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Maria Campbell: “El armario de

los indígenas está lleno de


perdones”
La escritora y activista indígena canadiense relata en 'Mestiza'
cómo sobrevivió a la pobreza, el alcoholismo y a una violación con
15 años
La escritora Maria Campbell. TED WHITECALF
ANA MARCOS

9 OCT 2020 - 00:35 CEST

Maria Campbell, de sangre escocesa, francesa e indígena, vivió en los márgenes


en los que el sistema ha confinado a la comunidad mestiza en Canadá hasta que
pudo traspasar esas barreras invisibles igual de firmes que las del cemento. La
escritora, una de las activistas métis (como se conoce a los mestizos
canadienses) más importantes de su país, cruzó el umbral después de sufrir la
pobreza, la discriminación, el alcoholismo, la drogadicción, el abuso y la
violación. Mestiza, sus memorias publicadas originalmente en 1973, se
reeditan íntegras en España (Tránsito) tras haber sufrido la censura y, pese a
ello, haberse convertido en una obra esencial de la literatura indígena. Es el
relato, dice la autora, de “una víctima de la colonización” que ahora es una
superviviente dedicada a la lucha por los derechos de su pueblo.

A punto de cumplir 82 años, esta mujer de pelo rizado (ahora cano, en su


juventud negro) y ojos azules, rememora al otro lado de la pantalla, en una
conversación por Zoom, cómo acabó uno de los capítulos más dolorosos de su
vida marcado con una gran X roja: la violación que sufrió con 15 años. Lo hace
sin perder el tono pausado y firme. Entonces no denunció. Solo lo sabían su
hermano y Cheechum, su bisabuela. Su padre se enteró justo antes de que
Campbell tuviera la fuerza necesaria para contarlo en primera persona
en Mestiza. La escritora le leyó el manuscrito y él, pese al dolor, solo le dijo una
frase: "Tienes que publicarlo". Las páginas no llegaron a imprenta. “No pude
hacer nada”, dice, “el libro era un best seller, y antes nadie hablaba de
violaciones”. Mucho menos si los violadores eran dos policías militares.
La nueva edición de Mestiza (publicada en catalán por Club Editor) incluye esa
escena terrible. “En realidad todo el libro es una violación”, afirma, “de la tierra,
de los niños, la mía… Todo gira en torno a la violencia y el abuso”. El libro se
convirtió en su manera de romper con el silencio y el miedo que durante
décadas han marcado el devenir de su comunidad e iniciar lo que Campbell
denomina el proceso de descolonización en el que aún está inmersa.

“Hace 50 años, cuando lo escribí, no encontraba sitio en el que encajar: odiaba a


mi comunidad y al mismo tiempo había cosas de mi gente que me encantaban”,
explica. Campbell no era lo suficientemente blanca ni lo suficientemente
indígena. Esa sensación de estar en tierra de nadie –literalmente, el Gobierno
canadiense arrebató las tierras a los indígenas y aún litigan por recuperarlas–
marcó los primeros 30 años de su vida.

Cuando era una niña ni siquiera sabía que existía gente de “sangre mezclada”
como ella. No tenía televisión. No tenía teléfono. El aislamiento al que los
mestizos e indígenas estaban sometidos tuvo su máxima expresión en el
colegio. Campbell, como otros cientos de miles de niños y niñas de su etnia,
tuvo que asistir a una escuela, las conocidas como residential schools, en la que
se les impuso la cultura dominante canadiense para “matar al indio en su
interior”. Se trataba de instituciones promovidas por el Gobierno y gestionadas
por la Iglesia que, en 2015, gracias al trabajo de la Comisión de la Verdad y la
Reconciliación, fueron responsabilizadas de contribuir al genocidio cultural de
los pueblos indígenas de Canadá.

“Nos han quitado el lenguaje y es difícil recuperarlo si no vives donde lo


aprendiste”, explica la escritora. “La tierra es nuestro lenguaje, nuestra manera
de comportarnos. Nosotros no hablamos como los que viven cerca del océano.
Nuestro paisaje nos moldea. De la tierra viene nuestro alimento. ¿Por qué no
podemos tener nuestra tierra? ¿Por qué me tienen que imponer ser como el
otro?”, plantea. Campbell cuenta en Mestiza esa lucha que se remonta a sus
antepasados y aún pervive. La deuda la han contraído sus hijos, sus nietos y
bisnietos. “Yo vivo en mi tierra porque la he comprado”, aclara. “Mi madre, mis
tías, mis abuelas no pudieron verlo. Yo espero conseguirlo”.

Desde que era una niña, con menos de 15 años, cuando su madre murió,
Campbell tuvo que sortear la pobreza y la discriminación para mantener a su
familia. Trató de terminar sus estudios, pero no pudo. Fue madre en la
adolescencia, casarse era su única manera de conseguir dinero y proveer a sus
hermanos. Probó en todo tipo de trabajos. Se enamoró y sufrió maltrato. Se
mudó del campo a la ciudad en busca de una oportunidad. Y se encontró con las
drogas y el alcohol. De este periplo vital tan cruel se queda con una lección:
“Aprender te da libertad”. “Una vez que me fui de casa, a la ciudad, y estuve
expuesta a otras personas, a otras realidades, empecé a leer mucho, a aprender
por mí misma, me politicé, empecé a entender la colonización y a revisar la
historia de mi país, de mi comunidad”.

Campbell se ha convertido en ejemplo de los cambios en las comunidades


indígenas. Asegura que la discriminación sigue pese a los intentos de sucesivos
gobiernos por la reconciliación de su país, pero es optimista al enumerar el
gran número de profesores, escritores, filósofos, políticos indígenas que ayudan
a las nuevas generaciones. También a las mujeres. Aunque es tajante: “No soy
feminista. Para mí el feminismo no es distinto del patriarcado: mujeres
tratando de ocupar el puesto de los hombres”. Se define como mujer indígena.
Defiende que su pueblo vivía en igualdad hasta que fueron colonizados. “En mi
proceso de descolonización voy descubriendo el poder y la fortaleza de las
mujeres de mi pueblo. Teníamos el mismo papel que los hombres, así se
evidencia en nuestras prácticas religiosas”, explica. “No encuentro esa realidad
en ningún ismo, y eso que en nuestra comunidad hemos conocido el marxismo,
el comunismo, el feminismo. Siempre se constituyen como una oferta de poder,
es decir, de quién se va a quedar con el poder”.

Campbell no quiere el perdón del Estado canadiense. “El armario de los


indígenas está lleno de perdones”, dice. “Lo que hay que hacer es mejorar las
cosas. Hay que encontrar la manera en la que mis hijos y los tuyos puedan
convivir, respetarse y tratar con respeto al medioambiente. Honrar las
diferencias del otro. No vivimos en ese mundo”. Todavía, confía.

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