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Tema 4  EL FEMINISMO COMO PROYECTO FILOSÓFICO-POLÍTICO 

Celia Amorós Puente 

  

1. De los memoriales de agravios a las vindicaciones

Los memoriales de agravios aparecen en la Baja Edad Media, y las vindicaciones en la Ilustración. Christine
de Pizan en 1405 escribe “La cité des dammes” . Concibe como una agresión injusta e intolerable que no
distingue entre las mujeres cuya conducta inmoral se hace acreedora de tales denostaciones y las damas
nobles en sentido social y ético. Crea para ello una ciudad imaginaria con figuras femeninas alegóricas
como Justicia y Razón. El discurso se enmarca en la lógica estamental, así que no irracionaliza la división
sexual del trabajo. La lógica universalizadora de los derechos es ajena a esa lógica feudal, que será la
plataforma desde la cual las mujeres podrán articular sus vindicaciones, pero a las mujeres les faltan las
condiciones histórico‐sociales y los correspondientes instrumentos simbólicos y teóricos para cuestionar
las bases mismas de la legitimidad del poder patriarcal.

2. Las mujeres y la Revolución Francesa

Con Descartes, las mujeres pudieron ser sujetos epistemológicos. Con la Revolución Francesa se
convertirán en sujetos políticos, capaces del uso de la razón. Los ilustrados protagonizan una gran
polémica en torno al status quo y sus instituciones, poniendo de manifiesto la necesidad de nuevas
legitimaciones. Crisis de legitimación patriarcal. Se trata de irracionalizar las bases sobre las cuales ese
poder se sustenta. Para ello, las mujeres encontrarán un recurso que les dará mucho juego: la
resignificación del lenguaje revolucionario. Así ocurre con términos como “aristocracia” o “privilegio”. La
resignificación del lenguaje revolucionario es interclasista. Las mujeres, en su resignificación del concepto
de Tercer Estado aplicado a ellas mismas, ponen de manifiesto la incoherencia patriarcal consistente en
irracionalizar los fundamentos sobre los que se basa una sociedad jerárquica para convalidarlos sin
embargo en su jerarquización de los sexos. Las féminas pasan a autodesignarse como sujetos: se asumen
como el segundo estamento del Reino. Quieren la condición de ciudadanas, por eso Olympe de Gouges
escribe la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”, irracionalizando las bases de la
cultura en tanto que patriarcal. Interpela al varón desde una posición de sujeto.

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3. El debate en torno a la ciudadanía de las mujeres

El concepto de ciudadanía es el resultado de hacer una abstracción de las características adscriptivas. A las
denostadas características adscriptivas se contrapone el mérito de los individuos como criterio de
legitimidad: las mujeres, por ello, enfatizan tener los mismos méritos que los varones cuando vindican la
ciudadanía. Lo hacen por analogía, considerando irrelevantes características adscriptivas como ser noble o
villano a los efectos de adquirir la condición de ciudadanas. En la medida en que la diferencia de sexo es
una característica adscriptiva (como ser noble o villano), no debería ser tenida en cuenta a la hora de
acceder a la ciudadanía. Al no reconocerlo se cae en la incoherencia. El debate se va a centrar en torno a si
la condición femenina es o no es una característica adscriptiva. Para los jacobinos, influidos por Rousseau,
la diferencia de sexos es una distinción conforme a “naturaleza” versus la de noble‐plebeyo, que sería fruto
del artificio. Las féminas deben demostrar que la distinción es artificial y producto de una educación
discriminatoria, y ese cometido lo asumirá Mary Wollstonecraft.

4. La operación Wollstonecraft

El racionalismo moral de Wollstonecraft se alzó frente a las tesis de Burke, y su caballo de batalla fue el
estatuto que había que concederles tanto a uno como al otro. “Las opiniones cubiertas de moho adoptan
la forma desproporcionada de los prejuicios cuando se aceptan indolentemente sólo porque la edad les ha
dado un aspecto venerable”. “Un prejuicio es una convicción indulgente y obstinada para la que no
podemos dar razón”. François Poullain de la Barre consideraba que el prejuicio más tenaz, universal, y más
carente de fundamento, era el que se tenía acerca de la desigualdad de los sexos. Wollstonecraft se niega a
acatar poder alguno sustentado en los prejuicios. Demanda en su lugar una legitimación racional. “La voz
del pueblo en los países ilustrados es siempre la voz de la razón”. Del mismo modo que las vindicativas
francesas, recurre a la resignificación del lenguaje revolucionario. Desde su profunda vena republicana y
puritana, irracionaliza las distinciones de rango y la interrelación de las mismas con las jerarquías sexuales.
Sólo considerará legítimo el rango que establezcan entre los seres humanos “la razón y la virtud”. Si a las
mujeres no se les conceden sus derechos legítimos, buscarán la forma de agenciarse privilegios ilegítimos y
ejercer un “poder ilegal, semejante a la autoridad ejercida por los monarcas absolutos, que lo obtienen
por medios degradantes”. A la cuestión planteada acerca de si la diferencia sexual jerárquica era natural o
artificial, la respuesta de Wollstonecraft es que las relaciones entre sexos son el producto de una
educación inapropiada. Debe permitirse que las mujeres fundamenten su virtud sobre el conocimiento, lo
que apenas es posible si no se las educa mediante las mismas actividades que a los hombres. La legislación
formal era para Wollstonecraft mucho menos importante que el desarrollo individual, por lo que puso más

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énfasis en el concepto de independencia que en el de igualdad. Le confiere al concepto ilustrado kantiano
de razón autónoma un contenido social preciso. Gouges y Wollstonecraft se negaron a convalidar
cualquier constitución en la que la mitad de la raza humana se viera excluida por la otra mitad.

5. El sufragismo 5.1 Sobre anacronismos

J.S. Mill presenta la esclavitud doméstica como un flagrante anacronismo de la modernidad. El


movimiento sufragista, respuesta vindicativa de las mujeres a ese anacronismo, se configura, desde los
parámetros de la historia convencional como otro anacronismo. Las mujeres vindican la ciudadanía cuando
ésta es ya una asignatura pendiente marginal en la agenda política imperante. La pequeña burguesía busca
ante todo distinción. Los obreros, por su parte están en la dinámica de la lucha de clases. Las mujeres se
encuentran en una posición excéntrica: vinculadas a los varones por lo que Carol Pateman ha llamado “el
contrato sexual”, no tienen el estatuto de individuos. Y carecen del potencial de una clase.

En 1848 tiene lugar la “Convención de Séneca Falls” en Nueva York. Sus referentes ideológicos son la
Declaración de Independencia de EEUU de 1776 influida por Locke. “Que todas aquellas leyes que sean
conflictivas con la verdadera y sustancial felicidad de la mujer son contrarias al gran precepto de la
naturaleza y no tienen validez”. El sufragismo prendió mucho más en los países protestantes que en los
católicos, lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta la importancia que otorgaba a la libertad de
conciencia. En la medida en que “el gran precepto de la naturaleza” remite a la voluntad divina, se vuelve
particularmente importante hacer una relectura de la Biblia que pueda ser compatible con el mismo. En
1895 la líder sufragista de EEUU, Elizabeth Candy Stanton publica “La Biblia de la Mujer”. Esta obra es la
fruta madura de la tradición de la hermenéutica bíblica feminista ilustrada de la que Wollstonecraft fue un
importante exponente. La interpelación por incoherencia a los varones es constante del movimiento
sufragista: “si se considera el matrimonio como un contrato civil, entonces que se rija por las mismas leyes
que otros contratos”. “Vosotros, hombres liberales, tratáis a vuestras mujeres como si fuerais barones
feudales”. El sufragismo y el abolicionismo compartieron tramos de sus luchas respectivas. Alicia Miyares:
“cuando el movimiento antiesclavista pasó de la recogida de peticiones a centrar sus actividades en el
Congreso, las mujeres pudieron percibir que se convertía en un movimiento de votantes, quedando
patente que ellas no podían participar en esa política de pasillo y presiones.” Los negros liberados pudieron
votar antes que las mujeres. Por parte de los marxistas y de cierta izquierda tradicional se tachó al
sufragismo de “feminismo burgués”, desentendido de la problemática de las mujeres trabajadoras. El
sufragismo, no obstante, abarcó un amplio espectro de clases. Mostraron una total recepción a los
problemas de las mujeres obreras: “De acuerdo con que el capital controla el trabajo de la mujer pero no

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hay nadie que admita que el capital domina absolutamente el trabajo y los salarios de los hombres libres y
emancipados de esta república.” En Inglaterra, la causa de las sufragistas fue asociada al liberalismo. Éstas
se mostraron cada vez más defraudadas cuando el partido liberal llegó al gobierno en 1905 y negó el voto a
las mujeres. Radicalizaron entonces sus métodos bajo el liderazgo de Pankhurstk. Encarceladas más de una
vez, las sufragistas inventaron la huelga de hambre y algunas se vieron sometidas a la alimentación a la
fuerza. La colaboración de las feministas británicas en la causa bélica les valió por fin la concesión del voto,
algo así como un premio al patriotismo. La equiparación de su edad electoral con los varones llegó en
1928. Las estadounidenses tuvieron ante la guerra una actitud distinta. Se logró el voto femenino en EEUU
en 1920. ¿Cómo fue asumido por los varones? Se tomó a las feministas por hombres o histéricas. Simone
de Beauvoir: “Existen dos tipos de personas en el mundo: los seres humanos y las mujeres. Y cuando las
mujeres tratan de comportarse como seres humanos se les acusa de intentar ser hombres”. Cuando este
solapamiento de lo genéricamente humano por la identidad masculina es acríticamente asumido funciona
como desactivador de la lógica de la vindicación. La fuerza del imaginario patriarcal es tal que ha logrado
imponer la imagen de las feministas como “marimachos” con problemas de adaptación. En cuanto al
segundo tópico, Miyares presenta “la histeria femenina” como el “contrarrelato masculino,
primorosamente orquestado, a la historia sufragista”. “La estrategia de la naturalización tiene una gran
eficacia legitimadora”. Las sufragistas lucharon denodadamente contra la naturalización de la que eran
objeto, irracionalizándola como un prejuicio. También obviamente los varones tienen sexo. “Ella es sexo
para él, ergo es sexo en sí misma”. El sexo existe sin reciprocidad en la medida en que ella no está en
posición de sujeto. Pero habrá que esperar a la segunda oleada del feminismo, en los 70 del siglo XX, para
que se den las condiciones de una irracionalización más radical y más elaborada del presunto naturalismo.

5.2 Lo personal es político


Los grupos oprimidos se quejan de los abusos de sus opresores antes que poner en cuestión las bases
mismas de su legitimidad. El poder patriarcal es deslegitimado en la Revolución Francesa por su analogía
con el poder de los reyes y los aristócratas. Tras experiencias como la de la lucha sufragista y las
decepciones femeninas, se vuelve necesaria para las mujeres una autonomía organizativa y una teorización
específica de su situación. Esta práctica generará el lema “lo personal es político”. Se vuelve patente la
necesidad de una reconceptualización de la política. Kate Millet ofrece así una resignificación estipulativa
del término “política”: “entendemos por el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de
acuerdo con el poder en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo.”
Este concepto hace posible teorizar el patriarcado como dominación universal, es decir dar cuenta de los
efectos sistémicos que la dominación masculina tiene sobre las vidas de las mujeres. Identifica en la
sexualidad un elemento sustantivo de esta dominación. Subsiste un modelo arcaico y universal del dominio

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ejercido por un grupo natural sobre otro. Su referente teórico es el concepto de Max Weber: Herrshaft,
“relación de dominio y subordinación”. Ello la lleva al análisis de obras literarias contemporáneas. Al
mismo tiempo que grupos de mujeres pedían la ciudadanía, Sade escribía “La filosofía en el tocador” y
“Justine o los infortunios de la virtud” donde se defina a las mujeres como seres sexuales que deben estar
siempre disponibles para ser usufructuadas por los varones. Es significativo el hecho de que cuando las
mujeres tienen la pretensión de elevar su estatus en el ámbito político, alguien les recuerda que su
verdadero estatus lo determina la jerarquía sexual. El feminismo ha venido utilizando polémicamente el
concepto género “para rechazar los rasgos adscriptivos ilegítimos adjudicados por el patriarcado”. Lo
personal es político implica que el ámbito de lo privado no ha de ser un enclave de naturalización que se
autorregularía por sentimientos y emociones personales. Así debe ser sometido al debate público. Carol
Pateman en “El contrato sexual” dice que a la hora de firmar el contrato, las mujeres han desaparecido.
Rousseau las expulsa explícitamente: para él son seres precívicos. El poder político connota el poder sexual
o control sobre las mujeres. Este contrato, que lo es entre varones, es previo al contrato de matrimonio
como contrato entre hombre y mujer. Las mujeres aparecen pre‐pactadas: la esfera privada tiene una
génesis política. El feminismo irracionaliza, al pensarla reflexivamente, la naturalización a la que se
adscribe todo lo referente a las mujeres y que funcionaba como expediente de legitimación. Para la teoría
y la práctica feministas, “conceptualizar es politizar”.

5.3 El debate sobre las cuotas y la paridad


Poco más de un siglo después de las luchas sufragistas, la representación femenina en los Parlamentos
democráticos es mínima. Si “la democracia se autoasume y se presenta como representativa de una
sociedad de individuos” tiene que volver operativa la abstracción “individuo” en tanto que tal. Las
relaciones de poder funcionan como mecanismo interruptivo de lo que sería una distribución equitativa
entre varones y mujeres de la representatividad política. Si ese mecanismo interruptor funciona
distorsionando el acceso a la representación política al producir una hiperrepresentación de los varones,
habrá que habilitar otro mecanismo interruptor para desactivar ese efecto. Su eficacia contrastará en la
medida en que logre que la variable sexo‐género se convierta en una variable aleatoria y produzca efectos
estadísticamente equilibrados. Este mecanismo corrector ha consistido en la introducción de cuotas como
solución en el camino a la paridad que deberá implementar la plena legitimidad democrática. Se le ha
objetado desactivar el criterio del mérito. Sin embargo, analistas del capitalismo han argumentado que
cada vez es más difícil, si no imposible, evaluar el logro individual. Mucha gente se encuentra en niveles de
logro prácticamente indiscernibles. Es evidente que las mujeres están en desventaja en lo concerniente a
las “habilidades extrafuncionales”. Por ello, necesitan que se les visibilice como grupo, así como crear entre

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nosotros pactos y redes para contrarrestar lo que de otro modo, dejado a su tendencia “natural, derivaría
en una degradación de la política como mafia masculina.

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