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DE LA M U JE R
<§
EDICIONES HORMÉ S. A.
Distribución Exclusiva
E D IT O R IA L PAIDÓS
BUENOS AIRES
Titulo del Original Francés
S e x u a l it e d e l a F e m m e
E ditado p or Presses U niversitaires de France
Traducido por
SUSANA DUBCOVSKY
e
IR E N E FR IED EN TH A L
©
Copyright de todas las ediciones en castellano por
EDICIONES HORMÉ, S. A.
Santa Fe 4981 — Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
IMPRESO EN LA ARGENTINA
La Bisexualidad en la mujer
CA PÍTU LO I
SOBRE LA FRECUENTE INADAPTACIÓN DE
LA MUJER A LA FUNCIÓN ERÓTICA
L a naturaleza no siempre realiza una perfecta adaptación
de los organismos a las funciones que deben cum plir en su
medio; a menudo se ve que la adaptación a la función erótica
es más deficiente en la m ujer que en el hombre.
Digo función erótica y no función de reproducción, por
que es sabido que hay innumerables mujeres perfectamente
fecundas, y por lo tanto muy bien adaptadas a la función de
reproducción, que permanecen, sin embargo, inadaptadas a la
función propiam ente erótica. Frigidez y esterilidad son facto
res generalmente disociados.
T al como Freud lo ha demostrado en su ensayo Sobre la
sexualidad femenina,1 parecen existir tres grandes grupos de
mujeres; cuyas características surgen de la diferente forma de
reaccionar al traumatismo decisivo que es para la niña el des
cubrimiento de la diferencia de los sexos. Unas reemplazan
tem pranamente el deseo de tener un pene por el deseo de te
ner un hijo, y se convierten en verdaderas mujeres normales,
vaginales, maternales. Otras abandonan la competencia con el
hombre porque sintiéndose armadas en forma desigual renun
cian a toda sexualidad objetable y alcanzan psíquica y social
mente, dentro de la especie hum ana un status semejante al de
las obreras de un hormiguero o de una colmena. Otras, final
mente, a pesar de la realidad, que ellas no pueden aceptar
y niegan, se aferran a aquello que toda m ujer guarda de viri
lidad psíquica y orgánica, el complejo de virilidad y el clítoris.
Por otra parte, no hay que olvidar que estos diversos ti
pos raram ente se presentan puros. A m enudo concurren en
l Über die tueibliche Sexualitdt, 1931.
12 MARIE BONAPARTF
una misma m ujer cosas de cada uno de estos tres tipos, si bien
el predom inio de uno de ellos es suficiente para dar al ser
entero su característica individual.
No nos ocuparemos por el momento del segundo grupo,
el de las “renunciadoras”, que frecuentemente tienen más ras
gos en común con el tercer grupo, el de las “reivindicadoras”,
que con el primero, el de las “aceptadoras”. De este últim o
grupo nos ocuparemos al final. Dirigiremos toda nuestra aten
ción hacia las “reivindicadoras”, dado los importantes proble
mas psicobiológicos que nos plantea su observación.
Ya hemos dicho que las mujeres que pertenecen a este
grupo se aferran a lo que pueden conservar de viril. Pero se
produce un hecho curioso: frecuentemente hay en ellas un
divorcio entre los dos factores de adaptación a su función. La
m ujer para llegar a ser plenam ente mujer, debe cambiar su
zona erógena directriz clitorídica-infantil y su objeto de amor
i: cial. El prim er objeto de amor es para la niña, su madre,
la mujer amada y deseada por ella, según parece, durante el
estadio fálico por el que todo ser atraviesa, con la misma
orientación libidinal, y las mismas zonas erógenas que el niño.
Hay que tener en cuenta las importantes observaciones que
•Jeanne Lampl de G roo t2 ha formulado en este sentido.
Entre las mujeres que no abandonan su virilidad, algunas
no renuncian ni a su objeto de amor prim itivo ni a la zona
erógena directriz fálica y se convierten en homosexuales. Otras,
por el contrario, habiendo efectuado en forma satisfactoria
el pasaje de la madre al padre como objeto de amor, y no
pudiendo imaginar un objeto de amor tan despreciable como
ellas mismas por estar privadas del falo, conservan con tena
cidad como zona erógena dom inante la zona fálica, y am arán
y desearán con ese órgano masculino inapropiado para la
función femenina, a objetos de amor masculinos.
Todo analista conoce la dificultad que presenta la cura
ción de este últim o tipo de mujeres. En realidad, el psicoaná
lisis registró éxitos en estos casos: son testigo de ello el número
de recién casadas a las que les fue perm itido o facilitado
gracias al análisis el pasaje de la sensibilidad clitorídica exclu
2 Zur Entwicklungsgeschichte des (Edipuskomplexes der Frau
(Sobre la evolución del complejo de Edipo en la mujer), 1927.
siva, a la sensibilidad vaginal, es decir la adaptación a la fun
ción erótica femenina. Pero en estos casos de análisis precoz
de una función que no está plenam ente establecida, es difícil
determ inar lo que realizó el análisis y lo que la vida por sí
misma ha logrado; pues se sabe, que a la inversa del hombre,
a la m ujer siempre le es necesario un cierto tiempo para adap
tarse a la función erótica, pero pasado éste generalmente lo
consigue.
Más asombrosos son los casos tardíos de adaptación de
mujeres clitorídicas a la función vaginal, que el psicoanálisis
perm ite a veces señalar.
Sin embargo, en muchos casos de clitoridismo de larga
data, la acción terapéutica analítica se hace difícil; la tenaci
dad de la fijación a la zona fálica es desconcertante, y sobre
vive incluso al análisis de las primeras fijaciones fálicas a la
madre. Esta frigidez parcial, y lim itada a una anestesia vagi
nal, tiene un pronóstico menos favorable que la frigidez total,
anestesia de la vagina y del clítoris a la vez.
Las mujeres totalmente frígidas, aún durante largo tiem
po, en general evolucionan mejor que las mujeres clitorídicas,
ya sea bajo la influencia del análisis o simplemente de la vida,
en virtud del carácter esencialmente histérico de sus inhibi
ciones.
Como se ve, me ocupo aquí de una cuestión que Helene
Deutsch ha dejado de lado en su estudio sobre la frigidez
de la m ujer en relación con el masoquismo femenino normal
fundam ental.3 En efecto, escribió que en su trabajo descuidaba
“esas formas de la frigidez que se encuentran bajo el signo
del complejo de virilidad, de la envidia del pene. En ellas, la
m ujer continúa con su exigencia inicial de un pene, no aban
dona la organización fálica, y no se lleva a cabo el viraje hacia
la actitud femenina pasiva, condición de la sensibilidad va
ginal”.
Sin embargo, esta forma parcial de frigidez es, a mi pare
cer, no sólo la más rebelde sino también la más frecuente. El
núm ero de mujeres que la padece, es mucho mayor de lo que
los hombres, en general sospechan, dada la costumbre feme
3 Der feminine Masochismus und seine Beziehung zur Frigiditüt
(El masoquismo femenino y sus relaciones con la frigidez), 1930.
nina de disimular con una m entira sus carencias en el plano
erótico. Por otra parte, la forma en que las mujeres soportan
este tipo de frigidez, es muy variable. Unas se resignan como
si fuese una orden del destino, y se conforman con im aginar
a todas las mujeres según su propia imagen, para consolarse.
Para muchas clitorídicas, las mujeres que se vanaglorian de
los placeres del abrazo masculino son jactanciosas y embuste
ras, salvo algunas excepciones.
Otras clitorídicas sobrecompensan su inferioridad, sin em
bargo manifiesta, en la unión sexual, haciendo de ésta un
motivo de vanidad. Son las que pueden permanecer indepen
dientes de las seducciones del acoplamiento, libres del hombre,
lo que les perm ite en ocasiones evitarlo, en particular por la
masturbación, siempre posible para estas mujeres. Algunas
clitorídicas, sin embargo, más sinceras consigo mismas reco
nocen su sufrimiento.
HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS Y
BIOLÓGICAS
a) T r a b a j o s p s i o o a n a l í t i c o s
C om o lo hem os señalado, el estudio de estas mujeres plantea
los más importantes problemas psicobiológicos. Gracias a las
observaciones de Freud sobre la necesaria transferencia pube-
ral del centro de la sensibilidad erógena femenina del clíto
ris a la vagina, es posible considerar que la permanencia del
clítoris como zona erógena femenina dominante, indica una de
tención evolutiva. Pero esta comprobación por sí sola está le
jos de agotar la cuestión. Por variadas que puedan ser las
causas de semejante perturbación de la evolución, y en vista de
la m ultiplicidad de factores que pueden favorecer o dificul
tar, el desarrollo de todo ser hum ano, conviene buscar en
esta misma m ultiplicidad los lincamientos de algunas leyes.
Como se sabe, diversos autores psicoanalíticos se han ocu
pado ya de este tema, no circunscribiéndose al tema en sí,
pero indirectamente diríamos a sus diversos contextos, enten
diéndolo siempre en función del complejo de virilidad de la
mujer y del complejo de castración en general. Ya sea para afir
marlos o para negarlos. Basta con citar aquí los nombres de
Van Ophuijsen, con sus Contribuciones sobre el complejo de
virilidad de la mujer (1916-1917), donde ha considerado en
forma adecuada la relación fundam ental entre el complejo de
virilidad femenino, el erotismo uretral y la masturbación cli
torídica; Abraham, con su extenso y bello estudio Sobre las
manifestaciones del complejo de castración en la mujer (1921);
Helene Deutsch en Psicoanálisis de las funciones sexuales fe-
meninas (1925) y su bien pensado artículo sobre el Maso
quismo femenino y su relación con la frigidez (1930); Karen
Horney con sus estudios sobre la Génesis del complejo de casr
tración en la mujer (1923), sobre la Fuite hors la féminité
(1926) y sobre la Negación de la vagina (1933); Josine Mü-
11er con su Contribuciones sobre el problema de la evolución
libidinal de la niña en la fase genital (1931); Jeanne Lam pl
de Groot, con sus profundas observaciones sobre la prehisto
ria de la Evolución del complejo edípico en la niña (1927);
Melanie Klein, con su Estados precoces de conflicto edipico
(1928) y su Psicoanálisis de los niños (1932); Ernest Jones,
sobre el Desarrollo primario de la sexualidad en la mujer
(1927) y la Fase fálica (1933) ; R uth Mack Brunswick, con su
Análisis de un delirio de celos (1928); Otto Fenichel con su es
tudio sobre la Prehistoria pregenital del complejo de Edipo
(1925) en el que sólo la fijación prefálica a la madre, está
notablemente estudiada;1 y por fin los dos grandes estudios
de Freud que completan las observaciones fundamentales de
los Tres ensayos sobre la teoría sexual (1905) : Algunas conse
cuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos
(1925) y Sobre la sexualidad femenina (1931) y tam bién los
ensayos sobre Femineidad, contenidos en las Nuevas conferen
cias sobre Psicoanálisis (1932).
Cada uno de estos trabajos contiene observaciones y refle
xiones valiosas. Su error principal consiste en negar, a menudo,
en forma demasiado exclusiva todo aquello que no sea su
propia y fragmentaria verdad. Yo no los discutiré aquí en
detalle, a quienes interese la cuestión podrán leerlos, y los
puntos de concordancia y divergencia con mis propias opi
niones se verán fácilmente. Me basta con subrayar aquí que,
en lo que se refiere al problema central del complejo de viri
lidad femenino, los autores analíticos están orientados hacia
dos grandes tendencias opuestas. Unos, como Freud, Jeanne
Lampl de Groot, Helene Deutsch, y yo misma, le asignan, en
prim er lugar, raíces biológicas, que luego pueden ser secun
dariamente reforzadas. Los otros, como Karen Horney, Me
lanie Klein, Ernest Jones, le atribuyen raíces psicógenas más
l Nota de 1948: También de SAndor Radó: Fear of Castration in
Women, 1933.
l a s e x u a l id a d d e l a m u j e r 17
tardías: la huida frente a la femineidad, ya sea por temor a
sus peligros, por un sentimiento de culpa edípico, incestuoso,
o bien, por la decepción experim entada en la relación amo
rosa hacia el padre. Todos los trabajos en que estos factores
figuran en prim er plano, finalizan por derivar el complejo de
virilidad de la m ujer de una reacción em inentem ente secun
daria. En verdad, no se puede desconocer la importancia
psíquica de estas influencias secundarias, pero atribuirle el
rol dom inante en la génesis del complejo de virilidad de la
m ujer, parece una actitud antibiológica, que relega a segundo
plano la bisexualidad fundam ental, a la que es necesario no
perder de vista en ningún momento. Lo masculino y lo fe
menino coexisten originariam ente en todo ser hum ano; el
sexo predom inante acentúa más uno u otro aspecto, y los
acontecimientos infantiles vienen luego simplemente a edifi
car sus reacciones sobre este fondo, donde lo bisexual, en toda
la am plitud del término, es lo biológicamente primario. La
bisexualidad está en la raíz misma de las manifestaciones psí
quicas primarias, en la envidia del pene, en las primeras
manifestaciones lih iinales, de las que dice Freud en su ensa
yo Sobre la sexualidad femenina (1931): “la intensidad que
les es propia es superior a todas las emociones ulteriores; in
tensidad que verdaderamente podemos calificar como incon
mensurable”.
En los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (1905),
Freud había ya escrito que “en el ser hum ano no se encuen
tran, ni en el sentido psicológico, ni en el sentido biológico,
virilidad o femineidad puras. Cada individuo presenta una
mezcla de sus caracteres sexuales biológicos con rasgos del otro
sexo, y una combinación de actividad y pasividad, tanto en la
medida en que los rasgos psíquicos dependen de los biológi
cos, como en la medida en que son independientes”. No po
dría haberse reconocido mejor en nosotros, la parte que corres
ponde a la biológico y a lo psicológico.
Tam bién se puede pensar que, cuando la tenacidad de la
fijación de la libido en el clítoris es muy grande, puede tener
el valor de un rasgo biológico viril fundam ental incorporado
al organismo femenino.
b) U n a t e o r í a b i o l ó g i c a d e l a b is e x u a lid a d
El estudio de la bisexualidad en la naturaleza, está desde
hace un cierto tiempo ocupando un prim er plano, no sola
mente en la ciencia psicoanalítica, sino tam bién en todas las
ramas de la biología.
No pasaré revista aquí a todos los trabajos sobre el tema,
tampoco me ocuparé en particular, en este momento, de aque
llos que estudian la bisexualidad animal, o se apoyan sobre
todo en ella. Por más im portantes que puedan parecer las
conclusiones que derivan de ellos, y aunque parezcan aplicar
se al ser hum ano, es el estudio directo del hombre lo que se
impone a un psicoanalista en prim er lugar.
Pero la obra de un autor que no pertenece al grupo psico-
analítico, merece igualmente la atención de éstos. Y quisiera
mostrar aquí las divergencias y las concordancias que existen
entre los puntos de vista del biólogo Gregorio Marafión y los
de los psicoanalistas. Para hacerlo me referiré a su obra: La
evolución de la sexualidad y los estados intersexuales,2 que
sería más adecuado llamar bisexuales.
Basada en una larga experiencia médico-clínica, la tesis
general del biólogo español se apoya en el descubrimiento de
la ley general que considera que, todo ser hum ano viene al
m undo conteniendo en potencia los dos sexos, uno de los cua
les, ulteriorm ente, bajo influencia horm onal (si ésta es creado
ra o simplemente protectora, poco im porta para é l), se des
arrolla en forma predom inante, sin llegar jamás a ahogar to
das las manifestaciones del otro sexo.
Pero, m ientras el sexo masculino sería progresivo, el sexo
femenino sería regresivo, es decir, sólo el hombre alcanzaría
el pleno desarrollo somático que corresponde a la especie. La
m ujer vería detenida su evolución general alrededor de la
pubertad, por el crecimiento de anexos destinados a la m a
ternidad, los cuales absorben gran parte de las fuerzas em
pleados por el hombre para edificar su organismo propiam en
te dicho. De estas leyes se inferiría que, el hombre general-
2 La Evolución de la Sexualidad y los Estados intersexuales, 1930.
mente sufre una crisis intersexual, feminoide, antes de su ple
na pubertad, cuando su virilidad no está todavía afirmada.
En tanto que la mujer, sufre su crisis intersexual normal, vi-
riloide, después de la menopausia, cuando desaparece la in
fluencia inhibidora de sus ovarios.
La femineidad sería así, “una etapa del desarrollo com
prendida entre la adolescencia y la virilidad, a su vez esta úl
tima, una etapa que, por motivos estrictamente biológicos y
no metafísicos, podemos considerar como la fase term inal de
la evolución orgánica”.
Estos puntos de vista son muy discutidos; se les rebate
que las diferencias entre la evolución femenina y la masculina
no son una cuestión de grado sino de calidad, que el hombre
y la m ujer son, simplemente, una cosa distinta. Creo que con
este argumento no se hace justicia al pensamiento de Mara-
ñón. Él no ha dicho que la m ujer no fuera más que una ado
lescente; sino que ella contiene yuxtapuestos, o mejor dicho,
imbricados, una adolescente, representada por su organismo
más grácil, y una m ujer, por sus anexos maternales que
además, tiñen con su. influencia el conjunto de ese cuerpo grá
cil. Esto equivale a decir que la m ujer es a la vez femenina
por sus órganos femeninos y sus tendencias maternales, y mas
culina por su complejo de virilidad. Sería inoportuno para
un psicoanalista oponerse a este argumento.
M arañón consagra numerosos capítulos al estudio de los
rasgos intersexuales en el hombre y en la mujer. Pasa revista
a los grandes síndromes de bisexualidad: hermafroditismo,
pseudohermafroditismo, criptorquidia, hipospadias; y luego a
los rasgos viriloides o feminoides que perturban el cuadro
unisexual de cada ser, ya sean éstos físicos o psíquicos, de
orden propiam ente erótico o aun de orden social.
Nos detendremos en el enfoque que este biólogo hace del
problema de la libido (a la que atribuye un sentido mucho
más restringido que el freudiano), y del orgasmo. “El orgas
mo de la mujer, que no es indispensable... (para la repro
ducción) , es según todas las apariencias una característica de
naturaleza viriloide, intersexual, como ya lo hemos dicho a
propósito de la libido”. He aquí una opinión que armoniza
con el punto de vista de Freud sobre la esencia masculina, o
por lo menos única de la libido.3 En otro lugar, había dicho
M arañón: “En el hombre, el orgasmo tiene por substratum
un órgano muy diferenciado, ricamente vascularizado e iner
vado, el pene. En la mujer, el órgano correspondiente, es el
clítoris, que queda en estado rudim entario, y frecuentemente
es poco sensible a las excitaciones que no sean enérgicas y
prolongadas; en cambio hay en ella, una gran difusión de la
sensibilidad erótica hacia las mucosas vecinas (vulvar y an al),
y a toda la piel, hiperestesiada de los senos. Por esta razón,
como ya lo hemos dicho, la mujer es más sensible a las cari
cias que el hom bre”. Estas observaciones son correctas y nin
gún psicoanalista puede eludirlas, pero la divergencia co
mienza a partir de este punto. Cuando M arañón, basándose
en la observación justa de que los apetitos eróticos de la m u
jer y sus posibilidades orgásticas van creciendo con la edad
agrega, y vuelve sobre este punto en varias oportunidades:
“El orgasmo femenino, además de ser lento, es casi siempre
tardío en su aparición cronológica. En muchos casos su des-
8 En Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, 1905, Freud
escribió: “Si se toman en consideración las manifestaciones autoeróticas
y masturbatorias, se puede presentar la tesis de que en la sexualidad de
las niñas hay un carácter esencialmente masculino. Más aún, uniendo a
los conceptos de masculino y femenino nociones más precisas, se puede
afirmar que la libido es de una manera constante y regular de naturaleza
masculina, que aparece en el hombre o en la mujer con abstracción de
su objeto, hombre o mujer”. (Trad R e v e r c h o n , Paris, Gallimard, 1932,
pp. 147 y 148).
En las Nuevas conferencias sobre psicoanálisis, 1935, Freud escri
bió: "No hay más que una libido, que se encuentra al servicio de la
función sexual tanto masculina como femenina. Si nos basamos en las
relaciones convencionales hechas entre la virilidad y la actividad, la
calificaríamos de viril, pero no hay que olvidar que ella también repre
senta tendencias con fines pasivos. Cualquiera sea la relación con las
palabras “libido femenina”, ésta no puede justificarse. Más aún, parece
que la libido sufriera una represión cuando está obligada a ponerse al
servicio de la función femenina y que, para emplear una expresión teleo-
lógica, la naturaleza tiene menos en cuenta sus exigencias que en el
caso de la virilidad. La causa puede encontrarse en el hecho de que la
realización del objetivo biológico: la agresión, se encuentra confiada
al hombre y permanece, hasta un cierto punto, independiente del con
sentimiento de la mujer” (Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung
in die Psychoanalyse, 1932, p. 183, trad. A n n e B e r m a n , París, Gallimard,
1936, p. 180).
arrollo espontáneo no se completa hasta que la m ujer se acer
ca a los cuarenta, y a veces, incluso, goza por prim era v ez...
La verdadera razón consiste a mi entender, en que el órgano
específico del orgasmo femenino, el clítoris, siendo de filia
ción masculina, alcanza muy tarde su desarrollo completo,
comparable, en este sentido, al desarrollo de otros caracteres
viriles que preceden o acompañan a la menopausia femenina”.
M arañón parece ignorar algo que es elemental para el psico
análisis: la existencia de dos zonas erógenas dominantes en la
mujer, capaces cada una a su m anera de procurar el orgasmo
a la mujer, pero que a menudo son antagónicas.
Todos los psicoanalistas conocen el obstáculo que significa
la persistencia y, con más razón, la intensificación de la sen
sibilidad clitoridiana para el establecimiento de la función
vaginal, indispensable para la sensibilidad de la mujer en el
coito normal. Desde el punto de vista de la victoria sobre la
frigidez en el coito, no es con un Tanto mejor, sino con un
Tanto peor, como hay que recibir la recrudescencia de que
habla M arañón.4
A pesar de la exactitud de las observaciones del biólogo
español sobre el valor masculino del clítoris, parecería que
siendo él mismo del sexo masculino, no pudiera llegar a pen
sar en un orgasmo que no tenga relación con un órgano del
tipo del pene. Sin embargo, la realización biológica más nota
ble del organismo femenino, es justamente el poder derivar
4 En su Psicoanálisis de las funciones sexuales femeninas (Psy-
choanalyse der weiblichen Sexualfunktionem, 1925), H e l e n e D e u t s c h
pretende haber observado varias veces una regresión de la sensibilidad
erógena de la vagina al clítoris, después de la menopausia, lo que estaría
de acuerdo con la tesis de Marañón sobre la fase viriloide post-menopáu-
sica de- la mujer, pero no con aquella según la cual se observa en la
hiperexcitabilidad del clítoris un progreso en la adaptación de la mujer
a la función propiamente erótica. Porque, me dijo Helene Deutsch, estas
mujeres que antes estaban satisfechas con «1 coito normal, ya no lo están
más y le son necesarias caricias externas para llegar al orgasmo.
Sin embargo yo creo, que en general, la mujer que tuvo posibilidad
del orgasmo vaginal durante la época de su plena femineidad, la conserva
después de su menopausia, como ella conserva, (y Marañón lo ha obser
vado así tam bién), la elección heterosexual del objeto, a pesar de la
fase más o menos viriloide en la que ha entrado. El automatismo de
repetición del sistema nervioso central continúa haciéndola reaccionar
como antes.
la libido clitoridica, que es una fuerza masculina, y su máxima
expresión, el orgasmo, hacia vías propiam ente femeninas, trans
firiendo el centro erógeno desde el clítoris, substratum mas
culino, hacia la vagina cloacal; y esta transferencia es a veces
tan completa, que el clítoris queda insensible. La m ujer con
posibilidades orgásticas vaginales, supera entonces a m enudo
al hombre, ya que parecería que las mujeres ultravaginales,
fueran justam ente aquellas en las que el orgasmo se produce
con la mayor facilidad e intensidad.
El carácter de inadaptación para la función erótica fe
menina propia de la hipersensibilidad clitoridica, parece así
haber escapado al examen de Marañón. En un sentido, esta
hipersensibilidad es mucho más de lo que él cree un fenóme
no “intersexual”, ligado a la bisexualidad de los seres, y al
complejo de virilidad tan profundam ente perturbador de la
femineidad de la mujer.
Esta laguna en la obra del biólogo español, por otra par
te observador y pensador de valor, muestra hasta qué punto
los conocimientos, y yo diría más, la experiencia psicoanalí-
tica, es indispensable para todo aquel que quiera estudiar los
problemas de la sexualidad humana.
Las dos disciplinas están íntim am ente relacionadas como
para poder, de aquí en adelante, ignorarse m utuam ente. En
lo sucesivo, será imposible dejar de lado los irreemplazables
métodos de exploración psicoanalíticos en el estudio de la
psicosexualidad. “Los matices de la sexualidad de la mujer,
—escribe M arañón—, forman parte de un todo im penetrable...
para el investigador”. Se entiende, para el investigador no
analista. Como lo ha dicho Freud,5 en realidad, la psicosexua
lidad de la m ujer es un “continente negro”, y aún lejos de
estar explorado; los únicos pioneros que han logrado penetrar
en él llevaban la bandera del psicoanálisis.
b) L a s f a s e s d e l a e v o l u c i ó n d e l a l i b i d o h u m a n a
Abandonemos el terreno propiam ente biológico, tan poco
explorado aún, para buscar en la investigación psicoanalítica
datos más certeros.
Tomaremos como base el esquema general de la evolu
ción de la libido trazado por Freud, y completado en algunos
puntos por Abraham, tratando de aclararlo a la luz de los
nuevos datos analíticos. Posiblemente de esta manera se acla
re mejor cómo la bisexualidad fundam ental preside la evolu
ción humana.
Sabemos que el pequeño ser hum ano comienza su vida
bajo el imperio del erotismo oral y que su libido se apoya,
al principio sobre las grandes necesidades vitales orgánicas
(Freud). La madre es entonces su prim er objeto, por así decir
lo, porque para el bebé es preobjetal, y está fijado a ella sin
distinguirla de sí.
En esta prim era fase autoerótica, caracterizada por el
impulso a succionar, todavía no hay diferencias entre el com
portamiento de la niña y el del varón.
La segunda fase oral, distinguida de la prim era por Abra
ham, y que es propiam ente canibalística, está todavía centra
da siempre sobre la madre, a quien el bebé quisiera morder
y devorar con los dientes que comienzan a crecerle. En esta
fase, que correspondería, en la escala del amor objetal a la
fase narcisística, el niño tiene ya, seguramente, una imagen
psíquica más clara de la madre como un objeto separado, y
aunque es por cierto imposible para un cerebro adulto ima
ginar la naturaleza de esta imagen psíquica, ella debe existir.
Sin embargo, el bebé ama este objeto narcisísticamente, como
si fuera un apéndice de sí mismo, correspondiendo a esta fase
canibalística, el impulso a incorporarlo totalmente. En este
estadio, en el que la madre sigue siendo el objeto central,
el comportamiento respectivo de la niña y el. varón parecen
ser todavía casi iguales.
No olvidemos que en los estadios pregenitales domina la
distinción entre actividad y pasividad, que preceden y fundan
ampliamente la distinción ulterior entre masculino y femeni
no. Como lo había escrito Freud: “La masculinidad compren
de el sujeto, la actividad y la posesión del pene; la femineidad
continúa el objeto y la pasividad”.3
La actividad y la pasividad, tal como Freud lo ha obser
vado muy bien, comienzan a hacerse evidentes desde que el
niño entra en el estadio sádico-anal, hacia el principio de su
segundo año. Asistimos entonces al desarrollo concomitante
de su sistema muscular activo, y del erotismo de su mucosa
anal pasiva.
Según nosotros, es en este momento, que lo masculino y
lo femenino, y prim eramente lo premasculino y lo prefemeni-
no, se esbozan a la vez en el pequeño ser. Esto se realiza en
proporción a las acentuaciones respectivas más o menos fuer
tes, que conducen a la erotización de su sistema muscular ac
tivo y a la del sistema pasivo constituido por las mucosas di
gestivas rectales y cloacales.
La tendencia agresiva que aparece en el análisis de algu
nos adultos, pero sobre todo de niños, y en tantos mitos y
supersticiones primitivas,4 y que consiste en querer dañar v
m atar por medio de los propios excrementos, orina y heces,
proyectados hacia el exterior, se relaciona con la pulsión mus
cular sádica activa, utilizada analmente, que se manifiesta por
medio de los únicos proyectiles (la expectoración de la saliva
o el esputo) que el niño tiene a su disposición en su propio
cuerpo. Así, el ano —como la boca— puede ser a la vez pa
sivo o activo, aunque la pasividad sigue siendo su atributo
esencial.
Pero el acento libidinal mayor que tienen, según el caso, la
actividad muscular sádica, o la zona erógena anal pasiva, no
3 Die infantile Genitalorganisation (La organización genital infan
til),1923.
4 Ver en particular a M e l a n i e K l e i n , Die Psychoanalyse des Kindes
(El psicoanálisis del niño), 1932, ya citado en todos los trabajos de Ró-
heim, sobre los Aurtralianós centrales.
sigue siempre paralelo al sexo predominante de las gonadas.
El varón, para llegar a ser plenamente viril, debería presen
tar desde ya una mayor libidinización del sistema muscular
activo que de la zona anal pasiva; y la niña, para llegar a ser
plenam ente mujer una erotización predom inante de esta últi
ma zona. Así se notaría, ya en este estadio, la mayor, o menor
predisposición para la unisexualidad predominante. Pero éste
no es siempre el caso, y la bisexualidad actual y futura del
niño se expresa a m enudo ya en este momento por una eroti
zación excesiva de la actividad muscular activa en la niña, o
del erotismo anal pasivo en el niño. La deficiencia relativa
de estos dos erotismos ligados al sexo, favorecería igualmente
la bisexualidad.
No quiero decir con esto que el erotismo anal del varón,
por ejemplo, sea un fenómeno bisexual tan deplorable que
su supresión, desde ya imposible, constituyera un ideal. No,
porque el hombre debe poder utilizar este erotismo anal,
transformándolo para integrarlo en el conjunto de su psico
sexualidad, de su carácter. Sólo he querido mencionar la in
tensidad excesiva de este erotismo. Las mismas consideracio
nes se aplican a la erotización excesiva del sistema muscular
sádico-activo en la niña. Se trata de una cuestión cuantitativa,
“económica”.
T odo lo que acabamos de decir se refiere a la prim era
fase sádico-anal, en la que la agresividad muscular aún no
está inhibida, como tampoco lo está el erotismo prim itivo de
la zona anal. Es el período en el que el niño quisiera poder
dedicarse libremente tanto a sus placeres excrementicios como
a su actividad muscular. Pero, he aquí, que las prohibiciones
de la educación han comenzado ya a intervenir para refrenar
una u otra de estas manifestaciones, sobre todo la primera.
La segunda fase anal va a comenzar con la transforma
ción del placer de gozar libremente con la excreción, en el
deber, posteriormente placer, de guardar las heces dentro de sí.
Durante mucho tiempo me ha sorprendido no encontrar
mencionada, a esta altura del cuadro trazado por Abraham, la
fase fálica positiva. Este cuadro pasa sin transición de la se
gunda fase sádico-anal, a la llamada fase genital primitiva
(fálica), que corresponde al amor por el objeto con exclusión
del órgano genital. Traduzco aquí, para perm itir al lector
LA se x u a l id a d d e l a m u j e r 29
orientarse, el, cuadro
ham:
Fases de organización Fases evolutivas del
de la libido amor objetal
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ambi- < "■ Fase genital final
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y esta prim era fase de pasividad es vivida bajo el signo de
la madre o de la m ujer que la sustituye (tal es el caso de
Kala, estudiado por R uth Mack Brunswick donde una pa
ranoia femenina derivaba de una prim itiva fijación pasiva
a una herm ana mayor, sustituto de la madre) .10 Los cuida
dos brindados durante el aseo por la madre, despiertan pa
sivamente las zonas erógenas cloacales del niño, sin necesidad
de que ello constituya una seducción propiam ente dicha.
Además, la tendencia a recibir caricias generalizadas, excita
ciones cutáneas y mucosas difusas, pasivas, está más desarro
llada que la tendencia opuesta a la actividad muscular sá
dica, que comienza a despertarse. Es necesario pues ver una
predisposición femenina, desfavorable al niño y favorable para
la niña, agregándose a los efectos de las excitaciones cloacáles
en el sentido prefemenino de la pasividad. Pero la segunda
fase anal está a punto de comenzar. La cloaca tiende a es
trecharse, a cerrarse: el niño retiene las heces, en parte por
prescripción de la moral prim itiva que le ordena controlar
los esfínteres para no expulsar en cualquier parte o momento
(Ferenczi), y por otra parte por una razón biológica, el re
fuerzo de esos esfínteres. Abraham, siguiendo con sus para
lelos biológicos, escribió: “De un cuarto estadio de la evolu
ción psicosexual, hemos reconocido que el objetivo sexual es
el m antenim iento y conservación del objeto. Las disposicio
nes, en el canal intestinal tienen por objeto guardar lo que
ha sido absorbido, pareciendo ser éste su corolario en la on
togénesis biológica. Se encuentran allí, estrechamientos, en
sanchamientos, retracciones en forma de anillo, apéndices cie
gos, repliegues numerosos, en fin, músculos de cierre involun
tario y voluntario. Pero mientras se forman estos m últiples
aparatos de retención, todavía falta todo esbozo de aparato
urogenital.
HOM BRE
Primera fase pasiva (anal) dirigida hacia la madre.
Primera fase activa (fálica) dirigida hacia la madre
(complejo de Edipo activo positivo).
n» Die Analyse eines Eifersuchtswahnes (Análisis de un delirio de
celos), 1928.
COMPLEJO DE CASTRACIÓN
Segunda fase pasiva (fálica), con parcial exclusión del
falo y afirmación parcial de la cloaca, dirigida hacia el padre
(complejo de Edipo negativo pasivo pasajero).
FINALIZANDO A TRAVES DEL PERÍODO DE LATENCIA
En la segunda fase activa (genital peniana puberal) ha
cia la mujer con afirmación del falo y exclusión erógena de
la cloaca.
M UJER
Primera fase pasiva (anal) dirigida hacia la madre.
Primera fase activa (fálica) dirigida hacia la madre
(complejo de Edipo activo negativo pasajero).
COMPLEJO DE CASTRACIÓN
Segunda fase pasiva (cloaca con exclusión relativa del
falo) dirigida hacia el padre (complejo de Edipo pasivo po
sitivo durable).
FINALIZANDO A TRAVES DEL PERÍODO DE LATENCIA
En la tercera fase pasiva (genital vaginal, puberal) con
exclusión relativa durable del falo y afirmación de la vagina.
El seno uro-genital se esboza cuando la mem brana cloa
cal ya ha desaparecido, pero el intestino aún se halla lejos de
estar terminado, y el tubérculo genital se bosqueja mientras
el intestino se perfecciona.
Podríamos considerar que la segunda fase anal es un
reflejo que queda de este estadio embriológico, pero conven
dría seguir el paralelo de Abraham un poco más lejos. En el
momento de la evolución libidinal infantil al cual nos refe
rimos, la libertad del orificio anal está siendo restringida y
por medio del esfínter aprende a cerrarse. Por lo tanto, la
tenaz erotización de la zona anal no disminuye, los músculos
del esfínter se ponen a su servicio, y la mucosa anal prepara
un bolo fecal duro, resistente, más apto para la excitación,
que será el precursor anal, en la cloaca femenina, del pene
vaginal. Pero yo creo que este estadio de la evolución es biva
lente con respecto al erotismo cloacal. Primero favorece el
erotismo anal, pero progresando lo atenúa por la tendencia
al cierre del orificio anal.
En realidad, el ano digestivo, como condición vital, debe
permanecer abierto, persistir; pero el ano erógeno, por la evo
lución de este estadio tiende a cerrarse.
Entonces la libido anal, del macho o de la hembra así
como la del niño o de la niña, es poco a poco rechazada y
dirigida hacia el falo en el que ahora se despierta, pudiendo
compararse con el estadio embrionario en el que al ser des
plazada emigró hacia afuera y adelante, es decir hacia el tu
bérculo genital.
Parece que la segunda fase fálica se insinúa cuando aún
persiste la segunda fase sádico-anal y mientras refluyen sobre
el falo, no sólo el erotismo anal primitivo, sino tam bién las
pulsiones activas musculares sádicas, de la prim era fase sádico-
anal ya superada.
Es éste el momento más viril o previril de la niña, siendo
para el niño el más femenino o prefemenino la fase anal pri
mitiva. Pero ahora entra en juego el complejo de castración,
complejo que en el niño es sobre todo cultural realizándose
en nombre de la moral patriarcal; y que en la niña es sobre
todo biológico teniendo por causa una realidad anatómica
que es fácil comprobar.
Volviendo a la situación que se opera en la niña, vemos
que de ahora en adelante gran parte de su agresión se diri
girá hacia la madre por haberla hecho sin falo, castrada. En
efecto, la niña debe atribuir su m utilación a la madre, por
que sólo secundariamente y en tanto ella haya aceptado y ero-
tizado su propia castración, puede imaginarse masoquística-
mente castrada por el padre, en una fantasía de corte sádico.
Es bajo la influencia prim itiva de su decepción, de su
castración y bajo otras influencias biológicas más profundas
todavía, emanadas sin duda de las gonadas, que la niña pue
de pasar al amor dom inante del padre, al deseo masoquista de
sufrir la tríada: castración-violación-parto.11 Y el deseo de
tener un falo se transforma en el deseo de tener un hijo cloa
cal. Al mismo tiempo el clítoris sufre una especial involución
funcional que finaliza con la exclusión del falo, de la que ya
hemos hablado. El erotismo cloacal debe entonces reactivarse
preparando el erotismo vaginal adulto propiam ente dicho, el
cual, según Freud, no se despertará verdaderamente hasta que
pase por la vagina la sangre m enstrual en la pubertad. Si estos
son los hechos, podríamos recordar aquí, siguiendo el parale
lo biológico, que en el embrión el tapón vaginal comienza
obliterando la vagina, la que cronológicamente se abre des
pués que el recto y después que se forma el tubérculo genital,
por lo tanto, podríamos ver en esta evolución el prototipo de
desarrollo post-anal, post-fálico y púber de este órgano especí
fico de la m ujer que es la vagina.
Cualquiera sea el cambio que realiza el organismo feme
nino al llegar al estadio púber, es decir la madurez de sus
glándulas sexuales, el rol receptor de la vagina, función pasi
va femenina, está dado por la utilización de una fuerza libidi
nal originariam ente masculina, las posibilidades erógenas y
orgásticas del falo (clítoris). No podemos precisar el momen
to en que se cumple este repliegue hacia la vagina.
Freud escribió sobre ello en su ensayo Sobre la sexuali
dad femenina'. “Son los factores biológicos los que desvían
(las fuerzas libidinales) de sus fines iniciales, orientando las
aspiraciones activas en el camino de la femineidad, en todos
los sentidos del término viril”.
Se puede hacer aquí un nuevo paralelo biológico al
considerar el reflujo de la libido fálica sobre la vagina en di
rección de los ovarios, comparable si bien en sentido inverso,
al descenso fetal de los testículos hacia el pene, como si el
órgano ejecutivo y las gonadas propias de cada sexo se atra
jeran m utuam ente. En el hombre el pene erotizado parece
atraer hacia él las gonadas, en la m ujer las gonadas perma
necen intraperitoneales y conducen hacia ellas la sensibilidad
erógena fálica vaginalizándola.
ll H e l e n e D e u t s c h , Der feminine Masochismus und seine Bezie-
hung m r Frigiditdt (El masoquismo femenino y sus relaciones con la
frigidez), 1930
d) D is c u s ió n d e a l g u n a s t e o r í a s a n a l í t i c a s d iv e r g e n te s
En estos últim os años, muchas voces femeninas han puesto
en duda el carácter secundario de la erotización de la vagina
asignado por Freud. Los trabajos de Karen Horney, Melanie
Klein, en particular, convergen en este sentido. Ernest Jones,
ha edificado una nueva teoría de la evolución prim itiva de
la sexualidad femenina, basándose en las observaciones sobre
niños hechas por Melanie Klein.
Según Karen Horney, la vagina de lá niña se despertaría
erogenéticamente muy temprano: lo testimonian los casos de
masturbación vaginal infantil, o bien de todos modos precoi-
to, que pudo deducir u observar analíticamente, y los recuér-
dos conservados en el inconsciente de sensaciones vaginales
espontáneas, a m enudo muy precoces, todo ello con ante
rioridad al coito. Esto se realizaría bajo influencia de la an
gustia relacionada con la herida profunda y peligrosa en el
cuerpo que el coito podría causar, considerándolo como un cas
tigo por los deseos incestuosos infantiles, y que en algunas ni
ñas haría rechazar la sensibilidad vaginal nata y desarrollar
secundariamente su sensibilidad clitoridica masculina como
acto de defensa; yo diría que es como si se colocara un para
rrayos sobre una casa para im pedir que el rayo penetre.
La tesis de Melanie Klein tiene muchos puntos comunes
con la precedente, pero se desarrolla con mayor am plitud en
el campo de la teoría de los instintos, tan vasto, y en el que
tantas regiones permanecen aún poco exploradas.
Melanie Klein piensa que el complejo de Edipo comienza
mucho antes de la fase fálica, desde el destete. Según ella, en
ese momento el erotismo oral del niño se extendería desde
arriba hacia abajo, desde la boca hasta la cloaca — y en la niña
en particular, hasta la vagina. Bajo la influencia de la pro
funda decepción que provoca la madre, que le ha suspendido
la leche, y de la observación del coito de los padres, o de
quienes ocupen su lugar, observación que ella parece postular
casi siempre como realmente realizada, más que como reem
plazada por fantasías filogenéticas; el bebé femenino furioso
contra la madre, comenzaría a querer vaciarla de su contenido:
entrañas, fetos, el pene paterno incluso, para más o menos
devorarlos.
La niña de uno a dos años desarrollaría su prim er superyó
represivo de las agresiones primitivas, a fin de salvar el inte
rior de su propio cueqao, por el temor de una venganza reta-
liatoria que la madre podría ejercer por esas fantasías agre
sivas — tal como las brujas de los cuentos. Es decir, que la
niña tendría un complejo de castración cloacal cóncavo, pro
piam ente femenino, réplica en bajorrelieve del complejo de
castración fálico, convexo del varón. Este complejo de castra
ción cloacal sería el que frenaría la agresión femenina, y el
que condicionaría también, la anestesia vaginal tan frecuente
de las mujeres, las que en estos casos, habrían permanecido
inconscientemente presas del terror de ser heridas, despojadas
de sus propios órganos internos. En cuanto a la envidia del
pene, Melanie Klein la atribuye en las niñas, en las que reco
noce su importancia, a la envidia del pene objetal, al deseo
precozmente edípico de apropiarse, de incorporar el pene pa
terno, envidia de la madre en el acto del coito observado por
la niña. Para ella, en el niño, la representación de los padres
acoplados es fundam ental. La incorporación del pene es de
seada al principio de la única manera real que conoce el bebé,
el modo oral ; el niño se imaginaría que la madre, durante el
coito, succionaría y comería el pene paterno, como él mismo
succiona y muerde el seno materno.
Por una transferencia ulterior desde arriba hacia abajo,
que se inspira además, en la realidad, y que inauguraría el
pasaje del estadio oral al estadio sádico-anal, la niña comen
zaría a envidiar el pene paterno poseído por la madre de
modo ventral.
Vemos así, que los trabajos de Melanie Klein, como los
de Karen Horney, llevan a negar en mayor o menor grado
el carácter prim ario, fundam entalm ente bisexual del comple
jo de virilidad de la mujer. La fase fálica positiva desapare
cería en estas teorías como etapa inevitable del desarrollo fe
menino; y no sería esencialmente más que una reacción pa
tológica psicógena. Esto es lo que Freud ha reprochado a los
autores que defendían estas concepciones, cuando en ocasión
de las publicaciones de Horney como de Jones, escribió en su
ensayo Sobre la sexualidad femenina:
“Por seguro que sea que las primeras tendencias libidina-
les son reforzadas ulteriorm ente por regresiones y por forma
ciones reactivas y por difícil que sea estimar el rol respectivo
de los componentes libidinales que confluyen, creo sin embar
go que no deberíamos dejar de reconocer que aquellos pri
meros impulsos tienen una intensidad propia, superior siem
pre a las que siguen, una intensidad que en realidad sólo
puede ser calificada de inconmensurable. Ciertamente es
exacto que entre la vinculación al padre y el complejo de
masculinidad reina una antítesis —la antítesis general entre
actividad y pasividad, entre masculinidad y femineidad—, pero
eso no nos da el derecho de suponer que sólo una de las dos
sería prim aria, m ientras que la otra sólo debería su fuerza a
una actitud defensiva. Y si la defensa contra la femineidad
llega a adquirir tal energía, ¿de qué fuente puede derivar su
fuerza, sino del afán de masculinidad, que halló su prim era
expresión en la envidia del pene de la niña, y que por lo
tanto merece ser denominado con el nombre de esa misma
envidia?”
Los autores que acabo de citar podrían desde su punto de
vista reprochar a Freud no haber señalado suficientemente el
carácter primario de la femineidad en la mujer. La concep
ción de la evolución libidinal femenina en la que la vagina,
sin prehistoria no despertaría hasta la pubertad, les debe pa
recer, en efecto, demasiado teñida por la idea de que la
niña comienza su evolución libidinal m asturbatoria nada más
que como un varón y piensan sin duda que es esa cualidad
masculina la que ha hecho que Freud acentuara indebida
mente en su teoría de los instintos, la virilidad encerrada en
la m ujer y sobre todo el deseo en ella de virilidad.
Inversamente, se podría reprochar a las autoras femeninas
partidarias de conceder igual im portancia a la vagina y al
pene, según el sexo, a estas apologistas femeninas de la vagi
na, el manifestar en sus teorías algo de aquella reivindicación
que anima a las “sufragistas” -y tender, a negar, a anular jus
tamente la envidia del pene, que tan realmente existe en el
fondo de todo corazón femenino. Es como si estas mujeres
proclamaran: “¿De qué tienen que vanagloriarse los hombres?
¡Nuestra vagina vale ampliamente su pene!”
Pero renunciando a este empleo “agonal” del análisis al
servicio de la lucha eterna entre los sexos, nosotros intenta
remos mejor, con la ayuda de la luz emanada de la biología,
realizar un esbozo sintético de estos diversos puntos de vista,
ya que todos contienen posiblemente una parte de verdad.
Creo que los analistas hombres pueden tender sobre todo
a notar la virilidad, ya que la encuentran fuera de sí mismos,
por proyección de sí mismos hacia afuera. Pero los analistas
mujeres pueden también tender a proyectar hacia afuera, y re
trospectivamente, en la historia de la evolución de la niña,
su propia femineidad cuando ya han alcanzado, podríamos de
cir, la individualidad de su vagina adulta.
No vemos sin embargo, por qué uno de los dos puntos
de vista excluiría tan ampliamente al otro, porque en particu
lar, este “combate alrededor de la vagina” que se libra actual
mente en la literatura psicoanalítica tendría que tener como
corolario la im portancia de la vagina desde la infancia, y ne
cesariamente la desvalorización en la niña de toda falicidad
biológica. Éste sería, en efecto, el ideal de la evolución feme
nina, pero este ideal no debe perturbar el cuadro de los he
chos, tal como ellos son realmente.
Mis propias observaciones analíticas me inclinan a ima
ginar que Abraham, cuando hablaba de fase genital prim iti
va con exclusión del órgano genital, no estaba errado en el
fondo; parece entonces que con esto me critico a mí misma,
al criticar la crítica que hice a Abraham más arriba. Pero para
poder darle la razón, habría que hacer abstracción del hecho
de que él mismo calificaba a esta fase como correspondiente
al “período de latencia con represión”.12
A partir del momento en que el bebé entra en el estadio
sádico-anal (y nosotros sabemos cuán flotantes son las barre
ras que separan los estadios evolutivos, y cómo éstos cabalgan
unos sobre otros) la evolución libidinal aparece, en efecto,
bajo el signo de la cloaca.
Digo cloaca y no ano, porque si bien el varón no tiene
como agujero cloacal profundo, más que el ano (si se consi
dera, a pesar de la confusión de lo genital y lo uretral que allí
se realiza, que la extensión de la uretra hasta la punta del
pene ha sido extraída, por así decirlo de la invaginación cloa
12 Ver pág. 30, nota 6.
cal), en la niña la cloaca se ha m antenido más profunda; el
ano y la entrada de la vagina forman un todo abierto que
no se separa más que por el tabique recto-vaginal.
Parece, pues, que en el estado tan indiferenciado de las
sensaciones cenestésicas infantiles, la niña a menudo percibe
y adivina el conjunto de esas aberturas, sin ninguna selecti
vidad particular todavía por la vagina o el ano. Por esto, si
se considera la evolución libidinal de los dos sexos y no sola
mente la del varón, sería sin duda más exacto calificar al es
tadio sádico-anal como sádico-cloacal.
En este estadio, en el que la vagina no se esboza más que
como un anexo del ano, que lo es por otra parte, es el aguje
ro cloacal entero el que domina la organización libidinal. El
agujero parece afirmarse, si así se puede decir, en toda la or
ganización libidinal, antes que la protuberancia: el predom i
nio del erotismo oral y el anal han sido reconocidos desde hace
mucho tiempo por Freud como precediendo al predominio
del erotismo fálico. Se podría ver en esto una confirmación
psicobiológica de las observaciones propiam ente biológicas de
M arañón, según las cuales el varón sería en el camino del
“progreso”, una etapa ulterior a la hembra. Pero el agujero
seguirá siendo femenino; es la saliencia simplemente, lo que
fundam enta lo masculino. Así, en el estadio cloacal reside el
substractum de lo femenino, y lo femenino en la historia de
la evolución libidinal es anterior a lo viril.
Pero volvamos a Abraham. Su fase genital prim itiva, la
fase fálica con exclusión del órgano genital podría ser enton
ces concebida simplemente como exclusión de la cloaca que
seguiría al cierre erógeno de ésta, y esta fase sería entonces la
que inauguraría la fase fálica positiva (que, sin embargo, ha
dejado de m encionar en su cuadro). Es decir que según el
sentido que se atribuya a la “exclusión del órgano genital”
postulado en esta fase por Abraham, sea la exclusión de la
cloaca femenina o del falo viril, la fase fálica negativa que él
señala se ubicaría antes o después de la fase fálica positiva
de Freud, es decir, según que ella negara la cloaca femenina
(actitud masculina) o el falo viril (actitud fem enina).
Sin embargo, Abraham no ha podido ver más que la ne
gación del falo, y mi argumentación anterior subsiste en con
secuencia enteramente.
Sea como fuere, vemos que la fase fálica positiva aparece,
a la luz de lo que acabamos de decir, como encerrada, en
sandwich, diríamos, entre dos grandes fases cloacales. La fase
sádico-cloacal precede así, a la instauración del predom inio fá-
lico, tal como en el terreno de la embriología los repliegues
intestinales se tornan más complicados antes de la aparición
de los aparatos uro-genitales, según ya lo había señalado
Abraham.
Pero un retorno o una regresión a la organización cloacal
sucede a la organización fálica, después del tratam iento del
complejo de castración que imprime, como lo hemos visto más
arriba, tanto al objeto como al sujeto, la exclusión psíquica
mente percibida del jalo, que conferirá la marca psíquica
adulta a cada sexo en la medida en que corresponda a la
realidad sexual fisiológica del sujeto o del objeto.
Se puede ver en estas oscilaciones de la cloaca al falo y
viceversa, un reflejo de las oscilaciones en el estado embrioló
gico entre lo masculino y lo femenino, oscilaciones que pue
den existir en vista de la bisexualidad original, aun cuando el
resultado del combate entre los dos sexos en un solo ser, está
probablemente predeterminado.
El varón, al salir del estado sádico-cloacal, entrará en
el estadio fálico positivo para no salir más de él, a pesar de
la conmoción poderosa pero pasajera del complejo de castra
ción. La fase fálica positiva de la niña, que no es para mí
un simple accidente reactivo, sino una etapa regular de su
evolución, debería en los casos ideales ser tan pasajera como
la fase fálica negativa del varón, dado que más tarde, la m ujer
debe adaptarse biológicamente a su función erótica femenina.
La cloaca debería volver a reinar sobre la organización feme
nina infantil; pero la cloaca en nuestras civilizaciones, durante
el período de latencia más o menos duerme, en una espera
pasiva del hombre que la despertará más tarde bajo la figura
electiva de la vagina receptiva. Sin embargo, si las dos fases
cloacales femeninas, tanto la pre como la post-fálica, se re
únen podríamos decir por debajo de la eminencia del falo,
sería difícil imaginar que no existe una prehistoria vaginal
cloacal para la niña.
Yo me imagino que, para la mayoría de los varoncitos la
vagina permanece, según la expresión de Freud, no descu
bierta (unentdeckt). Cuando Karen Horney, en la Angustia
ante la mujer 13 adelanta que el varoncito conocería también
en general la vagina, me parece imposible seguirla. Debe haber
en esta teoría una “proyección hacia atrás” por parte de los
hombres analizados, o por lo menos de las mujeres analistas.
No, el varoncito según la ley universal antropomórfica del
psiquismo hum ano permanece en general durante mucho tiem
po “egomórfico”, e imagina a todos los seres humanos a su
imagen, es decir, dotados de falo y sin vagina. Nunca apoya
remos demasiado esta observación tan exacta de Freud, a pesar
de algunas excepciones que la literatura psicoanalítica podrá
registrar, debidas sin duda a circunstancias y a una precoci
dad excepcionales.14
Pero otras deben ser las experiencias de la niña. Cuando
ésta se masturba manualmente, lo que es tan frecuente (las
otras formas de m asturbación infantil, como Freud me lo de
cía, son a m enudo sustituto de la m asturbación m anual prim i
tiva) , cuando juega con su pequeño clítoris, parece imposible
que sus pequeños dedos no percibieran un día u otro el agu
jero que está a su lado.
Estoy de acuerdo con Karen Horney cuando ve en ciertos
sueños típicos de mujeres, un eco probable del descubrimiento
de ese agujero que es la vagina: “Cuando aparecen temores
relativos a las consecuencias nocivas del onanismo, entonces
se manifiestan a veces en sueños en los que en un bordado en
el cual se está trabajando se produce de repente un agujero
del que debe avergonzarse; o bien atravesando un puente éste
se abre súbitamente sobre un abismo o un río; o bien circu
lando por la ladera resbaladiza de una pendiente repentina
mente se comienza a resbalar y se encuentra en peligro de
caer al fondo de un precipicio”.15
En otra parte he estudiado 16 el simbolismo de los puen
13 Die Angst vor der Frau, 1932.
14 El Dr. Charles Odier me dijo que había analizado a dos hom
bres, que conocían desde muy temprana edad "el agujero de adelante”
de la mujer.
ib Die Verleugnung der Vagina (La negación de la vagina), 1933.
16 Edgar Poe, 1933, en la interpretación de su cuento No engalanes
nunca tu cabeza para el diablo.
tes en general, y de los puentes truncos en particular, en fun
ción del erotismo fálico, pero creo que esta interpretación
“fálica” no excluye aquella cloacal, vaginal de los abismos en
que los puentes se desploman.
Conozco una niña cuyos cuadernos infantiles están reple
tos de historias fantásticas, en las que los agujeros y los pre
cipicios juegan un rol muy im portante.
Además se encuentran los “sueños de vértigo” que tan
frecuentemente se pueden observar en las mujeres, en el mis
mo grado que el “vértigo” 17 real; a propósito de los cuales
relataré el siguiente:
“La protagonista del sueño está en el teatro, sentada en
un palco, sobre la platea, pero no hay pared delante de ella
y está sentada justo en el borde y sus pies cuelgan. No puede
mantenerse allí sino haciendo un gran esfuerzo para conser
var el equilibrio, m ientras que este esfuerzo continuo contra
el vértigo, le perturba el placer del espectáculo que ha venido
a ver”.
Este sueño repetido de una paciente —que pertenecía al
tipo clitorídico— me parece que confirma las observaciones de
Karen Horney sobre el terror a la vagina descubierta durante
la infancia. Esta m ujer había tenido ocasión de observar du
rante su prim era infancia el coito de los adultos: el “espec
táculo”, aquí como en tantos otros sueños ocupa el lugar de
éste. La niña debió masturbarse como ocurre frecuentemente
bajo la influencia de la excitación que este “espectáculo” par
ticular despertaba en su joven organismo. Pero los pequeños
dedos descubrieron el agujero junto a la eminencia clitorídi
ca, y el vértigo del abismo “sobrecogió” a la niña reaparecien
do más tarde en la m ujer adulta en el síntoma de la anestesia
vaginal y en los sueños vertiginosos nocturnos. Este sueño re
petido encerraría el recuerdo, conservado en el fondo del in
consciente, del descubrimiento “pavoroso” del agujero vaginal
en la infancia, percibido seguramente a esta tierna edad (dos
años más o menos) como simplemente “cloacal”.
¿Freud mismo no ha hablado acaso en tantos pasajes de
17 El vértigo, como ya se sabe, no es exclusivo de las mujeres, pero
cuando sobreviene en el hombre, ¿no será en función de su complejo de
femineidad?
sus trabajos de la “herida” de la castración que aterroriza a
niñas y varones? Pero una herida es un agujero y el orificio va
ginal, en tanto que es un agujero percibido por los dedos de
la niña, encuentra su lugar justam ente en la teoría fálica de
la sexualidad infantil de las niñas.
Los sueños femeninos tan frecuentes en los que aparecen
casas, habitaciones, lugares y espacios originariamente únicos
que se encuentran divididos en dos son, según Freud, sueños
anatómicos típicos que reproducen de modo topográfico la
división de la cloaca por el tabique recto-vaginal en recto y
vagina. ¿Estos sueños no aparecen hasta la pubertad, después
del prim er pasaje por la vagina de la sangre menstrual? Yo
no me sorprendería de que a veces preexistan a éste, y daten
del segundo período de la m asturbación infantil, que es aban
donado poco a poco por la niña después del traumatismo del
complejo de castración, cuando los pequeños dedos errantes
presienten la hendidura de la vagina. Pero solamente la ob
servación analítica de los niños puede responder a esta cues
tión.
Es cierto que en esta exploración de sus propios órganos
genitales la niña encuentra un obstáculo que el varón igno
ra: el dolor. La vagina está cerrada por el himen, que es más
o menos resistente en grados diferentes según las mujeres. Se
gún Karen Horney tres factores de defensa vital pueden con
currir a la negación infantil de la vagina: 1*?) la comparación
que atemoriza, de las dimensiones del pene adulto con la exi
güidad de la vagina femenina; 2°) la observación ocasional
y horrorizante de sangre menstrual femenina; 39) las lesiones
mínimas pero dolorosas del him en durante una exploración
manual. El masoquismo femenino del que hablaremos opor
tunam ente, debe poder mezclar un deseo voluptuoso en estos
dolores sentidos o presentidos. Pero la defensa vital del orga
nismo tiene un sentido contrario, y tam bién lo tiene, dejando
de lado aquí todos los elementos de represión moral, la bise
xualidad fundam ental del organismo, la virilidad contenida
en la mujer.
Como lo veremos más adelante, el masoquismo erógeno
aparece como de origen femenino (Freud, H. D eutsch), y
cuanto más tema la niña la “herida cloacal”, más habrá que
sospechar que contiene elementos de virilidad innata. Lo vi
ril, en efecto, rechaza lo pasivo, lo masoquista; ya que lo viril,
lo activo, lo sádico lleva hacia adelante, lo femenino tiene
sentido contrario. La forma de reaccionar de las niñas al com
plejo de castración cloacal y al complejo de castración fálico
antes de ser influenciada psíquicamente por los acontecimien
tos y los traumatismos diversos de la infancia, está sin ningu
na duda predeterm inada por la constitución biológica más o
menos bisexual del individuo.
Todos los cirujanos y todos los dentistas saben cuánto
más “blandos” son los hombres que las mujeres. Si en los
combates guerreros, los hombres llevados por el ardor de su
ideal, y sobre todo por la prim a ofrecida por su agresividad,
se transforman fácilmente en héroes, en el consultorio del mé
dico y en el del dentista, o en el hospital, en frío, soportan
el dolor mucho menos que las mujeres. Éstas, por el contra
rio, sufren generalmente sin tropiezos. La base de estas diver
sas reacciones reside en la constitución psicosexual del hom
bre o de la mujer, y ésta es la que debe condicionar al prin
cipio en las niñas destinadas a ser clitorídicas, la actitud psico
sexual de sus órganos genitales frente al pene penetrador,
hiriente. De esta m anera se constituiría cuando la vagina “cloa
cal” ha sido “descubierta” a su tiempo, lo que Karen Horney
ha calificado de “negación de la vagina”, negación que Jones
ha relacionado con la pretendida ignorancia que presentan
ciertos primitivos de las consecuencias del coito: en los dos
casos la aparente “ignorancia” no sería más que una represión
de lo que a su tiempo fue presentido.18
Aquí nos detendrá un problema; y lo plantearé sin poder
resolverlo. ¿Hasta qué punto, en el “descubrimiento” proba
ble de la vagina por la niña en el curso de la masturbación
infantil, está la vagina percibida erogenéticamente? Una iner
vación previa y variable debe, en efecto, preparar la feminei-
zación ulterior más o menos exitosa de este órgano receptivo
de la mujer. U n esbozo de aquélla debe existir muy precoz
mente. Y estas primeras y vagas “sensaciones” espontáneas o
periféricas, cuando existen, ¿en qué momento se transforman
en angustia? ¿Qué parte corresponde, en cada caso, a la
vagina-placer prim itiva y a la vagina-angustia reactiva, por te-
is The phallic Phase (La fase fálica), 1933.
mor vital de la herida, por “virilidad” o por temor moral del
castigo de los deseos reprobados?
Y, además, ¿hay casos en los que, en vista de la erotiza-
ción selectiva del clítoris, tan frecuente en la infancia, el “agu
jero” que está cerca no es percibido más que como “agujero”,
herida o cicatriz hueca fríamente, sin angustia vital reconoci
da ni placer, a simple título de herida narcisística en el cuerpo
femenino castrado de su pene? Esta simple representación de
la vagina-agujero despojada de su afecto, no debe ser sino se
cundaria y provenir de un mecanismo psíquico bien conocido
que despoja de su afecto a una representación originariam en
te muy cargada de emotividad, cuando ésta desaparece en el
inconsciente.
Entonces se podría concebir la vagina, simple agujero más
o menos anestesiado de muchas mujeres como un resto de un
estadio pasado, el cloacal, que ha sido reemplazado en forma
demasiado completa por el estadio fálico. En estos casos la car
ga libidinal de la representación desaparecida en el incons
ciente, el afecto flotante, se habría dirigido secundariamente
en su casi totalidad hacia el clítoris fálico, soporte prim ario
de toda virilidad.
Lo contrario sucede en los casos de varones con una evo
lución perturbada por una gran dosis innata de femineidad.
En ellos, el estadio cloacal que debería haber sido superado,
subsistiría más o menos oculto bajo el estadio fálico mismo.
La carga libidinal de las representaciones fálicas, después del
traumatismo de la castración, abandonando estas representa
ciones fálicas más o menos reprimidas, iría a reinvestir erogé-
nicamente la cloaca.
Así, el proceso que ocurre en las niñas que “niegan su
vagina” es en menor grado, psicosexualmente, el mismo pro
ceso que, embriológica, anatómica y fisiológicamente consti
tuye al varón. En el embrión masculino, en efecto, la cloaca
se cierra, y no conserva como invaginación profunda más que
el ano, ya que la uretra se exterioriza proyectándose hacia
adelante con la extensión del tubérculo genital. Y la misma
representación psicosexual, la misma inervación, si así se puede
decir, se proyecta en el biopsiquismo profundo de la niña o
de la m ujer clitorídica. Para ésta, en la mujer, abajo no hay
más que un ano y un pene. En el medio, la vagina, que ero-
génicamente aparece cerrada aunque se deje penetrar. Es
como si estas mujeres durante el coito proclamaran, a pesar de
la anatomía, que no tienen vagina.
Inversamente en los hombres con muchos elementos fe
meninos parece haberse conservado algo de la evolución em
briológica de la m ujer: en ellos la cloaca a pesar de su cerra
zón casi completa, parece querer continuar por lo menos psi-
cosexualmente, abierta.
En estas últim as líneas he acentuado, para destacar mejor
mi pensamiento y los hechos, los objetivos inversos de la evo
lución libidinal: de la evolución masculina en la mujer, y de
la evolución femenina en el hombre.
Tracemos ahora, para fijar las ideas un esquema de la
evolución idealmente norm al en los dos sexos, aislando rigu
rosamente, a la inversa de lo que pasa en la naturaleza, la
m ujer del hombre.
HOM BRE
(Fases orales comunes a los dos sexos.)
Primera fase pasiva (cloacal y fálica) hacia elobjeto.
Prim era fase activa (fálica) hacia la madre (complejo de
Edipo activo positivo).
COMPLEJO DE CASTRACIÓN
Segunda fase pasiva (fálica) con parcial exclusión del
falo y afirmación parcial de la cloaca, hacia el padre (comple
jo de Edipo negativo pasivo pasajero).
Llegando a través del período de latencia a la segunda
fase activa (genital-peniana-puberal) hacia la mujer, con afir
mación del falo y exclusión erógena de la cloaca.
M U JER
(Fases orales comunes a los dos sexos.)
Primera fase pasiva (cloacal y fálica) hacia el objeto.
Primera fase activa (fálica) hacia la madre (complejo de
Edipo activo negativo pasajero).
COMPLEJO DE CASTRACIÓN
Segunda fase pasiva (cloacal con exclusión total o- parcial
del falo) hacia el padre (complejo de Edipo pasivo positivo
durable) .
Alcanzando a través del período de latencia la tercera fase
pasiva de la m ujer (genital vaginal puberal) con exclusión
total o parcial durable del falo y afinnación de la vagina.
Conviene agregar aquí que el complejo de castración de
la “pequeña niña” debe ser en general, según las observacio
nes analíticas, mucho más precoz que el del varón. Esto no
debe sorprender demasiado, ya que hemos visto que éste es
un principio de orden biológico, y que tiene como base la
comprobación de la realidad. Esto, además, está de acuerdo
con el ritm o de evolución de la mujer, que es más precoz que
el del hombre. Así la instauración del complejo de Edipo po
sitivo en la niña orientado pasivamente hacia el padre, debe
situarse cronológicamente más temprano que el complejo po
sitivo del varón hacia la madre. Esto se acentúa cuando, por
ejemplo, observaciones muy precoces del coito, han hecho per
cibir muy tem prano al niño la diferencia entre los sexos.
e) E l f a l o pasivo
Se habrá notado sin duda que en el cuadro que antecede,
la fase de pasividad prim aria hacia el objeto se ha calificado
de cloacal y fálica a la vez, aunque aún nada en el texto nos
haya autorizado a agregar el término fálico al de cloacal. Se
debe a que este cuadro fue establecido por mí, cuando este
ensayo ya estaba escrito, y antes de que pudiese estimar en su
justo valor, lo que llamaría la larga prehistoria pasiva del falo.
Después de algunos intercambios de ideas con el Dr. Ro-
dolphe Loewenstein,10 mis concepciones al respecto quedaron
19 R. L c e w e n s t e in dictó una conferencia sobre este tema en la
Sociedad Psicoanalítica de París, en junio de 1934, y después hizo una
comunicación al XIII Congreso Internacional de Psicoanálisis de Lucerna,
en agosto de 1934. De la passivité phallique chez l’homme apareció pos
teriormente en la Revue jrangaise de Psychanalyse, VIII, I, 1935.
fijadas. Lcewenstein me decía que mis concepciones (expuestas
más adelante) relativas a la fase pasiva masoquista de la mas
turbación clitoridica en la niña que ha entrado en el complejo
de Edipo pasivo, le confirmaban las sugerencias, emanadas del
análisis de hombres con perturbaciones de su potencia, de que
existe una fase de falo pasivo. Pero a su vez, los puntos de
vista de Lcewenstein sobre la fase del falo pasivo, me aclara
ron la fase correspondiente en la niña.
En efecto, el falo, ya sea el pene o el clítoris, siguiendo
la ley general que rige todos los fenómenos orgánicos, debe
comenzar por la pasividad para pasar seguidamente a la acti
vidad. Lo despiertan de un modo pasivo, en plena fase pre-
genital bajo el reinado materno. Todas las historias, que sur
gen del fondo del inconsciente, sobre seducciones eróticas por
la madre lo atestiguan; y estas historias o fantasías son en cierto
modo reales, dado que es la madre quien brinda no sólo las
primeras caricias sino también los primeros cuidados del aseo
personal.
Ei? un principio, el niño desea que su madre le toque y
acaricie ese órgano agradablemente sensible, sólo en una etapa
posterior querrá servirse de él para introducir y penetrar acti
vamente. Esta prim era fase de evolución, que podríamos lla
m ar de eclosión fálica pasiva, y que precede regularmente a
la fase culm inante del complejo de Edipo de desarrollo fálico
activo, sería aquélla en la cual se retrasarían o a la cual re
gresarían muchos de los semiimpotentes. En prim er lugar,
aquellos masturbadores que se conforman con las fantasías
soñadas durante la autom anipulación de su falo, o sino aquer
líos hombres que siendo capaces de elegir un objeto, no piden
a la m ujer más que la m asturbación o la fellatio, sin tener
necesidad de penetración. Todos los grados de retardo en
esta actitud, se encuentran y cambian con la actitud fálica
activa que la reemplaza. Algunos hombres tienen necesidad de
caricias preliminares pasivas para pasar a una penetración
activa. Pero antes de continuar, tenemos que definir lo que
entendemos por falo pasivo. Algunos analistas, nos han obje
tado que el falo es siempre activo, desde el momento en que
está en erección cualquiera sea la forma en que lo haya logra
do. Nosotros entendemos por falo activo aquél que, espontá
neamente y por excitación nerviosa central, es capaz de entrar
en erección y desear penetrar, por ejemplo, al ver o pensar
en el objeto deseado. Por el contrario, el falo pasivo tiene nece
sidad de excitaciones periféricas localizadas, y en casos extre
mos de pasividad llega al orgasmo sin erección.
Un día, escuché a uno de nuestros escritores más conoci
dos elogiar en un tono lírico, pero en lenguaje bastante cru
do, a “la femme qui fait bien bander”, oponiéndola a las que
sólo pueden obtener la erección de su compañero por medio
de maniobras ya sea la fellatio o la masturbación, aun
cuando estuvieran “artísticam ente” realizadas. No se podría
cantar mejor y en forma más viril, la supremacía del falo ac
tivo sobre el falo pasivo. Pero dejemos de lado la sexualidad
masculina para volver a ocuparnos de la femenina. La larga
prehistoria pasiva del falo se desarrolla también en la niña
y es aún más im portante en ella porque la pasividad es esen
cialmente femenina. T anto la niña como el niño han sido
lavados, cuidados y acariciados involuntariam ente por la m a
dre, lo que les despertó la sensualidad cloacal fálica pasiva.
Es en forma gradual y muy variable según los casos, que
la niña llega a desear a su madre en forma clitorídica y con
objetivos más o menos activos. Pero para ello le falta el ór
gano verdaderamente penetrador, por lo que se comprende
que Fenichel,20 por ejemplo, se rebelara contra las concepcio
nes de Jeanne Lam pl de Groot,21 negando por reacción toda
falicidad a la niña con respecto a su madre, a la que según él>
nunca ha estado fijada pregenitalmente, confundiendo lo pre-
genital con lo preedípico.
Pero la introducción del concepto de falo pasivo cambia
el aspecto de la evolución libidinal de la m ujer y aclara me
jor los hechos.
La fase fálica activa de la niña, m iniatura homóloga del
varón, que fue tratada muy bien por Jeanne Lam pl de Groot,
podría ser intercalada como en un sandwich entre dos fases
fálicas pasivas, una prim aria que tiene origen en las envoltu
ras de la criatura y que acompañan en forma encubierta a las
20 Zur pragenitalen Vorgeschichte des (Edipuskomplexes (Sobre
la prehistoria pregenital del complejo de Edipo), 1930.
2 1 Zur Entwicklungsgeschichte des (Edipuskomplexes der Frau (So
bre la evolución del complejo de Edipo en la mujer), 1927.
fases orales y anales pregenitales; y una secundaria que sigue
al complejo de castración y que es la única que hemos tra
tado hasta este momento. Estas dos fases fálicas pasivas esta
rían superpuestas y serían contemporáneas de las dos fases
cloacales pasivas, que a su vez enm arcarían la fase fálica ac
tiva. La segunda fase fálica pasiva debe considerarse como una
regresión biológica y norm al de la mujer. Hace tiempo que
Freud habló sobre las olas de represión que actúan sobre la
sexualidad fálica de la mujer, una al principio del período
de latencia y otro en el comienzo de la pubertad.
De esta historia pasiva del falo en la mujer, tenemos un
testimonio tan simple, sorprendente y deslumbrante, que jus
tamente por ello no ha sido comprendido hasta el presente
el placer de tantas mujeres por las caricias en su clítoris. Toda
m ujer a la que se le acaricia el clítoris es un testigo viviente
e irrefutable, pero a la vez regresivo, de la larga prehistoria
pasivo del falo, que por el contrario, en el hombre idealmen
te evolucionado, deberá haber desaparecido sin dejar rastros.
SOBRE LOS FACTORES PERTURBADORES
DE LA EVOLUCIÓN FEMENINA
a) I ndependencia relativa de las zonas erógenas
Y DE LOS OBJETOS SEXUALES
E l concepto del falo pasivo nos ayudará a com prender al
gunos fenóm enos aparentem ente contradictorios.
Aunque generalmente la acentuación de la zona erógena
cloacal, predispone a actividades feminoides tanto en la m ujer
como en el hombre (homosexuales, pederastas), hay otro tipo
de hombres que teniendo una débil erotización del glande
llegan fácilmente al orgasmo por excitación de las zonas co
rrespondientes a la entrada de la vagina, (son los eyaculadores
precoces sin erección, tan bien estudiados por Abraham) / y
que conservan como objeto sexual sólo a la m ujer, sin llegar
a ser homosexuales.
Es necesario mencionar aquí todas las variedades de maso
quistas, en particular a los diversos tipos “flagelantes”. Según
Freud indicó en su ensayo Golpean a un niño,2 estos hombres
permanecen detenidos en el erotismo anal, mejor dicho cloa
cal, y en ellos el orgasmo se produce por la idea o el hecho
de recibir malos tratos, preferentemente, sobre la zona glútea.
Pero deben ser realizados por una m ujer dominadora, que en
la fantasía m asturbatoria de estos hombres, ya sea real o ima
ginaria, representa a la madre activa, siendo él, el sujeto
pasivo.
1 Über Ejaculatio prcecox (Sobre la eyaculación precoz), 1917.
2 Ein Kind wird geschlagen, 1919.
Pero los casos de persistencia de un erotismo cloacal muy
grande se combinan, en general, con los de supervivencia del
falo pasivo. Estos hombres, por su erotismo pasivo y su ma
soquismo, imaginan ser acariciados o golpeados sobre su pene,
que de esta manera es excitado pasivamente. La fantasía fálica
así concebida se mezcla con el hecho o la fantasía de ser
golpeados, cloacal o analmente, siempre por sustitutos de la
madre, pero a pesar de sus tendencias pasivas feminoides no
transferidas de la madre al padre, eligen como objeto; de amor
a hombres en lugar de mujeres.
En cuanto a la m ujer clitorídica heterosexual, parece de
sear al hombre “convexo”, con un órgano apropiado para
desear a la m ujer “cóncava”, el falo. Pero vistas las pequeñas
dimensiones del falo femenino y la atrofia psíquica fálica co
rrespondiente, se ven obligadas a conformarse con el falo pa
sivo, es decir las caricias hechas por el hombre y recibidas pa
sivamente. Aun las homosexuales se ven obligadas a aceptar
estos hechos. Sólo en las fantasías femeninas, hetero u homo
sexuales, se ven dotadas de un falo masculino apropiado para
penetrar y, algunas veces, pueden intentar rivalizar con el
hombre colocándose apéndices artificiales.
Las mujeres clitorídicas, homosexuales manifiestas (o que
lo hayan sido), pueden realizar la evolución objetal propia de
la m ujer haciendo la transferencia de la madre al padre, pero
es posible observar que siempre permanecen fijadas en el in
consciente —cloacal y fálicamente a la vez—, a la madre de su
infancia.
Las homosexuales manifiestas, representan con mucha
frecuencia, la escena prim itiva de actividad y pasividad alter
nadas entre la madre y el niño 3 durante el transcurso de los
tiernos cuidados recibidos en su infancia; y sólo las más acti
vas superpondrán a esto una identificación con el padre, con
virtiéndose en el tipo más exclusivamente activo de homose
xual con corbata y chaqueta.
c) Sobre e l p e lig ro v it a l y m o ra l in h e re n te a la s
FUNCIONES SEXUALES FEMENINAS.
Generalmente las mujeres tienen miedo a la maternidad.
Además de las razones económicas, por las que también el
hombre evitará engendrar hijos, en la m ujer hay algo más:
el miedo al dolor y al peligro, que se oponen al deseo instin
tivo y profundo de ser madres.
Este miedo tiene sus orígenes en la infancia de la niña.
Una percepción, o mejor dicho, una aprehensión de hechos
biológicos constituyen el fundam ento de esta actitud. En pri
mer lugar, la tan frecuente observación del coito de los adul
tos, con la consecuencia de que el niño se identifica con uno
de los dos, hecho que ha destacado Karen Horney.4 El niño
al comparar su pequeño pene con el orificio materno, sufre
una herida narcisística en su amor propio, en el sentido de
su valor; pero la niña, por el contrario, al comparar su pe
queño orificio inferior con el gran pene paterno, teme el acto
tan deseado por temor a una herida vital, y con justa razón!
Porque el coito entre un hombre adulto y una niña, ya sea
por la vagina o por el ano, provocará dolorosos desgarra
mientos.
4 En Die Verleugnung der Vagina (La negación de la vagina), 1932,
ya citado, K a r e n H o r n e y escribe: “La satisfacción imaginaria de los im
pulsos sexuales enfrenta al niño con el siguiente hecho, tan penoso para
su amor propio: Mi pene es demasiado pequeño para mi madre; pero
para la niña ello implica una destrucción corporal. Es por esta razón,
conducida a los últimos fundamentos de orden biológico, que el temor
del hombre frente a la mujer es de orden genital narcisistico, pero el
temor de la mujer es de orden corporal”.
Al observar el coito, el varón o la niña se identifican con
los dos adultos a la vez en proporción variable,5 y ésta es una
identificación psíquica bisexual, consecuencia justa de su bise
xualidad prim itiva y biológica. Por lo tanto el niño no está
exento del temor a la penetración pasiva del pene paterno y
la niña de poseer un deseo fálico de “penetrar” activamente, o
mejor dicho de em pujar hacia adelante con su pequeño clí
toris.
Todo lo que podemos decir, es que en los casos favora
bles de sexualización psíquica correspondiente al sexo de las
gonadas, la actitud masculina debe predom inar en el niño, y
la actitud femenina en la niña, y esto debe suceder desde un
principio. En los primeros tiempos de la infancia, el orificio
propio para la penetración del pene no es percibido como
verdaderamente vaginal; pues aunque la niña lo descubra con
sus pequeños dedos, no tiene una representación neta del ta
bique recto-vaginal y lo concibe en forma cloacal.
Para este concepto de “vagina-orificio”, la niña posee una
base anatómica que no posee el varón, pero a pesar de ello, y
a la inversa de otros orificios y conductos que ya le sirven para
algo, como por ejemplo la boca, las orejas, la nariz, el ano,
encuentra que por la vagina todavía no pasa nada, y tiene
una idea poco clara de su individualidad. Pero sobre todo el
horror de su propia castración que se evidenciaría en la he
rida que sería la vulva, hace que la niña no observe con de
tención esas zonas.
La niña siempre teme como un peligro, la penetración
del gran pene adulto en su orificio inferior, sí bien al mismo
tiempo lo desea.
A este temor, debe agregarse otro más específicamente
femenino, que es el temor a la maternidad.
6 Freud sostuvo este punto de vista en toda su obra. Sorprende
ver a Karen Horney en La negación de la vagina, discutiendo la falicidad
de las niñas según Freud, con frases tan absolutas como las siguientes:
“¿Cómo es posible que la niña manifieste una angustia tal frente al
pene gigante del padre si (de la observación de la escena primitiva del
coito de los adultos), sólo ha podido experimentar las emociones del
padre? Para Freud, el temor a la penetración del gran pene paterno,
existe, pero de un modo anal. Karen Horney lo concibe de una manera
específicamente vaginal. Yo lo imagino del modo más indiferenciado, el
cloacal.
La idea de que los bebés se forman en el cuerpo y en el
vientre de la madre es muy precoz en el niño., y sólo finge
creer las historias que le han contado sobre el repollo o la
cigüeña. Pero para el niño, el bebé se origina, desarrolla y
nace, de un modo digestivo, como Freud 6 lo ha señalado hace
tiempo, y como lo atestiguan numerosos cuentos y mitos en
los cuales la reina concibe después de haber comido tal o cual
alimento, en particular una manzana. Podría creerse que esto
sólo es un desplazamiento obligado por la censura, pero yo
considero que el presimbolismo inicial es preexistente al des
plazamiento que se realiza por la censura secundariamente
y más aún, que el presimbolismo universal, es la base de estas
teorías sexuales infantiles.
El bebé cloacal será percibido más que el pene adulto
como objeto peligroso, en vista de que se lo imagina con di
mensiones desproporcionadas con respecto al cuerpo que lo
dará a luz. ¿Y cómo podrá pasar un objeto así por su cuer
po, sin dañarlo? La niña ha escuchado siempre que el parto
hace mal, y ha visto a su madre o a otras mujeres tendidas,
doloridas y sufrientes cada vez que han tenido un hijo: el
lecho de dolor está muy próximo a la cuna. ¿Y qué decir de
las niñas que han perdido a su madre después del parto? Para
estas niñas la muerte es el precio de la m aternidad.
Es necesario que las niñas posean una cierta dosis de ma
soquismo erógeno, que por otra parte es el masoquismo pro
piam ente femenino, para poder aceptar los peligros vitales in
herentes a la función femenina y para neutralizar la angus
tia.7 Pero hay también otros peligros que amenazan a la niña
que quiere ser una m ujer adulta y llegar a identificarse con
la madre en los actos de amor. Ocupar su lugar implica una
agresión contra ella, y esta agresión implica a su vez un cas
tigo similar al delito cometido. Este es el temor edípico de
la niña frente a la madre rival, temor que tiene una esencia
moral.
Conviene presentar aquí las ideas de Melaine Klein rela
tivas al temor prim itivo de la niña frente a su madre. Melanie
6 Über infantile Sexualtheorien (Sobre las teorías sexuales infanti
les), 1908.
7 Ver más adelante, Capítulo IV y siguientes de la segunda parte.
Klein remonta esta angustia al final del prim er año de vida,
en el cual según ella se instaura el complejo de Edipo posi
tivo de la niña, después del destete y como una reacción hostil
al mismo. Éste está orientado pasiva y vaginalmente hacia el
padre. En la visión de la escena prim itiva, en la que juega
un rol principal el ver a los “padres unidos”, la niña se senti
ría celosa del interpretar que la madre amamante al padre y
que a su vez, el padre con su pene amamante a la madre: és
tas son interpretaciones de la criatura ya que no conoce otro
tipo de relación entre cuerpos humanos. La niña orientada
hacia los celos orales quiere absorber, succionar y devorar el
interior del cuerpo materno; las entrañas, las heces, el feto,
incluso el pene m aterno y como castigo por estos deseos agre
sivos, desarrollará el temor de que le puedan hacer lo mismo,
esto es el complejo de castración interna, que engendrará en
la niña el prim er superyó. Las brujas de los cuentos, que tan
frecuentemente devoran a los niños, constituirían proyeccio
nes de esta madre fantasmal, caníbal retaliatoriam ente, que
atorm enta la imaginación de nuestros niños. Estos son los con
ceptos de Melanie Klein.
Yo creo que en parte son verdaderos, pero que la autora
tiende a moralizarlos demasiado. Ciertamente, el niño es muy
agresivo, pero también por suerte muy libidinal; esos impulsos
canibalísticos hacia la madre son desde el comienzo la expre
sión, no sólo de la agresión y del odio, sino tam bién del amor.
Uno “ama” lo que come; pero no sólo se come para destruir
sino para incorporar lo que amamos, por ejemplo, los enamo
rados “se comen a besos”. El sadismo original del niño hacia
la madre está cargado de amor infantil. Los impulsos origina
les se encuentran ahora estrechamente imbricados. Al princi
pio el dram a sádico del amor unido a la agresión tiene sólo
dos intérpretes: la nodriza y la criatura. Posteriormente encon
tramos tres: la criatura, la nodriza y la rival. Hacia una pre
domina la agresión y hacia la otra el amor. Este hecho puede
ser muy precoz, pero el bebé conoce primero sólo a su no
driza y luego percibe junto con ella a la rival.
Según mi punto de vista, la agresión contra la rival es
secundaria y se superpone a la prim era agresión sádico amo
rosa. Entonces, la ley del Talión de ser comida por haber
querido comer,8 toma un matiz moral, y comienza a construir
se el imponente edificio del superyó.
Pero volvamos a algunos estados precoces de esta ley del
Talión, de acuerdo con lo que dice Melanie Klein. Según ella,
el clitoridismo de la m ujer y la falicidad de la niña, biológi
camente, no serían primarios sino que tendrían un desarrollo
secundario.
Es el temor a la madre, a quien la hija celosa quisiera
arrancar las entrañas, el feto e inclusive el pene paterno, lo
que contribuiría a hacer que la niña renuncie a sus primitivos
apetitos cloacales y los conduzca hacia la falicidad, lo que por
lo menos no constituiría un peligro para el interior de su
cuerpo.
Sin embargo, Melanie Klein 9 sostiene que ese retorno1de
la libido de adentro hacia afuera se realiza en proporción al
sadismo original del niño, sadismo que es muy fuerte y pre
dispone. Creo que esta observación es justa, pero que no está
correctamente fundada, dado que para Melanie Klein el con
cepto de la bisexualidad cuenta relativamente muy poco. Si
las niñas con una constitución sádica muy fuerte tienden a la
falicidad, podemos decir que esto es un sadismo, un dinamis
mo agresivo muy acentuado, un atributo masculino, es decir,
que desde su origen, es un estigma muy fuerte de bisexuali
dad. La orientación centrífuga de la agresión y de la libido es
un atributo masculino. La orientación centrípeta de la agre
sión y de la libido, es un atributo femenino. ¿Los órganos
femeninos o masculinos preceden a la orientación, o la orien
tación y la tendencia crean la función y los órganos? Nos per
deríamos en especulaciones filosóficas, si quisiéramos resolver
el problema con un simple trazo de pluma, es mejor dejarlo
en suspenso.
Vemos que siempre, la agresión dirigida hacia afuera, es
favorable a la virilidad y a las funciones masculinas y desfa
vorables en la misma proporción, a la femineidad y a las fun
ciones femeninas.
8 Ver en Edgar Poe, con respecto a la interpretación del cuento
de Berenice, las ideas de Freud mismo, sobre el temido canibalismo por
parte de la madre por el niño.
9 Ver Die Psychoanalyse des Kindes (El psicoanálisis del niño),
1933.
d) LA MASTURBACIÓN INFANTIL. La SEDUCCIÓN
Y EL BLOQUEO DE LAS ZONAS ERÓGENAS.
Se ha dicho que una masturbación clitoridica en la infan
cia y en particular si continúa durante el período de latencia,
podría contribuir a condicionar la posterior fijación de la
libido en el clítoris de la mujer.
Esto parece ser cierto, pero el problem a sólo ha sido des
plazado. Pues, ¿cuál sería la causa de que algunas niñas bajo
la influencia del traumatismo que es el complejo de castra
ción, renuncian a la masturbación, mientras que otras no lo
hacen?
Todos los niños se masturban, por lo menos todos los
niños sanos. La m asturbación fálica del varón debe ser resis
tente y no dejarse intim idar por las amenazas educativas o por
el complejo de castración cultural, debe anular el período de
latencia, ya que estos ejercicios sexuales preparatorios son a
m enudo favorables para la futura virilidad.
Dado que la niña debe convertirse en m ujer, la m asturba
ción fálica normal en ella hasta el complejo de castración,
debe por el contrario sucumbir a las, prohibiciones de las edu
cadoras o bien al complejo de castración biológico, y la vagi
na de la m ujer erotizada desde la pubertad, debe conformarse
en esperar pasivamente el pene masculino que la despierte.
Desde el óvulo hasta el amante, el rol femenino consiste
en esperar. La vagina debe esperar la llegada del pene del
mismo modo pasivo, latente y adormecido en que el óvulo es
pera al espermatozoide. Este prototipo biológico es compara
ble al m ito eternamente femenino de la Bella Durm iente del
Bosque.
Tam bién podemos considerar que si la libido es de esen
cia masculina, el período de latencia infantil está relacionado
con lo femenino.
Pero hay niñas que no quieren esperar. En ellas la segun
da fase pasiva cloacal que sigue al complejo de castración, no
consigue instalarse con facilidad hasta la fase vaginal ideal
de la pubertad. A menudo, durante el período de latencia, se
producen regresiones activas, agresivas, varoniles: la m astur
bación fálica interrum pe el período de latencia, pareciera ser
que las fantasías pasivas relacionadas con el nuevo objeto se
xual que es el padre se superpusieran a las fantasías entremez
cladas inconscientes, primitivas, pasivas y activas referentes a
la madre.
¿Es que hay en estas niñas, bajo la influencia de una bise-
xualidad demasiado fuerte, una orientación central endógena
tan predom inante del sistema nervioso hacia la virilidad, que
la evolución fisiológica norm al correspondiente a su constitu
ción anatómica no llega a realizarse? ¿Algunos hechos, tales
como las seducciones infantiles han sido factores predisponen
tes? ¿Cuál es en este caso, la parte respectiva a querer ser
viril o al ser viril verdaderamente-, es la resultante de la iden
tificación con el padre o de la constitución viriloide? Los dos
hechos pueden tomar parte del fenómeno, no hay que olvidar
que las seducciones por sí mismas y las observaciones del coito
en particular, hacen intervenir en cada ser el sentido prescrip-
to por su constitución.
En las mujeres clitorídicas la evolución que hubiera teni
do que fijarse y detenerse en la segunda fase cloacal y finali
zar en la pubertad con la invaginación de la libido fúlica y
con la especialización vaginal de la libido cloacal, se realiza
con dificultad y con una orientación activa masculina, dema
siado progresiva. No han aceptado la exclusión del falo en
ellas mismas, y a pesar de su complejo de Edipo positivo y de
su amor hacia el padre han reaccionado durante el período
de latencia muy fálicamente, como si el clítoris no fuera un
órgano inevitablemente destinado a la insuficiencia y conti
nuase creciendo como el del varón. La contraparte de este
fenómeno, es decir su sentido interno psicofisiológico parece
desviarse del hecho anatómico, tan significativo, del floreci
miento de la femineidad, que se manifiesta en el ensancha
miento puberal de la vagina.
Algunas veces, en las mujeres clitorídicas, puede faltar la
masturbación prepuberal en el período de latencia. Pero ana
lizándolas se descubre que un síntoma neurótico, generalmen
te de carácter obsesional, sustituye y reemplaza a la m asturba
ción, que de este modo continúa orientada hacia la afirmación
infantil del falo.
Hay otras mujeres que aún habiéndose m asturbado clito-
rídicamente durante el período de latencia, aprenden a reac
cionar normalmente después de los primeros contactos con el
hombre. Estas son mujeres con una libido bien dotada y que
poseen las dos zonas erógenas, con la posibilidad de alcanzar
el orgasmo ya sea por una u otra zona, según el caso.
/) E l “ S c il l a y C a r ib d is ” d e l a n iñ a
c) V itelism o y m a te rn id ad h um ana.
Podríamos sacar como conclusión que por el sólo hecho
biológico de que la vida sexual de la m ujer no se lim ita al
coito sino que se extiende a los procesos de la m aternidad, la
libido femenina debe ser menos concentrada, menos enérgica
y menos explosiva en el acto sexual, en el cual la sexualidad
del hombre finaliza y culmina. Pero además, ya hemos señala
do que la aceptación psíquica de la m aternidad es un factor
favorable para la vaginalización de la mujer y para la adapta
ción erótica al acto que condicionará esta m aternidad. Esta
nueva contradicción aparente se resolverá si distinguimos en
el seno de la función m aterna hum ana, la actividad m aternal
propiam ente dicha, de los restos de vitelismo pasivo femeni
no que generalmente conserva.
El vitelismo residual, sólo condiciona la inercia y el me
nor dinamismo de la libido femenina. Pero el vitelo al ser re
emplazado por el organismo entero de la hem bra mamífera,
pierde la mayor parte de su inercia: la madre que nutre es
un vitelio consciente que debe saber actuar, es un vitelo do
tado de un sistema muscular, un vitelo que no posee el sen
tido propio y original de la inercia vegetativa vitelina.
Los rasgos activos de la m aternidad hum ana, se manifies
tan en los cuidados que la madre brinda al hijo y en la
aceptación vaginal y orgástica del acto que dará lugar a esa
maternidad.
Generalmente, las mujeres que poseen vaginalidad tam
bién tienen instinto m aternal, como si una misma orientación
prim itiva de la libido, condicionara las dos actitudes en rela
ción con la vía por donde pasarán el pene y el hijo, actitudes
que son la adaptación a las funciones propias de la mujer.
L a m o r a l d e u n s e r le es i m p u e s t a d e s d e a f u e r a , y p o n e d e
m a n if i e s t o la s i n f lu e n c i a s q u e s u f r e u n o r g a n is m o d a d o e n
su m e d io .
En nuestras civilizaciones el medio es en gran parte in
hibidor de los instintos naturales, pero observamos que la
naturaleza se ha reservado, a pesar de todos ellos, el derecho
de despertar esos instintos por el mismo medio ambiente en
que crece el niño y por intermedio de sus educadores. Es en
ese sentido, que los adultos son, aunque lo pongan en duda,
agentes excitadores y agentes inhibidores de la psicosexuali
dad del niño.
Son numerosas las excitaciones que puede sufrir la sexua
lidad del niño por parte de los adultos; las enumeraremos
aquí. En prim er lugar, en el bebé son inevitables los cuida
dos del aseo que excitan sus zonas erógenas. Y aun si éstos
fueran descuidados, la acumulación de las secreciones en los
repliegues mucosos cum pliría la misma función, como si la
naturaleza velara porque estas zonas fueran despertadas eró
ticamente de cualquier manera.
Ésta es la prim era de las seducciones realizadas involun
tariam ente por la madre, y que comprende también a la ma
dre naturaleza. Podríamos recordar aquí la época en que las
nodrizas voluntariam ente y a sabiendas m asturban al bebé
para m antenerlo tranquilo y hacerlo dormir.
Pero los adultos también seducen al niño de otra m ane
ra: brindándole el espectáculo. En efecto, los adultos se dejan
llevar por su sexualidad, sin mayor preocupación, delante del
niño. ¿Acaso él no comparte la misma habitación con ellos?
¿Acaso no lo consideran demasiado “inocente” para com
prender?
Con esto los adultos cumplen, sin saberlo, una gran mi
sión prescripta por la naturaleza: la de la enseñanza que dis
pensan al pequeño ser. El bebé hum ano, comienza a aprender
la sexualidad en época muy temprana; así lo quiere la natu
raleza que decide que los actos sexuales de los adultos en su
presencia, nunca dejen de ser percibidos por el niño: ya sea
por el esencial sentido de la vista o sólo por el oído; estos¡ ves
tigios indelebles que él ha percibido permanecerán siempre
como un recuerdo inconsciente. Lo atestiguan así, los num e
rosos análisis de sujetos de toda edad. Podemos convencernos
de esta manera que el niño, aun el de corta edad, por ejem
plo de un año y medio, es capaz de vibrar al unísono y a su
manera, frente al espectáculo ofrecido por el acoplamiento de
los adultos, así también como de almacenar las impresiones
que serán psíquicamente reelaboradas más tarde. En efecto, ya
posee todos los mecanismos que form arán más tarde su sexua
lidad: el instinto preformado duerme, pero sólo necesita que
se lo despierte. La observación de los pasatiempos sexuales de
los adultos, despierta y refuerza en el niño, la tendencia inna
ta a la masturbación, manifestación esencial de la sexualidad
infantil.
#
f) T i p o s d e m u j e r y c o m p l e j o s d e E d ip o .
b) La a d a p t a c ió n a l o p l á s t ic a : l o s h o m b r e s EN ESPEJO.
En prim er lugar, lo que tantas veces perm ite a estas m u
jeres soportar su destino, bastante duro en el fondo, es la
pasividad, el masoquismo característico del sexo femenino,
que se encuentra aun en estas mujeres. Luego vale la pena
prestar atención a otro hecho, igualmente de orden bisexual,
y que proviene de ciertas cualidades de los objetos amorosos
que pueden presentarse a estas mujeres.
Vista la evolución de la libido cuyo cuadro hemos esbo
zado, gran número de hombres retiene, por su parte, muchos
rasgos feminoides. Estos hombres, fijados en parte a la fase
cioacal-fálica, presentan una exclusión parcial del falo en su
propio cuerpo; a veces presentan incluso una acentuación de
la zona periclóacal, sin dejar de tener a la m ujer como obje
to, por lo menos algunas veces presentan ligeras perturbacio
nes de la potencia. Pero el hombre que psíquicamente no se
ha asido con fuerza a la posesión de su propio falo, no ha
suprimido el falo en el otro sexo tan radicalmente como el
hombre muy viril. En el insconsciente de estos hombres la m u
jer fálica, propia de la imaginación infantil de todos los va
rones, sobrevive con particular intensidad.
Además, ya de hecho, el clítoris de la m ujer es un pe
queño pene, un falo en m iniatura. Estos hombres, aunque
hayan llegado a ser viriles en su comportamiento activo, inte
lectual, social y aun psicosexual, son inconscientemente ado
radores del falo de la mujer. Para otros hombres más decidida
y exclusivamente viriles, el clítoris se vuelve poco atrayente;
pero para estos hombres nada resulta más agradable que los
juegos con el clítoris de la m ujer concomitantes o prelim ina
res al acto.
Es así que, las mujeres clitorídicas con un seguro instinto,
que les perm ite sastisfacer su erotismo fálico, atraen y ligan a
ellas a este tipo de hombres, que la civilización tiende a m ul
tiplicar en vista de los obstáculos que pone a la evolución
sexual normal y que favorecen las detenciones y las regresio
nes de la misma.
En esta forma de compensar la inadaptación sexual feme
nina con una inadaptación sexual masculina en espejo, pode
mos observar una tentativa de adaptación aloplástica, bastante
lograda.
Pero sería injusto decir que sólo esta clase de “hombres
en espejo” se preocupan de satisfacer a las mujeres clitorí
dicas.
El hombre de nuestras civilizaciones occidentales, por el
sólo hecho de su extremada cerebralización, sabe que muchas
mujeres prefieren el juego con el clítoris a la simple penetra
ción. Aun, sin que su propia dosis de sexualidad feminoide
sea muy acentuada, y siendo él mismo muy viril, el hombre
“civilizado” cuando ama, se adapta a los deseos de la mujer.
En efecto, el hombre “civilizado” cuando ama, es menos egoís
ta de lo que generalmente se cree, su necesidad de compartir
el placer y de una identificación amorosa con la mujer, hacen
que se preocupe por su compañera, y así las mujeres clitorí
dicas pueden encontrar en un hombre que las ame bastante
como para satisfacerlas, una compensación para su enferme
dad funcional.
Sin embargo, hay numerosas clitorídicas que sufriendo
esta inadaptación, hacen de ello un desafío de superioridad.
Cualquiera sea la satisfacción que tengan estas mujeres, que
Abraham ha descripto tan bien, como pertenecientes al tipo
de aquellas que han reaccionado por la “venganza” frente al
complejo de castración, cualquiera sea el placer que puedan
experim entar engañando al hombre con su frigidez, probán
dole que él no puede y que frente a ellas es en cierto modo
impotente, debemos decir que en esto las engañadas son ellas
y en mucho mayor grado que el hombre. Al lado de estas
mujeres, se encuentran otras que a pesar de su virilidad, son
bastantes mujeres como para no desear ser distintas, son dema
siado viriles para satisfacerse con el coito normal y demasiado
femeninas para no sufrir profundam ente por ello. Porque se
puede tener una parte masculina y ser muy m ujer al mismo
tiempo. El drama de estas mujeres es muy doloroso cuando
se encuentran fijadas como objeto de amor, a un hombre de
masiado masculino para adaptarse a sus deseos clitorídicos, lo
que puede sucederles con facilidad cuando la parte femenina
que en ellas coexiste con lo masculino, es mucho mayor.
En estos casos se impone una modificación, una adapta
ción autoplástica.
c) La a d a p t a c ió n a u t o p l á s t ic a : l a c e n t r a l ,
EL PSICOANÁLISIS.
La verdadera modificación, la verdadera adaptación auto-
plástica, sólo será lo que podrá rehacer, aunque tarde, la evo
lución que faltó en la infancia y que fue desviada en la pu
bertad.
La vida por sí misma, lo logra muy raram ente en la ver
dadera m ujer clitorídica. Porque, a diferencia de las mujeres
frígidas por represión histérica de una evolución cloacal y
de una vaginalidad rechazada —en las cuales la sexualidad
norm al puede repentinam ente surgir—, en estos casos de fri
gidez por acentuación fálica excesiva y por desaparición del
erotismo cloacal concomitante, resulta muy difícil que puedan
ser influenciados por los hechos de la vida. Aun cuan
do es de naturaleza histérica, generalmente son rebeldes a las
psicoterapias comunes sugestivas.1 Sólo el psicoanálisis está
capacitado para influenciarlas, y en los casos en que la fija
ción y las prácticas clitorídicas son muy antiguas, la tarea
es muy difícil.
La dificultad en este terreno, se encuentra en saber cuán
do ha dado el análisis todo lo que puede. La fijación de la
libido al clítoris de la mujer, como todos los fenómenos psi-
cosexuales, está condicionado por la constitución bisexual y
por los hechos de la vida infantil y adulta que la obstaculizan
o la favorezcan. Si el análisis, remontándose desde los hechos
actuales hasta los infantiles, consigue hacer desaparecer la fi
jación clitoridica exclusiva y hace aparecer la sensibilidad
vaginal, el trastorno de la evolución se ha corregido y pode
mos decir que el análisis (que en estos casos habrá abarcado
todo el conjunto de síntomas y toda la personalidad), es un
éxito. Pero si, a pesar de los progresos en los descubrimientos
teóricos y a pesar del análisis profundo, en particular el de
las primeras fijaciones fálicas a la madre, se encuentra que las
zonas erógenas no se han modificado, o que no lo han hecho
en forma suficiente para perm itir una satisfacción plenamente
norm al en la unión de los sexos, ¿cuál debe ser la actitud del
analista?
¿En qué momento puede decirse que ha sido alcanzada
la frontera infranqueable de lo biológico, como sucede en
ciertos casos de homosexualidad; es que acaso no es posible
creer en la existencia de un fragmento de territorio psíquico,
no conquistado aún?
Las sorpresas terapéuticas logradas al finalizar el análisis,
deben animarnos en la cura de estos casos, a realizar prolon
gados y perseverantes esfuerzos. Se sabe que el análisis de las
perversiones en general es largo, y la analogía de la frigidez
femenina por fijación clitoridica tenaz, con una “perversión”
l El Dr. Paul Sollier me dijo, en el año precedente a su muerte,
que en el transcurso de su larga carrera de psicoterapeuta, no había te
nido la ocasión de observar la transformación de una mujer clitoridica,
en una mujer vaginal.
no se le escapará a ningún analista. Y a la inversa de la
represión histérica genital total, ¿no tiene en común con la
perversión la posibilidad de desplazar la libido hacia una vía
lateral, esta vía que es colateral para la mujer, no será la vía
central de desplazamiento de la libido hacia el todopoderoso
falo? Sólo hay que resignarse tardíam ente a adm itir que, en
los casos de semiéxito terapéutico en estos tipos de frigidez, se
ha tropezado con el muro infranqueable de lo orgánico.
d) O t r a t e n t a t iv a d e a d a p t a c ió n a u t o p l á s t ic á :
LA PERIFÉRICA, LA OPERACIÓN HALBAN-NARJANI.
Cuando comencé a interesarme por el psicoanálisis, se
presentaron en mi espíritu los problemas de la psicosexualidad
femenina, sustentados por la confidencia de muchas mujeres.
Estaba sorprendida por el gran número de mujeres cli-
torídicas, y me preguntaba cuál sería la causa de esta anoma
lía tan frecuente. Tuve la idea de buscar si había algo en la
anatomía genital de ellas que pudiera sustentar sus deficientes
reacciones eróticas, y con la colaboración de algunos médicos
que quisieron ayudarme en esta búsqueda, pude observar ana
tómicamente y a la vez interrogar a un gran número de m u
jeres, tanto en París como en Viena.
He aquí lo que pude sacar en conclusión de esas obser
vaciones: el grosor del clítoris parece no tener gran impor
tancia, pero sí la distancia entre el clítoris y el meato urinario.
Es muy variable en las mujeres, oscila entre 1 y 4 centímetros,
y las mujeres en que el diámetro es mayor, tienden a ser cli-
torídicas. Publiqué el resultado de estas observaciones en abril
de 1924, en el Bruxelles Medical, bajo el seudónimo de A. E.
N arjani.2 Esta publicación fue prem atura, porque pude com
probar que la frigidez por fijación clitorídica también se pro
duce en las mujeres en que la distancia es corta, y que las
distancias mayores son a veces compatibles con una sensibili
dad vaginal normal. Yo le atribuía un rol demasiado central
en las realizaciones eróticas, al acercamiento del clítoris a la
2 Considérations sur les causes anatom iques de la frigidité chez
la fem m e (Bruxelles-M édical, abril de 1924). Artículo que no he repro
ducido en esta recopilación por considerarlo preanalítico y erróneo.
zona vaginal y, por así decirlo, a la utilización vaginal del clí
toris. Pero a pesar de todo, se puede deducir de estas observa
ciones que, generalmente, las grandes distancias meato-clitorí-
dicas no son favorables a la transferencia norm al de la sensi
bilidad del clítoris a la vagina, como si hubiera que, franquear
una zanja muy grande. Esta gran distancia puede considerarse
como un verdadero estigma de bisexualidad.
Entonces tuve una idea de que se podría intentar, en
algunas mujeres con distancia meato-clitorídica extrema y
fijación clitorídica tenaz, un acercamiento clitorídico-vaginal,
favorable a la función erótica normal, por medio de una
intervención quirúrgica. El profesor H alban, de Viena, biólo
go y cirujano, se interesó por el problema y puso en práctica
una técnica operatoria simple (sección del ligamento suspen
sorio del clítoris, fijación del clítoris a los planos profundos
y su fijación por debajo con acortamiento eventual de los
pequeños labios) .3
El resultado de cinco intervenciones de este orden fue
muy interesante desde el punto de vista psicosexual. Desgra
ciadamente, dos de los casos se perdieron de vista. Otro cons
tituyó un fracaso: la mujer, una divorciada de 35 años que
hacía vida m arital con un amante desde mucho tiempo atrás,
demasiado tarde se mostró furiosa por haberse dejado operar,
evidentemente sin gran perjuicio pero sin éxito. Ella había
logrado satisfacción dos veces en la relación normal (decúbito
dorsal) cuando la herida, que todavía no estaba cerrada se
le infectó, movilizando temporalmente el masoquismo feme
nino esencial. Cuando la herida cicatrizó, ella debe haber vuel
to a la posición que ya la había satisfecho con anterioridad:
de rodillas sobre el hombre que está acostado de espalda.
U n corto análisis, mostrará que esta mujer, había espera
do que por medio de la operación el cirujano padre le diera
el pene soñado. El complejo de virilidad de esta mujer era
demasiado fuerte.
En los otros dos casos el resultado fue más favorable sin
llegar a ser decisivo: se logró una erotización vaginal con po
sibilidad de excitación que antes no existía en el coito normal.
Sin embargo, la obtención del orgasmo en el acto norm al (de
3 V er H a lb a n , Gynakologische Operationslehre, 1932.
cúbito dorsal) no se establece de golpe regularmente y puede
estar sujeto a grandes intermitencias. El clítoris sigue siendo
la zona erógena dominante.
En estas dos mujeres (una, récién casada de 25 años, y la
otra casada dos veces, la prim era vez a los 20 años y la segun
da a los 35 años, en ese momento tenía 40 años), coexistía una
actitud femenina acentuada, con un complejo de virilidad, a
la inversa del caso precedentemente citado; y es sin duda esa
actitud la que perm itió, como una réplica de lo que sucede
normalmente, la utilización femenina de una fuerza mascu
lina, es decir, en este caso, la utilización vaginal del clítoris.
Por consiguiente sólo en casos muy escogidos y psicoana-
líticamente explorados, podrá intentarse una intervención de
este tipo. Porque el límite de su éxito está trazado por la fuer
za de la “estereotipia dinám ica” del sistema nervioso central,
que erotiza electivamente el clítoris y las prácticas que apun
tan a ello y excluyen correlativamente a la vagina. Los resul
tados de la intervención son problemáticos.
El psicoanálisis cuando llega a sus fines sin esta ayuda
sangrienta, es una solución más segura y más elegante, m ien
tras los trastornos del instinto, que son puram ente psicofisio-
lógicos, esperan que se posean las hormonas, que si bien no
se han hallado pueden hallarse, que perm itan cuando sea ne
cesario virilizar al hombre y feminizar la m ujer y sus respecti
vas zonas erógenas y su psiquismo.
LAS MUTILACIONES FISICAS DE LAS MUJERES
EN LOS PRIMITIVOS 1 Y SUS PARALELOS
PSIQUICOS ENTRE NOSOTROS
Es in t e r e s a n t e comprobar, que tanto en la antigüedad como
en nuestros días, pueblos enteros practicaban y practican ope
raciones sangrientas en los órganos genitales externos de la
mujer, pero que a la inversa de la operación Halban-Narjani,
generalmente, no son proclitorídicas sino anticlitorídicas.
La extensión de esta práctica no alcanza a ser tan común
como la de la circuncisión masculina. Pero se sabe que los
egipcios de otros tiempos y los actuales, los abisinios y muchas
poblaciones del Este, como así tam bién del Oeste de Africa,
practican en las niñas la clitoridectomía, sin hablar de la cruel
infibulación de Somalis (el cierre de la vagina de las niñas,
después de la ablación de los pequeños labios y del clítoris,
que sólo el esposo volverá a abrir con su sílex, su cuchillo o su
pen e).
M ientras que el sentido de la circuncisión masculina, que
después de Freud apareció bastante claro, y en §1 que se puede
reconocer una atenuación de la castración cultural, una espe
cie de castigo por los deseos incestuosos, un rescate que per
m itía a los jóvenes de las tribus primitivas en la pubertad
la entrada a la sociedad de los adultos y a la vida sexual de
los “grandes”, que siempre era acompañada de variados ritos;
l A pesar de las objeciones que hacen algunos etnólogos y soció
logos a este término, lo he conservado porque me parece que es el mejor
comprendido por todos, y no veo el interés en cambiarlo, por ejemplo,
por el de arcaico. La palabra adecuada está aún por encontrarse y
hacerse aceptar.
el sentido de las mutilaciones infligidas a la niña no aparece
muy claro.
Freud pensaba que, el hecho de que tribus enteras le
cortaran el clítoris a las niñas, era una tentativa de feminizar
a la m ujer quitándole el principal vestigio de su virilidad.
Freud me dijo un día que estas operaciones, tenían por fin
lograr la castración biológica de la mujer, que la naturaleza
para estas tribus, no había realizado completamente.2
Tam bién me dijo que la misma tendencia al logro de la
feminidad de la m ujer, pero transferida al pie, que es un
símbolo fálico especialmente en los fetichistas, podríamos en
contrarla en la China con el aplastamiento y encogimiento
del pie de esas mujeres. Las mismas a las que la madre en
la infancia, abre la vagina para efectuar limpiezas internas
casi rituales, por lo que hay regiones enteras de China en las
que no es posible encontrar mujeres “vírgenes”.3
Podría preguntarse hasta qué punto, la sobredetermina-
ción de todos los actos humanos, autoriza a decir qüe este rito
está orientado sólo por el deseo de feminizar al máximo a la
mujer.
Félix Bryk pensaba en el Neger Eros casi como Freud.
Esto sería así, si pudiera atribuirse la inspiración de esas ope
raciones a las mujeres viejas que están animadas por celos
edípicos contra las jóvenes.
2 Próximas a estas prácticas en la mujer, se encuentran las de
ablación del mamelón en los hombres de algunas tribus. El profesor
C e r u l l i escribió al respecto: “Las tribus que practican la ablación del
mamelón en el hombre son los Djanjéro que habitan en el alto valle
del Orno Bottego”, Yo he presentado las informaciones sobre los Djanjéro
en Etiopia Occidental, vol. II, pp. 13-23, y mapa: Le Populazioni ed il
Languagio dell’Etiópia, referido a los Djanjéro sobre su costumbre de
cortarse los senos me dijeron: "Lo hacemos porque no queremos pare
cemos en nada a las mujeres”. El viajero (francés) B o r e l l i , que estuvo
explorando la Etiopía meridional, señaló en su Journal de voyage, con
fecha 2 de enero de 1888: “Mi Zingéro volvió con uno de sus compa
triotas que como él, tenía los senos cortados. Los dos aseguraron, una
vez más, que era una práctica general inspirada en el desprecio por las
mujeres”. Un hombre no debe parecérseles en nada, dijeron los dos a
la vez”.
Es casi la misma respuesta, palabra por palabra, que nos dieron
cuarenta años después.
3 P l o s s und B a r t e l s , Das Weib (La mujer), 1927.
Además, cuando se pregunta a los pueblos que practican
la clitoridectomía, la razón de ello, la única respuesta que se
obtiene es la de la conformidad con las costumbres. Por lo
tanto se puede decir que tiene por fin, o de suprim ir algo
“feo”, o de poner un freno a la licencia sexual de las niñas.
La clitoridectom ía aparece entonces como una castración “eul-
tural” impuesta para provecho del propietario, por los padres,
los esposos de la tribu.
Puede ser que todas estas motivaciones actúen a la vez.
Pero se plantea otra cuestión aparte de las motivaciones de la
clitoridectomía. Nos referimos al resultado fisiológico funcio
nal, al éxito psicosexual de ella.
¿Es de origen biológico? ¿Tiene razón Freud?
El hombre, cortando el clítoris a la mujer, que constituye
un vestigio fálico, ¿tiende en prim er lugar a “femineizarla”
al máximo, quemándole las naves, para obligar a su libido a
seguir el único camino que le queda o sea el vaginal? Enton
ces tendríamos que investigar si esta intervención en general
está coronada por el éxito.
¿Las mujeres africanas y tam bién las australianas que to
davía son más “primitivas”, deben ser consideradas más vagi
nales” que sus hermanas europeas, a las que se le ha dejado
el clítoris? Vemos que es necesario abarcar un amplio campo
de estudios para poder contestar esta pregunta. Hasta el pre
sente nos faltan todos los elementos de la respuesta, que yo
sepa ningún etnólogo se ha ocupado en buscarlos.
Se dirá que hay muchos blancos que tuvieron relaciones
sexuales con mujeres a las que se le hizo esta operación. Por
mi parte, conozco a varios de ellos. Sus declaraciones con res
pecto a la sensibilidad erótica de estas mujeres, son contradic
torias: unos dicen que son de una frigidez total y otros las
embellecen con una sensibilidad interior. La verdad de estos
testimonios está desprovista de todo valor objetivo, porque el
hombre en lo que respecta al erotismo de la mujer que él
posee, es un mal observador, en parte porque en ese momen
to no tiene la sangre fría que reclama la observación cientí
fica; y por otra parte porque la m ujer en todos los climas,
es la gran simuladora, la embustera por excelencia, y la em
bustera interesada, porque el hombre exige de ella, a despe
cho del placer compartido, el simulacro de este placer.
Según M. de La Palisse, la observación del comportamien
to, es decir el estudio “behaviorista” del órgano femenino está
plagado de incertidum bre, a la inversa de lo que sucede con
el orgasmo masculino. Un hombre no puede hacer como si
eyaculara, ni tampoco simular una erección, que es lo que
necesitamos para conocer la calidad de su placer. Pero en la
mujer, si bien puede comprobarse la erección clitorídica, resul
ta muy difícil inferir el orgasmo clitorídico por su compor
tamiento. En cuanto al ofgasñTO vaginal, a pesar de las con-
TPWtiones^que pueden acompañarlo o precederlo, resulta más
difícil de confirmar desde el punto de vista “behaviorista”.
La misma confusión se establece para los dos tipos de orgas
mo en relación con las secreciones de las glándulas de Bartho-
lin, que bien pueden precederlo. Por lo tanto, para conocer
el orgasmo y las reacciones eróticas femeninas en general, es
necesario pasar por el inevitable rodeo psicológico: es necesa
rio que la m ujer consienta en hablar y diga la verdad. Esta
condición se aplica a todas las mujeres, a la m ujer blanca de
nuestras civilizaciones, y a la m ujer operada del continente
negro. Pero si la m ujer blanca, después del advenimiento del
psicoanálisis, ha dejado traslucir algunos de sus secretos, la
negra todavía no ha hablado.
Sin duda ella hablará con las mujeres, porque el hombre
que la oprime y del que ha sido secularmente la esclava la
intim ida demasiado, y más aún si pertenece a la raza extran
jera de rostro blanco. Tendremos por delante un gran trabajo
para ganar su confianza, para establecer lo que diríamos una
“transferencia positiva”, trabajo en el que sería condición pri
mordial el conocimiento de la lengua indígena. Además, para
poder juzgar será necesario hacer una examen ginecológico
externo, para conocer el carácter total o fragmentario de la
operación y confrontar, en cada caso, la respuesta funcional
con la anatomía. Por lo tanto, se podría y hasta se debería
dividir el trabajo entre dos investigadoras. Y para poder llevar
a cabo estas dificultosas búsquedas serán necesarios conoci
mientos etnográficos, lingüísticos, ginecológicos y psicoana-
líticos.
A la espera de que estos trabajos puedan algún día rea
lizarse, podemos hacer conjeturas sobre los resultados que se
podrían obtener de los mismos con la condición de que nunca
se pierda de vista que sólo son hipótesis. Fuera de los casos
en que la escisión imperfecta del glande clitorídico, en los
cuales, en parte puede persistir la sensibilidad, yo imagino que
los resultados fisiológicos funcionales biológicos no pueden
ser unívocos. Estos resultados serán diferentes dado que, la
mujer, constitucionalmente y por los hechos de su prim era
infancia (que según Freud son menos decisivos en los seres
primitivos y que son menos reprimidos por nosotros), es más
o menos bisexual.
En las vaginales, la operación no puede cambiar mayor
mente la capacidad orgástica que posee. En las clitorídicas,
según la fuerza del bloqueo libidinoso clitorídico, el resul
tado puede suprim irla totalm ente sin ganancia libidinosa va
ginal, o no cambiar en nada las posibilidades orgásticas ex
ternas.
Apoyando esta últim a posibilidad, podría citar los casos
tan conocidos de clitoridectomía practicados en Europa, a cau
sa de una masturbación infantil puberal excesiva. Es sabido
que hace cincuenta años, los cirujanos europeos no se privaban
de usar este medio. Y las niñas y las adolescentes continua
ban masturbándose, tanto como antes. Podría preguntarse aquí
si esa masturbación se realizó con un orgasmo term inal, por
que justam ente los casos de ninfom anía y de masturbación
proseguida durante horas, se producen porque no consiguen
llegar al orgasmo.
Me considero autorizada a creer en la falta de cambio, en
lo que respecta a las posibilidades orgásticas de estas mastur-
badoras tenaces, por haber observado el siguiente caso. (Con
posterioridad, en 1941, he visto otros en Á frica).4
En 1929, en la clínica neuro-psiquiátrica de Leipzig, pude
observar, gracias a la solicitud del Dr. W eigel y de la Dra. Hup-
fer, a una mujer de treinta y seis años afectada de onanismo
compulsional (casi quince veces por d ía ). Estando casada,
ella misma había pedido ser operada. En efecto, hacía dos
años se le habían cortado los nervios de la región genital,
unido los pequeños labios y el clítoris y sacado las dos trom
pas y los ovarios. Pero ella continuaba masturbándose sobre
4 Ver notas sobre la escisión en Psychanalyse et biologie, Paris,
P.U.F., 1952.
la cicatriz con la misma frecuencia y en la misma forma com-
pulsional. La masturbación se efectuaba sin disminución de la
sensibilidad clitorídica y sin ganancia de sensibilidad vaginal,
la que faltaba totalmente en las relaciones con su marido. Me
dijo que solamente dos veces, y estando un poco ebria, había
logrado gozar debidamente en la relación normal.
Es verdad que en estos casos, en que el triunfo de la “es
tereotipia dinám ica” del sistema nervioso central es sorpren
dente (esta m ujer continuaba sintiendo su clítoris, como los
mutilados sienten sus brazos o sus piernas am putados), cons
tituyen una excepción por la intensidad de la fijación tenaz
de la libido. Podríamos preguntarnos si en los casos de cons
titución mixta, clitorídico-vaginal, la escisión del clítoris pue
de ayudar a la elección de la vagina como zona erógena do
m inante, teniendo en cuenta el mayor o menor espíritu de
docilidad o desafío de la mujer.
Pero encaremos el problema en su otro aspecto, el que
concierne no al éxito fisiológico funcional, sino a su resultado
cultural.
Me parece probable que un elemento de represión de la
sexualidad femenina se combine con las intenciones más o
menos inconscientes de esta intervención quirúrgica. En efecto,
bajo todos los climas, el hombre desea tener una compañera
erótica lo más femenina posible (de ahí su tendencia a “fe-
minizar” a la mujer sacándole su pequeño falo) y por otra
parte, existe también su deseo de poseer una “esposa casta”
que no tenga deseos hacia otros objetos de amor, de ahí su
tendencia a atenuar el deseo sexual femenino cortándole el
clítoris. Esta últim a tendencia masculina coincide con la de
las viejas mujeres envidiosas de la juventud, en las que el
hombre de las sociedades primitivas encontró una eficiente
ejecutora de sus prescripciones mutiladoras.
De acuerdo con nuestras hipótesis, podríamos establecer
un paralelo relativo a las diferentes maneras en que las niñas
primitivas pueden reaccionar frente a la clitoridectomía, y los
grupos establecidos por Freud, según las diversas maneras en
que nuestras niñas reaccionan frente al complejo de castra
ción.
A nuestras aceptadoras psíquicas corresponderían las ni
ñas primitivas que aceptaron la escisión real, que con anterio
ridad al nacimiento o por evolución han sufrido la involución
psicosexual del clítoris y el bloqueo erótico de la vagina, es
decir, que han aceptado la castración biológica de la mujer,
que la escisión viene a confirmar. Hay también en este cua
dro, mujeres que son muy mujeres, amantes o madres vagi
nales, que están satisfechas de su destino femenino, ya hayan
conservado como entre nosotros su clítoris, o bien como en
África, hayan perdido este órgano superfluo.
A las renunciadoras de nuestras civilizaciones correspon
derían las niñas primitivas de tipo clitorídico, a las que al
quitarles su pequeño falo, completando así la cruel obra de
la naturaleza, se las coloca en desventaja con respecto al hom
bre, renuncian, por así decirlo, a toda satisfacción erótica ter
minal, a pesar de sus acercamientos con el hombre, a los cuales
las mujeres primitivas no pueden sustraerse como nuestras
vírgenes persistentes. Estas mujeres hubieran encontrado un
medio de renunciar a su erotismo, si hubieran podido eximirse
de dar al hombre su placer, pero han sido violentadas y for
zadas. Correspondería más exactamente a lo que entre nos
otros son las mujeres frígidas persistentes totales que renun
ciaron, no al hombre, pero sí al clítoris, sin adquirir por ello
sensibilidad vaginal.
Este últim o grupo correspondería al de nuestras reivin-
dicadoras, que tienen un potente complejo de virilidad, una
bisexualidad acentuada y un clítoris que trata de defenderse,
sería el tipo de “m ujer de Leipzig”, que a pesar de la escisión
conservaría la sensibilidad erógena ubicada fálicamente sobre
la cicatriz, su libido clitorídica rehusaría dejarse destronar de
su posición fálica y tomar el camino interior de la vagina. Se
observaría una actitud análoga a la de las mujeres obstinada
mente clitorídicas de nuestra civilización a pesar de la abla
ción del glande clitorídico, y desafiándola.
Si tal es el caso, se vería que las diferentes reacciones fe
meninas frente al complejo de castración, reacciones que son
paralelas en las primitivas y en nuestras mujeres, reflejarían
fielmente la doble naturaleza del complejo de castración de
la mujer.
En el hombre, el complejo de castración es principalm en
te cultural, ya que no es biológico y no consiste en la real
exclusión del falo, contra lo que el hombre normal protesta
ría violentamente: al efectuar las mutilaciones rituales, el hom
bre se ha limitado a las del prepucio o zonas adventicias, de
jando subsistir la función fálica, tal es el caso de los austra
lianos centrales, a pesar de la subincisión.
Pero en la mujer, la m utilación ritual, ataca al órgano
erógeno mismo: im itando a la naturaleza que lo ha tronchado,
la mano hum ana corta el falo femenino. Por lo tanto, un sen
tido cultural se superpone al biológico de la mutilación ri
tual, es necesario ver que un deseo de represión de la sexua
lidad femenina se une a la sobrefemenización, lo que equiva
le a decir que las intenciones profundas e inconscientes de la
escisión revelan la doble naturaleza del complejo de castra
ción femenino, que es cultural y biológico.
Podríamos deducir una ley, de la observación comparada
de las civilizaciones que, como la nuestra, han renunciado a
las mutilaciones rituales y las de aquellas culturas en que
han quedado fijadas.
Parece que los seres humanos que viven en sociedad, no
pueden evitar una represión sexual, que no viene de adentro
sino que es impuesta desde afuera. Aún quedan muchos pro
blemas por aclarar respecto al estudio comparado de las so
ciedades primitivas con las nuestras; en prim er lugar el del
período de latencia. ¿Falta absolutamente en muchas tribus
(como los tobriandeses de Malinowski) ? Si es así, ¿qué mo
dificaciones se han producido en la evolución de la libido? So
bre estos ejemplos podría aprenderse mejor que sobre los nues
tros la evolución instintiva humana.
Pero parece que la libertad sexual de los niños, que es
mayor entre los primitivos, es herida (a la inversa de los to
briandeses) en los albores de la pubertad o más tarde por el
traumatismo de las mutilaciones rituales, circuncisión, esci
sión o mutilaciones de reemplazo (como el diente roto de
algunas tribus australianas). Sólo entonces el niño se convier
te en adulto, y entra en la sociedad de los hombres, y la niña
es considerada digna de ser esposa al estar marcada por el signo
femenino de la tribu.
Sin embargo, a medida que las culturas progresan, las m u
tilaciones rituales se ubican cada vez más temprano en la his
toria ontogenética del individuo: los abisinios y los judíos se
circuncidan en los primeros días posteriores al nacimiento, y
lo mismo sucede con la escisión entre los abisinios. Se podría
decir que el signo de intim idación real se reduciría, poco a
poco, antes de desaparecer, a un símbolo, como sucede entre
nosotros.
Exceptuando la circuncisión judía ritual o higiénica, los
hombres y las mujeres se desarrollan anatómicamente intac
tos. Pero esta integridad no subsiste si la trasladamos al te
rreno psíquico. Es aquí donde nuestras civilizaciones practi
can sus “mutilaciones”. El instinto sexual, que concuerda con
el instinto de agresión, se m utila entre nosotros, en lo que
respecta a la m asturbación por medio de defensas educativas,
que en el mismo grado ignoran los niños de las tribus prim i
tivas. Entonces nuestras generaciones se desarrollan altamente
cultivadas, cerebralizadas, pero en proporción directa desarro
llan una falta de sexualidad a partir de la cual nacen neurosis
paralelas a los trastornos sexuales funcionales, impotencia vi
ril en sus diversos grados y frigidez femenina de distintas
clases.
Entre los primitivos y nosotros, o mejor dicho, entre nues
tros antepasados y nosotros (porque los primitivos actuales
han evolucionado en forma diferente a la nuestra, y no son
más que nuestros prim os), el camino evolutivo que recorrió
la moral, parte de la represión externa ejecutada por la mano
feroz del padre o de los más fuertes y se convierte en una
represión interna de nuestra conciencia moral, que si bien
externamente no es tan ardiente y brutal, es indómita e inelu
dible porque la llevamos siempre en nosotros.
NATURALEZA Y CULTURA
L a respuesta que nos suministrará la observación de las m u
jeres operadas de las tribus primitivas será interesante desde
un punto de vista muy general. Porque creo que entre ellas
hay aceptadoras, renunciadoras y reivindicadoras cuyas dife
rentes proporciones constituirían un dato de interés.
En vista de que, exceptuando la escisión, se perm ite ma
nifestar la sexualidad de las niñas primitivas con más liber
tad que entre las nuestras, si estas proporciones fueran análo
gas a las de nuestras civilizaciones, habría que referir los tras
tornos funcionales de la sexualidad femenina a la naturaleza,
que parece no haberse preocupado —hablando ideológicam en
te— de la función erótica de la m ujer en la misma forma que
de la del hombre, a quien le confió la fecundación. En efec
to, podríamos preguntarnos al observar los animales acoplados,
por ejemplo los perros por tomar el anim al que se encuentra
más a nuestro alcance, si la naturaleza se ha preocupado lo
suficiente de asegurar la satisfacción erótica de las hembras.
Pero la proporción de aceptadoras es mayor entre las pri
mitivas, aun en las operadas, que entre las nuestras, estas m u
jeres son más vaginales y más fáciles de satisfacer y de acuerdo
con la creencia que atribuye a las negras, a la m ujer prim i
tiva, una sensualidad mayor que la de las blancas, tendremos
entonces un dato im portante para el proceso que estamos au
torizados a hacer a nuestra cultura.
Según los etnólogos y exploradores, los trastornos de la
potencia viril parecen ser menos frecuentes entre los prim iti
vos que entre nosotros. Si los trastornos de la función erótica
femenina tam bién son más raros, entonces todos los tipos de
frigidez, la de carácter bisexual, como la producida por un
refuerzo del complejo de virilidad femenino, aparecerían con
dicionadas por una regresión surgida de nuestras defensas cul
turales y morales, que tendría influencia en la evolución de
la sexualidad femenina. En este caso, la m ujer primitiva
debería su mayor normalidad, no al hecho de que se le perm i
ta con mayor libertad la m asturbación en la infancia, sino a
que ella es considerada mucho más precozmente que entre nos
otros donde las niñas están muy protegidas objeto de “seduc
ciones”, es decir de iniciaciones normales, vaginales, por parte
de los niños y de los hombres.
Se aprecia la im portancia del problema, en el cual el es
tudio de sexualidad femenina en general, y su respuesta eró
tica en particular, en las diversas culturas, perm itiría obtener
una respuesta: sobre el valor para el condicionamiento de la
sexualidad hum ana de los factores biológicos y culturales. No
sólo para condicionar su grado de intensidad, sino también
su orientación más o menos bisexual.
En efecto, podríamos preguntarnos, ¿en qué sentido se
orienta nuestra especie hacia una mayor o menor diferencia
ción sexual? La tesis que, por ejemplo, sostiene M arañón en
La evolución de la sexualidad y los estados intersexuales, apo
yándose en la diferenciación progresiva de los sexos a medida
que nos elevamos en la escala de los seres vivientes, del her
mafrodismo al gonocorismo, dice que el hombre tiende a
convertirse en más hombre y la m ujer en más mujer. Desde el
punto de vista puram ente biológico puede ser cierto, pero la
evolución puram ente biológica del hombre está obstaculizada
por su evolución en la civilización.
No somos la única especie anim al en la que la evolución
sexual es perturbada por el progreso social, pues los diversos
himenópteros construyeron sus sociedades sobre la represión
sexual de las obreras, soldados u obreros, según se trate de
abejas, hormigas o termitas. Entre ellos, hay un tipo de hem
bra casi asexuada que soporta la carga social de la ciudad,
la especialización sexual está reservada para las reinas y los
machos, estos últimos generalmente inútiles y superfluos.
En la especie hum ana no se podría recurrir, para resol
ver el problema social del antagonismo entre el sexo y el
trabajo, a procesos similares por la poca fecundidad de la
mujer. Sin embargo, un esbozo similar a lo que sucede en la
colonia o en el hormiguero, nos lo ofrecen las renunciadoras;
con una vida social atrofiada se m antienen apartadas de toda
sexualidad real objetal pero son socialmente útiles.
Y en lo que respecta a los hombres y mujeres que no han
renunciado a la sexualidad, ¿en qué sentido se orienta su li
bido a medida que la civilización progresa: hacia una mayor
o menor diferenciación sexual?
En el transcurso de una conversación, el Dr. Rodolfo
Loewenstein, que tam bién se ocupó de estos problemas, me
dijo que según él y de acuerdo con la observación analítica,
la diferenciación entre los sexos parece ir borrándose, la m u
jer es menos francamente m ujer y el hombre menos hombre.
En apoyo de esta tesis, él citaba la frecuencia cultural de los
trastornos de la potencia en el hombre y de la fijación clito-
rídica en la mujer.
La contraparte de estos hechos queda por establecerse en
las sociedades primitivas, pero tal como se presenta el cuadro
de nuestra civilización me inclino a creer que favorece más
la indiferenciación regresiva, que la progresiva diferenciación
sexual.
Sobre todo, lo que más nos llama la atención es la viri-
lización de la mujer: la m ujer aspira y generalmente triunfa
al tratar de igualar al hombre en el trabajo. U na virilización
sexual sería el corolario de esta virilización social. ¿Y la fija
ción clitoridica, justamente tan frecuente en la m ujer blanca,
sería el testimonio fisiológico?
Esta opinión, contraria a las predicciones de Marañón,
sin embargo, está de acuerdo con otros de sus puntos de vista.
¿Acaso él no escribe, en toda la extensión de su trabajo sobre
la intersexualidad, que la virilidad es de sentido progresivo
y la femineidad de sentido regresivo ? La virilización social
progresiva de la m ujer encontraría así, en la biología, un ele
mento coadyuvante.
Y como las mujeres son las educadoras de los varones, y
como Abraham lo ha demostrado, el complejo de castración
activo demasiado fuerte en la madre, actúa de manera per
turbadora en la evolución psicosexual de los hijos, entonces
no nos sorprendería encontrar varones inhibidos por ello en
su virilidad, lo que los hace regresar hacia cierta feminidad
ligada a su propio sexo.
Sin embargo, podemos esperar gracias al psicoanálisis, pri
mera ciencia que se ocupó, comprendió y aceptó la psicose
xualidad hum ana, un correctivo para esta tendencia regresiva
de la civilización hacia la bisexualidad de los primeros seres.
La sexualidad propiam ente dicha, podrá ser orientada en
sus vías normales, no sólo por el análisis de los análisis de los
adultos sino también de los niños. La adaptación de los orga
nismos a las funciones que deben cum plir en su medio está
dirigida, en gran parte, por el sistema nervioso.
La mujer, objeto de este trabajo, al que es necesario vol
ver para finalizar, no debe renunciar a toda actividad social e
intelectual para saber adaptar mejor su organismo a la fun
ción erótica, ni para estar verdaderamente satisfecha como
m ujer y como madre, en sus relaciones con los hombres.
Si bien M arañón ha escrito, “la m ujer tropieza... con el
obstáculo de la m aternidad que se opone a su progreso inte
lectual, o con el de la esterilidad que se opone a la transmi
sión de todo progreso”, a veces la hum anidad realiza compro
misos felices, y todo en esta m ateria consiste —si bien hay que
reconocer que no es muy fácil— en que la m ujer sepa ubicar
su virilidad donde mejor convenga, como Freud me solía
decir.
LA BISEXUALIDAD EN LA MUJER
I. Sobre la frecuente inadaptación de lamujer a la función
erótica ................................................................................................................ H
II. Hipótesis psicoanalíticas y biológicas .................................................... 15
a) Trabajos psicoánaliticos ................................................................. 15
b) Una teoría biológica de la bisexualidad .................................... 18
' III. Evolución comparada de la libido en losdos sexos ............ 23
a) Una reseña embriológica .................................................................. 23
b) Las fases de la evolución de la libido humana ..................... 26
c) La evolución de la pasividad en la niña y en el niño ....... 34
d) Discusión de algunas teorías analíticas divergentes .............. 40
e) El falo pasivo ...................................................................................... 52
IV. Sobre los factores perturbadores de la evolución femenina . . . . 57
a) Independencia relativa de las zonas erógenas y de los obje
tos sexuales ........................................................................................... 57
b) Algunas relaciones entre el complejo de Edipo pasivo de
la mujer, el instinto maternal y la vaginalidad .................... 59
c) Sobre el peligro vital y moral inherente a las funciones se
xuales femeninas 60
d) La masturbación infantil. La seducción y el bloqueo de las
zonas erógenas ....................................................................................... 65
e) La aparición prepuberal del orgasmo clitorídico y su po
sible relación con la fijación a la fase fálica 67
f) El “Scilla y Caribdis” de la niña ............................................... 68
g) Un combate de dos machos .......................................................... 70
Segu n d a parte
T ercera parte
PERSPECTIVAS EVOLUCIONISTAS
I. Las adaptaciones aloplásticas y autoplásticas ...................................... 159
a) Normalidad y salud ............................................................................. 159
b) La adaptación aloplástica: los hombres en espejo ..................... 160
c) La adaptación autoplástica: la central, el psicoanálisis .. . 162
d) Otra tentativa de adaptación autoplástica: la periférica, la
operación Halban-Narjani ............................................................... 164
II. Las mutilaciones físicas de las mujeres en los primitivos y sus
paralelos psíquicos entre nosotros ........................................................ 167
III. Naturaleza y cultura ..................................................................................... 177
ESTE LIBRO SE TERMINO DE
IMPRIMIR EL 28 DE OCTUBRE DE
1961, EN MACAGNO, LANDA Y Cía.
ARAOZ 162, Bs. As., ARGENTINA