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rrollo. Para observar este cambio demográfico resulta útil adoptar una perspectiva a
largo plazo. El cuadro 9.3 procede de una estimación revisada de la evolución de la po-
blación mundial en los últimos siglos (Carr-Saunders [1936]). Hemos añadido a este cua-
dro las estimaciones de 1995 procedentes del Demographic Yearbook de las Naciones Uni-
das. Los resultados son muy interesantes.
El cuadro se ha elaborado con la idea de hacer hincapié en los siglos anteriores.
Prescindamos de momento de la última columna. Lo que tenemos en ese caso es una
serie de porcentajes de población que van desde 1650 hasta 1933. Obsérvese el descenso
de África, debido en gran medida a la emigración, y el ascenso de Norteamérica debido
en gran parte a la inmigración. Al mismo tiempo, el porcentaje de la población mundial
correspondiente a Europa aumentó ininterrumpidamente durante este periodo, a pesar
de la emigración. Fijémonos en la primera columna y en la penúltima (ambas en negri-
ta) para ver cómo cambió la situación entre 1650 y 1933. Lo que vemos aquí es el perio-
do en el que Europa inició su transición demográfica, mientras una gran parte del
mundo en vías de desarrollo actual aún se encontraba aletargada en la primera fase de
la historia demográfica.l En 1650, la población europea era de unos 100 millones. En
1933, incluso teniendo en cuenta la emigración (que era grande), había sobrepasado los
500 millones.
Veamos ahora la última columna del cuadro 9.3, que se refiere a 1995. Es evidente
que nos encontramos en pleno cambio de tendencia. Asia, que perdió alrededor de seis
puntos porcentuales en el periodo 1650-1933, ha retornado casi exactamente al porcentaje
de 1650. África también ha retrocedido, pero sigue teniendo un porcentaje significativa-
mente inferior al de 1650. Los dos que han ganado han sido Norteamérica y Latinoaméri-
ca. También es instructivo sumar los porcentajes correspondientes aproximadamente al
mundo en vías de desarrollo. El porcentaje de población de Asia, África y Latinoamérica
en conjunto era de 81,1 en 1650. En 1933, había descendido a 67,6. En 1995, era de 81,7.
Tenemos el círculo completo.
Sin esta perspectiva histórica, es bastante fácil ser alarmista respecto a la expansión de
la población en los países en vías de desarrollo. Nadie duda de que esa expansión
puede ser perjudicial, pero no es cierto, desde luego, que estos países hayan crecido más
de lo "que les corresponde". Lo que alarma a muchos Gobiernos del mundo desarrolla-
do no es el crecimiento de la población sino el crecimiento relativo de la población. Una
gran población significa más pobreza y menos acceso per cápita a los recursos, pero en
el escenario internacional, significa más poder político y económico. Los mismos Go-
biernos que abogan por el control de la población en el mundo en vías de desarrollo son
perfectamente capaces de adoptar una política en favor de la natalidad en su propio
país. 2
1 Esta descripción es algo simplista. Las poblaciones de Japón y de China también aumentaron signifi-
cativamente durante la segunda mitad del siglo XVII. La expansión de China prosiguió en el siglo XVIII. El
aumento demográfico de Europa es aun más impresionante si se tienen en cuenta estos cambios.
2 Para éstas y otras cuestiones relacionadas con ellas, véase Teitelbaum y Winter [1985).
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 295
La mayoría de las personas y de los Gobiernos, si se les preguntara, coincidirían en que la evolu-
ción de la población mundial es un problema. Sin embargo, cuando llega la hora de valorar la
evolución de la población de su propio país, las cosas suelen ser muy distintas. Podemos deplo-
rar una medida porque consideramos que es perjudicial para los intereses de la sociedad y, sin
embargo, empeñarnos en que se tome esa misma medida, simplemente porque otros se empe-
ñan. Sin embargo, los cambios recientes de actitud con respecto al tamaño de la población indi-
can una transición positiva.
En la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, celebrada en el Cairo en sep-
tiembre de 1994, muchos Gobiernos aclararon su postura sobre la cuestión de la población. Era
evidente que muchos estaban adoptando por todos los medios medidas demográficas para limi-
tar la población y, de hecho, el crecimiento de la población ha disminuido significativamente en
muchos países en vías de desarrollo. Este hecho está correlacionado con algunos cambios de opi-
nión de los Gobiernos sobre el crecimiento de la población. Aunque el porcentaje de países que
consideran que sus tasas de crecimiento demográfico son demasiado bajas ha disminuido conti-
nuamente, el número de Gobiernos que consideran que el crecimiento de la población es dema-
siado alto también ha descendido algo. Los países en vías de desarrollo han sido los primeros en
cambiar de actitud. En los países desarrollados ha habido pocos cambios. De hecho, un creciente
número de estos países considera que su tasa de crecimiento demográfico es demasiado baja y
está preocupado por la disminución de la fecundidad y el envejecimiento de la población.
En África, observamos que un número creciente de países están sumándose a la guerra con-
tra la población: Namibia, Sudán y Tanzania adoptaron medidas oficialmente para reducir el cre-
cimiento de la población. El Gobierno tunecino se declara actualmente satisfecho de la tendencia
descendente de su tasas de crecimiento demográfico. Asimismo, en Asia, son más los Gobiernos
que se han declarado satisfechos con su evolución demográfica, aunque muchos siguen cons~de
rando que sus tasas de crecimiento de la población son demasiado altas. Tanto China como
Corea consideran que su situación actual es satisfactoria.
En cambio, en Europa ha aumentado el número de países preocupados por el envejecimiento
y la disminución de su población. Portugal y Rumania consideran que sus tasas de crecimien-
to demográfico son demasiado bajas y Croada ha adoptado medidas para fomentar la fecundidad.
En Latinoamérica, al igual que en Asia, un creciente número de países considera que su tasa
de crecimiento demográfico es satisfactoria. Las excepciones se encuentran en las zonas densa-
mente pobladas del Caribe y en Centroamérica.
En otros lugares han ocurrido pocos cambios. En Norteamérica, Estados Unidos y Canadá
siguen estando satisfechos con sus tasas de crecimiento demográfico, al igual que Australia y
Nueva Zelanda en Oceanía. La mayoría de los países en vías de desarrollo de Oceanía considera
que sus tasas de crecimiento demográfico son demasiado altas (Tonga es una excepción debido a
sus elevadas tasas de emigración). En Europa oriental, cuatro países (Bielorrusia, Bulgaria, Hun-
gría y Ucrania) consideran que su tasa de crecimiento demográfico es demasiado baja. En la anti-
gua Unión Soviética, parece que la mayoría de los Gobiernos están satisfechos con su evolución
demográfica actual.
3 Este recuadro se basa en gran parte en un informe del Secretario General de las Naciones Unidas,
presentado en la 280 sesión de la Comisión sobre la Población, 1995.
296 / ECONOMÍA DEL DESARROLLO
Las tasas de natalidad nunca alcanzaron las cifras que observamos hoy en los países
en vías de desarrollo por varias razones, entre las cuales se encuentran la costumbre de
casarse más tarde de muchas sociedades europeas. Al mismo tiempo, las tasas de natali-
dad descendieron lentamente, debido en parte a que el progreso técnico permitió que au-
mentara la capacidad de Europa para mantener a la población. Así pues, la segunda fase
de la historia demográfica fue prolongada y el periodo de tiempo (siglos) contrarrestó
con creces la tasa neta de crecimiento (relativamente) baja. En estos países, el crecimiento
de la población fue una cocción a fuego lento más que una violenta explosión y su enor-
me efecto se dejó sentir a lo largo de siglos.
Compárese con lo que ha ocurrido en los países en vías de desarrollo. El descenso de
la mortalidad ha sido general y repentino. Había antibióticos para luchar contra toda una
variedad de enfermedades; no tuvieron que reinventarse. Los insecticidas como el DDT
eran baratos y permitieron reducir la malaria a proporciones controlables. Comenzaron a
surgir por todos lados organizaciones de salud pública en todos los países en vías de de-
sarrollo, algunas financiadas por instituciones internacionales como la Organización
Mundial de la Salud. Por último, pero no por ello menos importante, se extendieron los
métodos elementales de saneamiento e higiene. Todos estos avances han sido una bendi-
ción, ya que han alargado la vida y mejorado la salud de la población.
Sin embargo, el hecho cierto es que la fácil aplicación general de estas técnicas nuevas
ha provocado un vertiginoso descenso de las tasas de mortalidad. El ritmo de descenso
no tiene parangón en el norte u oeste de Europa. Todo depende, pues, de la tasa de nata-
lidad. ¿Cuánto tarda ésta en descender una vez que desciende la tasa de mortalidad? De
esta cuestión pende el futuro de la población mundial y, ciertamente, el futuro económi-
co de muchos países en vías de desarrollo.
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 297
Macroinercia y microinercia
En este apartado vemos que los hijos generalmente sustituyen a algunas instituciones y
mercados inexistentes, sobre todo a la institución de las pensiones de vejez. La inexisten-
cia de estos mercados suele obligar a una pare~a a decidir su fecundidad basándose en el
298 / ECONOMÍA DEL DESARROLLO
Veamos, pues, en primer lugar qué mercados faltan en este contexto. Si vivimos y tra-
bajamos en un país desarrollado, pagamos una buena parte de la renta que ganamos a
un fondo público que suele llamarse seguridad social. Cuando nos jubilamos, este fondo
nos paga una pensión de jubilación. Para percibir prestaciones, es necesario cotizar a este
fondo, aunque en muchos países la pensión es progresiva (los mayores cotizantes no re-
cuperan todo lo que han pagado). La segunda fuente de fondos para la vejez son los pla-
nes de jubilación subvencionados por las empresas (a los que cotiza tanto el trabajador
como el empresario). Por último, podemos ahorrar para nuestra propia jubilación, no ne-
cesariamente bajo el paraguas de un plan de jubilación.
En segundo lugar, existen varios tipos de seguro, tanto durante la vida laboral como
durante la vejez. Quizá el más importante sea el seguro médico, pero también hay otros
tipos de seguro. El seguro de vida es uno de los más importantes. Si fallecemos, nuestro
cónyuge recibe una indemnización de la compañía de seguros que le ayuda a mantener-
se. También es posible comprar un seguro para protegerse de una pérdida repentina del
empleo o de una incapacidad o de catástrofes naturales o de robos. No ocurre así en los
países en vías de desarrollo, donde no existen estos mercados. En general, estas institu-
ciones sólo son accesibles para las personas que trabajan en la economía no sumergida.
En la economía sumergida, en la que el empleo es en gran medida eventual y los salarios
son bajísimos, los incentivos para establecer un sistema de jubilación entre el empresario
y el trabajador son escasos o nulos y aunque la ley diga que debe establecerse, es imposi-
ble llevarlo a la práctica. Asimismo, es difícil, cuando no imposible, saber cuánto debería
cotizarse a un sistema público de pensiones. Una gran parte de la población vive en
zonas rurales o trabaja en la economía sumergida de las ciudades. Por las mismas razo-
nes ya expuestas relacionadas con la falta de información es muy difícil para una compa-
ñía de seguros evaluar la veracidad de los sinistros, como una mala cosecha o una dismi-
nución repentina de los ingresos de un vendedor ambulante. Las dificultades son
especialmente significativas en la agricultura, debido a que la disminución de los ingre-
sos puede afectar a muchos titulares de pólizas, lo cual obliga a las compañías de seguros
a pagar grandes indemnizaciones. Naturalmente, las compañías que actúan a escala na-
cional pueden evitar estas situaciones, pero entonces suelen carecer de experiencia local
para poder recabar suficiente información. Por lo tanto, en el sector agrícola y en la eco-
nomía urbana sumergida no suele haber mercados de seguros.
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 299
¿Qué ocurre con los seguros de vida o con los ahorros personales? Estas dos vías de
protección son algo más factibles. Si existe un sistema bancario de una mínima solvencia,
la gente podrá ahorrar para su jubilación. Puede resultar imposible comprobar que la co-
secha ha sido mala, pero es, desde luego, más fácil comprobar que una persona ha muer-
to. Por lo tanto, normalmente existen estas vías para mantenerse durante la vejez.
Sin embargo, la gente no suele aprovechar estas vías, debido a que sus ingresos son
bajos. Las necesidades presentes de consumo suelen ser tan acuciantes que apenas queda
nada que ahorrar, por lo que la gente suele aferrarse a los activos que ha heredado, como
tierra o joyas, y sólo los vende cuando no le queda más remedio. Estos activos constitu-
yen su seguro para la vejez.
Obsérvese que cuanto más difícil sea vender un activo para consumir hoy, más fácil
será ahorrar conservándolo. El lector podría alegar que si es difícil vender ese activo hoy,
¿por qué va a ser más fácil venderlo cuando sea realmente necesario el dinero? La res-
puesta está relacionada con el tipo de dificultad. En la sociedad existen normas sobre la
venta de activos como tierra y joyas. Está bien venderlas cuando no queda más remedio,
pero venderlas en "épocas normales" puede estar mal visto o considerarse una señal de
que la familia está sumida en la más absoluta pobreza. Así pues, la dificultad para ven-
der estos activos se deriva de la existencia de normas sociales que protegen de alguna
manera el ahorro.
A este respecto, veamos de nuevo el caso de los hijos. Los hijos son activos por exce-
lencia. No hay que comprarlos, aunque su crianza tiene costes (véase el texto siguiente), y
pueden generar ingresos, tanto hoy como en el futuro. Dado que la esclavitud está prohi-
bida (y, en todo caso, es socialmente inaceptable), generalmente no es posible (aunque
desgraciadamente, no es imposible) cambiarlos por dinero en efectivo. Al mismo tiempo,
cuando los hijos crecen, pueden convertir su fuerza de trabajo en renta, tanto para ellos
mismos como para sus padres. No es de extrañar, pues, que la gente que carece de seguri-
dad en la vejez, decida invertir para el futuro en forma de hijos. Es dentro de este marco
conceptual en el que investigaremos las teorías sobre las decisiones de fecundidad.
Mortalidad y fecundidad
Consideremos la probabilidad de que unos padres críen un hijo para que los cuide. Esta
probabilidad depende de varios factores. El niño puede morir joven; la infancia es el
principal obstáculo. Como vimos en el capítulo 2, la mortalidad infantil puede ser cerca-
na a 150 o 200 por 1.000 en algunos países en vías de desarrollo, lo que se traduce en un
15% de probabilidades de que el hijo muera en su primer año de existencia. Una vez
traspasada esta barrera, aún están las enfermedades infantiles, que siguen siendo uno de
los mayores factores de la mortalidad en muchos países en vías de desarrollo hasta los
cinco años aproximadamente.
En tercer lugar, existe la posibilidad de que el hijo no sea un buen perceptor de ingre-
sos. Cuanto más pobre es la economía, mayor este temor.
En cuarto lugar, un hijo puede no cuidar a sus padres en la vejez. Éste es un factor so-
cial interesante que puede jugar tanto a favor como en contra de tener hijos. En la socie-
300 / ECONOMíA DEL DESARROLLO
dades en las que la norma de cuidar a los padres casi ha desaparecido o es relativamente
inexistente, los cálculos mentales de los que vamos a hablar pueden no ser pertinentes
para las decisiones de fecundidad. Por ejemplo, algunos historiadores económicos como
Williamson [1985] han afirmado que la reducción que experimentó la fecundidad duran-
te el siglo XIX en el Reino Unido puede atribuirse al aumento de las tasas de emigración
de los hijos adultos. Si los emigrados envían poco dinero a casa de los padres, eso reduce
considerablemente el valor presente de los hijos (como inversión).
Al mismo tiempo, en las sociedades en las que es habitual cuidar de los padres, la pe-
queña posibilidad de que un hijo no cuide a los padres puede producir el efecto contrario
en la fecundidad: en lugar de reducirla, puede aumentarla, ya que los padres tratan de
compensar esta contingencia.
Por último, existe la posibilidad de que los propios padres prevean que no llegarán a
viejos. Ésta es, desde luego, una posibilidad en las sociedades cuya tasa de mortalidad es
muy alta, pero generalmente tiene una importancia secundaria. En la etapa de la vida en
la que se toman las decisiones de tener hijos, la gente ya ha vivido la mayor parte de la
fase (si se exceptúa la vejez) en la que la mortalidad es alta.
Resumamos por medio de p la probabilidad global de que un determinado hijo consi-
ga crecer y acabar cuidando a sus padres. Esta probabilidad tiene en cuenta la mortalidad
durante la infancia y la niñez, la posibilidad de que el hijo sobreviva pero no sea un buen
perceptor de ingresos y la posibilidad de que obtenga suficientes ingresos, pero no los
cuide. ¿Qué valor puede tomar p? Es difícil saberlo sin tener datos detallados sobre cada
una de estas posibilidades, pero la propia mortalidad infantil podría ser responsable de
que p fuera claramente superior a 1 /5. Teniendo en cuenta los demás factores, p podría
muy bien ser superior a 1/3 y la posibilidad de que los padres consideren que el valor de
pes de 1/2 (o cercano a esta cifra) puede ser, desde luego, perfectamente razonable.
Comparemos ahora esta probabilidad con la que una pareja considera aceptable como
probabilidad mínima de recibir ayuda al menos de uno de los hijos; llamémosla q. Se
trata de una cuestión de actitudes hacia el riesgo y varía extraordinariamente de una pa-
reja a otra. Hagamos algo de introspección: ¿qué probabilidad de no tener ningún tipo de
ayuda en la vejez le parecería aceptable al lector? Si pudiera tolerar honradamente una
probabilidad significativamente superior a 1/10, sería una persona poco corriente. Pode-
mos imaginar, pues, que q tiene un valor superior a 9 / 1O -quizá incluso 95 / 100- cifra
ciertamente superior al valor de p. El resto es cuestión de simple aritmética: ¿cuántos
. hijos necesitamos tener -<:ada uno tiene una probabilidad p de cuidarnos- para que la
probabilidad global de tener al menos uno que nos cuide sea al menos q?
Es fácil de calcular (¡o debería serlo!). Supongamos que tenemos n hijos. En ese caso,
la probabilidad de que ninguno de ellos nos cuide es (1- p)n. Por consiguiente, la regla
consiste en elegir un valor den --el número de hijos- suficientemente alto para que
[9.1]
Verifiquémoslo con algunas cifras. Supongamos que p = 1 /2 y q = 9/10. En ese caso, ¡es
bastante fácil ver utilizando la condición [9.1] que n debe ser 4 como mínimo! Si somos
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) 1 301
más reacios al riesgo, de tal forma que para nosotros el valor aceptable de q es 95/100,
necesitamos tener cinco hijos y eso, como antes, apenas nos lleva a nuestro mínimo acep-
table, como podrá comprobar el lector realizando un cálculo directo.
En este contexto, el sesgo en contra de uno de los sexos puede tener enormes costes. Su-
pongamos que por alguna razón una pareja desea recibir ayuda de un hijo varón. En ese
caso, las familias considerarán que n es el número deseado de hijos varones. Ese plantea-
miento duplica sencillamente y de forma devastadora el número esperado de hijos que
tendrá el hogar.
Por ejemplo, si p = 1 12, si q = 9110 y si la pareja desea recibir ayuda de uno de sus
hijos varones, esa pareja tendrá, en promedio, ocho hijos, ¡únicamente para tener la segu-
ridad de que un hijo varón los cuide!
En muchas sociedades se considera que prestar ayuda a los padres ancianos es una
tarea exclusiva de los hijos varones. Aunque la ayuda (especialmente no monetaria) de
las hijas es exactamente igual de valiosa, recibir ayuda de las hijas en lugar de los hijos
puede ser un estigma. Este hecho es, desde luego, una fuente de discriminación en favor
de los hijos varones.
Esta no es, por supuesto, la única causa de este sesgo; puede haber otras muchas. Por
ejemplo, el estudio de Caín [1981, 1983] sobre Bangladesh muestra la importancia de los
hijos varones como ayuda para las viudas: el que las viudas puedan conservar sus tierras de-
pende de que tengan o no hijos varones capacitados, sobre todo en situaciones en las que los
derechos de propiedad no están bien definidos o son difíciles de aplicar.
Resumamos el análisis presentado hasta ahora. La gente decide el número de hijos con la
intención de recibir ayuda en su vejez. Un hijo puede no prestar esta ayuda por varias ra-
zones: (1) puede morir en la infancia o más tarde, (2) puede no ganar lo suficiente para
ayudar a los padres y (3) puede romper los lazos con sus padres y no ayudarlos delibera-
damente, aunque tenga capacidad económica para hacerlo. Hemos representado por
medio de p la probabilidad conjunta de que ocurran estos hechos inciertos.
La incertidumbre descrita en el párrafo anterior tiene que compararse con el umbral
de tolerancia de los padres, que es la probabilidad mínima de que necesiten ayuda en la
vejez, y este umbral varía con el grado de aversión de los padres al riesgo. Su grado de
aversión al riesgo, a su vez, depende en parte de su seguridad económica. Cuando el
nivel de seguridad es mayor, generalmente el grado de aversión al riesgo es menor.
Estos factores nos ayudan a descubrir hasta cierto punto las razones por las que la
tasa de fecundidad no varía, aun cuando estén descendiendo rápidamente las tasas de
mortalidad. El primer elemento es la información. ¿Cómo se traslada el fenómeno social
del descenso de la tasa de mortalidad a las decisiones personales? Ya nos hemos referido
a la rapidez con la que están descendiendo las tasas de mortalidad en los países en vías
de desarrollo. En veintiún países en vías de desarrollo, la tasa de mortalidad descendió,
302 / ECONOMÍA DEL DESARROLLO
Tres generaciones4
El pueblo indio de Rampur fue estudiado por Lewis [1952] y, más tarde, por Das Gupta [1994].
La historia de Umed Singh procede de esos estudios. El padre de Umed Singh era Siri Chand,
que nació hacia 1900. Las pestes y el cólera diezmaron su familia, incluidos su padre y su madre.
Siri Chand fue criado por su tío. Era agricultor, por lo que vivía en un grado de incertidumbre
difícil de imaginar para nosotros: una mala cosecha tras otra, hambrunas, grandes cosechas de
vez en cuando, la pérdida de seis de los nueve hijos nacidos vivos: dos niñas y un niño sobrevi-
vieron hasta la edad adulta. La vida del niño, Umed Singh (que nació hacia 1935) contrasta clara-
mente con la de su padre.
Umed Singh terminó los estudios secundarios y se hizo policía. Ganaba un salario estable y
también percibía una renta procedente de su tierra (que heredó de su padre). Sin embargo, la in-
certidumbre que rodeó la vida de su padre nunca dejó de asaltarlo. Era el único hijo varón su-
perviviente de una familia que había engendrado nueve hijos. Sin ninguna razón objetiva que
justificara esta inseguridad, Umed Singh estaba cada vez más preocupado. Sus dos primeros
hijos fueron niñas. Como quería un niño, insistió en tener más hijos. Tuvo tres más, dos de los
cuales fueron niños, pero continuó temiendo que sus hijos murieran, y este temor no le abando-
nó hasta que nació su tercer hijo varón. Todos sus hijos sobrevivieron.
Mientras Umed Singh estaba reviviendo las angustias de su padre, la gente que lo rodeaba
ya estaba cambiando. Su mujer, cuando fue entrevistada, declaró que pensaba que deberían
haber dejado de tener hijos mucho antes. Lo mismo opinaban los primos de Umed Singh y sus
colegas de la policía.
Das Gupta concluye la historia de esta manera: "La segunda generación de personas que lle-
van una vida estable y segura no experimenta las angustias que quedan de la inseguridad pasa-
da. La hija mayor de Umed Singh ha terminado un curso de formación profesional y se casará
dentro de poco. Dice que no tiene intención de tener tantos hijos como su madre; tendría tres
como máximo. Es una mujer relajada, confiada, a la que no le hacen mucha gracia las angustias
de su padre por su familia".
Hasta ahora hemos ignorado el coste de la crianza de un hijo. Hay dos tipos de coste. En
primer lugar, la crianza de los hijos tiene costes directos: hay que alimentarlos, vestirlos,
mantenerlos en buen estado de salud, cuidarlos y escolarizarlos. En segundo lugar, la
crianza de los hijos tiene costes indirectos o de oportunidad que se miden por la cantidad
de renta a la que se renuncia en el proceso de criar al hijo. El tiempo que se pasa en casa
con el hijo es tiempo que no se dedica a percibir ingresos, por lo que el coste de oportuni-
dad de los hijos es más o menos proporcional al salario multiplicado por el número de
horas dedicadas al cuidado del hijo.
En las sociedades en las que este coste de oportunidad es bajo, las tasas de fecundi-
dad tienden a ser altas. El sesgo del sexo también desempeña un papel importante. En
muchas sociedades (incluidos muchos países desarrollados), se supone que las mujeres
deben dedicar parte de su tiempo a criar a los hijos. En esas sociedades, los salarios de
las mujeres también son bajos, lo que reduce el coste de oportunidad de tener hijos y
mantiene altas las tasas de natalidad.
Asimismo, si las tasas de paro son altas, los costes de oportunidad de los hijos son
menores, lo que, una vez más, puede aumentar la fecundidad.
La figura 9.1 muestra las preferencias de una pareja respecto al número de hijos que
quiere tener y "otros bienes" expresados en dinero. Los hijos se encuentran en el eje de
abscisas y "otros bienes" en el de ordenadas. En el análisis siguiente no prestaremos
mucha atención a la forma exacta de las preferencias, que representamos por medio de
curvas de indiferencia en la figura 9.1. Por ejemplo, estas preferencias pueden reflejar el
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 305
"'"'
=
;¡;"'
.§"'
o
(a)
-
Figura 9.1. Mejora de la renta y fecundidad.
(b)
B Hijos
los hijos son "bienes normales", el efecto-renta debe elevar la demanda de hijos, por lo
que las tasas de fecundidad aumentan como consecuencia del incremento de la renta.
Compárese este cambio con una variación de la renta salarial. En este caso, la recta
presupuestaria no sólo se desplaza hacia fuera sino que también gira, debido a que ha
aumentado el coste de oportunidad de los hijos. En la figura 9.1(b) lo mostramos despla-
zando la recta presupuestaria hacia fuera y haciéndola girar al mismo tiempo en torno al
punto B, por lo que la nueva recta presupuestaria es EB. La renta potencial ha aumenta-
do, pero también ha aumentado el coste de oportunidad de los hijos, lo cual provoca un efecto-
sustitución en contra de los hijos, así como un efecto-renta. El efecto-sustitución reduce
la fecundidad y el efecto-renta la aumenta. El efecto neto es ambiguo.
A pesar de la ambigüedad, hay una cosa clara en la figura 9.1: la fecundidad no au-
menta, desde luego, tanto como en el caso en el que el aumento de la renta puede atri-
buirse a fuentes no salariales. La idea intuitiva es sencilla. La renta salarial impone un
coste de oportunidad de tener un hijo más, mientras que la renta procedente de alquile-
res no. Por lo tanto, los aumentos de la renta salarial producen un efecto mayor en la re-
ducción de la fecundidad que los aumentos de renta procedente del arrendamiento de
tierras. Esto muestra la utilidad del enfoque coste-beneficio, al menos hasta cierto punto.
Es fácil extender este razonamiento al caso de la discriminación en contra de uno de
los sexos. Supongamos que las mujeres son las únicas que cuidan de los hijos. En ese
caso, un aumento de la renta procedente de arrendamientos produce el mismo efecto que
una subida de los salarios de los hombres: ambos provocan un desplazamiento paralelo
de la recta presupuestaria, como en el movimiento de AB a CD. Los salarios masculinos
no imponen ningún coste de oportunidad a la crianza de los hijos si los hombres no des-
empeñan ningún papel en ella. En cambio, el aumento de los salarios femeninos hace que
gire la recta presupuestaria. El coste de oportunidad de tener hijos aumenta, de donde se
deduce que en una sociedad que discrimine a la mujer tiene más probabilidades de que
disminuya la fecundidad cuando suben los salarios de las mujeres. Este argumento ha
sido examinado por Calor y Weil [1996] y por otros muchos autores (véase el recuadro
adjunto).
Durante los últimos cien años o más, han subido los salarios de las mujeres en relación con los
de los hombres. Es el caso, desde luego, en los países actualmente desarrollados. Este aumento
ha ido acompañado de una reducción de la fecundidad. ¿Es ésta una prueba clara de que existe
una relación causal entre los salarios de las mujeres y la fecundidad? Puede que no. Por ejemplo,
cabe imaginar que la fecundidad haya disminuido por alguna otra razón y que esta reducción
haya estado relacionada con el aumento de la inversión de las mujeres en educación, lo que ha
elevado sus salarios. En esta situación hipotética, la fecundidad y los salarios femeninos están co-
rrelacionados, pero no hay pruebas de que exista una relación causal. Lo que necesitamos son
pruebas independientes, totalmente distintas de las medidas que hayan tomado las propias muje-
res "en el lado de la oferta", de que hay más demanda de empleo femenino. Entonces podremos
atribuirle la disminución de la fecundidad.
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 307
Schultz [1985] plantea precisamente esta cuestión y la aborda de una forma interesante utili-
zando el caso de Suecia como ejemplo. En la segunda mitad del siglo XIX, el mercado mundial
de cereales atravesó una fase de declive de enormes proporciones. Las exportaciones de cereales
suecos se hundieron. Ante esta disminución de la demanda de cereales, se produjo una conside-
rable reasignación de los recursos en la agricultura. La beneficiada fue la cría de ganado. Las ex-
portaciones suecas de mantequilla se dispararon.
Ahora bien, las granjas lecheras y la elaboración de la leche daban empleo a una proporción
mayor de mujeres que el cultivo de cereales. Como consecuencia de esta reasignación, la deman-
da de trabajo femenino aumentó considerablemente, al igual que los salarios pagados a las muje-
res.
La conveniencia de centrar la atención en el auge de la mantequilla radica en que recoge
realmente el efecto puro de la demanda sobre los salarios femeninos, sin mezclas con posibles
efectos del lado de la oferta. ¿Disminuyó la fecundidad en respuesta al auge de la mantequilla?
Sí. Schultz demuestra que en las regiones en las que el precio de la mantequilla en relación
con el del centeno (el cereal básico en Suecia) era alto, el cociente entre los salarios femeninos y
los masculinos también era alto y las tasas de fecundidad eran más bajas. De hecho, siguiendo
con la relación entre los precios de la mantequilla y los salarios femeninos, Schultz estimó que al-
rededor de una cuarta parte de la disminución que experimentó la tasa total de fecundidad de
Suecia entre 1860 y 1910 podía atribuirse a la subida de los salarios femeninos. La conclusión es
que "el aumento del valor del tiempo de las mujeres en relación con el de los hombres desempe-
ñó un importante papel en la transición de la fecundidad sueca".
Información e incertidumbre
5 Existe también otra, a saber, las familias (especialmente las analfabetas y pobres) no saben qué es lo
mejor para ellas. En particular, procrean sin pensar en los métodos anticonceptivos eficaces o sin conocer-
los. Desde este punto de vista, un aumento de la oferta de métodos anticonceptivos y una buena charla re-
solverán el problema. Aquí no analizamos este punto de vista, pero véase el subapartado sobre las normas
sociales que se encuentra al final del apartado 9.3.
308 / ECONOMÍA DEL DESARROLLO
Externalidades
6 Incluso las decisiones ex ante pueden ser subóptim as, ya que no existen mercados. Concretamente,
en ausencia de un mercado de seguros, en general, y de un mercado de pensiones, en particular, las fami-
lias tienden a invertir excesivamente en hijos. Si se ofrecieran estas opciones, el número de hijos por fa-
milia pobre disminuiría sin lugar a dudas. Sin embargo, la cuestión es que las decisiones son óptimas ex
ante dado que faltan los mercados.
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 309
educación de sus hijos es más bajo que el coste social, por lo que no se intemalizará debi-
damente. El número de hijos que decidirá tener la gente será, pues, superior al óptimo
social.
Lo mismo ocurre con otros servicios suministrados por el Estado que no se valoran a
su verdadero coste marginal, como la vivienda o los servicios sanitarios subvencionados.
Como ya hemos señalado, a menudo ésta es la única forma posible de ayudar a los po-
bres en una sociedad en la que es difícil conseguir información directa sobre sus circuns-
tancias económicas. Estos servicios producen el mismo efecto que la educación: reducen
los costes marginales privados por debajo de los costes marginales sociales y hacen que
la fecundidad sea superior al óptimo social.
Lo mismo ocurre con los recursos cuyo precio no se fija debidamente, como el medio
ambiente. Esos recursos pueden agotarse aun cuando sean renovables: entre ellos se en-
cuentran las pesquerías, las aguas subterráneas, los bosques, la calidad del suelo y, por
supuesto, la capa de ozono. La principal característica de esos recursos es que general-
mente tienen un precio privado demasiado bajo, por lo que se utilizan abusivamente. En
la medida en que esos precios demasiado bajos reducen el coste de criar hijos, la fecundi-
dad está sesgada al alza.
Todos estos efectos pueden resumirse en un modelo muy general. En la figura 9.2
mostramos los costes y los beneficios de tener hijos (por ejemplo, para una familia). Para
simplificar el análisis, consideramos que la curva de costes es una línea recta (por lo que
cada nuevo hijo cuesta la misma cantidad adicional), aun cuando tener más hijos tenga
rendimientos decrecientes. Eso significa que la función de beneficios tiene la conocida
forma cóncava.
Fijémonos ahora en los costes. La línea recta de trazo grueso muestra los costes priva-
dos de un hijo más y la más fina muestra los costes sociales. El análisis anterior indicaba
que en muchas situaciones los costes privados son menores que los costes sociales. Gráfi-
camente, esta posibilidad se representa por medio de una recta de "coste social" más in-
clinada que la de "coste privado". El número socialmente óptimo de hijos se halla maxi-
mizando la distancia vertical entre la curva de beneficios y la recta de coste social. Este
punto se encuentra igualando el beneficio marginal y el coste social marginal; es el punto
A y genera un número de hijos igual a n *. En cambio, el número de hijos óptimo desde el
punto de vista privado se halla maximizando la distancia vertiCal entre la curva de bene-
ficios y la recta de coste privado, lo que ocurre en el punto B, que genera el número n**.
Obsérvese que n ** > n *.
Este tipo de análisis resume las diversas situaciones antes enumeradas y nos dice
cómo debemos estudiar otras. He aquí dos ejemplos que sirven para ampliar el análisis.
En primer lugar, quizá no siempre exista una divergencia entre los costes sociales y
los privados. Además, también pueden existir diferencias entre los beneficios sociales y los
privados. Supongamos que existen empleos remunerados que tienen un salario elevado,
por ejemplo, 1.000 euros al mes, pero que hay cola para conseguirlos. Imaginemos que
cada familia manda a sus hijos mayores a buscar un empleo de ese tipo y que la probabili-
dad de que uno lo consiga es simplemente el número total de puestos de trabajo que haya
310 / ECONOMÍA DEL DESARROLLO
Costes sociales
de ese tipo dividido por el número total de demandantes de empleo. Ahora tener un hijo
más es exactamente igual que comprar un billete más de lotería, que jugar dos veces. Para
la familia, se duplica la probabilidad de conseguir, al menos, una oferta de empleo. Sin
embargo, debemos tener cuidado: el número de demandantes de empleo también aumen-
ta. Este efecto es minúsculo en el caso de la familia en cuestión, pero el efecto conjunto
que produce en otras familias el hecho de que muchas compren sus dos billetes de lotería
cada una es significativo y negativo. A la larga, cada familia tiene, por ejemplo, dos bille-
tes pero no aumentan las probabilidades de nadie de conseguir el empleo. Y lo que es
peor aún, ese segundo billete tiene costes: es un hijo que hay que vestir y alimentar.
Este tipo de situación es bastante fácil de analizar en el modelo general que hemos
presentado. Podemos comprobar fácilmente que en este ejemplo no existe una divergen-
cia entre los costes privados y los sociales, pero sí entre los beneficios privados y los socia-
les. El beneficio social de un hijo más es la ganancia esperada privada más las pérdidas
que se ocasionan a todas las demás familias cuando se suma una persona más a las filas
de los demandantes de empleo. Se trata de una externalidad.
Nuestro segundo ejemplo tiene por objeto mostrar que también puede haber externa-
lidades en el seno de la familia, sobre todo si en el hogar hay otros miembros, además de
la pareja que toma las decisiones de tener hijos. Consideremos, por ejemplo, un clan fa-
miliar: normalmente una familia en la que dos hermanos o más aúnan sus recursos para
vivir bajo el mismo techo. No sabemos si el lector habrá comprobado alguna vez las ma-
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 311
ravillas de una familia de ese tipo; tengo amigos que sí. A primera vista, es imposible
distinguir al padre de la tía o del tío, porque la tía y el tío participan significativamente
en la crianza de los hijos. Los efectos son de doble sentido, por supuesto: mis primos
también son atendidos por mis padres. Se trata de una situación potencialmente agrada-
ble (a menudo lo es y a menudo no lo es), pero la cuestión en la que queremos fijarnos es
la de que los clanes familiares crean lógicamente una externalidad dentro de la familia.
¡El hecho de saber que el cuñado y la cuñada sufragarán parte de los costes de la crianza
de los hijos reduce los costes privados de tener hijos y aumenta la fecundidad!
Ahora bien, este razonamiento tiene algo de sospechoso. Tiene forzosamente que
existir una "ley de conservación de los costes". No es posible reducir simultáneamente
los costes de todo el mundo. Por ejemplo, el cuñado y la cuñada están traspasando, sin
duda alguna, parte de los costes de la crianza de sus hijos a mis padres; entonces, ¿por
qué no se anulan todos estos beneficios mutuos, con lo que no se alterarían las decisiones
de fecundidad en relación con las que habría tomado en una familia nuclear? La respues-
ta es sencilla. Es cierto que mis padres están asumiendo parte de los costes de criar a sus
sobrinos y sobrinas, pero se trata de un coste que no pueden controlar, ya que las decisio-
nes de tener sobrinos y sobrinas son tomadas por otra persona. Por lo tanto, estos costes
son costes fijos en lo que se refiere a mis padres, mientras que los costes de sus propios
hijos que ellos traspasan, a su vez, son variables, ya que toman las decisiones relacionadas
con sus propios hijos, y en la decisión de tener hijos sólo cuentan los costes variables. Eso
es lo que nos enseña implícitamente la figura 9.2. Los determinantes clave de la fecundi-
dad no son los niveles de los costes privados y sociales sino sus pendientes. No es fácil
verlo en esa figura, por lo que remitimos al lector a la figura 9.3. La línea de trazo fino de
esta figura representa el coste que tienen los hijos de una pareja para la gran familia.
Como parte de este coste se traspasa a los desafortunados cuñado y cuñada, el coste va-
riable para la pareja está representado por la línea de trazo grueso más plana que parte
del origen del gráfico. Ahora bien, como hemos dicho, la pareja en cuestión se enfrenta al
mismo tipo de transferencia de costes, lo que eleva sus costes totales, pero sólo desplaza
su recta de costes en paralelo (véase la figura 9.3). Este desplazamiento de los niveles no
afecta al número de hijos que deciden tener, que es n **, cifra superior al nivel óptimo
para el clan familiar en su conjunto (o para la pareja si fuera nuclear), que es n*.
El razonamiento es el mismo si hay abuelos que cuidan de los hijos. Si la pareja no in-
ternaliza totalmente los costes de los abuelos, es posible que tenga demasiados hijos en re-
lación con lo que es óptimo para su familia, y no digamos para el conjunto de la sociedad.
Así pues, la estructura familiar es muy importante en la creación de externalidades
que llevan a una excesiva fecundidad. Cuando cambia la estructura y se pasa de un clan
familiar a una familia nuclear, los costes de los hijos recaen más directamente sobre la pa-
reja, lo que provoca una disminución de la fecundidad?
7 Incluso es posible extender este tipo de argumento a las externalidades creadas en la pareja. En la
medida en que los hombres y las mujeres se dedican desproporcionadamente a criar a los hijos, una de las
partes (normalmente el hombre) puede pasar por alto los costes y no tomar las medidas oportunas para re-
ducir la fecundidad o los riesgos de embarazo.
312 / ECONOMÍA DEL DESARROLLO
En todos los casos anteriores, la decisión de tener hijos produce unos efectos externos
negativos, por lo que el número de hijos que se decide tener normalmente es superior al
óptimo social. Hay situaciones en las que también podría haber externalidades positivas,
sobre todo si para esa sociedad el óptimo consiste en una mayor natalidad con el propó-
sito de conseguir poder económico o militar. También pueden tener como objetivo una
mayor natalidad aquellas sociedades que tras una larga historia de bajo crecimiento de la
población, está demasiado envejecida, lo que constituye una inmensa carga para su siste-
ma de pensiones. En la medida en que la familia no internaliza estos objetivos, el Estado
puede subvencionar la crianza de los hijos en un intento de dar los oportunos incentivos.
Como ya hemos visto, esas medidas en favor de la natalidad son una excepción más que
una regla, aunque existen.S
Normas sociales
Muchas veces la gente hace lo que ve que hacen los demás. El conformismo es lo que
mantiene las relaciones sociales y une las sociedades. El conformismo garantiza la estabi-
lidad y limita la necesidad de velar por el cumplimiento de la ley y la manifestación de
un conformismo compartido es, de hecho, lo que conocemos con el nombre de cultura.
Ya hemos analizado las normas sociales en el capítulo 5.
8 Un interesante giro de este argumento es que las medidas en favor de la natalidad pueden ser con-
traproducentes a escala mundial, en la medida en que imponen externalidad es negativas a otros países. El
análisis de este segundo nivel de externalidades es exactamente igual que el de las externalidades negati-
vas analizadas en el texto.
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 313
9 El deseo de cumplir este tipo de normas puede tener sorprendentes consecuencias. A primera vista,
cabría pensar que en el margen se producirá un cierto alejamiento de la práctica aceptada, ya que la gente
sopesa su deseo de cumplir las normas y su deseo de hacer lo que es mejor para ella, pero incluso esos mo-
vimientos marginales pueden bloquearse en los equilibrios conformistas (sobre esta cuestión, véase Bem-
heim [1994]).
314 1 ECONOMÍA DEL DESARROLLO
10 Este recuadro resume la información publicada por la División de Población de las Naciones Unidas,
Departamento de Información Económica y Social y Análisis de Política, http:/ / www.undp.org/ popin / .
Crecimiento de la población y desarrollo económico (c. 9) / 315
En los países del sur y centro de Asia continúa disminuyendo la fecundidad: ésta ha descen-
dido en Irán (de 6,8 a 5,0) y continúa descendiendo en Bangladesh (de 6,2 a 4,4), en la India (de
4,5 a 3,7) y en Nepal (de 6,3 a 5,4).
Como hemos señalado en el texto, es posible que el cambio general de las normas sociales
esté desempeñando un papel fundamental. Parece que la disminución de la fecundidad que está
registrándose en todos los países va acompañada de un aumento significativo del uso de anticon-
ceptivos. Debemos tener cuidado de no deducir en este caso ningún tipo de relación causal, pero
el hecho de que se recurra más a los métodos anticonceptivos indica que está produciéndose una
transformación social. El uso de métodos anticonceptivos ha experimentado un enorme aumento
en Kenía (de 7% de las parejas en 1977-78 a 33% en 1993), en Ruanda (de 10% en 1983 a 21 en
1992), en Bangladesh (de 19% en 1981 a 40 en 1991) y en Irán (de 36% en 1977 a 65 en 1992).
Las normas sobre la edad de matrimonio seguramente también desempeñan un papel im-
portante. Por ejemplo, en Tanzania la utilización de métodos anticonceptivos es escasa (10% en
1991-92), pero la edad media que tienen las mujeres cuando se casan ha aumentado de 19 años
en 1978 a 21 en 1988. Lo mismo ocurre en los países en que ha aumentado significativamente el
uso de anticonceptivos.
La fecundidad no está disminuyendo, desde luego, en toda esta región y sigue siendo alta en
los grandes países como Nigeria, Zaire, Etiopía y Pakistán, pero, en general, puede decirse que
está produciéndose un cambio.
La teoría malthusiana