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HOMILIA DEL VIERNES XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

“Han sido marcados con el Espíritu Santo prometido”


En este pasaje, así como los que hemos estado escuchado durante estos días,
Lucas continúa narrándonos la controversial polémica entre Jesús y los fariseos. Donde en
esta ocasión Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, los advierte de cuidarse de no
fermentarse de la misma levadura de los fariseos, es decir, de la hipocresía.
En esta reflexión quiero invitarlos a que fijemos nuestra mirada en los dos tipos de
personas que encontramos en este pasaje evangélico, que son totalmente opuestos y que
a su vez crecen de modos muy diversos.
Por un lado, encontramos a los que se encuentran impregnados de la levadura de
los fariseos, que es la hipocresía. Se trata pues, de personas encerradas en sí mismas, que
viven de apariencias y en constantes mentiras, muy rigoristas en cuanto al cumplimiento
de ley, pero nada de practica en relación a la misma. Y que sin duda alguna con sus
actitudes contradicen una vida cristiana auténtica.
Por lo contrario, están las personas que viven sin ocultar nada, siempre viviendo en
la transparencia con Dios y con los demás y están fermentadas con la levadura de los
cristianos, es decir, el Espíritu Santo prometido, con el cual hemos sido marcados y es la
garantía de nuestra herencia. Como lo testifica san Pablo en la primera lectura en su carta
a los efesios.
Ahora bien, cabe preguntarnos ¿con cuál de los dos tipos de personas descritas me
siento identificado? Con los impregnados con la levadura de los fariseos o con los
impregnados con el Espíritu Santo.
Las lecturas de hoy nos recuerdan a nosotros, discípulos de Jesús, a que estamos
llamados a iluminar a los demás con lo que hemos recibido de parte de él, su Espíritu. Ese
mismo Espíritu que nos empuja hacia fuera, que nos hace crecer, que nos hace verdaderos
cristianos. Cristianos con dificultades, con sufrimientos, con problemas, con caídas, con
pecados, etc. Pero siempre con la esperanza de encontrar aquella herencia que se nos ha
otorgado. El Espíritu Santo que es la prenda de esa esperanza, de esa alabanza y de esa
alegría. Alegría que tristemente los fermentados con la levadura de la hipocresía no
conocen.
Cada uno de nosotros estamos invitados a vivir como auténticos cristianos,
seguidores de Jesús. A ser personas que vivan rectamente, que lo que estudiemos,
oremos y prediquemos lo hagamos vida, para que así nuestro actuar sea una constante
alabanza a Dios. Que cada uno desde nuestra propia vida, con luces y sombras hagamos el
esfuerzo en vivir de acuerdo a la vida de Aquél que nos ha llamado y nos invita
constantemente a configurarnos con él.
Pidámosle a Dios pues, nos conceda la gracia para que día a día, nos esforcemos
para vivir de acuerdo a las enseñanzas de su Hijo Jesucristo. Y al mismo tiempo, pidámosle
nos otorgue el don de la perseverancia para poder estar atentos y no contaminarnos con
la levadura egoísta de los fariseos. Y que sea su santo Espíritu quien nos aliente y anime a
vivir como verdaderos cristianos herederos del Reino.
Así pues, habiéndonos alimentado con el pan de la palabra que nos nutre
espiritualmente, dispongámonos a encontrarnos con Jesús y alimentarnos de él, ahora,
por medio de pan eucarístico, pan fermentado con el mismos Espíritu de Cristo, para que
así también nosotros seamos fermento para los demás. Así sea.

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