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Cuando era una niña ni siquiera sabía que existía gente de “sangre mezclada”
como ella. No tenía televisión. No tenía teléfono. El aislamiento al que los
mestizos e indígenas estaban sometidos tuvo su máxima expresión en el
colegio. Campbell, como otros cientos de miles de niños y niñas de su etnia,
tuvo que asistir a una escuela, las conocidas como residential schools, en la que
se les impuso la cultura dominante canadiense para “matar al indio en su
interior”. Se trataba de instituciones promovidas por el Gobierno y gestionadas
por la Iglesia que, en 2015, gracias al trabajo de la Comisión de la Verdad y la
Reconciliación, fueron responsabilizadas de contribuir al genocidio cultural de
los pueblos indígenas de Canadá.
Desde que era una niña, con menos de 15 años, cuando su madre murió,
Campbell tuvo que sortear la pobreza y la discriminación para mantener a su
familia. Trató de terminar sus estudios, pero no pudo. Fue madre en la
adolescencia, casarse era su única manera de conseguir dinero y proveer a sus
hermanos. Probó en todo tipo de trabajos. Se enamoró y sufrió maltrato. Se
mudó del campo a la ciudad en busca de una oportunidad. Y se encontró con las
drogas y el alcohol. De este periplo vital tan cruel se queda con una lección:
“Aprender te da libertad”. “Una vez que me fui de casa, a la ciudad, y estuve
expuesta a otras personas, a otras realidades, empecé a leer mucho, a aprender
por mí misma, me politicé, empecé a entender la colonización y a revisar la
historia de mi país, de mi comunidad”.