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guión
Kimon Valaskakis
1. El nuevo escenario
Por lo tanto, el período mercantilista de finales del siglo XVII y comienzos del
XVIII fue la manifestación económica del auge del Estado-nación. Los
mercantilistas franceses, bajo Richelieu y, especialmente, Colbert,
transformaron el arte de gobernar en un arte refinado de políticas económicas
sofisticadas y sentaron los fundamentos de la teoría y de las políticas
comerciales proteccionistas con conceptos como 'balanza de pagos favorable',
con la imposición de aranceles a las importaciones, subsidios a las
exportaciones, etc. Desde luego, a los mercantilistas más tardes se opusieron
los librecambistas, cuyo gurú intelectual fue Adam Smith, en su famosa obra
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Estudio sobre la riqueza de las naciones (1776), en la que atacaba a la doctrina
mercantilista y demostraba los efectos generadores de riqueza del libre
comercio y la especialización.
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economía mixta con predominio de ideas y políticas keynesianas. Los
gobiernos de los Estados-naciones tenían un control absoluto de las relaciones
internacionales. Por lo tanto, en ambos lados de la división ideológica, los
gobiernos de los Estados-naciones seguían siendo protagonistas clave. Eran
las estrellas de la economía global.
El final de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín y todo aquello que
simbolizaba pareció ser el triunfo final del 'bloque OCDE', por así decirlo, de las
democracias que preconizaban el menor intervencionismo posible. Como
resultado, a comienzos de los años 90, todos querían imitar a Occidente,
adoptar sus instituciones y su filosofía, privatizar las industrias estatales,
desregular y reducir la intervención y los gastos del Estado. En los diez años
transcurridos entre 1988 y 1998, casi todos los gobiernos del mundo,
independientemente de su ideología, redujeron sus actividades mientras los
agentes del sector privado ampliaban las suyas, y reemplazaban
progresivamente a los gobiernos como actores económicos principales en el
escenario mundial.
Si tuviésemos que hacer una lista de los nuevos intérpretes de este teatro
global, podríamos identificar a dos estrellas en declive y a cinco que ascienden.
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1. Los gobiernos de los Estados-naciones. La movilidad transnacional de las
empresas, del capital y de la tecnología permite a los agentes del sector
privado eludir las jurisdicciones nacionales y desplazarse a entornos más
favorables. Al enfrentar a un gobierno con otro, pueden obligar a que los
impuestos y las regulaciones se reduzcan a su mínimo común denominador.
Del mismo modo, la globalización de la tecnología, a través de Internet,
restringe gravemente el grado de libertad y efectividad de la intervención del
gobierno. Los gobiernos de los Estados-naciones, las estrellas del orden de
Westfalia, están perdiendo poder muy rápidamente.
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acción individual no es efectiva. Las OIG están heredando parte del poder que
voluntariamente han cedido los gobiernos de los Estados-naciones miembros,
si bien su fortaleza también reside en su capacidad de acción concertada.
Mientras que las políticas y la capacidad de los gobiernos individuales que
actúan por su cuenta se reducen cada vez más, la capacidad de las principales
OIG del mundo para formular políticas al unísono sigue siendo muy alta.
Dicho esto, es posible que las ONG desempeñen un papel cada vez más
importante en el nuevo escenario mundial, porque son capaces de articular
posiciones con mayor libertad y flexibilidad que los gobiernos y abarcar
audiencias mucho más amplias que las empresas, que están subordinadas a
los intereses de sus accionistas.
5. La sociedad civil. En los últimos años se han dicho muchas cosas acerca de
la sociedad civil, si bien el concepto no ha sido nunca específicamente definido.
Al parecer, la sociedad civil se compone de todos los ciudadanos del mundo no
afiliados a un grupo de interés específico. ¿Cómo es posible situar a este
amorfo conjunto de personas en un solo grupo? Todavía no está claro, pero,
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por el momento, puede postularse que la sociedad civil es un actor en el
escenario mundial, un poco al mismo título que los conceptos de 'opinión
pública' o 'interés público', que usamos sin especificar más. La sociedad civil se
manifiesta, fundamentalmente, a través de las encuestas de opinión, las
actitudes generales en torno a ciertos temas y mediante el uso de portavoces o
intérpretes como las ONG. Pero, dado que los fundamentos ontológicos de la
sociedad civil siguen siendo vagos, hay demasiadas organizaciones que
pueden reivindicar su representación, a veces de manera contradictoria.
3. El nuevo guión
Hay un nuevo escenario, están surgiendo nuevos actores y los antiguos van
saliendo de escena. ¿Qué significa todo esto? ¿Acaso la globalización es el
acontecimiento más feliz de la historia de la humanidad, como algunos
sostienen, o, por el contrario, es un desastre sin contemplaciones, según
auguran otros? ¿El cambio tecnológico es una panacea o es una caja de
Pandora? ¿Podrá el crecimiento económico brindar automáticamente
prosperidad a todos o aumentará la brecha entre ricos y pobres? Y, aún más
importante, ¿el sistema global avanza de manera ordenada, suave y sólida, o
acaso la Nave Tierra va dando tumbos por el espacio de manera incontrolada?
En resumen, se puede decir que la globalización abarca graves 'choques
asimétricos', utilizando una expresión actualmente en boga. Estas asimetrías
se han manifestado en al menos tres 'dualidades'.
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horas con menos cesantes, o alguna combinación intermedia. Las estadísticas
del empleo que aparecen en los periódicos no suelen hacer grandes
distinciones entre el empleo a jornada parcial y a jornada total. Si un empleo de
jornada integral de 40 horas se reemplaza por tres empleos parciales de 10
horas cada uno, las estadísticas registrarán un aumento del empleo a través de
la creación de empleos, mientras que en realidad lo que se ha producido es
una disminución del esfuerzo general de 40 a 30 horas.
El cisma entre los ricos y los pobres parece estar aumentando no debido a
alguna siniestra conspiración global, sino por razones técnicas, brillantemente
definidas por Frank y Cook en su libro The Winner Takes All Society [La
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sociedad del ganador se lo lleva todo] (NY Free Press, 1995). Con la
globalización de la competencia, los concursos locales están desapareciendo y
están siendo reemplazados por campeonatos mundiales donde el ganador se
lo lleva todo. Es como si todos los campeones locales de tenis tuvieran que
enfrentarse a Pete Sampras antes de que pudieran reclamar cualquier derecho
a jactarse. Ya que sólo hay lugar para unos pocos Pete Sampras en el mundo,
la globalización de la competencia conduce a una situación en la que cada vez
hay menos ganadores, junto a grandes campeones que ganan premios cada
vez más exhorbitantes. Esta situación no conduce a una distribución equitativa
de los ingresos. Al contrario, exacerba la desigualdad y recompensa a los
empresarios con enormes premios, mientras deja las migajas para los
perdedores. Al igual que en una Copa del Mundo, son mucho los llamados pero
sólo un equipo se lleva el premio. Esto dibuja un contraste con el tan respetado
supuesto que enseñamos en microeconomía, según el cual las situaciones
competitivas son permanentes. De hecho, en la mayoría de los casos, la
competencia es el preludio del monopolio o del oligopolio.
Una vez más, podemos preguntarnos si esta situación es buena o mala. 'Al
ganador, los despojos' era la doctrina de los gladiadores romanos, que, antes
de la lucha, agregaban 'ave Cesare morituri te salutam' (ave Cesar, los que
están a punto de morir te saludan). ¿Deberíamos adoptar un modelo de coliseo
romano y dejar que los perdedores mueran o hay que disminuir la brecha entre
ganadores y perdedores? En lo que yo denomino el modelo Wimblendon,
tenemos una situación en la que el ganador se lleva un gran premio de,
digamos, un millón de dólares y los perdedores se quedan con premios de
consolación de cientos de miles de dólares. Hay bastante para motivar a los
ganadores sin, necesariamente, destruir a los perdedores.
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del cambio cualitativo) ha sido espectacular. Estadísticamente hablando, los
países de la OCDE son actualmente tres veces más ricos que en los años 60.
Si podíamos permitirnos un sistema de protección social generoso en aquella
época, podríamos permitirnos sistemas aún más generosos en la actualidad, si
la torta estuviese disponible para todos.
¿Puede el mercado garantizar una interacción fluida entre los diversos actores
de la escena mundial y promover el interés público sin una fuerza exterior?
¿Deberían las empresas asumir funciones de gobierno? De hecho, en algunos
períodos históricos, las empresas asumieron, asumieron dichas funciones. A
comienzos del período mercantilista, las empresas privadas eran filiales del
gobierno en el proceso de la expansión colonial. La Indian Company y la
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Hudson Bay Company tenían monopolios garantizados por el Estado para
administrar los territorios colonizados. ¿Podría darse una situación similar hoy
en día? ¿Puede el gobierno global privatizarse completamente? Creemos que
no por tres razones:
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anticártel y antimonopolio. Como se ha señalado anteriormente, este
supuesto es impugnable. En una situación de ganador-se-lo-lleva-todo,
la mejor estrategia es apostar por un monopolio o por un oligopolio, con
la influencia que esto implica y las economías de escala que pueden
gestionar. En el debate actual sobre Windows 98, el Departamento de
Justicia de Estados Unidos, una institución sumamente poderosa,
intenta imponer reglas a un actor global llamado Microsoft. Ahora bien, la
jurisdicción de las leyes de Estados Unidos se limita a su territorio. En
una economía globalizada, los Microsoft del futuro pueden pasar por
encima de las jurisdicciones nacionales y establecer monopolios
globales. No existe una legislación global antimonopolios. Windows 98
puede venderse fuera de Estados Unidos si otros países lo permiten.
Como consecuencia, una economía global dominada por un conjunto
oligopólico de grandes campeones puede protegerse totalmente contra
la legislación antimonopólica. Es probable que los monopolios o los
oligopolios globales no sean parangones de eficacia, y las distorsiones
generadas por los mercados imperfectos pueden imponer costos
significativos no sólo a los productores sino también a los consumidores.
Por estas tres razones, pensamos que no es sostenible una globalización que
se produce sólo como resultado de los factores del mercado y no restringida
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por las fuerzas externas al mercado. Por lo menos se necesita un árbitro más
allá de los votos del dólar. Por las razones mencionadas más arriba, este
árbitro no puede ser una ONG o un grupo de influencia de interés especial. En
el proceso de eliminación, el árbitro global debe encontrarse entre un actor o
actores con raíces democráticas. Esto apunta al papel potencial de las OIG.
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tener miembros universales, como en el caso de la OCDE (29 miembros), la
Organización Mundial del Comercio (OMT; 130 miembros o más) o las
Naciones Unidas (más de 160). Esta última aspira a la universalidad, pero no
incluye a todos los países del mundo, puesto que algunos, como Suiza, todavía
no se han integrado. De hecho, no hay ninguna OIG que agrupe a todos los
más de 200 países del mundo. Un verdadero gobierno global debería
eventualmente requerir una OIG de este tipo. El cuarto grupo es regional pero
tiene un objetivo específico de seguridad. De las grandes alianzas militares del
mundo, sólo sobrevive la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),
que actualmente vive un proceso de expansión y de replanteamiento de su
misión.
Debido al mundo cambiante en que vivimos, ¿cuál debería ser el papel del
Estado en el siglo XXI? Desde la caída del muro de Berlín, esta pregunta no ha
tenido respuestas satisfactorias. Hay pocas ideas coherentes en la
globalización. Hay 'poca izquierda en la izquierda', por así decirlo, y, al mismo
tiempo, 'no está todo derecho en la derecha'. Además, no hay ningún modelo
nacional lo suficientemente convincente para escoger. Hace quince años,
estaba el modelo de Estados Unidos, el soviético, el japonés, el sueco, el
francés y el alemán como modelos en el menú de opciones deseables. Esto
era antes de la globalización. Actualmente, todos estos modelos o se han
colapsado como modelos o se encuentran en un proceso de replanteamiento
fundamental. Por defecto, el modelo estadounidense parece haber sobrevivido,
si bien el jurado aún no ha decidido sobre su sostenibilidad a largo plazo ni
sobre su carácter exportable a otros países. Recuerdo que durante mis
estudios de doctorado en la universidad de Cornell, mi profesor de Historia
Económica, un estadounidense, decidió dejar de enseñar historia económica
de Estados Unidos alegando que el contexto era tan excepcional que pocas
lecciones universales podían extraerse de él. En cierto sentido, esto puede ser
verdad en el modelo actual de Estados Unidos. Más allá del hecho de que uno
de sus costos reconocidos ha sido una mayor desigualdad que en Europa y,
por lo tanto, una mayor desigualdad entre ricos y pobres, existe cierta
incertidumbre sobre su posibilidad de generalización. Si, por ejemplo, el mundo
entero adoptara exactamente las mismas normas que Estados Unidos,
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¿tendríamos un pleno empleo global? Es muy dudoso. En muchos sentidos, la
ventaja competitiva de Estados Unidos existe en la medida en que otros países
no utilizan las mismas estrategias. Si todos lo hicieran, las ventajas
competitivas serían neutralizadas.
Más allá de la formulación de reglas, los gobiernos del futuro tendrán que
decidir si tienen o no injerencia en la distribución de los ingresos. ¿Deberían los
gobiernos asumir una responsabilidad para disminuir la desigualdad de los
ingresos? Si se acepta una responsabilidad para conseguir una distribución
equitativa de los ingresos, ¿debería ejercerse a nivel nacional solamente o se
requiere una iniciativa global? Antes de la globalización, los Estados-naciones
individuales podían establecer las reglas y diseñar las políticas sociales que los
ciudadanos deseaban. Algunos países podían construir generosas redes de
seguridad bajo la forma de política de ingresos, empleo, salud y educación, y
mantenerlas con impunidad. Desde el nacimiento de la globalización y de los
factores móviles de la producción, los sistemas sociales han convergido hacia
abajo, es decir, hacia el mínimo común denominador. Puesto que un sistema
social generoso suele financiarse mediante altos impuestos, la amenaza de
relocalizar a las empresas y a los individuos obliga a los gobiernos a disminuir
estos impuestos y a disminuir los sistemas sociales que financian. En muchos
sentidos, se podría sostener que el sistema social de costo más bajo debería
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prevalecer en un escenario competitivo cualquiera, en el mismo sentido que el
precio más bajo prevalece en un mercado dado con una información adecuada
y un factor de movilidad.
Más allá del Estado como árbitro y el Estado como potencial redistribuidor del
ingreso, tendrán que examinarse y evaluarse otras funciones. ¿Cómo deberían
los gobiernos competir unos con otros para atraer el capital por la vía de
programas de incentivo? ¿Hasta dónde deberían los gobiernos ofrecer
servicios esenciales? ¿Deberían proteger la cultura y las denominadas
industrias estratégicas? ¿Deberían establecer reglas sobre los monopolios,
etc.? Todas estas preguntas han sido glosadas últimamente, pero el carácter
generalizado de la globalización nos obliga a enfrentarlas con unos juicios de
valor explícitos. No podemos seguir evitándolas.
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cabo una intervención (es decir, que no pertenezca al mercado) de 'gobierno'?
Aquí el principio de lo subsidiario es atractivo. Si las cosas se pueden resolver
a nivel local, ¿por qué molestarse para asumirlo a un nivel superior? Sin
embargo, puesto que la globalización engendra una interdependencia
creciente, tendrán que solucionarse un número creciente de problemas. Por
ejemplo, puesto que los cambios climáticos no respetan las fronteras
nacionales, las soluciones al cambio climático tendrán que ser globales o al
menos involucrar a los principales actores que intervienen en dicho cambios:
los que contaminan, los grandes consumidores de energía, etc. O, dado el
carácter global de Internet, ¿habrá que regularlo? Y, si es así, ¿quién lo hará?
¿Debería pedirse a la OCDE, a la OMC o a Naciones Unidas que formulen y
ejecuten estas reglas?
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maximización de los activos de los accionistas, a objetivos más amplios que
implican tener en cuenta los intereses de los participantes externos. De hecho,
cuanto mayor sea la gobernabilidad corporativa, menor será la necesidad de
gobernabilidad pública. No obstante, en ausencia de un sector privado global
autodisciplinado y que respete voluntariamente las reglas equitativas de la
competencia, se requieren árbitros exteriores, cuya función deberían analizar y
examinar diversos grupos.
Nota biográfica
Nota
* Las opiniones aquí expresadas son del autor y no reflejan necesariamente la posición oficial
del gobierno de Canadá. Los elementos de estas dos primeras sesiones fueron presentados
inicialmente en una conferencia dada por el autor en la serie de conferencias Carlson, en la
Universidad de Ottawa, en marzo de 1998, y han sido incluidas en las actas de aquella serie de
conferencias en un artículo publicado bajo el título "¿Se puede gestionar la globalización?".
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