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El Reto de La Igualdad de Género. Nuevas Perspectivas en Ética y Filosofía Política PDF
El Reto de La Igualdad de Género. Nuevas Perspectivas en Ética y Filosofía Política PDF
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ALICIA H.PULEO (Ed.)
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INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE GÉNERO EN LA FILOSOFÍA, ALICIA
H.PULSO
1. DEMOCRACIA E IGUALDAD
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XIX: FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS Y MATERIALES, ANA DE MIGUEL
5. Socialismo marxista
6. El movimiento anarquista
4. A modo de epílogo
5. Referencias bibliográficas
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2. Discernir una cultura crítica desde la pluralidad de los feminismos
4. Referencias bibliográficas
5. A modo de conclusión
Referencias bibliográficas
3. A modo de conclusión
4. Referencias bibliográficas
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1. La perspectiva de género
2. Género y patriarcado
3. El género en reconstrucción
6. Referencias bibliográficas
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3.3. La categoría de opresión
1. Antes y ahora
1.1. El Sesentayochismo
2.2.2. Pseudonimias
2.2.3. Ahistoricismo
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3. AUTORIDAD FEMENINA Y MECANISMOS DE EXCLUSIÓN.
REFLEXIONES DESDE LA PSICOLOGÍA, CARMEN GARCÍA
COLMENARES
5. Referencias bibliográficas
3. Referencias bibliográficas
2. La violencia de género
3. El género de la violencia
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ALICIA H.PULEO
He sostenido en otro lugar que el concepto de género tiene sus raíces lejanas en la
Ilustración debido a la larga polémica sobre el carácter innato o adquirido de los
rasgos femeninos y masculinos. En ese terreno favorable al surgimiento de las
ciencias sociales debido a los relatos de los viajeros que permitían la contrastación de
culturas, ilustrados de ambos sexos discutieron acerca de la naturaleza y la cultura, el
derecho natural y el positivo, lo justo y lo injusto en la organización de los papeles y
el rango de hombres y mujeres. Podemos, así, hablar de un origen filosófico del
concepto de género como constructo socio-cultural: una noción de género avant la
lettre.
En un artículo de 1955, John Money habló por primera vez de gender role para
referirse a los modos de comportamiento, forma de expresarse y moverse, y
preferencia en los temas de conversación y juego que caracterizaban la identidad
masculina y femenina. Según este investigador, la fijación de la identidad de género
se produce en torno a los dieciocho meses, como culminación de un proceso de
componentes biológicos y sociales. El impacto de sus investigaciones en las ciencias
sociales se debe a la importancia que asignó al medio, es decir, a los factores
culturales, frente a las posiciones biologicistas que veían en las diferencias, e incluso
en la desigualdad, una expresión de la naturaleza opuesta de los sexos.
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jerarquización de los hombres y de lo masculino y de las mujeres y lo femenino en
cada sociedad determinada. Son sistemas de creencias que especifican lo que es
característico de uno y otro sexo y, a partir de ahí, determinan los derechos, los
espacios, las actividades y las conductas propias de cada sexo'.
La Filosofía tiene un largo historial como fuerza crítica. ¿Qué se hace actualmente
desde la perspectiva de género? Diferenciaré cuatro tipos de trabajo distintos: 1)
análisis crítico del sesgo de género en obras filosóficas; 2) constitución de un corpus
filosófico no sexista, 3) reconocimiento de las filósofas, 4) examen y discusión de
problemas actuales de la sociedad.
En los años 70 del siglo xx, gracias a la influencia del feminismo, se dirigió una
nueva mirada crítica al discurso filosófico. Todo comenzó con una forma específica
muy rudimentaria: la recopilación de perlas de la misoginia. Se trataba de una labor
realizada generalmente por mujeres que se dedicaron a examinar los textos del corpus
filosófico y a mostrar que los filósofos que tanto admirábamos - Kant, Hegel, y
muchos más - habían afirmado cosas increíblemente peyorativas acerca del colectivo
femenino. Este trabajo constituyó una primera etapa necesaria que rápidamente fue
superada por una tarea mucho más elaborada y de mayor envergadura filosófica.
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la lectura que Celia Amorós realiza de Aristóteles y Hegel en Hacia una crítica de la
razón patriarcal'. El trabajo de aplicación de la perspectiva crítica de género a los
textos del corpus consagrado consiste en partir del discurso existente, analizarlo y
deconstruirlo, siguiendo su genealogía. Se muestra cómo ha surgido, cuáles son sus
implicaciones y cómo ha ido evolucionando en el tiempo. Puede elegirse uno o varios
conceptos y observar su función de legitimación de una situación social, política y
económica. Otra variante de este trabajo es centrarse en una teoría o corriente
filosófica y mostrar las incoherencias o las contradicciones internas. Desde las
corrientes postestructuralistas y postcoloniales se ha procedido también a analizar los
dualismos jerarquizados (hombre/mujer, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, etc.).
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¿Qué ocurre cuando realizamos esta crítica? A menudo, observo en las estudiantes
una sensación de sorpresa e incomodidad. Descubren que el pensador tan admirado
nunca habría pensado en ellas como posibles lecto ras e interlocutoras puesto que las
adscribía a un orden más cercano a la naturaleza. La primera reacción es disculpar al
filósofo con el argumento de que «en esa época no había mujeres cultas».
Rápidamente concluyen: «si el pobre filósofo hubiera conocido mujeres inteligentes e
instruidas, no hubiera realizado afirmaciones tan sexistas. Justamente, el estudio del
discurso filosófico desde la perspectiva de género nos muestra que muchas veces -o
casi siempre - cuando hay un discurso profundamente misógino o sexista en Filosofía
es porque paralelamente, en esa misma época, existen mujeres cultas y hasta un
discurso feminista. Esto nos muestra que la historia oficial de la filosofía es como la
historia oficial de la generalidad de los acontecimientos: una historia de los
vencedores. El corpus está constituido en especial por aquellas obras que justifican el
orden que se quiere perpetuar. Por lo tanto, aquellos pensadores y pensadoras que no
han aceptado la conceptualización de lo masculino y lo femenino tal como se
presentaba son borrados de esta historia, o se omite aquella parte de su producción
que trata esa temática. Así ha ocurrido, por ejemplo, con John Stuart Mill21 que suele
ser recordado en los manuales como gran teórico de la libertad sin hacer mención
alguna a The Subjection of Women (1869)12, obra que dedicó a la igualdad entre los
sexos y que el filósofo consideraba una pieza clave de su pensamiento.
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Otra forma de la crítica de género a los textos consagrados es mostrar las
incoherencias o las contradicciones dentro de una misma teoría o corriente del
pensamiento. Este tipo de análisis se ha manifestado particularmente adecuado para la
Ilustración, período que comienza a finales del siglo xvii y se extiende por todo el
xviii en que la razón deja la prudente actitud cartesiana de dedicarse solamente a la
metafísica y a la ciencia y pasa, de lleno, a criticar la sociedad y sus costumbres. La
Ilustración tenía por lema conductor - como lo expresó clara y contundentemente
Kant - el sapere aude («atrévete a saber»), atrévete a pensar sin tutores. Se instaba a
asumir la autonomía, a guiarse por la propia razón, a abandonar ese mundo de
autoridades religiosas y jerarquías estamentales que limitaban el pensamiento y la
libertad y a cambiar las estructuras sociales en base al derecho natural que afirmaba la
igualdad de todos los hombres.
Kant, pensador de la autonomía, sostiene que las mujeres son civilizadoras del
hombre, que su función es pulir las rudas maneras del varón. Pero ellas mismas,
afirma, no alcanzan la razón práctica, no son capaces de emitir ver daderos juicios
morales. Son la dulzura, el encanto que civiliza, pero nunca serán capaces de alcanzar
la autonomía moral`. Por lo tanto, lo que deben hacer es aprender normas y guiarse
por ellas. Como puede verse, el lema «atrévete a guiarte por tu propio entendimiento»
de Kant no alcanza a las mujeres. Las estudiosas de la Ilustración se han detenido en
especial en este asunto llegando a la conclusión de que, si bien se trata de la
limitación de un pensamiento que pretende ser universal, válido para todos, y hay una
contradicción entre los grandes principios proclamados y la exclusión de las mujeres,
por otro lado, habría cierta coherencia interna porque, tanto los liberales, como Kant,
o los republicanos, como Rousseau, están pensando en un modelo de sociedad
burguesa en el que las mujeres van a permanecer en el hogar asegurando la
infraestructura del varón productor que sale al mundo del trabajo asalariado y de la
política. El ámbito de lo público es considerado superior pero, secretamente, se apoya
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en un mundo doméstico en el que se ha relegado a las mujeres.
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que se abre con el racionalismo ilustrado.
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igualdad y de la diferencia. Desde el feminismo ilustrado o feminismo filosófico de la
igualdad se considera que los escritos propiamente feministas son los que reivindican
la igualdad en el acceso a todas las actividades propias de la humanidad, el acceso de
las mujeres a todos los papeles y funciones sociales sin discriminación. Por lo tanto,
para esta corriente, los escritos filosóficos propiamente feministas comienzan sólo
con la Ilustración, período en el cual, contra las divisiones jerárquicas entre nobles y
plebeyos propias de la sociedad estamental, se afirma el concepto fundamental de
igualdad de todos los hombres. ¿Pero qué significaba la igualdad de todos los
hombres para los pensadores ilustrados? La mayoría la entendió como igualdad de
todos los varones. Es el caso de Rousseau o de Kant. Una rama minoritaria y
posteriormente olvidada la pensó como la igualdad de todos los seres humanos en
base a la capacidad de razonar. En la recuperación de textos olvidados de la que
hablamos, entrarán, entonces, todos aquellos pensadores y pensadoras que
entendieron la igualdad de todos los hombres como la igualdad de todos los seres
humanos.
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presididos por mujeres que comienzan a instaurarse como costumbre en el siglo xvü.
Y serán esos mismos hombres plebeyos que, como Rousseau, habían logrado
influencia intelectual y política gracias a las mujeres que presidían los salones y
creaban la opinión pública de la época, quienes cierren la puerta de la igualdad tras de
sí, inaugurando lo que las mujeres de la revolución france sa denunciarán como una
«nueva aristocracia». En efecto, algunos textos de protesta que circulaban durante la
Revolución denunciaron que los hombres se habían convertido en la nueva
aristocracia, la aristocracia de los varones, que había reemplazado la jerarquía del
linaje por la del sexo.
21
Su obra De l'égalité des sexes era muy famosa en su época. Los círculos de los
salones la discutían, las preciosas la acogieron con gran entusiasmo y algunos
ilustrados compartían sus tesis. Se ha comprobado que Rousseau poseía un ejemplar
de esta obra en su biblioteca. Si unimos todos estos datos, entenderemos mejor lo que
escribe este filósofo en el Emilio. Está intentando refutar al otrora célebre y hoy
olvidado Poulain de La Barre y a sus numerosos partidarios. En una palabra, se
comprende correctamente a los autores reconocidos por la tradición filosófica si
conocemos la otra voz, la voz que fue silenciada.
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Simplemente, no se consideraban dignos de reconocimiento. Las historiadoras de la
filosofía que tratan de dialogar con las filósofas no encuentran los textos originales y
a menudo deben conformarse con obras que cuentan lo que las filósofas sostenían.
Este problema se plantea sobre todo con las filósofas de la Antiguedad. Gracias a
Jámblico sabemos de la existencia de diecisiete discípulas destacadas de Pitágoras,
pero de estas primeras filósofas sólo nos llegan sus nombres. De Aspasta de Mileto,
amante de Pericles, sólo tenemos algunas referencias, por lo que reconstruir su figura
en un ejercicio feminista de «solidaridad anamnésica»25 requiere un estudio
detallado y difícil.
Algunos trabajos tratan de identificar una forma singular del filosofar femenino.
Partiendo de teorías de la diferencia sexual, buscan un pensamiento pre-lógico, de
carácter más intuitivo que el masculino. Esta investigación se ha orientado en
especial hacia pensadoras místicas del período medieval. Otro tipo de trabajos
privilegia aquellas autoras que reivindicaron la igualdad entre los sexos o que
tuvieron particulares obstáculos debido a su condición social femenina. Es el caso de
la ilustrada española Josefa Amar y Borbón21. Otras investigaciones restituyen
autorías negadas, por ejemplo, la de Oliva Sabuco27.
Ciertas figuras del pasado filosófico reciente han suscitado interés por presentar
rasgos originales ausentes en las tradiciones intelectuales a las que pertenecían.
Algunos trabajos han rescatado las voces femeninas y cuestionadoras de la situación
de la mujer en la tradición socialista, señalando la importancia de la obra de Flora
Tristán21 y de Alejandra Kollontay3o
Entre las filósofas del siglo xx que mayor atención han despertado, destacan
Simone Weil, crítica del totalitarismo que llevó su compromiso a trabajar como
obrera en una fábrica31, Hannah Arendt32 que sustituyó la categoría de mortalidad
privilegiada por su maestro Heidegger, reemplazándola por la de natalidad, lo cual
«implica un punto de vista nuevo que apunta hacia una implícita dignificación del
cuerpo y al mismo tiempo permite pensar la pluralidad en unos términos que van más
allá del simple pluralismo del «todo vale» 33 y María Zambrano, discípula de Xavier
Zubiri que reclamó la emergencia de una razón poética que opere como mediación
con la tierra para superar el racionalismo moderno34.
Los estudios sobre Simone de Beauvoir y otras pensadoras feministas reúnen dos
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tipos de tareas: reconocimiento de filósofas y constitución de un corpus no sexista35.
El Segundo Sexo, publicado en 1949, fue lo que llamé en alguna ocasión «una voz en
el silencio» 36 porque escribió en un momento en el cual el sufragismo había
terminado y se había producido la vuelta a casa de las mujeres después de la Segunda
Guerra. Sin embargo, Simone de Beauvoir, desde el existencialismo, hace una
conceptualización filosófica de la feminidad para criticar la «heterodesignación»37,
esa particular condición de las mujeres de ser definidas por otros, designadas como
madres o prostitutas desde tiempos inmemoriales. Recibir la definición del ser y de
las funciones propias desde quien se autodefine como el auténtico Sujeto es el
corolario de la carencia de poder.
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comprensión de los condicionamientos de la situación femenina, extre madamente
rígidos en la época en que escribía, no todas las situaciones permiten una libertad
absoluta. La filósofa ve la situación como más condicionante y, según algunos
estudios, su teorización influirá en los escritos posteriores de Sartre.
25
explotación. Pateman señala que este aspecto del derecho civil patriarcal ha sido
descuidado por la teoría política del siglo xx que olvida el ámbito privado y acepta la
falsa neutralidad sexual de las categorías de individuo y contrato, impidiendo que se
perciba la vinculación de las esferas pública y doméstica. El trabajo asalariado o la
actividad política, con sus jornadas agotadoras, dan por supuesta la existencia de
amas de casa ocupadas en las tareas de mantenimiento de la vida. Si las mujeres
reciben menor salario es porque se las considera fundamentalmente esposas que
ganan un «complemento» al sueldo del varón proveedor, si tienden a elegir contratos
a tiempo parcial para compatibilizar trabajo doméstico y asalariado es porque tienen
conciencia de su posición en una estructura que les asigna las tareas del hogar; si
sufren acoso sexual o discriminación laboral se debe a que entran en el mercado no
como meros individuos asexuados, sino como mujeres. El contrato sería el medio a
través del que se instituyen, al tiempo que se ocultan, las relaciones de subordinación
en el patriarcado moderno. Para Pateman, la manifestación más clara de esta función
del contractualismo se daría en la concepción de la prostitución y de la maternidad
subrogada (alquiler de úteros) como simples contratos de trabajo en los que la
«identidad encarnada» de las personas no tiene relevancia.
Los debates de orden ontológico mantienen estrechas conexiones con los de Ética
y Filosofía Política. La discusión sobre la naturaleza de mujeres y varones tiene
implicaciones éticas y políticas y, por lo general, se polariza en dos posiciones
opuestas. ¿Los sexos son profunda y ontológicamente diferentes o bien la diferencia
se produce culturalmente? ¿Qué significación tiene la maternidad?'. ¿La socialización
produce las diferencias entre los sexos o hay una esencia masculina y otra femenina?
¿Son producto de la biología o de la Historia? El feminismo filosófico de la igualdad
enfatiza la similitud entre hombres y mujeres45 mientras que el pensamiento de la
diferencia sexual sostiene que existe una diferencia fundamental entre los sexos y que
hay que preservarla46. Esto nos lleva a una praxis distinta. El feminismo de la
igualdad en sus distintas versiones propone políticas de acción positiva47, de
integración y acceso a los recursos y democracia paritaria48. El feminismo de la
diferencia tiende a sostener la existencia de una cultura femenina y la necesidad de
que las mujeres se centren en sí mismas, dejen de pensar en la desigualdad y
fomenten sus propios valores. La praxis del pensamiento de la diferencia sexual
tiende a desdeñar la tarea reivindicativa, lo cual le ha valido fuertes críticas desde
otros sectores feministas49. Las mujeres no tendrían, desde su perspectiva, nada que
ganar de un acceso más equitativo al poder y a los recursos. Con un título
significativo -No creas tener derechos un grupo de pensadoras italianas desaconseja
buscar la igualdad que sería, consideran, una trampa ideológica en la que las mujeres
perderían su identidad51. En su lugar, proponen un estar entre mujeres y una
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recuperación del mundo simbólico femenino privilegiando las relaciones de la hija
con la madre y el affidamento o relación de autoridad iniciática entre una mujer
adulta y una joven. Con respecto al problema de la guerra, el feminismo de la
diferencia ha desarrollado una praxis feminista pacifista. Algunas teóricas invocan la
capacidad femenina de dar a luz que otorgaría a las mujeres una comprensión de la
importancia y de la fragilidad de la vida que los hombres no podrían alcanzar. Otras
consideran que no es la maternidad sino el cuidado de los hijos lo que confiere dicha
comprensión, por lo que se trataría de una actitud universalizable52.
El estatus ontológico del sujeto constituye otro debate importante, dadas sus
repercusiones en la praxis emancipatoria. Las teorías deconstructivas han intentado
superar la polémica en torno a la identidad del sujeto «mujer» con una noción de
sujeto fragmentado, o «nómade» como en Rosi Braidotti, definido por multiplicidad
de pertenencias. La cuestión radicaría en ser conscientes de las diferencias entre
mujeres y de nuestras múltiples determinaciones de clase, raza, etnia, etc. Estas
teóricas suelen considerar que las mujeres pueden asumir estratégicamente la
identidad de género en ciertos momentos para empoderarse. El tema del sujeto es
muy complejo y se halla relacionado con el debate Modernidad-Posmodernidad que
produjo interesantes polémicas entre Judith Butler, Sheyla Benhabib y Nancy Fraser
entre otras53. En este debate se enfrentan las que sostienen que el sujeto es
constituyente, es decir, que tenemos una parte de libertad para elegimos y aquellas
pensadoras que sostienen que estamos totalmente formados/as, constituídos/as por los
discursos dominantes y que no nos queda realmente ningún resquicio de libertad. El
problema sería entonces: ¿se puede llevar adelante una política emancipatoria si
negamos la existencia de un mínimo de libertad para autoconstituirnos?54
A partir de los 90, en el marco del pensamiento postmoderno, surgirá una nueva
interpretación del concepto de género de la mano de la teoría queer que se
autodesigna como postfeminismo. Entre sus iniciadores, se incluye a Michel
Foucault, a Judith Butler, a Monique Wittig y a teóricas del feminismo negro y
postcolonial. J.Butler, a partir de la clasificación de actos de palabra de Austin,
concibe el género como performatividad: resultado de la repetición de actos que, a la
manera de los rituales, actualizan la norma que les precede, al tiempo que ocultan su
carácter de norma inscribiéndose en los cuerpos como «naturales» 55. Para esta
teórica, no es posible construir la identidad prescindiendo de los modelos de género
porque esto supondría que existe una identidad preexistente a la subjetivación de
género. En la teoría queer, el sexo desaparece, subsumido por el género, puesto que
diferenciarlos significaría, desde los presupuestos filosóficos postmodernos, creer en
el «mito epistemológico» de una realidad que se ofrece sin previa interpretación. Por
ello, sólo propone cierto juego de representaciones (una performance transgénero)
que lleve a una proliferación paródica de los géneros disruptivos, es decir, a las
formas de identidad queer en las que sexo, género y opción sexual no coinciden de la
manera en que se espera normalmente. Como lo ha puesto de relieve Beatriz
Preciado, una de las teóricas queer más famosas actualmente, el objetivo del
movimiento queer no es la igualdad buscada por el feminismo56. El sujeto del
movimiento queer, en palabras de Virginie Despentes57, está constituido por «los
27
monstruos», «el proletariado del feminismo»: trabajador@s del sexo, inmigrantes,
transexuales, mujeres no blancas... La elección del mismo nombre queer, insulto
sexual de difícil traducción al castellano pero que a menudo se ha vertido como
«torcido» o «raro», expresa a las claras su voluntad de mantenerse ajenos a cualquier
redefinición de la normalidad y a las expectativas de integración del feminismo
mayoritario.
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exaltar la ética del cuidado? La polémica sigue abierta y no faltan posiciones
intermedias que buscan compatibilizar las exigencias de justicia y la revalorización
del cuidado 63
En relación con la ética del cuidado, aunque sin reducirse a ella, debemos recordar
también los textos filosóficos del ecofeminismo o feminismo con sensibilidad
ecologista. Esta nueva corriente de pensamiento y práctica nace como preocupación
por la naturaleza entendida de dos formas: como naturaleza interna (nuestros propios
cuerpos) y como naturaleza externa (el medio ambiente y los seres vivos no
humanos). El tema es amplísimo, supone una profunda crítica al androcentrismo de la
cultura y conecta inmediatamente con la cuestión de la globalización y el modelo de
desarrollo no sostenible que Occidente exporta a todo el mundo. Desde diferentes
perspectivas filosóficas, la teoría ecofeminista denuncia una misma realidad
socioeconómica: «el mal desarrollo», un desarrollo agrícola-ganadero intensivo, un
desarrollo sostenido y no sostenible que provoca las primeras víctimas entre las
mujeres pobres y los niños del llamado Tercer Mundo, desviando la producción para
el mercado internacional y envenenando la tierra, el agua y el aire con pesticidas y
abonos que endeudan y enferman a los agricultores, eliminando la biodiversidad,
causando indecibles tormentos a los animales de los criaderos industriales,
comprometiendo la salud de los consumidores, imponiendo los transgénicos
cínicamente en nombre de la lucha contra el hambre y apoderándose de un número
cada vez mayor de riquezas naturales a través de las biopatentes en un proceso
todavía poco comprendido de privatización de lo vivo`. El encuentro de feminismo y
ecología es la afirmación de una Naturaleza revalorizada hecha por quienes fueron
consideradas como Naturaleza y despreciadas por ello. Es un cuestionamiento de los
excesos de una razón tecnológica guiada por la voluntad de dominio y de
enriquecimiento ilimitado. Sólo si cambiamos nuestra visión de la Naturaleza,
convertida con la Modernidad en mera materia prima, si aprendemos a respetar la
naturaleza no humana, podremos hacer que subsista la naturaleza humana en
condiciones dignas de ser vividas. Se trata, indudablemente, de un gran desafío para
el siglo xxi.
Con este esbozo del panorama general, espero haber conseguido transmitir de
manera clara lo que me había propuesto: mostrar las distintas tareas abiertas a la
filosofía desde la aplicación de la teoría feminista y de género. Son estrategias y
temáticas que nos permiten descubrir senderos ocultos que enlazan el pensamiento
metafísico con la ética, la filosofía política y las opciones y estilos de vida,
Los trabajos reunidos en este libro son prueba de su interés65. Se adscriben a esas
diversas formas de incorporar el concepto crítico de género a que me he referido en
esta introducción. La primera parte, Democracia e igualdad, se abre con el análisis del
multiculturalismo y de sus efectos para las mujeres. Celia Amorós advierte de la
reificación del concepto de cultura como base del multiculturalismo. Señala que la
crítica feminista ha de ser una interpelación cultural que funcione para todas las
29
culturas, la propia y las ajenas, lo cual permitiría una mutua potenciación de la
reflexividad. La denuncia de la situación de discriminación de las mujeres en otras
culturas no puede ignorar las asignaturas pendientes de esta cuestión en el mundo
occidental, ni la crítica a los límites de la libertad del colectivo femenino en las
sociedades desarrolladas debe mitificar las relaciones entre los sexos en las culturas
pre-modernas. Las contrastaciones culturales generan procesos de Ilustración que, a
su vez, dan lugar al pensamiento feminista. El proceso no es unidireccional: la
Ilustración europea le debe a Averroes la idea de razón común a todos los hombres y
las «vetas de Ilustración» que se encuentran en los países islámicos son producto, a su
vez, del contacto con Europa.
30
mujeres-símbolo (o élites discriminadas) y las mujeres como grupo social minoritario
(en el sentido sociológico de grupo poseedor de menor poder) para alcanzar la masa
crítica o mínimo de presencia (30-35 %) que permite establecer una nueva dinámica
de cambio que les sea favorable en el interior de organizaciones empresariales,
políticas y sociales.
Neus Campillo se pregunta por las transformaciones necesarias para que las
mujeres accedan a la ciudadanía plena. Ve en el feminismo de la igualdad la mejor
opción para que se expresen todas las diferencias entre las mujeres, en tanto
permitiría la participación de todos los grupos. Apoya el proyecto de democracia
paritaria pero alerta contra la confusión con una representación sexuada. La
democracia paritaria ha de entenderse sólo como una estrategia provisional, a la
manera de otras políticas de igualdad. Pasa revista a las consideraciones sobre la
ciudadanía de Chantal Mouffe, destaca el interés de la concepción del universal como
contradicción performativa en Judith Butler y, finalmente, aborda el reto que el
multiculturalismo plantea a la filosofía feminista, evaluando positivamente el modelo
democrático deliberativo de Sheyla Benhabib.
Cerrando la primera parte, María José Guerra pasa revista a las críticas que Nancy
Fraser, Sheila Benhabib e Iris M.Young han realizado a las tesis habermasianas,
examinando a renglón seguido la recepción que dichas críticas han tenido en la obra
de este representante de la Escuela de Frankfurt y subrayando el enriquecimiento que
ha supuesto la incorporación de la temática de la opresión de las mujeres en la
dialéctica progresiva entre lo normativo y lo fáctico y en la difuminación del límite
liberal entre público y privado. Sin embargo, Guerra considera que la desconfianza
habermasiana hacia la injerencia paternalista del Estado social en el mundo de la vida
deja al colectivo femenino sin los instrumentos de cambio de las políticas de acción
positiva en una realidad que no es la democracia deliberativa ideal en la que serían,
como quiere el filósofo, las propias implicadas quienes diseñaran las medidas de
igualdad. En el creciente proceso de globalización, el Estado mínimo neoliberal nada
hace para colmar el abismo entre la igualdad formal y la desigualdad material.
La segunda parte del libro, El género en la ética comienza con una reflexión de
Victoria Camps sobre las mujeres y la libertad. Recordando el concepto de libertad
como no dominación del teórico del republicanismo Philip Pettit, la autora comienza
recordando que una de las tareas de la Filosofía Moral y Política en la actualidad ha
de consistir en develar los obstáculos que existen para el ejercicio positivo de la
31
libertad, condición de una sociedad más justa y democrática. La persistencia de los
roles de género, la escasa presencia de mujeres en puestos de responsabilidad, la
violencia de género, la maternidad vivida como obligación o la cosificación del
cuerpo femenino en la publicidad muestran que «se considera normal lo que todavía
es discriminatorio». Para entrar en la esfera pública, las mujeres han tenido que
adaptarse a identidades y estructuras forjadas por los hombres. Mientras subsistan
identidades hegemónicas no problematizadas, la libertad de las mujeres no será igual
a la de los hombres. Hasta que no se supere el androcentrismo en una
intersubjetividad incluyente guiada por el bien común, no se podrá reconocer
realmente a las identidades sin atributos.
32
tecnocientíficos, sino también y sobre todo en las facetas ética, jurídica, pedagógica y
política de la vida. Preocupándose por la educación y emancipación de la humanidad,
las reflexiones de Christian Thomasius, Gotthold Ephraim Lessing, Moses
Mendelssohn o Inmanuel Kant, sentaron las bases especulativas de lo que la filosofía
posterior entendería por primacía de la razón práctica. Sin embargo, nos muestra
Concha Roldán, a la base de estos sistemas que enarbolaban la bandera de la
emancipación, la autonomía y la universalidad para el género humano, había una
incoherencia fundamental: la exclusión de las mujeres de la esfera ético-política y
jurídica, así como del «elevado» mundo del conocimiento.
Rosalía Romero aboga por una historia de las filósofas como parte de una Historia
de la Filosofía que permanece como una tarea pendiente para la igualdad. A través de
distintos ejemplos (los casos de las españolas Oliva Sabuco y María Zambrano, de la
italiana Lucrecia Marinelli, de las francesas Mary de Gournay y Gabrielle Suchon)
33
R.Romero señala algunos de los distintos mecanismos que produjeron la exclusión o
al menos la marginalización de las mujeres del ámbito filosófico: impedimentos en el
acceso a la Academia, proscripción de su obra al ámbito de otras disciplinas,
inexplicables olvidos...
34
cuestiones lingüísticas. Paso después a examinar la permanencia de la violencia física
contra las mujeres como un fenómeno de negación de la autonomía que preserva el
sistema de sexo-género. Finalmente, exploro la discusión entre constructivistas y
esencialistas en cuanto al género de la violencia.
35
CELIA AMORÓS
36
* Este trabajo fue incluido con el título de «Feminismo y multiculturalismo» en el
volumen 3 de Teoría Feminista: de la Ilustración a la globalización, Madrid, Minerva,
2005.
37
introducción del concepto de Estado Llano, la lógica jerárquica propia de l'Ancien
Régime. El concepto mismo de ciudadanía no era sino una abstracción polémica con
respecto a la jerarquía de las identidades adscriptivas, es decir, vinculadas al
nacimiento, propias del mundo del status frente al mundo del contrato. Así, el
concepto de «ciudadanía» hacía abstracción, es decir, dejaba fuera como no
pertinentes a efectos de la inclusión en el nuevo concepto, el de «ciudadano», las
determinaciones de status sancionadas en función de la cuna. Es decir, ser noble,
villano o clérigo no era relevante para merecer la condición de ciudadano. Esta
condición se universalizaba justo en la medida en que deslegitimaba la pertenencia
adscriptiva a los distintos niveles de esta jerarquía como fuente de los diferentes
status. Sin embargo, la diferencia entre ser varón o ser mujer era promovida a la
legitimidad en orden a excluir al sexo femenino de la ciudadanía. Pues bien: mujeres
autoras de Cahiers de Doléances4, como las que aparecen en la excelente antología de
Alicia Puleo que lleva el significativo título de La Ilustración olvidada', teóricas
políticas de la talla de Olympe de Gouges, la autora de «Los Derechos de las mujer y
la ciudadana», condenada a la guillotina por Robespierre, así como varones pro-
feministas como el marqués de Condorcet estimaron que esta exclusión era
discriminatoria. Pues el ser varón o mujer, la diferencia relativa al sexo, era no menos
adscriptiva, es decir, no menos vinculada al azar del naci miento que aquella que
distinguía a los nobles de los villanos. De este modo, al excluir a las mujeres de la
ciudadanía, los varones introducían por la ventana la misma lógica jerárquica
estamental que habían expulsado por la puerta. Caían así en la incongruencia
consistente en habilitar para las mujeres un Estado Llano de segunda, pre-cívico, en
el seno de un Estado llano concebido precisamente para abolir las distinciones
jerárquicas de l'Ancien Régime. Reinstituían de este modo una lógica del privilegio
en el ámbito universalista de los derechos, el ámbito revolucionario emergente. En
función del privilegio masculino se reservaban, como lo afirma Neus Campillo, la
cuota del 100 por 100 en el momento fundacional de la democracia moderna.
Con esta pincelada sumaria tan sólo pretendemos ilustrar de qué modo el
feminismo europeo y el americano han estado vinculados a nuestra Ilustración
Occidental. Se trata sin duda de una vinculación ambigua y peculiar, ya que el
discurso ilustrado genera, por alguna de sus derivas, planteamientos feministas a la
vez que, por otras, reniega de ellos. El asunto es complejo, sin duda, y las
participantes del Seminario Permanente «Feminismo e Ilustración»6 hemos
reconstruido, en una paciente labor de años, muchos de sus recovecos. Por otra parte,
nuestros análisis del fenómeno de la postmodernidad han podido poner de manifiesto
de qué modo el feminismo encuentra en ese conspecto ideológico un acomodo
discursivo difícil, cuando no a contrapelo o incluso contra natura7.
38
conceptualmente disfuncionales para una teoría feminista que quiera ser, de acuerdo
con su tradición, crítica del patriarcado. Así, el discurso feminista postmoderno, en
lugar de converger, se solapa con el discurso anticolonialista deconstructor del
eurocentrismo. Se dispara entonces una dinámica conceptual de ecuaciones como la
siguiente: Occidente es a su «Otro» lo que el logocentrismo es a sus «afuera
constitutivos» y lo que el falogocentrismo es a la escritura y a la diferencia: a lo
femenino, por tanto8. Fuera de la lógica imperialista de Occidente, pues, a la vez que
constituyéndola desde su mismo estar afuera, se encuentra la retahíla de sus Otros. En
esta retahíla, subsumidos en la rúbrica de la Otredad, aparece un ámbito de «los
Otros» donde todos los gatos son pardos. Lo femenino, en tanto que dispersión y
diseminación, sería el lugar de la deconstrucción del logos occidental, que tendría
como subtexto el imperialismo del falo de impronta lacaniana. De este modo, la
crítica - feminista - al androcentrismo queda absorbida en la deconstrucción del
etnocentrismo occidental. Como efecto de esta absorción - que, dicho sea de paso, no
deja de ser también un gesto imperialista-, queda oscurecido, por lo pronto, el
funcionamiento del patriarcado en el ámbito de «lo Otro de Occidente», es decir, en
una parte nada desdeñable del mundo. El patriarcado no es, sin embargo, un subtexto
de la lógica colonial de la dominación occidental, como parece sugerirlo el
«falogocentrismo». Plantear así la cuestión es amoldar -y disolver - en los parámetros
de una crítica a la modernidad que parte de asunciones que podríamos no compartir -
la deconstrucción del falogocentrismo - tanto la crítica al androcentrismo como la
crítica al etnocentrismo. No es de extrañar, pues, que «el feminismo» que se tematiza
en estos parámetros resignifique acríticamente en clave metafórica el discurso de la
colonización10. Las formas de la dominación masculina con efectos sistémicos, pues
es a eso a lo que llamamos «patriarcado», no son desde luego una característica
específica y, todavía menos, exclusiva de la lógica occidental de poder. Es más, los
varones de los países colonizados han suscrito en muchos casos pactos patriarcales
con los colonizadores. Entendemos por «pactos patriarcales», siguiendo a Heidi
Hartmannn aquellos que traman entre sí varones de distintas clases, razas o culturas y
que les permiten en su conjunto dominar a las mujeres. Por ejemplo, los varones
hindúes (Chipko), a los que se refiere Vandana Shiva en su libro Abrazar la vida12,
se avinieron a las transformaciones de cultivos impuestas por los colonos blancos en
contra de sus mujeres, que se ataron a los troncos de los árboles para impedir lo que
percibían como una agresión a sus intereses así como una descalificación de su saber
tradicional en materia de silvicultura13
39
misma como «lo universal». Por nuestra parte, nos hemos referido al mismo
fenómeno de usurpación discursiva en nuestro análisis crítico de las abstracciones
incoherentes de la Ilustración, como «la ciudadanía», que se formula en términos
universalistas y se aplica luego en términos restrictivos, excluyendo a las mujeres. En
el caso del etnocentrismo, la «universalidad sustitutoria» operaría en la medida en
que la cultura occidental de la supremacía, como lo entiende Bessis, se ha
autoinstituído en lo universal, impostando y ocultando de este modo su propia
particularidad, para legitimar su dominio del mundo. Dicho en román paladino, el
etnocentrismo y el androcentrismo son universalidades sesgadas, con «bichos
dentro», como se dice cuando se convoca una plaza a concurso público y se adecúa su
perfil al muy singular de la nariz del candidato que quienes la convocan quieren que
salga. Solamente tendremos una universalidad que no sea ni importada ni impostora
si estamos dispuestas a prestar una atención crítica permanente a «las particularidades
no examinadas», a los «bichos dentro» que se nos cuelan fraudulentamente a la hora
de definir lo universal. Solamente en este proceso crítico-reflexivo será posible la
construcción de un «universalismo interactivo», de nuevo en expresión de la judía
estadounidense Seyla Benhabib, o, como lo quiere la tunecina Bessis, «de universales
que hagan honor a su nombre de una vez por todas».
40
culturales en el mundo de la globalización. Las culturas no son ni estáticas ni
homogéneas, ni, mucho menos, totalidades autorreferidas. Tan importantes como los
supuestos compartidos son en ellas los conflictos, las tensiones, los desajustes,
desgarramientos, disensos y, desde luego, el fenómeno del cambio cultural. En la era
del cyberislam, por tomar la caracterización de Fatema Mernissi de la cultura
musulmana en el universo de Internet, con antenas parabólicas en las mezquitas, no
se puede hablar de las culturas como de entidades monolíticas y prerreflexivas. Se
producen constantemente hibridaciones, préstamos, apropiaciones selectivas de
ciertos elementos de las culturas hegemónicas junto con rechazos selectivos de otros.
Nunca tiene lugar ni la total asimilación ni la total destrucción de una cultura por
otra: también las culturas hegemónicas son siempre en alguna medida penetradas por
las que no lo son. Los seres humanos no se limitan a ser agentes de la reproducción
sociocultural: lo son también de la revisión de los códigos culturales. Como lo
recordó en una conferencia sobre «Feminismo y multiculturalismo»15 la antropóloga
Virginia Maquieira, el concepto de «cultura» surgió teniendo como su referente
polémico el determinismo biológico y racial. Pero, tal como fue modulado por el
multiculturalismo, nos hizo pasar, paradójicamente, del determinismo biológico al
determinismo cultural. Ahora bien, en definitiva, la cultura no es sino el
comportamiento común aprendido de la especie. Este comportamiento común no se
limita «al aprendizaje de un repertorio fijo, estable y homogéneo de pautas referidas a
formas complejas de acción y de pensamiento»: las culturas están en un proceso
permanente de construcción y reconstrucción. No se puede, como muchas veces lo ha
hecho la antropología cultural estadounidense, no tener en cuenta la articulación de la
cultura y la economía política: la estratificación social, las desigualdades y las rela
ciones de poder no se reducen a meros rasgos culturales. El multiculturalismo, al
postular el desarrollo por separado de las culturas, sirvió para justificar el apartheid
sudafricano. Por mi parte encontré, en un reportaje publicado por El País, esta perla
polinésica: son las declaraciones de la esposa de un importante líder de los boers:
En la Biblia está la torre de Babel que, como dice Dios, es una visión de
cómo no debe ser el mundo. Dios dice que las personas deben vivir entre los
suyos. En este sentido... el Demonio es la síntesis y Dios es la antítesis. El
Demonio quiere obligar a los seres humanos a vivir juntos, y Dios los separa.
Ese es el plan de Dios para la humanidad... Por ejemplo, fíjese en los
japoneses, qué bien se les da fabricar ordenadores. Fíjese en los bosquimanos
de Kalahari, qué bien matan impalas. No me diga que Dios quiso que
japoneses y bosquimanos viviesen juntos...
41
saussureano como un sistema en el que «tout se tient». Los sujetos, desde el enfoque
estructuralista, propiamente no hablan, «son hablados». «La lengua tiene razones que
la razón no comprende», afirma Lévi-Strauss, parafraseando a Pascal. Y, por
analogía, también las culturas tendrían razones que escapan por principio a la razón
de los seres humanos que están inmersos en ellas. Se privilegia así sistemáticamente
la sincronía sobre la diacronía, es decir, la coherencia de las interrelaciones entre los
elementos simbólicos de las culturas sobre la historia. Del mismo modo el
inconsciente, «estructurado como un lenguaje», como lo formulará el estructuralismo
psiconalítico de Lacan, prima totalmente sobre la conciencia, sobre cualquier forma
de acción intencional. Sin embargo, nuestro antropólogo, a la hora de interpretar
cómo funcionan de hecho estos modelos presuntamente cristalinos, no tiene más
remedio que hacer concesiones a los tempus, a la historia.
Con todo, el autor de Las estructuras elementales del parentesco considera que la
interrelación entre las culturas no es precisamente una buena cosa. «Debemos llorar
ante el hecho de que haya historia», escribió en una ocasión. Y en otra, cuando se
propuso a Margueritte Yourcenar como candidata a la Academia francesa de la
lengua, manifestó su oposición sentenciando «No se discuten las reglas de la tribu».
Sin duda, se le habría podido argumentar que, en nuestra tribu, después de la
Ilustración, se discuten las reglas de la tribu. En buena medida, la Ilustración europea
fue un gran debate acerca de estas reglas, que fueron así puestas en cuestión. Luego,
en realidad, al afirmar que «no se discuten las reglas de la tribu» él está, de hecho,
42
discutiéndolas y contradiciéndose de este modo.
Sin embargo, aquí debemos recordar que no todos los ilustrados querían en igual
medida que se discutieran las reglas de la tribu. Muchos eran partidarios de que se
discutieran unas sí y otras no. El debate debería interrumpirse para ellos precisamente
ante un núcleo simbólico duro en el conjunto de estas reglas: las que se referían al
estatuto de las mujeres. En el universo emergente de los individuos iguales, las
mujeres debían seguir siendo «las idénticas»17. Recordemos cómo, en el caso de la
ciudadanía, se mantenía para ellas el estatuto adscriptivo que se había eliminado, en
la deriva jacobina, para todos los varones. Ser ciudadano, al menos en la lógica
jacobina, se solapaba con ser individuo. Por definición, para Rousseau, el ciudadano
«no nace, se hace», por parafrasear a Simone de Beauvoir. Sólo en la medi da en que
el ciudadano es individuo no es sospechoso como ciudadano, como sujeto de «la
voluntad general». Individuo es aquél que se ha emancipado de las identidades
adscriptivas de l'Ancien Régime, que eran identidades facciosas, incapaces de
constituir ni de obedecer a «la voluntad general». En esta misma medida, nada se
interpone entre el individuo-ciudadano y el Estado, «la voluntad general», de tal
modo que, al obedecerla, él no obedece sino la ley que se ha dado a sí mismo.
Transpuesto en clave ética, tendríamos aquí al individuo autónomo, desvinculado de
cualquier constricción que no proceda de sí mismo. Las mujeres, sin embargo, son
readscritas a la identidad, que se concreta ahora en una feminidad normativa de nuevo
cuño. Los varones conectan directamente con lo universal en la medida misma en que
son autónomos; las mujeres quedan condenadas a la heteronomía moral18, a un
estatuto precívico por estar adscritas a una identidad que, a título de tal, no puede ser
sino prerreflexiva y facciosa, orientada a la particularidad. Rousseau destinó a Sofía,
y con ella a todas las mujeres - pues son «las idénticas», las que no tienen
propiamente principio de individuación-, a ser «el asidero natural» de la cultura
cívica republicana que los Emilios instituyen. Hegel, por su parte, elaboró esta misma
figura de lo femenino en su interpretación de Antígona, la heroína de Sófocles, tal
como la expone en su Fenomenología del Espíritu 19. Creonte, de acuerdo con Hegel,
obedece la ley escrita decretada por él mismo, hecha pública en la polis; Antígona,
por el contrario, al enterrar a su hermano Polinice transgrediendo esa ley, no hace
sino someterse a «la ley de las sombras», a la ley ancestral de su pueblo, ley no
escrita ni publicada pero no por ello menos constrictiva. Constrictiva para Antígona, a
la que Hegel le hace encarnar «la esencia de lo femenino» 2°. A ella le corresponde el
ámbito de la Sittlichkeit, de todo ese conjunto de costumbres que constituyen el
bagaje normativo irreflexivo, no tematizado ni argumentado, de un pueblo. Antígona
está adscrita, como lo diría Lévi-Strauss, a aquellas reglas de la tribu que no se
discuten; es más, que no se deben discutir. Como lo dirían nuestros multiculturalistas,
son el patrimonio constitutivo de «la identidad cultural». Habría, de este modo,
acuerdos transculturales y transhistóricos entre los varones - desde los islamistas a
nuestros filósofos, como Rousseau y Hegel, así como nuestros antropólogos, como
Lévi-Strauss - en lo concerniente a la Sittlichkeit, a la deseabilidad de que se
conserven determinadas reglas de la tribu. La «identidad cultural» es un patrimonio
43
precioso que hay que mantener a cualquier precio. Desde luego, al precio de asignar a
las mujeres el deber de la identidad, mientras los varones se reservan el derecho a la
subjetividad. La muchacha Fatema ha de llevar velo a la escuela; su padre, Alí, que
bien se podría haber llamado Manolo, viste camisa y blue jeans: tiene un amplio
margen de discrecionalidad en el manejo, siempre selectivo y discriminado por
géneros, de los referentes de identidad. El jeque árabe saudí usa la tarjeta American
Express que, al parecer, se remonta al Islam más genuino; ella ha de aparecer
embutida en su chador. «La identidad es siempre retrospectiva», afirma Rosi
Braidotti: «marca aquellos lugares donde hemos estado pero no estamos ya». Sin
embargo, las mujeres, aunque se feminicen los flujos migratorios, han de viajar con la
marca de sus lugares simbólicos como si fuera la prolongación de su propia piel. Bajo
el velo que las vuelve indiscernibles, las guardianas de la identidad han de ser, por
ello mismo, «las idénticas». Entre nosotros, referirse a una «individua» tiene todavía
un sentido peyorativo. A los individuos, en tanto que tales, se les reconoce el derecho
a desmarcarse de la Sittlichkeit como cemento normativo del grupo; las mujeres,
como expresivamente lo afirma Michéle le Doeuff, tenemos «sobrecarga de
identidad». Es así, precisamente, porque ellos tienen infracarga: es otro modo de
afirmar su derecho a la subjetividad, que, a diferencia de la identidad, es prospectiva,
connota futuro, elección. La subjetividad y la identidad tienen, pues, su respectivo
subtexto de género. Ellos pueden innovar mientras nosotras hemos de conservar
acríticamente las pautas normativas de nuestros países de origen. Parafraseando a
Kant - recordemos: conceptos sin intuición son vacíos, intuiciones sin concepto son
ciegaspodríamos decir que una subjetividad sin identidad es vacía y una identidad sin
subjetividad es ciega. Los varones emigrantes podrían llegar a ser en el límite
subjetividades sin identidad, subjetividades al precio del desarraigo; las mujeres, a
quienes se prohíbe elaborar sus referentes de identidad a través de mediaciones
crítico-reflexivas, han de encarnar estos referentes al modo de un ejemplar más de
una esencia impuesta: nunca pueden ser individuos.
44
cumplen el mismo rito higiénico haciendo uso de los palitos de una planta antiséptica.
Así, como lo pide Kambartel, hay que generar, al lado de y por encima de las
especificidades de las culturas, una «cultura de razones». ¿Acaso no se habla de una
«cultura de la tolerancia»? En la línea de esta «cultura de razones» debería estar la
construcción de una «cultura feminista».
45
discriminadas»22; Amelia Valcárcel, en las políticas23. Repitámoslo: hay que
discutir todas las reglas de todas las tribus. Están puestas a debate, de hecho, y deben
estarlo, de derecho.
Nos hemos referido anteriormente a que las reglas de nuestra tribu generaron una
gran polémica precisamente en la Ilustración. Pero Occidente no tiene el monopolio
de esa capacidad crítico-reflexiva que emerge en esos procesos a los que se puede
llamar, en plural, Ilustraciones. Sophie Bessis nos recuerda en este sentido que, si el
Renacimiento europeo pudo realizar tan rápidamente la filiación con el mundo
griego, fue porque el Islam occidental le había preparado el terreno efectuando un
inmenso trabajo de adaptación de la filosofía griega al monoteísmo. Por nuestra parte,
podemos señalar que las tesis averroístas sobre «la doble verdad», la una, revelada, y
la otra, procedente de la razón, se deberían incluir en una genealogía del laicismo
moderno que no se empeñara en borrar todas sus huellas. También Ernst Bloch, en su
obra Avicena y la izquierda aristotélica24, se refería a que la concepción averroísta
del «intelecto agente» de Aristóteles como común a toda la especie sirvió más
adelante para que la Ilustración europea elaborara la idea de una razón universal
compartida por toda la especie humana. El prestigioso medievalista Alain de Libera,
en su prefacio a la reedición de la obra de Renan Averroes et l'averroisme, sostiene
que,
Nuestro estado social no deja ver lo que de sí pueden dar las mujeres.
Parecen destinadas exclusivamente a dar a luz y amamantar a los hijos, y
este estado de servidumbre ha destruido en ellas la facultad de las grandes
cosas. He aquí por qué no se ve entre nosotros mujer alguna dotada de
virtudes morales: su vida transcurre como la de las plantas, al cuidado de sus
propios maridos. De aquí proviene la miseria que devora nuestras ciudades
porque el número de mujeres es doble que el de hombres y no pueden
procurarse lo necesario para vivir por medio del trabajo26.
46
De forma recurrente, pues, podemos constatar que, donde hay Ilustración, hay
feminismo. Al menos como pensamiento y discurso: para que se articule como
movimiento social harán falta otras condiciones.
Podemos ver, pues, de qué modo la Ilustración europea se nutrió, por uno de sus
inputs, de la contrastación intercultural y los efectos de reflexividad que suscita. Los
descubrimientos geográficos y la colonización del Nuevo Mundo, así como las
nuevas rutas comerciales hacia el Este proporcionaron mucha información acerca de
otras culturas, a las que muchas veces se estigmatizó. Sin embargo, en muchas otras,
los «pueblos salvajes» y sus formas de vida fueron promocionados a referente
normativo para juzgar acerca de la legitimidad de nuestras propias instituciones:
recordemos las descripciones del Estado de Naturaleza con su «buena» o «buen
salvaje», de Poullain de la Barre y de Rousseau, respectivamente, las Cartas persas de
Montesquieu... Para Claude Lévi-Strauss, Rousseau fue el padre de la etnología27.
Nos llevaría aquí demasiado lejos seguir detalladamente procesos como éste, que
en el caso de Turquía cobra especial pregnancia. En este contexto nos limitaremos a
unos breves apuntes sobre una modalidad relevante del feminismo islámico, que
ilustra precisamente la imbricación entre lo exógeno y lo endógeno a que nos hemos
referido en los fenómenos de interacción entre diferentes culturas con sus formas
particulares de rechazo y apropiación selectivos. En este sentido, la orientación
47
feminista de la escritora marroquí Fatema Mernissi viene a ejemplificar
paradigmáticamente una peculiar combinación, en la fundamentación teórico-política
de su feminismo, de elementos endógenos - que se ponen de manifiesto en su
apelación (implícita) a una forma de legitimación de tipo tradicional en el sentido de
la conocida distinción de Max Weber - y elementos exógenos, que orientan - aunque
ella no lo tematice ni lo haga explícito - la dirección que inspira su reconstrucción de
lo tradicional y que no es sino la legitimación racional en el sentido weberiano. Lo
endógeno y lo exógeno se redefinen aquí de forma no carente de tensiones
conceptuales, como difícilmente podría ser de otro modo. Con todo, la tarea de
establecer una distinción analítica entre los diversos elementos que se combinan en
esta sugerente teórica merece ser emprendida, en la medida en que arroja
clarificaciones conceptuales sumamente pertinentes para la teoría crítica y la historia
del feminismo, así como su relación con las Ilustraciones.
48
articular una legitimación tradicional alternativa, Mernissi y las hermeneutas que
quieren dar pedigrí feminista al texto sagrado han de contraargumentar que ellas se
basan, fieles a la letra, en hechos comprobados y que, además, son hechos de esta
naturaleza los que se ajustan al «verdadero espíritu del Islam». Ese «verdadero
espíritu» es compatible con la democracia, con los derechos humanos, con los
derechos de las mujeres a la igualdad. Ciertamente, la separación entre el espíritu y la
letra del texto sagrado pone a las religiones, tarde o temprano, en el proceso por el
cual la religión se vuelve «vivencia religiosa». La religiosidad, como vivencia, se
subjetiviza: significativamente, Fatema Mernissi se remite de forma recurrente a la
profunda emoción que le suscita el Islam sufí, claramente místico y, en alguno de sus
registros, de inspiración universalista35. Cuando la religión se convierte en «vivencia
religiosa» en el sentido que le dio Heidegger a esta transformación36, queda un
amplio campo disponible «para la investigación histórica del mito».
49
cosmogonía de Moisés y los relatos de la caída del hombre eran literal mente
ciertos40, no podría creer lo que la razón me había dicho que es injusto que
provenga del Ser Supremo. Y sin temor a enfrentarme con el Diablo, me
atrevo a llamar a todo esto una alucinación de la razón 41
FERNANDO QUESADA
50
* Por su interés, incluimos este escrito que ya había aparecido en E.Bosch, Ferrer
y T.Riera, Una ciencia no androcentrica. Reflexiona Multidisciplinars, Universitat de
les Illes Balears, 2000. Agradecemos el permiso dado por las compiladoras.
51
dimensiones del planteamiento filosófico desde una perspectiva feminista si no se
advirtiera que la naturaleza misma de su proceder está enraizada en el propio
proyecto de la modernidad. Pues este proyecto conlleva el nacimiento fundacional del
imaginario simbólico perteneciente a «una nueva aetas» de la democracia, herencia
del innovador sentido de la cultura alumbrado por el mundo griego. El feminismo
representa así, justamente, un momento especial de la modernidad, la cual estatuyó la
razón como principio universal y criterio fundante del valor y el reconocimiento de
los individuos frente al carácter estamental y discriminatorio del Ancien Régime.
52
dimensión «práctica». Deberá atenerse para ello a las conformaciones normativas de
los diversos órdenes en los que las demandas socio-políticas, las interpelaciones
valorativas de los diversos ámbitos de realidad así como el significado contenido en
la idea de «la dignidad humana», que se abren con la Modernidad, han de plasmarse.
53
identidad, uniformidad u homogeneización. Los iguales, no los idénticos, son
aquellos que, por un lado, mantienen entre sí una semejanza recíproca establecida a
nivel horizontal: pertenecen, pues, a un mismo nivel. Por otro lado, son iguales sólo
«respecto de esa característica o características idénticas compartidas»3.
Santa Cruz resume las cuatro características que lleva consigo la idea de igualdad:
la autonomía, como posibilidad de elección y decisión independientes; la autoridad en
cuanto ejercicio real de poder; la equifonía, que equivale al uso libre de la palabra y
su toma en consideración en los procesos argumentativos que hacen plausible una
decisión; equivalencia o, lo que es lo mismo, ser reconocido y poder actuar como
quien posee un valor en posición de simetría con respecto de los demás. Desde esta
perspectiva, no se trata ya sólo de que el feminismo forme parte de la revolución
democrática moderna. Pues, si las demandas que plantea no se llevan a cabo - espe
cialmente las referidas a la igualdad en la diferencia-, sería la propia democracia la
que mostraría límites insuperables de sus principios, una insuficiente plausibilidad
teórico-práctica. Hasta el momento, las críticas feministas parecen poner en evidencia
que las persistentes relaciones asimétricas instaladas en nuestras sociedades no son
fruto de simples contingencias ni de mal-tratos remediables con una mayor extensión
de la democracia. Por el contrario, como lo argumenta Susan Mendus, la teoría
democrática, por principio, se ha comprometido con ideales y formas de relación con
el poder político que son incapaces de poner remedio a los males denunciados. La
democracia, escribe nuestra autora, «encarna ideales garantizadores de que jamás las
cumplirá (las promesas de igualdad) a menos que se emprenda un amplio examen
crítico de sus propios supuestos filosóficos»'. Así pues, en una de sus dimensiones
básicas, las demandas feministas representan «las pruebas de fe» de la democracia tal
como se ha configurado en la modernidad. Este es el sentido político y la razón
teórica que determinan la ubicación filosófico-política del feminismo en el proceso de
reescritura de la modernidad. Frente a otras derivas actuales, la perspectiva del
feminismo, en cuanto demanda de «ilustración de la Ilustración», fundamenta la
construcción de programas emancipatorios que avalen la pluralidad de formas de vida
elegidas por los individuos.
54
a paralizar todo intento de traspasar el propio cambio que ellos habían propiciado.
Encontramos aquí un callejón sin salida que «lleva a la represión de lo descubierto»,
en palabras de Bloch. Se produce así, de acuerdo con el mismo autor, la hipóstasis del
mundo «llegado a ser» como si fuera un mundo ya concluso, hipóstasis propia de una
mentalidad «idealista considerativa». Para esta mentalidad, cualquier consideración
imaginativa que traspase lo dado sólo es posible como «un mundo imaginado, en el
que sólo se refleja lo efectivamente dado». Lo que Bloch estimaba como la actitud
filosófica de los grandes autores de la modernidad: la actitud considerativa, se
traducía así en el peso de lo ya sido, de lo ya realizado o acontecido. Como sucede en
la dialéctica histórica de Hegel, «lo ya sido subyuga lo que está en trance de ser, la
acumulación de lo que ha llegado a ser cierra el paso totalmente a las categorías del
futuro, del frente, del novum»5. En consecuencia, el mundo entreabierto en la
modernidad como posibilidad histórica se presenta, al mismo tiempo, como
invariable en la «ordenación» estructural de la realidad social, permanente en la
distribución de los espacios, ordenados según lo exige la nueva conceptualización de
la realidad política y sus funciones. Así ocurre, por ejemplo, en el caso de los
varones, que son reconocidos como sujetos agentes del ámbito social, en la variedad
de sus formas de interrelación, de acuerdo con la hipótesis racional de un «contrato
social». Los varones adquieren así el reconocimiento de su humanidad en una
sociedad libre, sociedad de mercado que se articula en torno a una serie de relaciones
contractuales interesadas con los demás, en términos de Macpherson. El profesor
canadiense, uno de los historiadores y teóricos de la democracia más importantes,
construye una de las narrativas más transitadas por los estudiosos de la modernidad
conformada por el liberalismo. Según nuestro autor, la sociedad moderna se
constituyó como una sociedad posesiva de mercado, cuya cohesión de intereses
egoístas se soldaba gracias a la obligación política que, por su parte, era justificada
por la existencia del voto para la elección del gobierno. Ciertamente, durante mucho
tiempo, ese derecho al voto estuvo reservado a los «propietarios». Fueron éstos
quienes administraron el equilibrio entre las fuerzas centrífugas determinadas por el
egoísmo de una sociedad, de suyo beneficiosa para unos pocos, y la «creencia» por
parte de los obreros en la obligación de mantener dicha sociedad posesiva de mercado
que había propiciado la independencia y el reconocimiento de los individuos en
cuanto propietarios de su persona. Ahora bien, el desarrollo de una nueva conciencia
de dignidad humana por parte de la clase obrera, alternativa tanto respecto a la
igualdad en la sumisión al mercado como a la minoría de edad en cuanto al derecho
de ciudadanía activa, serían para Macpherson las causas de la crisis surgida en la
primera sociedad moderna. Esta crisis, aunque apunta a órdenes de realidad que
superan la unilateralidad de la focalización en el problema de la extensión del voto, se
intentó salvar con el recurso al sufragio general, más exactamente, sufragio
«limitado» ya que no abarcaba la totalidad de la sociedad, dada la exclusión de las
mujeres. La crisis de cohesión social fue refrenada, pues, en parte, por la extensión
del derecho de ciudadanía a instancias de las luchas y las exigencias de la clase obrera
industrial. Más tarde, hasta las primeras décadas de nuestro siglo, la necesaria
rearticulación social tuvo un nuevo medio para taponar los centros hemorrágicos de
una crisis sin cerrar: las guerras. Pues «en nuestro propio siglo la guerra, a veces, ha
55
proporcionado un sucedáneo temporal para la cohesión antigua» 6. De modo que, si
los obreros conquistaron el reconocimiento de su individualidad dentro de las reglas
de mercado, en función del contrato social firmado con los propietarios, ello se debió
a que estos obreros, convertidos ahora en guerreros, en soldados defensores de la
patria, vinieron a adquirir un nuevo estatus de ciudadanía más activa y de mayor
compromiso con esa entidad generada que fue la nación, recambio de la deteriorada
unidad limitada a y por el mercado.
56
central que debe normativizar el uso. Así, el uso coherente de la abstracción
conllevaba el rechazo de los elementos «no pertinentes» a efectos del reconocimiento
de la ciudadanía, como lo serían, en el caso que nos ocupa, los datos absolutamente
aleatorios relativos al sexo-género. Pues la igualdad, la idea más propia y definitoria
de la política, se refiere y determina a los iguales, valga la redundancia, en función de
las características anteriormente citadas: la autonomía, la autoridad, la equifonía y la
equivalencia.
57
intentos «éticos» realizados por los autores liberales de nuestros días.
58
no formaba una clase conforme a ese criterio (la relación salarial, una
relación estricta de mercado). Claro que estaban explotadas por la sociedad
dominada por los hombres... sin más compensación que la subsistencia. Pero
se las obligaba a ello mediante unas disposiciones jurídicas más parecidas a
una relación feudal (o incluso esclavista) que a una relación de mercado13
59
de maltrato previo, que juzgaba y desechaba a las personas porque se habían
desviado de alguna forma prejuiciada... El canon liberal insiste en que las
diferencias entre nosotros no deberían importar, pero en sociedades
conducidas por intereses de grupo, es deshonesto pretender que somos lo
mismo. La política se ha de reconceptualizar sin los prejuicios de género, y
la democracia debe repensarse con ambos sexos incluidos en ella. Los viejos
conceptos se han de reconfigurar14
Experiencia dolorosa se repite en los años 60 en la nueva lucha por los derechos
civiles1'. En uno de los estudios más penetrantes sobre la dramática relación entre
raza y sexo, especialmente en EE.UU., su autora, Shulamith Firestone, hace preceder
su trabajo con un párrafo de la carta de Argelina Grimké: «Es posible liberar a los
esclavos y dejar a la mujer en el estado en que se encuentra; lo c~ue no es posible es
liberar a las mujeres y dejar a los esclavos en su estado»1
60
sentir los límites internos de este imperativo de la inclusión, sin que él lo advierta.
Pues las mujeres, efectivamente, serán admitidas como «mujeres», es decir, como un
colectivo que no tiene más herencia cultural que la del sometimiento al varón y su
función reproductora. De esta forma se obliteran los problemas de construcción de
identidad más allá de las funciones ads critas tradicionalmente; se vuelve a
invisibilizar el problema de la valoración social de estos colectivos; no se atiende al
rechazo social mostrado en orden a reconocer a los individuos de tales colectivos la
capacidad y la autonomía para afrontar la construcción de sus diferencias en igualdad
de condiciones; se oculta que muchas de las consecuencias de la minusvaloración se
deben, igualmente, a que tales grupos no se han insertado y continúan teniendo trabas
para participar en pie de igualdad en el campo de las relaciones económicas; no hay
una igualdad de oportunidades en la promoción política, etc. De este modo, la simple
inclusión o la posición de antidiscriminación no responden a la reconceptualización
de la política que se hace necesaria para superar los defectos de inclusión en el
proceso constituyente de la democracia moderna. Tampoco asume la necesidad de
someter a análisis «el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo
con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de
otro grupo»19.
61
imaginario político que muchos (hombres) interpretan la igualdad de derechos como
una «mezcla», incluso una «mezcolanza grosera» y un indebido intento de convertir a
las mujeres no sólo en iguales sino, incluso, en «parecidas» a los hombres20. Queda
claro, pues, que la no inclusión de las mujeres en el proceso político constituyente y
en la organización del gobierno no implica sólo un problema de extensión de
derechos. Produce, además, formas de identificación personal y de grupo por parte de
los excluidos que afectan tanto a los problemas de valor personal y de autonomía,
como a su relación con las posibilidades económicas de desarrollo igual de
oportunidades, y, de este modo acaba por connotar imposibilidad «natural» e
incapacidad «de género» para participar políticamente. Desde esta perspectiva resulta
altamente significativo el testimonio y la valoración ofrecidos por Tocqueville
cuando presenta el modelo de vida americano como el más apropiado a la
«naturaleza» de los géneros y a la especificidad de la política. En oposición al
objetivo de igualdad que persiguen los europeos y las consiguientes deformaciones
socio-políticas a que da lugar la mezcolanza grosera de individuos y grupos, nuestro
autor traza la línea divisoria de la igualdad democrática a partir de la forma de vida en
EE.UU.:
62
pues, una indiferencia ante las demandas de la diferencia. «Nosotros tenemos ahora
casi dos siglos de perspectiva para juzgarla» - se ha manifestado constantemente
respecto a las minorías en las democracias, y en este punto las sociedades llamadas
liberales no difieren de las del Antiguo Régimen. No se trata, sin embargo, de incoar
el proceso a las democracias sino de reconocer que la promesa democrática hasta
ahora no ha tenido por finalidad primordial ser el espacio en el que todos vivirían
juntos con sus diferencias, diferencias que se desean múltiples y no planificadas por
nadie (...) «Vivir juntos con nuestras diferencias» no es un proyecto pensable en este
sistema, en el que el agrupamiento se funda en la similitud» 22.
63
de los autores liberales más cercanos al profesor de Harvard. Nuestra autora destaca
los datos más conocidos de esas supuestas familias justas: un cincuenta por ciento de
los matrimonios acaba en divorcio; casi una cuarta parte de los niños/as viven en
hogares monoparentales; hay conformados núcleos familiares de personas de un
mismo sexo con niños a su cargo; la feminización de la pobreza, especialmente en la
minoría negra, es un dato alarmante... ¿Qué clase de justicia establece y presupone,
pues, en esta variedad de formas de vida? El deseo de que formas específicas de
solidaridad y amor guíen los comportamientos de los miembros de una familia no
empece para que se defiendan los derechos de justicia que corresponden a sus
miembros en cuanto individuos. Epecialmente, cuando se conocen las situaciones de
disimetría que se dan en tales uniones y las consecuencias graves para algunos de sus
componentes cuando suceden casos de separación, divorcio, malos tratos etc... Este
acriticismo sociológico hunde sus raíces en una suplantación de la política, cuya
realidad práctica e institucional se difumina, debido en gran parte a la falta de un
adecuado conocimiento de la misma, y responde, igualmente, a la ausencia de una
valoración pertinente de las propias prácticas políticas. Resulta realmente difícil de
entender la detallada atención que el autor presta, desde el punto de vista filosófico-
político, a los principios doctrinales de al gunas de las iglesias implantadas en los
EE.UU.26 frente a la total insuficiencia de la misma respecto de los problemas
políticos, de derechos sociales y culturales de colectivos como el de las mujeres o los
negros. De este modo, cuando se conoce la historia de ambos colectivos y el papel
que han jugado en su país, resulta hiriente al tiempo que im-pertinente, desde el punto
de vista político, su enfatización de los principios del pasado como «correctores» de
los mal-tratos recibidos por estos. Sin embargo, Rawls sentencia: «La misma
igualdad de la Declaración de Independencia que Lincoln invocó para condenar la
esclavitud puede invocarse para condenar la desigualdad y la opresión sufrida por las
mujeres»27.
La propia autora liberal rawlsiana antes citada, Susan Moller Okin, se ve obligada
a puntualizar que las leyes surgidas de la Reconstrucción (las enmiendas de la guerra
civil) decretaban la legalidad de la igualdad formal de los antiguos esclavos/as.
«Naturalmente aun si la medimos por este rasero, la Reconstrucción falló», escribe,
haciéndose eco de la afirmación del historiador Foner, quien estudia la
Reconstrucción como «una catástrofe para los negros/as en Estados Unidos». De este
modo, la supuesta igualdad con la que Rawls pretende emancipar ahora a las mujeres
no resiste la más mínima confrontación con la realidad, como, por otra parte, puede
colegirse del significado y de la inmediatez de las reivindicaciones que alegó el
millón de hombres negros que desfilaron ante la Casa Blanca en los días finales de
1995.
64
En su intento por asumir y completar el liberalismo, Macpherson sitúa los límites
del pensamiento liberal, por lo que a la democracia se refiere, en el solapamiento de
dicho pensamiento con la sociedad capitalista de mercado, especialmente por lo que
se refiere a los siglos xvii y xviii y a sus padres fundadores. Si bien el carácter
humanista y la dimensión ética del liberalis mo, desde mediados del siglo xix a la
mitad del siglo xx, vinieron a instaurar sus elementos más propiamente democráticos,
no deja de ser cierto que la persistencia de una economía de la escasez hizo que el
demócrata liberal tuviera que seguir aceptando la vinculación entre sociedad de
mercado y objetivos democráticos-liberales.
65
mundo de los varones iguales, cuyas diferencias se estiman irrelevantes, conforma un
mundo sin mujeres. Estas, una vez más, quedan fuera de los canales de actividad en la
vida pública, ya que se encuentran ubicadas en espacios ahistóricos, no sometidos a
revisión crítica. Desde estas premisas, Benhabib insiste, por una parte, en la
necesidad de «instar a un análisis de lo no pensado para impedir la apropiación del
discurso de la universalidad por parte de alguna particularidad», para evitar la
colonización de amplios sectores de la vida moral y política en favor de grupos
dominantes ideológicamente; por otra parte, en función de una postura crítica, no
prescriptiva, que apunta a desvelar los límites de ciertos discursos universalistas y
mostrar la «realidad» de lo «no pensado, lo no visto y lo no oído de esas teorías», la
autora propone una teoría de «la constitución de nuestra naturaleza en términos
relacionales» 31 (Se trata aquí de «el otro concreto»). En definitiva, frente a la tesis
indefinidamente universalista de Machperson, según la cual la democracia liberal,
para ser viable, ha de «contener (o dar por descontando) un modelo de hombre»32,
las teóricas feministas insisten en recuperar las dimensiones contingentes, concretas,
particulares, la historia de las voces calladas, la contextualización de necesidades,
emociones y fantasías que, al ser propios de las mujeres y su no-espacio social, no se
han tenido en cuenta, hasta ahora, como componentes de los sujetos autónomos
políticos. Estos elementos de la experiencia y las prácticas sociales marcarían, a la
postre, diferencias insuperables entre hombres y mujeres en la discusión a realizar
dentro del espacio público.
Por un lado, pues, resulta difícil de establecer como sujeto moral y político el
constructo humano derivado de una «identidad definicional» (Benhabib), que ignora
la contingencia, la particularidad y la pluralidad de las identidades propias de
diferentes sujetos. Por otro, no menos complicado y comprometido es concebir que la
igualdad económica, de realizarse, acabaría por zanjar todos los problemas sociales y
políticos. Esto es, no sólo los problemas que atañen a la explotación y la marginación
económicas sino, igualmente, los problemas relacionados con la injusticia cultural o
simbólica, aquéllos que se relacionan con las prácticas representativas y de
comunicación, con la falta de autoestima individual o de grupo, con la problemática
de género y de raza. Hace ya tiempo, Heidi 1. Hartmann escribió acerca de «Un
matrimonio mal avenido» para referirse a los intentos de identificar el marxismo y el
feminismo como si fueran una sola cosa34. Desde esta misma perspectiva, los
intentos por hacer depender los problemas de identidad, de reconocimiento, culturales
y, más concretamente, de género, del cambio de las estructuras socio-económicas
tropezarían con lo que algunos postmodernos han llamado el «metarrelato». Pues en
66
el relato originario fundacional de la modernidad se asume implícitamente que «los
varones que (se dice que) hacen el contrato original son blancos, y su pacto fraternal
tiene tres aspectos: el contrato social, el contrato sexual y el contrato de la esclavitud
que legitima el gobierno del blanco sobre el negro»35. En lo que concierne al
contrato sexual, insiste Pateman, la crítica más reconocida de las teorías liberales del
contrato social, no se discutía el carácter humano de las mujeres: se asumía que su
diferencia sexual implica, de modo natural, su situación de subordinación y
dependencia, al igual que impedía reconocerla como sujeto libre y autónomo con
capacidad de decidir políticamente. Por ello el problema, propiamente, no estriba en
otorgar a la mujer las oportunidades de acceso a un trabajo no doméstico, con ser ello
importante. Donde se juega la posibilidad de la emancipación, propiamente, es en el
ámbito del poder que decide quién trabaja en un sitio o en otro, quién ocupa unas
posiciones u otras, qué remuneraciones reciben unos u otras. En este sentido, el
problema es ya político y ético-político y no sólo económico. Es más, el verdadero
problema estriba en cómo debe expresarse políticamente la diferencia, puesto que la
diferencia sexual es el producto social de una determinación política.
67
capital»37. De ahí que hacer depender la suerte de las mujeres de su relación con una
sociedad de clases o sin ellas invisibiliza la autonomía de los elementos que
conforman los lazos «patriarcales» de dependencia. Elimina además las experiencias
de lucha que se han desarrollado a partir de la diferencia sexual, como tampoco
atiende al papel que juegan ciertas habilidades para ejercer el poder que se valoran
especialmente en la sociedades desarrolladas y que, tradicionalmente, son patrimonio
de los hombres por su «especial» autonomía con respecto a las servidumbres del
trabajo doméstico3. «La posición de igualdad de las mujeres, escribe Pateman, debe
ser aceptada como expresión de la libertad de las mujeres en cuanto mujeres, y no
considerarla como una indicación de que las mujeres deben ser precisamente como
los varones»39.
68
como razón crítica en cuanto que no se atiene ya a la costumbre, a la tradición o al
mero ejemplo sino al «conocimiento cierto», usando «en todo mi razón,
proponiéndome «no admitir jamás nada por verdadero que yo no conociera que
evidentemente era tal»41 implica una redefinición del sentido de la identidad y
autonomía propias. Ejercicio que, por lo que atañe al sujeto político, encuentra su
ámbito de formación en el espacio público. Esta redefinición práctica del sujeto,
independientemente de razas o género, apunta a «proyectos» de emancipación. No se
trata de volver a «ningún lugar», ni de recuperar algo perdido o abandonado, ni de
identificarse con algo ya dado como una esencia o una realidad natural. La hipótesis
de una autonomía «otorgada» a ciertos individuos, negros/as esclavizados o mujeres,
sin la participación en los procesos constitutivos y contextualizadores de un
imaginario social compartido, no puede producir el surgimiento de ciudadanos
activos. Los dilemas de la lucha feminista por constituir la igualdad en la diferencia
se encuentran, justamente, en la especial situación de «enajenación» histórica de las
mujeres. Pues este colectivo, como analógicamente les viene sucediendo a los negros
estadounidenses, parece que no puede remitirse a un tiempo pasado ni al cuadro de
significaciones culturales heredado, socialmente dominante. El proceso de
construcción de su identidad pasaría por la configuración de proyectos
emancipatorios de justicia, de fuerte pregnancia política, al tiempo que la
deconstrucción de estereotipos culturales tendría que apuntar más a espacios virtuales
de valores que a modelos originarios. Todo ello implica tomar una distancia tal de las
formas otorgadas de identidad en el presente que resulta una tarea ardua de realizar
así como no fácil de admitir de forma generalizada. Sin embargo, en el difícil
problema referido a la identidad, las mujeres han promovido ya la necesaria
reconstrucción de la legitimación contractual sobre la que la política moderna
fundamentó su definición de la democracia. En este sentido, la construcción de un
contrato nuevo así como la necesaria reconceptualización de los sujetos y las reglas
pertinentes obliga por igual a todos.
69
Para contextualizar estos movimientos sociales es necesario hacer referencia a los
dos grandes acontecimientos que pusieron fin a la sociedad del Antiguo Régimen: la
Revolución Francesa y la puesta en marcha de las democracias burguesas, la
Revolución Industrial y el desarrollo del sistema industrial y capitalista. Estas dos
revoluciones generaron grandes expectativas respecto al progreso de la humanidad.
Por un lado, el desarrollo de las democracias censitarias extendió las demandas de
igualdad y libertad a todos los seres humanos, por otro, la industria hizo pensar que el
fin de la escasez material estaba cercano. Sin embargo, estas esperanzas chocaron
frontalmente con la realidad. A las mujeres se les negaban los derechos civiles y
políticos más básicos, segando de sus vidas cualquier atisbo de autonomía personal.
Por otro lado, el proletariado quedaba totalmente al margen de la riqueza producida
por la industria y su situación de degradación y miseria se convirtió en uno de los
hechos más sangrantes del nuevo orden social. Estas contradicciones fueron el caldo
de cultivo de las teorías emancipadoras y los movimientos sociales del xix.
70
muy diferentes. Su movimiento era de carácter interclasista, pues consideraban que
todas las mujeres sufrían en cuanto mujeres, e independientemente de su clase social,
discriminaciones semejantes. En los Estados Unidos, el movimiento sufragista estuvo
inicialmente muy relacionado con el movimiento abolicionista. Gran número de
mujeres unieron sus fuerzas para combatir en la lucha contra la esclavitud y, como
señala Sheila Robotham, no sólo aprendieron a organizarse sino a observar las
similitudes de su situación con la de esclavitud'. En 1848, en el Estado de Nueva
York, Elisabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott organizaron una convención con la
que culminaba la campaña a favor de los derechos de propiedad de las mujeres
casadas. En ella se aprobó la Declaración de Seneca Falls, uno de los textos
fundacionales del sufragismo. Los argumentos que se utilizan para vindicar la
igualdad de los sexos son los siguientes: la apelación a la ley natural como fuente de
derechos para toda la especie humana, la apelación a la razón y al buen sentido de la
humanidad en la lucha contra el prejuicio y la costumbre. También cabe señalar la
importancia del trasfondo individualista de la religión protestante. Como ha señalado
Richard J.Evans: «La creencia protestante en el derecho de todos los hombres y
mujeres a trabajar individualmente por su propia salvación proporcionaría una
seguridad indispensable, y a menudo una auténtica inspiración, a muchas, si no a
todas las luchadoras de las campañas feministas del siglo xrx»2. En Europa, el
movimiento sufragista inglés fue el más potente y radical. Desde 1866, en que se
presentó la primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento, no dejaron
de sucederse iniciativas políticas. Como ejemplo de sus actuaciones, recordemos que
en 1908 las sufragistas se encadenaron a las verjas del número 10 de Downing Street.
Sin embargo, los esfuerzos dirigidos a convencer y persuadir a los políticos de la
legitimidad de los derechos políticos de las mujeres provocaban burlas e indiferencia.
Por ello, el movimiento sufragista dirigió su estrategia a acciones más radicales. En
1910, durante una manifestación, fueron arrestadas 119 sufragistas y muchas
resultaron heridas. Como ha destacado también Robotham: «las tácticas militantes de
la Unión habían nacido de la desesperación, después de años de paciente
constitucionalismo». A partir de 191 1 y hasta el comienzo de la Primera Guerra
Mundial, en Inglaterra la Unión Social y Política de las Mujeres ya no se limitó a una
resistencia pasiva como la de negarse a pagar impuestos sino que pasó a la acción
violenta a gran escala. Esta nunca generó víctimas pero produjo importantes pérdidas
materiales con incendios provocados (entre otros, de vagones de ferrocarril) y rotura
de escaparates. Las sufragistas detenidas mantenían huelga de hambre y eran
alimentadas a la fuerza. Pero tendría que pasar la Primera Guerra para que las mujeres
inglesas pudiesen votar en igualdad de condiciones.
Uno de los grandes desafíos teóricos del feminismo del diecinueve fue el de
desarticular la ideología de la naturaleza diferente y complementaria de los sexos. La
tarea no era fácil, ni mucho menos. Significaba enfrentarse a la autoridad de algunos
de los más grandes filósofos de la Ilustración, y a lo que se percibía como un hecho
de sentido común indiscutible: las grandes diferencias entre las capacidades y
aspiraciones de varones y mujeres. Significaba, también, dar cuenta de por qué tantas
mujeres aceptaban la tesis de su inferioridad y asentían a su destino sexual como si
fuera fruto de su inclinación personal. Es decir, había que clarificar y mostrar
71
prácticamente todo, desde que existía un sistema de dominación donde lo que se
percibía era consentimiento, hasta los beneficios que podían esperarse de cambiar una
concepción del orden social que venía estando legitimada por la divinidad, la
tradición y, salvo excepciones, la mismísima filosofía moderna3. De hecho, la lucha
de las sufragistas fue, en buena medida, la lucha por desactivar los ancestrales
prejuicios que pesaban sobre la condición femenina y conseguir redefinirla como una
condición humana. Este desafío teórico fue asumido por John Stuart Mill en The
Subjection of Women, una de las obras que más y mejor contribuyeron a clarificar la
auténtica maraña ideológica patriarcal de la sociedad decimonónica, a mirar con ojos
nuevos y lograr ver a través del gran chorro de tinta de calamar que oscurecía la
condición real de las mujeres y se sintetizaba en la apelación final a «la naturaleza de
la mujer». El autor de Sobre la libertad reformuló algunos de los argumentos que ya
formaban parte de la tradición teórica feminista y desarrolló otros nuevos procedentes
de su filosofía moral y política. La obra fue publicada veinte años después de la
Declaración de Seneca Falls y tuvo la virtud de llegar a un público más amplio, ya
agitado por la militancia feminista y seguramente ansioso por encontrar una
formulación rigurosa, sistemática y combativa de la causa que ya habían abrazado.
El segundo texto fue escrito por Elizabeth Cady Stanton, una de las líderes del
movimiento sufragista norteamericano, y forma parte de la carta que escribió a John
Stuart Mill cuando terminó de leer su obra. Dice así: «Terminé el libro con una paz y
una alegría que nunca antes había sentido. Se trata, en efecto, de la primera respuesta
de un hombre que se muestra capaz de ver y sentir todos los sutiles matices y grados
de los agravios hechos a la mujer, y el núcleo de su debilidad y degradación»5.
72
1. 1. EL FEMINISMO EN LA TRADICIÓN UTILITARISTA
John Stuart Mill era hijo de James Mill, uno de los fundadores del utilitarismo
como filosofía política. James Mill y su gran amigo y maestro Jeremy Bentham
concibieron, desde el principio, planes para la vida del joven Mill. Desde los tres años
y con su padre como exigente tutor disfrutó de una peculiar y sistemática educación
encaminada a convertirle en líder del utilitarismo filosófico y el radicalismo político.
El Principio de Utilidad, como principio axiológico, mantiene que la felicidad es el
único valor que es un fin en sí mismo, a partir de ahí cualquier medida legal o
política, cualquier acción humana será considerada justa y buena si contribuye a
aumentar la mayor felicidad del mayor número de personas. La filosofía utilitarista,
para evitar caer en posturas elitistas o subjetivistas es explícitamente individualista: la
felicidad de cada individuo cuenta lo mismo y cada individuo cuenta igual en esta
especie de cómputo felicitarlo. El principio de Utilidad se convirtió en un poderoso
instrumento para reivindicar el sufragio universal: cada individuo tiene el derecho a
defender su felicidad, es decir sus intereses y por tanto sus intereses tienen que estar
representados por el voto. De estos claros y sencillos principios parece que debía
seguirse con naturalidad el apoyo al voto femenino, pero la verdad es que no fue
exactamente así.
Una cosa está bien clara, que todos los individuos cuyos intereses están
indiscutiblemente incluidos en los de otros individuos pueden ser excluidos
de los derechos políticos sin inconveniente alguno. Desde esta perspectiva
pueden considerarse a todos los niños, hasta una cierta edad, cuyos intereses
están incluidos en los de sus padres. Y también respecto a las mujeres puede
considerarse que los intereses de casi todas ellas están incluidos o bien en los
de sus padres o bien en los de sus esposos.
73
mitad no afecta a la regla» - y no contra la filosofía general del ensayo de James Mill.
De hecho, lo que defienden es la auténtica universalización de los principios
utilitaristas. Y, en consecuencia se sitúan claramente en la tradición del feminismo de
raíz ilustrada, en continuidad con la obra de Wollstonecraft a la que citan y reconocen
como obra pionera; y también como un claro precedente de la célebre e influyente
obra de John Stuart Mill. Hasta tal punto es clara esta última relación que se ha
llegado a escribir que Mill, inconscientemente, repite los argumentos de La Demanda.
74
el matrimonial. Además de con el principio de libertad, el patriarcado - el sistema de
relaciones que institucionaliza y legitima la dominación de un género-sexo sobre el
otro - está en contradicción con el otro gran principio en que se basan las
instituciones modernas: el de justicia. La evolución de la humanidad, su progreso, se
puede medir por el hecho de que ya no se reconoce el derecho del fuerte a oprimir al
débil. La ley de la fuerza se ha cambiado por la ley de la justicia, según la cual, todos
tienen los mismos derechos en función de su condición de seres humanos. A partir de
esta igualdad social originaria, sólo lo que el hombre hace, su esfuerzo y su mérito,
pueden llevarle a ocupar legítimamente posiciones de poder u autoridad, tanto en la
vida pública como en la que se considera privada.
Libertad e igualdad son los dos principios que presiden las instituciones modernas
y en los que se funda el progreso de la humanidad. Ahora bien, el patriarcado no sólo
viola flagrantemente ambos principios sino que imposibilita que éstos se cumplan
efectivamente en el resto de las instituciones sociales. Para Mill, la solución a este
problema aparece con la claridad y distinción propios de una idea cartesiana para
todos aquellos que no estén cegados por la costumbre y el prejuicio: hasta que la
relación humana «más universal y que todo lo penetra», como es la relación entre
hombres y mujeres, no deje de basarse en la injusticia, es difícil, por no decir
imposible, que el resto de las relaciones sociales sean justas y libres. Sin embargo, el
propio Mill es consciente de la inutilidad del razonamiento anterior; de la inutilidad
de limitarse a señalar como una contradicción insoportable a la razón el hecho de
proclamar la igualdad de todos los seres humanos, y dejar fuera de esta igualdad a la
mitad de la especie. Efectivamente, los grandes pensadores ilustrados - Hume,
Rousseau, Kant - no vieron incoherencia alguna en que la universalidad de sus
principios quedase ceñida a los varones. ¿Cómo es posible tal desatino filosófico?
Mill dará una respuesta similar a la que ya mantuviese en el siglo xvii el cartesiano
Poullain de la Barre. Para este autor francés, la desigualdad de lo sexos es el prejuicio
de los prejuicios: «...tan viejo como el mundo, tan extendido y amplio como la propia
tierra y tan universal como el género humano»8. Mill afirma que, además de ser el
prejuicio más universal, es el más interesado ya que es el único que no concede poder
a una minoría o a una élite sino a la mitad de la especie. Todos los varones,
independientemente de la clase social o la raza a la que pertenezcan,
independientemente de sus cualidades físicas, intelectuales o morales disfrutan de una
relación de privilegio respecto a las mujeres. Efectivamente, ¿cómo irracionalizar
desde la sola razón un juicio que se sustenta en una mezcla de intereses, sentimiento y
costumbre, y que ha sido «racionalizado» por buena parte de los filósofos ilustrados?
Mill observa con lucidez dos dificultades a las que se enfrenta el filósofo en casos
como éste. La primera es de índole psicológica; consiste en el paradójico hecho de
que cuanto más incisivos y contundentes son los argumentos racionales contra el pre
juicio combatido, más parece éste ganar en estabilidad. El razonamiento sofístico
subyacente puede quedar debilitado, pero esto no hace sino convencer a los hombres
de que su sentimiento debe estar anclado en alguna razón tan profunda, que ni tan
siquiera los argumentos la alcanzan. Ergo, no cambian un ápice su posición. Por otro
lado, señala Mill, en estos casos, la forma de la argumentación es totalmente opuesta
a la habitual. En general, la obligación de probar o la carga de la prueba, recae
75
siempre sobre quien afirma algo; máxime si lo que se afirma es una excepción a un
principio universal. Es quien acusa quien ha de aportar evidencias y argumentos que
justifiquen su acusación, y no el inocente quien tiene que amontonar pruebas de su
inocencia. Sin embargo, en este caso, y contra toda lógica, son las mujeres quienes
tienen que aportar pruebas para mostrar «su inocencia», es decir, que no son
inferiores o que tienen los mismos derechos.
En el nuevo sistema económico, las mujeres de las clases media y alta quedaron
76
enclaustradas en un hogar que era, cada vez más, una propiedad y un símbolo del
estatus social de los varones. Pero, en el proletariado, se estaba dando el fenómeno
contrario, ya que el sistema fabril estaba incorporando en masa y sin contemplaciones
a las mujeres al trabajo industrial, mano de obra más barata y sumisa que los varones.
Las diferentes formulaciones del socialismo decimonónico, en su contundente
respuesta a la creciente situación de miseria de los trabajadores, siempre tuvieron en
cuenta la situación de las mujeres, tanto en el momento de analizar la sociedad como
de proyectar su futuro. Con el socialismo se inaugura, pues, una nueva corriente de
pensamiento dentro del feminismo. Y es importante tener presente que la articulación
de la llamada «cuestión femenina» en el socialismo, no tiene sólo como horizonte
reflexivo el hecho de la subordinación de las mujeres, sino la teoría feminista ya
consolidada, a la que se enfrenta polémicamente y se presenta como alternativa.
Aunque existe una lógica continuidad en el tratamiento de algunos temas, puede
hablarse también de un auténtico giro copernicano respecto al feminismo de raíz
ilustrada. Este giro quedará patente en las diferentes respuestas que darán estas dos
tradiciones a cuestiones teóricas, en aquellos momentos tan cruciales, como cuál es el
origen de la opresión, la posibilidad de aunar los intereses de todas las mujeres y la
estrategia correcta para lograr la emancipación.
Durante la primera mitad del siglo diecinueve surgen una serie de pensadores que,
a pesar de las discrepancias, coinciden en sus propuestas de transformación radical
del orden de la sociedad. Son los «socialistas utópicos», entre los que destacan Henri
de Saint-Simon, Charles Fourier y Flora Tristán en Francia y Robert Owen y William
Thompson en Inglaterra. La denominación de «utópicos» procede tanto del
romanticismo comunitarista que tiñe a veces sus escritos como de la propia evolución
del socialismo posterior hacia análisis más rigurosos y realistas de las posibilidades
de cambio social. En general, proponen la vuelta a pequeñas comunidades en que
pueda existir cierta autogestión - los falansterios de Fourier - y se desarrolle la
cooperación humana en un régimen de igualdad que afecte también a los sexos. Sin
embargo, y a pesar de reconocer la necesidad de independencia económica de las
mujeres, en ocasiones no fueron suficientemente críticos con la división sexual del
trabajo. Aun así, su rechazo de la sujeción de las mujeres tuvo gran impacto social y
la tesis de Fourier de que la situación de las mujeres era un indicador del nivel de
civilización de la sociedad fue literalmente asumida por el socialismo posterior.
77
moral concedía gran importancia a la transformación de la institución familiar.
También condenaban la doble moral y consideraban el celibato y el matrimonio
indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticia e infelicidad. De
hecho, como señalara en su día el propio John Stuart Mill, a ellos cabe el honor de
haber abordado sin prejuicios temas con los que no se atrevían otros reformadores
sociales de la época.
78
de las mujeres12. Primero esgrime el argumento de la competencia instrumental: al
educar a las mujeres la sociedad no desperdiciaría por más tiempo «su inteligencia y
su trabajo»; en segundo lugar, desarrolla el argumento de la competencia moral: las
obreras, bien educadas y bien pagadas, podrán educar a sus hijos como conviene a los
«hombres libres», a los ciudadanos; en tercer y último lugar, el que denominábamos
el argumento de la compañera, argumento según el cual los varones se benefician de
la emancipación de las mujeres en cuanto que éstas dejan de ser sus meras siervas y
pasan a ser auténticas compañeras: «porque nada es más grato, más suave para el
corazón del hombre, que la conversación con las mujeres cuando son instruidas,
buenas y charlan con discernimiento y benevolencia»13.
5. SOCIALISMO MARXISTA
A mediados del siglo xix, las propuestas más o menos utópicas del socialismo
anterior fueron perdiendo fuerza. Esto se debió en buena medida a la aparición de
análisis más rigurosos de la economía capitalista y de un nue vo proyecto de
transformación social. La obra de Karl Marx fue decisiva en la configuración del
79
nuevo socialismo desde el que diferentes autores - que se han calificado como
marxistas - analizaron la situación de las mujeres. En la tradición marxista, el
proletariado aparece como la clase social destinada a acabar con la explotación del
hombre por el hombre y a crear una sociedad nueva. La socialización de los medios
de producción es el principio de la futura sociedad comunista, una sociedad sin
clases, basada tanto en la solidaridad como en la realización de las diferentes
facultades del ser humano.
80
orígenes de la situación de las mujeres se desprenden dos importantes consecuencias.
En primer lugar, en consonancia con las tesis del materialismo histórico, se destierra
cualquier tipo de argumentación biológica o naturalista - una supuesta debilidad
física, la capacidad reproductora como minusvalía - para explicar una desigualdad
social. El origen de la desigualdad sexual, como el de cualquier otro tipo de
desigualdad, es social, en concreto económico. En segundo lugar, Engels extraerá
importantes consecuencias estratégicas del razonamiento anterior. Si la desigualdad
sexual tiene su origen en la propiedad privada y en la separación de las mujeres del
trabajo productivo, abolir la propiedad privada de los medios de producción y la
incorporación masiva de las mujeres a la producción, supondrá, en buena lógica
histórica, el fin de la desigualdad sexual.
Por otro lado, el socialismo insistía en las diferencias que separaban a las mujeres
de las distintas clases sociales. Así, aunque las socialistas apoyaban las demandas de
las sufragistas, también las consideraban enemigas de clase y las acusaban de olvidar
la situación de las proletarias, lo que provocaba tensiones y enfrentamientos entre los
movimientos. Sin embargo, existen numerosos testimonios del dilema que se les
presentaba a las mujeres socialistas: aunque suscribían la tesis de que la
emancipación de las mujeres era imposible en el capitalismo - debido a la explotación
laboral, la doble jornada, etc.-, eran conscientes de que para sus compañeros o para la
dirección del partido «la cuestión femenina» no era precisamente prioritaria.
81
referente al sexo) y relacionó la explotación económica y sexual de las mujeres. En
este sentido, es imprescindible remitirse a la obra que la rusa Alejandra Kollontai
escribe ya a principios del siglo xx. Kollontai puso en un primer plano la cuestión de
la igualdad sexual y trató de demostrar su interrelación con el triunfo de la revolución
socialista22.
6. EL MOVIMIENTO ANARQUISTA
82
La desconfianza frente al Estado y las instituciones les llevaba, por un lado y
frente a las sufragistas, a minimizar la importancia del voto y de las reformas
institucionales; por otro, veían como un peligro enorme lo que a su juicio proponían
los socialistas: la regulación por parte del Estado de la procreación, la educación y el
cuidado de los niños. Por ultimo, hay que señalar que debido a su crítica radical del
camino tomado por la destructiva y alienante civilización productivista, algunas
anarquistas llegaron a sostener posturas que les convierten en precursoras de algunos
planteamientos cercanos al ecologismo y la búsqueda de formas alternativas de vida
para todos. En palabras de Lily Wilkinson «...en la vida comunal libre se descubrirá,
no que las mujeres deban emanciparse convirtiéndose en abogados, médicos, etc.,
sino que los hombres tendrán que emanciparse retirándose de ocupaciones tan
anormales para retornar a su hogar, su jardín y su parcela, que constituyen la
auténtica parcela de la vida humana» 26.
RAQUEL OSBORNE
83
* Este trabajo fue publicado con anterioridad en Raquel Osborne, «Desigualdad y
relaciones de género en las organizaciones: diferencias numéricas, acción positiva y
paridad», Política y Sociedad, vol. 42, núm. 2, 2005, págs. 163-180.
84
1. PROPORCIÓN NUMÉRICA Y PODER SOCIAL DIFERENCIAL ENTRE
GRUPOS
85
de grupos con diferente poder social condujo, en un primer momento y en el seno de
los partidos políticos, al planteamiento de las cuotas2. Dado que, de entre los factores
que entran en juego, se achaca al sistema de cooptación existente buena parte de lo
inaccesible de la entrada de las mujeres a los lugares de decisión, las acciones
positivas y su concreción más llamativa, las cuotas, se proponían como medios para
lograr el objetivo de introducir controles dentro de los sistemas de cooptación a fin de
lograr su desmasculinización (Valcárcel, 1997: 110-111). En un segundo momento se
llegó a la idea de democracia paritaria como un derecho más de ciudadanía, el
derecho a la igualdad, a fin de eliminar el llamado «déficit democrático». Se trata de
conseguir un reparto equilibrado del poder público y político entre mujeres y hombres
(en proporción del 40-60 por 100 indis tintamente) como elemento fundamental para
resolver este problema que aqueja a nuestras sociedades. Para ello se habla de
«cambiar la estructura de los procesos de decisión con el fin de asegurar la igualdad
en la práctica» (Declaración de Atenas, 1993)3, es decir, de elevar a cifras igualitarias
con los hombres la participación política femenina para, a partir de ahí, transformar la
práctica política, feminizándola4.
Cuando se discuten las razones, o la justeza de las mismas, por las que las mujeres
-y algunos varones - exigen una democracia paritaria, o, en sentido más amplio, la
participación en condiciones de igualdad con los hombres en todos los ámbitos de la
vida en sociedad, se suelen esgrimir, por lo general, tres tipos de argumentos. De una
parte, el de una cuestión de estricta justicia democrática - pues de otra forma, se
afirma, el sistema democrático no estará legitimado-. Se sostiene que lo importante es
cambiar la representación y, si eso se logra, se está ya cambiando el mundo. Es decir,
hay un decantamiento por un argumento ético5. El segundo conjunto de razones es de
corte utilitarista o pragmático: se habla del desperdicio en recursos humanos que
supone no contar con la aportación de las mujeres, de la mayor sensibilidad de éstas
ante ciertos problemas resultado de su experiencia vital, de la imagen de modernidad
que aportan a los partidos o del efecto dominó sobre los otros partidos en cuanto uno
de ellos incrementa su oferta femenina de representación (Lovenduski, 2001)6. En
tercer lugar, se esgrime el argumento de la «diferencia» que las mujeres aportan al
mundo generizado de las instituciones, tradicionalmente masculinas: «la
inadecuación del mundo político a las mujeres se resuelve por la cantidad» porque, se
afirma, «la cantidad es calidad cuando se alcanza una masa crítica»7. Con todo,
Drude Dahlerup (1993) no considera que un cierto número de personas constituya per
se una masa crítica, entendiendo por masa crítica la que es capaz de cambiar los
modos de la política para que sea favorable a las mujeres, siendo conditio sine qua
non que medie voluntad y alianzas políticas para ello.
86
democracia representativa, si la variable de sexo-género - el ser hombre o mujer - no
tuviera relevancia, la proporción de personas elegidas oscilaría entre un 60 por 100 y
un 40 por 100 por la aleatoriedad del sistema de elección, pero como es de sobra
sabido, la realidad discurre por cauces muy distintos.
1) El acceso a los recursos. Hay dos condiciones para que el poder sea realmente
poder y no «mera» influencia: que sea explícito y que sea legítimo. Estas dos
circunstancias concurren en grado óptimo en el poder político, el más excelencia
público y visible que existe, por lo que se le considera el analogado por (Valcárcel,
1997: 115; Gallego, 1994: 21; Jónasdóttir, 1992: 56). Las mujeres han tenido a lo
largo de la historia «influencia», qué duda cabe, pero sin reunir las condiciones de
explicitud y/o legitimidad a que acabamos de aludir, situación que se sigue repitiendo
en la actualidad, si bien algo más atenuada.
Persiste una diferencia de estatus simbólica entre los sexos, por lo cual los
varones gozan de un excedente de valoración por el mero hecho de serlo, mientras
que las mujeres necesitan sobrecualificarse, demostrar, de una parte, que son más que
lo que se espera de ellas y, de otra, que no son eso que al mismo tiempo se espera de
ellas. Nos explicamos. Como indica María Antonia García de León (2002), las
mujeres tienen una legitimación interina y precaria; esto ha sucedido con las élites
femeninas españolas, que han podido acceder a los puestos profesionales como
pioneras al haber ocupado puestos de primogenitura, inicialmente previstos para hijos
mayores que nunca existieron, y/o haber contado con un apoyo explícito y extra de
los maridos, ya previamente bien colocados. Es decir, sólo circunstancias ex
cepcionales han predispuesto a estas mujeres a hallarse mejor situadas, más apoyadas,
cualificadas y relacionadas que la media de su generación - años 50 y 60 del pasado
siglo-, todas ellas cuestiones habitualmente garantizadas para el varón. Si estas
mujeres fueron «las herederas», en terminología de García de León, también lo
lograron contra viento y marca algunas otras, minoritarias entre la minoría - «las
heridas» como ella las denomina-, sin los apoyos previos comentados, pero a costa en
buena medida de demostrar que no eran lo que se esperaba de ellas - ni madres ni, a
veces, esposas.
87
otras mujeres, para que el propio poder pueda reproducirse, transmitirse: se necesita
la ratificación masculina de nuestras decisiones (Amorós, 2004). De ahí que, aunque
muchas mujeres prefieran ser promocionadas por otras mujeres para, entre otras
cuestiones, no ser tachadas de «florero», sin embargo se saben más solidamente
reconocidas si las elige un jefe (Verdú, 2004)S.
88
inconstitucionalidad contra las leyes de paridad aprobadas por los Parlamentos de
Castilla-La Mancha y de las Islas Baleares, la presencia de la mujer en la vida política
está, pues, vinculada a la voluntad «privada» de un dirigente político (Gallego-Díaz,
2004). Ello nos conduce directamente al segundo apartado.
89
tarjeta visa, ni tanto viajar en primera, ni nada de eso», declara una alta profesional
del periodismo - como de las relaciones informales, orientadas hacia la fratría - en el
sentido dado al término por Amorós-, que rigen tales encuentros, como lo muestra el
siguiente titular: «"La cumbre europea de Laeken concluyó con un diálogos entre los
líderes sobre el jamón dulce y las modelos", El País, 18-XII-01» (en García de León,
2002: 205).
90
otra parte, un estudio conjunto de la Universidad Autónoma de Barcelona y de
CC.OO. señalaba «varias razones del estancamiento de la mujer en los puestos
medios. La principal era que los hombres parecen tener mejores condiciones para
participar en actividades informales con la clientela. Es decir, que asumen sin reparos
cenar o tomar copas como parte del trabajo, mientras que las mujeres son más reacias.
Por otra parte, las propias mujeres, según ese texto, renuncian a veces a sus
aspiraciones, al tener más obligaciones domésticas y familiares que sus compañeros»
(El País, 23 de junio de 2000). Todo esto enlaza con:
3) El tiempo disponible: como es bien sabido, se observa, estudio tras estudio, que
el reparto de las tareas domésticas sigue siendo muy desfavorable para las mujeres,
sean éstas amas de casa o asalariadas`. En otros países, los datos no son más
alentadores: en conjunto, los padres pasan cuatro veces menos tiempo con sus hijos
que las madres «y ni tan siquiera se sienten obligados con respecto a ellos», tal y
como relata Elisabeth Badinter, quien cita seis de los libros más relevantes publicados
en los EE.UU. e Inglaterra en los años 80 (Badinter, 1993: 204). Con todo, se pueden
hacer algunos matices: si bien el sexo es lo que determina quién realiza el trabajo
doméstico, el nivel de estudios contribuye eficazmente a suavizar la división sexual
del trabajo en el hogar (Izquierdo, 1988), pero la variable más decisiva no es tanto la
categoría del marido como la de la mujer (Alberdi, 1995: 201): sólo la hipogamia de
la mujer le permite contar con un mayor poder de negociación en el seno de la pareja
y lograr así alguna distribución más equitativa de las tareas domésticas.
91
están casados y tienen hijos (que van desde uno a cinco hijos, hasta un total de
veintidós), de las ocho ministras, tres están solteras, dos han estado casadas pero ya
no lo están y las tres restantes se hallan actualmente en ese estado. De entre las
casadas antes o ahora sólo suman cinco hijos (Arce García, 2004). De este modo, y
frente al modelo tradicional encarnado por el varón, las ministras citadas representan
la modernidad, los nuevos modelos de vida y de familia de nuestro país que esconden
tras de sí con demasiada frecuencia la incompatibilidad entre familia y función
pública para las mujeres (Freixas, 2004).
Con esto queremos señalar que, con harta frecuencia, la que ha llegado al umbral
del puesto directivo ya presenta un perfil de disponibilidad temporal que le permite
una dedicación importante a la empresa, demostrada ya normalmente en su
trayectoria anterior. Sin embargo, el discurso dominante por parte de los colegas
masculinos sostiene lo contrario, poniendo por delante la supuesta falta de tiempo de
las mujeres, discurso que por dominante aparece como de sentido común aunque la
realidad desmienta el dato. De la supuesta falta de compromiso con la empresa se
achaca, por extensión, una especial dificultad para generar confianza en los colegas y
respeto en los empleados, pero ello no parece sino ocultar, por inconfesable, lo que
subyace a esta desenfocada percepción: la no aceptación del mando femenino
(Callejo y otros, 2004: 46).
a) Se suele decir que las mujeres no han sido socializadas en el poder, que el
poder no es una meta para ellas. Gallego (1994: 22 y sigs.) comenta críticamente las
conclusiones de estudios pre-feministas sobre la participación política, en los que se
obtenía como resultado un supuesto desinterés de las mujeres por este terreno de la
actividad humana. Con posterioridad, trabajos de investigación realizados con una
óptica feminista pusieron de manifiesto que el aparente desinterés por la participación
política o el posicionamiento ideológico no tenían que ver específicamente con el
sexo femenino sino más bien con las condiciones de vida de las personas, condiciones
relacionadas con la edad, el nivel de estudios o el empleo. Estos resultados enlazan
con la corriente de la sociología feminista que apunta a que los intereses de las
personas responden más bien a su experiencia y a su ubicación en el mundo". Se
92
observa, pues, que ha sido esta experiencia la que ha hecho a las mujeres rechazar en
buena medida la política al uso, que han entendido como unas formas de hacer desde
las que se escamotea su propia vida, sus propios intereses, siendo así percibido este
ámbito como un locus que las ha ignorado tradicionalmente.
93
3. DE LAS «MUJERES SÍMBOLO» A LA MASA CRÍTICA
Para entender un poco más qué significan o por qué se piden las acciones
positivas, no es ocioso aclarar cuán significativas son las proporciones entre grupos
con diferente estatus en las organizaciones de todo tipo y en la vida social en general.
Ello ayudará a comprender qué significa estar en minoría tanto en lo que respecta a la
dinámica entre las personas que componen los grupos como en cuanto a las
posibilidades de ejecución de ciertas políticas o de tomar determinadas iniciativas.
Como consecuencia del valor heurístico del trabajo de Kanter, que supuso un
importante punto de partida para numerosas investigaciones posteriores, su obra ha
sido examinada exhaustivamente. Kanter sostiene la existencia de unas situaciones
estructurales - el hallarse en minoría numérica - como determinante de las relaciones
de subordinación para las personas implicadas. Lynn Zimmer (1988) apunta como
deficiencia en su planteamiento el haber tratado de crear unas categorías neutrales
respecto del género; así, ser hombre o mujer no supondría una diferencia a la hora de
encontrarse en situación de minoría numérica, cosa que los resultados de numerosos
estudios desmienten: no basta con constatar la desproporción numérica si no tenemos
en cuenta la disparidad de poder social realmente existente. Como señalan Begoña
Pernas y Juan Andrés Ligero, un grupo de trabajadores puede, en un entorno
masculino, hostigar a la nueva mujer jefa para castigarla por su autoridad, que no
acepta, mientras que en un entorno muy feminizado un jefe puede hacer chantaje a
una trabajadora y abusar de su jefatura para ligar con ella (Pernas y Ligero, 2003:
131). Quienes se comportan con el «síndrome de la abeja reina», están teniendo en
cuenta esa percepción del desigual poder real. Con todo, el enfoque de Kanter
introducía una gran novedad respecto de tratamientos anteriores: intentar
desindividualizar el problema, tradicionalmente achacado a deficiencias de
socialización y educativas en general, para de esta manera «desculpabilizar» a las
mujeres por «no estar a la altura» de lo exigido por la situación. Como contrapartida
indeseada se desculpabilizó, no obstante, a los varones de la creación de las
dificultosas situaciones en que trabajan muchas mujeres.
Por todo ello nos interesará examinar someramente, en primer lugar, qué sucede
cuando las mujeres, un grupo con menor poder que los hombres en todos los órdenes,
forman una minoría exigua, para, en segundo lugar, analizar algunas de las
posibilidades que se abren cuando las mujeres componen una minoría más amplia
que, a partir del 30-35 por 100, constituye una masa crítica. Se podrán romper de esta
manera algunos mitos o especulaciones relativas a si las mujeres en el poder o en
altos cargos se asimilan a la dinámica existente sin más transformaciones - como si
ello dependiera de una mera decisión voluntarista-, al igual que se comprenderán los
costes que, tan a menudo, supone el estar en minoría absoluta en un lugar donde la
casi totalidad de personas son varones.
Cuando en un grupo se produce una mayoría casi total de varones y una minoría
94
casi total de mujeres tiene lugar una dinámica determinada entre aquellos que
dominan numéricamente y las que Kanter denomina token women, «mujeres
símbolo», y que García de León ha estudiado en el caso de las pioneras profesionales
en España bajo la denominación de «élites discriminadas»: con ello alude a las
primeras mujeres que ingresaron en la cúspide de las profesiones, minoritariamente, a
partir de los años 60 del pasado siglo. Cuando dos grupos con diferente bagaje entre
sí interactúan socialmente se produce inevitablemente un fenómeno de aculturación,
por el que el grupo con menor poder se incorpora, se «suma» inevitablemente a la
cultura del grupo con mayor poder (García de León, 2002).
Podemos clasificar en•dos grandes sectores la respuesta de las mujeres ante esta
difícil situación: el de quienes se comportan con el ya citado «síndrome de la abeja
reina», y cuya conducta responde a lo que Amorós deno mina, de forma más barroca,
«síndrome del becario desclasado»13, desmarcándose del resto de las mujeres que
(aún) no ha llegado; y el de quienes adoptan una postura solidaria, crean conciencia
social y contribuyen a que se llegue a la masa crítica. Conviene recordar que la élite
femenina se encuentra aislada, tanto de la élite masculina, de quien depende su
legitimación interina y precaria, como de la masa femenina, que no ha podido
incorporarse a esas parcelas de poder (García de León, 2002), dinámica que se crea a
partir de la interacción de grupos compuestos por personas que encarnan sexos con
una diferente categoría social o estatus14
95
a) la visibilidad: las mujeres atraen una atención desproporcionada sobre sí
mismas sin proponérselo; b) la polarización: las diferencias entre las unas y los otros
son exageradas por ellos, y c) la asimilación: los atributos de la minoría se
distorsionan para que encajen en las ideas preconcebidas acerca de su sexo.
sabenque lo que hagan va a ser tomado como una señal de lo que «hacen todas las
mujeres», lo cual genera la «sobrecarga de identidad» de que hablaba Michele
le Doeuff (cit. por Amorós, 2004) o la «sobrerrepresentación» a que se refiere
García de León;
ellosupone tener que estar siempre en la cresta de la ola, denotando una fortaleza
psíquica extraordinaria y constante. En suma, no poder aparecer como débiles;
elintento de limitar la propia visibilidad: hacia ese fin se encaminan los esfuerzos
por pasar inadvertidas, por ejemplo, en la vestimenta, masculinizándola lo más
posible, señal de la necesidad de adaptación a un mundo predominantemente
masculino (de Diego, 1992);
96
no es una de ellos, que es una extraña. Porque no es una de ellos se la deja fuera de
ciertas redes informales16, según hemos tenido ocasión de comprobar.
Como en estas situaciones las mujeres son demasiado pocas no pueden crear una
subcultura que contrarreste estos fenómenos, así que se ven limitadas a responder:
bien,en un intento de ser aceptadas por los dominantes, mostrándoles lealtad por
medio de dejar pasar o incluso participando en los comentarios o chistes que
reflejan prejuicio hacia las propias mujeres;
97
CRÍTICA)
¿Qué se entiende por masa crítica? Se define, como ya hemos indicado, no sólo
por un incremento en la cantidad relativa de mujeres. Implica, y esto es más
importante, «un cambio cualitativo en las relaciones de poder que permite por
primera vez a la minoría utilizar los recursos de la organización o de la institución
para mejorar su propia situación y la del grupo al que pertenece» (Valcárcel, 1997:
176). Más aún: con la incorporación de las mujeres a las instituciones y
organizaciones tradicionalmente masculinas, se ha acabado poniendo en cuestión la
masculinidad de dichas entidades. A esta situación ha tratado de dar respuesta el
planteamiento de la paridad, más allá del que se desprende de la consideración de las
mujeres como un grupo minoritario en un marco dominante. Si se sigue esta última
lógica, tal y como se ha hecho con los esclavos, los negros, los inmigrantes etc. en
tanto que miembros de un grupo discriminado, criterio en el que se basa la mayoría
de las legislaciones que promueven la igualdad, se aplica un planteamiento
antidiscriminatorio de igualdad formal cuya instrumentación se aplica por medio de
las acciones positivas. Con este modelo, la carga de la prueba recae en el grupo que
se siente discriminado. En el mejor de los casos, se mejora la igualdad de
oportunidades de las mujeres y se consiguen iniciativas puntuales, de difícil
continuidad, y la lógica profunda del sistema -la desigualdad sustantiva de hombres y
mujeres - permanece incuestionada.
¿Qué diferencias acarrea el constituirse en una masa crítica? Pasar a ser una
minoría menos minoritaria - para situarse en torno al 30-35 por 100 - va a permitir
comenzar a influir en la cultura del grupo y lograr el establecimiento de alianzas entre
los partícipes del grupo menos numeroso. De esta forma, sus miembros podrán
empezar a cambiar la estructura de poder y, por añadidura, el propio estatus como
minoría para, a partir de ahí, poder reproducirse y crecer (Dahlerup, 1993: 176-177).
Todo ello estará relacionado, no obstante, con el apoyo externo con que cuente esa
minoría, formado en este caso por el movimiento de mujeres en general y todas
aquellas redes y recursos que existen a su alrededor o por su inspiración.
98
resultados de constituirse en amplia minoría en los países escandinavos con
posterioridad a que el fuerte movimiento de mujeres, en alianza con una importante
política de Estado, impulsara un tipo de iniciativas encaminadas a ampliar la
participación laboral y política de las mujeres en aquellos países. Divide sus
conclusiones en dos apartados. En primer lugar, señala algunas ventajas de
convertirse en una gran minoría, que podrían resumirse de la siguiente forma:
En todos los casos las mujeres en la política sienten que con su incorporación
semimasiva se ha creado un mejor ambiente en el seno de las instituciones políticas.
Por contra, siempre que las mujeres políticas tienen hijos y familia que atender lo
viven como un problema, a diferencia de los varones, que ya comentamos que lo
percibían como un apoyo.
99
legislatura la concerniente a la violencia de género. Asimismo se va logrando que
todo partido que se precie tenga un amplio número de mujeres en sus listas
electorales, del mismo modo que la presencia de mujeres en altos cargos va siendo
considerada un signo de distinción, cuando no de modernidad (Lovenduski, 2001).
4. A MODO DE EPÍLOGO
100
Como hemos señalado en otros trabajos anteriores (Osborne, 1996 y 1997), la
acción positiva no se aplica exclusiva, ni tan siquiera centralmente, a las mujeres.
Medidas de este tipo fueron arbitradas en primer lugar para la minoría de los negros
en los Estados Unidos, tras un período de duros enfrentamientos a comienzos de los
60 durante el movimiento a favor de las libertades civiles. Cuando fueron planteadas
por la Administración Johnson contaban con un amplio respaldo social a la hora de
reconocer, por parte de la sociedad estadounidense, la retahíla de agravios que
enturbiaban las relaciones entre negros y blancos a lo largo de su tormentosa historia.
Pero las mujeres lograron un reconocimiento tardío de similar derecho porque «la
carga de la prueba» cayó sobre sus hombros mientras que la discriminación por
motivos de raza cayó en descrédito, al menos formalmente hablando.
101
cambiar nada - más bien se cambia a las mujeres y de mala manera, como hemos
visto en el análisis del «tokenismo»-. Dicho de otra manera: las mujeres, cuando son
pocas, difícilmente pueden cambiar las cosas. Sólo las alianzas entre ellas y el dejar
de ser minoría pueden transformar los ámbitos del poder. Para ello las acciones
positivas y, sobre todo la paridad, pueden jugar un papel relevante.
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106
La igualdad de las mujeres es una vieja cuestión, inseparable de la de la libertad.
Ahora bien, libertad e igualdad, como es sabido, son valores en conflicto, y si cabe lo
son aún más ante el auge del neoliberalismo y de la globalización económica. En este
contexto la articulación de la libertad e igualdad de las mujeres requiere una especial
atención, esto es, introducir la perspectiva de la justicia social y política, poner de
manifiesto la necesidad de condiciones materiales e institucionales que permitan
afrontar aquellas desigualdades económicas, sociales y políticas que cercenan el
ejercicio de la libertad de las mujeres y que apuntan al sentido y dirección de una
profundización en la igualdad. En el debate filosófico político de los últimos años la
revisión o renovación del lenguaje de la ciudadanía y la irrupción de las demandas
multiculturalistas han puesto el centro de reflexión en la igualdad política y en la
inclusión democrática'. Las exigencias de justicia y pertenencia irían en esta línea,
mientras que las cuestiones de igualdad y redistribución económica parecen quedar
relegadas o minimizadas. No obstante, muchas son las llamadas de atención sobre el
crecimiento de las desigualdades y de la pobreza a nivel mundial, es decir, tanto en
los países desarrollados como en los empobrecidos. Asimismo se incide en que el
crecimiento de las desigualdades y el empobrecimiento tienen un impacto enorme en
las vidas de las mujeres. Por supuesto podemos advertir que esto no es algo realmente
nuevo, sin embargo sí podemos convenir en que es necesario volver a dar un lugar
prioritario, no relegar, estas cuestiones2.
107
1. LIBERALISMO POLÍTICO DE LAS CAPACIDADES: LA LUCHA
POR EL FLORECIMIENTO HUMANO
108
humano con el liberalismo, dando cabida a la elección y a los derechos y libertades.
El problema que suscita el liberalismo tiene que ver con la igualdad, con las
condiciones materiales e institucionales, no con la libertad. De ahí que insista en que
el fin distributivo político debe ser definido en términos de capacidades, no de
funcionamiento real, y que la capacidad de elección sea la capacidad central a que ha
de atenderse en cada área de la vida, haciendo hincapié en que la elección - lo que
sería esencial al liberalismo - ni es pura espontaneidad ni es independiente de las
condiciones sociales y materiales. No obstante, tiene que reconocer que aunque
Aristóteles concede cierto papel a la elección, no es suficiente, lo que le lleva a
asumir la idea liberal de que el ciudadano, en tanto que libre y con dignidad, es un
«hacedor de elecciones». Teniendo en cuenta esta combinación, la tarea urgente que
corresponde a la política es la de proporcionar a los ciudadanos lo que necesitan,
tanto para poder realizar las elecciones como para tener posibilidades reales de
ejercer sus funciones más valiosas. Las libertades, los derechos políticos, coincide
con Sen, son fundamentales no sólo para la satisfacción de las necesidades sino sobre
todo para poder formularlas. Ahora bien, el fin político es la capacidad, no el
funcionamiento. Los ciudadanos serán libres de elegir los funcionamientos y cómo
usarlos. La autonomía, el respeto por la elección, constituye una de las piezas
arquitectó nicas de su propuesta, forma parte de la razón práctica. Pero asimismo se
requiere cuidar de la forma de vida que la sustenta.
Las preguntas que están en la base de la concepción de esta autora son ¿qué
funciones humanas son importantes?, ¿qué precisa una vida humana buena?, ¿qué
elementos de nuestra experiencia nos parecen tan importantes para nosotros que son
parte de quienes somos?'. La concepción aristotélica parte de la idea intuitiva de que
los seres humanos no son dioses ni bestias, sino seres caracterizados por ciertos
poderes básicos y por una «asombrosa necesidad». Con Aristóteles y Marx como
referentes, destaca la complejidad de las relaciones humanas, unas relaciones de
dependencia e interdependencia, de los seres humanos entre sí y en relación con el
mundo natural. Esto es importante a la hora de perseguir el bien, por ello la tarea de
la política debe ser imaginar formas de interdependencia que sean humanas y no
serviles, así como forjar, en la medida de lo posible estas circunstancias'. Si la razón
práctica es una de las piezas arquitectónicas de su concepción, la sociabilidad o la
afiliación es la otra. En sus últimos escritos la idea intuitiva sigue siendo ésta, aunque
se hace más hincapié en la dignidad. Los seres humanos son seres con dignidad y
necesitados, vulnerables e incompletos, limitados y capaces, animales políticos que
no pueden sustraerse a los envites de la fortuna, ni a las tragedias, es decir, no pueden
sustraerse a los riesgos y exigencias de su experiencia mundana, terrenal, variable y
diversa histórica y culturalmentelo
109
humanas centrales, recientemente formula un principio político: el principio de cada
persona como fin, que va a redenominar «el principio de la capacidad de cada
persona»11, queriendo incidir en que las capacidades deben ser perseguidas para
todas y cada una de las personas, tratándolas como un fin y nunca como un medio. De
igual modo insiste en que las capacidades centrales no pueden ser violadas para
conseguir otros tipos de ventaja social.
110
materiales e institucionales, no es solo una cuestión de tener derechos sobre el papel,
sino de estar en posición de ejercerlos, de ahí la necesidad de atender a los recursos
materiales e institucionales, tanto para la formación de las capacidades como para su
expresión. Con otras palabras, las libertades y oportunidades reconocidas en su lista
no son puramente formales, coincidiendo con Rawls en que responden al «igual valor
de la libertad» y a una «realmente equitativa igualdad de oportunidades». En segundo
lugar, la búsqueda y propuesta de un mínimo social decente - las capacidades como
fines sociales - remite a la provisión de un «umbral de capacidad». Así pues, en lo
que respecta a la igualdad Nussbaum deja abiertas las posibilidades de articulación
distributiva, el umbral de capacidad apunta a la suficiencia. No entra en el debate
sobre los niveles de igualdad, sobre las propuestas igualitaristas o el principio de la
diferencia, etc., indicando que esto se debe abordar cuando las diferencias sean
significativas en la práctica14. Puntualiza, eso sí, que por igualdad entiende la no
discriminación por razón de raza, sexo, etc. y que, en lo que respecta a la igualdad
material, son necesarias políticas redistributivas, pero no aborda cuestiones
económicas. Al presentar una teoría parcial de la justicia también quedan fuera otras
cuestiones que siendo importantes han de esperar a posteriores desarrollos. Propone
aplazar estas cuestiones hasta que todos los ciudadanos estén por encima del umbral,
algo todavía no realizado. Por una parte, en línea con su defensa de la lista de
capacidades, quiere dejar abierta la posibilidad de distintas formas de distribución.
Por otra, no descarta que se produzcan conflictos trágicos a la hora de decidir entre
niveles de capacidades, sobre todo si consideramos las situaciones de graves
privaciones que aquejan a los países en desarrollo. Lo fundamental es que la igualdad
de capacidad no se vincula necesariamente con la igualdad de recursos, dependerá de
cómo los recursos afecten una vez que rebasamos el nivel del umbral de capacidad.
Basta aquí recordar que más no siempre es mejor.
La idea orientadora de la lista es que una vida realmente humana es una vida que
está determinada por los poderes humanos de la razón práctica y la sociabilidad. Su
objetivo es lograr un consenso entrecruzado, en el sentido rawlsiano. Comporta una
concepción moral como un punto de vista independiente (freestanding), es decir que
no se deduce de la teología natural, de la metafísica o de cualquier otra fuente moral.
Entiende que, según su interpretación, esto está en la explicación de Aristóteles del
funcionamiento humano, no obstante ella suscribe una concepción parcial, no
totalmente comprehensiva de la vida buena. Parcial, como es sabido, porque es una
concepción moral únicamente para los principios políticos. Veamos la lista:
1.Vida. Poder vivir una vida humana completa de duración normal; no morir
prematuramente o antes de que la vida de uno sea tan limitada que no merezca
la pena vivirla.
111
de un lugar a otro; protegerse frente a ataques violentos, incluyendo el acoso
sexual, la violación dentro del matrimonio y la violencia doméstica en general.
6.Razón práctica. Poder formar una concepción del bien y tomar parte en
reflexiones críticas sobre la planificación de la propia vida. Esto incluye, hoy
en día, poder buscar empleo fuera del hogar familiar (en un régimen que
proteja la libre elección de ocupación) y participar en la vida política.
7.Afiliación. Poder vivir para y por otros, reconocer y mostrar preocupación por
otros seres humanos, participar en varias formas de interacción social. Ser
capaz de imaginar la situación de otro y tener compasión por tal situación.
Tener capacidad para la justicia y la amistad. Proteger esta capacidad
significa, una vez más, proteger las instituciones que constituyen esas formas
de afiliación y también proteger las libertades de reunión y expresión política.
8.Otras especies. Poder vivir interesándose y en relación con los animales, plantas
y el mundo de la naturaleza.
112
Poder vivir la vida en el propio entorno y contexto. Esto significa tener garantías
de libertad de asociación y libertad frente a acciones de busca y captura injustificadas.
También significa cierto tipo de garantía de integridad respecto de la propiedad
personal, aunque esta garantía pueda estar limitada de varias formas por las demandas
de igualdad social; y está siempre sujeta a negociación en relación con la
interpretación de las otras capacidades15.
113
con la humanidad. Su defensa de la ciudadanía mundial no supone la creación de un
Estado mundial, ni tampoco renunciar a los apegos e identificaciones particulares. Se
opone al patriotismo, quiere incidir en la interdependencia de todos los seres y
comunidades humanas, respetando la individualidad y la elección. Asimismo,
defiende la ciudadanía mundial, más que la democrática o nacional, como núcleo de
la educación cívica. No obstante, en lo que respecta a la justicia, nos dice, los lugares
más manejables para luchar por ella son los Estado-nación y su entramado
institucional. El objetivo es conseguir una estructura institucional justa y, desde esta
perspectiva, los deberes para con la humanidad no son deberes personales, implican
hacer lo que se pueda para que tales estructuras sean posibles. La tarea de las
instituciones políticas consiste en asegurar los bienes básicos de la vida para todos17.
Por otra parte, la lista de capacidades humanas centrales tiene una estrecha
relación con los Derechos Humanos. A juicio de nuestra autora, la lista cubre el
terreno tanto de los derechos de primera generación (libertades civiles y políticas)
como los de segunda generación (derechos sociales y económicos); viene a jugar el
mismo papel. Ahora bien, elabora una defensa del lenguaje de las capacidades frente
al de los derechos humanos, apelando a que comporta más claridad y no está
vinculado a una cultura particular o a una tradición histórica, es decir, de Occidente,
de lo que se habla es de lo que la gente es capaz de hacer y de ser. Por último,
dejando a un lado, por nuestra parte, los problemas de justificación de la concepción
moral - básicamente responde al esquema de Rawls: equilibrio reflexivo, estabilidad
por las correctas razones-, Nussbaum quiere salir al paso de posibles objeciones y
defender las virtualidades de su concepción universalista sensible al pluralismo y a
las diferencias culturales, por eso indica que lo que caracteriza a su lista es: su
múltiple realizabilidad, el fin que persigue es la capacidad, el valor de las libertades y
de la razón práctica, el liberalismo político y los constreñimientos que acompañan a
la implementación. Estos cinco elementos permiten, dice, superar los problemas del
universalismo18.
De lo dicho hasta aquí se desprende que los ciudadanos libres y con dignidad son
aquellos que pertenecen al Estado-nación, concediendo un valor importante a las
instituciones y organizaciones internacionales, complementándose con un ideal de
ciudadanía cosmopolita que puede ser en muchos casos, dice Nussbaum, una empresa
solitaria. De su argumentación nos interesa resaltar que el ciudadano es un individuo
profundamente conectado con la libertad de elección, acepta la idea de autonomía
liberal pero, asimismo, reconoce la dependencia e interdependencia, la vulnerabilidad
y necesidades de los seres humanos y su dignidad. Esto le lleva a sostener que las
capacidades, no los recursos, son el asunto prioritario de la justicia, los individuos
necesitan diferentes recursos para lograr el desarrollo de sus capacidades. Desde esta
perspectiva, la explotación es la manifestación de la subordinación de los fines de
unos individuos a los de otros, el tratar a una persona como un mero objeto de uso
para otros, así, reformula el principio de cada persona un fin en el principio de la
capacidad de cada persona. Las capacidades no se persiguen para la familia, el
Estado, los grupos o corporaciones, sino para el individuo. El liberalismo político
garantiza el ámbito de la elección humana y es, además, una forma de universalismo
114
que tiene posibilidades de ser persuasivo en el mundo moderno.
115
reflexión normativa y de su contextualización histórica, social y cultural, si bien
Nussbaum la concreta en una teoría de la justicia parcial, mientras que Young no
construye una teoría de la justicia sino que ofrece un ideal de justicia general o
abstracto. La distancia crítica, la crítica social situada y las posibilidades normativas
no realizadas pero latentes en la realidad social dada, junto con el interés
emancipador y la libertad, constituyen los ejes de su reflexión racional, normativa
sobre la justicia. Un punto fuerte de coincidencia se refiere a que la justicia social
tiene que ver con las condiciones institucionales, no con las preferen cías o formas de
vida de los individuos o de los grupos, aspecto este que nos interesa especialmente
aquí. También comparten la crítica a las corrientes basadas en recursos, no obstante
Young va a elaborar una crítica más contundente de lo que denomina «paradigma
distributivo». Aunque, como decimos, hay un parecido de familia - similar quizás al
que habría entre Rawls y Habermas - las diferencias son aún importantes. Veamos las
líneas fundamentales de la propuesta de la justicia y la política de la diferencia de
Young.
116
materiales, de bienes básicos para los que sufren graves privaciones es una cuestión
prioritaria para toda teoría o programa de justicia, pero las demandas de justicia en la
sociedad estadounidense afectan a problemas que, en general, remiten a tres
categorías de cuestiones no distributivas que se tienden a ignorar: las relativas a las
estructuras y procesos de la toma de decisiones, la división del trabajo y la cultura
(entendiendo por ésta, símbolos, imágenes, significados y comportamientos
habituales y todo aquello a través de lo cual la gente expresa sus experiencias y se
comunica).
117
distributiva ignora u oculta la dominación estructural o sistemática que impide a la
gente participar en la determinación de sus acciones o de las condiciones de sus
acciones. La propuesta de esta autora supone una ampliación del concepto de justicia
que viene a coincidir con la política, la justicia requiere que todas las personas
participen efectivamente, que ejerzan su libertad y que sean capaces de expresar sus
necesidades: «como personas que hacemos cosas y actuamos, intentamos promover
muchos valores de justicia social además de la equidad en la distribución de los
bienes; aprender y utilizar capacidades satisfactorias y expansivas en contextos
socialmente reconocidos; participar en la formación y gestión de las instituciones y
recibir un reconocimiento por tal participación; actuar y comunicarnos con las demás
personas y expresar nuestras experiencias, sentimientos y perspectiva sobre la vida
social en contextos en los que otras personas puedan escucharnos»29.
Conecta los valores de la vida buena con la justicia, pero no funde ambas. Así, la
justicia tiene que ver con el grado en que una sociedad contiene y sustenta las
condiciones institucionales necesarias para la realización de los valores de la vida
buena, valores que son dos, muy generales pero universalistas en la medida en que
presuponen el igual valor moral de todas las personas, estos valores son: «(1)
desarrollar y ejercer nuestras capacidades y expresar nuestra experiencia, y (2)
participar en la determinación de nuestra acción y de las condiciones de nuestra
acción». Son los valores de autodesarrollo y autodeterminación que la justicia exige
que sean garantizados a todos30. La injusticia se define como opresión y como
dominación si se ponen impedimentos institucionales a dichos valores. Young es muy
explícita en la definición de ambos conceptos, así: «la opresión consiste en procesos
institucionales sistemáticos que impiden a alguna gente aprender y usar ha bilidades
satisfactorias y expansivas en medios socialmente reconocidos, o procesos sociales
institucionalizados que anulan la capacidad de las personas para expresar sus
sentimientos y perspectiva sobre la vida social en contextos donde otras personas
puedan escucharlas. Las condiciones sociales de la opresión a menudo incluyen la
privación de bienes materiales o su incorrecta distribución pero conllevan también
cuestiones que van más allá de la distribución»; y: «La dominación consiste en la
presencia de condiciones institucionales que impiden a la gente participar en la
determinación de sus acciones o de las condiciones de sus acciones. Las personas
viven dentro de estructuras de dominación si otras personas o grupos pueden
determinar sin relación de reciprocidad las condiciones de sus acciones, sea
directamente o en virtud de las consecuencias estructurales de sus acciones. La
democracia social y política en su expresión más completa es el opuesto de la
dominación»".
118
específico de opresión, por ello propone la pluralización de dicha categoría, dado que
no puede reducirse a un único criterio o causa. Se trata de no caer en reduccionismos
o en exclusiones, mas no es una teoría completa de la opresión. La opresión es
estructural, fruto de los procesos normales de la vida cotidiana, no de un poder
tiránico en el sentido tradicional. Dicho de otro modo, a un grupo oprimido no le
corresponde un grupo opresor. No es una opresión consciente e intencional. La
caracterización del grupo social deviene decisiva, su especificidad viene marcada por
el sentido de identidad que tienen las personas, por la identificación con una categoría
social, una historia común y la autoidentificación. Los grupos son reales, son formas
de relaciones sociales, constituyen a los individuos. La diferenciación de grupo en sí
misma no es opresiva y no supone una esencia o naturaleza común. Son fluidos y
heterogéneos, las personas tienen identificaciones grupales múltiples.
119
La crítica de la sociedad de bienestar capitalista le lleva a defender, ante las
nuevas formas de opresión y dominación, una repolitización de la vida pública, en la
que la función crítica de la cultura, la política y la revolución cultural, como han
venido haciendo los nuevos movimientos sociales, considerados de insurrección, son
los elementos clave. El objetivo es la democratización, la participación activa de las
personas. Justicia y democracia están estrechamente relacionadas, la democracia es
una condición y un elemento de la justicia social. Esto le va a permitir desarrollar la
idea de libertad como autodeterminación, de minimización o eliminación de la
dominación. La participación democrática es valiosa porque aporta medios
fundamentales para el desarrollo y ejercicio de las capacidades. La democracia, no
obstante, debe ser siempre constitucional; la democratización tampoco requiere
necesariamente la descentralización y la autonomía local. Lo que sí requiere la
conexión de democracia y justicia es la redistribución de la riqueza y una
reestructuración del control sobre el capital y los recursos. Lo cual no significa que
haya que esperar a lograr la igualdad material, la justi cia distributiva para
institucionalizar los procesos participativos, para dar voz a los excluidos u oprimidos.
Young más bien sostiene que una mayor participación es una condición para una
mayor equidad distributiva: «la igualación económica y la democratización se
impulsan mutuamente y deberían ocurrir conjuntamente para promover la justicia
social» 34
120
de derechos». Sigue siendo necesario un sistema general de derechos iguales para
todos, además de los derechos y políticas específicas de grupo37.
La justicia tiene, pues, como cometido proteger a los vulnerables y dar poder al
débil, un proceso necesario para la consecución de una sociedad en la que de hecho
dejen de ser vulnerables, la liberación es su ideal último. A la justicia social le
concierne el grado en que una sociedad sustenta las condiciones institucionales
requeridas para que todos sus miembros desarrollen y ejerzan sus capacidades,
expresen sus experiencias y participen en la determinación de sus acciones. Desde
esta perspectiva, una teoría de la justicia no necesita ser comprehensiva ni ofrecer
principios, ni fundirse con la vida buena, busca la realización de aquellos dos ideales
de la justicia social: el autodesarrollo y la autodeterminación. En relación con la
autodeterminación indica - en Inclusión and Democracy - que recoge la formulación
de Ph. Pettit de la idea de libertad como no-dominación, en el sentido de que una
persona es libre si es capaz de perseguir su vida a su manera. Esta visión está en
desacuerdo con una interpretación de la autonomía como no-interferencia, hace
hincapié en las relaciones institucionales de dominación. La libertad real significa
ausencia de dichas relaciones, las instituciones deben promover y preservar la no
dominación para todos, esto supone que deben regular e interferir en las acciones para
restringir la dominación del poder y promover la cooperación. Young añade un
elemento más, la participación en las regulaciones colectivas diseñadas para prevenir
la dominación. La democracia está vinculada con la autodeterminación, ahora bien, el
valor de la autodeterminación no se agota o reduce a la participación democrática.
Muchas son las cuestiones que suscita la concepción de Young y que han sido
objeto de importantes objeciones - su propuesta de ciudadanía di ferenciada y de
representación de grupos ha generado un buen debate-, algunas de ellas explican los
cambios de matiz o modificaciones que aparecen en sus últimos escritos. Mas de ellas
121
nos interesa, en particular, la crítica de N. Fraser39, quien afirma que la justicia ha de
atender a la economía y a la cultura, es decir, ha de tener un enfoque bipolar que
permita salir del falso dilema de redistribución/reconocimiento. Coincide con Young
en que en las teorías de la justicia contemporáneas prevalece la concepción
distributiva que tiende a ignorar la política de la identidad tras el argumento de que
representa una forma de «falsa conciencia». Los teóricos del reconocimiento, a su
vez, tienden a ignorar la distribución como si la problemática de la diferencia cultural
no tuviese nada que ver con la igualdad social. Young sería, a su juicio, una de las
primeras en dar cabida a ambos enfoques, pero objeta que en su propuesta acaba
prevaleciendo el paradigma cultural. Para Fraser, el problema está en poder
identificar y defender aquellas versiones de las políticas culturales de la diferencia
que se puedan sintetizar con la política social de la igualdad, integrar los ideales del
paradigma de la distribución y lo que hay de genuinamente emancipatorio en el
reconocimiento, este es una cuestión de justicia, no de autorrealización. Young está
de acuerdo con este enfoque doble de la justicia, no obstante cuestiona la polaridad
reconocimiento/redistribución, prefiere mantener la pluralización de las categorías de
la opresión. Fraser, por su parte, defenderá el socialismo en la economía y la
desconstrucción en la cultura.
122
3. APENAS UNOS APUNTES: LA LUCHA POR LA IGUALDAD
123
en la lucha por la igualdad política y el reconocimiento de la diferencia social que no
tiene su origen exclusivamente en las desigualdades económicas. Sabemos que en su
análisis de la opresión y la dominación el contexto es determinante y, dado que su
contexto es el estadounidense, aconseja cierta precaución a la hora de generalizar. Sin
embargo, y atendiendo a ello, son pertinentes las puntualizaciones de Fraser o de
Phillips respecto a los desplazamientos de los problemas económicos y sociales, de
redistribución, en aras del reconocimiento cultural y de la igualdad política desde el
convencimiento de que la lucha por la ciudadanía y la inclusión política promoverán
una mayor igualdad social. Ahora bien, una concepción pluralista, mas que
diferenciada, e igualitaria de la ciudadanía tiene que, cuando menos, pensar los
límites, no los mínimos, de la desigualdad económica y su relevancia para la igualdad
social y política. Dicho de otro modo, de acuerdo con Phillips: «los ideales de
ciudadanía igual no pueden sobrevivir incólumes a los grandes diferenciales de renta
y riqueza, cuando la brecha entre ricos y pobres se abre demasiado, carece de sentido
pretender que hemos reconocido a todos los adultos como iguales»42. Una última
reflexión, con las propuestas normativas y políticas de Nussbaum y Young, a pesar de
los problemas y dificultades, constatamos, más que el escepticismo o el agotamiento
de las energías utópicas, la posibilidad de una alternativa al neoliberalismo y de un
ideal de ciudadanía que no refuerze su lado excluyente, que los problemas de justicia
no son personales sino estructurales e institucionales, que el conflicto entre libertad e
igualdad no está resuelto.
NEUS CAMPILLO
124
1. LA COMPLEJIDAD DEL DEBATE EN TORNO A GÉNERO Y CIUDADANÍA
Hay que decir que los clásicos del feminismo definieron de forma clara y
contundente el grupo desde el que se hablaba para poder argumentar contra la
exclusión de las mujeres: «voy a hablar en nombre de las de mi sexo», afirmó Mary
Wollstonecraft para vindicar los «derechos de las mujeres». Pero esa misma claridad
introdujo la dificultad de tener que definir ese nuevo sujeto de derechos. El límite de
una ciudadanía excluyente hizo necesario tener que definir una nueva identidad: la de
«las de mi sexo», las mujeres. Una resignificación que generó un movimiento
vindicativo y emancipador y al mismo tiempo la necesidad de definir la identidad
desde el sexo.
125
que, a pesar de ello, las mujeres aún carecen de capital económico y de poder
político. De manera que su presencia pública no impide, sin embargo, que ocupen una
posición de dependencia. Se aprecia una gran sensibilidad social por lo que se refiere
a la discriminación salarial-laboral, a la violencia contra las mujeres, pero no hay
sensibilidad respecto del reconocimiento de las mujeres como iguales a nivel de
ciudadanía.
Feminismo y ciudadanía, desde ahí, adquieren un carácter distinto del que aparece
cuando las propuestas se realizan, sin más, como determinadas ideas de bien o como
ideologías.
126
La cuestión a clarificar en el diálogo entre los feminismos es que no tiene porqué
haber una alternativa feminista que sea excluyente de otras. El feminismo como
crítica lo posibilita. No es una afirmación de eclecticismo, sino desde la libertad de
las mujeres que el feminismo de la igualdad propone. Las prácticas de los grupos de
mujeres conllevan estrategias diversas de su afirmación de libertad y lo relevante es
que ocupen el espacio público. Si el feminismo es interclasista e interétnico e
interideológico eso conlleva lo que acabo de afirmar. Sin embargo, a partir de ahí se
presentan nuevos problemas. Porque nos encontraremos con la necesidad de asumir
esas nuevas formas de ser individuo por parte de las mujeres. Así como nuevas
formas de solidaridad y pactos entre ellas. Pactos, que han de significar la
deconstrucción del «espacio de las idénticas» y la construcción del «espacio de las
iguales» (C.Amorós, 1987). «Espacio de los iguales» que es condición de posibilidad
de la individualidad y, viceversa. La afirmación de individualidad hará posible las
relaciones de solidaridad de las mujeres entre ellas, hará posible la igualdad. Hay
unos límites ideológicos, que entrarían en contradicción con los propias asunciones
feministas y que impedirían la solidaridad con «todas» las mujeres. «Es la práctica de
la solidaridad la que justamente les impide a las mujeres hacer discurso»
(A.Valcárcel, 1996: 57). El problema es recurrente. La paradoja de que si no había
que conceder el voto a las mujeres porque votarían conservador y entonces no habría
logros para las mujeres parece volver a plantearse en otros términos. Se afirma que no
hemos luchado para que ahora estén en el poder mujeres que actúan de forma
contraria a las propias propuestas feministas. Y no encuentro otra respuesta que
matizar la situación porque sólo es aparentemente paradójica. Ya que al luchar para
que las mujeres pudieran ejercer su libertad también se ha luchado para que esas
mujeres tengan poder, participación ciudadana, estén en el espacio público y puedan
elegir. Ahora bien, el problema está en «admitir la continuidad genérica sin fisuras»
(A.Valcárcel, 1996: 58). A mi entender, el límite ideológico no habría que plantearlo
como concluyente, sino como abierto en el sentido de que serían posibles pactos en
aquellos aspec tos que representaran posiciones comunes. Más bien el feminismo
debería plantear propuestas que, como la escalera del Tractatus de Wittgenstein, se
puede echar una vez se ha subido por ella. Es lo que ocurre cuando se plantea la
paridad, por ejemplo, como una forma de representación que se propone como
medida para paliar el déficit de representación de las mujeres en los órganos de
decisión política. Eso no quiere decir que no pueda haber otras alternativas de
diferentes prácticas feministas. Por lo tanto, la pluralidad ha de ser condición de
posibilidad de todas esas alternativas con las que a su vez se podrá estar o no estar de
acuerdo porque ha de ser viable el feminismo también desde el conflicto.
127
redefinen en otros términos.
128
Fsta pluralidad de propuestas del feminismo, sin duda, se traduce en pluralismo o
no, dependiendo de las alternativas. Defendería que una cultura crítica feminista ha
de traducir la pluralidad en pluralismo de manera que se puedan articular diferentes
propuestas. Qué se entienda por lo político y por ciudadanía están en juego aquí y la
misma idea de democracia. Los distintos feminismos abogan por distintas formas de
entender lo político y la ciudadanía.
129
básico entre las mujeres y aboga por establecer pactos limitados o relaciones de
equivalencia entre todos los grupos de mujeres que buscan subvertir y transformar los
discursos que implican su discriminación. Sin embargo, ella insiste en que el
feminismo es la lucha de las mujeres por la igualdad y, en ese sentido, hay que
entender que la propuesta puede contribuir a una cultura crítica aunque no sea
equivalente al feminismo de la igualdad-ilustrado.
Sin embargo, habría que decir que la universalidad nunca ha sido una categoría
sustancial aunque fuera utilizada como tal desde definiciones identitarias de
determinados sujetos históricos: «la burguesía», «el proletariado», «las mujeres», etc.
Butler busca desde su crítica a las identidades predefinidas subsanar esas
utilizaciones de la universalidad, de manera que se reutilizan sus posibilidades para la
crítica de sujetos identitarios, para la subversión de la identidad: «la afirmación de la
universalidad puede ser proléptica y performativa, conjura una realidad que ya no
existe, y descarta la posibilidad de una convergencia de horizontes culturales que aún
no se han encontrado. Así llegué a un segundo punto de vista de la universalidad,
según el cual se define como una labor de traducción cultural orientada al futuro»
(Butler, 2001: 18).
130
Ese recurso a la universalidad como una forma de crítica de las identidades
predefinidas la ha clarificado Butler al hablar del universal como una «contradicción
performativa»: «Considerar, por ejemplo, que la situación en la que sujetos que han
sido excluidos de la liberación por convenciones que gobiernan la definición
excluyente del universal toma el lenguaje de la liberación y pone en movimiento una
«contradicción performativa», reivindicando (reclamando, demandando) ser cubiertos
por el universal, en consecuencia exponiendo el carácter contradictorio de las
formulaciones convencionales previas de éste» U.Butler, 1997: 89).
131
ejemplificación de que la participación de los distintos grupos de mujeres
representara un cuestionamiento de la universalidad que, paradójicamente, hará
posible su realización como articulación de discursos plurales.
Seyla Benhabib alegaba como perspectiva feminista para los años 90 del siglo
pasado un «feminismo social». La búsqueda de «solidaridades colectivas con
identidades pluralmente constituidas» (S.Benhabib, 1994: 42). Ese alegato llevaba
tras de sí una amplia crítica de las políticas de identidad-diferencia y de la idea de que
132
el género era una categoría susceptible de «congelar» la identidad de las mujeres, por
ejemplo, en el papel de víctima o en el maternal, etc.
133
de las mujeres y los niños como más vulnerables en el interior de las culturas
minoritarias de los grupos de inmigrantes, por ejemplo. Pero ello no tiene que
llevarnos a una postura de «liberalismo defensivo» que situaría los problemas del
multiculturalismo en la esfera privada (Benhabib, 2001: 101). Las diferencias de
género y la diversidad cultural son retos que se tienen que abordar de manera tal que
no sean irreconciliables con la autonomía.
4. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
AMORós, Celia, «Espacio cfe los iguales, espacio de las idénticas. Notas sobre poder
y principio de individuación», Arbor, Madrid, 1987, págs. 113-127.
134
BELTPÁN, Elena y SÁNCHEZ, Cristina (eds.), Las Ciudadanas y lo Político,
Madrid, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, UAM, 1996.
The Claims of Culture. Equality and Diversity in the Global Era, Princeton/Oxford,
Princeton University Press, 2001.
SCOTT, W.Joan, «La querelle des femmes a finales del siglo xx», en Mora. Revista
del instituto Interdisciplinario de los Estudios de Género, Universidad de Buenos
Aires, núm. 6, Buenos Aires, Julio, 2000, págs. 19-37.
135
* Este trabajo se enmarca en el Proyecto SEC2002-02906 del Ministerio de
Ciencia y Tecnología.
¿Seguimos teniendo miedo a la igualdad tal como nos sugería Amelia Valcárcel?'.
No lo creo, al menos, la producción feminista sobre el tema no deja de incrementarse
y las exigencias expresadas por las políticas de igualdad de oportunidades, a pesar de
la retracción del Estado del Bienestar debido a la pujanza del credo neoliberal, no
dejan de plantearse. A este respecto, sin embargo, no quiero dejar de aludir a la
paradoja de hablar de igualdad y género teniendo como telón de fondo el incremento
de la precariedad laboral y vivencial, sobre todo, para las generaciones más jóvenes,
las que están ahora en torno a los veinte y treinta años2. La fijación feminista por la
igualdad no tiene, en este momento histórico, un contexto favorable. Un síntoma de
esto va a ser el cuestionamiento de la acción afirmativa de la que el mismo Habermas
se hará eco.
136
distancia del iusnaturalismo, se fundamenta en la validez normativa que sólo puede
emanar de la fuerza moral que las normas mismas adquieren a través de la
argumentación práctica.
Anoto estas ideas para pasar a lo que ahora nos interesa que es la discusión que
Habermas hace del mandato del trato igual que, como vemos, es un requisito esencial
de su propuesta y que se contextualiza en la discusión contemporánea acerca de cómo
hacer posible la igualdad normativa a partir de un estado de cosas social que consagra
desigualdades. La traducción prác tica de este mandato va a expresar, en
consecuencia, la tensión entre la igualdad jurídica -la igual aplicación del derecho a
todos, la vieja isonomía - y las desigualdades fácticas. A este respecto, las críticas
feministas a las ideas de igualdad y justicia que se han manejado desde las políticas
del Estado liberal y desde el Estado social van a ser tenidas en cuenta por nuestro
autor que responde, así, al embate que durante los años 80 le dirigió, en diversos
frentes, el feminismo6. Va a hacerse eco, también, de las polémicas desatadas por
opción de la discriminación o acción positiva. A este respecto, recordemos en Europa
la resonancia pública del caso Kalanke-Glismann, y en Estados Unidos, con el avance
de la derecha neoliberal, el recorte de las políticas de igualdad de oportunidades.
Valga como ejemplo de esto último la retirada de los colleges de las cuotas para las
minorías raciales al que nos referiremos más tarde.
137
que establece con las feministas en el contexto de la relación entre igualdad, justicia y
reconocimiento. Finalmente, de modo tentativo, aventuraré un balance crítico de su
aproximación al tema que nos ocupa, género e igualdad, como ejemplo de tensión
máxima entre lo normativo y lo fáctico.
No obstante, por abundar algo más en lo anterior, S.Benhabib, partícipe, por otra
parte, del proyecto de la teoría crítica y desde la crítica interna, conmina a que se
abandonen los supuestos idealizantes, abstractivos, formalistas e hiperracionalistas de
la ética discursiva. Estos presupuestos descarnados arruinan el que podamos
reconocer en el modelo de identidad moral habermasiana a un ser humano que no
reniegue de su procedencia y que atienda a la contingencia que mora en los contextos
concretos en los que nos socializamos y actuamos. La estela del «hongo hobbesiano»
- la seta venenosa según expresión de Celia Amorós10 - y del artificio hipotético
llamado «estado de naturaleza» - reconvertido y puesto al día como «situación ideal
de habla» - conspiran para que no podamos hacernos cargo de los verdaderos rasgos
del sujeto moral, impidiéndonos ajustar cuentas con su sesgada genealogía
masculinista. Benhabib, tras el impacto de la ética del cuidado de Gilligan, va a
ofrecer una definición alternativa del sujeto moral:
... el sujeto de razón es un infante humano cuyo cuerpo sólo puede ser
mantenido vivo, cuyas necesidades pueden sólo ser satisfechas, y cuyo yo
sólo puede desarrollarse en la comunidad humana en la que ha nacido. El
infante humano deviene un self, un ser capaz de habla y acción, sólo al
aprender a interactuar en una comunidad humana. El yo deviene un
individuo en la medida en que se convierte en un «ser social» capaz de
lenguaje, interacción y cognición. La identidad del yo está constituida por
una unidad narrativa, la cual integra lo que «yo» puedo hacer, he hecho y
haré con lo que tu esperas de mí'
138
últimos trabajos, ha sido sensible a estas críticas concediéndoles parte de razón y
flexibilizando sus categorías12 a la luz de la discusión del paradigma del
reconocimiento 13 en el que las demandas de igualdad del feminismo son
protagonistas 14
139
Hasta finales de los 80 y principios de los años 90, el pecado habermasiano era no
haber pasado por el tamiz crítico del «subtexto de género» a las «tradiciones» -
psicológicas (Mead, Kohlberg), sociológicas (Durkheim, Weber, Marx, Parsons),
morales (Kant, Hegel) y/o filosóficas (la hermenéutica, el pragmatismo americano y
la herencia de la Escuela de Frankfurt)de las que se «apropia» para integrarlas
modificadas en su propia sistematización. En esta incorporación de materiales
diversos, los dispositivos que prestan invisibilidad al vector de dominación sexo-
genérico, que actúa sistemáticamente contra de las mujeres consignando lo que
llamamos la opresión patriarcal, se perpetúan en la obra habermasiana. La «ceguera»
habermasiana frente al género me permitía en Mujer, identidad y reconocimiento.
Habermas y la crítica feminista, diagnosticar un déficit crítico-feminista en su obra.
Nuestro análisis llegaba justo hasta los textos del año 91 y 92 y aun que
incorporábamos algunas conferencias y artículos que Habermas estaba produciendo
en aquel momento y que presagiaban mayor atención a los puntos críticos señalados
por el feminismo no pudimos dar cuenta de la incidencia del «giro jurídico» para el
feminismo2°. Esta es la tarea que iniciamos ahora.
Rescato esta cita porque me sirve para engarzar con la respuesta de Habermas a la
140
crítica feminista respecto del tema que nos convoca aquí: la igualdad y el género. Al
debilitar la distinción público/privado y aceptar el debate argumentativo en torno a
sus límites a partir de problemas concretos - además de la violencia de género,
podemos hablar de derechos reproductivos, de la pornografía, la prostitución, etc.-,
Habermas desbloquea el prejuicio liberal que impide ver la opresión de las mujeres
sita en el ámbito privado y/o ligada a la familia, la reproducción y la sexualidad que,
además, tiene como consecuencia el obstaculizar - dado este handicap en sus
condiciones de partida - su acceso a la misma participación pública como ciudadanas
de pleno derecho.
lodesigual en aspectos relevantes debe ser tratado de forma desigual con el fin de
lograr como resultado la igualdad.
141
Al tratar de la dialéctica entre igualdad jurídica e igualdad fáctica, Habermas, en
concreto, enfrenta las versiones liberal y social de la igualdad y sus limitaciones. Los
criterios respecto, a igual trato, caso por caso, son siempre controvertibles. No
obstante, desde la perspectiva social se ha criticado a la cualidad meramente nominal
de los derechos liberales al no ofrecer la posibilidad, sino a unos pocos privilegiados,
de ejercerlos. Podemos consignar, por ejemplo, en los textos constitucionales, el
derecho a la libre expresión, pero si no garantizamos educación para toda la
ciudadanía y el analfabetismo es un hecho social, el acceso al ejercicio de ese derecho
estará claramente en cuestión. Desde las posiciones (neo) liberales se argumentará,
como en el caso del debate en torno al sistema de salud en EE.UU.22, que cada cual
es responsable de lograr los recursos propios para sanarse e, incluso, para educarse.
Desde el punto de vista social, esta responsabilidad deberá ser asumida por el Estado
en orden a garantizar el ejercicio de los derechos constitucionales, que si no es así,
para una amplia parte de la población quedarán en papel mojado23. Los derechos
sociales se predican así en soporte y basamento de los derechos liberales. En palabras
de Habermas: «Por otro lado, repugnan al mandato de igual trato jurídico aquellas
desigualdades fácticas que discriminan a determinadas personas o grupos al
mermarles de hecho las oportunidades de hacer uso de las libertades subjetivas de
acción, que jurídicamente están distribuidas de forma igual» (FV, 499).
Se justifican así las prestaciones y compensaciones del Estado social que se ponen
al servicio de la igualdad jurídica, esto es, de erosionar, con su intervención, la
desigualdad fáctica. No obstante, y teniendo en cuenta las medidas intervencionistas
del estado social a lo largo de su implantación histórica, se constata que en muchas
ocasiones no han servido a su fin, sino que han interferido en la autonomía privada de
los individuos fijándolos a dependencias asistenciales más que dándoles la
oportunidad de cultivar su propia autonomía. El feminismo, al analizar el trato dado
por el Estado social a las mujeres avala este hecho. Esta constatación remite a la ya
famosa tesis de Habermas de la colonización del mundo de la vida por el sistema, en
este caso, representado por la burocratizada intervención social. Las injerencias
normalizadoras son aquí objetadas puesto que tienen el efecto contrario al que se
buscaba: se coarta la libertad sin lograr la igualdad con lo que, casi parece, que el
remedio es peor que la enfermedad. Lo que se generan son nuevas tutelas reñidas con
la doble naturaleza pública y privada de la autonomía: «lo que tendría que ser una
autorización para hacer uso de la libertad queda convertido en tratamiento
asistencial» (FV, 500).
¿Anula esta afirmación recogida con justicia de los hechos mismos, tal como
Nancy Fraser y Linda Gordon` ponían de manifiesto al señalar el deslizamiento de la
justicia a la caridad como elemento del paternalismo del Estado social, la necesidad
de compensar «las circunstancias vitales y posicionales de poder fácticamente
desiguales»? En absoluto. No obstante, lo que se desprende de lo anterior es la
necesidad de que las medidas de compensación estén dirigidas a «cualificar
suficientemente a las personas privadas para ejercer su papel de ciudadanos» (FV,
500). Y para que esto suceda, Habermas insiste en que los aportes espontáneos del
mundo de la vida deben ser preservados y protegidos25.
142
El objetivo, pues, para nuestro autor es el de desactivar el paternalismo del Estado
Social que es una perversión más de la injerencia sistémica en la autonomía privada.
Es oportuno este toque de atención sobre todo en cuanto al diseño de políticas de
igualdad de oportunidades. De hecho, en el caso de las mujeres, la literatura feminista
aporta interesantes análisis y propuestas basadas en la recuperación de la autoestima y
el autorrespeto puesto que las condiciones de socialización de las mujeres las
depotencian y limitan psico-socialmente al generar identidades deterioradas por falta
de reconocimiento social. El empoderamiento es así una estrategia a sumar a las
políticas de igualdad de oportunidades para cualificarlas. Especialmente interesante a
este respecto, y sólo lo apunto, son las reflexiones sobre mujeres y desarrollo que
analizan la situación de éstas en el Tercer Mundo y diseñan direcciones en donde la
potenciación de la autonomía es la clave. Un ejemplo es la práctica de los
microcréditos concedidos a mujeres. El libro de M.Nussbaum titulado Las mujeres y
el desarrollo humano" sirve de referencia a este tema fuera del ámbito habermasiano
circunscrito en FV al Primer Mundo.
Pero volvamos a Habermas, que aún detectando los fallos de las políticas sociales
de igualdad compensatoria, afirma lo siguiente: «...la dialéctica entre igualdad
jurídica e igualdad fáctica se convierte en un motor de la evolución jurídica, contra la
que normativamente no cabe formular reserva alguna» (FV, 499).
143
injerencia del «sistema» en el «mundo de la vida» vuelve a servirle de coartada para
no apostar por lo que considero más sensato: evaluar las políticas de igualdad de
oportunidades en el sentido de propiciar sus efectos positivos y minimizar los
negativos como puede ser la adscripción fijista de identidades a los beneficiarios o el
llamado efecto «gueto». Frente a la secuela del resentimiento que deja su aplicación
entre los que otrora eran privilegiados y se amparaban en el mito del mérito -
magistralmente destruido por 1. M.Young en su libro del año 90-, no encuentro otra
estrategia valida que airear los datos evidentes de la silenciosa y tristemente
normalizada discriminación social.
Por último, y a la luz del debate anterior, me parece digno de atención el énfasis
habermasiano en la «calidad», aquí inspirándose en Ulrich Preuss28. La democracia
deliberativa para asegurar la «calidad» de la deliberación y de las decisiones tomadas,
necesita de ciudadanos cualificados: informados adecuadamente, con capacidad de
análisis y reflexión, con habilidades para tener en cuenta los intereses de los otros y
estimar, incluso, las consecuencias para las generaciones futuras. El estándar de
competencia comunicativa que fundamenta la competencia cívica para la
participación discursiva es un punto fuerte de la programática habermasiana que me
devuelve, otra vez, a Historia y crítica de la opinión pública, y a su lamento por la
pérdida de la idealizada esfera pública burguesa - con el problema añadido de su
homogeneidad masculina - y a su denuncia del declive de la racionalidad pública a
manos de la incidencia manipuladora y empobrecedora de los medios de
comunicación y sus estrategias protagonizadas por la desinformación, el marketing y
la propaganda. En suma, la desigualdad fáctica es un mal para Habermas en cuanto
disminuye la calidad de la competencia ciudadana necesaria para que la autonomía
pública se concrete en las mejores decisiones colectivas posibles. Nuestro autor
concluye que la política de compensación de las desigualdades es, por tanto, una
política cualificadora de la ciudadanía. Esta es toda la justificación que se necesita. La
radicalidad de su propuesta de democracia deliberativa, su pasión igualitarista y la
apuesta por la excelencia ciudadana, son, por tanto, los argumentos decisivos a favor
de las políticas de igualdad. Este mismo criterio, la autonomía pública dependiente de
144
la privada, tal como veíamos, debe ser el criterio evaluativo de la adecuación de tales
políticas concretas - las acciones positivas - al objetivo de garantizar la igualdad para
sostener el mayor grado de libertad posible, una libertad al servicio de una
democracia participativa.
145
que yo, y creo que muchas otras, no suscribiría en su totalidad31, coincide con la
posición formulada por el feminismo radical desde los años 60 de que «...la igualdad
de derecho de los géneros no puede conseguirse dentro del marco institucional
existente y dentro de una cultura definida y dominada por los hombres» (FV, 507).
146
reconocimiento sea un componente de ésta. No obstante, Habermas apuesta por
establecer distingos y la lucha por el reconocimiento del feminismo no se puede
equiparar con los casos de las comunidades culturales, la lucha anticolonial o la
reivindicación nacionalista, aunque compartan la carga de desprecio y marginación
que puede entremezclar, aunque no siempre, la marginación económica, el
silenciamiento político o la humillación institucionalizada. A este respecto, Habermas
sentencia:
Por ello, la lucha política por el reconocimiento se inicia como una lucha
por la interpretación de las aportaciones e intereses específicos de las
mujeres. En la medida en que esa lucha tiene éxito, cambia junto con la
identidad colectiva de las mujeres también la relación entre los sexos y acaba
directamente afectada la comprensión que los varones tiene de sí mismos. El
catálogo de valores de la sociedad en su totalidad se pone en discusión; las
consecuencias de esta problematización penetran hasta la esfera privada y
afectan también a los límites establecidos entre las esferas pública y
privada3l
El párrafo citado da muestras de que Habermas invalida las objeciones que se han
hecho tanto a la posición original rawlsiana y su velo de la ignorancia como a la
misma situación ideal de habla habermasiana instalada en la contrafacticidad ideal.
Asume la radicalidad normativa de la lucha feminista como un revulsivo social
fáctico. Sin embargo, no se trata de renunciar a la imparcialidad y al trato igual, sino
de considerar la valiosa inflexión contextualista del feminismo que ha indicado que
tales constructos ideales no son demasiado útiles para detectar las opresiones sociales
concretas. Sirven como horizontes normativos para señalar distancias entre lo real y
lo ideal, pero se necesitan otros instrumentos, sensibles al poder social y a los
vectores de opresión, para afrontar las pragmáticas contextuales, reales, atravesadas
por la dominación que las lentes liberales, que sirven para ver sólo individuos,
invisibilizan, tal como apunta 1. M.Young.
Detectar las opresiones que sufren determinados grupos sociales requiere refinar
la noción de justicia para que vaya más allá de la mera redistribución. El pertenecer a
un colectivo marginado o el ser estigmatizado con una identidad social devaluada es
una situación que debe anularse para acceder al reconocimiento de la ciudadanía que
garantice el efectivo ejercicio de los derechos. Nos aparece aquí de nuevo el leitmotiv
habermasiano: el ejercicio al que nos referimos no es otro que la participación activa
de la ciudadanía y esto suma a la redistribución, la dimensión del reconocimiento
explícito de aquellos individuos, que por ser pobres, mujeres, negros, homosexuales,
o lo que sea, se ven disminuidos en cuanto ciudadanos. Habermas no utiliza en
demasía la palabra «reconocimiento» en el texto de FV, pero al hablar, siguiendo a
Young, de los derechos no como bienes sino como relaciones, al referirlos al hacer, y
al poder hacer, está aceptando, al menos, el mínimo de reconocimiento expreso de los
derechos de ciudadanía a quienes les han sido sustraídos por estar en situaciones
variadas de desigualdad y opresión. No olvidemos que Young determina cinco rostros
de la opresión - explotación, marginación, carencia de poder, imperialismo cultural y
147
violencia-. El caso es que la «igual distribución» de derechos sólo se puede entender
como reconocimiento de todos en cuantos miembros iguales y libres y esto no es
posible si existen constricciones inhabilitadoras, a saber, la opresión y la dominación.
Eliminar estas restricciones incapacitantes es la dirección adecuada para un concepto
de justicia que vaya más allá de la mera redistribución de bienes.
Creo que es sumamente importante esta noción relacional de los derechos porque,
tal como Young pretende, visibiliza el par opresor-oprimido con lo que se gana en
realismo a la hora de abordar las desigualdades. En mi opinión, y Habermas no sigue
hasta aquí tal como le permitiría la guía de Young, el problema no es sólo la pobreza,
sino el escándalo de la riqueza sobredimensionada de unos pocos, no es sólo la
discriminación que sufren las mujeres, sino los privilegios de los que disfrutan los
hombres, no es sólo la marginación y explotación que sufren los inmigrantes, sino las
prácticas excluyentes y esclavizadoras que imponen los nacionales en la política, la
economía, etc. En este asunto, detecto una cierta falta de radicalidad en el
planteamiento habermasiano. Nuestro autor se conforma, en FV, con citar a Young y
aceptar la definición relacional de los derechos y la justicia con lo que se señala la
opresión, pero no se continúa profundizando en esta dirección en la que la tensión
entre lo normativo y lo fáctico se dispara y se hace difícilmente controlable.
Habermas predica la igualdad relacional, pero no analiza cómo conseguirla. Su
igualación es de todos hacia arriba, hacia la competencia autónoma de la ciudadanía,
cuando, en consonancia con esta dimensión relacional de la igualdad, habría que
reequilibrar todas las relaciones sociales - de género, sexuales, laborales, culturales,
etc. - comprometidas con opresiones para acceder a conciliar lo fáctico y lo
normativo.
148
de participación en el trabajo productivo y reproductivo, y en el desigual trato
axiológico que la cultura da a mujeres y hombres. A Habermas le interesa, pues, el
logro de la autonomía privada de las mujeres para garantizar su participación en la
autonomía pública. De nuevo su leitmotiv. La opresión vulnera la dignidad y la
integridad personal de las mujeres. La democracia deliberativa no podría constituirse
sin el igual concurso de las mujeres. El remedio a esta situación viene de la mano de
la participación: sólo las afectadas pueden aclarar la relevancia de los aspectos
referidos a la igualdad. De lo que se trata es de no reprimir las voces de quienes
deben actualizar la doble faz de la autonomía: privada y pública, pública y privada.
5. A MODO DE CONCLUSIÓN
149
Del lado de lo negativo, debemos reprender a Habermas por despreciar de manera
tan poco matizada la acción positiva «real» y las políticas compensatorias del Estado
social. Que reconozcamos el sesgo paternalista y asis tencial de muchas de estas
políticas no significa que abominemos de su filosofía originaria que es el enfrentar
desde la intervención institucional la desigualdad. Lo que debemos es apostar por
políticas que capaciten a la vez que compensen. Ahora bien, mientras el principio
discursivo no se haga presente en la tierra para implementarse en políticas adecuadas,
justas y racionales, me gustaría que no se dejase a las mujeres abandonadas al vacío
neoliberal en el que la igualdad ya ni siquiera es un problema. Frente al descrédito
que Habermas siembra frente a la acción afirmativa, me pongo del lado de Dworkin:
«De acuerdo con la que constituye la mejor evidencia disponible, por tanto, la
discriminación positiva no resulta contraproducente. Al contrario, parece tener un
éxito extraordinario. Tampoco es injusta, ya que no viola ningún derecho individual
ni compromete ningún principio moral»43.
No quiero con lo dicho cerrar en falso un debate necesario y difícil que habrá que
seguir y perseguir al hilo de los cambios sociales venideros. No obstante, sí quiero
advertir que, respecto a las políticas de igualdad de género, Habermas no resuelve
satisfactoriamente las tensiones entre la igualdad normativa y las desigualdades
fácticas. La fascinación por el ideal normativo de la democracia deliberativa le hace
perder pie en la realidad social y despreciar los efectos emancipadores, aunque
ambivalentes, de la acción afirmativa. Este es un lujo que las feministas
comprometidas con la igualdad nunca nos hemos podido permitir. Esa es al menos mi
modesta opinión.
150
VICTORIA CAMMIPS
151
La libertad no es otra cosa que la moral en la política, MME. DE STAEL
Voy a tomar como punto de partida un supuesto que creo indiscutible. En nuestro
tiempo, y en las democracias que llamamos avanzadas, el ciudadano debe limitarse a
reivindicar más libertad. La libertad es, sin duda, el valor y el derecho más
conseguido y más consagrado. Más que luchar por ella, lo que le toca hacer al
individuo, sobre todo, es disponerse a ejercer la libertad de la que goza. La tradición
liberal, que es la de la libertad negativa, nos ha acostumbrado a pensar que la libertad
es sólo la ausencia de interferencias externas, especialmente jurídicas o políticas, que
limitan la acción de la persona. Pero la concepción moral de la libertad - la autonomía
- es algo más que esa libertad negativa. Es ausencia de interferencias para elegir la
forma de vida que cada cual prefiera, en efecto, pero actuar libremente es, además,
luchar por una forma de vida que hay que vivir en común, que ha de ser compatible
con las vidas de los demás, y debe ir dirigida a conseguir una sociedad más justa y
democrática. La libertad, en un sentido plenamente moral, es una libertad ejercida
responsablemente. Pienso, al respecto, que determinar los modos en que la libertad
debe ejercerse, empezando por poner de manifiesto los obstáculos reales que hacen
difícil el ejercicio positivo de la libertad es una de las tareas que le corresponde
desarrollar a la filosofía moral y política de nuestro tiempo.
Mi punto de partida para ello va a ser la tesis del republicano Philip Pettit sobre lo
que él llama la «libertad como no dominación». En su crítica al liberalismo para
152
apostar por un republicanismo de nuevo cuño, Pettit pone de manifiesto que, en las
democracias liberales, existen una serie de dominaciones que son impedimentos
reales para la libertad. Empezaré explicando brevemente la teoría de Pettit, para
llevarla en seguida a nuestro terreno y plantearme la siguiente pregunta: ¿de qué
forma están siendo dominadas las mujeres en el siglo xxi? ¿qué impide a las mujeres
el ejercicio de la libertad en el sentido más pleno del término?
Para ello conviene que nos detengamos antes en analizar qué entendemos por
libertad. Un agente libre es, por definición, un agente dueño de sus acciones. Una
condición, sin embargo, que - como explica Pettit - se muestra sobre todo en la
«acción discursiva». Es a través del lenguaje y del discurso como podemos mostrar
que somos libres y ejercer la libertad. Lo cual presupone a su vez que exista una
relación interpersonal «sin coerciones», puesto que nadie es dueño de lo que dice si le
censuran o si, de un modo u otro, le impiden hablar y expresarse con libertad. La
ausencia de coerción para la acción discursiva es, pues, condición necesaria de la
libertad.
153
discursiva. El ser elusivo y débil no puede entablar un diálogo con nadie ni siquiera
consigo mismo. Por el contrario, el yo fuerte es capaz no sólo de hacerse oír, sino de
hacerlo para disentir de la racionalidad colectiva.
Basta mirar los titulares y las imágenes de los periódicos y de los informativos de
la televisión un día tras otro para darse cuenta de que la mujer no es todavía una parte
notable y protagonista de la racionalidad colectiva. Sólo las tragedias, que
desgraciadamente son un elemento constante de lo noticiable, se reparten
equitativamente entre hombres y mujeres, castigando, sin embargo, casi
exclusivamente al género femenino cuando se trata de ese tipo de tragedias que han
tenido que ser llamadas, por su especial carácter, «de género». No ocurre lo mismo
con los cargos de responsabilidad, sean privados o públicos. La mujer en ellos es casi
invisible. Razón de la que es fácil deducir que tal vez su identidad no sea muy
satisfactoria para ella misma. Si la mujer aparece poco en las noticias
«identificables», es decir, notorias, parece inevitable deducir que la mujer se
encuentra poco referenciada en ese mundo que sistemáticamente no la ve. Por la
razón que sea, ese 50 por 100 de mujeres que habitan en las sociedades de hoy están
escondidas. O nadie se interesa por lo que hacen o lo que hacen carece de todo
interés. ¿No es la prueba más palpable de que no forman parte activa del discurso
público?
Los cambios que hay que emprender han de ser más sutiles. Han de empezar por
poner de manifiesto aquellas realidades que impiden a la mujer emancipada ejercer la
libertad en igualdad de condiciones con respecto al hombre. Las mujeres somos aún
154
víctimas de distintas dominaciones que no nos dejan construir esa identidad que ha de
sustentar la vida y el discurso de un individuo libre.
Aun cuando Philip Pettit no entra para nada en este aspecto ni se pregunta en
ningún momento qué impide a las mujeres -o a otros sectores sociales oprimidos -
ejercer su libertad, sí señala de paso algo que roza la cuestión. Señala que Bentham
podía haber ido más allá que Hobbes en la definición de libertad, pero no lo hizo
porque, para defender una libertad como no dominación, tenía que ser demasiado
radical y acabar con la relación amo-esclavo que es el fundamento de la familia. Dado
que Bentham consideraba a la familia como una institución absolutamente necesaria,
no podía arriesgarse a deslegitimarla de un plumazo con el objeto de ser más
generoso con la idea de libertad. Así pues, la familia debía mantenerse, dominando a
la mujer y sometiéndola a funciones que no sólo le otorgaban una identidad que de
ningún modo la satisfacía, sino que le impedían, al mismo tiempo, tener una parte
esencial en el discurso público que regulaba y organizaba la vida en común.
Ejemplos como el anterior llevan a nuestro autor a concluir que, de acuerdo con la
doctrina republicana, que propugna una libertad como no dominación, el estado
debería empeñarse en acabar con las dominaciones existentes, para lo cual, debería
ejercer un control «editorial», a la manera como los periódicos, por ejemplo, editan
las noticias que llegan al diario decidiendo y seleccionando el orden e importancia de
cada una de ellas. De igual modo, el estado debería proponerse no servir a los
intereses de la élite o las clases dominantes ni a los intereses de la mayoría, pues ni
los unos ni los otros pueden identificarse con los intereses de todos los ciudadanos.
En tresacar y descubrir, más allá de las voces más audibles y los intereses
dominantes, aquellas voces y aquellos intereses que apenas se oyen porque, en
muchas ocasiones, no pueden expresarse, no saben hacerlo ni saben qué tienen que
decir, ésa es la función de un estado si de verdad quiere propiciar la libertad de todos
como no dominación. Marx había dicho que, mientras no se transformaran la
estructura económica y las relaciones de producción existentes, no dejarían de
sentirse invariablemente, a través de todas las manifestaciones supraestructurales, los
intereses de la clase dominante. Pues bien, a Marx ya se le cita poco, pero los
intereses dominantes siguen siendo los únicos o los que más se oyen, por lo que no
podemos decir que la administración del estado sea justa. Sin necesidad de volver a
Marx y a sus propuestas radicales, no debemos, sin embargo, dejar de plantearnos
dónde están las injusticias, qué impide que todas las libertades puedan expresarse, en
el mundo llamado «libre», con la misma intensidad.
155
qué circunstancias se olvidaron o no se tuvieron en cuenta, y, en definitiva, qué falta
por conseguir. Por eso conviene no bajar la guardia y estar alerta porque la
emancipación dista aún de ser satisfactoria. En todas las sociedades liberales, con
estados de derecho y legislaciones dirigidas a evitar las discriminaciones y los
comportamientos vejatorios contra la mujer, siguen manifiestos los estereotipos y un
tratamiento que margina y se interpone en el movimiento hacia la plena igualdad
entre el hombre y la mujer. Así, los roles llamados «de género» no han desaparecido
de la vida real, y se exhiben en la ficción televisiva con una apariencia de total
normalidad. La publicidad es un ejemplo de que el cuerpo de la mujer sigue siendo
utilizada como objeto y de que son las mujeres las que se ocupan del trabajo
doméstico y del cuidado de los niños. Con más matices o picardía que antes, los
anuncios siguen diciendo lo mismo y perpetuando los roles de siempre. Por otro lado,
la mujer sigue siendo invisible a otros efectos que contribuirían a poner de relieve su
igualdad con el hombre: se la cita menos, se la menciona poco, no se piensa en ella
para puestos de responsabilidad, no se cuenta con ella salvo para llenar una cuota de
representación femenina. Tampoco se ha avanzado mucho en la superación de una
ancestral represión sexual, como no se consigue que la mayoría de las mujeres,
incluidas las más jóvenes, se liberen del sentimiento de culpa por no llegar a ser
madres o por no disponer del tiempo que consideran que sus hijos necesitan.
156
hombre - blanco, burgués y joven, para más datos-, todo lo que cae fuera de esa
norma será «anormal» y merecerá reprobación o, por lo menos, extrañeza. El cuerpo
femenino es objeto, mientras no lo es el masculino, por ejemplo. Lo cual provoca
toda una serie de «juicios inconscientes» por parte tanto de los hombres como de las
mujeres. Si nos fijamos en la publicidad, especialmente la que se emite en televisión,
que es la que más impacto tiene, nos daremos cuenta de que la imagen de la mujer
sigue siendo utilizado sin motivo alguno que tenga que ver con el contenido del
anuncio en cuestión, sólo para llamar la atención sobre una marca. Tan habituados
estamos, mujeres y hombres, a verlo así, que el problema quizá más grave es que no
nos sorprende. Pero la imagen ahí está, e influye en el imaginario social, familiar y
cultural. Aunque no es este el único efecto derivado de la «jerarquización de los
cuerpos». Si, por una parte, produce una aceptación acrítica de la discriminación y del
estereotipo, debido a que estamos muy habituados a verlo así, por otra, la misma
jerarquización, que coloca a cada cual en su sitio, produce reacciones de extrañeza y
estupor cuando una mujer aparece donde supuestamente no le toca. No sólo las
mujeres, todos los miembros de grupos oprimidos, experimentan esa distancia,
silencio, la fijación excesiva en detalles externos, que provocan sus cuerpos cuando
se muestran fuera de la normalidad que se les atribuye y se espera de ellos. Simone de
Beauvoir dejó escrito la cantidad de veces que le preguntaron si no se sentía mal por
no haber sido madre. Nunca se lo preguntaron a Sartre.
Dos ámbitos en los que la preponderancia del modelo masculino y de las normas
que genera son evidentes son el del trabajo y el de la enseñanza, hasta el punto de que
las mismas mujeres han tenido que adaptarse a él sin más antes de verse excluidas o
perecer en el intento de integración. En el caso del trabajo remunerado, todo está
hecho a la medida masculina: los horarios, los hábitos, las costumbres, incluso la
indumentaria. La mujer se ve obligada a hacer equilibrios - que, además, no confiesa
por temor a ser marginada - para compatibilizar el horario laboral y el familiar, dado
que el horario laboral lo diseñaron los hombres sobre la base de que su horario
familiar carecía de obligaciones y costumbres. Todo es contingente en el quehacer
humano, y son contingentes también los horarios laborales, los cuales tienen que ver
con costumbres y hábitos de trabajo totalmente prescindibles - ano lo son muchas
reuniones, funciones de representación, desplazamientos inútiles?-. Si se han
impuesto y se mantienen es porque no estorban para nada las formas de vida
masculinas. Hasta tal punto ha sido completa la adaptación de la mujer a la forma de
trabajar de los hombres que se impuso rápidamente el traje pantalón, el más parecido
a la indumentaria masculina. No había más remedio que copiar lo establecido, por lo
menos, de entrada, era la única forma de facilitar la incorporación de la mujer a
lugares donde jamás estuvo3.
157
entonces, hayamos cambiado y mejorado mucho. La educación es, salvo excepciones,
mixta, es decir, niños y niñas mezclados. Pero estamos lejos de la coeducación, de
pensar en una educación que acabe con los estereotipos y los modelos sesgados, en
lugar de seguirlos fomentando porque ni siquiera se repara en ellos. El ejemplo citado
más arriba referente a la publicidad sexista parece no tener remedio. Como parece no
tenerlo la diferenciación de juguetes para niños y para niñas. Se mezclan los sexos,
pero no las funciones, ni se mez clan ni se intercambian, por mucho que esté
mejorando el reparto del trabajo doméstico, sobre todo en el caso de las parejas más
jóvenes.
158
La mujer emancipada sigue siendo, en palabras de E Ortega, «el ama de casa que
trabaja» 6. La doble jornada laboral, la so brecarga física y afectiva, la privacidad de
las emociones, son fenómenos que han experimentado pocas transformaciones
significativas. Es decir, sigue existiendo un ámbito privado en el que las políticas no
interfieren porque se supone que es libre. Pero es ahí precisamente donde las
dominaciones se producen con fuerza. Con tal fuerza que es ese también el escenario
de los tremendos malos tratos que se conocen como «violencia de género». Nadie
entiende que las mentalidades y las actitudes hayan perseverado - o se hayan
agudizado - hasta el punto de subyugar moral y físicamente a la mujer hasta
destruirla. Nadie entiende que eso pueda seguir ocurriendo, con la intensidad con que
ocurre, en pleno siglo xxi. Pero así es. Todo lo cual viene a poner de manifiesto lo
que decía hace un rato: que incluso las interferencias públicas legítimas de que
hablaba Pettit, para distinguirlas de las arbitrarias o no justificadas, las interferencias
legítimas, es decir, aquellas que teóricamente van dirigidas a servir el interés común
de los ciudadanos, tampoco están sirviendo el interés de todos y todas. La nueva ley
contra la violencia de género viene a demostrar que hay que intervenir más
decididamente, y a favor de los intereses no de todos, sino de las mujeres, porque son
esos intereses, y no todos, los que están específicamente desprotegidos.
La conclusión afila que habíamos llegado, pues, tras analizar algunas de las
dominaciones de que son víctimas las mujeres del siglo xxi, es que la identidad de
género subsiste y que no se ha producido la deseada «fusión de identidades», para
decirlo con una expresión de Gadamer. Prueba de ello es la identidad de los jóvenes,
una identidad calificada como «identidad flotante». Pero también el descontento de la
mujer madura y emancipada con la identidad que va construyendo a duras penas. Al
mismo tiempo, también el hombre está viendo debilitada su identidad, de padre, de
esposo y de dirigente en general7. Nadie está satisfecho con lo que es. Todos sienten
haber perdido algo o no haber alcanzado lo que se les prometía. ¿Será posible superar
esa condición?
Decíamos que el agente libre es el que es capaz de forjarse una identidad fuerte,
un yo que no sucumba a la elusividad ni a la debilidad. La falta de autoestima lleva a
las personas a evitarse a sí mismas y a no poder pensar en su propia vida como algo
susceptible de ser narrado con una mínima coherencia interna.
159
de vivir. Lo más cercano a la autenticidad que pueda servirnos hoy es la autonomía
kantiana como condición de la persona moral. Es ésta, la persona moral, la que puede
forjarse una identidad fuerte, precisamente porque lo que la define es la libertad para
hacerlo.
Pienso que esa igualdad de condiciones para ser libre ha de venir dada por el
hecho de que dejen de existir identidades hegemónicas, es decir, maneras de ser que
se conviertan en los arquetipos de lo que realmente vale o es normal. Destruir las
identidades hegemónicas es algo que no vendrá dado solamente a través del empeño
en cumplir el imperativo de la igualdad. No es el Kant del imperativo categórico el
que puede servirnos a tal propósito, sino el Kant del juicio del gusto que, lejos de
basarse en una concepción abstracta de la acción moral, tiene en cuenta que las
dimensiones morales de las acciones son distintas en contextos humanos diferentes.
El juicio del gusto, en efecto, se produce desde la subjetividad, es un juicio particular,
pero cuya justificación tiene una naturaleza social. Nos exige ponernos en el lugar del
otro, un «modo de pensar amplio», un «pensar desde el punto de vista de cualquier
otro».
160
condiciones para hacer un uso de la libertad sin trabas, similar al uso que pueden
hacer los hombres. Mientras la mujer a la que se le ofrece la posibilidad de ocupar un
alto cargo tenga que poner reparos al mismo apoyándose en sus obligaciones
familiares, o incluso en su deseo de atender a sus hijos; mientras esos mismos reparos
no se universalicen, de forma que no sean siempre las mujeres las que tropiezan con
ellos, sino algunos individuos - hombres o mujeres-, movidos por circunstancias o
maneras de ser sólo calificables como individuales, mientras eso no ocurra, no
podemos proclamar sin reticencias el logro de la emancipación femenina. La
identidad hegemónica se ha impuesto ahogando la expresión de otras identidades que
no se ajustan o no caben en ella.
Pero si no vale oponer una identidad genérica a otra, habrá que aceptar que la
forja de identidades individuales fuertes se asiente en la intersubjetividad propiciada
por una comunicación simétrica y dispuesta a escuchar y a que se oigan todas las
voces. Una intersubjetividad que reconozca lo que nos une y que no desemboque en
esa fragmentación cultural de sectores endogámicos y encerrados en sus propias
necesidades, quejas y obsesiones. La construcción de identidades excluyentes ha sido,
en muchas ocasiones, el modo más fácil de defenderse frente a un mundo a su vez
excluyente y hos til. Ese mundo cuya coartada han sido los derechos universales y los
valores liberales ha traído los lodos de la reivindicación de comunidades varias,
ensimismadas en sus diferencias y tan cerradas al mundo exterior como lo fue el
universo dominante al que se oponen. Muchos de los problemas con que nos
encontramos tienen que ver con la difícil articulación de las diferencias en un mundo
que tiene que ser común, porque, a fin de cuentas, los problemas más graves que
tenemos son problemas comunes, que nos afectan a todos. No hay un solo problema
de los que suelen denominarse «problemas de la mujer» que no tenga que remitir,
161
para su solución, a una estructuración y organización distinta de la relación entre
hombres y mujeres, de la mutua asignación de funciones y división del trabajo, y a
una revisión general de las mentalidades y las costumbres. Las diferencias se
convierten en problemáticas cuando unos excluyen a otros, por lo que la única forma
de resolverlas es evitando la exclusión o el desinterés de unos por otros.
Un magnífico estudio dirigido por Juana Gallego sobre la prensa8 pone de relieve
que, en los medios de comunicación, se observa actualmente una cierta indiferencia
con respecto a los problemas que afectan más a las mujeres. No es que no se hayan
producido cambios importantes y explícitos a favor de una mayor visibilidad
femenina. Las redacciones de los periódicos cuentan con guías de buenas prácticas,
de corrección lingüística referida al género. Se es consciente, además, de que no hay
que someter a las mujeres a preguntas «diferenciales»: sobre su familia, sus hijos, su
vestuario, las dificultades de conciliar horarios, etc., preguntas, en definitiva, a las
que nunca ha tenido que enfrentarse un hombre. Se considera, por ejemplo, que
cualquier rasgo que subraye la condición de mujer - del estilo: «Una mujer ha sido
elegida presidenta» - es por sí mismo discriminatorio. Hay que acogerse a lo
universal y lo neutro. Conseguirlo ha constituido, en efecto, una cierta terapia con
resultados positivos. Ahora bien, no todo han sido logros, ya que, por la vía de no
distinguir a nadie, los contenidos informativos, uni versales y neutros dejan de
mencionar y de poner en evidencia una serie de problemas que no han desaparecido.
El miedo a discriminar con un cierto lenguaje ha llevado al encubrimiento de una
realidad que está lejos de ser satisfactoria.
Para combatir dicha indiferencia, las autoras del estudio citado proponen
introducir lo que ellas llaman «la perspectiva de género», y tratar los temas desde tal
perspectiva. No hay que dar por supuesto, de entrada, que la representación de la
realidad por parte de las mujeres es idéntica a la de los hombres. Si la perspectiva
masculina incurría demasiado a menudo en poner de relieve detalles ridículos, como
el de fijarse en la forma de vestir o en el número de hijos de una mujer distinguida
con un cargo público, tal vez la perspectiva femenina descubra aspectos que el
hombre es incapaz de ver porque nunca le han afectado. Como dice al propósito
Marcela Lagarde9: «La mirada a través de la perspectiva de género feminista nombra
de otras maneras las cosas conocidas, hace evidentes hechos ocultos y les otorga otros
162
significados.» Para que esto ocurra, sin embargo, conviene que las mujeres
emancipadas y liberadas, las mujeres que - tomando la expresión utilizada a lo largo
de este trabajo - quieren llegar a «controlar su discurso», no desechen ni descarten,
sino hagan manifiestas sus visiones peculiares de la realidad y de los problemas. La
mirada puede ser distinta no precisamente porque sea femenina - cada mujer tendrá
su mirada-, sino porque ciertos fenómenos han pasado desapercibidos para quienes no
han tenido ningún contacto con ellos.
JAVIER MUGUERZA
163
* El texto que sigue recoge mi intervención en las jornadas sobre Igualdad y
Género organizadas por la Universidad de Valladolid, bajo la dirección de Alicia
Puleo, en noviembre del 2003. Soy perfectamente consciente de que la copiosa
bibliografa sobre el particular producida desde entonces habría hecho quizás
aconsejable una revisión a fondo del mismo. Pero, fiel en todo caso a la consigna de
que scripta manent pese al transcurrir del tiempo, he preferido reproducirlo aquí tal
cual fue dado a conocer en su versión originaria, dejando para mejor ocasión la
posibilidad de una nueva aproximación al tema por mi parte.
Dejando a un lado a los varones (yo al menos persisto, por lo pronto, instalado en
la timidez), se diría que a nuestras compañeras les sobran las razones para semejante
seguridad, pues lo cierto es que, a lo largo de los casi tres lustros que nos separan de
aquel número monográfico de Isegoría, el feminismo filosófico de nuestro país no ha
hecho más que consolidarse de forma arrolladora y sólo algún endémico palurdo ele
esos que nunca faltan, si es que no proliferan, en las academias - se negaría a
reconocerlo así.
164
social a escala global y no tan sólo nacional... que por razones de estricta
supervivencia quizás hiciera bien morigerando, con suspicacia provechosamente
crítica, cualquier exceso de seguridad en sí mismo.
Por ejemplo, no sobran desde luego las cautelas a la hora de convencerse, con
argumentos mejores o peores, de estar entrando en la era del posifeminismo,
convencimiento que ciertamente no daría para suscitar ninguna euforia si pensamos
en algunas de las no demasiado halagüeñas connotaciones del «postmodernismo», el
«postsocialismo» y otros «postismos» por el estilo; y ni siquiera el hecho de que la
revolución de las mujeres haya sido la única revolución no digo que triunfante, pero
sí por lo menos no fracasada dentro de ese «siglo de revoluciones fracasadas» en que
vino a parar el siglo xx, daría pie a proclamar que dicho siglo merezca ser recordado
como «el siglo de las mujeres», lo que ha llevado a Victoria Camps a desplazar al
nuestro la expectativa de tal honor y preguntarse ¿Será el siglo XXI el siglo de las
mujeres?; y tampoco, otro ejemplo, sé muy bien si, al igual que la noción de clase en
su campo, la noción de genéro ha perdido en el suyo acuidad como categoría de
análisis social, pero de lo que no me caben dudas es de que, de la misma manera que
estamos lejos de avizorar al día de hoy la posibilidad ni remotísima de asistir al
advenimiento de una «sociedad sin clases», es difícil creer por el momento en la
inminencia no ya de una sociedad sin géneros - quién sabe si, y en qué términos,
deseable o indeseable - sino apenas en la de una sociedad donde los géneros hayan
dejado de constituir un factor de discriminación social, esto es, hayan dejado de
constituir un factor de desigualdad.
165
Academia de la Lengua que a un espécimen de escarabajo pelotero. Y, de hecho, ése
era el empleo tradicional de la noción de individuo en la historia de la lógica, donde
los individuos venían a ser sencillamente el escalón más bajo (las infimae species) de
una clasificación como la llevada a cabo en el celebérrimo «árbol de Porfirio», dentro
del cual una especie momo la especie humana, esto es, «el hombre» como ánthropos
en cuanto diferente del anér u hombre como varón - sería definida por su género (el
género animal) y su diferencia específica (la supuesta racionalidad) en orden a
obtener la optimista definición del ser humano como «animal racional»; y los
individuos (id átoma, como Porfirio los llamaba) constituían sin más aquellas
«especies ínfimas» que ya no se dejan definir por géneros ni diferencias específicas,
como vendría a ocurrir en la especie humana con el individuo Sócrates. Pero, así
entendida la noción de individuo, tan individuo sería Sócrates como, dentro de la
especie equina, vendría a serlo el caballo Bucéfalo. Y en definitiva ése es el uso del
término «individuo» que continúan haciendo hoy los biólogos en sus taxonomías al
aplicar tal término a los miembros de una determinada «población» de bacterias o de
aves acuáticas.
En cuanto a los filósofos, los ha llegado a haber - como ocurrió con el filósofo
analítico Peter Strawson en un libro ya clásico del siglo pasado, a saber, Individuals
(1959) - que fueron aún más lejos, pues incluso las manchas de color o los sonidos
serían no menos individuos que los seres humanos, de los que - en tanto que
individuos - únicamente se distinguirían por la mayor o menor complejidad de los
procesos por medio de los cuales los «identificamos», dado que la identificación de
un sonido en la escala tonal - al menos para alguien ligeramente más dotado en
materia de música que yo - y no digamos la de una mancha roja en la pared para
quienquiera que no sea daltónico parece, desde luego, bastante más simple que la
identificación de Fulano en cuanto diferente de Mengano o de Zutano, para lo que no
basta distinguirlos por su tono de voz o a simple vista sino que, en tanto que
humanos, encierran un notable caudal de diferencias (y merece en este sentido la pena
recordar que el libro de Strawson generó en España, entre nuestros filósofos
analíticos de la época, una abundante literatura sobre el tema de la «identificación de
los individuos», de la que alguien pudo decir con sorna que emulaba a las actividades
de nuestra Dirección General de Seguridad, febrilmente afanada en semejantes tareas
de identificación durante aquellos infaustos años de la dictadura franquista).
De modo que hay usos del término «individuo» que no refieren exclusivamente a
los seres humanos, como también los hay que - incluso si así lo hicieran - darían idea
de un ser humano, digamos, venido a menos, como cuando alguien es
despectivamente designado como «un individuo», «ese individuo» o «menudo
individuo»... y mejor no pensarlo si, en lugar de «individuos», hablásemos de
«individuas».
166
«auge del individualismo», de lo que en realidad se habla con frecuencia no es tanto
del sujeto moral, del homo moralis, cuanto de ese rival suyo que resultó ser, ya desde
los albores de la Modernidad, el homo oeconomicus. A todo lo largo de esta última -
y, por lo pronto, en ese punto culminante de la misma representado por la Ilustración
- se han venido contraponiendo, y siguen hoy contraponiéndose, dos concepciones
del individuo y del individualismo o, si se prefiere decir así, de la «acción
individual», tras de las que se esconden dos distintos conceptos de racionalidad o de
acción racional.
167
su libro L'ére de l'individu (1989) - cuyo subtitulo reza, por cierto, «Contribución a
una historia de la subjetividad»-, un libro de veras estimable pero lamentablemente
empeñado en reducir todo individualismo a aquella concepción mesológica,
instrumental y/o estratégica, del mismo que lo acaba convirtiendo en una variante del
viejo e indeseable individualismo posesivo de la tradición hobbesiana, lockeana y
utilitarista.
168
genealogía de ese «yo substancial» que Descartes identificaba con la res cogitans,
esto es, el «sujeto pensante» cartesiano que - pese a su modernidad - continúa siendo
una substancia, ya sea que se la entienda como algo sotopuesto al individuo (lo que
los griegos llamaban un hypokeímenon y tradujeron los latinos por subiectum), ya sea
que se la entienda como algo superpuesto al individuo (lo que los griegos llamaban
una hypóstasis y los latinos tradujeron por persona). Pero Kant daría un paso más
sobre el sujeto cartesiano, procediendo a desubstancializarlo si así puede decirse y
erigiendo al «yo pienso»o cogito de Descartes en fundamento último de la razón tanto
teórica como práctica - esto es, en fundamento de los principios supremos de la
ciencia y de la moral-, fundamento que Kant haría consistir en la constitución de un
sujeto hipotético (lo que diera en llamar «el sujeto trascendental») destinado en
definitiva a servir de modelo al conocimiento o la acción de los sujetos reales en la
medida en que estos últimos se esfuercen por conocer o actuar como seres
efectivamente «racionales». Por ejemplo, la racionalidad del conocimiento y, en
concreto, la «razón teórica» plasmada en el conocimiento científico de aquellos
sujetos reales sólo podría quedar asegurada por la fidelidad con que dicho
conocimiento reproduzca la estructura cognoscente del sujeto hipotético, estructura
que para Kant venía a coincidir punto por punto con la estructuración de los
supuestos que informaban la mecánica newtoniana de su época, desde el espacio y el
tiempo conformadores de nuestra sensibilidad a los principios del entendimiento -
como el principio de causalidad - en tanto que condiciones de posibilidad del hecho
mismo de la ciencia. A la luz de este ejemplo, alguien podría dar en pensar que
semejante «fundamentación» trascendentalista de la ciencia peca de circular y coloca,
de hecho, la carreta delante de los bueyes, puesto que - lejos de servir de «modelo» a
los sujetos reales - el sujeto hipotético de Kant vendría más bien a resultar una
«idealización» de la capacidad cognoscitiva de aquéllos, los cuales eran ya por su
cuenta newtonianos en tanto que contemporáneos de Kant (y de ahí que la ciencia
posterior a Kant pudiera abrir a la razón teórica otras vías que las de la mecánica
newtoniana, o la geometría euclídea, o la lógica aristotélica, tenidas en cambio todas
ellas por paradigmas insuperables de racionalidad desde los condicionamientos
históricos del punto de vista kantiano). Y, de manera parecida, tampoco la
racionalidad de la acción moral o «razón práctica» tendría por qué considerar
insuperable el paradigma representado para Kant por esa mezcla de Cristianismo e
Ilustración en la cual se sintetizaban la moral pietista heredada de sus virtuosos
padres y la mentalidad republicano-liberal de los cultos comensales que invitaba a
almorzar de vez en cuando en su casa. Por lo demás, Kant no veía al parecer
problema alguno en conciliar la aspiración a la universalidad de la ley moral con la
exigencia de autonomía de los sujetos morales, esto es, la pretensión de que dicha
legislación moral alcanzase a todos esos sujetos y de que al mismo tiempo cada uno
de ellos fuese un legislador. Y para asegurar tal cosa echaba mano nuevamente del
sujeto trascendental o hipotético que - en cuanto encarnación de la razón - vendría a
expresar de modo un tanto tautológico la identificación típicamente kantiana de
voluntad (racional) y racionalidad (práctica) de los sujetos reales, sujetos éstos
autónomamente coincidentes según Kant en la propuesta y la aceptación de una
moralidad que por definición se extendería universalmente a todos los seres humanos,
169
esto es, a todos los seres de este mundo dotados de razón y voluntad. Y lo menos que
se podría decir de semejante construcción es que, además de su indesmentido aroma a
tautología, peca de artificiosa y se halla lejos (cualquier cosa que sea lo que suceda
con el fantasmagórico sujeto hipotético o trascendental) de garantizar que el
enfrentamiento, esto es, el conflicto entre una serie de voluntades autónomas se salde
con un consenso racional de la totalidad de los sujetos reales implicados. Y ello por
no hacer hincapié en la circunstancia de que la presunta unidad del género humano se
hallaba ya en tiempos de Kant lo suficientemente cuarteada como para que se pudiese
estar al tanto de la división existente entre burgueses y asalariados, entre varones y
mujeres o entre europeos ilustrados y pueblos sin civilizar...
170
pretensión de universalidad») por el adverbio «democráticamente», en cuyo caso se
estaría paladinamente resolviendo el principio de universalización en la bastante más
prosaica regla democrática de la mayoría. Nada habría de malo en ello, pero siempre
que se sea bien consciente de que el recurso a dicha regla tan sólo garantiza la
legalidad democrática del acuerdo resultante, pero no necesariamente, en cambio,
algo tan decisivo para lo que se halla aquí en juego como su moralidad. Al fin y al
cabo, la decisión de una mayoría pudiera ser injusta, como sucedería en el caso que
antes veíamos de que una mayoría decidiese oprimir a una minoría esclava o, por
citar otro caso no precisamente desconocido a lo largo de la historia, condenar a un
inocente como en el proceso de Sócrates o la crucifixión de jesús de Nazaret. No
estoy con eso denigrando a los llamados «consensos fácticos», ni mucho menos
pretendo sostener que tales consensos, en tanto que consensos reales, necesiten
fundamentarse en algún consenso ideal elaborado en las condiciones asímismo
ideales de una «comunidad ideal de comunicación» o de diálogo. Para decirlo en dos
palabras, nada más lejos de mi ánimo que defender un fundamentalismo ético. Pero si
la pregunta por los fundamentos de dichos consensos no creo que revista demasiado
interés, sí me parece interesante, y a decir verdad mucho, preguntarnos dónde está sus
límites, los límites de cualquier consenso. Por ejemplo, ningún consenso podría, por
democrático que fuera, legitimar que un ser humano se vea desposeído de esa su
condición de tal ni serviría para acallar la voz de la conciencia individual que
protestase ante semejante desposesión. De modo que los fueros de la huma nidad,
esto es, la salvaguardia de la condición humana, y los fueros de la conciencia
individual (puesto que sólo los individuos se hallarían autorizados a usufructuar la
perspectiva de la humanidad y decidir cuándo se ha cometido un atentado contra la
condición humana) constituyen, en consecuencia, dos límites irrebasables, el uno por
arriba y por abajo el otro, contra los que ningún consenso podría hacerse valer.
Y de ahí que de todas las formulaciones del imperativo categórico kantiano, las
considerara o no Kant equivalentes, me parezca la más interesante la que en la
Fundamentación de la metafísica de las costumbres viene a rezar «Obra de modo tal
que tomes a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre
como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio». Para poner en
práctica este precepto, si nos fijamos bien, no necesitamos llegar a ningún acuerdo
colectivo ni mucho menos a un consenso que roce la unanimidad. Cuando queramos
impedir que un ser humano sea tomado como un medio -ya se trate de su opresión
política, su explotación económica o su abuso sexual - bastará con que cada uno de
nosotros decida decir que no ante cualquier inclinación propia o cualquier incitación
ajena a atropellar su dignidad humana, así como no dejarnos tampoco atropellar la
nuestra. Y es que, como Kant viera bien, el ser humano en tanto que un fin en sí no es
un fin más de cuantos nos podamos proponer conseguir con nuestros actos, sino un
fin a conseguir de modo puramente negativo, a saber, como algo contra lo que no
debe obrarse en ningún caso. Por eso a la prescripción que nos impone «la negativa a
atentar contra la dignidad humana» le he llamado alguna vez el imperativo de la
disidencia.
171
que estoy tratando de pergeñar. Pero habría que dar un paso más allá de esta última
sobre la base de un ejercicio de la razón por medio del diálogo que no pierda de vista
la humildad de sus orígenes socráticos, esto es, que no pierda de vista que razonar o
«dar razón» (lógon didónai) no es hablar en nombre de una Razón con mayúscula ni
tampoco aspirar a tener razón, puesto que la razón no «se tiene» sino que únicamente
«se ejercita», que es en lo que consiste la pars construens de nuestro argumento. Y de
ella habría de desprenderse una concepción de la convivencia social como concordia
discorde o, tanto da, discordia concorde, donde cualquier disenso pudiera ser
canalizado a través del diálogo, pero también donde ningún consenso supusiera la
uniformación totalitaria de la sociedad ni impidiera, en rigor, aquel disenso
individual.
Algo que Kant - el Kant ahora de la Crítica de la razón pura (y, muy
concretamente, el de la sección de «La disciplina de la razón pura» en que se atiende
al «uso polémico de la razón») - supo ver, con mayor perspicacia que ninguno de sus
continuadores neokantianos de hoy en día, cuando escribió que «... la razón carece de
autoridad dictatorial y su dictado nunca es sino el consenso de ciudadanos libres, cada
uno de los cuales, y precisamente por serlo, ha de poder expresar sus objeciones e
incluso su veto», esto es, diríamos, su disenso.
172
igualmente pleno de su capacidad de autorrealización.
Por lo demás, las mujeres no serían ciertamente las únicas excluídas del Contrato
Social instaurado en el mundo occidental por esas grandes revoluciones modernas
que fueron la Revolución Norteamericana o la Francesa (las cuales excluyeron
asímismo a la población negra esclava en el primero de ambos casos y a la clase
trabajadora, campesina y obrera, en el segundo), pero las mujeres de color o las
mujeres proletarias añadirían, en cualquier caso, la asunción de la exclusión
«genérica» o por razón de género a sus respectivas exclusiones por razón de su
condición racial o por razón de su condición social. Y en cuanto a alguna mujer
burguesa y blanca como Olympe de Gouges, autora de una intolerable «Declaración
de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana» en paralelo a la de los varones, la
guillotina la privó del «privilegio» de verse excluída sólo a título genérico. Un
privilegio entre comillas del que el resto de sus compatriotas francesas no se liberaría
hasta 1944 cuando, tras el final de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra
Mundial, los derechos civiles y políticos reclamados en vano por las mujeres desde el
siglo xviii les serían plenamente concedidos, comenzando por su derecho al voto, en
buena parte como premio por su contribución al esfuerzo bélico (en España, gracias a
Clara Campoamor y a la Segunda Re pública, las mujeres habían ya visto satisfecha
tal reivindicación sufragista una decena de años antes, pero para volver a perder ese
derecho y otros muchos con él al comenzar la larga noche del franquismo) y,
comoquiera que ello sea, lo cierto es que el siglo xx no ha transcurrido en vano para
las mujeres según reconocíamos al principio.
173
burguesía dentro del sistema actual de división de la sociedad en clases) o la de
«género» (supongamos, el género de los varones en tanto que facción dentro del
sistema actual del patriarcado) - que no resulte exhaustivamente reducible a
individuos concretos o agrupaciones de los mismos en cuyo seno tan sólo se
mantengan relaciones de carácter interindividual. Personalmente ignoro si es posible,
ni mucho ni menos suficiente, traducir «ideología burguesa» por «justificación
pretendidamente teórica de la inclinación generalizada a la codicia por parte de
individuos y grupos de individuos económicamente prepotentes dentro de
determinados sectores de la sociedad» o traducir «dominación patriarcal» por
«organización de la sociedad caracterizada por la propensión de los individuos y
grupos de individuos de sexo masculino a acaparar para sí un acceso preferencial al
control de los órganos de decisión con el fin de preservar su hegemonía frente a los
individuos y grupos de individuos de sexo femenino». Quizás estas traducciones de
sencillos conceptos acuñados por la teoría social convencional (como «ideología
burguesa» o «dominación patriarcal») mediante largas retahílas de descripciones
psicologizantes no hagan entera justicia - como sin duda no la hacen - a las
potencialidades del «individualismo metodológico». Mas, tanto si la hicieran como si
no, el individualismo ético no tendría nada que objetar a la manera como los metodó
logos de las ciencias humanas y sociales adheridos al individualismo metodológico
deseen llevar a cabo su trabajo, limitándose a apuntar que lo que éstos entienden por
«individualismo» no acostumbra a coincidir con lo que entienden por tal los filósofos
morales que se declaran individualistas éticos.
Más complejo, y también más interesante para nuestros efectos, resulta ser el caso
del individualismo ontológico. En tanto que se trata de una posición filosófica, este
último no se interesa por la posible utilidad metodológica de categorías representadas
por conceptos abstractos como los de clase social o género antropológico, sino que
dejándose llevar de la desaforada ambición propia del gremio de los filósofos - lo que
le interesa averiguar es nada menos que si existen o no existen las correspondientes
entidades abstractas a que apuntan tales conceptos, esto es, si existen o no existen las
clases o los géneros. Por lo que se refería al individualismo metodológico, y dada su
escasa relevancia para lo que aquí y ahora estamos discutiendo, he preferido no
aducir ningún ejemplo de representantes del mismo, ni popperianos a lo Watkins o
Jarvie ni marxistas analíticos a lo Elster o seguidores suyos. Pero, en cuanto al
«individualismo ontológico», he comentado alguna vez -y quisiera traerla ahora a
colación - la curiosa posición del filósofo político Robert Paul Wolff, cuya defensa
del anarquismo estriba en suponer que - dado que los individuos son, en rigor, lo
único que existe - cualquier entidad supraindividual como el Estado, supuestamente
por encima de los mismos, tendría que reducirse a un mero flatus vocis o
verbalización carente de trasunto en la realidad. Tengo para mí, sin embargo, que
precisamente la realidad se encarga por sí sola de desmentir esa estrafalaria muestra
de «nominalismo político» en la que se sustancia el individualismo ontológico de
Wolff; y, en orden a hacerlo ver así, la refutación más aplastante que se me ocurre de
su tesis es el no excesivamente sutil argumento con que el filósofo materialista
Georges Politzer gustaba de refutar, en mi lejana juventud, el idealismo subjetivo del
obispo Berkeley: «Póngase Vd., amigo, delante del camión y ya me dirá si su ser
174
consiste en ser percibido...» Trasladando a la tesis de Wolff la refutación del esse est
percipi berkeleyano, el argumento rezaría ahora: «Enfréntese Vd. al Estado, pero de
veras y no tan sólo de boquilla, y ya me dirá si el Estado existe o no.» Pero si he
traído a colación aquella tesis no ha sido por su ingenuidad, sino por la implicación
de la misma que llevaba a Wolff a transitar del individualismo ontológico a un cierto
nominalismo. Y es que dicha implicación podría ser asímismo recorrida en un sentido
inverso de idéntica dirección, esto es, desde el nominalismo al individualismo
ontológico, tal y como se ha hecho dentro de otra tradición filosófica - nada ingenua
esta vez por cierto, sino curtida y avisada - que discurre desde Jean Paul Sartre,
pasando por Simone de Beauvoir, hasta llegar a Celia Amorós entre nosotros. Y, tal y
como esta última la concibe, aquella tradición se remonta bastantes siglos más atrás,
hasta empalmar con el árbol de Porfirio del comienzo y especialmente con las
vicisitudes de lo que cabría llamar el género porfiriano en la famosa cuestión
medieval de los universales.
Como nos recuerda Celia Amorós en su plaidoyer «Por un sujeto verosímil» con
que se abre Tiempo de feminismo, el nominalismo medieval trataba de dar una
respuesta - desde «un punto de vista semántico», diríamos hoy - a la pregunta acerca
del significado de los términos genéricos, ya sea que los tomemos distributivamente
(como cuando se habla de «la mujer» o de «lo blanco», esto es, de la extensión de
dichos términos que nos permite aplicarlos a la totalidad de las mujeres o a la
totalidad de las cosas blancas), ya sea que los tomemos en su formalidad abstracta
(como cuando se habla de la «feminidad» o la «blancura», esto es, de la intensión de
los términos en cuestión). A lo que los nominalistas radicales responderían que todas
estas expresiones nada designan en la realidad y por consiguiente carecen de
significación propiamente dicha, reduciéndose a etiquetas que nos resultan cómodas
para referirnos a colectivos cuyos miembros guardan los unos con los otros alguna
semejanza más o menos vaga, esto es, un «aire de familia» para decirlo
wittgensteinianamente. Pero, por lo demás, el nominalismo semántico de que
hablamos se acompaña desde la Antigüedad de una dimensión gnoseológica, como
cuando sostiene que tenemos un conocimiento intuitivo e inmediato de lo individual y
se opone a la abstracción como expediente cognoscitivo (así, el sofista Antístenes,
quien criticaba en términos «nominalistas» la teoría «realista» de las ideas platónicas
diciendo «Veo, oh Platón, ese caballo, pero no alcanzo a ver la equinidad»); y
asímismo se acompaña semejante nominalismo de una dimensión ontológica, como la
que contemporáneamente ha llevado a la ontología de Quine a preferir los «paisajes
desérticos» y sostener que «lo que hay» son solamente entidades individuales y
concretas, sin que quepa decir en ningún caso que las haya abstractas ni
supraindividuales. Pero puesto que en Quine serían tan entidades individuales los
conejos de una madriguera como los miembros del conjunto de los número naturales,
no creo que el suyo constituya un buen ejemplo de «individualismo ontológico» en el
sentido que aquí nos interesa, es decir, el de Sartre o Celia Amorós. Un
individualismo cuyos orígenes ubica ésta, de acuerdo con Ernst Bloch (el Bloch
metido a historiador de la filosofía, cosa que supo hacer de manera incisiva y
peculiar), en la Baja Edad Media de finales del siglo xiii y comienzos del xiv, en la
que los nominalistas sostendrían - siguiendo en esto a Aristóteles - que únicamente
175
existen «substancias primeras», esto es, entidades denotadas por un nombre propio
(«Fulano»), un pronombre («él», refiriéndose a Fulano) o un adjetivo demostrativo
(«este señor», refiriéndose a él), lo que se aplica especialmente a los individuos
humanos cuya singularización no viene dada tanto por un «principio de
individuación» que distingue numéricamente a un individuo de otro basándose en la
cantidad material, sino por un proceso de subjetivación que no los individúa sino los
individualiza, remitiendo a ese último reducto de la individualidad que los convierte
en sujetos y al que Duns Escoto le asignaría la tan bella como enigmática
denominación de ultima solitudo (fórmula que delata, en resumidas cuentas, el
superior refinamiento de la tradición filosófica franciscana en la Edad Media - tan
justicieramente popularizado por Umberto Eco en su estupenda novela El nombre de
la rosa- frente al grosero tomismo de los dominicos, a uno de cuyos representantes
contemporáneos le oí una vez ubicar el principio de individuación como materia
signa ta quantitate nada menos que en nuestras posaderas, lo que quedaba atestiguado
según él por la numeración de los asientos en las gradas de los estadios deportivos).
Pero, dejando a un lado ahora al «género porfiriano» (o, más exactamente, dando
un paso ontológico adelante sobre él), ¿qué hay del género, o los géneros, del llamado
«sistema de sexo-género»? Si el individualismo ontológico estuviera en lo cierto y
únicamente existen individuos concretos, está claro que dichos «géneros» no podrían
«existir» salvo como «abstracciones» tan sólo permisibles a título metodológico (y
ello en contra de la opinión, como sabemos, del individualismo de esta última
apellidación); mas el asunto no es tan simple ni muchísimo menos, a juzgar por la
pormenorizada y penetrante atención que le prodiga Celia Amorós en un capítulo
ulterior del libro antes citado. El capítulo, a saber, precisamente titulado «De usos y
abusos de las abstracciones» (y, dentro de él, el apartado dedicado a las «Triquiñuelas
de las abstracciones»).
176
prácticas emancipatorias de los movimientos feministas han hecho posible
que las mujeres interiorizáramos - en diversos grados y niveles de tensión
sintética, por supuesto - críticamente esas designaciones, nos hemos vuelto
un «nosotros-sujeto» que designa a su vez al conjunto de los varones
generando sobre ellos un discurso que en alguna medida empieza a volverse
socialmente relevante... y ante el que los varones reaccionan a su vez
constituyéndose en un «nosotros-sujeto» de segundo grado. Pero la recíproca
constitución-exclusión de cada «nosotros-sujeto» por el otro sólo puede ser
percibida como tal por una mirada designadora externa que lleve a cabo la
totalización «ellos» (pongamos por caso, la mirada de los homosexuales
podría percibir con distanciamiento esa recíproca designación, subsumiendo
los «nosotros-sujeto» así respectivamente constituídos bajo la denominación
de «ellos, los heteros»). A su vez, esta mirada designadora que se ha
quedado fuera puede ser integrada en un «ellos» por parte de uno de los
«nosotros-sujeto» que se instituya a su vez en mi rada designadora... (el cual)
hará en tal caso la operación de construir por totalización un nuevo «ellos»
con el nosotros-sujeto con el que estaba en reciprocidad y el «ellos» que les
había designado. Este sería el caso si, a su vez, los varones heterosexuales,
antes subsumidos como «heteros»,..., designaran ahora conjuntamente a las
mujeres y a los homosexuales como «ellos», con la connotación de
«minoría» en sentido sociológico, o de ámbito de alteridad con respecto a su
autodesignación como la norma canónica, etc. Y así giratoria y
sucesivamente.
Con todo, Celia Amorós concede que las abstracciones con mayor «capacidad
totalizadora» continúan siendo las ilustradas (como, por ejemplo, la llamada a
asegurar la vigencia universal de los derechos humanos), una vez canceladas las
«exclusiones ilegítimas» -y entre ellas, en primerísimo lugar, la de las propias
mujeres - con las que históricamente transigió la Ilustración, si bien con la salvedad
de que, incluso en ese caso, la universalidad sólo podría ser asintótica, constituyendo
un ideal permanentemente desplazado y, en suma, una tarea infinita. Pero uno se
preguntaría si - sin perjuicio de la lucha de los individuos por aproximarse a ese ideal
de la común humanidad donde «todos» y «todas» cupieran por igual, tras haber sido
superadas las barreras de género con sus correspondientes discriminaciones sexuales
177
y demás - los diversos «nosotros» aludidos, «heterodesignados» por medio y a través
de algún «afuera constitutivo», no podrían basar al mismo tiempo su propia
«autodesignación» en algo así como un «adentro constitutivo». Esto es, en algo así
como la voluntaria aceptación de su «membrecía» por parte de los integrantes de cada
uno de los conjuntos prácticos respectivos (o sea, la voluntaria aceptación de su
consciente pertenencia al conjunto genérico de marras, entendido ahora en tanto que
«comunidad»), todo lo provisional e inestablemente que se quiera, puesto que a los
individuos siempre habría de estarles dada la posibilidad de abandonar cualquiera de
esos conjuntos y pasar a integrarse en uno nuevo, pero asímismo con la suficiente
entidad como para permitirnos atribuir a dichos conjuntos una consistencia ontológica
mayor que la de «simples abstracciones».
En cualquier caso -y puesto que lo que nos interesa es retornar una vez más, tras
de cuanto llevamos visto, al individualismo ético-, sería oportuno señalar que lo que
al individualismo ético le acucia, a diferencia en este punto del individualismo
ontológico, no es preguntarse «si los géneros exis ten o no existen», sino si debieran o
no existir, una pregunta que sólo los individuos concernidos se hallarían en rigor
autorizados a contestar. Y ésta es una cuestión en la que, como es bien sabido, el
feminismo contemporáneo parece dividirse entre el rechazo del género (esto es, del
género fruto de la heterodesignación, que se arriesga a excluir a las mujeres de su
acceso a la plenitud del genérico humano en virtud de una errada interpretación de las
«diferencias» en que se basa esa exclusión) y la aceptación del género (esto es, del
género autodesignado por quienes - una vez interpretadas por su cuenta las
diferencias que juzguen relevantes para el caso - consideren a tal genérico como la
cifra de su «identidad», ya sea en tanto que mujeres, ya sea en tanto que un nuevo
genérico pendiente de delimitación y de articulación respecto del genérico originario,
como en el caso, por ejemplo, del feminismo lesbiano). Y lo que pasaría a
continuación a preguntarme es si la interpretación que propongo del género como
comunidad - obviamente inspirada en, aun si no exactamente coincidente con, la de
las mujeres como un «grupo» o «colectivo» social por parte de Iris M.Young - no se
podría beneficiar de cuanto hasta la fecha nos ofrece, sea para bien o para mal, el ya
añejo debate en torno al comunitarismo.
178
razón y, por supuesto, una buena razón para no confundirlo con el individualismo
ético.
Para expresarlo con la acertada fórmula de Carlos Thiebaut en su libro Los límites
de la comunidad, de la que he echado mano, haciéndola mía, en alguna ocasión: «El
que no quepa concebir un yo sin atributos, sin vínculos ni ataduras... (un yo que elige
fuera del mundo y con desconocimiento de su lugar en ese mundo)... no anula la
pregunta que los individuos, y en especial los disidentes, puedan hacerse acerca de la
validez de las normas vigentes en una comunidad dada.» Los comunitaristas podrían,
así, tener razón al reprochar a un cierto individualismo - como el sustentado por el
liberalismo político de inspiración conservadora - el error de deslizarse
inadvertidamente desde el individualismo ético al individualismo ontológico de una
sociedad atomizada, concluyendo a partir del carácter individual de las decisiones
morales de sus miembros la «inexistencia de una comuni dad» que los integre. Pero a
su vez el comunitarismo, o por lo menos un cierto comunitarismo de inspiración
también conservadora, propende a operar un deslizamiento inverso desde el
comunitarismo ontológico al comunitarismo ético, puesto que la existencia de
comunidades en las cuales se integran los individuos parece erróneamente darle pie a
concluir que el sujeto de la moralidad es en rigor «una entidad comunitaria» distinta
de, y anterior a, los individuos, los cuales sólo por derivación adquirían entonces
alguna relevancia ética. Para decirlo en dos palabras - a modo de resumen de ambos
errores contrapuestos-, ni la individualidad del sujeto moral autónomo tendría por qué
excluir que ese sujeto se dé «en el seno de una comunidad», ni la realidad social de
esa comunidad tendría por qué condenar a los individuos a la «heteronomía moral»
en su interior. Individualismo y comunitarismo no tendrían, en conclusión, por qué
colisionar si cada una de ambas posiciones se mantuviera dentro de sus respectivos
ámbitos, a saber, el de la ética para el «individualismo» y el de la ontología para el
«comunitarismo», sin que sea ahora el momento de entrar en averiguaciones acerca
de si los clásicos del comunitarismo, como Aristóteles o Hegel, respetaron de hecho
las fronteras entre aquellos ámbitos y por más que no deje de ser cierto que a muchos
neoaristotélicos (que son también a veces neotomistas, como sucede con Alasdair
MacIntyre) y a no pocos neohegelianos (entre los que no falta algún ex-marxista fósil
de este país pasado por Ramiro Ledesma Ramos) les traen completamente sin
cuidado aquellos distingos, por lo que no vacilan en alzaprimar el éthos o la
Sittlichkeit comunitaristas de sus respectivos mentores sobre la kantiana Moralitüt
individual.
Para nuestros propósitos, en cualquier caso, todo lo que interesaba remachar a este
respecto es que los individuos - disidentes o no - se hallan siempre
«comunitariamente» enraizados sin merma de su «individualismo» en lugar de
flotando en el vacío, de suerte que sus particulares puntos de vista morales habrán de
confrontarse en todo momento, sea para coincidir o para discrepar de ella, con la
moralidad establecida en la comunidad de turno, que es lo que torna pertinente la
pregunta que nos hacíamos antes sobre el partido a extraer del debate comunitarista -
y de debates asociados a él, como el relativo al «multiculturalismo» - para la
discusión que nos traemos entre manos acerca de los géneros.
179
Por empezar tratando de desligar el género del sexo dentro del llamado «sistema
de sexo-género», hay que señalar que este último dista de ser un totum revolutum,
pero tampoco basta con aducir que la distinción entre ambos elementos coincide sin
más con la existente entre lo natural y lo cultural, puesto que tanto el uno como el
otro pudieran reputarse a la vez de naturales y de culturales, hallándose como se
hallan el sexo generizado y el género sexualizado. Mas si, a pesar de ello,
insistiéramos en distinguir entre sexo y género, cabría decir que si alguien quiere
cambiar de sexo (en un sentido real y no tan sólo figurado, como en el caso de los
travestismos, incluído el hermafroditismo con sus diversas variantes intersexo,
masculina y femenina) tendrá que someter su cuerpo a tratamiento médico, bien por
la vía hormonal y similares o recurriendo a alguna intervención quirúrgica. Mien tras
que, si lo que persigue fuera cambiar de género, todo lo tendrá que hacer es «cambiar
de comunidad» con el oportuno refrendo legal en caso de necesitarlo, como ocurriría
con la transexualidad, o limitarse a insertar la suya en una comunidad «más amplia»
(según vendría a ocurrir con el lesbianismo y el género femenino, inserción que no es
automática en opinión de Monique Wittig) si es que no subsumirla en una comunidad
«más restringida» (según vendría a ocurrir con el género femenino y las comunidades
feministas negras o hispanas en Usamérica).
180
denominación que prefiero a la demasiado presuntuosa de «teoría queer» o la
excesivamente pintoresca de «nación queer» que le asigna Lisa Duggan en su popular
caracterización Making it perfectly queer, donde - tras invocar, con más o menos
pertinencia, el patrocinio (supongo que se dice así y no «matrocinio») de Teresa de
Lauretis, Judith Butler y Donna Haraway - aprovecha la similitud fonética de aquella
expresión con Making it perfectly clear para esclarecer qué sea queer, un adjetivo que
podríamos traducir por «singular» tanto en el sentido de «excéntrico», «raro» o
«marginal» (como siempre lo vendría a ser el «disidente sexual») cuanto asímismo en
el sentido del «sujeto singular» y, por ende, «individual» (puesto que, como ya
sabemos, la subjetividad trasciende la singularidad numérica y no sólo «individúa»
sino «individualiza»). Como apunta María Luisa Femeninas a propósito de Judith
Butler, ha sido esta última la que mayor provecho ha extraído de aquella anfibología
al presentarla como un caso ejemplar de «re-significación» positiva de un término
anteriormente revestido de connotaciones peyorativas. Pero, aplicándonos al caso de
la disidencia sexual, la anfibología en cuestión permitiría englobar bajo lo queer
cualquier intento de los individuos (y, ¿por qué no?, las «individuas», palabra como
dijimos malsonante pero que tal vez resulte asímismo susceptible de re-significación)
por convertirse en tanto que sujetos y, rindámonos ya también aquí, «sujetas» - nada
menos que en «lo que querían ser», que es como cada uno y cada una cobraría el
carácter de sujeto(a) agente de quien se apresta a construir su subjetividad (el
hincapié de Butler en la agency o «agencia» parece ir por ahí) en lugar de aceptar
como sujeto(a) paciente la subjetividad que le es impuesta desde una instancia ajena y
se traduce en sujeción (como diría Foucault, no en vano un clásico de Judith Butler).
181
como no sea la del feminismo gazmoño y puritano protagonizado por féminas
bienpensantes que parecen haber salido de la película de John Ford La diligencia, se
les podría negar, amparándose hipócritamente en la dignidad de la mujer, sus
derechos humanos a las prostitutas cuando éstas reivindican su condición de
trabajadoras sexuales y con ella un status laboral que les garantice sindicalmente el
disfrute de la seguridad social, desde la atención médica a la percepción de pensiones
y retiros, en lugar de ver añadida a la estigmatización de que son objeto su
indefensión ante la explotación actual a manos de proxenetas y organizaciones
mafiosas o ante la enfermedad y la indigencia en la vejez futura. En términos de
Kymlicka, las restricciones internas de los derechos individuales de esos u otros
miembros de un subgrupo dentro de la comunidad genérica podrían comprometer
gravemente las protecciones externas de los derechos colectivos reclamados por esta
última en su conjunto. Y, desde el punto de vista del individualismo ético,
desacreditarían moralmente dicha reclamación por atentar contra el primero y más
fundamental de los derechos humanos de las mujeres discriminadas... que no es otro -
de acuerdo con la bien conocida formulación de Hannah Arendt - que su derecho a
ser sujetos(as) de derechos y, por ende, su derecho sin más a ser sujetos(as).
En una tesis doctoral excelente, dirigida por Celia Amorós, de cuyo tribunal tuve
recientemente el honor de formar parte - la tesis de María Asunción Oliva Críticas al
sujeto de la Modernidad en el feminismofilosófico de finales del siglo XX, que
espero ver pronto publicada-, su autora proclamaba que la alianza indestructible
sellada entre la Ética y el Feminismo (o, tanto da, ente el Feminismo y la Ética)
descansa en la necesidad que tienen tanto el uno como la otra de «invocar al sujeto
moral». Y lo que el individualismo ético nos recuerda es que, a la base de cualquier
sujeto colectivo, se hallan ineludiblemente sujetos individuales. De modo que, si
concebimos a la comunidad en la que se resuelve el genérico femenino «al modo
deliberativo» de Seyla Benhabib, es decir, si la concebimos como una comunidad de
comunicación, la condición indispensable para que esos sujetos individuales puedan
pertenecer a la comunidad es que a ninguno de ellos se le impida hablar ni nadie sea
obligado a decir lo que no quiere. Por lo demás, soy bien consciente de que la
corriente queer u otras corrientes similares, a las que se acostumbra a agrupar bajo el
signo del postmodernismo, son vistas a veces por el feminismo del que uno se sentiría
más cercano - el feminismo que se autoconcibe como heredero de la Ilustración, cuyo
legado trata de universalizar defacto y no sólo de iure - con una desconfianza no del
todo injustificada en base al riesgo que a primera vista entrañan de disgregación de la
lucha feminista en pro de la emancipación de las mujeres. Pero la unidad de esa lucha
no hay que buscarla exactamente, me parece, en el interior o hacia dentro del
movimiento feminista en su conjunto donde quizás sea provechoso, además de
inevitable, que proliferen las corrientes y las tendencias (así como los propios
«géneros») y que lo hagan sin restricciones en el sentido kymlickiano de la
expresión-, sino habría más bien que buscarla, y procurarla, hacia fuera, esto es,
frente a las asechanzas exteriores de las que necesita protegerse (de nuevo en el
sentido de las protecciones kymlickianas), como sucede por lo pronto con el
secuestro del género o los géneros y su transformación esencialista por el poder
patriarcal, un peligro que Celia Amorós no se cansa de denunciar entre nosotros
182
(otras).
En cuanto al sujeto mismo que se halla envuelto en todo esto, sabemos por cuanto
llevamos visto que no puede tratarse del robusto sujeto de la Modernidad y que no es,
en particular, ni la res cogitans cartesiana ni esa interpretación dada por Kant al
cogito de Descartes que la acababa convirtiendo en el sujeto trascendental. La
cuestión ha dado pie a una enconada polémica en el seno de la filosofía
contemporánea (de la cual se han hecho eco otros filósofos, Habermas entre ellos)
que tiene por protagonistas principales a Ernst Tugendhat y su crítica de la llamada
Escuela de Heidelberg capitaneada por Dieter Henrich, a quien cabría considerar el-o
cuando menos un - último representante de la moderna «filosofía de la conciencia».
Como es bien sabido, la moderna filosofía de la conciencia ha venido siendo desde
Descartes una filosofía de la autoconciencia (nadie podría decir «yo pienso» sin
saberse «yo») entendida como autoconocimiento (puesto que tampoco nadie podría
decir «yo pienso» sin poder decir «yo me conozco»). De ahí el título de la obra de
Manfred Frank, discípulo de Henrich, «Autoconciencia y autoconocimiento»
(Selbstbewusstsein und Selbsterkenntnis, 1971), para la que aquélla vendría
básicamente a consistir en éste. Y a ello se reduce la tesis central de la fllosofía de la
conciencia contra la que arremete Tugendhat desde su instalación en la filosofía del
lenguaje, es decir, desde su instalación en el «giro lingüístico» de la filosofía
contemporánea. Para Tugendhat, la «relación de autoconocimiento» de que continúan
hablando Henrich y sus seguidores descansa en un modelo hoy obsoleto de relación
cognoscitiva, a saber, la concepción del conocimiento como una relación entre un
sujeto y un objeto. Frente a lo cual sostiene Tugendhat que, lejos de reducirse a una
«relación sujeto-objeto», el conocimiento habría de ser concebido como una relación
entre sujetos, puesto que según Hegel ya advirtió (y lo repetiría después George
Herbert Mead, el padre de la sociología interaccionista), la autoconciencia tampoco se
reduce a «autoconocimiento» sino que pasa siempre por el «reconocimiento» de los
otros, reconocimiento no sólo interesante desde el punto de vista gnoseológico o
relativo a la teoría del conocimiento sino, muy especialmente, desde el punto de vista
práctico o relativo a la filosofía moral, esto es, a la ética.
183
de Zorrilla o el palacio de Santa Cruz se encuentran ubicados en tales o cuales barrios
de la misma», es decir, una serie de hechos relativos a Valladolid. Y otro tanto
sucederá cuando se diga, no ya «Conozco algo», sino «Conozco a alguien
(supongamos, a Fulano)», en cuyo caso querrá decirse «Conozco (o sé) que Fulano
vive acá o allá, que está casado o no lo está, que ha hecho esto o lo otro, etc.», es
decir, una serie de hechos relativos a la vida y las circunstancias de Fulano. Lo que
aún es más, eso será también lo que suceda cuando alguien diga «Yo me conozco»,
puesto que tampoco se trata de que yo, un sujeto, conozca a un objeto que resulto ser
yo mismo, sino que semejante frase oficia de nuevo ahora a modo de una abreviatura
o un compendio de hechos o acontecimientos relativos a mí mismo, a saber, los
hechos o acontecimientos - pasados, presentes o futuros - que me han sobrevenido a
lo largo de mi experiencia y constituyen lo que he sido o creo haber sido, lo que soy o
creo ser o quiero ser, lo que seré si puedo, quiero y creo que debo serlo, y así
sucesivamente. Algo bastante complicado, como se echa de ver, puesto que nadie dijo
nunca que fuera cosa fácil obedecer el mandato del oráculo de Delfos que impera a
cada quien gnóthi seautón, nosce te ipsum, conócete a ti mismo.
184
eo ipso «universalizables», esto es, habría de aspirar a una legislación moral
universal. Pero esto es algo que, tras el ocaso de lo que Max Weber diera en llamar el
monoteísmo o monismo valorativo premoderno (todavía vivo en el moderno Kant
gracias a la residual impronta cristiana de su pensamiento ilustrado), entraría en
profunda crisis con el advenimiento del pluralismo valorativo o «politeísmo»
consecuencia de la «muerte de Dios» característica de la Modernidad. Una situación
ésta en la que cada cual pasaría a obedecer a su dios con minúscula, o acaso a su
demonio, dando lugar al remplazamiento postmoderno de la voluntad racional
supuestamente universal por el arbitrio idiosincrásico de la voluntad individual regida
simplemente por la ley del deseo bajo cualquiera de sus variantes. Y Tugendhat, de
hecho, oscila en este punto entre un «racionalismo» de inspiración kantiana y un
«decisionismo» inspirado en la tradición existencialista para la que, en última
instancia, todo lo que cabría pedir al sujeto moral autolegislador es que - al adoptar
una decisión moral, cualquiera que ésta sea - comprometa en ella su vida, ponga en
juego su identidad procurando ante todo la fidelidad a sí mismo y busque, en suma, la
autenticidad, la Eigentlichkeit heideggeriana, por encima de todo otro valor (una
«autenticidad» ya criticada un día por Adorno pero reivindicada hoy desde otra
perspectiva por Charles Taylor y, antes que ningún otro, por nuestro Ortega cuando,
en su curso En torno a Galileo, definía la «verdad» en su sentido práctico o moral
como «la coincidencia del hombre (esto es, de cada ser humano individual) consigo
mismo»).
185
...Aunque vivamos eso que da en llamarse la pérdida del sujeto, a todos
nos constan, desde la dimensión subjetiva de la igualdad, algunas cosas...
(como) que nadie quiere ser otro. Quiere quizás ocupar el lugar de otro, tener
lo que tiene otro, pero convertirse en ese otro, dejarse cubrir por otra piel,
querer ser precisamente ese otro, eso no constituye aspiración humana
alguna... Por alguna razón -y en ello el estoicismo estaba en lo cierto - el más
humillando o maltratado de los seres humanos quiere seguir siendo él
mismo, pero sin humillaciones ni malos tratos. Puede sentir envidia de
cualquier cosa, mas no del ser de otro, porque considerará que todo lo que le
apetece del otro son sus posesiones, es decir, elementos adventicios a los que
cree tener un derecho igual. (Pero) la igualdad nunca se ha resuelto en
identidad, cosa que la transformaría en demasiado repugnante...
Como se nos advierte en el texto precedente, vivimos tiempos hoy de «pérdida del
sujeto», de acuerdo con el agorero balance de ese bon mot francés que rezaba «Dios
ha muerto, el hombre ha muerto y, si quiere Vd. que le sea franco, yo tampoco me
encuentro demasiado bien». Pero aun cuando el sujeto moral no sea ya lo que fué y
acaso hoy se reduzca a un «muñón de subjetividad» - tal y como los personajes de las
obras de Samuel Beckett se reducen a muñones de personajes-, incluso un muñón así
de subjetividad (ala agency de Judith Butler?) precisa constituirse en un autós si
quiere ser de hecho «un sujeto moral» medianamente digno de semejante
consideración. Algo que hasta su maestro Foucault parece haber acabado
reconociendo cuando, tras haber expedido él mismo en tiempos su certificado de
defunción de tal sujeto, terminó sus días dedicado al cultivo de una «hermenéutica del
sujeto» de la que ha podido decirse que constituye, siquiera sea embrionariamente,
una «ética del sujeto» bajo la forma, por ejemplo, del souci de sol.
Y así como veíamos que la individualidad de los sujetos no era óbice para su
aspiración a la «igualdad», tampoco habría de serlo para la aspiración a la
«universalidad» de una legislación moral por todos compartida y llamada a respaldar
éticamente la vigencia jurídica de los derechos humanos a escala planetaria. Ahora
bien, esa universalidad no habría de ser la «universalidad abstracta» del Hombre con
mayúscula del trascendentalismo kantiano o neokantiano, sino la «universalidad
concreta» que agrupe a la totalidad de los seres humanos - con su carga de diferencias
étnicas, nacionales, lingüísticas, ideológicas, culturales, etc., así como, por
descontado, diferencias genéricas - sobre la cubierta de la «Aeronave Espacial
Tierra» (la Spaceship Earth de Kenneth Boulding) entendida como una comunidad
(de comunicación) de (comunidades de) comunicación, donde «individualismo» y
«comunitarismo» vendrían a resolver su contraposición en un omniabarcante
«cosmopolitismo» (puesto que ningún individuo ni ninguna comunidad quedarían
fuera de una auténtica Cosmópolis). Pero con ello entramos en un nuevo y distinto
tema, rotulémoslo «Género y universalismo ético», que no encuentra aquí y ahora ni
el lugar ni el momento para ser abordado dentro de esta ya demasiado larga
exposición.
186
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W0IFF, R. P., A Defense of Anarchism, Nueva York, Harper and Rom, 1976.
CONCEPCIÓN ROLDÁN
190
* Este trabajo se ha realizado en el marco del Proyecto de investigación que dirijo
en la actualidad en el Instituto de Filosofía del CSIC titulado «Una nueva filosofía de
la historia para una nueva Europa» (HUM2005-02006/FISO), continuación del
anterior, «La idea de Europa en la época de la Ilustración» (BFF 2001-3835). Las
referencias completas de la Bibliografía básica se encuentran al final del texto.
A mi hija Andrea
Es en este sentido en el que afirmo que la «razón práctica» fue falaz en sus
orígenes, olvidándose del concepto de igualdad en el giro ético, político y jurídico
que quería imprimir a la reflexión filosófica - centrada en el concepto de libertad - y
por el que la filosofía escolástica anterior se había granjeado sus feroces críticas. A la
filosofía moderna no le interesa el pensamiento teórico por sí mismo, si no tiende un
191
puente con la práctica', si no conduce a la emancipación del género humano2. Sin
embargo, la filosofía ilustrada en su conjunto se olvidó de esa aplicación práctica al
colectivo de las mujeres - a la mitad de la humanidad-, porque les costaba renunciar
al arraigado prejuicio - convertido en convicción teórica a-crítica y sustentado en una
concepción patriarcal de la historia3-, de la «natural» inferioridad femenina, por la
que quedaban excluidas las mujeres del mundo de la cultura, reservado a los varones,
y se perpetraban, además, estos prejuicios en las leyes cívicas. Las contradicciones en
las que se veían inmersos aquellos precursores ilustrados se debían, sin duda, a que
no pretendían contravenir el orden establecido, sino que - más bien al contrario - lo
defendían y continuaron pensando y viviendo, como si a ellos mismos les faltara la
«razón crítica» que tanto promulgaban4.
Estas tesis biologicistas fueron asumidas también por las reflexiones filosóficas
sin mucho cuestionamiento. Parecería que la filosofía, con su estatuto de disciplina
192
crítica y, sobre todo, con su lucha abierta contra el prejuicio desde épocas ilustradas,
hubiera debido enfrentarse al problema con otro talante. Por el contrario, lo que
observamos es que esta rama del saber, que reclamara para sí el estatuto de ciencia,
no ha tratado al colectivo femenino de manera muy diferente a lo largo del período
ilustrado. No perdamos de vista que en los comienzos de la Modernidad se está
llevando a cabo en Europa un proceso de secularización creciente: la filosofía va
emancipándose poco a poco de la teología, volviéndose analítica, luchando contra los
prejuicios. Sin embargo, pocos indagan los motivos que convierten a la mujer en un
ser humano de segunda clase, y mucho menos se cuestionan si estos motivos son
lícitos. Los varones están asentados en su cota de poder y no quieren arriesgarse a
perderla concediendo a las mujeres acceso a las tareas públicas o a la participación
política, ni mucho menos ese escalón previo que es el estudio de las ciencias. Hay
intereses creados' - o al menos cómodas rutinas - en consagrar la polaridad sexual, la
complementariedad, repartiendo los papeles de tal manera que sólo los varones
ejerzan de protagonistas de la historia y la cultura, mientras las mujeres quedan
relegadas al ámbito doméstico. Y los mismos varones se encargarán de transmitir a
través de la educación esas convicciones, que antes se entendían como designios
divinos de la creación y que en este incipiente período ilustrado se convierten en
«fines de la naturaleza».
193
tiempo poseer erudición y «razonabilidad» en pequeñas dosis, para contribuir a que
se conservara la especie y pudiera progresar la civilización. En mi opinión -y contra
lo que sostiene U.P.Jauch (1990)-, las filosofías para damas contribuyeron con su
granito de arena a aumentar la convicción generalizada de la inferioridad intelectual
de las mujeres.
Más aún, los pensadores ilustrados llegan a buscar fundamentos racionales para
apuntalar las diferencias biológicas cristalizadas en las costumbre. Así, los filósofos
«prácticos» se sirven de descripciones antropológicas, que no hacen sino reflejar
cómo son las cosas, para propugnar que deben seguir siendo así. En los escritos de
Thomasius y Wolff podemos preguntarnos todavía hasta qué punto son las mujeres
referentes de una ética que, ante todo, se ha querido proclamar independiente de la
teología. En Kant, por el contrario, aparece reflejada de manera paradigmática esa
relación entre la ética y la antropología, en tanto que otorga a la antropología un
importante papel como fundamento de la ética: sin la antropología sería para él la
moral una mera escolástica y no tendría ninguna aplicación en el mundo". Pero
mientras la ética kantiana toma los derroteros del formalismo, cuyas piedras
angulares serían la universalidad y la autonomía, su antropología reparte estos
principios de manera desigual entre la humanidad, hurtándoles a las mujeres esa
«mayoría de edad» que en su ensayo ¿Qué es Ilustración? convir tiera en «divisa de la
Ilustración». El «antropólogo pragmático» no se conforma con una descripción
objetiva de un estado de cosas, sino que también prescribe cómo deber ser un estado
de cosas, y con ello deja a las mujeres en el lado oscuro de la pasión-naturaleza
impidiéndoles con ello el acceso tanto a la erudición como a cualquier participación
de pleno derecho en la vida cívica, hasta el punto que la antropología y la educación
constituyen un frente común para que continúe manteniéndose la polaridad sexual
que fuera instituida por la naturaleza: para Kant deben permanecer las mujeres («lo
bello») en el ámbito doméstico, para que los varones («lo sublime») puedan perseguir
sus intereses en la vida pública 12. De esta manera, encontramos en las Lecciones
sobre Ética y Antropología kantianas - que fueron dictadas a la par escribiera sus
Críticas- un contenido sociohistórico que elimina de un plumazo la pretensión de
neutralidad del formalismo, permitiendo entre otras cosas que se pueda distinguir
entre un estatuto ético para varones - o ética racional de principios - y uno pre-ético
lpar mujeres - o estética del bien (el «bello sexo»elige el bien por su belleza) a
manera que sólo los varones podían tener virtudes auténticas, mientras que las de las
mujeres eran adoptadas 14. Esta permanencia en la antesala de la moral es lo que
impide a su vez al género femenino emanciparse de sus tutores varones; sólo a ellos
les corresponde la prerrogativa de autolegislarse moralmente, mientras el «bello
sexo» queda relegado a la asunción de una heteronomía15 que por definición
incapacita a los individuos para dotar de verdadero sentido ético a sus acciones y, por
ende, para la participación política". Mientras a los niños varones les era permitido
entrar en el mundo de la autonomía ético-política al crecer, las niñas, las mujeres
permanecían el resto de sus días como «niños grandes»17 que precisaban de la
supervisión de un tutor, fuera éste su padre, su hermano o su esposo.
194
alemana se había colocado a la cabeza del movimiento filosófico de su época en la
reivindicación de la razón práctica, esto es, de una forma de pensamiento racional que
sirviera al género humano - más allá de las elucubraciones epistemológicas y
metafísicas - para perfeccionarse y progresar, no sólo en el campo de los avances
tecnocientíficos, sino también y sobre todo en las disciplinas que tenían una
influencia práctica en la vida (ética, derecho, pedagogía y política; así como arte en
general). Mientras que los franceses se ocupaban más de la divulgación de un
determinado «espíritu» ilustrado y los ingleses hacían más hincapié en las cuestiones
pragmáticas, las reflexiones de los filósofos alemanes sentaban las bases
especulativas de lo que la filosofía posterior entendería por «primacía de la razón
práctica». Una primacía que entraría con el farolillo rojo de la ilustración española,
tan reacia por su experiencia histórica a la influencia francesa y más permeable a la
alemana.
Pero esta palmaria injusticia perpetrada por los detractores del género femenino
fue también combatida desde sus orígenes por esas mismas mujeres «excepcionales»
y por algunos varones convertidos en sus defensores.
195
2. DEFENSORAS Y DEFENSORES DEL INCIPIENTE «MOVIMIENTO
FEMINISTA» EN ALEMANIA: LA LUCHA POR LA IGUALDAD
196
Gustave Reynier comenzaba su libro sobre La mujer en el siglo XVII• sus
enemigos y defensores con la observación de que en todos los tiempos y en todos los
lugares ha habido una «disputa de las mujeres», en la que las mujeres denuncian la
limitación arbitraria de su campo de actuación y los varones, con sarcasmo y
juramentaciones de grupo, intentan encorsetarlas en el marco fijo y tradicional de «la
costumbre»28. Pero la reconstrucción de la genealogía de las mujeres, llevada a cabo
durante el siglo pasado, ha mostrado que entre los denominados «defensores de las
mujeres» en la modernidad temprana se encontraban también muchos reconocidos
pensadores: algunos con tímidas defensas (Jacob y Christian Thomasius, Leibniz o
Wolff), otros más decididas (Poullain de la Barre, Condorcet, Theodor von Hippel),
cuyas teorías contribuyeron a construir el camino de la igualdad de varones y mujeres
de la mano de aquellas pensadoras que en la época lucharon en solitario, como Marie
de Gournay, Anna Maria van Schurmann, Olympe de Gouges, Dorothea Ch. Leporin,
Mary Wollstonecraft o Amalia Holst. Acaso no sea superfluo recordar en este punto
que no todos los escritos de mujeres en los orígenes de la modernidad pueden
suscribirse entre los que hemos denominado «defensores de las mujeres», pues
justamente la literatura sobre la superioridad o excelencia29 de las mujeres se opone
tanto a la consecución de la igualdad como la consideración de inferioridad, al
postular una situación de «excepción» (recordemos los catálogos de mujeres célebres)
que a la postre es utilizada contra la inclusión de las mujeres en el ámbito «oficial» de
los derechos cívicos, esto es, como ciudadanas de pleno derecho en la sociedad.
Acaso sea necesario comenzar por mencionar que para promover la igualdad de
las mujeres, primero hubo que demostrar - hablamos de finales del siglo xvi - que las
mujeres eran seres humanos, aspecto que querían poner en duda algunos anónimos de
la época, como el que circulaba por Alemania a comienzos de 1595 bajo el título
Nueva disputa contra las mujeres, en la que se prueba que no son seres humanos y
contra el que inmediatamente reaccionó Simon Gedicke publicando uno En defensa
de las mujeres30. Este primer paso hacia la igualdad llevaba la divisa que había de
acompañar a la lucha «feminista» durante toda su andadura, y que la tiñe de
ilustración: «actuar contra la razón, significa actuar contradictoriamente». Por ello,
los escritos de los defensores de las mujeres se dirigirán sobre todo a la crítica de las
contradicciones internas de la opresión del género femenino, sobre todo cuando las
mismas proceden de supuestas reflexiones filosóficas. Y ésta es también la lógica
inherente al ensayo que dio el paso definitivo hacia la demanda de los derechos
cívicos de las mujeres, alentado por el espíritu de la Revolución Francesa, que a pesar
de sus deseos de igualdad dejaba fuera a la mitad del género humano; me refiero a la
Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1791) de Olympe de
Gouges, quien antes de ser decapitada el 4 de noviembre de 1793, escribió: «Si la
mujer tiene el derecho de subir al cadalso, también ha de concedérsele al derecho de
subirse a hablar a la tribuna pública...» Y este fue también el discurso de sus
predecesoras Marie de Gournay y Anna Maria ven Schurmann, cuando demostraron
en sus escritos que las mujeres tienen las mismas capacidades que los varones para
dedicarse al estudio o para el desempeño de empleos y dignidades públicas.
Ahora bien, no hay que perder de vista lo recortadas que fueron estas primeras
197
reivindicaciones decimonónicas, sobre todo entre los defensores varones de las
mujeres. Por una parte, por hallarse estas tibias reclamaciones inmersas en un
ambiente clasista e incapaces por ello de defender una verdadera universalidad para
todas las mujeres; por otra, sin un decidido empeño por dar el paso entre la igualdad
de capacidades (en la adquisición de saberes teóricos) entre hombres y mujeres, y la
clara defensa de la participación pública de las mujeres en la vida académica y
política. En este sentido, encontramos en la correspondencia de André Rivet con
Anna Maria von Schurmann afirmaciones del tipo: «El soberano autor de la
naturaleza ha formado los dos sexos diferentes con la finalidad de introducir una
diferencia en sus funciones, destinando a los varones a una cosa y a las mujeres a otra
(...). Respecto a la cuestión de los estudios, es suficiente con que algunas, impulsadas
por una inclinación particular se eleven por encima de todas las de su sexo y se
muestren capaces de las más altas ciencias (...). Pues no es falta de ingenio o de juicio
lo que aparta a la mayoría de las mujeres del saber, sino el hecho de que tienen otros
propósitos o designios, o la necesidad de ocuparse de asuntos intrascendentes. Por lo
que no es necesario que muchas elijan esta forma de vida, sino que es suficiente con
que algunas - impulsadas por un extraordinario celo vocacional - sobresalgan entre la
mayoría, sobre todo en estos tiempos en que los jóvenes varones aparentan que
estudian, más bien que se dedican a ello con seriedad»31; y Schur mann se repliega
en sus pretensiones, no vaya a ser que pierda el privilegio de acudir como oyente a las
clases de teología del pietista Voetius - hecho que la convierte en la primera oyente
mujer de teología protestante-, oculta tras una celosía para no distraer con su
presencia la atención de sus condiscípulos varones32...
Los «defensores de las mujeres» en Alemania cifrarán sus esfuerzos durante todo
el siglo xvii en demostrar la igualdad racional de los sexos - frente a las teorías
imperantes que consideraban a las mujeres inferiores e incluso próximas a los
animales en la cadena de los seres33-, de ahí que la mayor parte de sus escritos giren
en torno al tema de la erudición femenina, esto es, la discusión en torno a la cuestión
de si la mujer tiene capacidades para el estudio y en qué medida conviene a su
honestidad dedicarse al mismo, desatendiendo «las labores propias de su sexo». En
este sentido, ningún ensayo alcanzará en estas latitudes la repercusión que obtuvo La
igualdad de hombres y mujeres (1622) de M. de Gournay en la Francia que un siglo
después será cuna de la Revolución. En Centroeuropa se dejará de lado - o incluso se
combatirá - una igualdad de los sexos que pueda tener repercusiones prácticas: ni los
más avezados pondrán en cuestión la autoridad del Edicto de Ulpiano, por el que a las
mujeres les estaba vedado el desempeño de un cargo público, aunque demostraran
capacidades para ello. La polaridad de los sexos se presenta como una finalidad
natural o divina innata a los mismos, caracterizada por una diversidad de funciones
que para la mujer se convierten en barrera infranqueable ante el acceso a puestos de
responsabilidad civil, religiosa o política. Las afirmaciones de Jacob Thomasius, con
todo defensor de la igualdad de capacidades intelectuales de las mujeres, son
taxativas respecto a su participación en los «ministerios» públicos: «La razón
aconseja que las mujeres acomodadas, relevadas de las tareas domésticas, dediquen
su ocio al estudio mejor que a otros quehaceres, siempre que muestren una especial
inclinación al estudio. (...) Sin embargo, cabe preguntarse para qué es útil el cultivo
198
de la erudición femenina, si les está negada su participación en los empleos y cargos
públicos» 34. Ni una palabra para cuestionar o criticar la exclusión de las mujeres de
la vida pública; únicamente la constatación de que «la naturaleza no se opone a la
instrucción de las mujeres» - «permitiéndola» como excepción, no «prescribiéndola»,
como en el caso de los varones - y de que «las costumbres y estatutos de los pueblos
destinan regularmente a los varones y no a las mujeres para una formación erudita»
35. Las mujeres, educadoras «por naturaleza» de los hijos, sólo podían actuar como
mediadoras para el acceso al estadio de la cultura por parte de los varones, pero
siempre quedándose ellas en la antesala de la misma.
199
esfuerzos a indagar los motivos que convertían a la mujer en un ser humano de
segunda clase, y muchos menos los que se cuestionaron si estos motivos eran lícitos.
Los varones estaban asentados en su cota de poder y no querían arriesgarse a perderla
concediendo al género femenino acceso a las tareas públicas o participación política,
ni mucho menos ese escalón previo que es el estudio de las ciencias. Es un hecho
comprobado que durante siglos la mayoría de los grandes pensadores perdieron su
capacidad crítica al enfrentarse a temas referentes al «otro» género, contribuyendo
incluso con sus teorías a la marginación sistemática de la mujer de la vida intelectual
y, con ello, de su proyección pública, hasta bien entrado el siglo xx, con las secuelas
que han quedado grabadas a fuego en las costumbres hasta nuestros días. El alemán
Theodor von Hippel puede ser mencionado junto a otras honrosas excepciones
europeas de la época (Poullain de la Barre, Condorcet, o John Stuart Mill, por
nombrar a los más conocidos).
1 Con todo, las reflexiones de Theodor von Hippel distan mucho de su coetáneo
Kant, quien - como ya vimos en el apartado anterior - dejó a la mitad de la humanidad
al margen de lo que constituye los dos pilares fundamentales de su ética: la
universalidad y la autonomía, considerando a las mujeres incapaces de actuar por
principios, excluyéndolas del acceso a la categoría de ciudadanas por su «minoría de
200
edad civil» 41 y convirtiéndolas de por vida en dependientes de sus «tutores
naturales» - primero el padre, luego el marido, con quien constituye una única
«persona moral» en el matrimonio42. Suelen disculparse las incoherencias kantianas
por ser «hijo de su tiempo», pero no puede olvidarse que por la misma época que
Kant está publicando sus Críticas, su Metafísica de las costumbres y su Antropología,
Mary Wollstonecraft publica su Vindicación de los derechos de la mujer y de la
ciudadana (1792), donde insiste en que lo que eleva a los seres por encima de los
animales es su capacidad racional y apela a la responsabilidad de los individuos para
actuar y educar de acuerdo con la racionalidad, contribuyendo con ello a mejorar la
sociedad; si las instituciones y las prácticas sociales dominantes representan un
obstáculo para poner en práctica la racionalidad, es que necesitan ser reformadas.
Kant tenía en su filosofía todas las claves para haberse convertido en adalid de la
igualdad de las mujeres; prue ba de ello es que durante mucho tiempo se sospechó
que él era el autor de las obras que Theodor ven Hippel publicara anónimamente41.
Pero no supo dar ese paso, que hubiera sido lógico.
Aún tuvieron que pasar casi dos siglos para que las Universidades alemanas
permitieran que las mujeres se matricularan en ellas y para que tuvieran derecho a
votar como ciudadanas lo mismo que los varones. Antes de bien entrado el siglo xx
algunas mujeres consiguieron - como «excepción» - asistir como oyentes a clases en
la Universidad u obtener el grado de doctoras: tal fue el caso de Anna Maria van
Schurmann, que antes mencionamos, o el de Dorothea Christiane Leporin que pudo
obtener el doctorado en medicina en la Universidad de Halle en 1754, con permiso de
las autoridades pertinentes. También a Marie Winkelmann von Kirch «se le permitió»
seguir trabajando como astrónoma en la Academia de Berlin, fundada en 1700, a la
muerte de su esposo Gottfried Kirch, quien fuera el primer astrónomo de la misma, en
1710, pero sin reconocerle el rango del trabajo que realizaba: sólo a partir de 1945
pudieron las mujeres devenir miembros regulares de las Academias científicas.
3. A MODO DE CONCLUSIÓN
201
la pobreza o la violencia de género.
4. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mujeres,
Madrid, Cátedra, Premio Nacional de Ensayo 2007, 2005.
BENHABIB, S., «"The Generalized" and the Concrete Other: The Kohlberg-Gilligan
Controversy and Feminist Theory», en S.Benhabib y D.Cornell (eds.), Feminism
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El Magnánim, 1990).
202
término: del elogio al vituperio», en C.Amorós, 1992a, págs. 73-84.
DREXL, Magdalena, «Die Disputatio nova contra muberes, Qua probatur cas
Homines non esse und ihre Gegner», en Engel y otros, 2004, págs. 122-135.
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Studia Leibnitiana, XV/1, 1983, págs. 46-57.
203
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Ursachen, die das weibliche Geschlecht vom Studieren abhalten, Berlín, 1742
(reimpresión: Sttutgart, 1975. Revisado con un apéndice biográfico por
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PuLEO, Alicia, «"ta radical universalización de los derechos del hombre y del
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ROLDÁN, Concha, «El' reino de los fines y su gineceo: las limitaciones del
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R.R.Aramayo, J.Muguerza y A.Valdecantos (eds.), El individuo y la historia.
Antinomias de la herencia moderna, Barcelona/Buenos Aires/México, Paidós,
204
1995, págs. 171-185.
-«Crimen y castigo: la aniquilación del saber robado (El caso de Anna Maria von
Schurman», en Theoría (Revista del Colegio de Filosofía, Fac de Fil. y Letras de
la Univ. Nac. Autónoma de México), Nr. 5, Dic., 1997, págs. 49-59.
205
UNZER-ZIEGLER, Johanne Charlotte, Grundriss einer Weltweisheit für das
Frauenzimmer, Halle, 1751.
206
Más de la mitad de los jóvenes, menores de veinticinco años, que han contraído el
virus VIH son mujeres. Un 60 por 100, aproximadamente, según el Informe de
Onusidal. En la Conferencia Mundial del Sida, que tuvo lugar en julio de 2004, en
Bangkok, se presentaron datos contundentes sobre la incidencia de la enfermedad
entre la población femenina. La mayoría de los enfermos son mujeres, ellas se
encuentran en una posición más vulnerable ante la violencia sexual y las prácticas de
riesgo. Por otro lado, tienen menos oportunidades para acceder a medios preventivos,
así como para controlar su sexualidad o para recibir el tratamiento adecuado, una vez
han contraído el virus VIH. Mujeres embarazadas transmiten a sus hijos la
enfermedad. Son, en cambio, quienes se hacen cargo casi siempre de otros pacientes
afectados por el virus. La situación es especialmente aguda en los países de África -
veintiséis millones de afectados - y de Asia, allí donde la pobreza y la violencia
tienen enorme incidencia en las vidas de los más marginadosz. Entre ellos, y en
primer lugar, las mujeres. Las circunstancias resultan menos dramáticas para los
ciudadanos de los países desarrollados, pese a la gravedad de la epidemia. Sólo que la
diferencia de género continúa siendo significativa, al igual que sucede en otras
enfermedades. Incluso aquellos países en los que la salud es entendida como un bien
público, y el respeto por los derechos individuales forma parte de la cultura política,
la atención sanitaria no es exactamente igual para hombres y mujeres. A modo de
ejemplo, según las encuestas del INE-, entre el año 1999 al 2001 la estancia media en
hospitales españoles fue más elevada en hombres que en mujeres. Desde los quince a
los setenta y cinco años, ellas acuden menos que ellos a los centros hospitalarios para
recibir tratamiento. La situación se invierte, sin embargo, hacia los setenta y cinco o
los ochenta y cinco: en la tercera edad, la estancia media es más elevada entre las
mujeres. ¿Qué hacen ellas entre los quince y los setenta y cinco años? Las mujeres
padecen enfermedades - los datos sobre la incidencia del Sida entre mujeres jóvenes
son llamativos-, al mismo tiempo son responsables de la salud y del bienestar de otras
personas. Cuidan de otras personas, de ahí que su comportamiento como pacientes no
sea exactamente igual que el de los hombres. Ellas atienden a los hijos, a los
familiares enfermos, a las personas de su entorno, ancianas o personas dependientes.
La salud es, sin duda, un espacio privilegiado para observar de cerca las relaciones de
género. Los problemas de salud y el modo de atenderlos ponen en evidencia, cada
día, la distribución asimétrica de los cuidados básicos. Lo más llamativo es, sin
embargo, el papel de las mujeres como cuidadoras. La enfermedad y las situaciones
de dependencia muestran que, efectivamente, la organización social y política es poco
equitativa, ya que mantiene distintos papeles y distintas cargas para hombres y para
mujeres. Esta situación tiene consecuencias relevantes, incluso para el desarrollo de
los países4. Resulta significativo que, durante una prolongada etapa de la vida, la
mayoría de los pacientes hospitalizados sean «los pacientes». Y la mayoría de los
207
cuidadores primarios sean «las cuidadoras». El artículo señala este problema, la
distribución injusta de las tareas de cuidado, proponiendo mayor equilibrio entre la
responsabilidad hacia los demás - el «cuidado», según la Ética feminista - y el reparto
de la atención informal a la salud y el bienestar. Informal o no remunerada.
208
autonomía y, a la vez, actuar responsablemente ante las necesidades ajenas? La
perspectiva de género ayuda a entender en toda su amplitud este problema,
«invisible» durante mucho tiempo. Sirve también para marcar las distancias entre
responsabilidad como actitud meritoria y responsabilidad como una obligación, o
como una expectativa que recae sobre las mujeres. En conclusión, el reparto de los
recursos y de las cargas sigue siendo muy desigual, como indican las estadísticas
sobre la salud en los países de la Unión Europea. Ni siquiera las sociedades
avanzadas han puesto remedio a una situación injusta. E invisible, en la medida en
que afecta, sobre todo, a las mujeres. No tiene sentido pensar en relaciones
equilibradas entre enfermos y cuidadores, tampoco entre los menores y los adultos,
responsables de su bienestar. Menos aún, entre ancianos o personas dependientes y
quienes se ocupan de ellos. Han de existir, no obstante, políticas sanitarias y sociales
que neutralicen la división tradicional de pape les. Por tanto, la atención informal
habrá de ser cuantificada, y distribuida de otra manera. Esto es, es deseable cierto
equilibrio entre «cuidado» y justicia. Para que el bienestar de los pacientes no
dependa de una estructura desigual, ni de la generosidad de las mujeres.
1. LA PERSPECTIVA DE GÉNERO
209
reproductiva, del año 2002, demostraba que sus necesidades siguen sin ser una
prioridad en los países de la Unión.
-La situación de las mujeres como pacientes indica que los sistemas sanitarios han
crecido, en efecto, aunque lo han hecho de forma poco equilibrada. De un lado, se
considera que la salud es un derecho básico. Por lo mismo, los Estados han de
establecer políticas adecuadas a fin de responder a este compromiso12 con el
bienestar de la ciudadanía. Incluso en las sociedades en las que el mercado tiene
cierto peso en el ámbito sanitario, la atención básica ha de estar garantizada para
todos los ciudadanos por un sistema público. La equidad, y no sólo la eficacia, es, por
tanto, un principio de actuación para los sistemas de salud, precisamente porque son
diferentes las necesidades de cada paciente13. De otro lado, las prácticas y los
mecanismos reales para distribuir los bienes intervienen en sentido contrario.
Inclusive un bien básico, como es la salud. Los datos de los últimos años sobre el uso
de los servicios hospitalarios en España14 demuestran que, como mínimo, existen
desequilibrios de género. Esta situación se hace más evidente aun cuando las mujeres
son cuidadoras, no sólo pacientes. Hasta hace muy poco, en España apenas se ha
tenido en cuenta el peso que tiene esta actividad, porque está asociada a las
actividades que se realizan en el ámbito doméstico. Sus costes son importantes, pero
continúan siendo aún «invisibles»15 - como los ha denominado A.Durán-, ya que
están fuera del mercado. Y los realizan, en su mayoría, mujeres.
1. 1. EL COSTE DE LA DESIGUALDAD
210
económicas, precisamente porque no son considerados como «trabajo» y, por tanto,
no generan derechos ni tienen reglamentación clara. Como sucede, por otra parte, con
la actividad doméstica, que no está retribuida, no es contabilizada, apenas ha sido
analizada` en toda su complejidad. Tampoco es considerada un «trabajo productivo».
En ambos casos - cuidado de la salud, trabajo en el hogar-, la actividad suele estar
distribuida de forma desigual, ya que corresponde casi siempre a las mujeres la
ejecución de estas tareas. Se da entonces la paradoja de que los sistemas sanitarios
han avanzado de forma espectacular, desde el punto de vista técnico y organizativo.
Requieren cada vez más recursos, mayor especialización, competencias profesionales,
tal como se ha señalado en muchas ocasiones. Al tiempo, la salud es cada vez más
apreciada como bien fundamental, a proteger, a garantizar. Sin embargo, la atención o
cuidado informal tiene mayor peso que los servicios prestados desde el sistema
sanitario'7. Y no hay que olvidar un hecho, que el sistema informal sigue aún el
modelo del trabajo doméstico: sin remuneración, sin derechos, sin costes visibles.
-Gracias a esta solución, los sistemaslde salud no tienen que asumir el coste de la
atención informal. Que son elevados, cada vez más elevados. Pero éstos no
desaparecen, sino que pasan a la esfera privada22. No suelen ser contabilizados. A
pesar de que ahí se transforman en costes difíciles de recuperar: en proyectos
personales que serán aplazados, olvidados tal vez, en tiempo escaso2 - para los
cuidadores, en renuncias importantes, todas las energías dedicadas a la atención que
requieren las personas dependientes o enfermas. La solución no es que éstas dejen de
ser atendidas, ni qué decir tiene. La cuestión es quiénes han de asumir las necesidades
de otros como algo propio. Quiénes han de asumir seriamente ese compromiso. Hoy,
en Europa, siguen dedicando más tiempo las mujeres que los hombres al trabajo no
remunerado, aquel que se realiza sobre todo en la esfera doméstica`. Con
independencia del tiempo que ellas y ellos dediquen al trabajo remunerado o externo.
Los datos parecen claros a este respecto.
-El reparto tradicional se realiza de forma quizás menos tosca, pero igualmente
eficaz en el ámbito profesional. En las Ciencias de la salud, se valoran las actitudes
compasivas, la sensibilidad, las múltiples y complejas tareas de cuidado. Los valores
211
asociados a la cultura femenina son considerados positivos para la consecución del
objetivo fundamental, la salud y el bienestar de los pacientes. El cuidado es una
síntesis de las actitudes y de las actividades que contribuyen a ello, dado que se presta
a mantener la cercanía con respecto a las necesidades, a tener en cuenta las
situaciones y personas concretas, los matices. En tal sentido, equivale a
responsabilidad, a interés genuino por los demás. Crea o mantiene aquellas relaciones
que son fundamentales para la recuperación de la salud. En fin, las ventajas son
numerosas en el ámbito sanitario. Sólo que el discurso del «cuidado» aparece casi en
exclusiva al tratar de Enfermería25, y no de Medicina.
212
aportaban las adolescentes persuadieron a C.Gilligan de que había que revisar la
teoría. No se trataba tan sólo de analizar la construcción femenina de la realidad, con
sus peculiaridades, sino de explicar que los juicios contextuales - con preferencia
sobre los juicios en términos universalistas-, la valoración de las relaciones, todo ello
corresponde a un punto de vista moral distinto. Una voz diferente para hablar y para
solucionar los problemas de índole moral. Por tanto, los test no revelaban
deficiencias, sino diferencias. Otra comprensión, social y moral. ¿Cómo reconciliar,
entonces, la condición de adulto y la condición de mujer? Las teorías, incluso las
teorías modernas, han subrayado el valor de la autonomía y de la justicia. Una
concepción masculina, en último término. Pues las mujeres tienen mucho más en
cuenta las necesidades de los demás, valoran las relaciones, lo concreto.
-Según esto, habrá que atender a otro punto de vista y a otro principio: el
«cuidado». Es decir, la responsabilidad o solidaridad hacia los demás. Esta voz moral
- «la otra voz» - se hace realmente eco de las necesidades ajenas. Por lo mismo, la
conducta se orienta hacia las relaciones, en una clara actitud de ayuda y de interés por
el bienestar ajeno. En consecuencia, el mapa mora12' ha de ser definido de nuevo. En
términos alternativos, a fin de incluir esta perspectiva. El «cuidado» responde a otra
manera de percibir las situaciones - una diferencia cognitiva - y de valorar los
compromisos, relaciones, obligaciones. Responde a un punto de vista.
-El reto consistía en mostrar que esta perspectiva ampliada forma parte de la
conciencia moral madura. Que responde a relaciones auténticas, no inferiores ni
menos estimables que las obligaciones. Y, en segundo lugar, que ofrece soluciones
adaptadas a la complejidad de las necesidades y de relaciones. «Cuidado» - «care»31
- indica disposición a escuchar, a percibir y a hacerse cargo de la vulnerabilidad de
las personas. Por eso va más allá de las buenas intenciones y de los sentimientos. Es
básicamente una forma de percibir lo real, así como una forma bien definida de
organizar los juicios 12 prácticos. Responsabilidad, Pese a lo cual, su desarrollo
teórico ha sido menor que el tratamiento de los derechos y de la justicia. En parte por
el escaso interés mostrado por la Teoría moral en la experiencia de las mujeres. No en
vano la «voz patriarcal» 33 se ha impuesto de manera general sobre la voz de las
relaciones. De ahí procede, quizás, la dificultad para integrar la Ética del «cuidado»
213
en la teoría estándar sobre el desarrollo de la conciencia y sobre la moralidad. Se
desprende de esto que, en lo teórico, el «cuidado» introduce cambios sustanciales, no
sólo cuestiona el paradigma patriarcal o los prejuicios. En lo práctico, este principio
es la síntesis de las actividades no formales -y no remuneradas - que han sido
tradicionalmente atribuidas a las mujeres. Motivo suficiente para que tales
actividades no hayan sido demasiado estimadas por parte de las teorías.
-Cierto es, sin embargo, que en la cultura femenina domina aún la perspectiva de
las relaciones. Apenas se hace notar en la de los derechos y la de la igualdad. Tal
circunstancia tiene efectos nada desdeñables sobre el modo en que las mujeres se
perciben a sí mismas, y cómo se sitúan en la realidad. Tanto es así que se puede
afirmar - como hacía N. Lyons36 - que existen dos tipos de agente moral. Está, en
primer lugar, el «yo separado», objetivo. Este enfoca las relaciones con otros desde la
reciprocidad, su regla de conducta será la equidad, en su rol dominarán las
obligaciones y compromisos adquiridos. De otra parte, está el «yo conectado», que
intentará responder a las demandas de otros, orientando sus actividades hacia el
cuidado. Según esto, se pensará a si mismo en términos de interdependencia. Por su
influencia, el «cuidado» es - además de un principio y un valoruna forma de
organizar las relaciones y de construir el mundo. No es casual, entonces, que el
bienestar ajeno represente más que una obligación. El «cuidado» es una orientación
básica37, aunque haya estado eclipsado todo tiempo por el discurso de los derechos y
de la justicia.
214
relaciones. La síntesis de ambas perspectivas sería, por lo demás, una vía abierta
hacia una definición más completa de la moralidad. Pensada para los agentes, tal y
como son, tal y como viven sus problemas. De no ser así, de mantenerse la consabida
disyuntiva entre justicia y «cuidado», existe el riesgo -ya mencionado por C.Gilligan
- de que las actividades beneficiosas para los demás se transformen en una autentica
carga para quien asume esa responsabilidad. Sentir con otro, optar por actitudes
responsables, estar interesado en preservar las relaciones, todo ello es importante.
Ahora bien, el valor del cuidado reside en el bienestar que puede aportar. De esta
forma, muestra las carencias de un modelo asentado tan sólo en la reciprocidad y la
igualdad. Pero el «cuidado» no ha de desligarse de la actitud reflexiva. Con objeto de
poner cier ta distancia - aspecto que ha sido señalado por N. Noddings38 - entre las
actitudes y las decisiones.
-~Es necesaria esta distancia? Lo es, en la medida que hay varias formas de
entender el «cuidado». Este no significa lo mismo cuando se orienta sólo hacia
personas determinadas y, por otro lado, cuando «cuidado» se refiere a una atención
hacia otros o interés de tipo más impersonal. El primero se hace cargo de las
necesidades de las personas que están más cerca. Tal como sucede en la relación entre
madre e hijo. El otro estilo de «cuidado» mira más allá del propio entorno. No es una
responsabilidad ilimitada, universal - sería imposible atender a todos-; aún así la
solicitud hacia otros se expande hacia círculos más amplios. Por tal razón, sí se puede
afirmar que «cuidado» es un ideal ético. Su singularidad consiste en que pone en
primer lugar las relaciones entre los agentes, o el «yo relacional». Por último, esta
versión elaborada del «cuidado» garantiza que la conducta desprendida o altruista
nunca se confunda con las virtudes tradicionales. De manera general, se puede decir
que introduce cambios significativos en la manera de entender la madurez de la
conciencia y el valor auténtico de los principios universales. Así se expresa la otra
voz moral.
-Por razones similares, varias autoras han expresado su desacuerdo con la versión
tradicional del «cuidado» y, en general, con la Ética estándar. S. L. Hoagland39, por
ejemplo, señalaba que las virtudes asociadas al sacrificio personal, a la
vulnerabilidad, al altruismo sin condiciones, corresponden a un ideal de dependencia,
que es negativo. Y que aún subsiste. Lo mismo sucede con el modelo heterosexual,
cuya influencia se extiende a las teorías. Tampoco sería correcto identificar la actitud
del «cuidado» con las relaciones entre madre e hijo. Por idéntico motivo: sigue las
pautas de un mundo patriarcal. En tal sentido, el elogio del «cuidado» podría reforzar
instituciones que han sido y son opresivas para las mujeres. Se trataría, en cambio, de
situar el «cuidado» en otro contexto, sin manipulación y con cierta amplitud de miras.
A fin de que sea posible llevar el «cuidado» hacia los extraños, contando así con el
marco político, no sólo con la esfera privada. Las críticas hacia la versión simple del
«cuidado» se repiten también en los trabajos de M. Friedman40. Según esta autora, la
primera interpretación responde a los estereotipos de género. Con otra interpretación,
ni siquiera haría falta optar por uno u otro principio, justicia o «cuidado». Pues
atender a otro implica, en buena medida, respetar sus derechos. En consecuencia,
tampoco sería necesario separar tipos de normas morales, ni hablar de puntos de vista
215
incompatibles. ¿Qué son entonces? Según esta autora, se trata de dos tipos de
compromiso. ¿Cómo ignorar que las relaciones personales son im portantes en la
justicia? La responsabilidad también se ajusta a ciertas reglas morales. En opinión de
M.Friedman, carece de sentido el tópico de la separación o división del trabajo moral.
A modo de ejemplo, indica esta autora que en los test sobre el desarrollo moral
deberían aparecer personajes femeninos activos. En los trabajos sobre el desarrollo
moral, el «dilema de Heinz» es un clásico; sin embargo ¿por qué no hablar más bien
del «dilema de Heidi»?4I ¿Por qué no usar como test dilemas reales, con datos
contextuales?
-Visto desde este ángulo, el «cuidado» sería decisivo para alcanzar un orden
social más estable y cooperativo, tal como proponen A.Carse y H. Lindemann42. Su
tesis es que este principio no tendría que reflejar únicamente la experiencia de las
mujeres. Puesto que la cercanía, la dedicación a los demás, las virtudes asociadas a
los papeles femeninos mantienen la subordinación, en último término. Mientras las
relaciones se identifiquen tan sólo con los afectos y, sobre todo, con la actitud de la
madre hacia sus hijos, existirá, sin duda, el riesgo de explotación para quien adopte
actitudes generosas. En tal sentido, el «cuidado» se convertirá en algo destructivo
para los agentes más concienciados. La solución pasa por integrar las propias
necesidades - el «auto-cuidado»-, así el bienestar de otros no generará, a la larga,
dependencias ni pérdida de respeto. Según estas autoras, la clave no está en celebrar
las relaciones asimétricas como si fueran modélicas, sino en ir más allá de tales
situaciones para que no se produzcan abusos ni arbitrariedades. La alternativa sería,
entonces, una «justicia relacional»43, en la cual la preocupación y el apoyo a los
demás no merman el respeto hacia quien ponga afecto y dedicación en las relaciones
con los otros. En definitiva, la justicia - lo mismo podría aplicarse al principio de
autonomía, como hacen C. Mackenzie y N. Stoljar44 - viene a poner límites a una
modalidad demasiado expansiva, destructiva, del «cuidado».
216
éstos ofrecen recursos para oponerse a la violencia y a las guerras. Reivindica una
actitud de entrega, la fuerte vinculación con los demás, las responsabilidades que
surgen en la relación madre-hijo. Es más, las estrategias puestas en marcha dentro de
esta esfera privilegiada podrían ser un punto de partida para cambiar de manera
completa las relaciones. El acento estaría en las responsabilidades, y no en el poder.
217
aprendizaje mutuo, la aceptación de perspectivas que son únicas, irremplazables.
-Si fuera viable que el «cuidado» - como principio con pretensiones universalistas
- formase parte de un marco moral más amplio, entonces dejaría de ser un problema
la compatibilidad con otros principios. Justicia y «cuidado» orientarían la acción, tal
como ha defendido V. Held5s. En opinión de esta autora, por un lado se encontraría
el marco general, definido por la justicia, la igualdad, las libertades, los derechos.
Además o junto a esto, estaría una red amplia de relaciones, en las cuales priman la
confianza y el «cuidado». Por tanto, serán necesarios ambos enfoques en la
moralidad. Incluso sería bastante positivo que las relaciones cercanas -V. Held
menciona a la familia - se organizaran alguna vez mediante el principio de justicia.
Con objeto de evitar abusos o violencia en la esfera privada. De la misma forma, el
«cuidado» aportaría a la esfera pública un genuino interés por el bienestar de los
ciudadanos. Con esta síntesis, no sólo se ganaría en responsabilidad social, sino que,
además, se convertirían en asunto político las intervenciones o programas de atención
a las necesidades educativas o sanitarias. Este último ejemplo resulta especialmente
oportuno pues, como V. Held recordaba también, la atención a los enfermos, a los
niños y ancianos sigue siendo en lo fundamental una actividad no remunerada. Lo
cual reforzaría su principal tesis, que el «cuidado» se debería universalizar5`9. Con
apoyo de las instituciones y del Estado. Pues se trata de un asunto de relevancia
cívica. Una cuestión de justicia.
Las consideraciones teóricas sobre el deseable equilibrio entre los principios, así
como las tipologías del «cuidado», adquieren toda su relevancia práctica al entrar en
el ámbito de la salud. Así es, las cautelas sobre el uso convencional de este principio,
expresadas en varias ocasiones6' y desde varios ángulos, están más motivadas, si
cabe, en situaciones de enfermedad o de dependencia. Por decirlo en breve: el
«cuidado» resulta muy valioso en Medicina. Desde el lado de las políticas sanitarias,
la actividad no remunerada de las mujeres-cuidadoras resulta altamente interesante,
no cabe duda. Sólo que las condiciones para la realización de estas tareas han
cambiado de forma significativa en los últimos años. Al menos en determinados
países. No se trata únicamente de condiciones externas, que dificultan los cuidados no
profesionales, una vez que se ha producido la integración de las mujeres en el ámbito
profesional. Se trata principalmente de señalar un reparto muy poco equitativo de
esas tareas. Tareas que, por lo demás, siguen siendo necesarias. La pregunta es ¿quién
cuida? Las situaciones de mayor gravedad o vulnerabilidad demuestran que las
costumbres siguen pesando en las decisiones de los agentes, así como en el uso que
dan a su tiempo, en el grado de dedicación a otros. En su opción por el altruismo.
218
entre los receptores de órganos había más varones, un 64 por 100. más de la mitad de
los donantes - el 58 por 100, según los datos analizados por N.Biller - Andorno61 -
eran, sin embargo, mujeres. Las donantes. Madres, hijas, esposas, hermanas,
dispuestas a ayudar a personas en situación de emergencia. Aún a riesgo de su propia
salud o de su vida. Estos hechos ejemplifican la forma en la que están organizadas las
relaciones. Todo tipo de relaciones. Demuestran que los estereotipos62 siguen
activos. Y, también muestran el precio de cuidado, entendido como sacrificio. La
perspectiva de género contribuye, por tanto, a llamar la atención sobre actitudes y
comportamientos solidarios, generosos. Y sobre los límites del «cuidado».
-Tal vez sea más clara la línea divisoria entre el compromiso con el bienestar de
otros y, por otro lado, aquellas expectativas de conducta solidaria o generosa, que
pesan fundamentalmente sobre las mujeres. La diferencia está entre el altruismo,
libremente asumido, y un altruismo obligatorio, por así decirlo. Es obvio que este
último carece de sentido, incluso desde el punto de vista conceptual. Es mas, en
interés de los propios agentes, tampoco parece aconsejable que las situaciones de
emergencia dependan de la buena voluntad de otros. Sólo de esto. La donación de
sangre es un buen ejemplo del enfoque apropiado, pues está regulada en la mayoría
de los países. Tal vez no lo suficiente, aunque sí responde a un tipo de «altruismo
impersonal» 63, cuyos beneficios se extienden más allá de las personas cercanas. Esto
significa que el interés por las necesidades ajenas no está vinculado a roles
convencionales ni a relaciones de proximidad. Sólo así será posible que la actitud
favorable64 hacia otros no esté ligada a lazos o rasgos particulares, sexo, etnia, edad,
etc.
Quién cuida? Es significativo, sin duda, que el modelo del «cuidado» apenas
tenga peso en el campo de la investigación. Lo cual parece un síntoma evidente de
que las prioridades siguen estando en el lado «androcéntrico» de la ciencia y, en
forma especial, de la Medicina. A pesar de que las tareas que favorecen la salud y el
219
bienestar, aunque no sean como otras terapias, presentan cada vez mayor interés.
Como sucede con los cuidados intensivos7l y con los cuidados paliativos. Pero hay
algo más allá de las críticas72 sobre la invisibilidad de la experiencia de las mujeres.
El enfoque de género es positivo puesto que mira lo relacionado con la salud con
«otras gafas», según la expresión de R. Tong73. ¿Qué significa? Para empezar, el
principio de «cuidado» introduce una perspectiva diferente en el ámbito moral.
Siempre y cuando no refuerce los papeles tradicionales74. Por eso, la crítica feminista
ha insistido en este aspecto, en la perspectiva «feminista» y no «femenina». Lo que,
en la práctica, significaría que «cuidado»75 no es, sin más, sacrificio de los propios
intereses en beneficio de los de los demás. El reto consiste, entonces, en tomar en
serio las necesidades de otros y, a la vez, reclamar una distribución más equitativa de
los cuidados. Desde el punto de vista teórico, es deseable el equilibrio entre los
principios - en este caso, entre justicia y «cuidado»-; desde el punto de vista practico,
es importante que el género ya no sea un criterio a la hora de atribuir
responsabilidades. Los cuidados informales han de ser repartidos de modo justo. En
cuanto a los cuidados profesionales, habrá que dedicar mayor atención -y más
recursos, no cabe duda - a las políticas sociales y sanitarias.
El cuidado de la salud es, en definitiva, uno de los ejemplos más claros de que lo
personal es político. Como han venido afirmando las teorías feministas76. Esto es, las
cuestiones que afectan a la esfera privada, a la existencia cotidiana, son asunto
también de la esfera pública. Por ello, el enfoque de género permite evaluar las
políticas públicas77. Las mujeres como pacientes78 evidencian las deficiencias del
modelo en el que se ha cimentado la Medicina tradicional, sobre todo en los temas de
salud sexual y reproductiva. Y las mujeres como cuidadoras desempeñan una función
apenas reconocida y apenas valorada. Ni siquiera desde el punto de vista económico.
Según esto, las políticas sanitarias79 resultan deficientes, incluso en zonas
desarrolladas como es la Unión Europea. Por esta razón, el hecho de que el «cuidado»
sea hoy más visible que antes no es suficiente80. Como principio, ensancha la
perspectiva moral, estimulando conductas altruistas y solidarias. Ahora bien, las
prácticas del cuidado reflejan aún la división tradicional de papeles. Con costes
altísimos para el desarrollo personal de las mujeres. En conclusión, es deseable el
equilibrio entre ambos principios, «cuidado» y justicia. Al mismo tiempo, hacen falta
cambios sustanciales en la atención sanitaria y en las políticas públicas.
220
Hoy apenas se oye hablar de «patriarcado»; no se habla de luchar contra un
«sistema patriarcal» o contra «actitudes patriarcales» - términos que ahora casi nos
parecen «carrozas» trasnochadas del ayer-. En el feminismo, hoy hacemos análisis de
los «sistemas de género», críticas a los «estereotipos de género»; y lo hacemos desde
«visiones de género» en los «estudios de género»; Se habla de prácticas
contragenéricas o transgenéricas para referirnos a ciertas acciones críticas al género...
(y, así, empiezan a brotar en los textos feministas extraños «palabros», neologismos
inverosímiles como «generizar» o «desgenerizar», «generizado», «transgenérico» que
resuenan en un contexto de ciencia ficción...).
¿Por qué esta versión de la teoría feminista en términos de género de manera que
parece desplazar al mismo concepto, no ya de «patriarcado» - cuyo análisis parece
que era el objeto de esa teoría y práctica del feminismo - sino al propio «feminismo»
(véanse, si no, los contenidos de los «estudios de género»)?
Desde este punto de vista y con estos intereses, se abordarán los temas de
reflexión en torno a lo que género ha sido capaz de explicar y las prácticas de
emancipación que puede promover; y al mismo tiempo, se señalarán las
complicaciones y confusiones a que puede dar lugar el tomar el género como
explanans universal de la opresión de las mujeres.
De entrada, puede decirse que el término «género», se adopta muchas veces por
221
una conveniencia estratégica en estos tiempos de reacción y de ciertas actitudes
postfeministas: «género» es menos fuerte que «feminismo», asusta menos, no
despierta tantas suspicacias sobre el contenido ni sobre las «sujetas» de acción
(parece neutralizar a las salvajes de antaño, encerrándolas en los marcos educados de
la academia). El «género», así, puede ser asimilado tranquilamente, e incluso,
promovido, por instituciones que serían reacias a suscribir programas que se
anunciaran como feministas o antipatriarcales (por cierto, que a Celia Amorós no le
asustó cuando le puso nombre al Instituto de Investigaciones Feministas de la
Universidad Complutense de Madrid y quiso adjetivar las investigaciones que llevaba
a cabo de «feministas» y no «de género»).
La actitud natural ante el género (Garfinkel, 1967) implica una serie de creencias
como las siguientes: existen sólo dos géneros (masculino y femenino); el sexo
corporal-genital es el signo esencial del género; la dicotomía macho-hembra es
222
«natural»; todos los individuos pueden (y deben) ser clasificados como masculinos o
femeninos y cualquier desviación al respecto, puede ser calificada como juego o
como patología (Hawkesworth, 1997).
Las feministas van a poner en cuestión esta «actitud natural» ante el género,
analizando por separado las categorías de «género», «sexo» y «cuerpo», por el
procedimiento de situarlas en el contexto histórico de su aparición, en orden a
desvelar los supuestos epistemológicos y los intereses ideológicos en la construcción
de esas categorías y en la identificación de unas con otras.
Desde su primera formulación por Gayle Rubin, («The Traffic in Women», 1975)
desde sus estudios antropológicos, que tuvieron a Lévi-Strauss como referente
polémico, se llamó «género» al producto de representaciones, espacios,
características, prácticas y expectativas que se asignan a los hombres y (sobre todo) a
las mujeres a partir de su diferencia sexual y como si fuera algo que derivara
naturalmente del hecho biológico-del sexo.
223
que se colaborara a la vida comunal, sino por el quién lo hiciera. Todo lo que tuviera
que ver con las mujeres y lo femenino era considerado inferior, así como lo
masculino se definía por el prestigio, el valor asignado y el poder.
Pero ¿qué añade esta concepción del género al patriarcado que se define,
precisamente, como la primacía que cualquier sociedad da a lo masculino y a los
varones? Convengo con Celia Amorós en que muy poco.
l Pero las partidarias del género ven una ventaja clara a la hora de deci- dirse por
el género, en la medida en que lo teorizan desde un marco constructivista-
antiesencialista; y es que así subrayan este carácter construido del género desde
condiciones históricas precisas, cosa que no está tan manifiesta en el concepto de
patriarcado, que a primera vista, parece que se tratara de un sistema universal,
transcultural, y ahistórico como si fuera una constante o una especie de trascendental
de la propia cultura (y en el peor de los casos, una condición de posibilidad del propio
proceso de aculturación).
224
postmodernidad (que más que giro, ya es bucle).
Como punto de partida, el género se construía sobre el «sexo» que era el dato
biológico y cromosómico. Pero «sexo» también puede significar sexualidad o
prácticas sexuales. Muchas feministas están de acuerdo en que existen importantes
diferencias conceptuales entre sexualidad como conducta erótica; identidad sexual
definida por la elección del objeto de deseo (heterosexual, bisexual, homosexual...);
identidad genérica como el sentimiento psicológico que tiene uno mismo como
«hombre» o «mujer»; rol (o papel) sexual como una serie de prescripciones culturales
y de expectativas acerca de lo que es apropiado para un hombre y una mujer e
identidad de rol genérico que indica el punto en que una persona está de acuerdo y
participa en los sentimientos y comportamientos que, culturalmente, se han
normativizado como género. Usar el género como categoría analítica significa
establecer estas distinciones conceptuales y después preguntarse de qué modo se
relacionan unas con otras (Hawkesworth, 1997).
225
entrada, a una feminista y el primer ingrediente en la construcción de un sujeto
feminista.
2. GÉNERO Y PATRIARCADO
Más allá de esta visión de género, de esta consideración del género como una
categoría de análisis, que defendemos como la indispensable actitud crítica feminista,
he señalado dos versiones del género, dos maneras de pensar el género en la teoría
feminista: la una que considero coextensiva al patriarcado insiste en el poder; la otra,
se centra en la representación del género, en su vertiente de apropiación de esos
papeles sexuales que son las normas genéricas.
Insisto en que esta primera versión, al modo de Gayle Rubin, no añade nada al
concepto de patriarcado. En efecto, si el género es un sistema que organiza las
sociedades en jerarquías donde prima lo masculino porque son los hombres los que
detentan el poder, estamos hablando de lo que siempre se ha entendido por
patriarcado. Decíamos que el género le añadía este carácter histórico en la medida en
que centraba en las condiciones de su construcción. Ahora bien, es cierto que en sus
enunciados primeros, el patriarcado aparecería como un fenómeno universal y
ahistórico como se desprendería de las definiciones más clásicas (donde se declara
llanamente que «todas las sociedades son y han sido patriarcales») pero en sus
formulaciones más modernas, se insiste en el carácter histórico del patriarcado con
sus modulaciones en interacción con otros sistemas (por ejemplo, con el capitalismo
o/y la Iglesia...).
1 La lucha feminista, entre las partidarias de esta concepción del género que
llamaré «fuerte», sería como la lucha contra el patriarcado, es decir una lucha
necesaria contra un sistema de poder jerárquico de lo masculino: lo que se busca es
destruir la jerarquía, las relaciones de poder y, consiguientemente, el género. El fin
perseguido sería un fin ético en la igualdad que dibujaría una sociedad de individuos
sin adscripciones genéricas, seres en los que no se produzca la «marca» de género.
Los referentes serían individualizados. Es el ideal de un feminismo nominalista como
el que propone Celia Amorós (Amorós, 1985, 1997, 2000). Para ello se necesita un
sujeto-agente «verosímil» en su capacidad crítica para desmarcarse de sus identidades
genéricas adscriptivas y capaz de articular estrategias de lucha contra el sistema
exterior; un sujeto que pueda construirse como un colectivo, al menos
estratégicamente, en vistas a las necesidades de lucha del momento.
226
3. EL GÉNERO EN DECONSTRUCCIÓN
¿Cómo puede, pues, articularse una lucha contra el género desde estos
presupuestos? La respuesta la encuentra Butler en las estrategias derrideanas de la de-
construcción y en la noción postmoderna de «parodia», ilustrada con las prácticas
transgenéricas y transexuales en auge.
227
ya muertos. Para Jameson, el pastiche sería una parodia sin impulso satírico porque
su interés no es la mofa (ya que sabe que detrás de la imitación no hay nada). Butler
aprovecha el contenido conceptual de pastiche como «imitación sin original» y se lo
asigna al de «parodia» con el fin de asumir, también, su dimensión irónica para las
representaciones (performances) de género.
Si detrás del género no hay nada ni existe algo así como una identidad genérica, la
proliferación de géneros, las prácticas de entrecruzamientos entre género, sexo, roles
sexuales y demás «ficciones» serán representaciones sin original, parodias estilísticas
que se burlan de la propia noción de «original» y que tendrán como objetivo
desestabilizar el género, confundir su binarismo, desplazar sus normativas y exponer
su fundamental «innaturalidad» (unnaturalness) (Butler, 1990: 149).
El fin buscado aquí no sería tanto la supresión de los géneros - como en la que he
llamado «versión fuerte»-, sino la destrucción del binarismo excluyente, la
desestabilización de las categorías genéricas, la igualdad de valor para cada género,
para cada sexo, para cada máscara, para cada juego. No se quiere romper el juego,
sino que ese juego no sea «the only game on the city» como diría el vaquero del
poblado del Oeste al forastero que se asoma al saloon. Lo que avisa el vaquero es el
monopolio del grupo dominante de los forajidos: hay que pasar por el aro, por el
único aro, por el único juego. En cambio, la consigna liberadora sería «juguemos
todos y dejadnos jugar en paz»; en ningún caso se pretendería romper el juego, como
no se podría romper el género que nos constituye al tiempo de subjetivarnos.
Cuando se piensa, como aquí, que no se tiene salida (del marco genérico), porque
hasta el mismo sujeto es constituido, es hablado por el género, se tiene que acudir a
un guiño: en vez de desmantelar se ponen espejos. Se desplaza lo real, como en la
estética postmoderna, por el simulacro. Las metáforas estéticas y lúdicas encuentran
aquí su asiento: el juego, el teatro, la máscara, el carnaval. Estas metáforas expresan
228
el horizonte emancipatorio de estas estrategias de inclusión en todos los espacios, el
diseño de la identidad según el deseo autónomo de cada cual para apuntarse o
representar cualquier papel.
Butler habla para las que ya tienen poder como ella. Se dirige, sin duda a una élite
de mujeres con cierta autoridad, para quienes sus contraprácticas de género puedan
ser posibles (y no las maten por ello, por supuesto) y sean capaces de sentar
precedentes. Mujeres que ya tengan cierto poder para imponer otras imágenes de La
Mujer como se impone una moda que, aunque sea para llevar harapos, sólo la pueden
dictar las modelos, o las poderosas, en ningún caso las mendigas. Como María
Antonieta cuando se disfrazaba de pastorcilla en los jardines de Versalles y llegó a
imponer una moda pastoril, cosa que no pudieron hacer, evidentemente, las
verdaderas pastoras.
Butler habla, entonces, para las que ya pueden «jugar en paz» de modo que sus
propuestas no podrían ser tomadas en cuenta, ni resultar emancipadoras para la
mayoría de las mujeres sino para ciertos grupos de élite.
229
En su propuesta de proliferación de géneros, Butler no puede marcar un criterio
normativo de cuál sea la mejor máscara, porque el «bien» estaría ya en la propia
proliferación donde no actuara un poder constrictor ni normativo. «Déjennos jugar en
paz a cualquier juego» podría ser la consigna. Pero todos los juegos serían igual de
válidos. Todas las resignificaciones valdrían lo mismo. El caso es jugar muchos
juegos, representar diversos papeles con distintas máscaras; o re-significar en
distintas versiones los mismos discursos.
¿Cómo conciliar esta visión con la vocación ética y crítica del feminismo?
Quizá Butler busque, en principio y al menos, «igualar por abajo». Multiplicar las
opciones, llenar el mercado (como en la huelga «a la japonesa»). Quizá busque el
devaluar todas las máscaras al mismo nivel que las ya devaluadas para dar cabida a
todas las identidades, los roles y las prácticas genéricas. Después ya se verá quién y
qué máscara hace su «campaña electoral» para darse más valor.
Pero ¿quiénes - qué máscaras - podrán hacerse valer? ¿Quién gana, al fin las
campañas? ¿No es quien tenga más dinero o más recursos o más poder?
Butler obvia el poder y si es cierto que esta interpretación del género en términos
de su producción discursiva arroja un rendimiento importante a la hora de dar cuenta
de la identidad sexual y del deseo subjetivo no puede explicar los efectos del género
en las instituciones políticas, sociales o económicas. Las principales críticas a Butler
se articulan en esta línea (Fraser, 1995; Hawkesworth, 1997). En efecto, el grave
olvido, de estas versiones sería el olvido del poder, de la base material del género,
podríamos decir.
Olvido del poder, es olvidarse de que habla o resignifica quien puede, no quien
quiere. Este sujeto capaz de construir su identidad por apropiación de cualquier texto
sobre género, excluye a las que no tienen poder para resignificarse y que su
resignificación signifique algo. Y propicia, frente a la necesaria revolución de
siempre, contraprácticas individuales de resistencia o de protesta y, a lo más,
revoluciones interiores, o resistencias individuales, que aún representando un
esfuerzo loable en la línea de perfeccionarse cada una a sí misma por la vía de
descolocarse o desidentificarse de los lugares y normas genéricas, no cuestionan el
poder que hay detrás y que hace posible esa situación general para todas las mujeres.
Sin poder, no se cambian las imágenes opresivas de La Mujer para todas las mujeres.
Al igual que sin poder, las pastorcillas no impusieron la moda pastoril, ni los pobres
hicieron «arte povera», ni los incultos impulsaron la contracultura.
Si el olvido del poder que hay detrás del género, es el principal pecado que
cometen estas versiones discursivas, las versiones que hemos llamado «fuertes»,
suelen cometer otro olvido que es el olvido del cuerpo, del sexo como sexualidad y
del deseo.
230
la opresión de las mujeres en el eje de la diferencia hombre-mujer, el eje de una
diferencia sexual, donde las mujeres serán objetos (de in tercambio, o de valor) Pero
las mujeres son objetos de intercambio porque han sido primero objetos de deseo. Lo
femenino se definirá desde el poder de lo masculino, ante todo, como lo sexualmente
apetecible y lo sexualmente disponible. No se puede obviar que las características de
«lo femenino» (como lo pasivo, y lo receptor) derivan de la metáfora maestra del acto
sexual coital y de la metáfora maternal («lo femenino» como el cuidado y lo
nutriente) y que ambos, evidentemente, presuponen la heterosexualidad.
231
perversa, anormal y pecaminosa para concluir con los que Rubin llama «trabajadores
del sexo» (prostitutas, travestis...) situados en el lugar inferior de este sistema.
Quizá por todo ello y por cierta incomprensión por parte del feminismo hacia los
planteamientos radicales de estas militantes, muchas lesbianas se separan del
movimiento feminista para entrar a formar parte de un movimiento gay que apoya
una subjetividad queer.
232
mismo binarismo de los géneros y hasta la idea de que pueda haber grupos de
intereses como el género: lo queer insiste en lo individual en esa particular
apropiación paródica de cualquier rol o identidad sexual, lo que diseña subjetividades
infinitamente variadas e indeterminadas.
Hay pues, una clara diferencia de estilo, de tácticas, además de ideología con las
teorías y versiones del género.
Con esta política orientada siempre como una contra-normativa, la acción de las
mujeres en el movimiento queer, se une al de los varones gay, como si no hubiera
diferencias; Pero, de hecho, son ellos quienes suelen ostentar el poder y marcar los
modelos. La Drag Queen, en efecto, ha sido la metáfora y la imagen queer por
excelencia y no olvidemos que la Drag es un hombre que representa un papel de
mujer, que puede tener una decidida identidad femenina, incluso un rol sexual
femenino, pero que siempre será más «femenino» que cualquier mujer (como
siempre, en caso de valorarse «lo femenino», automáticamente, se excluye a las
mujeres. Díganme si eso no es poder).
Lo queer es teorizado como si estuviera más allá del género, en una suerte de
trascendencia que deconstruye los límites de cada género y las oposiciones hombre-
mujer; Y así vuelven a olvidar el poder y la situación contrafáctica de que, por mucho
que representen, no son tratados iguales ellos que ellas y que en el movimiento queer
los hombres gay representan la mayoría, el modelo y el poder.
Contra el género, entonces, como poder de asignar los espacios de las mujeres, se
va delineando un sujeto con suficiente distancia crítica para revisar los discursos
233
sobre «lo femenino», para ejercer la protesta o la disidencia; un sujeto que, aunque
determinado por los discursos y normativas de género, pueda resistirlas y tenga
capacidad para resignificarlas y suficiente poder para oponer contraprácticas a las
normativas de género, a los deseos hetero-dirigidos. Pero para ello es necesario
aliarse con el género como categoría de análisis crítico, que nos permite esta visión
(circunstancia que olvida lo queer).
El «sujeto excéntrico», es un afuera también; afuera del centro del género, en los
resquicios de resistencia al género, lo cual significa que, siendo mujer, se pueda
criticar y oponerse a La Mujer y sus representaciones y pueda ese sujeto, en última
instancia, interrogarse sobre sus complicidades y querencias con la ideología de «lo
femenino». La situación en un afuera es necesaria también para que un sujeto pueda
cuestionarse su deseo, el deseo de las mujeres por si fuera construido desde intereses
ajenos a ellas. Porque el deseo sea quizá lo que al fin, genere las narraciones - como
diría Lauretis - sobre lo que sea lo masculino y lo femenino, sobre las historias y los
textos de la feminidad.
Contra el género, pues, pero no desde un imposible «afuera» del todo, como si
tuviéramos un milagroso punto de Arquímedes para remover este uni-verso del
género. Un afuera-dentro en esos espacios - resquicios que permiten la protesta, la
disidencia, la contra-práctica.
Alejadas del centro, estas sujetas excéntricas, pierden «su casa» (como dice
Lauretis), es decir, pierden las referencias seguras y «políticamente correctas» que les
marcaría el género y que le señala el deseo adecuado. Fuera de la casa, el sujeto
feminista excéntrico, sabe que no hay otra casa tan segura como la del amo, que se ha
«salido del plato» que va a ser nómada - arrojado fuera de las puertas de la ciudad-;
que no es que cambie de sitio ni de grupo, sino que va a ser considerado ob-sceno
(abyecto?) porque se sitúa fuera de la escena prevista por el guión escrito del género,
234
donde se genera el deseo permitido por el guión. Pero estas des-identificaciones, este
alejamiento del centro, esta crítica a las mismas complicidades e ideologías que nos
sujetaban al género, solo pueden hacerse desde esa visión de género, es decir, con el
género.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BENHABIB, Sheiia, «Sexual Diffence and Co1ective Identities: The New Global
Constellation», en Signs, vol. 24, 2, págs. 335-361.
«The subjet revisited», en Signs, vol. 24, invierno de 1999, pág. 337.
Bodies That Matter. On the discursive limits of «sex», Londres, Routledge, 1993.
FRASER, Nancy, «The Use and Abuse of French Discourse Theories for Feminist
Politics», Northwestern University, 1992.
LAURETRS, Teresa de, Alicia ya no. Feminismo, semiótic, cine, Valencia, Cátedra,
Feminismos, 1984, 1992.
235
-Diferencias. Etapas de un camino a través del Feminismo, Madrid, Horas y horas,
1999.
MCRUNNON, C., Hacia una teoría feminista del Estado, Madrid, Cátedra,
Feminismos, 1989.
-«El género desde sus metáforas», en Silvia Tubert (comp.), Madrid, Anaya, 2003.
OSBORNE, Raquel, La construcción sexual de la realidad, Valencia, Cátedra,
Feminismos, 1993.
RUBIZ G., «The Traffic in Women» en Rayna Reiter (ed.), Toward an Anthropology
of Women, Nueva York, Montly Review Press, 1975.
236
1. LA FILOSOFÍA EXISTENCIALISTA ES UNA FILOSOFÍA ADECUADA
PARA EL FEMINISMO
A pesar de que algunas filósofas feministas como Michéle LeDoeuff han puesto
en cuestión las posibilidades de la filosofía existencialista para vehicular las
reivindicaciones del feminismo, mi postura se suma a la de quienes, como Celia
Amorós y Ofelia Schutte, han afirmado lo contrario.
En segundo término, porque además de ser una filosofía del sujeto, es una
filosofía que concibe al sujeto como libertad y trascendencia. Si fuera una filosofía
del «interior» del individuo, cuya problemática se planteara y se dirimiese en el
mundo interior de cada cual, como el estoicismo, o una filosofía cuya problemática se
centrara sólo en cuestiones epistemológicas y de lenguaje, como la filosofía analítica,
no sería una filosofía adecuada. Porque el feminismo, como pensamiento filosófico y
social que es, reclama una transformación de la mujer como individuo en una
individua libre y autónoma, y de las mujeres, como grupo social, en un grupo con los
mismos derechos que el resto de los humanos, esto es, con los mismos derechos que
los varones. Y esta proyección al exterior no la tienen todas las filosofías, no la tienen
las filosofías sin repercusión o proyección en la acción.
237
está mordida por la nada, por la libertad de hacernos como queramos ser; pero una
libertad que no podemos soslayar; tenemos continuamente que hacernos ser y que
elegir nuestro ser.
V Según la ontología existencial sartreana, que Beauvoir hace suya, los dos tipos
de seres existentes son el ser en sí que corresponde a las cosas (y a los animales), un
tipo de ser que se caracteriza por su opacidad, su acabamiento, su estar cerrado sobre
sí mismo, su carencia de libertad; y el ser para sí, que corresponde a los seres
humanos, un tipo de ser caracterizado por su estar atravesado por la nada, «mordido»
por la nada - como Sartre lo expresaba - por su ser inacabado, por su apertura hacia el
mundo, por su insoslayable libertad: no podemos dejar de ser libres, estamos
condenados a ser libres. Pero, al mismo tiempo, esta libertad nos permite hacer
nuestros proyectos, ir construyendo nuestro ser, hacernos lo que queremos ser.
Estas ideas las comparte Beauvoir con Sartre. Ella es también existencialista y
está, en su pensamiento como existencialista, más cercana a Sartre que a Heidegger o
Kierkegaard, quienes, como a Sartre, le sirven de fuente de inspiración y son sus
antecedentes teóricos.
Pero, ¿por qué era existencialista Beauvoir y no filósofa analítica, por ejemplo?
En la segunda parte de sus Memorias nos dice:
238
feminismo como pensamiento emancipatorio.
2. EL EXISTENCIALISMO DE BEAUVOIR NO ES EL DE
SARTRE
Buena prueba de ello son sus Memorias, que relatan la historia de su vida en
cuatro volúmenes y que se complementan con su homenaje de despedida a Sartre,
titulado La ceremonia del adiós, un excelente fresco de la Francia de su tiempo y de
la atmósfera intelectual de este país desde el período de entre guerras hasta los años
80, visto desde la perspectiva de una filósofa existencialista y comprometida.
Sus novelas tienen siempre la impronta filosófica en los problemas que plantean y
en los conflictos que se presentan entre sus protagonistas: Todos los hombres son
mortales analiza lo que se seguiría si se cumpliese el deseo de inmortalidad en los
humanos, La Invitada presenta las relaciones humanas como una lucha entre
conciencias, La mujer rota nos muestra las relaciones de dependencia de una mujer
con los demás, con su ex-compañero en especial, Bellas imágenes analiza formas de
vivir inauténticas, etc.
Pero, durante casi toda su vida, ella no se definió como filósofa, sino como
escritora. Y eso porque, según explicaba, filósofo es quien, como Sartre, crea un
sistema, y ella no era creadora en filosofía. Al contrario, explica su capacidad para
comprender y captar los textos filosóficos como una falta de creatividad que, sin
embargo, sí poseía Sartre, a quien le costaba más penetrar en los textos de otros
porque tenía sobre la realidad sus propias apreciaciones. E incluso, cuando le
interrogaban sobre los presupuestos de sus obras filosóficas, declaraba que eran los
de la filosofía sartreana; así lo hizo a Margaret Simons en 1972 y en 1979 al ser
preguntada por la filosofía de El segundo sexo. Hasta 1982, en una entrevista con
Alice Schwarzer, que yo sepa, no reconoce explícitamente que sus libros de filosofía
- en ese momento habla de El segundo sexo - son creación propia y original. Pero, en
conjunto, sus propias afirmaciones hicieron que muchos, la mayoría de la gente y la
mayoría de las feministas hasta la década de los 90, como veremos, la creyesen una
epígona de Sartre.
La historia y la crítica filosófica han tenido que liberar a Beauvoir, pues, de sus
propias afirmaciones. Y esto está ocurriendo paulatinamente desde la década de los
90. La definición que ella daba de «filósofo» era demasiado restrictiva y también
inexacta, porque hay filósofos importantes que no han creado un sistema metafísico y
239
que, sin embargo, han influido en su época y después en la historia del pensamiento:
Voltaire, Rousseau, Montaigne, Husserl, por poner algunos ejemplos, han sido
importantísimos filósofos. Lo cierto es que, a pesar de sus declaraciones, a pesar de
no considerarse filósofa en ese restringido sentido del término, fue una gran filósofa.
Fue una importante filósofa moral y una importantísima filósofa feminista. Como
filósofa moral escribió dos pequeños tratados: ¿Para qué la acción? (Pyrrhus et
Cinéas es su título en francés) y Para una moral de la ambigüedad. En el primero,
plantea y discute algunos temas morales básicos desde bases existencialistas, en el
segundo dota de contenido a la moral existencial, cosa que no había llegado a hacer
Sartre, aunque fue uno de sus objetivos truncados en la inacabada obra Cahiers pour
une morale. Es la única existencialista francesa que desarrolló una moral sistemática
y hoy sus tratados son piezas clásicas e imprescindibles para el estudio de los
investigadores en este campo de la filosofía. Además, en cuanto a su estilo y
preocupaciones, Beauvoir como filósofa moral se sitúa en la orientación de la
filosofía moral francesa que va del humanismo de Montaigne a Voltaire pasando por
La Rochefoucauld. También desde una perspectiva moral escribió su ensayo sobre la
vejez, un libro pionero en su tiempo que escribe, según dice, porque «el problema
está allí, no lo he inventado yo»; pero es una de las primeras en denunciarlo,
ejerciendo el oficio de pensadora del que hablaba al comienzo de este taller. En el año
70, cuando nadie hablaba de los viejos, ella denuncia el escándalo y pone sobre el
tapete el problema.
240
3.1. LA CATEGORÍA DE OTRA
Como es sabido, en Hegel el Otro está representado por la figura del esclavo en la
dialéctica de la autoconciencia, ese momento que atraviesa el Espíritu en su recorrido
autocognoscitivo y autorreproductivo antes de alcanzar el saber Absoluto. Según
Hegel, la plenitud de la autoconciencia no se logra hasta que consigue ser conciencia
de sí y para sí. Lo primero es la conciencia en el momento de su emergencia en el
seno de la vida animal; pero lo segundo (para sí) sólo lo será cuando sea reconocida
por otra autoconciencia, por otro yo, por otro ser humano.
Ahora bien, alcanzar ese estadio pasa por arriesgar la vida biológica. Así se pasa
de la vida animal a la vida humana, la lucha de unos contra otros, homo homini lupus,
es una lucha por el reconocimiento, por ser reconocido. Pero solamente arriesgando la
vida se conserva la libertad. En esta lucha por el reconocimiento pasa la conciencia
por la experiencia de las relaciones de desigualdad en el reconocimiento, la
experiencia de la dominación y de la servidumbre, ejemplificada en las figuras
históricas del amo y el esclavo: al arriesgar la vida, la conciencia experimenta que la
vida es para ella tan esencial como la pura autoconciencia (ser conciencia de y para sí
misma) y su experiencia la lleva a desdoblarse en dos posiciones ante la vida, que
Hegel ejemplifica en dos figuras el mundo histórico: amo/esclavo. El amo lo es
porque ha arriesgado la vida en el combate, ha preferido la libertad a la vida. El
esclavo lo es porque teme la muerte, porque la vida es para él tan esencial como la
autoconciencia y porque elige la esclavitud frente a la libertad.
241
como hija-, del jefe - como secretaria-, etc. la mujer tradicionalmente vive a la
sombra del marido, se identifica con sus intereses en la medida en que es la «mujer»
de su «marido». Su identidad, en cualquier caso, le viene dada en cuanto «vasalla»
del hombre, no sólo por el par semántico marido/mujer, sino por muchos otros tales
como: dependiente/vendedora, jefe/secretaria, médico/enfermera, etc. La mujer está
siempre en relación de asimetría con los hombres: está en las «cosas cotidianas», se
ocupa de la casa, de los niños, de la intendencia. El hombre, de su profesión
solamente, de lo no cotidiano; su relación con lo cotidiano está mediatizada por la
mujer.
242
los viajeros se conviertan en «otros» vagamente hostiles (...) para el nativo
de un país, los habitantes de países que no son el suyo aparecen como
«extranjeros»; los judíos son «otros» para el antisemita, los negros para los
racistas norteamericanos, los indígenas para los colonos, los proletarios para
las clases pudientes. (...) Estos fenómenos no se comprenderían si la realidad
humana fuese exclusivamente un mitsein basado en la solidaridad y en la
amistad. Pero se aclaran inmediatamente si, siguiendo a Hegel, descubrimos
en la propia conciencia una hostilidad fundamental respecto a cualquier otra
conciencia. El sujeto no se afirma sino oponiéndose; pretende afirmarse
como esencial y hacer del otro lo inesencial, un objeto. Sin embargo, la otra
conciencia le plantea una pretensión recíproca. En los viajes, los nativos
advierten escandalizados que en los países vecinos hay nativos que los miran
como extranjeros; entre pueblos, clanes, naciones, clases hay guerras,
potlatchs, mercados, tratados, luchas que despojan a la idea de Otro de su
sentido absoluto y ponen al descubierto su relatividad. ¿Qué ocurre entonces
entre los sexos para que nunca se haya planteado reciprocidad alguna?,
¿cómo es que uno de los términos se ha erigido como el único esencial,
negando toda relatividad a su correlativo, definiéndolo como alteridad pura?
¿Por qué las mujeres no cuestionan la soberanía masculina?3.
Es decir que los pueblos primitivos usan la categoría de Otro para designar a otras
tribus o pueblos, pero con la connotación de reciprocidad. Y Beauvoir se pregunta,
¿por qué las mujeres somos otras sin reciprocidad? Esta connotación de la
reciprocidad en el uso de la categoría entre grupos humanos le sirve para explicar la
opresión. Porque, y esta es la característica fundamental de las mujeres como otras en
las culturas patriarcales, la condición de otra lleva aparejada en la mujer la condición
de oprimida, condición que las mujeres sufren como individuos y como colectivo.
Para demostrar que las mujeres están oprimidas pone Beauvoir en juego las
categorías de la moral existencial, un poco más adelante del texto citado en el
apartado anterior:
243
Todo aquel que se cuide de justificar su existencia, la vive como una
necesidad indefinida de trascenderse. Ahora bien, lo que define de forma
específica la situación de la mujer es que, siendo como todo ser humano una
libertad autónoma, se descubre y se elige en un mundo en el que los hombres
le imponen asumirse como la Otra (...) El drama de la mujer es este conflicto
entre la reivindicación fundamental de todo sujeto, que se afirma siempre
como lo esencial, y las exigencias de una situación que la constituye como
inesencial4.
244
situación no es redefinida por el proyecto, como en Sartre, sino que es el contexto en
el que se ejerce la libertad. Para Beauvoir, la libertad constitutiva del sujeto, la
libertad sin más, no tiene límites, es infinita; pero las posibilidades concretas que se le
ofrecen para su cumplimiento son finitas y se pueden aumentar o disminuir desde
fuera: este es el punto en el que los otros inciden en la libertad del sujeto, pueden
favorecerla o coartarla; luego, de hecho, nunca es la libertad absoluta.
245
pueden realizar su trascendencia, ser seres humanos plenos, a causa de la opresión:
«Cada vez que la trascendencia recae en la inmanencia hay una degradación de la
existencia en en sí, de la libertad en facticidad; esta caída es una falta moral si es
consentida por el sujeto, si le es infligida, toma la figura de la frustración y de la
opresión. En ambos casos es un mal absoluto» 6.
De estas tres dificultades, solamente la tercera podría ser tipificada como falta
moral en la moral beauvoireana, ya que en la segunda no se nos especifica por qué la
mujer no plantea ante el hombre su reciprocidad, y nos queda la incógnita sobre el
tipo de barrera en que se concreta su situación.
246
filosofía de Sartre, sino la propia, la suya! ¿Por qué empeñarse en considerar que la
filosofía de Beauvoir tiene que ser la de Sartrej8.
Algunas autoras, como Toril Mol, que no es filósofa, han afirmado que Beauvoir
incorpora elementos sociológicos en el marco de su moral, cuando, en realidad, lo
que ocurre es que la categoría de situación en Beauvoir, que es una categoría
ontológica, limita la libertad del sujeto y, por tanto, el sujeto de Beauvoir no es
absolutamente libre. Pero no porque introduzca elementos sociológicos en su moral,
sino porque entiende el sujeto como situado en su propia estructura ontológica. Y la
situación puede ser un obstáculo, en ciertos casos insalvable, para actuar como ser
libre, como el ser libre que es todo sujeto humano. Si las mujeres, como tantas veces
y por tantas feministas se ha dicho, son consideradas eternas menores en las
sociedades patriarcales, esta reducción de seres adultos a seres inmaduros en la moral
de Beauvoir es una opresión que se les inflige.
247
Ambas autoras, Evans y Okely, la acusaron de biologicismo, de reduccionismo
biológico señalando que para Beauvoir la primera causa de la subordinación es la
biológica. No admitieron la observación de nuestra autora de que «reproducir la vida
no es crear».
Por ejemplo, Beauvoir define así el modo cómo construyen su ser las mujeres en
El segundo sexo (1949): «La mujer sabe lo que ella es a través de lo que los hombres
la hacen ser y tiene que hacer su aprendizaje del mundo por ideología interpuesta
248
descubriendo que su ser no es el ser que los otros pretenden que es.» Sartre
incorporará esta dimensión del pour autrui que no estaba contemplada en su ensayo
de ontología fenomenológica, años después, en la descripción de cómo construyen su
personalidad los protagonistas de San Genet comediante y mártir (1952) y El idiota
de la familia (1972): con la fórmula «somos a partir de lo que los otros han hecho de
nosotros», lo cual indica la influencia de Beauvoir en su concepción de la libertad.
249
AMELIA VALCÁRCEL
250
Imagino a menudo a Cervantes -y me gusta - tirado por las villas y caminos de las
Castillas - vieja, nueva y novísima-, coleccionando giros, expresiones, refranes, de
vez en vez alguna palabra. Nadie puede escribir como él sin haberlo hecho. Tiene que
tener el creador el gusto por el genio del idioma. Tiene que gustarle el oír hablar
como el rezo anima al santo, el morapio llama al borrachín y el sal a la vaca. O más.
Un día don Miguel recoge un refrán que después soltará Sancho; antes, un cultismo
de Alcalá, «rosado» o «rosicler», que ya se verá. Aquello diralo Dorotea o la sobrina.
Lo otro, el cura. Ello sin contar lo que bien lleva en su memoria de mediterráneo y
algarabía, que ya dará a quien lo colgar. Dispone de un arcón profundo lleno de sones
con que poder usar y componer.
A menudo clava en sus varios escritos alguno de estos párrafos virgilianos, pero
son los de El Quijote los más memorables. «Pintados pajarillos», «balcones de la
aurora», «líquidos cristales» caen por los «prados amenísimos» tanto que hasta
menudean, aunque no falten tampoco en la Galatea y el Persiles. Pero creo que en
esta novela más Cervantes lo disfrutaba, el componerlos y clavarlos, porque podía
hacerlo, porque aquel no era libro serio y prosopopéyico, de estilo y linajudo, sino
lanzado y un poco canalla, para dar en él, como un andresillo de los libros.
251
un plato de una fresca, verde y sabrosa ensalada. La salsa de los cuentos es la
propiedad del lenguaje en cualquier cosa que se diga. Así que Señor, seguid
vuestra historia, contad de Alonso y de Martina, acocead a vuestro gusto a
Luisa, casadla o no la caseis, sease ella libre y desenvuelta como un
cernícalo, que el toque no está en sus desenvolturas, sino en sus sucesos,
según lo hallo yo en mi astrología (Persiles, pág. 322, ed. cit.).
Cervantes usa los giros del idioma, los revuelve, los inventa. llama «caterva» -y él
mismo se pregunta si se puede hablar en esos términos-, a la serie completa de los
antiguos reyes y emperadores; confecciona adjetivos con desinencias de su invención,
como «escuderil», «chinesca» y otros ciento. Nada de extraño tiene que sepa además
lo que hace, como cuando en unos versos recuerda que ha dado a la castellana lengua
el esplendor que ahora tiene. Es así que como nadie viste él de palabras lo que
primero ha concebido en el traslado de la imaginación. La música del idioma añadida
al ritmo de los sucedidos. El puede, porque puede, «mostrar con propiedad un
desatino». Un gran monto de invenciones que en su caso son palabras - si bien menos
que Úbeda en la Pícara-, procedimientos, refranes, frases, pero también modismos,
insensateces y parodias. El gusto por la lengua y el genio del idioma, pero que ha de
usarse para vestir algo.
1. ANTES Y AHORA
Tiempo y espacio no sólo son los a priori de la sensibilidad, sino buenas medidas
del poder y particularmente rasgos de empleo claro en las socieda des jerárquicas.
Los espacios del poder se ven por fuera. En el Antiguo Régimen vige la ley de los
espacios inaccesibles. De qué nos habla todavía quien viaja por países especialmente
desiguales: de templos, posadas y mercados. Y aún menos, de mercadillos, porque en
algunos los palacios son, como siempre del Déspota y los templos del clero. Todo lo
que no sea calle y trapicheo está vedado. Museos no hay. Y así era en el mundo del
Quijote. El fasto es la obligación de los grandes, pero no tienen ninguna de mostrar
los interiores, sino que están justamente reservados. Se oye, las músicas por ejemplo,
pero la fiesta no se ve; se ve el desfile, la pompa, las sillas, los carruajes, el resto se
adivina. El teatro de vez en cuando lo muestra.
Una de las ironías que más le cuadra estampar a propósito de las novelas
caballerescas tiene que ver con el conocimiento de sus autores de castillos, palacios,
salones, paramentos, usos y dichos de la gente principal. En todas esas novelas
sucede que un caballero se entra por un lago hirviente y, sin mediar más palabra, así
252
como pisa con denuedo la lava llameante o se embarca en esquife que no lleva vela ni
timón, se encuentra en un paraje donde todo son prados, fuentes, amenas frondas y
arroyos espejeantes, hasta que descubre siempre un castillo.. Pero mejor será darle a
él la palabra
Y ¿hay más que ver, después de haber visto esto, que ver salir por la
puerta del castillo un buen número de doncellas, cuyos galanos y vistosos
trajes, si yo me pusiese ahora a decirlos como las historias nos lo cuentan
sería nunca acabar, y tomar luego la que parecía principal de todas por la
mano al atrevido caballero y llevarle, sin hablarle palabra dentro del rico
alcázar o castillo y hacerle desnudar, como su madre le parió, y bañarle con
templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos y vestirle una
camisa de cendal delgadísimo, toda olorosa y perfumada y acudir otra
doncella y echarle un mantón sobre los hombros que por lo menos, menos,
dicen que suele valer una ciudad y aún más? (818).
Y esto lo cuenta un autorcete por decirlo, que puede que todo lo que haya visto
sean iglesias, de lo que va por grande, pero habitar, lo que por habitar se entiende, en
lo que no sea su estrecha casa se ha conformado y conforma con las ventas de
camino. Pues a lo duro, parodia, y hablemos de lo que conocemos. El caballero es de
la Mancha, donde los linajes no es que abunden. Los castillos y palacios por el mismo
compás. Pero caminantes hay de sobra - que la corona dilata sus estados y esto mueve
mucha gente-, y ventas y posadas para ellos, mal acomodadas en general. Cervantes
pasó hartos días de los suyos tirado por ventas y mesones; hasta en el Persiles, que va
de elevado, coloca algunas de las imaginaciones que de su desvalido caballe ro le
sobraron. Las ventas y caminos son lo suyo. Lo suyo y lo de los demás. Pero el genio
no se sujeta a la parodia.
De la misma manera que debió largo tiempo coleccionar voces y giros, en su vida
de soldado y de asentador, en la vida del camino, en aquel pasar el tiempo,
probablemente largo, que pesa y no pasa, debió imaginar para solaz propio y quizá
ajeno, que parece generoso en eso, vidas y hechos a cada caminante, viajero, huésped,
quitando a los cuadrilleros de la Santa Hermandad, que ninguno es sino gente de
bastos mal acondicionada. Debió hacer Cervantes muchas veces lo que el hijo de su
fantasía, Don Quijote hace tantas veces también, dejarla volar.
253
Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrás de ellos venía un coche
con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban, y dos mozos de mulas a
pie» Viene gente principal, a algún sitio van, a tomar un empleo, aceptar una
encomienda, o vienen de la corte... todo eso se nos ocurre a todos porque la
mente proyecta sin pausa. Pero quien tiene el gusto, imagina, pone sucesos,
finge vidas, ya los vio, les habló, le respondieron, con ellos fuese, amigos sin
embargo los perdió por un acaso, una mentira urdida... aquellos son... unos
amigos que perdí dentro de un lustro. De ver lo mismo donde nada o poco
hay, Don Quijote, que es imaginativo, pero monomaníaco, infiere:
«Aquellos bultos negros que allí parecen deben ser y son sin duda
algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche»,
pues eso mimo debió hacer su autor ingentes veces, que no de otra manera se
explica su facilidad. Y así, porque como asentador conoce ventas y pocos
palacios debió gustar por dentro, encuentra lo que los caminos producen:
Damas que no lo son tanto; venteras con ambiciones. Criadas con rango de
putas. Putas de las que hace Damas. Moras y cristianas que buscan acomodo.
Dueñas simplorras. Pastoras de extrema belleza y consumada retórica.
Muchachas huidas. Aldeanas decididas. Hijas de la casualidad del camino,
de su imaginación y de la fortuna. Monjas no salen, porque no andan, sino
que se están quedas en sus monasterios, aunque alguna, como la Santa Juana
de Cubas, se lo habría merecido.
Bajar a tierra las fúlgidas aventuras es un buen recurso, pero no habría bastado. El
gran atractivo del libro es su cristalino mundo: nadie que se ponga en camino sueña
con encontrar las variadas gentes que Cervantes pone en nuestros mapas. La realidad
parece más plana y más sórdida. Pero no en esa novela, donde cada cosa vulgar toma
tintes de belleza: los pícaros, las ventas, los galeotes, los comediantes apresurados,
los falsos peregrinos, las gentes grandes que van a recibir empleos, los que montan
bodas...
254
Sólo esta reflexión ya prueba que Cervantes nunca se limita a la actitud paródica,
porque ni puede, ni sabe. El Quijote es también un libro del que su autor dice que
quita la melancolía. Es un libro de caballerías, aunque tenga un caballero loco y un
escudero charlatán. La parodia la he mentado antes, la usa y por largo, en el ya dicho
descubrimiento del castillo encantado bajo el lago hirviente. Pero la fantasía del
Quijote sobrepasa a la parodia, ese es el otro genio con el que acompaña al del
idioma.
Hay dos escenas que la imaginación ha unido, una la parada amena en el camino,
la otra, cercana, las historias que entonces se cuentan de lo que de notable pase en los
alrededores, por ejemplo la huída de una chicuela con un soldado que la dejó en
camisa. Hasta aquí el suceso puede ser notable, pero ruin. Una moza más seducida,
que jura que el galán no le llevó la joya más preciada.
Pero no, porque el amor por Leandra en la novela ha crecido y convertido los
montes en una pastoril Arcadia, llena de pastores y apriscos «y no hay parte de él
donde no se oiga el nombre de la hermosa Leandra. Este la maldice y la llama
antojadiza, varia y deshonesta; aquél la condena por fácil y ligera; tal la absuelve y
255
perdona y tal la justicia y vitupera; uno celebra su hermosura, otro reniega de su
condición y, en fin, todos la deshonran y todos la adoran, y de todos se extiende a
tanto la locura que hay quien se queje de desdén sin haberla jamás hablado y aun
quien se lamente y sienta la rabiosa enfermedad de los celos, que ella jamás dio a
nadie porque, como ya tengo dicho, antes se supo su pecado que su deseo» (832).
Esta Leandra es una Galatea, u otra Marcela, o quizá la misma Marcela, pero en otro
avatar. De la pobre chica seducida a la hermosa soñada que a nadie se sujeta. De
Aldonza a Dulcinea. Con ida y vuelta, algunas veces, porque la parodia lo exige.
Poniendo blanco sobre negro la hipótesis posterior y stendhaliana del amor como
cristalización. Pero también como recurso que afina el alma y nos hace mejores, que
no en vano Don Quijote, que de muchas maneras alaba la andante caballería, tiene
como la mejor de ellas decir
Cervantes, caminante, conoce sobre todo ventas y alguna casa de mediano pasar
donde se haya albergado por calidad propia. En la primera parte de su novela ello es
particularmente notorio. Y nos gusta y gusta porque en eso se parece todavía bastante
a todos nosotros. Y como conoce ventas, conoce lo que por ellas discurre: hijas de
venteros, que en la Ejemplares trasmuta, mozas que hacen a lo que salga, encubiertas,
alguna timadora, puticas del común. De partido a varias mete a damas. Un par arma a
Don Quijote. Y eso podría ha ber sido sin más una crueldad. Como lo es poner a
Dulcinea de rústica por parte de Sancho, que bien lo acaban pagando sus posaderas.
256
un imaginador con dedicación que trasluce muchas horas de camino y de ellas las
más, pasadas a la fresca, imaginando vidas. No milagro, sino «industria, industria». Y
aún quedan las hijas directas de la fantasía, las ya mentadas galateas. Vuelvo por una
de ellas, ya citada. Leandra es alguien que tiene devotos que no la conocen. Un monte
entero de ellos que la llaman y la glosan. Es extraño, porque más recuerda ese monte
a un convento de ermitaños obsesionados con la virgen que a cualquier otra cosa. Y
más extraño que, como si hubiera un vínculo en la propia imaginación de Cervantes,
la virgen acabe apareciendo a renglón seguido.
De nuevo el acaso es harto corriente, una rogativa para pedir lluvia, con sus
disciplinantes y todo. «Don Quijote, que vio los extraños trajes de los disciplinantes,
sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber visto, se imaginó
que era cosa de aventura y que a él solo tocaba, como caballero andante, el
acometerla.» Quiere librar a la Virgen de su procesión. Y esto es más gordo que el
acometer rebaños, porque lo sigue siendo al día de hoy. Supongámonos que alguno
estimara que a la Macarena la llevan presa sus devotos. No es fácil imaginar ese tipo
de cosas. Es una extraña inteligencia de las situaciones, no locura como Cervantes
desea que creamos. Porque quien supone es Cervantes, no su loco caballero, por más
que diga. Hay que dispersar a los ensabanados y liberar a la señora enlutada. Los
curas que van cantando las letanías advierten
«Señor hermano, si nos quiere decir algo dígalo presto, porque se van
estos hermanos abriendo las carnes» y le piden que resuelva en dos palabras.
A lo que Don Quijote replica «En una lo diré... y es esta: que luego al punto
dejéis libre a esa hermosa señora cuyas lágrimas y triste semblante dan claras
muestras que la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le
habedes fecho: y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes
agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada
libertad que merece» (837).
Puede que Don Quijote sea defensor de mujeres por necesidad del guión, aunque
en esto algunos caballeros no tenían muy estricta observan cia; y puede que quizás lo
haga loco que las defiende a todas, no sólo a las que por cuna lo merecen. Al fin,
como parte de la parodia, ha sido armado caballero con la ayuda y protocolo de dos
mozas suripantas. Don Quijote no encuentra más damas que las que van en coche,
que son pocas, y la duquesa, que ya le recibe por famoso. Las otras las inventa. Y lo
hace, queda dicho, con los mimbres que los caminos dan: criadas de venta,
campesinas asnales, puticas, ricas labradoras, alguna encubierta. Y de ellas hace
moras enamoradas, reinas destronadas, inteligentísimas doncellas. Cervantes hace un
friso aún mayor en el que entran las dueñas, las venteras y sus hijas, las doncellas
agraviadas de verdad y las simples, sin olvidar un repaso a las mujeres encantadas,
257
que también llevan su parte, porque a estas las sacrifica al crudo realismo para
aumentar la parodia, como le sucede a la encantada de Montesinos. Parodia es que su
escudero vaya en asno «como un patriarca» y, en general, todos los casos y acasos
corrientes que, como el llevar alforjas, dineros y camisas para cambiarse, las novelas
de ensueños nunca citan. Parodia es la lengua que el caballero habla. La parodia hace
ridícula la situación. Y quizá la mucha cortesía de Don Quijote con todas, insisto,
toda clase de mujeres, sea para que riamos. Pero, como inexplicablemente no lo
logra, será que hay algo más oculto, porque bien sabía Cervantes usar la lengua para
hacer llegar a donde deseaba a los pensamientos. Parodia, pero con un algo
verdadero, eso que impresionó a los románticos alemanes y dio a esta novela su
segunda y dilatada vida, lo que ellos entendieron como cierto aliento trágico. Que el
mundo no se rija por los buenos. Así pasó con Schopenhauer, Schlegel. Y sobre todo,
el más dulce, Heine.
Y puede también que la castidad de Don Quijote sea ridícula, y ello trate de
subrayar en rojo la historia de Maritornes. La escena es chusca y paródica, tanto
cuando el caballero se representa si podrá defender su virtud, cuanto el cómo se
dirige a una mujer tan baja que ni siquiera lo que le dice entiende. La misma defensa
está en la base de la comicidad de la escena paralela en la que Don Quijote - como si
dijéramos Don Cascote, que hasta su nombre es parodia-, pasando de nuevo por la
dicha venta, queda colgado de una mano hasta el alba, por gracia de la hija de la
ventera, «muchacha y de muy buen parecer». Ama y criada son, en este caso, tratadas
directamente de «semidoncellas» y, las tales, salen al hueco del pajar por ver los
amorosos suspiros que el caballero dedica a su dama que en la profunda noche de
vela. Mientras, el perfecto enamorado invoca a la luna y al sol y se pregunta si su
amada hará en el instante lo mismo. «Lástima os tengo fermosa señora de que
hayades puesto vuestras amorosas mientes en parte donde no es posible
corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza; de lo que no debéis
dar culpa a este miserable andante caballero, a quien tiene amor imposibilitado de
poder entregar su voluntad a otra que aquella que, en el punto que sus ojos la vieron,
la hizo señora absoluta de su alma.»
Pero, aun con burlas, a todas las que encuentra no les parece de principio loco el
caballero, sino como a las dichas «parecíales otro hombre de los que se usaban» y con
ello da muestras de la verdad de la cortesía que es ésta, hacer una realidad distinta de
la que ya sabemos y se usa. Así es como amor cortés manda.
ROSALÍA ROMERO
258
259
En este trabajo trato la importancia de conocer e incorporar a nuestra comprensión
del conocimiento y de la cultura el legado de las filósofas, así como la exclusión, que
les ha afectado y afecta, de la historia de la filosofía hegemónica. Es ésta una tarea
que deriva, en parte, de la crisis del concepto de «historia» acaecida en el siglo que
más violencia conoció, el xx, pensado y revisado por movimientos de masa como el
sesentayochismo y el feminismo. De este último brota la revitalización y el desarrollo
del pensamiento crítico no-androcéntrico. Este concepto tiene una larga historia. La
palabra es más joven que su correlato extralingüístico. Y ambos - el significante y el
significado - han sido obviados por intereses ajenos a la reconstrucción de la historia
de las mujeres.
1.1. EL SESENTAYOCHISMO
260
Hitler y se hizo cómplice y parte activa de la violencia vertida sobre tanta vida
humana desaparecida. Todo ello, sumado a otros muchos comportamientos
regresivos, provocó un cuestionamiento profundo de la idea de progreso y una crisis
de la «historia» que vino a tocar los pilares más primitivos de la misma: la
concepción lineal y providencialista del tiempo y de la historia que yace en la cuna de
la cultura judeo-cristiana. La concepción lineal judeocristiana del tiempo, del devenir,
abarca hasta las comprensiones más laicas como es la marxista.
Si bien la genealogía aporta el aspecto clave que constituye la práctica social, por
otro lado otorga un lugar privilegiado a la interpretación - Todo es interpretación de
un Sujeto que no existe, que no es Uno-, y ello tiene claras limitaciones para el
pensamiento que se ocupa de estudiar las relaciones de poder entre los sexos. El
sesentayochismo contaba con una obra, El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir,
que muestra la Unidad-continuidad del sujeto de la dominación así como del sujeto
de conocimiento. El sujeto del conocimiento hegemónico, del saber transmitido con
el apoyo de las herramientas del poder político, es un sujeto varón. Por eso, a través
del análisis de los discursos de las ciencias empíricas, tanto sociales como naturales,
Beauvoir demuestra que el sujeto de los discursos hegemónicos excluye al segundo
sexo de su ámbito, quedando éste relegado a «lo otro». Beauvoir responde4 a la
pregunta de por qué las sociedades humanas son de dominación masculina: la
reproducción biológica forma parte del orden de la repetición, y es percibido no como
una acción, no como una actividad humana, sino como una función natural. Por el
contrario, los varones desde los propios orígenes de lo humano excluyeron a las
261
mujeres de las expediciones guerreras, creando el valor del «riesgo», pues ellos
arriesgaban continuamente la vida. En esta interpretación se otorgó más valor al
riesgo que a la repetición, por eso se valora más matar que dar la vida. Como
podemos advertir una lectura moderada de la genealogía de Nietzsche no es
incompatible con los orígenes de lo humano en Beauvoir: se trata de una serie de
prácticas que no tienen ningún lazo necesario con el instinto, sino que son claramente
el resultado de una práctica homologable a una relación de poder.
Me parece que podemos trabajar con la hipótesis de que existe una prehistoria del
término «androcentrismo», es decir, que aunque no existía el término, se encuentran
voces que critican el no-reconocimiento y la noasunción de las aportaciones de las
mujeres. Y creo que se puede decir que se habla de ello como de una cuestión moral.
Así, Marie de Gournay, en Grief des dames7 (1626), se queja de las autoridades
masculinas de la tradición que desprecian las obras de las mujeres sin haberlas leído.
262
A finales del mismo siglo, encontramos la palabra de quien habla explícitamente de la
perspectiva masculina de los historiadores: la filósofa Mary Astell (16661731). Esta
autora, que publicó con el filósofo neoplatónico John Norris su epistolario, retrató a
través de sus propias palabras, la resistencia por parte de los historiadores a
reconocer, siquiera, las «grandes y nobles» aportaciones realizadas por mujeres. Dice
así: «Dado que los historiadores pertenecen al sexo masculino, rara vez se dignan a
registrar las grandes y nobles acciones realizadas por las mujeres; y cuando de ellas
dan noticia, lo hacen añadiendo esta sabia observación: aquellas mujeres han actuado
situándose por encima de su propio sexo. Y con esto podemos intuir aquello que
quieren hacer entender a sus lectores: ¡las grandes acciones no fueron mujeres
quienes las realizaron, sino hombres con falda!»8.
Gilman y Beauvoir son los dos referentes básicos para el uso de la crítica a la
comprensión androcéntrica. La crítica al androcentrismo suele estar regida por dos
ejes: lo femenino o lo genéricamente humano. Defender la excelencia o dignidad de
lo femenino, o analizar los mecanismos de exclusión de las mujeres de todo lo que es
considerado como lo genéricamente humano, son dos puntos de partida muy
diferentes de los feminismos filosóficos. El primer planteamiento es característico de
los feminismos de la diferencia y su referente puede ser fijado en Gilman; el segundo,
de los feminismos de la igualdad y su referente es Beauvoir.
263
del hecho de la superación del androcentrismo por analogía con las heridas que
supusieron para el narcisismo occidental Copérnico, Darwin y Freud12.
264
apología de Juana de Arco15, quien dos años más tarde sería llevada a la hoguera, en
Ruán, bajo la acusación de bruja y hechicera, después de un largo proceso instigado
por la Universidad de París. Pizan comienza La cité des dames afirmando que
«filósofos, poetas, moralistas, todos -y la lista sería demasiado larga - parecen hablar
con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y
naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio»16. Pizan se pregunta cuáles podrían ser
las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, y
por qué no hay texto que esté exento de misoginia. Es a partir de la introducción de
estas cuestiones en la Querelle de la rose, comenzada recién nacido el siglo xv, que se
inaugura la Querelle des femmes, debate público en el que participarán ilustres
filósofas. Sus discursos están en clara contraposición con los argumentos vertidos en
el Malleus Maleficarum. Las filósofas de la Querelle se oponen a la lectura misógina
de la tradición y buscan otras tradiciones distintas: resignifican textos clásicos como
la Biblia o la obra de Aristóteles. Rechazan la realidad presente y utilizan como una
de sus armas la resignificación del pasado. Rechazan la tradición reconociendo otras
tradiciones.
265
agresiva y tiene menos capacidad para defenderse, «y, en general, la hembra tiene
menos iniciativa que el macho y es de menos comida»17. En el modelo organicista
aristotélico se asigna un lugar al colectivo femenino (el oikos) y se prescribe una
política paternalista a causa de la presupuesta inferioridad de las mujeres y, como
consecuencia de ésta, su mayor vulnerabilidad. En el discurso ontológico aristotélico
la oposición materia/forma corresponde a los dualismos mujer/hombre,
naturaleza/razón. De este modo, el varón queda identificado con la forma y con la
razón, y la mujer con la materia y la naturaleza. Cabe destacar la preeminencia que en
la filosofía de Aristóteles tiene la causa formal sobre la causa material. La defensa de
la teoría monoseminal frente a la concepción biseminal, defendida por filósofos
presocráticos como Parménides o Empédocles, tiene en el Estagirita una función
política: «las mujeres son a-genealógicas, no transmiten la forma, son sólo un
accidente necesario para la procreación (...) Consecuentemente, su lugar en la polis es
secundario, no son auténticos sujetos»18.
266
Estagirita. El mito matriarcal y guerrero de las amazonas es esgrimido por Marinelli
para defender la nobleza de la mujer. Además, recoge la herencia de los siglos xv y
xvi: la aportada por el mero hecho de la existencia del fenómeno de la mujer erudita,
por un lado, y la abundancia de elogios a la nobleza y dignidad de las mujeres, por
otro; para esto último fue muy recurrente la rememoración de las mujeres ilustres
habidas en la historia conocida. La propia dialéctica histórica dará luz, o mejor dicho,
mostrará sus sombras, con la aparición de fenómenos reactivos: en el caso que ahora
nos ocupa nos estamos refiriendo a Giuseppe Pass¡. Fue este autor un influyente
representante de la tradición misógina de la vituperatio mulierum. En su libro Los
defectos de las mujeres quedan expuestas diversas perlas misóginas. Su exacerbada
misoginia restaba credibilidad a aquellos modelos de mujer que habían servido de
estereotipo al continuismo patriarcal. Así, por ejemplo, Penélope pasa de ser símbolo
de castidad a ser una mujer infiel y corrupta. No cabe obviar que también esta
hiperexacerbación de la misoginia tuvo sus precedentes en la Antigüedad: el poeta
alejandrino, autor de tragedias, Licofrón de Calcis, utilizó para Penélope el apelativo
de «fornicadora» - arma ésta de degradación de una mujer muy recurrente en la
historia del patriarcado: la sexualidad percibida como degradación y no como
expresión de la libertad. A Passi no le faltaron antecedentes; pero tampoco le faltaron
a Lucrecia Marinelli y éste es el dato que queremos que sirva como un objeto
profundo del pensamiento, como un dato que ahora más que nunca tenemos que tener
en cuenta.
267
2.2. GENEALOGÍA DE LA EXCLUSIÓN
268
concretan siempre en prohibiciones directas, pero la velada animadversión por parte
de los varones hacia la integración de las mujeres cultas en sus espacios, tiene iguales
consecuencias que la prohibición coercitiva. Éste es el caso encontrado entre los
humanistas del siglo xv; la hostilidad subliminal, en muchos de los casos, hacia las
mujeres eruditas fue la causa de que insignes pensadoras fueran relegadas al retiro, en
el mejor de los casos, prematuro y no producto del ejercicio de su libertad. Se trata de
apartar a las mujeres cultas de los caminos de la preparación en cuestiones que se
muestran y ejercen en el mundo de lo público. La no aceptación de las mujeres
pensadoras en el mundo público es argumentada en el siglo xv de la misma manera
que lo había sido desde el mundo griego. Así Leonardo Bruni en el diseño de su
currículo, en 1405, argumenta la prohibición de la Retórica a las mujeres, de la
misma manera que se hacía en la Grecia clásica, pasando por Roma y el cristianismo
eclesiástico; en todo caso el silencio, el estar callada, era un gran adorno. De la
exclusión del estudio de la Retórica en el currículo de Bruni fue objeto la pensadora
humanista Isotta Nogarola, estudiada por Rosa Rius.
2.2.2. Pseudonimias
269
Todavía en el siglo xrx encontramos pseudonimias en mujeres que han estudiado
en la Universidad y que fueron contemporáneas de los filósofos de la misoginia
decadentista: un caso paradigmático es Lou Salomé. Esta pensadora publicó su
primera novela filosófica, En busca de Dios (1885), con el pseudónimo de Herni Lou.
Posteriormente publicará Ruth, obra en la que desvela su propio nombre.
2.2.3. Ahistoricismo
Con esta calificación voy a referirme al caso Sabuco: apellido de Miguel Sabuco
y de su hija, Oliva Sabuco de Nantes y Barrera. Esta mujer fue la autora de la obra
Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, publicada en Madrid en 1587, bajo el
reinado de Felipe II. Escrito de gran impacto entre sus contemporáneos (en 1622
contaba con cuatro ediciones), ha sido más valorado en la historia de la medicina que
en la historia de la filosofía. Benito Jerónimo Feijoo la leyó y admiró, pero la edición
que hizo el Dr. Martín Martínez (1728) en vida del fraile benedictino feminista tuvo
que dedicar, en su prólogo, algunas páginas para combatir a quienes negaban que una
mujer pudiera haber escrito el libro al que nos referimos. El hecho de que haya sido
más valorada en medicina que en filosofía puede deberse también a que su
comprensión del ser humano no pertenece a la corriente de pensamiento que se
impondrá después: es monista, frente al dualismo desarrollado en la filosofía
cartesiana. La exclusión definitiva de la historia de la filosofía se debe a la fidelidad
acrítica de quienes se han tomado al pie de la letra el documento encontrado en 1903
por el registrador de la propiedad de Alcaraz, en el cual expresaba Miguel Sabuco ser
él el autor del libro y no su hija, a quien había cedido la autoría para darle la honra.
Los fieles a este documento no se han preguntado qué motivaciones ocultas pudo
haber para la realización de este hecho; no han tenido en cuenta que la honra -
tradúzcase fama - no era lo mejor que se le podía atribuir a una mujer, en una etapa en
la que las participantes en la «Querelle des femmes», en Europa, ponían todas sus
energías en desactivar las identificaciones milenarias de mujeres y mal, habida cuenta
de que era un potente argumento para los inquisidores. Mary Ellen Whaite sostiene la
tesis de que dicho documento no prueba la veracidad de lo expresado28, tesis
mantenida en la edición reciente en lengua inglesa. Por mi parte, me parece que hay
que trabajar en la hipótesis de que dicho poder notarial fuera escrito con la intención
de proteger a Oliva, ante la posibilidad de ser acusada de brujería29.
270
Beauvoir, una de las mejores obras filosóficas del siglo xx, de la siguiente forma:
Simone de Beauvoir, la compañera de Sartre, es la autora de una obra de literatura, El
segundo sexo. Observemos que el libro de texto al que aludo no es un manual de
literatura, sino de filosofía. Los otros casos a los que vamos a referirnos también
pertenecen a autoras en lengua francesa: Christine de Pizan y Marie de Gournay,
siglos xv y xvii respectivamente. Pizan es la fundadora de la Querelle des femmes. En
la actualidad está presente en historias del feminismo. En lo que se refiere a la
historia de la filosofía, se omite su legado, lo cual obstaculiza la construcción de una
sinopsis completa del siglo xv, así como de las relaciones entre la ética y la política
en el paso de la Edad Media a la Edad Moderna. Entre los escritos políticos de C.De
Pizan destacaremos los publicados en primer lugar, al mismo tiempo prácticamente
que La Cité des Dames: Lettre á Isabelle de Baviére y Le livre du corps de policie. La
regencia de Isabel de Baviera se debió a la imposibilidad de sucesión de Carlos VI a
la muerte de su homónimo predecesor, en un contexto histórico en el que las guerras
de Orleans y de Borgoña se sumaban a toda la problemática arrastrada por «la gran
depresión» que supusieron la peste, el hambre y la guerra a lo largo del transcurso del
siglo xiv. El Livre du corps de policie es un tratado que, por la temática que aborda y
cómo la aborda, sitúa a Pizan en un lugar privilegiado en la historia del pensamiento
político de Occidente: tratado de moral política y social dirigido a colectivos distintos
según sus tres partes: la primera es dirigida a los príncipes, la segunda, a nobles y
caballeros y la tercera a todo el pueblo, donde están incluidos sabios, clérigos,
ganaderos, mercaderes y labradores. Se estima que con esta obra de Pizan nos
encontramos ante un tipo de tratado político que llega a su máximo auge durante el
Humanismo, sirviendo de precedente de lo que será una tarea clave para los ideólogos
del Renacimiento: la concepción de una ética aplicada a la política imperial30. En
esta autora se trata de una ética política basada en la ética aristotélica: Pizan sostiene
que «debe amar(se) el bien público y el cumplimiento del mismo más que del suyo
propio, según la doctrina de Aristóteles en su libro De Política» 3i
271
embarazo y de la crianza de las criaturas». Además, Gournay se pregunta cuánto
tiempo haría que el Estado, en Francia, se hubiera desmoronado si no hubieran
inventado las regentes, como equivalentes a los Reyes durante la minoría de edad33;
rebate el argumento de la fuerza física para explicar la discriminación de las mujeres.
Dice así: «Las fuerzas corporales son en última instancia unas virtudes tan bajas, que
la bestia tiene más por encima del hombre que el hombre por encima de la mujer»34.
La igualdad de los sexos, en Gournay, es argumentada a partir de la autoridad de
Dios, de la Biblia y de la Iglesia: invierte toda una lógica, pero no se desmarca de
explicaciones basadas en la autoridad de los textos sagrados, como fidedigna
representante de la querelle des femmes.
En torno a Nogarola se fabricó una calumnia que afirmaba que había tenido
relaciones sexuales con sus dos hermanos. El calumniador resaltaba, además, que la
«excepcional erudición» de esta filósofa estaba en sintonía con su «excepcional
sexualidad». Cuatrocientos años más tarde, también Flora Tristán sufría un intento de
denigración. Esta mujer, autora de Paseos en Londres (1840) y Unión Obrera (1843),
fue objeto de violencia por parte del abogado republicano que defendió a los canuts
272
de los disturbios de Lyon de 1834; el abogado defensor del movimiento obrero, en
complicidad con el homicida y ex-marido de Tristán usó, en la defensa que ejercía,
pasajes de las novelas de esta pensadora socialista y feminista para condenarla por su
«inmoralidad» 3I
273
precisamente, por ser un investigador que ha operado con la variable sexo en sus
investigaciones antropológicas, y tener una obra detrás, verdaderamente,
extraordinaria. Este tipo de ausencias no podemos catalogarlas como resultado de una
voluntad intencionada, sino como efecto metaestable del sistema de conocimiento de
dominación masculina, delatador de la profunda incrustación de la memoria
androcéntrica, de la que no cabe esperar que sea minada solamente por el paso del
tiempo, sino que necesita de otro tipo de estrategias en las que tenemos que ir
pensando. Se trata de incidir en el inconsciente colectivo simbólico, pero ello requiere
de un sinnúmero de prácticas y de un grado tal de abstracción y de voluntad política
que necesita de muchas pensadoras y pensadores solidarios.
274
fundamentan el contenido y las quejas vertidas en La ciudad de las damas: Pizan
introduce la sospecha en el sujeto de conocimiento, en la relación interesada del
sujeto con el contenido del discurso.
Quisiera ahora distinguir entre historiar a las filósofas y lo que Genevieve Lloyd
llama hacer una historia feminista de la filosofía. Me parece que historiar a las
mujeres filósofas y a sus contribuciones es una parte de la historia feminista de la
filosofía. Lloyd se refiere a la utilidad que encuentra en el debate Foucault-Habermas
sobre la filosofía kantiana; aunque entre ambos hay conocidas diferencias, existe el
importante acuerdo de que en Kant se da la convergencia de lo filosófico y lo
político. En Kant hallan un modelo de filosofía que involucra al sujeto a «implicarse
políticamente en un presente único»44. Un presente acuciado por problemas sociales
y políticos en el que el filósofo está desafiado a intervenir, a posicionarse. Por lo
tanto, no es un sujeto que se sitúa fuera del tiempo, sino que se involucra en su
tiempo porque su presente es distinto a otros momentos históricos. Creo que Lloyd
acierta al identificar la tarea feminista de re-historiar la filosofía a partir de la
profunda convicción de la convergencia de lo filosófico y lo político. En este sentido
sí que es útil el denominador común de Foucault y Habermas, pero hay claves para
una historia feminista de la filosofía que sólo pueden surgir del propio pensamiento
feminista.
275
la reproducción del monoseminalismo cultural llegue a verse ridícula. Quizás quede
mucho por pensar para que la humanidad llegue a un periodo biseminal de
comprensión de la cultura, pero de entrada es el momento de plantear la necesidad de
que en los planes de estudio de la Licenciatura de Filosofía haya una asignatura
obligatoria sobre la Historia de las Filósofas, así como introducir a las mujeres
filósofas en las programacio nes de las asignaturas del Bachillerato. Las
problemáticas históricas pueden comenzar a solucionarse si muchas voluntades se
hacen cómplices, complicidad que tiene que nutrirse del apoyo de los poderes
políticos. Han sido estos poderes los que han obstaculizado, en muchas ocasiones, la
visibilización de las pensadoras. ¿Pasará el siglo xxi a la historia como el alba de una
planetaria comprensión biseminal de la cultura?
276
1. LA SEGREGACIÓN DE LAS MUJERES DEL CONOCIMIENTO Y LA
ACADEMIA
277
crianza, dando el papel de creadoras de vida para las mujeres y asignando el
intelectual a los varones (Gore, 1 996). Una acepción más reciente plantea la relación
de autoría y autenticidad, que destacaría el posicionamiento firme ante las propias
experiencias (empowerment).
Pero, como señala Pilar Ballarín: «Quién confiere la autoridad ¿Cómo se accede a
ella? ¿Qué mecanismos existen para ser reconocido/a como tal? No voy a negar la
formación y la capacidad intelectual de muchos grandes maestros, pero tampoco
podemos obviar que esa autoridad se alcanza a través de mecanismos precisos que
llevan al reconocimiento universitario y social, y que se traduce en su entrada en el
mundo de los iguales, los que influyen y controlan el mundo universitario» (Ballarín,
2001: 267).
La autoridad femenina, en principio, aparece por tanto como anomalía, las felices
anomalías que comenta Enrichetta Susi (1998), pero que históricamente la psicología
se encargó de convertir en patologías. Así, podemos ver cómo bien entrado el siglo
xx, se habla de la correlación entre alta capacidad intelectual y el encogimiento de
ovarios (Hare Mustick y Marecek, 1994) como consecuencia de lo que podríamos
denominar la estela de Huarte de San Juan (1529-~ 1588?), patrón de la psicología
diferencial y defensor de la teoría de los humores que niega a las mujeres la
posibilidad de desarrollar una capacidad intelectual igual que los varones, basándose
278
en las diferencias de carácter biológico'.
Nos encontraríamos, por tanto, con una situación de doble marginalidad de los
discursos de las mujeres. Por un lado, son textos periféricos al canon científico, ya
que surgen fuera de la academia al estar las mujeres excluidas; y por otro, no están
integrados en el discurso oficial por su carga crítica en clara referencia a la situación
de discriminación que padecían. Si a ello añadimos, que una parte importante de la
vida de estas psicólogas estaba dedicada también a la ética del cuidado (Gilligan,
1985), las dificultades se acrecientan mucho más.
Ahora bien, el rescatar del olvido las aportaciones de las mujeres a la psicología
no supone una acción meramente sumativa de añadir mujeres a la lista, sino que se
parte de una concepción de genealogía multidimensional: - como método
deconstructor; - como análisis de la forma de transmisión del poder/saber basada en
el esquema patriarcal; - como recuperación de las aportaciones de mujeres,
reales/ficticias, feministas o no; y - como memoria colectiva en su contribución a la
igualdad (Rodríguez Magda, 1997). Todo ello permitirá, en palabras de esta autora,
indagar y redefinir la construcción genérica del sujeto femenino.
Pero debemos tener en cuenta el contexto histórico y social para no caer en una
recuperación estrecha y unidireccional:
279
que analizar y evaluar el feminismo forzosamente desde una perspectiva
rupturista de abierta confrontación con el sistema patriarcal. (...) quisiera
argumentar la posibilidad de conceptualizar el feminismo histórico como un
proceso social de renegociación de los términos del contrato social de
género, es decir, de modificación y de reajuste de las bases de dominación de
género establecidas por la sociedad. De igual modo que no se da una
descalificación del obrerismo por su falta de voluntad política o
revolucionaria, habría que valorar la necesidad de rescatar como feminismo
actuaciones, experiencias e iniciativas encaminadas al cambio social de las
relaciones de género sin la implicación necesaria de su cuestionamiento
abierto y global de una sociedad patriarcal (Nash, 1998: 62).
Así, pues, nos interesa resaltar los claroscuros, las luces y las sombras de las
aportaciones de las mujeres en las diferentes disciplinas, las conquistas y logros pero
también los vericuetos y argucias que debieron utilizar. Estas otras miradas de las
historia nos permitirán sacar a la luz aspectos nuevos que van a reestructurar la visión
establecida hasta ese momento de una determinada área de conocimiento, ya que:
«Cuando las mujeres entran a formar parte del cuadro, ya sea como objetos de la
investigación o como investigadoras, se tambalean los paradigmas establecidos. Se
cuestionan la definición de ámbito de objeto del paradigma de investigación, así
como sus unidades de medida, sus métodos de medida, la supuesta neutralidad de su
terminología teórica o las pretensiones de universalidad de sus modelos y metáforas»
(Benhabib, 1992: 38).
280
no sin oposición de sus colegas masculinos4, lo que no impidió a alguna de ellas ser
consideradas en su época como muy prolíficas en la investigación y difusión
psicológica. Estamos hablando de Mary Whiton Calkins (1863-1930) y Margaret
Washburn (1871-1939), entre otras muchas, primeras mujeres doctoras en psicología,
además de presidentas de la APA (American Psychology Association), mujeres
destacadas en su época y pertenecientes a fuertes colegios invisibles (Tortosa y otros,
1987), pero que la falta de transmisión posterior (Birulés, 1997), en citas y
referencias, las ha ocultado, por lo que sus compañeros masculinos, muchos de ellos
peor considerados, les han sobrevivido y son referencias continuas en los textos y
programas académicos. En 1987, Scarborough y Furumoto rastrean los trabajos de
algunas de estas pioneras y encuentran dos problemas básicos, que en la actualidad
siguen afectando a las académicas actuales, con independencia del área de
conocimiento. Por un lado, el conflicto entre los lazos familiares y la carrera y por
otro la falta de oportunidades.
La revisión del canon va a permitir rescatar una serie de voces heréticas (Hardy,
1986), así como dar lugar a la reflexión acerca de los mecanismos utilizados para
excluir a las y los otros (no varones, no blancos, no heterosexuales). «La mujer... se
vuelve una profanación, una voz herética desde el desierto que amenaza el patrius
semo - la Palabra canónica, ortodoxa, pública-, con toda la fuerza de otra lengua - una
lengua madre - la lingua materna que para aquellos que todavía se hallan en los
confines del viejo orden debe permanecer indecible» (Hardy, 1986: 297)
Sin embargo, esta autora nos previene acerca de la tentación de construir una
genealogía femenina, ya que se puede producir el efecto contrario y, en lugar de
debilitar y cuestionar el canon existente, reforzarlo, por lo que propone la
construcción de un polylogo, que sería: «...el interjuego de muchas voces, una suerte
de "barbarie" creativa que pudiera desbaratar las vías monológicas, colonizantes,
281
céntricas, de la "civilización". Tal visión vive, como nos lo ha enseñado Adriane
Rich, en una revisión: una relectura excéntrica, re-descubriendo lo que el manto
sacerdotal del canon debería ocultar: la imbricación de toda literatura con la dinámica
del poder en la cultura» (Hardy, 1986: 298).
La crítica al canon debe ir, por tanto, más allá de la mera la oposición entre para
no buscar el efecto contrario, permitiendo la cristalización, si cabe más fuerte, del
canon normalizado frente a lo que los propios ortodoxos denominan la escuela del
resentimiento (Bloom, 1994) y que seguiría, de nuevo, reproduciendo la segregación.
Para autoras como Teresa de Lauretis la dicotomía dentro-fuera, tendría que ser
superada, desplazando dicho análisis por otro que permitiese «una visión desde otro
lugar»: «... este otro lugar no es un pasado mítico o distante, o una utópica historia
futura es el otro lugar del discurso aquí y ahora, el punto ciego, el fuera de campo de
sus representaciones. Me lo imagino como espacios a los márgenes de los discursos
dominantes, espacios sociales enclavados en los intersticios de las instituciones, en
las fisuras y en las grietas de los aparatos del poder saber. En estos espacios pueden
ponerse los términos de una construcción distinta del género, términos que tienen
efecto y se afianzan en el nivel de la subjetividad y de la autorrepresentación: esto es,
las prácticas micropolíticas de la vida diaria y de las resistencias cotidianas, de las
que derivan tanto la capacidad de obrar como las fuentes del poder y las inversiones
que otorga el poder; y también en la producción cultural de las mujeres, feministas,
que traduce el movimiento dentro y fuera de la ideología en un continuo atravesar los
confines( y los límites de la/s diferencias sexual/es (Lauretis, 2000a: 62).
282
universidades norteamericanas y especialidades en los primeros años del siglo xx.
Los varones controlaban así la ciencia básica, estando ellas relegadas a la aplicada
(Rossiter, 1982). Se empieza a apuntar la meritocracia como elemento legitimador
neutral de las diferencias, y no la discriminación de las mujeres, al trabajar la mayoría
de las mismas en centros de cuidado de la infancia, institutos psicológicos, consultas
privadas, etc. alejadas del los centros de poder y decisión (Scarborough y Furumoto,
1987).
Entre los años 20 y 30, aumenta en Estados Unidos el número de psicólogas y así
entre 1921 y 1938 la relación era de 1/5, aunque la proporción en la APA
(Association Psychology American) y en AAAP (American Association for Aplied
Psychology) era de 1/3. Mientras estas asociaciones fueron pequeñas, las mujeres
tuvieron una cierta relevancia, pero al cobrar importancia, un grupo de psicólogos
encabezados por Boring, cambiará la ley electoral de la APA en 1925, impidiendo
votar a los socios más jóvenes, que eran principalmente mujeres. En los años 40, a
pesar del crecimiento de la APA con más de 3000 miembros, las posibilidades de las
mujeres disminuyeron (Rossiter, 1982). Solamente Mary Calkins, en 1905, y
Margaret Washburns, en 1921, consiguieron ser presidentas de la APA, teniendo que
pasar varias décadas para que pudieran aparecer, eso sí, a cuenta gotas, otras mujeres
(Furumoto, 1980; Goodman, 1980).
283
Con relación a la autoexclusión, como consecuencia de los mecanismos
anteriormente descritos, Paula Nicolson (1997) señala tres etapas relacionadas con la
visibilidad de la discriminación dentro de las organizaciones: a) el choque o la
conmoción que supone entrar en una institución, en nuestro caso la universidad, en la
que después de una etapa de estudiante con éxito escolar, se comienza a detectar el
sexismo imperante. Esta situación da lugar a manifestaciones de rabia y protesta
desarrollando b) estrategias de aguante o de aceptación de la situación. Surge la idea
de abandonar el trabajo, de centrarse más en la familia, o trabajar media jornada. Para
más tarde llegar a c) la interiorización de valores de la cultura patriarcal a través de
dos formas: abandonando aspiraciones legítimas de promoción dentro del trabajo o
con virtiéndose en abejas reinas que se ven como excepción, que consideran que, si
las mujeres no obtienen altos puestos, se debe a su falta de esfuerzo e interés.
284
gamas más altas de estos logros. La probablemente verdadera explicación
debe ser buscada en la mayor variabilidad dentro del sexo masculino. En
particular, si los hombres difieren en inteligencia y energía por extremos más
amplios que los de las mujeres, la eminencia y el liderazgo de los asuntos del
mundo de cualquier clase inevitablemente pertenecerán más a menudo a los
hombres. Ellos se los merecerán más a menudo (Thorndike, 1910: 35).
Ya que, cuando dos personas son idénticas, presentan las mismas características y
cualidades, volviéndose indiscernibles como sujetos. Sus marcas de referencia tienen
un carácter grupal y no individual. En este sentido estaríamos hablando de la Mujer
como esencia, lo que ha permitido que hayan sido excluidas del contrato social al no
ser definidas como sujetos. Los pactos de sujeción o servidumbre son considerados
inicuos si se relacionan con los varones pero no para las mujeres. Las mujeres serán
tratadas como idénticas, indiscernibles, todas dentro de un bloque ontológico
compacto. En este sentido, Carole Pateman (1995), analiza esta situación poniendo de
manifiesto que las ideas de sujeto e igualdad tienen un sesgo masculino, lo que lleva a
la consecución de derechos civiles como el voto para los varones en la Revolución
Francesa, mientras que las mujeres no lo consiguen como idénticas.
Pero hay que señalar que no es cuestión de que una se vea como individuo si las y
los demás nos ven como indiferenciadas. Para tener reconocimiento ontológico, hay
285
que tenerlo también de manera política. Por ello, para Celia Amorós, esa negación del
reconocimiento de la individualidad de las mujeres conlleva la negación del poder a
las mismas. Las mujeres son esencias naturales y ahistóricas, consideradas multitudes
indefinidas, sin individualidad, y sin poder.
Será una discípula de Thorndike, quien rebatirá estas ideas e intentará desmontar
los prejuicios inherentes en dicha teoría. Hablamos de Letta Hollingworth (1886-
1939), pionera en el estudio de la superdotación y la crítica androcéntrica a la
psicología (Silverman, 1999). A pesar de haber realizado sus estudios en literatura y
lengua en la Universidad de Nebraska, encuentra grandes dificultades para trabajar.
Linda Silverman, una de sus mejores biógrafas, nos recuerda: «Una mañana del otoño
de 1910, se puso a despotricar con Harry (su marido) sobre la injusticia de su
situación, se echó a llorar y después decidió hacer algo para cambiarla - no sólo para
sí misma, sino para todas las mujeres que estuvieran presas en su mismo apuro. Fue a
la biblioteca de la universidad y se puso a devorar todo lo que cayó en sus manos
sobre por qué se les negaba a las mujeres el acceso al trabajo y a las oportunidades
educativas. Pertrechada con las teorías y la «investigación» de su tiempo, comenzó a
desacreditar todas las afirmaciones sobre la inferioridad natural de las mujeres»
(Silverman, 1999: 40. La cursiva es nuestra).
286
barrera» (Hollingwoth, 1914: 516-517).
Letta Hollingworth fue una mujer comprometida por los derechos humanos y
activista del movimiento feminista. Querrá demostrar la existencia de mujeres con
altas capacidades al menos en igual número que los varones, pero intentando
distinguir entre alta capacidad y eminencia, enfrentándose a Galton, quien
consideraba que la eminencia era signo de alta capacidad:
287
Posteriormente, y siguiendo la propuesta de Teresa de Lauretis (2000) debemos
empezar a mirar desde otro lugar, buscando las aportaciones de las mujeres
psicólogas para que nos digan quiénes eran o quiénes son, tal como han hecho
algunas autoras en la filosofía (Birulés, 1996; Puleo, 2000), apartándonos de los
caminos trillados del canon académico y textual.
5. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
288
Instituto Andaluz de la Mujer, 2001, págs. 257-277.
BENHABIB, Sheyla, «Una revisión del debate sobre las mujeres y la teoría moral»,
en Celia Amorós (dir.), Feminismo y ética, Isegoría, núm. 6, Madrid, CSIC,
Instituto de Filosofía, 1992, págs. 237-263.
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York, Harcourt and Brace, 1994.
FEMENíkS, M.a Luisa, «Juan de Huarte y la mujer sin ingenio en el Examen de los
Ingenios. Actas del Seminario Permanente Feminismo e Ilustración (1988-1992),
Instituto de Investigaciones Feministas, Universidad Complutense de Madrid,
Dirección General de la Mujer de la Comunidad de Madrid, 1992.
289
GARCÍA DE LEóN, M.a Antonia, Herederas y Heridas. Sobre las elites profesionales
femeninas, Madrid, Cátedra, 2002.
HARDY AIKEN, Susan, «Women and the Question of Canonicity», College English,
48,3, marzo de 1986, págs. 288-299.
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290
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RODRÍGUEZ MAGDA, Rosa María, «Del olvido a la ficción. Hacia una genealogía
de las mujeres», en Rosa María Rodríguez Magda, Mujeres en la historia del
pensamiento, Barcelona, Anthropos, 1997, págs. 33-59.
ToRTOSA, Francisco, CARI INTERO, Helio y PEIRO, José María, «La psicología
americana a través de la American Journal of Psychology», Revista Historia de la
Psicología, vol. 8, núms. 1-2, 1987, págs. 5-37.
291
LUISA POSADA KUBISSA
292
1. RESIGNIFICACIONES CONCEPTUALES PARA LA CONSOLIDACIÓN DE
LA TEORÍA FEMINISTA
293
ciencia, que quieren poner de manifiesto los aspectos ideológicos de la construcción
del conocimiento. Desde ahí, la perspectiva feminista sobre la epistemología
reflexiona sobre quién es el sujeto del conocimiento, sobre si el género puede o no
influir en los métodos de la ciencia, sobre cuál ha de ser el modelo de método
científico, sobre que entendemos por ciencia, si ésta puede ser realmente neutral y
objetiva, o incluso sobre si es o no posible una ciencia feminista.
La teoría del punto de vista feminista parte, para Harding, de que lo que está
socialmente situado no son las opiniones individuales, sino las creencias colectivas
mejor fundadas y que esto configura lo que tenemos por conocimiento. De modo que
los sesgos individuales podrían ser eliminados, aplicando rigurosamente métodos y
normas científicas al uso. Para esta perspectiva sólo una epistemología comprometida
social y políticamente pondría de manifiesto que en una sociedad estratificada por el
género hay diferentes patrones posibles de evidencia y que las mujeres como grupo
están oprimidas en posiciones epistémicas marginales.
294
epistemologías realistas. Esta opción postmoderna hace ser cautelosas a muchas
epistemólogas feministas, porque también en el campo de la epistemología (como en
el de la ética y en el de la política) se revelan incoherencias: de hecho, desde esta
posición resulta imposible justificar la preeminencia del feminismo para impugnar
desde él el androcentrismo y el sexismo propios del conocimiento.
Notable impacto han tenido las tesis de Donna Haraway4 en su obra Ciencia,
cyborgs y mujeres, que publica en 1991. Haraway parte aquí del rechazo al
295
organicismo en biología y de aceptar el hecho de la tecnociencia
296
Para Haraway la cultura de la alta tecnología desafía estos dualismos: en la
relación entre lo humano y la máquina no está claro quién construye y quién es
construido; no está claro qué es la mente y qué es el cuerpo en máquinas que se
adentran en prácticas codificadas. Las máquinas pueden ser artefactos proteicos,
componentes íntimos, partes amigables de nosotros mismos.
El único yo posible hoy sería «the split self» (el yo dividido), el yo fragmentario,
el yo contradictorio. Es el único que puede interpelar los otros posicionamientos, al
estar él mismo posicionado. Pero, además, este sujeto dividido tiene una doble visión:
un científico busca la posición de objetividad del sujeto, no la de identidad y la
posición de objetividad es conexión parcial. Por tanto, la nueva forma de visión surge
de la división, la fractura, pero también del conocimiento situado y de la objetividad
fuerte: todo ello son imágenes privilegiadas para las epistemologías feministas del
conocimiento científico, sostiene Haraway, porque excluyen lo que ella llama «el
punto de vista del cíclope» o único.
297
desde el pensamiento feminista como filosofía política que reclama la igualdad entre
los sexos, por vía de una vía de epistemologización, pasa a ser pensamiento que toma
como paradigma la diferencia femenina, en un sentido ya no epistemológico sino
incluso ontológico.
queno hay una naturaleza humana, sino dos (la masculina y la femenina);
queno hay un solo orden simbólico, sino dos (el masculino y el femenino);
298
queno hay una sociedad y una cultura completas sin esa dualidad genérica (lo
masculino y lo femenino)
queno hay un orden genérico dual porque sea cultural o construido, ni tampoco
por el mero dimorfismo biológico de la especie, sino que este orden responde
al orden mismo de las cosas (Ser masculino-Ser femenino).
299
mundo. Longobardi defiende que el sentimiento femenino en el orden simbólico
masculino imperante es lo que llama la estraneitck que cabe traducir como extrañeza,
extranjería o alienación. Este sentimiento se refleja para ella particularmente en el
orden de los discursos científicos y filosóficos. Y vuelve sobre la idea de la diferencia
italiana de las relaciones de affidamento para resolver tal sentimiento de estraneitck
femenina. Una contribución más de esta obra de las filósofas italia nas es la Elvira
Franco, quien en L'affidamento nel rapporto pedagogico se propone situar la práctica
del affidamento o la mediación femenina en el ámbito de la pedagogía. En realidad la
aportación de Franco puede leerse como una crítica al sexismo en las relaciones
escolares y la consiguiente llamada de atención sobre la necesidad de crear un orden
de pensamiento y de lenguaje, un orden simbólico, femenino.
3. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
IRIGARAY, Luce, Speculo. Espejo del otro sexo, Madrid, Saltés, 1978.
300
Yo, tú, nosotras, Madrid, Cátedra, 1992.
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(trad., No creas tener derechos, Madrid, Horas y Horas, 1991).
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Escupamos sobre Hegel. La mujer clitórica y la mujer vaginal, Barcelona,
Anagrama, 1981).
MURARO, Luisa, Le ordine simbolico della madre, Riuniti (ed.), Turín, 1991 (El
orden simbólico de la madre, trad. de B.Albertini, corrección de Mireia Bofia,
revisión de M.-M. Rivera, Madrid, Horas y Horas, 1994).
IVÁN SAMBADE
301
1. UNA MIRADA PANORÁMICA
Este proceso debe partir del análisis del estado del sistema patriarcal en nuestras
sociedades, así como de su función de construcción social del varón. Y, en este punto,
se pondrá de manifiesto la relevancia de los medios de comunicación como
transmisores de elementos constitutivos de la identidad masculina.
302
la información, los medios de comunicación se han convertido en transmisores
constantes y fundamentales de modelos, imágenes y estereotipos de masculinidad y
de femineidad. Por lo tanto, la deconstrucción de la identidad masculina, cuyos
objetivos apuntan a contribuir al proceso de la democratización de nuestras
sociedades de un modo real y efectivo, no puede prescindir en caso alguno del
análisis crítico de los modelos de masculinidad transmitidos en los mass media y de
su función en el proceso de la construcción social de la subjetividad masculina.
En primer lugar, debemos advertir que hacer referencia al estado de crisis en que
se encuentra el patriarcado no implica que éste haya desaparecido. En toda sociedad
existente, los puestos clave del poder (político, económico, religioso y militar) siguen
estando en manos de los varones, por lo que, en consecuencia, podemos afirmar que
toda sociedad conocida, del pasado y del presente, es patriarcal3. Ahora bien, la
evolución de la sociedad capitalista hacia la sociedad de consumo y la acción política
del movimiento feminista produjeron durante la segunda mitad del siglo xx, un
vertiginoso conjunto de cambios sociales en Occidente que conllevaron el recono
cimiento explícito del estatus de ciudadanía de las mujeres y correlativamente, una
mejora paulatina de sus libertades sociales y sus condiciones efectivas de vida. Desde
esta perspectiva, podemos hablar de crisis del patriarcado, una crisis que se
caracteriza fundamentalmente por estos dos aspectos:
303
normativas de conducta, dada la relativa juventud de las democracias modernas, sino
que, más bien, precisan de una reflexión pragmática en cada uno de los distintos
momentos conflictivos que puedan acontecer en la vida social. Simultáneamente, tal
y como acabamos de comentar, la ideología patriarcal es políticamente incorrecta,
pero el discurso sobre la superioridad masculina no ha desaparecido, sino que
desestructurado, ha adoptado una nueva forma en el discurso de la diferencia. No se
afirma la superioridad de los hombres, pero sí su diferencia respecto de las mujeres.
Consecuencia del androcentrismo propio de toda sociedad patriarcal, esta diferencia
sigue siendo entendida por los hombres como una determinación biológica y no
cultural. Por lo tanto, latente bajo la nueva ideología democrática, agrupado en el
discurso de la diferencia, pervive en el inconsciente cultural un conjunto
multidimensional, fraccionado y generalmente incongruente de representaciones
ideológicas de género que originan pautas normativas de conducta al varón, tanto en
relación con su pertenencia al colectivo masculino y el trato con sus iguales, como en
relación con el trato con las «otras».
304
creciente número de mujeres que mueren a manos de sus parejas cuando han
iniciado los trámites del divorcio o han manifestado su deseo de finalizar la
relación.
305
producto sociocultural vertebrado por una relación de poder que simultáneamente
enmascara y perpetúa un estado de dominación.
Sin perder de vista esta posición teórica, entenderé que el sistema patriarcal de
representaciones ideológicas está compuesto por diversos productos socioculturales
que defienden, tácita o explícitamente, una «verdad» sustantiva del varón que lo
diferencia respecto de la mujer en función de su sexo como determinante biológico.
Por lo tanto, el sistema patriarcal de representaciones ideológicas estará compuesto
también por los estereotipos e imágenes de la femineidad que encarnan las
«verdades» sustantivas de la mujer, en cuanto contraria o diferente del varón. En
nuestras sociedades, múltiples saberes y discursos se encuentran vertebrados por la
ideología patriarcal: el discurso moral, la mitología clásica, la literatura
contemporánea, el saber histórico, el discurso científico o al menos alguno de sus
productos, etc.; pero también, las creencias y mitos sociales, desde los más efímeros y
coyunturales, hasta aquellos que se perpetúan milenariamente en la tradición. Los
medios de comunicación no son en sí mismos un producto ideológico, pero en cuanto
se han instituido cómo el principal transmisor de información, juegan un papel
fundamental en la representación ideológica y la inducción de conductas
estereotipadas.
306
ejemplo: en el siglo xix el discurso médico definió la feminidad como debilidad y
enfermedad, y la masculinidad como fortaleza y salud. Esta caracterización legitimó
la división sexual de funciones y la propiedad masculina de la esfera pública, al
mismo tiempo que justificaba el conjunto de prácticas de control de los varones sobre
las mujeres, a través de su confinamiento en el espacio privado. Como decíamos, las
conductas masculinas suelen gozar del estatus de la normalidad en la sociedad y la
cultura donde el individuo desarrolla su subjetividad. Pero además, son adquiridas a
través del proceso de socialización en aquellas instituciones sociales a las cuales el
individuo pertenece (escuela, familia, pandilla, etc.). Luego, el individuo no sólo
recibe una representación cognitiva de lo que es «normal», sino que lo siente y
experimenta emocionalmente a través de su adaptación e integración en el grupo
social. Nótese, que la no-adquisición de la norma implica la marginalidad del sujeto
en cuanto «no normal». Por lo tanto, más que de aceptación reflexiva y voluntaria,
estamos hablando de interiorización de las normas o «normalización del individuo».
307
identidad de género no sólo hace que nos entendamos diferentes, sino que, por medio
de las prácticas masculinas dispuestas por la sociedad patriarcal, induce la
experiencia vital de que somos desiguales. En definitiva, la identidad masculina
produce una distorsión en la manera de ver, juzgar y actuar de los hombres que
perpetúa la situación de discriminación que experimentan las mujeres'
308
biológico de ser varón significaba fortaleza física y mental.
309
se encuentran en pleno desarrollo del capitalismo industrial, y en este marco, la
institución de la familia experimenta una serie de transformaciones que
fundamentalmente tienden a fortalecer la intimidad del núcleo familiar, a demarcar la
esfera de lo privado22: la unión emocional entre el padre, la madre y los hijos se
intensifica; el núcleo familiar desarrolla un fuerte sentimiento de autonomía; se
reivindica el derecho a la libertad como pilar básico de la busca de la felicidad; existe
una menor vinculación del pecado al placer; y por último, un deseo progresivo de
intimidad física. Durante el desarrollo del capitalismo industrial en las sociedades
occidentales, la familia moderna aparece como un estadio favorable para la división
sexual de funciones a partir de dos fenómenos socioeconómicos: el desarrollo
tecnológico del hogar, lo que se tradujo en la exigencia de un trabajo exclusivo para
el mismo, y su separación del lugar del trabajo.
310
dualista espíritu-cuerpo (emociones) se intensifica con la cosmovisión mecanicista de
la realidad, que explica todo lo real como producto de dos categorías ontológicas: la
extensión y el movimiento; la materia y la causa u origen del movimiento.
311
de pertenencia. En este sentido, los media reducen los ámbitos de privacidad donde
los grupos de pertenencia ejercían su acción socializadora, lo que por otro lado,
conlleva una difusión masiva de las representaciones simbólicas de estos grupos30.
Por lo tanto, los medios de comunicación se han convertido en los principales
transmisores de las representaciones ideológicas constitutivas del inconsciente
cultural de las sociedades occidentales.
Por lo tanto, si bien los estereotipos surgen en el subsuelo social, los medios de
comunicación tienen la capacidad de difundirlos, reforzarlos, perpetuarlos e incluso
modificarlos, contribuyendo así, de modo notable, a la construcción de las
identidades colectivas. Por ello, toda sociedad que pretenda evolucionar en su
proceso de democratización debe integrar el análisis crítico de los medios de
comunicación en el contexto educativo, con el objetivo de que su función
socializadora sea encauzada a través de una actitud crítica y reflexiva.
En relación con los roles sociales de género, los estereotipos presentes en los
medios de comunicación reproducen la idea de la superioridad de los varones
respecto de las mujeres34. De este modo, en conjunto, los estereotipos empleados por
los medios de comunicación operan la función tradicional del discurso ideológico
patriarcal.
Una observación reflexiva del discurso publicitario nos muestra que la inmensa
mayoría de la publicidad relacionada con la esfera social pública está dirigida
fundamentalmente hacia los varones, mientras que la publicidad relativa al ámbito
doméstico sigue apuntando a las mujeres. Véase, por ejemplo, la tendencia
312
predominante en la publicidad del automóvil, donde la estética y las características
técnicas del vehículo se convierten en símbolos de la identidad de distintos colectivos
de varones: nos encontramos de este modo, con turismos para varones jóvenes e
impetuosos, para «hombres de negocios» que son caracterizados por su
determinación e iniciativa (recordemos el famoso eslogan «jóvenes pero
sobradamente preparados»), para racionales padres de familia que priman la
seguridad y el confort sobre el resto de las ventajas del automóvil, etc. En definitiva,
el estereotipo del varón redunda en un sujeto de atributos connaturales que lo
disponen hacia la esfera pública. Otro estereotipo de masculinidad frecuente es el que
define al varón como un sujeto capaz de provocar el descontrol sexual de las mujeres
en virtud de sus encantos viriles. Esta tendencia se encuentra de modo paradigmático
en la publicidad de la industria del perfume. Asimismo, en la publicidad de las
industrias de lo que vulgarmente denominamos «comida basura» podemos observar
la vigencia de la imagen de un varón primario y esencialmente antisocial.
313
estimulantes, lo que hace que tomen la apariencia de seres débiles y vulnerables que
constituyen el objeto del deseo sexual masculino. Esta sobrerrepresentación de las
mujeres como víctimas y objetos del deseo sexual masculino hace manifiesta la
norma patriarcal desde la que se construye la femineidad estereotípica, ya que, como
señala Pilar López, «sin ellas, los personajes masculinos no podrían derrochar todas
las características que se asocian a la masculinidad: la protección y la salvación de los
personajes femeninos» 37.
314
competitivos, gustosos de cooperar con las mujeres, reacios a la prostitución y que
practican el deporte de forma lúdica y saludable. Estos modelos masculinos también
deberían tener cabida en el imaginario de los media, porque las prácticas de
dominación y discriminación de las mujeres no son sólo un «problema de mujeres»,
sino que inducen a los varones hacia una rígida auto-represión física y emocional que
les lleva a un estado potencial de crisis e infelicidad.
ALICIA H.PULEO
315
* Una primera versión de este trabajo fue presentada en el XIV Congreso de la
Asociación Española de Etica y Filosofia Política: La violencia: un análisis ético
político.
316
privar de significantes y significados adecuados a quienes intentan transformar las
relaciones sociales.
Volviendo ahora al caso que nos ocupa, podemos decir que la limitación a los
significantes cargados de significados preexistentes obliga a la sociedad a pensar, y
pensarse, con categorías que son el producto de las mismas relaciones de dominación
que se pretende superar. En otras palabras, la campaña contra el género se debe a una
profunda negación de la existencia de razones estructurales que induzcan los actos
violentos y a un intento de deslegitimación de toda teoría que desvele el entramado
causal del fenómeno.
Ahora bien, resulta muy interesante apuntar que una resistencia similar al uso
constructivista de gender se ha dado, y todavía tiene lugar, en el mundo anglosajón
justamente en base a que ese término es sinónimo de sexo biológico y no de
características culturales del sexo. De este dato poco conocido, podemos extraer dos
conclusiones. La primera es que el concepto de construcción socio-cultural del sexo
suscita resistencias negadas y ocultadas bajo argumentos lingüísticos en ambas
culturas. Estamos ante una política de resistencia a la articulación y desvelamiento en
el logos del entramado de opresión. Si no tenemos palabras para nombrar, o nos
ofrecen términos que dificultan la comprensión de las causas y de la amplitud del
fenómeno e insisten en los estereotipos encerrando a la mujer en lo que se considera
317
su espacio propio, el doméstico, nos hallamos ante una violencia simbólica.
2. LA VIOLENCIA DE GÉNERO
La violencia como una de las caras de la opresión señaladas por Iris Marion
Young7 consiste no sólo en los actos en sí, sino en la amenaza continua bajo la que
viven ciertos grupos sociales por razón de su sexo, su raza o su opción sexual. En el
caso de las mujeres, el temor a la violación forma parte de la necesaria educación
preventiva de las niñas (y no de los niños). La conciencia de tal amenaza restringe el
espacio de libertad de las mujeres. Por ello, numerosas manifestaciones se realizaban
al caer la noche, como afirmación del derecho de salir a la calle, espacio de lo
público, sin temor a la agresión. Limita también los gestos permitidos, la dirección de
la mirada y las palabras que se pronuncian. Como demostrara el ya clásico estudio de
Susan Brownmiller Against our will8, vista desde sus consecuencias la violencia
sexual funciona como una política que determina lo permitido y lo prohibido al grupo
sometido. Este aspecto ha llevado también a algunas especialistas de la violencia
sufrida por las mujeres en el hogar a hablar de terrorismo patriarcal y de terrorismo
318
misógino.
319
Como bien ha apuntado Amelia Valcárcel, Simone de Beauvoir fue «la primera en
hacer fenomenología de lo mujer tal como ha sido pensado por el varón (...) La
primera en hacer filosofía tomando así entre las manos un logos que siempre mantuvo
a la conciencia mujer en la heteronomía» 14. Las figuras de la heterodesignación
(esposa, madre, prostituta, femme-enfant...) tematizadas en El segundo sexo y sus
descendientes hasta las variantes del ciberespacio actuales conforman un ámbito de
normas, costumbres, distribución desigual de los recursos, así como sentimientos de
odio y amor, deseo y repulsión que juegan un importante papel causal de la violencia
de género entendida como política, en el sentido amplio del término. Por ello, uno de
los primeros pasos del feminismo como filosofía política ha sido el análisis crítico de
estas figuras, teniendo como horizonte regulativo la libertad de elección que
caracterizaría a la existencia humana. El objetivo no era descubrir la «verdadera
naturaleza» de la mujer y recuperar su «esencia» perdida, sino de una «redefinición
práctica del sujeto que, independientemente de razas o género, apunta a proyectos de
emancipación»15.
320
manifestaciones más claras de que se nos reconoce y respeta como individuos19.
3. EL GÉNERO DE LA VIOLENCIA
321
Así, se ha analizado la mística de la masculinidad22 como un factor cultural
determinante que opera sobre un potencial biológico preexistente construyendo la
identidad violenta. Según Miedziam, la predisposición no consistiría más que en una
mayor irritabilidad e impulsividad y menor tolerancia a la frustración en los niños
varones. La violencia, en cambio, sería aprendida, por lo que sería necesario redoblar
esfuerzos en una educación no sexista y no androcéntrica. La expresión mística de la
masculinidad, fraguada en la tradición de crítica que animaba la mística de la
feminidad de Betty Friedan, alude a aquellas creencias en torno a la virilidad que
actúan como modelos y normas en la construcción de la identidad de los varones,
particularmente en su niñez y juventud. Como apuntaba agudamente Celia Amorós,
puesto que la virilidad es una «idea-fantasma reguladora del comportamiento de los
varones» requiere una confirmación en los pares y consiste en una «imagen alterada y
alienada» pero siempre sumamente valorada23.
Constatar cierta continuidad no significa, sin embargo, afirmar que las relaciones
de la violencia con la mística de la masculinidad son intemporales o ajenas al
entramado político-económico de cada período histórico. Así, por ejemplo, Nancy
Hartsock ha interpretado el desprecio por la vida contenido en el extremo dualismo
platónico espíritu/materia como una ideología del varón libre funcional para una
sociedad esclavista como la griega que necesitaba continuas guerras de sujeción25.
Con mayor razón podemos imaginar una clara funcionalidad a la mística del guerrero
salvador del mundo que ofrece gran parte de la ficción cinematográfica
norteamericana actual. La exaltación de la violencia y su identificación con la
masculinidad es el necesario correlato discursivo de ciertos proyectos políticos en
marcha.
322
provocar una crisis de identidad en quienes no han sido capaces de defender a «sus»
mujeres26.
323
identidad masculina deja de ser el tradicional sinónimo de excelencia humana
asexuada, neutra, sin ser explicada tampoco por un determinismo biologicista que
apela a una supuesta «naturaleza» no afectada por la cultura. Como nos recuerda
Sheyla Benhabib: «El sistema género-sexo es la red mediante la cual el selfdesarrolla
una identidad incardinada, determinada forma de estar en el propio cuerpo y de vivir
el cuerpo»31. No hay cuerpos totalmente independientes de la mente, de la
organización social y del universo simbólico y sus normas. Tampoco hay «espíritus
puros» que no necesiten realizar algún tipo de esfuerzo crítico por distanciarse y
examinar sus determinaciones de sexo y género.
La polémica sobre el concepto de género con la que iniciaba este trabajo nos
obliga en ocasiones a una defensa hiperconstructivista que esquematiza
excesivamente la complejidad de los fenómenos. Una estricta división entre sexo y
género es, en realidad, una ficción operacional que nos permite descubrir los
poderosos elementos culturales que siempre tienden a ser naturalizados32. En
realidad, como ya he apuntado, no hay fenómenos humanos en los que no estén
implicadas tanto la naturaleza como la cultura. De ahí el interés y la importancia de
los estudios etológicos y de la sociobiología. Pero la cultura tiene un peso
absolutamente predominante. Hablar del género de la violencia significa, pues, que
ser varón ni es únicamente un dato biológico ni es tampoco un sinónimo de identidad
humana universal. Hablar de violencia de género es pensar a hombres y mujeres de
manera relaciona) y como fruto de un proceso dialéctico en el que puede intervenir la
razón crítica como mediación liberadora; es abrir la puerta a la ética y a la filosofía
política para comprender y transformar una realidad en la que, todavía demasiado a
menudo, la violencia tiene la última palabra.
324
María Xosé Agra Romero es Doctora en Filosofía y Catedrática de Filosofía Moral y
Política de la Universidad de Santiago de Compostela. Sus líneas de investigación se
desarrollan sobre Filosofía política, teorías de la justicia y teoría crítica feminista.
Autora de j. Rawls: el sentido de justicia en una sociedad democrática (1985); (ed.),
Corpo de Muller. Discurso. Poder. Cultura (1997); (comp.), Ecología y Feminismo
(1997); otras publicaciones: «Animales políticos, capacidades humanas y búsqueda
del bien, de Martha C.Nussbaum» (2001); «Multiculturalismo, justicia y genero»
(2000); «Ciudadanía: el debate feminista» (2002); «Justicia y género: la agenda del
feminismo global» (2002); «Liberalismo político y feminismo» (2003); «Antes y
después de Rawls: la filosofía política en la brecha» (2004); «Martha C.Nussbaum:
defensa y cultivo de la humanidad» (2006); «Ciudadanía, feminismo y globalización»
(2006) y «Cultura, diversidad cultural y política: Apuntes para una reflexión
feminista» (2007).
325
Victoria Camps es filósofa, Catedrática de Filosofía Moral y Política en la
Universidad Autónoma de Barcelona. Fue senadora independiente por el PSC-PSOE,
de 1993 a 1996. En ese período presidió la Comisión de contenidos televisivos.
Actualmente preside la Fundación Víctor Grifols i Lucas, dedicada a la investigación
y promoción de la bioética. Es consejera del Consejo Audiovisual de Cataluña desde
2002. Entre sus libros, destacan Virtudes públicas (Espasa-Calpe), Paradojas del
individualismo (Crítica), El malestar de la vida pública (Grij albo), El siglo de las
mujeres (Cátedra), Una vida de calidad (Crítica), La voluntad de vivir (Ariel). Ha
coordinado Historia de la ética en tres volúmenes (Crítica).
326
2001) e Intervenciones feministas. Derechos, mujeres y sociedad (Sta. Cruz de
Tenerife, Idea Press, 2004). Junto a María Eugenia Monzón ha editado el volumen
colectivo Mujeres, espacio y tiempo (Sta. Cruz de Tenerife, Instituto Canario de la
Mujer, 1999), con Concepción Ortega ha coordinado Globalización y neoliberalismo:
¿un futuro inevitable? (Oviedo, Nobel, 2002), con Ana Hardisson 20 Pensadoras del
siglo XX (Oviedo, Nobel, 2006) y con Roberto R.Aramayo, Los laberintos de la
responsabilidad (Madrid, Plaza y Valdés, 2007). Ha realizado estancias de estudio en
la New School of Social Research (1997, New York University), el Center for
European Studies (1998, Harvard University) y el Institute for Environment,
Philosophy and Public Policy (2005-2006, Lancaster University). Sus líneas de
investigación incluyen la teoría ética y política contemporánea, la teoría feminista y
la ética aplicada, especialmente, la bioética y la ética y política ecológica.
327
siglo XX (eds. Amelia Valcárcel y Rosalía Romero Sevilla, 2001), Teoría feminista:
de la Ilustración a la globalización (eds. Celia Amorós y Ana de Miguel, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2005). Es coeditora (junto con Asunción Oliva Portolés) del libro
Crítica feminista al psicoanálisis y a la filosofía (Madrid, Editorial Complutense,
2003). Ha publicado diversos artículos en numerosas revistas (Arenal, Simone de
Beauvoir Studies, Isegoría, Mora, Chiméres, Mujeres, Festa da Palabra Silenciada, y
otras).
328
conceptualización y las cifras de la violencia de género, con especial atención a la
ampliación de su significado y su extensión a la temática de la prostitución. Entre sus
últimas publicaciones podemos destacar: (Coordinadora): La violencia contra las
mujeres. Realidad social y políticas públicas, Madrid, UNED, 2001 (comp. junto con
Oscar Guasch): Sociología de la sexualidad, Madrid, CIS, 2003; (Compiladora):
Trabajador@s del sexo. Derechos, tráfico y migraciones en el siglo XXI, Barcelona,
Bellaterra, 2004.
329
¿un nuevo paradigma de la política? (2004) ; Entre la religión y la moral. - el
neofundamentalismo político en EE. UU. (2004); La nueva configuración del «otro»
como enemigo. El enfrentamiento entre civilizaciones (2005); Democracia y virtudes
públicas (2005); Entrevista: en torno a los límites de la Modernidad (2006), Estado
plurinacional y ciudadanía. Constitucionalismo y cuestión nacional (2003, 2007
nueva versión) ; Sendas de democracia: entre la violencia y la globalización, ed.
Homo Sapiens. Rosario Argentina (2006) ; Ética y política: sobre la relación entre
Filosofía moral y Filosofía política. Una aproximación histórico-conceptual. (2007);
Sendas de democracia: entre la violencia y la globalización (Nueva edición
aumentada, ed. Trotta, 2008).
330
Amela Valcárcel es Consejera de Estado, Catedrática de Filosofía Moral y Política de
la UNED, Vicepresidenta del Real Patronato del Museo del Prado, Patrona de la
Biblioteca Nacional y Patrona de la UIMP Autora de una decena de libros, cincuenta
capítulos en obras colectivas y más de cien artículos, ha sido dos veces finalista del
Premio Nacional de Ensayo con los libros Hegel y la Etica (1987) y Del miedo a la
Igualdad (1993). Editora de El Concepto de Igualdad (1995), ha publicado Sexo Y
Filosofía (1991, 93, 95 y 97), La Política de las Mujeres (1997, 98, 2004), Etica
contra Estética (Brasil, 1998), Perspectiva, 2005), Los desafíos del Feminismo ante el
Siglo XXI (2000), del que es Editora, Rebeldes (2000), Pensadoras del Siglo XX
(2001), del que es también Coordinadora y Editora. Sus últimas obras son El Sentido
de la Libertad (2001), Ética para un mundo global (2002) y Hablemos de Dios,
escrito en colaboración con Victoria Camps. Ha presidido y dirigido múltiples cursos
y seminarios, nacionales e internacionales, y colaborado en doctorados de
universidades españolas e hispanoamericanas, la UIMP, el Centro de Estudios
Constitucionales y el Consejo General del Poder Judicial. Es Consultora para
Naciones Unidas en Políticas de Género.
331
ÚLTIMOS TÍTULOS PUBLICADOS
45. - Sartre en la encrucijada. Los póstumos de los años 40, Juan Manuel Aragüés.
50. - El valor de los otros. Más allá de la violencia intercultural, Grabriel Bello.
51. - Las razones de los demás. La filosofla social de john C.Harsanyi, Julia Barragán
y Damián Salcedo (Eds.).
332
Tzvi Medin.
54. - Los mitos del Gran Tiempo y elsentido de la vida (Filosofía del tiempo), jesús
Avelino de la Pienda.
57. - Hacia una hermenéutica crítica. Gadamer, Habermas, Apel, Vattimo, Rorty,
Derrida y Ricoeur, Javier Recas Bayón.
5 Para una revisión del concepto de ideología desde distintas perspectivas críticas,
véase S1avoj Zizek (ed.), Mappingldeology, New Left Review, 1994.
Véase, entre otros, Eulalia Pérez Sedeño y Paloma Alcalá Cortijo (coords.),
Ciencia y Género, Universidad Complutense de Madrid, 2001; Ana Sánchez, «La
333
masculinidad en el discurso científico: aspectos epistemológico-ideológicos», en Lola
Luna (comp.), Mujeres y sociedad, Universidad de Barcelona ,1990; para el caso de
la Antropología, Aurelia Martín Casares, Antropología del Género. Culturas, mitos y
estereotipos sexuales, Madrid, Cátedra, 2006.
"Ana de Miguel Álvarez, Cómo leer a john Stuart Mill, Gijón/Madrid, Júcar,
1994.
16 Concha Roldán, «El reino de los fines y su gineceo: las limitaciones del
universalismo kantiano a la luz de sus concepciones antropológicas», en Roberto
Aramayo, Javier Muguerza y Antonio Valdecantos (comps.), El individuo y la
historia. Antinomias de la herencia moderna, Barcelona, Paidós, 1995. De la misma
autora: «Acerca del derecho personal de carácter real. Implicaciones éticas», en Julián
Carvajal Cordón, Moral, Derecho y Política en ImmanuelKant, Ediciones de la
Universidad de Castilla-La Mancha, 1999.
334
postmodernidad, Madrid, Cátedra, 1997.
---- ---------- 23 Así, por ejempo, Lisa Vollendorf recurre a los documentos de
procesos inquisitoriales para conocer la vida de las mujeres de la época (The Lives
ofWomen. A New History ofInquisitional Spain, Nashville, Vanderbilt University
Press, 2005). El estudio más extenso sobre España y América Latina es el dirigido
por Isabel Morant: Historia de las mujeres en España y América Latina, Cátedra,
2005.
27r Véase Rosalía Romero, Oliva Sabuco. Filosofía del Renacimiento, Madrid,
Almud, 2008; Ricardo González, El enigma Sabuco, Albacete,2008.
28 Isabel Morant Deusa, «La felicidad de Madame du Chátelet: vida y estilo del
siglo xvni», en Madame du Chátelet, Discurso sobre la felicidad, Madrid, Cátedra,
1996, págs. 7-88.
335
26 M a Victoria López Cordón, Condición femeninay razón ilustrada:
JosefaAmary Borbón, Zaragoza, Logi, 2005; Virginia Trueba Mira, El claroscuro de
las Luces. Escritoras de la Ilustración española, Barcelona, Montesinos, 2005.
31 Véase, entre otros, los trabajos de Renau, Fernández Buez, Miyares y Pinto, en
Amelia Valcárcel y Rosalía Romero (eds.), Pensadoras del siglo XX, Sevilla,
Instituto Andaluz de la Mujer, Colección Hypatia, 2001; Carmen Revilla (ed.),
Simone Weil• descifrar el silencio del mundo, Madrid, Trotta, 1995.
---- --- ------------ 3`' Véase estudios de Cortada y Cobos Navidad en Amelia
Valcárcel y Rosalía Romero (eds.), Pensadoras del siglo XX, ed. cit.; VV.AA., en
Asparkía. Monográfic María Zambrano, Castellón, Publicacions de la Universitat
Jaume 1, 1992.
39 Teresa López Pardina, Simone de Beauvoir. Una filósofa del siglo XX, ed. cit.
336
(dir.), Naturaleza y sentido de la ciudadanía hoy, Madrid, UNED, 2002, págs. 129-
160. De la misma autora: «Feminismo y justicia: en torno a los derechos humanos»,
en Da Silva y Acilio Estanqueiro Rocha, Justica e direitos humanos, Braga,
Universidad do Minho-Centro do Estudos Humanisticos, 2001, págs. 133-1 56;
Victoria Camps, El siglo de las mujeres, Madrid, Cátedra, 1998; Victoria Camps,
«Derechos de la mujer y derechos humanos», en J.Rubio Carracedo, Rosales y
M.Toscano Méndez (eds.), Retos pendientes en ética y política, Número especial de
Contrastes. Revista Interdisciplinar de Filosofia (2000), págs. 137-148; Soledad
Murillo, El mito de la Vida Privada: de la entrega al tiempo propio, Madrid, Siglo
XXI, 1996, 2.a ed., 2006; A. Valcárcel, La política de las mujeres, Madrid, Cátedra,
1997 y «Las filosofas políticas en pre- sencia del feminismo», en Célia Amorós (dir.),
Filosofía y feminismo, Madrid, Síntesis, 2000, págs. 115-132; M.a Antonia García de
León, Elites discriminadas (Sobre el poder de las mujeres), Barcelona, Anthropos,
2000; Neus Campillo (coord.), Ciudadanía, Género y Sujeto Político. En torno a las
Políticas de igualdad, Valencia, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer de la
Universidad de Valencia, Colección Quaderns Feministes, 2002; Alicia Miyares,
Democracia feminista, Madrid, Cátedra, 2003; Fernando Quesada (ed.), «Feminismo
y democracia, entre el prejuicio y la exclusión», en E.Bosch, V.Ferrer y T.Riera, Una
ciencia no androcéntrica. Reflexions Multidisciplinars, Universitat de les Illes
Balears, 2000, págs. 235-255; Ana Rubio, Feminismo y ciudadanía, Sevilla, Instituto
Andaluz de la Mujer, 1997; María José Guerra, Intervenciones feministas. Derechos,
mujeres y sociedad, Sta. Cruz de Tenerife, Idea Press, 2004; Helena Costa Araujo,
«Democracia e representacáo das mulheres», en Ex aequo. Revista da As Portuguesa
de Estudos sobre as Mulheres, núm. 13, 2006, págs. 59-65. Para un panorama de las
distintas corrientes en Filosofía Política, consultar la ya clásica compilación de Carme
Castells, Perspectivas feministas en teoría política, Barcelona, Paidós, 1996.
337
49 Celia Amorós, La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las
luchas de las mujeres, Madrid, Cátedra, 2005; Luisa Posada Kubissa, Sexo y esencia,
Madrid, Horas y Horas, 1998. De la misma autora: «De discursos estéticos,
sustituciones categoriales y otras operaciones simbólicas: en torno a la filosofía del
feminismo de la diferencia», en Célia Amorós (dir.), Filosofía y feminismo, Madrid,
Síntesis, 2000, págs. 231-253; Lidia Cirillo, Mejor huérfanas. Por una crítica
feminista al pensamiento de la diferencia, prólogo de Luisa Posada Kubissa, trad. del
italiano Pepa Linares, Anthropos, Barcelona, 2002.
--- 48 Angela Sierra González y M.a del Pino de la Nuez Ruiz, Democracia
paritaria (aportaciones para un debate), Barcelona, Laertes, 2007.
60 Celia Amorós, «Crítica de la identidad pura», Debats, núm. 89, 2005, págs. 62-
338
72 y «Fundamentalismo e «invención de la tradición: las apropiaciones selectivas»,
Debats, núm. 93, 2006, págs. 99-1 10; Rosa Cobo (ed.), Interculturalidad,feminismo
y educación, epílogo de Celia Amorós, Secretaría General Técnica del Ministerio de
Educación y Ciencia y Ediciones de la Catarata, 2006; M.a Luisa Femenías, El
género del multiculturalismo, Universidad Nacional de Quilmes Editorial, 2007.
------- ---- --- --- 64 Karen Warren (ed.), Ecological Feminist Philosophies,
Bloomington & Indianapolis, Indiana University Press, Hypatia Book, 1 999;
Vandana Shiva, Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo, trad. Instituto del
Tercer Mundo de Montevideo (Uruguay), Cuadernos inacabados 18, Madrid, Horas y
Horas, 1 995; V.Shiva, Manifiesto para una democracia de la Tierra. justicia,
sostenibilidad y paz, Barcelona, Paidós, 2006; Alicia H.Puleo, «Género, naturaleza y
ética», en José María García Gómez-Heras y Carmen Velayos Castelo, Tomarse en
serio la naturaleza. - ética ambientaldesde una perspectiva multidisciplinar, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2004, págs. 97-114; María Luisa Cavana, Alicia Puleo y Cristina
Segura, Mujeres y Ecología. Historia, Pensamiento, Sociedad, Madrid, Almudayna,
2004; A.Puleo, «Del ecofeminismo clásico al deconstructivo: principales corrientes
de un pensamiento poco conocido», en Celia Amorós y Ana de Miguel (eds.), Teoría
feminista. De la Ilustración a la globalización, vol. 3, Madrid, Minerva, 2005, págs.
121-152; A.Puleo, «Medio ambiente y naturaleza desde la perspectiva de género», en
F.Garrido, M.González de Molina, J. L Serrano y J.L.Solana (eds.), Elparadzgma
ecológico en las ciencias sociales, Antrazyt, Icaria, 2007, págs. 227-252; Carmen
Velayos, Olga Barrios, Ángela Figueruelo y Teresa López (eds.), Feminismo
ecológico, Estudios multidisciplinares de género, Universidad de Salamanca, 2007.
63 Victoria Camps, El siglo de las mujeres, Madrid, Cátedra, 1998; Teresa López
339
de la Vieja, la mitad del mundo. Ética y crítica feminista, Universidad de Salamanca,
2004.
4 Cuadernos de quejas.
8 Pido excusas por lo sumario de esta reconstrucción. Las cosas son siempre más
complejas pero no puedo entrar aquí a detallar esa complejidad.
Cfr. Celia Amorós, ob. cit., capítulo VII; Cristina Molina, «Lo femenino como
metáfora en la racionalidad postmoderna y su (escasa) utilidad para la teoría
feminista», en Celia Amorós (dir.), Feminismo y ética, Isegorla, núm. 6, Madrid,
CSIC, 1992.
340
9 Estas premisas se remitirían tanto a la asunción de la diferencia ontológica
heideggeriana y su crítica al pensamiento representativo como a las concepciones,
aun retorcidas por Luce Irigaray, del psicoanálisis estructuralista lacaniano. Cfr. Celia
Amorós, ob. cit., capítulo V y apéndice I.
341
Historia de España 3, Alta Edad Media, Madrid, 1980, pág. 78.
32 Cfr. Deniz Kandiyotti en Leila Abu-Lughod, ob. cit., 3.a parte, Epílogo.
Cfr. Celia Amorós, ob. cit. Nos encontramos aquí con un feminismo racionalista
que se alía con la hermenéutica bíblica ilustrada. Un paradigma de género será la obra
de las líderes sufragistas E.Cady Stanton y L.Stone que lleva el significativo título de
La Biblia de la mujer (cfr. Elizabeth Cady Stanton (ed.), La Biblia de la mujer,
prólogo de Alicia Miyares, traducción de J.Teresa Padilla y M.Victoria López,
Madrid, Cátedra, Colección Feminismos, 1997).
342
41 Mary Wolstonecraft, ob. cit.
8 Para una valoración crítica de algunas de las paradojas a las que conduce la
teoría democrática de nuestro autor puede verse mi trabajo: «C.B.Macpherson: de la
teoría política del individualismo posesivo a la democracia participativa», en
J.M.García y F.Quesada, Teorías de la democracia, Barcelona, Anthropos, 2.a ed.,
1991, págs. 267-310.
11 Citado por J.Le Goff, El orden de la memoria, Barcelona, 1991, pág. 183.
14 A.Phillips, Género y teoría democrática, México, 1996, págs. 147, 149 y 14.
343
18 Ob. cit., pág. 158.
20 El texto de Tocqueville, correspondiente al tomo II, capítulo XII, dice así: «En
Europa, mucha gente, confundiendo los diversos atributos de los sexos, pretenden
hacer del hombre y de la mujer seres no sólo iguales, sino semejantes... les imponen
los mismos deberes y les conceden los mismos derechos; los confunden en todas las
cosas, trabajos, placeres y negocios. Es fácilmente comprensible que al esforzarse en
igualar así un sexo al otro, se degrade a ambos, ya que esa grosera confusión de las
obras de la naturaleza no puede producir sino hombres débiles y mujeres
deshonestas... América es el país del mundo donde se ha puesto más atención en
señalar a los dos sexos respectivas líneas de acción netamente separadas, procurando
que los dos marchen al mismo paso pero por caminos siempre distintos. Si la
americana no puede traspasar el apacible círculo de las ocupaciones domésticas,
tampoco se la obliga a salir de él», cito por la edición castellana de Dolores Sánchez
de Aleu, Madrid, 1980, pág. 180. El subrayado es mío.
26 Dejamos aquí al margen el papel que juegan las iglesias como «instituciones
intermedias» de cohesión social.
----- -- --------- -- 27 Ob. cit., pág. 25. Dejo aparte, en este momento, las
contradicciones internas, manifiestas en la misma obra, en cuanto supone que la
familia es el núcleo primario de su concepción política de una sociedad democrática
justa, para afirmar, páginas más adelante, por ejemplo, que «lo asociacional, lo
personal y lo familiar son meramente tres ejemplos de lo no político; hay otros», ob.
cit., pág. 169. Por otra parte, esta consideración de Rawls parece toda una respuesta al
lema, procedente del feminismo, utilizado en las luchas por los derechos civiles: «lo
344
personal es político», así como el contrapunto a las consideraciones políticas de los
problemas raciales y a la crítica feminista en torno a la consideración política de la
estructura de poder que remite al patriarcado.
34 H.Hartmann, «Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva
entre marxismo y feminismo», Zona Abierta, 24, 1980.
345
difundidos, la contraposición enfrentada de autores/as en torno a la exigencia de la
igualdad, así como las discusiones políticas que giran en torno al tema son tan
amplias que no puede justificarse adecuadamente como «prejuicios insalvables» lo
que era una toma de posición ideológica clara frente a otras argumentaciones y
demandas contrapuestas en aquellos mismos momentos. Más aún cuando, como he
insistido en el texto, el momento de la modernidad tiene como criterio epistemológico
y de orientación práctica la búsqueda de la episteme, la superación de los prejuicios
por la contraposición libre de explicaciones teóricas de los hechos a partir del
expresivo lema «atrévete a pensar por ti mismo». El encubrimiento de la historia sólo
puede entenderse como una grave toma de postura ideológica interesada. Y ello es
importante porque, hasta hoy, tanto los historiadores del pensamiento filosófico y
político como los teóricos de la democracia con mayor sensibilidad etico-política
hacia los planteamientos feministas acaban justificando las posiciones liberales de la
exclusión como fruto de prejuicios de la época. En este sentido, lo sintomático es que
Macpherson sancione la teorización de exclusión, referida tanto a los obreros como a
las mujeres, como resultado de insuperables prejuicios, hablando incluso de
«deducciones honestas» a partir de ciertos postulados sostenidos. Y sigue siendo
práctica común que una problemática como la de la igualdad referida a la mitad de la
población sea considerada como algo adjetivo, llegando incluso a justificarse
académicamente la ignorancia de la historia y de las tematizaciones feministas como
un campo de realidad y conocimiento del que se puede prescindir a la hora de asumir
un legado fundamental para conformar la conciencia de una época, la de la
modernidad, que es tanto como decir la conciencia de nosotros mismos.
38 Cfr. C.A.MacKinnon, Hacia una teoría feminista del Estado, Valencia, 1995,
especialmente cap. 2.
2 Richard J.Evans, Las fenainis is, Madrid, Siglo XXI, 1980, pág. 15.
4 Richard J.Evans, Las Feministas, Madrid, Siglo XXI, 1980, págs. 15-16. En
España fue traducido y publicado por Emilia Pardo Bazán.
346
esclavitud política, y en consecuencia, civil y doméstica. Cfr. William Thompson y
Anna Wheeler, La demanda de la mitad de la raza humana, las mujeres...,
introducción de Ana de Miguel, Granada, Comares, 2000.
8 Poullain de la Barre, De l'égaliité des deux sexes, París, Fayard, 1984, pág. 9.
z Véase el prólogo de Ana de Miguel, «Un clásico del feminismo, un clásico del
pensamiento social y político», en J.S.Mill, El sometimiento de las mujeres, Madrid,
Edaf, 2005.
347
19 Nos referimos a las obras El derecho materno (Hipótesis sobre el matriarcado
en la antigua Grecia) y La sociedad primitiva (investigaciones sobre las líneas
delprogreso humano desde el estado salvaje a través de la barbarie hasta la
civilización), de J.J.Bachofen y L H.Morgan respectivamente.
21 Heidi Hartmann, «Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más
progresiva entre marxismo y feminismo», en Zona Abierta, núm. 24, 1980, págs. 85-
113.
22 Cfr. Ana de Miguel, Alejandra Kollontai, Madrid, Eds. del Orto, 2000.
348
Con estos últimos argumentos, de corte utilitarista, parece que la principal
justificación para su participación es aquello que de diferente puedan aportar a la
política en función de que son mujeres; cabría deducir implícitamente que, en caso
contrario, no se justificaría la inclusión-de las mismas en estas esferas.
Esto sucedía porque, entre otras cuestiones, se aplicaba a las mujeres estos raseros
para el ámbito de lo privado, de las relaciones personales; en el ámbito de lo público
no tenían consideración ni papel alguno.
349
Kultur (Leipzig, Werner Kinkhardt) en 1911. Tres de los cuatro ensayos que se
incluyen en el libro de Simmel citado fueron publicados por primera vez en español
en la Revista de Occidente entre los años 1923 y 1925.
16 Como ya señalábamos más arriba, ¿qué hacer con una mujer cuando hay un
viaje de trabajo y llega la hora de las copas, el compadreo y el alterne, tal y como nos
indica Valcárcel? (1997, pág. 206).
19 El 10 de mayo de 2004, apenas dos meses después del triunfo socialista en las
elecciones del 11 de marzo, la vicepresidenta primera del Gobierno, Teresa
Fernández de la Vega, se comprometió a reformar la Ley Orgánica del Régimen
Electoral General para, entre otras cuestiones, «aplicar el principio de paridad entre
hombre y mujer en la formación de las candidaturas electorales» (El País, 11 de mayo
350
de 2004).
Ibíd., pág. 5.
351
búsqueda del bien de M.C.Nussbaum», en R.Máiz (coord.), Teorías políticas
contemporáneas, Valencia, Tirant lo blanch, 200 1, págs. 335-363. De algunos de las
modificaciones nos hemos ocupado en «Internacionalismo, feminismo y justicia. La
filosofía política de M.C.Nussbaum», en F. Quesada (ed.), Siglo XXL• ¿un nuevo
paradigma de la política.', Barcelona, Anthropos, 2004. De su extensa producción
destacamos: The Fragility ofGoodness: Luck and Ethics in Greek Tragedy and
Philosophy, Cambridge University Pres, Cambridge, 1986; «Nature, Function, and
Capability: Aristotle on Political Distribution», en Oxford Studies in Ancient
Philosophy, suppl. vol. 1, 1988, págs. 145-184; «Aristotelian Social Democracy», en
R.Bruce Douglas, G. M. Mara y H.S.Richardson (comps.), Liberalism and The Good,
Nueva York, Routledge, 1990. «Human Functioning and Social Justice: In Defense of
Aristotelian Essentialistrt,>, en Política¡ Theory, 20, 1992, págs. 202-246; «Non
Relative Virtues: An Aristotelian Approach», en M. C. Nussbaum y A.Sen (eds.), The
Quality ofLife, Oxford, Clarendon Press, 1993 (vers. cast., La calidad de vida,
México, F.C.E., 1996). «Aristotle on Human Nature and the Foundations of Ethics,
en E.J.Altham y H.Ross (eds.), World Mind, and Ethics: Essays on the Ethical
Philosophy of Bernard Williams, Cambridge, Cambridge University Press, 1995.
«The Good As Discipline, The Good As Freedom», en D.C.Crocker y T.Linden
(eds.), Ethics of Consumption. The Good Life, Justice and Global Stewarship, Nueva
York/Oxford, Rowman & Littlefield Pubis. Inc., 1998. Sex and Social justice,
Oxford, Oxford University Press, 1999.
«Aristotelian», art. cit., pág. 243. El liberalismo rawlsiano, sin embargo, tiene otra
idea intuitiva. Para el constructivismo kantiano la persona se caracteriza por los dos
poderes o facultades morales, no por sus necesidades o vulnerabilidades y, aunque
empírico, indica Nussbaum, sigue concibiendo la personalidad moral como creadora
de un reino moral propio, distinto e independiente del natural.
352
En Women and Human Developmznt, y, en parte, como resultado de sus
investigaciones en la India, introduce matizaciones en algunos items (2, 7, 10 y 10.a).
Da ahora mayor énfasis a la integridad personal y al control sobre el medioambiente
propio de cada uno (incluyendo derechos de propiedad y oportunidades de empleo)
así como a la dignidad y la no humillación.
Por ejemplo, indica, una mujer que no está mutilada genitalmente pero que tiene
que estar recluida en casa, tiene la capacidad interna pero no la capacidad combinada
que le permita su expresión sexual y demás.
17 «Political Animals», art. cit., págs. 281. También «Lawyer for Humanity:
Theory and Practique in Ancient Political Thought», en Nomos, vol. 87, 1995; «Kant
and Stoic Cosmopolitanism», en The journal ofPolitical Philosophy, vol. 5, núm. 1,
1997; M.C.Nussbaumy J. Cohen (eds.), For Love of Country, Boston, Beacon Press,
1996 (vers. casi., Los límites del patriotismo. Identidad, pertenencia y ciudadanía
mundial, Barcelona, Paidós, 1 999).
19 Ibíd., cap. 2.
353
Disagreement, Oxford, Oxford University Press, 1 999; Inclusion and Democracy,
Oxford, Oxford University Press, 2000.
29 Ibíd., págs. 67. Siguiendo a Lyotard, Young sostiene que el sentido de justicia
surge de escuchar, no de mirar, pág. 14.
354
hemisferio sur, como es el campesinado.
r -a 40 Para ver como entiende el grupo estructural, véase Inclusion, ob. cit., págs.
97-98. Nótese la importancia tanto de las relaciones interactivas como de las
institucionales en el condicionamiento de las oportunidades y proyectos de vida.
355
8 S.Benhabib, «El otro generalizado y el otro concreto: la controversia Kohlberg-
Gilligan y la teoría feminista», en S.Benhabib y D.Cornell, Teoría feminista y teoría
critica, Valencia, Alfons el Magnanim, 1990.
356
18 L M.Young, La justicia y la política de la diferencia, Madrid, Cátedra, 2000.
357
adscripción privada de éstas y oscilan, dependiendo en muchos de los contextos
políticos reales, entre la demanda radicalizada de participación política, como la
exigencia de democracia paritaria que busca normalizar la participación de las
mujeres, o la politización misma de los roles privados de madre, hermana y esposa -
las nuevas Antígonas - en procesos tan tortuosos como los que generaron las
dictaduras del Cono Sur americano y que representan, por ejemplo, las madres de la
Plaza de Mayo en defensa de los derechos humanos. Cfr. M.Ortega, C.Sánchez y
C.Valiente (eds.), Género y ciudadanía, Madrid, UAM, 1999 y J.C.Gorlier y K
Guzik, La política de género en América Latina, La Plata, Al Margen, 2002.
358
3S R Dworkin, Virtud soberana. Teoría y práctica de la igualdad, Paidós,
Barcelona, 2003.
41 Obras ya citadas.
3 M.a Antonia García de León lo explica muy bien en un libro con un título
esclarecedor: Herederas y heridas. Sobre las élites profesionales femeninas, Cátedra,
2002.
5 Pilar Escario, Inés Alberdi y Natalia Matas, Les dones joves a Espanya,
Barcelona, Fundació La Caixa, 2000.
359
cuestiones, cfr., Luisa Posada Kubissa, «Kant: de la dualidad teórica a la desigualdad
práctica» (1992a) y «Cuando la razón práctica no es tan pura» (1992b); Ángeles
Jiménez Perona, «Sobre incoherencias ilustradas: una fisura sintomática en la
universalidad» (1992); Alicia Puleo, La ilustración olvidada. La polémica de los
sexos en el siglo XVIII (1993); o Concha Roldán, «El reino de los fines y su gineceo:
las limitaciones del universalismo kantiano a la luz de sus concepciones
antropológicas» (1995).
17 «Las mujeres no dejan de ser algo así como niños grandes, es decir, son
incapaces de persistir en fin alguno, sino que van de uno a otro sin discriminar su
importancia, misión que compete únicamente al varón», Kant, Anweisung zur
360
Menschen - und Weltkenntniss, 1790-1791 (reimpresión en Olms, 1976), pág. 71. La
caracterización de la mujer como «niño grande» se la debe Kant a Rousseau.
12 «La inteligencia bella elige por objetos suyos los más análogos a los
sentimientos delicados y abandona las especulaciones abstractas o los conocimientos
útiles, pero áridos, a la inteligencia aplicada, fundamental y profunda», Kant,
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, 1764, Ak. II, 230 (hay
versión casi. de Luis Jiménez Moreno, Madrid, Alianza Editorial, 1990).
15 «La mujer es declarada civilmente incapaz a todas las edades, siendo el marido
su curador - tutor - natural; puesto que, si bien la mujer tiene por naturaleza de su
género capacidad suficiente para representarse a sí misma, lo cierto es que, como no
conviene a su sexo ir a la guerra, tampoco puede defender personalmente sus
derechos, ni llevar negocios civiles por sí misma, sino sólo por un representante»,
Kant, Antropología en sentido pragmático, 1798, Ak. VII, 209 (versión casi. de
J.Gaos, Madrid, Alianza Editorial, 1991).
16 Cfr. Kant, Teoría y práctica, Ak. VIII, 295 (versión cast. citada en nota 2):
«Aquel que tiene derecho a voto en esta legislación se llama ciudadano; la única
cualidad exigida por ello, aparte de la cualidad natural (no ser niño ni mujer), es ésta:
que uno sea su propio señor y, por tanto, que tenga alguna propiedad que le
mantenga.» Esta marginación política del género femenino por parte de Kant, la
exclusión de las mujeres de la ciudadanía «por naturaleza», ha sido puesta de
manifisto por A.Jiménez (1992).
13 «La virtud de la mujer es una virtud bella, en tanto que la del género masculino
361
debe ser una virtud noble» (Kant, Observaciones, Ak. II, 231; mis subrayados). Estos
argumentos aparecen desarrollados en mis artículos (1995) (1999a) y (1999b).
~$ Cfr. S.Benhabib, «The Generalized» and the Concrete Other: The Kohlberg-
Gilligan Controversy and Feminist Theory», 1987.
26 El texto continúa: «La inteligencia no tiene sexo y ninguna ley divina prohibe
a las mujeres desarrollar la suya, pues... si la ciencia debiera estarnos prohibida, ¿por
qué habría puesto la naturaleza en nosotras el deseo ardiente de saber?» (A. M. von
Schurmann, De capacitate ingen¡¡ muliebris adscientias, 1638, en E.Góssmann, 1984,
vol. 1, pág. 36).
24 Cfr. C.Roldán (1997): «Crimen y castigo: la aniquilación del saber robado (El
362
caso de Anna Maria von Schurman» y (2008b): «La escritura robada: literatura
filosófica contra las "malas costumbres".»
30 El título original de este anónimo, muy extendido, era: Disputatio nova contra
mulleres, Qua probatur eas Homines non esse, y el del que publicara Simon Gedicke
en febrero de 1595 en Leipzig: Defensio sexus muliebris, opposita fvtili'ssimae
dispvtationi recens editae, qva suppresso autoris e'r typographi nomine, blasphemé
contenditur, Mulleres homines non esse. Sobre la disputa en cuestión es interesante
consultar el artículo de Magdalena Drex1 «Die Disputatio nova contra mulieres, Qua
probatur eas Homines non esse und ihre Gegner <, en Engel (2004), págs. 122-135.
J.Thomasius y J.Sauerbrei (1671), loc. cit. nota 21, en Góssmann, (1994) pág.
114.
36 Chrlstian Thomasius influyó mucho con sus ensayos (De crirrtina rrtagiae,
1701, Dissertation über die Folter, 1705, y De origine ac Progressu Inquisitorii contra
sagas, 1712) para que en 1714 Federico Guillermo 1 proclamara un Edicto que
acabara con la persecución de brujas en Prusia.
38 Título original: Uber die Bestimrnung des Weibes zur hóheren Geistesbildung.
Sobre Amalia Holst cfr. María Luisa P.Cavan (1992), págs. 260-265.
363
41 Über die bürgerliche Verbesserung der Weiber. Th. Von Hippel estudió
Teología en Kónigsberg, donde llegó a desempeñar altos cargos en la administración;
pertenecía al círculo de Kant y Hamann y llevaba en secreto su profesión de escritor,
apareciendo sus obras anónimamente; aparte de la obra mencionada había escrito en
1774 otra titulada Sobre el matrimonio (Uber die Ehe). Sobre von Hippel cfr. María
Luisa P.Cavana (1992), págs. 255-260.
3' El título original es Gründla'che Untersuchung der Ursachen, die das weibliche
Geschlecht vom Studieren abhalten; cfr. Góssmann (1985), págs. 217-244. Sobre
D.Ch. Erxleben/Leporin cfr. Rullmannn (1998), vol. 1, págs. 216-220.
39 Por mencionar uno de los primeros y uno de los últimos, su libro Hacia una
crítica de la razón patriarcal (Barcelona, Anthropos, 1985) es ya un clásico en la
materia y La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las
mujeres (Madrid, Cátedra, 2005, Premio Nacional de Ensayo, 2007).
42 Kant dice textualmente: «El matrimonio constituye una "persona moral única"
(...) regida por la inteligencia del varón y animada por el gusto de la mujer»
(Observaciones, Ak. II, 242); o «Siguiendo esta ley (permisiva natural), la
adquisición es triple según el objeto: el varón adquiere una mujer, la pareja adquiere
hijos y la familia, criados (...) Todo esto que puede adquirirse es a la vez inalienable y
el derecho del poseedor de estos objetos es el más personal de todos» (Kant,
Metafísica de las costumbres, 1798, Ak. VI, 277, trad. de A.Cortina, Tecnos, pág.
97). Cfr. al respecto mi artículo «Acerca del derecho personal de carácter real.
Implicaciones éticas», en Moral, derecho y política en Inmanuel Kant, J.Carvajal
(coord.), Estudios, Univ. de CastillaLa Mancha, 1999, págs. 209-226.
41 Cfr. Metafísica de las costumbres, & 46 (Ak. VI, 314; versión casi. de
A.Cortina en Tecnos, 1989).
364
económico, «Mujer, política y desarrollo», El País, 24 de julio de 2004, pág. 12.
2 K Matsuura, «Una alianza mundial <, El País, 12 de julio de 2004, pág. 25.
7 «El reto del cuidado a los ancianos», El País, 20 de abril de 2003, pág. 26.
5 European Parliament Fact Sheets, 4.8.8, Disabled Persons, the Elderly and the
Excluded, 17/10/2000
365
(2001/2128(INI)).
"24 Los datos estadísticos de los últimos años han sido comentados por
C.H.Aliaga y K.Winvist, «How Women and Men Spend Their Time», Statistic in
Focus, 3, 12, 2003, págs. 1-7.
r -a-- 23 La cuestión del tiempo ha sido analizada por S.Murillo, «Entre lo privado
y lo doméstico: la autonomía del tiempo», El mito de la vida privada, Madrid,
Cátedra, 1996, págs. 17-29.
366
Biblioteca Nueva, 2002, págs. 141-173
367
42 A.Carse y H.Lindemann, «Rehabilitating Care», Kennedy Institute ofEthics
journal, 6, 1996, págs. 19-35.
52 J.Tronto, «What Can Feminist Learn about Morality from Caring», J.Sterba,
Ethics: The Big Questions, págs. 346-356.
368
a a 57 L M.Young, «Asymmetrical Reciprocity: On Moral Respect, Wonder, and
Enlarged Thought», Intersecting Voices, págs. 38-59.
53 J.Tronto, «Women and Caring: What Can Feminist Learn about Morality form
Caring?», V.Held, Justice and Care, págs. 101-115.
58 V.Held, «The Meshing of Care and Justice», Hypatia, 1995, págs. 128-132.
59 V.Held, «Care And Justice in the Global Conexo», Ratio juris, 17, 2004, págs.
141-155.
369
favorecen el análisis de dilemas y el estudio de casos reales, «Feminist and Medical
Ethics: Two Different Approaches to Contextual Ethics», H.Bequaert y L.Purdy,
Ferrtinist Perspectives in Medical Etbics,xágs. 18-31. -
370
Policies», P. di Quinzio e I.M.Young, Feminist Ethics e'r Social Policy, Bloomington,
Indiana University Press, 1997, págs. 49-76.
79 S.Sherwin ha propuesto que la Bioética cuente con las críticas del Feminismo,
a fin de cambiar los patrones existente sy, ante todo, para cambiar las prioridades
sociales y políticas. «Feminism and Bioethics», No Longer Patient, págs. 47-66.
1 La force de l'dge, II, París, Gallimard, Folio, 1963, pág. 629. Esta cita y todas
las que se toman de Simone de Beauvoir son traducciones mías de sus versiones
originales en francés.
371
5 Lidia Cirillo, «Una mujer en el 68. Entrevista a Lidia Cirillo», en Inprecor, núm.
61, 1988, pág. 35.
Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, trad. casi. de Pablo Palant, Buenos Aires,
Siglo XX, 1987, págs. 87-88.
9 Charlotee Perkins Gilman, The Man Made Word or Our Androcentric Culture,
Londres, Fisher Unwin, 1911.
Cfr. Amalia González Suárez, «De cómo los amantes de Sofía aman alas
mujeres», Alfa, núm. 11, Úbeda, Asociación Andaluza de Filosofía, 2002.
ís Christine de Pizan, Le Ditié de jeanne dArc, 55, núm. 404, Henri Gautier (ed.),
París.
17 Aristóteles, Historia de los animales, trad. casi. de José Vara Donado, Madrid,
Akal, 1990, pág. IX.
20 Citado en Rosa Rius Gatell, «Isotta Nogarola: una voz inquieta del
Renacimiento», en F.Birulés (comp.), Filosofiay género. Identidades femeninas,
Pamplona, Pamiela, 1992, pág. 88.
372
Al cia Puleo, Filosofía, género y pensamiento crítico, Publicaciones de la
Universidad de Valladolid, 2000, pág. 66. Para un análisis del Estagirita desde la
perspectiva de género y feminista puede verse Femenías, M.a Luisa, Inferioridady
exclusión. Un modelo para desarmar, Buenos Aires, Nuevo hacer, 1997.
21 Puede verse Rosa Rius, «De las mujeres "Memorables" en Lucrecia Marinelli:
"Nobleza" y "Excelencia" en la Venecia de 1600», en R.M.Rodríguez Magda (ed.),
Mujeres en la historia del pensamiento, Barcelona, Anthropos, 1997, págs. 113-144.
25 ídem'
30 Lola Esteva de Llobet, Christine de Pizan, Madrid, Eds. del Orto, Col.
«Biblioteca de Mujeres», 1999, pág. 27.
373
~31 Ídem., pág. 26.
Íbíd.
41 Sheyla Benhabib, «Una revisión del debate sobre las mujeres y la teoría
moral», en C.Amorós (dir.), FeminismoyÉtica, Isegoría, núm. 6, Madrid, CSIC,
Instituto de Filosofa, 1992, pág. 38.
43 Alicia Puleo, Filosofía, género y pensamiento crítico, ob. cit. págs. 27-28. 11 n.
r 1 1 rv 1.. 1 i 1 1 11 - 1. 1 1
45 Puede verse Teresa López Pardina, Sirnone de Beauvoir, Madrid, Eds. del
Orto, 1999. Esta autora nos recuerda que la influencia de Simone de Beauvoir se dejó
sentir entre las feministas estadounidenses antes que en el mundo filosófico francés.
1 Para una visión más amplia de la figura y las aportaciones de Huarte de San
Juan propongo la lectura «ciega al género» de Luis García Vega Juan Huarte de San
Juan, en Milagros y Dolores Saiz, Personajes para una historia de la Psicología en
España, Madrid, Piramide, 1996, págs. 115-132 y compararla con el articulo de M.a
Luisa Femenías, Juan de Huarte y la mujer sin ingenio en el Examen de los Ingenios,
Actas del Seminario Permanente, Feminismo e ilustración 1988-1992, Instituto de
Investigaciones Feministas, Universidad Complutense de Madrid, Dirección General
374
de la Mujer de la Comunidad de Madrid, 1992, págs. 115-127.
3 A pesar de ello, nos encontramos con mujeres como Concepción Arenal que
realiza sus estudios de derecho, teniéndose que disfrazarse de hombre para pasar
desapercibida en las aulas universitarias.
1 R Bleier, Science and Gender, Nueva York, Pergamon Press, 1984; J.Flax,
«Gender as social Problem: in and for Feminist Theory», en American
Studies/Amerika Studien, 1996; Haraway, Ciencia, cyborgs y mujeres,
Madrid/Valencia, Cátedra, 1 991; Harding, Ciencia y feminismo, Madrid, Morata, 1
996; Harstock, «The Feminist Standpoint: Developing the ground for a Specifically
Feminist Historical Materialism», en S.Harding y M.B.Hintikka (eds.), Discovering
Reality: Feminist Perspectives on Epistemology, Methodology and Philosophy
ofScience, Dordrecht Reidel, 1983; E.F.Keller, Reflexiones sobre género y ciencia,
Valencia, Ediciones Alfons el Magnánim, 1991; H.Longino, Science as Social
Knowledge, Princeton University Press, 1990. También Eulalia Pérez Sedeño y
Paloma Alcalá Cortijo (coords.), Ciencia y Género, Madrid, Editorial Complutense,
2001 ; en particular, «Críticas epistemológicas de la ciencia».
5 F.García Selgas, «El Cyborg como reconstrucción del agente social <, en
Política y Sociedad, núm. 30, UCM, 1999, págs. 165-191.
375
i Anthony Clare, La masculinidad en crisis, Madrid, Taurus, 2002, págs. 119-123.
I2 Célia Amorós, «Para una teoría nominalista del patriarcado», en Célia Amorós,
La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mujeres,
Madrid, Cátedra, 2005, págs. 111-135; Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra,
1 975; Alicia Puleo, «Patriarcado», en Célia Amorós, 10 palabras clave sobre mujer,
ed. cit., págs. 21-54; Janet Saltzman, Equidad y género. Una teoría integrada de
estabilidady cambio, Madrid, Cátedra, 1992.
376
9 Célia Amorós, Sóren Kierkegaard o La subjetividad del caballero: un estudio a
la luz de las paradojas del patriarcado, Barcelona, Anthropos, 1987.
17 Íbíd.
zi Amorós nos ofrece, entre otras, la siguiente descripción del patriarcado: «el pa-
triarcado es así un sistema de implantación de espacios cada vez más amplios de
iguales en cuanto cabezas de familia, es decir, en cuanto que controlan en conjunto a
las mujeres, a la vez que de desiguales jerarquizados en tanto que, para ejercer tal
control, dependen los unos de los otros». Amorós, Célia, «Para una teoría nominalista
del patriarcado», en Célia Amorós, La gran diferencia y sus pequeñas
consecuencias... para las luchas de las mujeres, ed. cit., pág. 114 . Asimis- mo, en
«Espacios de los iguales, espacios de las idénticas, sobre poder y principio de indivi-
duación», Cé1ia Amorós explica que los varones admiten su subordinación porque a
partir del pacto patriarcal entre varones y de las prácticas de reconocimiento-terror, si
bien no todo varón detenta posiciones de poder, a todo varón se le reconoce como
posible candidato al poder en tanto que miembro del colectivo que ejerce el poder, lo
que genera la ilusión de que en un momento futuro les llegará su turno, de que
pueden poder, en Célia Amorós, La gran diferencia y sus equeñas consecuencias...
para las luchas de las mujeres, ed. cit, págs. 87-109.
23 Janet Saltzman considera la división sexual del trabajo como una base
coercitiva de la desigualdad social y política de los sexos frente a las bases
voluntarias de la misma, en Saltzman, Janet, Equidady género. Una teoría integrada
de estabilidady cambio, ed. cit.
377
24 Michel Foucault, Hermenéutica del Sujeto, Madrid, La Piqueta, 1994.
378
conclusión, a partir de una amplia muestra estadística, de que, incluso en este marco
realista, las mujeres son mencionadas por su estatus vicario en una proporción
superior a los varones y sobrerrepresentadas como víctimas, mientras que los
varones, representados en total en una proporción superior respecto de las mujeres de
tres a uno, aparecen en los informativos en función de su actividad en la esfera
pública, siendo los futbolistas y los políticos varones los dos colectivos más
representados.
4 Otro de los argumentos de los detractores era el uso poco frecuente del término.
A finales del verano de 2004, a través de Google se encontraban en Internet 273.000
referencias al término violencia de género. Muchas se debían a la polémica pero otras
muchas, simplemente, a la generalización de su uso en los estudios de género, en los
documentos hispanoamericanos y en las redes de asociaciones de mujeres de uno y
otro lado del océano.
379
s Susan Brownmiller, Against our will, Nueva York, Bantam Books, 1975.
13 Luisa Posada, «Las hijas deben ser siempre sumisas (Rousseau). Discurso
patriarcal y violencia contra las mujeres: reflexiones desde la teoría feminista», en
Bernárdez, Asun (ed.), Violencia de género y sociedad: una cuestión de poder,
Ayuntamiento de Madrid/Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad
Complutense de Madrid, 2001, págs. 13-34.
16 Concha Roldán, «El reino de los fines y su gineceo: las limitaciones del
universalismo kantiano a la luz de sus concepciones antropológicas», en Roberto
Aramayo, Javier Muguerza y Antonio Valdecantos (comps.), El individuo y la
historia. Antinomias de la herencia moderna, Barcelona, Paidós, 1995.
Célia Amorós, «Espacio de los iguales, espacio de las idénticas. Notas sobre
poder y principio de individuación», en Arbor, núms. 503-504, 1987, págs. 113-127.
22 Myriam Miedzian, Chicos son, hombres serán. Cómo romper los lazos entre
masculinidady violencia, prólogo de Marina Subirats, trad. de Miguel Martínez,
Horas y Horas, Cuadernos inacabados, 1995.
380
24 Gilbert Herdt (ed.), Homosexualidad ritual en Melanesia, UNED, Fundación
Universidad Empresa, 1993.
381
21 Cfr. La Femme au XVII siécle: Ses ennemis et ses défenseurs, París, 1929,
pág. 3.
382
Índice
INTRODUCCIÓN. EL CONCEPTO DE GÉNERO EN LA
12
FILOSOFÍA, ALICIA H.PULSO
1. Análisis crítico del sesgo de género en obras filosóficas 14
2. Constitución de un corpus filosófico no sexista 18
3. Reconocimiento de las filósofas 22
4. Discusión teórica de problemas actuales 25
5. Sobre este libro 29
1. EL LEGADO DE LA ILUSTRACIÓN: DE LAS IGUALES A
36
LAS IDÉNTICAS, CELIA AMORós
2. Breve excursus por la postmodernidad 38
3. De la Ilustración a las Ilustraciones 40
4. Las culturas y «las idénticas» 42
5. «No se discuten las reglas de la tribu» 44
6. ¿Civilizar el conflicto de civilizaciones? Sobre Ilustración e
46
Ilustraciones
7. Notas sobre el «feminismo islámico» 47
2. FEMINISMO Y DEMOCRACIA: ENTRE EL PREJUICIO Y
50
LA EXCLUSIÓN, FERNANDO QUESADA
2. De la supresión de las huellas en la historia a la exclusión
54
política de las mujeres
3. Del rapto de la memoria a la desaparición histórica de las
57
mujeres
3. MOVIMIENTOS SOCIALES Y POLÉMICAS FEMINISTAS
EN EL SIGLO XIX: FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS Y 69
MATERIALES
1.1. El feminismo en la tradición utilitarista 72
2. La lucha contra el prejuicio 74
3. El movimiento socialista: la lucha contra el capitalismo y la
76
especificidad de «la cuestión femen
5. Socialismo marxista 79
6. El movimiento anarquista 81
4. DESIGUALDAD Y RELACIONES DE GÉNERO EN LAS
383
ORGANIZACIONES: DIFERENCIAS NUMÉRICAS, 83
ACCIÓN POSITIVA
1. Proporción numérica y poder social diferencial entre grupos 85
2. Mecanismos de creación y reproducción de la desiguti dad 86
3. De las «mujeres símbolo» a la masa crítica 94
3.1. «Tokenismo», o mujeres símbolo 94
3.2. La cantidad es calidad (o de cuándo se alcanza la masa
97
crítica)
4. A modo de epílogo 100
5. Referencias bibliográficas 102
5. CAPACIDADES HUMANAS E IGUALDAD DE LAS
106
MUJERES, MARÍA XosÉ AGRA
1. Liberalismo político de las capacidades: la lucha por el
108
florecimiento humano
2. Política de la diferencia: la lucha por el reconocimiento 115
3. Apenas unos apuntes: la lucha por la igualdad 122
6. MUJERES, CIUDADANÍA Y SUJETO POLÍTICO, NEUS
124
CAMPILLO
2. Discernir una cultura crítica desde la pluralidad de los
127
feminismos
3. La formación de una cultura crítica feminista: alternativas 128
4. Referencias bibliográficas 134
7. GÉNERO E IGUALDAD EN HABERMAS, MARÍA JOSÉ
135
GUERRA
1. Identidad moral y esfera pública: objeciones feministas 138
2. A vueltas con la neutralidad liberal: lo público y lo privado 140
3. El feminismo como ejemplo de la dialéctica progresiva entre
144
lo normativo y lo fáctico
4. Debate con las feministas: justicia, igualdad y reconocimiento 146
5. A modo de conclusión 149
1. LAS MUJERES Y EL EJERCICIO DE LA LIBERTAD,
151
VICTORIA CAMPS
2. Las dominaciones de la mujer emancipada 155
Hacia una identidad sin atributos 159
384
2. GÉNERO E INDIVIDUALISMO ÉTICO, JAVIER 163
MUGUERZA
Referencias bibliográficas 186
3. MUJER Y RAZÓN PRÁCTICA EN LA ILUSTRACIÓN
190
ALEMANA, CONCEPCIÓN ROLDÁN
385