí los que poseen el séptimo y último grado operativo, al cual pertenecía
primitivamente la leyenda de Hiram; y es por tal motivo que la leyenda era desconocida por los
Compañeros "aceptados" que fundaron por propia iniciativa la Gran Logia de Inglaterra en 1717, y
que naturalmente no podían trasmitir nada más que lo que ellos mismos habían recibido.
51
La sílaba es realmente el elemento no descomponible de la palabra pronunciada. Por otra parte hay
que señalar que la "palabra sustitutiva" misma, en sus diferentes formas, está compuesta siempre de
tres sílabas que se enuncian por separado en su pronunciación ritual.
52
A título de curiosidad, señalaremos que en la Masonería mixta o Co-Masonería se consideró
oportuno considerar la escuadra del Venerable con lados iguales en longitud a fin de representar la
igualdad del hombre y de la mujer, lo que no tiene la más mínima relación con su verdadero
completo, tal como figura en las insignias del Past Master, implica, o al menos debería
teóricamente implicar, que éste ha llegado a realizar la reconstitución de lo que se
había perdido.
En cuanto a la palabra sagrada que sólo puede ser comunicada por el
concurso de tres personas, es muy significativo que justamente este carácter se
verifique en la palabra que, en el grado del Royal Arch, se considera representante de
la "palabra reencontrada", y cuya comunicación regular no es efectivamente posible
más que de esta forma. Las tres personas de que se trata forman entre sí un triángulo,
y las tres partes de la palabra que, como explicamos anteriormente, son entonces las
tres sílabas correspondientes a otros tantos nombres divinos de diferentes
tradiciones, "pasan" sucesivamente, si así puede decirse, de uno a otro de los lados
del triángulo, hasta que la palabra sea completamente "justa y perfecta". Aunque en
realidad no se trate aquí sino de otra "palabra sustituta", el hecho de que el Royal
Arch sea, en cuanto a su filiación operativa, el más "auténtico' de todos los grados
superiores, otorga a esta forma de comunicación una importancia innegable, que
confirma la interpretación de lo que a este respecto permanece oscuro en el
simbolismo del grado de Maestro, tal como actualmente es practicado.
A propósito de ello, añadiremos todavía una observación sobre el
Tetragrama hebreo: puesto que éste es uno de los nombres divinos más
frecuentemente asimilados a la "palabra perdida", debe haber también en él algo que
corresponda a lo que acabamos de decir, ya que el mismo carácter, desde el
momento en que es verdaderamente esencial, debe estar de algún modo en todo lo
que tal "palabra" representa de manera más o menos adecuada. Lo que queremos
decir es que, para que la correspondencia simbólica sea exacta, la pronunciación del
Tetragrama debería ser necesariamente tri-silábica; pero ya que el mismo se escribe
normalmente con cuatro letras, podría decirse que, según el simbolismo numérico,
el número 4 se refiere aquí al aspecto "substancial" de la palabra (en tanto que ésta
esté escrita, o se deletree conforme a la escritura, que ejerce la función de un
soporte "corpóreo"), y el 3 a su aspecto "esencial" (en tanto que la palabra sea
pronunciada integralmente por la voz, lo único que otorga el "espíritu" y la "vida").
De ello se desprende que la forma Jehovah, si bien no puede ser considerada como la
verdadera pronunciación del Nombre, que ya nadie conoce, la representa al menos
mucho mejor al constar de tres sílabas (y su misma antigüedad, en cuanto
transcripción aproximativa en las lenguas occidentales, podría ya por sí misma
dejarlo entrever) que la forma Yahveh, puramente engañosa e inventada por los
exégetas y los "críticos" modernos, y que, no poseyendo más que dos sílabas, resulta
evidentemente inapropiada para una transmisión ritual como ésta de la que estamos
hablando.
Materia y Espíritu
(Ver: Psicología).
Materia y Medida
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. III, párrafos 2º, 3º y 4º.
La asociación que parece haberse observado más frecuentemente, es la que
vincula materia a mater, y eso conviene bien en efecto a la substancia, en tanto que
ésta es un principio pasivo, o simbólicamente «femenino»: se puede decir que Prakriti
desempeña el papel «maternal» en relación a la manifestación, del mismo modo que
Purusha desempeña el papel «paternal».
Esto concuerda también con el sentido original del término U landa nu (en
griego), que hemos indicado más atrás: el vegetal es por así decir la «madre» del
fruto que sale de él y que alimenta con su substancia, pero que no se desarrolla y
madura más que bajo la influencia vivificante del Sol, el cual es así en cierto modo el
«padre»; y, por consiguiente, el fruto mismo se asimila simbólicamente al Sol por
«co-esencialidad», si es permisible expresarse así, como se puede ver en lo que
hemos dicho en otra parte sobre el tema del simbolismo de los Âdityas y de otras
diversas nociones tradicionales similares.
Por otra parte, es posible también vincular la misma palabra materia al verbo
latino metiri, «medir» (y vamos a ver que existe en sánscrito una forma que está más
próxima de ella aún); pero quien dice «medida» dice por eso mismo determinación,
y esto ya no se aplica a la absoluta indeterminación de la substancia universal o de la
materia prima, sino que debe referirse más bien a alguna otra significación más
restringida; ese es precisamente el punto que nos proponemos examinar ahora de
una manera particular. (Ver capítulo).
Es verdad que la palabra mâtrâ, que significa literalmente «medida», es el
equivalente etimológico de materia; pero lo que es así “medido”, no es la “materia” de
los físicos, sino las posibilidades de manifestación que son inherentes al espíritu
(Âtmâ)».
Entendida en su sentido literal, la medida se refiere principalmente al
dominio de la cantidad continua, es decir, de la manera más directa, a las cosas que
poseen un carácter espacial. Aquí estamos muy lejos de la materia prima, que en
efecto, en su «indistinción» absoluta, no puede ser medida de ninguna manera, ni
servir para medir nada; pero debemos preguntarnos si esta noción de la medida no se
liga más o menos estrechamente a lo que constituye la materia secunda de nuestro
mundo, y, efectivamente, este lazo existe por el hecho de que ésta es signata
quantitate.
Si la medida concierne directamente a la extensión y a lo que está contenido
en ella, es por el aspecto cuantitativo de esta extensión, como la medida se hace
posible.
La cantidad pura sí es inherente a la materia secunda del mundo corporal.
Lo continuo no es la cantidad pura por lo que la medida presenta siempre
una cierta imperfección en su expresión numérica, ya que la discontinuidad del
número hace imposible su aplicación adecuada a la determinación de las magnitudes
continuas. La cantidad no es lo que se mide, sino, antes al contrario, aquello por lo
que las cosas son medidas; y, además, se puede decir que la medida es, en relación al
número, en sentido inversamente analógico, lo que es la manifestación en relación a
su principio esencial.
En el fondo, la medida es entonces una «asignación» o una «determinación»,
implicada necesariamente por toda manifestación, en cualquier orden y bajo
cualquier modo que sea; esta determinación es naturalmente conforme a las
condiciones de cada estado de existencia, e incluso, en un cierto sentido, se identifica
a esas condiciones mismas; ella no es verdaderamente cuantitativa más que en
nuestro mundo, puesto que la cantidad no es en definitiva, así como el espacio y el
tiempo, más que una de las condiciones especiales de la existencia corporal.
Pero, en todos los mundos, hay una determinación que puede ser
simbolizada para nosotros por esta determinación cuantitativa que es la medida,
puesto que ella es lo que se le corresponde en ellos teniendo en cuenta la diferencia
de las condiciones; y se puede decir que es por esta determinación como esos
mundos, con todo lo que contienen, son realizados o «actualizados» como tales,
puesto que ella no forma más que uno con el proceso mismo de la manifestación.
Lo “medido” es el contenido definido o finito del “cosmos”, es decir, del
universo “ordenado”; lo “no mensurable” es el Infinito, que es a la vez la fuente de lo
indefinido y de lo finito, y que permanece inafectado por la definición de lo que es
definible», es decir, por la realización de las posibilidades de manifestación que lleva
en él.
(Interesante ver capítulo).
Materialismo
Materialismo y sentimentalismo
“Oriente y Occidente”, cap. I, párrafo 7º.
De hecho, materialidad y sentimentalidad, muy lejos de oponerse, no
pueden ir apenas la una sin la otra, y juntas las dos adquieren su desarrollo más
extremo; tenemos la prueba de ello en América, donde, como ya hemos tenido
ocasión de hacerlo observar en nuestros estudios sobre el teosofismo y el espiritismo,
las peores extravagancias «pseudomísticas» nacen y se extienden con una increíble
facilidad, al mismo tiempo que el industrialismo y la pasión por los «negocios» se
llevan hasta un grado que confina la locura; cuando las cosas han llegado a eso, ya no
es un equilibrio lo que se establece entre las dos tendencias, son dos desequilibrios
que se suman uno al otro y, en lugar de compensarse, se agravan mutuamente. La
razón de este fenómeno es fácil de comprender: allí donde la intelectualidad está
reducida al mínimo, es muy natural que la sentimentalidad asuma la primacía; y, por
lo demás, ésta, en sí misma, está muy cerca del orden material.
Melquisedec
“El Rey del Mundo”, cap. VI, párrafo 2º.
El nombre de Melquisedek, o más exactamente Melki-Tsedeq, no es otra cosa,
en efecto, que el nombre bajo el cual la función misma del «Rey del Mundo» se
encuentra expresamente designada en la tradición judeocristiana. (Ver capítulo).
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap IV, párrafo 10º.
No hay que dejarse detener por las formas exteriores, cualesquiera que sean;
los «Fieles de Amor» sabían ir más allá de las formas, y he aquí una prueba: En una
de las primeras novelas del Decamerón de Bocaccio, Melquisedec afirma que entre el
Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo «nadie sabe cuál es la verdadera fe». El Sr.
Valli ha acertado al interpretar la afirmación en el sentido de que «la verdadera fe
está escondida bajo los aspectos exteriores de las diversas creencias» pero lo que es
más notable, y él no lo ha visto, es que estas palabras sean puestas en boca de
Melquisedec, precisamente el representante de la tradición única oculta bajo todas
sus formas exteriores; y hay ahí algo que muestra que algunos en Occidente sabían
aún en esa época lo que es el verdadero «centro del mundo».
Mente
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap XXXII, párrafo 1º, 2º, 3º, 4º, 5º y último, y
nota 3.
Por «mente» entendemos el conjunto de las facultades de conocimiento que
son específicamente características del individuo humano, y de las que, la principal,
es la razón.
Hay lugar a insistir sobre la insuficiencia de la mente, al respecto de todo
conocimiento de orden propiamente metafísico e iniciático.
Es necesario distinguir entre la razón, facultad de orden puramente
individual, y el intelecto puro, que es al contrario supra-individual.
Puesto que el conocimiento metafísico, en el verdadero sentido de esta
palabra, es de orden universal, sería imposible si no hubiera, en el ser, una facultad
del mismo orden, y, por consiguiente, transcendente en relación al individuo: esta
facultad es propiamente la intuición intelectual.
Este conocimiento sólo es posible porque el ser, que es un individuo humano
en cierto estado contingente de manifestación, es también otra cosa al mismo
tiempo; sería absurdo decir que el hombre, en tanto que hombre y por sus medios
humanos, puede rebasarse a sí mismo; pero el ser que aparece en este mundo como
un hombre es, en realidad, algo muy diferente por el principio permanente e
inmudable que le constituye en su esencia profunda. Todo conocimiento que se
puede llamar verdaderamente iniciático, resulta de una comunicación establecida
conscientemente con los estados superiores.
El conocimiento directo del orden transcendente, con la certeza absoluta
que implica, es evidentemente, en sí mismo, incomunicable e inexpresable; puesto
que toda expresión es necesariamente formal por definición misma, y por
consiguiente individual (Recordaremos que la forma es, entre las condiciones de la
existencia manifestada, la que caracteriza propiamente a todo estado individual como
tal), le es por eso mismo inadecuada y no puede dar de él, en cierto modo, más que
un reflejo en el orden humano.
Mentes cultivadas
Metafísica
Metafísica (Acceso)
Metales
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXII, penúltimo y último
párrafos, y antepenúltima nota.
Los metales, según el simbolismo tradicional, están en relación, no sólo con
el «fuego subterráneo» como lo hemos indicado, sino también con los «tesoros
ocultos», puesto que todo eso está bastante estrechamente conexo, por razones que
no podemos desarrollar más en este momento, pero que pueden ayudar
concretamente a la explicación de la manera en que las intervenciones humanas son
susceptibles de provocar o más exactamente de «desencadenar» algunos cataclismos
naturales. Sea como sea, todas las «leyendas» (para hablar el lenguaje actual) que se
refieren a esos «tesoros» muestran claramente que sus «guardianes», es decir,
precisamente las influencias sutiles que están vinculadas a ellos, son «entidades»
psíquicas a las que es muy peligroso acercarse sin poseer las «cualificaciones»
requeridas y sin tomar las precauciones debidas; pero, de hecho, ¿qué precauciones
podrían tomar los modernos, que son completamente ignorantes de estas cosas, a
este respecto? Están evidentísimamente desprovistos de toda «cualificación», así
como de todo medio de acción en ese dominio, que se les escapa a consecuencia de la
actitud misma que han tomado frente a todas las cosas; es verdad que se jactan
constantemente de «someter a las fuerzas de la naturaleza», pero están ciertamente
muy lejos de sospechar que, detrás de esas fuerzas mismas, que consideran en un
sentido exclusivamente corporal, hay algo de otro orden, de lo cual ellas no son
realmente más que el vehículo y como la apariencia exterior; y es eso lo que algún
día podría rebelarse y volverse finalmente contra aquellos que lo han desconocido.
A este propósito, agregaremos incidentalmente otra precisión que quizás no
parecerá más que singular o curiosa, pero que tendremos la ocasión de volverla a
encontrar después: en las «leyendas», los «guardianes de los tesoros ocultos», que
son al mismo tiempo los herreros que trabajan en el «fuego subterráneo», son
representados a la vez, y según los casos, como gigantes y como enanos. Algo
semejante existía también para los Kabiros, lo que indica que todo simbolismo es
susceptible también de recibir una aplicación que se refiere a un orden superior;
pero, si uno se atiene al punto de vista en el que, debido al hecho de las condiciones
mismas de nuestra época, debemos colocarnos al presente, no puede verse en ello
más que la cara en cierto modo «infernal», es decir, que no hay en eso, en estas
condiciones, más que una expresión de influencias que pertenecen al lado inferior y
«tenebroso» de lo que se puede llamar el «psiquismo cósmico»; y, como lo veremos
mejor al proseguir nuestro estudio, son efectivamente las influencias de este tipo las
que, bajo sus formas múltiples, amenazan hoy la «solidez» del mundo.
Para completar esta apercepción, precisaremos también, como refiriéndose
evidentemente al lado «maléfico» de la influencia de los metales, la prohibición
frecuente de llevar sobre sí objetos metálicos durante el cumplimiento de algunos
Ritos, ya sea en el caso de Ritos exotéricos, ya sea en el de Ritos propiamente
iniciáticos (En las iniciaciones occidentales, esto se traduce, en la preparación ritual
del recipiendario, por lo que es designado como el «despojamiento de los metales»).
Se podría decir que, en un caso como ese, los metales, además de que pueden dañar
efectivamente a la transmisión de las «influencias espirituales», son tomados como
representando en cierto modo lo que la Kabbala hebraica llama las «cortezas» o las
«coquillas» (qlippoth), es decir, lo más inferior que hay en el dominio sutil, que
constituye, si es permisible expresarse así, los «bajos fondos» infra-corporales de
nuestro mundo). Sin duda, todas las prescripciones de este género tienen ante todo
un carácter simbólico, y eso es incluso lo que constituye todo su valor profundo;
pero aquello de lo que es menester darse cuenta bien, es que el verdadero
simbolismo tradicional (que uno debe guardarse bien de confundir con las
contrahechuras y las falsas interpretaciones a las que los modernos aplican a veces
abusivamente el mismo nombre) tiene siempre un alcance efectivo, y que sus
aplicaciones rituales, en particular, tienen efectos perfectamente reales, aunque las
facultades estrechamente limitadas del hombre moderno no puedan percibirlos
generalmente. En eso no se trata de cosas vagamente «ideales», sino, bien al
contrario, de cosas cuya realidad se manifiesta a veces de una manera en cierto modo
«tangible»; y si ello fuera de otro modo, ¿cómo podría explicarse, por ejemplo, el
hecho de que hay hombres que, en ciertos estados espirituales, no pueden sufrir el
contacto ni siquiera indirecto de los metales, y eso incluso si ese contacto ha sido
operado sin su conocimiento y en condiciones tales que les sea imposible apercibirse
de ello por medio de sus sentidos corporales, lo que excluye forzosamente la
explicación psicológica y «simplista» de la «autosugestión»? Si agregamos que este
contacto puede llegar, en parecido caso, hasta producir exteriormente los efectos
fisiológicos de una verdadera quemadura, se convendrá que tales hechos deberían dar
motivos de reflexión si los modernos fueran todavía capaces de ello; pero la actitud
profana y materialista y la toma de partido que resulta de ella les han sumergido en
una incurable ceguera.
Miedo
Milagros
(Ver: Alquimia, último párrafo).
Ministerio
Misterio
“Los Estados Múltiples del Ser”cap. XVI, nota 10; y “Apreciaciones sobre la
Iniciación”, cap. XVII, penúltimo y último párrafos.
No es en absoluto algo incognoscible o ininteligible, sino, de acuerdo al
sentido etimológico de la palabra, es algo inexpresable y por tanto incomunicable; es
lo que no se puede sino contemplar en silencio (Ver «contemplación»); y, como lo
inexpresable es al mismo tiempo y por eso mismo lo incomunicable, la prohibición
de revelar la enseñanza sagrada simboliza, desde este nuevo punto de vista, la
imposibilidad de expresar con palabras el verdadero misterio del que esta enseñanza
no es, por así decir, más que la vestidura, que la manifiesta y que la vela todo junto.
De este modo, la enseñanza que concierne a lo inexpresable no puede,
evidentemente, más que sugerirlo con la ayuda de imágenes apropiadas, que serán
como los soportes de la contemplación.
Un ejemplo sería el “secreto iniciático”, que no es más que vivencia ritual
que experimente el iniciado y que no puede expresa en palabras, ni en ningún
aspecto formal.
El Misterio designa lo que se debe recibir en silencio, aquello sobre lo que
no conviene discutir; bajo este punto de vista, todas las doctrinas tradicionales -
comprendidos ahí los dogmas religiosos que constituyen un caso particular de ellas-,
pueden ser llamadas «misterios» (extendiéndose entonces la acepción de esta palabra
a dominios diferentes del dominio iniciático, pero en los cuales se ejerce igualmente
una influencia «no humana»), porque son verdades que, por su naturaleza
esencialmente supra-individual y supra-racional, están por encima de toda discusión
(esto no es otra cosa que la infalibilidad misma que es inherente a toda doctrina
tradicional). Ahora bien, para ligar este sentido al primero, se puede decir que
difundir sin miramientos entre los profanos los misterios así entendidos, es
inevitablemente librarlos a la discusión, procedimiento profano por excelencia, con
todos los inconvenientes que pueden resultar de ello y que resume perfectamente
esta palabra de «profanación» que ya hemos empleado precedentemente sobre otro
punto, y que aquí debe tomarse en su acepción a la vez más literal y más completa; el
trabajo destructivo de la «crítica» moderna, al respecto de toda tradición, es un
ejemplo muy elocuente de lo que queremos decir como para que sea necesario
insistir más en ello.
Este sentido de la palabra «misterio», que está igualmente vinculado a la
palabra «sagrado» en razón de lo que ya hemos dicho más atrás, está marcado muy
claramente en este precepto del Evangelio: «No deis las cosas santas a los perros, y
no arrojéis las perlas a los puercos, por miedo de que las pisoteen, y que,
revolviéndose contra vosotros, os despedacen» (San Mateo, VII, 6). Se destacará que
los profanos son representados aquí simbólicamente por los animales considerados
como «impuros» en el sentido propiamente ritual de esta palabra.
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXXVIII, nota 6.
Todo lo que se refiere a los «Misterios Mayores», al ser de orden
esencialmente «supra-humano», es absolutamente inaccesible a la «contra-iniciación»
y a sus representantes a todos los grados.
efecto, la palabra griega muthos, «mito», viene de la raíz mu, y ésta (que se encuentra
también en el latín mutus, mudo) representa la boca cerrada, y por consiguiente, el
silencio.
El mutus liber de los hermetistas es literalmente el «libro mudo», es decir, sin
comentario verbal, pero es también, al mismo tiempo, el libro de los símbolos, en
tanto que el simbolismo puede ser considerado verdaderamente como el «lenguaje
del silencio». Éste es el sentido del verbo muein, cerrar la boca, callarse (y, por
extensión, llega a significar también cerrar los ojos, en sentido propio y figurado); el
examen de algunos de los derivados de este verbo es particularmente instructivo.
Así, de muô (en infinitivo muein) se derivan inmediatamente otros dos verbos que
sólo difieren de él un poco por su forma, muaô y mueô; el primero tiene las mismas
acepciones que muô, y es menester agregarles otro derivado, mullô, que significa
cerrar los labios, y también, murmurar sin abrir la boca. Por lo demás, el latín
murmur no es más que la raíz mu prolongada por la letra r y repetida dos veces, de
manera que representa un ruido sordo y continuo producido con la boca cerrada.
En cuanto a mueô, y esto es lo más importante, significa iniciar (a los
«Misterios», cuyo nombre está sacado también de la misma raíz, como se verá dentro
de un momento, y precisamente por la intermediación de mueô y mustês), y, por
consiguiente, a la vez instruir (pero primeramente instruir sin palabras, así como era
efectivamente en los misterios) y consagrar; deberíamos decir incluso en primer
lugar consagrar, si se entiende por «consagración», como debe hacerse
normalmente, la transmisión de una influencia espiritual, o el rito por el que ésta se
transmite regularmente; y de esta última acepción ha provenido más tarde para la
misma palabra, en el lenguaje eclesiástico cristiano, la de conferir la ordenación, que
en efecto es también una «consagración» en este sentido, aunque en un orden
diferente del orden iniciático.
Moda
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXXVII, nota 6.
La «moda», invención esencialmente moderna, no es, en su verdadera
significación, una cosa enteramente desprovista de importancia: representa el cambio
incesante y sin meta, en contraste con la estabilidad y el orden que reinan en las
civilizaciones tradicionales.
Modalidades
Modalidad corporal
“El Simbolismo de la Crus, cap. XI, párrafo 2º.
La individualidad corporal no es en realidad más que una porción restringida,
una simple modalidad de esta individualidad humana, y que ésta, en su integralidad,
es susceptible de un desarrollo indefinido, que se manifiesta en modalidades cuya
multiplicidad es igualmente indefinida, pero, cuyo conjunto no constituye sin
embargo más que un estado particular del ser, situado todo entero en un solo y
mismo grado de la Existencia universal. En el caso del estado individual humano, la
modalidad corporal corresponde al dominio de la manifestación grosera o sensible,
mientras que las demás modalidades pertenecen al dominio de la manifestación sutil.
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXIII, párrafo 4º.
Puesto que el tiempo es una de las condiciones determinantes de la
existencia corporal, es evidente que, desde que es suprimido, se está por ahí mismo
fuera de este mundo; se está entonces en lo que hemos llamado en otra parte un
«prolongamiento» extra-corporal de este mismo estado de existencia individual del
que el mundo corporal no representa más que una simple modalidad; y, por lo
demás, eso muestra que el fin de este mundo corporal no es en modo alguno el fin de
este estado considerado en su integralidad. Es menester ir más lejos: el fin de un
ciclo tal como el de la humanidad actual no es verdaderamente el fin del mundo
corporal mismo más que en un cierto sentido relativo, y solo en relación a las
posibilidades que, al estar incluidas en este ciclo, han acabado entonces su desarrollo
en modo corporal; pero, en realidad, el mundo corporal no es aniquilado, sino
«transmutado», y recibe inmediatamente una nueva existencia, puesto que, más allá
del «punto de detención» que corresponde a ese instante único donde el tiempo ya
no es, «la rueda recomienza a girar» para el transcurso de otro ciclo.
Modificación
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. XV, párrafo 5º (final).
Serían modificaciones, cada uno de los puntos o partes de la modalidad, cuya
serie es indefinida.
Cada punto de una modalidad, sería una modificación de la misma
Modos de Manifestación
[Ver: Manifestación (Modos de): Grados, Estados, Modalidades Condiciones y
Dominios]
Mónada
“Miscelánea” Tercera Parte, cap. VI, párrafos 26º y 27º, y nota 42.
«En el descenso de la vida a las condiciones exteriores, la mónada ha debido
atravesar cada uno de los estados del mundo espiritual, después los reinos del
imperio astral, para aparecer en fin sobre el plano externo, aquel más bajo posible, es
decir, el mineral. A partir de ahí, vemos penetrar sucesivamente las olas de la vida
mineral, vegetal y animal del planeta. En virtud de las leyes superiores y más
interiores de su ciclo especial, sus atributos divinos buscan siempre desarrollarse en
sus potencialidades aprisionadas. En cuanto una forma está provista, y sus
capacidades agotadas, otra forma nueva y de grado más elevado es requerida; así,
cada una deviene cada vez de estructura más compleja, cada vez más diversificada en
sus funciones. Es así como vemos a la mónada viviente comenzar en el mineral, en el
mundo exterior, después a la gran espiral de su existencia evolucionaría avanzar
lentamente, imperceptiblemente, pero sin embargo progresar siempre. No hay
forma demasiado simple ni organismo demasiado complejo para la facultad de
Moneda
Monoteísmo
Movimiento
Multiplicidad
Mundo
Música
N
Nacer (antes de) y después de morir
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XXI, párrafo 2º.
La esfera de la Luna.
El mismo simbolismo se expone, con más detalles, en diversos pasajes del
Vêda; y primeramente, en lo que concierne al pitri-yana, haremos destacar solamente
que no conduce más allá de la Esfera de la Luna, de suerte que, por ahí, el ser no se
libera de la forma, es decir, de la condición individual entendida en su sentido más
general, puesto que, como ya lo hemos dicho, es precisamente la forma lo que define
la individualidad como tal. Según correspondencias que hemos indicado más atrás,
esta Esfera de la Luna representa la «memoria cósmica»; por eso es la morada de los
Pitris, es decir, de los seres del ciclo antecedente, que se consideran como los
generadores del ciclo actual, en razón del encadenamiento causal del que la sucesión
de los ciclos no es más que el símbolo; y es de ahí de donde viene la denominación
del pitri-yâna, mientras que la del devâ-yâna designa naturalmente la Vía que conduce
hacia los estados superiores del ser, y por consiguiente hacia la asimilación a la
esencia misma de la Luz inteligible. Es en la Esfera de la Luna donde se disuelven las
formas que han cumplido el curso completo de su desarrollo; y es ahí también donde
están contenidos los gérmenes de las formas todavía no desarrolladas, ya que, para la
forma como para toda otra cosa, el punto de partida y el punto de conclusión se
sitúan necesariamente en el mismo orden de existencia. Para precisar más estas
consideraciones, sería menester poder referirse expresamente a la teoría de los
ciclos; pero aquí basta repetir que, puesto que cada ciclo es en realidad un estado de
existencia, la forma antigua que abandona un ser no liberado de la individualidad y la
forma nueva que reviste pertenecen forzosamente a dos estados diferentes (el paso
de una a la otra se efectúa en la Esfera de la Luna, donde se encuentra el punto
común a los dos ciclos), ya que un ser, cualquiera que sea, no puede pasar dos veces
por el mismo estado, así como lo hemos explicado en otra parte al mostrar la
absurdidad de las teorías «re-encarnacionistas» inventadas por algunos occidentales
modernos
Nacimiento y muerte
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. XXII, dos últimos párrafos.
Como ya lo hemos dicho, las dos extremidades de la espira de hélice de paso
infinitesimal, son dos puntos inmediatamente vecinos sobre una generatriz del
cilindro, una paralela al eje vertical (situada por lo demás en uno de los planos de
coordenadas). Estos dos puntos no pertenecen realmente a la individualidad, o, de
una manera más general, al estado de ser representado por el plano horizontal que se
considera. «La entrada en el yin-yang y la salida del yin-yang no están a la disposición
del individuo, ya que son dos puntos que, aunque en el yin-yang, pertenecen a la
espira inscrita sobre la superficie lateral (vertical) del cilindro, y que están sometidos
a la atracción de la “Voluntad del Cielo”. Y en realidad, el hombre no es libre, en
efecto, de su nacimiento ni de su muerte. Para su nacimiento, no es libre ni de la
aceptación, ni de la negación, ni del momento. Para la muerte, no es libre de
sustraerse a ella; y, en toda justicia analógica, no debe ser libre tampoco del
momento de su muerte... En todo caso, no es libre de ninguna de las condiciones de
estos dos actos: el nacimiento le lanza invenciblemente sobre el círculo de una
existencia que ni ha pedido ni ha escogido; la muerte le retira de este círculo y le
lanza invenciblemente a otro, prescrito y previsto por la “Voluntad del Cielo”, sin
que pueda modificarlo en nada. Así, el hombre terrestre es esclavo en cuanto a su
nacimiento y en cuanto a su muerte, es decir, en relación a los dos actos principales
de su vida individual, a los únicos que resumen en suma su evolución especial al
respecto de lo Infinito».
Debe comprenderse bien que «los fenómenos muerte y nacimiento,
considerados en sí mismos y fuera de los ciclos, son perfectamente iguales»; se puede
decir incluso que no es en realidad más que un solo y mismo fenómeno considerado
bajo dos caras opuestas, es decir, desde el punto de vista de uno y otro de los dos
ciclos consecutivos entre los cuales interviene. Por lo demás, eso se ve
inmediatamente en nuestra representación geométrica, puesto que el fin de un ciclo
cualquiera coincide siempre necesariamente con el comienzo de otro, y puesto que
nos no empleamos los términos «nacimiento» y «muerte», tomándolos en su
acepción enteramente general, más que para designar los pasos entre los ciclos,
cualquiera que sea por lo demás la extensión de éstos, y ya sea que se trate tanto de
mundos como de individuos. Estos dos fenómenos, «se acompañan pues y se
completan uno al otro: el nacimiento humano es la consecuencia inmediata de una
muerte (a otro estado); la muerte humana es la causa inmediata de un nacimiento (en
otro estado igualmente). Cada una de estas circunstancias jamás se produce sin la
otra. Y, puesto que el tiempo aquí no existe, podemos afirmar que, entre el valor
intrínseco del fenómeno nacimiento y el valor intrínseco del fenómeno muerte, hay
identidad metafísica. En cuanto a su valor relativo, y a causa de la inmediatez de las
consecuencias, la muerte a la extremidad de un ciclo cualquiera es superior al
nacimiento sobre el mismo ciclo, en todo el valor de la atracción de la “Voluntad del
Cielo” sobre este ciclo, es decir, matemáticamente, en el paso de la hélice
evolutiva».
Naciones
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap. VII, párrafo 6º, nota 11 y 13.
En la Edad Media, había, en todo occidente, una unidad real, fundada sobre
bases de orden propiamente tradicional, que era la de la «Cristiandad»; cuando se
formaron esas unidades secundarias, de orden puramente político, es decir, temporal
y ya no espiritual, que son las naciones, esta gran unidad de occidente se quebró
irremediablemente, y la existencia efectiva de la «Cristiandad» tocó a su fin. Las
naciones, que no son más que los fragmentos dispersos de la antigua «Cristiandad»,
las falsas unidades que han sustituido a la unidad verdadera por la voluntad de
dominio del poder temporal, no podían vivir, por las condiciones mismas de su
constitución, más que oponiéndose las unas a las otras, luchando sin cesar entre ellas
sobre todos los terrenos.
Por ello es por lo que la idea de una «sociedad de las naciones» (naciones
unidas) no puede ser más que una utopía sin alcance real; la forma nacional repugna
esencialmente el reconocimiento de una unidad cualquiera superior a la suya propia;
por lo demás, en las concepciones que aparecen actualmente, no se trataría
evidentemente más que de una unidad de orden exclusivamente temporal, y por lo
tanto, tanto más ineficaz, y que jamás podría ser más que una parodia de la verdadera
unidad.
Por lo demás, esta concepción puede realizarse bajo otras formas que la de una
Iglesia «nacional» propiamente dicha; tenemos un ejemplo de ello de lo más
sorprendente en un régimen como el del «Concordato» napoleónico, que
transformaba a los sacerdotes en funcionarios del Estado, lo que es una verdadera
monstruosidad.
Nada (La)
Nahash
Entonces los ojos del hombre se abren, pues aquello que le era interior se ha
convertido en exterior, a consecuencia de la separación que se ha producido entre los
seres. Estos están ahora revestidos de formas, que limitan y definen su existencia
individual, y así el hombre se ha convertido en el primer formador. Pero en lo
sucesivo, también él se encuentra sometido a las condiciones de esta existencia
individual, está revestido igualmente de una forma, o, siguiendo la expresión bíblica,
de una túnica de piel, y está encerrado en el dominio del Bien y del Mal, en el
Imperio del Demiurgo.
Naturaleza
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap II, párrafos 7º.
La naturaleza solo adquiere su plena significación si se la considera en cuanto
proveedora de un medio para elevarnos al conocimiento de las verdades divinas, lo
que es, precisamente, también el papel esencial que hemos reconocido al simbolismo
Neófito
Nimrod
Nirvana
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XXIII, nota 7.
Se puede comprender, por ahí, el verdadero sentido de la palabra Nirvâna,
de la que los orientalistas han dado tantas falsas interpretaciones; esté término, que
está lejos de ser especial al Budismo como se cree a veces, significa literalmente
«extinción del soplo o de la agitación», y, por consiguiente, el estado de un ser que
ya no está sometido a ningún cambio ni a ninguna modificación, que está
definitivamente liberado de la forma, así como de todos los demás accidentes o lazos
de la existencia manifestada. Nirvana es la condición supra-individual (la de Prâjna), y
Parinirvâna es el estado incondicionado; se emplean también, en el mismo sentido,
los términos Nirvritti, «extinción del cambio o de la acción», y Parinirvritti. En el
esoterismo islámico, los términos correspondientes son fanâ, «extinción» y, fanâ el-
fanâi, literalmente «extinción de la extinción».
“No-actuar”
“El Esoterismo islámico y el Taoísmo”, cap X, párrafos 12º, 15, 16º y 17º.
No es en punto ninguno a la acción exterior, a la que el Taoísmo acuerda
importancia; la tiene en suma por indiferente en sí misma, y enseña expresamente la
doctrina del «no-actuar», de la cual los occidentales tienen en general algún trabajo
en comprender la verdadera significación, si bien que pueden ser ayudados, en ello,
por la teoría aristotélica del «motor inmóvil», cuyo sentido es el mismo en el fondo,
pero del cual no parecen haberse jamás aplicado a desarrollar las consecuencias. El
«no-actuar» en punto ninguno es la inercia, es antes al contrario la plenitud de la
actividad, pero es una actividad transcendente y enteramente interior, no
manifestada, en unión con el Principio, y pues, más allá de todas las distinciones y de
todas las apariencias que el vulgo toma sin razón por la realidad misma, cuando ellas
no son más que un reflejo lejano de aquél.
Colocado en el centro de la rueda cósmica, el sabio perfecto la mueve
invisiblemente, por su sola presencia, sin participar en su movimiento, y sin tener
que preocuparse de ejercer una acción cualquiera; su desligamiento absoluto le hace
señor de todas las cosas, porque no puede ya ser afectado por nada. «Ha alcanzado la
impasibilidad perfecta; la vida y la muerte le son igualmente indiferentes, el
desfondamiento del universo no le causaría ninguna emoción. A fuerza de indagar, ha
llegado a la verdad inmutable, al conocimiento del Principio universal único. Deja
evolucionar a los seres según sus destinos, y se tiene, él, en el centro inmóvil de
todos los destinos… El signo exterior de ese estado interior es la imperturbabilidad;
no la del bravo que se abalanza solo, por el amor de la gloria, sobre un ejército
dispuesto en batalla; sino la del espíritu que, superior al Cielo y a la Tierra, a todos
los seres, habita en un cuerpo al cual no se atiene, no hace ningún caso de las
imágenes que sus sentidos le proveen, conoce todo por conocimiento global en su
universalidad inmóvil. Ese espíritu, absolutamente independiente, es señor de los
hombres; si le placiera convocarlos en masa, en el día fijado todos acudirían; pero no
quiere hacerse servir». «Si un verdadero sabio hubiera debido, bien a su despecho,
encargarse del cuidado del imperio, quedándose en el no-actuar, emplearía los ocios
de su no-intervención en dar libre curso a sus propensiones naturales. El imperio se
encontraría gustoso de haber sido remitido a las manos de ese hombre. Sin poner en
juego sus órganos, sin usar de sus sentidos corpóreos, sentado inmóvil, vería todo
desde su ojo transcendente; absorbido en la contemplación, quebrantaría todo como
hace el trueno; el cielo físico se adaptaría dócilmente a los movimientos de su
espíritu; todos los seres seguirían el impulso de su no-intervención, como el polvo
sigue al viento. ¿Por qué ese hombre se iba a aplicar a la manipulación del imperio,
cuando es que dejar ir basta?»
¿Cómo puede uno llegar al estado que se describe como el del sabio
perfecto? Aquí como en todas las doctrinas análogas que se encuentran en otras
Tradiciones, la respuesta es muy clara: se llega ahí exclusivamente por el
conocimiento; pero este conocimiento, ese mismo que Kong-tsen (Confucio)
confesaba no haber obtenido en punto ninguno, es de muy distinto orden que el
conocimiento ordinario o «profano», no tiene ninguna relación con el saber exterior
de las «letras», ni, con mayor razón, con la ciencia tal como la comprenden los
modernos occidentales. No se trata ahí de una incompatibilidad, ello, aunque la
ciencia ordinaria, por los límites que plantear y por los hábitos mentales que hace
tomar, pueda ser frecuentemente un obstáculo a la adquisición del verdadero
conocimiento; pero quienquiera que posea éste debe tener forzosamente por
desdeñables las especulaciones relativas y contingentes en que se complacen la
mayoría de los hombres, los análisis y las búsquedas de detalle en que se embarazan,
y las múltiples divergencias de opinión que son la inevitable consecuencia de ello.
«Los filósofos se pierden en sus especulaciones, los sofistas en sus distinciones, los
buscadores en sus investigaciones; todos esos hombres están cautivos en los límites
del espacio, cegados por los seres particulares». El sabio, al contrario, ha rebasado
todas las distinciones inherentes a los puntos de vista exteriores; en el punto central
donde él se tiene, toda oposición ha desaparecido y se ha resuelto en un perfecto
equilibrio. «En el estado primordial, esas oposiciones no existían. Todas son
derivadas de la diversificación de los seres, y de sus contactos causados por la
rotación universal. Cesan de inmediato de afectar al ser que ha reducido su yo
distinto y su movimiento particular, a casi nada. Ese ser no entra más en conflicto
con ningún otro ser, porque está establecido en lo Infinito, disuelto en lo indefinido.
Ha llegado y se tiene (con el sentido de quedarse) en el punto de partida de las
transformaciones, punto neutro donde no hay conflictos. Por concentración de su
naturaleza, por alimentación de su espíritu vital, por reunión de todas sus potencias,
se ha unido al principio de todas las génesis. Estando su naturaleza entera, estando su
espíritu vital intacto, ningún ser podría mermarle».
Es por eso, y no por una especie de escepticismo que excluye evidentemente
el grado de conocimiento al que ha llegado, que el sabio se queda enteramente fuera
de todas las discusiones que agitan al común de los hombres; para él, en efecto, todas
las opiniones contrarias son parejamente carentes de valor, porque, del hecho mismo
de su oposición, son todas igualmente relativas. «Su punto de vista en él, es un punto
desde donde estoy y eso, sí y no, aparecen todavía no distinguidos. Ese punto es el
pivote de la norma; es el centro inmóvil de una circunferencia, sobre el contorno de
la cual ruedan todas las contingencias, las distinciones y las individualidades; desde
donde nada se ve más que un infinito, que no es ni esto ni eso, ni sí ni no. Ver todo
en la unidad primordial todavía no diferenciada, o desde una distancia tal que todo se
funda en uno, he ahí la verdadera inteligencia… No nos ocupamos de distinguir,
pero vemos todo en la unidad de la norma. No discutimos para vencer, pero
empleamos, con otro, el procedimiento del tenedor de monos. Ese hombre dijo a los
monos que amaestraba: os daré tres cartas por la mañana, y cuatro por la tarde.
Todos los monos quedaron descontentos. Entonces, dijo, os daré cuatro cartas por la
mañana, y tres por la tarde. Todos los monos quedaron contentos. Con la ventaja de
haberlos contentado, ese hombre no les dio en definitiva, por día, más que las siete
cartas que primitivamente les había destinado. Así hace el sabio; dice sí o no, por el
bien de la paz, y permanece tranquilo en el centro de la rueda universal, indiferente
al sentido en el que la misma gira».
Apenas hay necesidad de decir que el estado del sabio perfecto, con todo lo
que implica, no puede ser alcanzado de un solo golpe, y que ni siquiera grados
inferiores a éste, y que, como otros tantos estadios preliminares, son accesibles más
que al precio de esfuerzos de los que bien pocos hombres son capaces. Los métodos
empleados a este efecto por el Taoísmo son por lo demás particularmente difíciles de
seguir, y la ayuda que los mismos proveen, es mucho más reducida que la que se
puede encontrar en la enseñanza Tradicional de otras civilizaciones, de la India por
ejemplo; en todo caso, son casi impracticables para hombres pertenecientes a otras
razas que aquella a la cual están más particularmente adaptados.
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. IX, nota 3.
Se comprenderá fácilmente por qué, en iniciaciones de oficio tales como el
Compañerazgo, está prohibido, lo mismo que en las órdenes religiosas, designar a un
individuo por su nombre profano; todavía hay un nombre, y, por consiguiente, una
individualidad, pero es una individualidad ya «transformada», al menos virtualmente,
por el hecho mismo de la iniciación.
Nombre iniciático
No-Ser (El)
Novenario
Número
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. III, párrafo 4º.
Lo continuo no es la cantidad pura, por lo que la medida presenta siempre
una cierta imperfección en su expresión numérica, ya que la discontinuidad del
número hace imposible su aplicación adecuada a la determinación de las magnitudes
continuas. En efecto, el número es verdaderamente la base de toda medida, pero, en
tanto que no se considera más que el número, no se puede hablar de medida, puesto
que ésta es la aplicación del número a alguna otra cosa; aplicación que es siempre
posible, para todo lo que está sometido a la condición cuantitativa, o, en otros
términos, para todo lo que pertenece al dominio de la manifestación corporal.
La cantidad no es lo que se mide, sino, antes al contrario, aquello por lo que
las cosas son medidas; y, además, se puede decir que la medida es, en relación al
número, en sentido inversamente analógico, lo que es la Manifestación en relación a
su Principio esencial.
Número fraccionario
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap. IV, párrafos 1º, 2º y 3º.
La definición que se da comúnmente de los números fraccionarios es
absurda: las fracciones no pueden ser de ninguna manera «partes de la unidad», como
se dice, ya que la unidad aritmética verdadera es necesariamente indivisible y sin
partes; y, por lo demás, es de eso de donde resulta la discontinuidad esencial del
número que se forma a partir de ella; pero vamos a ver de dónde proviene esta
absurdidad.
Es fácil comprender que la absurdidad de los números fraccionarios, en lo
que concierne a la definición de las fracciones, proviene simplemente de una
confusión entre la unidad aritmética y lo que se llama las «unidades de medida»,
unidades que no son tales más que convencionalmente, y que son en realidad
magnitudes de otro tipo que el número, concretamente magnitudes geométricas. La
unidad de longitud, por ejemplo, no es más que una cierta longitud escogida por
razones extrañas a la aritmética, y a la que se hace corresponder el número 1 a fin de
56
El hebreo y el griego están en ese caso, y el árabe lo estaba igualmente antes de la introducción del
uso de las cifras de origen indio, que después, modificándose más o menos, pasaron de ahí a la
Europa de la edad media; se puede destacar a este propósito que la palabra «cifra» misma no es otra
cosa que el árabe ifr, aunque éste no sea en realidad mas que la designación del cero. Por otra parte,
es verdad que en hebreo, saphar significa «contar» o «númerar» al mismo tiempo que «escribir», de
donde sepher «escritura» o «libro» (en árabe sifr, que designa particularmente un libro sagrado), y
sephar, «numeración» o «cálculo»; de esta última palabra viene también la designación de los
Sephiroth de la Kabbala, que son las «numeraciones» principiales asimiladas a los atributos divinos.
poder medir en relación a ella todas las demás longitudes; pero, por su naturaleza
misma de magnitud continua, toda longitud, aunque sea representada así
numéricamente por la unidad, por eso no es menos divisible siempre e
indefinidamente; así pues, al compararla a otras longitudes que no sean múltiplos
exactos de ella, se podrá tener que considerar partes de esta unidad de medida, pero
que, por eso, no serán de ninguna manera partes de la unidad aritmética; y es sólo así
como se introduce realmente la consideración de los números fraccionarios, como
representación de relaciones entre magnitudes que no son exactamente divisibles las
unas por las otras. La medida de una magnitud, no es en efecto otra cosa que la
expresión numérica de su relación con otra magnitud de la misma especie tomada
como unidad de medida, es decir, en el fondo, como término de comparación; y es
por eso por lo que el método ordinario de medida de las magnitudes geométricas se
funda esencialmente sobre la división.
Para hacerlo comprender mejor, tomaremos el ejemplo más simple de un
continuo geométrico, es decir, una línea recta: consideremos una semirrecta que se
extiende indefinidamente en un cierto sentido; convengamos hacer que corresponda
a cada uno de sus puntos el número que expresa la distancia de ese punto al origen;
éste será representado por cero, puesto que su distancia a sí mismo es evidentemente
nula; a partir de ese origen, los números enteros corresponderán a las extremidades
sucesivas de segmentos todos iguales entre sí e iguales a la unidad de longitud; los
puntos comprendidos entre éstos no podrán ser representados más que por números
fraccionarios, puesto que sus distancias al origen no son múltiplos exactos de la
unidad de longitud.
Número indefinido
(Ver Indefinido).
Números negativos
“Los Principios del Cálculo Infinitesimal”, cap XVI, párrafos 1º, 2º y nota 1.
El cero representa pura y simplemente la ausencia de toda cantidad, ya que
una cantidad que fuera más pequeña que nada es propiamente inconcebible. No
obstante, esto es lo que se ha querido hacer, en un cierto sentido, al introducir en
matemáticas la consideración de los números llamados negativos, y al olvidar, por un
efecto del «convencionalismo» moderno, que estos números, en el origen, no son
nada más que la indicación del resultado de una sustracción realmente imposible, por
la cual un número más grande debería ser sustraído de un número más pequeño.
Hemos dicho que la sucesión de los números enteros se forma a partir de la
unidad, y no a partir de cero; en efecto, dada la unidad, toda la sucesión de los
números se deduce de ella de tal suerte que se puede decir que toda la sucesión está
ya implicada y contenida en principio en esta unidad inicial -del mismo modo, por
transposición analógica, toda multiplicidad indefinida de las posibilidades de
manifestación está contenida en principio y «eminentemente» en el Ser puro o la
Unidad metafísica-, mientras que, de cero, evidentemente, no se puede sacar ningún
número.
Poner cero al comienzo de la sucesión de los números, como si fuera el
primero de esta sucesión, no puede tener más que dos significaciones: o bien es
admitir realmente que cero es un número, contrariamente a lo que hemos
establecido, y, por consiguiente, que puede tener con los demás números relaciones
del mismo orden que las relaciones de estos números entre sí, lo que no puede ser,
puesto que cero multiplicado o dividido por un número cualquiera da siempre cero;
o bien es un simple artificio de notación, que no puede sino entrañar confusiones más
o menos inextricables. De hecho, el empleo de este artificio no se justifica apenas si
no es para permitir la introducción de la notación de los números negativos. La
primera de todas las dificultades a las que da lugar a este respecto, es precisamente la
concepción de las cantidades negativas como «menores que cero», pero que, en
realidad, está desprovista de toda significación. «Adelantar que una cantidad negativa
aislada es menor que cero, ha dicho Carnot, es cubrir la ciencia de las matemáticas,
que debe ser la de la evidencia, de una nube impenetrable. Por lo demás, en el uso
que se hace de esta notación de los números negativos, no se debería olvidar nunca
que en eso no se trata de nada más que de una simple convención.
O
Obras con contenido iniciático
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap. VIII, párrafo 13º.
Obras que empero describen más manifiestamente un proceso iniciático,
como la Divina Comedia o el Roman de la Rose.
Océano
Octonario
Oficio e Iniciación
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. VIII, párrafo 4º, 5ºy 6º.
el mismo respecto, pues el paso de que se trata, por el cual se efectúa la “salida del
cosmos”, es también el “blanco” o la meta que debe alcanzarse para encontrarse
finalmente “liberado” de los vínculos o ataduras de la existencia manifestada.
Esta última observación nos lleva a precisar, con Coomaraswamy, que sólo
en lo concerniente a la “última muerte”, aquella que precede inmediatamente a la
“liberación” y después de la cual ya no hay retorno a ningún estado condicionado, el
“enhebrar la aguja” representa verdaderamente el paso por la “puerta solar”, ya que,
en cualquier otro caso, no puede tratarse aún de una “salida del cosmos”. Empero,
analógicamente y en un sentido relativo, puede hablarse también de “pasar por el ojo
de la aguja” o de “escapar al pâça”, para designar todo paso de un estado a otro, pues
este paso es siempre una “muerte” con relación al estado antecedente a la vez que un
“nacimiento” con relación al estado consecuente, según lo hemos explicado ya en
diversas ocasiones.
Transponiendo esto al orden de la “Liberación” final, puede decirse que,
cuando el ser alcanza a pasar por el ojal del pâça sin que éste se apriete y lo coja de
nuevo, es como si ese ojal se desatara para él, y ello de modo definitivo.
En el simbolismo arquitectónico, tiene su correspondencia en el “punto
sensible” del edificio, siendo éste la imagen de un ser viviente lo mismo que de un
mundo, según se lo encare desde el punto de vista “micro-cósmico” o “macro-
cósmico”.
Operativo y especulativo
Optimismo y Pesimismo
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXXVII, último párrafo.
«Optimismo» y «pesimismo» son dos actitudes sentimentales opuestas, que
deben permanecer igualmente ajenas a nuestro punto de vista estrictamente
tradicional.
Oral (Transmisión)
Orden
Ordenación Sacerdotal
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. VIII, párrafo 7º.
Si, para hacernos comprender mejor todavía, nos referimos más
particularmente al caso del Cristianismo en el orden religioso, podremos agregar
esto: los Ritos de iniciación, que tienen como cometido inmediato la transmisión de
la influencia espiritual de un individuo a otro que, en principio al menos, podrá
transmitirla después a su vez, son exactamente comparables bajo este aspecto a los
Ritos de Ordenación (Decimos «bajo este aspecto», ya que, desde otro punto de
vista, la iniciación primera, en tanto que «segundo nacimiento», sería comparable al
Rito del Bautismo; no hay que decir que las correspondencias que se pueden
considerar entre cosas pertenecientes a órdenes tan diferentes deben ser
forzosamente bastante complejas y no se dejan reducir a una suerte de esquema
unilineal); y se puede destacar incluso que los unos y los otros son semejantemente
susceptibles de conllevar varios grados, puesto que la plenitud de la influencia
espiritual, no se comunica forzosamente de una sola vez con todas las prerrogativas
que implica, especialmente en lo que concierne a la aptitud efectiva para ejercer tales
o cuales funciones en la organización tradicional (Decimos «aptitud efectiva» para
precisar que aquí se trata de algo más que de la «cualificación» previa, que puede ser
designada también como una aptitud; así, se podrá decir que un individuo es apto
para el ejercicio de las funciones sacerdotales si no tiene ninguno de los
impedimentos que le impiden el acceso a ellas, pero no será efectivamente apto para
ello más que si ha recibido la Ordenación de hecho. Destacamos también, a este
propósito, que la Ordenación es el único sacramento para el que se exigen
«cualificaciones» particulares, en lo cual es comparable también a la iniciación, a
condición, bien entendido, de tener siempre en cuenta la diferencia esencial de los
dos dominios exotérico y esotérico). Ahora bien, se sabe qué importancia tiene, para
las Iglesias cristianas, la cuestión de la «sucesión apostólica», y eso se comprende sin
esfuerzo, puesto que, si esta sucesión viniera a ser interrumpida, ninguna
Ordenación podría ya ser válida, y, por consiguiente, la mayor parte de los Ritos ya
no serían sino vanas formalidades sin alcance efectivo (De hecho, las iglesias
protestantes que no admiten las funciones sacerdotales, han suprimido casi todos los
Ritos, o no los han guardado más que a título de simples simulacros
«conmemorativos»; y, dada la constitución propia de la tradición cristiana, no
pueden en efecto ser nada más en parecido caso. Se sabe por otra parte a qué
discusiones da lugar la cuestión de la «sucesión apostólica» en lo que concierne a la
legitimidad de la iglesia anglicana; y es curioso notar que los teosofistas mismos,
cuando quisieron constituir su iglesia «libre-católica», buscaron ante todo asegurarle
el beneficio de una «sucesión apostólica» regular). Aquellos que admiten muy
injustamente la necesidad de una tal condición en el orden religioso, no deberían
tener la menor dificultad para comprender que ella no se impone menos
rigurosamente en el orden iniciático, o, en otros términos, que una transmisión
regular, que constituye la «cadena» de la que hablábamos más atrás, es aquí también
estrictamente indispensable.
Orgullo y humildad
Orientación
“La Gran Tríada”, cap. VII, párrafo 1º y nota 15.
En la época primordial, el hombre estaba, en sí mismo, perfectamente
equilibrado en cuanto al complementarismo del yin y del yang; por otra parte, él era
yin o pasivo sólo en relación al Principio, y yang o activo en relación al Cosmos o al
conjunto de las cosas manifestadas; por consiguiente, se volvía naturalmente hacia el
Norte, que es yin (Por eso es por lo que, en el simbolismo masónico, se considera
que la Logia no tiene ninguna ventana que abra al lado del Norte, de donde no viene
nunca la luz solar, mientras que sí que las tiene sobre los otros tres lados, que
corresponden a las tres «estaciones» del Sol), como hacia su propio complementario.
Al contrario, el hombre de las épocas ulteriores, a consecuencia de la degeneración
espiritual que corresponde a la marcha descendente del ciclo, ha devenido yin en
relación al Cosmos; así pues, debe volverse hacia el Sur, que es yang, para recibir de
él las influencias del principio complementario del que ha devenido predominante en
él, y para restablecer, en la medida de lo posible, el equilibrio entre el yin y el yang.
La primera de estas dos orientaciones puede llamarse «polar», mientras que la
segunda es propiamente «solar»: en el primer caso, el hombre, mirando a la Estrella
polar o al «techo del Cielo», tiene el Este a su derecha y el Oeste a su izquierda; en el
segundo caso, mirando al Sol en el meridiano, tiene al contrario el Este a su izquierda
y el Oeste a su derecha.
Habría que tener en cuenta que, en los mapas y en los planos chinos, el Sur
estaba colocado arriba y el Norte abajo, el Este a la izquierda y el Oeste a la derecha,
lo que es conforme a la segunda orientación; por lo demás, este uso no es tan
excepcional como se podría creer, ya que existía también en los antiguos Romanos y
subsistió incluso durante una parte de la edad media occidental.
De ahí vienen, por ejemplo, en el simbolismo masónico, las divergencias que
se han producido sobre el tema de la situación respectiva de las dos columnas
colocadas a la entrada del Templo de Jerusalén; no obstante, la cuestión es fácil de
resolver remitiéndose directamente a los textos bíblicos, a condición de saber que en
hebreo, la «derecha» significa siempre el Sur y la «izquierda» el Norte, lo que implica
que la orientación se toma, como en la India, volviéndose hacia el Este. Este mismo
modo de orientación es igualmente el que, en Occidente, era practicado por los
constructores de la edad media para determinar la orientación de las iglesias.
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. IV, nota 6.
Sería menester considerar aquí, concretamente, todas las cuestiones de
orden ritual que se refieren más o menos directamente a la «orientación»;
evidentemente no podemos insistir en ello, y solo mencionaremos que es por eso por
lo que, tradicionalmente, no sólo se determinan las condiciones de la construcción
de los edificios, ya se trate de templos o de casas, sino también las de la fundación de
las ciudades. La orientación de las iglesias es el último vestigio de eso que ha
subsistido en Occidente hasta el comienzo de los tiempos modernos, el último al
menos desde el punto de vista «exterior», ya que, en lo que concierne a las formas
iniciáticas, las consideraciones de este orden, aunque generalmente incomprendidas
hoy, han guardado siempre su lugar en su simbolismo, incluso cuando, en el estado
presente de degeneración de todas las cosas, se ha creído poder dispensarse de
observar la realización efectiva de las condiciones que implican y contentarse a este
respecto con una representación simplemente «especulativa».
Oriente y Occidente
modo alguno ser parte integrante de una élite occidental; ellos son en realidad un
prolongamiento de las élites orientales, que podría devenir un eslabón de unión entre
éstas y la élite occidental el día en que ésta última hubiera llegado a constituirse;
pero, por definición en cierto modo, ella no puede ser constituida más que por una
iniciativa propiamente occidental, y es ahí donde reside toda la dificultad. Esta
iniciativa no es posible más que de dos maneras: o bien el Occidente encontrará los
medios para ello en sí mismo, por un retorno directo a su propia tradición, retorno
que sería como un despertar espontaneo de posibilidades latentes; o bien algunos
elementos occidentales cumplirán este trabajo de restauración con la ayuda de un
cierto conocimiento de las doctrinas orientales, conocimiento que no obstante no
podrá ser absolutamente inmediato para ellos, puesto que deben permanecer
occidentales, pero que podrá ser obtenido por una suerte de influencia de segundo
grado, que se ejerza a través de intermediarios tales como esos a los que hacíamos
alusión hace un momento. La primera de las dos hipótesis es muy poco verosímil, ya
que implica la existencia, en Occidente, de un punto al menos donde el espíritu
tradicional se habría conservado integralmente, y hemos dicho que, a pesar de
algunas afirmaciones, esta existencia nos parece extremadamente dudosa; así pues, es
la segunda hipótesis la que conviene examinar más de cerca.
En este caso habría ventaja, aunque eso no sea de una necesidad absoluta, en
que la élite en formación pudiera tomar un punto de apoyo en una organización
occidental que tenga ya una existencia efectiva; ahora bien, parece que, en
Occidente, ya no hay más que una sola organización que posee un carácter
tradicional, y que conserva una doctrina susceptible de proporcionar al trabajo de
que se trata una base apropiada: es la Iglesia Católica. Bastaría restituir a su doctrina,
sin cambiar nada en la forma religiosa bajo la que se presenta al exterior, el sentido
profundo que tiene realmente en sí misma, pero del que sus representantes actuales
ya no parecen tener consciencia, como tampoco la tienen de su unidad esencial con
las demás formas tradicionales; por lo demás, las dos cosas son inseparables. Sería la
realización del Catolicismo en el verdadero sentido de la palabra, que,
etimológicamente, expresa la idea de «universalidad», lo que olvidan demasiado a
menudo aquellos que querrían hacer de ella la denominación exclusiva de una forma
especial y puramente occidental, sin ningún lazo efectivo con las demás tradiciones; y
se puede decir que, en el estado presente de las cosas, el Catolicismo no tiene más
que una existencia virtual, puesto que en él no encontramos realmente la consciencia
de la universalidad; pero por eso no es menos verdad que la existencia de una
organización que lleva un tal nombre es la indicación de una base posible para una
restauración del espíritu tradicional en su acepción completa, y eso tanto más cuanto
que, en la Edad Media, ya sirvió de soporte a este espíritu en el mundo occidental.
Así pues, en suma, no se trataría más que de una reconstitución de aquello que ha
existido antes de la desviación moderna, con las adaptaciones necesarias a las
condiciones de una época diferente; y, si algunos se sorprenden o protestan contra
una idea semejante, es porque, sin saberlo y quizás contra su voluntad, ellos mismos
están imbuidos del espíritu moderno hasta el punto de haber perdido completamente
el sentido de una tradición, de la que no guardan más que la corteza. Importaría
saber si el formalismo de la «letra», que es también una de las variedades del
«materialismo» tal como lo hemos entendido más atrás, ha asfixiado definitivamente
la espiritualidad, o si ésta no está más que obscurecida pasajeramente y puede
despertarse todavía en el seno mismo de la organización existente; pero es solo la
sucesión de los acontecimientos la que permitirá darse cuenta de ello.
Ortodoxia
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XVII, último párrafo.
La doctrina tradicional, cuando es completa, tiene, por su esencia misma,
posibilidades realmente ilimitadas; así pues, es suficientemente vasta como para
comprender en su ortodoxia todos los aspectos de la verdad, pero, sin embargo, no
podría admitir nada más que éstos, y es eso precisamente lo que significa la palabra
ortodoxia, que no excluye más que el error, pero que lo excluye de una manera
absoluta.
Ortodoxos
P
Paciencia
(Ver: Limosna).
Palabras (Significado)
57
A este respecto, es interesante destacar que, de acuerdo con algunas de estas leyendas, de
una de estas ramas se habría obtenido la madera utilizada para construir la Cruz.
Pantáculo
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XVIII, nota 22.
“Pantáculo” de pantaculum, literalmente “pequeño Todo”; y no “pentáculo”,
como se hace harto a menudo; este error ortográfico ha hecho creer a algunos que la
palabra tenía relación con el número 5 y debía considerarse sinónima de
“pentagrama”.
Panteísmo
“Los Estados Múltiples del Ser”, cap. XVII: “Necesidad y Contingencia”, párrafo 2º y
nota 1.
El Principio no puede ser afectado por ninguna determinación, puesto que es
esencialmente independiente de ellas, como la causa lo es de su efecto, de forma que
la Manifestación, necesitada de su Principio, no puede inversamente necesitarla,
Éste, en forma alguna.
Esta “irreversibilidad” o “irreciprocidad” de la relación Principio /
Manifestación, es la que excluye la teoría panteísta.
Paraíso
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXIII, último párrafo y
nota 7.
El Pardes, en tanto que «centro del mundo», es, según el sentido primero de
su equivalente sánscrito paradêsha, la «región suprema»; pero es también, según una
acepción secundaria de la misma palabra, la «región lejana», desde que, por la
marcha del proceso cíclico, ha devenido efectivamente inaccesible a la humanidad
ordinaria. En efecto, en apariencia al menos, es lo más alejado que hay, puesto que
está situado en el «fin del mundo» en el doble sentido espacial (puesto que la cima de
la montaña del «Paraíso terrestre» toca a la esfera lunar) y temporal (puesto que la
«Jerusalem celeste» desciende sobre la tierra en el fin del ciclo); no obstante, en
realidad, es siempre lo que está más próximo, puesto que no ha dejado de estar
nunca en el centro de todas las cosas (Es el «Regnum Dei intra vos est» del Evangelio), y
esto marca la relación inversa del punto de vista «exterior» y del punto de vista
«interior».
Particular y Universal
Paso al límite
“Los Principios del Cálculo Infinitesima”, cap. XXIV, párrafos 1º, 2º, 3º y nota 1.
Hemos visto que el límite, en razón de su definición misma, no puede ser
alcanzado nunca exactamente por la variable; ¿cómo pues tendremos el derecho de
decir que no obstante puede ser alcanzado? Puede serlo precisamente, no en el curso
del cálculo, sino en los resultados, porque, en éstos, no deben figurar más que
cantidades fijas y determinadas, como el límite mismo, y ya no variables; así pues, es
la distinción de las cantidades variables y de las cantidades fijas, distinción por lo
demás propiamente cualitativa, la que es, como ya lo hemos dicho, la única
verdadera justificación del rigor del cálculo infinitesimal.
El límite no puede ser alcanzado en la variación y como término de ésta; no
es el último de los valores que debe tomar la variable, y la concepción de una
variación continua que desemboca en un «último valor» o en un «último estado»
sería tan incomprensible y contradictoria como la de una serie indefinida que
desemboca en un «último término», o como la de la división de un conjunto
continuo que desemboca en «últimos elementos». Así pues, el límite no pertenece a
la serie de los valores sucesivos de la variable; está fuera de esta serie, y es por eso
por lo que hemos dicho que el «paso al límite» implica esencialmente una
discontinuidad.
El límite de una variable debe limitar verdaderamente, en el sentido general
Paz
Pelirrojo
Peregrinación
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XI, nota 15.
La “peregrinación a Tierra Santa” es, en sentido esotérico, lo mismo que la
“búsqueda de la Palabra perdida” o la “búsqueda del Santo Graal”.
Peregrino
“Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage I”, cap. VII, párrafos 1º, 3º,
4º, 5º, 6º y último.
La voz latina peregrinus, de la que deriva "peregrino", significa a la vez
"viajero" y "extranjero". Esta simple observación sugiere, al punto, algunos
paralelos bastante curiosos: en efecto, por una parte, entre los "Compagnons",
algunos de ellos se reconocen como "viandantes" y algunos otros como
"extranjeros", lo que corresponde precisamente a los dos sentidos de peregrinus (que,
por lo demás, se encuentran también en el término hebreo gershôn); y por la otra, en
la misma Masonería moderna y "especulativa" las pruebas simbólicas de la iniciación
se denominan "viajes".
El estado de "errabundez", si podemos decirlo así, o sea de migración, es
entonces, de manera general, un estado de "prueba" y, aquí también, podemos
señalar que, en efecto, éste es precisamente el carácter que reviste en organizaciones
como el Compagnonage.
A veces sucede que algunos iniciados, ya arribados a la meta, algunos
"adeptos" inclusive, vuelvan a tomar, por motivos especiales, la apariencia antedicha
de "viajeros".
Sabido es que los elementos que distinguían al peregrino, eran la venera
(llamada de Santiago) y el bastón; éste último, que se encuentra también en estrecha
correspondencia con la caña del Compañerazgo, es naturalmente un atributo del
viajero, pero tiene varios otros significados, y quizá un día dedicaremos a esta
cuestión un estudio específico. En cuanto a la venera, en algunas regiones francesas
se la llama "creciste", palabra que debe asociarse con "creuset" [en castellano: "crisol"],
lo que nos conduce nuevamente a la idea de las pruebas, considerada más
particularmente según un simbolismo alquímico, y entendida en el sentido de la
"purificación"; la Katharsis de los pitagóricos (pureza), que era precisamente la fase
preparatoria de la iniciación.
Siendo que a la venera se la ve más especialmente como un atributo de
Santiago, nos vemos llevados a hacer, a propósito de esto, una consideración
concerniente al peregrinaje a Santiago de Compostela. Las rutas que seguían en otros
tiempos los peregrinos son llamadas con frecuencia, aún hoy día, "caminos de
Santiago"; pero esta expresión tiene al mismo tiempo otra aplicación bien distinta:
en efecto, el "camino de Santiago", en el habla campesina, es también la Vía Láctea;
y esto quizá resultará menos inesperado si se tiene presente que Compostela,
etimológicamente, significa precisamente el "campo estrellado". Encontramos aquí
otra idea, aquella de los "viajes celestes", por lo demás en correlación con los viajes
terrestres; es este otro punto en el que, por el momento, nos es imposible
detenernos, y al respecto indicaremos solamente que puede presentirse ahí cierta
correspondencia entre la situación geográfica de los lugares de peregrinaje y el
ordenamiento mismo de la esfera celeste; en este caso, aquella "geografía sagrada" a
la que aludimos repetidas veces, se integra, pues, en una verdadera "cosmografía
sagrada".
La propagación de una multitud de leyendas, cuyo verdadero alcance
iniciático, lamentablemente, raras veces los modernos saben reconocer. En razón de
la pluralidad de sentidos que incluían, los relatos de este tipo podían destinarse al
mismo tiempo al común de los peregrinos y ...a los otros; cada uno los comprendía
en la medida de la propia capacidad intelectual, y sólo algunos penetraban el
significado más profundo, tal como ocurre en toda enseñanza iniciática. Puede
anotarse también que, por distintos que fueran todos aquellos que recorrían estos
caminos, mercaderes ambulantes y mendigos incluidos, se establecía entre ellos, por
motivos indudablemente difíciles de determinar, cierta solidaridad que se reflejaba
por la adopción en común de un lenguaje convencional especial, el "argot de la
Venera" o "habla de los peregrinos".
Clavelle ha tenido perfectamente razón en decir que, mientras que San Juan
corresponde al punto de vista puramente metafísico de la Tradición, Santiago
correspondería más bien al punto de vista de las "ciencias tradicionales"; e incluso sin
evocar el paralelo -sin embargo asaz probable- con el Maître Jacques ("Maestro
Santiago o Yago o Jacobo o Jaime") del "Compañerazgo", diversos indicios
concordantes llevarían a comprobar que dicha correspondencia se encuentra
efectivamente justificada.
Piedra Angular
Piedra Cúbica
“La Gran Tríada”, cap. XII, nota 9 y última.
Es la «piedra cúbica» del simbolismo masónico; es menester precisar que en
eso se trata de la «piedra cúbica» ordinaria, y no de la «piedra cúbica de punta» que
simboliza propiamente la Piedra filosofal, la pirámide que corona el cubo y que
representa un principio espiritual que viene a fijarse sobre la base constituida por la
Sal. Se puede precisar que el esquema plano de esta «piedra cúbica de punta», es
decir, el cuadrado coronado del triángulo, no difiere del signo alquímico del Azufre
más que por la sustitución del cuadrado por una cruz; los dos símbolos tienen la
misma correspondencia numérica, 7 = 3 + 4, donde el septenario aparece como
compuesto de un ternario superior y de un cuaternario inferior, relativamente
«celeste» y «terrestre» el uno en relación al otro; pero el cambio de la cruz en
cuadrado expresa la «fijación» o la «estabilización», en una «entidad» permanente, de
aquello que el Azufre ordinario no manifestaba todavía más que en el estado de
virtualidad, y que no ha podido realizar efectivamente más que tomando un punto de
apoyo en la resistencia misma que le opone el Mercurio en tanto que «materia de la
obra».
Desde este punto de vista, la transformación de la «piedra bruta» en «piedra
cúbica» representa la elaboración que debe sufrir la individualidad ordinaria para
devenir apta para servir de «soporte» o de «base» a la realización iniciática; la «piedra
cúbica de punta» representa la agregación efectiva a esta individualidad de un
principio de orden supra-individual, que constituye la realización iniciática misma,
que, por lo demás, puede ser considerada de una manera análoga y por consiguiente
ser representada por el mismo símbolo en sus diferentes grados, puesto que éstos se
obtienen siempre por operaciones correspondientes entre sí, aunque a niveles
diferentes, como la «obra al blanco» y la «obra al rojo» de los alquimistas.
Pitágoras
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XXVI, nota 5
La serpiente Pitón está en conexión especial con Delfos, llamado
antiguamente Pytho, santuario del Apolo hiperbóreo; de ahí la designación de la Pitia,
así como el nombre mismo de Pitágoras, que es en realidad un nombre de Apolo: ‘el
que conduce a la Pitia’, es decir, el inspirador de sus oráculos.
Plegaria
Plomada
Pobreza espiritual
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. VII, nota 18.
Es el desapego con respecto a la Manifestación y dependencia completa del
Ser, fuera del cual no hay nada.
Poder temporal
“Autoridad Espiritual, Poder Temporal”, cap. II, párrafo 4º.
La función real comprende todo lo que, en el orden social, constituye el
«gobierno» propiamente dicho. Es doble en cierto modo: administrativa y jurídica
por una parte, y militar por la otra, ya que debe asegurar el mantenimiento del
orden a la vez dentro, como función reguladora y equilibrante, y fuera, como
función protectora de la organización social; en diversas tradiciones, estos dos
elementos constitutivos del poder real son simbolizados respectivamente por la
balanza y la espada. Vemos por esto que el poder real es realmente sinónimo de
poder temporal, incluso tomando este último en toda la extensión de la cual es
susceptible.
Poesía
Político y espiritual
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XII párrafo 4º.
Basta ver, en no importa cuál país de Oriente, hasta qué punto las
preocupaciones políticas, allí donde se han introducido, perjudican al conocimiento
de las verdades tradicionales, para pensar que estaría más justificado hablar de una
El «Sí mismo» es así el principio por el que existen, cada uno en su dominio
propio, que podemos llamar un grado de existencia, todos los estados del ser; y esto
debe entenderse, no solo de los estados manifestados, individuales como el estado
humano o supraindividuales, es decir, en otros términos, formales o informales, sino
también, aunque la palabra «existir» deviene entonces impropia, de los estados no
manifestados, que comprenden todas las posibilidades que, por su naturaleza misma,
no son susceptibles de ninguna manifestación, al mismo tiempo que las posibilidades
de manifestación mismas en modo principial; pero este «Sí mismo» no es sino por sí
mismo, puesto que no tiene y no puede tener, en la unidad total e indivisible de su
naturaleza íntima, ningún principio que le sea exterior.
Posteridad y Longevidad
Potencialidad y virtualidad
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXXIII, nota 37.
En el orden divino decimos “virtualmente” más bien que “potencialmente”,
porque no puede haber nada de potencial en él. Sólo desde el punto de vista del ser
individual y con respecto a él, podría hablarse aquí de potencialidad. La potencialidad
es la indiferenciación absoluta de la “materia prima” en el sentido aristotélico,
idéntica a la indistinción del caos primordial.
Primera Piedra
“El Hombre y su Devenir según el Vedanta”, cap. XVII, párrafos 1º, 2º y penúltimo.
Los estados que pertenecen verdaderamente al individuo como tal, es decir,
no solo el estado grosero o corporal para el que la cosa es evidente, sino también el
estado sutil (a condición, bien entendido, de no comprender en él más que las
modalidades extra-corporales del estado humano integral, y no los demás estados
individuales del ser), son propia y esencialmente estados del hombre vivo. Eso no
quiere decir que sea menester admitir que el estado sutil cesa en el instante mismo
de la muerte corporal, y por el solo hecho de ésta; veremos más adelante que, antes
al contrario, se produce entonces un paso del ser a la forma sutil, pero este paso no
constituye más que una fase transitoria en la reabsorción de las facultades individuales
de lo manifestado a lo no manifestado, fase cuya existencia se explica muy
naturalmente por el carácter intermediario que ya hemos reconocido al estado sutil.
Sin embargo, es verdad que se puede tener que considerar en un cierto sentido, y en
algunos casos al menos, un prolongamiento, e incluso un prolongamiento indefinido,
de la individualidad humana, que deberá remitirse forzosamente a las modalidades
sutiles, es decir, extra-corporales de esta individualidad; pero este prolongamiento
ya no es del todo la misma cosa que el estado sutil tal como existía durante la vida
terrestre. Es menester darse cuenta bien, en efecto, de que, bajo esta misma
denominación de «estado sutil», uno se encuentra obligado a comprender
modalidades muy diversas y extremadamente complejas, incluso si uno se limita a la
consideración del único dominio de las posibilidades propiamente humanas.
Cuando ha tenido lugar la disolución de este compuesto que constituye su
individualidad actual (la del ser humano, en este caso). Es menester destacar que ya
no hay ser humano hablando propiamente, puesto que es esencialmente el
compuesto el que es el hombre individual; el único caso donde se pueda continuar
llamándole humano en un cierto sentido es aquel donde, después de la muerte
corporal, el ser permanece en algunos de esos prolongamientos de la individualidad a
los que hemos hecho alusión, porque, en ese caso, aunque esta individualidad ya no
esté completa bajo la relación de la manifestación (puesto que en adelante le falta el
estado corporal, dado que las posibilidades que le corresponden han terminado el
ciclo entero de su desarrollo), alguno de sus elementos psíquicos o sutiles subsisten
de una cierta manera sin disociarse. En todo otro caso, el ser ya no puede decirse
humano, puesto que, del estado al cual se aplica este nombre, ha pasado a otro
estado, individual o no; así, el ser que era humano ha dejado de serlo para devenir
otra cosa, del mismo modo que, por el nacimiento, había devenido humano al pasar
“El Hombre y su Devenir según el Vedanta”, cap. XX, penúltimo párrafo 2º.
Un prolongamiento indefinido por el que se establece la comunicación, ya
sea virtual, ya sea efectiva, de la individualidad con lo Universal».
Protestantismo
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XI párrafo 5º.
El Protestantismo, donde esta simplificación se traduce a la vez por la
supresión casi completa de los Ritos y por la predominancia acordada a la moral
sobre la doctrina, siendo esta última, ella también, cada vez más simplificada y
disminuida hasta que se reduce a casi nada, a algunas fórmulas rudimentarias que cada
uno puede entender como bien le parezca.
El Protestantismo bajo sus formas múltiples, es por otra parte la única
producción religiosa del espíritu moderno, cuando éste no había llegado todavía a
rechazar toda religión, pero que no obstante ya se encaminaba a ello en virtud de las
tendencias anti-tradicionales que le son inherentes y que incluso le constituyen
propiamente.
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XIII párrafo 2º.
El Protestantismo, introduce en la religión, con el «libre examen», una
suerte de racionalismo.
Protestantismo y racionalismo
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. LXXI, párrafo 10º.
El protestantismo es, en primer lugar, la tendencia al individualismo, que se
manifiesta claramente en el “libre examen”; negación de toda autoridad espiritual
legítima y tradicional. Ese individualismo, desde el punto de vista filosófico, se
afirma igualmente en el racionalismo, que es la negación de toda facultad de
conocimiento superior a la razón, es decir, al modo individual y puramente humano
de la inteligencia; y ese racionalismo, en todas sus formas, ha emanado más o menos
directamente del cartesianismo, al cual, de modo muy natural, nos recuerda ese “Yo
Soy”, y que toma al sujeto pensante y nada más como único punto de partida de toda
realidad. El individualismo, así entendido en el orden intelectual, tiene por
consecuencia casi inevitable lo que podría llamarse una “humanización” de la religión,
que acaba por degenerar en “religiosidad”, es decir, por no ser ya sino simple
cuestión de sentimiento, un conjunto de aspiraciones vagas y sin objeto definido. El
sentimentalismo, por lo demás, es, por así decirlo, complementario del
racionalismo. Aun sin hablar de concepciones tales como la de la “experiencia
religiosa” de William James, sería fácil encontrar ejemplos de esa desviación más o
menos acentuada en la mayoría de las múltiples variedades del protestantismo, y
especialmente del protestantismo anglosajón, cuyo dogma se disuelve en cierto
modo y se desvanece para no dejar subsistir sino ese “moralismo” humanitario cuyas
manifestaciones más o menos ruidosas son uno de los rasgos característicos de
nuestra época. De ese “moralismo” que es la culminación lógica del protestantismo al
“moralismo” puramente laico e “irreligioso” (por no decir antirreligioso) no hay sino
un paso, y algunos lo dan con harta facilidad; no se trata, en suma, sino de grados
diferentes en el desarrollo de una misma tendencia.
Providencia y Destino
“La Gran Tríada”, cap. XXII, último párrafo.
«El Destino, dice sobre este punto Fabre d’Olivet, no da el principio de nada,
sino que se apodera de él desde que es dado, para dominar sus consecuencias. Es solo
por la necesidad de esas consecuencias como influye sobre el porvenir y se hace
sentir en el presente, ya que todo lo que posee en propiedad está en el pasado. Así
pues, se puede entender por Destino esa potencia según la cual concebimos que las
cosas hechas están hechas, que son así y no de otro modo, y que, una vez colocadas
según su naturaleza, tienen resultados forzosos que se desarrollan sucesiva y
necesariamente». Es menester decir que el autor se expresa mucho menos
claramente en lo que concierne a la correspondencia temporal de las otras dos
potencias, y que incluso, en un escrito anterior al que citamos aquí, le ha ocurrido
invertirlas de una manera que parece bastante difícilmente explicable58. «La Voluntad
58
En los Examens des Vers dorés de Pythagore (12º Examen), dice en efecto que «la potencia de la
voluntad se ejerce sobre las cosas por hacer o sobre el porvenir; la necesidad del destino, se ejerce
sobre las cosas hechas o sobre el pasado… La libertad reina en el porvenir, la necesidad en el pasado,
y la providencia sobre el presente». Esto equivale a hacer de la Providencia el término mediano, y, al
del hombre, al desplegar su actividad, modifica las cosas coexistentes (y por
consiguiente presentes), crea otras nuevas, que devienen al instante la propiedad del
Destino, y prepara para el porvenir mutaciones en lo que estaba hecho, y
consecuencias necesarias en lo que acaba de serlo59… El fin de la Providencia es la
perfección de todos los seres, y esta perfección, recibe de Dios mismo su tipo
irrefragable. El medio que ella tiene para llegar a este fin, es lo que llamamos el
tiempo. Pero el tiempo no existe para ella según la idea que tenemos nosotros de
él60; ella lo concibe como un movimiento de eternidad»61. Todo esto no está
perfectamente claro, pero podemos suplir fácilmente esta laguna; ya lo hemos hecho
hace un momento, por lo demás, en lo que concierne al Hombre, y por consiguiente
a la Voluntad. En cuanto a la Providencia, desde el punto de vista tradicional, es una
noción corriente que, según la expresión coránica, «Dios tiene las llaves de las cosas
ocultas»62, y por consiguiente, concretamente, de las cosas que, en nuestro mundo,
todavía no se han manifestado63; el porvenir está en efecto oculto para los hombres,
al menos en las condiciones habituales; ahora bien, es evidente que un ser, cualquiera
que sea, no puede tener ninguna influencia sobre lo que no conoce, y que, por
consiguiente, el hombre no podría actuar directamente sobre el porvenir, que, por
lo demás, en su «perspectiva» temporal, no es para él más que lo que todavía no
existe. Por otra parte, esta idea ha permanecido incluso en la mentalidad común,
que, quizás sin tener consciencia muy clara de ello, lo expresa con afirmaciones
proverbiales tales como, por ejemplo, «el hombre propone y Dios dispone», es
decir, que, aunque el hombre se esfuerce, en la medida de sus medios, en preparar el
porvenir, no obstante, éste no será en definitiva más que lo que Dios quiera que sea,
o lo que le haga ser por la acción de su Providencia (de donde resulta, por lo demás,
que la Voluntad actuará tanto más eficazmente en vistas del porvenir cuanto más
estrechamente unida esté a la Providencia); y se dice también, más explícitamente
aún, que «el presente pertenece a los hombres, pero el porvenir pertenece a Dios».
Así pues, no podría haber ninguna duda a este respecto, y es efectivamente el
porvenir el que, entre las modalidades del «triple tiempo», constituye el dominio
propio de la Providencia, como lo exige por lo demás la simetría de ésta con el
atribuir la «libertad» como carácter propio a la Voluntad, a presentar a ésta como lo opuesto del
Destino, lo que no podría concordar de ninguna manera con las relaciones reales de los tres términos,
tal como las ha expuesto él mismo un poco más adelante.
59
Se puede decir en efecto que la Voluntad trabaja con vistas al porvenir, en tanto que éste es una
consecución del presente, pero, bien entendido, esto no es en modo alguno la misma cosa que decir
que ella opera directamente sobre el porvenir mismo como tal.
60
Esto es evidente, puesto que ella corresponde a lo que es superior al estado humano, estado del que
el tiempo no es más que una de las condiciones especiales; pero convendría agregar, para mayor
precisión, que la Providencia se sirve del tiempo en tanto que éste está, para nosotros, dirigido «hacia
adelante», es decir, en el sentido del porvenir, lo que implica por otra parte el hecho de que el pasado
pertenece al Destino.
61
Parece que esto sea una alusión a lo que los escolásticos llamaban aevum o aeviternitas, términos
que designaban modos de duración diferentes del tiempo y que condicionan los estados «angélicos»,
es decir, supra-individuales, que aparecen en efecto como «celestes» en relación al estado humano.
62
Qorân, VI, 59.
63
Decimos concretamente, ya que no hay que decir que aquí no se trata en realidad más que una parte
infinitesimal de las «cosas ocultas» (el-ghaybu), que comprenden todo lo no manifestado.
Destino que tiene como dominio propio el pasado, ya que esta simetría debe resultar
necesariamente del hecho de que estas dos potencias representan respectivamente los
dos términos extremos del «ternario universal».
Pruebas iniciáticas
Psicología
“La Metafísica Oriental”, párrafos pg. 38 (Ediciones de la Tradición Unánime).
Toda la Realización del los Estados del Ser, no tiene nada que ver con los
fenómenos. Todo lo fenoménico es de orden físico; la metafísica está más allá de los
fenómenos. Por ello, la realización de los estados del Ser no tiene nada de
psicológico. La Psicología, por definición, no podría tener ascendiente más que sobre
los estados humano y todavía, tal como se entiende hoy, sólo alcanza una zona muy
limitada en las posibilidades del individuo, que se extienden mucho más de lo que
piensan los psicólogos actuales.
Puerta estrecha
64
Es ésta una función esencialmente “lunar”, y es de notar que, según la astrología, la masa popular
corresponde efectivamente a la luna, lo cual, a la vez, indica a las claras su carácter puramente pasivo,
incapaz de iniciativa o de espontaneidad.
Punto
“Los Principios del Cálculo infinitesimal”, cap. XV, último párrafo y nota 6.
El del punto, que, al ser indivisible, es por eso mismo inextenso, es decir,
espacialmente nulo, pero que por eso no es menos el principio mismo de toda la
extensión.
Es por eso por lo que, así como lo hemos dicho más atrás, el punto no puede
ser considerado de ninguna manera como constituyendo un elemento o una parte de
la extensión.
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. XVI párrafo 1º, 2º, 3º y 4º, y notas 2 y 3.
Para que haya extensión o condición espacial, es menester que haya ya dos
puntos, y la extensión (de una dimensión) que se realiza por su presencia simultánea,
y que es precisamente su distancia, constituye un tercer elemento que expresa la
relación existente entre esos dos puntos, que les une y les separa a la vez. Por lo
demás, esta distancia, en tanto que se la considera como una relación, no está
compuesta evidentemente de partes, ya que las partes en las que podría resolverse, si
pudiera, no serían más que otras tantas relaciones de distancia, de las que ella es
lógicamente independiente, como, desde el punto de vista numérico, la unidad es
independiente de las fracciones65. Esto es verdad para un distancia cualquiera, cuando
no se la considera más que en relación a los dos puntos que son sus extremidades, y
lo es a fortiori para una distancia infinitesimal, que no es de ningún modo una
cantidad definida, sino que expresa solo una relación espacial entre dos puntos
inmediatamente vecinos, tales como dos puntos consecutivos de una línea
cualquiera. Por otra parte, los puntos mismos, considerados como extremidades de
una distancia, no son partes del continuo espacial, aunque la relación de distancia
supone que se consideran como situados en el espacio; así pues, en realidad, es la
distancia la que es el verdadero elemento espacial.
La línea está constituida en realidad por las distancias elementales entre sus
puntos consecutivos. De la misma manera, y por una razón semejante, si
consideramos en un plano una indefinidad de rectas paralelas, no podemos decir que
el plano está constituido por la reunión de todas esas rectas, o que éstas son los
verdaderos elementos constitutivos del plano; los verdaderos elementos son las
distancias entre esas rectas, distancias por las que ellas son rectas distintas y no rectas
confundidas, y, si las rectas forman el plano en un cierto sentido, no es por sí
mismas, sino más bien por sus distancias, como ello es así para los puntos en relación
65
Por consiguiente, hablando propiamente, las fracciones no pueden ser «partes de la unidad», ya que
la unidad verdadera es evidentemente sin partes; esa definición falsa que se da frecuentemente de las
fracciones implica una confusión entre la unidad numérica, que es esencialmente indivisible, y las
«unidades de medida», que no son unidades más que de una manera enteramente relativa y
convencional, y ya que, siendo de la naturaleza de las magnitudes continuas, son necesariamente
divisibles y compuestas de partes.
a cada recta. Del mismo modo también, la extensión de tres dimensiones no está
compuesta de una indefinidad de planos paralelos, sino de las distancias entre todos
esos planos.
Sin embargo, el elemento primordial, el que existe por sí mismo, es el
punto, puesto que está presupuesto por la distancia y porque ésta no es más que una
relación; la extensión misma presupone pues el punto. Se puede decir que éste
contiene en sí mismo una virtualidad de extensión, que no puede desarrollar más que
desdoblándose primero, para colocarse en cierto modo enfrente de sí mismo, y
multiplicándose después (o mejor dicho submultiplicándose) indefinidamente, de tal
suerte que la extensión manifestada procede toda entera de su diferenciación, o, para
hablar más exactamente, de él mismo en tanto que se diferencia.
Si la manifestación espacial desaparece, todos los puntos situados en el
espacio se reabsorben en el punto principial único, puesto que ya no hay entre ellos
ninguna distancia.
El punto, considerado en sí mismo, no está sometido de ninguna manera a la
condición espacial, puesto que, antes al contrario, es su principio: es él quien realiza
el espacio, quien produce la extensión por su acto, el cual, en la condición temporal
(pero en esa condición solamente), se traduce por el movimiento; pero, para realizar
así el espacio, es menester que, por algunas de sus modalidades, se sitúe él mismo en
este espacio, que, por lo demás, no es nada sin él, y que él llenará todo entero con el
despliegue de sus propias virtualidades.
decirse que este punto primordial y principial ocupa todo el espacio por el
despliegue de sus posibilidades (consideradas en modo activo en el propio punto al
“efectuar” dinámicamente la extensión, y en modo pasivo en esta misma extensión
realizada estáticamente); solamente se sitúa en el espacio cuando es considerado en
cada una de las posiciones particulares que es susceptible de ocupar, es decir, en
aquellas de sus modificaciones que precisamente corresponden a cada una de sus
posibilidades especiales. Así, la extensión existe ya en estado potencial en el propio
punto; comienza a existir en el estado actual sólo cuando ese punto, en su
manifestación primera, es en cierto modo desdoblado para situarse frente a sí mismo,
pues es entonces cuando puede hablarse de la distancia elemental entre dos puntos
(aunque éstos no sean en principio y en esencia sino uno y el mismo punto), mientras
que, cuando no se considera más que un punto único (o más bien cuando no se
considera el punto más que bajo el aspecto de la unidad principial), es evidente que
no puede ser cuestión de distancia.
Metafísicamente, si se considera al punto como representando al Ser en su
unidad y su identidad principiales, es decir, Atmâ aparte de toda condición especial (o
determinación) y de toda diferenciación, este punto mismo, su exteriorización (que
puede ser entendida como su imagen, en la cual se refleja), y la distancia que los une
(al mismo tiempo que los separa), y que indica la relación existente entre ambos
(relación que implica una relación de causalidad, indicada geométricamente por el
sentido de la distancia, considerada como un segmento “dirigido” y que va del punto-
causa al punto-efecto), corresponden respectivamente a los términos del ternario
que debemos distinguir en el Ser considerado como conociéndose a sí mismo (es
decir, en Buddhi), términos que, fuera de este punto de vista, son perfectamente
idénticos entre sí, y que son designados como Sat, Chit y Ananda.
Purificación
Q
Quintario
Quirología
(Ver: Mano).
R
Racionalismo
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XIII párrafos 2º y último,
y nota 4.
El racionalismo bajo todas sus formas se define esencialmente por la creencia
en la supremacía de la razón, proclamada como un verdadero «dogma», y que
implica la negación de todo lo que es de orden supra-individual, concretamente de la
intuición intelectual pura, lo que entraña lógicamente la exclusión de todo
conocimiento metafísico verdadero; la misma negación tiene también como
consecuencia, en otro orden, el rechazo de toda autoridad espiritual, puesto que ésta
es necesariamente de fuente «supra-humana».
Se podría decir que, de todos los sentidos que estaban incluidos en la palabra
latina ratio, apenas se ha guardado ya más que uno sólo, el de «cálculo», en el uso
«científico» que se hace actualmente de la razón.
Puesto que el racionalismo es la negación de todo principio superior a la
razón, entraña como consecuencia «práctica» el uso exclusivo de esta misma razón
cegada, si se puede decir, por eso mismo de que así está aislada del intelecto puro y
transcendente del que, normal y legítimamente, ella no puede más que reflejar la luz
en el dominio individual. Desde que ha perdido toda comunicación efectiva con este
intelecto supra-individual, la razón ya no puede más que tender hacia abajo, es decir,
hacia el polo inferior de la existencia, y hundirse cada vez más en la «materialidad»;
en la misma medida, pierde poco a poco hasta la idea misma de la verdad, y llega por
eso a no buscar más que la mayor comodidad para su comprensión limitada, en lo
cual encuentra una satisfacción inmediata por el hecho de su tendencia hacia abajo,
puesto que ésta la conduce en el sentido de la simplificación y de la uniformización
de todas las cosas; así pues, ella obedece tanto más fácil y más rápidamente a esta
tendencia cuanto que los efectos de ésta son conformes a sus deseos, y este descenso
cada vez más rápido no puede desembocar finalmente más que en lo que hemos
llamado el «reino de la cantidad».
Razón
(Ver: Mente).
Razón e inteligencia
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXX, párrafos 10º, 11º, 12º,
13º y 15º.
La razón, en efecto, que no es sino una facultad de conocimiento mediato, es
el modo propiamente humano de la inteligencia; la intuición intelectual puede
llamarse supra-humana, puesto que es una participación directa de la inteligencia
universal, la cual, residente en el corazón, es decir, en el centro mismo del ser, allí
donde está su punto de contacto con lo Divino, penetra a ese ser desde el interior y
lo ilumina con su irradiación.
La luz es el símbolo más habitual del conocimiento; es, pues, natural
representar por medio de la luz solar el conocimiento directo, es decir, intuitivo,
que es el del intelecto puro, y por la luz lunar el conocimiento reflejo, es decir,
discursivo, que es el de la razón. Como la Luna no puede dar su luz si no es a su vez
iluminada por el Sol, así tampoco la razón puede funcionar válidamente, en el orden
de realidad que es su dominio propio, sino bajo la garantía de principios que la
iluminan y dirigen, y que ella recibe del intelecto superior.
Para servirnos aquí de la terminología escolástica, el intelecto puro es habitus
pricipiorum [‘hábito (o ‘posesión’) de los principios], mientras que la razón es
solamente habitus conclusionum.
Otra consecuencia resulta además de los caracteres fundamentales respectivos
del intelecto y la razón: un conocimiento intuitivo, por ser inmediato, es
necesariamente infalible en sí mismo; al contrario, siempre puede introducirse el
error en todo conocimiento que es indirecto o mediato, como lo es el conocimiento
racional; y se ve por eso cuánto erraba Descartes al querer atribuir la infalibilidad a la
razón. Es lo que Aristóteles expresa en estos términos:
“Entre los haberes de la inteligencia, en virtud de los cuales alcanzamos la verdad,
hay unos que son siempre verdaderos y otros que pueden dar en el error. El razonamiento está
en este último caso; pero el intelecto es siempre conforme a la verdad, y nada hay más verdadero
que el intelecto. Ahora bien; siendo los principios más notorios que la demostración, y estando
toda ciencia. acompañada de razonamiento, el conocimiento de los principios no es una ciencia
(sino que es un modo de conocimiento, superior al conocimiento científico o racional, que
constituye propiamente el conocimiento metafísico). Por otra parte, solo el intelecto es más
verdadero que la ciencia (o que la razón que edifica la ciencia); por lo tanto, los principios
pertenecen al intelecto”. Y, para mejor afirmar el carácter intuitivo del intelecto,
Aristóteles agrega: “No se demuestran los principios, sino que se percibe directamente su
verdad”.
Esta percepción directa de la verdad, esta intuición intelectual y supra-
racional, de la cual los modernos parecen haber perdido hasta la simple noción, es
verdaderamente el “conocimiento del corazón”, según una expresión frecuente en las
doctrinas orientales. Tal conocimiento, por lo demás, es en sí mismo incomunicable;
es preciso haberlo “realizado”, por lo menos en cierta medida, para saber qué es
verdaderamente; y todo cuanto pueda decirse no da sino una idea más o menos
aproximada, inadecuada siempre. Sobre todo, sería un error creer que se puede
comprender efectivamente, lo que es el género de conocimiento de que se trata,
limitándose a encararlo “filosóficamente”, es decir, desde afuera, pues no ha de
Realización (Medios)
“La Metafísica Oriental”, párrafos 16º y 17º.
Palabras, signos, Símbolos, Ritos o procedimientos preparatorios
cualesquiera, tienen como razón de ser, el que el individuo alcance la Realización.
Pero esto son soportes y nada más, pues ninguno de estos medios es estrictamente
necesario, de una absoluta necesidad. No hay más que una preparación
verdaderamente indispensable y es el conocimiento teórico; pero éste no podría ir
muy lejos sin un medio que debemos considerar el más importante y constante : este
medio es la concentración.
Todos los demás medios sólo son secundarios en relación con este (la
concentración en el conocimiento teórico), pues sólo sirven para favorecer la
concentración y también para armonizar entre sí los diversos elementos de la
individualidad humana, a fin de preparar la comunicación efectiva con los estados
Superiores de Ser y con le Ser mismo.
(Ver: Êkâgratâ).
Realización descendente
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XXXII, párrafos 1º, 2º, 4º, 5º, 7º, 8º, 9º,
10º, 13º y último, y nota 7.
En la realización total de ser, hay lugar a considerar la unión de dos aspectos
que corresponden en cierto modo a las dos fases de ésta, una «ascendente» y la otra
«descendente».
La consideración de la primera fase, en la que el ser, partiendo de un cierto
estado de manifestación, y liberándose de las condiciones limitativas de todo estado
particular de existencia, se eleva hasta la identificación con su Principio no
manifestado, no puede suscitar ninguna dificultad.
El término de la Vía no se alcanza mientras no se conoce a Atmâ, a la vez,
como manifestado y no manifestado»; así pues, para llegar ahí, es menester pasar
todavía «más allá de la obscuridad», o, como lo expresan algunos textos, «ver la otra
cara de la obscuridad».
El «re-descenso» no se concibe en modo alguno, como una suerte de
66
Esta expresión tiene también su aplicación, en otro orden, en el «rechazo de los poderes»; pero,
mientras que esta actitud está no solo justificada, sino que es incluso la única enteramente legítima,
para el ser que, no teniendo ninguna «misión» que desempeñar, no tiene que aparecer al exterior, es
evidente que, por el contrario, una «misión» sería inexistente como tal si no fuera manifestada
exteriormente.
67
Recordaremos, como «ilustración» de lo que acaba de ser dicho, un hecho cuyo carácter histórico o
legendario importa poco bajo nuestro punto de vista, ya que nos no entendemos darle más que un
valor exclusivamente simbólico: se cuenta que Dante no sonreía jamás, y que las gentes atribuían esta
tristeza aparente a que «volvía del Infierno»; ¿no habría sido menester ver más bien la razón de ello
en que había «redescendido del Cielo»?
Recuerdo
Reencarnación
“El Error Espiritista”, Segunda parte, cap. VI, párrafo 12º y 13º.
La bellota deviene encina, la nuez de coco deviene palmera; pero por
miríadas de otras bellotas que dé la encina, ella misma ya no deviene bellota nunca
más, ni la palmera re-deviene nuez tampoco ya. De igual modo para el hombre:
desde que el alma se ha manifestado sobre el plano humano, y ha alcanzado así la
consciencia de la vida exterior, jamás vuelve a pasar por ninguno de esos estados
rudimentarios… Todos los pretendidos “despertares de recuerdos” latentes, por los
que algunas personas aseguran acordarse de sus existencias pasadas, pueden
explicarse, e incluso no pueden no explicarse más que por las simples leyes de la
afinidad y de la forma. Cada raza de seres humanos, considerada en sí misma, es
inmortal; es lo mismo para cada ciclo: jamás el primer ciclo deviene el segundo, pero
los seres del primer ciclo son (espiritualmente) los padres, o los generadores (son los
pitris de la tradición hindú), de los del segundo ciclo. Así, cada ciclo comprende una
gran familia constituida por la reunión de diversos agrupamientos de almas humanas,
donde cada condición está determinada por las leyes de su actividad, las de su forma y
las de su afinidad: Una trinidad de leyes… Es así como el hombre puede ser
comparado a la bellota y a la encina: el alma embrionaria, no individualizada, deviene
un hombre de igual modo a como la bellota deviene una encina, y, del mismo modo
en que la encina da nacimiento a una cantidad innumerable de bellotas, así el hombre
proporciona a su vez a una indefinidad de almas los medios de tomar nacimiento en
el mundo espiritual. Hay correspondencia completa entre los dos, y es por esta razón
por lo que los antiguos Druidas rendían tan grandes honores a este árbol, que era
honrado por encima de todos los demás por los poderosos hierofantes». Hay en esto
una indicación de lo que es la «posteridad» entendida en el sentido puramente
espiritual.
La posibilidad de la reencarnación en algunos casos excepcionales, como el
de los niños nacidos muertos o muertos de corta edad, y el de los idiotas de
nacimiento, se trata de una imposibilidad metafísica, y no podría haber la menor
excepción: basta que un ser haya pasado por un cierto estado, aunque no sea más que
en forma embrionaria, o incluso bajo la forma de simple germen, para que no pueda
en ningún caso volver a ese estado, cuyas posibilidades ha efectuado así según la
(Ver: Transmigración)
[Ver: Posibilidad Universal (Imposibilidad de repetición)]
“El Error Espiritista”, Segunda parte, cap. VI, párrafo 14º y nota 4.
«Cuando descendían de la montaña, Jesús hizo este mandamiento y les dijo:
No habléis a nadie de lo que acabáis de ver, hasta que el Hijo del Hombre sea
resucitado de entre los muertos. Sus discípulos le interrogaron entonces y le dijeron:
¿Por qué entonces los escribas dicen que es menester que Elías venga antes? Pero
Jesús les respondió: Es verdad que Elías debe venir y que restablecerá todas las cosas.
Pero yo os declaro que Elías ya ha venido, y no le han conocido, sino que le han
hecho sufrir como han querido. Es así como harán morir al Hijo del Hombre.
Entonces sus discípulos comprendieron que era de Juan Bautista de quien les había
hablado». Y Allan Kardec agrega: «Puesto que Juan Bautista era Elías, ha habido pues
reencarnación del espíritu o del alma de Elías en el cuerpo de Juan Bautista». Papus,
de su lado, dice igualmente: «Primeramente, los Evangelios afirman, sin ambages,
que Juan Bautista es Elías reencarnado. Era un misterio. Juan Bautista interrogado se
calla, pero los demás saben. Hay también esa parábola del ciego de nacimiento
castigado por sus pecados anteriores, que da mucho que reflexionar». En primer
lugar, en el texto no se dice de qué manera «Elías ya ha venido»; y, si se piensa que
Elías no estaba muerto en el sentido ordinario de esta palabra, puede parecer al
menos difícil que sea por reencarnación; además, ¿por qué Elías, en la
Transfiguración, no se habría manifestado bajo los rasgos de Juan Bautista?
Después, Juan Bautista, interrogado, no se calla como lo pretende Papus, al
contrario, niega formalmente: «Ellos le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Y él
les dijo: Yo no lo soy». Si se dice que eso prueba sólo que no tenía el recuerdo de su
precedente existencia, responderemos que hay otro texto que es mucho más
explícito todavía; es aquel en que el ángel Gabriel, anunciando a Zacarías el
nacimiento de su hijo, declara: «Marchará ante el Señor en el espíritu y en la virtud de
Elías, para reunir el corazón de los padres con sus hijos y recordar las desobediencias
a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo perfecto». No se podría
indicar más claramente que Juan Bautista no sería Elías en persona, sino que
pertenecería solamente, si puede expresarse así, a su «familia espiritual»; así pues, es
de esta manera, y no literalmente, como es menester entender la «venida de Elías».
El otro personaje del Antiguo Testamento que se ha manifestado en la
Transfiguración es Moisés, de quien «nadie ha conocido su sepulcro»; Henoch y
Elías, que deben volver «al fin de los tiempos», han sido uno y otro «elevados a los
cielos»; todo esto no podría invocarse como ejemplo de manifestación de los
muertos.
Regularidad masónica
“Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage II (Anexos)”, cap. V, párrafos
1º, 2º y 3º.
La verdadera regularidad reside esencialmente en la ortodoxia masónica, y
que esta ortodoxia consiste ante todo en seguir fielmente la Tradición, en conservar
con cuidado los símbolos y las formas rituales que expresan esta Tradición y que son
como su ropaje, y en rechazar toda innovación sospechosa de modernidad. No
obstante, no queremos decir con ello, que la Masonería, para ser ortodoxa, deba
ceñirse a un formalismo estrecho, en que lo ritual deba ser algo absolutamente
inflexible, dentro de lo cual no se pueda añadir ni suprimir nada sin hacerse acreedor
de algún tipo de sacrilegio; esto sería dar muestra de un dogmatismo que resulta del
todo extraño e incluso contrario al espíritu masónico. La Tradición no excluye de
ningún modo la evolución ni el progreso, los rituales pueden y deben ser
modificados todas las veces que sea necesario para adaptarse a las condiciones
variables del tiempo y del lugar pero, bien entendido, únicamente en la medida en
que estas modificaciones no afecten a ningún aspecto esencial. El cambio en los
detalles del ritual importa poco siempre y cuando la enseñanza iniciática que se
desprenda de ellos no sufra ninguna alteración; y la multiplicidad de Ritos no tendría
graves inconvenientes, quizá incluso tendría ciertas ventajas, si desgraciadamente no
tuviera demasiado a menudo como consecuencia, sirviendo de pretexto a enojosas
disensiones entre Obediencias rivales, el comprometer la unidad, si se quiere ideal,
pero con todo real, de la Masonería universal.
Lo lamentable es, sobre todo, tener que comprobar demasiado a menudo en
un gran número de Masones, la ignorancia completa del simbolismo y de su
interpretación esotérica, el abandono de los estudios iniciáticos sin los cuales el Rito
no es sino un cúmulo de ceremonias vacías de sentido. Hoy en día hay negligencias
verdaderamente imperdonables; podemos citar, por ejemplo, aquella que cometen
los Maestros que renuncian a llevar mandil, cuando no obstante, es el mandil la
verdadera indumentaria del Masón, mientras que el cordón no es más que su adorno.
Algo más grave todavía es la supresión o la simplificación exagerada de las
pruebas iniciáticas y su reemplazo por el enunciado de fórmulas casi insignificantes;
y, a este propósito, no podemos hacer nada mejor que reproducir unas líneas que al
mismo tiempo nos dan una definición general del simbolismo, y que consideramos
perfectamente exactas: "El simbolismo masónico es la forma sensible de una síntesis
Religión y política
Religión y Religiones
no importa lo que pretendan aquellos que quieren que esta palabra designe, ya sea
“una filosofía”, ya sea “un método de desarrollo de los poderes latentes del organismo
humano”.
La Religión, subrayémoslo, es la unión con el Sí interior, el cual es Él mismo
uno con el Espíritu Universal, y no pretende ligarnos a ningún ser exterior a
nosotros, y forzosamente ilusorio en la medida en que fuera considerado como
exterior. A fortiori ella no es un lazo entre individuos humanos, lo cual no tendría
razón de ser más que en el dominio social; este último caso es, en cambio, el de la
mayoría de las religiones, que tienen como principal preocupación predicar una
moral, es decir una ley que los hombres deben observar para vivir en sociedad. En
efecto, si se separa toda consideración mística o simplemente sentimental, la moral
se reduce a eso, que no tendría ningún sentido fuera de la vida social, y que debe
modificarse con las condiciones de ésta. Si pues las religiones pueden tener, y tienen
ciertamente de hecho, su utilidad desde este punto de vista, deberían haberse
limitado a este papel social, sin ostentar ninguna pretensión doctrinal; pero,
desgraciadamente, las cosas han sido de otro modo, al menos en Occidente.
Decimos en Occidente, ya que, en Oriente, no podía producirse ninguna
confusión entre los dos dominios metafísico y social (o moral), que están
profundamente separados, de tal manera que no es posible ninguna reacción de uno
sobre el otro; y, en efecto, no se puede encontrar aquí nada que corresponda,
incluso aproximadamente, a lo que los occidentales llaman una religión. En cambio,
la Religión, tal como la hemos definido, es aquí honrada y practicada
constantemente, mientras que, en el Occidente moderno, la gran mayoría la ignora
totalmente, y no sospecha incluso la existencia de ella, ni siquiera quizás la
posibilidad.
Se nos objetará sin duda que el Budismo es sin embargo algo análogo a las
religiones occidentales, y es cierto que es lo que se les acerca más (es por esto quizás
que ciertos estudiosos quieren ver, en Oriente, Budismo un poco en todas partes,
incluso a veces en aquello que no presenta el menor rastro de ello); pero está aún
muy alejado de éstas, y los filósofos o los historiadores que lo han mostrado bajo este
aspecto, lo han especialmente desfigurado. No es más deísta que ateo, más panteísta
que nihilista, en el sentido que estas denominaciones han tomado en la filosofía
moderna, y que es también aquel en el cual gente que ha pretendido interpretar y
discutir teorías que ignoraba, los ha empleado. No se dice esto, por otra parte, para
rehabilitar desmedidamente el Budismo, el cual es (sobre todo en su forma original,
que no ha conservado más que en la India, pues las razas amarillas lo han
transformado de tal manera que apenas se le reconoce) una herejía manifiesta, puesto
que rechaza la autoridad de la Tradición ortodoxa, al mismo tiempo que permite la
introducción de ciertas consideraciones sentimentales en la Doctrina. Pero hay que
reconocer que al menos no llega a proponer un Ser Supremo exterior a nosotros,
error (en el sentido de ilusión) que ha dado a luz a la concepción antropomórfica, sin
tardar siquiera en devenir enteramente materialista, y del cual proceden todas las
religiones occidentales.
Por otra parte, no hay que equivocarse sobre el carácter, en modo alguno
religioso a pesar de las apariencias, de ciertos Ritos exteriores, que se vinculan
estrechamente a las instituciones sociales; decimos ritos exteriores, para distinguirlos
de los Ritos iniciáticos, que son otra cosa. Estos ritos exteriores, por eso mismo que
son sociales, no pueden ser religiosos, cualquiera que sea el sentido que se dé a esta
palabra (a menos que se quiera decir con ello que constituyen un vínculo entre
individuos), y no pertenecen a ninguna secta con exclusión de otras; sino que son
inherentes a la organización de la sociedad, y todos los miembros de ésta participan
en ellos, cualquiera que sea la comunión esotérica a la que puedan pertenecer, tanto
como si no pertenecen a ninguna. Como ejemplo de estos ritos de carácter social
(como las religiones, pero totalmente diferentes de éstas, como se puede juzgar de
ello comparando los resultados de unos y de otras en las organizaciones sociales
correspondientes), podemos citar, en China, aquellos cuyo conjunto constituye lo
que se llama el Confucianismo, el cual no tiene nada de una religión.
Añadamos que se podría encontrar rastros de algo de este tipo en la
antigüedad greco-romana, donde cada pueblo, cada tribu, e incluso cada ciudad,
tenía sus ritos particulares, en relación con sus instituciones: lo cual no impedía que
un hombre pudiera practicar sucesivamente ritos muy diversos, según las costumbres
de los lugares donde se encontrara, y esto sin que nadie pensara en asombrarse de
ello. Lo cual no hubiera sido así, si tales ritos hubieran constituido una especie de
religión de Estado, cuya sola idea habría sido sin duda un absurdo para un hombre de
esa época, como lo sería todavía hoy día para un oriental, y sobre todo para un
extremo oriental.
Es fácil ver por ello cuánto los occidentales modernos deforman las cosas que
les son ajenas cuando las contemplan a través de la mentalidad que les es propia; hay
que reconocer sin embargo, y esto les excusa hasta cierto punto, que a los individuos
les es muy difícil desembarazarse de prejuicios de los cuales su raza está impregnada
desde hace largos siglos. Por lo tanto no es a los individuos a quienes hay que
reprochar el estado actual de las cosas, sino a los factores que han contribuido a crear
la mentalidad de la raza; y, entre estos factores, parece que haya que asignar el
primer puesto a las religiones: su utilidad social, ciertamente incontestable, ¿basta
para compensar este inconveniente intelectual?
Religión / Iniciación
Religión / Necesidad
Religión / Religiosidad
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XI párrafo 5º.
La religión es reemplazada por la «religiosidad», es decir, por una vaga
sentimentalidad sin ningún alcance real; es eso lo que se complacen en considerar
como un «progreso», y lo que muestra bien cómo, para la mentalidad moderna,
todas las relaciones normales están invertidas, es que se quiere ver en eso una
«espiritualización» de la religión, como si el «espíritu» no fuera más que un cuadro
vacío o un «ideal» tan nebuloso como insignificante; ¡es lo que algunos de nuestros
contemporáneos llaman también una «religión depurada», y lo está en efecto hasta
tal punto que se encuentra vacía de todo contenido positivo y ya no le queda la
menor relación con una realidad cualquiera.
Reliquias
“El Error Espiritista”, cap. IV, párrafo 9º.
¿Cómo se puede justificar el culto católico de las reliquias, o todavía el
peregrinaje a las tumbas de los santos, si no se admite que algo que no es material
permanece vinculado al cuerpo, de una manera o de otra, después de la muerte?
En realidad, las fuerzas de que se trata en este caso (y empleamos
deliberadamente esta palabra de «fuerzas» en un sentido muy general) son de un
orden muy superior, porque interviene otra cosa que es como sobreañadida, y cuya
puesta en obra no depende ya de ningún modo de la magia, sino más bien de lo que
los neoplatónicos llamaban «teurgia».
Citaremos solo un último caso: en algunas escuelas de esoterismo
musulmán, el «Maestro» (Sheikh) que fue su fundador, aunque esté muerto desde
hace varios siglos, se considera como vivo y actuando siempre por su «influencia
espiritual» (barakah); pero eso no hace intervenir a ningún grado su personalidad
real, que está, no solo más allá de este mundo, sino también más allá de todos los
«paraísos», es decir, de todos los estados superiores que no son todavía más que
transitorios.
Reliquias / Transmisión
(Ver: Alquimia).
Reposo
Residuos psíquicos
[Ver Espiritismo (Residuos Psíquicos)].
Resurrección
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. IX, párrafo, 3º.
La extinción del «yo» no es de ninguna manera una aniquilación del ser, sino
que, muy al contrario, implica como una «sublimación» de sus posibilidades, sin lo
cual, la idea misma de «resurrección» no tendría ningún sentido.
Resurrección de la carne
Reunir lo disperso
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XLVI, último párrafo y notas
14 y 15.
En el fondo, un significado equivalente: se trata de la reconstitución de una
palabra a partir de sus elementos literales tomados separadamente. Esto
corresponde, naturalmente, en el ritual masónico, al modo de comunicación de las
“palabras sagradas”.
Para comprenderlo, hay que recordar que el verdadero nombre de un ser,
no es otra cosa, desde el punto de vista tradicional, que la expresión de su esencia
misma; la reconstitución del nombre es, pues, simbólicamente, lo mismo que la de
ese ser.
Las letras separadas corresponden a la multiplicidad de los elementos, y,
reuniendo esas letras, se la reduce por eso mismo a su Principio, con tal que esa
reunión se opere de modo de reconstituir el nombre del Principio efectivamente.
En tanto se permanece en la multiplicidad de la manifestación, no es posible
sino “deletrear” el nombre del Principio discerniendo el reflejo de sus atributos en las
criaturas, donde no se expresan sino de modo fragmentario y disperso. El masón que
no ha llegado al grado de Maestro es aún incapaz de “reunir lo disperso”, y por eso
“solo sabe deletrear”.
Desde este punto de vista, “reunir lo disperso” es lo mismo que “recobrar la
Palabra perdida”, pues en realidad, y en su sentido más profundo, esa “Palabra
perdida” no es sino el verdadero nombre del “Gran Arquitecto del Universo”.
Revelación
Rey
Rito
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. III, párrafo 6º y nota 4.
“Rectitud”. Nos recuerda la idea de “eje”, que es la de una dirección
constante e invariable. De ahí deriva la palabra “Rito”, que es todo lo que se ha
cumplido conforme al “orden”. Es definida también como aquello que se precisa para
pasar del caos al cosmos, pues es el Rito la llave para este paso.
Cabe destacar que el Rito conserva siempre el mismo carácter, y que es la
actividad “no ritual” la que se desvía. Esto implica una conformidad al orden; pero no
solamente al orden humano, sino también -e incluso antes que nada- al orden
cósmico; en toda concepción tradicional, en efecto, hay siempre una estricta
correspondencia entre uno y otro; y es precisamente el Rito, el que mantiene sus
relaciones de manera constante, implicando en cierto modo una colaboración del
hombre -en la esfera donde ejerce su actividad- con el orden cósmico mismo.
La palabra sánscrita rita está emparentada por su raíz misma al latín ordo, y
apenas hay necesidad de hacer destacar que lo está más estrechamente todavía a la
palabra «Rito»: el «Rito» es, etimológicamente, lo que se cumple conformemente al
«orden», y que, por consiguiente, imita o reproduce a su nivel el proceso mismo de
la manifestación; y es por eso por lo que, en una civilización estrictamente
tradicional todo acto, cualquiera que sea, reviste un carácter esencialmente ritual.
Esta producción es asimilada también por todas las tradiciones a una
«iluminación» (El Fiat Lux del Génesis), puesto que el «caos» es identificado
simbólicamente a las «tinieblas»: el «caos» es la potencialidad a partir de la cual se
«actualizará» la manifestación, es decir, en suma el lado substancial del mundo, que
se describe así como el polo tenebroso de la existencia, mientras que la esencia es su
polo luminoso, puesto que es su influencia la que efectivamente ilumina ese «caos»
para sacar de él el «cosmos».
Rito (Eficacia)
Ritos mágicos
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XX, párrafo 3º.
La explicación es muy simple en el fondo: la magia es una ciencia, como
acabamos de decirlo, pero una ciencia tradicional; ahora bien, en todo lo que
presenta este carácter, ya se trate de ciencias, de arte o de oficios, hay siempre, o al
menos desde que uno no se limita a estudios simplemente teóricos, algo que, si se
comprende bien, debe ser considerado como constituyendo verdaderos Ritos; y no
hay lugar a sorprenderse de ello, ya que toda acción cumplida según reglas
tradicionales, de cualquier dominio que dependa, es realmente una acción ritual.
Rosa-Cruz
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap. IX, párrafo 13º.
Por otra parte, ya que se ha hablado de la Rosa-Cruz con motivo del sello de
Lutero, diremos que este emblema hermético fue, al comienzo, específicamente
cristiano, cualesquiera fueren las falsas interpretaciones más o menos "naturalistas"
que le han sido dadas desde el siglo XVIII; y ¿no es notable que, en ella, la rosa
ocupe, en el centro de la cruz, el lugar mismo del Sagrado Corazón? Aparte de las
representaciones en que las cinco llagas del Crucificado se figuran por otras tantas
rosas, la rosa central, cuando está sola, puede muy bien identificarse con el Corazón
mismo, con el vaso que contiene la sangre, que es el centro de la vida y también el
centro del ser total.
Rosa-Cruces
El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXXVI antepenúltimo
párrafo.
Uno de los mejores ejemplos que se puedan dar de éste último caso, son las
numerosas organizaciones que, en la época actual, se titulan «rosa-crucianas», y que,
no hay que decirlo, no dejan de estar en contradicción las unas con las otras, e
incluso de combatirse más o menos abiertamente, al tiempo que se pretenden
igualmente representantes de una sola y misma «tradición». De hecho, se puede dar
enteramente la razón a cada una de ellas, sin ninguna excepción, cuando denuncia a
sus concurrentes como ilegítimas y fraudulentas; ¡Ciertamente, no ha habido nunca
tantas gentes para decirse «rosa-crucianos», si no incluso «Rosa-Cruz», como desde
que ya no los hay auténticos! Por lo demás, es bastante poco peligroso hacerse pasar
por la continuación de algo que pertenece enteramente al pasado, sobre todo cuando
los desmentidos son tanto menos de temer cuanto que aquello de lo que se trata ha
estado siempre, como es el caso aquí, envuelto en una cierta obscuridad, de suerte
que su fin no es conocido más ciertamente que su origen; ¿y quién, entre el público
profano e incluso entre los «pseudo-iniciados», puede saber lo que fue exactamente
la tradición que, durante un cierto periodo, se calificó de rosa-cruciana?
tenido jamás el menor contacto con los Rosa-Cruz, bien entendido, aunque no fuera
más que por alguna vía indirecta y desviada, y sin saber siquiera lo que éstos han sido
en realidad, puesto que se los representan casi invariablemente como habiendo
constituido una «sociedad», lo que es un error grosero y también específicamente
moderno. Lo más frecuentemente, es menester no ver ahí más que la necesidad de
adornarse con un título efectista o la voluntad de imponerse a los ingenuos; pero,
incluso si se considera el caso más favorable, es decir, si se admite que la constitución
de algunas de esas agrupaciones procede de un deseo sincero de vincularse
«idealmente» a los Rosa-Cruz, eso no será todavía, bajo el punto de vista iniciático,
más que una pura nada. Por lo demás, lo que decimos sobre este ejemplo particular
se aplica igualmente a todas las organizaciones inventadas por los ocultistas y demás
«neo-espiritualistas» de todo género y de toda denominación, organizaciones que,
sean cuales sean sus pretensiones, no pueden, en toda verdad, ser calificadas más que
de «pseudo-iniciáticas», ya que no tienen absolutamente nada real que transmitir, y
ya que lo que presentan no es más que una contrahechura e, incluso muy
frecuentemente, una parodia o una caricatura de la iniciación.
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XXXVIII, párrafos 2º, 3º, 4º, 5º y último, y
notas 6 y 7.
El símbolo mismo de la Rosa-Cruz, por los dos elementos de los que está
compuesto, figura la reintegración del ser en el centro de este estado y la plena
expansión de sus posibilidades individuales a partir de este centro; por consiguiente,
marca muy exactamente la restauración del «Estado Primordial», o, lo que equivale a
lo mismo, el acabamiento de la iniciación a los «Misterios Menores».
El sentido general de la «leyenda» de Christian Rosenkreutz, cuyo nombre
es por lo demás puramente simbólico, y en el que es muy dudoso que sea menester
ver un personaje histórico, hayan dicho lo que hayan dicho algunos de él, sino que
aparece más bien como la representación de lo que se puede llamar una «entidad
colectiva»; el sentido general de la «leyenda», decíamos, de este fundador supuesto,
y en particular los viajes que le son atribuidos, parece ser que, después de la
destrucción de la Orden del Temple, los iniciados al esoterismo cristiano se
reorganizaron, de acuerdo con los iniciados al esoterismo islámico, para mantener,
en la medida de lo posible, el lazo que había sido aparentemente roto por esta
destrucción; pero esta reorganización debió hacerse de una manera más oculta,
invisible en cierto modo, y sin tomar su apoyo en una institución conocida
exteriormente y que, como tal, habría podido ser destruida todavía una vez más (De
ahí el nombre de «Colegio de los Invisibles» dado algunas veces a la colectividad de
los Rosa-Cruz). Los verdaderos Rosa-Cruz fueron propiamente los inspiradores de
esta re-organización, o, si se quiere, fueron los poseedores del grado iniciático del
que hemos hablado, considerados especialmente en tanto que desempeñaron este
papel, que se continuó hasta el momento donde, a consecuencia de otros
acontecimientos históricos, el lazo tradicional del que se trata fue definitivamente
roto para el mundo occidental, lo que se produjo en el curso del siglo XVII. Se dice
que los Rosa-Cruz se retiraron entonces a Oriente, lo que significa que, en adelante,
ya no ha habido, en Occidente, ninguna iniciación que permita alcanzar
efectivamente este grado, y también que la acción que se había ejercido a su través
hasta entonces para el mantenimiento de la enseñanza tradicional correspondiente,
dejó de manifestarse, al menos de una manera regular y normal.
Sería completamente inútil buscar determinar «geográficamente» el lugar de
retiro de los Rosa-Cruz; de todas las aserciones que se encuentran sobre este punto,
la más verdadera es ciertamente aquella según la cual se «retiraron al reino del
Prestejuan», no siendo éste otra cosa, como lo hemos explicado en otro parte (El Rey
del Mundo, pp. 13-15, ed. francesa), que una representación del Centro Espiritual
Supremo, donde se conservan efectivamente en estado latente, hasta el fin del ciclo
actual, todas las formas tradicionales, que por una razón o por otra, han dejado de
manifestarse en el exterior.
Rosario
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. LXI, párrafos 6º, 7º, 8º y 9º.
La “cadena de los mundos” se figura generalmente en forma circular68, pues,
si cada mundo se considera como un ciclo y se simboliza como tal por una figura
circular o esférica, la manifestación íntegra, que es el conjunto de todos los mundos,
aparece en cierto modo, a su vez, como un “ciclo de ciclos”. Así, la cadena no solo
podrá ser recorrida de modo continuo desde su origen hasta su fin, sino que podrá
luego serlo de nuevo, y siempre en el mismo sentido, lo que corresponde, por otra
parte, en el despliegue de la manifestación, a otro nivel que aquel en que se sitúa el
simple paso de un mundo a otro, y, como ese recorrido puede proseguirse
indefinidamente, la indefinitud de la manifestación misma está expresada así de modo
68
Esta forma no se opone en modo alguno a la “verticalidad” del eje o del hilo que lo representa,
pues, como éste debe ser considerado, naturalmente, de longitud indefinida, es asimilable en cada una
de sus porciones a una recta siempre vertical, es decir, perpendicular al dominio de existencia
constituido por el mundo que ella atraviesa, dominio que, según lo hemos dicho más arriba, no es sino
un elemento infinitesimal de la manifestación, la cual comprende necesariamente una multitud
indefinida de tales mundos.
aún más sensible. Empero, es esencial agregar que, si la cadena se cierra69, el punto
mismo de cierre no es en modo alguno comparable a sus otros puntos, pues no
pertenece a la serie de los estados manifestados; el origen y el fin se juntan, y
coinciden, o más bien no son en realidad sino una misma cosa, pero no puede ser así
sino porque se sitúan, no en un nivel cualquiera de la manifestación, sino más allá de
ésta, en el Principio mismo.
En las diversas formas tradicionales, el símbolo más corriente de la “cadena
de los mundos” es el Rosario; y haremos notar ante todo, a este respecto, en
conexión con lo que decíamos al comienzo sobre el “hálito” que sustenta los mundos,
que la fórmula pronunciada sobre cada cuenta corresponde, en principio por lo
menos si no siempre de hecho, a una respiración, cuyas dos fases simbolizan,
respectivamente, como es sabido, la producción de un mundo y su reabsorción. El
intervalo entre dos respiraciones, correspondiente, como es natural, al paso de una a
otra cuenta, representa por eso mismo un prálaya [‘disolución’]; el sentido general de
este simbolismo es, pues, bastante claro, cualesquiera fueren, por lo demás, las
formas particulares que puede revestir según los casos. Debe notarse también que el
elemento más esencial, en realidad, es aquí el hilo que une las cuentas; esto puede
parecer inclusive harto evidente, pues no puede haber Rosario si no hay, ante todo,
ese hilo en el cual las cuentas vienen después a insertarse “como las perlas de un
collar”. Si es necesario, empero, llamar la atención sobre ello, se debe a que, desde
el punto de vista externo, se ven más bien las cuentas que el hilo, y esto mismo es
muy significativo, puesto que las cuentas representan la manifestación, mientras que
el sûtrâtmâ, representado por el hilo, es en sí mismo no-manifestado.
Es básica la importancia primordial del hilo axial en el símbolo de la “cadena
de los mundos”, pues de él, en suma, las cuentas de que aquélla se compone reciben
secundariamente su designación, así como, podría decirse, los mundos no son
realmente “mundos” sino en cuanto penetrados por el sûtrâtmâ.
El número de cuentas del rosario varía según las tradiciones, e incluso puede
variar según ciertas aplicaciones especiales; pero, en las formas orientales por lo
menos, es siempre un número cíclico: así, particularmente, en la India y el Tibet ese
número es por lo común 108. En realidad, los estados que constituyen la
manifestación universal son en multitud indefinida, pero es evidente que esta
multitud no podría representarse adecuadamente en un símbolo de orden sensible
como aquel de que aquí se trata, y es forzoso que las cuentas sean en número
definido70. En la tradición islámica, el número de cuentas es 99, número también
“circular” por su factor 9, y en este caso referido además a los nombres divinos71;
69
Quizá sería más exacto, en cierto sentido, decir que la cadena parece cerrarse, para no dar pie a la
suposición de que un nuevo recorrido de esa cadena pudiera no ser sino una especie de repetición del
recorrido precedente, lo cual es una imposibilidad; pero, en otro sentido o en otro respecto, la cadena
se cierra real y efectivamente, pues, desde el punto de vista principial (y no ya desde el punto de vista
de la manifestación), el fin es necesariamente idéntico al origen.
70
De modo similar, en el lenguaje mismo, la indefinitud se expresa a menudo, simbólicamente, por
números como diez mil.
71
Las 99 cuentas se dividen, además, en tres series de 33; se encuentra aquí la importancia simbólica
de los múltiplos.
puesto que cada cuenta representa un mundo, esto puede ser referido igualmente a
los ángeles considerados como “rectores de las esferas”, representando o expresando
en cierto modo, cada uno, un atributo divino, el cual estará así más particularmente
vinculado con aquel de entre los mundos del cual ese ángel es el “espíritu”. Por otra
parte, se dice que falta una cuenta para completar la centena (lo que equivale a
reducir la multiplicidad a la unidad), ya que 99=100-1, y que ese grano, que es el
referido al “Nombre de la Esencia” (Ismu-dhDhât), no puede encontrarse sino en el
Paraíso.
Rosacrucianos y Sûfîs
Royal Arch
(Ver: Masonería Operativa, Masonería Especulativa).
S
Sabio
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XXII, párrafos 1º, 2º, 4º y 5º.
“Sabio” (Cheng), representa el grado más elevado de la jerarquía
confucionista, constituye al mismo tiempo, el primer escalón de la jerarquía taoísta,
situándose así en cierto modo en el punto límite donde se juntan los dos dominios
exotérico y esotérico.
Confucio enseñaba que hay dos tipos de sabios, unos de nacimiento,
mientras que los otros, entre los cuales estaba él mismo, no han devenido tales más
que por sus esfuerzos. En estas condiciones, uno puede preguntarse si, al hablar del
sabio de nacimiento, Confucio ha querido designar sólo al hombre que posee por
naturaleza todas las cualificaciones requeridas para acceder efectivamente y sin otra
preparación a la jerarquía iniciática, y que, por consiguiente, no tiene ninguna
necesidad de esforzarse primeramente en escalar poco a poco, por estudios más o
menos largos y penosos, los grados de la jerarquía exterior. Eso es muy posible en
efecto y constituye incluso la interpretación más verosímil.
Esto implica al menos el reconocimiento del hecho de que hay seres que
están por así decir destinados, por sus propias posibilidades, a pasar inmediatamente
más allá de ese dominio exotérico en el que Confucio mismo ha entendido
mantenerse siempre.
Sin embargo, cabe preguntarse también si, al rebasar las limitaciones
inherentes al punto de vista propiamente confucionista, la sabiduría innata no es
susceptible de tener una significación más extensa y más profunda.
Todo conocimiento efectivo constituye una adquisición permanente,
obtenida por el ser de una vez por todas, y que nada puede hacerle perder jamás. Por
consiguiente, si un ser, que ha llegado a un cierto grado de realización en un estado
de existencia, pasa a otro estado, deberá necesariamente aportar con él lo que haya
adquirido así, que aparecerá entonces como «innato» en ese nuevo estado.
Se puede observar incluso que, en el Estado Primordial, todos los seres que
nacían como hombres debían estar en este último caso, puesto que poseían esa
perfección de su individualidad de una manera natural y espontánea, sin tener que
hacer ningún esfuerzo para llegar a ella, lo que implica que estaban a punto de
alcanzar un tal grado antes de nacer en el estado humano; eran pues verdaderamente
sabios de nacimiento, y eso no sólo en la acepción restringida en que Confucio podía
entenderlo bajo su propio punto de vista, sino en toda plenitud del sentido que
puede darse a esta expresión.
Sería menester no creer que, en las condiciones actuales del mundo
terrestre, esta sabiduría innata pueda manifestarse del todo espontáneamente como
se manifestaba en la época primordial, ya que, evidentemente, es menester tener en
cuenta los obstáculos que el medio opone a ello. Así pues, el ser en cuestión deberá
recurrir a los medios que existen de hecho para superar estos obstáculos, lo que
equivale a decir que no está dispensado de ninguna manera, como se podría estar
tentado a suponerlo sin razón, del vinculamiento a una «cadena» iniciática, a falta del
cual, mientras esté en el estado humano, permanecerá simplemente lo que era al
entrar en él, y como sumergido en una suerte de «sueño» espiritual que no le
permite ir más lejos en la vía de su realización. La iniciación propiamente dicha,
constituye siempre actualmente una condición indispensable, y por lo demás
suficiente en parecido caso. Este ser podrá pasar entonces en apariencia por los
mismos grados que el iniciado que ha partido simplemente del estado del hombre
ordinario, pero, no obstante, la realidad será muy diferente; en efecto, no solo la
iniciación, en lugar de no ser primeramente más que virtual como lo es
habitualmente, será para él inmediatamente efectiva, sino que también «reconocerá»
esos grados, si puede expresarse así, como teniéndolos ya en él. Este caso es
comparable también a lo que sería, en el orden del conocimiento teórico, el de
alguien que posee ya interiormente la consciencia de algunas verdades doctrinales,
pero que es incapaz de expresarlas porque no tiene a su disposición los términos
apropiados, y que, desde que las oye enunciar, las reconoce de inmediato y penetra
enteramente su sentido sin tener que hacer ningún trabajo para asimilarlas. Puede
ocurrir incluso que, cuando se encuentre en presencia de los Ritos y de los Símbolos
iniciáticos, éstos le aparezcan como si siempre los hubiera conocido, de una manera
en cierto modo «a-temporal».
Otra consecuencia de lo que acabamos de decir, es que, para recorrer la vía
iniciática, un ser tal como éste del que hablamos, no tiene ninguna necesidad de la
ayuda de un Guru exterior y humano, puesto que en realidad, la acción del verdadero
Guru interior opera en él desde el comienzo, haciendo evidentemente inútil la
intervención de todo «sustituto» provisorio, ya que el papel del Guru exterior no es
en definitiva otra cosa que eso.
Lo que es indispensable comprender bien, es que, precisamente, ese no
puede ser más que un caso completamente excepcional, y que lo es incluso
naturalmente cada vez más a medida que la humanidad avanza más en la marcha
descendente de su ciclo; en efecto, se podría ver ahí como un último vestigio del
Estado Primordial y de aquellos que lo han seguido anteriormente al Kali-Yuga.
Sabio Perfecto
(Ver: “No actuar”).
Sacerdocio
Sacramento
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XXIII, párrafos 2º y 3º.
Esta palabra ha devenido inseparable del uso específicamente religioso y
estrechamente definido que se hace de ella en la tradición cristiana, donde designa
algo cuyo equivalente exacto no se encuentra sin duda en ninguna otra parte.
El sentido etimológico de la palabra «Sacramento», indica que se trata de
algo «sagrado».
Así pues, vale más reservar exclusivamente la denominación de
«Sacramentos» a una cierta categoría de Ritos religiosos que pertenecen en
propiedad a la forma tradicional cristiana; es entonces la noción de «Sacramento» la
que entra en la de samskâra a título de caso particular, y no a la inversa; en otros
términos, se podrá decir que los Sacramentos cristianos son samskâras, pero no que
los samskâras hindúes son Sacramentos, ya que, según la lógica más elemental, el
nombre de un género conviene a cada una de las especies que están comprendidas en
él, pero, por el contrario, el nombre de una de estas especies no podría ser aplicado
válidamente ni a otra especie ni al género todo entero.
Un samskâra es esencialmente un rito de «agregación» a una comunidad
tradicional; y, en el cristianismo, esta función es desempeñada por los Sacramentos.
Esta «agregación» de que se trata, conlleva una multiplicidad de grados o de
modalidades, que generalmente corresponden en cierto modo a las fases principales
de la vida de un individuo. La “agregación” debe entenderse como una verdadera
“transmutación” (abhisambhava) operada en los elementos sutiles del individuo.
El término de “integración” dado por Ananda K. Coomaraswamy, sería más
apropiada que el de “agregación”.
72
Al decir aquí Ritos de iniciación, entendemos por ello los que tienen propiamente por
finalidad la comunicación misma de la influencia iniciática; es evidente que, fuera de estos, pueden
existir otros Ritos iniciáticos, es decir, reservados a una élite que ya haya recibido la iniciación; así,
por ejemplo, se puede pensar que la Eucaristía primitivamente era un Rito iniciático en este sentido,
pero no un Rito de iniciación.
Sacrificio
Sagrado Corazón
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap II, último párrafo.
Concluiremos con una última observación relativa a la importancia del
simbolismo universal del Corazón y más especialmente de la forma que reviste en la
tradición cristiana, la del Sagrado Corazón. Si el simbolismo es, en su esencia,
estrictamente conforme al “plan divino”, y si el Sagrado Corazón es el centro del ser,
de modo real y simbólico juntamente, este símbolo del Corazón, por sí mismo o por
sus equivalentes, debe ocupar en todas las doctrinas emanadas más o menos
directamente de la Tradición Primordial, un lugar propiamente central.
Samudra
(Ver: Solsticios).
Sangre
“Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos”, cap. “Algunas Observaciones sobre el
73
Tenemos que precisar que lo que decimos aquí señala al punto de vista específicamente moderno
de la «moral laica»; incluso cuando ésta no hace en cierto modo, como ocurre frecuentemente a pesar
de sus pretensiones, más que «plagiar» preceptos tomados de la religión, ella los vacía de toda
significación real, suprimiendo todos los elementos que permitían ligarlos a un orden superior y, más
allá del exoterismo simplemente literal, transponerlos como signos de verdades principiales; y a veces
incluso, aunque parece guardar lo que se podría llamar la «materialidad» de estos preceptos, esa
moral, por la interpretación que da de ellos, llega hasta «volverlos» verdaderamente en un sentido
antitradicional.
Sarah
Satán
Secreto
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XII párrafo 6º y último.
No se puede decir estrictamente que la «vulgarización» de las doctrinas sea
peligrosa, al menos en tanto que no se trate más que de su lado teórico; más bien
sería simplemente inútil, si no obstante fuera posible; pero en realidad, las verdades
de un cierto orden resisten por su naturaleza misma a toda «vulgarización»: por
claramente que se las exponga (a condición, bien entendido, de exponerlas tales
cuales son en su verdadera significación y sin hacerlas sufrir ninguna deformación),
no las comprenden más que aquellos que están cualificados para comprenderlas, y,
para los demás, son como si no existieran. No hablamos aquí de la «realización» y de
sus medios propios, ya que, a este respecto, nada hay que pueda tener un valor
efectivo si no es en el interior de una organización iniciática regular; pero, desde el
punto de vista teórico, una reserva no puede estar justificada más que por
consideraciones de simple oportunidad, y por consiguiente por razones puramente
contingentes, lo que no quiere decir forzosamente desdeñables de hecho. En el
fondo, el verdadero secreto, y por lo demás el único que no puede ser traicionado
nunca de ninguna manera, reside únicamente en lo inexpresable, que es por eso
mismo incomunicable, y hay necesariamente una parte de inexpresable en toda
(Ver: Contemplación).
Segunda muerte
Segundo nacimiento
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, nota 9 del cap. XX.
La concepción del «segundo nacimiento», es de las que son comunes a todas
las doctrinas tradicionales; en el Cristianismo, en particular, la regeneración psíquica
está representada muy claramente por el Bautismo. Cf. este pasaje del Evangelio: «Si
un hombre no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios… En verdad os digo, si
un hombre no renace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios…
No os sorprendáis de que os haya dicho, que es menester que nazcáis de nuevo» (San
Juan, III, 3 a 7). El agua es considerada por muchas tradiciones como el medio
original de los seres, y la razón de ello está en su simbolismo, por el que representa a
Mûla-Prakriti; en un sentido superior, y por transposición, es la Posibilidad Universal
misma; el que «nace del agua» deviene «hijo de la Virgen», y por consiguiente
hermano adoptivo de Cristo y coheredero del «Reino de Dio». Por otra parte, si se
observa que el «Espíritu», en el texto que acabamos de citar es el Ruahh hebraico
(asociado aquí al agua como principio complementario, como al comienzo del
Génesis), y que éste designa al mismo tiempo el aire, se encontrará la idea de la
purificación por los elementos, tal como se encuentra en todos los Ritos iniciáticos
así como en los Ritos religiosos; y por lo demás, la iniciación misma se considera
siempre como un «segundo nacimiento» simbólicamente, cuando no es más que un
formalismo más o menos exterior, pero efectivamente cuando se confiere de una
manera real al que está debidamente calificado para recibirla.
Semi-profano
Senario
Sensación
Sentimentalismo
Septenario
Séptima dirección
Ser (El)
Ser manifestado
Shakti
“Miscelánea”, cap. IV de la Segunda Parte, párrafo 19º y nota 34.
“Energía productora”. Esta potencia activa puede, por lo demás, ser
considerada bajo diferentes aspectos: como poder creador, es más particularmente
llamada Kriyâ-Shakti, mientras que Jnâna-Shakti es el poder de conocimiento, Ichchâ-
Shakti el poder del deseo, etc., considerando la indefinida multiplicidad de los
atributos manifestados del Ser en el mundo exterior, pero sin fraccionar por ello en
absoluto, en la pluralidad de estos aspectos, la unidad de la Potencia Universal en sí,
que necesariamente es correlativa de la unidad esencial del Ser, y está implícita en
esta misma unidad. En el orden psicológico, esta potencia activa está representada
por Ishâ, (formada por las partículas alef, shin, hei), “facultad volitiva” de Ish, el
“hombre intelectual” (formada por las partículas alef, iud, shin). (Ver Fabre d'Olivet,
“Le Langue hébraïque restituée”).
Shangha búdico
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap. II, párrafo 3º y nota 30.
Donde la admisión tenía caracteres de una verdadera iniciación.
Tras el artículo sobre la ordenación búdica, presentamos a A. K.
Coomaraswamy una cuestión al respecto; él nos confirmó que esta ordenación nunca
era conferida más que en presencia de los miembros del Sangha, compuesto
únicamente por los que la habían recibido ellos mismos, con exclusión, no solamente
de los extraños al Budismo, sino también de los adherentes "laicos", que no estaban
en suma más que asociados "del exterior".
Shariyah y Haqîqah
Shet
“Sí mismo”
(Ver: Posibilidades de “manifestación” y posibilidades de “no-manifestación” ¿Por qué?)
Siglo VI a. d. C.
74
La palabra es idéntica en los dos casos, pero, cosa harto curiosa, es masculina en el
primero y femenina en el segundo.
75
Es verosímil que los gnósticos llamados “setianos” no difirieran en realidad de los
“ofitas”, para los cuales la serpiente (óphis) era símbolo del Verbo y la Sabiduría, (Sophía).
produjeron cambios considerables en casi todos los pueblos; por lo demás, estos
cambios presentaron caracteres diferentes según los países. En algunos casos, fue una
readaptación de la tradición a otras condiciones que las que habían existido
anteriormente, readaptación que se cumplió en un sentido rigurosamente ortodoxo;
esto es lo que tuvo lugar concretamente en China, donde la doctrina, constituida
primitivamente en un conjunto único, fue dividida entonces en dos partes claramente
distintas: el Taoísmo, reservado a una élite, y que comprendía la metafísica pura y las
ciencias tradicionales de orden propiamente especulativo, y el Confucionismo,
común a todos sin distinción, y que tenía por dominio las aplicaciones prácticas y
principalmente sociales. En los Persas, parece que haya habido igualmente una
readaptación del Mazdeísmo, ya que esta época fue la del último Zoroastro. En la
India, se vio nacer entonces el Budismo.
Acercándonos al Occidente, vemos que, en los judíos, la misma época fue la
de la cautividad de Babilonia; y lo que es quizás uno de los hechos más sorprendentes
que se tengan que constatar, es que un corto periodo de setenta años fue suficiente
para hacerles perder hasta su escritura, puesto que después debieron reconstituir los
Libros Sagrados, con caracteres diferentes de aquellos que habían estado en uso hasta
entonces.
Para Roma fue el comienzo del periodo propiamente «histórico», que
sucedió a la época «legendaria» de los reyes.
En Grecia, igualmente el siglo VI a.C. fue el punto de partida de la
civilización llamada «clásica», la única a la que los modernos reconocen el carácter
«histórico». Y con esto es menester relacionar el Pitagorismo, que fue sobre todo,
bajo una forma nueva, una restauración del Orfismo anterior, y cuyos lazos evidentes
con el culto délfico del Apolo hiperbóreo, permiten considerar incluso una filiación
continua y regular con una de las tradiciones más antiguas de la humanidad. Pero,
por otra parte, pronto se vio aparecer algo de lo que todavía no se había tenido
ningún ejemplo y que, a continuación, debía ejercer una influencia nefasta sobre todo
el mundo occidental: queremos hablar de ese modo especial de pensamiento que
tomó y guardó el nombre de «filosofía».
Shruti y Smriti
Silencio
Silsilah
“El Esoterismo Islámico y el Taoísmo”, cap I, párrafo 4º.
Toda Tarîqah auténtica y regular posee una silsilah o “Cadena” de transmisión
iniciática, que se remonta siempre en definitiva a ésta, a través de un mayor o menor
número de intermediarios.
Simbolismo
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap II, párrafo 7º.
Todo lo que es, cualquiera sea su modo de ser, al tener su principio en el
Intelecto divino, traduce o representa ese principio a su manera y según su orden de
existencia; y así, de un orden en otro, todas las cosas se encadenan y corresponden
para concurrir a la armonía universal y total, que es como un reflejo de la Unidad
divina misma. Esta correspondencia es el verdadero fundamento del simbolismo, y
por eso las leyes de un dominio inferior pueden siempre tomarse para simbolizar la
realidad de orden superior, donde tienen su razón profunda, que es a la vez su
principio y su fin.
Simbolismo masónico
Masonería, no pueden dar lugar a ningún tipo de enseñanza dogmática; ellas escapan
a las fórmulas concretas del lenguaje hablado y en absoluto se dejan traducir por
palabras. Son, como se dice muy justamente, los Misterios que se sustraen a la
curiosidad del profano, es decir, las Verdades que el espíritu no puede alcanzar sino
después de haber sido cabalmente preparado. La preparación al entendimiento de los
Misterios, es alegóricamente puesta en escena en las iniciaciones masónicas, por las
pruebas de los tres grados fundamentales de la Orden. Contrariamente a lo que
alguno se ha imaginado, estas pruebas no tienen en absoluto como objetivo el de
hacer resurgir el coraje o las cualidades morales del recipiendario; ellas figuran una
enseñanza que el pensador deberá discernir, y luego meditar, en el transcurso de
toda su carrera de iniciado".
El símbolo del G.·. A.·. D.·. U.·. no es en absoluto la expresión de un
dogma, y que, si se comprende como es debido, puede ser aceptado por todos los
Masones, sin distinción de opiniones filosóficas, pues ello no implica en absoluto el
reconocimiento por su parte de un Dios cualquiera, como se ha creído muy a
menudo.
Símbolo
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. XVII, nota 1.
Lo superior no puede de ninguna manera simbolizar lo inferior, sino, al
contrario, es siempre simbolizado por lo inferior; para desempeñar su destino de
“soporte”, el símbolo debe ser evidentemente más accesible y, por consiguiente,
menos complejo o menos extenso que lo que expresa o representa.
Simultaneidad
Simultaneidad y sucesión
de las posibilidades que conlleva. Esto nos conduce a señalar una concepción que se
relaciona bastante estrechamente a la de la reencarnación, y que cuenta también con
numerosos partidarios entre los «neoespiritulistas»: según esta concepción, cada ser
debería, en el curso de su evolución (ya que aquellos que sostienen tales ideas son
siempre, de una manera o de otra, evolucionistas), pasar sucesivamente por todas las
formas de vida, terrestres y otras. Una tal teoría no expresa más que una
imposibilidad manifiesta, por la simple razón de que existe una indefinidad de formas
vivas por las cuales un ser cualquiera jamás podrá pasar, puesto que estas formas son
todas las que están ocupadas por los demás seres. Por lo demás, aunque un ser
hubiera recorrido sucesivamente una indefinidad de posibilidades particulares, y en
un dominio mucho más extenso que el de las «formas de vida», por ello no estaría
más avanzado en relación al término final, que no podría ser alcanzado de esta
manera; volveremos sobre esto al hablar más especialmente del evolucionismo
espiritista. Por el momento, solo haremos observar esto: el mundo corporal todo
entero, en el despliegue integral de todas las posibilidades que contiene, no
representa más que una parte del dominio de manifestación de un solo estado; este
mismo estado conlleva pues, a «fortiori», la potencialidad correspondiente a todas las
modalidades de la vida terrestre, que no es más que una porción muy restringida del
mundo corporal. Esto vuelve perfectamente inútil (incluso si su imposibilidad no
fuera probada en otra parte) la suposición de una multiplicidad de existencias a través
de las cuales el ser se elevaría progresivamente de la modalidad más inferior, la del
mineral, hasta la modalidad humana, considerada como la más alta, pasando
sucesivamente por el vegetal y el animal, con toda la multitud de grados que
comprende cada uno de estos reinos; en efecto, hay quienes hacen tales hipótesis, y
que rechazan sólo la posibilidad de un retorno atrás. En realidad, el individuo, en su
extensión integral, contiene simultáneamente las posibilidades que corresponden a
todos los grados de que se trata (no decimos, obsérvese bien, que los contiene
corporalmente); esta simultaneidad no se traduce en sucesión temporal, más que en
el desarrollo de su modalidad corporal únicamente, en el curso de la cual, como lo
muestra la embriología, pasa efectivamente por todos los estadios correspondientes,
desde la forma unicelular de los seres organizados más rudimentarios, e incluso,
remontando más atrás todavía, desde el cristal, hasta la forma humana terrestre.
Decimos de pasada, desde ahora, que ese desarrollo embriológico, contrariamente a
la opinión común, no es de ninguna manera la prueba de la teoría «transformista»;
esta no es menos falsa que todas las demás formas del evolucionismo, y es incluso la
más grosera de todas; pero tendremos la ocasión de volver sobre ello más adelante.
Lo que es menester retener sobre todo es que el punto de vista de la sucesión es
esencialmente relativo, y por lo demás, incluso en la medida restringida en que es
legítimamente aplicable, pierde casi todo su interés por la simple observación de que
el germen, antes de todo desarrollo, contiene ya en potencia el ser completo
(veremos enseguida su importancia); en todo caso, este punto de vista debe
permanecer siempre subordinado al de la simultaneidad, como lo exige el carácter
puramente metafísico, y por consiguiente extra-temporal (pero también extra-
espacial, puesto que la coexistencia no supone necesariamente el espacio), de la
teoría de los estados múltiples del ser.
de vista espacial).
Sincretismo y Síntesis
“El Simbolismo de la Cruz”, prefacio, párrafo 3º.
El Sincretismo consiste en amontonar, desde fuera, elementos más o menos
disparatados y que, vistos de esa manera, jamás pueden estar verdaderamente
unificados. Es algo puramente exterior y superficial. Habrá sincretismo siempre que
uno se limite a tomar elementos de diversas formas Tradicionales, para soldarlos en
cierto modo exteriormente unos a otros. Nada válido puede resultar de este
ensamblaje; no se obtendrá más que un montón de residuos inutilizables, porque
falta lo que podría darle una unidad análoga a la de un ser vivo o a la de un edificio
armonioso. Es evidente que un tal «ensamblaje» no puede constituir realmente una
doctrina, como tampoco un montón de piedras constituye un edificio. Un tal caso es
bastante comparable al de alguien que, bajo el pretexto de obtener más seguramente
una curación, empleará a la vez varios medicamentos, cuyos efectos no hicieran otra
cosa que neutralizarse y destruirse, y que pudieran inclusive, a veces, tener entre
ellos reacciones imprevistas y más o menos peligrosas para el organismo.
La síntesis, al contrario, consiste en considerar las cosas desde la Unidad de
su Principio mismo, para ver como derivan y dependen de este Principio, y tomar
consciencia de su unión Real, en virtud de un lazo totalmente interior, inherente a lo
más profundo de su naturaleza. Habrá síntesis cuando de parta de la Unidad misma y
cuando no se la pierda jamás de vista a través de la multiplicidad de sus
manifestaciones. Desde entonces uno podrá servirse de una u otra de esas formas,
según la ventaja que tenga en hacerlo, al igual que para traducir un mismo
pensamiento se pueden emplear lenguajes diferentes según las circunstancias, a fin de
hacerse comprender por los diversos interlocutores; es lo que algunas Tradiciones
designan como “el Don de Lenguas”.
Solsticios
76
En la representación geográfica que sitúa a esas columnas a una y otra parte del actual estrecho de
Gibraltar, es evidente que la ubicada en Europa es la columna del Norte y la ubicada en África es la
de Mediodía.
77
En antiguas monedas españolas se ve una figuración de las columnas de Hércules unidas por
una suerte de banderola en la que está inscripta la divisa “non plus ultra”; ahora bien -cosa que parece
bastante poco conocida y que señalaremos aquí a título de curiosidad-, de esa figuración deriva el
signo usual del dólar norteamericano; pero toda la importancia fue dada a la banderola, que no era
primitivamente sino un accesorio y que fue cambiada en una letra S, cuya forma aproximadamente
tenía, mientras que las dos columnas, que constituían el elemento esencial, quedaron reducidas a dos
trazos paralelos, verticales como las dos tangentes del círculo en el simbolismo masónico que
acabarnos de explicar; y la cosa no carece de cierta ironía, pues precisamente el “descubrimiento” de
América anuló de hecho la antigua aplicación geográfica del “non plus ultra”.
Subjetividad
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XX, párrafo 5º.
La «subjetividad» no es sino la más vana de las ilusiones.
Substancia
Lo que está debajo. “Sub-stare”.
Sueño e hipnosis
Sufí
“El Esoterismo Islámico y el Taoísmo”, cap I, párrafo 3º.
Nadie puede decirse jamás Sûfî, si ello no es por pura ignorancia, ya que
prueba por ahí mismo que no lo es realmente, siendo esta cualidad necesariamente
un «secreto» (sirr) entre el verdadero Sûfî y Allah; uno puede solamente decirse
mutaçcawwuf, término que se aplica a quienquiera que entra en la «vía» iniciática, y
ello, a cualquier grado que haya llegado, pero el Sûfî, en el verdadero sentido de esta
palabra, es solamente aquel que ha alcanzado el grado supremo.
Por la adición de los valores numéricos de las letras de las que está formada,
la palabra Sûfî tiene el mismo número que El-Hekmah el-ilahiyah, es decir, «la
Sabiduría Divina». El Sûfî verdadero es pues el que posee esa Sabiduría, o, en otros
términos, es el-ârif bi’ Llah, es decir, «el que conoce por Dios», ya que Él no puede
ser conocido más que por Él mismo; y es éste efectivamente el grado supremo y
«total» en el conocimiento de la haqîqah.
Sufrimiento
Sumisión
Superchería
(Ver: Viajero).
Superstición
“Estudios Sobre la Franc-Masonería y el Compagnonage II “Anexos)”, cap. VII, último
párrafo.
Es en verdad demasiado fácil y harto simple, tratar desdeñosamente de
“superstición” todo aquello que no se comprende; pero los antiguos, por su parte,
sabían muy bien lo que decían cuando empleaban el lenguaje simbólico. La verdadera
“superstición”, en el sentido estrictamente etimológico (quod superstat), es lo que se
sobrevive a sí mismo, o sea, en una palabra, la “letra muerta”; pero inclusive esta
conservación, por poco digna de interés que pueda parecer, no es empero cosa tan
desdeñable, pues el espíritu, que “sopla donde quiere y cuando quiere”, puede
siempre venir a revivificar los Símbolos y los Ritos, y a restituirles, con el sentido
que habían perdido antes, la plenitud de su virtud originaria.
T
Tabla Redonda
[Ver: Graal (El Santo)].
Tantrismo
Taoísmo y Confucionismo
“El Esoterismo islámico y el Taoísmo”, cap X, párrafos 8º, 18º y 19.
Las posiciones respectivas de las dos doctrinas -casi mejor deberíamos decir:
de las dos ramas de doctrina-, en las cuales iba en adelante a encontrarse dividida la
Tradición Extremo-Oriental: Conllevando, una, esencialmente la metafísica pura, a
la cual se adjuntan todas las ciencias tradicionales que tienen un alcance propiamente
especulativo o, para decirlo mejor, «cognitivo»; confinada, la otra, en el domino
práctico y ateniéndose exclusivamente al terreno de las aplicaciones sociales.
Inclusive en China, el Taoísmo jamás ha tenido una muy amplia difusión, y
jamás tampoco ha apuntado a eso, habiéndose abstenido siempre de toda propaganda;
esta reserva le es impuesta por su naturaleza misma; es una doctrina muy cerrada y
esencialmente «iniciática», que como tal no está destinada más que a una élite, y que
no podría ser propuesta a todos indistintamente, ya que no todos son aptos para
comprenderla, ni sobre todo para «realizarla». Se dice que Lao-tseu no confió su
enseñanza más que a dos discípulos, que ellos mismos formaron a otros diez; después
de haber escrito el Tao-te-King, desapareció hacia el Oeste; sin duda se refugió en
algún retiro inaccesible del Tíbet o del Himalaya, y, dice el historiador Sse-ma-tsien,
«no se sabe ni dónde, ni cómo acabó sus días».
Sin embargo, puesto que el Taoísmo representa el conocimiento principal de
donde deriva todo el resto, el Confucianismo, en realidad, no es en cierto modo más
que una aplicación suya en un orden contingente, y le está subordinado de derecho
por su naturaleza misma; pero hay ahí una cosa de la que la masa no tiene que
preocuparse, que la misma no puede ni suponer siquiera, dado que la única
aplicación práctica es la que entra en su horizonte intelectual; y, en la masa de que
hablamos, es menester seguramente comprender a la gran mayoría de los «letrados»
confucionistas mismos.
Tao-Te-King
Tarot
Teatro
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XXVIII, párrafos 2º y 3º.
De una manera general, puede decirse que el teatro es un símbolo de la
manifestación, cuyo carácter ilusorio expresa tan perfectamente como es posible; y
este simbolismo puede ser considerado, ya sea desde el punto de vista del actor, ya
sea desde el del teatro mismo. El actor es un Símbolo del «Sí mismo» o de la
personalidad que se manifiesta por una serie indefinida de estados y de modalidades,
que pueden ser considerados como otros tantos papeles diferentes; y es menester
notar la importancia que tenía el uso antiguo de la máscara para la perfecta exactitud
de este simbolismo (Por lo demás, hay lugar a destacar que esta máscara se llamaba
en latín persona; la personalidad es, literalmente, lo que se oculta bajo la máscara de
la individualidad). Bajo la máscara, en efecto, el actor permanece él mismo en todos
sus papeles, como la personalidad es «no afectada» por todas sus manifestaciones; la
supresión de la máscara, al contrario, obliga al actor a modificar su propia fisonomía
y así parece alterar de alguna manera su identidad esencial. No obstante, en todos los
casos, el actor permanece en el fondo otra cosa que lo que parece ser, del mismo
modo que la personalidad es otra cosa que los múltiples estados manifestados, que no
son más que las apariencias exteriores y cambiantes de las que se reviste para realizar,
según los modos diversos que convienen a su naturaleza, las posibilidades indefinidas
que contiene en sí misma en la permanente actualidad de la no manifestación.
Si pasamos a otro punto de vista, podemos decir que el teatro es una imagen
del mundo: uno y otro son propiamente una «representación», ya que el mundo
mismo, que no existe más que como una consecuencia y una expresión del Principio,
del que depende esencialmente en todo lo que es, puede ser considerado como
simbolizando a su manera el orden principial, y este carácter simbólico le confiere,
por lo demás, un valor superior a lo que es en sí mismo, puesto que es por eso por lo
que participa de un grado de realidad más alto.
Es destacable que algunos aplican concretamente esta expresión a lo que
concierne a los ángeles y a los demonios, que «representan» efectivamente los
estados superiores e inferiores del ser, y que, por lo demás, evidentemente no
pueden ser descritos más que simbólicamente con términos tomados al mundo
sensible.
78
Esta palabra es idéntica al latín sutura, puesto que la misma raíz con el sentido de
«coser» se encuentra igualmente en las dos lenguas. — Es al menos curioso constatar que la
palabra árabe sûrat, que designa los capítulos del Qorân, está compuesta exactamente de
los mismos elementos que el sánscrito sûtura; por lo demás, esta palabra tiene un sentido
cercano a «fila» o «hilera», y su derivación es desconocida.
79
Al simbolismo del tejido se vincula también el uso de las cuerdecillas anudadas que
tenían el lugar de la escritura en China en una época muy lejana; estas cuerdecillas eran del
mismo género que las que los antiguos peruanos empleaban igualmente y a las cuales daban
el nombre de quipos. Aunque a veces se haya pretendido que estas últimas no servían más
que para contar, parece, no obstante, que expresaban también ideas mucho más complejas,
tanto más cuanto que se dice que ellas constituían los «anales del imperio», y ya que, por lo
demás, los peruanos jamás han tenido ningún otro procedimiento de escritura, mientras
poseían una lengua muy perfecta y muy refinada; esta suerte de ideografía se hacía posible
por múltiples combinaciones en las que el empleo de hilos de colores diferentes jugaba un
importante papel.
Templarios
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XI, párrafos 9º, 10º, 11º,
12º, 13º, 14º y 15º.
“Guardianes de Tierra Santa”. (Ver: Tierra Santa).
Para comprender bien de qué se trata, es menester distinguir entre los
mantenedores de la tradición, cuya función es la de conservarla y transmitirla, y los
que reciben solamente de ella, en mayor o menor grado, una comunicación y,
podríamos decir, una participación.
Los primeros, depositarios y dispensadores de la doctrina, están junto a la
fuente misma, que es propiamente el centro; de allí, la doctrina se comunica y
reparte jerárquicamente a los diversos grados iniciáticos.
Así, pues, no todos los que participan de la tradición han llegado al mismo
grado, ni realizan las mismas funciones; inclusive sería preciso establecer una
distinción entre ambas cosas, las cuales, aunque generalmente en cierta manera se
corresponden, no son empero estrictamente solidarias, pues puede ocurrir que un
hombre esté intelectualmente cualificado para recibir los grados más altos, pero no
sea apto por eso para cumplir todas las funciones en la organización iniciática. Aquí,
sólo debemos considerar las funciones; y, desde este punto de vista, diremos que los
“guardianes” están en el límite del centro espiritual, tomado en su sentido más lato, o
en el último recinto, aquel por el cual el centro está a la vez separado del “mundo
exterior” y en relación con él. Por consiguiente, estos “guardianes” tienen una doble
función: por una parte, son propiamente los defensores de la “Tierra Santa” en el
sentido de que vedan el acceso a quienes no poseen las cualificaciones requeridas para
penetrar, y constituyen lo que hemos llamado su “cobertura externa”, es decir, la
ocultan a las miradas profanas; por otra parte, aseguran también así ciertas relaciones
regulares con el exterior.
Es evidente que el papel de defensor es, para hablar el lenguaje de la
tradición hindú, una función de kshátriya; y, precisamente, toda iniciación
“caballeresca” está esencialmente adaptada a la naturaleza propia de los hombres que
pertenecen a la casta guerrera, o sea la de los kshátriya. Pero, en el caso de los
Templarios, hay algo más que tomar en cuenta: aunque su iniciación haya sido
esencialmente “caballeresca”, como convenía a su naturaleza y función, tenían un
doble carácter, a la vez militar y religioso; y así debía ser si pertenecían, como
tenemos buenas razones para creerlo, a los “guardianes” del Centro supremo, donde
la autoridad espiritual y el poder temporal se reúnen en su principio común, y que
comunica la marca de esta reunión a todo cuanto le está directamente vinculado. En
el mundo occidental, donde lo espiritual toma la forma específicamente religiosa, los
verdaderos “Guardianes de la Tierra Santa”, en tanto que tuvieron una existencia en
cierto modo “oficial”, debían ser caballeros, pero caballeros que fuesen monjes a la
vez; y, en efecto, eso precisamente fueron los Templarios.
Esto nos lleva directamente a hablar del segundo papel de los “Guardianes”
del Centro supremo, papel que consiste, decíamos, en asegurar ciertas relaciones
exteriores y sobre todo, agregaremos, en mantener el vínculo entre la tradición
primordial y las tradiciones secundarias derivadas. Para que pueda ser así, es
menester que haya en cada forma tradicional una o varias organizaciones constituidas
en esa misma forma, según todas las apariencias, pero compuestas por hombres
conscientes de lo que está más allá de todas las formas, vale decir, de la doctrina
única que es la fuente y esencia de todas las otras, y que no es sino la Tradición
Primordial.
En el mundo de tradición judeocristiana, tal organización debía,
naturalmente, tomar por símbolo el Templo de Salomón; éste, por lo demás,
habiendo dejado de existir materialmente desde hacía mucho, no podría tener
entonces sino una significación puramente ideal, como imagen del Centro supremo,
tal cual lo es todo centro espiritual subordinado; y la etimología misma del nombre
Jerusalén indica con harta claridad, que ella no es sino una imagen visible de la
misteriosa Salêm de Melquisedec. Si tal fue el carácter de los Templarios, para
desempeñar el papel que les estaba asignado, y que concernía a una determinada
tradición, la de Occidente, debían permanecer vinculados exteriormente con la
forma de esta tradición; pero, a la vez, la conciencia interior de la verdadera unidad
doctrinal debía hacerlos capaces de comunicar con los representantes de las otras
tradiciones80. Esto explica sus relaciones con ciertas organizaciones orientales, y
sobre todo, como es natural, con aquellas que en otras partes desempeñaban un
papel similar al de ellos.
(Ver: Vino).
(Ver: Virgen).
80
Esto se refiere a lo que se ha llamado simbólicamente el “Don de lenguas”.
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap. III, párrafos 7º, 8º, 9º y 10º.
Y “Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XI, párrafos 16º y 17º.
La destrucción de la Orden del Temple ha traído aparejada para Occidente,
la ruptura de las relaciones regulares con el “Centro del Mundo” (Ver: Templarios); y,
en efecto, al siglo XIV debe hacerse remontar la desviación que debía resultar
inevitablemente de tal ruptura, y que ha ido acentuándose gradualmente hasta
nuestra época.
Esto no significa, empero, que todo vínculo haya sido cortado de una vez por
todas; durante bastante tiempo pudieron haberse mantenido relaciones en cierta
medida, pero sólo de una manera oculta, por intermedio de organizaciones como la
Fede Santa o los “Fieles de Amor”, como la “Massenie del Santo Graal”, y sin duda
muchas otras, todas herederas del espíritu de la Orden del Temple, y en su mayoría
vinculadas con ella por una filiación más o menos directa. Aquellos que conservaron
vivo este espíritu y que inspiraron tales organizaciones sin constituirse nunca ellos
mismos en ninguna agrupación definida, fueron aquellos a quienes se llamó, con un
nombre esencialmente simbólico, los Rosacruces; pero llegó un día en que los
Rosacruces mismos debieron abandonar Occidente, donde las condiciones se habían
hecho tales que su acción no podía ejercerse ya, y, se dice, se retiraron entonces a
Asia, reabsorbidos en cierto modo hacia el Centro supremo, del cual eran como una
emanación. Para el mundo occidental, ya no hay “Tierra Santa” que guardar, puesto
que el camino que a ella conduce se ha perdido ya enteramente; ¿cuánto tiempo
todavía durará esta situación, y cabe siquiera esperar que la comunicación pueda ser
restablecida tarde o temprano? Es ésta una pregunta a la cual no nos corresponde dar
respuesta; aparte de que no queremos arriesgar ninguna predicción, la solución no
depende sino de Occidente mismo, pues solo retornando a condiciones normales y
recobrando el espíritu de su tradición, si le queda aún la posibilidad, podrá ver
abrirse de nuevo la vía que conduce al “Centro del Mundo”.
(Ver: Templarios).
Tercer Nacimiento
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap XXV, párrafo 3º y nota 3.
El punto del proceso iniciático que marcará el paso del orden psíquico al
orden espiritual, podría ser considerado más especialmente como constituyendo una
«segunda muerte» y un «tercer nacimiento» (en el simbolismo masónico, se
corresponde a la iniciación al grado de Maestro). Conviene agregar que este «tercer
nacimiento» será representado más bien como una «resurrección» que como un
nacimiento ordinario, porque aquí ya no se trata de un comienzo en el mismo
sentido que cuando la iniciación primera; las posibilidades ya desarrolladas, y
adquiridas de una vez por todas, deberán volver a encontrarse después de este paso,
pero «transformadas», de una manera análoga a aquella en la que el «cuerpo
glorioso» o «cuerpo de resurrección» representa la «transformación» de las
posibilidades humanas, más allá de las condiciones limitativas que definen el modo de
existencia de la individualidad como tal.
Ternario
Tiempo
“La Gran Tríada”, cap. XXII, párrafo 2º y nota 6. (Interesante leer todo el capítulo).
En lo que concierne al tiempo, la cuestión puede parecer más difícil de
resolver y no obstante también hay ahí un ternario, puesto que se habla del «triple
tiempo» (en sánscrito trikâla), es decir, que el tiempo es considerado bajo tres
modalidades, que son el pasado, el presente y el porvenir; pero, ¿pueden estas tres
modalidades ser puestas en relación con los tres términos de los ternarios, tales como
los que examinamos aquí? Primeramente, es menester precisar que el presente
puede ser representado como un punto que divide en dos partes la línea según la cual
se desarrolla el tiempo, y que determina así, en cada instante, la separación (pero
también la unión) entre el pasado y el porvenir, de los que es el límite común, del
mismo modo que el plano mediano es el límite de las dos mitades superior e inferior
del espacio. Como lo hemos explicado en otra parte, la representación «rectilínea»
del tiempo es insuficiente e inexacta, puesto que el tiempo es en realidad «cíclico», y
puesto que este carácter se encuentra también hasta en sus menores subdivisiones;
pero aquí no vamos a especificar la forma de la línea representativa, ya que,
cualquiera que sea, para el ser que está situado en un punto de esta línea, las dos
81
Se encuentra igualmente lo análogo de todo esto, en el simbolismo de la crisálida y de su
transformación en mariposa.
partes en las que está dividida aparecen siempre como situadas respectivamente
«antes» y «después» de este punto, del mismo modo que las dos mitades del espacio
aparecían como situadas «arriba» y «abajo», es decir, por encima y por debajo del
plano que se toma como «nivel de referencia». Para completar a este respecto el
paralelismo entre las determinaciones espaciales y temporales, el punto
representativo del presente siempre puede ser tomado en un cierto sentido como el
«medio del tiempo», puesto que, a partir de este punto, el tiempo no puede aparecer
sino como igualmente indefinido en las dos direcciones opuestas que corresponden al
pasado y al porvenir. Por lo demás, hay algo más: el «hombre verdadero» ocupa el
centro del estado humano, es decir, un punto que debe ser verdaderamente
«central» en relación a todas las condiciones de este estado, comprendida la
condición temporal (Aquí no puede hablarse del «hombre transcendente», puesto
que éste está enteramente más allá de la condición temporal, así como de todas las
demás; pero, si ocurre que se sitúa en el estado humano y ocupa en él a fortiori, la
posición central a todos los respectos); así pues, se puede decir que se sitúa
efectivamente en el «medio del tiempo», que él mismo determina por el hecho de
que domina en cierto modo las condiciones individuales, del mismo modo que, en la
tradición china, el Emperador, al colocarse en el punto central del Ming-tang,
determina el medio del ciclo anual; así pues, el «medio del tiempo» es propiamente,
si se puede expresar así, el «lugar» temporal del «hombre verdadero», y, para él,
este punto es verdaderamente siempre el presente.
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXIII, párrafos 1º y 2º.
El tiempo está «cualificado» de una manera diferente en cada instante, por
las condiciones cíclicas de la manifestación a la que pertenece.
En el «fin del mundo», es decir, en el límite mismo de la manifestación
cíclica, «ya no hay más tiempo».
adelante veremos, esta variable no puede ser más que el espacio, siendo la
divisibilidad una cualidad esencialmente inherente a éste. Por lo tanto, para medir el
tiempo nos es necesario considerarlo en tanto que entra en relación con el espacio,
con el que se combina en cierto modo, y el resultado de esta combinación es el
movimiento, en el cual el espacio recorrido, siendo la suma de una serie de
desplazamientos elementales considerados en modo sucesivo (es decir, precisamente
en la condición temporal) está en función del tiempo empleado en recorrerlo; la
relación existente entre este espacio y este tiempo expresa la ley del movimiento
considerado
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XXIII, párrafos 1º, 2º y
último, y nota 7.
Como lo hemos dicho precedentemente, el tiempo desgasta en cierto modo
al espacio, por un efecto del poder de contracción que representa y que tiende a
reducir cada vez más la expansión espacial a la cual se opone; pero, en esta acción
contra el principio antagonista, el tiempo mismo se desenvuelve con una velocidad
siempre creciente, ya que, lejos de ser homogéneo como lo suponen aquellos que no
le consideran más que desde el punto de vista cuantitativo únicamente, está al
contrario «cualificado» de una manera diferente en cada instante por las condiciones
cíclicas de la manifestación a la que pertenece. Esta aceleración deviene más visible
que nunca en nuestra época, porque se exagera en los últimos periodos del ciclo,
pero, de hecho, existe constantemente desde el comienzo hasta el fin de éste; así
pues, se podría decir que el tiempo no solo contrae al espacio, sino que se contrae
también él mismo progresivamente; esta contracción se expresa por la proporción
decreciente de los cuatro Yugas, con todo lo que implica, comprendida ahí la
disminución correspondiente de la vida humana. Se dice a veces, sin duda sin
comprender la verdadera razón de ello, que hoy día los hombres viven más rápido
que antaño, y eso es literalmente verdad; en el fondo, la prisa característica que los
modernos ponen en todas las cosas no es más que la consecuencia de la impresión
que sienten confusamente de que ello es así.
En su grado más extremo, la contracción del tiempo desembocaría en
reducirle finalmente a un instante único, y entonces la duración habría dejado de
existir verdaderamente, ya que es evidente que, en el instante, ya no puede haber
ninguna sucesión. Es así como «el tiempo devorador acaba por devorarse a sí
mismo», de suerte que, en el «fin del mundo», es decir, en el límite mismo de la
manifestación cíclica, «ya no hay más tiempo»; y por eso también es por lo que se
dice que la «muerte es el último ser que morirá», ya que allí donde no hay sucesión
de ningún tipo, ya no hay tampoco muerte posible. Desde que la sucesión está
detenida, o desde que, en términos simbólicos, «la rueda ha cesado de girar», todo lo
que existe no puede estar más que en perfecta simultaneidad; así pues, la sucesión se
encuentra transmutada en cierto modo en simultaneidad, lo que se puede expresar
también diciendo que «el tiempo se ha cambiado en espacio». Así, un «vuelco» se
opera en último lugar contra el tiempo y en provecho del espacio: en el momento
mismo en que el tiempo parecía acabar de devorar al espacio, es al contrario el
espacio el que absorbe al tiempo; y eso es, se podría decir refiriéndose al sentido
cosmológico del simbolismo bíblico, la revancha final de Abel sobre Caín.
No obstante, en realidad, es siempre lo que está más próximo, puesto que
no ha dejado de estar nunca en el centro de todas las cosas (Es el «Regnum Dei intra vos
est» del Evangelio), y esto marca la relación inversa del punto de vista «exterior» y
del punto de vista «interior». Únicamente, para que esta proximidad pueda ser
realizada de hecho, es menester necesariamente que la condición temporal sea
suprimida, puesto que es el desenvolvimiento mismo del tiempo, conformemente a
las leyes de la manifestación, el que ha traído el alejamiento aparente, y puesto que,
por lo demás, el tiempo, por la definición misma de la sucesión, no puede remontar
su curso; la liberación de esta condición es siempre posible para algunos seres en
particular, pero, en lo que concierne a la humanidad (o más exactamente a una
humanidad) tomada en su conjunto, implica evidentemente que ésta ha recorrido
enteramente el ciclo de su manifestación corporal, y no es sino entonces cuando
puede, con todo el conjunto del medio terrestre que depende de ella y que participa
en la misma marcha cíclica, ser reintegrada verdaderamente al «estado primordial»
o, lo que es la misma cosa, al «centro del mundo». Es en este centro donde «el
tiempo se cambia en espacio», porque es aquí donde está el reflejo directo, en
nuestro estado de existencia, de la eternidad principial, lo que excluye toda sucesión;
la muerte tampoco puede alcanzarle, y por consiguiente, es propiamente también la
«morada de la inmortalidad»; todas las cosas aparecen aquí en perfecta simultaneidad
en un inmutable presente, por el poder del «tercer ojo», con el que el hombre ha
recobrado el «sentido de la eternidad».
Tierra Prometida
Tierra Santa
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap XI, párrafo 6º y nbota 13.
Hay tantas “Tierras’ Santas” particulares como formas tradicionales regulares
existen, puesto que representan los centros espirituales que corresponden,
respectivamente, a las diferentes formas; pero, si igual simbolismo se aplica
uniformemente a todas esas “Tierras Santas”, se debe a que los centros espirituales
tienen todos una constitución análoga, y a menudo hasta en muy precisos
82
Analógicamente, desde el punto de vista cosmogónico el "Centro del Mundo" es el punto original
el simbolismo del "Santo Grial", que es a la vez un vaso (grasale) y un libro (gradale o
graduale); este último aspecto designa manifiestamente la tradición, mientras que el
primero concierne más directamente al estado correspondiente a la posesión efectiva
de esa tradición, vale decir al "estado edénico", si se trata de la Tradición
Primordial; y quien ha llegado a tal estado está, por eso mismo, reintegrado al Pardes,
de suerte que puede decirse que su morada se encuentra en adelante en el "Centro
del Mundo".
Tinieblas
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. XLVI, párrafos 1º y 2º.
Las tinieblas representan siempre, en el simbolismo tradicional, el estado de
las potencialidades no desarrolladas que constituyen el «caos»; y, correlativamente,
la luz se pone en relación con el mundo manifestado, en el que estas potencialidades
serán actualizadas, es decir, el «cosmos».
Así pues, la luz es en efecto «después de las tinieblas», y eso no sólo desde el
punto de vista «macro-cósmico», sino igualmente desde el punto de vista «micro-
cósmico» que es el de la iniciación, puesto que, a este respecto, las tinieblas
representan el mundo profano, de donde viene el recipiendario, o el estado profano
en el que éste se encuentra primero, hasta el momento preciso en que devendrá
iniciado al «recibir la luz». Así pues, por la iniciación, el ser pasa de «las tinieblas a la
luz», como el mundo, en su origen mismo (y el simbolismo del «nacimiento» es
igualmente aplicable en los dos casos), ha pasado por ahí por el acto del Verbo
creador y ordenador; y así la iniciación es verdaderamente, según un carácter por lo
demás muy general de los Ritos tradicionales, una imagen de «lo que se hizo en el
comienzo».
Tiranía
Tolerancia
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. XVII, último párrafo.
Los orientales, y más generalmente todos los pueblos que tienen una
civilización tradicional, han ignorado siempre lo que los occidentales modernos
decoran con el nombre de «tolerancia», y que no es realmente más que la
indiferencia a la verdad, es decir, algo que no puede concebirse más que allí donde la
intelectualidad está totalmente ausente; que los occidentales se jacten de esta
«tolerancia», como de una virtud, ¿no es eso un indicio contundente del grado de
bajeza a donde les ha llevado renegar de la tradición?
Trabajo
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. X, párrafos 1º, 2º, 3º y 4º, y nota 1.
Se sabe que la «glorificación del trabajo» es concretamente, en la Masonería,
el tema de la última parte de la iniciación al grado de Compañero; y
desafortunadamente, en nuestros días, esta «glorificación» se comprende ahí
generalmente de esta manera completamente profana, en lugar de ser entendida,
como lo debiera, en el sentido legítimo y realmente tradicional.
El trabajo, considerado como los profanos, no es evidentemente otra cosa
que una forma de la acción, y una forma a la que, por otra parte, el prejuicio
«moralista» arrastra a atribuir todavía mayor importancia que a toda otra, porque es
la que se presta mejor a ser presentada como constituyendo un «deber» para el
hombre y como contribuyendo a asegurar su «dignidad».
A ello se agrega, la intención claramente anti-tradicional, de despreciar la
contemplación, que se quiere asimilar a la «ociosidad», mientras que, más bien al
contrario, la contemplación es en realidad la actividad más alta concebible, y cuando,
además, la acción separada de la contemplación no puede ser más que ciega y
desordenada.
No importa cuál trabajo, hecho indistintamente por no importa quién, y
únicamente por el placer de actuar o por necesidad de «ganarse la vida», no merece
ser exaltado de ninguna manera, y ni siquiera puede ser considerado más que como
una cosa anormal, opuesta al orden que debería regir las instituciones humanas, hasta
tal punto que, en las condiciones de nuestra época, ocurre muy frecuentemente que
el trabajo llega a tomar un carácter que, sin ninguna exageración, se podría calificar
de «infra-humano».
Un trabajo no es realmente válido más que si es conforme a la naturaleza
misma del ser que lo hace. Es menester entender, a la vez, el ejercicio de una
actividad conforme a su naturaleza y, como consecuencia inmediata de esta actividad,
el paso de la «potencia» al «acto» de las posibilidades que están comprendidas en esa
naturaleza. Y, cuando ello es así, el provecho material que puede sacarse
legítimamente de él, no aparece sino como un fin completamente secundario y
contingente, por no decir incluso desdeñable frente a otro fin superior, que es el
desarrollo y como el acabamiento «en acto» de la naturaleza misma del ser humano.
Según la expresión de los Libros hindúes, «debemos construir como los
Dêvas lo hicieron en el comienzo»; esto, que se entiende naturalmente del ejercicio
de todos los oficios dignos de este nombre, implica que el trabajo tiene un carácter
propiamente ritual; y no es solo este carácter ritual el que asegura esta «conformidad
al orden», sino que se puede decir incluso que este carácter ritual no constituye
verdaderamente más que uno, con esta conformidad misma. Cuanto más realiza el
artesano por su trabajo, las virtualidades de su propia naturaleza, tanto más crece al
mismo tiempo su semejanza con el Artesano divino, y tanto más se integran
perfectamente sus obras en la armonía del Cosmos.
La «glorificación del trabajo» responde ciertamente a una verdad, e incluso a
una verdad de orden profundo. El trabajo mismo es «glorificado», es decir,
«transformado», cuando, en lugar de no ser más que una simple actividad profana,
constituye una colaboración consciente y efectiva en la realización del plan del «Gran
Arquitecto del Universo».
Tradición
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. IX, párrafos 1º, 2º y 4º.
Tradición = Qabbalah = Transmisión.
Si cualquier cosa puede constituir el objeto de una transmisión,
comprendidas ahí las cosas del orden más profano; entonces, ¿por qué no se podría
hablar también de «tradición» para todo lo que es así transmitido, cualquiera que sea
su naturaleza, en lugar de restringir el empleo de esta palabra únicamente al dominio
que podemos llamar «sagrado»?
Debemos hacer primero una precisión importante, y que reduce ya mucho el
alcance de esta cuestión: es que, si uno se remite a los orígenes, esta cuestión no
tendría que plantearse, puesto que la distinción entre «sagrado» y «profano» que
implica, era entonces inexistente. En efecto, como lo hemos explicado
frecuentemente, no hay propiamente un dominio profano, al que un cierto orden de
cosas pertenecería por su naturaleza misma; en realidad, hay solo un punto de vista
profano, que no es más que la consecuencia y el producto de una cierta
degeneración, que resulta de la marcha descendente del ciclo humano y de su
alejamiento gradual del estado principial. Por consiguiente, anteriormente a esta
degeneración, es decir, en suma en el estado normal de la humanidad todavía no
caída, se puede decir que todo tenía verdaderamente un carácter tradicional, porque
todo era considerado en su dependencia esencial, al respecto de los principios y en
conformidad con éstos, de tal suerte que una actividad profana, es decir, separada de
estos mismos principios e ignorándolos, hubiera sido algo completamente
inconcebible, incluso para lo que depende de lo que se ha convenido llamar hoy día
la «vida ordinaria», o más bien para lo que podía correspondérsele entonces, pero
que aparecía bajo un aspecto muy diferente de lo que nuestros contemporáneos
entienden por eso, y con mayor razón en lo que concierne a las ciencias, a las artes y
a los oficios, para los que este carácter tradicional se ha mantenido integralmente
hasta mucho más tarde y que se encuentra todavía en toda civilización de tipo
normal, de suerte que podría decirse que su concepción profana, aparte de la
excepción que hay quizás lugar a hacer hasta un cierto punto para la antigüedad
llamada «clásica», es exclusivamente propia de la civilización moderna, sólo que no
representa, ella misma, en el fondo, más que el último grado de la degeneración de
la que acabamos de hablar.
Al mismo tiempo, se puede destacar que el carácter «transcendente» de todo
lo que es tradicional, implica también una transmisión en un sentido diferente, que
parte de los Principios mismos para comunicarse al estado humano.
Se podría hablar incluso a la vez de una transmisión «vertical», de lo supra-
humano a lo humano, y de una transmisión «horizontal», a través de los estados o los
estadios sucesivos de la humanidad; por lo demás, la transmisión vertical es
esencialmente «a-temporal», mientras que la transmisión horizontal implica sólo una
sucesión cronológica. Agregamos también que la transmisión vertical, que es tal
cuando se la considera de arriba hacia abajo como acabamos de hacerlo, deviene, si se
toma al contrario de abajo hacia arriba, una «participación» de la humanidad en las
realidades del orden principial; participación que, en efecto, es asegurada
precisamente por la tradición bajo todas sus formas, puesto que eso es aquello por lo
que la humanidad es puesta en una relación efectiva y consciente con lo que le es
superior. Por su lado, la transmisión horizontal, si se considera remontando el curso
de los tiempos, deviene propiamente un «retorno a los orígenes», es decir, una
restauración del «Estado Primordial»; y ya hemos indicado más atrás que esta
restauración es precisamente una condición necesaria para que, desde ahí, el hombre
pueda después elevarse efectivamente a los estados superiores.
Tradición Primordial
“Estudios sobre el Hinduismo”, cap. XI, párrafo 9
Siendo esto cierto para todas las formas tradicionales, sería un error querer
asimilar el Sanâtana Dharma83 a una de ellas, sea cual sea, por ejemplo a la tradición
hindú tal como se nos presenta actualmente; y, si este error es a veces cometido de
83
En lenguaje occidental, podría traducirse por Lex perennis.
En realidad no es sino la Tradición Primordial, que es lo único que subsiste continuamente y
sin cambios a través de todo el Manvantara y posee así la perpetuidad cíclica, porque su misma
primordialidad la sustrae de todas las vicisitudes de las épocas sucesivas, y sólo así puede, con todo
rigor, ser cobnsiderada como verdadera y plenamente integral. Por ello, a consecuencia de la marcha
descendente de ciclo y del obscurecimiento espiritual resultante, la Tradición Primordial se ha
ocultado y se ha hecho inaccesible a la humanidad ordinaria.
Cada Tradición “derivada” (la “no Primordial”) podría decir que de sí misma que es el
Sanâtana-Dharma, lo que sería verdadero en un sentido relativo, aunque evidentemente falso en el
sentido absoluto.
Es por ello que, solamente desde el interior de las Tradiciones, e incluso podríamos decir
más exactamente, desde su centro mismo, si se logra llegar a él, se puede tomar realmente conciencia
de lo que constituye su unidad esencial y fundamental, es decir, alcanzar verdaderamente el pleno
conocimiento del Sanâtana-Dharma.
hecho, no puede ser más que por aquellos cuyo horizonte, en razón de las
circunstancias en las que se encuentran, está limitado exclusivamente a esta única
tradición. Si, no obstante, esta asimilación es legítima en cierta medida, según lo que
acabamos de explicar, los adherentes a cada una de las demás tradiciones podrían
decir también, en el mismo sentido y al mismo título, que su propia tradición es el
Sanâtana Dharma; tal afirmación sería siempre verdadera en un sentido relativo,
aunque sea evidentemente falsa en el sentido absoluto. Existe sin embargo una razón
por la cual la noción del Sanâtana Dharma aparece como ligada más particularmente a
la tradición hindú: y es que ésta es, de todas las formas tradicionales actualmente
vivas, la que deriva más directamente de la Tradición Primordial, puesto que es en
cierto modo como su continuación en el exterior, teniendo siempre en cuenta, por
supuesto, las condiciones en las cuales se desarrolla el ciclo humano y del cual da una
descripción más completa que todas las que pudiéramos encontrar, y así participa en
mayor grado que las demás en su perpetuidad. Además, es interesante remarcar que
la tradición hindú y la tradición islámica son las únicas que afirman explícitamente la
validez de todas las restantes tradiciones ortodoxas; y, si ello es así, es porque,
siendo la primera y la última en el curso del Manvantara, deben integrar igualmente,
aunque en modos diferentes, todas estas formas diversas que se han producido en su
intervalo, a fin de hacer posible el "retorno a los orígenes" por el cual el final del
ciclo deberá reunirse con su comienzo, que, desde el punto de partida de otro
Manvantara, manifestara de nuevo al exterior el verdadero Sanâtana Dharma.
Transformación y transmutación
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XIX, último párrafo y última nota.
Varios comentadores de los Brahma-Sûtras, para marcar todavía más
claramente el carácter de esta «transformación» (tomamos este término en su
sentido estrictamente etimológico, que es el de «paso fuera de la forma»), la
comparan a la desaparición del agua con la que se riega una piedra ardiente. En
efecto, esta agua se «transforma» al contacto con la piedra, al menos en ese sentido
relativo de que ha perdido su forma visible (y no toda forma, puesto que continúa
perteneciendo evidentemente al orden corporal), pero sin que se pueda decir por eso
que ha sido absorbida por esa piedra, puesto que, en realidad, se ha evaporado en la
atmósfera, donde permanece en un estado imperceptible a la vista. Del mismo
modo, el ser no es «absorbido» al obtener la «Liberación», aunque eso pueda parecer
así desde el punto de vista de la manifestación, para la cual la «transformación»
aparece como una «destrucción» (Por eso es por lo que, según la interpretación más
ordinaria, Shiva se considera como «destructor», cuando en realidad es
«transformador»); si uno se coloca en la realidad absoluta, única que permanece para
él, es al contrario dilatado más allá de todo límite, si se puede emplear una tal
manera de hablar (que traduce exactamente el simbolismo del vapor de agua
extendiéndose indefinidamente en la atmósfera), puesto que ha realizado
efectivamente la plenitud de sus posibilidades.
Transmigración
“El Error Espiritista”, Segunda parte, cap. VI, párrafo 9º.
La transmigración propiamente dicha, se trata en efecto del ser real, pero no
se trata para él de un retorno al mismo estado de existencia, que, si pudiera tener
lugar, sería quizás una «migración» si se quiere, pero no una «transmigración». De lo
que se trata es, al contrario, del paso del ser a otros estados de existencia, que están
definidos, como lo hemos dicho, por condiciones enteramente diferentes de aquellas
a las cuales está sometida la individualidad humana (con la sola restricción de que,
mientras se trate de estados individuales, el ser está revestido siempre de una forma,
pero que no podría dar lugar a ninguna representación espacial u otra, más o menos
modelada sobre la de la forma corporal); quien dice transmigración dice
esencialmente cambio de estado.
Es precisamente la verdadera doctrina de la transmigración, entendida según
el sentido que le da la metafísica pura, la que permite refutar de una manera absoluta
y definitiva la idea de reencarnación; y, sobre este terreno, no hay ninguna otra
refutación que sea posible. Somos pues conducidos así a mostrar que la
reencarnación es una imposibilidad pura y simple; por esto es menester entender que
un mismo ser no puede tener dos existencias en el mundo corporal, considerando
este mundo en toda su extensión.
“Miscelánea” Tercera Parte, cap. VI, párrafos 28º, 29º, 30º y 33.
Es una verdad absoluta que expresa el adepto autor de Ghost-Land, cuando
dice que, en tanto que ser impersonal, el hombre vive en una indefinidad de mundos
antes de llegar a éste. En todos esos mundos, el alma desarrolla sus estados
rudimentarios, hasta que su progreso cíclico la torna capaz de alcanzar el estado
especial cuya función gloriosa es conferir a esta alma la consciencia. Sólo en ese
momento ella deviene verdaderamente un hombre; en todo otro instante de su viaje
cósmico, no es más que un ser embrionario, una forma pasajera, una criatura
impersonal, en la cual brilla una parte, pero una parte solamente del alma humana no
individualizada.
Cuando el gran escalón de consciencia, cumbre de la serie de las
manifestaciones materiales, es alcanzada, jamás el alma retornará a la matriz de la
materia, no sufrirá la encarnación material, en adelante, sus renacimientos son en el
reino del espíritu.
No se encuentra en la naturaleza ninguna analogía a favor de la
reencarnación, mientras que se encuentran numerosas en sentido contrario. «La
bellota se convierte en encina, la nuez de coco deviene cocotero; pero la encina
puede dar miríadas de otras bellotas, nunca convertirse ella misma en bellota; ni el
cocotero deviene nuez. Lo mismo para el hombre: desde que el alma se ha
manifestado sobre el plano humano y ha alcanzado así la consciencia de la vida
exterior, no pasa ya nunca de nuevo por ninguno de sus estados rudimentarios.
Es así como el hombre puede ser comparado a la bellota y a la encina: el
alma embrionaria, no individualizada, deviene un hombre así como la bellota se
convierte en una encina, y, del mismo modo que la encina da nacimiento a una
cantidad innumerable de bellotas, el hombre proporciona a su vez a una indefinidad
de almas los medios para tomar nacimiento en el mundo espiritual. Hay
correspondencia completa entre los dos, y por esta razón los antiguos Druidas
rendían tan grandes honores a este árbol, que era honrado más allá de todos los
demás por los poderosos Hierofantes.» Se ve así cuán lejos estaban los Druidas de
admitir la “transmigración” en el sentido ordinario y material de la palabra, y cuán
poco pensaban en la teoría, que, repetimos, es totalmente moderna, de la
reencarnación.
Transmisión oral
Transmisor
“Apreciaciones sobre la Iniciación”, cap. VIII, párrafo 9º.
En tales condiciones, es fácil comprender que el papel del individuo que confiere la
iniciación a otro, es verdaderamente un papel de «transmisor», en el sentido más exacto de
esta palabra; él no actúa como individuo, sino como soporte de una influencia que no
pertenece al orden individual; él es únicamente un eslabón de la «cadena», cuyo punto de
partida está fuera y más allá de la humanidad. Es por eso por lo que no puede actuar en su
propio nombre, sino en el nombre de la organización a la que está vinculado y de la que
tiene sus poderes, o, más exactamente todavía, en el nombre del principio que esta
organización representa visiblemente. Por lo demás, eso explica que la eficacia del Rito
cumplido por un individuo sea independiente del valor propio de ese individuo como tal, lo
que es verdad igualmente para los Ritos religiosos.
Transmutación
Tres pasos
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. III, párrafo 7º.
Triángulo invertido
Triángulo pitagórico
“La Gran Tríada”, cap. XXI, último párrafo y nota 14.
El equilibrio entre la Voluntad y la Providencia, por una parte, y el Destino
por la otra, estaba simbolizado geométricamente por el triángulo rectángulo cuyos
lados son respectivamente proporcionales a los números 3, 4 y 5, triángulo al que el
pitagorismo daba una gran importancia, y que, por una coincidencia muy
sorprendente también, no la tiene menor en la tradición Extremo Oriental. Si la
Providencia es representada por 3, la Voluntad humana por 4 y el Destino por 5, se
tiene en este triángulo: 32 + 42 = 52; la elevación de los números a la segunda
potencia indica que esto se refiere al dominio de las fuerzas universales, es decir,
propiamente al dominio anímico.
Este triángulo se encuentra también en el simbolismo masónico, y ya hemos
hecho alusión a él a propósito de la escuadra del Venerable; el triángulo mismo
completo aparece en las insignias del Past Master. Diremos en esta ocasión que una
parte notable del simbolismo masónico se deriva directamente del pitagorismo, por
una «cadena» ininterrumpida, a través de los Collegia fabrorum romanos y las
corporaciones de constructores de la Edad Media; el triángulo de que se trata aquí es
un ejemplo de ello, y tenemos otro en la Estrella radiante, idéntica al Pentalpha que
servía de «medio de reconocimiento» a los pitagóricos (cf. Apercepciones sobre la
Iniciación, cap. XVI).
Trigramas
“La Gran Tríada”, cap. XIV, 3º.
Son numerosos los símbolos tradicionales que representan al hombre, como
término medio de la Gran Tríada, colocado entre el Cielo y la Tierra y
desempeñando así su papel de «mediador»; y, primeramente, haremos observar
sobre este punto que tal es la significación general de los trigramas del Yi-king, cuyos
tres trazos corresponden respectivamente a los tres términos de la Gran Tríada: el
trazo superior representa el Cielo, el trazo mediano representa el Hombre, y el trazo
inferior representa a la Tierra.
Trinidad
Trinitario (Aspecto)
“Símbolos Fundamentales de el Ciencia Sagrada”, cap. XIV, párrafo 4º.
La unidad ha producido por su propia polarización el binario, por eso mismo
se tiene ya inmediatamente el ternario; y la representación geométrica es evidente: 1
corresponde al vértice del triángulo, 2 a los extremos de su base, y el triángulo
mismo en conjunto es, naturalmente, la figura del número 3.
U
Unidad, doctrinal esencial
“Apreciaciones sobre el Esoterismo Cristiano”, cap IX, último párrafo.
Para los que ven la Tradición Primordial, basta indagar un poco, a condición
de hacerlo sin prejuicio, para descubrir por todas partes las marcas de esa unidad
doctrinal esencial, la conciencia de la cual ha podido a veces oscurecerse en la
humanidad, pero que nunca ha desaparecido enteramente; y, a medida que se avanza
en esa investigación, los puntos de comparación se multiplican entorno a sí, y a cada
instante aparecen más pruebas; por cierto, el Quaerite et invenietis del Evangelio no
es palabra vana.
Unión
“La Metafísica Oriental”, párrafos pg. 35 (Ediciones de la Tradición Unánime).
Sería la “Identidad Suprema”. Cuando el ser manifestado alcanza la identidad
con el Ser.
Upaguru
presentan a nosotros a cada instante y que miramos como más o menos indiferentes.
Se podría decir que los upagurus no son más que «prolongamientos» del Guru,
de la misma manera que los instrumentos y los medios diversos empleados por un ser
para ejercer o amplificar su acción, son otros tantos prolongamientos de sí mismo.
Cuando la iniciación propiamente dicha es conferida por alguien que no
posee las cualificaciones requeridas para desempeñar la función de un Maestro
espiritual, y que, por consiguiente, actúa únicamente como «transmisor» de la
influencia vinculada al Rito que cumple, un tal iniciador puede también ser asimilado
propiamente a un upaguru, que, por lo demás, tiene como tal una importancia
completamente particular y en cierto modo única en su género, puesto que es su
intervención la que determina realmente el «segundo nacimiento», y eso incluso si la
iniciación debe permanecer simplemente virtual. Este caso es también el único en el
que el upaguru debe forzosamente tener consciencia de su papel, al menos a algún
grado. Únicamente, entiéndase bien que, a falta de un Guru, la iniciación recibida así
corre mucho riesgo de no devenir nunca efectiva, salvo en algunos casos de
excepción.
Eso permite comprender, por ejemplo, porque se dice que el anciano, el
enfermo, el cadáver y el monje, encontrados sucesivamente por el futuro Buddha,
eran formas tomadas por los Dêvas que querían dirigirle hacia la iluminación, y que
estos Dêvas mismos no eran aquí sino aspectos del Guru interior; aquí no es necesario
entender que no hayan sido más que simples «apariciones», aunque éstas sean
ciertamente posibles también en algunos casos.
V
Vacío universal
“Estudios sobre el Hinduismo”. Cap. IV, párrafo 17.
Debemos entrar ahora en algunos detalles sobre las propiedades de cada uno
de los cinco elementos y, en primer lugar, establecer que el primero de ellos, âkâsha
o el éter, es verdaderamente un elemento real y distinto de los demás. En efecto,
como ya hemos señalado más arriba, algunos, sobre todo los budistas, no lo
reconocen como tal y, con el pretexto de que es nirûpa, es decir, «sin forma», en
razón de su homogeneidad, lo consideran como una «no-entidad» y lo identifican con
el vacío, pues, para ellos, lo homogéneo no puede ser más que un puro vacío. La
teoría del «vacío universal» (sarva-shûnya) se presenta aquí, por otro lado, como una
consecuencia directa y lógica del atomismo pues, si en el mundo corporal sólo los
átomos tienen una existencia positiva y si estos átomos deben moverse para unirse
unos con otros y formar de este modo todos los cuerpos, este movimiento sólo
podrá efectuarse en el vacío. Sin embargo, esta consecuencia no es aceptada por la
escuela de Kanâda, representativa del Vaishêshika, pero heterodoxa precisamente por
cuanto admite el atomismo con el que este punto de vista «cosmológico» no es, por
supuesto, en modo alguno solidario en sí mismo; inversamente, los «filósofos físicos»
griegos, que no cuentan al éter entre los elementos, están todos lejos de ser
atomistas y por lo demás, parecen más bien ignorarlo que rechazarlo expresamente.
Sea como fuere, la opinión de los budistas se rechaza fácilmente haciendo notar que
no puede haber espacio vacío, al ser contradictoria tal concepción: en todo el
dominio de la manifestación universal, de la que forma parte el espacio, no puede
haber vacío porque el vacío, que no puede concebirse más que negativamente, no es
una posibilidad de manifestación; además, esta concepción de un espacio vacío sería
la de un continente sin contenido, lo que, evidentemente, carece de sentido. El éter
es pues lo que ocupa todo el espacio pero no se confunde por ello con el propio
espacio pues éste, al no ser más que un continente, es decir, en suma, una condición
de existencia y no una entidad independiente, no puede, como tal, ser el principio
substancial de los cuerpos ni dar origen a los demás elementos; el éter no es, pues, el
espacio sino el contenido del espacio considerado previamente a toda diferenciación.
En este estado de indiferenciación primordial, que es como una imagen de la
«indistinción» de Prakriti respecto a este dominio especial de manifestación que es el
mundo corporal, el éter encierra ya en potencia, no sólo todos los elementos sino
también todos los cuerpos, y su propia homogeneidad le hace apto para recibir todas
las formas en sus modificaciones. Al ser el principio de las cosas corporales, posee la
cantidad, que es un atributo fundamental común a todos los cuerpos; además, es
considerado como esencialmente simple, siempre en razón de su homogeneidad, y
Veda
“Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, cap. XXII, párrafos 4º y 5º, y nota
11.
El Veda, que ha de entenderse, según la significación etimológica de la
palabra, derivada de la raíz vid-, ‘saber’. Como la Ciencia por excelencia o el
Conocimiento sagrado en su integridad, es ésta una de las más netas alusiones a la
Revelación Primordial, o al origen “no humano” de la Tradición.
Se dice que el Veda subsiste perpetuamente, siendo en sí mismo anterior a
todos los mundos; pero está en cierto modo escondido o encerrado durante los
cataclismos cósmicos que separan los diferentes ciclos, y debe luego ser manifestado
nuevamente. La afirmación de la perpetuidad del Veda está, por otra parte, en
relación directa con la teoría cosmológica de la primordialidad del sonido entre las
cualidades sensibles (como cualidad propia del Éter, Ákâça, que es el primero de los
elementos); y esta teoría no es en el fondo otra cosa sino la que otras tradiciones
expresan al hablar de la creación por el Verbo: el sonido primordial es esa Palabra
divina por la cual, según el primer capítulo del Génesis hebreo, han sido hechas todas
las cosas (Igualmente el comienzo del Evangelio de San Juan.). Por eso se dice que los Rshi
o Sabios de las primeras edades, han “oído” el Veda: la Revelación, siendo obra del
Verbo, como la Creación misma, es propiamente una “audición” para aquel que la
recibe; y el término que la designa es Shruti, que significa literalmente “lo oído”.
Durante el cataclismo que separa este Manvántara del precedente, el Veda
estaba encerrado, en estado de repliegue, en la concha (shankha), que es uno de los
principales atributos de Vishnu. Pues la concha se considera como continente del son
primordial e imperecedero (ákshara), es decir, del monosílabo Om, que es por
excelencia el nombre del Verbo manifestado.
Ventanas masónicas
Verbalismo
Verbo
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. XVII, párrafo 1º.
Es la distancia entre el punto y su desdoblamiento.
Vías
“El Esoterismo Islámico y el Taoísmo”, cap I, párrafo 2º.
«Las vías hacia Dios son tan numerosas como las almas de los hombres» (et-
tu-ruqu ila ‘Llahi Ka-nufûsi bani Adam).
Vía negativa
“El Hombre y su Devenir según el Vêdânta”, cap. XV, párrafo 3º y notas 6 y 7.
Se observará que todo lo que concierne a este estado incondicionado de
Âtmâ, se expresa bajo una forma negativa; y es fácil comprender que ello sea así, ya
que, en el lenguaje, toda afirmación directa es forzosamente una afirmación
particular y determinada, la afirmación de algo que excluye otra cosa, y que limita así
aquello de lo que se puede afirmar. Toda determinación es una limitación, y por
tanto una negación; por consiguiente, es la negación de una determinación lo que es
una verdadera afirmación, y los términos de apariencia negativa que encontramos
aquí, son, en su sentido real, eminentemente afirmativos. Por lo demás, la palabra
«infinito», cuya forma es semejante, expresa la negación de todo límite, de suerte
que equivale a la afirmación total y absoluta, que comprende o envuelve todas las
Viajero
Vida
Vínculo
“Iniciación y Realización Espiritual”, cap. V, párrafos 4º, 7º, 8º, 9º, y último, y
notas 15 y 17.
Nada puede ser separado del Principio, puesto que aquello que lo fuera no
tendría verdaderamente ninguna existencia ni ninguna realidad, aunque fuera del
grado más inferior; ¿cómo se puede pues hablar de un vinculamiento que, sean cuales
fueren los intermediarios por los cuales se efectúa, no puede concebirse finalmente
sino como un vinculamiento al Principio mismo, lo que, tomando la palabra en su
significación literal, parece implicar el restablecimiento de un lazo que habría sido
roto?
Para descartar todo equívoco sobre este punto, diremos esto: en el
Principio, es evidente que nada podría estar sujeto jamás al cambio; así pues, no es el
«Sí mismo» el que debe ser liberado, puesto que jamás está condicionado, ni
sometido a ninguna limitación, sino que es el «yo», y éste no puede serlo más que
disipando la ilusión que le hace aparecer separado del «Sí mismo»; del mismo modo,
no es el lazo con el Principio lo que se trata de restablecer en realidad, puesto que
existe siempre y no puede dejar de existir (este lazo, en el fondo, no es otra cosa que
el sûtrâtmâ de la tradición hindú ), sino que, para el ser manifestado, es la consciencia
efectiva de este lazo lo que debe realizarse; y, en las condiciones presentes de nuestra
humanidad, no hay para eso ningún otro medio posible que el que es proporcionado
por la iniciación.
Para los hombres de los tiempos primordiales, la iniciación habría sido inútil
e incluso inconcebible, puesto que el desarrollo espiritual, en todos sus grados, se
cumplía en ellos de una manera completamente natural y espontánea, en razón de la
proximidad en que estaban respecto del Principio; pero, a consecuencia del
«descenso» que se ha efectuado desde entonces, conformemente al proceso
inevitable de toda manifestación cósmica, las condiciones del periodo cíclico en el
que nos encontramos actualmente son muy diferentes de aquellas, y por eso es por lo
que la restauración de las posibilidades del estado primordial es la primera de las
metas que se propone la iniciación.
Vínculo iniciático directo
84
Entre otras consecuencias, esas desventajas tienen la de dar frecuentemente al iniciado, y
sobre todo en lo que concierne a la manera en que se expresa, una cierta semejanza exterior con los
místicos, semejanza que puede incluso hacerle tomar por tal por aquellos que no van al fondo de las
cosas, así como eso ha ocurrido precisamente con Jacob Boehme.
85
Se podría objetar que, según algunos relatos que se refieren sobre todo a la tradición rosicruciana,
algunos libros habrían sido cargados de influencias por sus autores mismos, lo que es en efecto
posible tanto para un libro como para todo otro objeto cualquiera; pero, incluso admitiendo la realidad
de este hecho, en todo caso no podría tratarse más que de ejemplares determinados y que habrían sido
Vino (El)
“Apreciaciones sobre le Esoterismo Cristiano”, cap. IV, párrafo 8º y nota 61.
«Vino» significa «misterio», doctrina secreta o reservada, porque en hebreo
iaïn y sôd son numéricamente equivalentes; y para el esoterismo musulmán, el vino
es la «bebida de la élite», que los hombres vulgares no pueden usar impunemente.
La expresión proverbial "beber como un Templario", que el vulgo toma en
su sentido más groseramente literal, no tiene sin duda otro origen real: el «vino» que
bebían los Templarios era el mismo que bebían los Kabalistas judíos y los Sufíes
musulmanes. Asimismo, la otra expresión "jurar como un Templario", no es sino
una alusión al juramento iniciático, desviada de su significado original por la
incomprensión y la malevolencia profanas. Para comprender mejor lo que dice el
autor en el texto, observaremos que el vino en su sentido ordinario, es una bebida
que no está permitida en el Islam, luego cuando se habla de ella en el esoterismo
islámico, debe entenderse como designando algo más sutil y, efectivamente, según
las enseñanzas de Mohyiddín ibn Arabi, el "vino" designa la "ciencia de los estados
espirituales" (ilmu-al-ahwâl), mientras que el «agua» representa la “ciencia absoluta”
(al-ilmu-I--mutlac), la leche la «ciencia de las leyes reveIadas» (ilmu-ch-chrây' î) y, la
"miel", la "ciencia de las “normas sapienciales" (ilmu-n-nâwâmis). Si se advierte
además, estos cuatro «brebajes» son exactamente las substancias de los cuatro tipos
de ríos paradisíacos según el Corán 47-17, nos daremos cuenta de que el «vino» de
los Sufíes tiene, como las otras bebidas iniciáticas, distinta sustancialidad que la del
conocido líquido que le sirve de símbolo. (Nota de M. Vâlsan).
Virgen (La)
preparados especialmente para este efecto, y, además, cada uno de esos ejemplares debía estar
destinado exclusivamente a tal discípulo a quien le era remitido directamente, no para ocupar o para
tener el lugar de una iniciación que el discípulo ya había recibido, sino únicamente para
proporcionarle una ayuda más eficaz cuando, en el curso de su trabajo personal, se sirviera del
contenido del libro como de un soporte de meditación.
86
El «Intelecto agente» representado por la Madonna, es el «rayo celestial» que constituye
el vínculo entre Dios y el hombre y que conduce al hombre hacia Dios (p. 54): es la Buddhi hindú.
Habría además que tener en cuenta que «Sabiduría» e "Inteligencia" no son estrictamente idénticas:
hay ahí dos aspectos complementarios a distinguir (Hokmah y Binah en la Kábala).
la intervención de un elemento afectivo (Amor). La relación de tal forma tradicional
con la que representan los Sufíes persas, es totalmente justa; pero sería necesario
añadir que estos dos casos están lejos de ser los únicos donde se encuentra el culto de
la « donna-Divinità», es decir del aspecto femenino de la Divinidad. Se encuentra en
la India también, donde este aspecto es designado como la Shakti, y es equivalente en
ciertos aspectos a la Shejinah hebrea, siendo destacable que el culto a Shakti concierne
sobre todo a los kshatriyas. Una tradición «caballeresca», precisamente, no es otra
cosa que una forma tradicional para el uso de los kshatriyas y por eso no puede
constituir una vía puramente intelectual como la de los brahmanes; ésta es la "vía
seca" de los alquimistas, mientras que la otra es la «vía húmeda», simbolizando el
agua lo femenino y el fuego lo masculino, y correspondiendo la primera a la
emotividad y el segundo a la intelectualidad que predomina respectivamente en la
naturaleza de los kshatriyas y de los brahmanes. Por ello tal tradición puede parecer
mística exteriormente, cuando en realidad es iniciática, si bien se podría pensar que
el misticismo, en el sentido ordinario de la palabra, es como un vestigio o una
«supervivencia» restante, en una civilización tal como la de Occidente, después de
que toda organización tradicional regular ha desaparecido. El papel del principio
femenino en ciertas formas tradicionales se señala incluso en el exoterismo católico,
por la importancia dada al culto de la Virgen.
La Rosa Mystica figura en las letanías de la Virgen (p 393); hay en estas
mismas letanías muchos otros símbolos propiamente iniciáticos, y su aplicación está
perfectamente justificada por las relaciones de la Virgen con la Sabiduría y con la
Shekina. Notemos también a este propósito que San Bernardo, cuya conexión con los
Templarios es conocida, aparece como un «caballero de la Virgen», que él llama «su
dama»; se le atribuye incluso el origen del vocablo «Nuestra Señora»: también ella es
Madonna y, bajo uno de sus aspectos, se identifica con la Sabiduría, o sea, con la
Madonna de los «Fieles de Amor».
Vórtice
Vulgaridad
Vulgarización
“El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, cap. XII párrafo 1º.
La «vulgarización» es la pretensión de ponerlo todo «al alcance de todo el
Y
Yi-king (o Libro de las Mutaciones)
“El Esoterismo islámico y el Taoísmo”, cap X, párrafo 4º.
Toda la Tradición fue contenida primero esencialmente y como en germen
en los trigrammas, símbolos maravillosamente aptos para servir de soporte a
posibilidades indefinidas: no quedaba más que extraer de los mismos, todos los
desarrollos necesarios, sea en el domino del puro conocimiento metafísico, sea en el
de sus aplicaciones diversas al orden cósmico y al orden humano. Para eso, Fo-hi
escribió tres libros, de los cuales el último, llamado Yi-king o «Libro de las
mutaciones», es el único llegado hasta nosotros; y el texto de este libro es todavía de
tal modo sintético que puede ser entendido en sentidos múltiples, por lo demás
perfectamente concordantes entre ellos, según que uno se atenga en ello
estrictamente a los principios o que se quiera aplicarles a tal o cual orden
determinado. Así, además del orden metafísico, hay una multitud de aplicaciones
contingentes, de desigual importancia, que constituyen otras tantas ciencias
Tradicionales: Aplicaciones lógica, matemática, astronómica, fisiológica, social, y así
seguidamente; hay inclusive una aplicación adivinatoria, que por lo demás es
considerada como una de las más inferiores de todas, y cuya práctica es abandonada a
los juglares errantes. Por lo demás, hay ahí un carácter común a todas las doctrinas
Tradicionales al contener en sí mismas, desde el origen, las posibilidades de todos los
desarrollos concebibles, comprendidos los de una indefinidad variada de ciencias de
las que el occidente moderno no tiene la menor idea, y de todas las adaptaciones que
podrán ser requeridas por las circunstancias ulteriores. No hay pues lugar a
sorprenderse de que las enseñanzas encerradas en el Yi-king -y que Fo-hi mismo
declaraba haber sacado de un pasado muy antiguo y muy difícil de determinar-, hayan
devenido a su vez la base común de las dos doctrinas en que la Tradición china se ha
continuado hasta nuestros días, y que, sin embargo, en razón de los dominios
totalmente diferentes a que se refieren, pueden parecer a primera vista no tener
ningún punto de contacto: el Taoísmo y el Confucianismo.
Ying-Yang
“El Simbolismo de la Cruz”, cap. VI, nota 9; y cap. XXII, nota 6.
En las figuras de los Kua o “Trigramas” de Fo-Hi, el yang, principio
masculino, se representa mediante una línea entera, y, el ying, principio femenino,
mediante una línea quebrada o, mejor dicho, interrumpida en su centro.
Estos símbolos, llamados las “dos determinaciones”, evocan respectivamente
la idea de “unidad” y “dualidad”.
Yogi
II
A
Abhâva.- En oposición correlativa al bhâva, sería la “no existencia”, de la
que, a veces, se hace un séptimo padârtha, pero cuya concepción es puramente
negativa; sería la “privación” entendida en sentido aristotélico.
Adhidêvaka.- Macrocosmos.
Adhyâtmika.- Microcosmos.
Âdi.- El comienzo. En relación al monosílabo Om, sería A (en sánscrito A y U
se pronuncian O). Al igual que en cuanto al primer carácter del alfabeto.
Âdityas.- Cada una de las formas del Sol, en relación con los doce signos
zodiacales. Se dice que son los descendientes de Aditi o “el invisible”, que primero
fueron siete y después pasaron a ser doce y que su jefe fuera entonces Varuna.
Los doce Adityas son: Dhatri, Mitra, Aryaman, Rudra, Varuna, Surya, Bhaga,
Vivaswat, Pushan, Savitri, Twashtri, Vishnu.
Son manifestaciones de una esencia única e invisible. Se dice que aparecen
simultáneamente todos al final del ciclo, volviendo pues a la unidad esencial y
primitiva de su naturaleza común.
Entre los griegos, los doce dioses del Olimpo, también se correspondían a
los doce signos del Zodiazo.
El Sol de doce rayos puede considerarse como se representan los doce
Adityas; y, desde el punto de vista cristiano, si el Sol simboliza a Cristo, los doce
rayos son los doce Apóstoles (apóstol significa “enviado”).
Adrisha.- Fuerza “no perceptible” por ninguna facultad, bajo cuya acción de
unen los anus para formar un cuerpo.
Adwaita.- No dualidad.
Âjnâ.- Sexto chakra, en la región situada entre los dos ojos, es decir
correspondiente al “tercer ojo”.
Ândaja.- Los ovíparos, como los pájaros, los reptiles, los peces, etc…
Apsarâs.- Son las ninfas celestes, que simbolizan también las posibilidades
aformales.
Apûrva.- Para que una acción -que no es, en sí misma, más que una
modificación momentánea- pueda tener resultados futuros más o menos lejanos, es
menester que haya, en el instante momento que se cumple, un efecto no perceptible
al presente, pero que, subsistiendo de una manera permanente, producirá
ulteriormente, a su vez, un resultado perceptible. Ese efecto no perceptible,
potencial en cierto modo, es lo que se llama apûrva, porque se sobrecarga a la acción
y no es anterior a ella. Este efecto está siempre contenido en su causa.
El apûrva, germen de todas sus consecuencias futuras y al no estar en el
dominio de la manifestación corporal y sensible, está fuera del tiempo ordinario,
pero no fuera de toda duración, pues pertenece todavía al orden de las contingencias.
Ahora bien, por una parte, el apûrva puede permanecer vinculado al ser que
ha cumplido la acción como elemento constitutivo de su individualidad considerada
en su parte incorporal, donde persistirá en tanto dura ésta; y, por otra parte, puede
salir de los límites de esa individualidad para entrar en el dominio de las energías
potenciales del orden cósmico. En esa segunda parte, si se le representa como una
vibración emitida en un cierto punto, dicha vibración, después de haberse propagado
hasta los confines del dominio que pueda alcanzar, volverá de nuevo en sentido
inverso a su punto de partida, y eso, como lo exige la causalidad, bajo la forma de
una reacción de la misma naturaleza que al acción inicial. Es lo que el Taoísmo
designa como “principio de acciones y reacciones concordantes”. Como toda acción
es una ruptura del equilibrio, es necesaria la reacción correspondiente para
restablecer ese equilibrio, pues la suma de todas las diferenciaciones, debe equivaler
siempre igualmente a la indiferenciación total.
Hay que añadir que, la reacción, al ser una consecuencia completamente
natural de la acción, no es en modo alguna ninguna “sanción”.
Esa misma reacción podría alcanzar a la individualidad en otro estado de
manifestación; y aquí es donde se afirma el encadenamiento causal de los diversos
ciclos de existencia.
Avidwân.- Ignorante.
Avidyâ.- Ignorancia.
B
Bâhya.- Objetos externos, que serían los de la percepción (pratyaksha).
Bâla.- Niño.
Bâna e Itara.- Lingas (Bâna en el anâhata chakra e Itara en el âjna chakra) que
corresponden a los principales nudos vitales (granthis), cuya travesía constituye lo
que podría llamarse “puntos críticos” en el proceso de Kundalini-yoga.
Bhârata.- La India.
Bhija.- Germen.
Bhûrloka.- Lugar donde tiene su morada Brahmâ, como deidad del primer
chakra.
Bhuvas.- La atmósfera.
Bîja-ganita.- Álgebra.
C
Caitanya.- Intelecto universal.
D
Dahara.- Pequeña cavidad del corazón -considerado, no como el órgano
fisiológico, sino como centro de la individualidad integral-, ocupada por el Éter, que
se encuentra en una estancia definida por un pequeño loto, donde se halla el centro
vital o morada de Brahma. Buscando Lo que hay en este lugar, se Le reconocerá.
El loto y la cavidad de que se trata, deben considerarse también
simbólicamente, pues no es literalmente como debe entenderse una tal
“localización”, desde el momento en que rebasa el punto de vista de la individualidad
corporal.
Dêvatas.- Deidades.
La deidades que presiden los seis chakras y que no son otra cosa que las
“formas de conciencia” por las que pasa el ser a los estados correspondientes, son
respectivamente en orden ascendente: Brahmâ, Vhisnú, Rudra, Isha, Sadâchiva y
Shambu.
Dhrawa.- Polo, cuya raíz es dhru, provinente de dhri, que expresa la idea de
estabilidad.
Drya.- El “dos veces nacido”. Cabría sólo para las tres primeras castas,
estando los shudras perfectamente colmados con el exoterismo.
Dwâra.- Puerta.
G
Gândharva-Vêda.- La música, referida al Sâma-Vêda.
Ganita.- Matemáticas.
Gupta.- Que se aplica a todo lo que tiene un carácter secreto, a todo lo que
no se manifiesta al exterior.
H
Hamsa.- La única casta que había en el origen. Significaba que todos los
hombres poseían entones, normal y espontáneamente, el grado espiritual que es
designado por este nombre (Hamsa), y que queda más allá de la distinción de las
cuatro castas actuales.
Designa propiamente un estado que es ativarma, es decir, más allá de la
distinción de las castas.
Es el nombre del Cisne simbólico, vehículo de Brahma, que incuba el
Brahmânda: huevo del mundo contenido en la “Aguas primordiales”.
Es igualmente el “soplo” (spiritus).
En el Hamsa, el desarrollo espiritual en los hombres, se producía tan
naturalmente como el desarrollo corporal.
I
Ichchâ.- Voluntad.
Indra.- Significa “poderoso”, cuyo reino está ocupado por el Éter (Âkâsha).
Es el regente del Swarga (siendo este Swarga un estado superior pero todavía
condicionado, aunque aformal.
J
Jâgarita-sthâna.- Estado de vigilia.
Janaloka.- Lugar donde tiene su morada Isha como deidad del cuarto
chakra.
Játaka.- Relato de las ‘Vidas anteriores’ del Buda, donde se trata de una
aguja milagrosa (en realidad idéntica al vajra), cuyo ojo se designa con la palabra pâli
pâsa (pâse víjjhivâ, ‘atravesada por un agujero’ o “un ojo”).
Jîva.- La vida.
K
Kaivalya.- Al igual que Muni, significa también “soledad” y expresa al
mismo tiempo, las ideas de “perfección” y “totalidad”. Expresa ese “vacío” que, en
realidad, es la absoluta plenitud, por lo que se emplea frecuentemente como un
equivalente de Moksha.
Kuru.- Significa antepasado común a las dos familias, que eran las que
libraban la batalla de Kurushetra; sería el recuerdo del origen de la Unidad.
L
Lakshmî.- Sería la Shakti de Vishnu.
Ley del Manú.- Para un ciclo o una colectividad cualquiera, no es otra cosa
que la observación de las relaciones jerárquicas naturales que existen entre los seres
sometidos a las condiciones especiales de ese ciclo o de esa colectividad, con el
conjunto de las prescripciones que de ello resultan normalmente.
M
Madhyamâ y Pashyanti.- Modalidades del sonido pertenecientes al orden
sutil.
Mahasheba.- Pensamiento.
Manú.- Sería ese mismo “querer” en cada ciclo cósmico especial, dándole a
ese ciclo su propia ley. Al tratarse de la designación de un principio, se podría
definir, según el significado de la raíz verbal man, como “inteligencia cósmica” o
“pensamiento reflejado del orden universal”.
Por ello se le puede considerar como al Legislador primordial y universal.
Recordar a Mina o Manes de los egipcios, Menw de los celtas y Minos de los griegos.
Marû.- Desierto. Esta palabra deriva de la raíz mri, “morir” designa toda
región estéril, totalmente desprovista de agua, y más especialmente de un desierto
de arena, cuyo aspecto uniforme puede tomarse como soporte de la meditación, para
evocar la idea de la indiferenciación principial.
Mâyâmaya.- Ilusorio.
Miti.- Medida. La tercera mâtra, que sería M, la tercera del monosílabo Om,
sería la medida de las otras dos mâtras.
Mrtyu.- La “Muerte”.
Mukhya.- Boca.
N
Na.- La figura del na corresponde al sol levante.
Namâ y Rûpa.- Namâ sería el “nombre” y rûpa la “forma”, que serían lo dos
elementos que compone al ser individual. Vendrían a ser, en suma, la “esencia” y la
“substancia” de la individualidad. Se encuentran habitualmente reunidos en la
expresión “nâma-rûpa”.
Significando el “nombre” (namâ), es el que representa el conjunto de todas
las cualidades o atribuciones características del ser considerado. Y, en cuanto a la
forma (rûpa), no se trataría de la forma corporal, sino su “esencia individual” que
daría lugar a aquélla.
Niyyah.- La intención.
O
Om.- Palabra por la que comienzan todas nuestras oraciones. Debe
considerarse un nombre del Logos. Según Ossendowski, es el nombre de un antiguo
Santo, el primero de los Goros, que vivió hace trescientos mil años. Aunque esto es
absolutamente ininteligible, pues trata de una época muy anterior al actual Manu, y
dado que el Manu de nuestro Kalpa se le llama Swayambhuwa, es decir, nacido de
Swayanbhu, “El que subsiste por sí mismo” o el Logos eterno”, puede considerarse
que el Logos es como el “Maestro Espiritual”, por lo que Om es en realidad un
nombre del Logos.
Este signo se descompone efectivamente en AVM, las tres letras latinas
que corresponden exactamente a los tres elementos constitutivos del monosílabo Om
(La vocal O, en sánscrito, está formada por la unión de la A y de la U). En
cristianismo era uno de los signos, considerado como la abreviación de Ave María,
pero originariamente fue un equivalente de lo que reunían las dos letras punteras del
alfabeto, Alfa y Omega, para significar que el Verbo es el principio y fin de todas las
cosas; en realidad y más completamente, el principio, el medio y el fin de todas las
cosas.
Los tres elementos de este monosílabo sagrado simbolizan, respectivamente,
los “tres mundos”, los tres términos del Tribhuvana: la Tierra (Bhu), la atmósfera
(Bhuvas) y el cielo (Swar) o sea, en otras palabras, el mundo de la manifestación
corporal, el mundo de la manifestación sutil o psíquica y el mundo principal no
manifestado.
P
Pâda.- Los pies.
Pitris.- Seres del ciclo antecedente, con morada en la esfera lunar, que se
consideran como generadores del ciclo actual, en razón del encadenamiento causal,
del que la sucesión de los ciclos no es más que el símbolo.
Pradhâna.-, Es “lo que está puesto antes de todas las cosas”. Es lo mismo
que Mûla-Prakriti: Naturaleza Primordial”, raíz de todas las manifestaciones (mûla
significa raíz). Al igual que a Prakriti, se le designa como principio plástico.
Pramânas.- Medios de prueba, que son los que han indicado los lógicos,
más algunas otras fuentes de conocimiento, de las que éstos no tenían que
preocuparse en su conocimiento particular.
Pratyaksha.- La percepción.
R
Rajas.- Segundo guna. Es la impulsión expansiva, según la cual el Ser se
desarrolla en un cierto estado. Tendencia plana, horizontal. Su color sería el rojo.
Rekhâ-ganita.- Geometría.
S
Sachchidânanda.- Unión de los términos: Chit, que es la Consciencia
universal); Sat, que sería su sujeto; y, Ânanda, que es su objeto.
En el sueño profundo, no son más que un único y mismo ser, es decir en el
Ser “que se conoce a Sí mismo, por Sí mismo”. Y ese “uno” es Âtma, considerado
fuera y más allá de todas las condiciones particulares, que determinan cada uno de
sus diversos estados de manifestación.
Sakâma karma.- Es la acción realizada con miras a sus frutos. Mientras que
el nishkâna karma sería la acción sin deseo.
Sandhyâ.- Intervalo que, según la tradición hindú, existe siempre entre dos
ciclos o dos estados de manifestación.
Sphya.- La espada.
Swapiti.- “El duerme”. Se interpreta como swan apîto bhavati, “él ha entrado
en su propio (“Si mismo”)”.
Trishúla.- Tridente.
Ubhaya.- Que participa de los dos; como Taijasa participa de los dos
extremos del monosílabo Om.
Vaishyas.- Tercera casta. Son los que llevarían el conjunto de las funciones
económicas, comprendiendo las agrícolas, industriales, comerciales y financieras.
Varna (¿o Varma?).- Significa “color”, que, por extensión, tiene el sentido
de “cualidad”, que designa la naturaleza particular de un ser; lo que podría llamarse
“esencia individual”. Y eso es, en efecto, lo que determina la casta.
Varsha.- La lluvia.
Vétasa.- Caña.
Vishishta.- Lo distinguido. En el Ser, todos los seres son “uno” sin estar
confundidos, y distintos sin estar separados. Se distinguen sin confundirse, ni
separarse.
Vrata.- Voto.
Vyakta.- Lo manifestado.
Yudhishthira.- La Justicia.
Nombre del Hermano mayor de los Pândava, que representaba la
tranquilidad y la ecuanimidad. En su lucha interna entre el Cielo y el Infierno, llegó a
obtener el disfrute del Paraíso.
64.800 años; y se reconocerá que estas cifras se mantienen por lo menos en unos
límites perfectamente verosímiles, pudiendo muy bien corresponder a la antigüedad
real de la presente humanidad terrestre.
Según la doctrina hindú, el Manvântara al que pertenecemos, se sitúa en el séptimo
lugar de los catorce que deben desarrollarse en el Kalpa humano. Asimismo, nuestro
Yuga es el cuarto y último de este séptimo Manvântara: el Kali-Yuga o Edad de Kali,
su período más obscuro en cuanto al conocimiento espiritual se refiere.
Editorial Masónica
Mas Española (EDIMAE)