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El discernimiento en la Biblia

Una herramienta para acertar en las decisiones y para caminar juntos

P. Fidel Oñoro, cjm

1. Introducción

2. El discernimiento en el Antiguo Testamento

3. El discernimiento en los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles

4. El discernimiento en las cartas de Pablo

5. De la teoría a la práctica:
- El don del Espíritu
- Discernir cada día en Cristo
- La primacía de la Palabra
- El papel de la conciencia
- Lo que pide “Amoris Letitia”
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1. Introducción
“No extingan el Espíritu;
no desprecien las profecías;
examínenlo todo
y quédense con lo bueno”
(1 Tesalonicenses 5, 19)

1.1. ¿Por qué el tema del discernimiento?

Venimos en un tiempo de búsqueda y de valoración para afrontar este desafío urgente en


la vida humana y cristiana: el discernimiento.

El tema escogido puede extraño o difícil de comprender para algunos. Sin embargo, hay
que admitir que la palabra “discernimiento” aparece en el lenguaje cotidiano, sea en la
sociedad o al interno de la Iglesia, sobre todo últimamente.

Vamos a poner atención a algunas consideraciones.

a. Cada uno se hace sujeto de su fe

La palabra “discernimiento” es una de las más grandes de la tradición cristiana, tiene


mucha importancia, y aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En
siglos pasados parecía reservada sólo para algunos privilegiados, casi como una
especialidad de aquellos que tenían responsabilidades mayores al interior de la Iglesia,
quienes ejercían una autoridad que requería esta cualidad. De ahí que la tarea de formarse
en el discernimiento se dejaba sobre todo a aquellos que eran llamados padres o directores
espirituales, directores de conciencia.

El hecho es que, en la tradición espiritual de la Iglesia, en cualquiera de sus corrientes, el


término es frecuente, el ejercicio aparece propuesto con diferentes modalidades y es
altamente comendado, como lo muestra la amplia bibliografía. Después del Concilio
Vaticano II, que recomienda el uso de la conciencia (GS 16) y estimula la sinodalidad de
la Iglesia, dio el impulso para que en las últimas décadas se recomendara como una tarea
de todo cristiano, todos, no sólo las autoridades o las vocaciones, sino para los más
sencillos. Ha quedado claro que si no se ejercita el discernimiento es difícil llevar a cabo
una vida cristiana auténtica consciente que hace de un discípulo del Señor un adulto en la
fe.

El pontificado del Papa Francisco ha ayudado a poner sobre el tapete el tema. El Papa
Francisco como Jesuita que es tiene una formación precisa sobre el discernimiento. San
Ignacio de Loyola muestra en su escrito Los Ejercicios Espirituales cómo se lleva a cabo
el ejercicio del discernimiento. Al interno de la espiritualidad de nuestro Papa este es un
tema muy conocido y experimentado.

Francisco no se limita a hacer de él una cuestión de espiritualidad, hace de él un problema


eclesial. ¿Hacia dónde apunta?
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Francisco quiere una Iglesia en la que todos los bautizados lleguen, en virtud de su
bautismo, a una subjetividad de cristiano maduro. Esto ya había sido subrayado en la
Conferencia de Aparecida, la cual hizo del tema uno de sus ejes. El discipulado supone
gente que sea capaz de tomar la palabra, de decir aquello que verdaderamente piensa,
siempre examinando la propia conciencia y al interno de su itinerario de fe.

Francisco no quiere una Iglesia de autoridad “docente” que sólo enseña y que presupone
un rebaño “discente”, de gente que sólo recibe la enseñanza, que simplemente escucha,
que obedece y que no tiene nada que decir. Este modelo de Iglesia no tiene mucho que
ver con lo que Jesús quería y es algo que el Papa quiere dejar como asunto del pasado.

Lo que se busca, ciertamente, es ayudar a llegar a una madurez de la fe. La madurez es


entendida aquí como hacerse ser sujeto responsable de la propia historia. Uno es cristiano
porque cree, porque hay unas verdades que son creíbles, porque se obedece a la Palabra
de Dios, porque se hace vida y porque se es capaz de proclamarla. Pero hay situaciones
en las que los cristianos por inercia no hablan, no manifiestan su fe, no expresan su
parecer (al menos no abiertamente) y por tanto poco contribuyen para una Iglesia que
camine unida, esto es, “sinodalmente”, y donde todos sin excepción asuman
corresponsablemente su lugar y su tarea de forma comprometida y perseverante.

Para Francisco y todos aquellos que acompañan la vida cristiana esto es una anomalía.
Pero, por otra parte, también es claro que la gente no ha sido formada debidamente para
ello.

Y esto no es nada fácil. Primero, porque requiere aclarar bien los conceptos al respecto.
Y segundo, porque implica un cambio de cultura eclesial para llevar a algo para lo cual
el pueblo no está habituado,

De todas maneras, y como veremos en el desarrollo de este curso que nos aproximará a
lo que ocurrió con el pueblo de la Biblia, tanto en el primer como en el segundo
Testamento, lo primero que la Iglesia debe retomar en este tiempo es que todo bautizado,
sea hombre o mujer, en todas las etapas de la vida y no importa el nivel de formación que
tenga, se vuelva sujeto de su fe.

b. Todos aprendemos a caminar juntos

¿Hemos notado que las oraciones en la liturgia están en primera persona plural: “nosotros
te pedimos”? No se trata de una oración personal. Pero se siente la diferencia cuando en
la profesión de fe se dice “yo creo”. Por tanto, nadie puede sustraerse de expresar esta
subjetividad de la fe en todos los ámbitos y en todas las modalidades posibles.

Francisco quiere una Iglesia así, que sepa decir el “nosotros” cuando camina junta y que
sepa decir el “yo” cuando asume la responsabilidad de su fe. En consecuencia… una
Iglesia sinodal.

“Sinodal” es un término hay que hay que aprender y que quizás va a requerir los próximos
decenios. Significa “caminar juntos” (syn-hodos). Es un término usado en la Iglesia desde
siempre.
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No una Iglesia en la que la jerarquía va delante y los demás van detrás como borregos
que sólo reciben órdenes. No. Es un camino donde se va adelante juntos, cada uno con su
subjetividad y en convergencia hacia una única orientación, porque esta es la ley de la
comunión en la Iglesia.

Dice el Papa Francisco en su intervención de 2015, en la celebración de los 50 años de la


clausura del Concilio e institución del Sínodo: “Lo que el Señor nos pide, en cierto
sentido, ya está contenido en la palabra Sínodo. Caminar juntos - laicos, pastores, obispo
de Roma - es un concepto fácil de expresar, pero no tan fácil de poner en práctica”.

Él mismo agregó que “Si entendemos que, como dice San Juan Crisóstomo, la Iglesia y
el Sínodo son sinónimos, también entendemos que en él nadie puede ser elevado por
encima de los demás”.

Dejó entender que desde el bautizado más sencillo hasta el Papa todos caminan juntos.
Dijo que la Iglesia es como una pirámide, pero al revés. Esta visión de la Iglesia, sin duda,
es nueva para algunos, porque a la Iglesia siempre la hemos pensado como una pirámide:
arriba el Papa y los obispos, luego los sacerdotes y el pueblo abajo. Denle la vuelta, dice
el Papa, arriba está el pueblo de Dios, abajo está la jerarquía para servir al Pueblo de Dios.
Pero en realidad esta es la visión de la Iglesia de los orígenes, no es una novedad absoluta.
Las primeras comunidades cristianas, hasta el siglo V d.C., fueron así. Francisco quiere
recuperar a la Iglesia como la quería Jesús.

Para reflexionar sobre esta “Sinodalidad” que el Papa quiere que se lleve a cabo en toda
la Iglesia y para orientarla, ha convocado el próximo Sínodo, la XVI Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en octubre de 2022 y cuyo título
es “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.

En 2018 la Comisión Teológica Internacional hizo una valiosa aportación para estimular
y alimentar esta ruta: “La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia”.

El hecho es que esto no se logra sin el ejercicio del discernimiento.

c. La tarea pendiente en esta etapa de la vida de la Iglesia

Pongámosle atención a lo que ha pasado recientemente en la vida de la Iglesia.

Uno: La exhortación que vino después del sínodo sobre la familia.

Sabemos que hubo un sínodo sobre la familia, en dos sesiones. En las conclusiones se
llega a decir que en lo que respecta a la lectura de las situaciones al interior de una historia
de amor, si dicha situación es conforme al Evangelio o si lo contradice, para verificar esta
realidad, hay que hacer una operación de discernimiento. Y esto, hasta tal punto que, una
pareja que, eventualmente, vive una situación objetivamente irregular, de divorciados que
se han vuelto a casar, después de un largo discernimiento serio, hecho por los dos que
están involucrados en esta historia y por otro que acompaña desde fuera, normalmente el
obispo o un sacerdote o una persona que es capaz de ayudar en este discernimiento, dicha
pareja puede hacer un camino en el que llegue por sí misma, con la ayuda de la Iglesia y
con su subjetividad, a percibir a leer la situación en la que se encuentra y ver si puede ser
partícipe en el sacramento de la Eucaristía o si debe abstenerse. Y esto porque se han
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puesto en claro todos los elementos que verifican si se garantiza la fidelidad y todos los
demás requisitos que son necesarios para un matrimonio cristiano (ver Amoris Letitia,
capítulo 8).

Esta ha suscitado conflicto en la Iglesia, lo sabemos bien, e incluso confusión en la gente


poco informada o que sólo se entera por lo que dice los medio de comunicación. Hay
quienes intentan acusar al Papa de herejía, lo cual no es cierto. No nos hemos dado cuenta
de que esto no es una novedad, ya viene de la Biblia misma: un ejercicio que puede llevar
a una lectura subjetiva (o que parte del sujeto) y que no necesariamente coincide con la
lectura que se hace desde la norma objetiva.

Este tipo de cosas hace que la Iglesia entera se comprometa en un ejercicio, a todos los
niveles, de reaprendizaje del discernimiento. No será posible llevar adelante lo que pide
el Papa en el capítulo 8 de la Amoris Letitia si no se clarifica y ejercita un auténtico
discernimiento.

Dos: El último sínodo fue sobre el discernimiento

La idea inicial era un sínodo enteramente sobre el discernimiento que afrontara algunas
situaciones en la Iglesia ya venía de atrás. Así se formuló inicialmente el anterior, pero
luego fue tomando otro rumbo: el discernimiento vocacional y la juventud. Finalmente la
balanza se inclinó sobre el tema de la juventud. Y quedó en el medio de las dos alas
temáticas: ¿Cómo puede un joven discernir su vocación?

En ese contexto se reflexionó como en años pasados no se había hecho suficiente


discernimiento sobre todo de las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada, y que hoy
padecemos de graves escándalos que golpean la Iglesia, desde la pedofilia y otros; a esto
se suma el clericalismo. Es claro que quien debía hacer el discernimiento no lo hizo bien
o si lo hizo no fue responsable con la elección que hizo. ¿Quién acompaña a los
seminaristas? El formador es quien puede verificar si una persona reúne los requisitos y
si tiene la madurez para después no caer en las patologías tremendas ya mencionadas.

¿Vemos la importancia del tema? El Papa había pedido que se profundizara en el tema
del discernimiento y que luego se aplicara a las vocaciones y a los jóvenes. Pero la cosa
fue tomando otro rumbo.

Ahora se intenta recuperarlo.

De nuevo tenemos que admitir que no es tan sencillo. Vamos a entrar en este camino que
no era parte de la enseñanza hasta ahora o lo era sólo para unos cuantos. No es un tema
fácil, es verdad, pero vamos a afrontarlo.

1.2. ¿Qué es el discernimiento?

Partamos ante todo de la palabra discernimiento. Viene del latín “discernere”: dis-cernere.
Es sencillo: “cernere” quiere decir ver, ver bien, de manera precisa, afinada. El “dis” que
va delante tiene dos significados, el primero connota “entre”, o sea, “saber ver entre”; se
sobre entiende el saber ver al interior de una realidad compleja y entre tantas cosas que
allí se entremezclan se particulariza lo que es más verdadero, más auténtico, más bello,
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más bueno, según el criterio con el que se trata de ver. También el “dis” puede significar
“dos”, es decir, ver dos veces, como un refuerzo de la tarea analítica.

Por tanto, el discernimiento es la operación por medio de la cual tratamos de ver una
realidad, de verificarla, de saborearla, de leerla en profundidad. En este sentido, es una
operación absolutamente necesaria a toda vida humana, no sólo para los cristianos.
Porque cada uno de nosotros es llamado constantemente en la vida a observar y tomar
decisiones, a elegir.

Es muy importante por dos razones:

La primera: porque es lo que distingue al hombre de los animales.

Tenemos tantas cosas en común con los animales (en muchas cosas somos animales y a
veces se nos olvida). Pero también hay una clara diferencia. No nos diferenciamos sólo
por la racionalidad, la palabra y otras razones; esto mismo conlleva algo más de fondo.
Del ejercicio del discernimiento depende la palabra. Un animal responde al instinto, tiene
instintos muy fuertes dentro de sí como el hambre y la sexualidad, la lucha o defensa en
situaciones de peligro, de modo que van adelante sin mucha reflexión.

Nosotros estamos llamados a una reflexión, a un discernimiento y una elección. No


comemos todas las veces que tenemos hambre, lo hacemos con criterio. Pensemos por
ejemplo en una mamá que educa al niño para que ya no reciba la leche de su pecho, el
niño por su parte preferiría seguir tomando la leche porque es un instinto, pero hay que
educarlo para que no llore en todo momento y para que tome su alimento de otra manera
y en horas precisas del día. El hambre se convierte en un deseo, pero no todo lo que se
desea se hace, hay otros criterios de control.

Esta labor que hacemos desde pequeños la hacemos luego frente a elecciones
determinantes y esenciales en las que entra la razón, la palabra y la responsabilidad. Es
un ejercicio netamente humano que permite vivir. Si se quiere vivir hay que aprender a
discernir. Es un aprendizaje que implica errores (no puede ser de otra manera), pero nos
hace conscientes y responsables de lo que hacemos. Una persona sin discernimiento es
como una bestia dice la Biblia, tiene la agresividad y la voracidad de una bestia (Salmo
48,21 y 72,19).

El discernimiento nos lleva a la conciencia de nosotros mismos y al gobierno de nuestra


propia historia.

Si de algo necesitamos hoy, creo, es del discernimiento. El sociólogo Zygmun Bauman


lo decía con fuerza, él leyó nuestra sociedad con fórmulas bien precisas, como una
“sociedad líquida”, sin vínculos, triste, individualista (los títulos de sus obras dicen todo).
En uno de sus libros se fija en las nuevas generaciones y dice que hay dos cosas a las que
tenemos que estar atentos: uno, a la incapacidad de elegir, y dos, al miedo al futuro.

Pensemos en esto: vivimos en una sociedad que tiene problemas al respecto, porque elegir
implica decir sí a una cosa y no a otra; es un sacrificio, suena a pérdida, se ha vuelto
lógica cultural. Son típicos la demora para salir de la casa o los cambios de carrera o el
sostener una relación a largo plazo en una historia de amor. Cada época tiene su debilidad.
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Qué importante es ayudar desde niños en este ejercicio del discernimiento: uno se vuelve
más seguro de lo que ve y puede tomar mejores decisiones. Si no tengo certezas ni
motivaciones profundas para emprender un camino, no podré decidir con seguridad y
confianza. Estamos en una cultura que no hace la presión sobre la elección. Da miedo el
futuro, el trabajo, la seguridad, y entonces no se toman decisiones. Hay que ayudar a
tomar decisiones y no tener miedo del futuro, tener confianza y hacer elecciones.

Este es el camino que quiero emprender en este estudio. Veremos el discernimiento en


general y luego el discernimiento en la perspectiva cristiana y luego dos casos en
particular, a nivel de la conciencia individual y luego en el mundo de la pastoral.

La segunda: es un acción que es propia de quien está lleno del Espíritu Santo.

El discernimiento es un don del Espíritu (ver Is 11,2; Jn 3,20-21; 1 Cor 12,10). Y este
don de Dios lleva al discernimiento de espíritus (con minúscula), en cuanto capacidad de
uno para reconocer el origen de una solicitación que mueve nuestra voluntad: ¿De parte
Dios, del mal o de la naturaleza?

Veremos que lo propio de lo cristiano proviene del don del Espíritu Santo. Todos
recibimos el Espíritu de Dios desde que somos creados (la Ruah), pero también y sobre
todo cuando nos abrimos al don del Padre y del Hijo. Y esto puede ocurrir incluso con
una persona que no es creyente: “Cuando una persona dice algo bueno y verdadero, es el
Espíritu Santo el que habla” (San Ambrosio). Sin embargo, este don lo podemos recibir
y ejercitar cuando nos abrimos conscientemente.

1.2.¿Qué nos dice la Escritura sobre el discernimiento?

Es lo que vamos a indagar en nuestro estudio. Con todo, hagamos desde ya una primera
aproximación para ambientarnos.

1.2.1. El Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento el discernimiento es visto bajo la imagen de los dos caminos:


“Delante de ti te pongo dos caminos… el que lleva a la muerte y la que lleva a la vida”.
Esto está en Dt 3,15-19 y en el Salmo 1, el 139 (y otros). Luego los profetas la recuerdan
con frecuencia, se la ponen al pueblo delante para llevarlo a tomar decisiones
responsables en la construcción de su historia. Y el Jesús la retomará en el sermón de la
montaña.

“Elige el camino de la vida”. Discernimiento es ponderar para hacer esta elección, implica
entender qué es lo que provoca la vida y qué es lo que provoca la muerte. Todo lo que es
malo provoca la muerte, lo que hacemos de bien significa vida para cada uno de nosotros
y para la sociedad en la que vivimos.

Pero para hacer esta elección, ¿qué tiene que hacer el hombre? Ya desde el Antiguo
Testamento se dice: se requiere escuchar a Dios, su Palabra.

Decodifiquemos esto. ¿Qué quiere decir escuchar a Dios, escuchar su palabra?


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Quiere decir escuchar en profundidad, en cada uno, la voz más auténtica y verdadera con
la cual Dios nos puede hablar.

Ninguno puede esperar que Dios le hable de modo sonoro. Cuando uno dice que le Dios
habla es porque se le ha percibido en el corazón, que no es el órgano biológico sino
análogo, espiritual, el que todos sentimos como el centro de todo nuestro ser; como bien
lo acentuado la antropología bíblica: el lugar del cual parten nuestro querer, desear, sentir,
obrar.

Dentro de nosotros está esta realidad que no se ubica en el cuerpo, pero que da unidad y
subjetividad a todas las manifestaciones de la persona. Eso es el “corazón”, también lo
podemos llamara interioridad consciente, lo íntimo.

Esta es la imagen central: el corazón es el órgano del discernimiento (“Examina mi


corazón”, dice el Salmo 139,23). Es allí donde percibimos lo que es bueno o malo, lo que
da vida y lo que lleva a la muerte. El Antiguo Testamento insiste en esto, porque de este
órgano profundo, que es un abismo, vienen fuera los estímulos, los deseos, la voluntad,
todo viene de este centro. Jesús lo recuerda bien en Mc 7,20-21: Nada hace impuro al
hombre, sino lo que viene de dentro. Y también es de este corazón que viene el bien.
Estamos dotados para ello a pesar de que somos frágiles y de que hacemos lo que no
queremos hacer, somos libres también para el bien.

Esta es, en síntesis, la insistencia en el Antiguo Testamento: Tú estás delante de una


elección… Pero si tu corazón no escucha y te dejas arrastrar… Pero si ves el bien y lo
sigues, aún con esfuerzo, irás por la estrada del bien.

1.2.2. En el Nuevo Testamento

En el NT tenemos enseñanzas bien precisas sobre el discernimiento. Primero en el


evangelio y luego en los escritos apostólicos.

En el Evangelio nos vamos a detener en Lucas 12,54-59.

El pasaje testimonia una confrontación entre Jesús y algunos de su auditorio. Estos no


aceptaban a Jesús, ni sus palabras ni lo que hacía. Se refugiaban en una especie de excusa
diciendo: cómo podemos saber si Jesús viene de Dios o de los hombres.

Y Jesús les responde con claridad: cuando ven una nube que sale de occidente… la
lluvia… el calor… “Hipócritas saben hacer discernimiento (dokimazo), ¿cómo no saben
discernir esta hora, lo que es justo?” (12,56).

Hay dos reproches. Por una parte, sabemos leer el tiempo atmosférico y tomar
previsiones, pero no así con los signos de los tiempos o sea los tiempos de la vida. Hay
signos que hay que saber leer e interpretar para tomar decisiones, para construir un
pensamiento, una visión ponderada de la realidad que nos circunda. Para captar donde
andamos tenemos que observar los signos de los tiempos y los signos de los lugares. Hay
que ver lo emergente para no estar impreparados cuando llegue. Es una tarea que requiere
de gran inteligencia.
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Los tiempos de la vida hacen su paso por crisis (cuando llegamos a los 40, a los 70...).
¿Por qué nos encuentran impreparados?. ¿No sería más inteligente prepararnos y vivirlos
reconciliados con la vida?.

Para Jesús la primera exhortación sobre el discernimiento es esta: debes estar consciente
de lo que vives, tienes que estar atento a lo que te pasa, en qué punto de la vida estás.
¿Adán, dónde estás en la vida?

Nos la pasamos “balconeando”, como dice Papa Francisco, como aquellos que ven pasar
la vida desde el balcón, allí fuera y no dentro. Balconear la vida quiere decir no vivirla
conscientemente. Y la vida hay que vivirla conscientemente, de la mano del Señor y con
la fuerza orientadora del Espíritu Santo.

El segundo reproche es: ¿Por qué no juzgan por ustedes mismos? (12,57).

¿Cuántas veces juzgamos a los otros, pero no a nosotros mismos? No se trata de juicio
moral, sino del reflexionar y el decidir: piensa por ti mismo. Nos la pasamos preguntando
y preferimos que nos digan lo que hay que hacer: que me lo diga el padre. Y luego a él le
echo la culpa. Antes parecía una virtud consultarlo todo, pero para Jesús nunca fue así;
cada uno tiene que pensar y decidir. Jesús regaña a quien se comporta así: es tu tarea, es
la tarea de cada uno.

Una tentación del acompañante espiritual es decirle al otro todo lo que tiene que hacer.
Es hasta peligroso. Dirigir a otro es una responsabilidad, pero lo más importante es educar
en el discernimiento. Si no, educamos gente triste y miserable que nunca asumió su propia
vida.

¿Y qué dice Pablo?

En el discernimiento es precisamente en lo que Pablo intenta educar a sus comunidades.


Así ocurre ampliamente en Corinto, donde le mandan quejas y él responde, no con
decisiones ya tomadas, sino criterios para que lo hagan ellos. Es la comunidad la que tiene
que discernir y actuar.

En Pablo hay más de 20 referencias al discernimiento. Veremos lo importante que era


para él.

Por lo pronto les ponto un ejemplo:

En Filipenses 1,9-11 dice Pablo: “Que el amor de ustedes crezca cada vez más en el
conocimiento y en la plena comprensión, para que puedan discernir lo que es mejor”.
Vulve a leer la frase para que veas el lugar que le da al discernimiento. A la comunidad
de Tesalónica le había pedido que creciera en el amor, ahora a la de Filipo le dice lo
mismo y agrega: en el discernimiento.

Mira cómo Pablo pide discernirlo todo: 1 Tes 5,19-22. Observa también cómo habla de
un don de discernimiento de espíritus en 1 Cor 12,10.

Y esto lo retoma luego la literatura de Juan. El pide discernir los espíritus: póngalos a
prueba, dice él (Jn 4,1). Se trata de una distinción de los estímulos, de dónde provienen y
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son buenos o malos, sin buenos paso a la acción y si no los rechazo porque son una
tentación.

Esto es apenas un abrebocas. ¿Estás listo para el estudio?


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Ejercicio

1. Retoma lo que se estudió esta mañana y lo que leíste en las páginas anteriores

1.1.¿Cuáles son las razones por las cuales vemos que es tan importante que me ejercite
en este momento en el discernimiento?
(Enumerarlas)

1.2.Una vez que has hecho esta primera aproximación. ¿Te queda claro qué cosa es el
discernimiento? ¿Qué cabría esperar que ocurriera en una persona y en una
comunidad que lo ejercita?
(Ponlo por escrito)

2. Te invito a hacer este primer ejercicio de discernimiento:

¿Qué cosa se discierne? Se debe discernir el propio corazón, lo hemos visto. Y esto
implica tres conocimientos:

Uno: El conocimiento de mí mismo

Sobre antiguo frontón del templo de Delfos estaba escrito: “Hombre, conócete a ti
mismo”. Los griegos ya lo habían entendido cinco siglos antes de Cristo. Todo comienza
por ahí. Conocer nuestro cuerpo, nuestra psicología, nuestras fortalezas y debilidades,
nuestros instintos para poder ordenarlos y dominarlos. Algunas cosas son hereditarias.
Otro no me puede conocer por las señales que doy con mi comportamiento, pero esta
tarea tengo que hacerla yo.

Dos: El conocimiento del tiempo y de las situaciones

Para ellos distinguir:


Con respecto a mí mismo.
Con respecto a mi familia, comunidad y ambiente sociocultural en el que habito
actualmente.

Tres: El conocimiento de la voluntad de Dios

Esta puede darnos el conocimiento más profundo de los puntos anteriores. Dios es más
íntimo que lo más íntimo de mí mismo (Agustín). A la luz de la Palabra podemos ver
mejor, por eso es imprescindible en el conocimiento.

Pero ¿hay otro criterio además de la Palabra de Dios? Sí, el bien del otro. Esto no excluye
que yo busque mi propio bien. Para Santo Tomás este es el sentido de la caridad que está
en todo hombre, incluso en quien no logra ver la presencia de Dios. Por ejemplo, Gandhi.

Hacer elecciones justas, que tengan un sentido, las dos cosas nos ayudan: la Palabra de
Dios y el bien del otro. Sin uno no se da lo otro.

¿Si el discernimiento es esto, cómo ejercitarlo? Haciendo ejercicios.


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El primero es el de ver, el observar, el estar atento. No es algo natural, requiere largo


aprendizaje, hay tantas cosas que vemos en el camino, pero no las vemos.

El segundo es pensarlas y ponerles nombre; esto es, detectar el problema y de afrontarlo,


aunque me duela.

Tres, dar el paso.

Ahora compara con lo que escribiste esta mañana, cuando se te pidió que pusieras en un
papel los pasos que das cada vez que tiene que tomar un decisión.

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