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INSTITUTO DE ESTUDIOS RIOJANOS

Berceo
revista riojana de ciencias
sociales y humanidades

Núm. 162

Gobierno de La Rioja
Instituto de Estudios Riojanos
LOGROÑO
2012
Berceo / Instituto de Estudios Riojanos - V. 1, nº 1 (oct. 1946). - Logroño :
Gobierno de La Rioja: Instituto de Estudios Riojanos, 1946- . -- v. ;
il. ; 24 cm.
Trimestral, Semestral a partir de 1971.
Índices nº1 (1946) - nº 111 (1986) - 132 (1996)
Es un suplemento de esta publ.: Codal. Suplemento literario.- nº 1
(1949) - nº 71 (1968)
ISSN 0210-8550 = Berceo
908

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ISSN 0210-8550
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ÍNDICE

ALDA BLANCO
“Tutelar” la República: El feminismo cívico de María Martínez Sierra
To oversee Republic: Public-spirited feminism in María Martínez Sierra 7-15

RAMÓN BARENAS ALONSO


La cristianización del territorio riojano (II): El espacio rural
The christianization of La Rioja (II): The rural space 17-62

MÁXIMO DIAGO HERNANDO


Injerencias nobiliarias en la esfera eclesiástica en el obispado de Calahorra a
fines del Medievo: el caso de los señores de Murillo, Alcanadre, Ausejo y Arrúbal
Interferences of the nobility in the ecclesiastical sphere of the bishopric of
Calahorra in the late Middle Ages. The cases of the lords of Murillo, Alcanadre,
Ausejo and Arrúbal 63-83

DIEGO TÉLLEZ ALARCIA


La peste Atlántica en Santo Domingo de la Calzada (1599)
The Plague of 1596-1602 in Santo Domingo de la Calzada 85-119

JUAN JOSÉ MARTÍN GARCÍA


La consolidación del señorío del monasterio de Cañas en el bajo Najerilla en la
Edad Moderna (siglos XV-XVII)
The consolidation of the monastery of Cañas demesne in the lower Najerilla
valley between the fifteenth and seventeenth centuries 121-167

PELAYO SÁINZ RIPA


Viana fue provincia de Logroño
Viana was a province of Logroño 169-200

ALFONSO RUBIO HERNÁNDEZ Y JUAN DAVID MURILLO SANDOVAL


Ezequiel Moreno Díaz. Obispo en la «regeneración» de Colombia: la geopolítica
contraliberal, 1896-1905
Ezequiel Moreno Díaz. Bishop in the Colombia’s «regeneration»: geopolitical
against liberalism, 1896-1905 201-228

AURELIO A. BARRÓN GARCÍA


Sobre las obras de madurez del arquitecto tardogótico Juan de Rasines, 1469-1542
About the mature works of the late Gothic architect Juan de Rasines, 1469-1542 229-257

MARIO RUIZ ENCINAR


El escudo de Logroño en el siglo XVI: orgullo y propaganda
Logroño coat of arms in the sixteenth century: pride and propaganda 259-305

ROSANA FONCEA LÓPEZ


La Ermita de Nuestra Señora del Collado en Nieva de Cameros (La Rioja): una
obra de José Raón
L’ermitage de Nuestra Señora del Collado en Nieva de Cameros (La Rioja): une
oeuvre de José Raón 307-340

5
ELIELSON CARNEIRO DA SILVA Y CARMEN PINEDA NEBOT
El Presupuesto Participativo y la administración municipal: los casos de
Araraquara (Brasil) y Logroño (España)
The Participatory Budget and the municipal administration: the cases of
Araraquara (Brazil) and Logroño (Spain) 341-360

VARIA

LUIS PINILLOS LAFUENTE


Don Andrés Mayoral, Arzobispo de Valencia, descendiente del Solar de
Valdeosera (1685-1769) 363-400

JUAN AGUILERA SASTRE


Pleitos hayas… un episodio desconocido de la vida de Cosme García en
Logroño 401-412

RESEÑAS 415-420

6
Berceo 162 201-228 Logroño 2012

EZEQUIEL MORENO DÍAZ


OBISPO EN LA «REGENERACIÓN» DE COLOMBIA:
LA GEOPOLÍTICA CONTRALIBERAL, 1896-1905*

ALFONSO RUBIO HERNÁNDEZ**


JUAN DAVID MURILLO SANDOVAL**

RESUMEN

La llegada de Fray Ezequiel Moreno Díaz (Alfaro, 1848-Montegudo, 1905) a


Colombia se produce durante el llamado periodo histórico de la Regeneración,
cuando se intentó de manera ortodoxa imponer un modelo católico-conser-
vador de convivencia social. El presente artículo describe algunas de las prin-
cipales características que definieron este contexto de la Regeneración y nos
permiten entender la faceta político-religiosa que el santo alfareño desplegó en
el ejercicio de su obispado (1896-1905) en el actual Departamento colombiano
de Nariño, cuya capital es San Juan de Pasto, ciudad sureña fronteriza con
Ecuador desde la cual se impulsó una estrategia geopolítica contraliberal.
Palabras clave: Ezequiel Moreno Díaz, Regeneración, Colombia, Conserva-
durismo, Catolicismo, Diócesis de Pasto, Ecuador.

The arrival of Fray Ezequiel Moreno Díaz (Alfaro, 1848-Montegudo, 1905)


to Colombia takes place during the historical period called the Regeneration,
when the Conservative Party tried in an orthodox way to impose a traditionalist-
catholic social model. This paper describes some key characteristics that defined
the context of the Regeneration and allow us to understand the political-
religious side the Augustinian saint deployed in the exercise of his bishopric
(1896-1905), situated in the current Colombian Department of Nariño, whose
capital is San Juan de Pasto, southern city border with Ecuador and from which
it was proposed a geopolitical strategy against the liberalism.

*  Recibido el 9 de enero de 2012. Aprobado el 22 de febrero de 2012. El presente


artículo es resultado del Proyecto de investigación titulado: “Ezequiel Moreno Díaz.
Obispo en la Regeneración de Colombia, 1896-1905”, que obtuvo una Ayuda para
Estudios Científicos de Temática Riojana del Instituto de Estudios Riojanos, en su con-
vocatoria del año 2010.
**  Alfonso Rubio Hernández: Universidad del Valle (Santiago de Cali, Colombia).
Juan David Murillo Sandoval: Universidad ICESI.

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Berceo
ISSN 0210-8550
ALFONSO RUBIO HERNÁNDEZ - JUAN DAVID MURILLO SANDOVAL

Keywords: Ezequiel Moreno Díaz, Regeneration, Colombia, Conservatism,


Catholicism, Diocese of Pasto, Ecuador.

1. INTRODUCCIÓN

Desde el inicial proyecto y arribo transatlántico liderado por Colón a fina-


les del siglo XV hasta nuestra más cercana contemporaneidad, la historia de la
Iglesia católica y de otras doctrinas derivadas, parece ir articulada a la historia
americana como una institución de vital importancia para entender, entre otros
fenómenos, los imaginarios sociales y populares, las prácticas culturales, los
conflictos armados, la creación artística y literaria, la formación académica, la
dimensión política, las ideologías o los mecanismos de control social.
Para el particular caso de la República de Colombia a finales del siglo
XIX, la injerencia de la Iglesia católica en la vida pública y privada de la
sociedad, décadas atrás mermada por el desarrollo de proyectos políticos
liberales y secularizadores, es recuperada, al contar nuevamente con un con-
junto de características que le posicionan como eje fundamental del proyecto
nacional promovido por las élites conservadoras, para las cuales componen-
tes de la herencia hispánica, especialmente la lengua y la religión, debían
ser inseparables y constitutivos de la nación colombiana. De esta manera, la
Iglesia y sus agentes, la clerecía, recuperan una incidencia cultural y política
que les reafirmaría como elementos rectores del universo social colombiano.
En este contexto, de fuerte alineamiento entre la Iglesia y la élite política con-
servadora, tiene su aparición una figura clerical bastante peculiar en cuanto
a la defensa acérrima de la religión, la moral y el conservadurismo político,
como fue la figura del fraile agustino Ezequiel Moreno Díaz.
Fray Ezequiel Moreno nació en Alfaro, población de la antigua Provin-
cia de Logroño (actual Comunidad de La Rioja), el 9 de abril de 1848. Con-
juntamente con su hermano Eustaquio vistió el hábito de agustino en 1864,
profesando en el año siguiente. Después de una intensa actividad misione-
ra en Filipinas, retorna a España para ser nombrado Rector de su Colegio
agustiniano de Monteagudo (Navarra), donde había iniciado su vocación.
Más tarde, en 1888 fray Moreno llega a Colombia, dirigiendo una misión
enviada por el comisario general apostólico de los agustinos recoletos para
restaurar en el país la ya casi extinguida provincia de Nuestra Señora de La
Candelaria. El objetivo era revivir la observancia agustiniana en Colombia,
restableciendo y fortaleciendo, para ello, las misiones que la orden recoleta,
ya en el siglo XVII, había mantenido en la región noroeste del Casanare.
La presencia y actividad misionera y pastoral de Ezequiel Moreno en
Colombia coinciden con los años en que Miguel Antonio Caro, ideólogo
y autor de la Carta Constitucional de 1886, se convierte realmente en la
primera figura política del país, resultado lógico de sus luchas por la causa
católica y de su entendimiento con el entonces presidente Rafael Núñez,
baluarte del conservadurismo y con quien funda e inspira el denominado

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EZEQUIEL MORENO DÍAZ. OBISPO EN LA «REGENERACIÓN» DE COLOMBIA:
LA GEOPOLÍTICA CONTRALIBERAL, 1896-1905

Partido Nacional1. El 7 de agosto de 1892 Caro toma posesión del cargo


de vicepresidente encargado del poder ejecutivo, reemplazando a Núñez,
quien por cuestiones de salud debió retirarse de las funciones presiden-
ciales. Su compromiso fue el de sostener los principios políticos de un
periodo que luego, en la historia colombiana, fue llamado la Regeneración.
Entre fray Ezequiel Moreno y Miguel A. Caro se establece por entonces una
relación de amistosa simpatía que influenciaría en buena parte la carrera
ascendente del fraile en el interior del país.
Fray Ezequiel abrió las misiones en Casanare (1890-1891) y restableció
la vida comunitaria en el Convento de La Candelaria (Bogotá), así como en
el desierto homónimo, ubicado en Ráquira (Boyacá), cuna en el siglo XVII
de los agustinos recoletos en el Nuevo Reino de Granada. Residiendo como
conventual en La Candelaria de Bogotá, sería un habitual confesor y direc-
tor espiritual de los altos círculos políticos y sociales de la vida bogotana,
especialmente de los sectores conservadores2.
La exitosa actividad del beato en Casanare llevó a la tramitación del
vicariato apostólico. Las negociaciones culminaron en julio de 1893, siendo
bien importante el papel desempeñado por Caro a través del ministro de
Colombia ante la Santa Sede, el doctor Joaquín Fernando Vélez. Mediante
breve emitido el 17 de julio, la Santidad de León XIII erigía el vicariato
apostólico de Casanare y, poco después, por breve del 25 de octubre, fray
Ezequiel es nombrado obispo titular de Pinara. La consagración episcopal
se hizo en la catedral de Bogotá, el 1 de mayo, actuando como consagrante
el arzobispo Bernardo Herrera Restrepo y como padrino el vicepresidente
Miguel Antonio Caro.
Las dificultades políticas que atravesaba el país llevaron a una guerra
civil a principios de 1895, sofocada en su momento por la actuación militar
del general Rafael Reyes. Durante este periodo fray Moreno es promovido a
la diócesis de Pasto y después de encontrarse con Caro en Sopó, toma po-
sesión de su nueva sede en junio de 1896. En 1905 fray Ezequiel enferma de
cáncer en la garganta y regresa a su celda española de Monteagudo, donde
muere. La beatificación de fray Ezequiel Moreno tiene lugar en noviembre
de 1975, bajo la administración vaticana de Pablo VI, siendo posteriormente
canonizado por Juan Pablo II en 1992, al calor de las celebraciones del V
Centenario del Descubrimiento de América.

1.  En el sexenio que va de 1892 a 1898, fue elegido como presidente Rafael Núñez
y Vicepresidente Miguel Antonio Caro, ambos ideólogos del proyecto de la Regenera-
ción. El presidente Núñez se había radicado en Cartagena y nunca más regresó a Bogotá.
Por tal razón, el gobierno efectivo estuvo en manos de Miguel A. Caro hasta 1898. El 18
de septiembre de 1894, Rafael Núñez murió en Cartagena, quedando definitivamente la
presidencia en manos de Caro.
2.  Anita Narváez, por ejemplo, esposa de Miguel A. Caro, fue hija espiritual de fray
Ezequiel. Véase el Epistolario del Beato Ezequiel Moreno y otros agustinos recoletos con
Miguel Antonio Caro y su familia. Compilación, introducción y notas de Carlos Valde-
rrama Andrade, Bogotá: Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, 1983.

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La llegada de Ezequiel Moreno Díaz a Colombia se produce en un
momento en que las dos grandes instituciones colombianas, el Estado y
la Iglesia, logran por fin entenderse y articularse. La Constitución de 1886
promulgada por Rafael Núñez cortó abruptamente con un pasado de go-
biernos radicales liberales, etapa que, en opinión de ideólogos conserva-
dores como Rafael Núñez, Marco F. Suárez o Miguel A. Caro, entre otros,
se caracterizó por la anarquía y la degeneración de la vida nacional. Gran
parte de esta visión vendría inspirada en las ideas del conservadurismo
europeo y muy especialmente de la Encíclica Syllabus Errorum de Pío IX
(más conocida como El Syllabus), que condenaba sus considerados errores
modernos como la libertad de conciencia y de cultos, la separación de Igle-
sia y Estado, el liberalismo, el socialismo o el comunismo.
Las guerras civiles y la inestabilidad política interna que habían caracte-
rizado a los liberales en décadas anteriores, se consideraron consecuencias
de la difusión de la herejía y de la impiedad propiciada por el liberalismo. La
fórmula de la “Regeneración” de la sociedad consistió en otorgar un papel
hegemónico a la Iglesia Católica y a la religión en el manejo de la educación
y en el control y regulación de la vida social o colectiva. De ahí que la Cons-
titución de 1886 se promulgara “en nombre de Dios, fuente suprema de toda
autoridad”. Para Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, era clara la importancia
de la religión católica como un elemento “cohesionador de lo social”, la reli-
gión como un elemento que ordena la vida colectiva de la sociedad3.
A partir del pensamiento ideológico del conservadurismo de la Regene-
ración, desde la educación y desde las relaciones socializadoras de la igle-
sia con la población creyente a través del púlpito, se configuró una visión
condenatoria del liberalismo y de los valores de la sociedad moderna. El
Syllabus de Pío IX (1864) contenía un conjunto de instrucciones a los obis-
pos del mundo en los que se alertaba acerca de esos errores difundidos en
la sociedad y condenados por la iglesia que acabamos de mencionar4.
Colombia fue uno de los países en donde se intentó durante el periodo
de la Regeneración, quizá de la manera más ortodoxa, imponer este mo-
delo católico-conservador, teniendo lugar bajo estas condiciones políticas
y sociales la llegada de Fray Ezequiel Moreno Díaz. En relación con este
contexto histórico que estaba viviendo el país, nuestro propósito aquí es
relacionar primero algunas de las principales características que definieron
este contexto de la Regeneración, periodo en el cual se circunscribe la
trayectoria del fraile agustino, para examinar después y comprender mejor,
de esta manera, su particular posicionamiento en Pasto, ciudad sureña y

3.  Véase LÓPEZ DE LA ROCHE, Fabio, “Tradiciones de la cultura política en el siglo


XIX” en CÁRDENAS RIVERA, Miguel Eduardo (Coord.), Modernidad y sociedad política
en Colombia, Bogotá: FESCOL, 1993, p. 95-160.
4.  GIRALDO PAREDES, Holbein, La relación entre Estado e Iglesia en Colombia a
finales del siglo XIX (El caso de fray Ezequiel Moreno Díaz y Baltasar Vélez), [Tesis de
Grado], Cali: Universidad del Valle, 1998, p. 23.

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LA GEOPOLÍTICA CONTRALIBERAL, 1896-1905

fronteriza con el Ecuador, país que vivía también un agitado clima político,
pero que a diferencia del gobierno colombiano, impulsaba un reformismo
mucho más liberal, similar en ciertos puntos al temido periodo radical que
justamente la élite política regeneradora colombiana pensaba borrar.
Tanto Miguel A. Caro como el delegado apostólico Sabatucci considera-
ban a Pasto como una frontera de riesgo debido a la revolución liberal que
se estaba viviendo en Ecuador y que representaba un peligro para la muy
católica ciudad de Pasto. Fue así como, promovido por Caro y Sabatucci,
fray Ezequiel es nombrado en junio de 1896 Obispo de la Diócesis de Pas-
to, capital de una región en cuyo lado norte se debatía un liberalismo en
derrota y en su lado sur, arremetía un liberalismo victorioso y pujante.
Todavía en La Rioja, comunidad natal de Ezequiel Moreno, no es am-
pliamente conocida esta faceta político-religiosa que el santo alfareño des-
plegó durante los años de su obispado que van de 1896 a 1905 en el que
actualmente es el Departamento de Nariño (Colombia), cuya capital es la
ciudad de San Juan de Pasto y donde ya es bien conocida la mentalidad
intransigente de quien fuera su Obispo5.
De un trabajo de investigación mayor que rastrea las actuaciones públi-
cas de Ezequiel y analiza sus escritos (pastorales, correspondencia, opús-
culos) poniéndolos en relación con un periodo histórico crucial de la vida
colombiana en el cual convivían extremos ideológicos, tanto por parte de las
corrientes del pensamiento político como del religioso, haciéndose palpables
en los estrechos lazos que a fines del siglo XIX y principios del XX existían
entre la Iglesia y el Estado, como decimos, relatamos para esta ocasión las
consideraciones dedicadas a su papel dentro de una estrategia “geopolítica
contraliberal” que se marcó en el sur del territorio colombiano.

2. REGENERACIÓN, IGLESIA Y FRONTERA POLÍTICA


Antes de analizar el significado de labor clerical de fray Ezequiel Mo-
reno en Pasto, es necesario detenerse en algunos de los aspectos más
importantes del ideario político y cultural de la Regeneración con el fin
de entender aquellas particularidades que permitieron no únicamente la
recuperación del estatus de la Iglesia católica como institución incidente en
la vida política y cotidiana del país, sino, en mayor medida, su articulación
en un proyecto de construcción nacional. Analizamos para ello parte de la

5.  Sí pueden leerse en este sentido los textos Ángel Martínez Cuesta, principal
estudioso de la figura de Ezequiel Moreno: Beato Ezequiel Moreno. El camino del de-
ber, Roma: Scuola Tip. Miss. Domenicana, 1975, pp. 279-555; y la ponencia publicada
titulada “San Ezequiel ante la cultura de su tiempo”, donde habla de “la larga pugna de
san Ezequiel con el liberalismo” y que se dio a conocer en El Santo de Alfaro. Simposio
sobre San Ezequiel Moreno, Alfaro (La Rioja, España), 29 septiembre-1 octubre 1994, Za-
ragoza: Institutum Historicum Augustinianorum Recollectorum/Arte-Impress, 1995, pp.
97-140. Para profundizar en el estudio de la obra escrita de Ezequiel es indispensable
la reciente edición de Obras completas, Edición, introducción y notas de Ángel Martínez
Cuesta, vol. 1-4, Madrid: Augustinus, 2006.

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trayectoria de dos intelectuales conservadores como fueron Rafael Núñez


y Miguel A. Caro, principales exponentes de un sistema de creencias en
el cual la herencia hispánica y el catolicismo serían ejes primordiales. Nos
concentramos de esta forma en su ideario político, pasando luego por la
función desempeñada por la Iglesia bajo sus largos periodos de gobierno,
para finalizar con un análisis del papel protagonizado por Ezequiel Moreno
en Pasto desde una mirada geopolítica, tendente a la vigilancia de las ideas
liberales provenientes de la república ecuatoriana.

2.1. La Regeneración: unidad y orden


Durante las dos últimas décadas del siglo XIX, ciertos aspectos coyuntu-
rales de nivel sociopolítico enmarcados en la llamada Regeneración, como
la Constitución Política de 1886 o la firma del Concordato con la Santa Sede
en 1888, e inclusive procesos económicos como el alza en los precios del
café durante la década de 1886 a 1896, lograron modificar en cierta manera
las fuerzas más importantes de la esfera política colombiana al bipartidismo
propiamente hablando, hecho que supuso un reordenamiento de las ten-
dencias intelectuales y políticas, pero no de las estructuras o fundamentos
sociales del país como tal6. Una sociedad característicamente precapitalista,
con un débil proceso de formación de la nacionalidad, fue el marco en
el que se dio el proyecto político regenerador, que entre muchos de sus
objetivos, propició la centralización del poder político y económico, impul-
sando al mismo tiempo ciertos criterios de unidad nacional.
El elemento más importante para el desarrollo de esta tendencia cen-
tralizadora fue la redacción de una nueva Constitución, que además de
reforzar el ejecutivo nacional, unificaba el país bajo dos elementos comu-
nes a todos los colombianos: la religión y la lengua. A diferencia de países
como Argentina o Uruguay, que fueron impactados por el protestantismo
religioso y por otras lenguas latinas diferentes al castellano llegadas con las
oleadas migratorias europeas, el territorio colombiano continuaba, a excep-
ción de algunas comunidades indígenas y pocos pueblos afrodescendien-
tes, refrendando la religión y la lengua traídas por los españoles. A pesar
del esfuerzo del liberalismo radical por construir un modelo de ciudadano
ideal ejemplarizado en el maestro de escuela, el lugar del cura párroco en
la esfera social urbana y rural continuó siendo determinante, acomodándo-
se siempre a los contextos difíciles o agresivos impuestos a su condición7.
Por otro lado, la particular concentración de la élite intelectual del país, en
especial de la conservadora, en los estudios gramáticos y filológicos, incidió
en las formas de distinción y estatus político. Malcolm Deas ha mostrado
en su ya clásico ensayo sobre Miguel A. Caro las particularidades de este

6.  BERQUIST, Charles, “Una década de Regeneración, 1886-1896” en BEJARANO,


Jesús A. (Comp.), El siglo XIX visto en Colombia visto por historiadores norteamericanos,
Medellín: La Carreta, 1977, pp. 115-174.
7.  Véase LOAIZA CANO, Gilberto, “El maestro de escuela o el ideal liberal del
ciudadano en la reforma educativa de 1870”, Historia Crítica 34 (julio-diciembre de
2007), pp. 62-91.

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EZEQUIEL MORENO DÍAZ. OBISPO EN LA «REGENERACIÓN» DE COLOMBIA:
LA GEOPOLÍTICA CONTRALIBERAL, 1896-1905

amor por el estudio de la lengua castellana, infiriendo que este singular


interés le permitía a la intelectualidad conservadora conectarse con el pa-
sado español, al que además de la lengua, le agradecían la civilización y
catequización de los territorios americanos8.
El fenómeno de la Regeneración implicó ciertas construcciones intelec-
tuales acordes a unos ideales políticos hegemónicos que hicieron posible
la legitimación y reproducción de un determinado sector sociopolítico. Para
Miguel Á. Urrego, quien asume al proyecto regenerador como un régimen
productor de verdad, fue evidente que:
[…] en términos culturales, el proyecto definió que los aspectos que había
que resaltar y proteger eran la herencia española (el idioma, la religión, la
raza), la moral como guía de la expresión artística, la concepción de que la
iglesia era una institución tutelar de la cultura, y la necesidad de luchar contra
las corrientes materialistas, la inmoralidad y el error. Cuando hablamos de ré-
gimen de producción de verdad estamos haciendo referencia, en primer lugar,
a la existencia de un conjunto de presupuestos, representaciones, instituciones,
y saberes que confluyen para el establecimiento de un tipo de creación cultural
que se considera la más adecuada para la nación, y, en segundo lugar, a la
existencia de un intelectual arquetípico: el gramático, católico y conservador9.

Desde 1880 aproximadamente, y hasta el fin de la Hegemonía Conser-


vadora, a finales de la década de los años veinte del siglo XX, el intelectual
por excelencia lo constituyó aquel personaje especializado en la gramática
hispanista, con una mentalidad traspasada por los valores y la moralidad
católica y, por ende, con una vinculación política con ciertas dinámicas
del conservadurismo sectario10. Una vez que el conservadurismo accede al
poder, se cierran las fronteras a ideologías vistas como radicales, o a los au-
tores considerados inmorales, sobre todo los de origen francés. La aparición
de documentos como el Index, así como el seguimiento de toda encíclica
papal, dan cuenta de este hecho, como también la apertura y unificación de
lenguajes alrededor del catolicismo y el hispanismo tradicional11.
El proceso de construcción nacional en Colombia, bajo la Regeneración
y durante la Hegemonía Conservadora, tuvo pues una especial caracteri-
zación desde el punto de vista intelectual. Dicho proceso estableció como
base a la región central del país, y a Bogotá como cerebro y corazón. Bajo
un contexto conservador tres características pueden definirlo: una centrali-
dad de la Iglesia y su clerecía en la concepción del orden social y político;

8.  DEAS, Malcolm, Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia política y
literatura colombianas [Miguel Antonio Caro y amigos: gramática y poder en Colombia],
Bogotá: Taurus, 2006, pp. 27-61.
9.  URREGO, Miguel Ángel, Intelectuales, Estado y Nación en Colombia, de la guerra
de los mil días a 1991, Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2002, p. 43.
10.  Véase DEAS, Malcolm, op. cit., pp. 50-52.
11.  MURILLO SANDOVAL, Juan David, “Regeneración e Hispanoamericanismo en
la consolidación del mercado literario en Cali” en Memorias XV Congreso Colombiano
de Historia, Bogotá: Asociación Colombiana de Historiadores, 2010.

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una recreación paternalista, clasista y racista de lo popular; y la consolida-


ción del tipo cachaco como arquetipo nacional, convirtiendo a la tradición
regional en un elemento dominante12. La nación fue concebida e imaginada
desde y para el centro. Las características especialmente católicas y con-
servadoras de la región donde se ubicaban urbes como Bogotá y Tunja, el
llamado altiplano cundiboyacense, le otorgaban al cachaco una plusvalía
por encima de otras regiones del país, mucho más liberales o menos fer-
vorosas.
Dentro del proyecto regenerador, en especial desde la visión particular
de intelectuales como Miguel Antonio Caro, Rafael Núñez, y Marco Fidel
Suárez posteriormente, la periferia provinciana pasaba a ser un terruño
salvaje, ajeno al centro y sus dinámicas culturales. Particularidades ideo-
lógicas como el determinismo geográfico e incluso el darwinismo social,
permeaban toda construcción discursiva que, junto a una lectura ambigua
del hispanismo y el sometimiento a las doctrinas católicas, creaban un esce-
nario racista desde el centro cundiboyacense hacia las provincias del resto
del país.
Una mirada a los elementos más destacados de la lógica regeneradora:
centralismo, catolicismo e hispanismo, también supone la vuelta atrás de
todos los elementos defendidos por el liberalismo radical que le precedió
en el poder. Caracterizado por la defensa de un federalismo estricto, la bús-
queda de un ciudadano republicano y laico, la separación de la Iglesia de
cualquier instancia del poder, y un extenso régimen de libertades políticas
e individuales, el periodo radical, básicamente entre 1860-1878, se vio pau-
latinamente sumergido en un agotamiento propio de su radical esquema de
modernización, aspecto que igualmente supuso un hastío en ciertos espa-
cios políticos no sólo conservadores, sino también liberales. Rafael Núñez,
por ejemplo, formaría parte de la élite radical hasta finales de la década de
1870, cuando la inestabilidad política, los continuos conflictos y la percep-
ción de un régimen liberal corrupto y demagógico le llevaron a plantearse
una serie de reformas con miras a la reestructuración del aparentemente
inviable sistema ideado y sostenido por el radicalismo, llevándole a formar
un nuevo partido político de tendencia conservadora, el Partido Nacional.
En el particular pragmatismo de Núñez, los dogmas liberales habían
fracasado, la unidad nacional no era propiciada por el regionalista sistema
federativo. Las políticas secularizadoras de los gobiernos radicales, la laici-
dad del Estado y el apartamiento de las congregaciones del sistema escolar,
en virtud del posicionamiento del maestro de escuela como modelo de ciu-
dadano moderno, contrariaban el sistema de creencias católico extendido
por todo el país, afectando uno de los únicos elementos comunes a todo
este disímil conjunto. “Regeneración administrativa fundamental o catástro-
fe”, la frase bandera de Núñez en sus campañas, advertía sobre las posibles
consecuencias de la permanencia de las políticas radicales, así como de la

12.  Cachaco hace referencia al apelativo usado a los habitantes de Bogotá, en es-
pecial a sus sectores pudientes. URREGO, Miguel Ángel, op. cit., p. 53.

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necesidad de darles vuelta, de romperlas, de buscar una regeneración. El


pensamiento de Núñez encontraría buena recepción en las toldas conser-
vadoras, que desde comienzos del periodo liberal, a inicios de la segunda
mitad del siglo XIX, y en buena medida gracias a las amplias libertades de
opinión auspiciadas bajo el radicalismo, ya ejercían una labor sumamente
crítica alrededor de los ideales liberales, de forma especial frente a las po-
líticas secularizadoras.
Núñez, ya apartado del liberalismo ideológico, encuentra en el núcleo
político conservador, de manera especial en un hispanista como Miguel A.
Caro, una identificación en cuanto a los propósitos e ideales de construc-
ción y unidad nacional que concebía. Rafael Núñez termina así compar-
tiendo el malestar conservador respecto a la búsqueda de una modernidad
dirigida desde el liberalismo, búsqueda que ya entendía como muy román-
tica e utópica, de maneras muy afrancesadas, sin correspondencia con los
elementos que realmente podrían, a su juicio, unificar el país. Aspectos
como la eliminación del sistema federativo en pro de un Estado central
fuerte y de una figura presidencial poderosa; así como una articulación con
la Iglesia católica, vista ya como institución primaria y necesaria para el
control social, se convirtieron en elementos primordiales del ideario políti-
co de Núñez y del consecuente programa regenerador.
Los signos del orden y la autoridad estarían pues implícitos en el pro-
grama conservador liderado por Núñez desde 1880. No obstante, no sería
hasta después de 1885, y en parte gracias al estallido y aniquilamiento de
la insurrección liberal del mismo año, cuando estos signos se legitimen por
medio de la redacción de una nueva Carta constitucional totalmente ajusta-
da a los intereses regeneradores y que, al demoler la anterior Constitución
de Rionegro de 1863, pretendió justamente eliminar todo elemento que
posibilitara una vuelta al anárquico contexto vivido bajo el radicalismo13. La
anhelada cohesión nacional pretendida por Núñez sólo podría alcanzarse
por fuera de los lineamientos construidos por el liberalismo, fuera éste
radical o no, lo cual demandaba la creación de una nueva constitución en
la que los esquemas seculares y la comunión con los idearios franceses y
alemanes no tuvieran lugar.
Estos aspectos resultan particularmente importantes para subrayar la
importancia de otro de los elementos que a juicio de la intelectualidad con-
servadora del periodo debía ser pilar de la cohesión nacional: la defensa
de la lengua y la cultura española o, más concretamente, del hispanismo.
El texto de la Constitución de 1886, ideada y redactada por Miguel A. Caro,
otorga algunos elementos de análisis en esta perspectiva, pues deja claro
que para el ideario de la Regeneración, no sólo era importante construir un
estricto rechazo a los antecedentes políticos liberales propios del contexto

13.  Los momentos más representativos de los enfrentamientos sufridos entre la


Iglesia y el liberalismo anterior coinciden con las medidas del presidente Hilario López
(1849-53), los edictos desamortizadores del general Tomás Ciprinao Mosquera (1861) y
la Constitución de 1863 de Rionegro.

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nacional, también se hacía necesario plantear un rechazo contundente ha-


cia las formas o elementos que lo inspiraron, más concretamente los mode-
los políticos franceses. Frédéric Martínez ha mostrado, por ejemplo, cómo
en medio de la formación de un nuevo orden nacional, donde impera la
autoridad central, la intelectualidad conservadora inicia una fuerte empresa
retórica que busca denunciar ciertos referentes ideológicos europeos que
en su juicio habían inspirado las reformas radicales y propiciado el ambien-
te de inestabilidad social y política vivido por el país14.
Así, las influencias de las revoluciones francesas de 1789 y 1848, del ja-
cobinismo, los utopistas sociales y los socialistas franceses en la intelectua-
lidad liberal de mediados del siglo XIX son vistas por la élite regeneradora
como los primeros culpables del desorden y la disociación que atravesaba
Colombia. La imagen que se construiría de Francia bajo la Regeneración no
sería otra que la imagen de un país convulsionado, pervertido en su moral,
libertino y anárquico que no podía bajo ninguna manera seguir inspirando
las formas de hacer política en Colombia15. Por otro lado, la en apariencia
menor incidencia industrial de Francia a nivel mundial también sería im-
portante a la hora de construir una representación negativa de este país,
que además de encarnar la inmoralidad, según el ultramontano sistema de
ideas conservador, también sobresalía por sus altos índices de pobreza y
descomposición social. Los suicidios y la prostitución fueron elementos
particularmente destacados en el discurso conservador en el momento de
advertir sobre la torpeza de inspirarse en cualquier ideal o modelo prove-
niente de Francia.
La crítica regeneradora a las ideologías importadas por el radicalismo
fue constante y directa. A su vez fue notoria la inspiración de esta crítica en
el espiritualismo hispanista y el discurso moralista católico, especialmente
en el momento de representar una Europa convulsionada y subversiva.
De esta forma, y pese a los dardos lanzados al contexto europeo, la Re-
generación también tendría sus modelos y preferencias políticas en ese
continente, más precisamente en el liberalismo conservador inglés y en el
dúctil orden católico español. Se debe recordar que ambos países eran, a
finales del siglo XIX, sendas monarquías constitucionales, que a diferencia
de los contextos atravesados por Francia y Alemania poseían una estructura
institucional en la cual el orden, aquel concepto tan evocado desde el con-
servadurismo, era privilegiado.
La presencia de destacados políticos conservadores, tanto en Inglaterra
como en España, a cargo de tareas estrictas diplomáticas o consulares es
significativa de esta filiación. Un caso particular lo encontramos en Carlos
Holguín, quien, antes de alcanzar la presidencia de la mano de Núñez,
logró restablecer las relaciones diplomáticas con España en 1881, pasando

14.  MARTÍNEZ, Frédéric, El Nacionalismo Cosmopolita, la referencia europea en la


construcción nacional de Colombia, 1845-1900, Bogotá: Banco de la República, Institu-
to Francés de Estudios Andinos, 2007.
15.  Ibíd., pp. 433-444.

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luego a figurar como ministro plenipotenciario de la delegación colombia-


na en Londres. El papel diplomático de Holguín ayudó ciertamente a la
construcción de una imagen positiva y saludable de estos dos estados euro-
peos, poco apreciados durante el periodo radical. Inglaterra era, ante todo,
un ejemplo de equilibrio político, donde libertad y orden habían logrado
una perfecta simbiosis que evitaba cualquier exceso16. En esta medida, el
país inglés parecía ofrecer a los ojos regeneradores el contraste perfecto
con el clima político francés. Si por un lado el país galo resaltaba por su
inestabilidad, por la emergencia de nuevas fuerzas sociopolíticas popula-
res y comúnmente agresivas, por su anticlericalismo y su desbordamiento
institucional, Inglaterra era admirada por su carácter moderado, moderno
incluso, donde la norma y la autoridad se respetaban y protegían.
El problema de la autoridad, especialmente en Núñez, sería constan-
temente mencionado y debatido, siendo a su vez un elemento clave en la
redacción de la Constitución de 1886, donde además de presentar a Dios
como fuente de suprema autoridad, el poder de la carta constitucional es
usado para vigilar y limitar las formas de asociación, la prensa, el ejercicio
periodístico y demás libertades públicas anteriormente no limitadas por
el radicalismo. De esta manera, mientras el ejemplar autoritarismo inglés
le sirvió al nuevo estado regenerador para contener aquellos síntomas de
inestabilidad, desorden y anarquía legados por el liberalismo, la inspiración
cultural y religiosa procedente de España le entregaría herramientas para
encontrar y definir aquellos puntos que lograran unificar los múltiples anta-
gonismos que atravesaban el país, fueran políticos, ideológicos, religiosos e
incluso regionales. Habiendo llamado la atención de América con la revolu-
ción de 1868 y la posterior restauración monárquica efectuada por Cánovas
después del fracaso de los revolucionarios liberales, España despierta nue-
vamente un interés en el campo de lo político, lo social y lo cultural.
A mediados de la década de 1870 principalmente, cuando el discurso
hispanoamericano toma forma, y se multiplican los intercambios epistolares
entre personalidades políticas y literarias de Colombia y España, así como
los viajes diplomáticos o académicos, el referente hispano se hace cada vez
más importante para la retórica regeneradora, teniendo particular relevan-
cia como elemento de unificación nacional. Miguel A. Caro quien, junto
al gramático Rufino Cuervo, forman el dúo más importante de defensa y
enaltecimiento de la lengua y la cultura española en el país, fue sin duda
el mayor interesado en el lugar que debía tener el elemento español en el
ideal de nación pretendido desde el conservadurismo. Para Caro, si bien la
independencia política respecto a la metrópoli, a principios de siglo XIX,
había sido necesaria, pensar en una ruptura con la tradición española, parti-
cularmente con la lengua y la religión, significaba algo catastrófico17. La his-
panidad colombiana era pues, en la mentalidad de Caro, algo irreversible,

16.  Ibíd., p. 453.


17.  JARAMILLO URIBE, Jaime, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá:
Editorial Temis, 1964, pp. 84-85.

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la herencia cultural debía respetarse y, antes que menguarse recurriendo a


otros modelos culturales, valorarse y enriquecerse.
A través de sus escritos literarios, filológicos y políticos, Caro elaboró
un coherente pensamiento conservador con bases sólidas en la historia,
la religión y la lengua, ideó un proyecto de nación con raíces hispanas y
católicas que remite al diseño de la colonización americana trazado bajo
ideales preconcebidos por la abstracción de la inteligencia. Consiguió hacer
una versión propia del discurso antiutilitarista que por entonces recorría el
continente, transformándolo en un coherente discurso anti-moderno. Como
indica Ángel Rama, mientras los otros intelectuales hacían concesiones al
espíritu democrático y a cierto liberalismo, en la obra de Caro hay “una
adhesión sin fisuras al catolicismo militante de la lucha antipositivista. Exa-
minando las dos soluciones a la ‘reforma social’ que con más nitidez po-
larizaron el pensamiento del siglo XIX según su opinión, la católica y la
socialista, Caro fundamentó el principio de la desigualdad, como obligada
llave del orden social”18.
La cultura española, sobre todo en el ámbito literario, sería ampliamen-
te propagada y estimulada por la misma élite intelectual afín al movimiento
regenerador. Escritores como José Joaquín Ortiz, Soledad Acosta, Rufino
Cuervo, Emiliano Isaza, entre otros, promovieron a través de la prensa lite-
raria bogotana y de otras urbes, composiciones y escritos breves de ensayis-
tas clásicos y escritores católicos españoles, como Fernán Caballero, Emilio
Castellar, Jaime Balmes o el mismo Menéndez y Pelayo, quien tendría una
copiosa amistad epistolar con Miguel A. Caro. La formación de sociedades
hispanoamericanas, como la Unión Ibero-Americana de Madrid fundada
en 1885, alcanzaría también amplia proyección en Colombia, teniendo se-
des en diversos centros urbanos, posibilitando, como era su misión, la
promoción y el acceso a las producciones literarias españolas así como la
consecuente integración cultural de los países. La composición del centro
bogotano de la Unión Iberoamericana nos brinda un buen ejemplo de la
importancia que para la intelectualidad regeneradora tuvo la articulación
cultural con la intelectualidad ibérica, pues escritores y personalidades de
alto reconocimiento nacional como Ricardo Silva, José María Samper, Aní-
bal Galindo, el general Lázaro María Pérez, José M. Quijano Wallis y Liborio
Zerda, quien sería ministro de Instrucción Pública en la administración de
Caro, figurarían como principales miembros de esta asociación19.
Las formas de promoción de la cultura hispana bajo la Regeneración
fueron múltiples. Tanto las renovadas relaciones políticas y diplomáticas,

18.  RAMA, Ángel, Las máscaras democráticas del modernismo, Montevideo: Fun-
dación Ángel Rama, 1985, p. 19. Citado en WALDE URIBE, Erna von der, “Limpia, fija y
da esplendor: el letrado y la letra en Colombia a fines del siglo XIX”, Revista Iberoame-
ricana, vol. LXIII, núms. 178-79, (enero-junio 1997), p. 72.
19.  La Unión Iberoamericana tuvo también sedes de Bucaramanga, Ocaña, Me-
dellín, Palmira, Cartagena, Manizales, Barranquilla, Cúcuta y Pasto. Véase MURILLO
SANDOVAL, Juan David, op. cit., pp. 4-5.

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como el complejo circuito de espacios públicos, sirvieron para que el lla-


mado Imperio Espiritual español continuara ejerciendo una muy marcada
influencia sobre el territorio colombiano20. Recordemos que la gestión im-
perial de España en América fue usualmente defendida por intelectuales
como Caro, para quien, incluso las causas mismas de la independencia no
debían de buscarse en las ideas salidas de la Revolución Francesa sino, muy
al contrario, en la misma tradición española (el viejo espíritu de rebeldía
española contra el despotismo) que suponía la principal influencia de los
hechos acaecidos a comienzos de siglo XIX21. En consecuencia, y para el
vocabulario de Caro, incluso nociones de largo aliento como criollo pare-
cían perder validez, de ahí que usualmente utilizara la expresión de español
americano, como forma de objetivar la hispanidad propia y de sus compa-
triotas, excluyendo ciertamente cualquier otra influencia cultural (indígena
o africana) y de paisaje que les diferenciara del nativo peninsular22.
En conclusión, tanto el referente español como el inglés pudieron brin-
dar, cada uno de forma distinta, variadas influencias en lo político-adminis-
trativo y lo cultural-religioso al proyecto regenerador que, pese a su ideal
de restringir la entrada de nociones europeas y de acusar los niveles de
descomposición social de este continente, debió recurrir a los modelos más
cercanos a sus propósitos para poder dirigir el país por la vía del orden.
Esta sutil contradicción es evidenciada por la percepción de algunas co-
rrientes de pensamiento con cuna o desarrollo inglés, como el utilitarismo
de Jeremy Bentham, el cual no gozaría de un positivo tratamiento por parte
de intelectuales como Caro o el mismo Holguín, para quienes el espíritu
individualista profesado por esta corriente atentaba contra la herencia es-
piritual española y en consecuencia contra la forma de vida católica, pues
en sus principios el bienestar mundano, individualista y por tanto egoísta
evocaba una idea de felicidad a su juicio tergiversada, ya que se alejaba de
la caridad o de la beatitud23. La noción de felicidad en la Regeneración es
quizá el punto de más notoria distinción entre sus dos referentes políticos
y retóricos europeos, pues para el ultramontanismo regenerador, cuanto
más ajeno a los avatares del mundo moderno –a sus espejismos– y, por
consiguiente, más compenetrados con el espíritu propio, el país podía tran-

20.  Véase GRANADOS, Aimer y MARICHAL, Carlos (Comp.), Construcción de Iden-


tidades Latinoamericanas. Ensayos de Historia Intelectual (siglos XIX y XIX), México: El
Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2004.
21.  JARAMILLO URIBE, Jaime, op. cit., p. 89.
22.  Ibíd., pp. 87-88. El proyecto político de Caro y de la Regeneración, según Wal-
de Uribe, hizo caso omiso del mundo circundante, excluyó a las mayorías mestizas del
país y a más de ochenta familias de lenguas indígenas. Caro, sus gramáticos y prelados
serán quienes determinen qué es ser un católico y cuál es el castellano que se debe
hablar, una lengua producto de esquemas intelectuales que sólo se registraba en libros,
no la lengua que se oye hablar a su alrededor (WALDE URIBE, Erna von der, op. cit.,
pp. 73, 75 y 79).
23.  Ibíd., pp. 414-415.

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sitar por periodos más armónicos, más felices24. La búsqueda del bienestar
económico, en esta medida, no sería una prioridad para la Regeneración,
los modelos que sustentaban este posible bienestar , esta felicidad, parti-
cularmente el Benthamismo, se veían como equívocos y contraproducen-
tes, la urgencia de Colombia era la paz, y en esa medida, la paciencia y
el alejamiento respecto a los ideales liberales del mundo moderno debían
ser estrictos. Respecto a los países europeos y su contexto, que mezclaba
riquezas con desigualdades, Holguín llega a afirmar que: “[…] Yo los he
visto de cerca durante años enteros, y puedo deciros que somos muy fe-
lices, que no cambiaría nuestro atraso por ninguno de los países que he
visitado […]”25.

2.2. Estado e Iglesia, un mismo frente

El orden y la cohesión social ambicionados por la Regeneración, ade-


más de articular ciertas nociones político-administrativas y cuestiones de
filiación cultural y lingüística como las reseñadas, no podía olvidar, de
ninguna manera, al mayor ejemplo de solidez institucional que ha visto el
mundo occidental: la Santa Iglesia Católica. Además de su lógica influencia
en las creencias y comportamientos de los pueblos de habla hispana, la
experiencia política del papado y sus congregaciones a lo largo de siglos,
llevaron a Caro y a Núñez a concluir que un Estado de tendencias conser-
vadoras no podía excluir la participación de la iglesia y su clerecía en el
gobierno y la administración general del país. La armonía entre Estado e
Iglesia suponía así una condición para el buen gobierno desde el punto de
vista de la intelectualidad regeneradora, pues no sólo lograba articular una
institución valorada, escuchada y comúnmente acatada por los disímiles
cuerpos sociales que componían el país, sino que también reforzaba dos
aspectos muy puntuales del carácter regenerador: la autoridad y el orden,
ya no entendidos desde un ángulo netamente legalista, sino integrados en
el marco de las costumbres, la intervención en la vida privada y cotidiana,
y los espacios sociales en general.
La Constitución política de 1886, obra intelectual de Miguel A. Caro, re-
frendó la unificación del Estado con la Iglesia de múltiples maneras. Como
bien ha señalado Ricardo Arias, desde la ya mencionada invocación a Dios
como “fuente suprema de toda autoridad”, la nueva carta política advierte
sobre el papel que tendrá la Iglesia en la intención por regenerar al Esta-
do. En su artículo 38, el documento reconoce que “la Religión Católica,
Apostólica y Romana es de la Nación”, por lo que “los Poderes públicos la
protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden
social”, señalando a su vez que no será la religión oficial, y que seguirá
siendo una institución independiente. No obstante estas aparentes salveda-
des, la misma constitución describía que si bien se podían profesar en el

24.  MARTÍNEZ, Frédéric, op. cit., pp. 464-468.


25.  HOLGUÍN, Carlos, “Revista de Europa”, El Repertorio Colombiano (Diciembre
de 1881), p. 481. Citado en MARTÍNEZ, Frédéric, op. cit., p. 467.

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país otras religiones, éstas no podrían ser contrarias a la moral cristiana ni


a las leyes, aspecto que ciertamente reducía la capacidad de reproducción
de otras tendencias religiosas26.
La misión civilizadora de la Iglesia, como se entendía, también fue am-
parada bajo la nueva Constitución, que entregó la educación pública a las
autoridades eclesiásticas. Sería la firma del Concordato con la Santa Sede en
1888, el acuerdo que en definitiva restablecería la posición privilegiada de la
Iglesia en Colombia, tanto en el ámbito educativo como en la vida privada
de la sociedad, reversando así las reformas secularizadoras impulsadas por
el liberalismo desde mediados del siglo XIX27. La firma de este documento,
sancionado por el papa León XIII, reconoció también el derecho por parte
de la Iglesia a adquirir bienes raíces en el futuro, aspecto que, sumado a
todo lo anterior, le convirtió, así lo indica Brian Hamnett, en el acuerdo más
favorable a la Santa Sede que se ha negociado en Iberoamérica28.
Firmado el Concordato, el papel de la clerecía en el campo de la ense-
ñanza pública fue desbordante. La organización y dirección de las univer-
sidades, colegios y escuelas debió hacerse en conformidad con la doctrina
y la moral de la religión católica, siendo la enseñanza de la religión una
asignatura obligatoria en todos los programas escolares, necesaria para la
inculcación de las prácticas piadosas y el conocimiento religioso. La fun-
ción del clero, además de rectora u administrativa, también era prioritaria
en el campo de la docencia, pues la necesidad de otorgar una correcta
enseñanza muchas veces excluía la participación de figuras laicas en el ejer-
cicio profesoral29. Otros aspectos como los textos usados en la enseñanza
también pasaban por el estricto examen del clero, quien determinaba aque-
llos autores y materiales que podían formar parte del currículum escolar.
Los obispos y demás figuras de alto cargo en la Iglesia debían inspeccionar,
revisar y seleccionar los textos de religión y moral a usarse en los estableci-
mientos oficiales30, y controlar y restringir el acceso a lecturas contempladas
como contrarias a la fe y la moralidad. Esta última condición también se
aplicaría en aquellas asignaturas donde podían, debido a sus características,
promover lecturas o lineamientos contrarios a la doctrina católica, como
fueron las asignaturas científicas o literarias, que debían de corresponder al
ideario moralista católico y por tanto debían de excluir autores y obras que
le fueran contrapuestos. En este sentido, el popular Índex de libros prohi-
bidos entregaba al clero una guía muy bien documentada.

26.  ARIAS, Ricardo, El Episcopado colombiano: intransigencia y laicidad, 1850-


2000, Bogotá: Uniandes-Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2003, p. 51.
27.  HAMNETT, Brian, “La Regeneración, 1875-1900” en LUCENA SALMORAL, Ma-
nuel et. al., Historia de Iberoamérica, Tomo III, Madrid: Cátedra, 1998, pp. 317-401.
28.  Ibíd., p. 365.
29.  Recordemos la experiencia del profesor de escuela laico promovido durante el
radicalismo, que motivó no pocos conflictos a nivel nacional debido a su contraposición
a la clerecía y al modelo escolar católico (LOAIZA CANO, Gilberto, op. cit.)
30.  ARIAS, Ricardo, op. cit., pp. 50-54.

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Además de renovar y fortalecer el papel de la clerecía en el campo


educativo, el Concordato también desmanteló, como ya mencionamos, las
políticas desamortizadoras impuestas bajo el radicalismo, lo que condujo a
un fortalecimiento económico del clero, que empezó a recibir del Estado
una renta, con carácter de perpetua, para suplir sus necesidades adminis-
trativas. No sobra decir que esta asignación partía de la percepción por
parte de la élite regeneradora de una especie de deuda contraída con la
Iglesia debido a las expropiaciones ocurridas bajo el liberalismo de lustros
anteriores, lo que a su juicio habría impedido la continuidad de la labor
evangelizadora y civilizatoria del ente. De esta manera, el nuevo estado
regenerador reconstituyó y fortaleció el papel de la Iglesia en la sociedad
colombiana. Además del sector educativo, aspectos como el control del
registro civil y la administración de los cementerios también pasaron a su
jurisdicción, haciendo entrever que el tan anhelado orden social no podía
ser entendido sin la especial participación de la clerecía, que continuaría
ampliando su campo de acción después de la firma de la Convención de
Misiones en 1892, acuerdo que en la práctica convertía al misionero en un
funcionario del Estado.
La búsqueda del orden social, o mejor, del orden católico, también
fue manifiesta en el sueño inmigracionista de la élite regeneradora, que
en similar posición a otras constelaciones en el poder de América Latina,
compartió la necesidad de estimular la llegada de población extranjera con
el fin de mejorar la “calidad” de la sociedad americana. Las políticas de in-
migración, particularmente exitosas en países del sur del continente, tuvie-
ron en la perspectiva regeneradora el fin, no sólo de impulsar un aparente
progreso en lo económico, pues se entendía que el inmigrante vendría con
ánimos de trabajo, con novedosas ideas, experiencias y adelantos –ante
todo en sectores como el agrícola-, sino que también, las inmigraciones
podían servir para remediar la degeneración de la raza en el país, dada la
fuerte presencia de población negra, indígena, mulata y mestiza31. Recorde-
mos que el modelo nacional, el arquetipo privilegiado por la intelectualidad
conservadora, correspondía al cachaco cundiboyacense, que era asumido
como blanco y católico, por lo cual, cualquier iniciativa de estímulo a la
inmigración debía ser, cuanto menos, correspondiente con este colombia-
no ideal. Recordemos también que muchos miembros del cuerpo político
regenerador, especialmente Miguel A. Caro, pero también algunos de sus
rivales dentro de su partido, como Carlos Martínez Silva, desconocieron o,
bien encubrieron, la realidad étnica del país. Martínez Silva llegaría a afir-
mar al respecto que en Colombia “[…] predomina en la República la raza
blanca, de origen latino, venida a América con los conquistadores. La raza

31.  En cierta medida, la figura del inmigrante se construyó en contraste con las
poblaciones indígenas o afrodescendientes, que eran comúnmente entendidas como
perezosas, contrarias a los ideales del trabajo y por tanto del progreso.

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indígena pura se encuentra en los territorios habitados por salvajes y su


número se calcula en unos 300.000 […]”32.
Estas nociones, ciertamente sesgadas y ficticias respecto al componente
étnico del país, motivaron que las pretensiones inmigratorias se suscribie-
ran a poblaciones europeas que tuvieran una similitud, bien fuera con
el arquetipo cachaco o con su directo “antepasado”: el natural español.
En otras palabras, la población que inmigrase hacia Colombia debía de
representar los valores católicos, así como defender los principios de la
tradición y el conservadurismo ideológico. Así se privilegió, sin mayores
éxitos, la inmigración de población ibérica en detrimento de la inmigración
italiana o de países asiáticos, que era mal contemplada dada la diferencia
de costumbres con ellos y el miedo a que se trajeran a Colombia prácticas
o tendencias inmorales, anárquicas o comunistas que alteraran el proyecto
de orden social que se pretendía construir. No obstante, debido a múltiples
factores, la inmigración poblacional europea fracasaría durante la Regene-
ración, abriendo paso a la contratación de congregaciones católicas (tam-
bién europeas) para que viniesen a Colombia y asumieran la administración
de centros educativos y universidades.
La llegada de las congregaciones europeas, a pesar de no pocos incon-
venientes, representó un éxito relativo para los gobiernos conservadores,
quienes debieron contentarse con los pocos grupos religiosos que arriba-
ron al país para ejercer tareas de carácter pedagógico y no con los amplios
grupos de piadosos inmigrantes españoles que, se pensaba, serían la punta
de lanza en el empeño por recatolizar al país33. De esta manera, y siguien-
do el relato de Frédéric Martínez, entre 1880 y 1889 se instalan o reinstalan
varias órdenes religiosas y congregaciones como La Congregación de Jesús
y María, una orden francesa, que llega al país en 1880, seguida de la Comu-
nidad Redentorista y los Hermanos Maristas. Volvería la amplia comunidad
jesuita, que retomaría en 1883 la dirección de los Colegios del Rosario y
San Bartolomé, planteles de los que había sido retirada. Después de 1890,
un poco más consolidados los esfuerzos regeneradores, arriban al país los
salesianos de Don Bosco, los hermanos de las Escuelas Cristianas (lasallis-
tas) y la congregación de las novicias de Buen Pastor de Angers. Grupos o
congregaciones menores como los Padres Candelarios, las Hermanas Visita-
dinas francesas, la congregación italiana de las Hijas de María Auxiliadora, y
las Hermanitas de los Pobres, llegarían al país en la década de 1890, refor-

32.  SILVA MARTÍNEZ, Carlos, Compendio de geografía universal para uso de cole-
gios y escuelas. Edición corregida por Miguel Abadía Méndez, Bogotá: Librería America-
na, 1901 (Página no señalada). Citado por CUBIDES, Fernando, “Representaciones del
Territorio, de la Nación y de la Sociedad en el Pensamiento Colombiano del Siglo XIX:
Cartografía y Geografía” en MEJÍA, Sergio, Miguel Antonio caro y la cultura de su época,
Bogotá: Universidad Nacional, 2002, pp. 336-337.
33.  MARTÍNEZ, Frédéric, op. cit., p. 479.

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zando ante todo las actividades caritativas o de beneficencia, anteriormente


monopolizadas en las ciudades por las Hermanas de la Caridad34.
Si bien la importancia de las órdenes y congregaciones contratadas para
la consolidación del programa educativo de la Regeneración fue sustancial,
abarcando tanto las universidades como los establecimientos públicos de
educación primaria e inclusive los espacios de instrucción popular, como
las escuelas de artes y oficios, un factor adicional reforzaría la relevancia
de estas comunidades extranjeras para beneficio de la élite conservadora,
siendo éste el alto grado de politización que fácilmente asumieron. La ins-
trucción pública a cargo de la Iglesia no implicaba una simple formulación
de líneas curriculares articuladas a la doctrina católica, también suponía
la apertura de un frente de denuncias y críticas a las ideas modernas, al
laicismo, la masonería, los temarios protestantes, el comunismo y muy es-
pecialmente hacia el liberalismo. En otras palabras, la llegada de las con-
gregaciones europeas implicó un fortalecimiento del discurso y la retórica
católico-conservadora contra el pensamiento liberal, multiplicando las ten-
siones en un país ya muy dividido por los antagonismos partidistas.
La llamada intransigencia, entendida tanto como una forma de opo-
sición radical a los principios del liberalismo y a la introducción de la
modernidad entre la esfera de lo religioso y los demás ámbitos sociales,
como una forma de comportamiento inflexible respecto a la superioridad
del mundo tradicional sobre el moderno, fue característica de buena parte
de las actuaciones de la clerecía durante la Regeneración, que pasó de una
posición mayormente defensiva en el radicalismo a una de contraofensiva
abierta y contundente35.

2.3. Fray Ezequiel Moreno y la geopolítica contra-liberal

Junto al regreso de las órdenes y congregaciones al país, después del


restablecimiento de las relaciones entre Iglesia católica y Estado, distintas
iniciativas por fundar y refundar misiones en ciertas zonas de la periferia
nacional se verían incentivadas. Promovido especialmente por Juan Bautis-
ta Agnozzi, primer delegado apostólico enviado a Colombia y quien sería
testigo del estado de deterioro de los territorios misionales, desestructura-
dos desde el bloque de gobiernos radicales, el ideal por restablecer la labor
misionera en el país sería lo que condujera a fray Ezequiel Moreno a la
ciudad de Bogotá en 1889.
Si bien la idea de crear vicariatos apostólicos en aquellos territorios
donde la labor misionera había sido eliminada o frustrada partió del dele-
gado apostólico Agnozzi, sería Ezequiel Moreno quien lideraría estas em-
presas una vez comisionado para restaurar la provincia de La Candelaria

34.  Ibíd., pp. 484-485.


35.  Respecto a la noción de intransigencia véanse: POULAT, Émile, Le catholicis-
me sous observation (Entretiens avec Guy Lafon), París: Editions du Centurion, 1983; y
ARIAS, Ricardo, op. cit., pp. 56-62.

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en Bogotá. Las intenciones de Moreno, según relata Valderrama Andrade,


estuvieron desde el momento de su arribo a la capital colombiana, centra-
das en restaurar esta provincia y revivir el Desierto de la Candelaria como
centro de formación de agustinos recoletos, encauzando así un conjunto de
labores misioneras para la región del Casanare36. Después de más de veinte
años de trabajo misionero en Filipinas, Moreno comienza el restablecimien-
to del convento candelario de Bogotá y del Desierto homónimo situado en
Ráquira (Boyacá) a partir de su misma llegada en 1889. La serie de trabajos
que inicia en la capital colombiana, ante todo su papel de confesor y di-
rector espiritual en el convento, le permiten relacionarse gradualmente con
ciertos círculos sociales de poder en la ciudad, especialmente con las altas
personalidades del conservadurismo regenerador y del ámbito femenino
asociado a éstas, las cuales le darían el impulso necesario para convertirlo
en uno de los prelados de mayor fuerza y presencia en la opinión pública
nacional. De manera particular, el ascenso de Ezequiel Moreno, es decir,
su nombramiento como obispo de Pinara y vicario apostólico del Casanare,
así como su posterior y controvertido obispado de Pasto, se vio estimulado
por la llegada al poder de Miguel Antonio Caro, gran regenerador y católico
ferviente, uno de los mayores defensores de la mancomunidad entre Iglesia
y Estado, quien asume en 1892, bajo un rótulo vicepresidencial, los poderes
del ejecutivo reemplazando al ya enfermo Rafael Núñez.
Hasta 1894, fecha en que fue decidida, no sin pocas dificultades, la
creación del obispado de Pinara y del vicariato apostólico del Casanare,
titulaciones que recayeron ambas en fray Ezequiel Moreno, la labor del
agustino en Bogotá, bajo el mando del convento de la Candelaria, le había
granjeado la simpatía de la élite política conservadora, aunque, como ya ad-
vertimos, sería sobre todo la amistad con Miguel Antonio Caro y su familia,
lo que se constituiría en uno de los mayores logros alcanzados por el agus-
tino, pues iniciaría con ellos una relación no sólo espiritual sino de afini-
dad política, que gradualmente posibilitarían su exitosa marcha a Casanare
así como su posterior nombramiento como obispo en Pasto. Durante esta
primera etapa, entre 1889 y 1894, Moreno logró empaparse de la situación
política del país, pudo advertir la polarización de la sociedad colombiana y,
por tanto, percibir los fuertes conflictos que entre el pensamiento liberal y
los ideales conservadores aún existían.
El ejercicio misional promovido por los conservadores y la Iglesia, y
que pasó a encabezar Moreno entró a jugar un papel de mucha relevancia
en esta disputa ideológica. Evidentemente, para la constelación política en
el poder, la expansión del liberalismo suponía un riesgo, un síntoma de
desestabilización social, que debía ser evitado y combatido. Según el mis-
mo Miguel A. Caro, el liberalismo astutamente organizado había logrado
extenderse por todo el mundo “a la sombra de las sociedades secretas y

36.  VALDERRAMA ANDRADE, Carlos, Un capítulo en las relaciones entre Estado e


Iglesia en Colombia. Miguel Antonio Caro y Ezequiel Moreno, Bogotá: Editorial Caro y
Cuervo, 1986, p. 37.

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con el halago de frases seductoras”37. Para Caro, las doctrinas políticas de-
rivaban básicamente de principios morales, que a su vez provenían de ver-
dades religiosas, de ahí que doctrinas como el liberalismo, materializadas
en el partido liberal, que en su juicio excluía la fe cristiana como principio
rector, sólo podrían llevar a la corrupción y la tiranía38. La mala experiencia
sufrida por los conservadores bajo el régimen liberal radical de mitad del
siglo XIX ciertamente parecía corroborar esta cuestión.
En este orden de ideas, las tareas misionales aparecían como iniciativas
muy útiles para ampliar la frontera católica en el país, frenando el paso
a las ideas liberales, siempre en aparente expansión. Si bien las primeras
cargas misionales, como la iniciada por Moreno en el Casanare, tendían a
adentrarse en zonas habitadas generalmente por comunidades indígenas,
donde históricamente, desde el siglo XVII, los candelarios habían tenido
presencia con sus tareas de evangelización y adoctrinamiento, las posterio-
res aventuras misionales promovidas por Moreno parecen configurar una
nueva tendencia. Concentradas especialmente en el suroccidente del país,
creaciones como la prefectura apostólica del Caquetá, que comprendía los
vicariatos de Sibundoy y Florencia, las prefecturas de Tumaco y de Gua-
pi, o el vicariato de Buenaventura, parecen articularse en una especie de
perspectiva geopolítica de carácter intrarregional, donde el ejercicio evan-
gelizador suponía una barrera a las corrientes liberales procedentes de la
frontera sur del país.
Recordemos que las misiones no consistían en la simple propagación
de los fundamentos de la doctrina católica por una serie de misioneros des-
plegados en territorios aislados de los aparentemente “civilizados” núcleos
urbanos. Las misiones poseían toda una estructura administrativa y econó-
mica que les permitía funcionar casi como una entidad territorial, con una
jurisdicción definida y unas formas de financiación estructuradas39. Por otro
lado, resulta igualmente apropiado recalcar que las misiones se articulaban
perfectamente al modelo nacional planteado por la élite conservadora, que
privilegiaba la cristiandad como elemento articulador de la ciudadanía. En
los criterios del mismo Ezequiel Moreno, la ausencia del bautismo y demás
elementos de la doctrina católica en las comunidades que habitaban la
región del Casanare (guahivos, sálivas y tayunos), imposibilitaba su reco-

37.  CARO, Miguel A., Obras, [T. I. Filosofía, religión y pedagogía], Bogotá: Instituto
Caro y Cuervo, 1962, p. 751[nota 172]. Citado en SARANYANA, Josep-Ignasi (Dir.), Teo-
logía de América Latina. [Volumen II. De las guerras de independencia hasta finales del
siglo XIX (1810-1899)], Madrid: Iberoamericana, 2008, p. 412.
38.  CARO, Miguel A., Escritos políticos. Primera Serie. Bogotá: Instituto Caro y
Cuervo, 1990, p. 284.
39.  Una descripción útil de las formas de financiación y regulación de las misiones,
para el caso de Quito, desde la colonia hasta la consolidación del régimen republicano,
puede verse en COSTALES SAMANIEGO, Alfredo y COSTALES SAMANIEGO, Piedad, Los
agustinos: pedagogos y misioneros del pueblo (1573-1869), Quito: Ediciones Abya-Yala,
2003, pp. 103-128.

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nocimiento como ciudadanos útiles a la nación; es decir, mientras fueran


infieles, la ciudadanía no les sería otorgada40.
La labor de Ezequiel Moreno en la promoción de las misiones pudo
entonces proveer dos servicios al régimen conservador. Por un lado, logró
alentar el clásico ejercicio evangelizador en territorios donde la capacidad
del Estado para incidir en esta perspectiva era casi nula. Por otro lado, el
renacimiento de las misiones, ante todo en los territorios suroccidentales,
devino en el emplazamiento de unidades administrativas religiosas, que
manejadas directamente por miembros de la clerecía y ampliamente favo-
recidas por el régimen político, lograron convertirse en bastiones de la fe
católica, jugando un papel crucial en el freno a los idearios liberales proce-
dentes no sólo del interior del país, sino también del exterior.
Un posible ejemplo del interés por poner barreras al liberalismo, en
términos geopolíticos de escala interregional y usando figuras eclesiásticas,
lo encontramos en la facilidad con la que fray Ezequiel Moreno, después
de pasar por un largo y difícil periplo para ser nombrado vicario apostólico
del Casanare y luego obispo de Pinara en 1894, es rápidamente postulado
por Miguel A. Caro como titular de la ciudad de Pasto a fines de 1895. Esta
decisión, de la que al parecer Caro no estuvo de acuerdo en principio,
debido ante todo a la lejanía de la ciudad sureña respecto a Bogotá y la dis-
tancia que ciertamente se abriría entre él y su familia respecto a quien había
sido su confesor y guía espiritual41, significó no sólo el cese abrupto de la
actividad misionera de Moreno en Casanare, sino que también supuso el
comienzo de una nueva forma de incidencia social y política por parte del
fraile agustino, quien gradualmente intentó convertirse en el tapón del flujo
de ideas liberales que entraban al país a través de la frontera del Ecuador.
De esta manera, el fraile y ahora obispo Ezequiel Moreno pasó de pre-
ocuparse por la ausencia del evangelio en los amplios territorios casanareños
a concentrarse en la defensa de una ciudad y una región denodadamente
católicas, que se veían, a juicio del gobierno y la clerecía, amenazadas por
el gobierno liberal y antieclesiástico del presidente ecuatoriano Eloy Alfaro.
La nueva misión del agustino fue entonces, una vez llegado a Pasto, la de
proteger la frontera de la fe. Así lo manifiesta Minguella y Arnedo:
Del Ecuador entraban en Colombia los malos ejemplos de una impiedad
triunfante; de allí los furibundos artículos de una prensa procacísima; de allí
los trabajos de constante zapa, iniciados y sostenidos por las logias; de allí
armas, municiones y aun batallones de línea ecuatorianos. El paso obligado
de esas corrientes anárquicas era el territorio contiguo, el que corresponde a
la diócesis de Pasto. En tan críticas circunstancias quiso la divina Providencia

40.  MORENO, Ezequiel, Misiones del Casanare, Tunja: Imprenta del Departamento,
1891, p. 6. Citado en CORTÉS GUERRERO, José David, “Intransigencia y nación. El dis-
curso de Ezequiel Moreno y Nicolás Casas, primeros vicarios apostólicos del Casanare”,
Fronteras, III, 3 (1998), p. 191.
41.  VALDERRAMA ANDRADE, Carlos, Un capítulo, pp. 58-60.

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poner al frente de aquel obispado una persona dotada de energías bastantes


para rechazar política y religiosamente los ataques venidos de fuera42.

La geopolítica contraliberal fue pues manifiesta. La importancia de con-


trolar el despliegue de las ideas provenientes del radicalismo liberal ecuato-
riano hizo que se destinara al obispado pastuzo a una figura de conviccio-
nes fuertes, que defendiera las instituciones eclesiásticas y mantuviera una
férrea incidencia sobre la sociedad fronteriza. Como menciona Malcolm
Deas, la formación del futuro beato Ezequiel Moreno se había dado bajo
los supuestos del carlismo español, de la iglesia del Syllabus43, del deseo
pujante por revertir el paso del liberalismo por los reinos de España y regre-
sar a un antiguo régimen donde los fueros y privilegios de la nobleza y el
clero estuvieran garantizados. La animadversión por el pensamiento liberal,
por las corrientes ilustradas y el influjo revolucionario francés, así como por
los cortos periodos de constitucionalismo vividos en España: las cortes de
Cádiz y el Trienio Liberal, se convirtió en una especie de regla para los de-
fensores del carlismo durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX, así
como para la clerecía española, devenida en ultramontana, que coincidió
con los valores absolutistas y el temor –al mismo tiempo que ofensiva– ha-
cia los valores liberales y las tendencias modernizantes.
Fray Ezequiel Moreno aparecía como la figura más deseada para jugar
de tapón a las manifestaciones e influjos liberales provenientes del Ecuador
de Eloy Alfaro y sus actuaciones a este respecto marcarían buena parte de
su trayectoria en el país, que pasó, como ya mencionamos, de un papel
estrictamente evangelizador, de carácter misional, a un ejercicio moral de
alcances políticos, que le llevaría a convertirse en el clérigo intransigente
por excelencia. Pero, de manera estricta, ¿qué defendía el pensamiento
intransigente? ¿A qué aspectos particulares del liberalismo se enfrentaba, y
cómo?
Como todo límite jurisdiccional o territorial, la frontera del sur de Co-
lombia poseía un conjunto de particularidades específicas. Emplazada esta
zona en el sudoeste del país, entre las regiones andina y pacífica, las ca-
racterísticas poblacionales no se diferenciaban mucho de otras regiones
geográficamente andinas: un componente étnico mayoritariamente indíge-
na y mestizo, con un componente afrodescendiente en crecimiento pero
limitado a la costa pacífica. No obstante, una particularidad importante
resaltaba y le diferenciaba de otros territorios periféricos de Colombia: la
amplia e incidente presencia de la iglesia católica en la vida cotidiana de
la población. Concretamente en la ciudad Pasto, ciudad andina por exce-
lencia, principal distrito urbano de la región y futura capital departamental
desde 1904, fecha en que se crea el Departamento de Nariño, se concentra-

42.  MINGUELLA Y ARNEDO, Toribio, Biografía del Ilmo. Sr. D. Fr. Ezequiel Moreno
y Díaz. Barcelona: Luis Gili, 1909, pp. 150-151.
43.  DEAS, Malcolm, “San Ezequiel Moreno: «El Liberalismo es pecado»”, Revista
Credencial Historia 46 (1993), pp. 8-12: “El santo del V Centenario no aprendió que la
esencia de la política es la concesión”).

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ba un amplio porcentaje de toda la clerecía del país. Junto con las diócesis
de Tunja, Bogotá y Popayán, la diócesis pastuza componía el eje clerical
restaurado y potenciado durante la Regeneración44. Al igual que Popayán,
la tradición católica de Pasto se remontaba al pasado colonial y no había
tenido mayores rupturas a partir de los eventos independentistas o las po-
líticas de secularización impulsadas por el radicalismo, que si bien alentó
y vio desarrollarse en esta ciudad sociedades de alcance laico, no lograron
secularizar a una población de férreas creencias y prácticas tradicionales.
Ahora bien, cuando Minguella y Arnedo hace referencia a la labor de
Ezequiel Moreno como custodio de la frontera de la fe, da cuenta abierta-
mente de aquello que el pensamiento intransigente se proponía defender.
Como hemos visto, tanto Pasto como su hinterland componían un enclave
católico al sur del país que no podía cederse al liberalismo ni a los plantea-
mientos secularizadores. El poder de la iglesia estaba ciertamente en juego
ante el avance anticlerical ecuatoriano de principios de la década de 1890,
país que tan solo unos años atrás, bajo el mandato de Gabriel García More-
no, era un ejemplo de intenciones teocráticas y alineamiento entre Estado
e Iglesia, propósito que se vería desmantelado por el asesinato de García
Moreno y la llegada al poder del general Eloy Alfaro45.
De esta forma, la cruzada discursiva contra el liberalismo que encabezó
la élite política conservadora (regeneradora) y la recientemente fortalecida
clerecía, acordó cerrar fronteras respecto a cualquier influencia considerada
perturbadora del orden y la tranquilidad. Impresos o libros con visos de
laicismo o de retórica revolucionaria, proclamas secularizadoras de países
vecinos, literatura modernista, entre otros elementos de la cotidianidad cul-
tural o política afín a ideas liberales o, inclusive republicanas, pasaron a ser
actitudes o prácticas demonizadas por parte del pensamiento intransigente,
a entenderse como constructos contrarios a la fe cristiana y las buenas cos-
tumbres y, en síntesis, como agentes nocivos para un conjunto de valores
que debían seguir, casi como en el antiguo régimen, gobernando la vida
pública y privada de la sociedad.
El papel de fray Ezequiel fue ciertamente ejemplar dentro de la corrien-
te de la intransigencia, su comportamiento durante el obispado pastuzo
expuso en buena medida el carácter rígido y ultramontano del pensamiento
eclesiástico más radical e intolerante respecto al liberalismo, como ideario,
y respecto al partido liberal como supuesto representante de este conjunto
de pensamiento. Palabras como error, herejía, maldad, o falsedad, pasan
en el vocabulario de Moreno y de otros clérigos a representar los plantea-
mientos, propósitos y manifestaciones políticas del liberalismo, que ya no

44.  La geografía eclesiástica para 1892 mostraba que el 80% del clero, de un total
de 3.200 individuos, laboraba en las diócesis de Bogotá, Tunja, Popayán y Pasto (ÁL-
VAREZ, María Teresa, Élites intelectuales en el Sur de Colombia: Pasto, 1904-1930, una
generación decisiva, Pasto: RUDECOLOMBIA, Universidad Pedagógica y Tecnológica de
Colombia, Universidad de Nariño, Ascun, 2005, p. 21).
45.  Ibíd., p. 79.

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sólo pudo entenderse como rival político, sino como enemigo ideológico,
como un antagonista ilegítimo que debía ser coartado y reducido. Un libe-
ralismo que, sin entrar en complejidades conceptuales, es entendido aquí,
como señala Javier Fernández Sebastián, en el sentido que este concepto
tenía para los actores de un pasado que para ellos fue una vez su propio
presente. El liberalismo no puede ser visto como un sistema de pensa-
miento coherente y nítido, que pudiera reducirse a unos pocos principios
teóricos, sino más bien como un bricolaje de conceptos ambiguos, ideales
muchas veces difusos, prácticas fluctuantes y programas diversos y sucesi-
vos, cuyos adeptos (que, por lo demás aparecen generalmente escindidos
en varias ramas, partidos y tendencias en pugna), no sólo van cambiando
con el tiempo, sino que van adaptando tácticamente sus discursos a las
circunstancias, e intentando responder a los nuevos desafíos de la vida
política mediante diversos recursos retóricos46.
La aparición del Syllabus Errorum, documento que reúne a modo de
catálogo los llamados errores de la época, y que se emitió conjuntamente
con la encíclica Quanta Cura en 1864, bajo el mandato papal de Pio IX, el
mismo año precisamente en que Ezequiel vistió el hábito agustino, marcó
fuertemente su mentalidad y, mandado a defender una posición de estrategia
geopolítica contraliberal, a través de sus escritos (pastorales, corresponden-
cia, opúsculos) podemos caracterizar lo que fue considerado como el catoli-
cismo ultramontano o intransigente en Colombia y, probablemente, Ezequiel
Moreno fue el máximo exponente de esta corriente de pensamiento católico
con elementos procedentes del contexto de la España carlista, defensora del
viejo orden monárquico y católico, y de la Iglesia del Syllabus Errorum. Mu-
chos sacerdotes, animados por ésta y otras cartas encíclicas como la Marari
Vos y la mencionada Quanta Cura, que citaban como fuente suprema de
autoridad e infalibilidad, declararon la guerra al liberalismo.
Como ya es sabido, la frase “El liberalismo es pecado”, retomada del
escrito que el clérigo español Félix Sardá y Salvani publicaba con el mismo
título en 1876, haría también famoso a Ezequiel Moreno. Entre la infinidad
de ejemplos que pueden extraerse de sus pastorales, así se expresa en la
del 30 de noviembre de 1900 al clero secular de su diócesis:

46.  FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, Javier, “El liberalismo como movimiento y como con-
cepto político en la España del siglo XIX. Reflexiones sobre su inserción en el contexto
europeo” en DELGADO IDARRETA, José Miguel y OLLERO VALLÉS, José Luis (Eds.), El
liberalismo europeo en la época de Sagasta, Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, pp. 20 y
22. Es necesario por tanto entender los contextos sociales y políticos donde tanto libera-
les como conservadores adoptan y adaptan su discurso. La intransigencia de Ezequiel no
supo contextualizar el liberalismo ni verlo, como sugiere Manuel Suárez Cortina, como
una “pluralidad de manifestaciones, en sus dimensiones doctrinales, sociales, políticas
y hasta económicas” (SUÁREZ CORTINA, Manuel, “Las culturas políticas del liberalismo
español, 1808-1931” en DELGADO IDARRETA, José Miguel y OLLERO VALLÉS, José
Luis (Eds.). op. ct., p. 35. El artículo es útil también para seguir las orientaciones del
liberalismo colombiano.

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[…] Hemos dicho que es deber predicar contra el liberalismo porque así nos
lo manda la Santa Iglesia […] como preparación remota para predicar contra
el liberalismo hay que estudiar con detención el Syllabus, las famosas encícli-
cas de nuestros Santos Padres […] y los autores nétamente católicos que han
explicado esos documentos […] estudiando el liberalismo en su esencia, en sus
grados hay que estudiar qué pecado es el liberalismo47.

Además de sus pastorales y opúsculos (“O con Jesucristo o contra Jesu-


cristo. O Catolicismo o liberalismo. No es posible la conciliación”, “O Cato-
licismo Liberalismo: no es posible la conciliación; contra la segunda carta
del señor Presbítero Baltasar Vélez”), Ezequiel Moreno escribió en 1903 un
manual titulado Mis instrucciones, para corregir, según él, ciertos errores
que contenía la obra del padre Nicolás Casas. Casas escribió en 1899 un
manual titulado Las enseñanzas, donde retoma los contenidos del Syllabus
y la obra del padre Félix Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado. En ella
reiteraba todas las enseñanzas de la Iglesia con respecto al liberalismo y
daba instrucciones a los clérigos de su región acerca de la manera de com-
portarse con los liberales. El manual de Ezequiel Moreno tiene instrucciones
para sacerdotes muy precisas: el obispo define cuándo es permitido a un
cura pelear con armas y aún matar; da instrucciones más cotidianas como
el modo de detectar el grado del liberalismo del penitente en el confesio-
nario, cómo dirigir los votos en las elecciones y algunas cuestiones sobre la
conducta que se ha de observar con los liberales en el púlpito.

3. CONCLUSIONES

En Colombia, el ascenso al poder de los regeneradores supuso una


derogación y deslegitimación de las reformas planteadas por el liberalismo
radical de mediados del siglo XIX. A partir de la constitución de 1886 el
papel de la Iglesia en el nuevo régimen pasaría a ser preponderante, pues
además de brindar apoyo institucional al Estado en ámbitos como el educa-
cional, era percibido como un agente ideológico fundamental para vincular
a toda la sociedad bajo unos mismos principios y actitudes. La disciplina y
las convicciones de los miembros del clero, por otro lado, se ajustaron en
la mayoría de ocasiones a los propósitos de la élite política conservadora.
La intransigencia se volvió un fenómeno característico de los asuntos que
ponían frente a frente las opiniones de los dignatarios liberales y conser-
vadores, situaciones donde muchos miembros del clero tomaron partido a
favor del gobierno regenerador, en una clara y sincera oposición a las ideas
liberales, a sus propósitos y representantes.
La común oposición a los principios del liberalismo tendió, como en
el caso de Fray Ezequiel Moreno, a la radicalización, aspecto que le otorgó
al conflicto político-ideológico entre conservadores-católicos y liberales-

47.  MORENO DÍAZ, Ezequiel, Cartas pastorales, circulares y otros escritos de Fray
Ezequiel Moreno Díaz, Madrid: Imprenta de la hija de Gómez Fuentenebro, 1908, pp.
356-357.

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laicos un ambiente mucho más beligerante. Siendo obispo de Pasto, desde


su posición como protector de “la frontera de la fe” para frenar las ideas
provenientes del radicalismo liberal ecuatoriano, a través de sus pastora-
les, correspondencia y publicaciones, Ezequiel Moreno expresó todas sus
consideraciones respecto al liberalismo y a quienes le apoyaban. El miedo,
la prevención, la animadversión y, en general, la intransigencia expresada
en estos documentos le permitió alcanzar la celebridad como representante
del ultramontanismo y de una línea de pensamiento que demandaba la ex-
clusión total del pensamiento secular, liberal o de matices revolucionarios
de la escena política y de la opinión pública en general.
En un momento en que Iglesia colombiana se dividió en dos tendencias
ideológicas: una corriente que proclamaba la reconquista de sus privilegios,
en la que era imperdonable la negociación con el enemigo y para la cual
el liberalismo y todas sus formas de organización política y social eran la
herencia anticristiana de las revoluciones burguesas; y otra la que pro-
mulgaba un conjunto de actitudes más analíticas, una corriente moderada
que sentía simpatías hacia formas de organización políticas propias de la
sociedad moderna, la variada tipología de escritos del fraile agustino, in-
tentaron demonizar o estigmatizar todo aquello que tuviera un aire liberal,
por muy ligero que fuera. Escritos que comenzaron a presentarse a partir
del contexto político-ideológico de la Regeneración, inculcando una visión
condenatoria del liberalismo y de los valores de una sociedad moderna a
través de la educación y el púlpito.

4. FUENTES DOCUMENTALES Y BIBLIOGRAFÍA

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