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Restricciones e intenciones en la organización de la historia de la lingüística*

Robert Henry Robins

En la actualidad se acepta que la historia de la lingüística es un campo de investigación


legítimo y de interés intelectual, así como un sector valioso de la formación de los
estudiantes de lingüística. Tal vez resulte fundamental determinar si la lingüística, como
materia académica, debe conservar un lugar entre las humanidades en vez de considerarse
solamente como un conjunto de técnicas prácticas y útiles. Vemos con agrado un creciente
número de libros, revistas, sociedades y reuniones académicas dedicados durante la década
pasada a esta rama de los estudios lingüísticos.

Puestas las cosas de esta manera, debemos encarar la cuestión acerca de cómo
presentamos esta historia en las publicaciones y en la enseñanza; o, de modo más general,
de qué manera concebimos la historia de la lingüística como disciplina académica. En esta
ocasión retomo algunas de las cuestiones planteadas por el profesor Brekle (1986, 1987),
pero desde un punto de vista bastante diferente. Cualquier historia es un registro del pasado,
y acertadamente se nos pide “relatarlo como fue”. Pero dando por sentado que nuestras
afirmaciones sobre los hechos sean verdaderas, estamos sólo al principio de nuestra tarea.
Los hechos deben seleccionarse y organizarse. Aquí paso por alto la distinción entre cuáles
de ellos pertenecen a la lingüística y cuáles no, pero no porque esto sean algo resuelto, sino
porque quiero llamar la atención hacia el problema de la ordenación, la organización y el
acomodo de los hechos que preceden a cualquier interpretación.

En la historia en general se presentan dos extremos, ambos justificados y


ejemplificados en la historiografía pasada y presente. Tenemos registros puramente de tipo
anales, justificados al menos por su claridad y simplicidad: para cada año se registra lo que
el compilador considera como hechos importantes o relevantes, tales como publicaciones,
nacimientos, defunciones, entronizaciones, pérdida de cargos, etc. Estos registros son
prácticas obras de referencia. Hasta donde sé, todavía no existe ninguno para la lingüística,

                                                                                                                       
*
Robert Henry Robins, “Constraints and Intentions in the Organization of the Histoty of Linguistics”, en
Werner Hullen (ed.), Understanding the Historiography of Linguistics. Problems and Projects. Symposium at
Essen, 23-25 November 1989. Münstern, Nodus Publikationen, 1990, pp. 11-19. [Traducción de Ignacio
Guzmán Betancourt, revisada y corregida por Leonardo Manrique Castañeda.]
que podría utilizarse como una muy accesible fuente de información para, digamos, saber la
relación cronológica entre Dionisio de Tracia y Varrón, o entre Alejandro de Villadei y los
primeros gramáticos escolásticos, o bien entre Schleicher y los Neogramáticos, donde
quizás un lector no familiarizado con el periodo en cuestión esté bregando con un libro
escolar que supone un conocimiento más detallado que el que el estudiante tiene. También
las enciclopedias sirven para esto, pero como hablan de muchas otras cosas más, deben ser
selectivas para tener un tamaño manejable.

Los anales no tienen tema, sino que siguen una secuencia cronológica, aunque
puede haber casos especiales en los cuales es posible ver una relevancia adicional
determinada por el contexto. Así sucede, por ejemplo, con la cronología contemporánea de
los capítulos históricos de La ciudad de Dios de San Agustín, en los que, como parte de su
historia comparada de las Dos Ciudades (capítulos 15-18), el autor se siente forzado a
concatenar acontecimientos paralelos de la historia grecorromana, pero sin ninguna otra
relación entre sí.

En el otro extremo uno puede seleccionar deliberadamente un solo tema, que


considera de interés general, recorriendo casi todo o todo el periodo examinado. Fuera de la
lingüística, se podría pensar, por ejemplo, en la historia de los veleros en el contexto más
general de la historia de la navegación marítima, o en la historia de la anestesia en el campo
de la historia general de la medicina. Sin duda se han escrito obras así. En un tono más
abstracto podríamos citar la otra controvertida History of Freedom of Thought (1914) de J.
B. Bury en el contexto de la historia de Europa.

Tenemos ya algunos ejemplos relevantes en la historiografía de la lingüística. Dos


de los más notables son la primera parte de La categoría de los casos de Hjelmslev, que
traza el desarrollo del caso nominal desde la antigua Grecia hasta la época en que se
escribió el libro (1935: 1-70), y la historia de la teoría y práctica de la traducción en el
contexto más general de la lingüística aplicada, tal como se expone en Toward a Science of
Translating (1964: 11-29) de Kelly.
En la misma línea se puede, por supuesto, enmarcar la historia de la lingüística
misma dentro de una más incluyente historia de la ciencia o de las ideas, como se ha hecho,
por ejemplo, en un artículo de John Greene (1974).

Lo que quiero discutir brevemente en esta ocasión cae entre estas dos alternativas
extremas: la presentación de la historia de la lingüística y la compilación de libros de texto
y escolares que deben apuntalarla y apoyarla. Tales presentaciones, si van a ser algo más
que anales, deben tener un principio ordenador impuesto por el historiador. Cualesquiera
que sean los límites impuestos por la naturaleza de los lectores y los recursos de
publicación, debemos examinar un periodo delimitado de dar una buena relación e
interpretación de esta historia entera.

No debe sorprender que en Europa y en Estados Unidos tales historias se construyan


en torno a la historia de los estudios lingüísticos y a los intereses lingüísticos en Europa,
desde la antigüedad griega hasta el presente o hasta el momento en que escribía el autor,
incorporando en la obra los trabajos de los sabios árabes, chinos e indios sobre todo en el
momento de su contacto primario o mayor con la tradición europea, colocándose así,
inocentemente, en el papel de tributarios o colaboradores de la corriente principal.

Este ordenamiento predomina en varias historias generales recientes; por ejemplo en


los manuales de Han Arens, Sprachwissenschaft. Der Gang ihrer Entwicklung von der
Antiker bis zur Gegenwart ([1955], 1969), Geoges Mounin, Historie de la linguistique
(1970) y en el Abriβ der Geschichte der Linguistik (para usar el título de la traducción al
alemán) de Amirova et al. (1980). En mi propia Short History of Linguistics ([1967], 1985:
6) sigo la misma línea e intento justificar explícitamente por qué lo hago.

Dado que, por los efectos de la tecnología y las comunicaciones modernas, la


lingüística es un campo interdisciplinario universal, esta estructura funciona muy bien.
Europa absorbió y se benefició enormemente de los estudios venidos de fuera,
especialmente de los trabajos de la India, y se ha vuelto una tradición europea unificada que
ahora se acepta como la historia de la lingüística. Pero, ¿podríamos ver el asunto de otra
manera? ¿Qué impediría a nuestros colegas indios, a la luz de una larga tradición de
estudios de la lengua por lo menos tan antigua como la europea o aun más, y basada en una
lengua clásica, el sánscrito, no menos prestigiosa que el latín y el griego, escribir una
historia general de la lingüística poniendo a los trabajos indios y al desarrollo del
pensamiento indio como el centro, como la corriente principal? Por supuesto que ha habido
historias de la lingüística india escritas tanto por estudiosos indios como europeos; no me
refiero a éstas, sino a una manera alternativa de ordenar la totalidad de la historiografía
lingüística.

En por lo menos dos grandes campos los europeos han reconocido desde hace
mucho la superioridad de los estudiosos indios: en fonética articulatoria y la morfología
basada en el morfema. En la terminología de Hockett (1954), los conceptos item-and-
arrangement e item-and-process surgen de las especulaciones indias llevadas a Europa en
el siglo XIX, pues hasta entonces la morfología venía siendo tratada casi enteramente en las
líneas word-and-paradigm. Y como lo han apuntado Staal (1965, 1966 a y b, 1967, 1969),
Kiefer (1969), Rocher (1975) y otros, las gramáticas de reglas ahora comunes son tan afines
a las formulaciones hindúes como a las gramáticas europeas de antes. Así es que la
tradición india, con su flujo continuo de saber, podría ser la corriente principal, recogiendo
a fines del siglo CVIII las obras europeas tempranas, y dando origen efectivamente a la
lingüística histórico-comparada, a través de la formación de Sir William Jones y de otros en
el sánscrito. Con este enfoque no tiene que perderse nada de los hechos consignados ni de
su valoración, simplemente habría un cambio de centro de interés y de énfasis, con Pāņini
sustituyendo la Techné atribuida a Dionisio de Tracia, Apolonio y Prisciano como el padre
de la lingüística universal.

Paso ahora a exponer ciertas limitaciones que no tienen nada que ver con el
eurocentrismo o con un escaso mérito científico, las cuales, sin embargo, favorecen de
distintos modos nuestro ordenamiento historiográfico tradicional. Hay un factor que es, en
cierto sentido, externo y que bien podría cambiar, aunque parece improbable. Comúnmente
se admite que la historia antigua especializada debiera investigarse y enseñarse, en la
medida de lo posible, a través de la lengua o lenguas que los contemporáneos de los
sucesos usaban para expresarse, y también con referencia a las condiciones generales
sociales e intelectuales de esos tiempos. Es el caso de que fuera del subconsciente indio,
más estudiosos de lingüística –en el sentido más amplio de la palabra estudioso- pueden por
lo menos leer el latín o el griego más que el sánscrito, y todavía más conocen algo de la
historia antigua griega o romana que de la historia antigua de la India; y las condiciones
imperantes en la educación europea y americana recurren más a la antigüedad
grecorromana que a la hindú. Esto es accidental, pero actualmente es un hecho de la vida
académica.

Un segundo factor se da al interior de nuestros estudios, no es menos accidental


pero es casi seguro inalterable. Como una experiencia educativa, que abre la mente a la
amplitud de los esfuerzos y logros humanos, resulta valioso ver no solamente el producto
acabado, sino también los pasos que llevaron a conseguirlo. En este sentido, la tradición
grecorromana y la india, tal como ha llegado hasta nosotros, difícilmente podrían ser más
divergentes, especialmente en lo que se refiere a la gramática descriptiva y analítica. Es
cierto que la gramática de Pāņini, la Aşţādhyāyî, no surgió enteramente armada de la cabeza
de alguien. La totalidad del ethos de brevedad, exhaustividad y orden, así como las técnicas
para lograr estos objetivos deben haber sido la culminación de generaciones de tanteos, y la
elaboración paulatina de las categorías de sus definiciones y relaciones de manera cada vez
más ingeniosas y penetrantes. Seguir ese desarrollo, aun de modo imperfecto y en líneas
generales, sería de sumo interés para la historia y de veras iluminadora para los estudiantes
de la lingüística como ciencia. Pero ya no existen las obras de los predecesores de Pāņini, a
varios de las cuales otorga reconocimiento; tenemos los tratados fónicos, cuyas
descripciones Pāņini hizo suyas, pero de sus precursores en el análisis morfológico y en el
descubrimiento de reglas no tenemos casi nada (Allen 1953:2-7; Amirova et al. 1975:76).

Esto contrasta, de nuevo casualmente, con la tradición griega, que los romanos
adoptaron por completo en su estado final y más acabado. Las ocho clases de palabras de la
gramática griega y las categorías a ellas asociadas de la tradición de la Techné, a las que se
llegó probablemente alrededor del siglo I a. C., sea cual fuere la fecha del texto real de gran
parte de la Techné de Dionisio, se consiguieron a lo largo de generaciones de estudio, cada
etapa superando a la anterior, por los trabajos filosóficos y maestros de lengua y literatura.
Y nosotros podemos seguir estas etapas (sin duda con algunas lagunas y problemas) desde
la bipartición original que hizo Platón de la oración, logos, en onoma y rema (‘reescribir O
como SN-SV’) a través de Aristóteles y más de una generación de estoicos, hasta alcanzar
el sistema estable de ocho clases, con sus definiciones categoriales y semánticas, que fue
generalmente aceptado por los gramáticos griegos, latinos y medievales posteriores. El
autor tardío de unos escolios escribe de Dionisio que es “el que nos enseñó acerca de las
ocho partes del discurso” (Bekker 1816: 676).

Esta es una historia de afirmaciones y rectificaciones que puede recuperarse. Se


presentan los razonamientos para reconocer las clases y categorías cada vez más
evolucionadas, cada autor o cada escuela edifica sobre lo que hicieron sus predecesores o lo
que sus contemporáneos están haciendo. Alguna vez me aventuré a comparar este proceso
de varios siglos con los pasos que sigue un investigador de campo actual, que parte de su
marco gramatical cuando investiga una lengua hasta ese momento no escrita ni estudiada de
la América indígena, de Australia o de cualquier otro lugar (Robins 1964). El griego se
escribía pero todavía no se le había descrito y analizado, y no había modelos disponibles
que los gramáticos griegos pudieran seguir; en este sentido ellos fueron los pioneros más
que los modernos lingüistas de campo cuando son los primeros que analizan una lengua.
Seguir y entender estos logros progresivos instruye por sí mismo sobre la teoría y
metodología lingüísticas, lo que justifica claramente su lugar en un curso de estudios
históricos de la lingüística, y su prioridad en la presentación de la historia de esta materia.
Pero por incitante que sea este retrato, sigue estando incompleto. La escuela filosófica
estoica jugó un papel importante en el desarrollo de la lingüística griega; fueron ellos los
que primero reconocieron los estudios lingüísticos como una parte distintiva de la filosofía,
y conocemos los títulos y autores de varios libros especializados en fonética, sintaxis y
semántica, pero casi nada sobrevive de la mayor parte de ellos.

La obra de los estoicos era conocida del autor de la Techné y de Varrón, quien en su
estudio del sistema verbal latino empleó de manera original y significativa el análisis
aspectual que los estoicos hicieron de los tiempos verbales del griego (Robins 1985: 51-
52). En cambio, tenemos escaso conocimiento directo de su contribución más característica
a la teoría gramatical, a saber, su teoría de la sintaxis en relación con su lógica
proposicional. Esto ha sobrevivido sólo en fuentes secundarias que recogen fragmentos de
trabajos de la época y extractos, a veces desencantadoramente oscuros. Parece claro que los
estoicos tenían una teoría general de la estructura de la oración y de la clasificación de las
oraciones, y esto ha sido diversamente reconstruido a partir de materiales disponibles; pero,
como se admite en estos valiosos estudios, distamos mucho de poseer el material de
primera mano que realmente necesitamos (Mates 1953, cap. 2; Long 1971, caps. 4 y 5;
Pinborg 1975: 78, 102-103; Frede 1978; Dinneen 1985: 160).

Siempre es posible, pero parece poco probable, que nuevas fuentes papirológicas o
manuscritas nos den una verdadera pista de algo, como sucedió en la historia de la
constitución ateniense gracias al descubrimiento, en 1980, del texto en papiro de dicha
constitución (Athēnaiōn politeia). Los papiros gramaticales egipcios parecen derivar en
buena medida directamente de la doctrina consagrada en la Techné, cualquiera que sea la
fecha de ls compilación del texto real que tengamos (Wouters 1979). Ciertamente la
tradición principal que está representada con mayor abundancia y autoridad por Prisciano
tiene muy poco directamente relacionado con los estoicos, excepto en algunos puntos en los
que éstos difieren de esta tradición, y a un pasaje donde se menciona su obra, Steinthal
(1890: 307) comenta que: “Psicians Bericht ist erst verstümmenlt und dann verwirrt
worden” (es enredado y confuso). Así pues, parecía que, excepto entre los estoicos mismos,
sus trabajos, independientemente de sus méritos, no pasaron a formar parte del paradigma
grecolatino (en el sentido kuhniano) del pensamiento gramatical. Tal como están las cosas –
y así probablemente seguirán- esto debe contar como una limitante significativa en nuestra
historiografía de la antigua lingüística europea.

En los intentos hacia una organización conveniente de nuestros estudios según


cualesquiera sean las líneas que nos parezcan apropiadas, debemos enfrentar limitaciones
que pueden superarse con la investigación básica de las fuentes disponibles y en la edición
de sus textos. Recientemente la Dra. Law ha llamado nuestra atención hacia la importancia
que tiene la enseñanza de la gramática latina durante la Edad Media temprana como parte
de una cadena de saber lingüístico y ha puesto en nuestras manos muchos materiales (Lae
1982). En un tiempo la gran cantidad de textos inéditos limitaba nuestra visión de conjunto
de la gramática escolástica, pero esto ha sido remediado por el trabajo de Roos (p. ej.
1952), Pinborg (1967, 1972, 1977) y, sobre todo, por el amplio censo de textos
gramaticales medievales de Bursill-Hall (1981). Ahora sabemos qué hay y hacia dónde
debemos dirigir nuestra atención.
Un trabajo de carácter más interpretativo nos encara en tiempos posteriores: desde
los años postrenacentistas hasta finales del siglo XVIII las varias, y a menudo complejas,
influencias entre el empiricismo de Locke y el racionalismo cartesiano, así como el deseo
vehemente de encontrar universales, de una u otra clase, todavía espera que se les exploren
y ser cabalmente entendidos (Aarsleff 1982).

Estamos en mejor situación con respecto a las fuentes cuando nos interesamos en
los siglos XIX y XX, aunque quizá deberíamos prestar más atención a la interpretación y
valoración de la lingüística del siglo XIX como un prolongado, aunque decreciente, interés
en la lingüística tipológica y sincrónica. Hay continuidad entre Humboldt y Sapir a pesar
del lugar predominante otorgado a la lingüística histórico-comparativa y el rechazo
desdeñoso de Meillet por la tipología, considerándola apenas como una ‘amusette’ (1948:
76-77; cf. algunas de las publicaciones reunidas por Christmann 1977).

Cuando llegamos a nuestro siglo, el problema es el reverso de lo que nos


desconcierta cuando nos ocupamos de la antigüedad. Se ha escrito demasiado como para
que cualquier historiador o lingüista lo aborde todo por sí solo. En un simposio cuyas
ponencias se presentan en alemán o en inglés quizás es pertinente recordar el dicho que
comparten ambas lenguas: “Man sieht den Wald vor lauter Bäumen nicht”; “you can’t see
the Wood for the threes” [el bosque no deja ver los árboles]. Notemos que Mounin
prudentemente termina su Histoire de la linguistique (1970) a fines del siglo XIX, lo que
más bien esquiva el problema. Para poner un ejemplo, en la lingüística chomskiana de los
años sesenta el camino más importante parecía el de las relaciones transformacionales entre
las estructuras sintácticas y las técnicas mediante éstas pueden identificarse, describirse y
formalizarse en reglas. Pero en los trabajos actuales del mismo Chomsky las
transformaciones se ven grandemente acotadas y han sido totalmente excluidas de algunos
sistemas posteriores como, por ejemplo, en Generalized Phrase Structure Grammar and
Lexical-functional Grammar (Horrocks 1987). En su lugar la teoría de la gramática
generativa misma y sus implicaciones filosóficas y psicológicas son el centro de atención.
Aquí la tarea del historiador de la lingüística consiste en identificar los movimientos más
significativos del pensamiento lingüístico, y por ello en algunos aspectos es más difícil que
el que la que tiene el historiador de la antigüedad o de la Edad Media.
Nada de esto debe deprimirnos ni desanimarnos. En nuestros diferentes campos de
especialización todos estamos interesados en la historia de nuestra disciplina y queremos,
así no fuera más que por nuestra supervivencia académica, mantener y extender este interés
entre nuestros colegas y discípulos. Al reconocer y responder a las diferentes condiciones
en las que debemos organizar nuestro trabajo sólo sirve para acrecentar su interés y ampliar
sus atractivos ante los estudiosos con muy diferentes inclinaciones en la investigación.

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