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Estructura y organización de la Iglesia en los primeros siglos

La libertad alcanzada con el edicto de Milán condujo un a una mejor organización


eclesial y fue en este contexto donde tomó fuerza la Iglesia local, que en oriente era
llamada parroquia y en occidente, diócesis. 

El eje era el obispo quien estaba obligado a la residencia en la comunidad y tenía


prohibido su traslado a otra diócesis por aquellos de las nupcias místicas del obispo
con la Iglesia local. Con el crecimiento de números de fieles se vio la necesidad de
establecer otros centros de culto con lo cual se originaron las Iglesias titulares que
después tomaron el nombre de parroquias, administradas por sacerdotes
itinerantes que hacían parte del clero de la diócesis. 

Otro elemento son las grandes circunscripciones territoriales que más tarde
tomaron el nombre de patriarcados; en un principio y hablando en sentido estricto
fueron tres: Roma, Antioquia y Alejandría; a estos se les une, con una importancia
honorifica el de Jerusalén, y a partir de 381 aparece el quinto patriarcado,
Constantinopla, capital del imperio oriental. Los patriarcados permiten entender
las existencia de diferentes ritos en la Iglesia, que se deben tener en cuenta en el
ecumenismo y las divisiones que se han presentado, toda vez que `por el
pluralismo se presentan tensiones y conflicto, uno de los temas más agitados de la
historia de la Iglesia. 

Las diferentes circunscripciones tenían asambleas o reuniones, sínodos o concilios.


Cuando el sínodo tiene una mayor importancia porque abarca varias provincias o
todo el imperio normalmente es convocado por el emperador, una veces por
propias iniciativa, otras veces por sugerencias de los patriarcas o los obispos
metropolitanos; en este sentido los emperadores se convirtieron legisladores de la
Iglesia. 

La jerarquía 

            El pontificado 

Después de Milcíades (311-314) en cuyo pontificado fue dado el edicto de Milán, se


inicio la construcción de la basílica de San Pedro y le fue “donado” al obispo de
Roma el palacio San Juan de Letrán, vino el pontificado de Silvestre I (314- 335) en
cuyo tiempo se llevó a cabo el primer ecuménico realizado en Nicea en  el 325. 

En el 336 ocupó la silla de Pedro, Marcos cuyo pontificado solo duró nueve meses.
Lo sucedió Julio I (337-352) bajo cuyo pontificado se desarrolló la posición
privilegiada de Roma y tomó fuerza la actividad pontificia. Para elegir el sucesor de
Liberio se presentaron varios inconvenientes, siendo finalmente elegido Dámaso I
(336-384) quien después de superar los problema iniciales le dio una nueva
configuración a la curia romana y recuperó la autoridad pontificia que en cierto
sentido se había perdido, ya que fue conciliador en la forma pero riguroso en la
sustancia. Durante su pontificado fue concedido el decreto Cunctos
populos (febrero 28 de 380) con el cual la fe cristiana fue declarada como religión
del Estado en la forma en que los romanos la había recibido del apóstol Pedro y era
profesada por Dámaso I. Otros puntos importantes de este pontificado fueron,
entre otros, el interés por la Biblia, al tener a su servicio durante algunos años a
Jerónimo y proclamar el canon de la Sagrada Escritura, y su preocupación por la
restauración de algunos templos. 

Inocencio I (402-417) fue quien trató de desarrollar la idea del primado del obispo
de Roma. Esta idea se pudo llevar en adelante sin mayores obstáculos en occidente;
con Oriente las relaciones fueron difíciles, porque los patriarcados orientales,
principalmente Alejandría y Antioquía, no aceptaban ni apoyaban las decisiones de
Roma. En la respuesta dada por el Papa hacia el 417 se puede captar que en
cuestiones doctrinales el obispo de Roma disfruta de una especial autoridad que
tiene su fundamento en la Biblia. 

          El Clero 

Hasta el siglo IV, el sostenimiento del clero se hacía gracias a las ofrendas,
contribuciones y primicias de los fieles; en aquel entonces el clero no estaba
obligado al celibato, práctica que se afianzó con el tiempo al entenderse como
medio idóneo para un mejor servicio a Dios y lentamente se convirtió en el sistema
de vida más adecuado para el obispo y el sacerdote. 

A comienzos del siglo IV ya existían los diferentes grados del orden y el clero estaba
dividido en superior e inferior; al superior pertenecían obispos, presbíteros y
diáconos; al inferior subdiácono, acólitos, exorcistas, ostiarios, y lectores. Un
elemento importante es el numero de vocaciones, el cual era bajo, pero a pesar de
ello no faltaban clérigos en las diferentes comunidades. 

Para la admisión en el estado clerical existían algunos requisitos: edad e


intersticios, integridad corporal y salud física, acreditación de fe y de vida moral. 

Otros requisitos eran: tener un suficiente conocimiento teológico y pastoral, estar


libres de compromisos políticos en relación al imperio, ser libre, porque el esclavo
tendría que servir a dos señores. Los clérigos se fueron convirtiendo en grupos de
personas preparadas que comenzaron a tomar el liderazgo de la sociedad pro su
sabiduría y santidad.

LAS Iglesias en la edad media

En todos estos hitos de la Edad Media, la Iglesia tendrá un papel fundamental, ya sea la romana o
su pars orientalis, es decir, el Imperio Romano de Oriente (mal llamado Imperio Bizantino o
Bizancio a secas). La sociedad medieval se considera una proyección de la voluntad de Dios, por
ello, resulta una tarea extremadamente ardua concebir la Edad Media sin la existencia de la
Iglesia.

La Iglesia en los primeros siglos de la Edad Media va a tener en las comunidades cenobíticas o
monasterios su principal motor religioso, cultural y artistico. Los monasterios se encargaron de
mantener la pureza de la fe cristiana; cultivaron las letras, el canto, la arquitectura, la escultura, la
pintura, la orfebrería, etc. Su relevante papel en la copia de manuscritos de temática religiosa y
profana es universalmente aceptada hasta por los historiadores más críticos. Sin embargo, hizo
falta un catalizador para que el mundo monástico llegara a su plenitud: la unificación bajo una
misma regla. Este suceso acontecerá a partir del siglo IX en el Imperio Carolingio cuando el monje
Benito de Aniano convence a los emperadores para que impulsen la unificación del monacato
franco bajo la Regla de San Benito. La Regula Sancti Benedicti no era un modelo de organización
monacal de nueva aparición. Había sido escrita por Benito de Nursia varios siglos antes, a
comienzos del siglo VI d.C. en el corazón de la Península Itálica, pero su difusión por Europa sólo
era parcial pues competía con otras reglas monacales.

La renovación y aceptación experimentadas por el monacato benedictino entre los siglos X y XI, a
través del movimiento cluniacense, dotó a los pontífices de colaboradores procedentes de esta
orden, que se caracterizarán por su eficacia y celo hacia sus obligaciones. De los medios
monásticos surgieron los principales autores de tratados y escritos de espiritualidad, mística y
moral o hagiográfica.

La iglesia antes del CVII

Los cristianos que pudieron vivir de una manera consciente el Concilio hoy son jubilados.
¿Cómo transmitir a las generaciones más jóvenes de hoy un acontecimiento del que apenas
quedan protagonistas principales?
Los que escriben estas líneas aún no habían nacido cuando el Concilio echaba a andar hace
50 años. Y quizás nuestra generación no ha sido capaz de valorar la grandeza de este
acontecimiento de Gracia –kairós- del que queremos dar cuenta y con el que os proponemos
sintonizar.

¿Qué significó realmente el Vaticano II que para algunos supuso el mayor acontecimiento del
siglo XX (De Gaulle), el paso del anatema al diálogo (Garaudy), un concilio profético para
nuestros días (Chenu), el paso de la Iglesia occidental a una Iglesia universal (Rahner), una
gran gracia del Espíritu para la Iglesia (Juan Pablo II),…?

Para hacernos una idea de la Iglesia antes del Concilio (preconciliar) nada mejor que
recordar, algo que nos contaban nuestros padres o abuelos, cómo era una misa hace
exactamente 50 años.

El sacerdote celebraba la Misa de espaldas al Pueblo, era el hombre de lo sagrado –separado


del pueblo con su sotana, tonsura y coronilla- que rezaba y leía la Palabra de Dios ¡en Latín!
Mientras el pueblo estaba pasivo, no entendían Latín, y, como nadie entendía nada, se
dedicaban a rezar el rosario, leer un libro piadoso o hacer novenas durante la Misa; aunque
también es verdad que los más promocionados seguían la liturgia con un misalito bilingüe en
Latín-español (¡lo de bilingüe nos suena ahora a otra cosa!). En algunos sitios, un predicador
en el púlpito predicaba durante la Misa y sólo interrumpía su predicación ante el sonido de las
campanillas con motivo de la consagración. No se podía concelebrar y, en ocasiones se
celebraban varias misas simultáneamente en la misma Iglesia en las capillas laterales.
En fin, no se valoraba la Eucaristía como celebración comunitaria del misterio pascual. No
había oración de los fieles, no se daba la paz, se rezaba el Credo y el Padrenuestro en Latín y
los cantos eran mayoritariamente en Latín y en Gregoriano (¡mi padre fue monaguillo y sabía
unas retahílas en latín que ni él mismo siquiera intuía lo que significaba!).
El sacerdote tenía el monopolio de la celebración ejerciendo todos los ministerios durante la
Misa salvo la pequeña ayuda de estos monaguillos que se limitaban a responder en Latín -no
respondía la asamblea-, a trasladar de sitio el misal o hacer sonar las campanillas.
Los más mayores apenas lo recordarán pero hasta la reforma de Pío XII era preciso observar
estrictitamente ayuno eucarístico desde las 12 de la noche del día anterior. Por esta razón, en
las misas más solemnes, celebradas al final de la mañana, no comulgaba casi nadie porque
ya habían desayunado.
La celebración litúrgica de la Eucaristía no es algo aislado, expresa la forma de vivir la fe y la
forma de entender la Iglesia (eclesiología) de un momento determinado. En estas Eucaristías,
se nos presenta una Iglesia piramidal y desigual, muy clerical.

Pero faltaríamos a la verdad si nos quedamos sólo con esta idea. Esta Iglesia de antes
del Concilio, con esa Liturgia y esa forma de vivir la fe, hizo un gran esfuerzo de encarnación
en la realidad, fue una fuente de humanización en momentos críticos de la sociedad, mantuvo
la unidad de fe, evangelizó continentes, luchó por su libertad, produjo muchos frutos de
santidad eximia. Pero esta Iglesia estaba en ocasiones cerrada al mundo cuando no lo
condenaba, sospechaba de la Ciencia y de la Técnica o tenía unos exagerados tintes
clericales, legalistas o triunfalistas que le alejaban mucho de la Iglesia de Comunión, de
Fraternidad y de espíritu evangélico que estamos llamados a ser en medio de nuestro mundo.

Los dos concilios previos que tuvieron lugar en la Era Moderna, el Concilio de Trento (s. XVI) y
el Vaticano I (s. XIX) sustentaban esta idea de Iglesia que apenas se movió durante siglos.

Y mientras tanto, la historia seguía implacable y avanzaba la ilustración, la técnica, el


progreso, la revolución rusa del 17 se extendía por el Este europeo y en parte del Este
asiático, las dos guerras mundiales ensangrentaban el horizonte, los países del llamado
Tercer Mundo cobraban autonomía e independencia y hacían escuchar su voz. Nuevas
filosofías y nuevos modos de pensar que se apartaban cada vez más del pensamiento
cristiano tradicional,…

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