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LAS “CASETERAS”, LAS “GROUPIES” DEL VALLENATO

La experiencia y los imaginarios sociales nos han enseñado que los músicos entran en ese
selecto grupo de hombres que más despiertan atracción hacia  el sexo femenino.  Al margen
de su buena apariencia, el músico encarna tanto poder simbólico, imagen positiva y
carismática,  atracción escénica que le permite ganarle la partida a cualquier otro hombre a la
hora de que las mujeres se les desgranen como la mazorca. Aún en músicas de origen
campesino y folclórico como la vallenata, desde el  cantante hasta el más modesto corista o
guacharaquero  tiene que espantar a las mujeres, en especial si se encuentra en un escenario
artístico. Pero mucho ha cambiado desde que Alejo Durán o Luis Enrique  Martínez conocía
una muchacha en cualquier pueblo y  los pocos días “se la sacaba” y vivía con ella por un
tiempo antes de buscar un nuevo nido. Ahora las cosas son más fáciles, se trata de “mango
bajito”.  

El periodista Alberto Salcedo Ramos ha sido el único quien se ha atrevido a hablar de las
“caseteras”, esa modalidad criolla de “groupies” como se les llama a las mujeres que asedian,
siguen y prácticamente, se les regalan a los rockeros.   Una “groupie”,   es una mujer que
busca por todos los medios intimidad emocional y sexual con un músico famoso aunque el
término también se aplica a una joven admiradora de un determinado cantante o grupo
musical, a los que sigue incondicionalmente. 
 Nuestras “caseteras” al igual que las 'groupies' , son chicas que van de concierto en
concierto, peleando codo a codo con el personal de seguridad para “colarse” en la tarima o lo
más cerca de ella. Están pendientes del itinerario de los grandes intérpretes, de dónde se
aloja  antes y después de cada presentación para buscar un contacto personalizado. Guiños,
besitos, pañuelos y hasta panties lanzados, recados con los demás integrantes del grupo
musical, hacen parte del arsenal de argumentos con los que estas agraciadas muchachas
buscan  tener “así sea un ratico”, “así sea un besito” de Silvestre, Peter o Beto Zabaleta.   
El máximo trofeo para una “casetera” es lograr  acostarse o quedar embarazada de su ídolo,
es como untarse de polvo de estrellas y exhibir un lauro codiciado de su gran gesta de
conquista. Luego de lograr citas  con ídolos musicales, estas “dedicadas”  doncellas  se jactan
de esto en reuniones con sus amistades. 
Joaquín Guillén, mánager de uno de las más apetecidas presas de las caseteras como lo fue
Diomedes Díaz las llama “bandidas de casetas” en declaraciones a Alberto Salcedo a quien
ayuda a definir el perfil de este nuevo actor, antes invisible, en el mundo musical del vallenato.
“Se conocen a leguas” dice el guacharaquero Jesualdo Uztáriz en la misma crónica “La eterna
parranda” dedicada el Cacique de La Junta, quien entre  caseteras y mujeres de mejor
reputación, logró “encajar” casi  treinta hijos a sus seguidoras.   
Salcedo recrea así su faena de pesca “buscando  intérprete”: “Cuando ya están apostadas
frente a la tarima comienza un juego de miradas, de señales. Cada gesto es una promesa,
cada movimiento del cuerpo es una invitación. Las más insolentes se desvisten, en parte para
reafirmar sus intenciones y en parte para certificar que poseen los suficientes encantos como
para ganarse el premio mayor. El cantante, allá arriba de la tarima, se mantiene alerta.
Escruta el panorama, sopesa cada oferta. En cuanto decide cuál es la mujer con la que quiere
amanecer se lo comunica a alguno de sus asistentes operativos. El empleado de marras debe
acercarse disimuladamente a la elegida para informarle en qué hotel se aloja el jefe”.
No sobra decir que para las “caseteras, el premio mayor lo constituye el cantante pero si las
cosas no funcionan u otra le gana la disputa, existen “premios de consolación” que van desde
el acordeonero hasta el utilero. En fin, si los intérpretes del vallenato se han vanagloriado de
ser unos auténticos “gavilanes” capaces de cazar las mejores “pollitas” y “palomas”, llegaron
los tiempos en que no tienen que extender tanto las garras ni volar tan lejos de le tarima pues
cerca  habrá siempre  una joven de pocos escrúpulos y generosa sonrisa horizontal y vertical
ansiosa por tener un lance amoroso con estos “galanes”. Lo que pasa con estas  jóvenes
parece darle razón el viejo “Mile”  Zuleta quien llegó a decir “la mujer ahora es mango bajito”.    

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