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Miedo oratorio

Miedo oratorio

Miedo a la oratoria

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Teleclase práctica

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LECCIÓN 1 de 5

Miedo oratorio

Nuestro sistema nervioso está preparado para enfrentar situaciones difíciles de una manera siempre igual,
estereotipada y comparable, ya sea en una circunstancia de peligro físico o en una de estrés emocional importante.

El factor de mayor valor, responsable de todas las reacciones, es una rápida descarga de adrenalina que liberan las
glándulas suprarrenales y que, como primera manifestación física, acelera el pulso, eleva la presión arterial y libera
glucosa, lo que proporciona una fuente de energía adicional de la que en el acto pueda disponerse. Esta reacción es
normal y necesaria. Si no la tuviéramos frente a una emergencia, tendríamos una marcada inferioridad de condiciones
físicas.

El cuerpo no entiende la diferencia entre exigencias intelectuales, emocionales y físicas. Cada vez que el cerebro
transmite una exigencia, se produce una descarga de adrenalina que prepara a todo el organismo para la emergencia.
Alerta es la palabra. Cada sistema, cada órgano y cada célula está dispuesta a rendir el máximo de su potencial.

Los psicoanalistas distinguen claramente el miedo de la angustia. El primero consiste en una reacción normal frente a
un peligro que realmente existe, mientras que la angustia se refiere al miedo sin objeto real. Es absolutamente
necesario conocer nuestras sensaciones para poder comprenderlas y dominarlas. No nos equivoquemos, eso que
sentimos al enfrentar un auditorio es miedo, no es angustia; es solo el miedo natural normal que debemos sentir
frente a una situación de estrés emocional; es el miedo saludable de asumir un compromiso en el que se juegan
muchas cosas: nuestro prestigio y la responsabilidad de quien nos ha invitado; es miedo respetuoso del auditorio que
nos escucha; es miedo digno de una empresa que se nos ha confiado y que merece esta alerta que nos impone nuestro
cuerpo.

“No se preocupe; tenga miedo”


Este título de un artículo de Gabriel García Márquez nos viene justo para el concepto que queremos afirmar en estas
páginas. El miedo profesional es el que padece toda persona en el momento en que afronta la realidad de su
profesión: es normal que le tiemble la mano al cirujano cuando comienza una operación difícil; es normal que se
crispen los puños de un piloto apretando el volante a la hora de la largada; es normal que le flaqueen las piernas al
boxeador cuando suena la campana; es normal y saludable que nuestro pulso se acelere y nuestra boca se seque
cuando afrontamos el compromiso de hablar en público responsablemente. Seguro que, a medida que se concentren
en lo suyo, se afirman las manos del cirujano y del piloto y las piernas del boxeador, y se serene el pulso del orador
no bien note que lo escuchan con atención, que lo que dice tiene sentido, que está volcando sin contratiempos lo que
preparó con esmero y dedicación para ese día.

Lo que ocurrió no fue otra cosa que la vibración natural del arco cuando se tensa con fuerza antes de partir la flecha.
Después se ablanda, serenamente se cumple su destino.

Benditos sean mis nervios (no luches contra lo inevitable)

Es inevitable que nos sintamos nerviosos ante situaciones poco comunes que exigen un excelente desempeño, porque
la inexperiencia es sinónimo de no saber qué hacer, qué decir ni qué pensar. Sin embargo, tiene una gran ventaja:
saca lo mejor de nuestro interior; nos pone en ese estrés que permite sentirnos tensos como la cuerda del violín,
afinada, a punto.

Aunque es cierto que los ejercicios de relajación pueden ayudar, sobre todo si los hemos practicado durante mucho
tiempo y dominamos la técnica, es inevitable que una persona se sienta nerviosa ante las exigencias de una figura de
autoridad (un jefe, un maestro, un progenitor, un pariente político) que espera nada menos que lo mejor. ¡Cuánto más
si de ello depende su futuro! De modo que, si no puedes dejar de sentir que tus nervios te tensan ante la urgencia de
las circunstancias, ¿por qué luchar contra lo inevitable?

Pensemos en positivo: “Benditos sean mis nervios, que me ayudaron a triunfar. Cuando un ladrón me acosó, me
hicieron pegarle un grito impresionante y salí corriendo como el viento, tanto que lo desconcerté y no pudo
alcanzarme”.
“Benditos sean mis nervios, que me ayudaron a triunfar. Cuando necesité asirme de una rama, porque casi había
caído a un abismo del bosque, fue tan fuerte la presión de mis manos que logré soportar hasta que vinieron al rescate
mis amigos”.

“Benditos sean mis nervios, que me ayudaron a triunfar. Cuando fui objeto de una grave injusticia, defendí mis
derechos con tanto valor que nada ni nadie se atrevió a responder ante mi indignación. ¡Hasta me confundieron con
un abogado!”.

“Benditos sean mis nervios, que me ayudaron a triunfar. Hoy tengo que exponer en público y he comenzado a
temblar”.

Sugerencias que brotan de la experiencia

Alimentos

Toma la última comida dejando un gran espacio de tiempo entre su ingestión y el momento de la exposición. Por
ejemplo, si la exposición se llevará a cabo por la mañana, come algo muy ligero por lo menos tres horas antes y solo
si tienes mucha hambre. Si será al mediodía, toma un alimento ligero temprano por la mañana y deja los alimentos
del mediodía para después de la exposición. Si será al caer la tarde o en la noche, sigue el mismo principio: deja los
alimentos para después, como los artistas.

Cuerpo

Aunque suene escatológico, te podemos asegurar que es un buen consejo: vacía lo más posible los intestinos y la
vejiga, para que no distraigan la atención de la mente y las emociones y, si en algún momento antes de la exposición
sientes que te piden ir a atenderlos, es mejor obedecer a tu organismo que al deseo de quedar bien con los demás. Si
no obedeces a tu organismo, te podría jugar una mala pasada.
Descanso

Es mejor un poco de sueño que seguir ensayando hasta morir. La mente profunda, que se encarga de los sistemas
automáticos y condicionados del organismo, se “desfragmenta” durante el sueño y después trabaja mejor. Si les das
tiempo para reorganizarse, será una buena inversión.

Puntualidad

Llega muy temprano al lugar de la exposición y familiarízate con los detalles del local. Saluda a la mayor cantidad
de personas y, si te sientes muy nervioso, confiésales que te sientes nervioso, para provocar que digan cosas
positivas como: “No te preocupes, todo va a salir bien”. Eso ayuda.

Concentración

En vez de conversar previamente con los asistentes acerca de cosas ajenas a la ocasión o usar el canal de tu mente
para pensar “estoy nervioso”, usa el tiempo y la conversación para hablar del contenido del discurso y nada más que
del contenido del discurso. No hables de otra cosa. Cuéntales cómo vas a empezar, cómo vas a terminar, qué
láminas vas a usar y en qué orden. ¡No hables de otra cosa! Aprovecha la conversación para ensayar y “medir” al
auditorio.

¿Será mejor que otro lo haga por mí?

Miguel Ángel Ruiz Orbegoso


Sentirte incapaz de hacer algo que otro puede hacer (porque eres de condición social o económica, o porque te
avergüenzas de tu manera de hablar) podría demostrar que tienes una debilidad. ¿Qué debilidad? Tal vez digas: “Tú
tienes mejores condiciones que yo para llevar a cabo esa misión (tarea, asignación, meta, comisión o idea)”, sin darte
cuenta de que, en tu imaginación, la otra persona ha pisado con fuerza el plato de la balanza y te ha elevado a la
altura de una simple capa de polvo. Entonces te engañas creyendo que tiene más imagen, más personalidad, mejor
familia, mejores ingresos, mejores referencias, mejores relaciones, más edad, más capacitación, más currículum, más
experiencia, mejor carácter, más habilidad o más claridad de pensamiento que tú. ¡Te desprecias!

Como sugiere Kerry L. Johnson, reputado instructor de vendedores, a veces puede deberse a uno o más de los cuatro
temores autosaboteadores: temor al rechazo, al fracaso, al ridículo o al éxito. En nuestra opinión, estos cuatro pueden
resumirse en una sola palabra: timidez, porque son manifestaciones que se dan en las personas tímidas.

A veces el temor al rechazo está escondido. Por ejemplo, temes abordar a alguien porque temes que te rechace
diciéndote que está muy ocupado o apurado o que tal vez ni siquiera se digne a darte una respuesta. Sientes ansiedad
de solo pensar que te dirá que no. Todo está en tu imaginación y lo das por sentado.

A veces el temor al fracaso está escondido. Por ejemplo, has intentado diez mil veces alcanzar cierta meta y ha sido
como subir un cerro de arena. Comenzaste de cero tantas veces que dejaste de ver la cima. Literalmente, te rendiste
antes de tiempo y te “convenciste” de que el éxito era para otras personas, de que carecías de las cualidades
esenciales para triunfar. Te acostumbraste a proyectar una imagen de conformista.

A veces el temor al ridículo está escondido. Por ejemplo, cada vez que la curiosidad o la inexperiencia te metieron en
problemas, tus amigos, parientes, maestros, proveedores o clientes se rieron y te sentiste mal. Te diste cuenta de que
lo mejor era convertirte en una persona perfeccionista que sería incapaz de presentar un trabajo bien hecho, es decir,
continuar haciéndole correcciones indefinidamente y usarlo como pretexto de que aún falta terminarlo. En realidad,
se trata del temor de que se rían de ti.

Y a veces el temor al éxito está escondido. Por ejemplo, sabes que, si aceptas el reto de mejorar ciertos rasgos de tu
personalidad, mejorar tu imagen, tarde o temprano tendrás que hablar en público y dar alguna explicación o conceder
una entrevista y responder preguntas. Por eso prefieres refugiarte en una falsa modestia, alabando a otra persona y
animándola a recoger el trofeo que, en realidad, deberías recoger tú. Evitas desarrollar tu personalidad porque intuyes
que implicará enfrentarte a la vida y a la responsabilidad de tomar grandes decisiones, lo cual significaría exponerte
al progreso y a lo que tanto te asusta: ser mejor.
Usualmente, las personas disimulan muy bien su temor al qué dirán, ¡porque rehúsan reconocer que sufren de
timidez! Prefieren evitar o posponer la toma de decisiones para huir de los comentarios pesimistas de uno de sus
padres, uno de sus hermanos, uno de sus amigos, uno de sus compañeros de estudio o trabajo o de cualquiera que
parezca haber convertido la crítica punzante en su única ocupación conocida. Prefieren que otros decidan por ellos en
cuanto a si tomarán una Pepsi o una Coca; aceptan las decisiones de los demás con tal de evitar que alguien se ría de
lo que decidan por ellas mismas. En el fondo les disgusta comportarse así, aunque lo prefieren antes que hacer
algunos ajustes.

¡Sí! Otro podría hacerlo por ti y ¿qué demostrarías? ¿Es realmente un incentivo para ti meterte debajo de una piedra
y observar cómo otros se comen tus éxitos recogiendo el trofeo que te corresponde? ¿Te parece edificante rebajarte a
tus propios ojos hasta el punto de evadir la responsabilidad de ir y hacer lo que debes hacer? ¿Hasta cuándo
pospondrás tu decisión de salir al frente de tus proyectos y reconocer que tú eres el artista que está detrás de la
pintura? La humildad es excelente; la falsa modestia es orgullo disimulado. ¿Te gusta viajar con el equipaje?

Esto nada tiene que ver con presumir o volverte una persona famosa. Lo que queremos decir es que ciertamente otro
lo puede hacer en tu lugar, solo que te costará el desarrollo de tu personalidad. ¿Verdaderamente quieres eso?

La voz no tan humana

Pensemos en la siguiente situación: cuando el miércoles pasado una voz nos anunció que al día siguiente nos harían
una entrevista radial por teléfono, consideramos: “Tómalo con calma”. Estaríamos de local, llamarían a casa; como
dicen los norteamericanos: take it easy. “Una entrevista por radio. No es la tele ni el cine, solo la radio. Ja, ja, será
como hablar con alguien por teléfono”, y nos sentamos en el sillón cómodo. La entrevista sería recién el jueves a las
doce y cuarenta, y todavía era miércoles a las diez de la mañana. Llegó mi mujer.

—Hola —me saludó y, viéndome particularmente inactivo, preguntó—:¿Qué estás haciendo?

—Esperando que me llamen de la radio.

—¿Te van a llamar ahora? —me preguntó como si fuera lo más normal del mundo que a uno lo llamen de una radio.
—No exactamente ahora —dije—. Mañana a las doce y cuarenta...

—¡Pero son las once de la mañana de hoy!

—Bueno, vos sabes cómo son los periodistas —expliqué.

Mi mujer se dio rápidamente por vencida. Retomó la batalla cuando a la una de la mañana de ese miércoles yo aún
no me había acostado.

—¿No vas a dormir? —me preguntó.

—Sí —dije—. Ya voy, ya voy...

Pero permanecía mirando por la ventana, con la esperanza de que mi mujer se durmiera. Miraba por la ventana para
averiguar si ya comenzaba a ocurrir algo con respecto a mi reportaje, pues me han dicho que las ondas radiales llegan
por aire, y quizás ya hubiesen comenzado a enviarlas, lentamente. A las cuatro me fijé si el teléfono tenía tono y creo
que me dormí. Me despertó su campanilla a las nueve de la mañana. Levanté el tubo y dije:

—Bueno, mi opinión al respecto es que...

—Hola —dijo mi mujer del otro lado de la línea—. Salí temprano y quería desearte suerte.

—¿Suerte? —pregunté con indiferencia—. ¿Suerte para qué?

—Para el programa de radio —me recordó ella.

—Ah, eso. Sí, no te preocupes. Casi me había olvidado.

Con una risa que me resultó algo irónica, cortó. Me senté nuevamente en mi sillón negro…
—Alguna vez le hiciste preguntas a Alfonsín —me dije—. No podés ponerte nervioso por un par de preguntas. Tenés
que relajarte.

Me levanté del sillón y me fui a la pieza. Al rato, llamé por teléfono a mi mujer a su trabajo: un hospital. Me
preguntaron si era urgente. Dije que muy urgente. Cuando me atendió, algo alarmada, le pregunté:

—¿Te parece que con la camisa blanca y la corbata azul voy a estar bien?

—¿Bien? —preguntó algo confundida—. Me dijeron que eras un paciente. Camisa, corbata..., pero ¿no es una
entrevista radial?

Ah... —recapacité—. Sí, sí, es radial. Discúlpame, nos vemos después.

Corté, fui hasta el espejo, me miré. Me cambié la corbata por un moño, era más elegante. Y de pronto recordé un
detalle en verdad importante: mi voz. Tengo una voz aguardentosa, de dirigente de barrabrava de fútbol, disfónica y
escasamente entendible. Era posible que pronunciara el mejor discurso del mundo y, por culpa de mi voz, que nadie
entendiera un comino.

Qué hacer. Me vino a la memoria que cuando hice mi barmitzvá me habían recomendado tragarme dos huevos
crudos para suavizar la garganta. No recuerdo que me haya mejorado la voz, pero sí que estuve vomitando un buen
rato. Volví a intentarlo. Después de todo, la comunicación es fundamental y merecía el sacrificio.

Tragué dos huevos crudos, creo que incluso uno de ellos estaba podrido. Cosas que pasan. Estuve vomitando
prácticamente quince minutos ininterrumpidos; cuando finalmente no quedó nada dentro de mí, tampoco tenía voz;
apenas una carraspera ininteligible.

Sonó el teléfono.

—Bueno —dije—. En mi opinión...

—¡No! —grité luego de escuchar la voz del otro lado—. ¡No soy la señora Mendelson! ¡La señora Mendelson murió!
¡Se agarró los dedos con la persiana y murió, la velan mañana en el jardín botánico! —Y corté.
A las doce y treinta y nueve, el teléfono estaba mudo.

—Se rompió —me dije—. Estos tarados de Entel te rompen el teléfono cuando más lo necesitas.

Y no me importó que Entel ya no existiera, habían regresado del pasado para romperme el teléfono. Levanté el tubo:
tenía tono. Lo corté como si quemara. Si bien era cierto que esta gente de la radio estaba resultando
desconsideradamente impuntual (habían dicho doce y cuarenta, y ya eran las doce y treintainueve con cuarenta
segundos), quizás me estuvieran llamando en ese mismo minuto y debía darles una oportunidad.

A las doce y cuarentaicinco, el teléfono continuaba mudo y decidí irme a Europa. Estaba haciendo mis valijas cuando
sonó el teléfono.

—Buenos días —me dijo una muy agradable voz—. Saúl Hochberger, de radio Jai le habla...

—Hola, buenos días... —dije tranquilamente.

Y aunque la punta de la camisa se me había trabado en el cierre de la valija y tuve que responder a las preguntas
semiagachado, la conversación fue estupenda.

Marcelo Birmajer

Ser humano y otras desgracias ® 1997 by Ediciones de la Flor (fragmento).

El autor nació en la ciudad de Buenos Aires, en 1966. Además de los cuentos de Ser humano y otras desgracias,
incursionó en este género en el suplemento de humor del diario Página 12, bajo el seudónimo de Berni Danguto.

Sin embargo, la mayor parte de su producción literaria se inscribe dentro del género policial y está orientada a los
lectores adolescentes. Dentro de sus obras, se destacan: Un crimen secundario, Derrotado por un muerto y El alma
al diablo.
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Miedo a la oratoria

¿Qué es el miedo?

Comenzaremos a definir qué es el miedo. El psicólogo Giorgio Nardone afirma en su libro Más allá del miedo que
son construcciones mentales creadas por el propio sujeto que llegan a tal punto que nos asustan, es decir, como
podemos fantasear, de la misma manera podemos temer. Sin embargo, precisamente porque es una construcción
nuestra podemos también deconstruir ese miedo.

Nardone prosigue con que el miedo es una percepción que desencadena una emoción, la cual, a su vez, genera una
reacción psicofisiológica, mientras que la ansiedad es ese efecto psicofisiológico de esta percepción.

El miedo, si lo tomamos como una emoción psicobiológica, es normal y fundamental para la adaptación de los
animales y de los seres humanos en su ambiente. Sin una dosis de miedo, no se sobrevive, puesto que es una reacción
que nos alerta frente a los peligros reales y nos permite afrontar tales situaciones después de haberlas reconocido
como peligrosas. Podemos considerar el siguiente ejemplo: si ciertos animales herbívoros no huyeran apenas
reconocen el peligro de ser atacados por depredadores, estos se los devorarían, de modo tal que se extinguiría la
especie. De esta forma, los animales herbívoros logran sobrevivir.

Pero cuando el miedo supera cierto umbral, cuando nos bloquea y nos volvemos incapaces de reaccionar de manera
idónea de acuerdo con los acontecimientos, estaríamos hablando de miedo patológico. El miedo normal incrementa
nuestras capacidades para manejar la realidad; el miedo patológico limita e incluso anula la capacidad, nos impide
desarrollar nuestros deseos.
Sin una dosis de miedo no se sobrevive, puesto que es una reacción que nos
alerta frente a los peligros reales y nos permite afrontar tales situaciones
después de haberlas reconocido como peligrosas.

Miedo a hablar en público

El público no es nuestro enemigo, sino que, al contrario, está conformado por personas que consideran que el orador
puede aportarles algo, que no van a perder el tiempo escuchándolo.

El miedo a hablar en público aparece ante situaciones diversas tales como dar una charla, hacer preguntas en una
conferencia, expresar una opinión en una discusión de grupo o rendir un examen, entre otros. Tener miedo ante una
intervención pública es normal y no por ello se considerará a la persona como débil e insegura.

Ahora bien, es importante analizar el miedo personalmente nos amenaza y tratar de descubrir las causas que lo
originan. Después de detenernos a pensar sobre esto, podremos observar que gran parte de ese miedo es irracional, es
decir, que no obedece a motivos lógicos.

En nosotros se ponen en juego procesos cognitivos ante situaciones como las anteriormente mencionadas; en otras
palabras, se generan pensamientos o imágenes con las siguientes características:

Anticipación de conductas desfavorables (pensarán que decimos tonterías).

Evaluación negativa de la situación (hablar en público es realmente horrible).

Evaluación negativa de sí mismo (nunca seremos capaces de conseguirlo).

Evaluación negativa de la propia actuación (lo estamos haciendo mal).


Puede resultar importante preguntarse previamente ante los pensamientos negativos o desadaptativos lo siguiente:

¿Qué evidencia hay a favor y cuál en contra de que eso sea así?

Pensar así, ¿ayuda a nuestro objetivo?

Y si fuera cierto, ¿qué es lo peor que nos podría pasar?

Hay otro tipo de miedo que es racional y se puede presentar ante ciertas situaciones, como quedarse en blanco, no
saber contestar una pregunta o que no funcione el proyector.

El público no es nuestro enemigo, sino que, al contrario, está compuesto por


personas a las que el orador puede aportarles algo, que no van a perder el
tiempo escuchándolo.

Soluciones fallidas

Al tener que enfrentarnos a hablar en público, nos proponemos distintas soluciones. A veces estas no funcionan o
bien funcionan al principio, pero se convierten gradualmente en intentos fallidos y reiterados de manejar la realidad.
En vez de aportarnos soluciones, nos agravan el problema, son llevadas a cabo y reiteradas porque en el momento
crítico funcionaban como reductores del miedo, pero posteriormente solo consiguen incrementarlo.

Miedo evitado, miedo incrementado


Varias investigaciones empíricas han demostrado que la mayoría de las personas que intentan controlar las reacciones
de miedo consigue aumentarlo. Cada vez que evitamos una situación peligrosa, se confirma la peligrosidad de la
situación evitada y nos preparamos para la siguiente. Esto sucede a menudo cuando nos repetimos interiormente: “No
tengo que ponerme nervioso” o “Tengo que evitar hacerlo”; en esos casos, es cuando más nerviosos nos ponemos.
Esta espiral de progresivas evitaciones produce el incremento del miedo, lo cual aumenta la desconfianza en el
propio sujeto.

La mayoría de las personas que intentan controlar las reacciones de miedo


consigue aumentarlo. Cada vez que evitamos una situación peligrosa, se
confirma la peligrosidad de la situación evitada y nos preparamos para la
siguiente.

Control que hace perder el control

Cualquiera que se concentre en controlar sus funciones fisiológicas acaba por alterarlas precisamente al intentar
controlarlas, es decir, el excesivo intento de controlar es el que hace perder el control.

Sugerencias de posibles soluciones

Si te lo concedes, puedes renunciar a él; si no te lo concedes, será irrenunciable. Es importante poder modificar
nuestra percepción de la realidad amenazante y, en consecuencia, cambiar también nuestras reacciones y nuestros
conocimientos. Al respecto, parece iluminador el siguiente ejemplo propuesto por Igor Sikorsky: “Según respetados
textos de aeronáutica, el abejorro no puede volar a causa de la forma y el tamaño de su cuerpo en relación a la
superficie alar. Pero el abejorro no lo sabe por eso sigue volando”.
Para tener en cuenta (luego de una relajación y una profunda respiración):

Se debe desplazar la atención del sujeto, del control de sí mismo a cualquier otra cosa. Por ejemplo, se
1
puede comenzar el discurso diciendo: “Como todos ya saben, estas situaciones nos hacen poner un
poco nerviosos, pero de más está decir que nuestra intención es compartir con ustedes este lindo
momento”. Al colocar en palabras lo que está pasando, se le posibilita al público empatizar con el

orador. Como se mencionó anteriormente, el miedo es una emoción normal y, por lo tanto,
común a todos; el miedo ha sido exteriorizado, está fuera de nosotros, lo
hemos debilitado al enfrentarlo y reconocerlo como tal.

2 Buena preparación del tema, de manera comprensiva, investigación minuciosa. Realizar un esbozo.

3 Se debe mirar al público antes de hablar.

4 Conservar la naturalidad.

5 Planificar las primeras frases de la presentación para que esto genere confianza y seguridad.

6 Acción. La única forma de vencer el miedo de hacer algo es haciéndolo: el miedo de decir “Te amo” o
“Ya no te amo” se va después de decirlo; el miedo de hablar en público se va después de hablar; el
miedo a estar solo se va después de estar solo; el miedo a una persona se vence después de enfrentarla.

7 El miedo, entonces, es tu aliado, tu gran amigo, es el indicador del camino al crecimiento. Cuando
sientas miedo por algo, ataca el miedo con la acción y así te convertirás en una persona de poder (nos
referimos a la connotación positiva, que es poder sobre uno mismo). Lo contrario a esto es el
estancamiento. Recuerda que las cosas que se estancan se pudren. No sentir miedo es señal de que no
estamos creciendo. La fórmula es la siguiente:

Figura 1: Del miedo al poder


Fuente: Imagen recuperada de búsqueda en Google.
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Referencias

Ander Egg, E. y Aguilar, M. (2006). Cómo aprender a hablar en público. Buenos Aires, AR: Lumen.

Birmajer, M. (1997). Ser humano y otras desgracias. Buenos Aires, AR: Ediciones De La Flor.

Di Bartolo, I., Bustamante, A., Henry, E. L., Llabrés, C. G., Malatesta, N. O., Vilches, M. A.,… y Di Bartolo, I.
(h). (2009). Para aprender a hablar en público. Buenos Aires, AR: Corregidor.

Di Bartolo, I., Bustamante, A., Henry, E. L., Llabrés, C. G., Malatesta, N. O., Vilches, M. A.,… y Di Bartolo, I.
(h). (2009). Para aprender a hablar en público. Buenos Aires, AR: Corregidor.

Ruiz Orbegoso, M. A. (s. f.). ¿Será mejor que otro lo haga por mí? Recuperado de
http://www.oratorianet.com/rsp/Index/Index_OTRO.html
LECCIÓN 4 de 5

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