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XXI
Hace días escribí sobre la importancia que tienen los médicos para el país. Ellos
son personas que se sacrifican, luchando cotidianamente contra la muerte, no
obstante la discriminación y la intolerancia de desadaptados que, valiéndose de
su ignorancia, degradan y excluyen a estos profesionales que exponen sus vidas y
las de sus familiares con el solo hecho de atender a quienes portan el virus. Sin
embargo, hoy no escribiré de ellos, sino exaltar la importancia social e histórica
de otros héroes, los maestros y las maestras. Sí, son héroes como también son
los padres y madres de familias.
Pues las aulas de clases de cuatro paredes, aunque no se crea, más que sitios
para recibir información, son microcosmos donde interactúan las visiones, miedos,
alegrías, querencias, dudas y certezas de sus integrantes. En ese mundo lleno de
risas, gritos, juegos, palabras, saberes, lúdica y creatividad, la conversación y el
diálogo de saberes permean la intersubjetividad. Nos humanizamos en ellas;
somos más nosotros que yoes.
En esa realidad y, con toda la sabiduría que ofrece el acto magisterial, me hago
las preguntas, casi que parafraseadas de Edgar Morín, el filósofo francés, ¿Quién
en pleno siglo XXI y, precisamente con los grandes adelantos de la ciencia, la
medicina y la tecnología, hubiera pensado que la sociedad estuviese pasando por
esta contingencia de la pandemia, y quién, en el momento en que se escriben
estas líneas, podría medir las consecuencias del confinamiento de las personas
ante los estragos económicos, sociales y sicológicos? muy seguramente nadie
hubiera imaginado todo esto, salvo los escritores de ficción.