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Sólo en ti está la luz, adéntrate en tu propia intimidad, en los más oscuros senos de tu
conciencia personal y de allí brotará la voz, la auténtica voz de tu eternidad.
Antenor Orrego
1. ORREGO, EDUCADOR
Durante algunos años de su juventud, Antenor Orrego fue profesor de educación secundaria.
Efectivamente, tan pronto egresó del Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo, fue designado pasante
o ayudante del curso de inglés en esa institución educativa. Después asumirá el desarrollo de otros cursos.
Allí uno de sus alumnos fue Francisco Xandóval, el poeta que llegará a compartir con su maestro inolvidables
horas de tertulia en el grupo de los “bohemios” así como labor periodística en el diario “El Norte”. Por ese
mismo tiempo, Antenor también realizaba función docente en el Colegio Instituto Moderno.
Años más tarde (1946), próximo a cumplir 54 años, fue nombrado catedrático y rector de la Universidad
Nacional de Trujillo.
Así, fue educador formal u oficial en las tres instituciones que se acaban de nombrar. Pero su acción
docente, de modo principal, fue de carácter informal o en instituciones que no estaban organizadas en grados
o años de estudios, con miras a una certificación. Tal es el caso de las Universidades Populares González
Prada, surgidas en 1921 al calor del movimiento de la Reforma Universitaria en diversas ciudades, para
educar obreros, campesinos, artesanos, amas de casa, empleados, trabajadores en general, mediante cursos
prácticos y teóricos: alfabetización, higiene, manualidades, campañas contra la drogadicción y el
alcoholismo; igualmente, arte, lenguaje, historia, geografía, filosofía, literatura, matemática, química,
biología, como también actividades deportivas y recreativas. Orrego tenía a su cargo cursos de humanidades.
El ingreso a estas instituciones era libre. Los profesores no recibían ninguna retribución económica.
Como animador principal del Grupo Norte, ya había demostrado su vocación docente. Sus contertulios
siempre lo vieron como maestro y lo escuchaban con interés sobre diversidad de temas culturales y de la
problemática social. Su conversación discurría –como anota Rivero Ayllón- “sobre el origen de las viejas
culturas orientales, sobre la génesis de nuestras civilizaciones aborígenes o sobre el porvenir de la nueva
América. Ora sobre algún tema elevado de filosofía o arte; ora en el comentario, entusiasmado y hondo, de
un poema de Verlaine o de un cuento de Poe”. (Orrego, 2011: V, 350). Orrego fue el orientador literario
informal de Vallejo, hecho reconocido por el propio poeta en más de una ocasión. En efecto, a raíz de una
reunión de ambos, el aeda le escribe al maestro: “No puedes imaginar el efecto prolífico, la resonancia
creadora que ha tenido en mi espíritu nuestra última entrevista. Tus palabras han sido como un ‘fiat lux’ que
arrancaran del abismo algo que se debatía oscuramente en mi ser y que pugnaba por nacer y alcanzar la vida”.
(Orrego, 2011: III, 28).Y en otra carta, a propósito de Trilce, le dice a su mentor: “sin tu magisterio fraternal,
sin tu aliento de cada día, sin tu admirable y generosa comprensión, el libro, tal vez, nunca habría nacido.
Tú sabes muy bien, que muchos de estos versos han surgido en esas conversaciones inolvidables que tuvimos
tantas veces”. (Orrego, 2011: III, 55).
Mucho antes, cuando en el seno del Grupo, proclamó genio a Vallejo, según el testimonio de Haya de la
Torre, Antenor lo hizo “con aquel su tono de vaticinador, pero al mismo tiempo de maestro”. (Haya de la
Torre y Sánchez, 1982: II, 140).Y en una entrevista periodística (1971), el mismo Haya de la Torre dijo:
“Antenor Orrego fue para él [Vallejo] un maestro a todas horas. Yo he visto a Vallejo llorar a las tres de la
mañana en París, en la Rotonda [famoso café parisino], al hablar de Antenor. Le tuvo siempre un respeto
infinito y lo quiso muchísimo.” (En Soto, 1983: 333). Ciertamente, su magisterio fue reconocido dentro y
fuera de su grupo fraternal. En tal sentido, Spelucín también sentenciará: “Antenor Orrego fue para nosotros
un MAESTRO”. (En Ibáñez, 1995: 126). Y como escribió nada menos que el gran educador Luis Alberto
Sánchez, su propia generación y la subsiguiente, “reconocerán en Orrego a su maestro”. (Sánchez, 1981: IV,
1345). Por su parte, Eduardo Quirós anotó: “Orrego tuvo la capacidad de aglutinar a un selecto grupo de
muchachos de su generación para emprender una campaña por la transformación de la sociedad. El Grupo
de Trujillo lo tiene como su mentor, guía y mejor crítico. Vallejo nació a su vera y se nutrió de sus sabias
enseñanzas”. (Quirós, 1993: 11).
Fue un educador nato, su eros pedagógico siempre estuvo de manifiesto. Se reunía con muchos jóvenes
estudiantes, profesionales, dirigentes sindicales y políticos, que acudían a él en busca de su amistad, su saber
y su orientación para ponerle diversos temas a su consideración; él los atendía y dialogaba con ellos,
practicando el método socrático. El ambiente no fue un obstáculo para su actitud positiva frente al proceso
de enseñanza-aprendizaje, pues, hasta en las cárceles, durante sus numerosas reclusiones, realizó actividades
formativas. Y ha dejado algunos testimonios de las inquietudes culturales de los ciudadanos privados de su
libertad por razones políticas:
Todos estudian y todos enseñan. Apenas llega una etapa de persecución y las prisiones comienzan
a colmarse de presos, automáticamente se organizan grupos pedagógicos, asociaciones de
estudio, círculos de lectura, planes de conferencia, seminarios de cultura. En el Frontón, donde
las condiciones de los presos eran peores que en cualquier otro presidio, conocimos a un
adolescente, casi un niño, que cubierto de harapos, estudió y aprendió el inglés y el francés
durante quince meses […] Cito este caso, no porque sea único, sino porque es frecuente. Se dictan
cursos enteros de historia, economía, literatura, filosofía. (Orrego, 2011: I, 223).
El imperativo de prepararse se hizo natural y cotidiano entre los presos, y se dio el hecho paradójico,
agrega, de que mientras la Universidad de San Marcos estaba ocupada por las fuerzas del orden, durante el
gobierno tiránico de Sánchez Cerro, los penales fueron los únicos centros de alta cultura en nuestro país.
Diversas fueron sus vías para educar. Educó al pueblo, en la plaza pública, directamente con su oratoria
cargada de ricos contenidos filosóficos, históricos, literarios y políticos. De igual modo, con sus libros,
artículos en periódicos y revistas, pensamiento que por estar escrito, perdura y es motivo de consulta, estudio
y debate. Los textos siguen educando más allá de la vida de sus autores. No se puede omitir la participación
del maestro Antenor Orrego en su calidad de conferencista o ponente en instituciones culturales, académicas,
sindicales, profesionales, o en importantes reuniones de intelectuales. En la Universidad Nacional de Trujillo
sustentó conferencias desde sus años de estudiante hasta los de su rectorado. En el Ateneo Popular –
institución del barrio La Unión- de esta misma ciudad, era escuchado con devoción. Y en Argentina, fue
figura central durante el simposio internacional sobre la poesía de Vallejo realizado en la Universidad
Nacional de Córdoba. Asimismo, conferencista en otras universidades e instituciones culturales de esa misma
ciudad, así como de La Plata, Bahía Blanca y Buenos Aires.
Orrego no esperó tener alumnos sentados en sus carpetas para el ejercicio de su magisterio. En este sentido,
él fue principalmente un maestro sin aulas. Conforme queda anotado, educó en diversos ambientes y
circunstancias, no sólo en centros formales de estudios.
Sus preocupaciones en materia educativa cubren aspectos diversos, desde el terrible problema del
analfabetismo, conceptuado por él como la peor de las dictaduras, hasta la formación de cuadros
profesionales de alta calidad en las universidades, que él se propuso lograr en su condición de catedrático y
rector. Como anota Alva Lescano: “Antenor Orrego, trató desde la cátedra con la palabra, la acción y el
ejemplo los principios filosóficos que determinen la personalidad del hombre peruano y americano; proclamó
sus ideas para salir de la mediocridad y buscar los caminos para la superación comenzando desde la
universidad”. (Alva: 1993: A4).
Por su notable obra educativa, y recordando el término usado en el incario para designar al maestro, sabio
y filósofo, Antenor Orrego era llamado Amauta, en sectores juveniles, intelectuales, laborales y políticos. Y
eso fue, no sólo un profesor, sino un gran maestro que dejó profunda huella.
2. IDEAS EDUCACIONALES
Orrego no desarrolló de modo orgánico una teoría educativa, pero dejó diversos escritos sobre este campo.
En mi libro Las ideas educacionales de Antenor Orrego (1992), como también en otros trabajos, he
presentado reflexiones, glosas y selección de textos. En El monólogo eterno (1929) dejó un esbozo de su
concepto de educación, que no desarrolló en sus obras posteriores. Tampoco amplió sus ideas expuestas en
sus dos memorias rectorales (1947 y 1948). Su agitada vida –persecuciones y prisiones- le impidieron realizar
esta tarea. Sus páginas sobre temas educativos están dispersas, recogidas –la mayoría de ellas- en sus Obras
completas.
DEFINICIÓN Y FINES
Sin lugar a dudas, en su condición de humanista y educador, la formación del hombre ocupa lugar
predilecto en el pensamiento de Antenor Orrego. En su concepto, el hombre vale por sus más fuertes
impulsos, por sus más fuertes pasiones, no por las que se tornan negativas, sino por las que ennoblecen. Por
eso piensa que: “El problema de la educación no es suprimir las pasiones que son el impulso creador del
hombre. El problema consiste en enseñar la superación de las pasiones hasta la máxima nobleza y en servirse
de ellas como instrumento del espíritu”. “El hombre sin pasiones es un ex-hombre, un ex-ser”. (Orrego, 2011:
I, 88). Estuvo, por lo tanto, en contra del concepto común sobre la erradicación de las pasiones, lo cual
conllevaría la castración moral del hombre. Alude, desde luego, a las pasiones que conducen hacia los
valores, no a las que traicionan el destino del hombre y se tornan en monstruosa negación.
Para él, la educación no implica modelar el alma del alumno, por cuanto éste tiene demasiado porvenir
como para que el pasado -representado por sus padres y profesores- pretenda formarlo a su arbitrio. Son
suyas estas palabras: “La educación no es inculcar y modelar; la educación es revelar, conducir y ennoblecer.
El alma humana es demasiado sagrada para que nadie tenga la pretensión de modelarla a su capricho”.
(Orrego, 2011: I, 88).Y por ello pide mayor reverencia ante el educando, centro de atención del quehacer
pedagógico.
Sus obras Notas Marginales (1922), El monólogo eterno (1929), así como otros libros y diversos artículos,
contienen ideas con las cuales Orrego se adelanta a las corrientes psicopedagógicas del constructivismo: Lev
Vygotsky, Jean Piaget, David Ausubel y Gerome Bruner, y de la escuela humana: Carl Rogers y Abraham
Maslow. Asimismo en él encontramos tempranos aportes con los cuales coincidirán después la teoría de las
inteligencias múltiples de Howard Gardner y la teoría de la inteligencia emocional de Daniel Goleman.
Efectivamente, Orrego piensa que el profesor no debe formar al alumno a su antojo, a su estilo, a su gusto
personal, no debe imponer un contenido educativo, sino ayudarlo a revelar su personalidad, a descubrir sus
potencialidades, orientarlo o conducirlo a construir su propio conocimiento, a ser protagonista del proceso
cultural. Postula una educación para perfeccionar al hombre, es decir, humanizarlo, ennoblecerlo y facilitarle
la expresión de sus cualidades como creador de cultura y para elevar al máximo las energías vitales de su ser.
La idea de educación como revelación está relacionada con la de liberación. Según este maestro, el
conocimiento tiene sentido liberador porque contribuye al rompimiento de los obstáculos que impiden el
desarrollo humano, como también a buscar la explicación de nuestra problemática y a terminar con las
formulaciones ajenas a nuestra realidad. Al conocimiento, entonces, lo descubrimos y revelamos y así queda
al servicio del hombre, gracias a la educación.
Entiende la dinámica del conocimiento como un proceso en constante devenir, una fluencia, una
construcción, no como un todo organizado de manera estática, conclusa y definitiva. Escribe en sus
aforismos: “Todo está hecho por conocer y para que lo conozcas”. (Orrego, 2011: I, 288). Vale decir, al
conocimiento se lo deberá buscar y producir. Pero su consecución no es simple; exige esfuerzo personal, en
tal sentido, el educador pondrá a su alumno en el camino de encontrar la verdad: “Sólo en ti está la luz,
adéntrate en tu propia intimidad, en los más oscuros senos de tu conciencia personal y de allí brotará la voz,
la auténtica voz de tu eternidad”. “No hay sabiduría infusa, sino sabiduría sufrida, conquistada y vencida”.
(Orrego, 2011; I, 94 y 101). En el proceso de elaboración del conocimiento, el hombre descubre y exhibe lo
que permanecía ignorado. Así aprende. Y si lo consigue con ayuda, después lo puede hacer sin ella.
Orientamos a que otros construyan su conocimiento y, a su vez, los demás también nos facilitan aprender el
nuestro. Por eso, Orrego anota: “Revelas y te revelan. Enseñas y te enseñan. Eres profesor y discípulo”.
(Orrego, 2011: I, 305).
Pero al mismo tiempo preconiza una educación para la transformación. Precisamente, coincidiendo con
Karl Manheim, considera que la educación será eficaz solo si se orienta hacia el cambio. Y entiende como
tal una educación para comprender el proceso evolutivo y el sentido de la época, captarlos con mente ágil y
flexible, en todos sus ángulos: social, económico, político, científico, artístico, filosófico, y así lograr eficacia
en el pensar y obrar. Sostiene que la vida es un permanente discurrir, un torrente de fluencia incontenible,
por ello siempre es problemática; entonces, para hacerle frente no valen los patrones hechos o las recetas
fijas, sino una mentalidad capaz de conducir, mediante la creatividad, a soluciones acordes con cada nueva
situación. No siendo estáticas pues, ni la naturaleza ni la sociedad, tampoco lo será la educación, de manera
que la escuela habrá de preparar al cerebro del estudiante para reaccionar creativamente ante la cambiante
problemática de su entorno y del mundo entero; consiguientemente, la educación será, como la vida misma,
dinámica, siempre fluyente, un caminar constante, una revelación permanente y abierta a todas las
posibilidades del espíritu, un proceso de creación y difusión de cultura, una vivencia cotidiana de valores.
Los diferentes escalones del sistema educativo tienen el ineludible compromiso de poner al alumno en
relación con el entorno social mediato e inmediato. La educación no debe caer en inadvertencia frente a los
grandes y graves problemas que afectan a la humanidad. Es imperativo, obligación y responsabilidad de los
jóvenes comprender con agudeza el sentido de su tiempo, la crisis en los órdenes moral, jurídico, económico,
político y social, si no queremos precipitarnos en una catástrofe terrible y regresiva hacia la barbarie. El
hombre debe poseer un cerebro tan fino y tan poderosamente organizado que le permita explicar y rebasar
estos problemas. Anota: “Un cerebro preparado para el cumplimiento de esta función primordial no puede
ser sino la obra de un adecuado sistema educativo que sea eficaz para capacitar a nuestra juventud en el
desempeño de su misión histórica”. (Orrego, 1948:5). Los estudiantes y las escuelas que fijan su atención
únicamente en los contenidos de las asignaturas, desconectados del inmenso palpitar de la humanidad, tienen
una visión estrecha, reducida, están inmersos en un proceso educativo parcial, incompleto; les falta orientar
su mirada hacia todos los ángulos de la problemática del país, del continente y del mundo, sin esperar
necesariamente una compensación mediante el proceso evaluativo oficial. Consecuentemente, los currículos
de todos los niveles educativos deberán tener en cuenta esta realidad.
Las experiencias del proceso de enseñanza-aprendizaje no deben ser únicamente teóricas; su relación con
la realidad, con las vivencias de los alumnos, con el contexto social donde se realiza es ineludible. Dice
Orrego al respecto:
La educación puramente teórica arranca al hombre de su contacto con la realidad que lo
circunda haciéndole vivir en un mundo imaginario o idealizado, que más que un campo de
lucha es una evasión hacia la esfera de la ilusión y del ensueño. El hombre contemporáneo
debe aprender a reaccionar original y vitalmente ante el ámbito de vida que le rodea. La vida
es siempre problemática porque es siempre una afluencia y un cambio continuo, en que no
valen los patrones hechos, ni los lugares comunes, ni las recetas fijas que, en vez de arribar a
una solución, escamotean la dificultad por ignorancia o por miedo. (Orrego, 1948:5).
Asimismo, postula una educación para el ejercicio de la democracia; una educación cívico-política para
evitar que el pueblo sea arrastrado por caudillos ignaros e improvisados. Y una educación que recoja el veloz
desarrollo científico y tecnológico.
CONTENIDOS DE APRENDIZAJE
El colegio universitario, creado por la ley de reforma universitaria de 1946, como nexo con la educación
secundaria o antesala de la formación académica propiamente dicha, debería encarar, según Orrego, cuatro
grandes aspectos o contenidos de aprendizaje: 1) el proceso histórico del hombre (historia), 2) la concepción
de los fines de la vida humana (filosofía), 3) la imagen física del universo (física y química), y 4) los
fundamentos de la vida orgánica (biología). Excepto este caso, nuestro personaje no alcanza en forma
expresa, sino indirectamente, algunos contenidos de aprendizaje sin especificar el nivel educativo
correspondiente. De modo general, tales contenidos corresponden a ciencia, filosofía, historia, economía,
literatura, política, arte y religión, que los concibe formando un corpus, un complejo orgánico en función
vital, pero que nuestro cerebro los divide en disciplinas. Orrego se refirió en diversas ocasiones a la
revolución científica, particularmente a la era nuclear que, inseparable de la educación, tiene repercusiones
en diferentes actividades humanas. Pero consideró que no se debe sobredimensionar la ciencia, porque el
hombre requiere una formación armónica. En efecto, el desarrollo de la capacidad de pensar con lucidez es
tan necesario como el desarrollo de la imaginación, base de la invención científica y de la producción
artística. Entonces, la educación buscará el punto de equilibrio entre las ciencias y las humanidades; entre las
matemáticas, física, química, biología y demás materias científicas, en relación con la historia, filosofía,
literatura, pintura, escultura, música y demás expresiones del campo humanístico.
Los contenidos educativos, en el pensamiento de Orrego, deben permitir a los estudiantes buscar en las
aulas vida espiritual intensa; dilatar, ennoblecer y enriquecer su conciencia; conocer y comprender el sentido
de su época; encausar su curiosidad y su urgencia vital; vivir dando ejemplo. Los contenidos no deben
fosilizar el cerebro de los jóvenes con erudición yerta; tampoco llenarlo con datos divorciados de la realidad,
ni con frases rimbombantes sobre hechos nunca vividos. Enfatizó en el aspecto valorativo, especialmente de
carácter ético.
AGENTES EDUCATIVOS
En lugar de textos europeos que, mal comprendidos y mal aplicados, desorientan y fatigan con palabras
vacías nuestros cerebros, reclama maestros que enseñen a conocer y amar nuestro país y el continente, que
vivan junto a la juventud y el pueblo la infinita y heroica tarea de crear cultura, de forjar un continente
integrado por el intelecto, maestros brotados de las entrañas palpitantes de nuestra recóndita realidad. Y que
por encima de los vaivenes políticos, tengan estabilidad porque son el factor decisivo en la educación. El
pueblo debe respetar a sus maestros, que es una forma de respetarse a sí mismo, sino lo hace será un pueblo
ausente de toda personalidad vigorosa.
Si bien los vocablos profesor y maestro son sinónimos, en el pensamiento orreguiano denotan diferencias
indudables. En verdad, el profesor ejerce su labor en razón de un título profesional, a veces sin una verdadera
vocación por la carrera; el maestro es tal por la trascendencia de su mensaje, no por el aval de un diploma.
El profesor puede recitar en clase el contenido de un libro y creer que cumplió su tarea; por el contrario, el
maestro debe crear y vivificar la relación espiritual entablada con sus discípulos, sea en el aula o en otro
ambiente.
PROFESOR Y MAESTRO
No siempre el profesor es maestro. Orrego los diferenció nítidamente en sus escritos, y trazó un paralelo
que hemos arreglado para entregarlo en formato de cuadro.
EL PROFESOR EL MAESTRO
1. Te enseña para que puedas repetir la 1. Te enseña para que puedas construir tu
lección de la cátedra. vida.
4. Con él, la habilidad de tus manos puede 4. Con él, es preciso que asumas la
llegar hasta el escamoteo perfecto de la responsabilidad de tu dolor y que
verdad. desciendas hasta el hondón abismático de
la vida, por sombrío, por tenebroso, por
lacerante, por trágico que sea.
6. Es como el agua infecunda y dispersa que 6. Es la linfa creadora que bate el limo, que lo
no alcanza la raíz de la planta porque no impregna, lo empapa y lo fecunda
se sume en las entrañas de la tierra. empujándolo hacia el estallido de luz en
una floración maravillosa.
3. LABOR RECTORAL
Elegido el 15 de mayo de 1946, asumió sus funciones rectorales de la Universidad Nacional de Trujillo el
20 del mismo mes y año. Pero su gestión fue interrumpida al ser derrocado el presidente de la república, José
Luis Bustamante y Rivero, por el golpe de Estado del general Manuel A. Odría del 27 de octubre de 1948.
Eduardo Quirós afirma que Orrego es superior a la mayoría de rectores de esta Universidad. “Lo sostengo –
anota- porque trabajé con él durante su corta estancia como Rector, desde su elección en la Asamblea (1946)
hasta la tarde fatídica en que, con ropa de campaña y una balacera sin necesidad, el Gral. Víctor Rodríguez
Zumarán, tomó por asalto la Universidad y llevaron a Lima a todos los miembros del Consejo Universitario,
del cual yo era taquimecanógrafo”. (Quirós, 1993:11). En medio de la incertidumbre política de aquellos
días, Orrego encargó el rectorado al vicerrector, Ing. Manuel Carranza Márquez. Y éste a los pocos días
solicitó licencia; entonces las funciones rectorales fueron asumidas por el Dr. Segundo F. Estrada, en su
calidad de decano de la Facultad de Derecho y catedrático principal más antiguo. No obstante la brevedad de
su gestión –dos años, cinco meses, siete días- Orrego realizó intensa actividad, dentro de un acelerado proceso
de transformación de lo que él denominó “proyecto integral de universidad nueva”, como se desprende de
hechos tales como los siguientes:
1. Reorientación tanto del sentido general de la educación para el cultivo integral del ser humano, cuanto
de la docencia universitaria que, con métodos dinámicos, como el seminario, pone en manos del
alumno las herramientas esenciales de estudio y perfeccionamiento en su campo aún cuando haya
egresado.
2. Organización del Colegio Universitario –creado por la ley de Reforma Universitaria de 1946-
entendido como centro de cultura general y antesala de la formación profesional y la investigación,
cuyo funcionamiento se detuvo por el forzado alejamiento de su cargo y por la contrarreforma que
luego sobrevino.
3. Incorporación a la cátedra, en cursos de ciencias y humanidades, de investigadores y especialistas de
prestigio, tanto peruanos como extranjeros.
4. Creación de la Facultad de Educación con su respecto Colegio Secundario de Aplicación, gratuito, que
aún funciona.
5. Creación de la Facultad de Medicina –cuyas funciones se iniciaron posteriormente-, toda una obsesión
de su rectorado y anhelada por él como “la mejor de América Latina”; para su organización constituyó
una comisión presidida por el renombrado médico peruano, científico y docente universitario en
Estados Unidos, Dr. Eleazar Guzmán Barrón.
6. Acrecentamiento del número de alumnos en las diversas carreras profesionales.
7. Mejoramiento significativo de las rentas.
8. Impulso a la publicación de la Revista Universitaria, en receso desde 1943, y de la cual en el periodo
1946-1948 se editaron cuatro números, cifra proporcionalmente superior al de todas las épocas de su
existencia.
9. Adquisición de una pequeña imprenta para los trabajos de las distintas oficinas, y con miras a ser un
futuro departamento de publicaciones.
10. Ampliación de los vínculos de la universidad con instituciones académicas del país y del exterior.
11. Creación de los institutos de Psicopedagogía, Antropología y Literatura.
12. Ampliación e implementación de los laboratorios con nuevos ambientes, equipos y reactivos.
13. Progresivo avance de la Escuela de Ingeniería Química que, por la calidad de sus profesores peruanos
y foráneos, remozamiento de laboratorios y anfiteatros, se coloca en el primer lugar entre sus pares de
la república.
14. Habilitación de nuevas oficinas para los decanatos y demás dependencias.
15. Enriquecimiento de los museos de Arqueología y Zoología, así como el inicio del Herbario Regional.
16. Envío de alumnos becarios al extranjero por cuenta de la institución. Asimismo, viajaron a Estados
Unidos, por cuenta de la universidad, profesionales para ser perfeccionados en docencia médica y
luego incorporados como catedráticos de la Facultad de Medicina.
17. Incremento considerable de los volúmenes de la biblioteca.
18. Cuidado de la salud de alumnos, profesores y personal administrativo a través del Departamento
Médico.
19. Construcción de una bóveda subterránea de concreto para el archivo de la Universidad.
20. Gestión para lograr la donación, por Vicente González de Orbegoso y Moncada, con fecha 10 de
setiembre de 1947, de 30 hectáreas de terreno (después ampliada a 40) para la construcción de la ciudad
universitaria e inicio de los trabajos preliminares de esa formidable obra.
21. Transferencia de sus derechos de posesión del conductor del extenso ejido municipal llamado “Grama
de Mansiche” a la universidad, lo cual hizo posible la donación, por parte de la Municipalidad
Provincial de Trujillo, de dicho terreno donde ahora se levanta la Facultad de Medicina.
22. Elaboración del Plan General de Ejecución de la Ciudad Universitaria, cuya primera etapa debió
construirse entre 1948 y 1952, y en tres años más, la segunda. Dicho plan incluía: pabellones y
ambientes de facultades, oficinas y servicios que hasta ahora no cuenta la UNT, a pesar del largo
tiempo transcurrido, por ejemplo, ambientes para: el rectorado y la administración central, las
facultades de Arquitectura, Ingeniería Civil, Veterinaria; museos, jardín botánico, jardín zoológico;
almacenes y gimnasio. O pabellones de facultades y escuelas que iniciaron su funcionamiento en
fechas posteriores: Medicina, Ingeniería Industrial, Ingeniería Mecánica, Odontología, Ingeniería
Agrónoma, Ingeniería Zootécnica. Y también otros pabellones construidos con el correr de los años,
cuya previsión la hizo Orrego.
23. Participación de los estudiantes en el gobierno de la universidad
24. Intensa actividad de extensión universitaria mediante conferencias y diversos eventos académicos a
cargo de notables intelectuales, asimismo proyección hacia su contexto social.
25. Adecuación a los alcances de las disposiciones sobre la Reforma Universitaria para lograr que la
institución responda a la realidad peruana, continental y al ritmo de la acelerada transformación
científica, tecnológica, social y económica del mundo.
4. RASTACUERISMO INTELECTUAL
La creatividad, la identidad cultural y el sentido de pertenencia a la colectividad peruana y
latinoamericana son constantes transversales en el pensamiento orreguiano. Para él, la originalidad no
puede ser un objetivo o un fin, sino una aptitud. Las obras del amauta traducen su permanente
preocupación por una expresión cultural original y un enfrentamiento al europeísmo y a toda forma de
colonialismo mental o alienación. Lo cual no entraña el rechazo absoluto al aporte de otros pueblos, sino su
asimilación, adaptación o recreación según nuestra realidad, en la permanente afirmación de las
manifestaciones culturales del Perú y de América Latina. Orrego combatió la imitación simiesca de patrones
culturales exóticos, pero no cayó en el etnocentrismo. Pensó que el intelectual no tiene una palabra de orden
distinta a la de crear. Y le señaló como responsabilidad suprema crear nueva vida, y para crearla es preciso
vivir la cultura, lo cual implica la proyección de la universidad al pueblo y la incorporación de éste a la
universidad.
Fue severo con la ostentación de quienes no digieren sus lecturas e incurren en lo que él denominó
“rastacuerismo intelectual”. No fue chauvinista ni jingoísta. Rechazó el nacionalismo agresivo y se proyectó
hacia una dimensión continental y universal.
El texto siguiente constituye una evidencia de su énfasis en las expresiones creativas.
Pocos son los escritores de América Latina que no luzcan sus citas bibliográficas, como el fazendeiro
brasileño, como el estanciero argentino o como el hacendado o gamonal peruanos lucen sus alhajas y sus
joyas. Es regocijante abrir buena parte de las revistas o de los libros latinoamericanos para mirar la
cintilación cegadora de toda suerte de chismes, artilugios y referencias eruditas. De pronto, el lector queda
deslumbrado por ese resplandor de biblioteca que destaca el saber del escritor, como en un escaparate de
sabiduría. Pero, a poco que se intente atrapar el pensamiento o la idea personal del autor, se da uno de
bruces contra la atonía del vocablo yerto, acaso porque como esos cendales de nubes que se desgarran en
las ramas que se encuentran en la ruta, el pensamiento queda prendido hecho jirones en las zarpas
acuchilladas de las citas. El lector tiene que renunciar a la inquisición de lo que se quiere decir en el texto
porque en lugar de una reflexión trabada y orgánica se encuentra con una antología bibliográfica.
Todo ello no es sino infantilismo mental con el mismo valor sicológico del rastacuero que intenta hacer
creer a los otros lo que pretende ser, pero que, en realidad, no lo es todavía. Si el uno ostenta leontinas y
sortijas, el otro ostenta citas y referencias, ambos elementos absolutamente externos con que se disimula la
vacuidad de la propia alma. El escritor latinoamericano es, por lo general, proyecto de gran escritor que se
queda sin serlo. La parada mental, los gestos sibilinos, ademán docto y estirado sabe ejecutarlos con
perfecta habilidad. Carece en absoluto de autenticidad humana y pocos hombres se mienten a sí mismos
como a los demás. Llegan a falsificar su propio ser hasta un grado inconmensurable. Nos encontramos frente
a ellos, no con un semblante, sino con una máscara. Mimetismo casi zoológico que da la razón a Keyserling
cuando afirma: que en principio no fue la verdad sino el disimulo y la mentira. No sólo ostentan sus joyas
eruditas, sino, también, como el rastacuero, sus amistades célebres. Rastacuerismo social y rastacuerismo
intelectual del hombre que no se siente seguro de sí mismo, que es incapaz de asentar a plomo los pies sobre
la tierra que pisa.
En medio de este eruditismo de taraceo, entre los muñones sangrantes de las citas librescas, entre los
cangilones de este mosaico bibliománico en que se retacea, sádicamente, a los autores, no queda ya lugar
para ningún pensamiento personal. Extensos sectores de la juventud están perdiendo toda curiosidad y
autonomía mentales, toda libertad interior de pensamiento, porque bajo el agobio de un dogmatismo de
nuevo cuño, el cerebro se paraliza y es imposible pensar por cuenta propia. Cuando a la iniciativa del
pensamiento reemplaza la referencia autoritativa, el cerebro ya no puede hacer otra cosa que juego de
palabras y frases vacías, es decir, pura, monda y lironda logomaquia.
Todo ello no es más que pereza mental, miedo al esfuerzo individual y penoso. Más fácil que pensar es el
escarceo o picoteo en las páginas ajenas, el taraceo abigarrado de retazos y de muñones de textos. Crear es
algo doloroso y urticante, mucho más difícil y angustiador que levantar un escaparate de citas y lucirlas,
luego, como el rastacuero luce sus cadenas, sus sortijas y sus diamantes. La ostentación de la llamada, de
la cursiva o del asterisco se ha hecho entre nosotros una enfermedad intelectual, tanto más destructiva
cuanto más congelante de nuestras potencialidades intelectuales. Si América es un continente nuevo,
tenemos que mirarla con ojos nuevos y no a través de centones o de infolios. Asimilemos el pensamiento
europeo -¡cómo no!- tan asimilado que se convierta en carne viva, en tejido entrañado y congénito, pero, no
lo troquemos en mimo o mueca grotesca, en mera anteojera deformante de nuestro desgarrador y vernacular
dramatismo. ¡Qué podremos extraer de nuestra realidad si nos empeñamos en cribarla a través de la retícula
de textos ajenos! ¡Cómo vamos a ser universalmente valederos si nos empeñamos en repetirlo como
tautología de citas muertas! El relleno con guijarros librescos no ha dado jamás con una veta original. Esta
lección hemos debido aprenderla ya, si hemos cursado con provecho cuatro siglos de historia. La imagen
del rastacuero que traigo a estas páginas, no es una imagen improcedente y baladí, porque es el remedo y
el tatuaje mental que esteriliza nuestras potencialidades creadoras, que se aploman sobre nosotros y nos
abruma.
Política y culturalmente no seremos libres, sino, simplemente libertos y manumitidos mentales mientras
sintamos la añoranza de las palabras y de los ademanes extraños. Si sentimos el pensamiento europeo como
yugo y no como sustancia nutricia y alumbradora ¿cómo habremos de alcanzar nuestra autonomía, nuestra
soberanía y mayoría espirituales?
La mera información libresca –mientras más abundante, más corrosiva- acaba siempre en batiburrillo o
poupourri ideológico o estético. En un solo artículo sobre marxismo se hacían cierta vez doscientas citas
con referencias a igual número de libros. Desde luego, el lector caminaba a trompicones porque cada cita
se levantaba como un bache, y lo que quiso decir el escritor se esfumaba entre sus aristas tajantes. Como el
fluido eléctrico, el pensamiento –si es que lo había- tendía a escaparse por las puntas bibliográficas.
En América hemos subvertido los términos del pensamiento, como en tantas otras cosas. La información
o la referencia no son un fin en sí mismos, sino vehículos y medios para pensar, contenidos y realidades
inmediatas. Mucho más que para pensar, para trasmitir y hacer entender nuestro propio pensamiento,
mediante el cotejo con el pensamiento ajeno. Si las desplazamos de esta función subsidiaria y humilde,
función auxiliar de la que no debe abusarse, las ubicamos en el centro mismo de la meditación individual y
corremos la suerte del fazendeiro brasileño que se disuelve entre sus sortijas, sus amistades y sus brillantes.
Quiere decir esto, que el hombre, como tal hombre, desaparece y queda sólo el escueto mono mimetista y
gesticulante.
El hombre que encarna las fuerzas vivientes y creativas en su ambiente bien puede pasarse sin
información, pensaba Laotsé. Lo esencial no es acumular datos, ni apilar documentación bibliográfica
abundante sino pensar con profundidad, hacerse uno mismo, mediante una faena lenta, trabajosa y penosa
siempre, el órgano histórico y espiritual de su pueblo. La función del escritor es una función social y tiene
que encontrar su propia expresión personal, si quiere ser un valor significativo de liberación, alumbramiento
y cultura colectivos. No puede transferir a los otros –y menos a los pensadores extranjeros- la faena que por
natividad imperiosa, le toca cumplir inexorablemente. Las realidades concretas sólo pueden encontrar su
expresión adecuada en el hombre que las vive. Las referencias, en ciertos casos, pueden ayudar a definirlas,
pero, sólo las imágenes y los símbolos que emergen en el ámbito mismo del que piensa, las trasmiten en su
virtual, congénita y auténtica integridad.
Buena parte de la labor universitaria de América, se congela en los textos. Rara vez surge una entonación
audaz que, a su vez, promueva vocaciones originales. Naturalmente, no me refiero a esa audacia del mulo,
que decía Nietzsche, que bordea el abismo porque es incapaz de sentir el vértigo, sino, a esa audacia
consciente y valerosa de una vida abnegada en servicio del conocimiento. Pero, a una vida de semejante
soporte espiritual, no se llega con el rodrigón de la papeleta bibliográfica. Un ratoncillo puede devorar una
biblioteca –cuando es cierto que la devora- pero es incapaz de acuñar un solo pensamiento que llegue al
corazón de los hombres, que lo ilumine y lo estremezca.
Cuando un escritor está siempre en postura de sabiduría y en mueca cristalizada de celebridad, puede
alelar a lo tontos o deslumbrar a los mentecatos, pero, con toda certeza, ahoga sus vivencias más profundas
y personales. El pensamiento diáfano y creador, no surge entre los escombros de los textos, ni entre las
piezas anatómicas muertas de una morgue de citas. Necesita friccionarse, encadenarse siempre dolorosa y
trágicamente, con los filos abrasivos de la vida. El pensamiento más lúcido y sereno tiene a sus espaldas y
a sus flancos, como montándole la guardia, un esfuerzo bronco, oscuro y agónico. De la estridencia
exhibicionista no surge nada sustancial. Es, casi siempre, un signo seguro para hacer, a primera vista, un
diagnóstico de la vacuidad y mediocridad de un escritor. La chispa que fulgura brota del frote áspero con
la existencia humana, pero el pedernal que la enciende, queda con las aristas tajadas y rotas. Tal es el precio
ineludible que hay que pagar por un fruto tan opulento.
Si América ha de surgir con una significación universal, surgirá a través de sus cuitas y de sus grimas
más angustiosas; jamás de los escaparates y de las ferias de sabiduría. Habrá de tajarse en las zarpas de
su tragedia. Esa América sólo será de una manera tangible en el doliente drama personal de cada uno de
sus pensadores, de sus poetas y de sus artistas. Porque en el proceso vital de una cultura, sólo cuenta la
potencia individual y personal, como encarnación de las fuerzas históricas y sociales. América es una de las
tierras más exuberantes en incitaciones para forjar una egregia misión humana, pero, si no surgen los
órganos adecuados para captarla y expresarla en toda su original grandeza y profundidad, ¿cómo podrá
incorporarse en la historia y en el acontecer espiritual del mundo? El brillante que destella, como una rosa
de luz, ante el resplandor del sol, sólo puede ser porque hubo una mano que descendió tremulante y transida,
a las entrañas de la tierra y lo extrajo para tallarlo y bruñirlo con su decisión de sacrificio, de amor y de
belleza.
(Fragmento del prólogo a la 2ª. edición (1957) de Pueblo-Continente, en Obras completas, 2011: I, 126, 127.130).
5. MENSAJE A LA JUVENTUD
Orrego siempre pensó en la juventud. Su obra, como maestro y escritor, así lo demuestra. Ha dejado páginas
en las cuales, ya sea de modo expreso o implícito, están presentes sus preocupaciones por los jóvenes. Pueblo-
Continente, uno de sus principales libros, lo dedicó a la juventud de nuestro país y de América.
Este libro fue escrito cuando su autor sufría terrible persecución por razón de sus ideas. Vivía en
clandestinidad, para evitar ser apresado como en numerosas ocasiones ocurrió, por defender la libertad, la
democracia, la educación del pueblo, la justicia social. Según el propio autor, la obra “nace en medio del
fragor de la batalla, cuando es más agudo el estridor del choque”, por los años de 1936 y 1937 en los que,
debajo de la serenidad percibida en la superficie, “como dominio de la explosividad y del vocerío jadeante
del palenque bélico, subyace la permanente angustia del perseguido político, la dilaceración del ciudadano
que ha sido cercenado, por la fuerza brutal, de su convivencia jurídica y civil, la agrura violenta del hombre
que se ve forzado a mirar la calle por el ojo clandestino de un tragaluz”. (Orrego, 2011: I, 131).
A diferencia de los intelectuales de nuestros días, que escriben en un ambiente de serenidad y comodidad,
Antenor Orrego no disfrutó de ese reposo, su obra nació en un clima completamente adverso, tenso, sus
páginas se gestaron a salto de mata. Por la brusca irrupción de la brigada policial encargada de perseguirlo,
se veía obligado a cambiar frecuentemente de refugio, con lo cual las ideas y frases quedaban bruscamente
cortadas. Ante cada inminente asalto, tenía que salir presuroso con sus papeles y sus pocas cosas personales,
para asilarse en otro lugar. Cuánto debió sufrir Orrego por salvar su obra, “entrañable hijo de mi espíritu –
dice-, que bullía a medio nacer en mi corazón, sabedor, como lo era, de la brutalidad exasperada de mis
perseguidores”. Por salvar su vida y su obra, muchas veces quedaban dispersas algunas cuartillas, hecho que
lo obligaba a rehacer capítulos o páginas para insertarlos en el texto. (Orrego, 2011: I, 131).
En esta obra se trata con hondura la originalidad, la identidad e integración de América Latina, ideas
vigentes en nuestros días y que los estudiantes, profesionales y ciudadanos están llamados a conocer. Un
profético y bello anuncio por alcanzar unidos el desarrollo de nuestros países.
Por otro lado, El monólogo eterno es un pequeño libro de expresiones breves en cuyas páginas su autor le
habla al lector como si lo tuviese a su lado, de modo conversacional, como si lo aconsejara. En él se encuentran
sentencias aforísticas, textos cortos, proposicionales o doctrinales, máximas o proverbios, normas morales para
ajustarlas a una forma de obrar, un ideario de conducta, sugestiones de comportamiento ético, reflexiones sobre
estética; en pocas palabras, una serie de pensamientos que contienen valores plenamente humanos defendidos
por Orrego.
Por lo general, su contenido está presentado en forma de dualismos: reúne dos ideas o principios diversos y
contradictorios para buscar dilucidarlos: amor y concupiscencia, legalidad y moralidad, modestia y
conocimiento, el “es” y el “debe ser”, dolor y responsabilidad, voluntad y sabiduría, palabra y espíritu,
virginidad y cristianismo, ilusión y esperanza…Establece relaciones y destaca los valores frente a los
desvalores. Años más tarde, Abraham Maslow hará algo semejante, el contraste de las meganecesidades
humanas con las megapatologías: verdad, en vez de deshonestidad; bondad, mejor que maldad; unidad,
integridad y trascendencia, en vez de división e inmediatez…
Se trata de un hermoso libro que todo joven y ciudadano debería leer. Profundo, vibrante, luminoso, de vasta
proyección de ideas y realizaciones, anuncia la alborada de un nuevo hombre educado para labrar un futuro
pletórico de libertad, justicia, amor y belleza.
En este punto se transcriben algunos textos que merecen atención de la juventud:
- “A las nuevas generaciones del Perú y de América” (Pueblo-Continente)
- “Vida y peligro” (El monólogo eterno).
A LAS NUEVAS GENERACIONES DEL PERÚ Y DE AMÉRICA
Dedico este libro a las nuevas generaciones del Perú y de América que sienten el acendrado, el vivo apremio
de encontrar su propia alma. A los veinte años hice la primera salida de este viaje en que estoy casi por
completo de vuelta. Iba a la busca de nuestra América, de esa América que latía aún bajo los paños mortuorios
de un remotísimo ayer y que no acaba todavía de romper la crisálida sepulcral para resurgir hacia un nuevo
ciclo de vida.
Entonces nuestras tierras estaban ancladas del todo en las aguas feéricas de Europa. Nuestros buzos más
conspicuos y atentos habían fondeado sus escafandras en aquellos golfos donde se escuchan las voces
alucinantes de las sirenas áticas, el aullido imperial y cesáreo de la loba romana, el trémolo escolástico y
metafísico del Doctor Angélico, el pesimismo racionalista y crítico del filósofo de Koenigsberg, que nos decía,
con el particular acento del que ha encontrado la meta definitiva de una cultura: ¡Non plus ultra!; ¡Non plus
ultra! Era un itinerario fascinante, pero, un itinerario que no era el nuestro. La sirte procelosa no es sólo
abismarse en los sumideros de los maelstroms frenéticos y siniestros; es, sobre todo, la equivocación de la
ruta. Se extravía y naufraga, también, el viajero, en un país de maravilla, donde el alma asolada, sin
conexiones vitales con la tierra extraña no puede encontrar la sabiduría profunda de sí misma. Un paisaje
dorado y riente bien puede ser un sepulcro. Se vive entonces, como un cascarón flotante, vacío de toda
gravitación espiritual, cual una libélula en pos de los castillos multicolores del ensueño.
¡Estábamos deslumbrados y, por ende, estábamos, ciegos!
¡Era el agudo resplandor de la fantasía del niño ante los bengalas polícromos de la ilusión! América no
era, porque no éramos, tampoco nosotros: porque habíamos sido arrebatados de nosotros mismos.
Ciertamente, esta evasión excéntrica producíase como en aquellas leyendas infantiles en que la princesa
resplandeciente de juventud y hermosura, tornábase, bajo el embrujamiento de un mágico hechizo, en la
viejilla desmedrada y enteca de la conseja.
Vosotros, también, jóvenes del Perú y de América, habéis emprendido este viaje, que es toda una aventura
peligrosa, porque no hay sendas conocidas que guíen vuestros pasos. Pero, antes que la pérfida definitiva, es
preciso, por lo menos, intentar la salida. Revestíos de la valerosa audacia necesaria a que el destino de vuestra
progenie os empuja. La estridencia trepidante del Viejo Mundo os ha descubierto sus rajaduras irremediables,
y descubriéndolas ha desvanecido vuestro deslumbramiento. Sois una promoción histórica privilegiada
porque el desencanto de lo ajeno y de lo extraño ha traído la fe y la esperanza en vosotros mismos. Sé que
esto sólo se alcanza a través de profundas y dolorosas desgarraduras; pero, es preciso que cada hombre y
cada pueblo asuma la majestuosa responsabilidad de su lágrima y de su dolor, porque la mariposa no surge
hacia la luz sino después de romper y desmenuzar en cendales el sudario que la envolvía. A lo largo de mi
camino, modesto pero valeroso, también he ido dejando ciertas señales para vuestro servicio. Algunas de ellas
las consigno en este libro y abrigo la esperanza de que contribuirán en algo al mejor y más acrecido éxito de
vuestra empresa. Por eso, desde lo más hondo de mi fe os lo dedico, porque mi fe está ansiosa del porvenir de
nuestra América.
Trujillo (Perú), enero de 1937.
(Pueblo-Continente, en Obras completas, 2011: I, 120-121).
VIDA Y PELIGRO
-Has de estar cuarenta veces al día en peligro de muerte para que tu espíritu no se ablande como la cera.
Es preciso que al borde del naufragio, al borde del sumidero definitivo, te salves, también, otras cuarenta
veces definitivas.
-Aquel que construye su tienda y se pone al abrigo de las inclemencias y de las traiciones de la naturaleza
será el victorioso del primer peligro y el vencido de las treinta y nueve restantes. Pero eso es no vivir, sino
eludir el vivir.
-Vivir es ser el vencedor de las cuarenta veces definitivas y, al día siguiente, recomenzar de nuevo.
-El peligro es para el espíritu como el temple para el acero. Hay que sumergirnos siempre en este baño
que conserva nuestra juventud eterna.
-El azar es padre del peligro y el fuerte cuenta con el azar para su victoria.
Existieron cierta vez dos hombres que habitaron la orilla derecha del río eterno de la vida. El torrente era
caudaloso y había peligro en atravesar la corriente. Pero, en la orilla izquierda, manaba de la roca viva la
fuente de la eterna juventud que estaba guardada en la noche por un dragón voraz, y era accesible solo en
pleno día.
Los dos hombres, después de trabajosas meditaciones obtuvieron el secreto.
Hiciéronse fuertes, vigorizaron sus músculos, aceraron su voluntad y un día estuvieron en actitud de tentar
la peligrosa aventura, y así lo hicieron con éxito.
Pero uno de ellos encontró que el esfuerzo diario, además de peligroso era demasiado duro y, para
ahorrarse de ambos, construyó un puente para su uso exclusivo. De esta suerte pasaba fácilmente de una
orilla a otra todos los días, mientras el otro se esforzaba y desafiaba el peligro.
Mas llegó un día en que las aguas de las montañas se precipitaron hasta el valle y el torrente arrebatado
descuajó el puente de la comodidad y de la vida fácil.
Los dos hombres, cumpliendo su menester cotidiano, encontrábanse en la orilla izquierda. El sol se ocultaba
allá tras los altos picachos fragorosos. Acercábase la hora en que el monstruo salía de su guarida.
El hombre que había vivido siempre en peligro y que conservaba sus músculos ágiles y fuertes, pudo
atravesar victoriosamente la corriente.
El otro, debilitado por la comodidad de su puente, fue arrastrado y despedazado contra las rocas. Por haber
eludido treinta y nueve veces definitivas el peligro, fue devorado definitivamente al encontrarse por segunda
vez frente al azar.
En verdad, los hombres han perdido la memoria del paraje en que brota la fuente de la eterna juventud. Sus
linfas fluyen reflejando el azul puro del cielo y están esperando que el hombre las encuentre de nuevo.
(El monólogo eterno, en Obras completas, 2011: I, 98-99).
6. TEXTOS LITERARIOS
Aquí presentamos algunas páginas orreguianas de crítica literaria. Primero, un fragmento del libro en el
cual se refiere a sus vinculaciones con el poeta César Vallejo, luego párrafos de los prólogos a “Trilce” -
segundo poemario del mismo vate- y a “El libro de la nave dorada”, de Alcides Spelucín.
MI ENCUENTRO CON CÉSAR VALLEJO
Este es el título de un libro póstumo de Orrego. En la segunda edición de Pueblo-Continente, en 1957, se
anunció su próxima publicación, lo cual ocurrirá recién el año de 1989 en Bogotá. Se trata de una obra
autobiográfica, en cierta forma, pero centrada en las relaciones con los miembros del Grupo Norte, y de modo
especial con el poeta César Vallejo. Gracias a este libro se conocen muchas facetas del propio autor, así como
de Vallejo y de su grupo en conjunto. Los editores han incluido artículos periodísticos, cartas y fotografías
atinentes al contenido de la obra, así como el prólogo a “Trilce”. (Tomo III, Obras completas de Orrego).
Es una reivindicación del vate y una guía para los jóvenes. Vallejo tuvo muchos detractores. La crítica
literaria había maltratado fuertemente al poeta de Santiago de Chuco, pero nadie en forma tan despectiva como
lo hizo Clemente Palma en la revista Variedades de Lima. Este personaje, cuando comenzó a producir la nueva
generación de intelectuales del país, fungía como el crítico mayor en temas literarios. En la citada publicación,
dirigida por él, insertó un poema de Vallejo (“El poeta a su amada”) acerca del cual descargó terribles
calificativos: “tonterías poéticas más o menos desafinadas o cursis”, “adefesio”, “burradas”, “mamarracho”, y
además dijo que el autor era “la deshonra de la colectividad trujillana” y ésta debería echarle lazo y amarrarlo
“en calidad de durmiente en la línea del ferrocarril a Malabrigo”.
El primero en saludar la producción poética vallejiana fue Orrego. Al poco tiempo de conocerlo, en
conversación personal, le dijo al vate que veía en él la posibilidad de un poeta extraordinario. Y cuando acogió
en La Reforma el poema “Aldeana” anunció la aparición de un gran poeta. En 1916, en una reunión del Grupo
Norte, vaticinó la genialidad de Vallejo. Haya de la Torre, lo recuerda así: “Antenor se puso de pie y brindó
Simposio de Córdoba, Argentina, 1959. Primer plano, sentados, de izquierda a derecha: Antenor
Orrego, Uruguay González Poggi, Xavier Abril y Saúl Yurkiévich.
TERCERA.- Es el poeta en lengua española que expresa, con más estremecida profundidad, la injusticia
social de la época y su sentimiento de solidaridad con el dolor humano de nuestros días.
Durante la sesión final se acordó dedicar un aula del Departamento de Letras de la UNC al poeta peruano.
Se realizó una transmisión especial en su homenaje por Radio Nacional de Argentina en cadena con la BBC
de Londres y emisoras de Perú, Uruguay, Venezuela y Chile.
En el desarrollo del simposio, fueron entrevistadas por los medios de comunicación diversas
personalidades, en especial, los amigos de Vallejo. Al ser preguntado, Orrego: ¿Qué importancia le asigna
Ud. a este simposium y cuál es la significación de César Vallejo para la cultura americana?, respondió:
Desde que recibí la invitación para el simposium me di cuenta de la extraordinaria importancia que
tenía esta reunión para precisar la existencia de una cultura germinal latinoamericana. Y por esta
razón, yo no dudé en expresar mi aceptación al decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades.
Creo que la resonancia del mismo ya ha comenzado, desde la información transmitida a través de
la prensa escrita y oral y de las noticias cablegráficas a todos los países. El simposium de Córdoba
va a constituirse como un foco de irradiación, de esta nueva conciencia americana que ha
comenzado a aflorar a la superficie del fenómeno cultural en el continente. Creo, además, que la
significación del poeta César Vallejo para la nueva cultura americana, que tiene carácter universal,
es decisiva, porque su obra es el testimonio probatorio, casi evidente, de la existencia incipiente de
esta cultura de que estamos hablando. Este testimonio consiste, a mi juicio, en las profundas raíces
metafísicas que surgen desde Los Heraldos Negros hasta los Poemas Humanos. (Orrego, 2011: III,
112-113).
La presencia de Orrego y Spelucín, compañeros de Vallejo en el Grupo Norte, fue todo un suceso
académico. Sus intervenciones en el evento fueron cálidamente aplaudidas, tanto por sus cualidades de
expositores cuanto por el conocimiento de la vida y obra del poeta. El autor del prólogo de Trilce fue
ovacionado por el auditorio, puesto de pie.
Además de su participación en el simposio, Orrego sustentó conferencias sobre la poesía de Vallejo y sobre
el proceso de integración cultural de América Latina, en la misma ciudad de Córdoba, como también en La
Plata, Bahía Blanca y Buenos Aires.
8. PERIODISMO Y LITERATURA
Orrego fue periodista desde muy joven. A los 22 años ya era jefe de redacción del diario “La Reforma” y
pronto director (1914-1920); después lo será de los diarios “La Libertad” (1921), “El Norte” (1923-1934) y
“La Tribuna” (1957 y 1958). También dirigió la revista “La Semana”. Y publicó artículos en revistas de
Lima, “Amauta” dirigida por José Carlos Mariátegui, y “Balnearios”, asimismo colaboró con otras del
extranjero. Mucho antes, había escrito en las revistas trujillanas “Cultura Infantil” (1913) e “Iris” (1914).
Él vio al periódico como el instrumento más apropiado para traducir el ritmo acelerado de la vida
contemporánea: “Cada día, cada hora, digamos, la realidad presenta un semblante distinto y ningún otro
instrumento de expresión es capaz de reflejarlo con tanta presteza y con tal cabal integridad. Es la actividad
síntesis de la época porque es la traducción más cercana, inmediata y directa de la realidad que lo circunda”.
(Orrego, 2011: IV, 213-214).
Practicó el periodismo de opinión para enfocar los hechos más importantes de las actividades humanas,
defender la justicia social y las libertades públicas, analizar problemas y proponer alternativas de solución,
presentar ideas nuevas. Varios de sus libros se conformaron por artículos previamente publicados en
periódicos.
Periodismo y literatura son compatibles. Si bien a Orrego como pensador le interesa sobremanera la
exposición de ideas y la solidez de la argumentación, su prosa se nutre de estética y alcanza ciertos ribetes
poéticos. Sus contemporáneos encontraron en su prosa tanto al filósofo como al poeta. Vallejo escribió (1925)
que Orrego era un gran poeta en prosa y el pensador más grande y generoso de la juventud peruana. Federico
Esquerre Cedrón lo vio como un poeta por su vida y obra. Y Luis Alberto Sánchez anotó que Orrego era
fundamentalmente un poeta; por tanto un creador.
Un autor de otra generación, Eduardo Paz escribe al respecto:
Antenor Orrego hace periodismo literario en el artículo y en el ensayo periodístico, en la reflexión
sociológica y filosófica, como otros lo hacen en el reportaje y la entrevista para conseguir una
representación más vivencial de los hechos o las ideas. Es decir, cuando el tipo de texto periodístico
que escribe lo permite, en su prosa se fusionan el periodismo y la literatura para dar forma a su
material ideológico, con libertad de estilo, elevándolo a modos conceptuales con los que busca
expresar los hilos finos de sus agudas observaciones, en el propósito de expresar amplios sentidos y
significaciones. (Paz, 2009: 21).
Tal vez muchos de sus escritos aparecidos en periódicos y revistas, por la fragilidad de los materiales de
impresión y el tiempo transcurrido, se encuentren deteriorados o estén olvidados en algún rincón. Pero, de
todos modos, ya se ha recuperado y publicado gran parte de su creación literaria. Así lo evidencia, por ejemplo,
el texto titulado “Se acerca ella”, de prosa poética, publicado por el diario “La Reforma”, que revela al Orrego
joven como un talentoso artista de la palabra:
Oigo tus pasos creadores, tus pasos amados que surgen desde la eternidad, junto con mis
pensamientos al conjuro de mi corazón.
Tus pasos que se deslizan hacia mi vida como las corrientes subterráneas de la linfa hacia la fuente;
como los radios de un círculo hacia su centro; como los colores de la naturaleza hacia mis ojos; como
los anhelos del mundo hacia la eternidad.
Cuando percibo su música inédita y divina, se atropellan a mis labios mis canciones y siento que mi
mocedad ha cumplido su espera. (Orrego, 2011: I, 437).
El periodismo fue su principal medio de lucha por sus ideas, pero no por eso, dejó de practicarlo con belleza
y ética. El Norte, diario que fundó y dirigió, dejó huella por su calidad literaria y hondura de pensamiento.
No cabe duda, Orrego no sólo fue crítico literario en su condición de prologuista de diversos poemarios
(Vallejo, Spelucín, Nicanor de la Fuente, Julio Garrido Malaver) y autor de numerosos artículos sobre este
campo, sino también un creador literario para cuya realización utilizó especialmente el periodismo.
ANÉCDOTA
GALLARDA Y TRAVIESA JUGARRETA EN UN CONCURSO
Con motivo del centenario del fallecimiento de José Bernardo de Torre Tagle y Portocarrero, el prócer que
proclamó la independencia de Trujillo, el 29 de diciembre de 1820, la municipalidad de esta ciudad organizó
un concurso literario. Algunos miembros del Grupo Norte urdieron un “donoso y memorable episodio”, para
fraguar la participación de Vallejo en esa lid. El plan se acordó en casa de Orrego, ubicada en Mansiche y
conocida por sus amigos como El Predio, con la participación del propio poeta, Crisólogo Quesada y Julio
Gálvez Orrego, sobrino de Antenor. Producto del ardid fue el Canto a Torre Tagle. Orrego recuerda el hecho
así:
El canto fue escrito y presentado en cabeza ajena y obtuvo el primer premio. Fue una gallarda y traviesa
jugarreta al jurado municipal de un concurso poético en Trujillo. La idea de que participara Vallejo en este
concurso la sugirió Crisólogo Quesada y él fue también el autor de la original simulación. Se trataba de
componer una poesía en que no aparecieran las características tan conocidas de la versificación del poeta, a
fin de que no fueran advertidas por los miembros del jurado que pertenecían todos al Mentidero Público,
desde el cual partía toda la campaña de hostilidad contra la obra literaria de Vallejo. Había pues la necesidad
de solapar las características a que aludo porque habría bastado la menor sospecha sobre el verdadero autor
para que la composición fuera descartada.
Se acordó, entre todos, que la composición fuera presentada, bajo sobre cerrado, con un seudónimo que
correspondía al nombre de mi sobrino Julio Gálvez. Favorecía el éxito de la simulación el hecho de que mi
sobrino había vivido siempre en Lima y su nombre era desconocido en la ciudad.
Resuelto todo el plan de la tramoya burlesca, el poeta necesitaba documentarse sobre los hechos y la vida
de Torre Tagle. Fue entonces, tras una rebusca acuciosa por entre mis viejos libros, que encontramos un libro
cuyo autor era Don Nicolás Rebaza, que había sido vocal de la corte de Trujillo. La obrilla se titulaba “Anales
del Departamento de La Libertad en la época de la Independencia”. Creo que éste era el título. Esta fue la
única fuente histórica que Vallejo tuvo para su información […]
El plan sobre el concurso poético se ejecutó, estrictamente, como lo pensamos.
Vallejo hizo gala de una elasticidad de talento en la versificación que logró eliminar de su trabajo todas
aquellas expresiones y giros, que hubiéranle denunciado ante el jurado. Sin embargo, la composición resultó
muy fluida, elegante y con pasajes verdaderamente bellos. Terminado el trabajo me entregó para su última
revisión que tuvo por finalidad hacer desaparecer las pocas huellas que podían servir para identificar al autor.
Luego, sentóse a la máquina Vallejo mientras yo dictada del original.
Se firmó el trabajo con el seudónimo convenido que no recuerdo cuál era y en otro papel junto con el
nombre de mi sobrino, estaba el seudónimo que debía servir, luego de expedido el fallo, para saber el nombre
del autor. El nombre desconocido de mi sobrino hizo creer efectivamente al jurado que se trataba de algún
estudiante universitario de la Facultad de Letras y no hubo ningún inconveniente para adjudicarle el premio,
que consistía en una suma de mil soles que en esa época era cantidad apreciable.
El día de la entrega, constituyóse Julio en el gran salón de la Municipalidad y, tras de una sencilla
ceremonia, recibió un cheque, girado por la suma mencionada, de manos precisamente del abogado
propietario del Mentidero Público e incansable detractor de la poesía de Vallejo.
Al día siguiente enuncié desde “La Reforma” que en realidad el agraciado con el premio era el poeta Cesar
Vallejo y que el supuesto autor no había hecho otro papel que servirle de intermediario.
Hay que imaginarse, desde luego, la indignada sorpresa de los miembros del jurado al darse cuenta que
habían caído, ingenuamente atrapados, en una treta hábil, diestramente confeccionada.
El asunto tuvo amplia y regocijada proyección que repercutió en todo Trujillo y que sirvió para los
comentarios más irónicos y sabrosos. (Orrego, 2011: III, 46-48)
ACTIVIDADES
Orrego (sentado), Spelucín (de lentes) y Ciro Alegría, a su lado. Trujillo, 1931
Carlos Manuel Cox (senador de la república, de lentes); estudiante Elmer Robles Ortiz, primero de la izquierda.
Distrito de Poroto, 1964.