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Génesis 2:9 dice: “Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y
bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia
del bien y del mal”.
Génesis 2:17 dice: “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día
que de él comieres, ciertamente morirás”.
Génesis 3:4-7 dice: “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; (5) sino que sabe
Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo
el bien y el mal. (6) Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable
a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio
también a su marido, el cual comió así como ella. (7) Entonces fueron abiertos los ojos de
ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se
hicieron delantales”.
Génesis 3:22 dice: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros,
sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol
de la vida, y coma, y viva para siempre”.
Jesús explica que la justicia a la que ellos estaban acostumbrados, o lo que habían
entendido por justicia, no era suficiente para entrar al reino de los cielos, pues era algo
externo, pero la verdadera justicia debería superar a los actos religiosos superficiales.
Santiago 1:19-21 dice: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír,
tardo para hablar, tardo para airarse; (20) porque la ira del hombre no obra la justicia de
Dios. (21) Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con
mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”.
Santiago explica que la ira del hombre, la intención humana de establecer su propia
justicia, no puede producir la justicia de Dios, la única manera de que la justicia de Dios
sea desarrollada como virtud es por la recepción humilde de la palabra de Dios, de la voz
de aquel que es la norma misma de la justicia y la verdad.
A continuación vemos un cuadro que nos permite visualizar la comparación entre la
justicia humana y la justicia de Dios:
Se sustenta en la naturaleza de
Se sustenta en la imposición. Dios.
Se sustenta en la naturaleza de
Se sustenta en las fuerzas y méritos humanos. Dios, su Gracia y amor.
Todo razonamiento humano es débil y limitado por su corta visión. Es por eso que los
razonamientos fuera de la vida espiritual siempre serán estructuras que defienden
tinieblas e ignorancia. Someternos a la Luz de Dios es llevar a nuestras almas a reconocer
sus limitaciones y soltar sus viejas estructuras de justicia personal.
LA AUTO-JUSTIFICACIÓN Y LA AUTO-CONDENA
La justicia personal es un sistema que pone en equilibrio dos fuerzas en el alma: la auto-
justificación y la auto-condena. Ambas fuerzas que operan en el corazón responden a un
mismo fundamento: la justicia humana. Aunque parecen antagónicas pertenecen a un
mismo sistema (como un ecosistema que produce un mismo fruto). El orgullo opera en
ambos sentidos y el pecado encuentra poder en ambas conductas. Es por eso que la
Gracia nos libra de la auto-justificación y también de la auto-condena, de manera tal que
podamos vivir en la Justicia que es en Cristo Jesús, en Su Gracia, hasta producir fruto de
esa naturaleza, por eso no hay nada más valioso que revestirnos de la naturaleza de
Cristo.
necesitamos entender que la Ley de Dios responde a Su Naturaleza. Es decir, una es la ley
que sale de la boca de Dios (su palabra, su verbo) y otra es el espíritu con el que se recibe
la escritura de aquellas palabras. Son de naturaleza diferentes. Podemos decir que la ley
que expresaba Dios a Moisés era Cristo mismo, el verbo. La ley anuncia la naturaleza de
Cristo en forma de amor y obediencia. Pero Israel se quedó con la letra y esto sólo vino
para alimentar los viejos sistemas de justicia personal. ¿Qué fue lo que produjo? Esa
conducta trajo el gobierno del pecado en ellos.
1 Corintios 15:54-56 dice: “Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y
esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está
escrita: Sorbida es la muerte en victoria. (55) ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde,
oh sepulcro, tu victoria? (56) ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del
pecado, la ley”.
Cuando el apóstol Pablo dice que el poder del pecado es la ley, se refiere a los
mandamientos en forma de imposición. Las leyes escritas por Israel. Esto no se refiere a la
ley que sale de Dios, sino a la ley recibida e interpretada por el alma humana (separada de
Dios).
Entonces: Si la ley no podía perfeccionar a los hombres ni santificarlos, ¿Por qué Dios
entregó la ley a Israel en el desierto? Esto lo responde el apóstol Pablo a los gálatas:
Gálatas 3:19-23 dice: “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las
transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue
ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. (20) Y el mediador no lo es de
uno solo; pero Dios es uno. (21) ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En
ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente
por la ley. (22) Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es
por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. (23) Pero antes que viniese la fe,
estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada”.
Pablo explica que la ley encerró todo bajo pecado, es decir, expuso la naturaleza humana
y su imposibilidad de llegar a Dios con méritos y fuerzas personales. Expuso la esclavitud
del hombre y su injusticia para que quedara en evidencia que sólo por la fe y por medio de
Jesucristo alcanzaríamos la justificación y la vida eterna.
Romanos 5:20-21 dice: “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; más
cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; (21) para que, así como el pecado reinó
para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante
Jesucristo, Señor nuestro”.
Romanos 8:1-4 dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque
lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo
en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;
(4)
para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu”.
Romanos 13:7-10 dice: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que,
impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. (8) No debáis a nadie
nada, sino el amaro unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. (9)
Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás,
y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a
ti mismo. (10) El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el
amor”.
¿CÓMO REVESTIR NUESTRAS ALMAS DE JUSTICIA?
1. Exponga su alma a la luz de la Palabra de Dios una y otra vez, con humildad y
sencillez. La humildad es la virtud aliada de la Justicia.
2. Pida a Dios sabiduría y entendimiento para que toda estructura de justicia humana
que opera en su alma le sea revelada. De esa manera será más fácil despojar al
alma de las mentiras de la justicia humana y del viejo hombre.
3. Piense y anhele expresar el amor verdadero y espiritual. Es en el amor donde se
cumple y establece la Justicia de Dios.
4. Revierta en su vida toda agenda que le conduzca a defenderse a sí mismo y
justificarse, para entregar más tiempo a ver crecer a Cristo en usted.
5. No permita a su alma permanecer en la auto-condena.
Revestir nuestras almas de la Justicia de Dios que es por la vida de Cristo en nosotros es
sumamente importante al momento de ser edificados como Cuerpo de Cristo.
Toda forma de justicia humana produce separación, individualismo y humanismo. La
justicia humana produce pleitos, bandos, enemistades, choques de ideología y otras
consecuencias.
La Justicia de Dios también produce separación: es la santidad que trae la naturaleza de
Dios que nos separa más y más del mundo. Cuando revestimos nuestras almas de la
Justicia de Dios, operamos en reconciliación y en Su amor. De esa manera somos añadidos
al funcionamiento del Cuerpo como uno.
Hemos visto que, en la justicia humana, cada persona opera como un centro legislativo y
judicial. Eso produce que cada persona crea en sí mismo lo que está bien y lo que está
mal, trayendo separación. Cuando somos traídos al Cuerpo de Cristo ya no respondemos a
justicias personales y humanas sino a la naturaleza de Dios en nosotros. Esa justicia es
amor en su esplendor y nos hace ser uno aun cuando seamos muchos. A eso se refería
Pablo cuando decía a los corintios (1 Cor. 6:7): “¿Por qué no sufren más bien el agravio?”.
Es decir, por qué no operan en la Justicia de Dios, la cual se expresó en aquella Cruz: Cristo
sufrió nuestro agravio. El mismo principio lo vemos en la parábola de Jesús sobre el siervo
injusto (Mat 18:21).