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Constitución Dogmática

“Dei Verbum”

El Concilio Vaticano II, convocado por el sucesor de Pedro, Juan XXII y concluido por Pablo VI (1959-
1965), ha sido considerado como uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX. Ya que el espíritu
que se respiró en él, marcó una pauta y exigencia de la auténtica renovación de la Iglesia. Así pues, el Vaticano II
será quien profundice y exponga la doctrina autentica sobre la revelación divina y su transmisión. Cabe
mencionar que, ya desde antes del concilio, la cuestión sobre la Revelación y el problema de la relación entre
Escritura y la Tradición, eran considerados materia de estudio para este concilio. Por tal motivo se consideró
elaborar un documento que abordará dicho tema, surgiendo así la constitución Dogmática «Dei Verbum» (1962-
1965), siendo el documento que, en medio de discusiones y debates, tardó más en madurar y en ser aprobada
por el Concilio, poseyendo alrededor de cinco esquemas preparatorios, antes de ser proclamada dicha
constitución.
La Dei Verbum expone la naturaleza de la revelación como tal, que tiene su culmen y plenitud de
Jesucristo. La revelación es vista desde un enfoque de encuentro personal y salvífico de Dios con el hombre. Dios
ha querido revelarse y comunicarse con sus amigos, para que lleguen al conocimiento de la Verdad y tengan
vida y al mismo tiempo hacerlos participes de una comunión con la Trinidad. Esta revelación tendrá su culmen
en Jesucristo. Él con sus obras y palabras hará presente a Dios en el mundo y serán los mismos quienes por
medio de la fe darán respuesta a la revelación de Dios en Jesucristo. La Dei Verbum entenderá por fe, como una
autodonación total y libre a Dios que se nos da, a diferencia del vaticano I, quien defendía que la fe es la
adhesión intelectual a las verdades (dogmas).
Como ya mencionaba anterior mente uno de los temas fundamentales de vaticano II, será la relación
existente entre Sagrada Escritura y la Tradición, la postura de este concilio con el anterior, sostenía la existencia
de dos fuentes de la revelación, considerándolas como diferentes y al mismo tiempo separándolas una de la
otra, la Dei Verbum, dirá: no existen dos fuentes de la revelación, sino más bien, son dos expresiones de la
misma fuente: es decir, Dios. Estas dos expresiones se encuentran unidas y al mismo tiempo son un
complemento una de la otra, y que al mismo tiempo constituyen un solo depósito de la Palabra de Dios,
confiado a la Iglesia. Así pues toda la Iglesia está llamada a conservar y transmitir la revelación. Por tal motivo, el
Magisterio estará por debajo de esta Palabra y al mismo tiempo a su servicio.
Por otra parte, al hablar de inspiración e interpretación en la Dei Verbum, se entiende ese proceso
donde la obra humana se hace presente sin olvidar lo divino, es decir, la revelación que contiene la sagrada
Escritura ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Iglesia fiel a esta transmisión
reconoce que lo que contiene el Antiguo y Nuevo Testamento es sagrados y son canónicos, ya que confía en que
su autor es el mismo Dios.
Por último, la Dei Verbum exhorta a todos los exégetas, hermeneutas, teólogos, presbíteros,
consagrados y a todos los fieles a recurrir constantemente al estudio profundo de la Sagrada Escritura, ya que
«el Estudio de la Sagrada Escritura debe ser el alma de la teología». Debemos sacar de ella nuestras mejores
reflexiones teológicas para después transmitirla a los fieles.
Al acercarme con mayor delicadeza y profundidad a este documento conciliar, descubro la riqueza que
ha traído a la Iglesia estas reflexiones y que al mismo tiempo hace que la misma Iglesia trabaje arduamente,
pero ya no solo desde su interior sino, un trabajo exterior que sea notorio y evidente, como lo es la Dei verbum.
En lo personal me deja muchas enseñanzas y al mismo tiempo aclara mis dudas. Pero sobre todo me hace
comprometerme a vivir, anunciar y dar razón de eso que por amor se me ha revelado, Jesucristo. “A fin de que
todo el mundo, con el anuncio de la salvación, oyendo, crea, creyendo, espere, y, esperando, ame”. (San Agustín).

Pbro. Lic. Sergio Díaz Lepe César Humberto Montaño Fránquez

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