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CUENTO .8.

EL RÍO BASURERO

Esto era una vez un bonito pueblo situado casi a las orillas de un río que
nacía lejos, en una montaña que en los inviernos se cubría de nieve y en los
veranos se derretía y caía por entre las rocas formando aquel río de aguas
limpias y frescas.
A lo largo de su recorrido iba recogiendo agua de otros ríos pequeñitos,
llamados arroyos, y así iba creciendo. En sus orillas, grandes álamos daban
sombra y cobijo a pajaritos de todas clases que anidaban y cantaban desde
sus ramas.
También había peces en sus aguas que los niños veían y a veces, acom-
pañando a sus padres pescadores, podían sujetarlos entre sus manos para
devolverlos otra vez al río. Cuando llegaba el calor, que en el pueblo apre-
taba mucho, la gente se bañaba en el río, se llevaban las comidas y allí, bajo
sus grandes alamedas, pasaban horas y horas.
Pero la gente del pueblo comenzó a tirar cosas al río de forma que, poco
a poco, se iba convirtiendo en un basurero.
Enterado el alcalde se irritó y convocó al pueblo para que acudieran a la
plaza.
−¿Qué bicho le habrá picado a nuestro alcalde? –se preguntaba la
gente– ¿Para qué nos querrá reunir?
Y una vez que los habitantes de aquel pueblo estaban reunidos en la
plaza, el alcalde, desde el balcón del Ayuntamiento, les habló:
−Como sigamos maltratando al río, un día nuestros hijos y nietos lo
perderán y, al perderlo, se acabarán los árboles, los pájaros, la alegría, la
frescura que nos da y, ¡sabe Dios qué males nos pueden venir y qué enfer-
medades! Tenemos que poner fin a esta costumbre de tirar al río todas las
basuras de nuestras casas. El río no es un contenedor, sino la mejor riqueza
que tenemos en el pueblo ya que, gracias a sus aguas, podéis regar vuestros
campos y pasear por sus orillas…
La gente se fue a su casa comentando cosas como éstas:
−Este alcalde no está muy bien de la cabeza. ¡Sabe Dios qué será de
nuestros hijos y nietos!, pero no por un río más o un río menos, sino por-
que tienen que estudiar, buscar trabajo, casarse… ¡Como si el río les fuera
a solucionar algo de esto! Cosas que se inventan los políticos para tenernos

88 © narcea, s. a. de ediciones
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con la soga al cuello! ¡Seguro que no tienen cosas mejores que pensar con
las necesidades que hay en este pueblo!
Y así, aunque los primeros días se contuvieron por miedo a ser vigilados
y multados, en poco tiempo volvieron, por lo cómodo que les resultaba, a
tirar al río todo lo que les sobraba en sus casas, y que lo mismo eran mue-
bles y electrodomésticos que restos de comidas y basuras de todas clases.
Poco a poco, empezaron a aparecer, flotando en las aguas, peces muer-
tos. La gente los veía con indiferencia y repetían:
−Es que los peces también se mueren; no pasa nada, hay muchos.
Pero enterado el alcalde, mandó que se analizaran las aguas del río. Y
así llegaron unos analistas que llevaron agua a los laboratorios y, tras ana-
lizarla detenidamente, concluyeron que estaba muy contaminada y era la
causa de que murieran los peces y todo lo que pudiera vivir a su alrededor.
Y así informaron al alcalde.
−¡Esto era de esperar! –exclamó el alcalde–. Ya les avisé, pero no me
hicieron caso. Ahora todos tendremos que pagar las consecuencias mucho
antes de lo que era previsible.
Cuando aquel verano apretó el calor y la gente acudió a bañarse al río,
las aguas estaban turbias y les provocaron picores en el cuerpo, escozor en
los ojos y hasta vómitos y colitis.
El alcalde mandó a un municipal a que, esquina por esquina, echara un
bando.
Y el municipal, tocando una campana, convocaba a la gente y repetía:
−De parte del señor alcalde, queda rotundamente prohibido bañarse en
el río. Las aguas están contaminadas y es peligroso.
Pero no todo quedó en esto, sino que al regar sus campos con el agua del
río contaminada, los frutos que recogían también lo estaban, de forma que,
al comerlos, sobre todo los niños, enfermaban con fiebre y grandes vómi-
tos.
Los álamos se secaron y los pájaros desaparecieron de aquel lugar que
se quedó convertido en un basurero de barro y malos olores.
−¿Qué podemos hacer? Hay que poner remedio a esto? De seguir así
podemos morir todos –decía la gente al alcalde.

−Os lo avisé –dijo el alcalde–. No hicisteis caso cuando era tiempo de


evitarlo. Ahora no hay remedio: nuestro río ha muerto y no podemos resu-
citarlo. Buscaremos agua del fondo de la tierra y la haremos manar por
fuentes y manantiales, pero ¡bien podréis cuidarlas porque sin agua, no hay
vida!
Y la gente de aquel pueblo, muy arrepentida, prometieron no volver
nunca más a hacer algo que pudiera contaminar.
Los niños en la plaza jugaban al corro y cantaban: (Música, Dónde vas
Alfonso doce…)

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