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VIRGINIDAD DE MARÍA
PROBLEMÁTICA TEOLÓGICA ACTUAL
1. Problemática actual
Desde los primeros siglos, en los que María fue llamada "la Virgen" (Justino), "la
Virgen perpetua" (Epifanio), "la Virgen eterna" (Jerónimo), ha llegado a nosotros la fe en
la virginidad de María. Pero hoy "la creencia en la partenogénesis de María comienza a
desintegrarse", convirtiéndose para algún estrato de fieles en "una realidad del todo
marginal respecto a la fe cristiana". La concepción virginal de Jesús parece haber perdido
importancia, tanto en el contexto teológico como en el ámbito de la vida contemporánea:
"En cierto sentido —observa R. Brown—, éste no es uno de los problemas más candentes
de la teología o de la exégesis. Su solución no ayudará a los marginados del centro de las
ciudades, y ni siquiera a los de la periferia, una vez resuelto, quedarían siempre los
problemas de la guerra y de la paz, e incluso los del celibato sacerdotal". Esta marginación
o desintegración de la virginidad de María se expresa en diversas áreas geográficas,
encuentra su origen remoto en la teología critico-liberal del siglo pasado y se concentra en
torno a la teología del teologúmeno.
1. DEBATE POSCONCILIAR.
y se cierra con un texto que reafirma el dato esencial de la tradición sin entrar en
precisiones indiscretas: "En la natividad... su Hijo primogénito, lejos de disminuir,
consagró su integridad virginal" (LG 57). Después del concilio, el debate se desplaza hacia
la concepción virginal en su atestación bíblica y su interpretación cultural. El debate se
esparce como mancha de aceite en varias zonas geográficas.
a) Holanda.
b) Alemania.
c) Francia.
d) Estados Unidos.
En 1972 ven la luz en USA una serie de artículos acerca de la virginidad de María,
originados por una conferencia del exegeta R. Brown, que puntualizaba los argumentos en
pro y en contra de la concepción virginal, pero sin tomar posición. El estudio de R. Brown
se replantea ampliado en el libro, La concepción virginal y la resurrección corporal de
Jesús (Queriniana, Brescia 1977; 1ª. ed. americana en 1973). Es precedido en 1969 por un
debate iniciado por Rosemary Ruether, que ve en los relatos evangélicos de la concepción
virginal de Jesús una tradición tardía en relación con la primitiva y más histórica de la
paternidad física de José.
e) Italia.
f) Suiza.
g) España.
2. ORIGEN DE LA DISCUSIÓN.
La alternativa surge con D. F. Strauss, el primer autor (así parece hasta ahora) que
recurre en 1835 al teologúmeno para expresar la distancia del hecho histórico de la
concepción virginal de Cristo y captar su significado a nivel solamente teológico. A
diferencia de la definición que de él da K. Rahner (1), teologúmeno indica en nuestro
contexto "la expresión de una teología en forma narrativa", "la representación que se hace
el evangelista en dependencia de la mitología ambiental para expresar un contenido
religioso", "la conclusión de un razonamiento que tiene como punto de partida otras
verdades ya poseídas, o sea, la expresión en otra forma —aquí una narración— de una
verdad abstracta: en nuestro caso, de la verdad de que Jesús es Hijo de Dios". Durante la
discusión se han precisado las objeciones contra la historicidad de la concepción virginal, y
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por tanto favorables al teologúmeno. Provienen de una triple fuente: bíblica, teológica y
cultural.
b) Desde el punto de vista teológico se establece una neta distinción entre la filiación
divina de Jesús (hecho ontológico y proceso ocurrido en la eternidad) y su concepción en
la naturaleza humana (hecho biológico y acontecimiento temporal). La realidad de Hijo de
Dios -sostienen P. Althaus y J. Ratzinger- sería compatible con la paternidad física de José,
precisamente porque se trata de dos planos distintos: "Nacimiento de Dios y generación
humana —concluye H. Küng— no entran en competencia". Incluso alguno llega a exigir la
participación de un padre humano en la generación de Jesús en virtud de su perfecta
humanidad y participación de la condición natural de los hombres. La concepción virginal
—para E. Brunner y J.A.T. Robinson— pone a la teología en dificultades, no sólo porque
desvaloriza la generación sexual cediendo a la mentalidad ascético-helenística, sino porque
además comporta una oculta tendencia al docetismo. Eliminando la historicidad de la
partenogénesis de Cristo, quedaría potenciada la realidad de la encarnación.
Estas perspectivas obligan a autores como H. Küng a definir las narraciones de los
dos primeros capítulos de Mateo y Lucas como "leyendas o sagas etiológicas", que quieren
indicar una causa de la atribución a Jesús del título de Hijo de Dios, y a "abandonar la
interpretación biológica para llegar a la interpretación cristológico-teológica" de la
concepción virginal.
Hoy son bastantes los autores que estiman falsa la alternativa "hecho histórico o
teologúmeno", porque el teologúmeno no se opone necesariamente a la historicidad de la
concepción virginal. Expresar la fe de la comunidad no implica abandonar el terreno de la
historia, sino si acaso presentar los hechos en su significado teológico. La alternativa, pues,
respecto a la concepción virginal es "acontecimiento histórico-salvífico o construcción
simbólica". En esta linea se mueven generalmente los exegetas y teólogos católicos (R.
Schnackenburg, H. Schürmann J. Ratzinger, M. Schmaus, K. Rahner...), para quienes la fe
en el hecho histórico-salvífico de la concepción virginal no es lesionada por la nueva
interpretación. En efecto, los argumentos que aporta o no prueban o no tienen en cuenta
consideraciones favorables a la fe tradicional.
Es preciso hacer luz sobre estos diversos problemas recurriendo a la palabra de Dios
y a la tradición eclesial para realizar luego una reflexión sistemática sobre el valor y
significado de la virginidad de María en la historia de la salvación.
NOTAS: ...............................
(1) "Se puede definir de este modo una doctrina teológica que no está directamente
testimoniada por el magisterio eclesial y por tanto no posee una autoridad obligatoria, pero
que se estructura (haciéndose así digna de imponerse a la atención) de tal modo que
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En orden a una exposición completa y funcional del testimonio bíblico, reagrupo los
distintos aspectos relacionados con el argumento según la triple distinción ya clásica:
concepción virginal ("virginitas ante partum"), parto virginal ("In partu") y virginidad
después del parto ('post partum"). En cada uno de estos tres momentos trataré el hecho y
también el sentido del hecho. Esta segunda dimensión, descuidada muy a menudo en el
debate actual, es de importancia capital. Como todos los signos (prodigios) que marcan el
ritmo de la historia bíblica de la salvación, tampoco en las maravillas inherentes a la
virginidad de María basta con detenerse en la materialidad del hecho (los "bruta facta"). Es
indispensable captar el mensaje que encierra. Como dice el Apocalipsis (17,9): "¡Aquí la
inteligencia y la sabiduría!" Para completar el tratado sobre la concepción virginal,
introduciré un "excursus" sobre el voto de virginidad de María.
Flp 2,7. Sobre todo estas perícopas parecen ofrecer alguna sugerencia acerca de la génesis
virginal del Hijo de Dios.
1) /Ga 4,4-5. En este versículo, que es ciertamente uno de los testimonios marianos
más arcaicos del NT (las dataciones oscilan entre el 49 y el 56/57), Pablo declara: "Mas
cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo
la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción de
hijos" (vv. 4-5).
- A. Vanhoye aclara ante todo la estructura literaria de Gál 4,4-5 según este esquema:
_______________________________________________________________________
Es fácil observar en este cuadro las siguientes relaciones entre cada uno de los
miembros de frase. Hay un manifiesto paralelismo entre (b) y (c), introducidos ambos por
el participio aoristo genómenon (="nacido"), y lo mismo entre (c) y (d), que comienzan
ambos con la preposición final ina (= "a fin de que"). Además, (c) y (d) están en
correlación antitética: el Hijo se convierte en sujeto a la ley (la ley mosaica, ypò nómon),
para rescatar a los que están bajo la ley (ypò nómon). Pero también entre (b) y (e) es fácil
descubrir una relación de oposición: el Hijo se rebaja al nivel de frágil criatura naciendo de
mujer como todos (b), y eleva luego a los nacidos de mujer al vértice de la filiación divina
(e). Finalmente, el primero y el último elemento están unidos por el concepto de filiación:
Dios envía a su Hijo (a) para que nosotros recibiésemos la adopción de hijos (e). Pues bien
—así razona Vanhoye—, el contraste natural entre (c) y (d), lo mismo que entre (b) y (e)
denota claramente una paradoja: ¿cómo puede uno estar sujeto a la ley (c) y librar al
mismo tiempo a los que están bajo ella (d)? Y además, ¿es posible que de un estado de
humillación como es el "nacer de mujer" (b) se siga una glorificación que es justamente el
don de la filiación divina (e)? ¿Cómo puede ocurrir esto? He ahí la naturaleza paradójica
de Gál 4,4-5. La paradoja como tal no explica, sino que provoca primero el estupor y luego
la reflexión. El estupor está determinado por el hecho de que una afirmación contiene
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aspectos contradictorios. La paradoja no da explicación sin más. Deja más bien la mente en
suspenso para que encuentre el camino para salir de la aparente contradicción.
Poco antes, en la misma carta a los Gálatas, Pablo había recurrido al mismo género
de procedimiento. Cristo, escribe (Ga 3,13), "nos rescató de la maldición de la ley,
convirtiéndose él mismo en maldición por nosotros, como está escrito: Maldito el que
cuelga del madero (Dt 21,23)". Ante una afirmación como ésta, es obvio preguntarse:
¿cómo puede un maldito (un condenado a la cruz) librar a otros malditos? Muchos
bandidos fueron crucificados por ser culpables de crímenes mortales (cf Dt 21,22) y no
salvaron a nadie. Pablo no responde aquí. Mas por el conjunto de su doctrina sabemos que
todo depende del modo con que Cristo se convirtió en maldición. Él no murió como un
malhechor cualquiera. Al contrario, a pesar de no haber conocido pecado (2Cor 5,21) "se
entregó a sí mismo por nuestros pecados", como señal de obediencia filial al Padre (Gál
1,4) y de amor a nosotros (2,20).
Además, Pablo no escribe "nacido de una virgen" o bien "nacido de una madre". En
efecto, ambos términos eran susceptibles de ambigüedad. El sustantivo virgen no excluía
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de suyo que María fuese fecundada por semen viril, aunque fuera de manera prodigiosa, es
decir, sin la normal copulación de los sexos. En este sentido se expresaban diversos mitos
paganos de partenogénesis, en virtud de los cuales una virgen podía ser embarazada por el
esperma masculino mediante la intervención de un dios. La fe cristiana, por el contrario,
era muy distinta: María concibió en su seno al Hijo de Dios sin unirse a un hombre, sin ser
fecundada externamente por el líquido seminal, sino exclusivamente por una acción
inefable del Espíritu Santo. El vocablo madre, por su parte, evoca el de padre, por obvia
correlación; pero en el caso de María no hay paternidad humana.
Con la elección del sustantivo genérico mujer, Pablo podía llegar a una mayor
aproximación al misterio, evitando así los posibles equívocos inherentes a los términos
virgen y madre. Sólo más tarde, con la evolución del pensamiento cristiano, estas palabras
adquirirían contornos semánticos bien definidos, familiares al lenguaje teológico actual.
2) Rom 8,3 y Flp 2,7. Tenemos aquí dos pasajes que contienen una afirmación
semejante en el fondo.
En Rom 3,8 leemos: "En efecto, lo que era imposible a la ley, por cuanto estaba
debilitada a causa de la carne, Dios lo hizo posible, enviando a su Hijo con una carne
semejante (en omoiômati) a la del pecado..." Y en Flp 2,7: "[Cristo Jesús] se despojó a sí
mismo tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante (en omoiômati...
genómenos) a los hombres, y apareció en forma humana... A propósito de la expresión en
omoiômati (="semejante"), común a los dos pasajes citados, y del participio genómenos
(="deviniendo") de Flp 2,7, Vicent Cernuda elabora consideraciones del tenor siguiente:
- La voz omóioma significa algo semejante a otra cosa, pero que no corresponde del
todo a ella. Ser semejante no es lo mismo que ser idéntico. P. ej., del becerro de oro
construido por los hebreos en el Sinaí se dice que es semejante a un becerro vivo y real
(Sal 105, 20 en los LXX: en omoiomati mósjou). Una cosa es un buey de carne y hueso que
come heno, y otra su representación plástica, su simulacro en oro (cf también Rom 1,23).
Entre uno y otro hay una relación de semejanza, no de igualdad.
Haciendo ahora las debidas aplicaciones a Rom 8,3 y Flp 2,7, hay que preguntarse:
¿a qué cosa es semejante el Hijo de Dios? Pablo responde: "a la carne del pecado" (Rm
8,3), "a los hombres" (Flp 2,7). Y puesto que el contexto respectivo de los dos versículos
habla de envío por el Padre (Rm 8,3) y de un paso de la condición divina a la de esclavo de
hombre (Flp 2, 6-7), la semejanza aquí invocada debe guardar relación con la encarnación:
es una semejanza que se refiere al modo en que el Hijo de Dios fue engendrado según la
carne. En términos más precisos: la generación natural, que implica la unión de los dos
sexos, sería el arquetipo, el modelo original; en cambio, la concepción virginal es algo
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semejante a ella, pero no del todo idéntica. El omóioma paulino contendría, por tanto, una
alusión eficaz a la concepción de Cristo, ocurrida sin el concurso masculino.
b) Marcos.
- ¿La desaparición de José? Son muchos los que dicen que para entonces José había
muerto; por eso se nombra solamente al genitor superviviente, María, conocida de todos
los habitantes de la aldea. Y se invoca el episodio de Lc 7,12: "Llevaban a enterrar a un
muerto, hijo único de una madre viuda". No obstante, se objeta, ¿por qué los otros
evangelistas conservan la expresión "hijo de José", y en circunstancias que —al igual que
en Mc 6,3— pertenecen ya a la vida pública de Jesús? Además, en el caso de Lc 7,12, esa
designación es perfectamente comprensible en el contexto funcional del episodio, donde la
madre del muchacho muerto es objeto de tiernísima compasión por parte de Jesús (vv.
13.15).
- ¿Signo de una paternidad incierta? ¿Hemos de creer, como hacen algunos, que un
hijo identificado sólo en relación con la madre es un hijo ilegitimo, de paternidad
desconocida? Así lo entendería una costumbre judía posterior al tiempo de Jesús, además,
en el uso samaritano y mandeo, la expresión "Jesús, hijo de María" tiene un sentido
peyorativo. Pero resulta que no hay testimonios de esto en el AT (Lev 24,10- 11 y Jue
11,1-2 no pueden servir de ejemplo). Los que proponen esta teoría llegan luego a concluir
que Mc 6,3 contendría ya el eco del rumor judío en boga en el s. II y referido por Orígenes,
según el cual Jesús habría sido hijo adulterino de María y del soldado legionario Panthera.
Es algo sumamente inseguro; p. ej., ¿los otros hermanos y hermanas de Jesús mencionados
en Mc 6,3 eran también ilegítimos?
infancia habían ya excluido la paternidad física de José. En efecto, Lucas advierte: "Jesús,
al comenzar su ministerio, tenía unos treinta años y era hijo, según se creía, de José"
(3,23). Y el mismo Mateo parece suavizar su aserto. En efecto, no calca la variante de
Marcos, que dice: "¿No es éste el hijo del carpintero y de María?" En lugar de ello, aporta
la siguiente corrección: "¿No es él el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María?"
(13,55). En cualquier caso, todo el mundo puede comprender que también la tercera de las
soluciones aquí adoptadas, aun no siendo improbable de suyo, deja amplio margen de
imponderabilidad. No está bien presionar demasiado.
c) Mateo.
- "Encinta por virtud del Espíritu Santo". El primer evangelista tiene palabras claras
sobre la concepción virginal de Jesús. Escribe en 1,18: "Estando desposada María, su
madre, con José, antes de que convivieran se encontró encinta por virtud del Espíritu
Santo" Añade luego, en el mensaje del ángel a José: "... Porque lo que es engendrado en
ella viene del Espíritu Santo" (v. 20). Y cierra el relato: "[José] recibió a su mujer, la cual,
sin que él la conociera, dio a luz un hijo, al que él llamó Jesús" (vv. 24-25).
- Distinción entre "gennáo" (= engendrar) y "tikto " (= dar a luz). No quisiera dejar
de mencionar también una reciente aportación filológica de A. Vicent Cernuda, que (me
parece) no deja de proyectar nueva luz sobre la maternidad virginal de María. Tanto Mateo
como Lucas -tal es la tesis de Vicent Cernuda- hacen una cuidadosa distinción en el uso de
los verbos gennáo (=engendrar) y tikto (=dar a luz) cuando hablan de la Virgen que
concibe y da a luz a Jesús. Se advierte como un embarazo en su estilo a este respecto. El
Hijo de Dios (¡hecho decididamente único en la historia humana!) se encarna en el seno de
una mujer sin aportación masculina; es la virtud del Espíritu la que plasma en sus entrañas
la humanidad del Verbo. ¿No impide quizá el desgaste de nuestro lenguaje captar la
singularidad excepcional e irrepetible de un prodigio como aquél? Los dos evangelistas
parecen conscientes de estos límites. Y he aquí, por tanto, a qué economía someten el
empleo de los verbos que describen la colaboración genética de María a la obra del
Espíritu. Los dos verbos en cuestión son, decíamos, gennáo (= engendrar) y tikto (= dar a
luz).
más en el padre que en la madre. El segundo (tikto) significa dar a luz, y es obvio por tanto
que será referido a la mujer en cuanto madre. Pues bien, tanto Mateo como Lucas emplean
el verbo tikto para designar la función biológica de María que concibe y da a luz a Jesús,
mientras que evitan (salvando las excepciones, que ilustraremos) recurrir a gennáo. La
razón de esta elección se debe al hecho de que la maternidad de María es virginal. En
cuanto a Mateo, emplea cuatro veces tikto en relación con María. Ella, dice el ángel a José,
"dará a luz un hijo" (1,21). Y sin que José hubiera tenido relaciones con ella, "dio a luz un
hijo" (v. 25). Se cumplía así el oráculo de Is 7,14 (en la versión de los LXX): "He aquí que
la virgen concebirá [lit. 'tendrá en el seno'] y dará a luz un hijo, que será llamado
Emmanuel".
Se puede, pues definir a Jesús con las palabras de los magos, cuando preguntan:
"¿Dónde está el rey de los judíos que ha sido dado a luz?" (Mt 2, 2a: o techthéis). No se
dice "que ha sido engendrado". En todo el NT, sólo aquí y en Lc 2,11 aparece el verbo
tikto en el sentido de nacer (cf, en cambio, Mt 19,12 y 26,24). Mas para comprender que
Jesús es o techthéis (= el dado a luz), es decir, que ha nacido de su madre por virtud directa
del Espíritu, se requiere una revelación celeste; tal es el caso de José, al cual se le aparece
el ángel del Señor (1,20-21), y de los magos que ven la estrella del mesías (2,2b). Como
alternativa de tikto está gennáo en Mt 1,16b.20 y 2,1.4. En 1,16b el verbo es exigido por el
contexto precedente, donde se trata de demostrar que Jesús se insertó en la cadena de las
generaciones humanas que comienzan por David y Abrahán (v. 1). Es curiosa, sin
embargo, la variación de la fórmula. De María no se dice que "engendró" (egénnesen),
como de todos los demás antepasados desde Abrahán en adelante (vv. 2-16a); el
evangelista declara en este punto: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual
fue engendrado (egennêthe) Jesús, llamado Cristo" (v. 16). Esta fórmula pasiva ("fue
engendrado") sugiere que Jesús nació efectivamente de la esposa de José sin ser fruto del
semen de José. Y es eso lo que Mateo explica inmediatamente después en los vv. 18-25.
d) Lucas.
Como ya hemos hecho para Mateo, también para Lucas procedemos en dos tiempos.
Primero recordamos el testimonio fundamental de Lc 1,34-35; luego nos detendremos en el
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empleo calculado del verbo tikto (= dar a luz), con preferencia a gennáo (= engendrar),
respecto a la función generadora de María.
- "El Espíritu Santo descenderá sobre ti... " La afirmación capital es sin duda la de Lc
1,34-35: "Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? No conozco varón. El ángel le
respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por eso el niño que nazca será santo y llamado hijo de Dios". Más abajo, en el
excursus sobre el voto (propósito) de virginidad, sintetizaremos las principales
explicaciones de estos versículos. Por eso nos dispensamos ahora de ulteriores
profundizaciones.
1, 13 1, 30-31 "… No temas, Zacarías. v. 30b "... No temas, María, tu oración ha sido
escuchada v. 30c porque has encontrado gracia ante Dios. y tu mujer Isabel v. 31 He aquí
que te engendrará (gennêsei) concebirás y darás a luz (tékse) un hijo, un hijo al que
llamarás Juan". y lo llamará Jesús".
1 ,57 2, 6-7 "Para Isabel "... para ella (María) se cumplió el tiempo se cumplieron los
días del parto (toû tekéin) del parto (toû tekéin) y engendró (egénnesen) y dio a luz
(éteken) un hijo". a su hijo primogénito".
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El verbo gennáo en relación con María aparece sólo en Lc 1,35 (ta gennómenon). En
tal caso, al estar en pasivo impersonal, el verbo se deberá traducir: "lo que se producirá",
"lo que tomará vida". Aunque María concibe sin semen viril, no obstante, su gestación es
verdadera: concibe en el seno (v. 31), un germen de vida florece en sus entrañas.
e) Juan.
los puntos capitales de la cuestión, para deducir luego las consecuencias debidas respecto a
la maternidad virginal de María.
- El estado del texto de Jn 1,13. Es sabido que este versículo ofrece dos lecciones.
Una está en plural " ... los cuales [los que creen en el nombre del Verbo, como se dice en
los vv. 11-12] no de la sangre ni del querer de hombre, sino de Dios han sido engendrados
(egennéthesan)". La otra está en singular: "... el cual [o sea, el Verbo] no de la sangre ni del
querer del hombre, sino de Dios ha sido engendrado (egennéthe)" Desde el punto de vista
de la crítica textual, la lección en plural está atestiguada por todos los manuscritos griegos,
los más antiguos de los cuales, sin embargo, no se remontan más allá del s. IV; luego, por
otros testimonios del s. III, como Clemente Alejandrino (+ antes de 215), Orígenes (+
253/254; pero él está al corriente de ambas variantes), los papiros Bodmer P66 y P75 y las
versiones coptas. En cuanto a la difusión geográfica, se observa que esos testimonios se
concentran en torno al área de Alejandría de Egipto, en la región del Nilo.
La lectura en singular, aunque goza de una documentación muy inferior por número,
es, sin embargo, la más antigua y la más difundida desde el punto de vista geográfico. La
más antigua. En efecto, aparece en los escritos patrísticos del s. II y de principios del III.
Véase Justino (+ 165); la Carta de los 12 Apóstoles, quizá de origen siríaco (mitad o
finales del s. II), Ireneo (+ finales s. II); Hipólito (+ 235), que depende de Ireneo; Orígenes
(+ 253/254); pero parece que ya Ignacio de Antioquía (+ h. 110) y Justino (+ h. 165)
estuvieron influenciados por la lectura en singular de Jn 1,13. Entre las antiguas versiones
hay que recordar: dos manuscritos de la "Vetus latina" (el codex Veronensis [b], del s. v, y
el liber comicus, que es el leccionario de la iglesia de Toledo, atribuido a san lldefonso
[657-667]), entre las siríacas está la sirocuretoniana y seis manuscritos de la Peshitta (que
van del s. v al x).
La más difundida. Lo prueba el hecho de que está extendida por toda el área del
Mediterráneo. La encontramos, en efecto, en Siria (Carta de los 12 Apóstoles, Ignacio de
Antioquía), en Egipto (Orígenes), en África del Norte (Tertuliano), en Roma (Hipólito,
Justino) y en las Galias (Ireneo). Sobre las razones de este cambio del singular al plural
introducido en Jn 1,13 hacen alguna referencia Ireneo y, sobre todo, Tertuliano. Tertuliano
reprochará a los gnósticos valentinianos haber transformado abusivamente (y por tanto
adulterado) el texto juaneo del singular al plural. Gracias a este cambio, intentaban
demostrar su doctrina sobre la existencia de los llamados espirituales. Los valentinianos
(en el caso, Alejandro) razonaban así, según Tertuliano: "Lo que ha nacido del Espíritu, es
espíritu" (Jn 3,6). Partiendo de esta afirmación juanea, concluían que el Verbo, "habiendo
nacido de Dios" (Jn 1,13), es decir, del Espíritu, no puede tener una carne verdadera y
material. Jesús nació ciertamente de María de manera virginal, pero no tomó nada de la
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carne de María; simplemente pasó a través de ella, sin tomar nada de su carne ni de su
sangre. El cuerpo de Jesús fue plasmado exclusivamente por la virtud del Espíritu, sin el
concurso biológico materno de María. Por eso en Jesús se escondía un cuerpo espiritual,
pneumático. Tal doctrina fue extendida a los espirituales o elegidos. Éstos, en el lenguaje
valentiniano, son los que han alcanzado el grado más elevado del conocimiento religioso.
Pues bien, esta profunda transformación, esta generación arcana ocurre no en virtud de la
carne o de la sangre, sino por la fuerza del semen divino que es la voluntad de Dios.
A tal doctrina [de los gnósticos] aludía también un pasaje de Ireneo, desconocido en
el texto original, pero recordado por san Jerónimo en el Indiculus de haeresibus 16 (PL
81,639). Algunos gnósticos, refería Ireneo, enseñan que "los hijos de las promesas no han
nacido de la unión carnal del hombre, sino del Verbo de Dios, de suerte que no admiten
que el Hijo unigénito sea engendrado por Dios". En la práctica, pues, Ireneo reprocha a
estos "hijos de las promesas" (que quizá haya que equiparar con los "elegidos" o
"espirituales" de que hablará Tertuliano) que se apliquen a sí mismos lo que Jn 1,13 dice
del Hijo unigénito del Padre; al reivindicar también para su propia persona esa arcana
generación, negaban que el Verbo encarnado fuese el "Unigénito", es decir, el único en ser
engendrado por Dios sin intervención masculina.
De estos informes se pueden deducir algunas hipótesis para explicar cómo el plural
de Jn 1, 13 tuvo luego tanta difusión. Un motivo probable podría ser la fórmula "no de la
sangre" (lit. "no de las sangres") de Jn 1,13; unida al singular "ha nacido", parecía
favorecer el docetismo, herejía según la cual la humanidad asumida por el Verbo era
ficticia, no verdadera carne. En una época en la cual la sangre era considerada como la
materia de la concepción (cf He 17,26 en las variantes), decir que Cristo no ha nacido "de
la sangre" (lit. "de las sangres") habría sido una afirmación por lo menos ambigua y
peligrosa. Además (es una segunda hipótesis, sugerida por la teología patrística), la
adopción del plural quizá pretendiera modelar la regeneración espiritual del creyente sobre
la generación del mismo Hijo de Dios según la carne.
En cualquier caso, hay que mantener una conclusión, a saber: la lectura en singular
de Jn 1,13 tiene serios fundamentos en la transmisión textual. Además, presenta una
correspondencia sorprendente con I Jn 5,18, donde el evangelista afirma: "Sabemos que el
que ha nacido de Dios no peca, pero el Engendrado de Dios (o gennetheis ek toû Theoû) le
guarda...". Según esta lección (que tiene el apoyo de los códices más autorizados sin lugar
a dudas), Jesús es "el Engendrado de Dios", definición que se armoniza bien con Jn 1,13 en
la variante en singular ("... ha sido engendrado por Dios").
- ¿La concepción virginal en Jn 1,13? Si este versículo se lee en singular, una de las
consecuencias más obvias en el plano doctrinal es que el Verbo se hizo carne en el seno de
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María "... no de la sangre [lit. 'de las sangres'], ni por el querer de la carne, ni por el querer
del hombre, sino que fue 'engendrado por Dios".
Si nos atenemos al mensaje del NT, la concepción virginal por parte de María es un
signo (cf Is 7,14, releído por Mt 1,22-23) que contiene en sí una doble orientación:
significa, es decir, revela la divinidad de Cristo como Hijo de Dios (del Padre) y la
regeneración de los creyentes como hijos de Dios.
a) La divinidad de Cristo como Hijo de Dios (del Padre). ¡Es una convergencia
impresionante! En cada uno de los tres evangelistas que relatan la génesis humana del
Salvador, el testimonio de la concepción virginal de María está estrechamente ligado a la
confesión de la divinidad del ser que nacerá de ella. Lo hemos visto al tratar el tema madre
de Dios: el que toma carne en el seno de María por la virtud del Espíritu, al margen de toda
potencialidad masculina, es para Mateo el "Dios con nosotros" (1,23; cf 28,20), el que
"salvará a su pueblo de sus pecados" (1,21); para Lucas es el "Santo, hijo de Dios"
(1,35.39-44.56), "Señor" (1,43); para Juan es el Verbo divino (Jn 1,I), "el Hijo del
Padre"(2Jn 3).
carne, de que esta vez no es una simple criatura la que viene a la existencia, sino que Dios
mismo adquiere aspecto humano. De ahí derivan su legitimidad las especulaciones
teológicas subsiguientes: Jesús no tiene padre humano, porque tiene un Padre celestial;
siendo preexistente al mundo como Verbo eterno, es un don de Dios al mundo, es un don
salvífico. En efecto, "tanto ha amado Dios al mundo que le ha dado a su Hijo unigénito,
para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16-17).
Dios -que nos ama siempre el primero y no por nuestros méritos (cf IJn 4,10 y Jn
15,16: "No me escogisteis vosotros, sino que yo os escogí a vosotros...")- es mucho más
fuerte que nuestras limitaciones. Cuando obstáculos insuperables parecen interponerse en
su alianza con el hombre, interviene él para hacer nuevas todas las cosas con sus maravillas
(cf Is 43,19 y Ap 21,5). Él desbloquea situaciones humanamente sin salida. Dios puede
hacer fecundas a mujeres estériles, como lo eran Sara, Rebeca, Raquel, la madre de
Sansón, Ana, Isabel... Tiene poder sobre todo para vivificar la multiforme esterilidad de
nuestros egoísmos, a menudo tan sanguinarios y aterradores. La iglesia, el mundo -como
antaño Israel- se asemejan en ciertas épocas a una inmensa extensión de huesos áridos (cf
Ez 37,111). Pero es en esta imagen de muerte donde se despliega la acción recreadora del
Espíritu de Dios (cf Ez 37,12-14).
La concepción virginal del Hijo de Dios, aunque situada en una línea de continuidad
respecto a las "grandes cosas" realizadas ya en el AT, fue un prodigio que sobrepasó toda
22
expectativa humana. ¿Acaso podemos dudar de que el Espíritu está siempre dispuesto a
rehacer un mundo pervertido por el mal? "Hasta que sobre nosotros se derrame el espíritu
venido de lo alto; entonces el desierto se hará como un vergel y el vergel se cambiará en
selva. En el desierto morará el derecho, y la justicia habitará en el vergel. De la justicia
brotará la paz..." (Is 32,15-17).
b) La regeneración de los creyentes como hijos de Dios. Sobre esta segunda faceta
del misterio, Juan es el autor que más luz proyecta. Partiendo de él (aunque es el escritor
más tardío), quizá podamos darnos cuenta mejor de que Mateo y Lucas habían llegado, al
menos en germen, a las mismas intuiciones.
1) Juan. La mención de la génesis virginal del hombre Jesús en Jn 1,13 (en singular)
no es algo aislado; al contrario, está unida tanto con el origen del Verbo antes de la
creación (Jn 1,1-2), es decir, con la divinidad de Cristo (según ya hemos dicho), como con
el renacimiento espiritual de los cristianos como hijos de Dios. Esta segunda conexión está
inherente en la concatenación inmediata de los vv. 12-13: "A todos los que lo reciben les
da el ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre [v. 13], el cual no de sangre ni de
voluntad de hombre, sino de Dios ha sido engendrado" Los dos versículos así ensamblados
sugieren que la generación de los creyentes en la filiación divina (v. 12) está modelada por
la generación virginal del Verbo según la carne (v. 13). La primera es casi una
prolongación de la segunda; la filiación de Cristo es el fundamento, la fuente y la causa
ejemplar de la de los cristianos.
- Los creyentes son "hijos" de Dios: La tradición juanea abunda en el término hijos
aplicado a los que creen en Cristo. Son denominados "hijos de Dios" (Jn 1,12; IJn 3,1.2.10,
5,2), o bien "engendrados [nacidos] de Dios" (IJn 2,29; 3,9; 4,7; 5,1.4.18), porque su
regeneración viene "de lo alto" (Jn 3,3.7).
Encontramos aquí una de las constantes de la catequesis juanea, según la cual las
prerrogativas de Cristo son participadas a sus discípulos. "De su plenitud todos hemos
recibido" (Jn I,16). En el caso presente, si Jesús es "el Hijo del Padre" (2Jn 3) y el
"engendrado por Dios" (IJn 5,18; cf Jn 1,13 en singular), que "viene de arriba" (Jn 3,31),
23
Todo ello se puede compendiar en las palabras de Jesús a María de Magdala: "Ve a
mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn
20,17). La nueva condición de los creyentes es la de ser hermanos de Jesús e hijos del
Padre.
Mas no basta "haber nacido"; hay que crecer luego en la nueva condición de hijos
hasta llegar a la madurez. Para esto es necesario que la palabra de Jesús more en nosotros a
manera de semilla (IJn 3,9; cf Lc 8,11) y de una mística unción (IJn 2,20.27). Pues bien, en
todas las fases de esta progresiva asimilación de la palabra revelada está obrando la energía
del Espíritu que el Señor mismo nos ha dado (Jn 14,26; 16,1315; IJn 3,24; 4,13; 5,ó). Es el
Espíritu el que poco a poco introduce al hombre en la verdad de Cristo toda entera (Jn
16,13; IJn 5,6). Si Cristo es la verdad (Jn 14,6), también el Espíritu es la verdad (IJn 5,6).
El culto de la nueva alianza está todo aquí: en adorar al Padre, acogiendo la verdad de
Cristo, bajo el impulso del Espíritu (Jn 4,23-24).
modo de vivir". En virtud de este dinamismo impreso por la fe, el creyente (que "ha nacido
de Dios") conforma su comportamiento con el amor (IJn 4,7) con la caridad hacia el
hermano (cf 3,10); practica la justicia (IJn 2,29; cf 3,7.10); con la fuerza que le viene de
creer en Cristo, Hijo de Dios, está en condiciones de vencer al mal (IJn 5,1.4); se hace así
cada vez menos capaz de pecar, porque acoge en sí la semilla de la palabra de Dios (IJn
3,9) y Cristo le preserva del maligno (IJn 5,18). He ahí, pues los frutos maravillosos
producidos por el renacimiento del hombre en Cristo. La fe que obra, engendra una nueva
justicia que se compendia en el amor.
Éste es el anuncio que los fieles han oído y acogido de labios de los testigos del
Verbo, "desde el principio", dice Juan hasta cuatro veces (IJn 2,7.24a-b; 3,11; 2Jn 6). Esta
expresión adverbial de tiempo se refiere al día en que los apóstoles, por mandato del Señor
resucitado, comenzaron a predicar abiertamente la palabra evangélica relativa al Verbo de
vida. Y los fieles, si quieren conocer a Dios, deben escucharlos (IJn 4,6). Y como la
acogida de la palabra de Dios, es decir, la fe en Cristo suscitada por el Espíritu, transforma
a los hombres en hijos de Dios, la iglesia se convierte en madre. Al hacer resonar la
palabra evangélica, ofrece a todos la posibilidad de convertirse en hijos de Dios, ejerciendo
con ello una función maternal en el orden de la fe. El atributo de madre no aparece
expresamente en Juan con referencia a la iglesia. Pero encontramos su equivalente. En
efecto, el evangelista, dirigiéndose a una comunidad cristiana con el nombre simbólico de
"Señora elegida", escribe: "Yo, el presbítero, a la Señora elegida y a sus hijos, que amo en
la verdad..." (2Jn 1, cf también el v. 13: "Los hijos de tu hermana elegida"). Una
denominación de este tipo ("a sus hijos") da a entender que en el seno de la iglesia está
actuando siempre un misterio de fecundidad espiritual. Por la misma razón, Juan (que es
miembro eminente de la iglesia en cuanto apóstol) considera a los discípulos por él
evangelizados como hijos. En efecto, los llama "hijitos míos" (IJn 2,1); "hijitos" (IJn
2,12.18, 3,7.18; 4,4; 5,21), "hijos míos" (3Jn 4: tal es el presbítero Gayo).
de Dios" e "hijos de la iglesia". San Cipriano dirá luego felizmente: "No puede tener a Dios
como padre el que no tiene a la iglesia como madre".
- Espíritu Santo y acogida de la palabra de Dios. Como el Espíritu Santo dio vida a la
carne del Hijo de Dios en el seno de María, así el mismo Espíritu actúa haciendo que el
hombre acoja la palabra de Cristo esa palabra que le permite realizar en su propia persona
la generación espiritual de Cristo.
Tertuliano (+ después del 220) escribía: "Ante todo hay que poner de relieve la razón
por la cual el Hijo de Dios ha nacido de una virgen. Era preciso que naciese de modo
nuevo el que había de convertirse en el autor de un nuevo nacimiento" (De carne Christi
17,2: CCL 2,904).
Y san Máximo (+ 662): "Cristo nace siempre místicamente en el alma tomando carne
de aquellos que son salvados y haciendo del alma que le engendra una madre virgen"
(Expositio orationis Dominicae: PG 90,889-890).
EL VOTO DE VIRGINIDAD
¿Cómo puede ser esto, si no conozco varón?" (Lc/01/34). Así le dijo María al ángel
Gabriel cuando éste le anunciaba que Dios la había escogido para ser madre de su Hijo. Es
ésta una frase nueva y original. En efecto, en la biblia, Lc 1,34 es el único pasaje en el que
una mujer afirma su condición virginal en términos tan claros. Desde la antigüedad
cristiana estas palabras fueron objeto de comentarios abundantes y apasionados. Pero
también muy recientemente han atraído la atención de los exegetas. P. ej., desde 1967 a
1981 se han presentado tres voluminosas tesis de doctorado sobre el tema: una en la
facultad de teología de Munich (J.F. Craghan, 1967), otra en la Pontificia Comisión Bíblica
(G. Graystone, 1968) y una tercera en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma (M. Orsatti,
1981).
7,34; 16,9; 25,10); señal de desgracia ante Dios es la esterilidad (Gén 15,2, 16,2; 30,1-2,
ISam 1,4-11; Lc 1,25...).
Momentos de pureza ritual. Desde la época más arcaica de la historia bíblica estaba
previsto que en algunas circunstancias de carácter cultual-litúrgico el marido y la mujer
debían abstenerse por algún tiempo de estar juntos. En efecto, el acto sexual era
considerado causa de impureza (Lev 15,18). Semejante prescripción valía, p. ej., durante la
guerra llamada sagrada, en la cual se creía que Dios bajaba a luchar a la cabeza de su
pueblo (Dt 23,10-15 ISam 11,8-13...); en los tres días anteriores a la aparición de Yavé en
el monte Sinaí (Ex 19,14-15); la semana en que tocaba a los sacerdotes prestar servicio en
el santuario (Lev 8,33-35; 22,3).
30
Jeremías. A este profeta Dios le manda que no se case ni tenga hijos; así evitaría
llorar la desaparición de los seres más queridos, puesto que la desolación y la muerte
estaban a punto de devastar el país (Jer 16,1-9).
Judit y la profetisa Ana. Con admiración se recuerda la viudez de estas dos mujeres.
Ambas, privadas pronto del marido, vivieron luego muchos años, dedicadas a la oración y
el ayuno, temerosas siempre de Dios (Jdt 8,1-8; 16,21-25; Lc 2, 36-38).
El caso de R. Simeón b. Azzai (h. 110). Este rabino prefirió no casarse por este
motivo: "Mi alma está enamorada de la Torah. Otros pensarán en la supervivencia del
mundo" (Talmud babilónico, Yebamot 63b; Gen Rabbah 34,14 a 9,6).
Los esenios. Una excepción del todo singular, por otra parte muy conocida la
representan los llamados esenios, apelativo que significa probablemente justos, santos.
Constituían un movimiento ascético-espiritual bastante difundido en el judaísmo del
tiempo de Jesús, especialmente en Judea. Sobre ellos tenemos testimonios de otros autores
contemporáneos, como Filón de Alejandría (+ 45 d.C.), Plinio el Viejo (+ 79 d.C.) y Flavio
Josefo (+ finales del s. I d.C.). Existe cierta propensión también a incluir en el movimiento
esenio a los terapeutas, una secta de solitarios, hombres y mujeres separados entre sí por un
muro que se habían retirado fuera de Alejandría, a una colina de altura media sobre el lago
Mareotis. De ellos nos transmite abundantes noticias Filón (en De vita contemplativa), el
cual es fácil que los conociera personalmente. Pues bien, los tres escritores mencionados
afirman que los esenios practicaban el celibato.
De una obra de Filón (titulada Apología de los judíos), que se ha perdido, Eusebio de
Cesarea extractó algunos pasajes relativos a los esenios. En uno de ellos leemos:
"Habiendo previsto con perspicacia el obstáculo que crearía tanto al individuo como, de
forma mucho más grave, a la vida comunitaria, han eliminado el matrimonio y han
deliberado practicar una continencia perfecta. Por eso ningún esenio toma mujer, ya que la
mujer es egoísta, excesivamente celosa, astuta para tender engaños a las costumbres de su
marido y para seducirlo con sortilegios continuos".
Flavio Josefo ofrece informaciones de este género: "Éstos rechazan los placeres
como un mal, mientras que miran como virtud la templanza y el no ceder a las pasiones.
Para sí mismos desdeñan el matrimonio, pero adoptan los hijos ajenos mientras pueden
amoldarse aún a sus enseñanzas: los consideran como parientes y los modelan según sus
costumbres. Pero ellos no rechazan el matrimonio y la propagación de la especie que de él
se deriva, sino que se guardan de las mujeres lascivas y están persuadidos de que ninguna
sirve con fidelidad a un solo hombre". Más adelante añade: "Existe también otro grupo de
32
esenios que, por género de vida, por costumbres y por legislación, siguen a los otros, pero
disienten de ellos en la cuestión del matrimonio. Consideran, en efecto, que los que no se
casan amputan una parte importantísima de la vida, a saber: la propagación de la especie,
de forma que si todos adoptasen la misma opinión, muy pronto desaparecería el género
humano"
Reflexionando sobre los testimonios aquí aducidos, se ve que los motivos del
celibato esenio no están exentos de misoginia. No obstante, se recuerdan también otras
razones más elevadas que están en el origen del mismo. Filón —en una obra que se
difundió mucho entre los esenios— atestigua que su continencia se inspiraba en el amor de
Dios (Quad omnis probus sit liber 84). Describiendo luego las costumbres de los
terapeutas, afirma que la mayor parte de las mujeres adheridas al grupo "son vírgenes de
edad avanzada, que no han observado la castidad por imposición, como cierto número de
sacerdotisas griegas, sino por libre elección, atraídas por un deseo vehemente de la
sabiduría, según la cual intentan modelar su vida. Han renunciado a los placeres del
cuerpo, han perseguido no el deseo de una descendencia mortal, sino el de otra inmortal,
que solamente el alma amada por Dios puede engendrar" (De vita contemplativa 68).
Hipótesis similares han avanzado otros expertos. Por lo que atañe a nuestro tema,
basta haber tomado conciencia de la posibilidad de que también en Qumrán existiese una
viva aspiración por el estilo. Conocidos tales precedentes, poseemos una cierta luz para
entender mejor la vida célibe de Juan Bautista (que algunos creen de procedencia esenia,
aunque resulta bastante dudoso) y del mismo Jesús. Los adversarios de Cristo, aunque tan
severos con él, no parece que le hayan reprochado no tener mujer. En los testimonios hasta
aquí citados, ciertamente no hay traza de matrimonios vividos en castidad perfecta, del tipo
del de José y María, como lo ha pensado una constante tradición cristiana. Sin embargo,
ése era el clima de ardiente expectación en que se desarrolló la encarnación del Verbo.
Entonces ¿qué se puede decir respecto a Lc 1,34?
Desde el primer decenio de nuestro siglo se han multiplicado los intentos de indagar
más a fondo el versículo de /Lc/01/34, intentando entenderlo a la luz de su contexto
próximo (la escena de la anunciación) y remoto (el estilo de Lucas en general). No hay que
poner el carro delante de los bueyes, dicen muchos. Es preciso interrogar al evangelista
para saber cuál es su intención real. Aquí aludo a los dos principales tipos de lectura que
surgen de las investigaciones realizadas directamente sobre el texto lucano desde hace más
de medio siglo a esta parte. Al primero se le llama histórico-psicológico; el segundo es de
índole literaria. Veamos en qué consisten.
inaudito, fuera de tiempo; es, en suma, un anacronismo inaceptable. Sin embargo, se rebate
por el otro lado, no se puede excluir que María de Nazaret, llamada a una misión única e
irrepetible en la historia, recibiese una iluminación igualmente singular. Serían
significativos, en tal sentido, los fermentos religiosos desarrollados en particular en el
judaísmo tardío, como hemos dicho hace poco. Estaríamos en presencia de un alba, que
preludia la novedad absoluta del sol de justicia, Cristo.
- "¿Cómo podrá ser esto? Yo soy virgen" La frase "no conozco varón" observan
algunos, por ser de índole estrictamente semita, no siempre ofrece una evidencia inmediata
para las lenguas en que el verbo conocer no tiene el mismo sentido en la esfera sexual. Por
eso es preferible una expresión equivalente, como "Yo soy virgen". Esta es la versión
adoptada, p. ej., también por "Palabra del Señor. El Nuevo Testamento. Traducción
interconfesional del texto griego en lengua corriente" (LDC, Leumann-Turín 1976, 125).
Un estudio filológico de M. Orsatti (Verso la decodificazione....) garantiza que dicha
expresión capta felizmente el significado de Lc 1,34, sobre todo si se miran los pasajes
similares de Núm 31,17; Jue 11,39 y 21,11. "Tenemos el hecho singular de María —
escribe Orsatti—, que afirma ser virgen; lo dice expresamente, usando el tiempo de la
realidad, como es justamente el presente. Ello indica, por tanto, el estado actual, la
condición de María, y éste es el sentido obvio del presente, para el cual no se debe suponer
ni un sentido futuro ni un sentido pasado" (a.c., 355). A diferencia, pues, de los autores que
sostienen la posición expuesta arriba, Orsatti excluye que María, lo mismo para el pasado
que para el futuro, hubiese meditado un proyecto de permanecer virgen. Lc 1,34 toca
simplemente la situación presente, del momento en que María recibe el anuncio del ángel.
De la misma convicción es K. Stock (La vocazione di María.... 114-118).
- "... ¿Si no he conocido varón?" María habría entendido las palabras del ángel como
si le hubiese dicho: "Mira, has concebido un hijo, le darás a luz y le llamarás Jesús" (v. 31).
El caso sería análogo al de Agar cuando el ángel del Señor le dijo: "Mira estás encinta
(hebr. hinnak~ harah): parirás un hijo y lo llamarás Ismael" (Gén 16,11). Se comprende
entonces la réplica de María: "¿Cómo es posible esto, si no he conocido varón?" Es lo que
afirma S. Landersdorfer. Tal propuesta no se sostiene. En efecto, en el v. 35 todos los
verbos están en futuro: "EI Espíritu Santo descenderá sobre ti, te cubrirá con su sombra..."
Además (consecuencia realmente inadmisible) deberíamos convenir en que a María no se
le concedió expresar una libre adhesión al plan divino, puesto que vendría a encontrarse
ante un hecho consumado.
exégesis parte del supuesto de que María entendió las palabras del ángel (en el v. 31) como
si debiese concebir en un futuro inmediato ("Mira, vas a concebir..."), antes de pasar a
cohabitar con José. Hay una dificultad: el texto griego de Lucas no tiene el adverbio aún.
- "...¿Yo, en tal caso, no deberé conocer varón?" Es la versión de J.P. Audet. Supone
él que María pensaba en el célebre oráculo de Is 7,14, donde el profeta le dice al rey Ajaz
ya en 733/732: "Mira, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que llamará Emmanuel".
Según ese vaticinio, argumenta Audet, el mesías habría de nacer de una virgen. Pues bien,
el ángel aludía precisamente a la profecía de Isaías al decirle a María: "Mira, concebirás un
hijo, le darás a luz y le llamarás Jesús" (v. 31). María capta la relación, y por eso pide ser
iluminada respecto a cómo será madre, "desde el momento en que, en tal caso [= es decir,
ateniéndonos a Is 7,14], ¿yo no deberé conocer varón?" La objeción más consistente
formulada a Audet es que el oráculo de Is 7,14 no se refería al nacimiento del mesías en el
judaísmo contemporáneo de Jesús. Será el evangelio de Mateo (1,22) el que relea así el
texto de Isaías. En cambio, para los hebreos, Is 7,14 preconizaba el nacimiento de
Ezequías, hijo de Ajaz. La virgen o doncella era, pues, la joven mujer de Ajaz, que
concebiría normalmente al Emmanuel-Ezequías, al cual estaban ligadas las esperanzas del
reino de Judá, entonces gravemente amenazado.
Es fácil advertir, por lo demás, que en las tres últimas hipótesis expuestas, María y
José tenían intención de contraer un matrimonio común, no virginal. En la posición de
Audet se sobreentiende que María abrazaría la condición de virginidad permanente sólo
después de la anunciación. Algo semejante pensaba también J. Auer. La opinión de R.
Guardini (1954) difiere levemente: la Virgen advirtió en sí desde el principio un deseo
todavía indeterminado de consagración total, pero se hizo consciente y definido solamente
después de que el ángel le reveló claramente el plan divino al que estaba llamada a
colaborar.
Esta tesis, apuntada ya a principios del siglo pasado en ambientes protestantes, ha sido
recogida con una argumentación más orgánica en tiempos más cercanos a nosotros por S.
Muñoz-Iglesias y por J. Gewiess. Muñoz-Iglesias estudia la escena de la anunciación junto
con otras cinco perícopas bíblicas que relatan anuncios transmitidos por parte de Dios o de
su ángel. Se refieren al nacimiento de Isaac (Gén 17,1-18,2), de Sansón (Jue 13,2-24), de
Juan Bautista (Lc 1,5-25), así como la vocación de Moisés (Ex 3-4) y de Gedeón (Jue 6,11-
24). En este género de narraciones —observa el mencionado biblista— se repiten (al
menos en sustancia) los cinco puntos siguientes: a) la aparición de un ángel o del mismo
Señor; b) la turbación, el miedo de quien recibe la visión; c) el mensaje divino traído por el
ángel o por el Señor; d) una objeción formulada por el destinatario acerca del modo en que
ocurrirá el nacimiento o se cumplirá la misión; e) el ofrecimiento de una señal con la cual
el mensajero divino tranquiliza a la persona a la que va dirigida la visión. El punto d) (la
objeción) sirve para provocar una precisión más circunstanciada del mensaje llegado del
cielo. Gewiess hacía notar además que muchas veces Lucas pone preguntas en boca de
Jesús, de la multitud o de una persona particular justamente para imprimir mayor vivacidad
o inmediatez al discurso o al relato. "¿Qué hemos de hacer?", le dice, p. ej., la gente a Juan
Bautista junto al Jordán (LC 3,10-13), o a Pedro el día de pentecostés (He 2,37, cf también
He 2,7-12; 8,30-34, 16,30; LC 12,51.57; 13,23; 17,37; 20,17...).
Pero henos aquí ante el nudo de la dificultad, que podemos formular interrogándonos
así: tales preguntas (sobre todo en el género de los anuncios), ¿realmente no son otra cosa
que una invención estilística del escritor para hacer converger el discurso hacia la
conclusión, o reflejan realmente una situación del que hace la pregunta? P. ej., la objeción
hecha por Zacarías (LC 1,18: "¿Cómo puedo conocer esto? Yo ya soy anciano y mi mujer
de edad avanzada") está dictada por un obstáculo que existe de hecho: Isabel es estéril y
ambos son ya muy ancianos (LC 1,7). Asimismo, la pregunta de María (LC 1,34: "¿Cómo
puede ocurrir esto, si no conozco varón?") nos recuerda lo que el evangelista ha dicho poco
antes: ella es "virgen" (LC 1,27).
Démonos por satisfechos entre tanto con una gozosa comprobación. El renovado
fervor de investigaciones actuales también sobre esta cuestión es un síntoma ulterior de
cómo la iglesia no cesa de mirar a la madre de su Señor, con la certeza de poder caminar
también ella más expeditamente, como virgen pura, al encuentro del esposo.
4. LA VIRGINIDAD EN EL PARTO:
a) /Jn/01/13 en singular. La fórmula "...el cual no de las sangres (ouk eks aimáton)...,
sino de Dios fue engendrado", resulta extraña. Hofrichter (1978 Y 1983), después de haber
dicho que "las sangres" designa solamente la sangre de la madre concluye afirmando que la
generación de Cristo ha de atribuirse a Dios y que en ella la función materna queda
completamente excluida. Jesús de Nazaret, por tanto, en pos de Melquisedec, está "sin
padre, sin madre" (Heb 7,3). El evangelista Juan (en la interpretación de Hofrichter)
¡vendría a negar la maternidad real de María respecto al Verbo encarnado! De la Potterie
escoge otro camino. Para explicar la aparente anomalía de la expresión "no de las sangres"
hay que remontarse —sostiene él— a la tradición del AT hebreo, donde el plural damîm
(=sangres) se encuentra, entre otros, en cuatro pasajes que hablan del parto. Los citamos
textualmente.
Lev 12,5: "Si da a luz una hembra, sera impura durante dos semanas, como en su
menstruación, y permanecerá retirada sesenta y seis días más para purificarse de sus
sangres" Lev 12,7: "El sacerdote los ofrecerá [= cordero, pichón o tórtola; cf v. 6] ante el
Señor, hará sobre ella el rito de la expiación y quedará purificada del flujo de sus sangres"
Ez 16,6: "Pero yo, pasando junto a ti, te vi agitándote en tus sangres, y te dije: Vive en tus
sangres y crece como la hierba del campo". Ez 16,9: "Te lavé con agua, te limpié de tus
sangres y te ungí con óleo..." Como se ve, las sangres de que se ¡habla en los pasajes
indicados son indudablemente las pérdidas de sangre a que está normalmente sujeta la
mujer en el momento del parto. Éstas, como es sabido, hacían a la mujer impura según la
38
mentalidad bíblica. Conocidos estos precedentes semánticos, el plural "no de las sangres"
de Jn 1,13 podría explicarse del modo siguiente. Con esta primera negación Juan afirmaría
que Jesús nació sin efusión de sangre. En otras palabras, María dio a luz al Verbo
encarnado con un parto indoloro, no acompañado de derramamiento de sangre. La misma
convicción (es de sobra sabido) está documentada por la tradición de la iglesia de manera
impresionante, lo mismo en oriente que en occidente. Ya desde el s. II tenemos los
testimonios del Protoevangelio de Santiago (cc. 19-20), de la Ascensión de Isaías (Xl, 7-
14), de las Odas de Salomón (19,6-10) y de Ireneo (Adversus haereses IV, 33. I I ).
Además de Galot (1980), han intervenido sobre Jn 1,13 Salvoni (1980), Winandy
(1982) y Vicent Cernuda (1982). Independientemente uno de otro, estos autores presentan
otros modos de explicar el versículo. El plural "sangres" no indica ni la sangre de la mujer
ni la de los progenitores. Ha de entenderse en sentido cumulativo, en cuanto referido a todo
un conjunto de personas. Winandy considera ese plural como "la ascendencia carnal... Ia
propagación de la especie" (Note complementaire..., 429.431), o sea, la transmisión de la
sangre en la cadena de los antepasados, de una generación a otra. Para Vicent Cernuda,
esas "sangres" serían "las familias, los linajes, las razas" (La doble generación..., 60). En
resumen, pues, Juan querría enseñar que ningún antepasado humano ha tenido función
alguna en la generación carnal de Cristo. Una doctrina semejante había expresado ya
Mateo, el cual, después de haber trazado el árbol genealógico de Jesús (1,1-17), excluye
que José sea su padre en sentido biológico (I,18ss). A este cúmulo de dificultades, De la
Potterie responde minuciosamente (Il parto verginale..., 1983). Entre otras cosas invoca el
apoyo de Lc 1 ,35b.
39
En particular, la naturaleza de esta santidad declarada por Lc 1,35b hay que buscarla
en el Levítico, especialmente en la sección del "código de santidad" (Lev 17-26). Allí el
término santo implica la ausencia de contaminación, también de la contaminación derivada
de la sangre derramada durante el ciclo menstrual o con ocasión del parto (Lev 12,2.5
18,19...). En Lc 1,35 tendríamos entonces la conexión siguiente: a) el que ha de nacer será
concebido por la virtud del Espíritu Santo; b) precisamente a causa de esta concepción
virginal nacerá de manera santa, es decir, será dado a luz virginalmente, sin efusión de
sangre por parte de la madre, c) como última consecuencia de esa concepción, y de tal
parto, Jesús será reconocido ("será llamado") como Hijo de Dios.
Potterie sobre Jn 1,13 y Lc 1,35 contiene elementos originales, que han encendido un
debate muy amplio. Probablemente toda la cuestión requiere ulteriores profundizaciones.
P. ej., el término santo de Lc 1,35b podría guardar relación con Lc 2,23 ("Todo varón
primogénito será llamado santo para el Señor..."), o bien con otros lugares del NT donde
"Santo" (He 3,14) 0 "Santo de Dios" (Lc 4,34; Mc 1,24; Jn 6,69) es un atributo claramente
referido a Jesús en cuanto mesías. En todo caso, las aportaciones derivadas de los diversos
puntos de vista desembocarán en resultados seguramente más firmes.
Los rabinos no razonan de otra manera. R. Abbahu (h. 300) afirma que en este
mundo la mujer da a luz con dolor, pero que del tiempo venidero está escrito (Is 66,7):
"Antes de sufrir los dolores, ha alumbrado; antes de sentir los dolores, ha dado a luz un
varón" (Gen Rabbah 14,9 a 12,2). R. Josué b. Levi (250) y R. Berekiah (h. 340) enseñaban
que esa renovación preconizada para cada mujer es tipo de la redención de otra mujer, a
saber: la mujer Israel, en los tiempos mesiánicos (Ct Rabbah 1,5.3). Además de la
enunciación doctrinal de principio, se aduce como ejemplo a Jocabed, madre de Moisés.
Flavio J. escribe que ella dio a luz al futuro libertador de Israel "con pocos dolores y sin
que graves angustias se abatieran sobre ella" (Ant. Jud. 11, 9,4). Y esto ocurrió, comenta
él, para que se confirmara la veracidad de la palabra del mismo Señor que había dirigido en
un sueño a Amrán, esposo de Jocabed. El Señor le había prometido que el niño del que
Jocabed estaba encinta escaparía de los egipcios que le perseguían a muerte (o.c., 11, 9,3).
Como el parto de Jocabed no fue acompañado de gritos desgarradores, el nacimiento de
Moisés pasó desapercibido a los esbirros del faraón (o.c., Il, 9,4).
El carácter excepcional del parto de Jocabed es reiterado por R. Judá b. Zebina (h.
300). Fue un parto indoloro, como lo fue también su embarazo: señal evidente, concluye R.
Judá, de que la pena lanzada contra Eva (Gén 3,13: "Multiplicaré los trabajos de tus
41
preñeces, con dolor parirás a tus hijos") no se refería a las mujeres justas (Es Rabbah 1,20
y 2,2, y Talmud Babilónico, Sothah 12a).
5. LA VIRGINIDAD EN EL PARTO:
b) Signo de que Jesús es "Dios". El que nace de María no es una criatura de aquí
abajo, sino que es Dios en forma humana. La divinidad de Cristo es la razón formal base
del prodigio. Tanto Jn 1,13 como Lc 1,35 ponen en primer plano este núcleo central de la
persona de Cristo.
Escribe De la Potterie: "El hecho exterior del parto virginal era el signo de un hecho
anterior, más secreto, la concepción virginal; pero uno y otro, tomados juntos, hacían
comprender que Jesucristo, por haber sido engendrado por Dios, era realmente Hijo de
Dios (Lc), el Hijo unigénito venido del Padre (Jn)" (Il parto verginale. .., 171).
c) Signo de un Dios "salvador". Que María no conociera los dolores del parto al dar a
luz a su Hijo es un signo que se lee como los milagros de Jesús cuando cura personas
oprimidas por el mal físico (ciegos, paralíticos, cojos, mudos, sordos...). En Jesús
taumaturgo, el Padre nos da un anticipo de nuestra futura liberación incluso de todo género
de sufrimientos y daños corporales, que afligen y envilecen a la persona. Esto implica el
reino de Dios, realizado por la presencia salvífica de Cristo (cf Lc 11,20). El parto virginal
de María tiene esta carga profética. Dios es el que desde el principio anuncia el fin (Is
46,10). Esta estrategia de la acción divina se repite también aquí. Por el modo de entrar el
42
Verbo en el mundo (ése es el principio) hace comprender cuál será el resultado último (ése
es el fin) de su venida entre nosotros. Él aparece entre los hombres para "trasfigu[rar]
nuestro cuerpo frágil y conformarlo con su cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene de
someter a sí todas las cosas" (Flp 3,21). Él será el artífice de la creación renovada, donde
"no habrá más muerte, ni luto, ni clamor, ni pena, porque el primer mundo ha
desaparecido" (Ap 21,4). La protología del nacimiento indoloro de Cristo es, pues, signo
de la escatología del segundo nacimiento, el de su resurrección, y de cuantos le hayan
acogido por la fe. Un cuerpo glorificado, como el de Cristo resucitado, es el icono ejemplar
de la redención de toda forma de sufrimiento físico y moral para la vida del mundo que
vendrá. La carne de María, exenta de los dolores del parto, es la custodia en que se muestra
esta esperanza escatológica. Es el principio que preludia el fin.
Para las futuras investigaciones sobre las conexiones entre estos dos acontecimientos
salvíficos, habría que precisar de qué supuestos bíblicos arranca una persuasión tan
arraigada en la conciencia de la iglesia. A título de hipótesis, me inclinaría por el texto de
Lc 2,15. Iluminada por la resurrección, la iglesia (aquí representada por sus pastores y
evangelizadores) se pregunta por los orígenes humanos del Redentor: "Vayamos a Belén a
ver..." (Lc 2,15). Retrocediendo hasta Belén, la primera generación cristiana relee el signo
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del nacimiento a través del prisma del otro signo por excelencia que es la resurrección. Si
Cristo salió del sepulcro de aquella manera para entrar en su gloria (cf Lc 24,26), entonces
he aquí el problema: ¿de qué modo salió del seno de su madre para instalarse entre
nosotros? A partir de aquel día comenzó la "cuestión mariana" en lo que se refiere al
misterio virginal de la madre de Cristo.
EL HECHO. Todos saben que la Escritura calla sobre esta tercera dimensión de la
virginidad de María: ni la afirma ni la niega. Los textos bíblicos, leídos al menos
superficialmente, no parecen prestarse a otra conclusión. J/HERMANOS: Existe, sin
embargo, una objeción clásica: la relativa a los hermanos-de-Jesús. Es una dificultad
formulada desde la antigüedad cristiana, y que no cesa de resurgir siempre que se vuelve a
plantear el debate sobre este asunto. En los evangelios y en los Hechos se mencionan
varias veces de forma genérica, "los hermanos" de Jesús (Mc 3,31.32 y paralelos de Mt
12,46.47, Lc 8,19.20, y luego He 1,14; Jn 2,12; 7,3.5.10, ICor 9,5), o bien "las hermanas"
de él (Mc 6,3b y paralelo de Mt 13,56). Dos pasajes (Mc 6,3 y Mt 13,55) nos transmiten el
nombre de cuatro de ellos que se llaman Santiago, Josés (Mc) o José (Mt), Simón y Judas.
¿Quiénes son? La respuesta es doble. La opinión más difundida (la defendida siempre por
el magisterio de la iglesia) ve en ellos parientes de Jesús en sentido lato (p. ej., primos).
Otros (los disidentes de la cristiandad antigua y gran parte de las confesiones protestantes)
estiman que se trata de verdaderos y auténticos hermanos del Señor, hijos de María.
Veamos las razones aducidas en favor de una y otra posición.
- Santiago, José, Simón y Judas. Santiago y José —los dos primeros hermanos de
Jesús mencionados en Mc 6,3 y Mt 13,55— eran hijos de una María diversa de la madre de
Jesús. Lo atestigua Mc 15,40: "Había también algunas mujeres mirando desde lejos. Entre
ellas María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Josés, y Salomé..." Más
adelante se la llama "María la [madre] de Josés" ( 15,47), "María la [madre] de Santiago"
(16,1). Mt 27,56 la recuerda igualmente como la "madre de Santiago y Josés", y luego
como "la otra María" (27,61, 28,1). Lc 24,10 hace mención de "María, la de Santiago"
(verosímilmente la misma persona).
Cesarea. Algunos de ellos recuerdan por su nombre a los hermanos de Jesús: Santiago,
Simeón y Judas.
Santiago es mencionado como "hermano del Señor, por todos llamado el Justo, desde
el tiempo de Jesús hasta el presente". Con tal apelativo aparece su nombre hasta once veces
en las memorias de Hegesipo. Entre otras cosas, se dice de él que fue el primer obispo de
Jerusalén y que fue martirizado por los judíos antes del asedio de la ciudad santa por
Vespasiano. La noticia del martirio de Santiago, "el hermano de Jesús, el llamado Cristo",
es transmitida también por F. Josefo (Ant. Jud. 20,9.1). De Simón, Hegesipo nos hace
saber que era "hijo de un tío del Señor..., hijo de Cleofás". A la muerte de Santiago, la
elección de obispo de Jerusalén recayó preferencialmente sobre él "porque era primo
segundo del Señor"; segundo, es de creer, en relación a Santiago, que debía ser el primo
primero de Jesús. Y Eusebio, basándose en la autoridad de Hegesipo, afirma que Cleofás
era hermano de san José. A la edad de ciento veinte años, prosigue Hegesipo, durante el
imperio de Trajano, Simón fue denunciado como descendiente de David y de profesión
cristiana; fue llevado a juicio ante el gobernador Ático y crucificado.
En cuanto a Judas, Hegesipo escribe que "era llamado hermano suyo [= de Jesús]
según la carne", y que descendía de David. La especificación "según la carne" quiere decir
que Judas no era hermano de Jesús en sentido puramente espiritual, como los apóstoles y
discípulos (cf Mt 28,10; Jn 20,17). En cuanto a ser descendiente de David, hace pensar que
también él era hijo de Cleofás, el cual pertenecía a la estirpe davídica. Con toda
verosimilitud es éste el "Judas, hermano de Santiago", autor de la carta homónima del NT
(Jds I, 1).
b) "Hermanos" de Jesús en sentido estricto, es decir, hijos de María. Éstos son los
motivos en virtud de los cuales se cree poder establecer la ecuación mencionada:
llamados "hermanos del Señor" era un título honorífico dentro de la iglesia primitiva. Las
comunidades de lengua griega no se atrevieron a cambiarlo.
1) /Mt 1, 25 suena literalmente así: "Y él [José] no la conocía, hasta que no (éos oû)
dio a luz un hijo..." Habría que concluir que, después del nacimiento de Jesús, José
consumó el matrimonio con María, la cual por tanto habría tenido otra prole.
Sin embargo, antes de recurrir a otros intentos, convendrá tener presente (como ya
hacían los padres) que en la biblia se encuentran numerosos ejemplos de frases regidas por
la expresión "hasta que", las cuales no se pueden entender a la letra. Basten algunas
referencias: Gén 8,7 (LXX): "Y cuando salió [el cuervo enviado por Noé] no volvió atrás
hasta que el agua no se había retirado de la tierra, dejándola seca". Evidentemente, el
cuervo no volvió ni siquiera después. Gén 28,15: "No te abandonaré hasta que no haya
realizado todo lo que te he dicho". Se entiende que Dios protegerá a Jacob también después
del cumplimiento de la promesa. 2Sam 6,23: "Mical hija de Saúl, no tuvo hijos hasta que
murió". Sería ridículo creer que una vez muerta, Mical tuvo luego hijos. Sal 110, 1:
"Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies". Pero el
rey al que va dirigido este oráculo se sentará a la diestra de Dios también después de la
victoria sobre los enemigos". Mt 28,20: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo". Pero también después Cristo estará con los suyos más aún, en una
medida mayor que antes, puesto que el reino se realizará plenamente. Análogamente, el
hasta que de Mt 1,25 no implica que José tuviese relaciones carnales con María después
del nacimiento de Jesús. El propósito del evangelista es demostrar que Jesús es hijo de
David (1,1), a pesar de tener un padre humano (1,18-25). En cambio, queda fuera de su
óptica la cuestión de la virginidad de María después del parto. Mateo no ofrece argumentos
ni en pro ni en contra.
2) El otro pasaje, decíamos, es Lc 2,7: "Dio a luz a su hijo primogénito": Si Jesús era
el primogénito de María, razonan algunos, quiere decir que no era el único de ella. A decir
verdad, por la literatura hebrea conocemos varios ejemplos en los cuales un hijo
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primogénito es también unigénito. Véase el paralelismo de Zac 12,10: "Harán luto por él
como se hace luto por un hijo único, lo llorarán como se llora al primogénito" En las
Antigüedades bíblicas del pseudo Filón (s. I d.C.), la hija de Jefté es llamada tanto
primogénita como unigénita (39,11). Y un epitafio sepulcral, de fecha 28 de enero del 5
a.C., descubierto en 1922 en la necrópolis judía de Tell el Yehudieh, hace decir a la
muchacha difunta (Arsinoe): "Pero la suerte, en los dolores del parto de mi hijo
primogénito, me condujo al término de la vida". Aunque esta joven madre murió en el
primer parto, a su hijo se le llama igualmente primogénito. Pero se puede retroceder aún
más, si tenemos en cuenta el genio propio de la cultura hebrea. Según la biblia, el primer
hijo, aunque sea único, es calificado como primogénito por estar sujeto a la obligación del
rescate (Éx 13,2.12; Núm 18,1516). Por tanto, también Jesús, siendo el primogénito de su
madre (Lc 2 7), será luego presentado en el templo para este rito (Lc 2,22-24).
Por eso Lía no da más a luz. Ella no sabía a qué otra cosa dirigirse, al haber
alcanzado el límite supremo de la perfección (ib). Después de aquel nacimiento, Lía puso
fin o, mejor, se puso un término a su prole. En efecto —así piensa Filón—, ella advirtió
que los órganos de su potencia generadora se habían vuelto áridos y estériles, porque en
ella había florecido el fruto perfecto, Judá, la acción de gracias (De Somniis 1, 37).
Probemos ahora a hacer la transposición cristológica de esta página filoniana, y
48
preguntémonos: ¿por qué María no llevó en su seno otra prole que a Cristo? No
ciertamente porque la generación tenga un no sé qué de impuro, sino porque acogió en su
seno a aquel Hijo, el cual, siendo Dios, era el ésjaton, la perfección, el absoluto. Al
convertirse en morada viviente del Verbo encarnado, realmente María (para usar las
palabras de Filón) no sabía ya a qué dirigirse, por haber alcanzado el ápice de la
perfección. Como las tinajas de Caná, así el seno de María con la encarnación se llenó
"hasta los bordes" (cf Jn 2,7). Dicho sin metáforas: si la comunión con Dios es la finalidad
suprema de la creación y de la alianza (cf Jn 17,21-24), ¿podría la Virgen desear algo más,
algo mejor, un todavía, un después en otros hijos? Ciertamente que no. En virtud de la
maternidad divina, en efecto, ella quedó tan llena de Dios en el cuerpo y el espíritu, que su
existencia alcanzó la finalidad suprema. Jesús escuchó plenamente sus expectativas de
criatura. Aquel Hijo (su persona, su obra, el servicio a él ofrecido por la fe) lo era Todo
para María, como el Padre lo era para Jesús.
Justamente; se diría que también en su virginidad después del parto María sirve de
prefacio a Cristo. Jesús tiene antepasados que engendraron según la carne; pero él no se
casa, no engendra, no tiene un futuro en la prole (cf Mt 1,1-16). Después de él no hay
sucesión; él es la "Omega", el último, porque en su persona Dios y el hombre se han unido
en un abrazo indisoluble. En el Verbo encarnado Dios está realmente en el hombre y el
hombre en Dios. En él la historia humana, que es una historia de alianza alcanza su meta
definitiva, la que el Creador le había señalado antes de que el mundo existiese. El reino, en
cuanto comunión entre Dios y el hombre, se identifica con la persona misma de Cristo.
Aquí está el núcleo de los temas elaborados por la tradición viva de la iglesia cuando parte
de la sagrada Escritura para deducir de ella los motivos de conveniencia en favor del
estado virginal de María también después del parto.
8. CONCLUSIÓN.
16,14), es inseparable del reconocimiento de las "grandes cosas" que el Poderoso obró en
María, la Virgen santa: en orden a Cristo y en orden al hombre.
Dios... y quedó oculta al principio de este mundo la virginidad de María y su parto, del
mismo modo que la muerte del Señor: tres misterios sonoros que se cumplieron en el
silencio de Dios" (Ef 19). Este célebre pasaje, por encima de las diversas interpretaciones
del mismo, prueba que "ni la polémica antidocetista ni la antijudía llevan a Ignacio a
sacrificar su fe en la concepción virginal de Jesús.
Con ·Ireneo-san (+ 202) tiene lugar un notable progreso mariológico, "en cuanto que
él toma ahora en consideración el nacimiento virginal como tal e intenta fundar mejor la
real necesidad del hecho". El obispo de Lyon asume una neta posición en contra de los
gnósticos y los ebionitas, recurriendo a la Escritura y al plan de la salvación. Argumenta él
que si Jesús hubiese nacido de semen humano como los demás, hubiera sido solamente un
hombre, incapaz de traer la salvación. Por el contrario, como se desprende de Is 7,14, "fue
Dios, pues, el que se hizo hombre y el Señor en persona nos salvó él que nos dio el signo
de la virgen... Por eso no es verdadera la interpretación de algunos... que dicen que Cristo
fue engendrado por José, destruyendo cuanto está en la economía de Dios y haciendo vano
el testimonio de los profetas...". Ireneo subraya el carácter gratuito "del parto inopinado de
la Virgen", pero también su armonía con el plan divino de la salvación, que reanuda en
Cristo y María la situación de Adán y Eva. Basándose en el principio de la
"recapitulación", puede deducir que "cuanto la virgen Eva ató con su incredulidad, lo
desató la virgen Maria con su fe". A diferencia de Ignacio y Justino, Ireneo introduce la
problemática del parto virginal con el conocido texto: "El Hijo de Dios se convierte en hijo
52
del hombre, que, en cuanto puro, puramente abrió el seno puro, justamente el que regenera
a los hombres para Dios y que él mismo ha hecho puro". Esta frase de Ireneo es compleja
por los temas que evoca, entre ellos el de la participación de María en la regeneración de
los hombres o de su catarsis en el momento del nacimiento de Jesús pero también por la
diversa interpretación que ha provocado. Algunos (J. Galot, G. Soll) sostienen que para
Ireneo el nacimiento ocurrió por vía normal, dada la expresión "aperiens vulva"; otros (D.
Unger, A. de Aldama) insisten en el adverbio "puramente" y en el uso bíblico de abrir el
seno, que se reserva al nacimiento del primogénito, para afirmar el parto virginal, o al
menos excluir que se trata evidentemente de un parto normal. Esta última interpretación
está confirmada por otro pasaje de Ireneo, donde se aplica al nacimiento de la Virgen la
profecía de Isaías: "Antes de que llegaran los dolores del parto dio a luz a un niño". En
suelo africano encontramos en el s. III la amplia exposición de ·Tertuliano acerca de la
concepción virginal, en consonancia de argumentación con Justino e Ireneo: Cristo "es de
madre virgen porque no tiene a un hombre por padre". Lo mismo afirman Clemente
Alejandrino (+ h. 215) y Orígenes (+ 254), y en contextos diversos Arístides de Atenas,
Melitón de Sardes e Hipólito de Roma (+ 235), el cual escribió: "El Dios Logos... se
revistió de la santa carne de la santa Virgen".
el seno materno, la niña es custodiada en el templo, es confiada al viudo José como "la
Virgen del Señor" y ella misma proclama durante el embarazo: "Soy pura y no conozco
varón"; supera la prueba de las aguas amargas, su parto es virginal, como lo comprueban la
comadrona y Salomé. El hecho es presentado como "portento" y "milagro". El gusto por
los detalles, que lleva a llenar los vacíos dejados por los evangelios con datos más o menos
históricamente fundados, lleva a precisar el momento del nacimiento de Jesús; para la
Ascensión de Isaías (s. II), "María de improviso miró con sus ojos y vio un niño... Su seno
aparecía como antes del embarazo" (XI, 8-9). Las Odas de Salomón (s. II) excluyen el
parto normal, afirmando que la virgen "concibió y dio a luz al hijo sin dolor... y no pidió
una comadrona para dar a luz". Por encima de los elementos accesorios, es cierto que la
sana intuición del pueblo, transmitida por los apócrifos considera la virginidad de María
intacta en el nacimiento de Jesús. De la subsiguiente historia de la mariología resulta que
aquí se expresa un auténtico sentido de los fieles, al que la teología y el magisterio
aportarán su confirmación. El influjo de los relatos apócrifos se manifiesta ante todo en la
devoción y la iconografía, y si las discusiones mariológicas de los ss. II-III han caído en el
olvido —nota A. di Nola—, "la figura de la comadrona que certifica la condición virginal
de María se conserva aún en los mosaicos de Santa María la Mayor en Roma".
Generalmente los padres evitan seguir este camino de las precisiones fisiológicas
para explicar el misterio del parto virginal. En sus escritos se advierte un paso de la
afirmación de que Cristo "abrió el seno materno" (Orígenes) o lo "abrió sin lesión" (De
55
Margarita) a la teoría del "uterus clausus" sostenida por Ambrosio (+ 397), según la cual
"María es la puerta buena que estaba cerrada y no se abría. Cristo pasó a través de ella,
pero no la abrió". La integridad corporal de María en el parto se expresa con diversas
comparaciones: la Virgen es la "puerta cerrada" de que habla Ez 44,1-2 (Efrén, Anfiloquio,
Teodoto de Ancira, Exiquio...) es la "zarza ardiendo" que no se consume (Gregorio de
Nisa), es semejante a las "puertas cerradas" del cenáculo (Hilario, Jerónimo, Ambrosio,
Agustín, Crisólogo, Proclo, Gregorio Magno...) y al "sepulcro" de Cristo que permaneció
sellado (Efrén).
esencial para el concepto de misterio". Por tanto, María habría podido, después del
nacimiento de Jesús, llevar una vida familiar normal. Pero esta hipótesis es refutada por
Basilio, no basándose en la Escritura ni en el testimonio de los apócrifos, sino a causa del
sentido de los fieles, ya que "los que aman a Cristo no soportan oír que la Theotókos dejara
en algún momento de ser virgen".
Cristo: verdadero hombre en cuanto nacido de una verdadera mujer, y verdadero Dios en
cuanto nacido de una virgen".
acontecimiento. Mas no fue así; fue ella misma la que consagró a Dios su virginidad
cuando aún no sabía que había de concebir".
e) "Conceptio per aurem" Entre los argumentos ofrecidos por los padres para probar
la virginidad de María hay que enumerar el de León Magno, el cual exige esa virginidad
para que Cristo esté inmune del pecado original, y el de Atanasio, Hilario, Epifanio y
Jerónimo, los cuales deducen la perpetua virginidad del texto de Jn 19,25-27: «Si María
tenía hijos y su marido aún vivía, ¿por qué motivo (Cristo) confió María a Juan?". Más
curiosa y afortunada es, en cambio, la fórmula "conceptio per aurem", que aparece por
primera vez en la redacción armenia del Evangelio de la infancia apócrifo: "El Verbo de
Dios penetro en ella (María) a través del oído, y la naturaleza íntima de su cuerpo fue
santificada... Y en el mismo momento se inició el embarazo de la Virgen santa". La
ingenua imagen pasará, a través del Pseudo Efrén y Proclo, Zenón y Agustín, a la exégesis
medieval, al arte, la liturgia y las tradiciones populares. Tomada a la letra, la expresión
podría sugerir un significado mítico e irreal, de hecho es una materialización del relato
evangélico sobre María, la cual concibe escuchando al ángel. Ella ilustrará la idea
agustiniana de la concepción a través de la fe.
Acerca del valor teológico del canon tercero del concilio Lateranense podemos
preguntarnos si se trata de una definición de fe, por no ser ecuménico tal concilio. La
respuesta es positiva, ya que -como lo ha destacado el estudio de M. Hurley- dada la
intención expresa del papa y la aceptación universal del concilio, éste resulta prácticamente
ecuménico. Martín I, en efecto, está convencido de la obligación de aceptar la que llama
"pía definición de la fe ortodoxa", por lo cual envía cartas a los obispos de oriente y de
occidente pidiendo que ellos y "todos los cristianos" acepten los cánones lateranenses. Por
tanto, hay que concluir que, al menos en virtud de la autoridad del papa, la virginidad
perpetua de María es verdad de fe definida.
Aceptar el misterio no ha sido nunca fácil. Las controversias de los primeros siglos
acerca de la cristología documentan la dificultad de la lógica natural para aceptar y
armonizar los datos de la revelación bíblica. Pero mientras que en tiempo de Basilio los
fieles no toleraban la idea de que María hubiese dejado de ser virgen, "los contemporáneos
—observa L. Scheffczyk— podríamos, según la sensibilidad del tiempo, soportarlo con
relativa facilidad". La actual precomprensión cultural se muestra recelosa, si no contraria, a
la virginidad de María; piensa que es increíble, por no estar históricamente probada, no ser
teológicamente necesaria ni vitalmente significativa. Existe la sospecha difusa de que la
virginidad de María encubre una cultura maniquea de rechazo de la dimensión sexual y
corporal, hoy redescubierta como valor humano y religioso, factor de sociabilidad e incluso
mediación de salvación. Al sintetizar los resultados de la investigación bíblica y de la
tradición eclesial hay que tener presente la cultura de nuestro tiempo para no imponerle los
datos culturales de otras épocas y responder a sus exigencias de historicidad y de
63
realmente "engendrado" (Mt 1,20; Lc 1,35); la forma pasiva oculta el sujeto para
manifestar el carácter trascendente del origen paterno de Cristo; 2) no es José el que
engendra a Jesús: esto se excluye con insistencia (Mt 1,16.18-25, Lc 1,31. 34-35, 3,24); 3)
María es el único origen humano de Jesús, en cuanto virgen que se convierte en madre (Mt
1,16-25; Lc 1,27.35); 4) el origen divino no es referido al Padre (principio masculino), sino
al Espíritu Santo (femenino en hebreo, neutro en griego): Mt 1,18.20 y Lc 1,35 excluyen
así radicalmente todo modelo teogámico. La intención de transmitir un dato que se imponía
a ellos se confirma por el hecho de que la concepción virginal era una idea extraña tanto a
la tradición veterotestamentaria como a la cultura pagana. Más aún —como lo demuestra el
análisis estructural del texto—, tal enunciado suponía una dificultad, e incluso una ruptura
del programa inicial, sobre todo de Mateo, cuya intención era mostrar que Jesús era hijo de
David. Pues bien, las genealogías rompen su concatenación humana excluyendo a José de
la generación de Cristo (Mt 1,16, Lc 3,23).
¿De esta coherente armonía se puede deducir la conclusión de que Dios no podía
obrar de otra manera y que un nacimiento de Cristo de un matrimonio normal habría sido
absurdo? Teólogos como H.U. von Balthasar no admiten semejante hipótesis, precisamente
porque velaría en Cristo la relación única con el Padre y supondría en él una dificultad en
la misma relación de obediencia al padre terreno. Otros, en cambio, como J. Ratzinger
admiten racionalmente que "la filiación divina de Jesús no sufriría menoscabo alguno si
hubiese nacido de un matrimonio normal, porque la filiación divina de la que habla la
iglesia no es un hecho biológico, sino ontológico". Estamos aquí en una lógica hipotética,
válida en sí misma al distinguir los planos biológico y ontológico, pero ajena al
acontecimiento concreto escogido por la sabiduría de Dios para expresar la "profunda e
indisoluble correspondencia" entre el Verbo eterno del Padre y el ser huérfano de padre
humano. Estamos, pues, en el campo no de la necesidad absoluta, sino de la evidente
conveniencia del camino recorrido por el Verbo para llegar a nuestra historia.
A pesar de todo eso, delante del Absoluto no somos más que mendigos con las
manos vacías y con el corazón deshabitado de todo lo que puede llenarlo y saciarlo en
realidad: Dios. Tenemos una virginidad ontológica que solamente puede desposarse con
Dios". La virginidad de María y de cuantos la imitan en la iglesia es un carisma que
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recuerda a todos que no deben ceder a ninguna forma de idolatría, porque la instancia
suprema y el destino escatológico del hombre es el único Señor.
Dato poco observado aún por la tradición cristiana, María intenta vivir su vida
virginal en un contexto matrimonial, puesto que está "desposada" con José (Lc 1,27).
Probablemente el matrimonio era para María una necesidad en orden a proteger su
virginidad; pero el haberlo aceptado muestra que para ella la donación primaria y total de
amor a Dios no excluía las relaciones horizontales de afecto verdadero, aunque no sexual,
con José, su auténtico compañero de vida (el evangelio deja traslucir esa comunión
existencial), y no solamente eunuco protector. En virtud de esta presentación, se
comprende la invitación dirigida por Pablo VI a la mujer contemporánea a recurrir al
evangelio, porque así ella se dará cuenta de que "la opción del estado virginal por parte de
María... no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino
que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de
Dios" (MC 37). Desde el punto de vista formativo, es necesario insistir en las exigencias
69
Si el anuncio cristiano exige el respeto de la jerarquía de las verdades (UR 11: "Al
comparar las doctrinas, recuerden [los teólogos católicos] que existe un orden o jerarquía
en las verdades de la doctrina católica ya que es diverso el enlace de tales verdades con el
fundamento de la fe"), ello implica el primado cuantitativo y axiológico que es preciso
reconocerle a la resurrección de Cristo sobre la virginidad perpetua de María. Mas esto no
autoriza el apartamiento de esa virginidad, siguiendo "la tendencia a no hablar ya de
aquellos dogmas que se consideran de menor importancia". La certeza dogmática de que
goza y el significado cristológico-eclesial que se le reconoce, hacen de la virginidad
perpetua de María un punto nodal de la cristología y de la eclesiología; un "misterio que
hay que proclamar muy alto", según la expresión de Ignacio de Antioquía.