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Una tarde Ximena Guerrero, Ikaro Valderrama y yo nos
reunimos para diseñar un encuentro de poetas en
diálogo con otros poetas, cuya poesía estuviera, a su
vez, en diálogo con otras artes. Así que realizamos
una convocatoria a la cual acudieron doce poetas.
Imaginamos un repositorio en donde los espectadores
pudieran ver con anticipación los poemas pregrabados
por el poeta, con una nota biográfica y un corto
comentario de los poemas. De esta forma, el encuentro
nos permitiría conversar con el público sin esperar a
los últimos cinco minutos después de la lectura.

Aquí estamos, inaugurando Gestos de la Poesía con


un trazo firme y alegre. Con gestos y voces. De hecho,
la lectura en voz alta es importante para nosotros
porque nos permite asistir al gesto, al comienzo, a la
forma que surge del origen, del impulso de la palabra
poética, y la voz, la dicción, los énfasis, los silencios.
En narrativa hablamos de un narrador que tiene una
perspectiva de la historia que cuenta, pero en poesía
hablamos de una voz poética, nada más misterioso
que una voz poética que habla. Podemos pensar que
es una especie de voz interior, instalada en algún
lugar del caracol del oído. Podemos pensar que es
esa voz que lee mentalmente. Podemos imaginar un
fenómeno físico que al igual que en un instrumento
musical reacciona al paso del aire y de la pulsación.

5
O podemos considerar que tiene un origen divino y
acuñar esa voz como el otro lado del silencio, como
una verdadera experiencia mística.

«Para qué las palabras. Para vivir con ellas» dice


Ernestina de Champourcin, poetisa de la Generación
del 27, que junto con siete poetisas más vuelven a
nacer en la voz de Sheila Blanco. O asistir a la voz
más cercana del silencio de Hugo Mujica, Felipe
Vaughan, Stephen Watts, Lance Henson, Renato
Sandoval o Juan Daniel Neira. También la de la
poesía sufí en la voz de Juan Castrillón y en la
lentitud de la imagen en los filmes que veremos como
expresión de la poesía como gesto.

El verso, sin embargo, cederá el espacio al poema


en prosa o a la poesía conversada, a la que es
canto, danza, denuncia social, soledad del hombre
contemporáneo en las voces de Nicolás Antonioli,
Manuela del Alma, Andrea Navas, Adriana Hoyos,
Lauren Mendinueta y Rayen Kvyeh.

Bienvenidos y gracias por acompañarnos


todos los miércoles a las cuatro de la tarde.

6
Juan Daniel
Neira
Colombia


Mi sombra se pierde entre la noche
cuando el fuego no me sueña

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Juan Daniel Neira: una palabra que respira
FRANCIA ELENA GOENAGA
Directora del Departamento de Humanidades y Literatura
Universidad de Los Andes

La poesía de Juan Daniel Neira es un diálogo entre un tú y un yo


que con frecuencia cambia de lugar en la interlocución,
el yo es el tú y el tú es el yo. En este cambio de lugar, la
palabra es el puente. La palabra poética es respiración,
paz, capacidad de nombrar, muerte y resurrección,
palabra amorosa como «huerto en flor». Pero también
es silencio y vacío. El tú tiene un rostro que se
desdibuja detrás de las llamas, del agua, del viento,
pareciera pertenecer al orden de lo desconocido. En
otras ocasiones, al contrario, se muestra con claridad
en la memoria hecha de palabras.

La llama es un abismo,
un círculo sin forma,

un manantial
y un hoyo negro,

una palabra que respira.

9
La presencia de Gaston Bachelard está de comienzo a
fin en el primer poemario de Neira. La vela y la llama
nos hablan de las presencias y ausencias que pasan de
un estado a otro en la disolución de los contrarios. No
es claro si se trata de la divinidad, porque la figura de
la amada toma formas diversas. Tal vez, la capacidad
creadora del amor sea lo que prevalezca.

Al morir la vela
el fuego renace
en el pábilo
de otro reino.

La muerte es ternura
cuando la vida es ternura
y ambas se confunden
en esa delicadeza.

La mayor delicadeza es la del poema:

Al fin he muerto al tiempo


y en esta llama nazco.

10
Amor y vacío
son en Dios
un mismo canto,

una soledad que se celebra


en ser la voz del fuego.

11
Ni un solo rostro:

sólo la llama,
sólo el espejo.

El vacío
me disfraza
de lo creado.

12
Corazón de la hoguera,
hogar de multitudes,

el latir parejo
de una verdad sin forma,

un destino consumado
en la presencia de una llama.

13
Nado río arriba
por los ojos de la vela.

Estoy sentado de nuevo


en el corazón del manantial.

14
La llama es un abismo,
un círculo sin forma,

un manantial
y un hoyo negro,

una palabra que respira.

15
La paz que buscaba
es ofrenda para la muerte.

Esta es la leña
que debe recibir el fuego.

16
Llama,
verbo diáfano,

celebración,
salud
y poesía.

Muerte,
vacío,

soledad.

17
Mi sombra se pierde entre la noche
cuando el fuego no me sueña.

Ya no habrá más hombre


si me deja de velar la luz.

18
La primera gota de agua
la dio el fuego.

De ahí vino la fe,


la humanidad,
la palabra.

19
¿Para qué sirve tu vida
si no usas tus huesos
como leña de su fuego?
rumi

Todo este trajinar


con el viento y su comercio
me ha traído a esta palabra.

El camino de la noche
no ha tenido más destino
que tu voz.

20
Columna de fuego,
pilar de humo.

Frontera
en donde el desierto acaba.

Aurora
en donde nuestro amor comienza.

21
He olvidado mi nombre,
el nombre de mis padres.

Tu amor y sus caudales


son sin importar
los rostros.

He olvidado a quién he amado,


por quién he vivido,

este fuego
es mi único recuerdo.

22
No amarro ya más ancla
que el corazón del fuego,

no sueño más camino


que el que la llama alumbra

(lo demás siempre ha de ser


vanidad y contingencia)

23
Ha caído el mayor velo.

Amar
es ver tu rostro.

Amar es desaparecer
en la presencia de tu amor.

24
Los seres débiles
tienen un más allá muy delicado
menos brutal
que los seres fuertes.
gastón bachelard

Al morir la vela
el fuego renace
en el pábilo
del otro reino.

La muerte es ternura
cuando la vida es ternura
y ambas se confunden
en esa delicadeza.

25
Si alguien pregunta:
¿Cómo alcanza un siervo la Gloria de Dios?
conviértete en la resplandeciente vela
que todo el mundo puede ver,
–Así–.
rumi

Silencio,
debo dejar que hables.

Pronuncia en mí tu amor,
tu presencia de vela encendida.

26
Fuera de ti
se marchita la inocencia,

en tu vientre intocable
encierras la niñez de mi alma.

27
El tiempo ha insistido
en sostenerte
como horizonte.

Te debo el derrumbe
de mis dioses y mis templos.

Después de todo incendio


sólo ha permanecido
tu altar desnudo.

28
Tú,
el de diversos rostros,
el de las máscaras,

el que se viste de aves


y de cantos,

el que conversa con su única palabra


en los múltiples paisajes,

tú,
tú eres yo,

las aves,
los paisajes,
las palabras.

29
Puede que olvide
los corredores de mi casa,
la forma de unos labios
o el sonido del arroyo.

Nada garantiza
que haya aprendido
del comercio con mis sombras,

pero tú, entre las llamas,


eres la memoria, el mar,
el tiempo en las estrellas.

30
Tu palabra
sea mi palabra.

Yo no soy
ni luz ni sombra.

No soy más
que el umbral
de tu silencio.

31
Hay días en los que el fuego
decide morirse.

Su universo se vuelve turbio


y malhumorado.

Las montañas son muy amplias,


el cielo hermoso en demasía.

Entonces llega el viejo


y se hunde entre los mares.

Hace nacer la luz


del regalo de su ausencia.

32
Felipe
Vaughan
Colombia


Cuando la llama de esta vela se consuma


la claridad lo habrá inundado todo

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34
Felipe Vaughan: el canto de las dunas
FRANCIA ELENA GOENAGA
Directora del Departamento de Humanidades y Literatura
Universidad de Los Andes

En la lectura pausada de Felipe Vaughan oímos la voz poética que


rompe el silencio con heptasílabos (o casi) como
una promesa rítmica que el lector espera. Rompe la
cadencia y la retoma. Entre el abandonar y el continuar
asistimos a una poesía de una gran sencillez y dureza,
al tiempo que nos acuna como a dunas en un desierto:

[…] crece el clamor de los desiertos


el canto de las dunas.

Hablo de dureza, en el sentido de una poesía que no


proclama un fácil amor universal o una hermandad
ficticia. Es una poesía que se enfrenta a la vieja herida
ocasionada por la tecnificación del dolor humano
en una sociedad capitalista. Sin embargo, el poema
no permanece en la denuncia, ni en la melancólica
mirada del origen, sino atiende al misterio de las
cosas, que solamente es posible descubrir con la atenta
observación y percepción de los sentidos, unida a una

35
razón de amor que reúne cordialmente todas las formas
del logos.

Como en la poesía de Hugo Mujica, la íntima


experiencia poética no es personal, «estas palabras
no son mías», ellas pertenecen a los ancestros. Estos
versos hablan del dolor del mundo porque «ya no hay
virtud en la palabra». De nuevo podemos hablar de
una poesía mística que se adhiere —como el musgo
en los árboles— a la miseria del siglo xxi y también al
milagro de su existencia. Insisto en esta paradoja del
misticismo: siendo inefable, epifánico, es objetivamente
real e impersonal. Así lo expresa la voz poética en
este poema:

Esta palabra es tierra


barro que cobra forma entre tus manos
sueño que el fuego purifica
y que un ligero soplo
entrega al tiempo y a la vida.

En Guía de árboles y pecadores (2018), Juan Manuel


Roca dice en el prólogo: «su libro está lleno de una
sobrevivencia natural en medio de la sobrenaturaleza
ciudadana», nada más cierto en esta guía que es
también génesis de la poesía. Al igual que en el
«infinito» de Leopardi debemos ascender por una

36
colina para constatar el paso del tiempo, la conciencia
de la pequeñez de las cosas del mundo, «elevarse»
como hacían los estoicos para no olvidar que el
Imperio Romano también tenía una escasa medida
frente a la grandeza del cielo estrellado, del universo,
del infinito. Qué asunto tan urgente se nos ha vuelto
practicar el ejercicio cotidiano propuesto por Marco
Aurelio: «recordar que somos hombres», es decir
anthropos, y una vez hemos mirado hacia abajo
debemos levantar de nuevo los ojos al cielo y viceversa.

Sube por la colina que acaricia el viento.


Recuerda que la vida pasa,
el sueño es provisorio
y más allá del horizonte
se encuentran los caminos de la infancia,
el cielo de los pájaros,
la luz de los comienzos
y los árboles sin nombre.

37
Viento, luna, no tarden…
Lluvias, cantos, no teman…
Diga la luz la entraña
de la tierra, la savia
diga que no ha olvidado
el curso de los astros,
las aguas de la vida
y el silencio de los pájaros

38
Así que un día cualquiera te dices a ti mismo
   que todo ha sido en vano,
te dices tantas cosas que sabes que son falsas
y sientes miedo de la vida
y desconfianza

Hubieras preferido no haber venido al mundo,


no haber mirado un árbol
ni sentido el viento

Pero el desierto te reclama


y debes levantarte
y comenzar a andar
sin preocuparte del mañana

Tú morirás
pero tan sólo así
podrás volver a comenzar

39
Hora del alba en que la noche se abre
sobre el silencio de los cerros,
hora primera en que los pájaros despiertan,
las sombras se resguardan
y el sol comienza su oración.

Fluye la luz por los estuarios de la vida,


fluye sin pausa como las olas en el mar.

El viento hace temblar las ramas de los pinos,


la hierba se estremece
y las palomas vuelan a lo lejos.

40
Ya no hay virtud en la palabra
el tiempo se ha quebrado
y en los confines de la noche
crece el clamor de los desiertos
el canto de las dunas
y el abismo de las almas

41
Viento sin lumbre
la noche de los miserables.
Viento cortante
como el que en medio del desierto
incita a la locura al caminante,
al crimen al sediento
y a abandonarse en manos del destino
a quien habiéndolo perdido todo
no alberga ya deseos ni esperanza.

42
Esta palabra es tierra
barro que cobra forma entre tus manos
sueño que el fuego purifica
y que un ligero soplo
entrega al tiempo y a la vida

43
Yo volveré a mi rama,
contemplaré a lo lejos,
aguardaré en silencio
la llegada del invierno.

44
Cuando la noche haya caído escucharás
   las voces de los muertos.
Verás los gatos en la calle, la hierba en los tejados,
la llama de una vela detrás de una ventana.
Arribarás puntual a la estación,
un sueño en tu maleta,
y aguadarás en vano la llegada de los trenes.

45
Ella contaba que en un sueño le había
   hablado a Dios,
que había visto el sol ponerse en el océano,
a la ciudad arder
y a las palomas de los puertos fundirse
   con el viento.

Cantaba siempre una canción acerca de su patria,


cómo los marineros se habían perdido
   por su propia astucia,
la luna había sangrado, la bruma se extendía
y en los aljibes de la noche se forjaban las estrellas.

46
Estas palabras no son mías.
Son el rumor del viento
que hablaba en otro tiempo a mis ancestros,
son el llamado de mil voces ya extinguidas,
las huellas de un pasado
que el alma sabe inmemorial.

47
Calma como la noche se halla el alma,
calma como la luna sobre el silencio de las aguas.

Es tanta la quietud de este momento


que no hacen falta las palabras.

Cuando la llama de esta vela se consuma


la claridad lo habrá inundado todo.

48
Quizá en el reino de la noche
una pequeña estrella centellee,
abra sus diminutos párpados
para velar por ti, por mí,
por todos los hermanos.

49
50
Hugo
Mujica
Argentina


La nada que somos


es el todo que buscamos

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Hugo Mujica: las formas del vacío
FRANCIA ELENA GOENAGA
Directora del Departamento de Humanidades y Literatura
Universidad de Los Andes

En la lectura pausada de Hugo Mujica, y en la distribución


tipográfica espacial del poema, en donde predominan
los espacios vacíos, al comenzar los versos o entre
estrofas, asistimos al origen de la poesía de Hugo
Mujica: el silencio, el vacío, lo indeterminado, el
asombro.

Lo indeterminado es lo que no ha ocurrido pero es


potencia, «lo que todavía de nosotros no dimos a luz
en la vida»; el vacío son esos espacios que se abren
y nos permiten anular el tiempo; el tiempo de la
palabra en el verso, el tiempo en el que transcurrimos,
el tiempo que «palpamos en cada cuerpo abrazado»
y el vacío que producen estos cuerpos al separarse
y que permite el adiós. El silencio es la experiencia
más cercana del vacío y está relacionada íntimamente
con el asombro. Abrimos los ojos muy temprano
en la mañana y la lluvia que cae nos sobrecoge, nos
asombra, nos silencia, y «algo otro se transparenta

53
en sus aguas». Son formas del vacío el silencio y el
asombro, aunque «Lo perdido no fue el Paraíso. Lo
perdido es el asombro». Así los versos van horadando
nuestro interior, van creando su propio vacío para que
podamos en algún momento escucharlos.

Aquí no se trata de ideas abstractas, los participios


(“abrazado”, “partido”) y los adverbios (“casi”, “apenas”,
“todavía”) dan contingencia a la realidad poética.
Con el adverbio algo viene de lejos, imperceptible, y
continúa en el presente de manera perceptible; y con
el participio constatamos la existencia objetiva del
sujeto partícipe en la experiencia poética o mística.
Simone Weil (París 1909 – Kent 1943) lo explicaba
claramente en su aforismo místico: «Amar a alguien
inexistente es peor que la muerte, porque la muerte
no le impide al amado haber sido»; parafraseando
lo que ella afirma en La gravedad y la gracia (1948),
podríamos decir que el adiós no le impide al otro el
haber sido abrazado.

Estos poemas de Hugo Mujica nos hablan de un


estado atento de observación y de escucha, tanto del
mundo externo en las formas de la naturaleza como
interiormente. La lluvia, el viento, el ocaso, lo que
tocamos, lo que olemos, lo que saboreamos nos da la
oportunidad de constatar lo esencial de la experiencia

54
poética que, aunque sea propia de un individuo,
no es personal. Esta es una de las características
de la poesía mística que se convierte en paradoja:
cómo la experiencia inefable experimentada por un
individuo no es personal. En este caso, el poeta es
como un árbol a través del cual pasa el viento, atento
a las sensaciones de su cuerpo y a los avatares de su
espíritu, de esto queda lo dicho a nosotros sus lectores,
y un poco de ese viento nos roza. Un ejemplo de este
fenómeno poético es este pequeño poema del té,
perteneciente a su libro Brasa blanca (1983), en donde
el silencio se llena de sibilantes y oclusivas:

se pone el sol tras la ventana


de la cocina

el té está casi listo.

55
(CONFESIÓN

El poema, el que anhelo,


al que aspiro,
es el que pueda leerse en voz alta sin que nada se oiga.

Es ese imposible el que comienzo cada vez,


es desde esa quimera
que escribo y borro.)

56
EN PLENA NOCHE

También en plena noche


la nieve
se derrite blanca

y la lluvia
cae
sin perder su transparencia.

Es ella, la noche,
la que nos libra de los reflejos,

la que nos expande


las pupilas.

Lo que busca con su bastón


el ciego es la luz, no el camino.

57
XXII

Siempre sopla
más viento
que el que al pasar nos roza,
siempre se palpa
un adiós
en cada cuerpo
abrazado.

Es en el vacío
que lo que se va nos deja
donde se abre
lo que seremos,
es mientras pasa
que nos va llegando
la vida.

58
XLVI

No cae lluvia sobre


los surcos
ni hay tiempo para la cosecha,
queda solo el sembrar
y la partida.

–Saber que no habrá victoria


es lo que da grandeza
al combate–.

59
OSADÍA

Ver no es abrir los ojos,


es arrojar a un lado el bastón blanco:

osar andar
sobre el saberse perdido.

60
LI

Alto y lejos,
apenas perceptibles,
golondrinas nómadas
surcan el aire.

La nada que somos


es el todo que buscamos.

61
XLVIII

Es el viento,
soplo a soplo,
el que transfigura
las nubes,
da a cada una su forma
y a cada forma
su instante;

soplo a soplo
se esboza y borra:
es el otro en cada otro
para ser él mismo en todo.

62
ORILLAS

Afuera ladra un perro

a una sombra, a su eco


o a la luna
para hacer menos cruel la distancia.

Siempre es para huir que cerramos


una puerta,
es desierto la desnudez que no es promesa

la lejanía
de estar cerca sin tocarse
como bordes de la misma herida.

Adentro no cabe adentro,

no son mis ojos


los que pueden mirarme a los ojos,
son siempre los labios de otro
los que me anuncian mi nombre.

63
III

Anochece
bajamar,

algún graznido,
restos que el mar abandona
en la arena
y esta soledad de ser
solo a medias.

Es la hora
de la melancolía,
la de la ausencia
de lo que nunca estuvo
y sentimos más propio:
lo que todavía de nosotros
no dimos a luz
en la vida.

64
LXIII

Hacia tierras
con más sol, una bandada
de pájaros
migra su destino.

Cada uno llega


desde lo que fue
y va hacia su azar posible,
entremedio somos
la herida,
entremedio la partida.

65
VI

Hojarasca, tronco
o estiércol,
aire húmedo
y los hongos brotan.

Latir latimos por dentro


pero es desde afuera
que la vida
se encarna:
es unos a otros
que nos estamos
creando.

66
HACE APENAS DÍAS

Hace apenas días murió mi padre,


hace apenas tanto.

Cayó sin peso,


como los párpados al llegar
la noche o una hoja
cuando el viento no arranca, acuna.

Hoy no es como otras lluvias


hoy llueve por vez primera
sobre el mármol de su tumba.

Bajo cada lluvia


podría ser yo quien yace, ahora lo sé,
ahora que he muerto en otro.

67
I

Anochece
y se van
replegando
los ruidos;

solitario,
un perro rengo
cruza la calle.

Anochece
y es en la quietud
donde la vida nos revela
lo que aprende de sí
mientras late nuestra vida.

68
NACE EL DÍA

Nace el día
bajo un cielo despejado,

la claridad en la que todo


se muestra,
lo que hacia ella brota
y lo que su misma luz marchita.

Todo nacer pide desnudez,


como la pide el amor,
como la regala la muerte.

69
I

Taja la noche
el relámpago
y en lo hendido
se apaga:

esa noche es el misterio,


ese tajo lo que
somos.

70
AMANECE Y CALLO

Amanece y
callo;

callo todo miedo, callo cualquier


presagio,

busco un alba virgen de mí,


busco el nacer de la luz,
no su alumbrarme.

71
VII

Hacia lo alto, hacia la luz


se distancian las ramas,

en lo hondo,
en la oscura tierra,
las raíces se encuentran,
la sed las entrelaza.

72
EN ESTE VALLE

La noche
ya se escucha grillos
y ahora es el
viento
el que aleja o arrima el temblar
de lo que se inclina.

Hoy, en este valle,


bajo esta luna,
supe que el viento no pasa,
supe que siempre está llegando.

73
XIII

Silencio

y en el silencio
respira la noche,
respira silencio.

Por la ventana
entra
una brisa,

entra, sale y pasa


sin dejar
ni llevarse nada

y súbitamente,
en ese paso,
nada sobra, nada falta.

74
II

Se enciende
el día sobre la desnudez
de los llanos

la neblina disuelve
su velo
y los sauces
emergen renacidos.

Todo se abre y el verlo


abre el alma,
el alma que es ese abrirse.

(El paraíso no fue perdido
lo perdido es el asombro.)

75
XLIX

Al final no habrá final


habrá la entrega:

ese salto
sin orilla desde donde darlo,
ese saltar al vacío
desde el que una vez
llegamos,

esa entrega
para la que nos fuimos
vaciando.

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77

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