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Cuerpo, vestimenta y gestos

Lenguaje corporal

Que todo el auditorio te observe y puedas observar a todos

Referencias
LECCIÓN 1 de 3

Lenguaje corporal

Carlos G. Llabrés, en el texto de Di Bartolo et al. (2009), Para aprender a hablar en público, afirma que nuestra
imagen impacta a nivel no consciente, de modo que genera en pocos segundos: aceptación o rechazo, credibilidad o
desconfianza, buena o mala predisposición, aun antes de una valorización de lo expresado oralmente.

La apariencia de seguridad y profesionalismo, por lo tanto, es anterior a la exposición. La calificación de lo


expresado oralmente confirma, refuerza (o descalifica también) esa impresión inconsciente, primaria, del primer
impacto corporal. La información llega instantáneamente a lo más profundo y antiguo del cerebro, al palioencéfalo:
acumulación de experiencias de la especie humana desde su inicio como tal. Ahí se contacta con lo primitivo del
hombre, anterior a la palabra, lo gestual, lo corporal.

Birdwhistie midió este tiempo del primer impacto: es de 15 a 45 segundos. ¡Ahí se juega gran parte del acto oratorio!
Y justo en esos primeros segundos el orador padece del tan temido miedo oratorio.

La imagen personal, corporal y todo nuestro cuerpo transmiten rápidamente


potentes mensajes al auditorio.

Los inexpertos no entrenados desearían escapar de esa situación. Se ocultan tras un pupitre, floreros, jarras de agua,
micrófonos, arreglan apuntes o la ropa, la corbata, el pelo; recurren a todo lo que les alargue el tiempo de presentarse
a esos cientos de ojos que desde el auditorio lo miran despiadadamente y para mejorar la tensión que padecen no
encuentran otra palabra para comenzar que... bueno... este...
Al respecto Llabrés (como se cita en Di Bartolo et al., 2009) indica qué tenemos que hacer, qué vestimenta utilizar y
cómo leer el auditorio. A continuación, se presenta cada uno de estos aspectos.

Qué tenemos que hacer

Primero, debemos pararnos frente al público; siempre que puedas comienza tu presentación de pie, que vean toda tu
figura. No te ocultes. Tus hombros deben estar alineados con sus pies, no rotados o torcidos.

Los pies deben estar separados al ancho de los hombros. Debes mostrarte con seguridad, sin balanceos adelante y
atrás, sin oscilar apoyándote primero en un pie y luego en otro, sino relajado, tranquilo. Quédate quieto para que te
vean.

Es importante estar bien alineado. El torso, el cuello y la cabeza deben estar con igual orientación que la pelvis, las
piernas y los pies en la presentación. Es muy común descuidar este detalle y comenzar a hablar torcido, con ambos
sectores dirigidos en posiciones opuestas. Durante la disertación, si lo necesitas, gira cabeza y hombros juntos (no la
cabeza y cuello solos).

A donde mira el orador y a donde lleva su torso se enfoca la atención el auditorio. La palabra en esos primeros 10
segundos no tiene ninguna importancia, de modo que tómate ese tiempo para hacer lo que se denomina silencio
inicial, que caracteriza a todo buen orador. Lograrás la atención del público y el silencio preparatorio para que te
escuchen con atención.

En esos primeros instantes, una expresión relajada y una mirada panorámica a toda la audiencia junto con una leve
sonrisa conquistarán a gran parte de ella y, si sabes “leer” al auditorio, podrás tener la tan ansiada tranquilidad de
saber que estás bien encaminado.

La palabra en esos primeros 10 segundos no tiene ninguna importancia.


Tómate ese tiempo para hacer lo que se denomina silencio inicial, que
caracteriza a todo buen orador.

Cuando te decidas a hablar, hazlo con decisión en tu exposición, con gestos animados y vigorosos, todo lo contrario
de “bueno...” o “esteee...”. La introducción es, según Aristóteles, “más de la mitad del todo”; la debes tener muy
estudiada, es una de las pocas cosas que no conviene improvisar.

Vestimenta

Es de gran importancia tu adecuación a la personalidad y características individuales del orador, pero también a la del
auditorio donde te presentarás. Estúdialo con anterioridad.

Usa ropa en perfectas condiciones, sin manchas, botones faltantes o a punto de caerse, con planchado adecuado, sin
bolsillos abultados con papeles.

Armoniza tonos y colores, que sean poco llamativos, especialmente las mujeres (máxime, si son muy atractivas). El
auditorio fija rápidamente su atención en la minifalda, escote amplio o saco rojo más que en el contenido del
discurso. Los hombres recuerden no usar bufandas o pulóveres en una entrevista programada bajo techo, tampoco
son aconsejables musculosas o remeras con logos, salvo que sean deportistas y tengan un contrato de uso.

Es de gran importancia la adecuación a la personalidad y características


individuales del orador, pero también a la del auditorio donde se presentará.

Presta atención al calzado, que debe estar en buen estado de uso, lustrado y con los cordones bien atados. Trata de no
usar alhajas brillantes, muchos anillos, broches, prendedores, pulseras, aros o relojes rutilantes y llamativos: pueden
desviar la atención del auditorio, las miradas que deben ser dirigidas al orador en su totalidad o a los apoyos visuales
(diapositivas, láminas, transparencias).
Leer al auditorio

Es obligación del orador mantener una fluida comunicación con su auditorio durante toda la disertación. El diálogo
se establece de entrada a través de las miradas y gestos, cuyo “tráfico” maneja el disertante, leyendo a su público.

Si eres recibido con agrado e interés, notarás que todas las miradas se dirigen a ti, en lugar de hacerlo hacia el salón o
hacia el programa. Si observas en tu público movimientos sincrónicos con los suyos, de acompañamiento,
inclinación de cabezas a un lado o asentimiento, posturas iguales de todo el auditorio que está sentado levemente
hacia adelante, para recibirlo mejor y no perder nada de lo que tienes para comunicar, siéntete satisfecho: tu
disertación se encuentra bien orientada, circula por los carriles que propusiste al prepararla, eres globalmente
aceptado.

Aprende a “leer” a tu auditorio, la retroalimentación ayuda a una más adecuada transmisión de conocimientos.

El rostro

Llabrés (como se cita en Di Bartolo et al., 2009) también habla de la importancia del rostro en el orador: hace
referencia a los ojos, a la sonrisa y a la risa. A continuación, se presentan las conclusiones del autor sobre la
importancia del rostro para un orador. El público ya vio toda su imagen, y ahora le presta especial atención al rostro
del orador.

Por su estructura anatómica, diríamos “arquitectónica”, hay rostros abiertos, francos, que dejan ver sus emociones,
manifestando su alegría o su placer por estar hablando de ese tema tan particular frente a su público. Las mejillas se
hinchan, las arrugas parecen desaparecer, las comisuras de los labios se elevan, igual que las de los párpados y las
cejas; la sangre fluye y provoca un color rosado en su piel. Intenta que tu cara tenga estas características, en lugar de
esos rostros cerrados, impenetrables, impasibles con signos de seriedad o gravedad extrema durante el discurso que
aburre y cansa, aunque el contenido verbal pueda tener algo interesante.
Hay caras de por sí plácidas, con líneas clásicas griegas, como la de Juan Pablo II, que transmiten paz y serenidad;
otras, como “techo a dos aguas”, que transmiten tristeza y melancolía, las cuales contrastan con las de tipo “pagoda”,
con comisuras labiales y cejas hacia arriba, sonrientes y alegres.

Paúl Elkman describió más de 1000 expresiones faciales diferentes; le llevaría más de dos horas a un buen actor
mostrarlas todas. No es para menos, el rostro humano tiene el conjunto de músculos más complejo y desarrollado no
solo del reino animal, sino del cuerpo humano. Sus estudios se orientaban a determinar a través del rostro cuándo se
miente.

Los ojos

Dentro de la cara, ¿qué mira primero el público? Los ojos. Estos hablan tanto como su lengua, con la ventaja de que
el lenguaje ocular no necesita diccionario, es comprendido en todo el mundo, según Ralph Waldo Emerson.

¡Cuántas leyendas, en toda cultura, o supersticiones como el mal de ojo vinculadas con la mirada!

Nadie duda de la importancia de la mirada en la comunicación.

Una mirada fija, ojo a ojo y sostenida es vivida por quien la recibe como una amenaza o desafío. Trae como
respuesta una sensación de incomodidad, con reacción de alarma o de ira. Se puede medir por el aumento de la
frecuencia cardíaca, aun en animales. Estos tienen muy claro en su código que el que baja la mirada es el perdedor de
la contienda o zona en disputa. También en la especie humana, Argyie observó que las personas habitualmente se
miran entre sí durante un 30 % y un 60 % del tiempo de todo el discurso; si lo hacen durante más tiempo, es que
están más interesados en la persona que en lo que ella dice.

Hay dos extremos: los enamorados, por un lado, y dos personas muy agresivas, hostiles y desafiantes, al borde de la
pelea, por el otro. El primero que baja la mirada denota miedo o se resigna a perder.
Las personas muy tímidas evitan mirar a los ojos o lo hacen en forma mínima, aunque sean sinceros y deseen
comunicarse. No prejuzgar otra actitud. Solo timidez.

Hemos aconsejado una mirada abarcadora y panorámica al comenzar la conferencia. Luego, con el correr del tiempo,
puedes mirar a uno del público para conseguir su aprobación gestual y reafirmar tu seguridad y tranquilidad.

Si hay alguien del auditorio particularmente molesto, puedes mirarlo directamente y hacer un silencio significativo.
Junto con la mirada, va también la orientación de tus hombros y torso, no girando la cabeza. Los ojos de los humanos
tienen características especiales propias, como un mayor blanco de ojo que cualquier otro animal, lo que lo hace más
expresivo.

Una mirada abarcadora y panorámica al comenzar la conferencia. Luego,


con el correr del tiempo, puedes mirar a uno del público para conseguir su
aprobación gestual y reafirmar tu seguridad y tranquilidad.

Las pupilas, sin variación de luz, nos indican excitación y agrado cuando se dilatan y rechazo y desagrado cuando se
contraen. Ya en la corte de los Borgia, la dilatación de la pupila se asociaba con la belleza; para lograrla, utilizaban
derivados de la atropina, la belladona. Sin ingerir ningún fármaco, los bebés tienen naturalmente esa dilatación
pupilar para agradar a sus padres (y evitar el maltrato y el abandono).

Las miradas y los movimientos oculares transmiten rápidamente necesidad de afecto, comprensión, dominio,
superioridad y las más variadas actitudes y sentimientos de los humanos.

Grandes negociadores, como Onassis, ocultaban su mirada bajo lentes oscuros no solo por su miastenia, sino para no
dar ningún indicio de sus sentimientos durante sus tratativas. Si un orador debe usar lentes, trata que no sean oscuros;
si son claros, trata que no reflejen la luz para no obstaculizar el normal “tráfico” de las miradas con tu público.

Clásicamente, se ha descripto:
una mirada de negocios, que abarca la frente, las cejas, los ojos y la nariz del interlocutor;

una mirada social, en una especie de triángulo que toma las cejas, los ojos y llega hasta la boca y el
mentón (estas primeras dos son las recomendadas en la oratoria);

la mirada íntima, que, desde la frente y los ojos, desciende hasta el pubis, y la reservamos solamente
para algunas personas y en determinadas circunstancias.

Jean Paúl Sartre expresa: “El contacto visual es lo que nos hace real y directamente consciente de la presencia del
otro como ser humano con conciencia e intenciones propias”.

La sonrisa

La sonrisa es un excelente aliado de todo orador novel o con experiencia; inapreciable arma que debe ser utilizada
con tino y habilidad. Es el equivalente al alfil en el ajedrez.

Spitz, un estudioso de cómo se estructura la mente en la especie humana desde la vida fetal hasta la madurez,
considera a la sonrisa como el “primer organizador”. Es el primer gesto, innato, no imitativo de la comunicación
entre el bebé y su madre; simboliza la alegría y la satisfacción. Se observa al cumplir el primer mes de vida y nos
acompaña hasta la senectud.

Hay 9 formas distintas de sonrisa. Las tres más comunes son:

• Simple

Sin exposición de dientes (como la Mona Lisa). Se sonríe a sí misma. No participa de ninguna actividad.
• Labio superior

Se exponen los incisivos superiores solamente, sin mostrar las encías. Coincide con una mirada a ojo, como
encontrándose con un viejo amigo.

• Amplia

Se exponen ambos incisivos superiores e inferiores. Es casi una risa, como si se estuviera jugando con placer.

La sonrisa en oratoria significa amabilidad, agradecimiento al público por


su presencia, aceptación y respeto.

Sugerimos que acompañes la mirada abarcadora y panorámica con la sonrisa al comenzar todo acto oratorio. Pero
cuidado, debe ser natural, aparecer lentamente y desaparecer también lentamente, como para recibir o despedir a un
amigo muy querido. Es imposible engañar al auditorio con una sonrisa permanente, como si nos colocáramos una
máscara. Tampoco vale una sonrisa “de foto”, que denota falsedad, o la sonrisa “Mona Lisa”, interior, para ella sola,
a partir de la cual podemos preguntarnos: ¿qué estará pensando?, ¿qué nos quiere decir? Tampoco debemos utilizar la
sonrisa espartana de labios rígidos: que indica que “nos bancamos todo” y denota tensión, o la sonrisa torcida, donde
baja una sola comisura labial.

Hay que evitar la sonrisa irónica, despectiva y fría que demuestra nuestra superioridad como disertantes debido al
cúmulo de conocimientos que poseemos, ¡frente a un auditorio que carece de ellos! Estos tipos de sonrisa bloquean la
esencia de la oratoria contemporánea: la buena y fluida comunicación, por el rechazo inconsciente que nos crea un
orador con esas características. Con la sonrisa, como acto innato, transmitimos nuestra realidad interior, y por eso no
la debemos forzar. Debemos usarla al comienzo de la conferencia y también al cerrarla, pero no indiscriminadamente
o fuera de contexto: debe ser natural y espontánea.

¿Tenemos que hacer reír al auditorio? ¿Cuál es su utilidad en oratoria?

La risa es un gesto compuesto, según Desmond Morris, que tiene intensidades y variedades notorias en cada
individuo, raza y costumbres.

Los autores norteamericanos la proponen al comienzo de todo discurso. Opinan que con un chiste que haga reír se
conquista inmediatamente al auditorio y se “rompe el hielo”, lo cual predispone al público en favor del orador.

Según nuestra experiencia y estilo, no es necesario emplear la risa al comienzo. Si el orador no es realmente
gracioso, es muy probable que su chiste no cause gracia y solamente él quede riéndose solo en el estrado. Este
comienzo implicaría mucho riesgo. Mejor es hacer hincapié en los otros elementos gestuales ya explicados: la
postura, la mirada y la sonrisa que todos poseemos y solamente tenemos que poner en práctica. Reservemos el
“arma” de la risa para ayudamos en otras situaciones de la conferencia, no al principio.

La risa sirve para renovar la capacidad de atención, el público se distiende. Se crea un nuevo vínculo entre los que
ríen juntos. Por eso, utiliza la risa cuando “leas” por los gestos y actitudes del auditorio que este se encuentra cansado
o a punto de aburrirse con nuestra disertación. Es como un pequeño recreo: mantiene el interés en la audiencia.
Resérvela también para calmar cualquier situación conflictiva o tirante entre el orador y alguien del auditorio o
extraño a él, interrupciones o imprevistos de cualquier naturaleza (fallas del audio, de apoyos visuales, de
iluminación, alguien que se retira o ruidos extraños); elimina resistencias.

Reservar la risa para calmar la tensión o el cansancio es un recurso apto para todo orador, es la torre del ajedrez. El
humor debe ser original,

exclusivo, apropiado al público, pertinente, inofensivo, oportuno e inocente. Es bueno reírse de sí mismo en algunas
ocasiones.
Gestos

Carlos Llabrés (como se cita en Di Bartolo et al., 2009) también hace referencia a la importancia de los gestos. A
continuación, detallamos los dichos del autor con respecto a las manos y a las señales de batuta.

Desde su origen ancestral, los gestos se encuentran directamente vinculados con la comunicación. Su objeto es enviar
un mensaje con un contenido claro para que sea captado y comprendido por el receptor. Son secuencias de posturas y
movimientos que se han realizado con el transcurso del tiempo, automáticas. No tenemos clara noción de cuándo ni
cómo los hacemos.

Los gestos que acompañan a un orador son siempre muy personales, propios de él. Tienen su sello y estilo.

Al evolucionar la especie humana a la bipedestación, los miembros superiores tuvieron una actividad compleja y
variada que nos diferencia de las otras especies.

Es llamativo el número de combinaciones que se pueden realizar con dedos, manos, muñecas, antebrazo, codo, brazo
y hombro. La variación con ambos da una cifra, según los investigadores, de 700 000. Por suerte, no los realizamos
todos, pero hay varios que son característicos de distintas situaciones internas y, aunque son personales y casi
inconscientes, sirven para analizar su intención y significado.

La clave inicial para interpretar los gestos es observar las manos.

Un gesto con los dedos separados y la mano abierta es un intento de ser abarcador, se busca un acercamiento de todo
el auditorio.
Las palmas de ambas manos hacia arriba denotan un gesto implorante: por favor.

Las palmas enfrentadas pretenden limitar el problema.

Las palmas hacia abajo, con suaves movimientos de subibaja, tratan de calmar los ánimos y la tensión
reinante.

Las palmas sobre el pecho intentan persuadir al auditorio de la sinceridad del orador. Si son ambas con
dedos separados, con mayor intensidad, desconfía de la autenticidad del mensaje.

Frotarse ambas manos entre sí significa estar en intensa expectativa, esperando algo agradable,
mientras que secarse las palmas de las manos en la ropa o con un pañuelo denota intensa ansiedad y
estrés.

Una mano extendida con la palma hacia el frente trata de proteger al orador de una situación
conflictiva, detiene una supuesta agresión.

Brazos cruzados son indicadores de una actitud defensiva, y más aún si las piernas también lo están.
Para ejemplificar partes de nuestro discurso y enumerarlas, se utiliza un dedo indicador que toca
separadamente, uno por uno, los dedos de la otra mano.

Señales batutas

Son llamadas así porque marcan el compás del discurso. La mano que se extiende junto con el brazo hacia el frente
con la palma hacia atrás y los dedos flexionados con movimientos hacia el cuerpo del orador es característica de los
que intentan “agarrar”, atrapar o atraer al auditorio. Es un clásico, llamado agarrón de aire, y es usado por muchos
políticos.

Cuando se busca precisión, los dedos índice y pulgar se tocan por las puntas, mientras los otros tres dedos se elevan
graciosamente. Las manos con dedos entrelazados pretenden indicar preocupación por los demás, por la humanidad,
y es común en sacerdotes.
El puño cerrado, impulsado violentamente al frente, intenta demostrar que el orador posee fuerza, energía para atacar.
Con su puñetazo, cualquier oposición no es real.

Utilizar el dedo índice como puntero amenazante y tener los otros dedos replegados, dirigidos a un opositor no
visible, con movimientos de subibaja, resulta intimidatorio para todo espectador. No debe ser usado en oratoria. El
público siente que es atacado físicamente, no en sus ideas.

Si la tensión del orador aumenta, también sus gestos amenazantes se intensifican, de modo que se puede llegar a la
llamada mano de karateca. Con el canto hacia el frente, dedos juntos, extendidos y con movimientos como de hacha
dirigidos al público... que huye despavorido.

Cuando la tensión incontenida crece aún más, se pueden llegar a tener movimientos oscilatorios de atrás hacia
adelante con los brazos, la cabeza y todo el cuerpo; incluso, a algunos políticos se los ha visto golpear el piso con el
pie. Descontrol total: no hay público que acepte o tolere a este orador.

El puño cerrado, impulsado violentamente al frente, intenta demostrar que


el orador posee fuerza, energía para atacar. Con su puñetazo, cualquier
oposición... no es real.

Cuanto más eufórico y triunfante se encuentre un político o dirigente, más eleva sus brazos. Puede ser uno o ambos y
hasta con las manos asidas. Entre nuestros políticos, hemos tenido dos muy característicos: Perón, con ambos brazos
en alto, y Alfonsín, con las manos entrelazadas y elevadas a un lado de su cabeza.

Piernas y pies

A continuación, detallamos los dichos del autor con respecto a las piernas y pies y a la importancia de que el orador
observe al auditorio y que este pueda observarlo a él; además de lo significativo de no dar la espalda y de no
balancearse.

Llegamos a una zona de nuestra corporalidad a la que le prestamos poca atención. Todos tenemos una forma
particular y propia de caminar que nos hace fácilmente reconocibles por nuestros amigos. Depende, en parte, de
nuestra estructura corporal, pero el ritmo, la longitud del paso y las posturas cambian con las emociones. La fatiga y
la edad también inciden en nuestra marcha. La posición de los brazos, las manos, los hombros y la cabeza, que
acompañan nuestra marcha, debe ser tenida en cuenta. Una cabeza gacha, hombros caídos, manos en los bolsillos o
cruzadas en la espalda asidas una con otra, pasos cortos y lentos, son claros indicadores de aislamiento y
preocupación.

Si hablar en público nos cohíbe, caminar en público y ser atentamente observados nos cohibiría igual. Hay gente que
se entrena para esa tarea: los modelos. Si bien es muy probable que no vayas a pasear por una pasarela, es
conveniente que sepas algunos detalles para beneficiarte en una negociación, discusión, conferencia o presentación
en público.

En muchas ocasiones, al tomar examen, negociar o discutir, una mesa con mantel o una tarima oculta la parte inferior
del cuerpo para impedir que se “lean” las posturas y movimientos del otro, los cuales nos informan de sus verdaderos
sentimientos (ansiedad o disconformidad, por ejemplo).

Recordemos la postura inicial para encarar al auditorio: de frente al público, alineados y pies separados al ancho de
los hombros. Pero a medida que avanza el discurso te mueves, no estás “congelado”, tienes algunos movimientos
previstos: ir al pizarrón o rotafolio, mostrar diapositivas, transparencias, o simplemente cambiar el sitio donde
comenzó la charla. Hazlo de forma armoniosa, suelta, distendida, sin apuro.
LECCIÓN 2 de 3

Que todo el auditorio te observe y puedas observar a


todos

No les des la espalda

Si pasas diapositivas con la luz prendida (para que no tengan la oportunidad de dormirse), gira tu cuerpo un corto
momento y sigue mirando y hablándole al auditorio y no a tus diapositivas: las debes conocer de memoria, saber de
antemano cuál sigue y qué dice, no son un “machete” iluminado. Si estás suficientemente entrenado, ni deberías girar
tu cuerpo más de un instante para cerciorarte de cuál es.

Los oradores inexpertos se balancean: apoyan su cuerpo alternativamente en un pie y luego en el otro, en forma
constante e interminable. También suelen oscilar de atrás hacia delante, poniéndose en puntas de pie. Estos tan
comunes defectos distraen la atención del auditorio, lo aburren y cansan. Evítalos.

Otra característica desagradable para el público es cuando el orador se mueve constantemente de un lado para el otro.
“Caminante sin sentido, ¿hacia dónde va?”. Muchas veces en sus paseos suelen hasta perder el hilo de su relato. Se
paran y preguntan al público: “¿Por dónde iba?”.

Si tienes que estar sentado, también deja los pies uno al lado del otro. No los “enrosques” a las patas de la silla, sino
simplemente déjalos que formen un ángulo recto con respecto al suelo. Las piernas cruzadas son aceptadas (mientras
no se les vean los muslos a las mujeres), pero no inicies una carrera de cruce y descruce repetido ni hagas que el pie
que queda suelto suba y baje continuamente: son signos de ansiedad, disconformidad e incomodidad que se
transfieren al auditorio. No gires en tu silla.
Otra característica desagradable para el público es cuando el orador se
mueve constantemente, de un lado para el otro. “Caminante sin sentido,
¿hacia dónde va?”.

Los pies entrecruzados (locked) y las manos apretadas son indicadores de tensión, de estar bajo presión o de ansiedad
marcada. Si en una negociación o dando un examen te encuentras en esa posición, ten cuidado: es delatadora.

Debes estar sentado con la espalda bien apoyada en el respaldo, con las piernas separadas y los pies totalmente sobre
el suelo, los brazos y las manos abiertas, sobre el apoyabrazos, en la posición denominada Lincoln, firme como una
roca, físicamente y en sus convicciones. Repetimos: frente al público, al comienzo, quédate quieto, bien plantado,
seguro, relajado. A medida que avances en tu disertación, suéltate armoniosamente, con naturalidad, siguiendo la
evolución de tu charla y tus gestos. Seguro tendrás un éxito en tu presentación.

Cuidados especiales

Es necesario respetar dos grandes territorios del público: su tiempo y


espacio.

Carlos Llabrés (como se cita en Di Bartolo et al., 2009) habla también de los cuidados especiales que debe tener el
orador con el tiempo y el espacio físico. A continuación, se detalla lo que nos dice el autor al respecto. Son dos
aspectos que están íntima y profundamente defendidos, aunque no siempre les damos la jerarquía que tienen. No los
conocemos. Para predisponer favorablemente al auditorio y conservar esta buena actitud, recuérdalos, no los
vulneres.
Territorio tiempo

La hora de iniciación y la de cierre de una conferencia, presentación o curso deben ser respetadas estrictamente. Se
puede tener una tolerancia “académica” de unos 10 o 15 minutos en la primera reunión de un curso. En las
siguientes, la puntualidad debe ser la norma: te lo agradecerán.

Los empresarios, dirigentes y políticos saben que la larga espera o “amansadora”, habitual en las citas programadas
por las autoridades, son una demostración de su poder. Siempre predispone mal al que espera ser recibido, aunque no
lo exprese verbalmente.

Espacio físico

El espacio físico fue estudiado por Edward Hall, profesor de Antropología de la North Western University, como
proxemia. Presenta tres grandes áreas:

Tribal: incluye desde 100 personas hasta una nación. Se forma y reúne por conocimiento mutuo, raza
y costumbres. Los intereses comunes se encuentran hermanados y unidos por una especie de fidelidad.
Está representado por partidos políticos, sindicatos, asociaciones y clubes. Por ser un área defendida,
aconsejamos no hacer chistes religiosos, raciales, políticos o sobre distintos clubes, ya que se puede

molestar seriamente a los integrantes de alguna de estas agrupaciones que se encuentren


en el auditorio sin que podamos identificarlos, además de constituir una falta
de respeto en sí misma.

Familiar: representa el lugar de crianza. Se representa como el equivalente del nido, en el dormitorio
o en el automóvil. Se sugiere no referirse en forma jocosa o despreciativa a barrios, pueblos pequeños
o marcas de artículos de consumo.

Personal: fue magistralmente descripta por Hall, quien la llamó burbuja. Es equivalente a nuestra
segunda piel, el espacio portable que nos rodea a no más de 35 cm. Es inviolable, solamente nuestro,
no compartido por nadie sin nuestra expresa autorización. Dejamos entrar a determinadas personas
exclusivamente. Para tener relaciones sexuales, reñir o en discusiones o conversaciones de muy
intensa carga afectiva. Dentro de ella nos sentimos invulnerables. Dentro de la burbuja, se percibe al
otro con gran aporte de datos: color de la piel, olor, temperatura. Percibimos su ritmo respiratorio. Es
nuestro espacio sagrado, nos da seguridad y estatus. No es una buena técnica que el orador toque o
abrace a alguien del público, penetrando en otra burbuja, sin su expresa autorización. Esto explica por
qué en algunos momentos nos sentimos mal cuando invaden nuestra área personal: al leernos el
periódico o el celular por encima del hombro o, en un medio de transporte, al compartir la burbuja con
otras personas. En un ascensor también nos sentimos invadidos, sin forma de escape, y entonces
empleamos técnicas defensivas: ignoramos a quienes nos rodean, no miramos sus caras, son
inexistentes, ponemos aire de ausentes mirando al techo o al indicador del ascensor; en fin, nos
despersonalizamos. Las medidas de las distancias son de ajuste variable y se modifican según nuestra
cultura, hábitos y estados de ánimo, siempre a nivel no consciente.

Los animales tienen muy claro el uso de las distancias para emprender la
fuga o para atacar. Las regulan adecuadamente. Estar muy cerca es vivido
como una amenaza y muy lejos como un rechazo. Los niños también
manejan a nivel no consciente estos parámetros de las distancias con su
madre y con extraños.

Las distintas culturas tienen distintas distancias para relacionarse con el otro. Los norteamericanos y europeos
occidentales, en general, dialogan a una distancia aproximada de 70 cm, hasta donde llega la punta de los dedos con
el brazo extendido.

Los sudamericanos, caribeños y los de la zona mediterránea europea o el cercano oriente, en general, dialogan a una
distancia aproximada de 45 cm, hasta donde llegan las puntas de los dedos con el brazo flexionado en el codo.

Por eso se da el fenómeno en reuniones sociales de que algunas conversaciones comienzan en determinado lugar de
la sala, pero, por ajustes variables de esas distancias defendidas como territorio por ambos interlocutores de distintas
culturas, y terminan en cualquier otro sitio que el que comenzaron, luego de que ambos interlocutores hayan
recorrido casi todo el salón.
Para las distintas actividades, se reconocen las distancias que se observan en el cuadro a continuación.

Tabla 1: Distancias para distintas actividades

Distancia Tipo de distancia

Hasta 45 cm Distancia íntima: la burbuja.

Distancia personal: para discutir asuntos


De 45 cm a 75 cm
personales o intercambiar ideas.

Distancia social próxima: distribución de


De 1,20 a 2 metros escritorios en oficina, disertaciones científicas o
presentaciones.

De 3 a 4 metros Distancia social lejana: conferencias, simposios.

Distancia pública: discursos menos


Más de 4 metros
comprometidos con el público. Grandes grupos.

Fuente: Tabla recuperada de búsqueda en Google.

Un buen comunicador acomoda el salón o local previamente a su discurso, del modo que más convenga según el
auditorio y el tipo de disertación, respetando las distancias. Lleva poco tiempo, pero reditúa bastante a favor de una
mejor comunicación. En esta visita previa, también dispone del mobiliario, apoyos visuales y audio que se va a
utilizar. Chequea todo, hasta la iluminación.

Conoce el lugar elegido para tu disertación con bastante anterioridad


Evalúa todo el escenario: la disposición de las sillas y las mesas, el lugar de proyección de los apoyos visuales, los
enchufes y los interruptores. Comprueba la acústica, los micrófonos, la calefacción, el aire acondicionado y la
incidencia que pueden tener en el desarrollo de tu presentación; todos los detalles. Esto te dará una sensación especial
de seguridad, que nada quede liberado al azar. Ahora puedes ir a descansar.

Cierre de una conferencia

Carlos Llabrés (como se cita en Di Bartolo et al., 2009) nos habla de la importancia del cierre de una conferencia. Al
respecto, dice que el público se retira con esas imágenes, se las lleva si han sido de su agrado. Un buen cierre es una
buena conferencia. A continuación, se expone lo mencionado por Llabrés (como se cita en Di Bartolo et al., 2009) al
respecto.

Se hace hincapié en la necesidad de tener preparado el “broche de oro”, tanto en lo verbal como en lo corporal. No
hay que caer distraídamente en los eternos “Bueno... me parece que no tengo nada más para decirles...” o “¿Quieren
que les explique algo más?”.

Para tener clara conciencia de cuándo tienes que terminar tu disertación, lee
al auditorio y a ti mismo. Hay varios movimientos clave que anticipan tu
intención: son preparatorios de la acción y debes conocerlos.

Cuando observes que en el público ya no hay movimientos de asentimiento con la cabeza, que no te siguen
atentamente o que charlan entre ellos; cuando percibas un tamborileo de dedos sobre algún papel, apunte, respaldo o
brazo de silla, acompañado por los pies sobre el piso, no lo dudes: están muy aburridos. Si observas a alguien de tu
auditorio sosteniendo su cabeza con la palma de una mano y tiene sus párpados caídos, no dudes: es otro aburrido; si
observas a otro con una mirada al vacío, sin parpadeo, casi en trance, como un zombi, con los ojos abiertos, pero sin
ver, es señal de hartazgo de escucharlo. Cuando se mueven en sus asientos sin encontrar una posición cómoda;
cuando se toman de los laterales del asiento, deslizando su cuerpo hacia adelante, en posición de “largada”, como
atletas listos para una carrera de 100 metros llanos, se torna imperioso que pienses en el cierre urgente de tu
conferencia. En este sentido, también debes observar si te has puesto a oscilar sobre las puntas de tus pies, a
balancearte con tus piernas, si se te ocurrió darte vuelta como si olvidaras algo, o si te encuentras “paseando” por el
salón sin encontrar lugar, como dudando entre seguir la charla o escapar del público por un lateral.

Cuando percibas un tamborileo de dedos sobre algún papel, apunte,


respaldo o brazo de silla, acompañado por los pies sobre el piso, no lo
dudes: están muy aburridos.

No importa el horario de cierre, trata de que este no se eternice y haz un breve resumen verbal con entusiasmo.
Vuelve a ocupar el centro del estrado, recupera tu mirada abarcadora: cabeza erguida, posición simétrica, relajado,
sonrisa natural y lenta, como para despedir a un amigo. Con interés y agrado, haz el silencio final como hiciste el
inicial y deja junto

con tu imagen esa corta frase que tan bien preparaste, tan tuya, tan personal; dila con naturalidad o, simplemente, di
“muchas gracias por haberme escuchado”.

Credibilidad. Mentir

Todo empresario, político o dirigente que cumpla una función de liderazgo debe cuidar su
credibilidad. Es parte de su capital. Si el público descubre que miente, la pierde y esto le hace
perder también el pleno ejercicio de su autoridad. Fatal para un líder. Y no hacemos mención de
“decencia”, “honestidad”. Sólo poco creíble. (Castro).

En este apartado tomamos las palabras de Carlos Llabrés (como se cita en Di Bartolo et al., 2009), que nos habla de
la credibilidad y la mentira. A continuación, se exponen lo mencionado por este autor al respecto.
Se ha mentido en toda época y en todo lugar, pero ¿qué magnitud tiene actualmente el mentir en nuestra sociedad
occidental? Ocasional o repetidamente, ha mentido el 90 % de los encuestados por el autor del libro El día que
América dijo la verdad sobre temas tan variados como: ingresos económicos, edad, vida sexual, sentimientos y
logros de su vida. La cifra resulta apabullante. Recordemos que no decir toda la verdad u ocultar alguna parte
también es mentir.

La investigación llevada a cabo en la Tulane University confirma una cifra similar: el 87 % de los ejecutivos de
primera línea que participaron en dramatizaciones organizadas por la encuesta estaba dispuesto a realizar acciones
fraudulentas para mantener su puesto o lograr un ascenso.

Samuel Greengar, en su artículo de Workforce, asegura que el 50 % de los empleados miente, engaña o roba,
mientras que en otro grupo un 93 % de los 40 000 norteamericanos encuestados admite mentir regularmente y en
forma habitual en su lugar de trabajo.

Últimamente, en nuestro ámbito nacional lo han hecho innumerables testigos, estadísticamente no tabulados. En
juicios tan largos y resonantes como el caso María Soledad, el soldado Carrasco, el fotógrafo Cabezas, el caso
Cóppola, donde se ha mentido mucho tiempo, repetidamente y sin ninguna retractación.

Umberto Ecco acota:

Aunque vivimos en un mundo donde se dicen muchas mentiras, logramos sobrevivir porque
observamos algunas convenciones, una de éstas es que cuando alguien afirma algo, todos
partimos del principio de que su propósito es decir la verdad. Si descubrimos la mentira lo
acusamos de incorrección. Sólo a un actor o a un novelista nadie piensa acusar.

Resumiendo, así es el sentir general.

Recordemos brevemente la “historia natural de la mentira”: los niños, hasta los 10 años aproximadamente, mienten
fácilmente sin ningún pudor, expresando de este modo las fantasías y tabulaciones de su rico mundo imaginario, de
su mundo interior. Este interactúa paulatina y progresivamente con la realidad del mundo exterior que lo rodea. De
ahí toma modelos, medidas y límites que forman su personalidad. Pió Collivadino lo destacó en su clásico Pinnochio.

Según el Dr. Guillermo Tortora, cuando mentir persiste en el adulto en forma totalmente consciente, deliberada,
voluntaria, repetida o episódica, es por otras causas. En general, se observa en personalidades inmaduras, por
necesidad de estima, para destacarse de cualquier forma, como ser importante. Ahí aparecen los que mienten en
resonados casos judiciales que tanto apoyo y difusión periodística tienen. Les gusta salir en reportajes y entrevistas
ante cámaras de televisión.

En algunos mentirosos se reconoce otro mecanismo: el odio, el resentimiento o la venganza, y hasta la idea de
divertirse perjudicando a otro o simplemente ocultar la verdad detrás de supuestas lealtades a grupos de dinero y
poder, como los barrabravas, mafias o sociedades secretas.

La repetición de las mentiras en todos los actos de su vida los lleva a un encasillamiento pasible de diagnóstico
psiquiátrico: mitómano, fabulador o sicótico con ideas delirantes, persecutorias. Muchos son “pacientes
ambulatorios” que producen verdaderos trastornos en los tribunales por el alto grado de verosimilitud entre lo
denunciado y los datos que han tomado de la realidad.

Hay sistemas de vida donde mentir o no decir toda la verdad forma parte de lo cotidiano, sin castigo ni pena:
promotores, diplomáticos, políticos, abogados, magos, adivinos, tiradores de cartas, vendedores de autos usados; lo
hacen habitualmente, algunos con gran arte, pero solo en la actividad profesional.

Recordemos que se les puede mentir a muchos por algún tiempo o a algunos
por mucho tiempo, pero no se puede mentir a todos todo el tiempo.

¿Cómo participa la corporalidad en todos sus aspectos cuando se miente?

¿Podemos aprender a “leer” los gestos y posturas de los que nos mienten para preservamos de sus efectos y
complicaciones?
Hay sistemas de vida donde mentir o no decir toda la verdad forma parte de
lo cotidiano, sin castigo ni pena: promotores, diplomáticos, políticos,
abogados, magos, adivinos, tiradores de cartas, vendedores de autos usados;
lo hacen habitualmente, algunos con gran arte.

Los primeros trabajos científicos, según relata Flora Davis, son los de Paúl Elkman en el Instituto Langeley Porter,
de San Francisco, California, desde el año 1953. Aprovechando que el rostro de la especie humana tiene el más
completo y desarrollado conjunto de músculos del reino animal, con posibilidades de tener más de 1000 expresiones
faciales diferentes, confeccionó un atlas del rostro y una clasificación. Dividió el rostro en tres zonas: frente y cejas-
ojos-nariz, mejillas, boca y mentón. Esta última parte proporciona más datos en el acto de mentir. En aquella época
filmó caras de personas no entrenadas en mentir mientras tenían que hacerlo a pedido y sobre un tema específico. Al
analizar una por una las distintas imágenes en forma muy lenta, descubrió expresiones faciales de fracción de
segundos de duración que no coincidían con las palabras expresadas. Las denominó micros: filtraciones de
sentimientos verdaderos que se hallaban como embutidas en el discurso mentiroso.

No se miente solamente con palabras y el rostro: todo el cuerpo participa.

Aunque no tengamos clara conciencia de ello, las claves son fugaces y detectarlas demanda práctica y habilidad.
Aprender a “leer” la totalidad de lo corporal es lo interesante. La observación repetida y la evaluación estadística
respaldan estos conocimientos.

Repasemos algunos puntos:

La mirada. Ha sido, desde tiempos ancestrales, un indicador muy comentado. Al mentir se evita mirar
a los ojos del interlocutor. “Miradas huidizas”. Se pestañea con mayor frecuencia. Si observamos las
pupilas, independientemente de la cantidad de luz, las veremos dilatadas. Cuando las personas
mienten, miran a la distancia, a un punto fijo o a un objeto con preponderancia.

La sonrisa, como expresión natural de satisfacción y alegría, es más difícil de alterar. La sonrisa
asimétrica, donde se eleva más una comisura labial que la otra, es la que se puede observar

cuando mienten. El tiempo que dura una sonrisa, más prolongado que lo
habitual, y el momento en que se emplea, que no coincide con lo expresado en
palabras, son importantes indicadores para tener en cuenta cuando se investiga
la mentira. Una sonrisa leve, nerviosa y de brusca interrupción es falaz.

Debemos prestar atención al ritmo del discurso, no solo al contenido. Cuando se intenta mentir, se
tarda más en responder una pregunta y las respuestas son más largas, intrincadas y llenas de palabras
superfinas.

Manos y brazos. Siempre están presentes para ayudamos a detectar la falsedad de lo expresado
verbalmente. Se producen cambios.

Aumentan o disminuyen notoriamente los gestos que son típicos en cada individuo: se rascan o tocan
la nariz o las orejas mientras hablan; se cubren temporariamente la boca y el mentón con la mano.

Si emplean las llamadas “señales batutas”, usan las del puño cerrado golpeando al frente para pretender engañar,
expresando fuerza interior y decisión, que no son reales. Las manos con las palmas sobre el pecho pretenden
convencer sobre sentimientos internos de autenticidad “del corazón”, que no son tales.

Si nos internamos en la burbuja personal del que miente, podemos percibir sus cambios de color de la piel: palidez o
rubor por vasodilatación o contracción a través de su sistema neurovegetativo, autónomo, independiente de la
voluntad. Su respiración también se modifica, hay cambios de ritmo: retención prolongada de aire o momentánea
falta de este para adaptarlo a alguna frase mentirosa.

Sabemos que los movimientos y posturas de nuestras piernas y pies son


escasamente registrados en nuestra conciencia. No tenemos el hábito de
hacerlo. Por eso, con todo el cuerpo a la vista, como se propone en los
juicios orales tribunalicios, sin una mesa o tarima para ocultar las piernas y
los pies, es más fácil detectar a los que mienten.

Fácilmente, observamos movimientos rítmicos de pies en subibaja o cruce y descruce de piernas repetidos
incansablemente. En algunos casos, pequeños pero insistentes golpes del taco sobre el piso, que claramente nos
indican la ansiedad que suscita un determinado tramo del discurso que están desarrollando o respondiendo.

En negociaciones o transacciones en que se puede caminar, se observa el deambular de un lado hacia el otro como
“caminante sin sentido”. Son intentos coartados de escapar de una situación que produce una ansiedad incontrolable,
aunque con los labios expresen un discurso totalmente tranquilo, apacible y aparentemente creíble.

Decir algo con la boca y hacer con el cuerpo algo contradictorio es difícil de registrar, pero, si prestamos mucha
atención, lo constataremos en algunos casos en que se afirma verbalmente un concepto y con movimientos de cabeza
se está negando.

Por todo lo expresado, si tienes que mentir ante un experto en lenguaje corporal, hazlo por teléfono, mientras
estaciona un auto o maneja su computadora, pero, mucho mejor: no tengas ocasión de mentir. No te tientes, recuerda
que no es fácil ni beneficioso.
LECCIÓN 3 de 3

Referencias

Ander Egg, E. y Aguilar, M. (2006). Cómo aprender a hablar en público. Buenos Aires, AR: Lumen.

Di Bartolo, I., Bustamante, A., Henry, E. L., Llabrés, C. G., Malatesta, N. O., Vilches, M. A.,… y Di Bartolo, I.
(h). (2009). Para aprender a hablar en público. Buenos Aires, AR: Corregidor.

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