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Ate Ap PDF
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Abby Lu
Jho Carrizales
Ariana Carrillo
Claudia Espinoza
Efra Sierra
Elisa Daniel
Marina Olivares
M. Arte
Pablo Cardona
Yada López
Silvia Charlotte
Silvia Charlotte
M. Arte
Para Maximilien. Amor. Coraje. Alegría.
Ella busca respuestas a su pasado. Ellos la persiguen para salvar su futuro.
Ahora Juneau va a la deriva por un mundo moderno que nunca supo que
existía. Pero mientras ella busca una manera de rescatar a sus amigos y
familiares, alguien la busca a ella.
1
Tienda de campaña circular con techo en forma de cúpula.
alimentos y agua potable e inmunidad frente a la radiación, y de la
enfermedad que al final, acabará con el mundo exterior.
Un renacimiento. Eso es lo que espera el clan. Lo que nos enseña Whit que
sucederá. Pero, podría tardar siglos. Milenios. Nuestro objetivo es sobrevivir.
—Hasta luego —le digo a Nome cuando llegamos y corro delante de ella
hacia la yurta de la escuela. Una vez pasada la cortina de la puerta, les toma a
mis ojos un minuto ajustarse del reflejo del sol sobre la nieve cegadora a la
suave luz que se filtra a través de la corona abierta de la yurta y el resplandor
del fuego del salón de clase.
Sacudo los mocasines y los dejo con mi ballesta junto a la puerta. Si Whit les
está enseñando a los niños más jóvenes, significa que está explicando el Yara.
Que en poco tiempo será mi trabajo. Cuando tenía cuatro años —justo
después de la muerte de mi madre— Whit me hizo la prueba y descubrió que
era capaz de Conjurar. Además de él y mi madre, soy la única capaz de mi
tribu.
En tres años haré el Rito y tomaré su lugar en el clan Sage, ya que mi madre
tendría que hacerlo si estuviera viva. Así que, últimamente Whit me deja
hacer cada vez más las Lecturas del clan y ha comenzado a enseñarme cómo
Conjura, teniendo cuidado de lo que me enseña, desde entonces puedo
duplicar sus resultados con facilidad.
—¿Por qué no nos acompañas, Juneau? —pide Whit. Los niños están
sentados en un semicírculo alrededor de él. Nikiski está allí, —él debe haber
corrido de regreso— y junto a él están Tanaina, Wasilla y Healy, listos para
escuchar la lección de Whit, una que repite para todos los grupos varias
veces al año. La he oído muchas veces, que podría recitarla de memoria.
Me siento junto a Whit mientras vierte una capa de mica en el suelo. La luz
del fuego se refleja en él, por lo que destella. Los niños pequeños lo
observan, atrapando su atención y sostenido el polvo brillante.
Whit graba un gran círculo con el dedo.
—Esta es la tierra. Todo en ella es una parte del mismo organismo: tú, yo, los
perros, el suelo, el aire. —Toma la mano de Healy y sopla una ráfaga de aire,
demostrando el viento, causando que el pequeño de cuatro años se ría de
alegría—. Vivimos dentro de un super organismo, y todo dentro de él está
conectado por una fuerza poderosa.
—El Yara —gritan los niños al unísono.
Whit hace una expresión de fingida sorpresa y pregunta —¿Ya han oído esta
historia antes?
—¡Sí! —gritan los niños, riendo alegremente. Whit sonríe y alisa
inconscientemente el solitario mechón de pelo gris de su melena negra. Es la
única señal de envejecimiento antes de que encontrara el Yara. La prueba de
que es el más antiguo del clan.
—Tienen razón —reconoce—. El Yara es la corriente que se mueve a través
de todas las cosas. Es lo que nos permite leer. —Dentro del círculo que
representa la tierra, Whit dibuja círculos más pequeños—. ¿Podrían
indicarme en qué tipo de cosas fluye el Yara? —señala el círculo exterior.
Tanaina levanta su mano y exclama —Gente.
Whit asiente con la cabeza y señala el siguiente círculo.
—Animales —dice Wasilla, y luego agrega—, las plantas. —Mientras Whit se
mueve al próximo círculo.
Coloca el dedo sobre el círculo interior, y dice —Incluso los elementos: fuego,
agua, aire, tierra, todos tienen el Yara corriendo a través de ellos.
—Puesto que están cerca del Yara, lo pueden utilizar para conectarse con
todos los demás miembros del súper organismo de la tierra.
Whit dibuja líneas desde círculo exterior hacia el de los "humanos" que está
dentro.
—Incluso las rocas tienen una memoria de lo ocurrido a su alrededor. ¡Si
alguna vez pueden hacerlas hablar!
Los niños se ríen de nuevo, sabiendo que las rocas que hablan son uno de los
chistes Whit, aunque es una medida de la verdad detrás de él.
—Bueno. La lección de hoy ha terminado —dice Whit.
Los niños nos dejan solos, tocando con los dedos en el polvo de mica y
frotándoselo en las caras como pintura de guerra. Todos se amontonan fuera
y Whit y yo nos dirigimos hacia su yurta.
—¿Nikiski te dio mi mensaje? —preguntó.
—A su manera —le dije, sonriendo—. ¿Algo sobre la carne?
—Sí. Nos estamos quedando sin carne —dice.
—Pensé que podrías encargarte de ellos, ya que el resto de los cazadores son
necesarios para la limpieza de nuestro campamento de verano. —La boca de
Whit se curva en una sonrisa—. No creo que te importe ir por tu cuenta.
Mi mentor me conoce tan bien como mi padre. Aparte de Ketchikan y
Cordova, soy la mejor cazadora del clan. Y disfruto el tiempo que paso por mi
cuenta.
Llegamos a la yurta de Whit. Al lado de la puerta se encuentra un trineo
ligero, con una montaña de suministros atados a él y a un par de raquetas de
nieve cubiertas en la parte superior.
—Leí el cráneo para ti —dice—. Encontrarás un caribú en el campo del sur
mañana por la mañana. Conseguirás una buena noche de sueño y puedes
estar allí a primera hora de la mañana.
Asiento con la cabeza.
—Voy a empezar al amanecer.
—Y debes tener cuidado de no…
—…cruzar la frontera. Lo sé, Whit. Tendré cuidado, te lo prometo.
—Muy bien entonces. Me voy —dice y recoge su mochila de lo alto del
trineo.
Mi padre aparece por detrás de la yurta vecina.
—Whit, ¿escabulléndote otra vez? —se burla.
—Odio las despedidas largas —responde Whit con una sonrisa—. Y sólo me
iré dos semanas. —Se vuelve y tira de la cuerda del trineo hacia su pecho, y
desaparece por un sendero en el bosque.
—Todavía no entiendo por qué Whit no se lleva perros a sus retiros —digo.
Mi padre pone una mano sobre mi hombro y camina conmigo hacia nuestro
hogar.
—Tiene su propia manera de hacer las cosas —responde.
Llegamos al campamento principal. El olor de las cenas cocinándose y las
bocanadas de humo saliendo de las coronas de las yurtas, hacen que me
suene el estómago.
Papá y yo entramos a través de la puerta móvil para ver a Beckett y Neruda
tumbados perezosamente junto al fuego, vigilando la olla humeante de
estofado.
—Entonces ¿cómo está mi princesa guerrera? —pregunta, mientras cuelgo la
ballesta de una viga lateral y empiezo a quitarme los mocasines y el parka—.
¿Dijo Whit que te iba a enviar a cazar? —me pregunta.
—Me voy mañana por la mañana —respondo, mientras comienza a servir
estofado de alce en los tazones. Me entrega un tazón y una cuchara, y lo
acompaño frente al fuego. Soplo la cucharada humeante de carne y tomo un
bocado. Situados en el calor y la seguridad de nuestra yurta, creo por
milésima vez lo afortunados que somos. Papá y yo nos tenemos el uno al
otro. Tenemos una buena vida, mientras que el mundo fuera de nuestras
fronteras no es nada más que residuos radiactivos, bandas de bandidos
merodeadores, y para cualquier otra persona que podría haber sobrevivido a
la tercera guerra mundial, una existencia llena de miseria y desesperación.
—COMO LE HE EXPLICADO, ATRAPÉ A SU HIJO haciendo trampa en el
examen final.
Ms. Cochran, mi profesora de inglés, hace una mueca como si oliera algo
podrido mientras sostiene mi minúscula hoja enrollada. Me obligo a
mantener una expresión neutra frente a mi papá y el director, pero me
encojo en la silla.
—¿Desde cuándo hacer trampa en una examen es motivo de expulsión? —
exclama mi padre.
El Sr. Riggs, el director, echa un vistazo al archivo abierto en la mesa frente a
él y dirige el dedo hacia abajo en la página.
—Cuando un estudiante ha tenido dos suspensiones anteriores por introducir
alcohol y drogas en la escuela.
Mi papá se aclara la garganta.
—Bueno, tal vez podemos hablar más profundamente de ello, como hicimos
en esas ocasiones —dice, mirando Ms. Cochran. Si ella no estuviera aquí, la
conversación ya se habría convertido en donaciones que la compañía de mi
padre podría dar a la escuela, pero a juzgar por la cara oscura del Sr. Riggs,
dudo que eso funcionara esta vez.
—Sí, bueno, sé que en su caso ha habido circunstancias atenuantes, pero no
podemos seguir haciendo excepciones en las reglas con su hijo. La Academia
Billingston tiene una regla estricta de tres suspensiones y estás fuera, y me
temo que voy a tener que cumplirla en el caso de su hijo.
Unos días más tarde papá recibe una llamada de la oficina admisiones de Yale
diciendo que mi inscripción está en espera hasta que reciban alguna prueba
de que estoy "recibiendo ayuda para mis problemas de comportamiento." Y
es entonces cuando papá viene con su plan de la sala de correos.
MI FLECHA VUELA CERTERA Y EL GRAN CARIBÚ se desploma en el suelo. Me
cuelgo la ballesta en el hombro, y la nieve virgen cruje bajo los mocasines
cuando voy corriendo a través del campo para arrodillarme al lado de la
bestia jadeante.
—Gracias —digo, mientras saco el cuchillo del cinturón. Le acaricio el pelo
erizado del hocico y le miro directamente al gran ojo vidrioso. Y después le
corto la garganta.
Algunos de nuestros cazadores le dedican una larga oración completa al
espíritu del animal cuando matan. Pero Whit me dijo una vez que el
tratamiento respetuoso y un agradecimiento equivalían a todas las palabras
nobles del mundo. Tengo que decir que estoy de acuerdo.
Cuando limpio el cuchillo en la nieve, silbo a Becket y a Neruda para que
traigan el trineo. Pero ya están en camino, con los cuerpos agitados
rebosantes de emoción, según van dando brincos a través de los montones
de nieve. Lanzo las correas de cuero por la parte superior de la bestia y
empujo los pasadores de hierro bajo su cuerpo para tirar de las correas.
Este animal debe de pesar 90 kilos, el doble de mi peso, pero con la ayuda del
tirador, los perros y yo, me las arreglo para arrastrarlo hasta el trineo y
subirle en pocos minutos, la línea ondulada carmesí que deja en la nieve es
tan brillante como un lazo en un ramo de lirios blancos.
Estoy asegurando el caribú con cuerdas de cáñamo cuando oigo algo extraño:
un sonido fuerte de aleteo, como el batir de alas de mil águilas sincronizadas
en múltiples pulsos constantes.
He escuchado este sonido antes, pero sólo desde la seguridad de un refugio
de emergencia.
Es una máquina voladora. Lo que sólo significa una cosa: bandidos. El corazón
me da un vuelco y me congelo, escudriñando el cielo.
¿Por qué Whit no previó esto y lo ocultó al clan? No deben de estar
acercándose lo suficiente para suponer algún peligro. Pero en mi mente, lo
suficientemente cerca para oírles es lo suficientemente cerca para ocultarse.
Se me retuerce el estómago cuando pienso en qué haría si fuese El Sabio.
La carga de ser la sucesora de Whit ya está empezando a pesar sobre mí.
Al igual que él, protegeré el clan. Predeciré las tormentas y las catástrofes
naturales. Conjuraré cultivos sanos y Leeré donde se puede encontrar comida
en años de escasez. Leeré cuando los depredadores o incluso los bandidos
estén cerca y Conjuraré un camuflaje para ocultar el pueblo.
No puedo ver de dónde viene el sonido. Ante mí se cierne el Monte Denali. El
sonido de la máquina voladora hace eco en sus laderas y es absorbido
rápidamente por el valle cubierto de nieve a sus pies. Espero que no esté
detrás de la montaña, donde está mi pueblo. Seguramente no. Whit lo habría
Leído.
Una garra de preocupación me araña el vientre. Me apresuro a separar los
huskies2 del tirador y a engancharlos de nuevo al trineo.
—¡En marcha! —grito, y comenzamos a correr hacia Denali, hacia el hogar. El
ruido se ha detenido. La máquina ha debido de irse. Probablemente estaba a
mucha distancia, y los ecos del valle hicieron que sonara cerca, me digo a mí
misma, pero no corto el ritmo de los huskies.
Pasan diez minutos y todo lo que puedo oír es el silbido de las cuchillas del
trineo a través de la nieve, mientras volamos sobre el campo abierto hacia el
sendero que hay alrededor de la base de la montaña. El viento frío me quema
las mejillas, y aprieto las cuerdas de la capucha de mi abrigo de pieles
alrededor de la cara.
2
Perros esquimales.
Aún faltan veinte minutos para que lleguemos a las laderas. Estaba casi en los
límites cuando encontré el Caribú que había Leído en mi visión. Es bueno que
el animal se parase cuando lo hizo, porque nunca me aventuraría al exterior.
Incluso una muerte de este tamaño no hubiera merecido la pena el riesgo.
De repente, del silencio surge el ruido de aleteos de nuevo, más cerca y más
alto que antes, confirmando que voy en la dirección correcta. Pero la fuente
del sonido todavía no es visible. El ritmo mecánico de las alas de águila
parece flotar y a continuación se vuelve más distante. Tiene que estar detrás
de la montaña, creo, y mi preocupación se convierte en pánico.
Tiro con fuerza de las riendas de los perros y ellos se paran bruscamente.
Saltando fuera del trineo, uso la mano enguantada para despejar la nieve,
apartándola hasta que consigo que aparezca un parche de tierra húmeda.
Dando un tirón de la correa de cuero de mi colgante lo saco por la cabeza,
me quito la manopla con los dientes y presiono mi ópalo de fuego, aún
caliente por el contacto con mi piel, entre la palma de la mano y la hierba
mojada. Cierro los ojos e imagino a mi padre en mi mente, y la tierra me
habla.
Mi mente se congela por el pánico helado de mi padre. Petrificada por su
miedo. Según siento sus emociones, la bilis se eleva hasta el esófago y me
quema la garganta. Salto hacia arriba, escupiendo y limpiándome la mano en
el parka.
Tenemos que ir más rápido creo. Saco el cuchillo del cinturón y corto las
cuerdas para dejar libre al Caribú.
¡En marchar! —grito.
Los perros oyen el miedo de mi voz y corren como nunca lo han hecho antes.
El ciervo se desplaza y se desliza fuera de la parte de atrás del trineo hasta el
suelo, y liberados de su peso, salimos disparados como una flecha a través de
la nieve.
Casi una hora después finalmente estamos sobre la colina del valle de mi
pueblo. Tengo la garganta apretada con tanta fuerza que ha sido difícil
respirar, pero al ver las yurtas sanas y salvas, saliendo humo por los agujeros
de las chimeneas, suelto todo el aire. Me siento mareada cuando el oxígeno
me inunda el cerebro.
Pero a medida que contemplo la escena con más cuidado, veo que no hay
ningún movimiento en el campamento. Me llevo los dedos a los labios y silbo
la nota que todo el mundo sabe que es mía. La que siempre consigue los
gritos de “¡Es Juneau! ¡Ya está de vuelta!” de los niños que corren para ver
que he traído de la cacería. Pero esta vez me da la bienvenida el silencio.
Entonces noto el desorden del campamento.
Las armas y herramientas se encuentran diseminadas por el suelo. La ropa
que estaba tendida para secarse, ha volado hacia el bosque y está colgando
de los árboles, aleteando como banderas. Las cestas están volcadas, los
cereales y los granos derramados en el suelo duro. Los lados de las yurtas
más cercanas han sido arrancados de sus postes, y las telas se levantan por la
brisa. Parece como si hubiera pasado un gran vendaval.
Beckett y Neruda comienzan a gruñir, con el pelo de la espalda erizado. Los
suelto y corren hacia nuestra yurta. Desaparecen entre las telas y están de
vuelta unos segundos después, resoplando y ladrando frenéticamente. A
medida que comienzan a husmear el campamento vacío, me sumerjo por
nuestra entrada para ver el escritorio de mi padre del revés y los libros y
papeles esparcidos por el suelo.
Se ha ido. Mi corazón se detiene, y luego cuando miro hacia el suelo me
golpea fuerte en las costillas, forzando un grito en mi garganta. En el suelo de
tierra blanda, con la cuidada letra de mi padre, está escrito: JUNEAU,
¡CORRE!.
BIENVENIDO A LA SEGUNDA SEMANA DE MI PROPIO infierno.
Cuando empujo el carrito del correo a través de las puertas dobles batientes,
me muevo desde un aire perfumado y música ambiental hacia el combo del
hedor de sudor/pegamento y rock malos pelos de los ochenta de la sala de
correos.
—Eh, Junior —dice Steve, un agotado cuarentón con cola de caballo–. ¿Qué
pasa con el uniforme?
Miro hacia la camiseta de manga corta amarilla de la compañía de regulación
que llevo puesta sobre unos jeans y encojo los hombros.
—Te di pantalones azules —dice—. Se supone que debes usarlos.
—Sí, pero ya ves, Steve, hay una cosa llamada lavadora. Y se supone que
algunas veces debes de poner la ropa ahí para que no huela mal. Ya que sólo
me diste un par de “pantalones” —no puedo siquiera decir esa palabra sin
encogerme—, no tengo de repuesto.
—Amigo, para eso son los fines de semana. Me pongo el uniforme durante la
semana y luego lo lavo el fin de semana.
Por las marcas de sudor permanentes bajo sus brazos, tengo mis dudas de la
frecuencia de sus hábitos de lavandería. Pero estoy allí de pie y le miro
fijamente, sin parpadear, hasta que mira hacia otro lado y comienza a
juguetear con el dial de la radio.
—Tu padre dijo que se supone que debo tratarte como a los demás —dice sin
mirarme—, y eso significa que tienes que llevar el uniforme.
—Sí, señor —digo, evitando el sarcasmo en el tono, pero sintiéndolo con
todo mi corazón.
Debería estar en la escuela preparándome para la graduación. Sacando mi
culo de fiesta como el resto de mis compañeros de clase. Si no fuera por la
señora Cochran, estaría haciendo el vago las últimas seis semanas de escuela
secundaria y cómodamente a mi lugar en Yale.
Y si no fuera por papá, estaría viendo en casa Comedy Central.
“Trabajando en la sala de correo, estarás aprendiendo el negocio desde la
base —dijo él—. Demuestra que eres responsable y me aseguraré de que te
permitan entrar en Yale en el segundo trimestre. Pero hasta entonces, trabaja
cuarenta horas a la semana, salario mínimo, sin fastidiarlo.”
Su motivación es tan transparente como el cristal. Quiere que vea como es la
vida y si no me “preparo”. Eso, a menos que cambie, estoy condenado a
convertirme en Steve, pasando los días clasificando sobres y revolcándose en
la propia importancia de dar órdenes a todo el personal de la sala de correos.
Tiene que haber otra manera de demostrar mi valía a papá en lugar de estar
atrapado aquí durante los próximos nueve meses. Incluso unas pocas
semanas más en este agujero infernal y me explotará el cerebro. O mataré a
Steve. Me imagino rodeándole el cuello con su propio pelo y tirando fuerte.
Muerte por coleta. Podría suceder.
LOS PERROS ESTÁN AULLANDO. Tropiezo al salir de nuestra yurta y voy hacia
ese sonido. Están en la yurta de Nome, encima de una masa de piel y sangre.
Sus huskies. Han sido fusilados. Me ahogo conteniendo las lágrimas: Yo
conocía a esos perros, tan bien como me conozco a mi misma.
Tenemos un rifle en el clan y sólo se utiliza en la muy rara ocasión del ataque
de un oso. Nuestras pocas balas se utilizan con moderación. Pero las tripas
esparcidas por el suelo a mi alrededor no son de nuestra arma. ¿Máquinas
voladoras? ¿Pistolas? Esos bandidos están terroríficamente bien equipados.
Nuestro fuego del Sabio está fuera, su llama apagada. Me quedo ahí,
confundida, hasta que recuerdo que salió ayer para su retiro. En la cueva en
el lado oculto de Denali donde va un par de veces al año para "refrescar su
cerebro", como él lo llama. Nunca me ha llevado, pero sé dónde está. Con
toda la exploración que Nome, Kenai, y yo hemos hecho, no hay una pulgada
de nuestro territorio que no haya visto.
Tengo que llegar hasta Whit. A pesar de que no había previsto este ataque,
tal vez sepa lo que pasó. Tomo mi gran paquete del estante en la parte
posterior de la yurta de Whit. El que uso en nuestras lecciones diarias cuando
viajamos al bosque a buscar las plantas y los minerales utilizados para el Rito.
¡Juneau, corre!
Las palabras de mi padre me agitan para que vuelva a la acción. Tomo bolsas
de hierbas secas, frascos de extractos vegetales, polvos y piedras preciosas
de las estanterías de Whit y las guardo en la mochila. No sé lo que va a
necesitar, así que tomo un poco de todo. Agarro una pila de sus libros más
preciados del escritorio y los guardo con el resto.
Veo el fuego y estoy tentada de Leerlo. Pero no puedo ignorar las palabras en
el suelo y optar por esperar hasta que llegue con Whit. Y aunque sé que el
fuego se apagará por sí solo, tomo el balde de agua de nieve derretida y la
tiro sobre las brasas.
—¡En marcha! —grito, y estamos más allá cruzando el camino boscoso tan
rápido como un halcón cazando. Justo a tiempo. El ruido está casi encima de
nosotros. Aunque estoy agradecida por la cobertura espesa de los árboles,
me impide ver lo que está volando por encima. Todo lo que consigo
vislumbrar es metal brillante a través de las ramas.
Abarcamos una distancia que debería haber llevado una hora en casi la mitad
del tiempo. Ni siquiera tengo que decir a los perros a qué velocidad deben ir.
Ellos sienten mi miedo y vuelan.
La cueva de Whit está vacía cuando llegamos. No sólo está vacía, pero por las
telarañas y el olor a húmedo, está claro que no ha habido fuego aquí durante
meses. Trato de ignorar el agudo aguijón de la decepción, el nudo en la
garganta. Tiro del trineo a la entrada de la cueva para ocultarlo de la vista.
Estoy temblando mientras los huskies se limpian y corretean alrededor.
Una vez que las llamas se encienden y los perros se cubren a sí mismos cerca
del fuego, vacío mi paquete. Coloco los libros a un lado, busco en las bolsas,
las rocas y el bulto de hojas hasta que encuentro lo que estoy buscando, el
polvo de fuego de Whit y vierto un poco en mi mano.
Una de las primeras cosas que me enseñó Whit era cómo conectarse al Yara.
Con el fin de Leer —para hacer la voluntad conocida por el Yara y recibir una
respuesta, si el Yara decide concederte una —debes ir a través de la
naturaleza. Utilizamos huesos de animales para localizar a las presas. El polvo
de fuego ayuda a proporcionar una buena conexión visual con el fuego,
puesto que en realidad no puedes tocarlo. Pero yo uso mi ópalo para la
mayoría de otras cosas. Whit dice que estos objetos son conductos, lo que
ayuda a que la información se mueva hacia atrás y hacia adelante.
Me instalo en el suelo, delante de las llamas. Inclinando la cabeza, exhalo y
trato de relajarme. Para dejar que el pánico y el terror del día se alejen de mí.
Abro los ojos y miro las llamas, siento que los latidos de mi corazón se calman
y la respiración se vuelve superficial. Lanzo el polvo sobre el fuego.
A medida que los estudio, viene de nuevo a mí: "helicópteros" era la palabra
coloquial que aparece en la EB; el sonido cortante viene de sus cuchillas
giratorias que atraviesan el aire. Helicópteros, recuerdo. Pero las máquinas
en el fuego son mucho más grandes que los de la imagen que recuerdo de la
EB. Y a partir del tamaño de los vehículos en las llamas, no habría suficiente
espacio para todo el clan a bordo. La imagen está ahí, delante de mí, pero mi
cerebro no puede aceptar lo que dice: que hay una tropa de bandidos lo
suficientemente grande y organizada, con vehículos de trabajo y
combustible, para arrasar y tomar mi clan.
Me gustaría que el Yara me mostrara más. Que me diera una idea de hacia
dónde se dirige mi padre o al menos me mostrara su rostro. Pero como Whit
a menudo me recuerda, el Yara no siempre te da lo que quieres. Se toma lo
que te ofrece.
—¡Pensé que teníamos un trato! —Mi papá se está poniendo morado. Lo que
es extraño en él, igual que los gritos. Generalmente es uno de esos tipos con
cara de piedra que asusta de muerte a todo el mundo actuando tan
tranquilo. Agarro el control remoto y desactivo el sonido para poder escuchar
su descontrol.
—No te he enviado todo el camino desde Los Ángeles a Anchorage sólo para
que se me escape este acuerdo entre los dedos. Sabía que tenía que haber
ido yo mismo. —Papá se pasa la mano por el cabello y se levanta a caminar
por la habitación. Echando un vistazo hacia donde estoy, me ve
observándole. Va pisando fuerte hacia la puerta y la cierra de un golpe.
Siento que me arde la cara y levanto el control remoto para subir el sonido,
bloqueando los gritos de mi papá. No sé por qué dejé que me afectara, ya
debería estar acostumbrado a sentirme excluido.
CORREMOS A TRAVÉS DE LA TUNDRA CONGELADA, persiguiendo a los
fantasmas en el fuego y escuchando el peligro del cielo. Ahora que hemos
dejado el bosque, no hay cobertura. Estamos a mediados de abril, en apenas
un mes la nieve se habrá ido y el paisaje se transformará durante la noche
desde el blanco de la tundra a marrón, la nieve a verde, y los pastos gruesos
en púrpura con las flores silvestres. Pero por ahora, somos un blanco en
movimiento en contra de los campos cristalinos con vetas y arroyos
congelados.
Todavía no sé qué camino vamos a tomar para ir hacia el mar, pero eso no
importa. Tengo que hacer una parada antes de salir del territorio del clan.
Whit hizo el resorte de la puerta por lo que incluso el más pequeño de los
niños podría acceder al albergue si fuera necesario. Todo lo que requiere es
un ligero tirón en el anillo y los pesados tablones se abren hacia arriba,
revelando una escalera de madera que desciende hacia la oscuridad. Camino
unos pasos y luego tomo la linterna de un gancho en el techo de la cueva.
Usando mi pedernal, enciendo la mecha aunque realmente no necesito su luz
porque conozco este lugar de memoria. Nome, Kenai, y yo los revisamos una
vez al mes, durante todo el año, para asegurarnos que los autoñeros no han
descubierto nuestros víveres. Nosotros ordenamos las carnes secas y nos
aseguramos de que los gusanos no se hayan quedado el resto.
Nos enseñan este refugio tan pronto como podemos conducir un trineo
tirado por perros. "Por si acaso" nos dicen nuestros padres. Todos sabemos
lo que el "caso" significa. Ataque por bandoleros. Ser descubiertos por los
supervivientes de la guerra. El refugio nos ha ocultado el puñado de veces
que Whit ha Leído a los bandoleros cerca. Ha sido una parte integral de
nuestra seguridad desde el principio.
Lo que nunca habíamos planeado era un secuestro de todo el clan. Así que
no hay nadie aquí a mi encuentro. No hay nadie que espere. Solamente los
suministros para recoger antes de huir. Tomo una de las bolsas vacías y la
lleno con suficientes provisiones para los perros y para mí. Tres. . . no, cuatro
días de comida. Desengancho la carne seca y el pescado de donde cuelgan en
el techo, fuera del alcance de los roedores; frijoles secos que pueden ser
hidratados en la nieve derretida, una olla y mi trineo ya tiene lo básico de
supervivencia en caso de quedar atrapados durante la caza; pieles y una
pequeña tienda de piel de caribú. Pero por los tres días en el aire libre, tomo
una de las tiendas de campaña de invierno, de cuero curado blanco, que será
invisible en la nieve.
Y por último, en caso de que sea capturada, traigo un seguro. Algo valioso
que puedo usar para negociar con los bandidos.
Hago tres viajes entre el refugio y el trineo antes de estar lista.
¿Lista para qué? Pienso, dándome cuenta que no tengo ni idea a dónde voy.
Hasta que no tenga una señal de donde está capturado mi clan, lo mejor que
puedo hacer es intentar encontrar a Whit. Sus secuestradores deben ser
parte del mismo grupo de bandidos. Miro hacia el sol, ya muy al oeste y
luego a la sombra de la roca proyectada en la nieve. Tengo por lo menos tres
horas hasta la puesta de sol. En pleno verano tenemos veinte horas de luz
funcional, en comparación con los días cortos de cinco horas en invierno.
Conozco el calendario de la tierra como conozco mi propio cuerpo. Hoy tengo
tiempo para viajar una buena distancia antes de la puesta de sol
No hay tiempo que perder. La temperatura bajará con la puesta del sol, y
aunque tengo mi arsenal contra el frío, necesitaré todas las ventajas que
pueda conseguir en este nuevo terreno.
—¡En Marcha! —le grito a los perros innecesariamente. Ellos ya están en
marcha y estamos una vez más cruzando la extensión blanca hacia el sur. Al
otro lado de la frontera, fuera de la protección de mi clan y hacia a la vida
salvaje.
***
Corremos durante una hora antes de intentar Leer.
Serenidad. Tu conexión con la tierra. Un espíritu tranquilo es esencial. Oigo las
palabras de Whit en mi mente, con su tono práctico. Serenidad. No es mi
estado de ánimo en este momento. El pánico, tal vez. Inseguridad. . . miedo,
sin duda. Va a costarme bastante llegar a la serenidad en poco tiempo.
Hay quince horas de luz natural y eso es el tiempo que corremos cada día,
descansando lo suficiente para comer cuatro comidas y parando en el
crepúsculo para acampar. Las primeras dos noches me siento fuera en la
oscuridad, mirando las estrellas. En la tercera, soy recompensada con la
aurora boreal. Sus luces de colores brillan como estandartes de seda.
Miles, tuve una emergencia familiar. Te dejé un guiso para esta noche y
pasaré mañana temprano para ver cómo estás. Llámame si necesitas algo.
Sra. Kirby
Lo marco como no-leído para que Papá no se dé cuenta de que lo leí. Llegará
a su celular de todas maneras.
Pero si puedo sacar esto adelante, papá estará tan impresionado que pueda
perdonarme del esquema de tortura por lo de la sala de correos. Puede que
incluso mueva algunas piezas para hacer que entre en Yale en el otoño. Y con
ese pensamiento, estoy decidido.
Nunca antes había sentido la soledad. Incluso la vez que quedé atrapada en
una ventisca en un viaje de caza, sabía que mi padre y el clan estaban
esperándome, y de hecho disfrutaba el tiempo sola. Ahora no. Quiero estar
en casa, en mi yurta con mi padre y mis perros, sabiendo que las familias de
Kenai y de Nome están a la distancia de un grito. Odio este cuarto donde
todo está hecho de plástico, en un bote en medio de un océano interminable,
entre completos extraños.
Regreso al libro que estoy leyendo. Estoy leyendo la historia del movimiento
de Gaia de 1960. Es acerca de cómo la tierra es un súper organismo, que sé
era una de las teorías que llevó a Whit al descubrimiento del Yara y al
aprovechamiento de sus facultades. Normalmente no tengo permitido
navegar libremente por sus libros—me tiene en una agenda de aprendizaje y
es muy estricto en revelar cosas “en el orden correcto.” Así que este libro es
nuevo para mí, y estoy engullendo vorazmente cada atisbo de nueva
información.
Pongo el libro sobre mi litera para conseguir una botella de agua, y cuando
regreso, las páginas se han volteado hacia el frente. Empiezo a regresar a mi
asiento, pero veo algo que me hace titubear. Regreso a la página del
copyright*.
Si los elementos fundamentales en mi vida; quién soy, la razón por la cual los
del clan vivimos como y donde vivimos… todas son mentiras, entonces ¿Qué
puedo creer? No tengo idea de qué es verdad y qué es ficción. Me han lavado
el cerebro toda mi niñez.
¿Cómo buscas a alguien que nunca has visto en un ciudad entera? Tratas de
entrar en su cabeza y pensar a dónde podría haber ido. Es una adolescente
de la que estoy hablando, así que mi primer pensamiento es que está de
compras. Pero cuando llego a Seattle el sábado por la noche, las tiendas ya
están cerrando.
—Seguro —dice, y retira algunas de las latas. Ignoro las miradas de los
peatones que nos miran raro.
—Bueno, seguro que puedo intentarlo —dice, con una voz como cristales
rotos. Y mientras el hormigueo de la conexión del Yara se mueve a través de
él, su respiración se tranquiliza y sus ojos se limpian.
—Si —responde Frankie—. Debes ser completamente honesta con él. Dile
todo lo que quiera saber. Pero no importa lo que hagas, no confíes en él. Te
necesita tanto como tú a él.
—No lo es, créame —digo, comienzo a buscar un lugar para pasar la noche.
He estado vagando durante horas sin suerte, sintiéndome como el tonto más
grande de la tierra. Quiero rendirme, pero recuerdo la mirada en el rostro de
mi padre cuando me dijo que necesitaba probarme a mí mismo con él. Eso
nunca sucederá en la sala de correos. Tengo que encontrar a esta chica.
Por lo menos salí de casa el fin de semana. Cuando le dije al Sra. Kirby que
estaría bien por mi propia cuenta, incluso sonó aliviada. Y respondí el
mensaje de papá ¿Va todo bien? De esta mañana con: Sólo viendo televisión
en mi celda. No te preocupes, estoy bien.
Uno de los chicos me mira de arriba abajo y luego, satisfecho con que mi
camisa abierta y mis jeans concuerden con su código de vestimenta o algo,
dice.
—En eso tienes razón —responde el chico a su lado, riendo. Levantan sus
jarras para hacerlas chocar en acuerdo.
—Esa chica ha estado viniendo todas las noches, caminando por los
alrededores, preguntándoles a todos su nombre —dice otro chico. Sacude la
cabeza y se limpia la espuma de la boca con la parte posterior de la mano.
—¿Qué hay con esas raras lentes de contacto en forma de estrella? —dice el
primer chico—. Extraño ¿No?
¿Lentes de contacto en forma de estrella? La emoción corre por mi pecho.
Me alejo de su mesa.
—¡De nada! —me grita uno de los universitarios, y sus amigos se ríen.
La chica observa algo al otro lado de la calle, y me doy la vuelta para ver qué
es lo que está mirando. El corazón se me detiene en el pecho. Son dos de los
guardias de seguridad de Papá, y están mirando directo hacia ella.
La sigo mientras navega entre las calles hasta que ha anochecido, y veo como
finalmente entra a una casa de huéspedes con un letrero que dice CASA DE
HUESPEDES CATCHING DEW: NO HAY VACANTES. Regreso a donde estacioné
el auto, esperando que no se vaya mientras lo muevo. Una vez estacionado
frente a la casa de huéspedes, me instalo y mantengo un ojo en la puerta
principal. Ahí es donde mi teléfono suena. Papá está gritando antes de que
yo pueda hablar.
—Tu padre dice que te hospedes en un hotel y que luego conduzcas directo a
Los Ángeles por la mañana —dice.
Papá llama cinco minutos después y me dice que regrese a casa. Estoy
aprisionado; si voy a casa sin la chica, papá definitivamente va a matarme.
Tengo que encontrarla antes de que su equipo de seguridad lo haga y de
alguna manera convencerla de regresar a Los Ángeles conmigo. Recuesto la
cabeza en el volante y experimento un momento de pánico puro. ¿En qué me
he metido?
Respiro profundamente y razono conmigo mismo. ¿Hay algo peor que pueda
suceder? Ya estoy castigado. Voy a estar fuera de Yale hasta que papa haga
algunos movimientos. No puedo pensar en un destino peor que la sala de
correos, aunque estoy seguro que papá podría. Tengo que hacer esto, pienso
y enciendo el auto.
Mantengo la cabeza hacia abajo, mirando las páginas de una revista Time
mientras le veo mirar en mi dirección y tomar asiento al final de mi mesa.
Sólo cuando finge estar leyendo un libro, me permito echar un vistazo.
—Miles.
—¿Qué? ¿A dónde?
—El Beamer. —Miles señala un coche azul-plata que parece nuevo, y luego
envuelve sus brazos alrededor de sí mismo. No hace mucho frío, pero su
camiseta es muy liviana para el clima. No viene preparado, pienso,
continuando la evaluación mental que había comenzado en el momento en
que le vi.
—Vamos —digo.
—¿Ir adónde?
—A encontrar a mi clan.
Me inclino hacia adelante para ver el punto donde el sol se esconde bajo las
nubes de lluvia, para orientarme.
Pero sólo siento diversión al observar a Miles. Tengo una meta, y él es quien
que me va a ayudar a conseguirla. Mi interés termina ahí.
—Algo.
—Bueno, entonces, ¿por qué no rentaste un auto y fuiste por ti misma? —
pregunta curiosamente.
—No sé conducir.
—Se supone que debes llevarme. Y California está al sur. Voy al sureste.
Miles aprieta la mandíbula con frustración. Clava sus dedos en las sienes y
aprieta los ojos. No le gusta acatar órdenes, creo, señalo ese dato en mi lista
y lo agrego, está acostumbrado a conseguir lo que quiere.
—En realidad, no confío en ti. Frankie me dijo que no lo hiciera, pero también
me dijo que tenía que ser honesta contigo.
—Él era mi oráculo —respondo—. Y me dijo que fuera contigo. Por lo tanto,
seas o no peligroso o un psicópata, lo cual no creo que seas…
—Gracias —interviene Miles secamente.
—…. me llevarás.
—No lo sabe —respondo—. Me dijo que fuera con la persona cuyo nombre
me lleve lejos.
—Eres una psicótica —dice Miles, con los ojos muy abiertos. Alejando su
mirada de la mía, se sienta un minuto entero mirando fijamente hacia el
estacionamiento. Él te necesita tanto como tú lo necesitas a él, había dicho
Frankie. Espero.
—De acuerdo. Te llevaré al menos una parte del camino de tu loco viaje. —
Alcanza algo en el tablero— Pero primero tengo que hacer una llamada.
—Sí —dice.
—Así que si el borracho te dijo que fueras el sureste, ¿por qué estamos
yendo hacia el este?
Sólo me siento y la miro durante un minuto hasta que recuerdo lo valiosa que
es esta chica para Papá, y el hecho de que mi nombre, en este momento,
está escrito en sus libros malos en negrita y mayúscula. Lo último que quiero
es que se baje de mi auto y encuentre a otra persona llamada Taxi o Autobús
Greyhound y se deshaga de mí.
—Me llevarás —dice, como si no tuviera otra opción. Caramba, me tiene
clavado: La necesito tanto como ella me necesita a mí.
—¿Qué? —pregunto.
Ojalá se hubiera quitado las lentes de contacto. Me asusta. Una de las chicas
góticas de la escuela tiene lentes de ojo amarillo de gato que dan miedo.
Definitivamente no es lo mío —las personas que fingen ser góticas artísticas.
Y pensar en la escuela me recuerda que, aunque sea rara, la chica ojos de
gato irá a la graduación el mes que viene, y yo no. Piso el acelerador, y el
motor ruge al llevar al auto a ciento cuarenta y cuatro kilómetros por hora. Y
cuando veo que los dedos de la chica se agarran firmemente al borde del
asiento, sonrío.
No puedo evitar mirarla de vez en cuando; podría ser parte asiática, con
pómulos altos y espeso cabello negro. Su ropa parece sacada directamente
de la sección para hombres de Old Navy. Su peinado es realmente feo:
parece como si tuviera un mal corte de pelo estilo militar, que ahora que está
creciendo, se lo peina en pico para parecer más alta. O más feroz.
Papá dijo que llamarla una espía industrial era “muy cercano a la verdad.”
Cuando la vi por primera vez, no la pude imaginar estando involucrada con
algo relacionado al espionaje. Pero ahora que está sentada a centímetros de
mí, puedo imaginarla o totalmente. Parece peligrosa.
—L.A. —digo.
¡Bingo!, pienso, recordando que papá había mencionado que la chica iba a
venir en barco desde Anchorage.
Juneau señala un mapa de ruta del Bosque Nacional que está al lado de la
carretera.
—¿Qué haces? —Mi voz se dispara una octava, como si hubiera aspirado
helio.
—¡No dormiremos aquí esta noche! ¡Ni siquiera es un sitio legal para
acampar! —chillo.
—Si quieres ayudar, puedes encender una fogata antes de que sea muy
oscuro para ver.
—¿Una fogata? Estoy seguro de que eso es ilegal en medio de un parque
nacional. ¿Y por qué necesitamos una fogata? —pregunto—. Ni siquiera hace
frío.
Para cuando me doy la vuelta otra vez, ha hecho una fogata y ha hecho una
especie de asador improvisado poniendo dos ramas en el piso a cada lado de
las llamas. Luego, tan a la ligera, como si se estuviera atando los zapatos o
algo, mete una tercera varilla por la boca del conejo crudo y la saca por el
otro extremo, y tengo la necesidad de caminar hacia el bosque porque siento
que voy a vomitar.
Ve mi expresión y sonríe.
Juneau, puedo Leer que estás cerca y que estás bien. El tiempo
es esencial, ayúdame a encontrarte. Escríbeme un mensaje
diciéndome dónde estás y el cuervo me lo traerá. Después de
eso, NO TE MUEVAS, iré a buscarte. Mi lectura del fuego me
mostró que estás acampando en el bosque con un chico. Hagas
lo que hagas, no confíes en él. Tu amigo, Whit.
¿“Tu amigo”? Esas dos palabras me alarmaron. Whit nunca antes se había
referido a sí mismo así. Mi mentor, sí. Sabio del clan, quizá. O sospecha que
dudo de él y quiere recordarme que puedo confiar en él o fue forzado a
escribir la nota y usó esas palabras para alertarme.
Respecto al tema de los súper poderes imaginarios: todo el día ha sido así, ha
intentado hacer cosas. Hablar con el pájaro. Apretar su collar contra el suelo
y hablar con ello. Tirar piedras y ver los círculos en la superficie del agua
mientras mueve los labios. Cada experimento termina con ella sintiéndose
frustrada, apretando los dientes mientras gruñe y después yendo a intentar
algo más.
Ni siquiera se ofreció a hacer de comer así que calenté algo de cerdo y
guisantes, lo cual no estuvo tan malo como pensé. Le dejé un plato a ella
pero se lo dio al pájaro. Y ahora es casi de noche y no parece que vaya a
hacer la cena a menos que yo haga algo.
Dudo por un momento, esperando que espontáneamente recuerde que es la
hora de la cena y que nos prepare algo con las cosas que compró. Me
concentro mucho. La cena, Juneau. Recuerda la cena. Mierda, si puede leer la
mente del cuervo, podría leer la mía.
Por supuesto, no funciona. Opto por el enfrentamiento directo y camino
hacia el agua para sentarme junto a ella en la roca. Ella no se mueve, se
queda quieta con la cabeza en las rodillas mirando el agua.
—¿Estás bien? —pregunto después de un minuto.
—No —responde.
—¿Es porque te llamé loca?
Pone la barbilla en las rodillas y la apoya para girarla y decir que no.
—Eso no es nada nuevo. Ya hemos acordado que crees que no estoy bien de
la cabeza. Lo que, viniendo de ti, considero un halago. —Sonríe suavemente
con una de las comisuras.
Algo en su expresión hace que mi corazón sienta un poquito de felicidad.
¿Qué me pasa? Definitivamente me está pegando su locura.
Ella suspira y pone su expresión seria de nuevo.
—Me quedaré aquí hasta que me llegue una señal de hacia dónde ir ahora.
Pero no te obligo a quedarte conmigo, ya sabes. Puedes irte cuando quieras.
—A pesar de mis amenazas, no te dejaría sola en medio del bosque —
protesto.
—Porque no sería capaz de sobrevivir sin tus avanzadas habilidades de
supervivencia —me responde intentando no reírse—. Vale. Gracias por
decirme que no me dejarás tirada. Pero podrías dejarme en la próxima
ciudad —continúa.
No digo nada.
—Frankie tenía razón. Me necesitas, ¿no? —me pregunta. Me siento
acorralado y me encojo de hombros. Ella no me presiona y vuelve a mirar el
agua—. Si no te gustan los lagartos, ¿por qué te comiste tres? —murmura, y
no puedo evitar reír. Esto me consigue una sonrisa y se mece hacia delante y
hacia atrás durante un segundo antes de suspirar y parecer cansada.
—No has comido —digo—. Y aunque no me has dicho una palabra en todo el
día, no puedo evitar notar que has mantenido conversaciones enteras con
todo tipo de objetos inanimados. Y cuando no te respondían, parecía que
querías patearlos hasta la muerte.
—Suena a locura, ¿verdad? —me pregunta. Asiento—. Suena a locura…
parece una locura. ¿Por qué no te conformas con tu diagnóstico de locura y
me dejas en paz?
—Porque parece que estás teniendo una crisis. Y los amigos no dejan que los
amigos tengan crisis —digo incluso sabiendo que no sabrá a qué me refiero.
Nunca pilla estas cosas.
—Así que, ¿eres mi amigo? —me pregunta escépticamente.
Mierda. ¿Qué he hecho? Me encojo de hombros y miro al agua.
—Bueno, no diría que somos los mejores amigos pero no te odio. Al menos
no en este preciso momento.
Casi sonríe y siento mi corazón otra vez agitándose. No, Miles. No vayas por
ahí, me urjo.
Ella está hablando.
—Dime algo de ti. No tiene que ser importante.
Me inclino hacia delante y recojo una piedra del suelo al lado de la roca
donde estamos sentados. La hago girar en mi mano, sintiendo su suavidad,
viendo los colores cambiar en el interior, parecido al cuarzo, al inclinarla
hacia delante y atrás en el aire azul del anochecer. Y entonces la tiro tan lejos
como puedo en el agua y espero al plop antes de girarme hacia ella y decir:
—Fui expulsado del instituto un par de meses antes de la graduación.
—¿Por qué? —me pregunta.
—Por copiar en un examen —respondo—, entre otras cosas.
—¿Qué otras cosas?
—Llevar alcohol y hierba.
—¿Hierba?
—Drogas.
—Ah. —Duda y entonces pregunta—: ¿Y por qué copiaste? ¿No habías
estudiado?
—Esa es la cuestión. No necesitaba copiar. Había estudiado, sabía todas las
respuestas. No sé por qué lo hice. —Intento recordarlo y no puedo. No era
importante. Era trivial. Lo había hecho un millón de veces—. Probablemente
para ver si podía salirme con la mía. Por la emoción.
—¿Y crees que yo soy rara? —dice. Me encojo de hombros y cojo otra piedra.
Juneau se pasa la mano por el pelo revuelto otra vez. Exhala profundamente
y parece que su cuerpo se desinfla como un globo.
—Supongo que no importa lo que diga porque no vas a creerme. —Se mueve
para quedar frente a mí—. En 1984, al inicio de la Tercera Guerra Mundial,
mis padres y algunos amigos escaparon de América para instalarse en la
Alaska salvaje.
—No hubo Tercera Guerra Mundial —interrumpo. Me mira con frustración.
—¿Vas a escucharme o qué?
Me echo hacia atrás apoyándome en los codos y escucho.
Cuando acabo, Miles sigue sentado ahí, estupefacto. Tiene la boca medio
abierta y las cejas congeladas en la posición más alta que se puede conseguir
con ellas. Al final, recuerda cómo hablar y me dice:
—¿Y ahora? —me pregunta.
—Y ahora algo le ha pasado a mis habilidades. Desde ayer, casi no puedo
Leer. Definitivamente no puedo Conjurar. Ni siquiera puedo leer nada en Poe
y ya hemos tenido una conexión.
—¿Puedo ver algunas de las cosas que usas? —me pregunta y me sorprende
darme cuenta de que mientras hablaba ha desaparecido su máscara de
sarcasmo e incredulidad y que ahora mismo está siendo sincero. Puede no
creer lo que le digo pero cree que le estoy diciendo lo que creo que es
verdad. No tengo que Leerle para saber eso.
Whit me enseñó a leer el lenguaje corporal, a ser perceptiva con la forma en
que las personas dejan ver sus sentimientos y pensamientos de forma
inconsciente en sus gestos y expresiones faciales. Por primera vez, Miles ha
bajado la guardia. Ha dado el primer paso para confiar en mí.
Así que le respondo con reciprocidad. Le enseño mi mochila. Me observa
sacar el polvo de Fuego, las piedras, las hierbas y las calaveras y huesos de
animales y me pregunta para qué sirve cada uno. Es raro… tengo la sensación
de que enseñándole estas cosas estoy traicionando a mi gente… sacando sus
secretos a la luz. Por si acaso, dejo que mis explicaciones sean
intencionalmente vagas.
Y no saco las piedras preciosas ni las pepitas de oro. Whit especificó que esas
siempre tenían que permanecer escondidas de los extranjeros. Aunque Whit
es un traidor, su consejo sigue siendo útil. Frankie me advirtió que no
confiara en Miles. Lo último que necesito de este chico de ciudad es que se
vaya en el coche con mi dinero y mi oro, quedando completamente varada.
Le observo mientras inspecciona la bolsa de raíz de espino molida, oliéndolo
y arrugando la nariz con desagrado.
—Llevas contigo un montón de… cosas —dice finalmente.
—Lo sé —respondo—. Whit tiene distintos usos para todo esto. Yo no
necesito la mayoría de ellos. Uso mi ópalo para casi todo excepto para Leer el
Fuego. Pero cuando Whit está conmigo, los uso para hacerle feliz.
—¿Por qué eso le haría feliz? —pregunta Miles.
Me revuelvo inquieta, no muy cómoda con lo que voy a decir.
—Leo mejor que él. Ya me ha enseñado todo lo que puede de Leer y estoy
aprendiendo a Conjurar de forma autodidacta. Él es quien descubrió la
conexión humana con el Yara y ha trabajado muy duro para encontrar las
distintas formas de conectar. He comenzado a sentir que quizá se equivoca y
que todos estos tótems sólo complican las cosas, pero nunca sería capaz de
decírselo —cojo la pata de conejo y me acaricio con su suavidad la mejilla.
—¿Whit es quien empezó con todo esto?—me pregunta.
—Sí, aunque un montón de lo que dice está sacado de tradiciones de todo el
mundo, especialmente del este, como el budismo y el hinduismo. Al parecer
era la moda en la América de los sesenta. Leí sobre los rosarios o iconos de
los católicos para concentrarse, y de los budistas usando las cuentas
oracionales o mándalas o velas. Creo que estos objetos —señalo al montón
de cosas— sirven para el mismo propósito para Whit. Pero he empezado a
sospechar que los objetos por sí mismos no son importantes. Parece que es
más importante la intención tras su uso, la voluntad del que los usa, eso es lo
que hace la diferencia.
—Entonces, ¿por qué sigues usando el polvo para Leer el Fuego y tu ópalo?
—pregunta Miles.
—Sólo porque tenga mi teoría no significa que piense que funciona —
respondo—. Estas son cosas en las que he estado pensando. Pero mi
conexión con el Yara parece estar volviéndose más y más débil. No me
sentiría capaz de intentar cambiar las reglas ahora. —Me doy cuenta de que
he estado acariciando mi ópalo mientras hablaba y lo presiono contra mi
pecho para asegurarme a mí misma que sigue ahí, mi conexión con la
inconciencia del súper organismo colectivo. El Yara.
Siento la necesidad de cambiar de tema y, metiendo la mano en la mochila,
saco el libro del Movimiento Gaia. Girándolo, saco la foto que he llevado
conmigo desde Denali.
—Estos son mis padres —digo, enseñándosela.
—¿Una foto vieja? —me pregunta, mirándola con atención.
—De antes de que naciera —le confirmo.
Mientras la estudia me doy cuenta de algo distinto en él. Hay una suavidad
que no había visto antes. Y me doy cuenta de que es porque ha bajado la
guardia. Ahora parece agradable.
Una vez más, le veo a través de los ojos de Nome. “Echándole un vistazo”,
diría ella. Es guapo en una refinada y consentida forma, no robusto como
Kenai. Las líneas de su cara… sus pómulos, su barbilla, su nariz aguileña… son
tan fuertes y definidas como si estuvieran esculpidos en arcilla.
Él mira a la foto y a mí alternativamente, comparando mi cara con la de mis
padres. Y mientras sus ojos verdes resiguen mis rasgos, algo me agita. Parece
el escalofrío que sentía en el corazón cada vez que salía de mi yurta por la
mañana y veía la belleza del Monte Denali cubriendo nuestro pueblo. Aunque
había crecido ahí y había visto la misma visión cada día, siempre me sentí
sobrepasada por su esplendor.
Eso es, pienso. Ese es el familiar escalofrío dentro de mí. Miles es hermoso.
Sin pensar, levanto la mano hacia el pecho y aprieto con palma de mi mano
como hacía cada mañana, empujando las emociones hacia adentro para que
no se desbordaran.
Un líder debe ser fuerte. No debo dejar que las emociones afecten a las
acciones, me recuerdo. Estaba a punto de convertirme en la Sabia del clan.
Tenía responsabilidades.
Tengo responsabilidades. Recordarlo me despierta de mi ensueño. Mi meta
es encontrar y salvar a mi gente. Me levanto. No puedo permitirme ser
apartada de lo más importante en mi vida.
La seguridad de mi clan depende de que haga todo lo que pueda para
encontrarlos. Sin perder el tiempo hablando con un adolescente que fue
expulsado del instituto por algo que incluso él admite que fue idiota.
Miles toma el que me haya levantado como un signo de que nuestro
momento de intimidad se ha acabado y se levanta también. Me devuelve la
foto.
—Eres igual que tu madre —me dice.
—Gracias. Todos dicen que habríamos parecido gemelas… si no hubiera
muerto cuando tenía cinco años —respondo sin emoción, metiendo la foto
en el libro de nuevo. Miles duda y después me habla.
—Lo siento.
—Fue hace mucho. Ni siquiera la recuerdo bien. Mi padre me crió con la
ayuda del clan y Whit ha sido mi mentor desde que mi madre murió.
—Así que tu padre debe estar en sus cincuentas ¿no? Parece bastante joven
aquí. —Señala la foto. Yo me río.
—Tiene cincuenta y ocho. Y tiene un aspecto exactamente igual que en la
imagen.
—Excepto porque probablemente tiene el pelo canoso y arrugas —dice
Miles.
—No. Mi padre es uno con el Yara. No ha envejecido ni un solo día desde que
la foto fue tomada —insisto. Miles entorna los ojos.
—Sí, claro —dice él con la boca torcida. Y, así, su muro vuelve a su lugar y me
doy cuenta de que no ha creído ni una palabra de lo que he dicho. Estoy
increíblemente agradecida de haber parado antes de dar más detalles sobre
el Yara. Antes de confiarle mis creencias—. ¿Vamos a cenar esta noche? —
me pregunta, cuando está claro que su pregunta real es “¿Cuándo vas a
cocinar para mí?”.
—No tengo hambre —digo, y después me doy cuenta de que estoy
famélica—. Si quieres cena, cocina. Al menos eso te garantizará que no te
obligaré a que comas lagarto esta noche. —No puedo evitar el tono helado
en mi voz.
Él agita la cabeza con un gesto amargo como si se arrepintiera de haberme
estado escuchando la última media hora. Malhumorado, se dirige al coche
para hurgar entre las cosas del maletero.
No importa si piensa que miento. Sé que es cierto. Caminar por Seattle,
viendo a personas mayores y enfermos, me hizo pensar que había estado
viviendo en una utopía en Alaska. Después de que el Rito completa nuestra
unión con el Yara, nadie vuelve a envejecer. Nadie muere a no ser que sea en
un accidente como el de mi madre o como el anciano que fue matado por un
oso. Aquí, en el mundo exterior, todo el mundo está desconectado del Yara.
Pueden envejecer, enfermar y morir.
Me pregunto si nuestra especial relación con el Yara tiene algo que ver con la
desaparición de mi clan. Si alguien quiere lo que tenemos. Pero, ¿cómo
podrían siquiera haber sabido de nosotros? Hemos estado escondiéndonos
durante décadas.
Whit, pienso. Todo vuelve a él. Todavía es demasiado duro de imaginar que
él haya sido el cabecilla tras la captura de mi clan. Pero quizá habló sobre
nosotros cuando estuvo fuera, en el mundo. Quizá sin querer nos traicionó.
—Así que dime, ¿cuál fue la última lectura o conjuro o lo que sea que hiciste
exitosamente? —doy una mordida de la papa crujiente que yo, sí yo, Miles
Blackwell, cociné envuelta en papel aluminio en la fogata. De hecho, cociné la
comida completa de esta noche.
Está bien, así que la primera lata de estofado de res explotó. ¿Cómo se
suponía que iba a saber que no puedes cocinar comida en una lata?
Afortunadamente, teníamos algunos respaldos, así que los abrí y los calenté
en una sartén.
—¿Por qué importa? —pregunta Juneau, soplando en el trozo de res
humeante arponeado con su tenedor—. No creerás una palabra de cualquier
forma.
—Cierto —respondo, sosteniendo mi cuchara arriba para hacer énfasis—. Sin
embargo, en el equipo de debate, a menudo fui usado para hacer de
abogado del diablo. Así que no me importa suspender la incredulidad si va a,
uno, sacarte de tu humor letal y, dos, nos deja irnos de esta costa
espeluznante. Está comenzando a recordarme al lago infestado de Jason en
Viernes 13 —Miro sobre el fuego para ver la expresión familiar de Juneau de
incomprensión, y mi corazón cae—. ¿Por qué siquiera trato con las
referencias culturales? —gimo.
—No lo sé, ¿por qué lo haces? —dice bruscamente. Y después dice— Leer las
emociones de Poe ayer en el auto.
—¿Esa fue la última vez que sentiste como que leíste? —clarifico, haciendo
un esfuerzo por seguir el ritmo de sus saltos de conversación.
—Sí, aunque me tomó un largo tiempo conectarme —manifiesta—. Estoy
acostumbrada a que sea inmediato.
—¿Entonces cuándo fue la última vez que fue inmediato? —pregunto.
—Cuando Leí el fuego en el Monte Rainier.
—Está bien —digo—. ¿Entonces qué ha pasado entre entonces y ahora?
Me mira fijamente con los ojos perdidos y menea la cabeza.
Pienso.
—¿Qué hay de Whit? —pregunto—. Cuando el pájaro no volvió con él, ¿crees
que pudo haberte bloqueado para conectarte al Yara? —doy lo mejor de mí
para no dejar que una inflexión sarcástica entre sigilosamente en mis
palabras. Si piensa que me estoy burlando de ella, va a callarse de inmediato
y esta conversación terminará. Junto con mi esfuerzo por ablandarla para
que podamos irnos.
Deja su tazón en el suelo y sacude la cabeza pensativamente.
—Eso sería como bloquearme de respirar el aire alrededor mío. ‘Nada puede
interponerse entre los seres humanos y la Yara excepto la incredulidad de los
propios humanos.’ Esa es una cita del mismo Whit —digo.
Me estoy sintiendo mal por ella de nuevo. Realmente cree estas estupideces.
Tengo un ansia abrumadora de tomar su mano y decirle que está bien. Que
ha sido lavada del cerebro, y que mientras más pase lejos del culto hippie
más normal se volverá.
—Bueno entonces, tal vez estás bloqueando tu propia conexión con el Yara
—ofrezco, sintiéndome levemente orgulloso de mí mismo por hallarle
sentido a su basura de culto—. Tal vez ahora que estás lejos de la influencia
de Whit y tu papá, estás comenzando a dudar las cosas que te enseñaron. Lo
cual haría sentido totalmente, viendo que mintieron acerca de la Tercera
Guerra Mundial y todo —solo estoy intentando llegar a conclusiones lógicas
de sus creencias completamente ilógicas, pero se ve como si la acabase de
abofetear.
—O tal vez no es eso en absoluto —ofrezco débilmente—. Tal vez mientras
más lejos estés de tu tierra, ¿menos conexión tienes con el Yara?
Cierra los ojos y sacude la cabeza en un gesto de cómo-podrías-saber-algo-al-
respecto.
—El Yara no está solo en Alaska. Está en todos lados.
Se pone de pie y, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura, camina
lentamente de atrás para adelante junto al fuego
—Lo que dijiste sobre dudar —dice finalmente—. Eso sí tiene sentido. Fue
después de que me enteré que Whit estaba trabajando con la gente que
secuestró a mi clan que mi Lectura se vio afectada. El que me haya espiado
tan descaradamente confirmó mis sospechas de él… si necesitaba mayor
confirmación —frota sus dedos distraídamente sobre su frente—. Supongo
que puedo determinar que en ese instante definitivamente perdí toda mi
confianza en él. Y sí, supongo que estoy cuestionando todo lo que me enseñó
también.
—¿Tenían libros para niños en tu comuna? —pregunto. Juneau me mira
como si me hubiera crecido otra cabeza—. Juro que esto es relevante —
prometo.
—Sí, teníamos una pequeña colección de libros para niños.
—¿Tenían Peter Pan? —pregunto.
Asiente y frunce el ceño, intentando adivinar a qué voy.
—Lo que estás diciendo es como Wendy y sus hermanos volando con polvo
de hadas. Tenían que creerlo o no podían volar.
Asiente pensativamente pero todavía tiene esa mirada lastimada en su cara.
—Podrías estar en lo correcto —admite. Suspira fuertemente y se vuelve
para dirigirse hacia el bosque. Mirándome de vuelta, dice—. Gracias por la
cena. Voy a ir por un paseo y pensar en cosas —el pájaro la observa irse y
aletea para aterrizar en su hombro como un mono raro entrenado.
En cuanto a mí, me siento observando el fuego y pienso sobre cómo parece
una persona realmente agradable. Cómo en verdad está comenzando a
agradarme. ¿Por qué otra cosa habría pospuesto hablarle a Papá cuando
quiera que tuviera acceso a un teléfono? Porque, por una vez, siento que lo
estoy pasando bien. Me estoy divirtiendo.
Es triste lo estropeada que fue criada Juneau. Como un miembro de un culto.
Totalmente lavada de cerebro. Totalmente delirante. Casi me hace querer
ayudarla. Si salvar mi propia piel no fuese de máxima importancia, estaría
tentado a intentarlo.
Camino en el bosque sosteniendo a Poe en mi brazo, sintiéndome tan
desorientada como si hubiese atravesado una puerta a un universo alterno.
Por segunda vez en un mes. Estoy perdiendo mi fe, así que estoy perdiendo
mis habilidades —esa debe ser la respuesta. Y si eso sucede, no hay forma de
que pueda ser capaz de salvar a mi clan, mucho menos encontrarlos. Pero
con todas las mentiras que me han dicho, ¿cómo puedo creer cualquier cosa
que me han enseñado? ¿Cómo separo la verdad de la ficción?
Poe vuela y se posa arriba en un árbol mientras me dirijo directamente a un
grupo de arbustos de acebo gigantes, dejándolos rasguñar mis brazos
mientras paso. Los pinchazos de sus espinas me aseguran que no estoy
caminando dormida.
Llego a la orilla del agua y comienzo a rodear el lago.
Necesito resolver qué, si acaso, me queda. Saco mi ópalo de debajo de mi
camisa, le doy la vuelta sobre mi cabeza, y lo presiono contra el suelo.
—Papá —digo, y me concentro en Leer sus emociones. Un coro de grillos se
lanza en su canción nocturna del otro lado del lago, y una densa niebla levita
a pulgadas sobre la superficie del agua. Espero. En algún lugar en el lago, un
pez salta, salpicando al romper la superficie del agua. Espero. No pasa nada.
Doy la vuelta al cordón de vuelta sobre mi cabeza y meto el ópalo debajo de
mi camisa. Entonces, agachándome, pongo mi mano desnuda contra la tierra
húmeda y fría, e intento de nuevo. No obtengo nada. Ni siquiera el menor
hormigueo de conexión.
El cielo es negro como boca de lobo y la temperatura ha bajado. Continúo mi
caminata alrededor del lago, frotando mis manos arriba y debajo de mis
brazos para calentarme, pero decido no regresar al campamento hasta
resolver esto.
Repasé mi repertorio completo de habilidades de Lectura el día de hoy, y
nada funcionó excepto las Lecturas más simples de lanzar-piedras. En las
cuales confirmé cosas que ya sabía: como que mis padres aún estaban muy
lejos y Whit aún intentaba alcanzarme.
Si la teoría improvisada de Miles tiene un poco de verdad en ella, entonces es
un círculo vicioso —mientras más desconfianza tenga en la Yara, menos
funcionará. No puedo simplemente escoger y elegir qué creer.
Sí, ¡sí puedes! Me aseguro. Seguramente no todo lo que me dijo mi clan eran
mentiras. He visto funcionar al Yara. Lo he manipulado yo misma.
Pero también sé que mucho de lo que me fue enseñado eran mentiras.
Siento mi creencia titilar como una flama en el viento. Sé que el Yara existe,
insisto, y me imagino ahuecando mis manos alrededor de la flama para
protegerla.
Silbo hacia el bosque y chasqueo mi lengua, y Poe vuela de un árbol cercano
para pararse junto a mí en la playa de guijarros. Agachándome, peino mis
dedos sobre sus plumas de ébano, formulo lo que voy a hacer en mi mente,
toco mi ópalo, e intento conectarme al Yara.
Creo, pienso, y doy lo mejor de mí de mandar todas las dudas, todos los
sentimientos de traición, tan lejos de mí como se pueda. Nada sucede. Ni
siquiera un hormigueo.
Exhalo profundamente e imagino mi flama diminuta de fe expandiéndose al
tamaño de un incendio forestal, y después de un segundo siento el menor de
los zumbidos en las puntas de mis dedos. ¡Sí! Pienso con entusiasmo, y trato
de centrarme.
Miro a Poe y después imagino a mi padre en mi mente. Poe, ¿puedes
encontrar a mi padre por mí? Pienso. Imagino el escenario del desierto e
intento pasar la imagen a Poe.
Poe me mira fijamente y después se mueve y comienza a picar unas piedritas
como diciendo que no le podría importar menos. Está bien, intentaré algo
más fácil entonces. Sujeto mi ópalo y pongo mi mano en Poe una vez más,
esta vez imaginando a Miles en mi mente. ¿Dónde está? Pienso. Llévame a
Miles.
Poe inclina la cabeza hacia un lado, como diciendo, Tú sabes tan bien como
yo dónde está Miles. Pero abre sus alas y despega, dirigiéndose al
campamento. Adrenalina se filtra por mis venas, y salgo corriendo, siguiendo
a Poe a través del bosque. Cuando llegamos al claro, Poe circula el auto una
vez y aterriza en el techo. Grazna y, con su trabajo completo, comienza a
coger algo de su ala con su pico.
Jadeando, me agacho y, mirando por la ventana del auto, veo que Miles se ha
quedado dormido en el asiento del copiloto con un libro en su pecho y la luz
de encima prendida. Ignoro el revoloteo en mi pecho al mirarlo de cerca: sus
labios están ligeramente abiertos y su pecho sube y baja con sus respiros
superficiales.
Necesito concentrarme. Mi Conjuro funcionó. Mis poderes están ligados a mi
fe —eso está claro. Y estoy perdiendo mi fe progresivamente, no en el Yara,
pero en Whit y lo que me enseñó. Necesito comenzar desde el principio y
probar lo que creo que es verdad. Y hasta que pueda resolver por mí misma
lo que realmente creo, necesitaré reunir cada último hilo de fe que aún tengo
para poder continuar usando mi don.
¿Pero qué si mi problema es mucho peor? ¿Qué si mi duda cae de golpe
como barras de hierro y me bloquea el acceso a mis poderes de una vez por
todas? Si hay siquiera la menos posibilidad de que eso suceda, tengo mucho
que hacer antes de que lo haga.
DESPIERTO CUANDO EL VIENTO FRÍO DE LA TARDE me golpea en el rostro.
Juneau me ofrece su brazo.
—Si duermes así te dará tortícolis y no podrás conducir —dice. Me empuja
fuera del auto y me lleva a la tienda de campaña, donde me recuesto
atontadamente.
Juneau se va y regresa con una taza de líquido hirviendo.
—Hice un poco de té, te ayudara a dormir mejor —sabe a regaliz y a
malvaviscos; me lo trago todo antes de acostarme.
—Siento si pareció que no te había creído —digo adormilado—. Es sólo que
es demasiado para digerir de una vez. Pero, en serio, no me estaba riendo de
ti. Sólo intento ayudar.
Sus labios hacen un esbozo de sonrisa y parece casi avergonzada.
—Lo sé —dice, y toma mi mano.
El contacto de nuestra piel produce una reacción en mí. Inmediatamente
estoy despierto… cien por cien presente. Parece como si un torbellino de
espinas me apretara el pecho, hiriéndome desde el interior. Diciendo eso
parecería doloroso… No lo es. Es la clase de sensación… como una picazón
que te hace hacer cosas locas. Que te impulsa a actuar de una forma que no
se te había pasado por la cabeza.
O tal vez sí lo había hecho; pero lo he ignorado porque Juneau era el
pasaporte hacia mi padre y no quería arruinarlo. Ahora que ella me ha
contado su historia estoy seguro de que ha habido un mal entendido. Sin
importar lo que papá diga, ella no es una espía. De acuerdo, ha sido criada
para creer en algunas cosas extrañas, pero eso no es culpa suya. Y, por haber
pasado por lo que le tocó vivir, Juneau debe ser increíblemente fuerte. Y
valiente.
Me doy cuenta de todo esto cuando noto que, por una vez, ha dejado caer su
barrera defensiva. Sus ojos color miel recorren mi cara con compasión y
tengo una urgencia exagerada de tirar de ella hacia mí, abrazarla y besarla.
NO DEBÍ HABER TOMADO SU MANO. Le hizo algo a él. Causó algo en los dos.
Envió una tormenta de relámpagos a todo mi cuerpo. La electricidad que
sentí cuando nuestra piel hizo contacto era como el hormigueo que siento
cuando me conecto con el Yara. Multiplicado por mil.
Sólo intentaba tranquilizarlo. Hacer que confiara en mí. Decir que lo podría
haber exagerado sería un eufemismo. Porque un segundo sostenía su mano,
mirándole una vez más como Nome lo haría, no podía evitarlo. Parecía tan
inofensivo y dormido… y absolutamente maravilloso.
Y al segundo siguiente su mano está detrás de mi cabeza y me ha tirado
sobre él y nos estamos besando… besándonos como locos. Mi cuerpo entero
vibra. Y todo lo que quiero hacer es seguir presionando mi pecho contra el
suyo y enredar las piernas con las de él y extender los dedos por su hermoso
y rizado cabello y sentir sus labios recorriéndome el resto de la noche. Pero
no puedo. No puedo hacerlo. Debo…
—Detente —digo, y me impulso hacia arriba con las manos y rodillas,
colocándome por encima de él. Miles extiende su brazo hacia mí con anhelo
escrito por toda su cara, pero niego con la cabeza.
—No —digo, me muevo hacia un lado para quedar sentada dentro de la
tienda, justo como él.
Su expresión es una mezcla de arrepentimiento, confusión y decepción.
—Lo siento, no puedo —digo.
—No, está bien —dice, levantando la mano hacia el frente y cerrando
fuertemente los ojos. Los dos estamos respirando fuerte y mi corazón está
latiendo a mil por hora. Me muevo hacia la entrada de la tienda, paso por las
puertas de lona y, una vez que estoy afuera segura, me giro a mirarle.
—¿Estás bien? —pregunta.
Asiento con la cabeza y cierro la cremallera encerrándolo.
Camino hacia el fuego y descanso frente a él. Esto es demasiado. Demasiado
al mismo tiempo. Me lamo los labios y pienso en la boca de Miles sobre la
mía y mi cuerpo se incendia.
Miles no es mi primer beso. Pero besar a Kenai fue diferente. Él era un amigo
y un potencial besador de nuestro clan. Además, Kenai era el único chico al
que podía besar sin que significara algo. Fue agradable, de una forma
amistosa, como un abrazo. Pero nada como el ardor del beso de Miles.
Deja de pensar en eso, me insisto. Tengo que controlarme. Miles no es nada
para mí más que su utilidad. No puedo sentir nada por él. Me preparo para lo
que estoy a punto de hacer.
Sofoco todos los pensamientos de Miles, de sus labios suaves y sus brazos
fuertes. No voy a poder calmar a mi corazón si sigo recordando el beso.
Pienso en lo que necesito preguntar. Ésta puede que sea mi última
oportunidad.
Si nos están siguiendo, cada segundo cuenta. Necesito mejores instrucciones
para encontrar a mi clan. Y necesito, no sólo saber cómo eludir a Whit, si no
también cómo puedo pelear contra él si me atrapa. Y cómo ganar.
Abro la cremallera de la tienda para encontrar la forma inmóvil de Miles. El té
especial que le he dado ha hecho su trabajo. Está profundamente dormido y
no despertará. Dudo. Esto está estrictamente prohibido: nadie consideraría
Leer a ningún otro ser humano sin su aprobación. Me recuerdo a mí misma
que estoy haciendo todo esto por el bien de mi clan. Por la protección de mi
gente.
Entro a la tienda y me siento con las piernas cruzadas cerca de Miles,
tomando su mano mientras con la otra sostengo mi ópalo. No se mueve y
sigue respirando profundamente. Mis latidos se calman para acoplarse con
los suyos. Aún sigo creyendo que el Yara existe, pienso, convocando todos
mis pensamientos positivos y canalizándolos hacia nuestras manos unidas.
Me sacudo mientras nos conectamos al Yara. Los parpados de Miles se abren
repentinamente. No miran nada: mira al techo de la tienda de una forma
ausente.
—Miles —digo—, eres mi oráculo.
Su cabeza se mueve sigilosamente mientras asiente.
—Sí, Juneau. Soy tu oráculo.
—DEMONIOS, SIENTO COMO SI HUBIERA DORMIDO sobre una pila de rocas
—digo gateando fuera de la tienda de campaña y presionándome los
pulgares fuertemente contra las sienes mientras la luz del sol me quema las
retinas.
—Desayuno —dice Juneau, y sacude una caja de Cap’n Crunch4 hacia mí
desde donde está sentada, junto al impecable hoyo de la fogata. Miro a mi
alrededor. Todo ha sido empacado. Y el baúl del auto está abierto con
nuestros suministros guardados con esmero.
—¿Esto significa que nos vamos?
—Sí —me confirma, y alimenta con la mano llena de cereal al pájaro, que se
mantiene obedientemente a su lado como el saco de pulgas oportunista que
es.
Me siento a unos pocos metros de distancia, me sirvo una taza de jugo de
naranja y doy un trago. Miro hacia Juneau, desvía la mirada. Hay un estorbo
en el campamento y se llama último beso. Pero si Juneau no dice nada al
respecto, no seré yo quien lo haga. No puedo evitar mirar sus labios rojo
cereza aunque no use maquillaje y siento un hambre que no tiene nada que
ver con mi estómago vacío.
—No más dormir en el suelo —me quejo bajando la taza y frotándome la
frente—. No me importa si sigues insistiendo en quedarte en el bosque, nos
quedaremos en un hotel esta noche.
Juneau mira hacía mí con diversión y alcanza una bolsa pequeña de fuera de
su equipaje. Pone un par de píldoras en su mano y me pasa una.
4
Línea de productos de cereal y avena para el desayuno. Fabricado e introducido en 1963
por Quaker Oaks Company.
—¿Qué son? ¿Píldoras que envían a la luna de los hippies? —pregunto sin
pensar, y luego me paralizo—. Lo siento. Mala costumbre. —Estoy
determinado a no hostigarla hoy.
—Son unas milagrosas píldoras que me enseñó el dueño de la casa de
huéspedes en Seattle donde me quedaba —me dice, con una sonrisa
irónica—. Las llamó… Advil.
Río y luego me las llevo a la boca, tragándolas con un poco de jugo.
Juneau me llena un tazón de cereal, pone una cuchara dentro y lo empuja
hacia mí.
—Guau, ¿qué hice para merecer tal servicio? —pregunto.
Una extraña expresión se enmarca en su rostro ¿Es culpa?, pero rápidamente
pone una sonrisa en sus labios. Algunas veces parece ser tan fuerte. ¿Pero
verdad que se ha sentido mal durante los últimos cuatro días? Me recuerdo.
Levanta la caja de cereal y señala al personaje con bigote de sombrero azul.
—Esto está realmente bueno, pero esto —señala a la caja de tamaño familiar
de Por-Tarts5 congelados de fresas—, es lo mejor que he probado.
Río.
—¿Es esta tú comida de isla desierta?
—¿A qué te refieres? —pregunta.
—Es un juego. Si estuvieras atrapada en una isla desierta y sólo pudieras
tener una buena comida, ¿cuál sería?
Ni siquiera lo duda.
—Podría comer Pop-Tarts de desayuno, almuerzo y cena durante el resto de
mi vida. Sin problema —dice. Una pequeña sonrisa se refleja en su habitual
rostro severo. Y ahí está de nuevo. La adolescente normal a la que besé la
5
Pop-tarts es el nombre con que se le conoce a unas tartas planas, rectangulares y pre
horneadas hechas por la compañía Kellogg's.
noche anterior. A quien realmente quiero besar de nuevo. Quien desearía
que no se escondiera tras esa madurez y responsabilidad. Hablando de
dobles personalidades… Juneau podría ser la protagonista de una película de
súper héroes.
Tomo mi tazón e inspecciono el contenido detenidamente. No creo haber
comido Cap’n Cruch antes. Mi madre me crió con una dieta basada en grano
espolvoreada con asqueroso germen de trigo sin azúcar. Pensar en ello hace
que se me revuelva el estómago, así que lo saco de mi cabeza.
Cereal azucarado, pienso, regresando a mis pensamientos de aquí y ahora.
Mastico tentativamente los cuadros de azúcar cien por cien artificiales. Y mi
paladar se derrite con éxtasis. Juneau tiene razón: es muy bueno.
—Delicioso —digo con la boca llena, y me dirige una mirada satisfecha.
Juneau feliz. Tan rara como un arcoíris triple.
Se levanta.
—Tú termina de desayunar, yo desmontaré la tienda.
Para cuando estoy lavando mis platos en el lago, Juneau y el pájaro están
sentados dentro del auto, esperándome.
—¿Tienes prisa? —pregunto mientras me siento al volante.
—Siempre tengo prisa: hasta que encuentre a mi clan —dice. Llegamos a la
carretera principal, giro el volante en dirección a la autopista. Juneau está
revisando el mapa—. No vayas a la autopista, quédate en esta carretera —
dice después de haber conducido unos minutos—. No queremos meternos
en la autopista 84.
—¿No? —pregunto—. ¿Por qué?
—Confía en mí —dice. Conducimos en silencio durante quince minutos. El
pájaro está en el asiento trasero, mirando por la ventana, disfrutando del
paisaje como si fuera un perro—. ¡Allí! —exclama Juneau señalando a la
señal que dice SPRAY.
—¿Ése es el nombre de un pueblo? —pregunto crédulamente.
Se encoge de hombros.
—Ahí es dónde vamos.
—Estamos a ciento veintidós millas de distancia —digo—.Tardaremos un par
de horas.
Asiente como esperaba que hiciera.
—¿Puedo decir que Spray está a nuestro suroeste, no sureste? —pregunto.
—Lo sé —responde—. Tengo el mapa.
—¿Puedo también decir que estamos en el cuarto día de viaje y aún
seguimos bastante lejos del viejo oeste?
—Sólo sigue conduciendo, tenemos nueva ruta.
—¿Ahora seguimos una ruta cuando nos hemos pasado todo un día sentados
sin destino?
—No estábamos sentados sin destino —me responde a la defensiva—.
Estaba esperando una señal. Una confirmación de qué hacer.
—¿Y obtuviste tu señal?
—Sí, obtuve unas cuantas.
—Bueno, me alegro por ti —digo y en realidad me alegro por ella. Parece que
mi entusiasta conversación funcionó y ha vuelto con su fabulosa mágica
manera de ser. Siento una ligera punzada de culpa por persuadirla de hacer
esto, pero la hace feliz y no tendré que dormir una noche más en el suelo:
puedo sobrellevarlo.
—Sí, pero quién sabe si esas serán las últimas señales que reciba en toda mi
vida —dice, mirando hacia fuera con la cabeza apoyada en el respaldo.
—¿Puedo preguntar cuáles fueron?
—Una es que Whit sigue buscándome y no está muy lejos de nosotros. Él
sabe dónde está mi clan, y si tú y yo vamos por el camino correcto, tenemos
que tener cuidado de no cruzarnos con ellos. Estarán bastante cerca.
—El traidor de las medicinas y sus secuaces se están acercando. ¡Qué bien!
—digo mientras llegamos a la desviación hacia Spray. La tomo y nos dirigimos
al suroeste. Directo a California. Directo a casa. Tengo que llamar a papá.
Como si Juneau hubiera leído mi mente, pregunta:
—¿Tus padres no van a estar preocupados?
Es la primera vez que pregunta algo de mí, aparte de cosas vagas.
—Cuéntame de ti. —Es la primera vez que se interesa en mí. Así que, ¿por
qué hay una pequeña chispa de esperanza dentro de mí? Tal vez porque todo
sobre lo que he sido capaz de pensar esta mañana han sido sus ojos dorados
como la miel, las pulgadas que los separaban de ser míos, y esos labios
ardientes y suaves.
—Mi madre nos dejó a papá y a mí el año pasado, así que ella no se está
preocupando —me encuentro revelándole.
—Miles, siento mucho escuchar eso —dice, y coloca su mano sobre la mía. El
calor se extiende desde donde sus dedos tocan mi piel. Intento ignorar la
reacción de mi cuerpo hacia esta chica pero se está haciendo
extremadamente difícil.
Juneau me mira inquisitivamente como si se pregunta si voy a llorar pero
esos ríos hace tiempo que se han secado. Y en mi corazón sólo quedan los
surcos marcados.
—¿Qué pasó? —pregunta cuando ve que no me voy a derrumbar.
—Está enferma. Depresión severa. Trató de suicidarse el año pasado y,
cuando no tuvo éxito, dijo que estaríamos mejor sin ella. Luego se marchó.
Juneau se queda mirándome con aspecto horrorizado y me agarra más fuerte
la mano.
—¿Sabes dónde está?
—Sí. Papá la rastreó. Está viviendo con su tía en las afueras de Nueva York.
—Ay, Miles… Ni siquiera sé qué decir —tiene aspecto desconcertado.
Bastante inquieta.
—Está bien —digo, sintiendo como si tuviera que reconfortándola en vez de
ser al revés—. Quiero decir… la extraño, pero después de un tiempo te
acostumbras a que se haya ido. —Soy un gran mentiroso. Pero no parece que
Juneau se lo crea.
—Ni siquiera me lo puedo imaginar —dice—, nunca he llegado a conocer a
alguien que enferme de ese modo.
—Sí, bueno, las enfermedades mentales son lo mismo que cualquier otra
enfermedad. Al menos eso es lo que la gente sigue diciéndome. Pasa todo el
tiempo.
Juneau me mira como si sintiera lástima. Yo miro sus labios. Mi corazón se
acelera y rápidamente me concentro en el camino.
—¿Y tu padre? —pregunta.
—¿Qué pasa con él? —pregunto, y me doy cuenta de que eso ha sonado a la
defensiva.
—¿No estará preocupado?
—Bueno, él sabía que estaba en Seattle —digo cuidadosamente—. Debería
comunicarme con él para que no se preocupe.
Juneau se muerde el labio.
—¿Qué? —pregunto.
—Frankie fue bastante claro al decirme que no te dejara usar el teléfono
mientras estuviera contigo —dice.
Frankie sabía la verdad, pienso, y me pregunto qué le voy a decir a papá
cuando le llame. No puedo simplemente llevarle a Juneau. No ahora que
estoy seguro que ella no es el tipo de persona que piensa que es.
—¿Te puedo preguntar algo? —digo, apartando la mano lejos de la de ella
mientras tomo unas curvas peligrosas. Un águila planea cerca de nosotros
con su desafortunada presa, que parece un ratón, en las garras.
—Claro —dice.
—Todo ese dinero que mostraste en Walmart… ¿De dónde lo sacaste?
La sospecha se asoma en su rostro, pero luego se encoge de hombros como
si no importara que me lo dijera.
—Lo intercambié por una pepita de oro.
—Así que… no estás trabajando para nadie —comento. Y suena fatal. Pero
parece que no lo ha notado y niega con la cabeza.
—El único trabajo que he tenido ha sido cazar. Soy una de las mejores
cazadoras del clan. Ah, y aprendiz de sabio del Clan, por supuesto. Lo cual
creo que se ha acabado ahora que Whit está cazándome a mí.
Intenta sonar poco seria pero, a pesar de esa sonrisa que me dirigió en el
desayuno y después de haber hablado de mi madre, ha sido bastante fría
conmigo. Quizás sea por el beso pero tengo el presentimiento de que es por
algo más. Parece distante. Algo ha cambiado en ella.
Recoge un viejo y destrozado cuaderno y una pluma que guardo en la puerta
del copiloto.
—¿Puedo usarla? —pregunta, y empieza a escribir.
—¿Qué estás escribiendo? —pregunto.
—Una nota —responde.
Agradezco a mis estrellas de la suerte por millonésima vez que no sea una
chica habladora como la mayoría de las que conocí en Los Ángeles y enciendo
la radio. Conducimos sin hablar las siguientes dos horas: el pájaro tomando
una siesta en el asiento trasero y Juneau mirando por la ventana, mirándome
ocasionalmente para ver cuánto hemos avanzado.
Cuando estamos a una milla de nuestro destino, se sienta para poner
atención hasta que llegamos a los límites del pueblo.
—Para allí —dice Juneau señalando el letrero y leyendo ENTRADA A SPRAY,
POBLACIÓN: 160. Arranca la hoja del cuaderno, la dobla, abre un agujero en
una de las esquinas y amarra una cinta por el agujero—. Bueno, Poe. Este es
el final para ti —comenta bajándose del auto y sacando al pájaro del asiento
trasero. Éste grazna beligerantemente, como si entendiera lo que está
haciendo y prefiriera quedarse calentito en el auto y ser conducido por el
Noroeste Pacifico. Lo sostiene contra ella mientras amarra la nota en su
pata—. Miles, ¿puedes arrancar dos hojas en blanco del cuaderno y
colocarlas en la matricula delantera y trasera? —Ni siquiera me molesto en
preguntar por qué y hago lo que dice, esperando que a ninguno de los 160
pobladores se le ocurra salir mientras hago algo que parece cuestionable, si
no es que directamente ilegal.
Juneau espera hasta que termino y lleva al pájaro directo al letrero. Se
asegura de que lo mire directamente y finalmente inclina la cabeza y le
susurra algo.
Deteniéndose un momento con los ojos cerrados y el cuervo apretujado
contra su pecho, lo lanza al aire. Aletea por un segundo y luego vuela hacia
arriba, circulando sobre nuestras cabezas.
—Regresa al auto —me dice Juneau—. Y empieza a adentrarte en el pueblo
con el coche lentamente.
—¿Puedo quitar las hojas de papel? —empiezo a decir pero ella me
interrumpe.
—Sólo conduce, Miles.
—Tus palabras son órdenes para mí, oh, oscura ama estranguladora de
pájaros —balbuceo y aprieto el acelerador entrando al pueblo lo más
despacio posible. En el espejo retrovisor veo al pájaro terminando de dar
vueltas e ir volando hacia dónde hemos venido.
—Detente —ordena Juneau antes de que alcancemos el primer edificio. Salta
fuera, toma el papel de las matriculas, y salta dentro. Toma el atlas sobre su
regazo y lo traza con el dedo—. Vamos a conducir hacia el sur, hacia fuera del
pueblo, y luego a tomar la 26 este hasta que lleguemos a la carretera
principal en la que estábamos.
Dirijo la mirada a donde está señalando.
—¿Vamos a ir a Idaho? Eso significa que estamos retrocediendo —comento.
—No realmente, estaremos a media hora de donde acampamos —dice, y
levanta la barbilla como si creyera que voy a contradecirla. En cambio, me
encojo de hombros y conduzco por el pequeño pueblo, parando en una
gasolinera al final de la calle principal antes de continuar por el camino
elegido por Juneau.
No necesito preguntar. Vi su nota. Y eso lo explicaba todo.
DOS HORAS AL SUROESTE. Ahora dos horas al sureste. Una gran desviación
para apartar a Whit de nuestro camino. Pero necesito que piense que no lo
entendí. Que no sé dónde está mi clan. Aunque, claro, existe la posibilidad de
que sepa exactamente lo que estoy haciendo.
Dudé antes de enviar la nota con Poe. Pero incluso sin ella, Whit me vería
liberando a Poe en su memoria. Nos vería a mí y a Miles regresando al coche.
Sabría que había liberado a Poe a propósito: ya estaría sospechando. Así que
la nota sólo ha servido para hacerme sentir bien. No puedo evitar una sonrisa
de satisfacción. Los sentimientos de rabia y engaño siguen a punto de
ebullición pero el miedo se ha evaporado ya. Soy yo contra Whit, y estoy lista
para pelear.
Me giro a mirar a Miles y, a pesar de que sé que es una locura, siento la
exagerada tentación de alcanzar su mano y ponerla bajo la mía. No algo
romántico, me digo, sólo para darme seguridad. Después de lo que pasó
anoche no quiero darle ninguna idea. No puedo acercarme. No voy a
distraerme de mi deber. Sólo es alguien que está aquí para ayudarme a
alcanzar mi objetivo, me insisto, pero mi mirada sigue en su mano.
Mi cara se enciende mientras recuerdo nuestro acercamiento en la tienda de
campaña y de repente me doy cuenta que el chico que me besó está sentado
a unos pocos centímetros de mí mirándome y… esperando una respuesta.
—Perdona, ¿qué? —balbuceo.
—¿La siguiente parada es Idaho? —pregunta.
—Eso creo —digo.
Miles se queda callado un momento y luego dice cuidadosamente:
—Me estás pidiendo que conduzca más de doscientas millas al este, ¿y no
estás segura? —evita mirarme. Mira fijamente al camino.
—Sí.
—Está bien —dice lentamente—. ¿Fue fuego esta vez?
—¿Fuego? —pregunto confundida.
—¿Leíste la hoguera o fue el cuervo? ¿O qué fue?
Le miro para ver si está siendo sarcástico. No lo está siendo. Sólo quiere
hacerme hablar.
—Prefiero no discutirlo —respondo finalmente.
—Juneau, me lo puedes decir. No me voy a reír de ti —dice.
Frankie me dijo que debo decirle la verdad. Pero, en este caso, simplemente
no puedo.
—De todas formas, no lo entenderías —respondo esperando que esa
respuesta le calle.
Lo calla. Se muerde el labio y estira la mano para encender la radio. Bien. La
conversación ha terminado.
Vuelvo a pensar en las tres profecías que recibí anoche. La de Whit fue
bastante clara. Pero lo siguiente que se me reveló… debió ser en otro idioma:
no entendí ni una palabra.
Las profecías normalmente tienen doble sentido pero ni siquiera sé cómo
empezar a descifrar ésta. Recojo el cuaderno, saco las palabras de mi
memoria, y las estudio una por una.
Finalmente, Miles apaga la radio y pregunta:
—¿Tenemos tiempo para detenernos a comer? —su voz suena normal. Bien.
Cierro el cuaderno y lo escondo bajo mi asiento. Me duele la cabeza de tanto
pensar en rompecabezas sin resolver.
—Sólo hagamos sándwiches —sugiero.
Entramos en un pequeño pueblo llamado Unity y sacamos Coca-Colas,
frituras y cosas para los sándwiches.
—Podemos comer dentro del auto —digo, pero Miles frunce el ceño y hace
gestos hacia una solitaria banca de picnic justo bajo un árbol.
—¿Podemos comer fuera del auto? Ya me estoy hartando de él.
Mi instinto dice que debemos seguir. Pero Miles parece cansado, sin ánimo.
—Espero que hayan caído en nuestra trampa en Spray y se estén dirigiendo
al Océano Pacífico —concedo—, así que no veo por qué no podemos parar
quince minutos a comer.
El alivio se refleja en su cara. Ponemos toda la comida en la mesa y
empezamos a comer de pie.
—Cuando pasamos cerca de Canyon City, pensé que se me había dormido el
culo —explica limpiándose unas migas de la boca y balanceándose sobre los
pies.
—¿Cuánto falta para llegar a la carretera principal? —pregunto.
Miles se dirige al auto y regresa con el atlas y un lápiz en su mano.
—Otra hora y media y llegamos a la 84 en la frontera a Idaho —dice,
haciendo un punto desde donde estamos y trazando una línea fina hasta
Oregón.
No estamos volviendo a la carretera en la que empezamos, pero las
instrucciones de Frankie fueron muy vagas “ve al sureste” y no tengo ni idea
de qué sigue después... Malditas profecías crípticas, pienso.
Y luego me viene una idea. Toco el brazo de Miles.
—¿Intentarías algo conmigo? Voy a decir una frase y me dices lo primero que
se te venga a la cabeza.
Miles frunce el ceño.
—Está bien —dice con duda.
Pronuncio las palabras de la profecía lentamente:
—Sigue a la serpiente hacia la ciudad cerca del agua que no puede ser
bebida.
Miles parece confundido
—No significa nada para mí —dice—. ¿Qué es?
—Son nuestras instrucciones —admito.
—¿Es una de las señales que tuviste anoche?
—Sí —digo incómodamente. No le digas más, pienso. Doy un trago de
cerveza de raíz y dejo que las burbujas me hagan cosquillas en la lengua
antes de tragar.
—¿Escuchaste exactamente esas palabras? —pregunta sonando incrédulo.
Asiento. NO SE LO DIGAS, grita mi voz interna. Tengo que decírselo. Pienso. Si
no voy a seguir las reglas de la profecía, más vale que me rinda ya.
Se rasca la cabeza y me mira con sospecha.
—¿Cómo las conseguiste?
—Usé un oráculo —digo.
Jadea en asombro.
—¿Convenciste a Poe de que hablara?
Tomo otro trago de cerveza de raíz y sacudo la cabeza. Siento la culpa
golpeándome en oleadas y me sorprende que Miles no lo perciba. Miro a lo
lejos y, para cuando me giro hacia él, una nube oscura se ha cernido sobre su
rostro.
—No lo hiciste —me reta. Asiento dócilmente, pero recordándome a mí
misma que no hay reglas en la guerra, levanto la barbilla y lo miro mientras
reúne los recuerdos de anoche hasta que llega a la respuesta—. ¿Qué fue ese
té que me diste en la tienda de campaña? —su voz es llana. Muerta.
—Algo que se siembra en Alaska y que es un poco parecido a brugmansia.
—¿Qué demonios es brugmansia? —dice, y su cara es de color carmesí. Sus
ojos oscuros.
—Trompetas de Ángel —respondo, sabiendo que sigue sin tener la mínima
idea de a qué me refiero.
—¿QUÉ ES LO QUE HACE? —las palabras de Miles son como pequeñas dagas
apuñalándome. Levanto las manos a la frente. No pienses en él como en un
chico. Él es tu chofer. Tu oráculo. Eso es todo. Llevo las manos a los lados y
levanto la barbilla. Tenía que usarlo, no tenía otra opción.
—Es un narcótico, pero suficientemente diluido, como anoche, puede servir
de sedante —digo.
—Me drogaste —Miles está sin aliento. Como si alguien le hubiera pegado en
el estómago. El dolor se le refleja en la cara.
Me endurezco. Hice lo correcto.
—Hice lo que tenía que hacer.
—¿No podrías haberme preguntado antes? —dice Miles. Parece como si
siguiera intentando encontrar el sentido a lo que le he dicho. Como si no lo
creyera. Como si le estuviera gastando una broma.
—No habrías dicho que sí —respondo, cruzándome de brazos. Y modulando
la voz para sonar tan despreocupada como puedo, digo—: ¿Por qué lo
habrías hecho, si no has creído ni una palabra de lo que te he dicho hasta
ahora?
Miles se queda parado mirándome con incredulidad; sus manos tiemblan.
—Porque ¡DELIRAS! —grita—. No estoy diciendo que sea tu culpa: te han
lavado el cerebro. Pero Juneau, por el amor de Dios, no hay ningún Yara. No
tienes poderes mágicos. —Su cara es una tormenta eléctrica—. Pero lo que sí
es tu culpa es que anoche me dieras algún tipo de droga casera sin mi
consentimiento. Todo por tu loca fantasía. ¿Hubo un afrodisiaco también?
Porque hubiera preferido besar a ese cuervo lleno de pulgas que a una loca
como tú. No puedo seguir con esto. ¡Se acabó! —dice, y con un movimiento
sigiloso, ensarta el lápiz en el atlas tan fuertemente que se rompe por la
mitad. Luego, dándose la vuelta, se dirige al auto.
Sus palabras me hieren mientras Miles sigue su camino y desaparece. Pero
no importa porque estoy viendo en el mapa la violenta raya de grafito que
marca donde el río Snake se intersecta con Idaho: directamente al norte de
Great Salt Lake.
Tomo el atlas y corro hacia el auto.
Miro alrededor del campamento. Hay algo que falta, y por un momento no sé
lo que es.
—Ya sea eso o se aburrió de pasar el tiempo con nosotros —responde, pero
la manera en que presiona sus labios muestra que no cree que se fuera
voluntariamente.
—¿Por qué? Parece que después del acto de desaparición de anoche, está
claro que definitivamente tiene de nuevo sus poderes.
—No son poderes —insiste Juneau—. Leer está haciendo que mi voluntad
sea conocida para el Yara con el fin de obtener una respuesta. Conjurar está
en realidad afectando la naturaleza de algo: haciendo que Poe quisiera
encontrarte, camuflándome, destruyendo tu teléfono. Pero antes de irme de
Alaska, apenas hice unos cuantos conjuros. Así que estoy experimentando.
—Lo que tú digas —respondo—. Pero déjame preguntarte… ¿Por qué no me
mostraste nada antes, cuando viste que no te creía?
—Porque no se debe jugar con el Yara. Solo se usa como una herramienta.
Con un propósito. Al menos, eso es lo que me enseñó Whit. Él hubiera
pensado que es ser frívolo el usarlo solo para demostrar lo que hago.
—Tal vez ya no me importa lo que piensa Whit —dice, y hay una mirada fría
en sus ojos de nuevo.
Juneau se ríe.
—Sí, así es. Eso es exactamente lo que estoy haciendo. Tallie y yo hablamos
acerca de esto, acerca de encontrar la verdad tomando solamente lo que
crees de tu crianza, dejando atrás lo que no funciona para ti. Así que eso es lo
que estoy haciendo con el Yara. Anoche me percaté de que no necesito
apoyarme en un amuleto. Que mi vínculo con el Yara es más fuerte sin
ningún objeto interviniendo con mi conexión. Ahora solo debo descubrir lo
que en realidad puedo hacer con la conexión que tengo.
—No tengo nada en contra de tu plan nutricional, pero ¿crees que podemos
ir a la ciudad para conseguir un desayuno auténtico?
Juneau se levanta.
—Lo arreglé —dice—. Al menos creo que lo hice. Puede ser que debas
probarlo.
—¿Qué fue lo que hiciste? —pregunto, imaginándola usando las manos como
cables de arranque o realizando algún tipo de ritual de curación automotriz.
—Así que si usaste agua en las bujías, ¿qué usaste para freír mi teléfono? —
pregunto.
—Nop —confirma, dándole un golpecito con su uña—. Por más que sea
entretenido verte jugar con él, sería mejor que lo tiraras a la basura.
—No tienes que tomar café —digo—. Algunas personas toman té para
desayunar. Quiero decir, nadie que yo conozca, pero…
—Es sólo que no puedo dejar de pensar acerca de cómo los mayores
pudieron mentir a sus hijos durante todos esos años.
—Cierto.
—Está bien —digo finalmente—. ¿Por qué no empezamos con algo obvio?
Como tu “destello”, como tú lo llamas. Cuéntame más sobre eso.
—Todos los niños de nuestro clan lo tienen. Muestran nuestra cercanía con el
Yara.
—Pero se supone que los ancianos también están cerca del Yara y no lo
tienen, ¿o sí?
—¿En realidad eso tiene sentido para ti? —digo de la manera más delicada
posible. Porque suena como un montón de mierda para mí.
Ella sonríe con poco entusiasmo y pone su otra mano sobre la mía para
demostrarme que no está molesta, antes de retirar las manos y ponerlas en
su regazo.
—¿Hay algo más que sea diferente en ti? —pregunto, mientras tomo una
pieza de tocino crujiente y muerdo un pedazo grasiento grande.
—Recuerdo que dijiste eso antes —digo por fin—. Pero hasta ese punto creí
que eras esquizofrénica. ¿Podrías repetirme eso?
—No. Quiero decir, la gente se rompe huesos y ese tipo de cosas. No es como
que seamos sobrenaturales. Pero no enfermamos.
—Mi madre murió cuando su trineo atravesó un lago congelado —dijo y miró
hacia la mesa.
Asiento y deseo estar sentado junto a ella para poder abrazarla. Por su
semblante solitario creo que me lo permitiría.
Ella no responde.
—¿No? ¿Comer bien no te hace vivir más? ¿El aire y agua limpios y cosechar
y cazar tu propia comida no logra que tengas mejor salud? —su voz está a la
defensiva, pero su expresión es suplicante. Aún se aferra a la “verdad” que le
enseñaron.
Sus ojos están brillantes y parece que está a punto de llorar. Cierra los ojos y
aprieta la barbilla.
—Está bien. Eso está muy bien —digo e intentando cambiar el tema, digo—,
oye, ¿qué hay del acertijo que no has descifrado? ¿Cómo era de cualquier
manera?
—Tus palabras exactas fueron “Irás al lugar que siempre soñaste cuando eras
niña.”
—¿Y?
—Gracias. Por creerme. Por querer ayudar —sus labios forman una curva
haciendo una sonrisa y sus ojos se arrugan, y tengo tantas ganas de abrazarla
que me duelen los brazos. Pero se da la vuelta y abre la puerta. Mientras se
introduce al auto se gira a mirarme y me dice— Sólo… gracias.
HEMOS ESTADO DANDO VUELTAS EN EL AUTO alrededor de la ciudad
durante la última hora. Miles mantiene una mirada aguda por si el equipo de
seguridad de su padre aparece, mientras yo busco un lugar con el que haya
podido soñar ir cuando era niña. Nada viene a mi mente. Finalmente, Miles
sugiere que salgamos del auto y caminemos.
Y me hace clic.
—Disneylandia —admite.
Me río.
—No. El Tú-Oráculo nos trajo a Salt Lake City, no a Londres —le recuerdo—.
Cualquier señal que estemos buscando o Lectura que debo hacer, debe estar
en la biblioteca de Salt Lake City.
—Sentémonos —sugiero.
Caminamos hacia una mesa bajo un árbol en maceta, y el calor de la luz del
sol filtrado por el vidrio me tuesta la espalda mientras admiro el diseño del
edificio. Hay cinco pisos y parece que los tres de en medio tienen la mayoría
de los libros. Escaleras de caracol llevan a la gente de un piso al siguiente.
Observo a través de las paredes transparentes del piso de abajo hacia afuera
y veo dos cuencas de agua grandes en forma de lago abrazando la acera del
edificio.
—Ahí es donde debemos empezar —digo, apuntando hacia el agua.
Levantándome, llevo a Miles a través de otra puerta y hacia el patio del
edificio.
Miles asiente.
Sin alejar la mirada, me inclino y siento alrededor de los pies hasta que
agarro una pequeña, piedra plana. Girando levemente hacia un lado, giro
rápidamente la muñeca y hago la piedra saltar a través de la superficie del
agua.
—Tres saltos —digo—. Está en el tercer piso, del lado izquierdo. Un gran libro
con el lomo anaranjado. ¡Vamos!
—No corran —un hombre anciano nos reprende mientras corro y bajo la
velocidad a una caminata.
—Aquí, Miles —digo, pero él ya ha llegado y está pasando el dedo sobre una
columna de libros.
—No es posible —dice Miles y se da la vuelta para mirarme con una enorme
sonrisa en el rostro—. El agua nos guió hacia tu Oeste Salvaje.
Sonrío de vuelta.
Veo a Miles parado junto a su auto, pálido del susto. Todo ha sucedido en
cuestión de segundos y no sabe qué hacer ahora que el guardia me tiene
agarrada.
Mis ojos se expanden. Así que Whit sabe dónde están. Algo profundo dentro
de mí se negaba a creerlo hasta ahora. Me doy vuelta y lo veo ahí, sentado al
volante del Jeep, con su melena de cabello negro suelto y la luz del sol detrás
de él, ocultando sus facciones. Una oleada cegadora de odio me invade y sé
que si en este momento, tuviera la oportunidad de herirlo, o incluso matarlo,
lo haría.
—Si voy con ustedes, ¿le dejarán irse a él? —pregunto, señalando a Miles con
la cabeza, ya que mi brazo está aún agarrado por el tipo.
—Iré a donde sea que Juneau… —Miles comienza a decir, pero el guardia lo
interrumpe.
—Te dije que no la enfrentaras —se inclina para abrir la puerta del pasajero
desde adentro e indica que se supone que debo entrar—. Juneau. Por fin —
dice.
—No quieres que me siente junto a ti —me las arreglo para decir. Tengo que
forzarme para decir las palabras, porque Whit está ahí sentado con el
aspecto de siempre . El mismo hombre que fue mi mentor durante más de
una década.
—¿Por qué no? —pregunta, con una sonrisa falsa en los labios.
—Lo siento por eso —se escucha la voz de un hombre desde el auto negro
grande que golpeo por detrás al Jeep—. Permítanme sacar mis papeles del
seguro.
—Tengo un arma.
Los dos tipos en la parte trasera parecen cortados con la misma tijera. Rocas
musculosas llenas de esteroides sin cuello. Ambos vestidos de color caqui,
verde y camuflaje como si pensaran estar en medio de una zona de guerra.
Pero uno está inyectándose el brazo y vendando la herida que Juneau le
provocó y el otro está desabotonándose la camisa para inspeccionar la
abolladura que Juneau dejó en su chaleco de Kevlar.
Hay algo raro en sus ojos. Como si una de sus pupilas estuviera mirando
ligeramente hacia el lado equivocado. Me flipa porque no sé cuál ojo mirar.
—Responde las preguntas del hombre —dice en una voz gruesa, como si su
lengua también tomara esteroides.
—Estoy siendo honesto. No tengo idea de quiénes eran esos tipos o a dónde
podrían estar llevando a Juneau —miento, mirando el ojo derecho de
Einstein.
¿Pero cómo podría ser posible? Este tipo está en sus veintitantos. Treinta,
máximo.
Los hombres en la parte trasera se ríen entre dientes como si Whit hubiera
dicho un muy buen chiste, y él se gira a mirarlos, exasperado.
Me pregunto a mí mismo qué es lo que mi padre haría para tener sus manos
sobre ella. ¿Qué lejos llegaría si pudiera ser el hombre más rico sobre la
tierra? De pronto no confío en Redding y Portman con la seguridad de
Juneau.
CUANDO FINALMENTE NOS VEMOS FORZADOS A DETENERNOS por el tráfico,
intento levantar la cerradura de la puerta, pero está congelada en su lugar.
—No —dice el hombre del asiento trasero. Me doy la vuelta para ver a mi
otro captor. Tiene un corte militar en el cabello color café y el cuello grueso,
y su ropa parece demasiado pequeña. Me ve observándole y se coloca dos
dedos dentro del cuello para aflojarse la corbata—. No vamos a llevarte
conduciendo a L.A. Tú obtienes el tratamiento especial de princesa —me
mira ferozmente mientras el Calvito se orilla hacia el aeropuerto de Salt Lake
City—. Hemos estado buscándote durante días —dice, como si hubiera
estado ocultándome específicamente para hacerles enojar.
Paramos en una sección aislada del aeropuerto con letreros que dicen
PRIVADO: AEROPLANOS DE ALQUILER, y conducimos directamente a un avión
pequeño con la frase BLACKWELL PHARMACEUTICAL en un costado. Mi
estómago se cae, siento que toda la sangre ha me ha abandonado la cabeza.
Subiré al aire. En un avión. Oh dioses.
—Capturé una viva —le dice riendo a Corbatitas, pero él está rojo y jadeando
por el esfuerzo.
—Se van a sentir bastante estúpidos cuando me lleven con el Sr. Blackwell y
le diga que no sé nada acerca de la fórmula para la droga.
Busco cualquier esperanza… podría intentar llamar cualquier animal que esté
alrededor. Hecho un vistazo al paisaje desolado. Nada con qué trabajar.
Podría intentar Conjurar un fuerte viento, pienso, pero antes de poder formar
un plan, estoy caminando escaleras arriba hacia un hombre en uniforme de
piloto que se hace a un lado y nos permite abordar.
—¿Recibiste mi mensaje? —le pregunta Calvito.
Los aviones fueron una de las maldades de la sociedad de las que Dennis nos
enseñó. Contaminan el aire y se tragan combustibles fósiles. En los periódicos
de Seattle, vi el término “huella de carbono.” Si Dennis hubiera conocido ese
término, lo hubiera usado.
—Tú te sientas ahí —dice, y me empuja hacia un asiento color crema que
huele como piel nueva. En cuanto el piloto cierra y asegura la puerta,
Corbatitas saca la llave de mis esposas—. No puedes ir a ningún lado ahora,
pero podrías ser una molestia. Dime que no lo serás y te quito las esposas.
No estoy segura que haré una vez que me quita las esposas, pero observo a
Corbatitas sacar un cinturón de seguridad de los lados de su silla y unir
ambos lados así que comienzo a hacer lo mismo. Entonces recuerdo algo y
desabrocho el cinturón.
Parece ofendido.
—¿De qué hablas? —protesta Whit, pero algo en sus ojos me dice que es
exactamente eso lo que estuvo haciendo.
—¿Puedo ayudarte? —me giro y veo una chica adolescente detrás de una
caja registradora. Meto la mano en el bolsillo y saco mi dinero. Juneau pagó
por nuestro almuerzo sin comer, así que aún tengo algo de cambio—. ¿Qué
puedo comprar con un dólar con veintinueve? —pregunto.
Miro hacia atrás en la calle. Definitivamente se han ido, aunque quién sabe si
solo han ido a dar la vuelta y regresarán a por mí. Tengo dos opciones: pasar
el rato bebiendo agua en Dairy Queen en caso de que regresen, o
arriesgarme y hacer la caminata larga hasta mi auto.
Una caminata de veinte minutos después y estoy sorprendido de ver que mis
llaves siguen tiradas en el suelo donde las tiré cuando Portman y Redding se
estrellaron contra el Jeep. Nuestra comida sigue en la bolsa en el tablero
justo donde Juneau la dejó. Y la mochila de Juneau aún está en el asiento
trasero.
Tengo esta ansiedad que quema el pecho como la salsa Tabasco, pero de
inmediato se convierte en enojo mientras pienso en los hombres de Papá
arrebatando a Juneau. Espero que no pongan un dedo sobre ella. Me
tranquilizo con el conocimiento de que Papá la tratará bien mientras piense
que puede ayudarle. Pero conociéndola, no será de mucha ayuda. Incluso si
sabe la fórmula o técnica o lo que sea que usen para mantenerse jóvenes no
hay forma alguna en que ella se lo diga.
Mientras salgo del lugar donde estoy estacionado, algo negro aterriza en mi
auto y bloquea mi vista a través del parabrisas. Piso los frenos y veo que es
Poe, con las alas extendidas mientras intenta obtener mi atención. Me quito
el cinturón de seguridad y brinco fuera del auto.
Sé que Poe fue una herramienta involuntaria, pero aun así quiero estrangular
su pequeño cuello emplumado.
—¿Por qué no eres útil y vas y buscas a Juneau? —digo. Inclina su cabeza
hacia un lado como si considerara mi pregunta. Entonces da un graznido
fuerte y vuela hacia el norte, la dirección contraria a la que Juneau está
siendo llevada. Obviamente no estoy “suficientemente cerca del Yara” para
usarlo como cuervo mensajero.
Trepo de nuevo al auto. ¿Cómo me involucré en este desastre? Oh, sí. Papá.
La codicia de Papá. Y una chica que puede o no puede tener un secreto de la
droga para la inmortalidad.
He estado pensando en lo que podría hacer para detener el avión. ¿Un avión
tiene bujías? pienso. Pero el temor de que haré algo que nos pueda matar a
todos me detiene de intentar hacer un Conjuro al motor.
Me vuelvo para ver por la ventana mientras despegamos del suelo en una
suave inclinación. Partiendo de la tierra. Uniéndonos al cielo. Cuando pienso
en aviones pienso en bombas que son lanzadas desde ellos. Los misiles viajan
por aire. Las armas nucleares son entregadas por aire. Las nubes en forma de
hongo y la bruma verde de radiación que han poblado mis pesadillas desde
que era una niña explotan en mi cabeza como un cuatro de julio apocalíptico
frente a mis ojos, no puedo evitar estremecerme.
Y…. hay algo que el clan posee que hace que personas poderosas lo quieran
hasta el grado de secuestrarlos y perseguir a Juneau.
Juneau es diferente. Hace que quiera ser una mejor persona. Mi corazón se
detiene cuando pienso en la mirada en su rostro cuando le dije las razones
por la que fui expulsado de la escuela. Quiero ser alguien a quien ella
respete. A quien admire. Pero para que eso suceda, debo cambiar. Volverme
alguien más fuerte. Tan fuerte como ella.
Son las 9:00 p.m. cuando llego al letrero de “Bienvenido a Las Vegas”. La
única parada que hice fue para cargar gasolina y comprar suministros. Usé la
tarjeta de Shell de Papá para abastecerme de una comida decente
consistente en Coca-Colas, Rolos, pretzels y patatas fritas, lo cual era lo único
que había en la estación de servicio. Después intente llamar por cobrar a
Papá, no contestó el teléfono. Hago a un lado la sensación de pesadez en mis
tripas. No hay nada que pueda hacer desde esta lejanía de noche.
La luz solar líquida me cae en los pies y me quema mientras se mueve hacia
arriba, por mis piernas y sube lentamente hacia mi torso. El ardor se hace
severo y y comienzo a quejarme, pero estoy paralizado y no puedo moverme.
Ahora el dorado se expande hacia mi pecho y se apodera de mi cuello.
Balbuceo, pero no puedo respirar: me está estrangulando.
Estoy que ardo. Una estatua dorada encendida, llamas alrededor de mí,
derritiendo la nieve en charcos a mis pies, calentando la cara de Juneau y
enrojeciendo su nariz y mejillas. Se inclina para acercarse hasta que sus labios
tocan los míos. Y mientras me besa me disperso en millones de flamas
pequeñitas, enviando chispas a volar hacia el aire frío de invierno y
difundiéndose una vez que llegan al cielo estrellado.
Abro los ojos y echo un vistazo al reloj del tablero. Tres de la mañana.
Permanezco recostado ahí asombrado con la resaca del sueño y fatiga hasta
que finalmente me siento y me abrocho el cinturón de seguridad. Enciendo el
auto y continúo hacia Los Angeles, pasando el resto de las cuatro horas
pensando en Juneau.
ATERRIZAR ES DIEZ VECES MÁS ATERRADOR QUE DESPEGAR. El suelo se
acerca cada vez más, y por lo que veo, estoy segura de que el impacto
destruirá la cola del avión. En lugar a eso, con una ligera tensión, aterrizamos
suavemente. Finalmente, nos detenemos cerca de un auto largo negro en el
que, aparentemente, caben veinte personas.
Calvito me coloca las esposas por la espalda y paso del aire reciclado del
avión, al impacto caluroso del corredor y regreso al aire acondicionado con
olor a pino del auto. A pesar de que pasé gran parte del vuelo tratando de
idear un plan de escape, mi curiosidad sacó lo mejor de mí. De alguna forma,
el padre de Miles sabe algo acerca de mi clan que yo no. O al menos, él cree
que lo sabe y estoy determinada a descubrirlo, por lo que no causo
problemas y me subo al auto.
Pasamos la mayor parte de la siguiente hora atracados en el camino,
rodeados por cientos de autos, moviéndonos sólo centímetros cada cierto
tiempo. Una vez más, pienso en Dennis y en sus conversaciones acerca de la
contaminación.
Finalmente, llegamos al centro, el que lucía como un bosque de edificios con
ventanas, igual que las otras ciudades, y con vista al mar. El auto se detiene
frente al edificio más alto. Calvito actúa como si me estuviera ayudando a
salir del auto, pero, en realidad, me coge firmemente y me dirige hacia la
puerta principal.
He visto rascacielos desde fuera alguna vez, pero, salvo por Salt Lake City
Library, el que es pequeño en comparación a este, nunca he estado dentro
de uno. Ni siquiera estuve tentada en Seattle. Los cristales gigantes parecen
lápidas en vez de lugares en donde la gente vive y trabaja.
Cruzamos una inmensa caverna en la entrada con un pequeño espejo dentro
del elevador. Sentí el estómago caer a mis pies conforme llegábamos al piso
más alto del edificio, llevándonos a una velocidad como si estuviéramos
cayendo.
Las luces indican que estamos camino al piso número 73. Una campana
suena y se abren las puertas. Mi cabeza está nadando, y, a pesar que el
hombre está parado frente a mí, esperando con las manos en su espalda, lo
único que puedo mirar es la ventana que se encuentra detrás de él. Estamos
a tal altura en la que el mundo parece una sala de juegos en miniatura, que ni
el ojo humano puede descifrar. Mis piernas se niegan a mantenerme en pie.
Mis manos siguen esposadas en la espalda y uso las pocas fuerzas que me
quedan para evitar vomitar.
—¿Qué fue lo que le hicieron? —dice el hombre y unos brazos fuertes me
levantan de la puerta a la oficina—. Ella intentó escapar —dice Calvito,
depositándome en un sillón de cuero blanco y soltando las esposas.
Corbatitas se apresura hacia un estante alineado de botellas y sirve una en un
vaso. Lo llevo a mi boca. Agua. Simplemente agua. Pero sabe tan bien y
parece ser la única cosa natural, además de una planta que crece cerca de la
ventana. Pienso y siento mi estómago sonar.
—Déjennos —dice el hombre. Corbatitas y Clavito dejan la habitación,
cerrando la puerta suavemente. El hombre toma una silla y la coloca cerca
del sofá, de modo que nuestros ojos se encuentran. Puedo ver a Miles de
aquí a treinta años: Delgado, algo de pelo gris bien recortado y peinado, una
nariz aguileña y profundos ojos verde oscuro.
—¿Estás bien? —pregunta.
—¿Por qué me trajo aquí? —Mi garganta está cerrada, las palabras salen con
un ligero fastidio.
—Te traje aquí porque tienes una valiosa información que necesito —dijo
simplemente. Su expresión es sospechosa. No es como me lo imaginaba.
Pensé encontrarme a un hombre dispuesto a emplear la tortura para obtener
lo que quiere. Este, es un hombre de mediana edad en traje de trabajo.
Observo alrededor de la habitación y veo, con horror, que no hay paredes:
estamos rodeados de ventanas. El piso de granito está decorado con
alfombras auténticas, asemejándolo a un espacio en donde vive alguien a
diferencia de un lugar en el que se hacen negocios.
—Yo no… no puedo estar tan alto —digo, tocándome el estómago.
—Permíteme cerrar las ventanas —responde, caminando hacia su escritorio y
tomando una pequeña caja negra, en la que presiona unos cuantos botones.
Las ventanas empiezan a oscurecerse automáticamente y las luces de la
habitación iluminan aún más, de modo que estamos en una en la que no hay
más vistas aterradoras.
Cierro los ojos y trato de respirar despacio. Después de un momento, los
vuelvo a abrir y él está sentado en la silla que se encuentra frente a mí. —Mi
nombre es Murray Blackwell —dice, acercándose con las manos juntas.
Observa mi destello detenidamente. Un músculo dentro de sus ojos se
mueve y hace un gesto con la barbilla.
—¿Y tu nombre es…? —dice.
—Yo soy Juneau —digo tomando un sorbo de agua. Debo de decidir cuánto
voy a revelar. Sus movimientos son delicados, pero conforme más lo observo,
noto algo en sus ojos, algo de frialdad, que no coincide con el resto de sus
movimientos. Es una serpiente, suave pero venenosa. Me parece peligroso y
sé que no puedo confiar en él. Le diré lo que sea necesario para averiguar
qué es lo que está buscando.
—Juneau… —dice como preguntando y luego espera.
—¿Si? —pregunto, con mirada de confusión. No reconozco el lenguaje
corporal. Podría estar hablando en Swahili por lo poco que entiendo.
—¿Juneau qué? —pregunta.
Me quedo mirándolo.
—Tu apellido —dice finalmente.
Exhalo.
—Ahh! Newhaven —respondo. Todos en el clan conocemos los apellidos de
los demás, pero no los usamos salvo en ceremonias. Nunca nadie me había
preguntado por el mío.
—Juneau Newhaven, tú eres de… —pregunta, y en esta ocasión, respondo
automáticamente.
—Denali, Alaska.
Asiente, sabiendo que le estoy siguiendo el juego de preguntas y respuestas.
—Bien, bien —dice. Se acerca un poco más y pregunta suavemente—. Eso
significa, me imagino, que conoces a un hombre llamado Whittier Graves.
Jadeo, sin esconder mi sorpresa.
—Pues sí, veo que lo conoces —dice con una flamante sonrisa, como si
compartiéramos una broma privada—. Me alegra escucharlo. He querido
comunicarme con él hace unas semanas y parece que ha desaparecido. Así
como con el resto de tu — ¿cómo lo llama él? — tu clan.
Los hechos empiezan a dar vueltas en mi cabeza. Este hombre conoce a Whit.
Sabe acerca de nuestro clan y donde vivimos. Sabe lo suficiente como para
mantenerme en la mira. En lugar de apresurarme con mis preguntas, espero
paciente a escuchar los detalles que este hombre me revelará.
—El Sr. Graves se acercó a mí y me comentó que unos colegas habían
desarrollado, hace algunos años, una droga. La llamaban Amrit. ¿Suena eso
familiar para ti?
Niego con la cabeza.
—Yo expresé mi interés en adquirir la fórmula de Amrit. Incluso, me ofrecí a
visitarlos y ver cómo había sido aplicado el estudio. El Sr. Graves se negó,
asegurando que, personalmente, me entregaría los datos. Pactamos una cita.
Nos encontraríamos aquí hace un mes. El Sr. Graves no se presentó. Como te
puedes imaginar, eso me tiene preocupado.
El Sr. Blackwell se recuesta en la silla y cruza los brazos frente a su pecho, con
expresión de dificultad. Pero, desde mi estudio de las expresiones faciales,
veo rabia detrás de sus cuidadosas palabras.
Y me mira con el cuidado con el que yo lo hago: estudia mi rostro por
cambios en las expresiones faciales. Tomando todas las claves que puede de
mis reacciones. Relajo los músculos de mi expresión facial y me recuesto en
el sofá. Ya logró descubrir que sí conozco a Witt, no deseo que,
accidentalmente, obtenga algo más.
—Envié un grupo de hombres a buscarlo. Tenía una pista de donde estaba.
Rastreé las llamadas que hacía con un GPS hasta una cueva, cerca de Denali,
pero lo único que encontramos fueron los restos de un incendio.
No puedo evitarlo, mis ojos se escandalizan y contengo la respiración. Este
hombre nos ha seguido hasta nuestro territorio. Sabía dónde vivíamos.
El Sr. Blackwell levanta una ceja, está curioso por mi sorpresa al escuchar
como describe la cueva de Whit. Las comisuras de sus labios se levantan
ligeramente, pero regresa a la cara de póker y continúa.
—La persona que contraté para que los rastreara los siguió hasta un camino
que conducía a una villa abandonada. 20 tiendas, más o menos. Muchos
perros asesinados a balazos. Algunos animales de granja: pollos, cabras y
cerdos; corriendo por el campamento y el bosque aledaño en libertad.
Se acerca y espera una respuesta. Formulo la pregunta con mucho cuidado.
—¿Por qué está detrás de mí —uno de los niños del clan— si es Whit… el Sr.
Graves quien tiene la información que necesita?
—Una fuente confiable me reveló que tú eres parte del estudio del Sr. Grave
y que él les tu mentor. Me dijeron también que si no lo encontraba, eras tú la
persona indicada que podría darme información. Yo no sé si el Sr. Graves ha
ido directamente a mi competencia, pero te aseguro que no perderé frente a
ninguna otra farmacéutica.
—¿Cómo sabía que yo no estaba con el resto de mi clan?
—Un dato de la misma fuente confiable —dice y el silencio llega una vez más.
—Exactamente, ¿qué información es la que intenta obtener? —pregunté.
—Como mencioné antes, la composición química de Amrit —dice—. La
fórmula de la droga.
—Verá, eso es lo que me confunde—no lo entiendo desde que escuché que
Miles habló con usted. Mi clan no hace drogas. Nosotros no usamos ningún
tipo de medicina, además de la de primeros auxilios —digo, tratando de
disimular la rabia en mi voz—. No tengo idea de a lo que se refiere.
—Oh, pero yo creo que si lo haces —lanza el Sr. Blackwell—. Dime algo, ¿Hay
otras personas en tu clan con el mismo tipo de deformación en el iris como la
que tú tienes?
A pesar de la rabia y la frustración, estoy empezando a experimentar un
sentimiento nuevo. Un genuino interés por saber qué rayos está sucediendo.
—Todos los niños tienen el destello —respondo, levantando la barbilla para
demostrarle que no hay nada que me pueda decir para atemorizarme.
Asiente, teniendo en cuenta lo que le acabo de decir.
—Una droga como Amrit es capaz de producir severas alteraciones
genéticas… tal vez “mutación” es una forma más adecuada de llamarlo; en la
prole de quienes la tomaron. El Sr. Graves fue poco claro con los detalles,
pero lo que sí mencionó fue que era necesario seguir desarrollando la droga
para lograr evitar ciertos efectos colaterales. Ahora veo a lo que se refería.
—Nuestro destello es ocasionado por la cercanía a —y me detuve antes de
contarle algo referido a Yara.
—¿A la cercanía de qué? —pronuncia—. ¿Un espacio nuclear? ¿Agua
contaminada con riesgo biológico? Hay otras cosas capaces de producir una
alteración genética como la tuya, pero no me lo trago ni por un segundo. Yo
creo que tus padres, y sus amigos, tomaron Amrit como parte de una prueba,
y ahora sus hijos llevan esa marca.
Conforme lo escucho, siento tirones dentro de mí. De pronto, pienso en Tallie
y en la forma en la que le urgía que creyese en lo que aprendí de mi pasado y
el peso de ello frente a lo que yo sentía que era verdad. Y, a pesar de que no
quiero creer nada de lo que este hombre dice, suena como si su teoría fuera
cierta.
Y de repente, el mundo se me viene encima. No puedo pensar, no puedo
hablar, no me puedo mover, no puedo respirar. Todas las piezas de mi
pasado empiezan a pasar delante de mis ojos y a convertirse en hechos.
Un fuerte zumbido en mis oídos y la vista que empieza a desvanecerse hasta
dejarme en la oscuridad de una cueva. No me puedo mover. Ya no estoy
aquí.
Escucho la voz del Sr. Blackwell a lo lejos.
—¿Señorita Newhaven? ¿Está bien? ¿Señorita Newhaven? —alguien empieza
a tocarme la cara, dando suaves palmadas. Escucho una voz—. Rápido.
Envíen un doctor a mi suite. Tengo una visita que está teniendo una especie
de ataque. Una muchacha adolescente. Hágalo rápido.
ESTACIONO EN EL GARAGE A LAS 7:00 AM. EL AUTO DE PAPÁ estaba ahí,
junto a otro que no podía reconocer. Dejo todas mis cosas en el auto y llego a
la puerta de enfrente gritando.
—Estoy en casa. ¿Dónde está ella?
Me rendí intentando llamar después de las Vegas, y sabía que papá no
contestaría el teléfono en mitad de la noche. Juzgando por su auto afuera,
está en casa y si no está despierto, estoy preparado para hacer los honores.
No hay nadie sentado en la sala, así que abro las puertas dobles de la cocina.
Una pared de ventanas permite observar la gran vista de Holmby Hills. Papá
está sentado en una silla, tomando un sorbo de café. Eso, de por sí, debe ser
una advertencia de que algo no va bien. Papá nunca se relaja. Nunca observa
la hermosa vista.
Normalmente, a esta hora, estaría tomando su café en dirección a la puerta,
a mitad de camino a su oficina.
—Papá —digo. Y él se vuelve y me mira, realmente sorprendido.
—Miles, has venido a casa —se levanta y camina hacia mí.
—Después de que tus compinches capturaran a Juneau, me imaginé que lo
mejor sería regresar —doy otro paso acercándome a él, mirándole a los ojos
ya que somos prácticamente del mismo tamaño—. ¿Qué. Fue. Lo. Que. Le.
Hiciste? —pregunto, cada palabra como un desafío.
—¿Y a ti, qué te importa? —Papá baja la taza y se mete las manos dentro de
sus bolsillos.
—Me preocupo por ella —respondo. A la mierda con las explicaciones. A la
mierda la expresión de papá de gato que se comió un canario. Ya me cansé
de andar de puntillas para buscar su aprobación. Esperando que actúe como
un padre en vez de un Gerente General con el adolescente que vive bajo su
techo. Esperando que algún día hable de… mamá. Es como si ella nunca
hubiera existido. Pero todo eso está en el pasado porque había alguien más
por quien me tenía que preocupar y, en este momento, lo único que necesito
es que me diga dónde está.
—Juneau está en una de las habitaciones para los huéspedes —dice—. Está
siendo atendida por una asistente médica —cruza los brazos como si
estuviera retándome.
—¿Qué sucedió? —grito, acercándome un paso más a él—. ¿Qué fue lo que
le hiciste?
Él retrocede y me pone la mano en el hombro para que deje de espantarlo.
—Lo único que hice fue conversar un poco con ella. Desafortunadamente,
parece que traje a colación un tema que la estresa. Gratamente, ha venido
recibiendo sedantes durante toda la noche y una enfermera ha permanecido
con ella, en caso de que decida atentar en contra de su vida.
—Juneau nunca intentaría hacerse daño a ella misma. Lo único que quiere es
salvar a su familia.
—Así que después de pasar unos días con ella, ¿crees que la conoces? —
responde rápidamente.
—Mejor de lo que tú la conoces, obviamente —le digo—. Cuando yo hablo
con ella no le da ningún ataque.
—Algunas veces, enfrentando los hechos directamente es la mejor manera
de que alguien responda —dice—, para aflojar sus respuestas.
—Parece que te funcionó bastante bien —digo, juntando las cejas—. Papá
cambia la expresión por una de enojo y exhala profundamente, haciendo
sombra en los ojos con la palma de la mano. —¿Por qué no vas y hablas con
ella, Miles? Ella no me dirá nada más, ni siquiera me mirará. Estoy seguro de
que esa muchacha tiene la fórmula de Amrit en algún lugar de su cabeza.
Necesitamos que se sienta cómoda aquí, para que hable con nosotros.
Odio a mi padre en este instante. Esta es su cara de negocios, tratando de
obtener lo que quiere. Su lado humano se apaga en el momento en el que
huele un poco de éxito, y ahí está, actuando como un hombre real y
caritativo. Bueno, ¿sabes algo? Yo puedo seguirle el juego.
—¿Qué le darás si habla? ¿Pondrías todos tus recursos para ayudarla a
encontrar a su familia? —pregunto.
—Todos los que tengo —promete y parece tan sincero que tengo que
observarle intensamente para identificar esa curva en el extremo de su ojo
que indica que está mintiendo.
Me detengo un segundo para pensar en lo que hacer. Tengo que hacerle
creer que le creo.
—Gracias. Eso es lo único que ella quiere. Veré si ella puede compartir algo
de información, papá. Estoy seguro de que ella me lo dirá.
—Buen chico —dice Papá, palmeándome el hombro—. Cualquier detalle.
Cualquier cosa puede ser valiosa, aunque para ella sea insignificante. Solo…
ten cuidado. No te imaginas lo que ella significa para nosotros.
Rollos de repugnancia salen de mí en oleadas negras, pero papá conserva la
mirada positiva hasta que dejó la habitación. Hay tantas cosas que me
gustaría decirle. Para herirle. Pero me muerdo la lengua y camino directo a la
“habitación de huéspedes” para ver si hay algo que pueda hacer.
Nada ha cambiado en la habitación de mi madre desde que se fue. Ella y
papá compartieron la alcoba hasta que fue hospitalizada por primera vez. Él
se mudó y luego, ella se fue. Tengo el corazón en la garganta. He evitado
venir aquí los últimos años.
Y ahí, recostada entre las colchas, con un mechón de pelo negro sobre su
pálido rostro, está Juneau. La enfermera está en una silla leyendo un librito
pero se levanta cuando me ve.
—Mi padre quiere que hable con ella —le susurro. Asiente y deja la
habitación, dejando la puerta abierta. La cierro, con mucho cuidado, y tomo
asiento al lado de Juneau en la cama. Tengo muchas ganas de tocarla, pero
no sé cuál será su reacción—. Juneau —digo y ella empieza a abrir los ojos—,
soy yo, Miles. ¿Estás bien?
Se muerde el labio y niega con la cabeza.
—¿Qué pasó? —pregunto—. ¿Qué fue lo que dijo papá para molestarte?
Cierra los ojos y deja salir un suspiro de agotamiento.
—Tu padre, básicamente, sugirió que mi destello y el de todos los niños de
mi clan, es una anomalía genética. Una mutación causada porque nuestros
padres tomaron un tipo de droga. El mismo tipo de droga que tu padre está
buscando. La llama “Amrit”.
—¿Y tú que piensas respecto a eso? —pregunto cuidadosamente. Sus ojos
derraman lágrimas. Se las seca con los nudillos de los dedos y suspira de
nuevo.
—Que eso tiene mucho sentido —dice finalmente—. Eso corrobora la
telaraña de mentiras en la que hemos vivido desde que nacimos. Soy
producto de un engaño. Toda mi vida ha sido cuidadosamente formulada y
mantenida con una sarta de mentiras. Tu padre dedujo que yo, y el resto de
mi clan, somos parte de un “estudio” que Whit estaba haciendo con esa
droga.
No sé qué decir, por lo que tomo su mano. Está fría y la acaricio entre mis
palmas mientras que ella continúa.
—Había empezado a descubrir la verdad de mi pasado —dice Juneau—, pero
después de lo que dijo tu padre ayer, ya no sé qué pensar. He regresado a
base uno. Estoy totalmente perdida. Peor que nunca.
Ella cierra los ojos.
—¿Cómo te sientes, físicamente? ¿Crees que tienes las fuerzas suficientes
para caminar?
Juneau abre los ojos.
—¿Por qué?
—Porque tengo una promesa que cumplir —le digo—. Algo relacionado con
llevarte a Viejo Oeste para que puedas encontrar a tu familia, si mal no lo
recuerdo. Incluso si tu padre te mintió, siguen siendo tu familia. Siguen
necesitando a alguien que los encuentre.
Una luz se ilumina en los ojos vacíos de Juneau y una sonrisa emerge de sus
labios. Se acerca a mí y la tomo en mis brazos para abrazarla contra mi cuello.
Después de un momento, ella se aleja para observar mi rostro y traza, con las
yemas de sus dedos, mis ojos, mi nariz y mis labios.
Estamos tan cerca que puedo sentir su respiración en mi rostro. Luego,
levanta la cabeza tan suavemente que nuestros labios se encuentran y ella
me besa. Su piel es tan suave, y sus labios se sienten como pétalos de flores.
Sabe al limón que la enfermera ha dejado en un recipiente al lado de la cama.
Este beso no es urgente o necesitado como el anterior. Es un beso lento que
promete muchos más, que es exactamente lo que quiero: más de Juneau.
Más tiempo.
—Necesitamos sacarte de aquí —digo finalmente, forzándome a salir de su
abrazo.
—Esperaba que dijeras eso —agrega.
—Le diré a mi padre que estabas muy cansada para hablar —digo—. Que lo
volveré a intentar en algunas horas.
Empiezo a levantarme cuando ella toma mi mano.
—¿Miles?
Levanto una ceja, esperando. Con cara de seriedad, añade —Aunque en un
haces unos fuegos terribles y no sobrevivirías en la naturaleza salvaje más de
diez minutos, no hay nadie más con quién me gustaría estar en este
momento. Eres mi amigo en una isla desierta —y sonríe.
Me río.
—Aunque probablemente puedas matarme de quince maneras diferentes
con un tenedor y aunque hagas barbacoas de pequeños conejos, también me
gustas Juneau. Así que salgamos de aquí y llevemos nuestros traseros a
Nuevo México.
—Un plan muy bueno —dice. Me pongo de pie y me inclino sobre la cama
para besarle la frente.
Me dio una pequeña sonrisa y una ráfaga de alivio llegó a mi cuerpo. Ella se
va a poner bien.
Mi padre está esperando en su guarida, con la expresión de un “padre
preocupado”.
—¿Te dijo algo? —pregunta expectante.
Probablemente piensa que no puedo ver a través de sus intenciones. Pues,
bien, aprendí mis habilidades para la mentira del mejor. Transformo la cara,
para mostrar preocupación y decepción. —Estaba muy cansada para hablar
—digo y cae su expresión—, pero mencionó algo que tu dijiste acerca de que
sus ojos sean una mutación? —papá asiente y dirigiéndome a la cocina, tomó
una botella de jugo de manzana del refrigerador. Sirvió dos vasos y continuó.
—El ojo de la muchacha es una mutación. Si todos los niños de su clan lo
tienen, como dice ella, significa que sus padres hicieron algo que alteró
genéticamente su prole.
—¿Y crees que eso tiene que ver con una droga?
—Lo que me dijeron, Miles, es que un grupo de científicos ecologistas estaba
trabajando en una droga que resolvería el problema de los animales en
extinción, así lograrían que las especies resistieran a enfermedades y evitaran
la misma extinción. Ellos probaron la droga en sus propios cuerpos y
comprobaron que eran inmunes a todas las enfermedades a las que fueron
expuestos. No pasó un año para que se dieran cuenta que tenía un efecto
colateral en los fetos. Y cuando supieron lo que tenían, huyeron de América a
algún lugar donde pudieran vivir sin ser detectados, recluidos.
—¿Sólo para esconder los ojos de sus hijos? —pregunté con duda.
Papá baja el vaso y me mira intensamente.
—Me imagino que, en un inicio, no sabían lo que tenían entre manos, pero
decidieron quedarse cuando descubrieron que habían dejado de envejecer.
—Así que eso es lo que es el Amrit —dije, confirmando mi teoría—, es una
droga que detiene el envejecimiento.
—Técnicamente, Amrit no detiene completamente el envejecimiento. Lo
desacelera a un grado casi imperceptible, o al menos eso fue lo que el Dr.
Graves dijo. Es el santo grial, Miles. La fuente de la juventud. Ellos han
descubierto como engañar a la muerte.
Me quedo observando a papá, la codicia de su cara, me hace sentir enfermo.
—No sólo creo que estés loco —digo—, sino que también has sido engañado.
Papá sostiene un dedo en alto, como si fuera a regañarme.
—Lo creas o no, he visto los resultados. He visto al mismo Sr. Graves. Sé de lo
que esta droga es posible, Miles. Y Blackwell Pharmaceutical tendrá la
patente —se da la vuelta y deja la habitación.
No voy a permitir que eso suceda. Cuando oigo cerrarse la puerta de su
oficina, me escabullo al garaje y comienzo a limpiar mi auto, dejando todos
los utensilios de acampada en la parte de atrás. Vamos a necesitarlos. Espero
que pronto.
EL ZUMBIDO EN MIS OÍDOS FINALMENTE SE HA DETENIDO. Mi visión es
normal, pero me siento débil.
La última vez que fui al baño, la enfermera tuvo que venir y ayudarme a
caminar. Siento las piernas como bandas de goma.
Nadie sabe lo que me pasó. El paramédico dijo que podría haber sido
simplemente un desmayo o un ataque de pánico. Podría haber sido el estrés
de los últimos días. Todo lo que sé es que cuando el Sr. Blackwell dijo lo que
dijo sobre los ancianos tomando un medicamento y teniendo bebés
mutantes, algo se rompió en mí. Tal vez porque tenía sentido.
Tal vez porque yo no quería que fuera verdad. Las mentiras de mi clan son
interminables. Los niños somos los experimentos. Todo el pensamiento de
ello me hizo sentir mal.
Me he quedado con mis pensamientos y por una vez no quiero estar sola.
Sólo yo y la constatación de que lo que el Sr. Blackwell dijo sobre un
medicamento es cierto. Yo no hice la conexión antes, no me di cuenta de que
lo que yo pensaba que era una ceremonia complicada para unir a una
persona al Yara en realidad podría ser desglosado a un componente esencial.
Que el canto, el baile y la disposición del cuerpo era sólo una farsa. Que la
vinculación de elementos a las manos y los pies, los nueve sorbos de agua
pura, las pieles, las plumas, las velas y cristales eran todos símbolos. Al igual
que los tótems de Whit. Todos eran una farsa.
Miles agarra mis zapatos del lado de la puerta y me los entrega. —La
enfermera está viendo la televisión. Si nos vamos por la parte trasera ella no
va a vernos salir de casa, pero ella puede ver mi coche por la ventana. Y si te
ve fuera, ella definitivamente va a llamar a mi papá para hacerle saber.
¿Crees que podrías hacer tu acto de desaparición en la cantidad de tiempo
que te lleva caminar desde el lado de la casa hasta que te metes en el coche?
Asiento con la cabeza, aunque no estoy muy segura. Ato mi segundo zapato y
me pongo de pie tambaleándome. Miles pone un brazo a mí alrededor y
vamos de puntillas afuera de la habitación y por un pasillo hasta una puerta
de vidrio que da a un patio de losas. Miles gira la llave en la cerradura y abre
la puerta, cuidando de no hacer ruido.
Nos deslizamos hacia el patio, y sigo a Miles por el lado de la casa. Él mira el
coche y luego apunta a la ventana delantera. La enfermera está sentada
frente a la ventana, mirando a un televisor de pantalla plana enorme que
está a un lado de la misma, pero con una visión clara del camino.
Estoy de pie, sosteniendo el brazo derecho de Miles con las dos manos y los
ojos abiertos esta vez.
Pienso en Metamorfosis y observo los colores que me rodean. Verde por
todas partes.
Los pastos, arbustos y árboles hacen un telón de fondo verde casi sólido y me
imagino a un camaleón en mi mente, la piel cambia para fusionarse con su
entorno. Siento el Yara destellando a través de mi cuerpo como un rayo
mientras me transformo para asemejarme al entorno.
—Bien. Papá va a tener a alguien que nos siga, tan pronto como se entere
que te has ido. No voy a ser capaz de utilizar cualquiera de mis tarjetas de
crédito, así que espero que tengas dinero.
—Perdí mi bolso en la pelea de regreso en Salt Lake City —digo con tristeza—
. No, no lo hiciste —dice—. Está de vuelta.
—¡Woo-hoo! —grité.
—Al desierto. Creo que podemos perderlos mejor que aquí. Sé de un lugar en
el que nos podríamos ocultar. Un lugar que mis amigos y yo solíamos ir a
pasar el rato cuando no queríamos que nuestros padres nos encontraran. Es
una vieja choza.
—Pero Miles, aquí somos presa fácil. No hay nada en donde esconderse. Es
sólo una cuestión de quién es más rápido.
—Es el único plan que tengo —dice con una mueca de preocupación.
Jeep gana un poco con cada kilómetro. Finalmente, cuando está sólo unos
pocos metros detrás de nosotros, el Jeep se desvía hacia el carril izquierdo y
acelera hasta que estamos casi al lado del otro. Whit está en el asiento del
pasajero con su ventana abajo, hace señas para que nos detengamos.
—¡Alto! —puedo verlo gritar, pero el rugido de los motores ahoga su voz.
Y entonces todo sucede a la vez: el guardia en el asiento trasero levanta una
pistola y aprieta el gatillo antes de que tenga tiempo de reaccionar. —¡No! —
grito, cuando hay un fuerte sonido de disparos. Whit se da vuelta y lucha con
el guardia. El arma se dispara de nuevo.
Miles gruñe y nuestro coche se desvía peligrosamente hacia la derecha.
Tomo el volante y nos enderezo mientas Miles se desploma en la ventana.
—¡Miles! —grito—. ¿Estás bien?
Yo sé que no puedo perder de vista a los hombres de Whit pero tengo que
hacer algo. Llegar al Yara, aunque nunca seré capaz de calmarme lo suficiente
para conectarme. Sin embargo esas eran las reglas de Whit, me recuerdo a
mí misma. A pesar de mi corazón latiendo como un tambor contra mis
costillas y mi respiración irregular, limpio todo de mi mente y me concentro
en la fuerza que corre a través de todo: yo, Miles, el coche, la carretera, y el
aire que nos rodea. Esta fuerza es mía para usar y a cambio, soy su
herramienta. Siento el rayo de conexión y de pronto estoy clara. Enfocada.
Ambos coches han desacelerado. Parece que Whit le está gritando al hombre
en el asiento trasero y no está completamente centrado en la carretera. Echo
un vistazo al Jeep e imagino el interior de su motor. Imagino la plateada y
blanca bujía de la que he leído antes y pienso en agua, concentrándome en
tomar cualquier humedad en este paisaje seco y reúno todo allí mismo, justo
entre la conexión de los conectores y el motor. Y de repente, el Jeep derrapa
hacia fuera.
Lo veo en el espejo retrovisor girando en círculos sobre la carretera detrás de
nosotros antes de volar fuera de la carretera y aterrizar de costado. Eso es
todo lo que tengo para ver antes de pasar sobre una cresta y perderlos de
vista.
—Es sólo esta vieja choza. Gira a la derecha pasado el signo Exxon, escondido
detrás de una roca —dice jadeando con fuerza. Veo un cartel de Exxon en la
distancia y me dirijo directamente a él, a continuación, tomo el camino de
tierra detrás de él tan rápido que la parte trasera del coche derrapó. Mi
corazón salta de mi garganta, pero me las arreglo para enderezarlo y
mantenerme en el camino.
Estamos llegando a una enorme roca. Un camino casi invisible serpentea
detrás de ella y allí mismo, en medio de la nada, pero invisible desde la
carretera principal, se encuentra una choza.
Miles está acostado boca arriba con las piernas dobladas. Hay sangre por
todo el lugar, ni siquiera puedo ver de dónde viene.
—Oh, Miles —le susurro. Aunque estoy acostumbrada a cazar, ver sangre y
vísceras, me siento impotente.
—¿Crees que puedes caminar? —pregunto.
—Lo intentaré —dice. Su voz es débil. Eso me asusta más que toda la sangre.
Mantén la calma, pienso. Tienes que ser fuerte. Ahora no es el momento para
las emociones.
—Cuando descubra que te has ido, papá estará detrás de nosotros también
—dice Miles.
—No te preocupes por eso —le digo, y le ayudo a estar en una posición
sentada, tirando de sus piernas para girar alrededor y sacarlo del coche.
Ubico su brazo por encima de mi hombro y lo levanto. Nos tropezamos a la
mitad del camino de grava hacia la casa destartalada, Miles gimiendo y
apretando su mano al costado. Lo dejo en el porche y al ver que la puerta
está entreabierta, la abro de una patada. Echo un vistazo alrededor. No hay
nada dentro. No hay fregadero, ni muebles. No hay electricidad. Sólo una
pequeña habitación con botellas de cerveza y paquetes de cigarrillos
desparramados.
Está oscuro dentro de la habitación, así que enciendo algunas de las velas
para acampar y las pongo alrededor del cuerpo de Miles. No me tomo el
tiempo para desabrochar su camisa de algodón, sólo rasgo y dejo volar los
botones. La camiseta debajo está tan completamente empapada en sangre
que no tengo ni idea de qué color era originalmente. Tomo unas tijeras de mi
mochila y corto recto por el centro de la camiseta a través de la línea del
cuello, y luego hacia abajo a través de las mangas, por lo que él está acostado
con el torso desnudo y la bala en el costado, entre dos costillas, está
expuesta.
—Shh, Miles. Intenta permanecer quieto —digo, y acerco una vela para
poder ver la herida. Es un agujero redondo del tamaño de mi yema del dedo,
con supuración de sangre en ella. La toco, tirando de la carne lo suficiente
para ver que la bala se incrusta un par de pulgadas. No sé qué hacer. Echo un
vistazo alrededor de la habitación, una vez más, evaluando lo que tengo a mi
disposición.
Debería llamar a alguien para que venga a ayudar, pero no hay teléfono en
esta choza.
Esto depende de mí, me doy cuenta. La vida de Miles está en mis manos.
Inspecciono el agujero que ha hecho la bala otra vez, y luego, cavando en mi
bolso, saco mi cuchillo de caza. Yo he sacado miles de flechas de ballesta de
presas muertas, pero nunca una bala.
Miles empieza a balbucear algo sobre un sueño, y puedo decir que no falta
mucho tiempo antes de que se desmaye. Lo que probablemente sería algo
bueno, porque esto va a doler. Podría sedarlo con algunos brugmansia8 pero
no tengo el tiempo que se necesitaría para hacer efecto. Tengo que hacer
esto ahora. Doy vuelta la hoja del cuchillo dentro de la llama de la vela e
invoco todo mi valor.
Mi corazón late tan fuerte que lo siento latiendo en la garganta. ¿Qué más
puedo hacer? Y entonces se me ocurre. Hay algo que yo puedo hacer.
Aunque nunca he actuado sola, sé que soy capaz. Tengo un momento de
duda: ¿va a funcionar incluso en alguien que no ha crecido con la Yara?
Entonces recuerdo que madre y padre no crecieron con la Yara, y funcionó
8
Brugmansia es una especie botánica de planta medicinal del género Brugmansia de
la familia de las Solanaceas
.
para ellos. Whit iba a venderlo al mundo exterior, por lo que al menos debió
pensar que funcionaría en cualquier persona. Además, no tengo más remedio
que sentarme y dejar que Miles muera. Una mirada a su estado sangriento y
mi decisión se toma.
Pongo una gran piedra de luna en cada una de las manos de Miles. Organizo
las velas en un halo alrededor de su cabeza. Y empiezo el Rito.
—Tienes que tragar esto —le digo, y le doy una cucharada con mezcla de la
sangre en su boca. Recojo la cantimplora de agua y la vierto en su garganta,
llevando la mezcla hacia abajo con ella. Él farfulla y tose, pero mantiene el
polvo y líquido bajando.
Miles fisgonea con un ojo abierto y deja descansar su mirada sobre mí. Él
habla, pero su voz no tiene fuerza y tengo que inclinarme para oírlo.
—Es posible morir de todos modos. Pero este es mi mejor intento —le
confieso.
La única cosa que podías hacer, me digo. Abro los ojos y miro el paisaje ante
mí, la tierra estéril plana con colinas rojas en la lejanía.
Además de los animales del desierto, soy el único ser vivo que respira en
kilómetros a la redonda. Me siento en la puerta y espero.
Continuará…