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En memoria de Diane
Martínez, quien cambió muchas
vidas para
mejor
ÍNDICE
Dedicatoria Capítulo 17 Capítulo 34
Capítulo 1 Capítulo 18 Capítulo 35
Capítulo 2 Capítulo 19 Capítulo 36
Capítulo 3 Capítulo 20 Capítulo 37
Capítulo 4 Capítulo 21 Capítulo 38
Capítulo 5 Capítulo 22 Capítulo 39
Capítulo 6 Capítulo 23 Capítulo 40
Capítulo 7 Capítulo 24 Capítulo 41
Capítulo 8 Capítulo 25 Capítulo 42
Capítulo 9 Capítulo 26 Capítulo 43
Capítulo 10 Capítulo 27 Glosario
Capítulo 11 Capítulo 28 También de
Capítulo 12 Capítulo 29 Rick Riordan

Capítulo 13 Capítulo 30 Acerca del


Autor
Capítulo 14 Capítulo 31
Capítulo 15 Capítulo 32
Capítulo 16 Capítulo 33

6
La Profecía Oscura
Las palabras rescatadas por la memoria se incendiarán, Antes
de que la luna nueva asome por la Montaña del Diablo. El señor
mudable a un gran reto se enfrentará, Hasta que el Tíber se llene de
cuerpos sin término.
Pero hacia el sur debe seguir su curso el sol, Por laberintos
oscuros hasta tierras de muerte que abrasa Para dar con el amo del
caballo blanco y veloz Y arrancarle el aliento de la recitadora del
crucigrama.
Al palacio del oeste debe ir Lester; La hija de Deméter
encontrará sus raíces de antaño. Solo el guía pezuña sabe cómo no
perderse Para recorrer el camino con las botas de tu adversario.
Cuando se conozcan los tres y al Tíber lleguen con vida,
Apolo empezará entonces su coreografía.
1

Aquí no hay comida,


Meg se comió todo el pescado sueco
Sal de mi coche por favor

C
reo en el regresar un cadáver.
Parece ser tan solo una cortesía, ¿No? Cuando un
guerrero muere, se debe hacer lo posible para llevar su
cuerpo con su gente para los ritos funerarios. Tengo más
de cuatro mil años, puede que sea algo anticuado, pero me parece
una falta de respeto no disponer adecuadamente de un cadáver.
Por ejemplo, durante la guerra de Troya, Aquiles fue un total
idiota. Arrastró el cuerpo del campeón troyano Héctor alrededor de
la muralla de la ciudad durante días. Finalmente convencí a Zeus de
que presionara al gran matón de Aquiles para que devolviera el
cuerpo a sus padres, y así tuviera un entierro decente. De verdad, ten
un poco de respeto por la persona a la que has matado.
Otro ejemplo, el cadáver de Oliver Cromwell. No era tan fan de él,
pero por favor. Primero, los ingleses lo entierran con honores, luego
deciden que lo odian, así que lo desentierran y “ejecutan” su cuerpo.
Después su cabeza se cae de la pica donde la empalaron y por
décadas fue pasada de coleccionista en coleccionista, por casi tres
siglos, como un globo de nieve repugnante. Finalmente, en 1960,
susurré en los oídos de algunas personas influyentes: “Ya basta. Soy
el dios Apolo, y te ordeno que entierres esa cosa. Meestás dando
asco.”

8
Ahora, tratándose de Jason Grace, mi amigo y medio hermano
caído, no iba a dejar nada al azar. Personalmente escoltaría su ataúd
al Campamento Júpiter y lo despediría con todos los honores.
Eso resulto ser una buena decisión. Aún con los Guls1 atacándonos
y todo eso.
La puesta de sol de la Bahía de San Francisco adoptó la apariencia
de un caldero de cobre fundido cuando nuestro avión privado
aterrizó en el aeropuerto de Oakland. Yo digo “nuestro avión
privado”, aunque el alquiler fue en realidad un regalo de despedida
de nuestra amiga Piper McLean y de su papá estrella de cine (todos
deberían tener al menos un amigo con un padre famoso).
Esperándonos junto a la pista, estaba un coche negro reluciente,
otra sorpresa que de seguro los McLean habían preparado para
nosotros. Meg McCaffrey y yo estiramos nuestras piernas en la pista
mientras el personal de tierra retiraba de manera sombría el ataúd de
Jason del almacenamiento del Cessna2. La pulida caja de caoba
parecía brillar a la luz del atardecer. Sus accesorios de bronce
brillaban de color rojo. Odiaba lo hermoso que era. La muerte no
tendría por qué ser hermosa.
La tripulación lo colocó en el coche fúnebre y luego subió nuestro
equipaje al asiento trasero. No llevábamos mucho: La mochila de
Meg y la mía (cortesía de la Locura Militar de Marco), mi arco, mi
carcaj, mi ukelele y un par de cuadernos con bocetos, además de una
maqueta de cartulina que habíamos heredado de Jason. Firmé
algunos papeles, acepté las condolencias de la tripulación, y luego le
di la mano a un simpático director funerario, quien me entregó las
llaves del coche y después se alejó.
Mire las llaves, luego a Meg McCaffrey, quien estaba masticando
la cabeza de un pez sueco. El avión había sido abastecido con media

9
docena de latas del dulce rojo y blando. No más. Meg llevó sin duda
al ecosistema del pez sueco al borde del colapso.
—¿Se supone que debo conducir? — pregunté —¿A caso es un
coche fúnebre de alquiler? Porque estoy seguro que mi licencia de
conducir Junior de Nueva York no cubre esto.
Meg se encogió de hombros. Durante nuestro vuelo, ella había
insistido en tumbarse en el sofá del Cessna, por lo que ahora su
oscuro cabello con corte estilo paje estaba aplastado contra un lado
de su cabeza. Una de las puntas de sus gafas recubiertas de
diamantes y en forma de ojos de gato se calvaba en su pelo como un
tiburón de discoteca.
El resto de su vestimenta era igual de desastrosa: Convers rojos y
gastados, medias amarillas y su querido vestido verde hasta la
rodilla, el cual fue un obsequio de la madre de Percy Jackson. Y por
querido, me refiero a que el vestido había pasado por tantas batallas,
y se había lavado y remendado tantas veces, que parecía más un
globo de aire caliente desinflado, que una prenda de vestir.
Alrededor de la cintura de Meg, estaba su accesorio clave: un
cinturón de jardinería con múltiples bolsillos, “Porque los niños de
Deméter nunca salen de casa sin uno.”
—No tengo licencia para conducir— dijo, como si necesitara que
me recordaran que mi vida está siendo controlada por una niña de
doce años. —Pido ser copiloto.
—Pedir ser copiloto…— no parecía apropiado para un coche
fúnebre. Sin embargo, Meg saltó del lado del acompañante y se
subió. Me puse detrás del volante. Salimos pronto del aeropuerto y
nos dirigimos hacia el norte por la carretera 880, en nuestro coche
fúnebre de alquiler.
Ah, el área de la Bahía… pasé por algunos momentos felices aquí.
El vasto tazón geográfico deforme estaba repleto de personas y

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lugares interesantes. Me encantaron las colinas verdes y doradas, la
costa bañada por la niebla, el encaje brillante de los puentes y los
vecindarios en forma de locos zigzags que se alzaban unos contra
otros como pasajeros del metro en hora pico.
En la década de 1950, jugué con Dizzy Gillespie en Bop City en
Fillmore. Durante el “Sumer of Love”, presente una improvisada
sesión de Golfden Gate Park con Greteful Dead (encantador grupo
de hombres, pero ¿realmente necesitaban esos solos de quince
minutos de duración?).
En los 80’s, en Oakland pasé tiempo con Stan Burrell, también
conocido como MC Hammer, el pionero del pop. No puedo reclamar
el crédito por la música de Stan, pero le aconsejé sobre sus opciones
de moda, ¿esos pantalones estilo bombacho de oro lame 3? Mi idea.
De nada, fashionistas.
La mayor parte del área de la Bahía trajo buenos recuerdos. Pero
mientras conducía no pude evitar mirar hacia el noreste, hacia el
condado de Marín y el oscuro monte Tamalpais. Nosotros los dioses
conocíamos el lugar como el Monte Otris, sede de los Titanes. A
pesar de que nuestros antiguos enemigos habían sido derrotados y su
palacio había sido destruido, todavía podía sentir la atracción
malvada del lugar, como un imán que intenta extraer el hierro de mi
ahora sangre mortal. Hice mi mejor esfuerzo para quitarme esa
sensación. Teníamos otros problemas con los que lidiar. Además,
íbamos al Campamento Júpiter, territorio amigable en este lado de la
bahía. Tenía a Meg como la encargada de la seguridad, y yo era el
conductor del coche fúnebre, ¿Qué podría salir mal?
La autopista Nimitz serpenteaba a través de las planicies de East
Bay, pasaba almacenes y zonas portuarias, centros comerciales e
hileras de bungalows en ruinas. A nuestra derecha, se elevaba en el

centro de Oakland, un pequeño grupo de edificios altos frente a su

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vecino más fresco, San Francisco, al otro lado de la bahía, como
para proclamar “¡Somos Oakland! ¡Nosotros también existimos!”
Meg se reclinó en su asiento, apoyó sus zapatos rojos en el tablero
del coche y abrió la ventana.
—Me gusta este lugar—decidió.
—Acabamos de llegar, —le dije. —¿Qué es lo que te gusta? ¿Los
almacenes abandonados? ¿Ese letrero para Waffles de pollo de Bo?
—Por la naturaleza.
—¿El hormigón cuenta cómo naturaleza?
—Hay árboles, también. Plantas floreciendo. Humedad en el aire.
El eucalipto huele bien. No es como…
Ella no necesitaba terminar su oración. Nuestra estadía en el sur de
California estuvo marcada por las temperaturas abrasadoras, la
sequía extrema y el furioso desierto, todo ello gracias al mágico
Laberinto Ardiente controlado por Calígula y por su mejor hechicera
que estaba loca por el odio, Medea. El Área de la Bahía no estaba
experimentando ninguno de esos problemas. No por el momento, de
todos modos.
Habíamos matado a Medea. Apagamos el laberinto ardiente.
Habíamos liberado a la sibila Eritrea y habíamos brindado alivio a
los mortales y a los marchitos espíritus de la naturaleza del sur de
California.
Pero Calígula estaba todavía muy vivo. Él y sus compañeros
emperadores del Triunvirato seguían intentando controlar todos los
medios de profecía, conquistar el mundo y escribir el futuro a su
propia imagen sádica. En este momento, la flota de Calígula de
malvados yates de lujo se dirigía hacia San Francisco para atacar el
Campamento Júpiter. Solo podía imaginarme qué tipo de
destrucción

13
infernal haría llover el emperador en Oakland y sobre los Waffles de
pollo de Bo.
Incluso si de alguna manera lográbamos derrotar al Triunvirato,
todavía quedaba el gran Oráculo de Delfos, que está bajo el control
de mi antiguo némesis Pitón, ¿Cómo podía derrotarlo en mi forma
actual: un debilucho de dieciséis años? No tenía ni idea.
Pero oye, excepto por eso, todo estaba bien. El eucalipto olía bien.
El tráfico disminuyó al llegar a la avenida 580. Al parecer, los
conductores de California no seguían esa costumbre de ceder el paso
a un coche fúnebre por respeto. Tal vez creen que al menos uno de
nuestros pasajeros ya está muerto, por lo que no tenemos prisa.
Meg jugaba con los controles de su ventana, subiendo y bajando el
cristal. “Reeee. Reeee. Reeee.”
—¿Sabes cómo llegar al Campamento Júpiter? — Preguntó ella.
—Por supuesto.
—Porque dijiste lo mismo sobre el Campamento Mestizo.
—¡Pero llegamos! Después de todo.
—Congelados y medio muertos.
—Mira, la entrada al campamento está justo allí—. Hice un gesto
vago hacia Oakland Hills. —Hay un pasaje secreto en el túnel de
Caldecott o algo así.
—¿Algo así?
—Bueno, en realidad nunca he conducido hasta el Campamento
Júpiter— admití. —Por lo general, desciendo de los cielos en mi
glorioso carro solar. Pero sé que el túnel de Caldecott es la entrada
principal. Probablemente hay una señal. Tal vez un carril sólo para
semidioses.

13
Meg me miró por encima de sus gafas.
—Eres el dios más tonto de todos los tiempos— Ella levantó su
ventana con un “Reeee” y un “¡SHLOOMP!” final. Un sonido que
me incomodo al recordarme el sonido de una hoja de guillotina.
Giramos hacia el oeste por la autopista 24. La congestión
disminuyó a medida que las colinas se acercaban. Las calles
elevadas llevaban por barrios de calles sinuosas y coníferas altas,
casas de estuco blanco que se aferraban a los costados de los
barrancos cubiertos de hierba.
Una señal de tráfico decía: “ENTRADA DE TÚNEL DE
CALDECOTT, 2 MI”. Eso debería haberme consolado. Pronto,
pasaríamos por los límites del Campamento Júpiter hacia un valle
fuertemente protegido y mágicamente camuflado donde toda una
legión romana podría protegerme de mis preocupaciones, al menos
por un tiempo.
¿Por qué, entonces, los vellos en la parte posterior de mi cuello
temblaban como gusanos de mar?
Algo andaba mal. Me di cuenta de que la inquietud que había
sentido desde que aterrizamos podría no ser la amenaza lejana de
Calígula o la antigua base de los Titanes en el Monte Tamalpais,
sino algo más inmediato. . . Algo malévolo, y próximo. Miré por el
espejo retrovisor. A través de las cortinas de gasa de la ventana
trasera, no vi nada más que tráfico. Pero luego, en la superficie
pulida de la tapa del ataúd de Jason, capté el reflejo del movimiento
de una forma oscura afuera, como si un objeto de tamaño humano
hubiera pasado por el lado del coche fúnebre.
—Oh ¿Meg? —Traté de mantener la voz calmada. —¿Ves algo
inusual detrás de nosotros?
—¿Inusual como qué?
CRACK

14
El coche fúnebre se sacudió como si hubiéramos sido
enganchados a un remolque lleno de chatarra. Sobre mi cabeza, dos
impresiones en forma de pie aparecieron en el tapiz del techo.
—Algo acaba de aterrizar en el techo— dedujo Meg.
—¡Gracias, Sherlock McCaffrey! ¿Puedes tumbarlo?
—¿Yo? ¿Cómo?
Esa fue una pregunta molesta y justa. Meg podría convertir los
anillos de sus dedos medios en espadas doradas, pero si las
convocara de cerca, como en el interior del coche, ella A) no tendría
espacio para empuñarlas, y B) podría terminar empalándome y/o a
ella misma.
CRACK, CRACK. Las impresiones de las huellas se profundizaron
cuando la cosa ajustó su peso como un surfista en un tablero.
Tendría que ser inmensamente pesado para hundirse en el techo de
metal.
Un gemido burbujeaba en mi garganta. Mis manos temblaron
sobre el volante. Anhelaba mi arco y mi carcaj en el asiento trasero,
pero no podía usarlos. Conducir mientras disparas proyectiles, es un
gran no- no, niños.
—Tal vez puedas abrir la ventana— le dije a Meg. —Apóyate y
dile que se vaya.
—Um, no— (Dioses, ella era terca.) —¿Qué pasa si tratas de
sacudir el auto?
Antes de que pudiera explicarle que eso era una terrible idea
mientras conducía a cincuenta millas por hora en una carretera,
escuché un sonido como el de una lata de aluminio que se abría, el
silbido del aire a través del metal. Una garra perforó el techo, era
blanca y mugrienta del tamaño de una broca. Luego otra. Y otra. Y
otra, hasta que la tapicería estaba tachonada con diez puntas blancas

15
puntiagudas, justo el número correcto para dos manos muy grandes.

16
—¿Meg?— Grité. —Podrías…
No sé cómo podría haber terminado esa frase. ¿Protegerme?
¿Matar a esa cosa? ¿Verifica si en mi mochila tengo ropa interior de
repuesto?
Fui interrumpido bruscamente cuando la criatura abrió el techo
como si fuera un regalo de cumpleaños.
Mirándome fijamente a través del agujero irregular, estaba un
humanoide macabro y marchito, su piel negra azulada brillaba como
la piel de una mosca, sus ojos eran orbes blancos y saliva goteaba de
sus dientes desnudos. Un taparrabo de plumas negras y grasientas
estaba amarrado alrededor de su torso. El olor que desprendía era
más putrefacto que cualquier basurero, y créeme, me había caído en
algunos.
—¡COMIDA! —Aulló.
—¡Mátalo! — Le grité a Meg.
—¡Gira el auto! — Respondió ella.
Una de las muchas cosas molestas de estar encarcelado en mi
pequeño cuerpo mortal era ser el sirviente de Meg McCaffrey.
Estaba obligado a obedecer sus órdenes directas. Así que cuando ella
gritó "gira", tiré del volante con fuerza hacia la derecha. El coche
fúnebre maniobro muy bien. Cruzó tres carriles de tráfico, se dirigió
directamente a través de la barandilla y se desplomó en el barranco.

16
2

Amigo, esto no es bueno


A tipo casi lo come un tipo
El muerto es mi amigo

M
e gustan los autos voladores. Aunque lo prefiero
cuando el auto es capaz de volar.
Mientras el coche fúnebre alcanzaba la
gravedad cero, tuve unos microsegundos para apreciar el
escenario debajo -un encantador lago pequeño rodeado de
eucaliptos y senderos, una pequeña playa en la costa más
lejana, donde un grupo de personas de picnics descansaban
sobre mantas.
Oh, bien, una pequeña parte de mi cerebro pensó. Quizás
aterrizaremos en el agua al menos.
Entonces descendimos, no hacia el lago, sino hacia los
árboles.
Un sonido como la nota alta C4 de Luciano Pavarotti en
Don Giovanni se emitió desde mi garganta. Mis manos se
pegaron a sí mismas al volante.
Mientras nos desplomábamos hacia los eucaliptos, el
espíritu maligno desapareció de nuestro techo, casi como si
las ramas de los árboles deliberadamente lo hubieran
golpeado lejos. Otras ramas parecían curvarse alrededor del
coche,
17
4
Nota DO en la escala musical.

18
frenando nuestra caída, haciéndonos caer desde una rama
frondosa -tos-caída-aromática- a otra, hasta que alcanzamos
el suelo en cuatro ruedas con un fuerte golpe sordo.
Demasiado tarde para hacer algo útil, las bolsas de aire se
desplegaron, empujando mi cabeza contra la parte trasera del
asiento.
Amebas amarillas bailaron en mis ojos. El sabor de la
sangre me aguijoneó la garganta. Busqué a tientas la manija,
me estrujé entre la bolsa de aire y el asiento hasta poder salir,
y me desplomé sobre la cama de suave y buena hierba.
— Blergh— dije.
Oí a Meg teniendo arcadas en algún lugar cercano. Al
menos eso significaba que todavía estaba viva. Casi a dos
metros por mi izquierda, el agua acariciaba la costa del lago.
Directamente sobre mí, cerca de la copa del árbol más alto de
eucalipto, nuestro amigo demonio negriazulado estaba
gruñendo y retorciéndose atrapado en una jaula de ramas.
Luché por sentarme. Mi nariz palpitaba. Mis fosas nasales
se sentían como si estuvieran repletas de mentol.
— ¿Meg?
Ella se tambaleó hacia la parte delantera del coche.
Moretones con forma de anillo se estaban formando
alrededor de sus ojos—sin duda cortesía de la bolsa de aire
del pasajero. Sus anteojos estaban intactos pero torcidos.
— Apestas en eso de los giros.

18
— ¡Oh, por los dioses! — Protesté. — Tú me ordenaste
hacerlo— Mi cerebro vaciló. — Espera. ¿Cómo estamos
vivos? ¿Fuiste tú la que curvó las ramas de los árboles?
— Duh. — ella sacudió sus manos, y sus cimitarras
gemelas doradas destellaron. Meg las usó como bastones de
esquí para sostenerse. — No van a mantener preso al
monstruo por mucho tiempo. Prepárate.
— ¿Qué? — aullé. — Espera. No ¡No estoy listo!
Me puse en pie con el lado de la puerta del conductor.
A través del lago, las personas se habían levantado de sus
mantas. Supongo que un coche fúnebre que cayendo del
cielo había atraído su atención. Mi visión era borrosa, pero
algo parecía extraño acerca del grupo… ¿Estaba uno de ellos
usando armadura? ¿Tenía otro piernas de cabra?
Incluso si eran amigables, estaban demasiado lejos como
para ayudar.
Cojeé hasta el coche y abrí de un tirón la puerta de atrás.
El ataúd de Jason parecía sano y seguro en la parte trasera.
Agarré mi arco y mi carcaj. Mi ukelele se había desvanecido
en algún lado debajo de las bolsas de aire. Tendría que
hacerlo sin él.
Arriba, la criatura aulló, destrozando su jaula de ramas.
Meg se tropezó. Su frente estaba bordada de sudor.
Entonces el demonio se librero y se precipitó hacia abajo,
aterrizando a unos pocos metros de distancia. Desee que las
piernas de la criatura se hubieran roto con el impacto, pero

19
no

20
hubo tal suerte. Tomo unos cuantos pasos, sus pies
golpeando pozos mojados en la hierba, antes de enderezarse
y gruñir, sus puntiagudos dientes blancos parecían pequeñas
imágenes en un espejo de cercas de estacas.
— ¡MATAR Y COMER! — gritó.
Que encantadora voz cantarina. El demonio podría haber
liderado un número de cualquier grupo noruego de death
metal.
— ¡Espera! — mi voz era chillona. — Te-te conozco. —
moví mi dedo índice, como si eso pudiera encender mi
memoria. Aferrado en mi otra mano, mi arco se sacudió. Las
flechas se sacudieron en mi carcaj. — ¡Es-espera, lo
recordaré!
El demonio dudó. Siempre he creído que a las criaturas
más conscientes les gusta ser reconocidas. Aunque seamos
dioses, personas, o demonios babosos en taparrabos de
plumas de buitre, disfrutamos cuando otros saben quiénes
somos, dicen nuestros nombres, aprecian que existimos.
Por supuesto, solo estaba tratando de conseguir algo de
tiempo. Esperaba que Meg pudiera recuperar su aliento,
cargar contra la criatura, y rebanarla en un podrido
pappardelle5 de demonio. Aunque, por el momento, no
parecía que ella fuera capaz de usar sus espadas para otra
cosa que no fueran muletas. Supuse que controlar árboles
gigantes debía ser agotador, pero honestamente, ¿no podría
haber

20
5
Lasaña aderezada con salsa de carne, especialmente liebre.

21
esperado a quedarse sin vapor después de que hubiera
matado al pañal de Buitre?
Espera. Pañal de Buitre … di otro vistazo al demonio: su
extraña piel azul y negra, sus ojos lechosos, su boca de gran
tamaño y pequeñas hendiduras nasales. Olía a carne rancia.
Usaba las plumas de un comedor de carroña.
— Yo te conozco, — me di cuenta. — Eres un eurynomos.
Te reto a que intentes decir “eres un eurynomos” cuando tu
lengua está plomiza, tu cuerpo está temblando de terror y
acabas de ser golpeado en la cara por la bolsa de aire de un
coche fúnebre.
Los labios del demonio se curvaron. Hebras plateadas de
saliva gotearon de su barbilla.
— ¡SI! ¡COMIDA DIJO MI NOMBRE!
— ¡P-pero eres un come-cuerpos! — protesté. — ¡Se
supone que deberías estar en el Inframundo, trabajando para
Hades!
El demonio inclinó su cabeza como si intentara recordar
las palabras Inframundo y Hades. No parecían gustarle tanto
como matar y comer.
— ¡HADES ME DABA MUERTOS VIEJOS! — gritó. —
¡EL MAESTRO ME DA FRESCOS!
— ¿El maestro?
— ¡EL MAESTRO!

21
Realmente desee que Pañal de Buitre no gritara. No tenía
orejas visibles, así que quizás tenía un control de volumen
pobre. O quizás solo quería rociar esa desagradable saliva en
el mayor radio posible.
— Si te refieres a Calígula, —aventuré, — estoy seguro de
que te ha hecho toda clase de promesas, pero puedo decirte
que Calígula no va…
— ¡HA! ¡COMIDA ESTÚPIDA! ¡CALÍGULA NO ES EL
MAESTRO!
— ¿No es el maestro?
— ¡NO ES EL MAESTRO!
— ¡MEG! — grité. Ugh. Ahora yo estaba haciéndolo.
— ¿Sí? —Meg resopló. Ella se veía feroz y agresiva
mientras caminaba como una abuela hacia mí con sus
muletas-espadas. — Dame. Un. Minuto.
Era claro que ella no tomaría la delantera en esta pelea en
particular. Si dejaba que el Pañal de Buitre se acercara a ella
la mataría, y encontré esa idea un 95 por ciento inaceptable.
— Bueno, eurynomos, — dije, — ¡Quien quiera que sea tu
maestro, no vas a matar y comer a nadie hoy!
Arrebaté una flecha de mi carcaj. La cargué en mi arco y
visualicé el objetivo, como lo había hecho literalmente
millones de veces antes, pero no era tan impresionante con
mis manos temblando y mis rodillas inestables.

22
¿Por qué los mortales tiemblan cuando están asustados, de
todas formas? Se ve muy contraproducente. Si hubiera
creado a los humanos, les habría dado determinación de
acero y fuerza superhumana durante momentos de terror.
El demonio siseó, rociando saliva.
—¡PRONTO LOS EJÉRCITOS DEL MAESTRO SE
ALZARÁN DE NUEVO! — Bramó —¡Y
TERMINAREMOS EL TRABAJO! ¡VOY A TRITURAR
COMIDA HASTA LOS HUESOS, Y COMIDA SE UNIRÁ
A NOSOTROS!
¿Comida se unirá a nosotros? Mi estómago experimentó
una repentina pérdida de presión en cabina. Recordé por qué
Hades amaba tanto a esos eurynomoi. El más leve roce de
sus garras causaba una enfermedad desgastante en los
mortales. Y cuando esos mortales morían, ellos se alzarían
de nuevo en lo que los griegos llamaban vrykolakas, o en
palabras de la televisión, zombies.
Eso no era lo peor de todo. Si un eurynomos se las
arreglaba para devorar la carne de un cuerpo, justo hasta los
huesos, el esqueleto se reanimaría como el más feroz y fuerte
tipo de guerrero. Muchos de ellos servían en la élite de
guardias del palacio de Hades, el cual es un trabajo para el
que no quiero aplicar.
—¿Meg?— mantuve mi flecha apuntando el pecho del
demonio. — Aléjate. No dejes que esta cosa te arañe.
— Pero…

23
— Por favor, — rogué— por una vez, confía en mí.
Pañal de Buitre gruño:
— ¡COMIDA HABLA DEMASIADO! ¡TENGO
HAMBRE!
Cargó hacia mí.
Disparé.
La flecha alcanzó su objetivo—el medio del pecho del
demonio—pero se balanceó y cayó como un mazo de goma
contra metal. El bronce celestial debía haber dolido, al
menos. El demonio aulló y frenó en el lugar, una herida
sangró en su esternón. Pero el monstruo todavía seguía muy
vivo. Quizás si me las arreglara para dispararle veinte o
treinta veces en el mismo lugar podría hacerle algo de daño.
Con manos temblorosas, coloqué otra flecha.
— ¡Es-eso fue solo una advertencia! — intenté engañarlo.
— ¡La próxima será a muerte!
Pañal de Buitre emitió un gorgojo desde el fondo de su
garganta. Esperaba que fuera un ruido de muerte tardía.
Entonces me di cuenta que solo estaba riendo.
— ¿QUIERES QUE COMA UNA COMIDA DIFERENTE
PRIMERO? ¿QUÉ TE GUARDE PARA EL POSTRE?
Estiró sus garras, haciendo un gesto hacia el coche.
No entendí. Me negaba a entender. ¿Quería comerse las
bolsas de aire? ¿El tapizado?

24
Meg lo entendió antes que yo. Gritó en furia.
La criatura era un comedor de la muerte. Estábamos
manejando un coche fúnebre.
— ¡NO! — Meg gritó. — ¡Déjalo en paz!
Avanzó con pesadez, levantando sus espadas, pero ella no
estaba en forma para enfrentar al demonio. La empujé a un
lado, poniéndome entre ella y la criatura, y disparé mis
flechas una y otra vez.
Hicieron estallar la piel negriazul de la criatura, dejando
vapor y heridas no letales. Pañal de Buitre se tambaleó hacia
mí, rugiendo en dolo, su cuerpo contrayéndose por el
impacto de cada golpe.
Estaba a menos de dos metros de distancia.
Medio metro, sus garras se extendieron para triturar mi
cara. En algún lugar detrás de mí, una voz femenina
exclamó:
—¡HEY!
El sonido distrajo a Pañal de Buitre el tiempo suficiente
para caerme valerosamente sobre mi trasero. Me arrastré
lejos de las garras del demonio.
Pañal de Buitre pestañeó, confundido por la nueva
audiencia. A casi dos metros de distancia, una improvisada
variedad de faunos y dríadas, quizás una docena en total,
estaban todos intentando esconderse detrás de una pandillera
chica joven de cabello rosa en armadura de legionario

25
Meg lo entendió antes que yo. Gritó en furia.
romano.

26
La chica dejó caer una especia de arma de proyectiles. Oh,
cielos. Una manubalista. Una pesada ballesta romana. Esas
cosas eran terribles. Lentas. Poderosas. Notoriamente
inestables. El virote6 estaba en su lugar. Ella presionó el
tirador, sus manos tan temblorosas como las mías.
Mientras tanto a mi izquierda, Meg gimoteó en la hierba,
intentando volver a ponerse en pie.
— Me empujaste — se quejó, con lo que estoy seguro de
que quiso decir Gracias, Apolo, por salvarme la vida.
La chica de cabello rosa levantó su manubalista. Con sus
largas e inestables piernas, me recordó a una bebe jirafa.
— A-aléjate de ellos. — le ordenó al demonio.
Pañal de Buitre le respondió con su marca registrada, siseo
y escupida:
— ¡MÁS COMIDA! ¡TODOS USTEDES SE UNIRÁN A
LOS MUERTOS DEL REY!
— Amigo. — Uno de los faunos nerviosamente rascó su
panza bajo su remera de PERSONA DE LA REPUBLICA
DE BERKELEY— Eso no es genial.
— No es genial— varios de sus amigos hicieron eco.
— ¡NO PUEDEN OPONERSE A MÍ, ROMANOS! — el
demonio gruñó. — ¡YA HE PROBADO LA SANGRE DE
SUS COMPAÑEROS! ¡EN LA LUNA DE SANGRE,
USTEDES SE UNIRÁN A ELLOS…!

6
Flecha pequeña protegida por un casquillo.

26
THWUNK.
Un virote de oro imperial de la ballesta se materializó en el
centro del pecho de Pañal de Buitre. Los ojos lechosos del
demonio se abrieron en sorpresa. Los legionarios romanos
lucían igual de aturdidos.
— Amiga, le diste, — dijo uno de los faunos, como si esto
ofendiera sus sensibilidades.
El demonio se desmoronó en polvo y plumas de buitre. El
virote golpeó contra el suelo.
Meg cojeó hasta mi lado.
— ¿Ves? Así es como es supone que tienes que matarlo.
— Oh, cállate. — protesté.
Nos enfrentamos a nuestra insólita salvadora.
La chica de cabello rosa frunció el ceño hacia la pila de
polvo, su barbilla temblando como si fuera a llorar.
Murmuró:
— Odio a estas cosas.
— ¿U-ustedes han peleado con ellos antes? — pregunté.
Ella me miró como si fuera una estúpida e insultante
pregunta.
Uno de los faunos le dio un codazo.
— Lavinia, amiga, pregunta quienes son estos dos.
— Um, cierto. — Lavinia aclaró su garganta. — ¿Quiénes
son ustedes?

27
Me esforcé para mantenerme en pie, intentando recuperar
la compostura.
—Soy Apolo. Ella es Meg. Gracias por salvarnos.
Lavinia comenzó:
— Apolo, como…
— Es una larga historia. Estamos transportando el cuerpo
de nuestro amigo, Jason Grace, al Campamento Júpiter para
el entierro ¿Pueden ayudarnos?
La boca de Lavinia se abrió:
— Jason Grace… ¿Está muerto?
Antes de que pudiera responder, desde algún lugar de la
Calle 24 vino un lamento de ira y angustia
—Um, hey, — dijo uno de los faunos, — ¿Acaso esos
demonios no cazan usualmente en pares?
Lavinia tragó.
— Sí. Vamos a llevarlos al campamento. Luego podremos
hablar— ella hizo un gesto con inquietud hacia el coche—
sobre quien está muerto y por qué.

28
3

No puedo masticar goma


Y correr con un ataúd al
Mismo tiempo. Demándame.

¿C
uántos espíritus de la naturaleza se necesitan para
cargar un ataúd?
La respuesta es desconocida, ya que todas las
dríades y los faunos excepto uno, se esparcieron en
los
árboles cuando se dieron cuenta de que había trabajo de por medio.
El último fauno también hubiera desertado, pero Lavinia lo agarró
por la muñeca.
—Oh no, tú no Don.
Detrás de sus gafas redondas de color arcoíris, los ojos de Don, el
fauno, lucían alarmados. Su barba de chivo se sacudió – un tic facial
que me daba nostalgia por Grover, el sátiro.
(En caso de que te lo estés preguntando, faunos y sátiros son
prácticamente lo mismo. Faunos son simplemente la versión
Romana y no son muy buenos en… bueno, nada, en realidad).
—Hey, me encantaría ayudar— dijo Don. —Es solo que acabo de
recordar esta cita…
—Los faunos no tienen citas— dijo Lavinia.
—Estacioné mi auto en doble fila…
—No tienes un auto.

29
—Debo alimentar a mi perro…
— ¡Don! —Lavinia gritó. —Me lo debes.
—Está bien, está bien. —Don tiró de su muñeca y se la frotó, su
expresión ofendida. —Mira, solo porque dije que Hiedra Venenosa 7
podría estar en el picnic, no significa que, tú sabes, prometí que
estaría ahí.
La cara de Lavinia se volvió de un rojo como terracota.
— ¡No me refería a eso! Te he cubierto como… miles de veces.
Ahora debes ayudarme con esto.
Ella hizo gestos vagos hacia mí, la carroza fúnebre, el mundo en
general. Me preguntaba si Lavinia era nueva en el Campamento
Júpiter. Parecía incómoda en su armadura legionaria. Seguía
encogiendo los hombros, doblando sus rodillas, tirando del dije
plateado de la Estrella de David que colgaba de su largo y fino
cuello. Sus suaves ojos cafés y su mechón de cabello rosado solo
acentuaban mi primera impresión de ella: una jirafa bebé que se
tambaleó lejos de su madre por primera vez y ahora estaba
examinando la Savannah pensando, ¿por qué estoy aquí?
Meg se tropezó a un lado mío. Se agarró de mi caraj para
balancearse, agarrotándome con su correa en el proceso.
— ¿Quién es Hiedra Venenosa?
—Meg — reprendí. — No es de tu incumbencia. Pero si tuviera
que adivinar, diría que Hiedra Venenosa es una dríade de quién
Lavinia

7
Es una especie de planta perteneciente a la familia Anacardiaceae que crece en la costa
occidental de América del norte que sobresale por su capacidad de causar sarpullido e

30
—Debo alimentar a mi perro…
increíble picazón.

31
parece muy interesada, justo como tú lo estabas de Joshua de vuelta
en Palm Springs.
Meg vociferó:
—No estaba interesada…
Lavinia manifestó al unísono,
—No estoy interesada…
Ambas chicas guardaron silencio, poniendo mala cara la una a la
otra.
—Además, —Meg dijo — La Hiedra Venenosa no es… ¿venenosa?
Lavinia separó sus dedos hacia el cielo, como si pensara, No esa
pregunta de nuevo.
— ¡Hiedra Venenosa es preciosa! Lo que para nada quiere decir que
yo saldría con ella…
Don resopló.
—Lo que digas, amiga.
Lavinia le lanzó flechas de ballesta con la mirada al fauno.
—Pero lo pensaré, si hay química o lo que sea. Por lo que estaba
dispuesta a escaparme de mi patrulla para este picnic, donde Don me
aseguró…
— ¡Whoa! ¡Hey! —Don rio nerviosamente. — ¿No se supone que
deberíamos llevar a estos chicos al campamento? ¿Qué hay de esa
carroza fúnebre? ¿Aún funciona?
Toma lo que dije sobre los faunos no siendo buenos para nada.
Don era muy experto para cambiar de tema.

31
Tras una inspección más cercana, vi cuán dañado estaba el coche
fúnebre. Además de numerosas abolladuras y arañazos con aroma de
eucalipto, el frente se había abollado al pasar por la valla de
contención. Ahora se parecía al acordeón del Flaco Jiménez después
de que le di con un bate de béisbol. (Lo siento Flaco, pero lo tocaste
tan bien que me puse celoso, y el acordeón tenía que morir).
—Podemos cargar el ataúd, —Lavinia sugirió —Nosotros cuatro.
Otro chillido molesto atravesó el aire nocturno. Esta vez sonaba
cercano, en algún lugar al norte de la autopista.
—Nunca lo lograremos, —Dije. —No subiendo todo el camino de
regreso hacia el Túnel Caldecott.
—Hay otro camino, — dijo Lavinia. — Una entrada secreta al
campamento. Mucho más cerca.
—Me gusta cerca—Dijo Meg.
—La cosa es, — dijo Lavinia. — Se supone que debería estar
haciendo guardia ahora mismo. Mi turno está por terminar. No estoy
segura cuánto tiempo más podrá cubrirme mi compañero. Entonces,
cuando lleguemos al campamento, déjenme hablar sobre cómo y
cuándo nos conocimos.
Don se estremeció.
—Si alguien se entera que Lavinia se saltó el deber de centinela
otra vez…
— ¿Otra vez? —Pregunté.
— Cállate, Don. —Dijo Lavinia.
Por un lado, los problemas de Lavinia parecían triviales
comparados a, digamos, morir y ser comido por un Gul. Y por el
otro,

32
sabía que los castigos de la legión Romana podían ser severos.
Muchas veces implicaban látigos, cadenas, y animales vivos
rabiosos, muy parecido a un concierto de Ozzy Osbourne alrededor
de 1980.
—En serio debe gustarte mucho Hiedra Venenosa —decidí.
Lavinia refunfuñó. Alzó en brazos su flecha manubalista y lo agitó
hacia mí de forma amenazante.
—Te ayudo, tú me ayudas. Ese es el trato.
Meg habló por mí
—Trato hecho ¿Qué tan rápido podemos correr con un ataúd?
Resultó que no muy rápido.
Después de tomar el resto de las cosas de la carroza fúnebre, Meg
y yo tomamos la parte trasera del ataúd de Jason. Lavinia y Don
tomaron el frente. Hicimos de portadores torpemente trotando a lo
largo de la orilla, yo mirando de lado nerviosamente hacia las copas
de los árboles, esperando que los Guls no llovieran del cielo.
Lavinia nos prometió que la entrada al túnel secreto se encontraba
cruzando el río. El problema era, que estaba cruzando el río, lo que
significaba que, no siendo capaces maniobrar en agua, tuvimos que
arrastrar bruscamente el ataúd de Jason un cuarto de milla alrededor
de la costa.
—Oh, vamos. —Lavinia dijo cuándo me quejé. — Corrimos hasta
aquí desde la playa para ayudarlos chicos. Lo mínimo que podrías
hacer es devolvernos el favor.
—Sí, —dije. —Pero este ataúd está pesado.
—Estoy con él. —Don coincidió.
Lavinia resopló.

33
—Ustedes deberían tratar de marchar veinte millas con el equipo
completo de legionario.
—No gracias. —Murmuré.
Meg no dijo nada. A pesar de su complexión exhausta y su
respiración agitada, ella empujaba con el hombro su lado del ataúd
sin quejarse; probablemente solo para hacerme sentir mal.
Finalmente, alcanzamos la playa del picnic. Una señal al
comienzo de la senda leía:
LAGO TEMESCAL
NADE BAJO SU PROPIO RIESGO
Típico de los mortales: te advierten sobre ahogarte, pero no sobre
Guls devoradores de carne.
Lavinia nos llevó a un pequeño edificio de piedra que ofrecía
baños y un área para cambiarse. En la pared posterior exterior,
medio escondido detrás de los arbustos de moras, se encontraba una
puerta de metal anodina, la cual Lavinia abrió de una patada. Dentro,
un pozo de hormigón se inclinaba hacia la oscuridad.
—Supongo que los mortales no saben sobre esto. —Supuse.
Don dio una risilla.
—No, amigo, creen que es un cuarto de generadores o algo así.
Incluso la mayoría de los legionarios no lo saben. Solo los geniales,
como Lavinia.
—No te vas a escapar de ayudar, Don. — Dijo Lavinia. —
Bajemos el ataúd por un segundo.
Dije una silenciosa oración de agradecimiento. Mis hombros
dolían. Mi espalda estaba llena de sudor. Me recordaba a cuando

34
Hera

35
me hizo arrastrar un trono de oro solido alrededor de su sala
Olímpica hasta que encontró el lugar adecuado. Ugh, esa Diosa.
Lavinia sacó un paquete de goma de mascar del bolsillo de sus
pantalones. Se metió tres piezas a la boca, después nos ofreció a mí
y a Meg.
—No, gracias. — Dije.
—Claro. —Dijo Meg.
— ¡Claro! —Dijo Don.
Lavinia jaló con brusquedad el paquete de goma de mascar lejos de
su alcance.
—Don, sabes que la goma de mascar no te sienta bien. La última
vez estuviste abrazando el inodoro durante días.
Don hizo un mohín.
—Pero sabe rico.
Lavinia miró detenidamente hacia el túnel, su mandíbula
masticando furiosamente la goma.
—Es demasiado angosto para cargar el ataúd con cuatro personas.
Yo lideraré el camino. Don, tú y Apolo… —Ella frunció el ceño
como si no pudiera creer que ese fuese mi nombre —cada uno tome
un extremo.
— ¿Solo nosotros dos? —Protesté.
— ¡Lo que él dijo! —Don coincidió.
—Solo cárguenlo como a un sofá, — dijo Lavinia, como si eso
significara algo para mí. —Y tú… ¿cuál es tu nombre? ¿Peg?
—Meg. — Dijo Meg.

35
— ¿Hay algo que no necesites traer? —preguntó Lavinia. —
Como… esa cartulina que llevas bajo tu brazo… ¿es un proyecto
escolar?
Meg debía estar increíblemente cansada, porque no puso mala cara
o golpeó a Lavinia o hizo que geranios brotaran de sus orejas. Ella
solo se volvió hacia un lado, protegiendo el diorama de Jason. —No.
Esto es importante.
—Bueno— Lavinia se rascó la ceja, que, al igual que su cabello,
estaba cubierto de rosa. — Solo quédate atrás, supongo. Cuida
nuestra retaguarda. Esta puerta no se puede cerrar con llave, lo que
significa…
Como si fuera una señal, de un lado lejano del lago vino el aullido
más ruidoso hasta el momento, lleno de rabia, como si el Gul
hubiese descubierto el polvo del pañal de buitre de su camarada
caído.
— ¡Vámonos! —Dijo Lavinia.
Comencé a revisar mi impresión de nuestra amiga de cabello
rosado. Para ser una jirafa bebé asustadiza, podía ser bastante
mandona.
Descendimos en una sola fila el pasaje, yo cargando la parte
trasera del ataúd, Don al frente.
La goma de mascar de Lavinia perfumaba el aire rancio, por lo
que el túnel olía a dulce de algodón enmohecido. Cada vez que Meg
y Lavinia reventaban una bomba, yo me encogía de miedo. Mis
dedos pronto empezaron a doler por el peso del féretro.
— ¿Qué tan lejos? —Pregunté.
—A penas entramos al túnel, —dijo Lavinia.

36
—Así que… ¿no muy lejos, entonces?

37
—Tal vez un cuarto de milla.
Intenté dar un gruñido de resistencia masculina. Salió más como
un gimoteo.
—Chicos, —Meg dijo detrás de mí, — necesitamos movernos más
rápido.
— ¿Ves algo? —Preguntó Don.
—Aún no, —dijo Meg. —Solo un presentimiento.
Presentimientos. Odiaba esos.
Nuestras armas proveían la única luz. Los accesorios de oro de la
manubalista colgada en la espalda de Lavinia arrojaban un halo de
luz fantasmal alrededor de su cabello rosa. El brillo de las espadas
de Meg lanzaba sombras alargadas a lo largo de ambas paredes, así
que parecía que estábamos caminando en la neblina de una multitud
espectral. Cada vez que Don miraba sobre su hombro, sus gafas de
color arcoíris parecían flotar en la oscuridad como manchas de aceite
en agua.
Mis manos y antebrazos ardían por el esfuerzo, pero Don no
parecía tener ningún problema. Yo estaba determinado a no llorar
por piedad antes que el fauno.
El camino se amplió y se niveló. Decidí tomarlo como una buena
señal, aunque ni Meg ni Lavinia se ofrecieron a ayudar a cargar el
féretro.
Finalmente, mis manos no podían más.
—Paren.
Don y yo nos las arreglamos para bajar el ataúd de Jason un
momento antes de que yo lo dejara caer. Profundas marcas rojas

37
dañaban mis dedos. Ampollas empezaban a formarse en mis palmas.
Sentí que acababa de tocar una guitarra de jazz en un duelo de nueve
horas con Pat Metheny, usando una Fender Stratocaster de hierro de
seiscientas libras.
—Ouch, —Mascullé, porque alguna vez fui el dios de la poesía y
tuve grandes poderes descriptivos.
—No podemos descansar por mucho, — Lavinia advirtió. — Mi
turno de guardia debió haber terminado ya. Probablemente mi
compañero se esté preguntando dónde estoy.
Casi quería reír. Había olvidado que se suponía debíamos estar
preocupados sobre Lavinia jugando a irse de pinta junto a todos
nuestros problemas.
— ¿Tu compañero te reportará?
Lavinia miraba fijamente hacia la oscuridad.
—No a menos que deba. Ella es mi centurión, pero es genial.
— ¿Tu centurión te dio permiso para escabullirte? —pregunté.
—No exactamente. —Lavinia tiró de su dije de la Estrella de David.
—Solo hizo de la vista gorda, ¿sabes? Ella lo entiende.
Don soltó una risita.
— ¿Te refieres a tener un enamoramiento por alguien?
— ¡No! — Lavinia dijo. —Me refiero a, permanecer en guardia
durante cinco horas continuas. ¡No puedo hacerlo! Especialmente
después de todo lo que ha pasado recientemente.
Consideré la forma en que Lavinia jugueteaba con su collar,
viciosamente masticaba su chicle, se tambaleaba constantemente
sobre sus piernas larguiruchas. La mayoría de los semidioses tienen

38
algún tipo de déficit de atención o desorden de hiperactividad. Están
programados mentalmente para estar en constante movimiento,
saltando de batalla en batalla. Pero Lavinia definitivamente ponía la
H en TDAH.
—Cuando dices todo lo que ha pasado recientemente…—
pregunté, pero antes de que pudiera terminar la pregunta, la postura
de Don se puso rígida. Su nariz y barbilla temblaban. Había pasado
demasiado tiempo en el Laberinto con Grover Underwood como
para saber qué significaba.
— ¿Qué hueles? —Exigí.
—No estoy seguro…—Olfateó. —Está cerca. Y apestoso.
—Oh. — Me sonrojé. —Sí me bañé esta mañana, pero cuando me
esfuerzo, este cuerpo mortal suda…
— ¡No es eso! ¡Escucha!
Meg miró hacia la dirección por dónde vinimos. Alzó sus espadas
y esperó. Lavinia se descolgó su manubalista y miró de cerca hacia
la oscuridad frente a nosotros.
Por fin, sobre el latido de mi corazón, escuché el tintineo de metal
y el eco de los pasos sobre la piedra. Alguien estaba corriendo hacia
nosotros.
—Ya vienen. —Dijo Meg.
—No, espera, —dijo Lavinia. —¡Es ella!
Tuve el sentimiento de que Meg y Lavinia estaban hablando de
dos cosas diferentes y yo no estaba segura de sí me agradaba
ninguna de las dos.
— ¿Ella quién? —Demandé.

39
— ¿Ellos dónde? —Don chilló.
Lavinia levantó su mano y gritó,
— ¡Estoy aquí!
— ¡Shhhh! —Meg dijo, aun mirando por donde vinimos. —
¿Lavinia, qué estás haciendo?
Entonces, de la dirección del Campamento Júpiter, una joven
mujer trotó hacia nuestro círculo de luz.
Ella era de la edad de Lavinia, tal vez catorce o quince, con piel
morena y ojos color ámbar. Cabello castaño y rizado le caí sobre los
hombros. Sus grebas y su peto legionario destellaban sobre sus
pantalones y su camiseta morada. Fijado en su peto estaba una
insignia de centurión y amarrado en un costado había una spatha –
una espada de calvario. Ah, sí… La reconocí de la tripulación del
Argo II.
—Hazel Lavesque, —dije. —Gracias a los dioses.
Hazel se detuvo en seco, sin duda preguntándose quién era, cómo
la conocía y porqué estaba sonriendo como un tonto. Miró a Don,
luego a Meg, después al ataúd.
—Lavinia, ¿qué está sucediendo?
—Chicos, —Meg interrumpió. —Tenemos compañía.
No se refería a Hazel. Detrás de nosotros, en la orilla de la luz de
las espadas de Meg, una figura oscura acechaba, su piel azul oscura
reluciendo, sus dientes goteando saliva. Después otro, Gul idéntico
emergió de la penumbra detrás de él.
Tan solo nuestra suerte. Los eurynomos tenían un ‘maten a uno,
consigan dos especiales gratis’.

40
41
4

¿Canción de Ukelele?
No es necesario remover mis tripas
Un simple no funciona

–O h— Don dijo en voz baja. — Eso es lo que huele.


— Creí que dijiste que viajan en parejas — me quejé.
— O en tercias. — El fauno gimoteo. —A veces en tercias.
Los eurynomos gruñeron, agachándose justo fuera de alcance de
las espadas de Meg. Detrás de mí, Lavinia operó la manivela de su
manubalista - clic, clic, clic- pero el arma era tan lenta de preparar,
que no estaría lista para disparar hasta el próximo jueves.
La spatha de Hazel chirrió cuando la deslizó de su funda. Esa,
tampoco, era una gran arma para pelear en lugares cerrados.
Meg parecía insegura si debía atacar, mantenerse firme o dejarse
caer de cansancio. Bendigan a su corazoncito terco, ella todavía
tenía el diorama de Jason acuñado debajo de su brazo, lo que no la
ayudaría en la batalla.
Busqué a tientas un arma y solo conseguí mi ukelele. ¿Por qué no?
Era solo un poco más ridículo que una spatha o una manubalista.
Mi nariz podría estar estropeada por la bolsa de aire del coche
fúnebre, pero mi sentido del olfato estaba tristemente no afectado.
La combinación de la pestilencia de los guls con el aroma de goma
de

42
mascar hizo que mis fosas nasales se quemaran y mis ojos se llenaran
de agua.
— COMIDA — dijo el primer Gul.
— ¡COMIDA! — concordó el segundo.
Sonaban encantados, como si fuéramos los platillos favoritos que
no habían tenido en años.
Hazel habló, calmada y firme.
— Chicos, hemos luchado contra estas cosas en batalla. No dejen
que los arañen.
La manera en que dijo batalla hizo que pareciera que solo podía
haber un horrible evento al que ella podría estar refiriéndose. Tuve
un flashback de lo que Leo Valdez nos había dicho en Los Ángeles:
que el Campamento Júpiter había sufrido un daño mayor, perdiendo
a buenas personas en su última pelea. Comenzaba a apreciar qué tan
malo debió haber sido.
— Sin arañazos — coincidí. —Meg, mantenlos a raya. Intentaré
con una canción.
Mi idea era simple: rasguear un tono soñoliento, arrullar a las
criaturas a un estado de estupor, después matarlos de manera
pausada y civilizada.
Subestimé el odio de los eurynomos por los ukeleles. Tan pronto
como anuncie mis intenciones, aullaron y atacaron.
Me arrastré hacia atrás, sentándome con fuerza en el ataúd de
Jason. Don chilló y se acobardó. Lavinia siguió manipulando su
manubalista. Hazel gritó:
— ¡Hagan un agujero!

43
Lo que al momento no tuvo ningún sentido para mí.
Meg estalló en acción, cortando un brazo de un gul, golpeando
con fuerza las piernas del otro, pero sus movimientos eran lentos, y
con el diorama debajo de un brazo, solo podía usar una sola espada
de manera efectiva. Si los guls estuvieran interesados en matarla,
ella estaría agobiada. En lugar de eso, la empujaron, con la intención
de detenerme antes de que pudiera tocar una nota.
Todos son unos críticos musicales.
— ¡COMIDA! — gritó el gul de un brazo arremetiendo contra mí
con sus cinco garras restantes.
Traté de meter la panza. En serio lo intenté.
Pero, oh, ¡Maldita llanta! Si hubiera estado en mi forma divina, las
garras del gul jamás hubieran hecho contacto. Mis abdominales de
bronce macizo se hubiesen mofado del intento del monstruo por
alcanzarlos. Por desgracia, el cuerpo de Lester me falló una vez más.
El eurynomos dio un zarpazo con su mano a lo largo de mi
barriga, justo debajo de mi ukelele. La punta de su dedo corazón -
apenas - se encontró con mi piel. Su garra cortó a través de mi
camiseta y mi vientre como una navaja de afeitar sin filo.
Me caí hacia un lado del ataúd de Jason, sangre caliente
chorreando la cintura de mis pantalones.
Hazel Levesque gritó en desafío. Saltó sobre el ataúd e impulsó su
espada directamente a través de la clavícula del eurynomos, creando
el primer gul empalado del mundo.
El eurynomos gritó y se tambaleó hacia atrás, arrancando la spatha
del agarre de Hazel. Salía humo de la herida donde había entrado la
hoja de oro Imperial. Entonces, no hay manera delicada de decirlo:
el

44
gul estalló en pedazos de cenizas humeantes y desmoronadas. La
spatha golpeo el suelo.
El segundo gul se detuvo para enfrentar a Meg, como uno hace
cuando ha sido cortado a través de los muslos por una molesta niña
de doce años, pero cuando su camarada chilló, se giró para
enfrentarnos. Esto le dio a Meg una abertura, pero en lugar de atacar,
empujó al monstruo y corrió directo a mi lado, sus espadas
retrayéndose en sus anillos.
— ¿Estás bien? — Demandó. — OH, NO. Estás sangrando. Dijiste
que no nos arañen. ¡Te arañaron!
No sabía si estar conmovido por su preocupación o molesto por su
tono.
— No lo planee, Meg.
— ¡Chicos! — Lavinia gritó.
El gul dio un paso al frente, posicionándose entre Hazel y su
spatha caída. Don continuó encogiéndose de miedo como un
campeón. La manubalista de Lavinia permanecía medio preparada.
Meg y yo ahora estábamos encajonados lado a lado junto al ataúd de
Jason.
Eso dejaba a Hazel con las manos vacías, como el último
obstáculo entre el eurynomos y una comida de cinco platillos.
La criatura siseó
— No pueden ganar. — Su voz cambió. Su tono se volvió más
profundo, su volumen modulado. — Se unirán a nuestros camaradas
en la tumba.
Entre mi punzante cabeza y mi vientre dolorido, tuve problemas
para seguir sus palabras, pero Hazel pareció entender.

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—¿Quién eres? — Demandó. —¡Qué te parece si dejas de
esconderte detrás de tus criaturas y te muestras a ti mismo!
El eurynomos pestañeó. Sus ojos se tornaron de blanco lechoso a
un púrpura brillante, como llamas de yodo.
— Hazel Levesque. Tú sobre todas las personas deberías entender
la frágil línea entre la vida y la muerte. Pero no tengas miedo.
Guardaré un lugar especial para ti a mi lado, junto con tu amado
Frank. Harán de magníficos esqueletos.
Hazel apretó sus puños. Cuando miró hacia nosotros, su expresión
era tan intimidante como la del gul.
— Para atrás— nos advirtió. — Tanto como puedan.
Meg medio me arrastró hasta la parte delantera del ataúd. Mi
barriga se sentía como si hubiera sido cosida con una cremallera
fundida caliente. Lavinia agarró a Don por el cuello de su camiseta y
lo puso en un lugar más seguro para acobardarse.
El gul río por lo bajo.
—¿Cómo me derrotarás, Hazel? ¿Con esto? — Pateó la spatha
más lejos detrás de él. — He convocado a más muertos vivientes.
Llegarán aquí pronto.
A pesar de mi dolor, me costó levantarme. No podía dejar a Hazel
sola. Pero Lavinia me puso una mano en el hombro.
— Espera — murmuró. — Hazel puede con esto.
Parecía ridículamente optimista, pero para mí desgracia, me quedé
en su lugar. Más sangre caliente empapaba mi ropa interior. Al
menos esperaba que fuera sangre.
El eurynomos limpió la baba de su boca con una de sus garras.

46
—A menos que tengas la intención de correr y abandonar ese
hermoso ataúd, deberías rendirte. Somos fuertes bajo tierra, hija de
Plutón, demasiado fuertes para ti.
—¿Oh? — La voz de Hazel se mantuvo estable, casi
conversacional. — ¿Fuertes bajo tierra? Es bueno saberlo.
El túnel se sacudió. Aparecieron grietas en las paredes, fisuras
irregulares que se ramificaban en la piedra. Debajo de los pies del
gul, una columna de cuarzo blanco estalló, ensartando al monstruo
contra el techo y reduciéndolo a una nube de confeti de plumas de
buitre.
Hazel nos miró como si nada extraordinario hubiera sucedido.
— Don, Lavinia, saquen…— Ella miró con inquietud el ataúd. —
Saquen esto de aquí. Tú — señaló a Meg, — ayuda a tu amigo, por
favor. Tenemos sanadores en el campamento que pueden lidiar con
ese arañazo de gul.
— ¡Espera! — Dije. — ¿Q-qué acaba de pasar? Su voz…
— He visto que eso sucede antes con un gul — dijo Hazel con
tristeza. — Lo explicaré más tarde. Ahora mismo, váyanse. Los
seguiré en un segundo.
Comencé a protestar, pero Hazel me detuvo sacudiendo la cabeza.
— Sólo voy a recoger mi espada y me aseguraré de que ninguna
de esas cosas nos pueda seguir. ¡Váyanse!
Los escombros gotearon de las nuevas grietas en el techo. Quizás
irse no era tan mala idea.
Apoyándome en Meg, me las arreglé para tambalearme por el
túnel. Lavinia y Don cargaron el ataúd de Jason. Tenía tanto dolor
que ni siquiera tenía la energía para gritarle a Lavinia que lo

47
cargaran como a un sofá.

48
Habíamos avanzado unos cincuenta pies cuando el túnel detrás de
nosotros retumbó más fuerte que antes. Miré hacia atrás justo a
tiempo para recibir un golpe en la cara con una ondulante nube de
escombros.
— ¿Hazel? — Lavinia llamó al polvo que se arremolinaba.
Un latido más tarde, Hazel Levesque emergió, recubierta de pies a
cabeza con brillante cuarzo en polvo. Su espada brillaba en su mano.
—Estoy bien— anunció. —Pero nadie se escabullirá de esa
manera nunca más. Ahora — señaló el ataúd — ¿Alguien quiere
decirme quién está ahí dentro?
Realmente no quería hacerlo.
No después de haber visto cómo Hazel empalaba a sus enemigos.
Aun así... se lo debía a Jason. Hazel había sido su amiga.
Calmé mis nervios, abrí la boca para hablar y la propia Hazel lo
hizo antes que yo.
—Es Jason — dijo. Como si alguien se lo hubiera susurrado al oído.
— Oh, dioses.
Corrió hacia el ataúd. Cayó de rodillas y arrojó los brazos sobre la
tapa. Soltó un sollozo devastado. Luego bajó la cabeza y se
estremeció en silencio. Mechones de cabello se dibujaban a través
del cuarzo en polvo sobre la superficie de la madera pulida, dejando
líneas onduladas como las lecturas de un sismógrafo.
Sin levantar la vista, murmuró
— Tuve pesadillas. Un barco. Un hombre en un caballo. Una... una
lanza. ¿Cómo pasó?
Hice lo mejor que pude para explicarlo. Le conté sobre mi caída en
el mundo mortal, mis aventuras con Meg, nuestra lucha a bordo del

48
yate de Calígula y cómo Jason había muerto salvándonos. Volver a
contar la historia trajo de vuelta todo el dolor y el terror. Recordé el
fuerte olor a ozono de los espíritus del viento girando alrededor de
Meg y Jason, la mordida de esposas con cierre de cremallera
alrededor de mis muñecas, el alarde despiadado y cruel de Calígula:
¡no te alejaras de mí con vida!
Todo fue tan horrible que por un momento me olvidé del
agonizante corte en mi vientre.
Lavinia miró al suelo. Meg hizo todo lo posible para detener mi
sangrado con uno de los vestidos extra de su mochila. Don miró el
techo, donde una nueva grieta estaba zigzagueando sobre nuestras
cabezas.
— Odio interrumpir — dijo el fauno — ¿Pero tal vez deberíamos
continuar con esto afuera?
Hazel presionó sus dedos contra la tapa del ataúd.
— Estoy tan enojada contigo. Haciéndole esto a Piper. A nosotros.
No dejarnos estar ahí para ti ¿En qué estabas pensando?
Me tomó un momento darme cuenta de que no estaba hablando
con nosotros. Estaba hablando con Jason.
Lentamente, ella se puso de pie. Le temblaba la boca. Se enderezó,
como si convocara columnas internas de cuarzo para soportar su
sistema esquelético.
— Déjenme cargar un lado— dijo. — Llevémoslo a casa.
Caminamos en silencio, los portadores de féretro más fieles de la
historia. Todos nosotros cubierto en polvo y cenizas monstruosas. Al
frente del ataúd, Lavinia se retorcía en su armadura, mirando
ocasionalmente a Hazel, que caminaba con sus ojos mirando hacia

49
adelante. Ni siquiera pareció notar la pluma de buitre al azar
aleteando en la manga de su camisa.
Meg y Don llevaban la parte de atrás del ataúd. Los ojos de Meg
estaban magullados por el accidente automovilístico, haciéndola
parecer un mapache grande y mal vestido. Don siguió temblando,
inclinando la cabeza hacia la izquierda como si quisiera escuchar lo
que su hombro estaba diciendo.
Me tropecé detrás de ellos, con el vestido de repuesto de Meg
presionando mis entrañas. El sangrado parecía haberse detenido,
pero el corte aún ardía y pinchaba. Esperaba que Hazel tuviera razón
sobre sus sanadores pudiendo ayudarme. No me gustaba la idea de
convertirme en un extra para The Walking Dead.
La calma de Hazel me hacía sentir incómodo. Casi hubiera
preferido que me gritara y me arrojara cosas. Su miseria era como la
fría gravedad de una montaña. Podrías pararte al lado de esa
montaña y cerrar los ojos, e incluso, si no podías verlo ni oírlo,
sabías que estaba allí, indescriptiblemente pesado y poderoso, una
fuerza geológica tan antigua que incluso haría que los dioses
inmortales se sintieran como mosquitos. Temía lo que sucedería si
las emociones de Hazel se volvieran volcánicamente activas.
Por fin salimos al aire libre. Nos paramos sobre un acantilado de
roca a medio camino de una colina, con el valle de Nueva Roma
extendiéndose debajo. En el crepúsculo, las colinas se habían vuelto
violetas. La brisa fresca olía a humo de leña y lilas.
— ¡Guau! — dijo Meg, contemplando la vista.
Justo como lo recordaba, el Pequeño Tiber atravesaba el fondo del
valle, haciendo una reluciente floritura que se vaciaba en un lago
azul donde el ombligo del campamento podría haber estado. En la
costa

50
norte de ese lago se alzaba la nueva Roma, una pequeña versión de
la ciudad imperial original.
Por lo que Leo había dicho sobre la batalla reciente, esperaba ver
el lugar destruido. A esta distancia, sin embargo, a la luz menguante,
todo parecía normal. Los relucientes edificios blancos con techos de
tejas rojas, la cúpula de la Casa del Senado, el Circo Máximo y el
Coliseo.
En la costa sur del lago estaba el sitio de Temple Hill, con su
diversa y caótica selección de santuarios y monumentos. En la
cumbre, eclipsando todo lo demás, estaba el impresionante templo
egocéntrico de mi padre Júpiter Optimo Máximo. Como si fuera
posible, su encarnación romana, Júpiter, era aún más insufrible que
la original personalidad griega de Zeus. (Y sí, los dioses tenemos
múltiples personalidades, pero es porque ustedes, los mortales,
cambian de opinión acerca de cómo somos. Es irritante).
En el pasado, siempre había odiado mirar el Temple Hill, porque
mi santuario no era el más grande. Obviamente, debería haber sido
el más grande. Ahora odiaba mirar el lugar por una razón diferente.
Todo lo que podía pensar era en el diorama que Meg cargaba y los
cuadernos de bocetos en su mochila: los diseños que Jason Grace
había reinventado para Temple Hill. En comparación con la
exhibición de espuma de Jason, con sus notas escritas a mano y
fichas de Monopolio pegadas, el verdadero Temple Hill parecía un
indigno tributo a los dioses. Nunca podría significar tanto como la
bondad de Jason, su ferviente deseo de honrar a cada dios y no dejar
a nadie afuera.
Me obligué a mirar hacia otro lado.

51
Directamente debajo, aproximadamente a media milla de nuestra
cornisa, se encontraba el campamento Júpiter. Con sus muros de
madera, torres de vigilancia y trincheras, sus ordenadas hileras de
barracones bordeando dos calles principales, podría haber sido
cualquier campamento de la legión romana, en cualquier lugar del
viejo imperio, en cualquier momento durante los muchos siglos de
gobierno de Roma. Los romanos eran muy consistentes acerca de
cómo construían sus fortalezas (tanto si querían quedarse allí por
una noche o una década), que, si conocías un campamento, los
conocías todos. Podrías despertarte en la mitad de la noche, tropezar
en la oscuridad total y saber exactamente dónde estaba todo. Por
supuesto, cuando visitaba los campamentos romanos, generalmente
pasaba todo mi tiempo en la tienda del comandante, descansando y
comiendo uvas como solía hacer con Cómodo... Oh, dioses, ¿Por
qué me estaba torturando con tales pensamientos?
—Está bien— La voz de Hazel me sacó de mi ensueño. —
Cuando lleguemos al campamento, esta es la historia: Lavinia, fuiste
a Temescal bajo mis órdenes, porque viste el coche fúnebre caer por
la barandilla. Permanecí en guardia hasta que llegó el siguiente
turno, luego corrí a ayudarte, porque pensé que podrías estar en
peligro. Luchamos contra los guls, salvamos a estos tipos, etcétera.
¿Entendido?
— Entonces, sobre eso…— Don interrumpió — Estoy seguro de
que ustedes pueden manejar esto desde aquí, ¿Cierto? Viendo que
podrían meterse en problemas o lo que sea. Me voy a escabullir…
Lavinia lo miró fijamente.
—O puedo quedarme — dijo a toda prisa. —Ya sabes, estoy feliz
de ayudar.

52
Hazel cambió su agarre sobre el mango del ataúd.
—Recuerden, somos guardias de honor. No importa cuán
desaliñados nos veamos, tenemos un deber. Estamos trayendo a casa
un camarada caído ¿Entendido?
—Sí, Centurión — dijo Lavinia tímidamente. — y ¿Hazel?
Gracias. Hazel hizo una mueca, como si lamentara su suave
corazón.
— Una vez que lleguemos a la Principia — sus ojos se posaron en
mí — nuestro dios visitante puede explicarle al liderato qué le pasó a
Jason Grace.

53
5

Hola a todos,
Aquí hay una pequeña canción que llamo
"Todas las formas en las que apesto”

L
a legión nos divisó desde muy lejos, como se supone que
deben hacer los centinelas de la legión.
Para cuando nuestra pequeña banda llegó a las puertas
principales del fuerte, una multitud se había reunido. Semidioses se
alineaban a ambos lados de la calle y observaban en curioso silencio
mientras cargábamos el ataúd de Jason a través del campamento.
Nadie nos cuestionó. Nadie intentó detenernos. El peso de todos
esos ojos era opresivo.
Hazel nos condujo directamente por la Vía Pretoria.
Algunos legionarios estaban parados en los pórticos de sus
barracas: sus armaduras medio pulidas temporalmente olvidadas,
guitarras apartadas, juegos de cartas sin terminar. Brillantes Lares
púrpura, los dioses de la casa de la legión, merodeaban, atravesando
paredes o personas con poca consideración por el espacio personal.
Las águilas gigantes giraban en lo alto, mirándonos como roedores
potencialmente sabrosos.
Comencé a darme cuenta de lo escasa que era la multitud. El
campamento parecía... no desierto, exactamente, pero solo medio
lleno. Unos pocos héroes jóvenes caminaban con muletas. Otros
tenían brazos enyesados. Quizás algunos de ellos solo estaban en sus

54
barracas, o en la enfermería, o en una marcha prolongada, pero no
me gustaban las expresiones atormentadas y afligidas de los
legionarios que nos miraban.
Recordé las palabras de regocijo de los eurynomos en el lago
Temescal: ¡YA HE PROBADO LA CARNE DE TUS CAMARADAS!
EN LA LUNA DE SANGRÉ TE UNIRAS A ELLOS.
No estaba seguro de qué era una luna de sangre. Las cosas lunares
eran más el departamento de mi hermana. Pero no me gustaba como
sonaba eso. Ya había tenido suficiente sangre. Por el aspecto de los
legionarios, ellos también.
Entonces pensé en otra cosa que el gul había dicho: TODOS SE
UNIRÁN A LOS MUERTOS DEL REY. Pensé en las palabras de la
profecía que habíamos recibido en el Laberinto Ardiente, y una
comprensión inquietante comenzó a formarse en mi cabeza. Hice lo
mejor por suprimirlo. Ya había completado la cuota de terror diaria.
Pasamos los escaparates de los comerciantes a los que se les
permitía operar dentro los muros del fuerte: solo los servicios más
esenciales, como un concesionario de carros, una armería, una tienda
de suministros de gladiadores y una cafetería. Frente a la cafetería
estaba de pie un barista de dos cabezas, mirándonos con ambas
caras, su delantal verde manchado con espuma de latte.
Finalmente llegamos a la intersección principal, donde dos
caminos llegaban a una T frente a la Principia. En los escalones del
reluciente edificio blanco de la sede, los pretores de la legión nos
esperaban.
Casi no reconocí a Frank Zhang. La primera vez que lo vi, cuando
yo era un dios y él era un novato de la legión, Frank era un chico con
cara de bebé, corpulento, con el pelo oscuro y liso y una fijación
adorable por el tiro con arco. Había tenido la idea de que yo podría

55
ser su padre. Me rezaba todo el tiempo. Honestamente, él era tan
lindo que hubiera sido feliz de adoptarlo, pero, por desgracia, era
hijo de Marte.
La segunda vez que vi a Frank, durante su viaje en el Argo II,
había tenido un crecimiento acelerado o una inyección mágica de
testosterona o algo así. Se había vuelto más alto, más fuerte, como el
más imponente (aunque aún de una manera adorable) oso pardo.
Ahora, como a menudo había notado que sucedía con hombres
jóvenes que sobresalían por sí mismos, el peso de Frank había
comenzado a alcanzar su crecimiento acelerado. Era una vez más un
tipo grande y corpulento con mejillas de bebé que solo querías
pellizcar, solo que ahora era más grande y musculoso.
Aparentemente se había caído de la cama y se había apresurado a
reunirse con nosotros, a pesar de que era solo el atardecer. Su
cabello pegado en la parte superior como una ola rompiente. Uno de
los bajos de su pantalón vaquero estaba metido en su calcetín. Su
parte superior era un camisón de seda amarillo decorado con águilas
y osos; toda una declaración de moda mientras él hacía todo lo
posible para cubrirse con su capa de pretor morada.
Una cosa que no había cambiado era su porte, esa postura
ligeramente incómoda, ese leve ceño perplejo, como si estuviera
pensando constantemente, ¿Realmente se supone que debo estar
aquí?
Ese sentimiento era comprensible. Frank había subido de rango de
probatio a centurión y a pretor en tiempo récord. Desde Julio César
no ha habido un oficial romano que se elevara tan rápido y
brillantemente. Esa no era una comparación que habría compartido
con Frank, dado lo que le pasó a Julio.

56
Mi mirada se desvió hacia la joven al lado de Frank: la pretora
Reyna Ávila Ramírez Arellano… Y entonces lo recordé.
Una bola de pánico se formó en mi corazón y rodó hasta la parte
inferior de mis intestinos Era bueno que no llevara el ataúd de Jason
o lo habría dejado caer.
¿Cómo puedo explicarte esto?
¿Alguna vez has tenido una experiencia tan dolorosa o vergonzosa
que literalmente olvidaste que sucedió? ¿Tu mente se disocia, se
escapa del incidente gritando No, no, no, y se niega a reconocer el
recuerdo nunca más?
Ese era yo con Reyna Ávila Ramírez Arellano.
Oh, sí, sabía quién era ella. Estaba familiarizado con su nombre y
reputación. Era plenamente consciente de que estábamos destinados
a encontrarnos con ella en el campamento de Júpiter. La profecía que
habíamos descifrado en el Laberinto Ardiente me lo había dicho.
Pero mi difuso cerebro mortal se había negado por completo a
hacer la más importante conexión: que esta Reyna era esa Reyna,
cuyo rostro se me había mostrado hace mucho tiempo por cierta
molesta diosa del amor.
¡Es ella! Mi cerebro me gritó, mientras estaba parado frente a ella
en toda mi gloria flácida y manchada de acné, apretando un vestido
ensangrentado contra mi barriga. ¡Oh, guau, es hermosa!
¿Ahora la reconoces? Mentalmente grité de vuelta. ¿Ahora
quieres hablar sobre ella? ¿Puedes simplemente olvidarlo de
nuevo?
Pero ¿recuerdas lo que dijo Venus? Mi cerebro insistió. Se
supone que debes mantenerte alejado de Reyna o…

57
¡Sí, lo recuerdo! ¡Cállate!
Tienes conversaciones como esta con tu cerebro, ¿No? Es
completamente normal, ¿Verdad?
Reyna era realmente hermosa e imponente. Su armadura de oro
imperial estaba envuelta en un manto púrpura. Medallas militares
centelleaban en su pecho. Su oscura cola de caballo se extendía
sobre su hombro como un látigo, y sus ojos de obsidiana eran tan
penetrantes como las águilas que circulaban sobre nosotros.
Me las arreglé para quitarle los ojos de encima. Mi cara ardía de
humillación. Aún podía escuchar a los otros dioses reírse después de
que Venus me hizo su proclamación, sus advertencias nefastas si
alguna vez me atreviera…
¡PING! La manubalista de Lavinia eligió ese momento para
prepararse otro medio punto, misericordiosamente desviando la
atención de todos hacia ella.
— Umm e-entonces — tartamudeó — estábamos de guardia
cuando vi que este coche fúnebre salía volando sobre la barandilla...
Reyna levantó la mano para pedir silencio.
— Centurión Levesque. — El tono de Reyna era reservado y
cansado, como si no fuéramos el primer cortejo maltrecho en cargar
un ataúd al campamento. — Su informe, por favor.
Hazel miró a los otros portadores. Juntos, bajaron suavemente el
ataúd.
— Pretores, — dijo Hazel — rescatamos a estos viajeros en las
fronteras del campamento. Esta es Meg.
— Hola — dijo Meg. — ¿Hay un baño? Necesito orinar.

58
Hazel parecía nerviosa.
— Eh, en un segundo, Meg. Y este…— Ella dudó, como si ella no
pudiera creer lo que estaba a punto de decir. — Este es Apolo.
La multitud murmuró con inquietud. Capté fragmentos de sus
conversaciones:
— ¿Ella dijo...?
— No realmente…
— Amigo, obviamente no...
— ¿Nombrado por…?
— En sus sueños…
— Cálmense — ordenó Frank Zhang, apretando su manto púrpura
sobre la parte superior de su pijama. Me estudió, tal vez buscando
alguna señal de que en realidad era Apolo, el dios que siempre había
admirado. Parpadeó como si el concepto hubiera provocado un
cortocircuito en su cerebro.
— Hazel, ¿Puedes... explicar eso? — Suplicó. — Y, eh, ¿El ataúd?
Hazel posó sus ojos dorados en mí, dándome una orden silenciosa:
díselos.
No sabía cómo empezar.
No era un gran orador como Julio Cesar o Cicerón. No era un
tejedor de cuentos como Hermes (Chico, ese tipo puede decir
mentiras muy buenas). ¿Cómo podría explicar los muchos meses de
experiencias horribles que nos llevaron a Meg y a mí a estar de pie
aquí, con el cuerpo de nuestro heroico amigo?
Miré mi ukelele.

59
Pensé en Piper McLean a bordo del yate de Calígula, cómo había
estallado cantando "Life of Illusion" en medio de una banda de
mercenarios endurecidos. Ella los había dejado indefensos,
cautivados por su serenata sobre melancolía y arrepentimiento.
No era capaz de persuadir como Piper. Pero era un músico, y
seguramente Jason merecía un homenaje.
Después de lo que había sucedido con los eurynomos, me sentía
asustado de mi ukelele, así que comencé a cantar a capela.
Durante los primeros compases, mi voz tembló. No tenía idea de
lo que estaba haciendo. Las palabras simplemente surgieron de lo
profundo de mí, como las nubes de escombros de Túnel colapsado
por Hazel.
Canté sobre mí caída del Olimpo: cómo había aterrizado en Nueva
York y me había unido a Meg McCaffrey. Canté sobre nuestro
tiempo en el Campamento Mestizo, donde descubrimos el plan del
Triunvirato para controlar los grandes Oráculos y, por lo tanto, el
futuro del mundo. Canté sobre la infancia de Meg, sus terribles años
de abuso mental en la casa de Nerón, y cómo finalmente expulsamos
a ese emperador del bosque de Dodona. Canté sobre nuestra batalla
contra Cómodo en la Waystation en Indianápolis y nuestro
desgarrador viaje al Laberinto Ardiente de Calígula para liberar a la
Sibila de Eritrea.
Después de cada verso, canté un estribillo sobre Jason: su última
tentativa en el yate de Calígula, valientemente enfrentando a la
muerte para que nosotros pudiéramos sobrevivir y continuar nuestra
búsqueda. Todo lo que habíamos pasado condujo al sacrificio de
Jason. Todo lo que podría venir después, si teníamos la suerte de
derrotar al Triunvirato y a Pitón en Delfos, sería posible gracias a él.

60
La canción realmente no era sobre mí en absoluto (Lo sé. Yo
tampoco podía creerlo). Era "La caída de Jason Grace". En los
últimos versos, canté sobre el sueño de Jason para Temple Hill, su
plan de agregar santuarios hasta que cada dios y diosa, sin importar
cuan oscuros, fueran honrados adecuadamente.
Tomé el diorama de Meg, lo levanté para mostrar a los semidioses
reunidos, luego lo coloqué en el ataúd de Jason como la bandera de
un soldado.
No estoy seguro de cuánto tiempo canté. Cuando terminé la última
línea, el cielo estaba completamente oscuro. Mi garganta se sentía
tan caliente y seca como un cartucho de bala gastado.
Las águilas gigantes se habían reunido en los tejados cercanos. Me
miraban con algo parecido al respeto.
Las caras de los legionarios estaban manchadas de lágrimas.
Algunos sorbían y se limpiaban sus narices. Otros se abrazaban y
lloraban en silencio.
Me di cuenta de que no solo estaban llorando por Jason. La
canción había desatado su dolor colectivo por la batalla reciente, sus
pérdidas, que - dado la escasez de la multitud - deben haber sido
extremas. La canción de Jason se convirtió en su canción. Al
honrarlo, honramos a todos los caídos.
En los escalones de la Principia, los pretores salieron de su
angustia privada. Reyna respiró hondo y temblorosamente. Ella
intercambió una mirada con Frank, quien estaba teniendo dificultad
para controlar el temblor de su labio inferior. Los dos líderes
parecieron llegar a un acuerdo silencioso.
— Tendremos un funeral de estado — anunció Reyna.

61
— Y haremos realidad el sueño de Jason — agregó Frank —Esos
templos y… todo lo que Ja… —Su voz se rompió en el nombre de
Jason. Necesitó contar hasta cinco para componerse a sí mismo. —
Todo lo que él imaginó. Lo construiremos todo en un fin de semana.
Podía sentir el humor de la multitud cambiar, tan palpablemente
como un frente, su dolor endureciéndose en una firme
determinación.
Algunos asintieron y murmuraron en acuerdo. Algunos gritaron
¡Ave! ¡Salve! El resto de la multitud se unió al canto. Las jabalinas
golpearon contra los escudos.
Nadie se opuso a la idea de reconstruir el Temple Hill en un fin de
semana. Una tarea como esa hubiera sido imposible incluso para los
cuerpos de ingeniería más hábiles. Pero esta era una legión romana.
— Apolo y Meg serán invitados del campamento Júpiter — dijo
Reyna. — Les encontraremos un lugar para quedarse…
— ¿Y un baño? — Suplicó Meg, bailando con las rodillas
cruzadas. Reyna esbozó una leve sonrisa.
— Por supuesto. Juntos, lloraremos y honraremos a nuestro
muerto. Después, discutiremos nuestro plan de guerra.
Los legionarios vitorearon y golpearon sus escudos.
Abrí la boca para decir algo elocuente, para agradecer a Reyna y
Frank por su hospitalidad.
Pero toda mi energía restante se había gastado en mi canción. La
herida de mi barriga quemaba. Mi cabeza giró sobre mi cuello como
un carrusel.
Me caí de bruces y mordí el polvo.

62
6

Navegando hacia el norte a la guerra


Con mi templo Shirley y
Tres cerezas, Témanme

O
h, los sueños
Querido lector, si estás cansado de escuchar sobre mis
horribles pesadillas proféticas, no te culpo. Solo piensa
en cómo me sentí al experimentarlos de primera mano.
Fue
como hacer que El Oráculo de Delfos me llamara toda la noche,
murmurando líneas de profecía que no había pedido y que no quería
escuchar.
Vi una línea de yates de lujo que atravesaban las olas iluminadas
por la luna en la costa de California: cincuenta barcos en una
formación de galones apretados, hileras de luces que brillaban a lo
largo de sus arcos, banderines morados que se agitaban en el viento
en las torres iluminadas.
Las cubiertas estaban repletas de todo tipo de monstruos: cíclopes,
centauros salvajes, pandos de orejas grandes y blemias con su cabeza
en el pecho. En la cubierta de popa de cada yate, una multitud de
criaturas parecía estar construyendo algo así como un cobertizo o…
algún tipo de arma de asedio.

63
Mi sueño se acercó al puente de la nave principal. La tripulación
se apresuró a revisar los monitores y ajustar los instrumentos.
Descansando detrás de ellos, en sillones reclinables de Los-Z-Boy
tapizados en oro, estaban dos de mis personas menos favoritas del
mundo.
A la izquierda estaba sentado el emperador Cómodo. Sus
pantalones cortos de playa azul pastel, mostraban sus perfectas
pantorrillas bronceadas y sus pies descalzos con pedicura. Su
sudadera gris con capucha de los Indianápolis Colts se desabrochó
sobre su pecho desnudo y sus abdominales perfectamente
esculpidos. Tenía mucho valor para usar el equipo de los Colts, ya
que lo habíamos humillado en el estadio de casa del equipo solo
unas semanas antes. (Por supuesto, también nos humillamos a
nosotros mismos, pero quería olvidar esa parte).
Su rostro era casi como lo recordaba: irritantemente guapo, con un
perfil altivo y cincelado y mechones de cabello dorado enmarcando
su frente. La piel alrededor de sus ojos, sin embargo, parecía como si
hubiera sido arenada8. Sus pupilas estaban nubladas. La última vez
que nos vimos, lo había cegado con un estallido de resplandor
divino, y era obvio que todavía no se había curado. Eso fue lo único
que me gustó de verlo de nuevo.
En el otro sillón reclinable se encontraba Cayo Julio César
Augusto Germánico, también conocido como Calígula.
La rabia tiñó mi sueño de rosa sangre ¿Cómo podía descansar allí
tan relajado con su ridículo atuendo de capitán? Esos pantalones
blancos y zapatos náuticos, esa chaqueta azul marino sobre una
camisa a rayas sin cuello, el sombrero de oficial inclinado en un
ángulo desgarbado sobre sus rizos de nogal, cuando solo unos días
antes, él había matado a Jason Grace ¿Cómo se atrevía a tomar una
8
Arenado es un tratamiento que se utiliza para limpiar impurezas en ciertos materiales, exponiéndolos a
chorros de aire o agua a propulsión de manera masiva.

64
refrescante bebida helada adornada con tres cerezas al marrasquino
(¡Tres! ¡Monstruoso!) y sonreír con tanta satisfacción?
Calígula parecía lo suficientemente humano, pero sabía que no
debía atribuirle ningún tipo de compasión. Quería estrangularlo. Por
desgracia, no pude hacer nada excepto mirar y echar humo.
—Piloto— Calígula gritó perezosamente. —¿Cuál es nuestra
velocidad?
—Cinco nudos, señor—, dijo uno de los mortales uniformados. —
¿Debería aumentar?
—No, no—. Calígula sacó una de las cerezas marrasquino y se la
metió en la boca. Masticó y sonrió, mostrando brillantes dientes
rojos.
—De hecho, reduzcamos la velocidad a cuatro nudos ¡El viaje es la
mitad de la diversión!
—¡Sí señor!
Cómodo frunció el ceño. Agitó el hielo en su propia bebida, que
era transparente y burbujeante con jarabe rojo agrupado en el fondo.
Solo tenía dos cerezas marrasquino, sin duda porque Calígula nunca
permitiría que Cómodo lo igualara en nada.
—No entiendo por qué nos movemos tan lentamente—, se quejó
Cómodo. —A toda velocidad, podríamos haber estado allí ahora—
Calígula se echó a reír.
—Mi amigo, todo se trata del tiempo. Tenemos que permitir que
nuestro aliado fallecido tenga su mejor ventana de ataque.
Cómodo se estremeció. —Odio a nuestro aliado fallecido. ¿Estás
seguro de que puede ser controlado?
—Hemos discutido esto— El tono de canto de Calígula era ligero
y aireado y agradablemente homicida, como si dijera: La próxima
vez que me preguntes, te controlaré con un poco de cianuro en tu

65
bebida.

66
—Deberías confiar en mí, Cómodo. Recuerda quién te ayudó en tu
hora de necesidad.
—Ya te he agradecido una docena de veces— dijo Cómodo. —
Además, no fue mi culpa. ¿Cómo se suponía que supiera que a
Apolo todavía le quedaba algo de luz? — Él parpadeó
dolorosamente. —Él te ganó a ti, y también a tu caballo.
Una nube pasó sobre la cara de Calígula.
—Sí, bueno, pronto, haremos las cosas bien. Entre tus tropas y las
mías, tenemos un poder más que suficiente para abrumar a la
duodécima Legión maltratada. Y si demuestran ser demasiado tercos
para rendirse, siempre tenemos el Plan B —. Él llamó por encima
del hombro— ¿Oh, Boost?
Un pando se apresuró a salir de la cubierta de popa, con sus
enormes y peludas orejas cayendo a su alrededor como alfombras.
En sus manos había una hoja de papel grande, doblada en secciones
como un mapa o un conjunto de instrucciones. —¿S-sí, Príncipe?
—Informe de progreso.
—Ah—. La oscura cara peluda de Boost se crispó. —¡Bueno!
Bien maestro ¿Otra semana?
—Una semana— dijo Calígula.
—Bueno, señor, estas instrucciones...— Boost dio vuelta el papel
y frunció el ceño. —Todavía estamos ubicando todas las ranuras A
en la pieza de ensamblaje siete. Y no nos enviaron suficientes
tuercas. Y las baterías requeridas no son de tamaño estándar, si… —
—Una semana—, repitió Calígula, su tono aún agradable. —Sin
embargo, la luna de sangre se levantará en...
El pando hizo una mueca. —¿Cinco días?

66
—¿Entonces puedes hacer tu trabajo en cinco días? ¡Excelente!
Continúa.
Boost tragó saliva, luego se escabulló tan rápido como sus pies
peludos pudieron llevarlo.
Calígula le sonrió a su compañero emperador. — ¿Ves, Cómodo?
Pronto el campamento Júpiter será nuestro. Con suerte, los Libros
Sibilinos también estarán en nuestras manos. Entonces tendremos
cierto poder de negociación. Cuando llegue el momento de enfrentar
a Pitón y dividir nuestras porciones del mundo, recordarás quién te
ayudó y quién no.
—Oh, lo recordaré. Estúpido Nerón. — Cómodo empujó los
cubitos de hielo en su bebida. —¿Cuál de ellas es esta vez, el
Templo Shirley?9
—No, ese es el Roy Rogers— dijo Calígula. —El mío es el
Templo Shirley.
—¿Y estás seguro de que esto es lo que beben los guerreros
modernos cuando van a la batalla?
—Absolutamente—, dijo Calígula. —Ahora disfruta el viaje,
amigo mío. Tienes cinco días completos para trabajar en tu
bronceado y recuperar tu visión. ¡Entonces tendremos una carnicería
encantadora en el Área de la Bahía!
La escena desapareció y caí en la fría oscuridad.
Me encontré en una cámara de piedra tenuemente iluminada llena
de muertos vivientes que arrastraban los pies, apestaban y gemían.
Algunas estaban tan marchitas como las momias egipcias. Otros
parecían casi vivos, excepto por las horribles heridas que los habían
matado. En el otro extremo de la habitación, entre dos columnas

9
Templo shirley y Roy Rogers son dos clases de cocteles/bebidas

67
toscas, se sentó... una presencia, envuelta en una bruma magenta.
Levantó su rostro esquelético, mirándome con sus ardientes ojos
morados. Los mismos ojos que me habían mirado desde el gul
poseído en el túnel, y comenzó a reír.
Mi herida intestinal se encendió como una línea de pólvora.
Me desperté gritando de agonía. Me encontré temblando y
sudando en una habitación extraña.
—¿Tú también? — Preguntó Meg.
Se paró junto a mi catre, asomándose por una ventana abierta y
cavando en una caja de flores. Los bolsillos de su cinturón de
jardinería estaban repletos de bulbos10, paquetes de semillas y
herramientas. En una mano embarrada, sostenía una paleta. Hijos de
Deméter. No puedes llevarlos a ningún lado sin que jueguen en la
tierra.
—¿Q-qué está pasando? — Traté de sentarme, lo cual fue un error.
Mi herida intestinal era realmente una ardiente línea de agonía.
Miré hacia abajo y encontré mi sección media desnuda envuelta en
vendas que olían a hierbas curativas y ungüentos. Si los curanderos
del campamento ya me habían tratado, ¿Por qué seguía sufriendo
tanto?
—¿Dónde estamos?
—Cafetería.
Incluso para los estándares de Meg, esa declaración parecía
ridícula. Nuestra habitación no tenía cafetería, ni máquina de café
expreso, ni barista, ni deliciosos pasteles. Era un simple cubo
encalado con un catre contra cualquier pared, una ventana abierta
entre ellos y una trampilla en la esquina más alejada, lo que me hizo
10
Los bulbos, al igual que los rizomas, cormos y tubérculos, son órganos subterráneos de
almacenamiento de nutrientes de algunas plantas.

68
creer que estábamos en una habitación superior. Podríamos haber
estado en una celda de la prisión, excepto que no había rejas en la
ventana, y una cuna de la prisión hubiera sido más cómoda. (Sí,
estoy seguro. Investigué un poco sobre la prisión de Folsom con
Johnny Cash. Larga historia).
—La cafetería está abajo—, aclaró Meg. —Esta es la habitación
libre de Bombillo.
Me acordé del barista de dos cabezas y delantal verde que nos
había fruncido el ceño en la Vía Pretoria. Me preguntaba por qué
habría tenido la amabilidad de darnos alojamiento, y por qué, de
todos los lugares, la legión había decidido ponernos aquí. —¿Por
qué exactamente?
—Especia lemuriana—, dijo Meg. —Bombilo tenía el suministro
más cercano. Los sanadores lo necesitaban para tu herida.
Ella se encogió de hombros, como diciendo “Sanadores, ¿qué se
le va hacer?” Luego volvió a plantar un bulbo de iris.
Me olisqueé los vendajes. Una de las esencias que detecté fue de
hecho especias de Lemuria. Cosas efectivas contra los muertos
vivientes, aunque el Festival de Lemuria no era hasta junio, y apenas
era abril... Ah, no es de extrañar que hayamos terminado en la
cafetería. Todos los años, los minoristas parecían comenzar la
temporada de especias de Lemuria cada vez más temprano: lattes de
especias de Lemuria, muffins de especias de Lemuria, como si no
pudiéramos esperar para celebrar la temporada de exorcizar espíritus
malignos con pasteles que saben ligeramente a frijoles y polvo de
tumbas. Mmm…
¿Qué más podía oler en ese bálsamo curativo… azafrán, mirra,
virutas de cuerno de unicornio? Oh, estos sanadores romanos eran
buenos. Entonces, ¿Por qué no me sentía mejor?

69
—No querían moverte muchas veces— dijo Meg. —Así que nos
quedamos aquí. Está bien. Baño en planta baja. Y café gratis.
—No tomas café.
—Ahora sí.
Me estremecí. —Una Meg con cafeína. Justo lo que necesito.
¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Día y medio.
—¡¿Qué?!
—Necesitabas dormir. Además, eres menos molesto inconsciente.
No tenía la energía para una réplica adecuada. Me limpié la
suciedad de los ojos, luego me obligué a sentarme, luchando contra
el dolor y las náuseas.
Meg me estudió con preocupación, lo que debe haber significado
que me veía aún peor de lo que me sentía.
—¿Qué tan malo es? —, Preguntó ella.
—Estoy bien— mentí. —¿Qué quisiste decir antes, cuando
dijiste… tú también?
Su expresión se cerró como un obturador de huracán. —
Pesadillas. Me desperté gritando un par de veces. Me quedé dormida
aun con ellas, pero… —Ella recogió un terrón de tierra de la paleta.
—Este lugar me recuerda a.… ya sabes.
Lamenté no haber pensado en eso antes. Después de la experiencia
de Meg creciendo en la Casa Imperial de Nerón, rodeada de
sirvientes y guardias de habla latina con armadura romana, pancartas
moradas, todos los artículos del antiguo imperio, por supuesto, el
Campamento Júpiter debe haber provocado recuerdos no deseados.
—Lo siento—, dije. —¿Soñaste ... algo que debería saber?

70
—Lo habitual—. Su tono dejó en claro que no quería dar más
detalles. —¿Que pasa contigo?
Pensé en mi sueño de que los dos emperadores navegaran
tranquilamente en nuestra dirección, bebiendo cócteles con adornos
de cereza mientras sus tropas se apresuraban a reunir armas secretas
que habían ordenado a IKEA11. Nuestro aliado fallecido. Plan B.
Cinco días.
Ver esos ardientes ojos morados en una cámara llena de muertos
vivientes. El rey está muerto.
—Lo de siempre—, estuve de acuerdo. —¿Me ayudas a
levantarme?
Me dolía estar de pie, pero si había estado acostado en ese catre
durante un día y medio, quería moverme antes de que mis músculos
se volvieran tapioca. Además, comenzaba a darme cuenta de que
tenía hambre y sed y, en las inmortales palabras de Meg McCaffrey,
necesitaba orinar. Los cuerpos humanos son molestos de esa manera.
Me apoyé en el alféizar de la ventana y miré afuera. Abajo, los
semidioses se apresuraban a lo largo de la Vía Praetoria, llevando
suministros, reportando tareas, apresurándose entre los barracones y
el comedor. El manto de conmoción y dolor parecía haberse
desvanecido. Ahora todos parecían ocupados y decididos.
Girando la cabeza y mirando hacia el sur, pude ver la Colina del
Templo bullir de actividad.
Los motores de asedio se habían convertido en grúas y
excavadoras. Se habían erigido andamios en una docena de lugares.
Los sonidos de martilleo y corte de piedra resonaron por todo el
valle. Desde mi punto de vista, pude identificar al menos diez
nuevos santuarios pequeños y

11
Es una corporación dedicada a la fabricación y venta minorista de muebles, objetos para

71
el hogar y otros objetos de decoración de diseño contemporáneo.

72
dos grandes templos que no habían estado allí cuando llegamos, con
más en proceso.
—Wow—, murmuré. —Esos romanos no pierden el tiempo.
—Esta noche es el funeral de Jason— Meg me informó. —Están
tratando de terminar el trabajo antes de eso.
A juzgar por el ángulo del sol, supuse que eran las dos de la tarde.
Dado su ritmo hasta el momento, supuse que eso le daría a la legión
tiempo suficiente para terminar la Colina del Templo y tal vez
construir un estadio deportivo o dos antes de la cena.
Jason hubiera estado orgulloso. Desearía que pudiera estar aquí
para ver lo que había inspirado.
Mi visión revoloteó y se oscureció. Pensé que podría estar
desmayándome de nuevo. Entonces me di cuenta de que algo grande
y oscuro, de hecho, revoloteaba junto a mi cara, directamente desde
la ventana abierta.
Me di vuelta y encontré un cuervo sentado en mi catre. Alborotó
sus plumas aceitosas, mirándome con un ojo negro y brillante.
¡GRAZNIDO!
—Meg—, le dije, —¿Estás viendo esto?
—Sí—. Ni siquiera levantó la vista de sus bulbos de iris. —Hola,
Frank. ¿Qué pasa?
El pájaro cambió, su forma se convirtió en la de un humano
voluminoso, sus plumas se transformaron en ropa, hasta que Frank
Zhang se sentó ante nosotros, su cabello ahora bien lavado y
peinado, su camisón de seda se cambió por una camiseta púrpura del
Campamento Júpiter.
—Hola, Meg—, dijo, como si fuera completamente normal
cambiar de especie durante una conversación. —Todo está a
tiempo. Estaba

72
comprobando si Apolo estaba despierto, lo cual... obviamente, lo está.
— Me saludó con la mano. —Quiero decir, tú estás… Como, er…
estoy sentado en tu catre. Debería levantarme.
Se levantó, tiró de su camisa, luego no pareció saber qué hacer con
sus manos. Hubo un tiempo en que me habría acostumbrado a un
comportamiento tan nervioso por parte de los mortales que
encontraba, pero ahora me llevó un momento darme cuenta de que
Frank todavía estaba asombrado de mí. Tal vez, al cambiar de forma,
Frank estaba más dispuesto que la mayoría a creer que, a pesar de mi
apariencia mortal poco impresionante, todavía era el mismo viejo
dios del tiro con arco por dentro ¿Lo ves? Te dije que Frank era
adorable.
—De todos modos— continuó, —Meg y yo hemos estado
hablando, el último día más o menos, mientras estabas desmayado,
quiero decir, recuperándote, durmiendo, ¿sabes? Está bien.
Necesitabas dormir. Espero que te sientas mejor.
A pesar de lo terrible que me sentía, no pude evitar sonreír. —Ha
sido muy amable con nosotros, Pretor Zhang. Gracias
—Erm, claro. Es, ya sabes, un honor, ver cómo eres... o eras...
—Ugh, Frank— Meg se apartó de su caja de flores. —Es solo
Lester. No lo trates como una gran cosa.
—Ahora, Meg— le dije, —si Frank quiere tratarme como una gran
cosa...
—Frank, solo dile.
El Pretor miró de un lado a otro entre nosotros, como si se
asegurara de que el show de Meg y Apolo hubiera terminado por
ahora. — Entonces, Meg explicó la profecía que obtuviste en el
Laberinto Ardiente. “Apolo se enfrenta a la muerte en la tumba de
Tarquinio a menos que la puerta del dios silencioso sea abierta por
la hija de Bellona”, ¿verdad?

73
Me estremecí. No quería que me recordaran esas palabras,
especialmente teniendo en cuenta mis sueños, y la implicación de
que pronto enfrentaría la muerte. Estuve allí. Hice eso, tengo la
herida del vientre.
—Sí— dije con cautela. —¿Supongo que no has descubierto lo
que significan esas líneas y ya has emprendido las misiones
necesarias?
—Um, no exactamente— dijo Frank. —Pero la profecía respondió
algunas preguntas sobre... bueno, sobre lo que ha estado sucediendo
por aquí. Les dio a Ella y a Tyson suficiente información para
trabajar. Piensan que podrían tener una pista.
—Ella y Tyson...— dije, examinando mi nebuloso cerebro mortal.
—La arpía y el cíclope que han estado trabajando para reconstruir
los Libros Sibilinos.
—Exacto— coincidió Frank. —Si te apetece, pensé que
podríamos dar un paseo por la Nueva Roma.

74
7

Buen paseo en la ciudad


Feliz cumpleaños a Lester
Aquí hay un poco de dolor envuelto en papel de regalo

N
o me sentía capaz de hacerlo
Mis intestinos dolían terriblemente. Mis piernas apenas
podían soportar mi peso. Incluso después de usar el
sanitario, lavarme, vestirme, y tomar un late de
Lemuriano
picante y un muffin de nuestro gruñón anfitrión, Bombilo, no veía
cómo iba a ser capaz de caminar más o menos una milla hasta la
Nueva Roma.
No tenía deseos de saber más sobre la profecía del Laberinto
Ardiente. No quería enfrentar más desafíos imposibles, en especial
después del sueño que había tenido con esa cosa en la tumba. Ni
siquiera quería ser humano. Pero, desgraciadamente, no tenía
opción.
Qué es lo que dicen los mortales… ¿Te lo tragas? Me lo tragué
muy, muy bien.
Meg se quedó en el campamento. Tenía un compromiso en una
hora para dar de comer a los unicornios con Lavinia, y Meg temía
que, si se iba a algún lado, se lo perdería. Dada la reputación de
Lavinia de desaparecer, supongo que la preocupación de Meg era
justificable.
Frank me llevó por las puertas principales. Los centinelas
chasquearon por atención. Tenían que mantener esa posición por
bastante tiempo, ya que yo me movía a la velocidad del caramelo

75
frío. Los encontré estudiándome con aprensión, tal vez porque
estaban preocupados de que me aventara otra canción
rompecorazones, o tal

76
orque todavía no podían creer que este montón desordenado de adolescente alguna vez había

La tarde era perfecta como las de California: cielo color turquesa,


hierba verde ondeando en las colinas, eucaliptos y cedros
murmurando en la cálida brisa. Esto debería haber dispersado
cualquier pensamiento sobre túneles oscuros y monstruos, y sin
embargo no parecía capaz de sacar el olor a tierra de tumbas de mis
fosas nasales. Tomar un latte de Lemuriano picante no ayudó.
Frank caminó a mi ritmo, quedándose suficientemente cerca para
que pudiera apoyarme en él si me sentía tembloroso, pero sin insistir
en ayudar.
—Entonces, —dijo finalmente, — ¿Qué pasa entre tú y Reyna?
Me tropecé, enviando ráfagas frescas de dolor por mi
abdomen.
— ¿Qué? Nada. ¿Qué?
Frank quitó una pluma de cuervo de su capa. Me preguntaba cómo
funcionaba eso exactamente; que te queden restos o pedazos después
de cambiar de forma. ¿Alguna vez se había sacudido una pluma
suelta para después pensar, uy, ¿Ese era mi dedo meñique? He oído
rumores de que Frank incluso puede convertirse en un enjambre de
abejas. Incluso yo, un ex dios que solía transformarse todo el tiempo,
no tenía idea de cómo controlaba eso.
—Es solo que… Cuando viste a Reyna, —dijo él, —te congelaste,
como si… No sé, como si recordaras que le debes dinero o algo así.
Tuve que contener una risa amarga. Si tan solo mis problemas con
Reyna fueran tan simples como eso.
El incidente había venido a mí con la claridad de cristales rotos:
Venus regañándome, advirtiéndome, reprochándome como solo ella
podía. No vas a meter tu fea e indigna cara divina cerca de ella, o te
juro por el Estigio…
Y por supuesto, había hecho esto en la sala de los tronos, en
presencia de todos los otros Olímpicos, mientras ellos aullaban con
cruel diversión y gritaban ¡Ooh! Incluso mi padre se había unido.
Oh, sí. Amó cada minuto de aquello.
Me estremecí.
—No hay nada entre Reyna y yo, —dije honestamente—No creo
que ni siquiera hayamos intercambiado más que unas pocas
palabras.
Frank estudió mi expresión. Obviamente se dio cuenta de que me
guardaba algo, pero no insistió.
—Bueno, vas a verla esta noche en el funeral. Está intentando
dormir un poco ahora.
Casi pregunto por qué Reyna estaría durmiendo a media tarde.
Entonces recordé que Frank llevaba puesta una camisa de pijama
cuando lo encontramos a la hora de la cena… ¿Eso realmente había
sido un día antes de ayer?
—Están tomando turnos, —me di cuenta. — ¿Así uno de ustedes
siempre está en servicio?
—Es la única forma, —convino él. —Aún estamos en alerta alta.
Todo el mundo está nervioso. Hay tanto que hacer desde la batalla…
Dijo la palabra “batalla” de la misma forma que la había dicho
Hazel, como si fuera un singular y terrible momento decisivo en la
historia.
Como todas las adivinaciones que Meg y yo habíamos tenido
durante nuestras aventuras, la predicción de pesadilla de la Profecía
Oscura sobre el Campamento Júpiter se mantenía quemada en mi
memoria:
“Las palabras que la memoria forjó arden en llamas,
Antes de que la luna nueva se alce sobre el Monte del Diablo,
El señor desafiante deberá enfrentar un terrible desafío,
Hasta que cuerpos llenen el Tíber más allá de la
cuenta.”
Luego de escuchar eso, Leo Valdez voló a toda velocidad a través
del país en su dragón de bronce, esperando advertir al campamento.
Según Leo, había llegado justo a tiempo, pero aun así el precio había
sido horrendo.
Frank debió haber leído mi expresión de dolor.
—Hubiera sido peor si no hubiera sido por ti —dijo, lo cual me
hizo sentir aún más culpable. —Si no hubieras enviado a Leo para
advertirnos. Un día, de la nada, él voló directamente aquí.
—Eso debe haber sido un shock—dije —Puesto que creían que
Leo estaba muerto.
Los ojos oscuros de Frank brillaron como si aún fueran de un
cuervo.
—Sí. Estábamos tan enojados con él por habernos preocupado que
hicimos fila y nos turnamos para golpearlo.
—También hicimos eso en el Campamento Mestizo—dije—las
mentes griegas piensan parecido.
—Mmm —La mirada de Frank se desvió hacia el horizonte. —
Tuvimos más o menos veinticuatro horas para prepararnos. Ayudó.
Pero no fue suficiente. Vinieron desde ahí.
Apuntó al norte, hacia las Colinas Berkeley.
—Irrumpieron. Es la única forma que tengo de describirlo. He
peleado contra no-muertos antes, pero esto…—sacudió la cabeza. —
Hazel los llamó zombis. Mi abuela los habría llamado jiangshi. Los
romanos tienen muchos nombres para ellos: immortuos, lamia,
nuntius.
—Mensajero, —dije yo, traduciendo la última palabra. Siempre
había sido un término un poco extraño para mí. ¿Un mensajero de
quién? No de Hades. Él odiaba cuando los cuerpos deambulaban por
el mundo mortal. Lo hacía ver como un guardián descuidado.
—Los griegos los llaman Vrykolakas, —dije. —Es muy raro ver
uno normalmente.
—Eran cientos. —dijo Frank. —Junto con docenas de esos otros
monstruos, los eurinomios, haciendo de carne de cañón. Los
redujimos a todos. Solo seguían viniendo. Creerías que tener un
dragón escupe fuego sería una ventaja, pero Festus no pudo hacer
mucho. Los no-muertos no son tan inflamables como creerías.
Hades me había explicado eso una vez, en uno de sus famosos e
incómodos intentos de conversación que acababan siendo
“demasiada información.” Las llamas no detenían a los no-muertos.
Ellos solo deambulaban a través de él, sin importar qué tan
crujientes quedaran. Por eso es que no usaba el Flegeronte, el Río de
Fuego, como límite de su reino. El agua corriente, sin embargo, en
especial las aguas negras mágicas del Río Estigio, eran una historia
diferente…
Estudié la brillante corriente del Pequeño Tíber. De repente la
línea de la Profecía Oscura tuvo sentido para mí. “Hasta que
cuerpos llenen el Tíber más allá de la cuenta”.
—Los detuvieron en el río.
Frank asintió.
—No les gusta el agua fresca. Ahí es cuando dimos vuelta la batalla.
¿Pero esa línea de más allá de la cuenta? No significa lo que tú crees.
— ¿Entonces qué…?
— ¡FIRMES! —Gritó una voz justo en frente de mí.
Había estado tan perdido en la historia de Frank que no me había
dado cuenta cuánto nos habíamos acercado a la ciudad. Ni siquiera
había notado la estatua a un lado del camino hasta que me gritó.
Término, el dios de los límites, se veía exactamente como lo
recordaba. Desde la cintura hacia arriba, era un hombre finamente
esculpido con una larga nariz, cabello rizado y una expresión
disgustada (que podría haber sido porque nadie le había esculpido un
par de brazos jamás). De la cintura para abajo, era un bloque de
mármol blanco. Solía burlarme de él diciéndole que debería intentar
usar pantalones ajustados, ya que lo harían ver más delgado. Por la
mala forma en la que me miraba ahora, supuse que recordaba esos
insultos.
—Bien, bien—dijo él. — ¿A quién tenemos aquí?
Suspiré.
—Término, ¿Podríamos no…?
— ¡No! —Ladró. —No, no podemos. Necesito ver sus
identificaciones.
Frank se aclaró la garganta.
—Eh, Término… —Tocó los laureles de pretor de su peto.
—Sí, Pretor Frank Zhang. Usted puede pasar. Pero su “amigo”
aquí…
—Término, —protesté —sabes muy bien quién soy.
— ¡Identificación!
Una sensación babosa y fría se esparció por mi garganta recubierta
de Lemuriano picante.
—Oh, no puedes referirte a…

80
— ¿DNI12?
Quería protestar ante esta crueldad innecesaria. Lamentablemente,
no hay forma de discutir con los burócratas, policías de tránsito, o
dioses de los límites. Quejarse solo haría el sufrimiento más largo.
Hundido en derrota, saqué mi billetera. Presenté la licencia de
conducir junior con la que Zeus me había provisto cuando caí a la
tierra. Nombre: Lester Papadopoulos. Edad: dieciséis. Estado: Nueva
York. Foto: cien por ciento ácido visual.
—Entrégala —demandó Término.
—Tú no…—Me detuve antes de que pudiera decir “tienes
manos”. Término era alucinantemente terco sobre sus apéndices
fantasmas. Sostuve la licencia de conducir para que él pudiera verla.
Frank se inclinó, curioso, luego se dio cuenta de que lo miraba y
volvió a su lugar.
—Muy bien, Lester —canturreó Término. —Es inusual tener un
visitante mortal en nuestra ciudad – un visitante extremadamente
mortal – pero supongo que podemos admitirlo. ¿Vienes a comprar
una nueva toga? ¿O tal vez unos pantalones ajustados?
Me tragué mi amargura. ¿Acaso hay alguien más vengativo que
un dios menor que finalmente puede mandar sobre un dios mayor?
— ¿Podríamos pasar? —Pregunté.
— ¿Algún arma para declarar?
En mejores tiempos, habría respondido: “Solo mi personalidad
matadora.” Lamentablemente, estaba lejos de encontrar eso siquiera
irónico. La pregunta me hizo cuestionarme qué había pasado con mi
ukelele, mi arco y mi carcaj, sin embargo. ¿Tal vez habían quedado
debajo de mi cama? Si los romanos habían perdido mi carcaj de

12
Documento Nacional de Identidad.
orma, junto con esa Flecha de Dodona profética parlante, iba a tener que comprarles un regalo

—Sin armas —murmuré.


—Muy bien, —decidió Término. —Pueden pasar. Y feliz próximo
cumpleaños, Lester.
—Yo… ¿Qué?
— ¡Muévanse! ¡Siguiente!
No había nadie detrás de nosotros, pero Término nos echó a la
ciudad, gritando a la inexistente multitud de visitantes que no
empujasen y formasen una sola fila.
— ¿Se acerca tu cumpleaños? —Preguntó Frank mientras
avanzábamos. — ¡Felicidades!
—No debería. —Me quedé mirando mi licencia. —Ocho de Abril,
dice aquí. Eso no puede estar bien. Nací el séptimo día del séptimo
mes. Por supuesto, los meses eran diferentes en ese tiempo. Veamos,
¿el mes de Gamelion? Pero eso era en época de invierno…
— ¿Cómo celebran los dioses, de todas formas? —Musitó Frank.
— ¿Ahora tienes diecisiete? ¿O cuatro mil diecisiete? ¿Comen pastel?
Sonaba ilusionado sobre esa última parte, como imaginando una
monstruosa confitura con glaseado dorado y diecisiete velas
romanas encima.
Intenté calcular mi fecha de nacimiento real. El esfuerzo hizo
palpitar mi cabeza. Incluso cuando había tenido un recuerdo divino,
odiaba recordar fechas: el antiguo calendario lunar, el calendario
juliano, el calendario gregoriano, año bisiesto, horarios de verano.
Ugh. ¿No podríamos llamar a cada día “El Día de Apolo” y acabar
con ello?
Aun así, Zeus definitivamente me había asignado una nueva fecha
de nacimiento: ocho de abril. ¿Por qué? El siete era mi número
sagrado. La fecha 8/4 no tenía sietes. La suma ni siquiera era
divisible por siete. ¿Por qué Zeus marcaría mi cumpleaños para ser
de aquí a tres días?
Me paré en seco, como si mis propias piernas se hubieran
convertido en un pedestal de mármol. En mi sueño, Calígula había
insistido en que su Pando terminara su trabajo para el momento en
que la Luna Roja se alzase en cinco días. Si lo que vi había pasado la
noche anterior…eso significaba que solo quedaban cuatro días desde
hoy, lo que haría que el ocho de abril sea el día del juicio final, y el
cumpleaños de Lester.
— ¿Qué sucede? —Preguntó Frank. — ¿Por qué tu cara esta gris?
—Cre…creo que mi padre me dejó una advertencia, —dije. — ¿O
tal vez una amenaza? Y Término acaba de señalármela.
— ¿Cómo puede ser tu cumpleaños una amenaza?
—Soy mortal ahora. Los cumpleaños siempre son una amenaza.
— Peleé contra una oleada de ansiedad. Quería girarme y correr,
pero no había dónde ir; solo más dentro de la Nueva Roma, para
recolectar más información no bienvenida sobre mi inminente
perdición.
—Guía, Frank Zhang, —dije sin entusiasmo, metiendo mi licencia
otra vez en mi billetera. —Tal vez Tyson y Ella tengan algunas
respuestas.
Nueva Roma… La ciudad donde más probabilidades hay de
encontrar dioses olímpicos merodeando disfrazados. (Seguida de
cerca por Nueva York, luego Cozumel durante las vacaciones de
primavera. No nos juzgues.)
Cuando era un dios, solía rondar invisible sobre los tejados rojos,
o caminar por las calles en forma mortal, disfrutando las vistas,
sonidos y olores de nuestro auge imperial.
No era lo mismo que la antigua Roma, por supuesto. Habían
hecho varios avances. No esclavitud, por mencionar alguna cosa.
Mejor higiene personal, por otra. El Sabura se había ido – unos
apartamentos muy reducidos de mala muerte con trampas de fuego.
La Nueva Roma tampoco era una imitación de un triste parque de
atracciones, como una falsa Torre Eiffel en el medio de Las Vegas.
Era una ciudad viva donde lo moderno y lo antiguo se mezclaban
libremente. Caminando por el Fórum, escuché conversaciones en
una docena de lenguajes, latín entre ellos. Una banda de músicos
hizo una sesión de improvisación con liras, guitarras y una tabla de
lavar. Niños jugaban en las fuentes mientras adultos se sentaban
cerca de ellos bajo enrejados llenos de vides. Lares flotaban aquí y
allá, volviéndose más visibles en las largas sombras de la tarde.
Todo tipo de persona se mezclaba y charlaban – de una cabeza, de
dos cabezas, incluso una Cinocéfalo con cabeza de perro, la cual
sonreía, jadeaba y ladraba para dar a entender su punto.
Esta era una versión más pequeña, más amigable, mucho más
avanzada Roma, la Roma de la que siempre creímos capaces a los
mortales, pero nunca lo lograron. Y, sí, por supuesto que nosotros
los dioses venimos aquí por nostalgia, para revivir esos hermosos
siglos, cuando los mortales nos adoraban libremente por todo el
imperio, perfumando el aire con sacrificios quemados.
Eso puede sonar patético para ti, como la anécdota de un viejito
recordando una vez que fue a un concierto de alguna banda
fracasada.
¿Pero qué puedo decir? La nostalgia es un padecimiento que la
inmortalidad no puede curar.

84
Mientras nos aproximábamos a la Casa del Senado, comencé a ver
vestigios de la reciente batalla. Roturas en la cúpula brillaban con
pegamento plateado. Los muros de algunos edificios habían sido
enyesados apresuradamente. Y en cuanto al campamento, las calles
se veían mucho menos transitadas de lo que recordaba, y de vez en
cuando – cuando un Cinocéfalo ladraba, o un martillo Blacksmith
golpeaba contra un pedazo de armadura – la gente de alrededor se
estremecía por el sonido, como preguntándose si deberían buscar
refugio.
Era una ciudad traumatizada, poniendo todo su empeño en volver
a la normalidad. Y basado en lo que había visto en mis sueños,
Nueva Roma estaba a punto de ser traumatizada una vez más en solo
unos días.
— ¿Cuánta gente perdiste? —Le pregunté a Frank.
Tenía miedo de escuchar números, pero me sentía obligado a
preguntar.
Frank echó un vistazo a nuestro alrededor, asegurándose de que
nadie podía oírnos. Caminábamos por una de las tantas calles
empedradas de la Nueva Roma, hacia los vecindarios residenciales.
—Es difícil de decir, —me dijo. —De la misma legión, al menos
veinticinco. Esos son los que faltan en el registro. Nuestra fuerza
máxima es… era de doscientos cincuenta. No es que realmente
tengamos tantos en el campamento en un momento dado, pero
igualmente. La batalla literalmente nos aniquiló.
Me sentí como si un Lar me hubiera atravesado. Aniquilación, el
antiguo castigo a las malas legiones, era un trabajo sombrío: cada
decena de soldados era asesinada sin importar si eran culpables o
inocentes.
—Lo siento tanto, Frank. Debería haber…

85
No sabía cómo terminar esa oración. ¿Debería haber qué? Ya no
era un dios. Ya no podía chasquear mis dedos y hacer que zombis
explotaran a millones de millas de distancia. Nunca había apreciado
correctamente placeres tan simples.
Frank tiró de su capa más fuerte sobre sus hombros.
—Fue más desastroso con los civiles. Muchos legionarios
retirados de la Nueva Roma salieron a ayudar. Siempre fueron
nuestras reservas. De todas formas, ¿esa línea de la profecía que
mencionaste: Hasta que cuerpos llenen el Tiber más allá de la
cuenta? No significaba que habría muchos cuerpos después de la
batalla. Significaba que no podríamos contar nuestros muertos,
porque desaparecieron.
El nudo en mi garganta empezó a hervir.
— ¿Cómo que desaparecieron?
—Algunos fueron arrastrados cuando los no muertos se retiraron.
Intentamos tomarlos a todos, pero… —volteó sus palmas hacia
arriba.
—Algunos fueron tragados por el suelo. Ni siquiera Hazel pudo
explicarlo. La mayoría se hundieron en el agua durante la batalla en
el Pequeño Tíber. Las náyades intentaron buscarlos y recuperarlos.
Sin suerte.
No mencionó lo más horrible sobre estas noticias, pero imaginé lo
estaba pensando. Sus muertos no habían simplemente desaparecido.
Volverían… como enemigos.
Frank mantuvo su mirada en los empedrados.
—Intento no detenerme mucho en eso. Se supone que debo
liderar, mantenerme confiado, ¿Sabes? Pero como hoy, cuando
vimos a Término… Hay una pequeña niña, Julia, que lo ayuda.
Tiene algo así como siete años. Una niña adorable.

86
—No estaba ahí hoy.

87
—No —convino Frank. —Está con una familia adoptiva. Sus
padres murieron en la batalla, ambos.
Era demasiado. Puse mi mano contra la pared más cercana. Otra
pequeña inocente hecha para sufrir, como Meg McCaffrey, cuando
Nerón mató a su padre… Como Georgina, cuando fue alejada de sus
madres en Indianápolis. Esos tres monstruosos emperadores
Romanos habían destruido tantas vidas. Tenía que ponerle un alto a
esto.
Frank tomó mi brazo gentilmente.
—Un pie delante del otro. Es la única forma de hacerlo.
Había venido a apoyar a los romanos. En cambio, este romano me
estaba apoyando.
Hicimos nuestro camino junto a cafés y escaparates de tiendas.
Intenté concentrarme en cualquier cosa positiva. Las vides estaban
floreciendo. Las fuentes aún tenían agua corriente. Los edificios en
este vecindario estaban intactos.
—Al… Al menos la ciudad no se quemó, —me atreví a decir.
Frank frunció el ceño como si no viera el porqué del optimismo.

¿Qué quieres decir?
—Esa otra línea de la profecía. Las palabras que la memoria forjó
arden en llamas. Eso se refiere al trabajo de Ella y Tyson en el Libro
Sibilino, ¿No es verdad? Los libros deben estar seguros, puesto que
evitaste que la ciudad se incendiara.
—Ah, —Frank hizo un sonido entre una tos y una risa. —Sí, hay
algo gracioso sobre eso…
Se detuvo frente a una pintoresca librería. Pintada sobre el toldo
verde se encontraba simplemente la palabra libri. Estanterías llenas
de libros de tapa dura usados se encontraban ubicadas sobre el
camino
poder explorarlos. Dentro de la ventana, un gran gato naranja tomaba sol en la cima de una pil

—Los versos de las profecías no siempre quieren decir lo que


crees que dicen. —Frank tocó la puerta: tres golpes rápidos, dos
lentos, luego dos rápidos.
Inmediatamente, la puerta se abrió hacia el interior. En la entrada
se encontraba un cíclope con el pecho desnudo y sonriendo.
— ¡Entren! —dijo Tyson. —Me voy a hacer un tatuaje.
8

¡Tatuajes! ¡Obtén los tuyos ahora!


Gratis, donde se venden libros
También, un gato grande

M
i consejo: Nunca entres a un lugar donde un cíclope se
esté haciendo un tatuaje. El olor es memorable, como
una tina de tinta y carteras de cuero hirviendo. La piel
de cíclope es mucho más resistente que la piel humana, que requiere
agujas sobrecalentadas para inyectar la tinta, de ahí el odioso olor a
quemado.
¿Cómo supe esto? Tuve una larga y mala historia con los Cíclopes.
Hace milenios, maté a cuatro de los favoritos de mi padre porque
habían hecho el rayo que mató a mi hijo Asclepio. (Y porque no
pude matar al verdadero asesino que era, ejem, Zeus.) Así es como
fui desterrado a la tierra como un mortal la primera vez. El hedor de
Cíclope quemado trajo de vuelta el recuerdo de ese maravilloso
alboroto.
Luego estaban las innumerables otras veces que me había
encontrado con Cíclopes a lo largo de los años: luchando junto a
ellos durante la primera Guerra contra los Titanes (siempre con una
pinza sobre mi nariz), tratando de enseñarles cómo elaborar un arco
apropiado cuando no tenían gran percepción de la vista, o sorprender
a uno en el inodoro en el Laberinto durante mis viajes con Meg y
Grover. Nunca sacaré esa imagen de mi cabeza.
Eso sí, no tuve ningún problema con el propio Tyson. Percy
Jackson lo había declarado su hermano. Después de la última guerra
contra
Cronos, Zeus había recompensado a Tyson con el título de general y
un muy buen palo.
En cuanto a Cíclopes, Tyson era tolerable. No ocupaba más
espacio que un humano grande. Nunca había forjado un rayo que
había matado a alguien que me gustaba.
Su gran y gentil ojo marrón y su amplia sonrisa lo hacían ver casi
tan tierno como Frank. Lo mejor de todo, se había dedicado a ayudar
a Ella, la arpía, a reconstruir los perdidos libros sibilinos.
Reconstruir libros perdidos de profecías es siempre una buena
manera de ganarse el corazón del dios de la profecía.
Sin embargo, cuando Tyson se volvió para guiarnos en la librería,
tuve que reprimir un grito de horror. Parecía que tenía los trabajos
completos de Charles Dickens grabados en su espalda. Desde su
cuello hasta la mitad de su espalda línea tras línea de un guion de
minúsculos hematomas, interrumpido solo por líneas de viejo tejido
cicatricial.
A mi lado, Frank susurró: —No.
Me di cuenta de que estaba al borde de las lágrimas. Estaba
teniendo dolores de simpatía solo con la idea de tantos tatuajes, y de
cualquier abuso que el pobre Cíclope hubiera sufrido para obtener
esas cicatrices. Quería sollozar, ¡Pobrecito! o incluso dar al pecho
desnudo del Cíclope un abrazo (que habría sido el primero para mí).
Frank me estaba advirtiendo que no se podía hacer gran cosa con la
espalda de Tyson.
Me limpié los ojos y traté de recomponerme.
En el medio de la tienda, Tyson se detuvo y nos miró. Él sonrió,
extendiendo sus brazos con orgullo —¿Ven? ¡Libros!
Él no estaba mintiendo. Desde la estación del cajero/mostrador en
el centro de la sala, estantes independientes se dirigían en todas las

90
direcciones, repletos de tomos de cada tamaño y forma. Dos
escaleras conducían a un balcón con barandas, también con libros de
pared a pared. Sillas de lectura sobrecargadas llenaban cada rincón
disponible. Enormes ventanas ofrecían vistas del acueducto de la
ciudad y las colinas más allá. La luz del sol entraba como miel
cálida, haciendo que la tienda se sintiera cómoda y somnolienta.
Habría sido el lugar perfecto para relajarse y hojear una relajante
novela, excepto por ese molesto olor a aceite y cuero hirviendo. No
había un equipo de tatuajes a la vista, pero contra la pared del fondo,
debajo de un cartel que decía COLECCIONES ESPECIALES, un
conjunto de gruesas cortinas de terciopelo parecía proporcionar
acceso a una habitación trasera.
—Muy lindo— dije, tratando de no hacer que pareciera una
pregunta.
—¡Libros! — Repitió Tyson. —¡Porque es una librería!
—Por supuesto— Asentí agradablemente. —¿Es esta, um, tu
tienda?
Tyson hizo un puchero. —No. Algo así. El dueño murió. En la
batalla. Fue triste.
—Ah— No estaba seguro de qué decir a eso. —En cualquier caso,
es bueno verte de nuevo, Tyson Probablemente no me reconozcas de
esta forma, pero…
—¡Eres Apolo! — Se rio. —Te ves gracioso ahora.
Frank se cubrió la boca y tosió, sin duda para ocultar una sonrisa.
—¿Tyson, está Ella por aquí? Quería que Apolo escuchara lo que
ustedes descubrieron.
—Ella está en el cuarto de atrás. ¡Me estaba haciendo un tatuaje!
—Se inclinó hacia mí y bajó la voz —Ella es bonita. Pero shh, a Ella

91
no le gusta que yo lo diga todo el tiempo. Ella se avergüenza.
Entonces yo me avergüenzo.
—No lo diré—, prometí. —Dirígenos, general Tyson.
—General— Tyson se rio un poco más. —Si. Ese soy yo ¡Golpeé
algunas cabezas en la guerra!
Se alejó galopando como si estuviera montando un caballo de
batalla, a través de las cortinas de terciopelo.
Una parte de mí quería darse la vuelta, irse y llevar a Frank por
otra taza de café. Temía lo que podríamos encontrar al otro lado de
esas cortinas.
Entonces algo a mis pies dijo: Mrow.
El gato me había encontrado. El enorme naranja atigrado, que
debió haber comido a todos los otros gatos de la librería para
alcanzar su tamaño actual, rozó su cabeza contra mi pierna.
—Me está tocando— me quejé.
—Ese es Aristófanes— Frank sonrió. —Es inofensivo. Además,
sabes cómo los romanos se sienten acerca de los gatos.
—Sí, sí, no me lo recuerdes— Nunca había sido fanático de los
felinos. Eran egocéntricos, presumidos, y pensaban que eran dueños
del mundo. En otras palabras... Está bien, lo diré. No me gustaba la
competencia.
Para los romanos, sin embargo, los gatos eran un símbolo de
libertad e independencia. Se les permitió deambular por donde
quisieran, incluso dentro de los templos.
Varias veces a lo largo de los siglos, encontré que mi altar olía
como el nuevo territorio de un gato.

92
Mrow, dijo Aristófanes nuevamente. Sus ojos somnolientos, verde
pálido como pulpa de lima parecían decir: eres mío ahora, y puedo
hacerte pis después.
—Me tengo que ir— le dije al gato. —Frank Zhang, busquemos a
nuestra arpía.
Como sospechaba, la sala de colecciones especiales había sido
creada como un salón de tatuajes.
Las estanterías rodantes habían sido empujadas a un lado,
colmadas de volúmenes de cuero, cajas de madera con pergaminos y
tablas cuneiformes de arcilla. Dominando el centro de la sala, una
silla reclinable de cuero negro con brazos plegables brillaba bajo una
lámpara LED. A su lado había una estación de trabajo con cuatro
zumbantes pistolas eléctricas con agujas de acero conectadas a
mangueras de tinta.
Yo nunca me había hecho un tatuaje. Cuando era un dios, si quería
algo de tinta en mi piel, simplemente podría hacerla aparecer a mi
voluntad. Pero esto me recordó a algo que Hefesto haría - un
experimento loco de odontología, tal vez.
En la esquina posterior, una escalera conducía a un balcón de
segundo nivel similar al de la estancia principal. Allí se habían
creado dos áreas para dormir: una, un nido de arpía de paja, tela y
papel picado; el otro una especie de fuerte de cartón hecho de viejas
cajas de electrodomésticos. Decidí no preguntar.
Paseando detrás de la silla de tatuar estaba Ella, murmurando
como si tuviera un argumento interno.
Aristófanes, que nos había seguido al interior, comenzó a seguir a
la arpía, intentando sobar su cabeza contra las patas de pájaro de
Ella. De vez en cuando, una de sus plumas de color óxido
revoloteaba y Aristófanes se abalanzaba sobre ella. Ella ignoró el
gato por completo. Parecían una pareja hecha en los Elíseos.

93
—Fuego... — murmuró Ella. —Fuego con... algo, algo... algo…
puente. Dos veces algo, algo... Hmm.
Parecía agitada, aunque deduje que ese era su estado natural. De lo
poco que sabía, Percy, Hazel y Frank habían descubierto que Ella
vivía en Portland, en la biblioteca principal de Oregón,
sobreviviendo con restos de comida y anidando en novelas
descartadas.
De alguna manera, en algún momento, la arpía había encontrado
copias de los libros Sibilinos, tres volúmenes que se creían perdidos
para siempre en un incendio cerca del final del imperio Romano.
(Descubrir una copia hubiera sido como encontrar un audio
desconocido de Bessie Smith, o un prístino Batman Nro. 1 de 1940,
solo que más... profético.)
Con su memoria fotográfica pero desarticulada, Ella era ahora la
única fuente de esas viejas profecías. Percy, Hazel y Frank la habían
llevado al campamento Júpiter donde podría vivir con seguridad y
con suerte volver a crear los libros perdidos con la ayuda de Tyson,
su novio cariñoso. (¿Amigo-cíclope? ¿Inter-especie-persona-
especial?)
Más allá de eso, Ella era un enigma envuelto en plumas rojas
recubiertas en ropa de lino.
—No, no, no— Pasó una mano por sus brillantes mechones de
pelo rojo revolviéndolos tan vigorosamente que temí que ella
pudiera lastimarse el cuero cabelludo. —No suficientes palabras.
Palabras, palabras, palabras. Hamlet, acto dos, escena dos.
Se miraba en buena forma para ser una antigua arpía callejera. Su
rostro humano era angular pero no demacrado. Las plumas de su
brazo fueron cuidadosamente arregladas. Su peso parecía adecuado
para un ave, por lo que debe haber recibido muchas semillas para
pájaros o tacos o lo que sea que las arpías prefieran comer. Sus pies
con garras habían destrozado un camino bien definido donde

94
paseaba por la alfombra.

95
—¡Ella, mira! —Anunció Tyson. —¡Amigos!
Ella frunció el ceño, sus ojos se deslizaron entre Frank y yo como
si fuéramos pequeñas molestias -torcidas imágenes colgadas en una
pared.
—No— decidió. Sus largas uñas se juntaron. —Tyson necesita
más tatuajes.
—¡Está bien! — Tyson sonrió como si fuera una noticia fantástica.
Saltó a la silla reclinable.
—Espera— le supliqué. Ya era bastante malo oler los tatuajes. Si
veía como los hacían, estaba seguro de que vomitaría sobre
Aristófanes. —Ella, antes de empezar, podrías explicar ¿Qué está
pasando?
—¿Qué está pasando? —Dijo Ella — Marvin Gaye, 1971.
—Sí, lo sé—, le dije. —Ayudé a escribir esa canción.
—No— Ella sacudió la cabeza. —Escrito por Renaldo Benson, Al
Cleveland y Marvin Gaye; inspirado en un incidente de brutalidad
policial.
Frank me sonrió. —No se puede discutir con la arpía.
—No— estuvo de acuerdo Ella. —No puedes.
Ella se acercó y me estudió con más cuidado, olisqueando mi
vendado vientre, tocando mi pecho. Sus plumas brillaban como
óxido en la lluvia. —Apolo— ella dijo —Sin embargo, estás todo
mal. Cuerpo equivocado. La invasión de los ladrones de cuerpos,
dirigida por Don Siegel, 1956.
No me gustaba ser comparado con una película de terror en blanco
y negro, pero me acababan de decir que no discutiera con la arpía.

95
Mientras tanto, Tyson ajustó la silla para tatuajes en una cama
plana. Se acostó sobre su estómago, las líneas púrpuras recién
escritas ondulando sobre su muscular espalda cicatrizada.
—¡Listo! — Anunció.
Lo obvio finalmente llegó a mí.
—Las palabras rescatadas por la memoria se incendiarán—
recordé. —Estás reescribiendo los libros de la Sibilina en Tyson con
agujas calientes. Eso es lo que significa la profecía.
—Sí— Ella tocó mis llantitas como si las evaluara para una
superficie de escritura.
—Hmm. No. Demasiado flácido.
—Gracias— me quejé.
Frank cambió su peso, repentinamente parecía consciente acerca
de sus propias superficies de escritura. —Ella dice que es la única
forma en que puede escribir las palabras en el orden correcto—
explicó — Sobre piel viva.
No debería haberme sorprendido. En los últimos meses, había
resuelto profecías al escuchar las voces locas de los árboles,
alucinando en una cueva oscura, y corriendo a través de un
crucigrama ardiente. En comparación, ensamblar un manuscrito en
la espalda de un cíclope sonaba francamente civilizado.
—Pero... ¿Hasta dónde has llegado? — Le pregunté.
—La primer lumbar— dijo Ella.
No mostró señales de que estuviera bromeando.
Boca abajo en su cama de tortura, Tyson meció sus pies con
entusiasmo. —¡LISTO! ¡Oh, chico! ¡Los tatuajes hacen cosquillas!

96
—Ella, —intenté de nuevo, —lo que quiero decir es: ¿Has
encontrado algo útil para nosotros? En relación con, oh, no sé,
¿Amenazas en los próximos cuatro días? Frank dijo que tenías una…
¿Pista?
—Sí, encontré la tumba— Ella volvió a tocar mis rollitos—
Muerte, muerte, muerte. Mucha muerte.

97
9

Queridos hermanos,
Estamos reunidos aquí porque
Hera apesta. Amén.

S
i hay algo peor que escuchar Muerte, muerte, muerte, es
escuchar esas palabras mientras te pinchan la flacidez.
—¿Puedes ser más específica?
De hecho, quería preguntar: ¿Puedes hacer que todo esto
desaparezca, y podrías también dejar de pincharme? Pero dudaba
que pudiera obtener cualquiera de esos deseos.
— Referencias cruzadas — dijo Ella.
— ¿Perdón?
— La tumba de Lucio Tarquinio, — dijo. — Las palabras del
laberinto en Llamas. Frank me dijo: Apolo se enfrenta a la muerte
en la tumba de Tarquinio a no ser que la puerta hacia el dios
silencioso sea abierta por la hija de Bellona.
— Conozco la profecía — dije. — y como que desearía que la
gente dejara de repetirla ¿Qué exactamente…?
— Referencia cruzada de Tarquinio y Bellona y dios silencioso
con el índice de Tyson.
Me volví hacia Frank, que parecía ser la única otra persona
razonable en la habitación.
— ¿Tyson tiene un índice?

98
Frank se encogió de hombros.
— No sería un libro de referencia sin un índice.
— ¡En la parte posterior de mi muslo! — Llamó Tyson, todavía
felizmente pateando sus pies, esperando ser grabado con agujas al
rojo vivo. — ¿Quieren ver?
— ¡No! Dioses no. Entonces hiciste referencias cruzadas...
— Sip, sip — dijo Ella — No hay resultados para Bellona o para
el dios silencioso. Mmm — Se tocó los lados de la cabeza. —
Necesito más palabras para esos. Pero la tumba de Tarquinio. Sip.
Encontré una línea.
Se deslizó hacia la silla del tatuaje, Aristófanes trotando muy
cerca, golpeando sus alas. Ella palpó el omóplato de Tyson.
— Aquí.
Tyson se rio.
— Un gato montés cerca de las luces giratorias, — leyó Ella en
voz alta. — La tumba de Tarquinio con caballos brillantes. Para
abrir su puerta, dos cincuenta y cuatro.
Miau, dijo Aristófanes.
— No, Aristófanes, — dijo Ella, su tono se suavizó, — no eres un
gato montés.
La bestia ronroneó como una motosierra.
Esperé por más de la profecía. La mayoría de los Libros Sibilinos
se leen como La alegría de cocinar, con recetas de sacrificio para
aplacar a los dioses en caso de ciertas catástrofes. ¿Plaga de
langostas que arruinan tus cultivos? Pruebe el soufflé de Ceres con
hogazas de pan de miel asado sobre su altar durante tres días.
¿Terremoto

99
destruyendo la ciudad? Cuando Neptuno llegue a casa esta noche,
¡Sorpréndelo con tres toros negros en aceite sagrado y quemados en
una hoguera con ramitas de romero!
Pero Ella parecía haber terminado de leer.
— Frank, — le dije, — ¿Eso tiene sentido para ti?
Él frunció el ceño.
— Pensé que tú lo entenderías.
¿Cuándo las personas se darían cuenta de que solo porque yo era
el dios de la profecía no significaba que entendía las profecías?
También fui el dios de la poesía. ¿Entendía acaso las metáforas en
La tierra baldía de T. S. Eliot? No.
— Ella, — le dije — ¿Podrían esas líneas describir una ubicación?
— Sip, sip. Muy cerca, probablemente. Pero solo para entrar. Mira
a tu alrededor. Descubre las cosas correctas y vete. No matar a
Tarquinio el Soberbio. Nop. Está demasiado muerto para matar. Para
eso, Mmm... Necesito más palabras.
Frank Zhang tomó la insignia de la corona mural en su pecho.
— Tarquinio el Soberbio. El último rey de Roma. Fue considerado
un mito incluso en la época imperial romana. Su tumba nunca fue
descubierta. ¿Por qué estaría él...? — Hizo un gesto a nuestro
alrededor.
— ¿En nuestro cuello del bosque? — Terminé. — Probablemente
sea la misma razón por la que el Monte Olimpo se cierne sobre
Nueva York, o el Campamento Júpiter está en el Área de la Bahía.
— Está bien, eso es cierto, — admitió Frank. — Aun así, si la
tumba de un rey romano estaba cerca del campamento Júpiter, ¿Por
qué

100
estaríamos enterándonos sobre eso ahora? ¿Por qué el ataque de los
no muertos?
No tenía una respuesta para eso. Había estado tan obsesionado con
Calígula y Cómodo que no había pensado mucho en Tarquinio el
Soberbio. Tan malvado como pudo haber sido, Tarquinio había sido
un jugador de ligas menores en comparación con los emperadores.
Ni yo entendía por qué un rey romano semi legendario, bárbaro,
aparentemente no muerto, habría unido fuerzas con el Triunvirato.
Algún recuerdo lejano revoloteaba en la base de mi cráneo... No
podría ser una coincidencia que Tarquinio se diera a conocer justo
cuando Ella y Tyson estaban reconstruyendo los Libros Sibilinos.
Recordé mi sueño de la entidad de ojos morados, la voz profunda
que había poseído a los eurinomos en el túnel: Tú, de todas las
personas, deberías entender el frágil límite entre la vida y la
muerte.
El corte en mi estómago palpitaba. Solo una vez, para variar,
deseé poder encontrar una tumba donde los ocupantes estuvieran
realmente muertos.
— Entonces, Ella — le dije, — sugieres que encontremos esta
tumba.
— Sí. Entra en la tumba. Tomb Raider para PC, PlayStation y
Sega Saturn, 1996. Tumbas de Atuan, Úrsula Le Guin, Atheneum
Press, 1971.
Apenas noté la información extraña esta vez. Si me quedaba aquí
por mucho más tiempo, probablemente también comenzaría a hablar
en Ella•ese13, recitando referencias aleatorias de Wikipedia después

101
13
Juego de palabras para describir el idioma repleto de información que maneja Ella.

102
de cada oración. Realmente necesitaba irme antes de que eso
sucediera.
— Pero solo entramos a mirar alrededor — dije. — Descubrir…
— Las cosas correctas. Sip, sip.
— ¿Y después?
— Vuelve con vida. Stayin 'Alive, los Bee Gees, segundo sencillo,
banda sonora de la película Fiebre de sábado por la noche, 1977.
— Claro. Y... ¿estás segura de que no hay más información en el
índice de Ciclopes que pueda ser realmente, eh, útil?
— Mmm — Ella miró a Frank, luego trotó hacia él y le olisqueó la
cara. — Leña. Algo. No. Eso es para más tarde.
Frank no podría haberse parecido más a un animal acorralado si en
realidad se hubiera convertido en uno.
— Uh, ¿Ella? No estamos hablando de la leña.
Eso me recordó otra razón por la que me agrada Frank Zhang. Él
también era miembro del club Yo Odio a Hera. En el caso de Frank,
Hera había atado inexplicablemente su fuerza vital a un pequeño
pedazo de madera, que había escuchado que Frank ahora llevaba
consigo en todo momento. Si la madera se quemaba, Frank también.
Una cosa típica que Hera controladora hace: te amo y eres mi héroe
especial, y también aquí hay un palo, cuando se queme te mueres
JA, JA, JA, JA, JA. No me agrada esa mujer.
Ella revolvió sus plumas, proporcionando a Aristófanes muchos
objetivos nuevos para jugar.

102
— Fuego con... algo, algo puente. Dos veces algo, algo... Mmm,
nop. Eso es después. Necesito más palabras. Tyson necesita un
tatuaje.
— ¡Yay!, — Dijo Tyson. — ¿Puedes hacer también una foto de
Rainbow? ¡Él es mi amigo! ¡Es un poni pescado!
— Un arco iris es luz blanca, — dijo Ella. — Refractado a través
de gotas de agua.
— ¡También un poni pescado! — Dijo Tyson.
— Mmm…—dijo Ella.
Tuve la sensación de que acababa de presenciar lo más cercano a
una discusión que la arpía y el Ciclope pudieran tener.
— Ustedes dos pueden irse— Ella nos apartó. — Vuelve mañana.
Quizás tres días. "Eight Days a Week", Beatles. Primer lanzamiento
en el Reino Unido, 1964. Todavía no estoy segura.
Estaba a punto de protestar que solo teníamos cuatro días antes de
que llegaran los yates de Calígula y que el Campamento Júpiter
sufriera otro ataque de destrucción, pero Frank me detuvo con un
toque en el brazo.
— Deberíamos irnos. Déjala trabajar. De todas formas, ya casi es
hora de la reunión nocturna.
Después de la mención a la leña, tuve la sensación de que habría
utilizado cualquier excusa de nivel de fauno para salir de esa
librería.
Mi último vistazo a la sala de colecciones especiales fue Ella
sosteniendo su pistola de tatuajes, grabando palabras humeantes en
la espalda de Tyson mientras el Cíclope se reía, "¡HACE
COSQUILLAS!" Y Aristófanes usaba las ásperas patas de cuero de

103
la arpía como postes para rasguñar.

104
Algunas imágenes, como los tatuajes del Ciclope, son
permanentes una vez que se graban en el cerebro.

Frank nos llevó de regreso al campamento tan rápido como mis


sensibles entrañas toleraban.
Quería preguntarle sobre los comentarios de Ella, pero Frank no
estaba en un estado de ánimo hablador. De vez en cuando su mano
se desviaba hacia un lado de su cinturón, donde colgaba una bolsa de
tela detrás de su vaina. No lo había notado antes, pero asumí que ahí
era donde guardaba su Terminador-de-Vida Maldecido-por-
Hera™14.
O tal vez Frank estaba sombrío porque sabía lo que nos esperaba
en la reunión de la tarde.
La legión se había reunido para la procesión fúnebre.
A la cabeza de la columna estaba Hannibal, el elefante de la
legión, adornado con Kevlar15 y flores negras. Adosada al lomo de
éste había un vagón con el ataúd de Jason, cubierto de púrpura y
dorado. Cuatro de las cohortes se habían alineado detrás del ataúd,
con Lares púrpura entrando y saliendo de las filas. La Quinta
Cohorte, la unidad original de Jason, actuó como guardias de honor
y portadores de antorchas a ambos lados del vagón. De pie con ellos,
entre Hazel y Lavinia, estaba Meg McCaffrey. Frunció el ceño
cuando me vio y articuló: Llegas tarde.
Frank corrió para unirse a Reyna, que estaba esperando al hombro
de Hannibal.

14
MT es una abreviación que se coloca para marcas comerciales registradas.

104
15
Especie de fibra muy resistente.

105
La Pretor mayor lucía agotada y cansada, como si hubiera pasado
las últimas horas llorando en privado y luego se calmó lo mejor que
pudo. Junto a ella estaba el abanderado de la legión, sosteniendo en
alto el águila de la Duodécima Legión.
Estar cerca del águila me puso los pelos de punta. El ícono dorado
apestaba a poder de Júpiter. El aire a su alrededor crujió con energía.
—Apolo — El tono de Reyna era formal, sus ojos eran como
pozos vacíos. — ¿Estás preparado?
— ¿Para...? — La pregunta murió en mi garganta.
Todos me miraban expectantes ¿Querían otra canción?
No. Por supuesto. La legión no tenía sumo sacerdote, ni pontífice
máximo. Su antiguo augur, mi descendiente Octavio, había muerto
en la batalla contra Gaia. (Por lo que tuve un momento difícil en
sentirme triste, pero esa es otra historia.) Jason habría sido la
siguiente opción lógica para oficiar, pero él era nuestro invitado de
honor. Eso significaba que yo, como un antiguo dios, era la
autoridad espiritual más importante. Se esperaría que fuera yo quien
dirigiera los ritos fúnebres.
Los romanos eran todo sobre la conducta adecuada. No podría
salir de esta con alguna excusa sin que eso sea tomado como un mal
presagio. Además, le debía lo mejor a Jason, incluso si esa era una
versión triste de Lester Papadopoulos.
Traté de recordar la invocación romana correcta.
¿Queridos hermanos…? No.
¿Por qué esta noche es diferente...? No.
Ajá.

105
— Vengan, mis amigos — dije. — Escoltemos a nuestro hermano
a su fiesta final.
Supongo que lo hice bien. Nadie parecía escandalizado. Me di la
vuelta y lideré el camino fuera del fuerte, con toda la legión
siguiéndome en un extraño silencio.
A lo largo del camino a Temple Hill, tuve algunos momentos de
pánico. ¿Qué pasa si conduje la procesión en la dirección
equivocada?
¿Qué pasa si terminamos en el estacionamiento de un Oakland
Safeway?
El águila dorada del Duodécimo se cernía sobre mi hombro,
cargando el aire con ozono. Me imaginé a Júpiter hablando a través
de su crujido y zumbido, como una voz proveniente de un radio de
onda corta: TU ERROR. TU CASTIGO.
En enero, cuando caí a la tierra, esas palabras me habían parecido
terriblemente injustas. Ahora, mientras conducía a Jason Grace a su
lugar de descanso final, creí en ellas. Mucho de lo que sucedió era
culpa mía. Gran parte de eso nunca podría hacerse bien.
Jason había exigido una promesa mía: cuando seas un dios otra
vez, recuerda. Recuerda lo que es ser humano.
Tenía la intención de cumplir esa promesa, si sobrevivía lo
suficiente. Pero mientras tanto, había formas más apremiantes que
necesitaba hacer para honrar a Jason: protegiendo el Campamento
Júpiter, derrotando al Triunvirato y, según Ella, descendiendo a la
tumba de un rey no muerto.
Las palabras de Ella resonaron en mi cabeza: un gato montés
cerca de las luces giratorias. La tumba de Tarquinio con caballos
brillantes. Para abrir su puerta, doscientos cincuenta y cuatro.

106
Incluso para una profecía, las líneas parecían palabras sin sentido.
La Sibila de Cumas siempre había sido vaga y verbosa. Ella se
negó a tomar la dirección editorial. Ella había escrito nueve
volúmenes enteros de los Libros Sibilinos. Honestamente, ¿quién
necesita nueve libros para terminar una serie? Secretamente me sentí
reivindicado cuando no pudo venderlos a los romanos hasta que los
redujo a una trilogía. Los otros seis volúmenes habían ido
directamente al fuego cuando...
Me congelé.
Detrás de mí, la procesión rechinó y se detuvo arrastrando los pies.
—¿Apolo? — Susurró Reyna.
No debería parar. Estaba oficiando el funeral de Jason. No podía
caerme, enrollarme como una pelota y llorar. Eso sería
definitivamente un no-no. Pero, por los shorts de gimnasia de
Júpiter,
¿Por qué mi cerebro insistió en recordar hechos importantes en
momentos tan inconvenientes?
Por supuesto que Tarquino estaba conectado a los Libros
Sibilinos. Por supuesto que elegiría mostrarse ahora y enviar un
ejército de no muertos contra el Campamento Júpiter. Y la propia
Sibila de Cumas...
¿Era posible...?
— Apolo — dijo Reyna de nuevo, más insistentemente.
— Estoy bien — mentí.
Un problema a la vez. Jason Grace merecía mi completa atención.
Reprimí mis pensamientos turbulentos y seguí caminando.

107
Cuando llegué a Temple Hill, era obvio a dónde ir. En la base del
templo de Júpiter había una elaborada pira 16 de madera. En cada
esquina, un guardia de honor esperaba con una antorcha encendida.
El ataúd de Jason ardería a la sombra del templo de nuestro padre.
Eso parecía amargamente apropiado.
Las cohortes de la legión se desplegaron en un semicírculo
alrededor de la pira, los Lares en sus filas brillaban como velas de
cumpleaños. La Quinta Cohorte descargó el ataúd de Jason y lo llevó
a la plataforma. Hannibal y su carro fúnebre fueron llevados lejos.
Detrás de la legión, en la periferia de la luz de las antorchas, los
espíritus de viento del aura se arremolinaban, colocando mesas
plegables y manteles negros. Otros volaron con jarras de bebidas,
montones de platos y cestas de comida. Ningún funeral romano
estaría completo sin una comida final para los difuntos. Solo después
de que los dolientes compartieran la comida, los romanos
considerarían que el espíritu de Jason se encontraba seguro en su
camino hacia el Inframundo, inmune a las indignidades como
convertirse en un fantasma sin descanso o un zombi.
Mientras los legionarios se acomodaron, Reyna y Frank se unieron
a mí en la pira.
— Me tenías preocupada, — dijo Reyna. — ¿Todavía te molesta
tu herida?
— Está mejorando — dije, aunque podría estar tratando de
convencerme más a mí que a ella. Además, ¿Por qué tenía que verse
tan hermosa a la luz del fuego?

16
Hoguera en que antiguamente se quemaban los cuerpos de los difuntos y las víctimas de los
sacrificios.

108
— Haremos que los sanadores lo vean de nuevo — prometió Frank.
— ¿Por qué te detuviste en el camino?
— Solo... recordé algo. Te digo más tarde. ¿Supongo que no han
tenido suerte para notificar a la familia de Jason? ¿Thalía?
Intercambiaron miradas frustradas.
— Lo intentamos, por supuesto, — dijo Reyna. — Thalía es la
única familia terrenal que tuvo. Pero con los problemas de
comunicación...
Asentí, no me sorprendía. Una de las cosas más molestas que ha
hecho el Triunvirato fue cerrar todos los medios de comunicación
mágica utilizadas por los semidioses. Los mensajes de iris fallaron.
Las cartas enviadas por los espíritus del viento nunca llegaron.
Incluso la tecnología mortal (la cual los semidioses intentan de
evitar de todos modos porque atrae monstruos), ahora no funcionaría
para ellos en absoluto. ¿Cómo habían logrado esto los emperadores?
No tenía idea.
— Ojalá pudiéramos esperar a Thalía — les dije, mirando como el
último de los portadores de la Quinta Cohorte bajaba de la pira.
— Yo también, — estuvo de acuerdo Reyna. — Pero…
— Lo sé — dije.
Los ritos funerarios romanos debían realizarse lo antes posible. La
cremación era necesaria para enviar el espíritu de Jason. Permitiría a
la comunidad llorar y sanar... o al menos dirigir nuestra atención a la
próxima amenaza.
— Comencemos — dije.
Reyna y Frank volvieron a su posición en la línea del frente.
Comencé a hablar, los versos rituales latinos fluían de mí. Canté

109
por instinto, apenas consciente del significado de las palabras. Ya

110
había alabado a Jason con mi canción. Eso había sido
profundamente personal. Esto fue solo una formalidad necesaria.
En algún rincón de mi mente, me preguntaba si así era como se
sentían los mortales cuando solían rezarme. Quizás su devoción no
había sido más que memoria muscular, recitando de memoria
mientras sus mentes se iban a cualquier otra parte, sin interés en mi
gloria. La idea me pareció extrañamente... comprensible. Ahora que
era mortal, ¿Por qué no debería practicar también la resistencia no
violenta contra los dioses?
Terminé mi bendición.
Hice un gesto a las auras para que distribuyeran el festín, para
colocar la primera porción en el ataúd de Jason para que
simbólicamente pudiera compartir una última comida con sus
hermanos en el mundo mortal. Una vez que eso sucediera, y la pira
se encendiera, el alma de Jason cruzaría el rio Estigia… según la
tradición romana.
Antes de que las antorchas pudieran ser colocadas en la madera,
un aullido lastimero resonó en la distancia. Luego otro, mucho más
cerca. Una onda inquietante atravesó a los semidioses reunidos. Sus
expresiones no eran alarmadas, exactamente, pero definitivamente
sorprendidas, como si no hubieran planeado tener invitados
adicionales. Hannibal gruñó y pisoteó.
En los bordes de nuestra reunión, emergieron lobos grises de la
penumbra: docenas de bestias enormes, lamentando la muerte de
Jason, un miembro de su manada.
Directamente detrás de la pira, en los escalones elevados del
templo de Júpiter, apareció un lobo más grande, su piel plateada
brillando a la luz de las antorchas.

110
Sentí que la legión contenía un aliento colectivo. Nadie se
arrodilló. Cuando te enfrentas a Lupa, la diosa lobo, espíritu
guardián de Roma, no te arrodillas ni muestras ningún signo de
debilidad. En cambio, nos paramos respetuosamente, manteniendo
nuestra posición, mientras la manada aullaba alrededor de nosotros.
Por fin, Lupa me miró con sus brillantes ojos amarillos. Con un
gesto de su labio, me dio una orden simple: Ven.
Luego se volvió y caminó hacia la oscuridad del templo.
Reyna se me acercó.
— Parece que la diosa lobo quiere tener una plática privada. —
Ella frunció el ceño con preocupación. — Comenzaremos el festín.
Ve. Esperemos que Lupa no esté enojada. O hambrienta.

111
10

Cántalo conmigo: ¿Quién


le teme al Gran Buen Lobo?
Yo. Ese sería yo.

L
upa estaba enojada y con hambre
No consideraba tener fluidez en el idioma lobo, pero
había pasado el suficiente tiempo alrededor de la
manada de mi hermana para entender lo básico. Los
sentimientos eran los más fáciles de leer. Lupa, como todos los de
su clase, hablaba en una combinación de miradas, gruñidos,
movimientos de oreja, posturas y feromonas. Era un idioma
bastante elegante, aunque no se adaptaba bien a las rimas de
coplas17. Créeme, lo intenté; nada rima con grr-rrr-row-rrr.
Lupa estaba temblando de furia por la muerte de Jason. Las
cetonas18 en su aliento indicaban que no había comido en días.
La furia la ponía hambrienta, el hambre la ponía furiosa. Y sus
espasmos nasales le decían que yo era el bocadillo de carne
mortal más cercano y conveniente.
Aun así, la seguí dentro del templo masivo de Júpiter; tenía
pocas opciones.
Sonando en el pabellón al aire libre, las columnas del tamaño
de las secuoyas19 sostenían un techo abovedado de oro. El piso
era un colorido mosaico de inscripciones en latín: profecías,
17
Coplas: estructura métrica de la composición poética, típica de las canciones populares
españolas. Compuesta por cuatro versos.
18
Cetonas: compuestos químicos que se producen cuando la insulina en la sangre es escasa y
el cuerpo usa la grasa almacenada como fuente de energía.
19
Secuoyas: árboles gigantescos que se pueden encontrar principalmente en el oeste de
Estados Unidos.

112
memoriales, advertencias para alabar a Júpiter o enfrentar su rayo.
En el centro, detrás de un altar de mármol, se alzaba una enorme
estatua dorada de Papá mismo: Júpiter Optimus Maximus,
envuelto en una toga de seda púrpura lo suficientemente grande
como para servir de vela en un barco. Lucía severo, sabio y
paternal, aunque en la vida real solo cumpliera uno de los tres.
Al verlo elevado sobre mí con rayo en mano, tuve que luchar
contra el impulso de acobardarme y suplicar. Sabía que solo era
una estatua, pero si alguna vez has sido traumatizado por alguien
lo entenderás. No toma mucho desencadenar esos viejos miedos:
una mirada, un sonido, una situación que es familiar… O una
estatua dorada de tu abusador de quince metros de altura también
hace el truco.
Lupa se paró frente al altar. La niebla cubría su pelaje como si
estuviera irradiando mercurio.
Es tu tiempo, me dijo.
O algo así. Sus gestos transmitían urgencia y expectación.
Quería que hiciera algo, pero su esencia me decía que no estaba
segura de que fuera capaz de hacerlo.
Tragué en seco, lo que en Lobo significaba tengo miedo. No
había duda de que Lupa ya había olfateado mi miedo; era
imposible mentir en su idioma. Amenazar, acosar, manipular sí,
pero no mentir directamente.
—Mi tiempo —dije—, ¿Para qué, exactamente?
Ella mordisqueó el aire con enfado. Para ser Apolo. La
manada te necesita.
Quería gritar: ¡He estado tratando de ser Apolo! ¡No es tan
sencillo!
Pero evité que mi lenguaje corporal transmitiera ese mensaje.

113
Hablar cara a cara con cualquier dios es cosa seria; estaba
fuera de práctica. Era verdad, había visto a Britomaris en
Indianápolis, pero ella no contaba; le gustaba demasiado
torturarme como para querer matarme. Con Lupa... había que
tener cuidado.
Incluso cuando era un dios nunca había sido capaz de obtener
una buena lectura de la Madre Lobo. Ella no pasaba el rato con
los Olímpicos, nunca venía a las cenas Saturnales familiares. Ni
una sola vez asistió a nuestro club de lectura mensual, ni
siquiera cuando hablamos sobre Danza con Lobos.
—De acuerdo —cedí— Sé a lo que te refieres; las últimas
líneas de la Profecía Oscura. He llegado al Tíber con vida,
etcétera, etcétera. Ahora se supone que debo “empezar mi
coreografía”. ¿Asumo que eso implica más que solo bailar y
chasquear los dedos?
El estómago de Lupa gruñó. Cuanto más hablaba más sabroso
olía.
La manada es débil, señaló la pira funeraria con una mirada.
Muchos han muerto. Cuando el enemigo rodee este lugar,
debes mostrarte fuerte. Debes convocar ayuda.
Traté de suprimir otra muestra lobuna de irritación. Lupa era
una diosa. Esta era su ciudad, su campamento, tenía una manada
de lobos supernaturales a sus órdenes, ¿Por qué no podía ayudar
ella?
Pero por supuesto, sabía la respuesta. Los lobos no pelean en
la línea del frente; son cazadores que atacan solo cuando tienen
grandes números. Lupa esperaba que sus romanos resolvieran
sus propios problemas, que fueran autosuficientes o murieran.
Ella aconsejaría, enseñaría, guiaría y advertiría, pero no pelearía
sus batallas. Nuestras batallas.

114
Lo que me hizo preguntarme porqué me estaba diciendo que
convocara ayuda, y ¿Qué ayuda?
Mi expresión y lenguaje corporal debieron haber comunicado el
mensaje.
Ella movió sus orejas. Norte. Explora la tumba. Encuentra
respuestas. Ese es el primer paso.
Afuera, en la base del templo, la pira crujió y rugió. Humo flotó
a través de la rotonda abierta, golpeando la estatua de Júpiter.
Esperé que, en algún lugar allá arriba en el Monte Olimpo, los
divinos senos paranasales de papá estuvieran sufriendo.
—Tarquino el Soberbio —dije—Él es el que envió a los
muertos vivientes. Atacará de nuevo en la luna de sangre.
Las fosas nasales de Lupa se contrajeron en afirmación. Su
hedor está en ti. Se cuidadoso en su tumba. Los emperadores
fueron necios al convocarlo.
Emperador era un concepto difícil de expresar en Lobo. El
término podía significar lobo alfa, líder de la manada o
sométeteme a mi ahora antes de que te arranque la yugular.
Estaba bastante seguro de haber interpretado a Lupa
correctamente. Sus feromonas se leían: peligro, disgusto,
aprehensión, atrocidad, más peligro.
Coloqué una mano sobre mi abdomen vendado. Estaba
mejorando… ¿o no? Me habían untado con suficientes especias de
Lemuria y virutas de cuerno de unicornio como para matar a un
mastodonte zombi; pero no me gustaba la mirada preocupada de
Lupa, o la idea de tener el hedor de alguien en mí, especialmente
el de un rey no-muerto.
—Una vez que explore la tumba —empecé—, y salga con vida…
¿Entonces qué?

115
El camino será más claro. Para vencer el gran silencio.
Entonces convoca ayuda. Si no, la manada morirá.
No estaba tan seguro de haber comprendido esas líneas.
—Vencer el silencio ¿Te refieres al dios sin sonido? ¿La
puerta que se supone que Reyna debe abrir?
Su respuesta fue frustrantemente ambivalente; podría haber
significado Sí y no, o Algo así o ¿Por qué eres tan denso?
Miré a Gran Papá Dorado.
Zeus me había arrojado en medio de todos estos problemas.
Me despojó de mi poder, luego me pateó a la tierra para liberar a
los Oráculos, derrotar a los emperadores y… Oh, ¡espera!
¡También obtuve un rey no-muerto y un dios silencioso como
bono! Esperaba que el hollín de la pira funeraria fuera realmente
molesta para Júpiter. Quería trepar por sus piernas y escribir con
los dedos sobre su pecho: ¡LÁVAME!
Cerré mis ojos. Cerrarlos no era probablemente la cosa más
sabía que hacer estando frente a un lobo gigante, pero tenía
demasiadas ideas a medio formar dando vueltas en mi cabeza:
Pensé acerca de los Libros Sibilinos, las diversas recetas que
tenían para prevenir desastres y consideré a lo que Lupa podría
haberse referido con el gran silencio y el convocar ayuda.
Mis ojos se abrieron de golpe. —Ayuda. Como en ayuda
divina.
Quieres decir que si salgo con vida de la tumba y… y derroto
al sin sonido sea-lo-que-sea, ¿Tal vez sea capaz de convocar
ayuda divina?
Lupa hizo un sonido profundo en su pecho. Finalmente, él
entiende. Esto será el inicio. El primer paso para unirte a tu
propia manada.

116
Mi corazón golpeteó como si cayera por un tramo de escaleras.
El mensaje de Lupa parecía demasiado bueno para ser verdad.
Podría contactar a mis compañeros Olímpicos a pesar de las
ordenes permanentes de Zeus de que me rechazaran mientras fuera
humano… tal vez incluso sería capaz de invocar su ayuda para
salvar el Campamento Júpiter. De repente, realmente me sentí
mejor. Mis tripas no me dolían y mis nervios hormiguearon con
una sensación que no había tenido desde hacía mucho tiempo y
que casi no reconocí: esperanza.
Ten cuidado. Lupa me trajo de vuelta a la realidad con un
gruñido bajo. El camino es duro. Te enfrentarás a más sacrificios.
Muerte. Sangre.
—No —Encontré su mirada, una señal peligrosa de desafío que
me sorprendió tanto como a ella— No. Tendré éxito. No permitiré
más pérdidas. Debe haber una manera.
Me las arreglé para mantener el contacto visual por tres
segundos antes de apartar la mirada.
Lupa estornudó, un ruido despectivo como diciendo por
supuesto que gané, pero pensé detectar también una pizca de
aprobación de mala gana. Caí en la cuenta de que Lupa apreciaba
mi fanfarroneo y determinación, incluso si no creía que fuera
capaz de hacer lo que dije. Tal vez especialmente porque no me
creía capaz.
Vuelve al banquete, ordenó. Diles que tienes mi bendición.
Sigue actuando fuerte. Así es como empezamos.
Estudié las viejas profecías colocadas en el mosaico del piso.
Había perdido amigos por el Triunvirato. Había sufrido, pero me
di cuenta de que Lupa también lo había hecho, sus hijos romanos
habían sido diezmados; ella cargaba con el dolor de todas sus
muertes y aun así tenía que actuar fuerte, incluso mientras su
manada enfrentaba la posible extinción.

117
No podías mentir en Lobo, pero podías fanfarronear. Algunas
veces tenías que fanfarronear para mantener junta a una manada
en duelo. ¿Cómo dicen los mortales? ¿Fíngelo hasta que te lo
creas? Esa es una filosofía muy lobuna.
—Gracias —Levanté la mirada, pero Lupa se había ido. No
quedó nada más que una niebla plateada mezclándose con el
humo de la pira de Jason.
Le di a Reyna y a Frank la versión resumida: Había recibido
la bendición de la diosa lobo. Les prometí contarles más al
siguiente día, una vez que hubiera tenido tiempo para darle
sentido. Mientras tanto, confiaba en que la noticia de Lupa
proveyéndome dirección se difundiera entre la legión. Eso sería
suficiente por ahora. Esos semidioses necesitaban toda la
seguridad que pudieran obtener.
Mientras la pira ardía, Frank y Hazel se mantuvieron tomados
de las manos, en vigilia mientras Jason hacía su viaje final. Me
senté en una manta de picnic fúnebre con Meg, quien se comió
todo lo que tenía a la vista y siguió hablando y hablando sobre
su excelente tarde cuidando unicornios con Lavinia. Meg se
jactó de que Lavinia incluso la había dejado limpiar los establos.
—Fuiste timada20 —observé.
Meg frunció el ceño, su boca llena con hamburguesa. —¿Qué
quieres decir?
—Nada. ¿Me estabas diciendo acerca del popo de unicornio?
Intenté comer mi cena, pero a pesar de toda el hambre que
tenía la comida sabía a polvo. Cuando las últimas brasas de la
pira ardieron y los espíritus del viento limpiaron los restos de la
fiesta seguimos a los legionarios de vuelta al campamento.

20
“She pulled a Tom Sawyer on you” en el original

118
Ya en la habitación de invitados de Bombilo me acosté en mi
catre y estudié las grietas en el techo. Me imaginé que eran líneas
de inscripciones tatuadas en la espalda de un Cíclope. Si me les
quedaba viendo lo suficiente tal vez comenzarían a tener sentido,
o al menos encontraría el índice.
Meg me lanzó un zapato. —Tienes que descansar. La reunión
del senado es mañana.
Me quité sus zapatillas high-top rojas del pecho. —Tú tampoco
estás dormida.
—Sí, pero tú tendrás que hablar. Quieren escuchar tu plan.
—¿Mi plan?
—Ya sabes, como un discurso. Inspirarlos y demás.
Convencerlos de qué es lo que tienen que hacer…Van a votar y
todo eso.
—Una tarde en los establos de los unicornios y ya eres una
experta en procedimientos senatoriales romanos.
—Lavinia me dijo —Meg sonaba positivamente petulante al
respecto. Se tumbó en su catre, arrojando su otra zapatilla al aire y
atrapándola otra vez. ¿Cómo se las arreglaba para hacer aquello
sin lentes? No tenía idea.
Sin los armazones de ojo de gato con diamantes de imitación su
rostro lucía mayor, sus ojos más oscuros y serios. ¡Incluso le
hubiera llamado madura si no hubiera regresado de su día en los
establos usando una camisa verde brillante que ponía
“VNICORNES IMPERANT!”.
—¿Y qué si no tengo un plan? —pregunté.
Esperé a que Meg me lanzara su otro zapato, pero en lugar de
eso dijo: —Lo tienes.

119
—¿Lo tengo?
—Sip. Tal vez no lo has terminado de armar aún, pero lo
tendrás listo para mañana.
No podía decir si me estaba dando una orden, si expresaba su
fe en mí o simplemente subestimaba enormemente los peligros
a los que nos enfrentábamos.
Sigue actuando fuerte, Lupa me había dicho. Así es como
empezamos.
—De acuerdo —respondí tentativamente—. Bueno, para
empezar, estaba pensando que podríamos…
—¡No ahora! Mañana. No quiero spoilers.
Ah. Ahí estaba la Meg que conocía y toleraba.
—¿Qué tienes con los spoilers?
—Los odio.
—Estoy intentando armar una estrategia con…
—Nop.
—Repasar mis ideas…
—Nop —Lanzó su zapato a un lado, colocó una almohada sobre
su cabeza y me ordenó con voz apagada: —¡Duérmete!
Contra una orden directa no tenía oportunidad. El cansancio se
apoderó de mí y mis párpados se cerraron.

120
11

Polvo y goma de mascar


Lavinia trajo suficiente
Para el senado entero

¿C
ómo distingues un sueño de una pesadilla?
Si involucra un libro ardiendo, probablemente sea una
pesadilla.
Me encontraba en la sala del Senado Romano, no en
la gran y famosa cámara de la república o el imperio, sino en la
antigua sala del Senado del reino romano. Las paredes de adobe
estaban pintadas de blanco y rojo. Paja cubriendo la suciedad del
suelo. El fuego de los braseros de hierro ondulaba hollín y humo,
oscureciendo el techo de yeso.
Sin mármol fino. Sin seda exótica o grandeza imperial púrpura.
Esto era Roma en su forma más antigua y salvaje: toda hambre y
crueldad. Los guardias reales llevaban una armadura de cuero curado
sobre túnicas sudorosas. Sus lanzas de hierro negro estaban
brutalmente martilladas, sus cascos cosidos con piel de lobo. Las
mujeres esclavas se arrodillaban ante el pie del trono, que era una
losa de roca toscamente tallada cubierta de pieles.
A ambos lados de la habitación se alineaban bancos de madera
tosca: las gradas para los senadores, que se sentaban más como
prisioneros o espectadores que como políticos poderosos. En esta
época, los senadores solo tenían un verdadero poder: votar por un
nuevo rey cuando el viejo moría. De lo contrario, se esperaba que
aplaudieran o se callaran según fuera necesario.

121
En el trono se sentó Lucio Tarquinio el Soberbio, séptimo rey de
Roma, asesino, intrigante, esclavo conductor, y un tipo hinchado
hacia todos lados. Su cara era como porcelana húmeda cortada con
un cuchillo para bistec, una boca ancha y reluciente en una mueca
ladeada; pómulos demasiado pronunciados; una nariz rota y curada
en un feo zigzag; ojos pesados y sospechosos; y cabello largo y
fibroso que parecía rociado con arcilla.
Tan sólo unos pocos años antes, cuando ascendió al trono,
Tarquinio había sido alabado por su buen aspecto masculino y su
fuerza física. Había deslumbrado a los senadores con halagos y
regalos, entonces se dejó caer en el trono de su suegro y persuadió al
senado para confirmarlo como el nuevo rey.
Cuando el viejo rey se apresuró a protestar que estaba, ya sabes,
todavía bastante vivo, Tarquinio lo levantó como un saco de nabos,
lo llevó afuera y lo arrojó a la calle, donde la hija del viejo rey, la
esposa de Tarquinio, atropelló a su desafortunado papá con su
carruaje, salpicando las ruedas con su sangre.
Un comienzo encantador para un reinado encantador.
Ahora Tarquinio llevaba sus años pesadamente. Había crecido
encorvado y grueso, como si todos los proyectos de construcción a
los que había forzado a su gente realmente se hubieran acumulado
en sus propios hombros. Llevaba como capa la piel de un lobo. Su
túnica lucia de un color rosa moteado oscuro, era imposible saber si
alguna vez había sido roja y luego salpicada de blanqueador, o si
había sido blanca y salpicada de sangre.
Aparte de los guardias, la única persona parada en la habitación
era una vieja mujer frente al trono. Llevaba una capa rosa con
capucha, su corpulento cuerpo y espalda inclinada la hacían parecer
un reflejo burlón del propio rey: la versión de Saturday Night Live
de Tarquinio. En la curva de un brazo sostenía una pila de seis
volúmenes

122
encuadernados en cuero, cada uno del tamaño de una camisa doblada
e igual de flexible.
El rey la miró ceñudo.
— Estás de vuelta. ¿Por qué?
— Para ofrecerle el mismo trato que antes.
La voz de la mujer era ronca, como si hubiera estado gritando.
Cuando tiró abajo su capucha, su cabello gris y fibroso y su cara
demacrada la hacían ver aún más como la hermana gemela de
Tarquinio. Pero no lo era. Ella era la Sibila de Cumas.
Al verla de nuevo, mi corazón se retorció. Ella había sido una vez
una joven encantadora y brillante, de carácter fuerte, apasionada por
su trabajo profético. Ella había querido cambiar el mundo. Entonces
las cosas entre nosotros se agriaron... y en lugar de eso yo la había
cambiado a ella.
Su apariencia fue solo el comienzo de la maldición que le había
impuesto. Esto empeoraría mucho, mucho más a medida que
avanzaran los siglos ¿Cómo había olvidado esto? ¿Cómo pude haber
sido tan cruel? La culpa por lo que había hecho ardía peor que
cualquier rasguño de gul.
Tarquinio se movió en su trono. Intentó una risa, pero sonó más
como un alarido de una alarma.
— Debes estar loca, mujer. Tu precio original habría arruinado mi
reino, y eso fue cuando tenías nueve libros. Quemaste tres de ellos, y
ahora vuelves a ofrecerme solo seis, ¿Por la misma exorbitante
suma?
La mujer extendió los libros, una mano en la parte superior como
si se estuviera preparando para hacer un juramento.
— El conocimiento es caro, rey de Roma. Cuantos menos haya,
más valen. Alégrese de que no le cobre el doble.

123
— ¡Oh, ya veo! Debería estar agradecido, entonces — El rey miró
a su cautivo público de Senadores por apoyo. Esa era su señal para
reírse y burlarse de la mujer. Nadie lo hizo. Parecían más temerosos
de la Sibila que del rey.
— No espero gratitud de parte de usted — dijo la Sibila — Pero
debería actuar en su propio interés y en el interés de su reino. Yo
ofrezco conocimiento del futuro... cómo evitar un desastre, cómo
convocar la ayuda de los dioses, cómo hacer de Roma un gran
imperio. Todo ese conocimiento está aquí. Al menos... en los seis
volúmenes que quedan.
— ¡Ridículo! — Espetó el rey— ¡Debería haberte ejecutado por
tu falta de respeto!
— Si sólo fuera posible. — La voz de la Sibila era tan amarga y
tranquila como una mañana ártica — ¿Rechaza mi oferta, entonces?
— ¡Soy sumo sacerdote y rey! — Gritó Tarquinio— ¡Solo yo
decido cómo apaciguar a los dioses! No necesito...
La Sibila tomó los tres primeros libros de la pila y los arrojó
casualmente al brasero más cercano. Los volúmenes ardieron de
inmediato, como si hubieran sido escritos con queroseno sobre papel
de arroz. En un solo gran rugido, se habían ido.
Los guardias apretaron el agarre de sus lanzas. Los Senadores
murmuraron y se removieron en sus asientos. Quizás podían sentir
lo que yo sentía, un suspiro cósmico de angustia, el exhalar del
destino cuando tantos volúmenes de conocimiento profético
desaparecen del mundo, proyectando una sombra en el futuro,
hundiendo generaciones en la oscuridad.
¿Cómo podía hacer esto la Sibila? ¿Por qué?
Quizás era su forma de vengarse de mí. La había criticado por
escribir tantos volúmenes, por no permitirme supervisar su trabajo.

124
Pero cuando ella había escrito los libros Sibilinos, yo había estado
enojado con ella por diferentes razones. Mi maldición ya se había
establecido. Nuestra relación estaba fuera de lo reparable. Al quemar
sus propios libros, ella escupía en mi crítica, en el regalo profético
que le había dado, y en el precio tan alto que había pagado para ser
mi Sibila.
O tal vez estaba motivada por algo más que amargura. Tal vez ella
tenía una razón para desafiar a Tarquino como lo hizo y exigir una
pena tan alta por su terquedad.
— Última oportunidad — le dijo al rey —Te ofrezco tres libros de
profecía por el mismo precio que antes.
— Por el mismo... —El rey se atragantó en su ira.
Pude ver cuánto quería rechazar. Quería gritar obscenidades a la
Sibila y ordenar a sus guardias que la atravesaran en el acto.
Pero sus senadores se movían y susurraban con inquietud. Las
caras de sus guardias estaban pálidas de miedo. Sus mujeres
esclavizadas estaban haciendo todo lo posible para esconderse detrás
del estrado.
Los romanos eran un pueblo supersticioso.
Tarquinio lo sabía.
Como sumo sacerdote, era responsable de proteger a sus súbditos
al interceder con los dioses. Bajo ninguna circunstancia se suponía
que debía hacer enojar a los dioses.
Esta anciana le estaba ofreciendo conocimiento profético para
ayudar a su reino. La multitud en la sala del trono podía sentir su
poder, su cercanía a lo divino.
Si Tarquinio le permitía quemar esos últimos libros, si él
rechazaba su oferta... podría no ser la Sibila a quien sus guardias
decidieran empalar.

125
— ¿Y bien? — Le preguntó la Sibila, sosteniendo sus tres
volúmenes restantes cerca de las llamas
Tarquinio se tragó su ira. Con los dientes apretados, forzó las
palabras:
— Acepto tus términos.
— Bien — dijo la Sibila, sin alivio o decepción visible en su rostro
— Que el pago sea llevado a la Línea Pomerania. Una vez que lo
tenga, usted tendrá los Libros.
La Sibila desapareció en un destello de luz azul. Y mi sueño se
disolvió con ella.
— Ponte tu sábana. — Meg arrojó una toga en mi cara, lo que no
era la mejor manera de ser despertado.
Parpadeé, todavía atontado, el olor a humo, paja mohosa y
romanos sudorosos persistiendo en mis fosas nasales.
—¿Una toga? Pero no soy un Senador.
— Eres honorario, porque solías ser un dios o lo que sea. — Meg
hizo un puchero — Yo no usaré una sábana.
Tuve una horrible imagen mental de Meg en una toga de color
semáforo, semillas para jardín derramándose de los pliegues de la
prenda. Ella solo tendría que arreglárselas con su brillante camiseta
de unicornio.
Bombilo me dio su habitual mirada de buenos días cuando bajé al
baño de la cafetería. Me lavé, luego cambié mis vendajes con un kit
que los sanadores amablemente habían dejado en nuestra habitación.
El rasguño de Gul no se veía peor, pero todavía estaba arrugado y
rojo. Y aún ardía. Eso era normal, ¿Verdad? Intenté convencerme de

126
que lo era. Como dicen, los dioses médicos hacen a los peores dioses
pacientes21.
Me vestí, tratando de recordar cómo doblar una toga, y reflexioné
sobre las cosas que aprendí de mi sueño. Número uno: yo era una
persona terrible que arruinó muchas vidas. Número dos: no hay una
sola cosa mala que haya hecho en los últimos cuatro mil años que no
vaya a volver y morderme en el clunis22, y estaba empezando a
pensar que lo merecía.
La sibila de Cumas. Oh, Apolo, ¿En qué estabas pensando?
Por desgracia, sabía lo que había estado pensando... que ella era
una linda mujer joven a la que quería conseguir, a pesar del hecho de
que ella era mi Sibila. Entonces ella fue más lista que yo, y siendo el
mal perdedor que era, yo la había maldecido.
No es de extrañar que ahora estuviera pagando el precio: localizar
al malvado rey romano a quien una vez había vendido sus libros
Sibilinos. Si Tarquinio todavía se aferraba a alguna horrible
existencia de muerto viviente, ¿Podría la Sibila de Cumas estar viva
también? Me estremecí al pensar cómo sería después de todos estos
siglos y cuanto había crecido su odio hacia mí.
Primero lo primero: tenía que decirle al Senado mi maravilloso
plan para hacer las cosas bien y salvarnos a todos. ¿Tenía un plan
maravilloso? Sorprendentemente, tal vez. O al menos el principio de
un plan maravilloso. El maravilloso índice de uno.
Al salir, Meg y yo tomamos unos lattes con especias de Lemuria y
un par de muffins de arándanos (porque Meg claramente necesitaba
más azúcar y cafeína), entonces nos unimos a la procesión de
semidioses que se dirigían a la ciudad.

21
Dicho estadounidense doctors make the worst patients (los doctores hacen los peores pacientes)
adaptado a dioses
22
Trasero en latín.

127
Cuando llegamos a la Cámara del Senado, todos estaban ocupando
sus asientos.
Flanqueando la tribuna, los pretores Reyna y Frank estaban
vestidos con sus mejores ropas en oro y morado. La primera fila de
bancos estaba ocupada por los diez senadores del campamento (cada
uno en una toga blanca adornada en púrpura) junto con los veteranos
más antiguos, aquellos con necesidades de accesibilidad, y Ella y
Tyson. Ella estaba inquieta, haciendo todo lo posible para evitar
rozar los hombros con el Senador a su izquierda. Tyson le sonrió al
Lar de su derecha, moviendo sus dedos dentro de la vaporosa caja
torácica del fantasma.
Detrás de ellos, el semicírculo de asientos escalonados estaba
repleto de legionarios, Lares, veteranos retirados y otros ciudadanos
de Nueva Roma. No había visto una sala de conferencias tan
abarrotada desde el Segundo Tour Estadounidense de Charles
Dickens en 1867. (Gran espectáculo. Todavía tengo la camiseta
autografiada enmarcada en mi habitación en el Palacio del Sol.)
Pensé que debía sentarme adelante, al ser un usuario honorario de
ropa de cama, pero allí simplemente no había espacio. Entonces vi a
Lavinia (gracias, cabello rosa) saludándonos desde la fila trasera.
Dio unas palmaditas en el banco a su lado, indicando que nos había
guardado asientos. Un gesto atento. O tal vez ella quería algo.
Una vez que Meg y yo nos hubimos acomodado a cada lado de
ella, Lavinia le dio a Meg el súper secreto golpe de puño de la
Hermandad del Unicornio, luego se volvió y me dio en las costillas
con su afilado codo.
— ¡Entonces, realmente eres Apolo, después de todo! Debes
conocer a mi madre.
— ¿Yo… qué?

128
Sus cejas estaban extra distractoras hoy. Las raíces oscuras habían
comenzado a crecer bajo el tinte rosado, lo que las hacía parecer
ligeramente fuera de centro, como si estuvieran a punto de flotar
fuera de su cara.
— ¿Mi mamá? — Repitió, haciendo estallar su chicle—
¿Terpsícore?
— La... la musa de la danza. ¿Me preguntas si ella es tu madre o si
yo la conozco?
— Por supuesto que es mi madre.
— Por supuesto que la conozco.
— ¡Bien, entonces! — Lavinia tamborileó un riff23 sobre sus
rodillas, como para demostrar que tenía un ritmo de bailarina a pesar
de ser tan desgarbada. — ¡Quiero escuchar el polvo24!
— ¿El polvo?
— No la conozco.
— Oh. Um... —A través de los siglos, he tenido muchas
conversaciones con semidioses que quieren saber más acerca de sus
ausentes padres divinos. Esas conversaciones rara vez salían bien.
Traté de conjurar una imagen de Terpsícore, pero mis recuerdos del
Olimpo se volvían más borrosos cada día. Recordé vagamente a la
musa retozando alrededor de uno de los parques del Monte Olimpo,
arrojando pétalos de rosa a su paso mientras giraba y hacía piruetas.
A decir verdad, Terpsícore nunca había sido mi favorita de las nueve
musas. Ella tendía a quitarme el foco de atención, donde pertenecía
por derecho.
— Ella tenía tu color de cabello — me aventuré.

23
Frase o ritmo musical que se repite a menudo
24
Juego de palabras usado para explicar que se quiere saber más sobre algo o alguien.

129
— ¿Rosa?
— No, quiero decir... oscuro. Mucha energía nerviosa, supongo,
como tú. Ella nunca estaba feliz a menos que se estuviera moviendo,
pero...
Mi voz se apagó. ¿Qué podría decir que no sonara mal? ¿Qué
Terpsícore era elegante y equilibrada y no parecía una jirafa
tambaleante? ¿Estaba Lavinia segura que no había habido algún
error sobre su parentesco? Porque no podía creer que estuvieran
relacionadas.
— Pero… ¿qué? — Presionó.
— Nada. Difícil recordar.
Abajo en la tribuna, Reyna estaba pidiendo orden en la reunión
— ¡Si pudiera todo mundo tomar sus asientos! Necesitamos
comenzar. Dakota, ¿Puedes moverte un poco para dejar espacio
para... Gracias.
Lavinia me miró con escepticismo.
— Ese es el polvo más flojo de la historia. Si no puedes hablarme
sobre mi madre, al menos cuéntame qué está pasando contigo y la
Señorita Pretor.
Me retorcí. El banco de repente se sentía mucho más duro debajo
de mi clunis.
— No hay nada que decir.
— Oh, por favor. ¿La forma en que has estado mirando
furtivamente a Reyna desde que estás aquí? Me di cuenta. Meg se
dio cuenta.
— Me di cuenta —confirmó Meg.

130
— Incluso Frank Zhang se dio cuenta. — Lavinia levantó las
palmas de las manos como si acabara de proporcionar la prueba
definitiva de completa evidencia.
Reyna comenzó a dirigirse a la multitud:
— Senadores, invitados, hemos llamado a esta reunión de
emergencia para discutir...
— Honestamente — le susurré a Lavinia — es incómodo. No lo
entenderías.
Ella resopló.
— Incomodo es decirle a tu rabí25 que Daniella Bernstein va a ser
tu cita para tu fiesta de bat mitzvah26. O decirle a tu papá que lo
único que quieres es bailar tap, por lo que no vas a continuar con la
tradición familiar Asimov. Sé todo sobre la incomodidad.
Reyna continuó:
— A la luz del último sacrificio de Jason Grace, y nuestra propia
reciente batalla contra los muertos vivientes, tenemos que tomar
muy en serio la amenaza...
— Espera — le susurré a Lavinia, sus palabras hundiéndose —
¿Tu padre es Sergei Asimov? ¿El bailarín? La... —Me detuve antes
de poder decir La humeante estrella de ballet ruso, pero a juzgar por
los ojos en blanco de Lavinia, ella sabía lo que estaba pensando.
— Sí, sí — dijo —. Deja de intentar cambiar de tema. ¿Vas a
chismorrear sobre…?
— ¡Lavinia Asimov! — Reyna llamó desde la tribuna — ¿Tenías
algo que decir?

25
Un erudito o maestro judío, espacialmente uno que estudia o enseña leyes judías.
26
Una ceremonia de iniciación religiosa para una niña judía de doce años y un día, considerada en la
edad de madurez religiosa.

131
Todos los ojos se volvieron hacia nosotros. Algunos legionarios
sonrieron, como si esta no fuera la primera vez que Lavinia haya
sido llamada durante una reunión del Senado.
Lavinia miró de lado a lado, luego se señaló a sí misma como si
no estuviera segura de cuál de las muchas Lavinia Asimov sería a la
que Reyna podría estar señalando
— No, señora. Estoy bien.
Reyna no parecía afectada al ser llamada señora.
— Me doy cuenta de que estás masticando chicle también,
¿Trajiste suficiente para todo el Senado?
—Er, quiero decir... — Lavinia sacó varios paquetes de chicle de
sus bolsillos. Ella examinó a la multitud, haciendo una estimación
rápida — ¿Tal vez?
Reyna miró hacia el cielo, como preguntando a los dioses: ¿Por
qué tengo que ser yo la única adulta en la habitación?
— Asumiré, —dijo la Pretora — que solamente estabas tratando
de llamar la atención hacia el invitado sentado a tu lado, que tiene
información importante para compartir. Lester Papadopoulos
¡Levántate y dirígete al Senado!

132
12

Ahora tengo un plan


Para hacer un plan referente
Al plan para mi plan

N
ormalmente, cuando voy a actuar, espero en un camerino.
Una vez soy anunciado y la multitud está frenética con
anticipación, rompo las cortinas, los focos me golpean, ¡y
TA-DA! ¡Soy UN DIOS!
La introducción de Reyna no inspiró aplausos salvajes. Lester
Papadopoulos, levántate y dirígete al Senado fue tan emocionante
como Tendremos ahora una presentación de PowerPoint sobre
adverbios.
Tan pronto como empecé a hacer mi camino por el pasillo,
Lavinia me hizo tropezar. Volví la mirada a ella. Ella me dio una
inocente mirada, como si su pie simplemente estuviera allí.
Concediendo el tamaño de sus piernas, tal vez así había sido.
Todos miraron mientras me abría paso entre la multitud, tratando
de no tropezar con mi toga.
— Perdón. Lo siento. Perdón.
Cuando llegué a la tribuna, la audiencia fue azotada por un frenesí
de aburrimiento e impaciencia. Sin duda todos habrían estado
revisando sus teléfonos, excepto porque los semidioses no podían
usar teléfonos inteligentes sin arriesgarse a un ataque de monstruos,
entonces no tuvieron más alternativa que mirarme. Los había
cautivado dos días antes con un fantástico homenaje musical para

133
Jason Grace, pero ¿Qué había hecho por ellos luego? Solo los
lares parecían contentos de esperar. Ellos podrían soportar
sentarse en duros bancos por siempre.
Desde la última fila, Meg me saludó. Su expresión era menos
como Hola, lo harás genial, y más como, Manos a la obra. Volví
mí mirada hacia Tyson, quien estaba sonriéndome desde la
primera fila. Cuando te encuentras enfocado en los cíclopes de la
multitud en busca de apoyo moral, sabes que vas a bombardear.
— Entonces… hola.
Buen inicio. Esperé otro estallido de inspiración que pudiera
conducirme a una canción de seguimiento. Nada pasó. Había
dejado mi ukulele en mi habitación, seguro de que, si hubiera
tratado de traerlo a la ciudad, Término lo habría confiscado como
un arma.
—Tengo malas noticias, — dije — y muy malas noticias, ¿Cuál
quieren escuchar primero?
La multitud intercambió miradas temerosas.
Lavinia gritó:
— Empieza con las malas noticias. Esas son siempre las mejores.
— Hey — Frank la regañó. — Con decoro, ¿Recuerdas?
Tras restaurar la solemnidad en la reunión del Senado, Frank me
hizo un gesto para que procediera.
— Los emperadores Cómodo y Calígula han combinado fuerzas
— dije. Describí lo que había visto en mi sueño. — Ellos están
navegando hacia nosotros ahora mismo con una flota de cincuenta
yates, todos equipados con algún tipo de arma terrible. Ellos
estarán aquí para la luna de sangre. Según tengo entendido, es en
tres días,

134
ocho de abril, que también es el cumpleaños de Lester
Papadopoulos.
—¡Feliz cumpleaños! — dijo Tyson.
— Gracias. Además, no estoy seguro de qué es una luna de
sangre. Una mano se alzó en la segunda fila.
— Adelante, Ida — dijo Reyna, luego añadió para mi beneficio,
— Centurión de la Segunda Cohorte, legado de Luna.
— ¿En serio? — no pretendía sonar incrédulo, pero Luna, una
Titán, había estado a cargo de la luna antes de que mi hermana
Artemisa tomara el trabajo. Hasta donde yo sabía, Luna se había
desvanecido hacía milenios. Por otro lado, pensé que no quedaba
nada de Helios, el Titán del sol, hasta que descubrí que Medea
estaba recolectando fragmentos de su conciencia para calentar el
Laberinto Ardiente. Esos Titanes eran como acné, solo se mantenían
apareciendo.
La centurión se puso de pie, frunciendo el ceño.
— Si, en serio. Una luna de sangre es una luna llena que se pone
roja porque hay un eclipse lunar completo. Es un mal momento para
luchar contra muertos vivientes. Son especialmente fuertes en esas
noches.
— En realidad… — Ella se puso de pie, recogiendo las garras de
sus dedos. — En realidad, el color es causado por la dispersión de la
luz reflejada desde el amanecer y atardecer de la tierra. Una
verdadera luna de sangre se refiere a cuatro eclipses lunares
seguidos. La siguiente es en abril ocho, sip. Almanaque del
Granjero. Calendario de fase lunar suplementario.
Ella se sentó de nuevo, dejando a la audiencia en un silencio
pasmado. Nada era tan desconcertante como que una criatura
sobrenatural te explique ciencias.

135
— Gracias, Ida y Ella — dijo Reyna. — Lester, ¿Tienes algo
más que añadir?
Su tono de voz sugirió que estaría completamente bien si no lo
hiciera, ya que había compartido suficiente información para
causar pánico en todo el campamento.
— Eso me temo — dije. — Los emperadores se han aliado con
Tarquinio el Soberbio.
Los lares en la habitación gotearon y parpadearon.
—¡Imposible! — sollozó uno.
—¡Horrible! — lloró otro.
—¡Todos moriremos! —gritó un tercero, olvidando
aparentemente que ya estaba muerto.
— Chicos, cálmense, — dijo Frank. — Dejen hablar a Apolo.
Su estilo de liderazgo era menos formal que el de Reyna, pero
parecía tener el mismo respeto. La audiencia se arregló, esperando
que yo continuara.
—Tarquinio es ahora una especie de criatura muerta viviente —
dije. — Su tumba está cerca. Él fue el responsable del ataque que
rechazaron en la luna nueva.
— La cual también es un mal tiempo para luchar contra muertos
vivientes — ofreció Ida.
—Y volverá a atacar en la luna de sangre, a la par con el asalto
de los emperadores.
Hice lo mejor para explicar lo que había visto en mis sueños, y
lo que Frank y yo habíamos discutido con Ella. No mencioné lo
referente al impío pedazo de madero de Frank, en parte porque no

136
lo entendía, en parte porque Frank me estaba dando los suplicantes
ojos de osito de peluche.
— Desde que Tarquinio fue quien originalmente adquirió los
libros Sibilinos — resumí — tiene un retorcido sentido que
reapareciera ahora, cuando el Campamento Júpiter está tratando de
reconstruir esas profecías. Tarquinio se ve… invocado por lo que
Ella está haciendo.
— Rabioso— sugirió Ella. — Enfurecido. Homicida.
Viendo el lado bueno, pensé en la sibila de Cumas, y la terrible
maldición que había dejado en ella. Me preguntaba cómo podría
sufrir Ella, solo porque la forzamos a entrar al negocio de las
profecías. Lupa me había advertido: Vas a enfrentar más sacrificios.
Muerte. Sangre.
Forcé esa idea a un lado.
— De cualquier forma, Tarquinio fue suficientemente monstruoso
cuando estaba vivo. Los romanos lo despreciaron tanto que acabaron
con la monarquía para siempre. Incluso siglos más tarde, los
emperadores nunca se atrevieron a llamarse a sí mismos reyes.
Tarquinio murió en el exilio. Su tumba nunca fue localizada.
—Y ahora está aquí — dijo Reyna.
No fue una pregunta. Ella aceptó que la antigua tumba romana
podría aparecer en California del Norte, donde no tenía por qué
estar. Los semidioses campistas se movieron. Era solo nuestra suerte
que una guarida de muertos vivientes se mudara al lado. Realmente
necesitábamos leyes mitológicas regionales más estrictas.
En la primera fila, junto a Hazel, un Senador se levantó para
hablar. Él tenía cabello oscuro y crespo, ojos azules descentrados, y
una mancha de bigote rojo cereza en el labio superior.
— Entonces, para resumir: en tres días, vamos a enfrentar una

137
invasión de dos emperadores malvados, sus ejércitos, y cincuenta

138
yates con armas que no conocemos, junto con otra ola de muertos
vivientes como el que casi nos destruye la última vez, cuando
estábamos más fuertes. Si esas son las malas noticias, ¿Cuáles son
las muy malas noticias?
— Asumo que iremos a eso, Dakota — Reyna se volvió hacia mí.
— ¿Cierto, Lester?
— Las otras malas noticias, — dije — es que tengo un plan,
pero va a ser duro, tal vez imposible, y las partes del plan no son
precisamente… dignas de un plan, aún.
Dakota frotó sus manos.
— Bueno, estoy emocionado. ¡Escuchémoslo!
Él se sentó de nuevo, sacó un frasco de su toga, y tomó un
sorbo. Supuse que era un hijo de Baco, y, juzgando el olor que
flotaba en el piso del senado, su bebida elegida era un ponche de
frutas Kool- Aid.
Tomé una respiración profunda.
— Entonces. Los Libros Sibilinos son básicamente como recetas
de emergencia, ¿Correcto? Sacrificios. Oraciones y rituales.
Algunas están diseñadas para apaciguar a dioses enojados.
Algunas están diseñadas para llamar ayuda divina contra tus
enemigos. Creo… estoy casi seguro... si somos capaces de
encontrar la receta correcta para nuestro predicamento, y hacemos
lo que dice, tal vez pueda convocar ayuda del Monte Olimpo.
Nadie se rió o me llamó loco. Los dioses no intervienen en
asuntos de semidioses muy a menudo, pero ha pasado en raras
ocasiones. La idea era completamente increíble. Por otro lado,
nadie se veía terriblemente seguro de que pueda lograrlo.
Un senador diferente alzó su mano.

138
— Uh, Senador Larry aquí, Tercera Cohorte, hijo de Mercurio.
Entonces, cuando dices ayuda, quieres decir como… ¿Batallones de
dioses atacando acá abajo en sus carrozas, o más como los dioses
solo dándonos su bendición como, Hey, buena suerte con eso,
legión?
Mi antigua actitud defensiva se activó. Quería argumentar que
nosotros los dioses nunca dejaríamos a nuestros desesperados
seguidores colgando así. Pero, por supuesto, lo hicimos. Todo el
tiempo.
— Esa es una gran pregunta, Senador Larry — admití. —
Probablemente estaría en un lugar entre esos extremos. Pero estoy
confiado de que sería una gran ayuda, capaz de cambiar el rumbo.
Tal vez sea la única forma de salvar Nueva Roma. Y tengo que creer
que Zeus, digo Júpiter, puso mi supuesto cumpleaños como abril
ocho por una razón. Será un punto de cambio, el día en el que
finalmente…
Mi voz se quebró. No compartí la otra parte de ese pensamiento:
ese ocho de abril podría ser el día en el que comience a probar que
soy digno de volver con los dioses, o mi último cumpleaños, el día
en que me incendie de una vez por todas.
Más murmullos de la multitud. Montones de expresiones graves.
Pero no detecté pánico. Incluso los lares no gritaron, ¡Todos vamos
a morir! Los semidioses reunidos eran romanos, después de todo.
Estaban acostumbrados a enfrentar situaciones difíciles, pronósticos
adversos, y fuertes enemigos.
— Bien, — Hazel Levesque habló por primera vez. — ¿Entonces
cómo encontramos esta receta correcta? ¿Por dónde iniciamos?
Aprecié su tono confiado. Ella podría haber preguntado si podía
ayudar con algo completamente factible, como llevar comestibles, o
empalando demonios con picos de cuarzo.

139
— El primer paso, — dije — es encontrar y explorar la tumba de
Tarquinio.

140
—¡Y matarlo! — gritó uno de los lares.
—¡No, Marcus Apulius!— regañó uno de sus pares. …
¡Tarquinio está tan muerto como nosotros!
— Bueno, ¿Entonces qué? — se quejó Marcus Apulius. —
¿Preguntarle amablemente que nos deje solos? ¡Es de Tarquinio el
Soberbio de quien hablamos! ¡Es un maniático!
—El primer paso, — dije — es solo explorar la tumba y, ah,
encontrar las cosas correctas, como dijo Ella.
—Síp…— convino la arpía. — Ella dijo eso.
—Tengo que asumir, — continué, — que, si tenemos éxito en
esto, y volvemos con vida, sabremos más sobre cómo proceder.
Ahora mismo, todo lo que puedo decir con certeza es que el
siguiente paso incluirá encontrar al dios silencioso, lo que sea que
signifique eso.
Frank se sentó en su silla de pretor.
— ¿Pero no conoces a todos los dioses, Apolo? Digo, eres uno.
O lo eras. ¿Existe un dios del silencio?
Suspiré.
— Frank, apenas puedo mantener mi propia familia en orden.
Hay cientos de dioses menores. No recuerdo ningún dios
silencioso. Por supuesto, si hay uno, dudo que hayamos salido,
siendo yo el dios de la música.
Frank se veía abatido, lo que me hizo sentir mal. No pretendía
sacar mis frustraciones en una de las pocas personas que
irónicamente todavía me llamaba Apolo.
— Abordemos una cosa a la vez — sugirió Reyna. — Primero,
la tumba de Tarquinio. Tenemos una pista de su ubicación,
¿Cierto, Ella?

140
—Sí, sí. — la arpía cerró los ojos y recitó — Un gato montés
cerca de las luces giratorias. La tumba de Tarquinio con brillantes
caballos. Para abrir su puerta, dos cincuenta y cuatro.
—¡Eso es una profecía! — dijo Tyson. —¡La tengo en mi espalda!
— El cíclope se levantó y quitó la camisa tan rápido que debió de
estar esperando la excusa. —¿Ven?
Todos los espectadores se acercaron hacia adelante, aunque habría
sido imposible leer los tatuajes desde cualquier distancia.
—También tengo un pez pony junto a mi riñón— anunció
orgulloso. —¿No es lindo?
Hazel desvió la mirada como si pudiera desmayarse de la
vergüenza.
— Tyson, ¿Podrías…? Estoy segura de que es un adorable pez
pony, pero… ¿Camisa puesta, por favor? ¿Supongo que nadie sabe
lo que esas líneas significan?
Los romanos observaron un momento de silencio por la muerte de
la claridad que simbolizaban todas las profecías.
Lavinia resopló.
— ¿En serio? ¿Nadie la cogió?
— Lavinia — dijo Reyna con voz tensa —¿Estás sugiriendo que
tú…?
—¿Sé dónde está la tumba? — Lavinia extendió sus manos. —
Bueno, digo, Un gato montés cerca de las luces giratorias. La
tumba de Tarquinio con brillantes caballos. Hay un Wildcat Drive
en Tilden Park, justo sobre las colinas. — apuntó al norte —Y
¿brillantes caballos, luces giratorias? Podría ser el carrusel de
Tilden Park, ¿o no?

141
— Ohhhh. — Varios lares asintieron en reconocimiento, como
si gastaran todo su tiempo libre montando los caballitos.
Frank se movió en su silla.
— ¿Piensas que la tumba de un malvado rey romano está bajo
un carrusel?
— Hey, yo no escribí la profecía — dijo Lavinia. — Además,
tiene tanto sentido como todo lo demás que hemos enfrentado.
Nadie discutió eso. Los semidioses comen rarezas de desayuno,
almuerzo y cena.
— Bien, entonces — dijo Reyna. — Tenemos una meta.
Necesitamos una misión. Una pequeña misión, ya que el tiempo es
muy limitado. Debemos designar un equipo de héroes y deben
tener la aprobación del senado.
— Nosotros — Meg se levantó. — Debemos ser Lester y yo.
Tragué saliva.
— Está en lo cierto — dije, lo que contó como mi heroica
acción del día. — Esto es parte de mi gran búsqueda para ganar de
nuevo mi puesto con los dioses. Yo les he traído este problema a
sus puertas. Debo hacerlo bien. Por favor, nadie intente
disuadirme.
Esperé desesperadamente, en vano, que alguien intentara
disuadirme.
Hazel Levesque se levantó.
— Iré también. Un centurión es requerido para liderar la misión.
Si este sitio está bajo tierra, bueno, esa es mi especialidad.
Su tono también decía tengo una cuenta que saldar.

142
Lo cual estaba bien, excepto que recordé cómo Hazel había
colapsado ese túnel que llevaba al campamento. Tuve la repentina
visión de ser aplastado bajo un caballito.
— Son tres miembros, entonces — dijo Reyna. — El número
correcto para una misión. Ahora...
— Dos y medio — interrumpió Meg.
Reyna frunció el ceño.
—¿Disculpa?
— Lester es mi sirviente. Somos una especie de equipo. Él no
debería contar como un miembro completo.
— ¡Oh, vamos! — protesté.
— Entonces podemos llevar a uno más— ofreció
Meg. Frank se levantó.
— Estaría encantado de…
— Si no tuvieras deberes de pretor que atender— terminó Reyna,
dándole una mirada como, No me vas a dejar sola, chico. —
Mientras los buscadores están fuera, el resto de nosotros debemos
preparar las defensas del valle. Hay mucho que hacer.
— Bien. — Frank se desplomó. —Entonces, ¿Hay alguien más…?
¡POP!
El sonido fue tan fuerte que la mitad de los lares se desintegraron
alarmados. Varios Senadores se agacharon bajo de sus asientos.
En la última fila, Lavinia tenía una burbuja de chicle rosa
aplastante en la cara. Rápidamente lo retiró y se lo metió en la boca.
— Lavinia — dijo Reyna. — Perfecto. Gracias por ofrecerte.
– Yo… pero…

143
—¡Llamo al senado para votar! — dijo Reyna. — ¿Enviamos a
Hazel, Lester, Meg y Lavinia en una misión para encontrar la
tumba de Tarquinio?
La medida fue aprobada por unanimidad.
Se nos fue dada la aprobación de todo el Senado para encontrar
una tumba bajo un carrusel y confrontar el peor rey en la historia
romana, quien además era un zombi muerto viviente.
Mi día solo se ponía mejor.

144
13

Desastre romántico
Soy veneno para chicos y chicas
¿Quieres salir?

–C
omo la goma de mascar es un crimen. Lavinia arrojó
un pedazo de su emparedado del techo, donde fue
inmediatamente agarrado por una gaviota.
Para nuestro almuerzo de picnic, nos había llevado a Hazel, a Meg
y a mí a su lugar de pensamiento favorito: el tejado del campanario
de la Universidad de Nueva Roma, al que Lavinia había descubierto
el acceso por su cuenta. No se animaba exactamente a la gente a
estar aquí, pero tampoco estaba estrictamente prohibido, lo que
parecía ser el espacio que más le gustaba a Lavinia.
Explicó que disfrutaba sentarse aquí porque estaba directamente
sobre el Jardín del Fauno, el lugar de pensamiento favorito de
Reyna.
Reyna no estaba en el jardín en este momento, pero cada vez que
estaba, Lavinia podía mirar a la Pretor, a cien pies por debajo, y
regodearse, ja, ja, mi lugar de pensamiento es más alto que tu lugar
de pensamiento.
Ahora, mientras me sentaba en las tejas de arcilla roja
precariamente inclinadas, con una focaccia27 a medio comer en mi
regazo, podía ver toda la ciudad y el valle extendidos debajo de
nosotros y todo lo que podíamos perder en la próxima invasión. Más
allá se extendían las llanuras de Oakland y la Bahía de San
Francisco,

145
27
Es una especie de pan plano cubierto con hierbas propio de la comida Italiana

146
que en solo unos días estaría salpicada de los lujosos yates de batalla
de Calígula.
— Honestamente — Lavinia arrojó otro trozo de su queso asado a
las gaviotas. — Si los legionarios hicieran una estúpida caminata de
vez en cuando, sabrían sobre Wildcat Drive.
Asentí, aunque sospechaba que la mayoría de los legionarios, que
pasaban gran parte de su tiempo marchando con armaduras pesadas,
probablemente no considerarían ir de excursión como algo divertido.
Sin embargo, Lavinia parecía conocer todos los caminos
secundarios, senderos y túneles secretos a veinte millas del
Campamento Júpiter. Supongo que era porque nunca sabías cuándo
necesitarías escaparte para una cita con alguna hermosa Cicuta o
Belladona.
Por otro lado, Hazel ignoró su envoltura de verduras y se quejó
para sí misma:
— No puedo creer que Frank... tratara de ser voluntario… ya es lo
suficientemente malo con sus acrobacias locas en la batalla...
Cerca de allí, después de haber comido su almuerzo, Meg ayudó a
su digestión haciendo volteretas. Cada vez que aterrizaba,
recuperando el equilibrio en las baldosas sueltas, mi corazón trepaba
un poco más por mi garganta.
— Meg, ¿podrías por favor no hacer eso?
— Es divertido — Ella fijó sus ojos en el horizonte y anunció: —
Quiero un unicornio — Luego volvió a dar vueltas.
Lavinia murmuró a nadie en particular.
— Has reventado una burbuja, ¡Serás perfecto para esta búsqueda!
— ¿Por qué me tiene que gustar un chico con un deseo de muerte?
— Reflexionó Hazel.
— Meg — supliqué, — te vas a caer.

146
— Aunque sea un unicornio bebé — dijo Meg. — No es justo que
tengan tantos aquí y yo no tengo ninguno.
Continuamos con esta falta de armonía de cuatro partes hasta que
un águila gigante salió volando del cielo, arrebató el resto del queso
asado de la mano de Lavinia y se alejó, dejando atrás una bandada
de gaviotas irritadas.
— Típico — Lavinia se limpió los dedos en los pantalones. —Ni
siquiera puedo comer un sándwich.
Empujé el resto de la focaccia en mi boca, en caso de que el águila
viniera por segunda vez.
— Bueno — suspiró Hazel — al menos tenemos la tarde libre para
hacer planes — Le dio la mitad de su envoltura vegetal a Lavinia.
Lavinia parpadeó, aparentemente insegura de cómo responder al
amable gesto.
—Yo... um, gracias. Pero quiero decir, ¿Qué hay para planificar?
Vamos al carrusel, encontramos la tumba, y tratamos de no morir.
Me tragué lo último de mi comida, con la esperanza de que mi
corazón volviera a su ubicación correcta.
— Quizás podríamos concentrarnos en la parte de no morir. Por
ejemplo, ¿Por qué esperar hasta esta noche? ¿No sería más seguro ir
cuando es de día?
—Siempre está oscuro bajo tierra. —Dijo Hazel. — Además,
durante el día, muchos niños estarán en el carrusel. No quiero que
ninguno salga lastimado. Por la noche, el lugar estará desierto.
Meg se dejó caer a nuestro lado. Su cabello ahora parecía un
arbusto de saúco angustiado.

147
— Entonces, Hazel, ¿Puedes hacer otras cosas geniales
subterráneas? Algunas personas decían que puedes convocar
diamantes y rubíes.
Hazel frunció el ceño.
— ¿Algunas personas?
—Como Lavinia—, dijo Meg.
—¡Oh, por los dioses! — Dijo Lavinia. — ¡Muchas gracias, Meg!
Hazel miró hacia el cielo, como si quisiera que un águila gigante
viniera y la arrebatara.
— Puedo convocar metales preciosos, sí. Riquezas de la tierra.
Eso es una cosa de Plutón. Pero no puedes gastar las cosas que
convoco, Meg.
Me recosté contra las tejas.
— ¿Porque están malditos? Parece que recuerdo algo sobre una
maldición, y no porque Lavinia me haya contado algo — agregué.
Hazel recogió su envoltura vegetal.
— Ya no es tanto una maldición. En los viejos tiempos, no podía
controlarlo. Diamantes, monedas de oro, cosas así simplemente
surgían del suelo cada vez que me ponía nerviosa.
— Genial — dijo Meg.
— No, en realidad no lo era —, le aseguró Hazel. — Si alguien
recogía los tesoros y trataba de gastarlos... sucedían cosas horribles.
— Oh— dijo Meg. — ¿Y ahora?
— Desde que conocí a Frank... — Hazel dudó. — Hace mucho
tiempo, Plutón me dijo que un descendiente de Poseidón me quitaría
la maldición. Es complicado, pero Frank es descendiente de
Poseidón del lado de su madre. Una vez que empezamos a salir... Es

148
una buena

149
persona, ¿Sabes? No digo que necesitará un compañero para
resolver mis problemas...
— ¿Un compañero? — Preguntó Meg.
El ojo derecho de Hazel se crispó.
— Lo siento. Crecí en la década de 1930. A veces mi vocabulario
se desliza. No digo que necesite un chico para resolver mis
problemas. Es solo que Frank tenía que lidiar con su propia
maldición, así que me entendió. Nos ayudamos mutuamente durante
algunos momentos oscuros, hablando juntos, aprendiendo a ser
felices nuevamente. Me hace sentir…
—¿Amada? — Sugerí.
Lavinia me miró a los ojos y articuló: Adorable.
Hazel metió los pies debajo de ella.
— No sé por qué te estoy contando todo esto. Pero sí. Ahora
puedo controlar mis poderes mucho mejor. Las joyas no aparecen al
azar cuando me enojo. Aun así, no están destinados a ser gastados.
Creo que... tengo este presentimiento de que a Plutón no le gustaría
eso. No quiero saber qué pasaría si alguien lo intentara.
Meg hizo un puchero.
— ¿Entonces no puedes darme ni un pequeño diamante? Como,
¿Solo para mantenerlo por diversión?
— Meg — le reprendí.
—¿O un rubí?
— Meg
— Lo que sea —. Meg frunció el ceño ante su camisa de
unicornio, sin duda pensando lo genial que se vería decorada con
piedras

149
preciosas por valor de varios millones de dólares. — Solo quiero
pelear con ellos puestos.
— Probablemente obtendrás tu deseo — dijo Hazel. —Pero
recuerda, esta noche, la idea es explorar y reunir información.
Tendremos que ser sigilosos.
— Sí, Meg — le dije. —Porque, si recuerdas, Apolo se enfrenta a
la muerte en la tumba de Tarquinio. Si debo enfrentar la muerte,
preferiría hacerlo mientras me escondo en las sombras, y luego
escabullirme de ella sin que se dé cuenta de que estoy allí.
Meg parecía exasperada, como si hubiera sugerido una regla
injusta en los encantados.
— Bueno. Supongo que puedo ser sigilosa.
— Bien — dijo Hazel. — Y, Lavinia, no hay chicle.
— Dame un poco de crédito. Tengo movimientos muy furtivos. —
Ella movió los pies. — Hija de Terpsícore y todo eso.
— Hmm — dijo Hazel. — Bien entonces. Todos recojan sus
suministros y descansen un poco. Nos encontraremos en el Campo
de Marte al atardecer.
Descansar debería haber sido una tarea fácil.
Meg fue a explorar el campamento (léase: ver los unicornios de
nuevo), lo que me dejó solo en la habitación de arriba del café. Me
acosté en mi catre, disfrutando del silencio, mirando el iris recién
plantado de Meg, que ahora estaban en plena floración en la caja de
la ventana. Aun así, no pude dormir.
Me dolía la herida del estómago. Me zumbaba la cabeza.
Pensé en Hazel Levesque y en cómo había acreditado a Frank por
haber lavado su maldición. Todos merecían a alguien que pudiera
lavar sus maldiciones haciéndoles sentir amados. Pero ese no era mi

150
destino. Incluso mis mejores romances habían causado más
maldiciones de las que se llevaron.
Dafne. Jacinto
Y más tarde, sí, la Sibila de Cumas.
Recordé el día que nos sentamos juntos en una playa, el
Mediterráneo se extendía ante nosotros como una lámina de vidrio
azul. Detrás de nosotros, en la ladera donde la Sibila tenía su cueva,
había olivos horneados y cigarras zumbando en el calor del verano
del sur de Italia. A lo lejos, el Monte Vesubio se levantó, brumoso y
púrpura.
Conjurar una imagen de la propia Sibila fue más difícil: no la
anciana encorvada y canosa de la sala del trono de Tarquinio, sino la
hermosa joven que había estado en esa playa, siglos antes, cuando
Cumas todavía era una colonia griega.
Me había encantado todo sobre ella: la forma en que su cabello
captaba la luz del sol, el brillo travieso en sus ojos, la forma fácil en
que sonreía. A ella no parecía importarle que yo fuera un dios, a
pesar de haber renunciado a todo para ser mi Oráculo: su familia, su
futuro, incluso su nombre. Una vez que se comprometió conmigo,
era conocida simplemente como la Sibila, la voz de Apolo.
Pero eso no fue suficiente para mí. Estaba enamorado. Me
convencí de que era amor, el único romance verdadero que
eliminaría todos mis errores pasados. Quería que la Sibila fuera mi
compañera durante toda la eternidad. A medida que avanzaba la
tarde, me convencí y supliqué.
— Podrías ser mucho más que mi sacerdotisa — la insté. —
¡Cásate conmigo!
Ella rio.
— No puedes hablar en serio.

151
— ¡Lo Estoy! Pide algo a cambio, y es tuyo.
Ella torció un mechón de su cabello castaño.
— Todo lo que siempre he querido es ser la Sibila, para guiar a la
gente de esta tierra hacia un futuro mejor. Ya me lo has dado.
Entonces, ja, ja. La broma es sobre ti28.
—Pero… pero ¡Solo tienes una vida! — Dije. — ¡Si fueras
inmortal, podrías guiar a los humanos a un futuro mejor para
siempre, a mi lado!
Ella me miró de reojo.
— Apolo, por favor. Te habrás cansado de mí al final de la semana.
— ¡Nunca!
— Entonces, estás diciendo... — recogió dos puñados de arena, —
si quisiera tantos años de vida como granos de esta arena, me lo
concederías.
— ¡Está hecho! — Pronuncié. Al instante, sentí que una parte de
mi propio poder fluía hacia su fuerza vital. — Y ahora, mi amor…
— ¡Whoa, whoa!— Dispersó la arena, retrocediendo como si de
repente fuera radioactivo. — ¡Ese fue una situación hipotética, chico
amante! No estuve de acuerdo...
—¡Lo que está hecho está hecho! — Me levanté. —Un deseo no
puede ser devuelto. Ahora debes cumplir tu parte del trato.
Sus ojos bailaron con pánico.
— N-no puedo ¡No lo haré!
Me reí, pensando que ella simplemente estaba nerviosa. Yo
extendí mis brazos.

28
Jokes on you , Cuando una persona es víctima de su propia broma , haciendo referencia a que la sibila
pensaba que apolo bromeaba

152
— No tengas miedo.
—¡Por supuesto que tengo miedo! — Ella retrocedió un poco más.
—¡Nada bueno les pasa a tus amantes! ¡Solo quería ser tu Sibila, y
ahora has hecho las cosas raras!
Mi sonrisa se desmoronó. Sentí que mi ardor se enfriaba,
volviéndose tormentoso.
— No me hagas enojar, Sibila. Te estoy ofreciendo el universo. Te
he dado una vida casi inmortal. No puedes rechazar el pago.
— ¿Pago? — Ella apretó los puños. — ¿Te atreves a pensar en mí
como una transacción?
Yo fruncí el ceño. Esta tarde realmente no iba como había planeado.
— No quise decir eso, obviamente, no estaba...
— Bueno, Lord Apolo — gruñó, — si se trata de una transacción,
entonces aplazaré el pago hasta que se complete su parte del trato.
Lo dijiste tú mismo: vida casi inmortal. Viviré hasta que se acaben
los granos de arena, ¿Sí? Vuelve a mí al final de ese tiempo.
Entonces, si todavía me quieres, soy tuya.
Dejé caer mis brazos. De repente, todas las cosas que amaba de la
Sibila se convirtieron en cosas que odiaba: su actitud obstinada, su
falta de asombro, su belleza irritante e inalcanzable. Especialmente
su belleza.
—Muy bien— Mi voz se volvió más fría de lo que debería ser
cualquier dios del sol. — ¿Quieres discutir sobre la letra pequeña de
nuestro contrato? Te prometí vida, no juventud. Puedes tener tus
siglos de existencia. Seguirás siendo mi Sibila. No puedo quitar esas
cosas, una vez dadas. Pero envejecerás. Te marchitarás. No podrás
morir.

153
— ¡Preferiría eso! — Sus palabras eran desafiantes, pero su voz
temblaba de miedo.
—¡Bien! — Espeté.
—¡Bien! — Gritó ella.
Desaparecí en una columna de llamas, habiendo logrado hacer las
cosas muy raras.
A lo largo de los siglos, la Sibila se había marchitado, tal como
había amenazado. Su forma física duró más que la de cualquier
mortal común, pero el dolor que le había causado, la agonía
persistente... Incluso si me hubiera arrepentido de mi apresurada
maldición, no podría haberla recuperado más de lo que ella podría
dar marcha atrás a su deseo. Finalmente, hacia el final del Imperio
Romano, escuché rumores de que el cuerpo de la Sibila se había
desmoronado por completo, pero aun así no podía morir. Sus
asistentes mantuvieron su fuerza vital, el más leve susurro de su voz,
en un frasco de vidrio. Supuse que el frasco se había perdido en
algún momento después de eso. Que los granos de arena de la Sibila
finalmente se habían agotado. ¿Pero y si estaba equivocado? Si
todavía estuviera viva, dudaba que estuviera usando su leve susurro
de voz para ser una influyente pro-Apolo en las redes sociales.
Me merecía su odio. Lo vi ahora.
Oh, Jason Grace... te prometí que recordaría lo que era ser
humano. Pero, ¿Por qué la vergüenza humana tenía que doler tanto?
¿Por qué no había un botón de apagado?
Y pensando en la Sibila, no pude evitar considerar a esa otra joven
con una maldición: Reyna Ávila Ramírez Arellano. El día en que
entré en la sala del trono olímpico, por completo tarde a nuestra
reunión como siempre, y encontré a Venus estudiando la imagen
luminosa de una joven flotando sobre su palma. La expresión de la
diosa había sido cansada y turbada... algo que no veía a menudo.

154
—¿Quién es esa? — Pregunté tontamente. — Es hermosa.
Ese es todo el disparador que Venus necesitaba para desatar su
furia. Ella me dijo el destino de Reyna: ningún semidiós podría curar
su corazón. Pero eso NO significaba que yo fuera la respuesta al
problema de Reyna. Todo lo contrario. Frente a toda la asamblea de
dioses, Venus anunció que no era digno. Yo era un desastre. Había
arruinado todas las relaciones en las que estaba, y debería mantener
mi rostro piadoso lejos de Reyna, o Venus me maldeciría con una
suerte romántica aún peor que la que ya tenía.
La risa burlona de los otros dioses todavía resonaba en mis oídos.
Si no fuera por ese encuentro, nunca hubiera sabido que Reyna
existía. Ciertamente no tenía ningún gusto en ella. Pero siempre
queremos lo que no podemos tener. Una vez que Venus declaró a
Reyna fuera de los límites, me fasciné con ella.
¿Por qué Venus había sido tan enfática? ¿Qué significaba el
destino de Reyna?
Ahora pensé que entendía. Como Lester Papadopoulos, ya no tenía
una cara piadosa. No era mortal, ni dios, ni semidiós. ¿Venus sabía
de alguna manera que esto sucedería algún día? ¿Me había mostrado
a Reyna y me había advertido sabiendo muy bien que me
obsesionaría?
Venus era una diosa astuta. Ella jugaba juegos dentro de los
juegos. Si mi destino fuera ser el verdadero amor de Reyna, lavar su
maldición como Frank había hecho por Hazel, ¿Venus lo permitiría?
Pero al mismo tiempo, fui un desastre romántico. Había arruinado
todas mis relaciones, no había traído nada más que destrucción y
miseria a los hombres y mujeres jóvenes que había amado. ¿Cómo
podría creer que sería bueno para la Pretor?
Me acosté en mi catre, con estos pensamientos dando vueltas en
mi mente, hasta el final de la tarde. Finalmente, abandoné la idea

155
—¿Quién es esa? — Pregunté tontamente. — Es hermosa.
del

156
descanso. Reuní mis suministros: mi carcaj, mi arco, mi ukelele y mi
mochila, y salí. Necesitaba orientación, y solo podía pensar en una
forma de obtenerla.

156
14

Flecha reacia
Concédeme esta bendición: permiso
Para batirme en retirada

T
uve el campo de Marte para mí solo.
No se había programado ningún juego para esa noche,
así que podía divertirme en el páramo a mi gusto,
admirando los restos de carros de guerra, almenas 29
destruidas,
pozos humeantes y trincheras llenas de púas afiladas. Otro paseo
romántico durante el atardecer se vino abajo porque no tenía con
quien compartirlo.
Subí a una torre de asedio vieja, y me senté viendo hacia las
colinas del norte. Respire profundamente, metí la mano en mi carcaj
y saque la flecha de Dodona. Habían pasado varios días sin que
hablara con mi molesto proyectil con visiones del futuro, lo que
consideraba una victoria, pero hora, que los dioses me ayudaran, no
se me ocurría a quien más acudir.
—Necesito ayuda— le dije.
La flecha permaneció en silencio, tal vez aturdida por mi
admisión. O tal vez había sacado la flecha equivocada y estaba
hablando con un objeto inanimado.

Bloque o prisma de piedra que, junto con otros, remata la parte superior de una muralla o
29

parapeto defensivo; entre cada uno queda un espacio que servía para disparar.

157
Finalmente, el eje se sacudió en mi mano. Su voz resonó en mi
mente como un diapasón30 de teatro:
— TUS PALABRAS SON VERDADERAS. PERO, ¿EN QUE
SENTIDO?
Su tono sonaba menos burlón de lo habitual. Eso me asustó.
—Yo... se supone que debo mostrar fuerza. —dije — Según Lupa,
se supone que salvare el día de alguna manera, o la manada de
Nueva Roma morirá. Pero ¿Cómo hago eso?
Le conté a la flecha todo lo que había sucedido en los últimos
días: mi encuentro con los eurinomos, mis sueños sobre los
emperadores y Lucio Tarquinio, mi conversación con Lupa, nuestra
búsqueda asignada por el Senado romano. Para mi sorpresa, se sintió
bien desahogar mis problemas. Teniendo en cuenta que la flecha no
tenía oídos, era un buen oyente. Nunca parecía aburrido,
conmocionado o disgustado, porque no tenía cara.
—Crucé el Tíber vivo — resumí — tal como decía la profecía.
Ahora, ¿Cómo empiezo a cambiar? ¿Este cuerpo mortal tiene un
interruptor de reinicio?
La flecha zumbó
—PENSARÉ EN ELLO.
— ¿Eso es todo? ¿No hay algún consejo? ¿Sin comentarios
sarcásticos?
— DAME TIEMPO PARA CONSIDERAR, OH IMPACIENTE
LESTER.

30
Dispositivo metálico con forma de horquilla, utilizado principalmente como referencia para
afinación de instrumentos musicales

158
— ¡Pero no tengo tiempo! Nos vamos a la tumba de Lucio
Tarquinio, como en… — Mire hacia el oeste, donde el sol
comenzaba a hundirse detrás de las colinas— ¡Básicamente ahora!
— EL VIAJE A LA TUMBA NO SERÁ SU DESAFÍO FINAL. A
MENOS QUE TENGAIS MUCHA SUERTE.
— ¿Se supone que eso me haga sentir mejor?
— NO LUCHES CON EL REY— dijo la flecha — OYES LO QUE
NECESITAS, Y TE BATES EN RETIRADA
— ¿Acabas de usar el término “batirse en retirada”?
— INTENTO HABLAR CLARAMENTE PARA OTORGARTE
UNA BENDICION Y TODAVÍA TE QUEJAS.
—Aprecio una buena bendición tanto como cualquier persona.
Pero voy a contribuir a esta búsqueda y no solo voy a acobardarme
en la esquina, necesito saber cómo… — se quebró mi voz — cómo
ser yo otra vez.
La vibración de la flecha se sintió casi como un gato ronroneando,
tratando de calmar a un humano enfermo.
— ¿ESTÁS SEGURO DE QUE ES TU DESEO?
— ¿Qué quieres decir? — Exigí. — ¡Ese es todo el punto! Todo lo
que estoy haciendo es tan...
— ¿Estás hablando con esa flecha? — Dijo una voz debajo de mí.
En la base de la torre de asedio se encontraba Frank Zhang. Junto
a él estaba Aníbal el Elefante, pateando el barro impacientemente.
Estaba tan distraído que habría dejado que un elefante me cayera
encima.

159
— Hola — chillé, mi voz todavía desigual por la emoción. —
Solo estaba... esta flecha da consejos proféticos. Habla en mi cabeza.
Bendito sea Frank, logró mantener una cara de póker.
— Bueno, me puedo ir si...
— No, no — Deslicé la flecha en mi carcaj. — Se necesita tiempo
para procesarlo… ¿Qué te trae por aquí?
— Camino con el elefante — Frank señaló a Hannibal, en caso de
que pudiera preguntarme qué elefante — Se vuelve loco cuando no
tenemos juegos de guerra. Bobby solía ser su cuidador, pero...
Frank se encogió de hombros sin poder decir nada. Comprendí su
significado: Bobby había sido otra víctima de la batalla. Asesinado...
o tal vez peor.
Un gruñido profundo salió del pecho de Hannibal. Envolvió su
trompa alrededor de un ariete31 roto, lo recogió y comenzó a
golpearlo en el suelo como un mortero.
Recordé a mi amiga elefante Livia en la Waystation en
Indianápolis. Ella también había estado afligida por haber perdido a
su compañero en los brutales juegos de Cómodo. Si sobrevivimos a
esta próxima batalla, tal vez debería intentar presentar a Livia y
Hannibal. Harían una linda pareja.
Me abofeteé mentalmente. ¿Qué estaba pensando? Tenía
suficiente de qué preocuparme sin jugar a enamorar paquidermos.
Bajé de mi percha, cuidando y protegiendo mi vendado.

31
Arma de asedio originada en épocas antiguas, usada para romper las puertas o las
paredes fortificadas

160
Frank me estudió, quizás preocupado por lo rígido que me estaba
moviendo.
— ¿Estás listo para tu búsqueda? — Preguntó.
— ¿La respuesta a esa pregunta debe ser sí?
— Buen punto.
— ¿Y qué harás mientras no estamos?
Frank se pasó la mano por el pelo.
— Todo lo que se pueda. Elevar las defensas del valle. Mantener a
Ella y Tyson trabajando en los Libros Sibilinos. Enviar águilas para
explorar la costa. Mantener a la legión ocupada para que no tengan
tiempo de preocuparse por lo que viene. ¿Sobre todo, sin embargo?
Estar con las tropas, asegurándoles que todo va a estar bien.
Mintiéndoles, en otras palabras, pensé, aunque eso era amargo y
poco caritativo.
Hannibal metió su ariete en posición vertical en un sumidero. Dio
unas palmaditas en el viejo tronco del árbol como para decir: Ahí
tienes, pequeño amigo. Ahora puedes comenzar a crecer
nuevamente.
Incluso el elefante era irremediablemente optimista.
— No sé cómo lo haces, —Admití. —Mantenerse positivo
después de todo lo que sucedió…
Frank pateó un trozo de piedra.
— ¿Cuál es la alternativa?
— ¿Una crisis nerviosa? —Sugerí. — ¿Huir? Pero soy nuevo en
este negocio de ser un mortal…

161
— Sí, bueno. No puedo decir que esas ideas no se me hayan
cruzado por la mente, pero realmente no puedes hacer eso cuando
eres un pretor — Frunció el ceño — Aunque estoy preocupado por
Reyna. Ella ha estado llevando la carga mucho más tiempo que yo.
Largos años. La tensión de eso... No lo sé. Solo desearía poder
ayudarla más.
Recordé la advertencia de Venus: no pegarás tu fea e indigna
cara divina cerca de ella. No estaba seguro de qué idea era más
aterradora: que podría empeorar la vida de Reyna, o que podría ser
el responsable de mejorarla.
Frank aparentemente malinterpretó mi mirada de preocupación.
— Oye, estarás bien. Hazel te mantendrá a salvo. Ella es una
semidiosa poderosa.
Asentí, tratando de pasarme el sabor amargo de mi boca. Estaba
cansado de que otros me mantuvieran a salvo. El objetivo de
consultar la flecha había sido descubrir cómo podía volver al
negocio de mantenerlos todos a salvo. Eso solía ser muy fácil con
mis poderes divinos.
¿Fue así? preguntó otra parte de mi cerebro. ¿Mantuviste segura a
la Sibila? ¿O a Jacinto o Dafne? ¿O tu propio hijo Asclepio?
¿Debo seguir?
Cállate, pensé de nuevo.
— Hazel parece más preocupada por ti— me aventuré.—
Mencionó algunas acrobacias locas en la última batalla…
Frank se retorció como si tratara de sacar un cubo de hielo de su
camisa.
—No fue así. Simplemente hice lo que tenía que hacer.

162
— ¿Y tú pedazo de madera? — Señalé la bolsa que colgaba de su
cinturón. — ¿No te preocupa lo que dijo Ella...? ¿Algo sobre
incendios y puentes?
Frank me dio una pequeña sonrisa seca.
— ¿Lo que me preocupa?
Metió la mano en la bolsa y sacó casualmente su salvavidas: un
trozo de madera carbonizada del tamaño de un control remoto de
TV. Lo lanzó y lo atrapó, lo que casi me dio un ataque de pánico.
También podría haberse sacado el corazón palpitante y comenzar a
hacer malabarismos.
Incluso Hannibal parecía incómodo. El elefante se movió de un
pie a otro, sacudiendo su enorme cabeza.
— ¿No debería encerrarse ese palo en la bóveda de la Principia?
— Pregunté. — ¿O al menos estar cubierto con un retardador de
llamas mágico?
— La bolsa es incombustible, — dijo Frank. — Regalo de Leo.
Hazel lo llevó por un tiempo. Hablamos sobre otras formas de
mantenerlo a salvo. Pero honestamente, he aprendido a aceptar el
peligro. Prefiero tener la leña conmigo. Ya sabes cómo es con las
profecías. Cuanto más intentes evitarlas, más terriblemente fallaras.
No podía discutir con eso. Aun así, había una delgada línea entre
aceptar el destino y tentarlo.
— Supongo que Hazel cree que eres demasiado imprudente.
— Esa es una conversación en curso — Volvió a meter la leña en
su bolsa. — Te lo prometo, no tengo deseos de morir. Es solo que...
no puedo dejar que el miedo me detenga, cada vez que dirijo a la
legión a la batalla, tengo que poner todo en juego, comprometerme
en

163
la batalla al cien por cien. Todos lo hacemos. Es la única forma de
ganar.
— Eso es algo muy de Marte, — noté. — A pesar de mis muchos
desacuerdos con él, lo digo como un cumplido.
Frank asintió con la cabeza.
—Sabes, estaba parado aquí cuando Marte apareció en el campo
de batalla el año pasado, me dijo que era su hijo. Parece que fue hace
mucho tiempo. — Me echó un rápido vistazo. — No puedo creer
que solía pensar…
— ¿Que yo era tu padre? Pero si nos parecemos mucho.
Él río.
— Solo cuídate, ¿De acuerdo? No creo que pueda manejar un
mundo sin Apolo en él.
Su tono era tan genuino que me hizo llorar. Había comenzado a
aceptar que nadie quería a Apolo de regreso, ni mis compañeros
dioses, ni los semidioses, tal vez ni siquiera mi flecha parlante. Sin
embargo, Frank Zhang todavía creía en mí.
Antes de que pudiera hacer algo vergonzoso, como abrazarlo,
llorar o comenzar a creer que era un individuo que valía la pena, vi a
mis tres compañeras de búsqueda caminando hacia nosotros.
Lavinia llevaba una camiseta morada del campamento y jeans
raídos32 sobre un leotardo plateado. Sus zapatillas deportivas lucían
cordones brillantes de color rosa que combinaban con su cabello y
sin duda la ayudaban con sus movimientos sigilosos. Su manubalista
golpeaba contra su hombro.

32
Que está muy gastado o estropeado por el uso, aunque sin llegar a romperse

164
Hazel parecía un poco más ninja en sus jeans negros y su chaqueta
de punto negra con cremallera delantera, con su espada de caballería
de gran tamaño atada a su cinturón. Recordé que ella prefería la
spatha porque a veces luchaba mientras montaba en el inmortal
corcel Arion. Por desgracia, dudaba que Hazel convocara a Arion
para nuestra búsqueda de hoy. Un caballo mágico no sería muy útil
para escabullirse alrededor de una tumba subterránea.
En cuanto a Meg… se veía exactamente como Meg. Sus tops rojos
y mallas amarillas contrastaban épicamente con su nueva camiseta
de unicornio, que parecía decidida a usar hasta que se rompiera en
pedazos. Se había aplicado vendajes adhesivos en los pómulos,
como lo harían los guerreros o los futbolistas. Tal vez pensó que la
hacían parecer un "comando33", a pesar de que las vendas estaban
decoradas con imágenes de Dora la Exploradora.
— ¿Para qué son esos? — Exigí.
— Mantienen la luz fuera de mis ojos.
— Pronto será de noche. Vamos a ir bajo tierra.
— Me hacen lucir aterradora…
— Ni de lejos.
— Cállate — ordenó, así que, por supuesto, tuve que
hacerlo. Hazel tocó el codo de Frank.
— ¿Puedo hablar contigo por un segundo?
No era realmente una pregunta. Ella lo condujo fuera del alcance
de nuestros oídos, seguido por Hannibal, quien aparentemente
decidió que su conversación privada requería un elefante.

33
Un soldado especialmente entrenado para realizar incursiones.

165
— Oh — Lavinia se volvió hacia Meg y hacia mí. — Podemos
estar aquí por un tiempo. Cuando esos dos comienzan a jugar a las
madres... Lo juro, si pudieran encerrarse entre sí en Cheetos de
espuma de poliestireno, lo harían.
Sonaba en parte crítica, en parte melancólica, como si quisiera
tener una novia sobreprotectora que la encerrara en Cheetos de
espuma de poliestireno.
Hazel y Frank tuvieron un intercambio ansioso. No podía escuchar
sus palabras, pero imaginé que la conversación sería algo así como:
Estoy preocupado por ti.
No, estoy preocupada por ti.
Pero yo estoy más preocupado.
No, yo estoy más preocupada.
Mientras tanto, Hannibal pisoteó y gruñó como si se estuviera
divirtiendo.
Finalmente, Hazel apoyó los dedos sobre el brazo de Frank, como
si temiera que él se disolviera en humo. Luego ella regresó a
nosotros.
— Está bien, —anunció, con expresión adusta. — Vamos a buscar
esta tumba antes de que cambie de opinión.

166
15

Carrusel de media noche


Deja a tus hijos subir
Te aseguro que ellos estarán bien

–B
uena noche para una caminata — dijo Lavinia.
Lo triste, es que creo que lo dijo enserio. Para ese
momento, habíamos estado caminando a través de
las colinas de Berkeley por más de una hora.
A pesar del clima fresco, estaba goteando sudor y jadeando al
respirar. ¿Por qué las cimas de colinas tienen que estar hacia arriba?
Lavinia tampoco estaba satisfecha con quedarse en los valles. Oh,
no. Ella parecía querer conquistar cada colina por alguna razón
aparente. Y como tontos, la seguimos.
Habíamos cruzado las fronteras del campamento Júpiter sin
ningún problema. Termino ni siquiera había aparecido para revisar
nuestros pasaportes. Hasta ahora no habíamos sido abordados por
Guls o faunos mendigos.
El paisaje era bastante agradable. El sendero se dirigía a través de
salvia y laurel de olor dulce, a nuestra izquierda, una neblina cubría
la bahía de San Francisco, ante nosotros las colinas formaban un
archipiélago de oscuridad en el océano de luces de la ciudad. Los
parques regionales y las reservas naturales mantuvieron el área en su
mayoría salvaje, explico Lavinia.

167
— Solo busca leones de montaña— dijo — Están por todas partes
en las colinas de sei…
—Vamos a enfrentarnos a muertos vivientes— le dije — ¿Y nos
estas advirtiendo de los leones de montaña?
Lavinia me disparo una mirada como diciendo: “Oh, Amigo.”
Ella estaba en lo correcto, por supuesto. Con mi suerte,
probablemente terminaría todo este viaje, peleando contra los
monstruos y emperadores malvados, solo para ser asesinado por un
malvado gato de montaña.
— ¿Cuánto falta para llegar? — Pregunte.
— No de nuevo — dijo Lavinia — Esta vez ni siquiera estás
cargando un ataúd. Estamos a la mitad del camino.
—A mitad de camino. ¿Y no podíamos haber tomado un carro, un
águila gigante o un elefante?
Hazel me dio unas palmaditas en el hombro.
— Relájate Apolo. El ir a pie atrae menos la atención. Además,
esta es una búsqueda fácil. La mayoría de las mías han sido como ir
a Alaska y luchar con todo a lo largo del camino, o navegar a través
del mundo y marearme durante meses. Esto es simplemente ir por
encima de esa colina y comprobar el carrusel.
— Un carrusel infestado de zombis — corregí. Y hemos pasado
por varias colinas.
Hazel miro a Meg
— ¿Siempre se queja tanto?
— Solía estar mucho más quejumbroso…

168
Hazel silbo suavemente
— Lo sé — dijo Meg — Es un gran bebé.
— Suplico su perdón— dije
—Shh— dijo Lavinia, antes de soplar y hacer estallar una burbuja
rosada gigante. — Sigilo ¿Recuerdan?
Continuamos a lo largo del sendero por una hora más o menos. Al
pasar por un lago plateado entre las colinas, no pude evitar pensar
que era el tipo de lugar que a mi hermana le encantaría. ¡Oh, como
hubiera deseado que ella apareciera con sus cazadoras!
A pesar de nuestras diferencias, Artemisa me entendía. Bueno,
está bien, ella me toleraba. La mayoría del tiempo. De acuerdo, solo
algunas veces. Anhelaba volver a ver su rostro hermoso y molesto.
Así de solitario y patético me había vuelto.
Meg camino unas yardas delante de mí, flaqueando a Lavinia para
que pudieran compartir la goma de mascar y hablar de unicornios.
Hazel camino a mi lado, aunque tuve la sensación de que estaba
cuidando que no me derrumbara.
— No te ves tan bien — señaló
—¿Qué hizo que lo notaras? ¿El sudor frio? ¿La respiración rápida?
En la oscuridad, los ojos dorados de Hazel me recordaron a un
búho, sumamente alerta, para volar o saltar cuando fuese necesario

¿Cómo está la herida?
— Mejor — dije, aunque tenía cada vez más y más problemas
para convencerme de ello.
Hazel rehízo su cola de caballo, pero fue una batalla perdida. Su
cabello era tan largo, rizado y esponjado que no dejaba de escapar de

169
su moño. — Simplemente no más heridas, ¿Está bien? ¿Hay algo
mas que me puedas decir sobre Tarquinio? ¿Debilidades? ¿Puntos
ciegos?
¿Mascotas?
— ¿No te enseñan historia romana como parte del entrenamiento
de la legión?
— Bueno, sí. Pero puede que me haya desconectado durante las
conferencias. Fui a la escuela católica de nueva Orleans en la década
de 1930. No tengo mucha experiencia en concentrarme en los
maestros.
— Mmm, puedo sentirme identificado. Sócrates. Muy inteligente.
Pero sus grupos de discusión… No es exactamente un
entretenimiento fascinante.
— Entonces. Tarquinio.
—Correcto. Estaba loco por el poder. Arrogante. Violento.
Mataría a cualquiera que se metiera en su camino.
— Como los emperadores.
— Pero sin nada de su refinamiento. Tarquinio también estaba
obsesionado con los proyectos de construcción. Comenzó el templo
de Júpiter. Además, La principal cloaca Romana…
— Aclamada fama.
— Sus súbditos finalmente se cansaron tanto de los impuestos y el
trabajo forzado, que se rebelaron.
— ¿No les gustaba cavar una alcantarilla? No puedo imaginar el
por qué.
Se me ocurrió que Hazel no estaba tan interesada en la
información, más bien, estaba intentando distraerme de mis

170
preocupaciones.

171
Aprecié eso, pero tenía problemas para devolverle la sonrisa. Seguía
pensando en la voz de Tarquinio hablando en el túnel. Él había
reconocido el nombre de Hazel. Le había prometió un lugar especial
entre su horda de muertos vivientes.
—Tarquinio es…— dije— como cualquier psicópata, él siempre
ha sido bueno manipulando a la gente. En cuanto a sus debilidades,
no lo sé. Su perseverancia, tal vez. Incluso después de ser expulsado
de Roma, nunca dejo de tratar de recuperar la corona. Siguió
reuniendo nuevos aliados, atacando la ciudad una y otra vez, incluso
cuando estaba claro que no tenía la fuerza necesaria para ganar.
— Aparentemente todavía no se ha rendido— Hazel sacó del
camino una rama de eucalipto. — Bueno, vamos a atenernos al plan:
Entrar en silencio, investigar e irnos. Al menos Frank está a salvo en
el campamento.
— ¿Por qué valoras su vida más que la nuestra?
— No, bueno…
— Podrías dejarlo en el no.
Hazel se encogió de hombros.
— Es que Frank parece estar buscando el peligro últimamente.
¿Supongo que no te hablo sobre la batalla durante la Nueva Luna?
— Él dijo que la batalla giraba en torno al pequeño Tíber. A los
zombis no les gusta correr en el agua.
— Frank cambio el curso de la batalla, casi solo. Los semidioses
estaban cayendo a su alrededor. Él solo siguió luchando y
cambiando de forma a una serpiente gigante, a un dragón y luego a
un hipopótamo — ella se estremeció — Realmente es un
hipopótamo aterrador. Para cuando Reyna y yo logramos traer
refuerzos, el

171
enemigo ya estaba en retirada. Frank no tenía miedo. Yo…— su voz
se apretó— No quiero perderlo. Sobre todo, después de lo que le
paso a Jason.
Traté de pensar en la historia de Hazel sobre Frank Zhang,
relacionando a una intrépida máquina de matar en forma de
hipopótamo, con el tranquilo y gran pretor mimoso que dormía con
una camisa de seda amarilla adornada con águilas y ositos. Recordé
la forma tan casual en que había lanzado su palo de madera. Me
aseguró que no tenia deseos de morir. Por otra parte, Jason Grace
tampoco los tenía.
— No pretendo perder a nadie más — le dije a Hazel.
Me detuve antes de hacer una promesa.
La diosa del rio Estigio me había insultado por todos mis
juramentos rotos. Había advertido que todo el mundo a mi alrededor
pagaría por mis crímenes. Lupa, también previó más sangre y
sacrificios. ¿Cómo podía prometerle a Hazel que cualquiera de
nosotros estaría a salvo?
Lavinia y Meg se detuvieron, por lo que corrí hacia ellas.
— ¿Ves? — Lavinia señalo a través de una rotura entre los árboles
—Casi llegamos.
En el valle de abajo, un estacionamiento vacío y una zona de
picnic ocuparon mi visión, al otro extremo de la pradera, silencioso
y quieto, había un carrusel con todas las luces encendidas.
— ¿Por qué está iluminado? — pregunté.
—Tal vez es la casa de alguien— dijo Hazel.
— Me gustan los carruajes — dijo Meg y empezó a caminar hacia
él.

172
El carrusel estaba coronado por una cúpula color bronce, como un
gorro para safari. Detrás de una barricada de barandas de metal
verde azulado y amarillo, el carrusel ardía con cientos de luces.
Los animales pintados arrojaron largas sombras distorsionadas
sobre la hierba. Los caballos parecían congelados por el pánico, sus
ojos salvajes, sus patas delanteras pateando. La cabeza de una cebra
se alzaba como en agonía. Un gallo gigante lucía su cresta roja y
estiraba sus garras. Incluso había un hipocampo como el amigo de
Tyson, Rainbow, pero este pony pescado tenía una cara gruñona.
¿Qué clase de padres dejarían que sus hijos montaran tales criaturas
de pesadilla? Quizás Zeus, pensé.
Nos acercábamos con cautela, pero nada nos desafiaba, ni vivos ni
muertos. El lugar parecía vacío, pero inexplicablemente iluminado.
Las espadas brillantes de Meg hacían que la hierba brillara a sus
pies. Lavinia sostuvo su manubalista, preparada y lista. Con su pelo
rosado y sus gomas de mascar, tenía la mejor oportunidad de subirse
a los animales del carrusel y mezclarse con ellos. Decidí no
compartir esta observación, ya que sin duda me dispararía. Hazel
dejo su espada en su vaina. Incluso con las manos vacías, irradiaba
una fuerza más intimidante que cualquiera que nosotros.
Me preguntaba si debía sacar mi arco, entonces miré hacia abajo y
me di cuenta que había preparado mi ukelele en modo de combate.
Bueno. Podía ofrecer una melodía alegre si nos encontrábamos en
batalla ¿Eso cuenta como heroísmo?
—Algo no está bien— murmuro Lavinia.
— ¿Lo crees? — Meg se agacho. Ella dejo una de sus espadas y
toco la hierba con la punta de los dedos. Su mano trazo una línea
como una piedra es arrojada al agua.

173
— Algo está mal con el suelo aquí— anunció— Las raíces no
quieren crecer demasiado profundo.
Hazel arqueo las cejas
— Puedes hablar con las plantas.
— En realidad no estoy hablando— dijo Meg — Bueno, sí.
Incluso a los árboles no les gusta este lugar. Ellos están tratando de
crecer lejos de este carrusel lo más rápido que pueden.
— Lo cual, como son árboles, — dije — no es muy rápido.
Hazel estudio nuestro entorno
— Veamos que podemos averiguar.
Ella se arrodillo en el borde la base del carrusel y apretó su palma
contra el hormigón. No había ningún punto visible, ningún estruendo
o temblor, pero después de una cuenta de tres, arrebato la mano. Se
tambaleo hacia atrás, cayendo sobre Lavinia.
— Dioses — Todo el cuerpo de Hazel tembló. — Hay un enorme
complejo de túneles ahí abajo.
Mi boca se cerró
— ¿Parte del laberinto?
— No, no lo creo. Se siente como independiente. La estructura es
antigua, pero tampoco ha estado aquí mucho tiempo. No tiene
sentido, lo sé.
— Lo hace — le dije — Si la tumba se reubica.
— O regresa, — dijo Meg — como un árbol o una espora fúngica.
— Brutal— dijo Lavinia.
Hazel abrazo sus codos.

174
— El lugar está lleno de muerte, bueno, soy Hija de Plutón. He
estado en el inframundo, pero esto es de alguna manera peor.
— Esto no me gusta — murmuró Lavinia.
Mire hacia abajo a mi ukulele, deseando haber traído un
instrumento más grande para poder esconderme detrás. Tal vez un
bajo.
— ¿Cómo entramos?
Esperaba que la respuesta fuera un “dioses, no podemos.”
—Aquí— Hazel señalo una sección de concreto que no parecía
diferente al resto.
La seguimos, ella paso sus dedos a través de la superficie oscura,
dejando unas brillantes líneas rectangulares del tamaño de un ataúd.
Oh, ¿Por qué tuve que hacer esa analogía?
Su mano rondaba por el centro del rectángulo.
— Creo que se supone que debemos escribir algo aquí. ¿Una
combinación tal vez?
— Para abrir su puerta, — recordó Lavinia — dos cincuenta y
cuatro.
— ¡Espera! —Luche contra una ola de pánico —Hay muchas
maneras de escribir dos cincuenta y cuatro.
Hazel asintió con la cabeza
— ¿Números romanos entonces?
— Sí, pero dos-cinco-cuatro se escriben de manera diferente que
el doscientos cincuenta y cuatro en número romanos.
— ¿Cuál sería entonces? — Meg pregunto.

175
Trate de pensar.
— Tarquinio tendría una razón para elegir ese número. Lo haría
sobre él.
Lavinia hizo estallar una pequeña y sigilosa burbuja rosada.
— ¿Le gusta usar su contraseña de cumpleaños?
— Exactamente — dije — Pero no quería usar su cumpleaños, no
para su tumba. ¿Tal vez su fecha de muerte? Excepto que no puede
ser correcto. Nadie está seguro de cuando murió, ya que él estaba en
exilio y fue enterrado en secreto, pero tendría que haber sido
alrededor de 495 a.C. No 254 a.C.
— Sistema de fechas equivocado — dijo
Meg. Todos la miramos fijamente.
— ¿Qué? — preguntó — Me crie en el palacio de un emperador
malvado, datamos de la fundación de Roma, Ab Urbe Condita34,
¿Verdad?
— Dioses — dije — Buena jugada, Meg. 254 AUC deben ser…
déjame ver… 500 BCE. Eso es verdaderamente cerca de 495 a.C.
Los dedos de Hazel seguían sobre el concreto.
— ¿Seguro de correr el riesgo?
— Si— dije, tratando de canalizar la confianza de Frank Zhang.
— Escríbelo así, como una fecha: Doscientos cincuenta y cuatro. C-
C-L- I-V.
Hazel lo hizo, los números brillaban plateados, toda la losa se
disipo en humo, revelando escalones que conducían a la oscuridad.

34
Es una expresión latina que significa «desde la fundación de la Ciudad de Roma».

176
— Está bien entonces — dijo Hazel — Tengo la sensación de que
la próxima parte va a ser más difícil. Síganme. Solo donde pise, y no
hagan ningún ruido.

177
16

Conozcan al nuevo Tarquinio


Igual al anterior Tarquinio, pero
Con mucha menos carne

A sí que… no hay TONADAS ALEGRES en el ukelele,


entonces.
Bien.
Seguimos a Hazel en silencio bajo las escaleras del carrusel.
Mientras descendíamos, me pregunté por qué Tarquinio decidiría
residir en un carrusel. Había visto a su esposa atropellar a su propio
padre en una carroza. A lo mejor le gustaba la idea de un anillo
infinito de caballos sobre su lugar de descanso, manteniendo guardia
con sus caras molestas, inclusos si eran cabalgados por niños
mortales (los cuales, supongo, eran molestos en su propia forma).
Tarquinio tenía un brutal sentido del humor. Él disfrutaba destrozar
familias convirtiendo su felicidad en angustia. Él no estaba por
encima de usar a niños como escudos humanos. No hay duda que
haya encontrado divertido poner su tumba bajo un colorido juego de
niños.
Mis tobillos tambalearon de terror. Tuve que recordarme que
había una razón para que estuviera escalando a la guarida de un
asesino. No podía recordar cuál era en este momento, pero debía
haber una.
Los escalones terminaron en un pasillo largo, sus paredes verde

178
lima estaban decoradas con filas de máscaras de yeso de la muerte.
Al principio, esto no me pareció raro. La mayoría de los romanos
con

179
dinero mantenían una colección de máscaras de muerte para honrar a
sus ancestros. Fue entonces que me di cuenta de las expresiones de
las máscaras. Igual que los carruseles de arriba, las caras estampadas
estaban plasmadas de pánico, agonía, ira, terror. Estos no eran
tributos. Eran trofeos.
Miré de vuelta hacia Meg y Lavinia.
Meg se paró en el inicio de las escaleras, bloqueando cualquier
tipo de retirada. El unicornio brillante en su camiseta me sonrió
espantosamente. Lavinia me miró como diciendo: Sí, esas máscaras
son horrendas. Ahora, sigamos.
Seguimos a Hazel por el corredor, con cada sonido o crujido de
nuestras armas haciendo eco en el techo cerrado. Estaba seguro que
el laboratorio de sismología de Berkeley, a muchas millas de
distancia, lograría escuchar mi corazón en sus sismógrafos y enviar
alarmas de un terremoto inminente.
El túnel se separaba muchas veces, Hazel siempre sabía cuál
dirección tomar. Ocasionalmente ella paraba, mirando hacia
nosotros, apuntando urgentemente a alguna parte del piso,
recordándonos de no perdernos de su camino. No sabía qué podía
pasar si tomaba un camino equivocado. Pero no tenía deseos de que
mi máscara fuera añadida a la colección de Tarquinio.
Después de lo que parecieron horas, empecé a escuchar agua
cayendo en alguna parte frente a nosotros. El túnel se abría hacia una
habitación con una larga cisterna. El piso no era más que un pequeño
camino de piedra a través de una oscura piscina. Atado en la pared
más alejada había una docena de cajas como las trampas para las
langostas. Cada una con una entrada circular al fondo con el tamaño

179
justo para… Oh, dioses. Cada caja tenía el tamaño perfecto para la
cabeza de una persona.
Un pequeño gemido salió de mi boca.
Hazel miró hacia atrás y me murmuró: —¿Qué?
Una historia medio recordada flotó en mi lodoso cerebro: como
Tarquinio había ejecutado a sus enemigos ahogándolos en su piscina
sagrada, atando las manos de los hombres, poniendo una jaula de
mimbre en su cabeza y luego añadiendo piedras a la jaula del
hombre hasta que ya no pudiera mantener su cabeza sobre el agua.
Aparentemente, Tarquinio aún disfrutaba de esa particular forma
de entretenimiento.
Sacudí mi cabeza —No quieres saberlo.
Hazel, siendo sabia, tomó mi palabra. Nos guio hacia adelante.
Justo antes de la siguiente cámara, Hazel levantó su mano como
advertencia. Nos detuvimos. Siguiendo su mirada, pude ver a dos
guardias esqueletos en la otra orilla de la habitación, flanqueando un
arco elaborado en la piedra. Los guardias se miraban entre sí, usando
cascos de guerra, lo cual era probablemente la razon por qué aún no
nos habían visto. Si hacíamos el menor ruido, si miraban hacia acá
por alguna razón, nos verían.
Alrededor de veinte metros nos separaban de su posición. El piso
de la cámara estaba lleno de huesos humanos viejos. No había forma
de escabullirnos de ellos. Estos eran esqueletos guerreros, las fuerzas
especiales del inframundo. No tenía deseos de pelear con ellos. Me
estremecí, preguntándome quiénes han de haber sido antes de que
los eurinomo les separaran la carne de los huesos. Miré los ojos de
Hazel, luego apunté hacia donde veníamos. ¿Retirada?
Ella sacudió su cabeza. Espera.

180
Hazel cerró sus ojos concentrándose. Una gota de sudor bajó el
por lado de su cara.
Los dos guardias se irguieron. Se giraron lejos de nosotros,
mirando hacia el arco, luego marcharon a través de él, lado a lado,
hacia la oscuridad.
La goma de mascar de Lavinia casi se cae de su boca — ¿Cómo?
— susurró.
Hazel puso su dedo en sus labios, luego nos hizo señas para que
siguiéramos.
La cámara ahora estaba vacía, excepto por los huesos repartidos en
el piso. Tal vez los guerreros esqueleto vinieron acá a buscar partes
faltantes. A lo largo de la pared opuesta, sobre el arco, había un
balcón que era accesible por unas escaleras a ambos lados. Su reja
era una celosía de contorsionados esqueletos humanos, que no me
asustaba en lo absoluto. Dos puertas llevaban fuera del balcón.
Aparte del arco a través del cual nuestros amigos esqueletos habían
pasado, esas parecían ser las únicas salidas de la cámara.
Hazel nos guio por el pasillo de la izquierda. Entonces, por
razones que solo ella conoce, cruzó el balcón y tomó la puerta de la
derecha. La seguimos todo el camino.
Al final de un pequeño pasillo, a unos seis metros hacia adelante,
unas antorchas iluminaban otro balcón con una barandilla
esquelética, era el reflejo del que acabábamos de salir.
No podía ver mucho más hacia allá de la cámara, pero el espacio
estaba claramente ocupado. Una fuerte voz hacía eco por todos
lados… una voz que reconocí.

181
Meg giró sus muñecas, retrayendo sus espadas en anillos… no
porque estábamos fuera de peligro, sino porque el más mínimo
destello podía delatar nuestra posición. Lavinia sacó un paño con
aceite de su bolsillo trasero y lo dejó caer en su manubalista. Hazel
me dio una mirada de advertencia que era completamente
innecesaria.
Sabía lo que había adelante. Tarquinio el Soberbio estaba en plena
corte.
Me puse en cuclillas detrás de la reja esquelética del balcón y miré
hacia la habitación del trono que estaba abajo, esperando
desesperadamente que ninguno de los no muertos mirara hacia arriba
y nos viera. O que nos oliera. Oh, olor corporal humano, ¿Por qué
tenías que ser tan fuerte después de muchas horas de senderismo?
En la pared más lejana, entre dos pilares gigantes, estaba un
sarcófago tallado con un bajorrelieve de imágenes de monstruos y
animales salvajes, casi como las criaturas del carrusel del Parque
Tilden. Reclinado en la tapa del sarcófago estaba la cosa que alguna
vez fue Tarquinio el Soberbio. Sus togas no habían sido lavadas hace
cientos de años. Colgaban de él en jirones llenos de moho. Su cuerpo
se había marchitado hasta convertirse en un esqueleto ennegrecido.
Parches de musgo colgaban de su mandíbula y su cráneo, dándole
una grotesca barba y peinado. Zarcillos de gas morado brillante se
deslizaba por sus costillas y circulaba sus articulaciones,
enroscándose en su cuello y por su cráneo, haciendo que las cuencas
de sus ojos brillaran con un feroz violeta.
Lo que fuera esa luz morada, parecía que estaba manteniendo
unido a Tarquinio. Probablemente no era su alma, dudaba de que
Tarquinio alguna vez hubiera tenido una de esas. Lo más probable es
que fuera su pura ambición y odio, una obstinada negativa a rendirse

182
sin importar cuánto tiempo hubiera estado muerto.

183
El rey estaba en medio de una reprimenda a los dos esqueletos
guerreros que Hazel había manipulado.
—¿Los llamé? — Demandó el rey— No, no lo hice. Así que, ¿Por
qué están aquí?
Los esqueletos se miraron entre sí como preguntándose lo mismo.
—¡Vuelvan a sus puestos! —gritó Tarquinio.
Los guardias se marcharon por el camino que vinieron.
Esto dejaba a tres Eurinomo y a media docena de zombis
acordonando la habitación, aunque tenía la sensación de que había
más detrás de nuestro balcón. Incluso peor, los zombis (Vrykolakas,
o como sea que los quieras llamar) eran los legionarios Romanos. La
mayoría aún estaba vestido para la batalla en una armadura abollada
y ropa rasgada, su piel estaba hinchada, sus labios estaban azules y
con heridas abiertas en sus pechos y extremidades.
El dolor en mi garganta comenzó a ser casi intolerable. Las
palabras de la profecía del Laberinto En Llamas estaban pegadas en
una parte de mi mente: Apolo encara a la muerte. Apolo encara a la
muerte. Al lado mío, Lavinia tembló, sus ojos lagrimeando. Su
mirada estaba fija en uno de los legionarios muertos: un hombre
joven con pelo café y largo, la parte izquierda de su cara estaba
seriamente quemada. Un antiguo amigo, creo. Hazel tomó el hombro
de Lavinia (tal vez para consolarla, tal vez para recordarle de estar
en silencio). Meg se arrodilló a mi otro lado, sus lentes destellando,
yo deseaba desesperadamente tener un marcador permanente para
oscurecer los brillos de sus lentes.
Ella parecía estar contando a los enemigos, calculando qué tan
rápido los podía derribar a todos. Tenía fe en las habilidades de Meg
con la espada, al menos cuando ella no estaba exhausta por doblar

183
árboles de eucalipto, pero también sabía que estos enemigos eran
muchos, y muy poderosos.
Toqué su rodilla para llamar su atención. Agité mi cabeza y toqué
mi oído, recordándole que estábamos aquí para espiar, no para
pelear.
Ella me sacó la lengua.
Así de simpáticos eramos.
Abajo, Tarquinio gruñó algo sobre no encontrar buena ayuda. —
¿Alguien ha visto a Caelius? ¿Dónde está? ¡CAELIUS!
Un momento después, un Eurinomo vino arrastrándose por un lado
del túnel. Se arrodilló ante el rey y gritó —¡COMER CARNE!
¡PRONTOOOO!
Tarquinio siseó —Caelius, hemos discutido sobre esto ¡Mantén la
cordura!
Caelius se abofeteó a sí mismo en la cara —Sí, mi rey — Su voz
ahora tenía un marcado acento británico — Lo lamento mucho. La
flota está a tiempo. Debería arribar en tres días, justo a tiempo para
el alzamiento de la luna de sangre.
—Muy bien. ¿Y nuestras tropas?
—¡COMER CARNE! —Caelius se abofeteó otra vez— Mis
disculpas, señor. Sí, todo está listo. Los romanos no sospechan nada.
¡Mientras se giran para ver a los emperadores atacaremos!
—Bien. Es imperativo que tomemos esta ciudad primero, ¡Cuando
los emperadores lleguen, quiero ser el que esté al mando! Ellos
pueden quemar el resto de la bahía si quieren, pero la ciudad es mía.

184
Meg apretó sus puños hasta que se pusieron del color del enrejado
de huesos. Luego de nuestra experiencia con las dríadas con el
problema del calor en el sur de California, ella se había puesto un
poco sentimental cuando un megalomaniaco amenazaba con quemar
el medioambiente.
Le di mi mirada más seria de quédate quieta, pero ella no me estaba
mirando.
Más abajo, Tarquinio estaba diciendo —¿Y el silencioso?
—Él está bien cuidado, señor —prometió Caelius.
—Hmm… — Tarquinio pensó — Dobla al rebaño, de todas formas.
Debemos estar seguros.
—Pero, mi rey, seguramente los Romanos no pueden saber de
Sutro…
—¡Silencio! —ordenó Tarquinio.
Caelius gimoteó— Sí, mi rey, ¡CARNE! Perdón, mi rey. ¡COMER
CARNE!
Tarquinio alzó su brillante cráneo morado hacia nuestro balcón.
Recé porque no nos haya visto. Lavinia dejó de masticar su goma de
mascar. Hazel miró en una concentración total, tal vez obligando al
rey muerto a mirar a otro lado.
Después de contar hasta diez, Tarquinio se rio — Bueno, Caelius,
parece que vas a comer carne antes de lo que pensé.
—¿Amo?
—Tenemos intrusos —Tarquinio alzó su voz— ¡Bajen ustedes
cuatro! ¡Y conozcan a su rey!

185
17

Meg, no te atrevas, ¡MEG!


O podrías simplemente matarnos
Sí, claro, eso también funciona

E
speraba que hubiera otros cuatro intrusos escondidos en
algún lugar de este balcón. Seguramente, Tarquinio estaba
hablando con ellos y no con nosotros.
Hazel apuntó con el pulgar hacia la salida, el signo universal de
¡LARGUEMONOS DE AQUI! Lavinia comenzó a gatear de esa
manera sobre sus manos y rodillas. Estaba a punto de seguir cuando
Meg arruinó todo.
Se paró sobre toda su altura (bueno, tan alta como puede ser Meg),
convocó sus espadas y saltó por la barandilla.
—¡MEEEEEEEEEEEEG!— Grité, mitad grito de guerra, mitad
¿Qué en el Hades estás haciendo? Sin ninguna decisión consciente,
estaba de pie, con el arco en la mano, una flecha disparada y suelta,
luego otra y otra. Hazel murmuró una maldición que ninguna dama
de la década de 1930 debería haber conocido, desenvainó su espada
de caballería y saltó a la refriega para que Meg no tuviera que estar
sola. Lavinia se levantó, luchando por descubrir a su manubalista,
pero la tela de aceite parecía estar atascada en el travesaño.
Más muertos vivientes invadieron a Meg por debajo del balcón.
Sus espadas gemelas giraron y centellearon, cortando extremidades y
cabezas, reduciendo a los zombis a polvo.

186
Hazel decapitó a Caelius, luego se volvió para mirar a otros dos
Eurynomo. El antiguo legionario fallecido con la cara quemada
habría apuñalado a Hazel por la espalda, pero Lavinia soltó su
ballesta justo a tiempo. El rayo de oro imperial golpeó al zombi
entre los omóplatos, haciéndole explotar en una pila de armaduras y
ropas.
—¡Lo siento, Bobby!— Dijo Lavinia con un sollozo.
Tomé una nota mental para nunca decirle a Hannibal como su ex
entrenador había encontrado su fin.
Seguí disparando hasta que solo la Flecha de Dodona permaneció
en mi carcaj. En retrospectiva, me di cuenta de que había disparado
una docena de flechas en unos treinta segundos, cada una con un
disparo mortal. Mis dedos literalmente al vapor. No había desatado
una volea como esa desde que era un dios.
Esto debería haberme deleitado, pero cualquier sentimiento de
satisfacción fue interrumpido por la risa de Tarquinio. Cuando Hazel
y Meg cortaron al último de sus secuaces, se levantó de su sofá de
sarcófago y nos dio un aplauso. Nada suena más siniestro que el
irónico aplauso lento de dos manos esqueléticas.
—¡Encantador!— Dijo. — ¡Oh, eso fue muy lindo! ¡Todos serán
miembros valiosos de mi equipo!
Meg cargó.
El rey no la tocó, pero con un movimiento de su mano, una fuerza
invisible envió a Meg a volar hacia la pared del fondo. Sus espadas
cayeron al suelo. Un sonido gutural escapó de mi garganta. Salté
sobre la barandilla, aterrizando en uno de mis propios ejes de flecha
gastados (que son tan traicioneros como las cáscaras de plátano). Me
resbalé y caí con fuerza sobre mi cadera. No es mi entrada más

187
heroica.

188
Mientras tanto, Hazel corrió hacia Tarquinio. Fue arrojada a un
lado con otra explosión de fuerza invisible. La carcajada de
Tarquinio llenó la cámara. Desde los pasillos a cada lado de su
sarcófago, los sonidos de pies arrastrados y armaduras resonaron,
cada vez más cerca. Arriba en el balcón, Lavinia hizo girar
furiosamente a su manubalista. Si pudiera comprarle otros veinte
minutos más o menos, ella podría dar un segundo tiro.
—Bueno, Apolo— dijo Tarquinio, con una espiral de niebla
púrpura que se deslizaba de las cuencas de los ojos hacia la boca.
Yuck —Ninguno de nosotros ha envejecido bien, ¿verdad?
Mi corazón latía con fuerza. Traté de buscar flechas utilizables,
pero solo encontré más ejes rotos. Estaba medio tentado de
dispararle a la flecha de Dodona, pero no podía arriesgarme a darle a
Tarquinio un arma con conocimiento profético. ¿Se pueden torturar
a las flechas parlantes? No quería averiguarlo.
Meg se puso de pie. Parecía ilesa pero gruñona, como solía
hacerlo cada vez que la arrojaban a las paredes. Me imaginé que ella
pensaba lo mismo que yo: esta situación era demasiado familiar,
demasiado parecida al yate de Calígula cuando Meg y Jason habían
sido encarcelados por los ventis. No podía dejar que otro escenario
como ese se desarrollara. Estaba cansado de que los malvados
monarcas nos arrojaran como muñecas de trapo.
Hazel se puso de pie, cubierta de pies a cabeza con polvo de
zombis. Eso no podría haber sido bueno para su sistema respiratorio.
En el fondo de mi mente, me preguntaba si podíamos hacer que
Justicia, la diosa de la ley romana, presentará una demanda colectiva
en nuestro nombre contra Tarquinio por condiciones peligrosas de
tumbas.
—Todos— dijo Hazel, —retrocedan.

188
Era lo mismo que nos había dicho en el túnel para acampar, justo
antes de convertir los Eurinomo en arte de techo.
Tarquinio solo se rio. —Ah, Hazel Levesque, tus ingeniosos
trucos con rocas no funcionarán aquí. ¡Este es mi asiento de poder!
Mis refuerzos llegarán en cualquier momento. Será más fácil si no
resisten sus muertes. Me han dicho que es menos doloroso de esa
manera.
Por encima de mí, Lavinia continuó haciendo girar su cañón de
mano.
Meg recogió sus espadas. — ¿Pelear o correr, muchachos?
Por la forma en que miró a Tarquinio, estaba bastante seguro de
saber su preferencia.
—Oh, niña— dijo Tarquinio. —Puedes intentar huir, pero pronto
lucharás a mi lado con esas maravillosas cuchillas tuyas. En cuanto a
Apolo... no irá a ninguna parte.
Él curvó sus dedos. Él no estaba cerca de mí, pero mi herida
intestinal se convulsionó, enviando pinchos calientes en mi caja
torácica y la ingle. Grité. Mis ojos se llenaron de lágrimas.
— ¡Basta!— Chilló Lavinia. Se dejó caer del balcón y aterrizó a
mi lado. — ¿Qué le estás haciendo?
Meg volvió a atacar al rey no muerto, tal vez con la esperanza de
atraparlo con la guardia baja. Sin siquiera mirarla, Tarquinio la
arrojó a un lado con otra explosión de fuerza. Hazel estaba tan rígida
como una columna de piedra caliza, con los ojos fijos en la pared
detrás del rey. Pequeñas grietas habían comenzado a tejer telarañas a
través de la piedra.
— ¡Porque, Lavinia!—, Dijo el rey — ¡Estoy llamando a Apolo a
casa!

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Él sonrió, que era la única expresión facial de la que era capaz al
no tener rostro. —El pobre Lester se vería obligado a buscarme
eventualmente, una vez que el veneno se apoderara de su cerebro.
Pero traerlo aquí tan pronto, ¡Es un regalo especial!
Apretó su puño huesudo más fuerte. Mi dolor se triplicó. Gemí y
lloriqueé. Mi visión nadó en vaselina roja. ¿Cómo era posible sentir
tanto dolor y no morir?
—¡Déjalo en paz!— Gritó Meg.
Desde los túneles a ambos lados del sarcófago de Tarquinio, más
zombis comenzaron a derramarse en la habitación.
—Corran— Jadeé. —Salgan de aquí.
Ahora entendía las líneas del Laberinto Ardiente: enfrentaría la
muerte en la tumba de Tarquinio, o un destino peor que la muerte.
Pero tampoco permitiría que mis amigos perecieran.
Obstinadamente, molestamente, se negaron a irse.
—Apolo es mi sirviente ahora, Meg McCaffrey—, dijo Tarquinio.
—Realmente no deberías llorarlo. Es terrible para las personas que
ama. Puedes preguntarle a la Sibila.
El rey me miró mientras me retorcía como un insecto clavado en
un panel de corcho. —Espero que la Sibila dure lo suficiente como
para verte humillado. Eso puede ser lo que finalmente la rompa. ¡Y
cuando lleguen esos torpes emperadores, verán el verdadero terror
de un rey romano!
Hazel aulló. La pared del fondo se derrumbó, tirando consigo la
mitad del techo.
Tarquinio y sus tropas desaparecieron bajo una avalancha de rocas
del tamaño de vehículos de asalto.

190
Mi dolor disminuyó a simples niveles de agonía. Lavinia y Meg
me pusieron de pie. Amenazantes líneas de infección púrpuras ahora
torcian mis brazos. Eso probablemente no era bueno.
Hazel cojeó. Sus córneas se habían vuelto de un tono gris poco
saludable. —Necesitamos movernos.
Lavinia miró el montón de escombros. — ¿Pero no está él...?—
—No muerto— dijo Hazel con amarga decepción. —Puedo
sentirlo retorcerse allí, tratando de... — Ella se estremeció. —No
importa. Más muertos vivientes vendrán. ¡Vámonos!—
Era más fácil decirlo que hacerlo.
Hazel siguió cojeando, respirando pesadamente mientras nos
conducía de vuelta a través de un conjunto diferente de túneles. Meg
defendió nuestra retirada, cortando a los zombis ocasionales que se
toparon con nuestro camino. Lavinia tuvo que soportar la mayor
parte de mi peso, pero era engañosamente fuerte, al igual que
engañosamente ágil. Parecía no tener problemas para transportar mi
lamentable cadáver a través de la tumba.
Solo era semiconsciente de mi entorno. Mi arco resonó contra mi
ukelele, haciendo un acorde abierto discordante en perfecta
sincronización con mi cerebro sacudido. ¿Qué acababa de pasar?
Después de ese hermoso momento de destreza divina con mi arco,
sufrí un revés feo, tal vez terminal, con mi herida intestinal. Ahora
tenía que admitir que no estaba mejorando. Tarquinio había hablado
de un veneno que lentamente llegaba a mi cerebro. A pesar de los
mejores esfuerzos de los curanderos del campamento, me estaba
convirtiendo, en una de las criaturas del rey. Al enfrentarlo,
aparentemente había acelerado el proceso.

191
Esto debería haberme aterrorizado. El hecho de que pudiera
pensarlo con tal desapego era preocupante. La parte médica de mi
mente decidió que debía estar en estado de shock. O posiblemente
solo, ya sabes, muriendo.
Hazel se detuvo en la intersección de dos corredores. —No estoy
segura.
—¿Qué quieres decir?— Preguntó Meg.
Las córneas de Hazel todavía eran del color de la arcilla húmeda.
—No puedo obtener una lectura. Debería haber una salida aquí.
Estamos cerca de la superficie, pero... lo siento, muchachos.
Meg retrajo sus espadas. —Está bien. Observen.
—¿Qué estás haciendo?— Preguntó Lavinia.
Meg tocó la pared más cercana. El techo se movió y agrietó. Tenía
una imagen fugaz de nosotros siendo enterrados como Tarquinio
bajo varias toneladas de roca, lo que, en mi estado mental actual,
parecía una forma divertida de morir. En cambio, docenas de
espesas raíces de árboles se abrieron paso a través de las grietas,
separando las piedras. Incluso como un antiguo dios acostumbrado a
la magia, lo encontré fascinante. Las raíces giraron en espiral y se
entrelazaron, empujando a un lado la tierra, dejando entrar el tenue
resplandor de la luz de la luna, hasta que nos encontramos en la base
de un tobogán suavemente inclinado (¿un tobogán de raíces?) Con
asideros y puntos de apoyo para escalar.
Meg olisqueó el aire de arriba. —Huele seguro. Vámonos.
Mientras Hazel estaba de guardia, Meg y Lavinia unieron fuerzas
para subirme a la rampa. Meg tiró. Lavinia empujó. Todo era muy
poco digno, pero la idea del manubalista medio preparado de
Lavinia

192
empujándose en algún lugar debajo de mi parte posterior delicada
me dio un incentivo para seguir moviéndome.
Salimos a la base de una secoya en medio del bosque. El carrusel
no estaba a la vista. Meg levantó la mano de Hazel y luego tocó el
tronco del árbol. El conducto de la raíz se cerró en espiral,
sumergiéndose bajo la hierba. Hazel se balanceó sobre sus pies. —
¿Dónde estamos?
—Por aquí— anunció Lavinia.

Ella volvió a cargar con mi peso, a pesar de mis protestas de que


estaba bien. Realmente, solo me estaba muriendo un poco. Nos
tambaleamos por un sendero entre las secuoyas. No pude ver las
estrellas ni discernir ningún punto de referencia. No tenía idea de
hacia dónde nos dirigíamos, pero Lavinia parecía no desanimarse.
—¿Cómo sabes dónde estamos?—, Le pregunté.
—Te lo dije— dijo. —Me gusta explorar.
Realmente le debe gustar Hiedra Venenosa, pensé por enésima
vez. Entonces me pregunté si Lavinia simplemente se sentía más en
casa en la naturaleza que en el campamento.
Ella y mi hermana se llevarían bien.
—¿Alguna de ustedes está herida? ¿Les han arañado los guls?
Todas las chicas sacudieron la cabeza.
— ¿Qué hay de ti?— Meg frunció el ceño y señaló mi intestino.
— Pensé que estabas mejorando.
—Creo que era demasiado optimista— Quería regañarla por saltar
al combate y casi matarnos a todos, pero no tenía la energía.

193
Además,

194
por la forma en que me miraba, tuve la sensación de que su fachada
gruñona podría derrumbarse en lágrimas más rápido de lo que los
techos de Tarquinio se habían derrumbado.
Hazel me miró con cautela. —Deberías haberte curado. No
entiendo.
—Lavinia, ¿Puedo tomar un chicle?— Pregunté.
—¿En serio?— Ella buscó en su bolsillo y me entregó un pedazo.
— Eres una influencia corruptora— Con dedos plomizos, me las
arreglé para desenvolver el chicle y meterlo en mi boca. El sabor era
enfermizamente dulce. Sabía a rosa.
Aun así, era mejor que el veneno de gul agrio que brotaba de mi
garganta. Mastiqué, contento de tener algo en qué enfocarme junto
al recuerdo de los dedos esqueléticos de Tarquinio que se curvaban y
enviaban guadañas de fuego a través de mis intestinos. ¿Y qué había
dicho sobre la Sibila...? No. No podría procesar eso en este
momento.
Después de unos cientos de metros de tortuosas caminatas,
llegamos a un pequeño arroyo.
—Estamos cerca—, dijo Lavinia.
Hazel miró detrás de nosotros. —Estoy sintiendo quizás una
docena detrás de nosotros, cerrando rápidamente.
No vi ni escuché nada, pero acepté la palabra de Hazel. —Vayan.
Se moverán más rápido sin mí.
—No sucederá— dijo Meg.
—Ten, toma a Apolo— Lavinia me ofreció a Meg como si fuera
un saco de comestibles —Ustedes crucen esta corriente, suban esa
colina. Verán el Campamento Júpiter.

194
Meg se enderezó las gafas sucias. — ¿Que pasa contigo?
—Los sacaré— Lavinia le dio unas palmaditas a su manubalista.
—Esa es una idea terrible—, dije.
—Es lo que hago—, dijo Lavinia.
No estaba seguro de si se refería a alejar enemigos o ejecutar ideas
terribles.
—Ella tiene razón— decidió Hazel. —Ten cuidado, legionaria. Nos
vemos en el campamento.
Lavinia asintió y se lanzó al bosque.
—¿Estás segura de que fue sabio?— Le pregunté a Hazel.
—No—, admitió. —Pero haga lo que haga Lavinia, ella siempre
parece volver ilesa. Ahora vamos a llevarte a casa.

195
18

Cocinando con Pranjal


Hierva gallinera y cuerno de unicornio
Zombie tierno.

H
ogar. Una maravillosa palabra.
No tenía idea de lo que significaba, pero sonaba bien.
En una parte del camino de regreso al campamento, mi
mente debió desligarse de mi cuerpo. No recuerdo haberme
desmayado. No recuerdo llegar al valle. Pero en algún punto mi
consciencia se escabulló como un globo con helio.
He soñado con hogares. ¿Alguna vez tuve alguno?
Delos fue donde nací, pero solamente porque mi gestante madre,
Leto, se refugió allí para escapar de la ira de Hera. La isla fungía de
santuario de emergencia para mí y mi hermana también, pero nunca
se sintió como un hogar así como el asiento trasero de un taxi lo
hubiese sido para un niño que iba a nacer yendo al hospital.
¿El Monte Olimpo? Tenía un palacio ahí. Lo visitaba para las
fiestas. Pero siempre fue el lugar donde mi padre vivía con mi
madrastra.
¿El Palacio del Sol? Ese fue el apartamento de Helios. Solamente
lo redecoré.

196
Incluso Delfos, hogar de mi más grande Oráculo, originalmente
fue la guarida de Pitón. Traten todo lo que quieran, pero nunca
lograrás quitar el olor a vieja piel de serpiente de una caverna
volcánica.

Es triste decirlo, en mis cuatro mil y pico de años, las veces que
más me he sentido en casa fueron durante los últimos meses: en el
Campamento Mestizo, compartiendo la cabaña con niños
semidioses, en la Waystation con Emma, Jo, Georgina, Leo y
Calipso, todos ellos sentados en el comedor cortando vegetales del
huerto para cenar; en la cisterna en Palm Springs con Meg, Grover,
Mellie, el entrenador Hedge y el espinoso surtido de dríadas cactus y
ahora en el Campamento Júpiter, donde ansiosos y afligidos
romanos, pese a sus muchos problemas, dejando el hecho de que
llevo miseria y desastre donde sea que vaya, me han recibido con
respeto, una habitación en el piso superior de su cafetería y sábanas
que usar.
Esos lugares fueron hogares. El merecer ser parte de ellos o no,
era un asunto distinto.
Quería quedarme en esos buenos recuerdos. Sospechaba que
podría estar muriendo, tal vez en coma en el suelo del bosque
mientras el veneno de Gul se esparce por mis venas. Quería que mis
últimos pensamientos fueran alegres. Mi cerebro tenía ideas
diferentes.
Me encontré en la caverna de Delfos.
Cerca, arrastrándose por la obscuridad, envuelta en humo naranja
y amarillo, era la demasiado familiar forma de Pitón, como el más
grande y rancio dragón de commodo del mundo. Su olor era
opresivamente ácido -una presión física que oprimía mis pulmones y

197
hacía mis fosas nasales gritar. Sus ojos cortaban el vapor sulfúrico
como faros.

198
—Tú crees que importan— Sacudió la potente voz de Pitón—
Esas pequeñas victorias. ¿Tú crees que llevan algún lado?
No podía hablar. Mi boca aún sabía a goma de mascar. Estaba
agradecido por el enfermizo dulzor -un recordatorio de que existe un
mundo fuera de esta cueva del horror.
Pitón se arrastró cerca. Quería agarrar mi arco, pero mis brazos
estaban paralizados.
—Fue para nada— dijo — Las muertes que causaste, las muertes
que provocarás, no importarán. Aún si ganas cada batalla terminarás
perdiendo la guerra. Como siempre, no entiendes los verdaderos
hechos. Enfréntame y tú morirás.
Abrió sus amplias fauces, sus labios salivantes mostraron sus
brillantes colmillos.
— ¡GAH!— mis ojos se abrieron, mis miembros se sacudieron.
—Oh, bien — dijo una voz — Despertaste.
Estaba recostado en el suelo dentro de alguna estructura de
madera, como… ¡Ah!, un establo. El olor a heno y estiércol de
caballo llenaron mi nariz. Una sábana de yute en mi espalda.
Viéndome con atención había dos rostros que no conocía. Uno
pertenecía a un guapo jovencito con sedoso cabello negro coronando
su amplia y bronceada frente.
El otro rostro pertenecía a un unicornio. Su trompa bañada en
moco. Sus sorprendidos ojos azules, amplios y sin pestañear, me
veían como si fuese una deliciosa bolsa de cereal. Atorado en la
punta de su cuerno había un dañado rallador de queso.
— ¡GAH!— dije nuevamente.
—Cálmate, tonto— dijo Meg en algún lugar a mi izquierda—

198
Estás con amigos.

199
No podía verla, mi visión periférica estaba aún borrosa y rosa.
Señalé débilmente hacia el unicornio —Rallador de queso.
—Si— dijo el encantador jovencito—Es la forma más fácil de
verter una dosis de cuerno rallado directamente en la herida. A
Buster no le importa. ¿Verdad Buster?
Buster el unicornio continuó mirándome. Me pregunté si es que
estaba vivo o solo era un unicornio falso que trajeron hasta aquí.
—Mi nombre es Pranjal— declaró el chico— Líder Sanador de la
legión. Me encargué de ti cuando llegaste aquí, pero no nos
presentamos, desde, bueno, estabas inconsciente. Soy un hijo de
Asclepio. Creo que eso te hace mi abuelo.
Gemí.
—Por favor, no me llames abuelo. Ya me siento lo
suficientemente mal. ¿Están… están los otros bien? ¿Lavinia?
¿Hazel?
Meg flotó a la vista. Sus lentes estaban limpios, su cabello lavado
y se cambió de ropa, así que debí estar fuera un buen tiempo.
—Estamos bien. Lavinia regresó justo después que nosotros. Pero
tú casi mueres — sonaba molesta, como si mi muerte le hubiera
creado un gran inconveniente—Debiste decirme que tan mal estaba
ese corte.
—Pensé… asumí que se curaría.
Pranjal juntó sus cejas
—Sí, bueno, debió. Tuviste un excelente tratamiento, debo decir.
Sabemos sobre infecciones de gul, son curables usualmente, si las
tratamos en veinticuatro horas.

199
—Pero tú— continuó molesta conmigo—No respondías al
tratamiento.
— ¡Eso no es mi culpa!
—Pudo ser tu lado divino—musitó Pranjal—Nunca tuve un
paciente que fue inmortal, eso pudo hacerte inmune a la cura de un
semidiós, o más susceptible a rasguños de no muertos. No lo sé.
Me levanté sobre mis codos. Mi pecho estaba desnudo, mi herida
fue vendada nuevamente por lo que no puedo decir que tan mal
estaba, pero el dolor disminuyó a una pequeña molestia. Espirales de
una infección púrpura serpenteaban desde mi abdomen hasta mi
pecho y hacia abajo por mis brazos, pero su color se fue borrando a
un ligero tono lavanda.
—Lo que sea que hiciste obviamente ayudó— dije
—Veremos— El ceño de Pranjal no fue alentador —probé con
una mezcla especial, una clase de equivalente mágico a un gran
espectro de antibióticos, requirió de una especial cantidad de
Stellaria media - hierba gallinera mágica- que no crece en el norte
de California.
—Ahora crece aquí— anunció Meg.
—Sí— Pranjal añadió con una sonrisa—Debo tener a Meg cerca,
es de ayuda haciendo crecer plantas medicinales.
Meg se sonrojó.
Buster aún seguía sin moverse o pestañear. Esperaba que Pranjal
colocara una cuchara debajo de la nariz del unicornio para
asegurarse de que estuviera aun respirando.
—De cualquier forma— Pranjal continuó—el unguento que usé
no fue la cura, solo retrasa tu… tu condición.

200
Mi condición. Que hermoso eufemismo para convertirme en un
cadáver ambulante.
— ¿Y si quiero una cura? — Pregunté— La cual, por si acaso,
quiero.
—Eso necesitaría de un poder curativo más poderoso de lo que
soy capaz— confesó— a nivel de un dios.
Sentí que iba a llorar. Decidí que Pranjal necesitaba trabajar en su
forma de dar noticias, quizá teniendo una mayor e incontable
colección de curas milagrosas que no requieran intervención divina.
—Podemos tratar con más cuerno rallado— sugirió Meg— que es
divertido, quiero decir, podría funcionar.
Entre las ansias de Meg por usar queso rallado y la mirada
hambrienta de Buster, estaba empezando a sentirme como un plato
de pasta— ¿He de suponer que no tienes a nadie en mente como
dioses sanadores disponibles?
—En realidad—dijo Pranjal— si estás mejor, deberías vestirte y
llevar a Meg a la principia. Reyna y Frank están ansiosos de hablar
contigo.
Meg sintió lástima de mí.
Antes de encontrarme con los Pretores, me llevó con Bombilo, de
esa forma podría bañarme y cambiarme de ropa. Después, nos
detuvimos en el salón de la legión por comida. Juzgando por el
ángulo del sol y el casi vacío comedor, suponía que estaba
atardeciendo, lo que significaba que estuve inconsciente por casi un
día.
Pasado mañana, entonces, sería 8 de abril -la luna de sangre, el
cumpleaños de Lester, el día en que dos malvados emperadores y un

201
rey no muerto atacaran el Campamente Júpiter. Por el lado el
amable, salón ofrecía palitos de pescado.
Cuando terminé con mi comida (aquí un consejo culinario que
descubrí: la salsa de tomate realmente realza las frituras y los palitos
de pescado), Meg me escoltó por la Vía Pretoria hacia los cuarteles
de la legión.
La mayoría de los romanos parecían estar haciendo lo que sea que
los romanos hacían en la tarde: marchando, armando trincheras,
jugando Fortiusnitius… no estaba seguro.
Los pocos legionarios que pasábamos me miraban mientras
caminábamos, sus conversaciones se detenían. Imaginaba que se
pasó la voz acerca de nuestra aventura en la tumba de Tarquinio. Tal
vez ellos escucharon que tenía un pequeño problema de
transformación en Zombie y esperaban que gritara por cerebros.
El pensamiento me hizo temblar. Mi herida en el abdomen estaba
mucho mejor por el momento, podía caminar sin estrujarme. El sol
estaba brillando. Comí bien, ¿Cómo puedo aún estar envenenado?
La negación es algo poderoso.
Desafortunadamente, sospechaba que Pranjal tenía razón, solo
retrasó la infección. Mi condición estaba más allá de cualquier cosa
que los curanderos, griegos o romanos, pudieran resolver.
Necesitaba ayuda divina -cosa que Zeus expresamente prohibió a los
otros dioses brindarme.
Los guardias en el pretorium nos dejaron pasar inmediatamente.
Dentro, Reyna y Frank estaban sentados en una larga mesa
cubierta con mapas, libros, dagas y un largo frasco jelly beans.
Sobre la pared trasera, en frente de la cortina púrpura, de pie estaba
el águila dorada

202
de la legión zumbando energía. Estar tan cerca hacía que los vellos
de mis brazos se erizaran. No sabía cómo los pretores podían tolerar
trabajar cerca de esa cosa detrás de ellos. ¿No han leído los artículos
médicos acerca de la exposición a largo plazo a los estándares
romanos electromagnéticos?
Frank parecía preparado con su armadura de batalla. Reyna lucía
como si recién se hubiese despertado. Estaba usando su capa púrpura
colocada apresuradamente sobre una muy larga camiseta que decía
PUERTO RICO FUERTE, la cual me pregunte si era su ropa de
dormir- pero no era asunto mío. El lado izquierdo de su cabello era
un negro, adorable y desordenado lío de mechones que hacía
preguntarme si dormía de ese lado -y nuevamente, no era asunto
mío.
Enrollados en la alfombra a sus pies había dos autómatas que no
vi antes -un par de sabuesos, uno dorado y otro plateado. Ambos
alzaron sus cabezas cuando me vieron, olfatearon el aire y gruñeron
como si dijeran, Hey, mamá este tipo huele como zombie ¿Podemos
matarlo?
Reyna los calló, cogió jelly beans del frasco y se las dio a los
perros. No estaba seguro porque a los sabuesos metálicos les
gustaría el dulce, pero ellos los tomaron y luego regresaron sus
cabezas a la alfombra.
—Er, lindos perros— dije— ¿Por qué no los he visto antes?
—Aurum y Argentum estaban buscando— dijo Reyna en un tono
que quitaba ganas de seguir preguntando— ¿Cómo está tu herida?
—Mi herida está mejorando— respondí— Yo, no tanto.
—Está mejor que antes— insistió Meg— Rallé algunos trozos de
cuerno de unicornio en su herida, fue divertido.

203
—Pranjal ayudó también— agregué

204
Frank señaló a los asientos de los visitantes
— Chicos póngase cómodos.
Cómodos era un término relativo, las sillas de tres patas
reclinables no lucían cómodas como las sillas de los pretores. Me
recordaron al asiento del oráculo en Delfos, el cual me recordó a
Rachel Elizabeth Dare en el Campamento Mestizo, quien no estaba
precisamente paciente esperando a que restaurara los poderes de la
profecía. Pensar en ella me recordó a la cueva de Delfos, que me
recordaba a Pitón, que me recordaba a mi pesadilla de cuan asustado
estaba de morir. Odio el bombardeo de conciencia.
Una vez sentados, Reyna abrió un trozo de pergamino sobre la
mesa.
—Entonces, estuvimos trabajando con Ella y Tyson desde ayer,
tratando de descifrar más líneas de la profecía.
—Hemos realizado progresos—añadió Frank— Pensamos que
encontramos la receta de la que hablabas en la reunión del senado, el
ritual que puede traer ayuda divina al campamento.
— ¿Es grandioso, verdad? —Meg alcanzó el frasco de jelly beans,
pero se detuvo al escuchar el gruñido de Aurum y Argentum.
—Tal vez— Reyna intercambió una mirada con Frank— la cosa
es que, si leímos el texto correctamente… el ritual requiere un
sacrificio de muerte.
Los palitos de pescado empezaron a luchar con las papas fritas en
mi estómago.
—Eso no puede ser—dije—nosotros los dioses jamás pediríamos
a ustedes mortales que sacrificaran a alguien de su clase. ¡Dejamos
eso

204
siglos atrás! O milenios atrás, no puedo recordar. ¡Pero estoy
completamente seguro que renunciamos a eso!
Frank apretó sus apoyabrazos
—Si, esa es la cosa. No es un mortal el que tiene que morir.
—No, —Reyna llevó sus ojos hacia mí —parece que el ritual
necesita la muerte de un dios.

205
19

Oh libro, ¿cuál es mi destino?


¿Cuál es el secreto de la vida?
Ver apéndice F

¿P
or qué todos estaban mirándome?
No podía evitar ser el único (ex)dios en la habitación.
Reyna se inclinó sobre el pergamino, pasando el dedo
por éste.
—Frank copió estas líneas de la espalda de Tyson. Como
probablemente pueden adivinar, se leen más como un manual de
instrucciones que como una profecía...
Estaba a punto de arrastrarme fuera de mi piel. Quería arrebatarle
el pergamino a Reyna y leer yo mismo las malas noticias. ¿Mi
nombre era mencionado? Sacrificarme no podría complacer a los
dioses,
¿Verdad? Si nosotros los olímpicos empezáramos a sacrificarnos
unos a otros, eso daría un precedente terrible.
Meg miró el tarro de jelly beans, a la par que los galgos la miraron.
— ¿Qué dios muere?
—Bueno, esa línea en particular... —Reyna entrecerró los ojos,
luego pasó el pergamino a Frank. — ¿Qué palabra es esta?
Frank parecía avergonzado.
—Destrozado. Lo siento, estaba escribiendo rápido.

206
—No, no. Está bien. Tu letra es mejor que la mía.
—¿Puedes por favor decirme que dice? — Le supliqué.
—Claro, lo siento— dijo Reyna. —Bueno, no es exactamente
poesía, como el soneto que obtuviste en Indianápolis…
—¡Reyna!
—Está bien, está bien. Dice: Todo lo que se debe hacer en el día
de gran necesidad: reunir los ingredientes para una ofrenda
quemada tipo-seis (vea el apéndice B)…
—Estamos condenados— lamenté. —Nunca podremos reunir
esos... sean lo que sean.
—Esa parte es fácil— me aseguró Frank— Ella tiene la lista de
ingredientes. Dice que todo son cosas ordinarias— Hizo un gesto a
Reyna para que continuara.
—Agregue el último aliento del dios que no habla, una vez que su
alma es liberada— leyó Reyna en voz alta, —junto con el vidrio
destrozado. Luego, la oración de invocación de la deidad sola
(véase el apéndice C) debe pronunciarse a través del arco iris. —
tomó un respiro. —Todavía no tenemos el texto real de esa oración,
pero Ella está confiada en poder transcribirla antes de que comience
la batalla, ahora que sabe qué buscar en el apéndice C.
Frank me dio una mirada esperando una reacción.
—¿El resto tiene algún sentido para ti?
Estaba tan aliviado que casi me caigo de mi taburete de tres patas.
—Me tenían exaltado. Pensé que... Bueno, me han llamado
muchas cosas, pero nunca el dios que no habla. Parece que debemos
encontrar al dios silencioso, de quien hemos hablado antes, y, er...

207
—¿Matarlo? — Reyna preguntó. — ¿Cómo matar a un dios podría
complacer a los dioses?
No tenía una respuesta para eso. Pero de nuevo, muchas profecías
parecían ilógicas hasta que se llevaban a cabo. Solo en retrospectiva
parecían obvias.
—Quizás si supiera de qué dios estamos hablando... —Golpeé mi
puño en mi rodilla. —Siento que debería saberlo, pero está enterrado
profundamente. Un recuerdo oscuro. Por casualidad ¿No habrán
revisado sus bibliotecas o realizado una búsqueda en Google o algo
así?
—Por supuesto que revisamos— dijo Frank. —No hay registro de
un dios del silencio romano o griego.
Romano o griego. Estaba seguro de que me faltaba algo, como
parte de mi cerebro, por ejemplo. Último suspiro. Su alma es
liberada. Definitivamente sonaban como instrucciones para un
sacrificio.
—Tengo que pensar en eso— decidí. —En cuanto al resto de las
instrucciones: el vidrio destrozado parece una solicitud extraña, pero
supongo que podemos encontrarlo con bastante facilidad.
—Podríamos romper el tarro de Jelly Beans— sugirió Meg.
Reyna y Frank educadamente la ignoraron.
— ¿Y eso de invocar una deidad sola? — preguntó Frank. —
¿Supongo que eso significa que no vamos a tener un ejército de
dioses bajando en sus carruajes?
—Probablemente no— estuve de acuerdo.
Pero mi pulso se aceleró. La posibilidad de poder hablar incluso
con un compañero Olímpico después de todo este tiempo, para

208
convocar ayuda divina real de calidad AA, jumbo, libre de
restricciones, de

209
origen local... Encontré la idea emocionante y aterradora. ¿Podría
elegir a qué dios llamar, o estaba predeterminado por la oración?
—Sin embargo, incluso un dios puede hacer toda la diferencia.
Meg se encogió de hombros.
—Depende del dios.
—Eso dolió— le dije.
— ¿Qué pasa con la última línea?— Preguntó Reyna. —La oración
debe ser pronunciada a través del arco iris.
—Un mensaje Iris— dije, feliz de poder responder al menos una
pregunta. —Es una cosa griega, una forma de suplicar a Iris, diosa
del arco iris, llevar un mensaje, en este caso, una oración al Monte
Olimpo. La fórmula es bastante simple.
—Pero... —Frank frunció el ceño. —Percy me habló de los
mensajes Iris. Ya no funcionan, ¿o sí? No desde que todas nuestras
comunicaciones quedaron en silencio.
Comunicaciones, pensé. Silencio. El dios sin sonido.
Sentí como si me hubiera caído en el fondo de una piscina muy fría.
—Oh. Soy tan estúpido.
Meg se rió, pero se resistió a los muchos comentarios sarcásticos
que sin duda estaban llenando su mente.
Yo, a su vez, resistí el impulso de empujarla del taburete.
—Este dios sin sonido, quienquiera que sea... ¿Y si él es la razón
por la cual nuestras comunicaciones no funcionan? ¿Qué pasa si el
Triunvirato de alguna manera ha estado aprovechando su poder para

209
evitar que todos hablemos entre nosotros y evitar que roguemos a
los dioses que nos ayuden?
Reyna se cruzó de brazos, bloqueando la palabra FUERTE en su
camiseta.
— ¿Estás diciendo que este dios silencioso está confabulado con
el Triunvirato? ¿Qué tenemos que matarlo para abrir nuestros
medios de comunicación? ¿Entonces podríamos enviar un mensaje
Iris, hacer el ritual y obtener ayuda divina? Todavía estoy atrapada
en el asunto de matar a un dios.
Consideré a la Sibila Eritrea, a quien habíamos rescatado de su
prisión en el Laberinto en Llamas.
— Quizás este dios no sea un participante dispuesto. Podría haber
quedado atrapado, o... no sé, coaccionado de alguna manera.
—¿Entonces lo liberamos al matarlo?— preguntó Frank. —Tengo
que estar de acuerdo con Reyna. Eso suena duro.
—Hay una forma de averiguarlo— dijo Meg. —Vamos a ese lugar
de Sutro. ¿Puedo alimentar a tus perros?
Sin esperar el permiso, agarró el tarro de jelly beans y lo abrió.
Aurum y Argentum, después de escuchar las palabras mágicas
alimentar y perros, no gruñeron ni destrozaron a Meg. Se
levantaron, se movieron a su lado y se sentaron a mirarla, sus ojos
brillando transmitían el mensaje Por favor, por favor, por favor.
Meg repartió un jelly bean a cada perro, luego se comió dos. Dos
para los perros, dos para ella. Meg había logrado un gran avance
diplomático.

210
—Meg está en lo correcto. Sutro es el lugar que el secuaz de
Lucio Tarquinio mencionó— recordé. —Presuntamente
encontraremos al dios silencioso allí.
—¿Monte Sutro? — preguntó Reyna. — ¿O la Torre Sutro?
Frank levantó una ceja.
— ¿No es el mismo lugar? Siempre llamo a esa área colina Sutro.
—En realidad, la colina más grande es el Monte Sutro—, dijo
Reyna. —La Antena gigante está en una colina diferente justo al
lado. Esa es la Torre Sutro. Solo sé esto porque a Aurum y
Argentum les gusta ir de senderismo por allí.
Los galgos volvieron la cabeza ante la palabra senderismo, luego
volvieron a estudiar la mano de Meg en el tarro de jelly beans. Traté
de imaginar a Reyna haciendo senderismo con sus perros solo por
diversión. Me preguntaba si Lavinia sabía que ese era su pasatiempo.
Tal vez Lavinia era una excursionista tan dedicada porque estaba
tratando de superar al pretor, de la misma forma en la que tenía su
lugar para pensar en un punto más alto que el de Reyna.
Entonces decidí que tratar de psicoanalizar a mi amiga de cabello
rosado, bailarina de tap y buena con la ballesta era probablemente
una tarea para perder.
—¿Está cerca ese lugar Sutro? —Meg estaba agotando lentamente
todos los jelly beans verdes, lo que le estaba dando a su pulgar un
color verde fuera de lo habitual.
—Está al otro lado de la bahía en San Francisco— dijo Reyna. —
La torre es masiva. Se puede ver desde todo el Área de la Bahía.
—Un lugar extraño para mantener a alguien— dijo Frank. —Pero
supongo que no es más extraño que debajo de un carrusel.

211
Traté de recordar si alguna vez había estado en la Torre Sutro, o en
cualquiera de los otros lugares etiquetados con Sutro en esa
vecindad. No se me ocurrió nada, pero las instrucciones de los
Libros Sibilinos me habían dejado profundamente inquieto. El
último aliento de un dios no era un ingrediente que la mayoría de los
templos romanos antiguos guardaban en sus despensas. Y liberar el
alma de un dios realmente no era algo que los romanos debían
intentar sin la supervisión de un adulto.
Si el dios silencioso era parte del esquema de control del
Triunvirato, ¿Por qué Lucio Tarquinio tendría acceso a él? ¿Qué
quiso decir Tarquinio con "duplicar el rebaño" para proteger la
ubicación del dios? Y lo que había dicho sobre la Sibila: espero que
la Sibila dure lo suficiente como para verte humillado. Eso puede
ser lo que finalmente la rompa. ¿Habría estado solo jugando con mi
mente? Si la Sibila de Cumas estaba realmente viva, y estaba como
prisionera de Tarquinio, yo estaba obligado a ayudarla.
¿Ayudarla?, la parte cínica de mi mente respondió, ¿cómo la
ayudaste antes?
—Dondequiera que esté el dios silencioso— dije, —estará
fuertemente protegido, especialmente ahora. Tarquinio debe saber
que intentaremos localizar el escondite.
—Y tenemos que hacerlo el 8 de abril— dijo Reyna. —El día de
gran necesidad.
Frank gruñó.
—Lo bueno es que no tenemos nada más programado para ese día.
Como ser invadido en dos frentes, por ejemplo.
—Dioses, Meg— dijo Reyna, —te vas a enfermar. Nunca sacaré
todo el azúcar de los equipos de Aurum y Argentum.

212
—Bien— Meg volvió a poner el tarro de jelly beans sobre la
mesa, pero no sin antes agarrar un último puñado para ella y sus
cómplices caninos. — ¿Entonces tenemos que esperar hasta pasado
mañana?
¿Qué haremos hasta entonces?
—Oh, tenemos mucho que hacer—prometió Frank. —Planificar.
Construir defensas. Juegos de guerra todo el día mañana. Tenemos
que hacer a la legión ejecutar todos los escenarios posibles.
Además…
Su voz vaciló, como si se hubiera dado cuenta de que estaba a
punto de decir algo en voz alta que era mejor dejar en su cabeza. Su
mano se dirigió hacia la bolsa donde sostenía su leña.
Me preguntaba si había tomado notas adicionales de Ella y Tyson,
tal vez más divagaciones de la arpía sobre puentes, incendios y algo,
algo, algo. Si es así, Frank aparentemente no lo quería compartir.
—Además— comenzó de nuevo, —ustedes deberían descansar
para la misión. Tendrán que irse a Sutro temprano en el cumpleaños
de Lester.
— ¿Podemos por favor no llamarlo así? — supliqué.
—Además, ¿quién es "ustedes"?—, preguntó Reyna. —Es posible
que necesitemos otro voto del Senado para decidir quién realiza la
misión.
—Nah— dijo Frank. —Quiero decir, podemos consultar con los
senadores, pero esta es claramente una extensión de la misión
original, ¿Correcto? Además, cuando estamos en guerra, tú y yo
tenemos pleno poder ejecutivo.
Reyna miró a su colega.
—Ya veo, Frank Zhang. Has estado estudiando el manual de los

213
pretores.

214
—Tal vez, un poco— Frank se aclaró la garganta. —De todos
modos, sabemos quién debe ir: Apolo, Meg y tú. La puerta del dios
silencioso tiene que ser abierta por la hija de Belona, ¿Verdad?
—Pero... — Reyna miró hacia atrás y adelante entre nosotros. —
No puedo irme el día de una gran batalla. El poder de Belona tiene
que ver con la fuerza en los números. Necesito liderar las tropas.
—Y lo harás—, prometió Frank. —Tan pronto como regreses de
San Francisco. Mientras tanto, retendré el fuerte. Yo puedo con esto.
Reyna dudó, pero detecté un brillo en sus ojos.
— ¿Estás seguro, Frank? Quiero decir, sí, por supuesto que
puedes hacerlo. Sé que puedes, pero...
—Estaré bien—. Frank sonrió como si lo dijera en serio. —Apolo
y Meg te necesitan en esta misión. Ve.
¿Por qué Reyna se veía tan emocionada? Cuán abrumador debió
haber sido su trabajo si, después de llevar la carga del liderazgo
durante tanto tiempo, estaba ansiosa por emprender una aventura a
través de la bahía para matar a un dios.
—Supongo— dijo con evidente renuencia fingida.
—Está decidido, entonces— Frank se volvió hacia Meg y hacia mí.
—Chicos, descansen. Mañana será un gran día. Necesitaremos su
ayuda con los juegos de guerra. Tengo un trabajo especial en mente
para cada uno de ustedes.

214
20

Bola de hámster de la muerte


Ahórrame tu ardiente muerte
No lo estoy sintiendo.

O
h, chico, un trabajo especial.
La anticipación me estaba matando. O tal vez era el
veneno en mis venas. Tan pronto como volví al ático de la
cafetería me estampe en mi catre.
Meg resoplo —Aún hay luz afuera. Dormiste todo el día.
—No convertirse en un zombie es un trabajo duro.
—¡Lo sé! — ella espeto. — ¡Lo siento!
La miré, sorprendido por su tono. Meg pateó una vieja copa de
latte de papel a través de la habitación. Se dejó caer hasta su catre y
fulminó el suelo con la mirada.
—¿Meg?
En su caja de flores, iris crecían con tanta velocidad que los
capullos crujían al abrirse como granos de maíz. Hace solo unos
minutos, Meg había estado insultándome felizmente y atiborrándose
de caramelos de goma. Ahora… ¿Estaba llorando?
—Meg — Me senté, tratando de no contraerme del dolor. —Meg,
tú no eres responsable porque yo este herido.

215
Ella giró el anillo en su mano derecha, después el que estaba en la
izquierda, como si se hubieran vuelto muy pequeños para sus dedos.
—Yo solo pensé… Que si podía matarlo…— Se limpió la nariz —
Como en algunas historias. Matas al maestro, y puedes liberar a las
personas que el convirtió.
Me tomó un momento para encajar sus palabras. Estaba muy
seguro que la dinámica que estaba describiendo aplicaba a vampiros,
no a zombies, pero entendía lo que ella quería decir.
—Estás hablando acerca de Tarquinio — Dije —Saltaste a la sala
del trono porque… ¿Querías salvarme?
—Duh— Murmuro sin ninguna pasión.
Puse mi mano sobre mi abdomen vendado. Había estado tan
enojado con Meg por su imprudencia en la tumba. Había asumido
que solo estaba siendo impulsiva, reaccionando al plan de Tarquinio
de dejar el área de la Bahía quemarse. Pero Meg había cargado a la
batalla por mí, con la esperanza de que ella podría matar Tarquinio y
borrar mi maldición. Eso fue incluso antes de que me diera cuenta
que tan mala era mi situación. Meg debió haber estado más
preocupada, o más intuitiva, de lo que ella demostraba.
Lo cual sin duda le quitaba toda la diversión a criticarla.
—Oh, Meg— Sacudí mi cabeza. —Eso fue loco, un truco sin
sentido, y te amo por esto. Pero no seas tan dura contigo misma. La
medicina de Pranjal me compró algo de tiempo extra. Y tú lo hiciste
también, por supuesto, con tus habilidades de rayado de queso y tu
hierba gallinera mágica. Has hecho todo lo que puedes. Cuando
convoquemos ayuda divina, puedo pedir una curación completa.
Estoy seguro que estaré tan bien como nuevo. O al menos, tan bien
como puede estar Lester.

216
Meg inclino su cabeza, haciendo que sus torcidas gafas se vieran
horizontales. —¿Como puedes saberlo? ¿Este dios nos dará tres
deseos o algo?
Pensé en eso. Cuando mis seguidores llamaban, ¿Había siempre
aparecido y concedido tres deseos? LOL, nope. Talvez un deseo, si
ese deseo era algo que quería que pasara igual. Y si este ritual solo
me permitía llamar a un dios, ¿Quién sería? ¿Asumiendo que yo
pudiera siquiera elegir? Talvez mi hijo Asclepio sería capaz de
curarme, pero él no podría pelear muy bien contra las fuerzas de los
emperadores romanos y las hordas de no muertos. Marte podría
concedernos éxito en la batalla, pero él miraría a mi herida y diría
algo como —Si, dura herida ¡Muere valientemente!
Aquí estaba yo con líneas purpura de infección serpenteando
alrededor de mis brazos, diciéndole a Meg que no se preocupara.
—No lo sé, Meg, — Confesé. —Estás en lo correcto. No puedo
estar seguro de que todo estará bien. Pero te puedo prometer que no
me rendiré. Hemos llegado tan lejos. No voy a dejar que un rasguño
en la barriga nos evite detener al Triunvirato.
Meg tenía muchos mocos goteando de su nariz, ella habría hecho
que Buster el unicornio estuviera orgulloso. Ella sollozó, limpiando
su labio superior con su nudillo. —No quiero perder a nadie más.
Mis engranajes mentales no estaban girando a máxima velocidad.
Tuve problemas ajustando mi mente el hecho de que por “Alguien
más”, Meg se refería a mí.
Recordé una de sus primeras memorias, la cual había presenciado
en mis sueños: había sido forzada a contemplar el cuerpo sin vida de
su padre en los escalones de la Gran Estación Central mientras
Nerón, su asesino, la abrazaba y le prometía cuidar de ella.

217
Recuerdo como me había traicionado por Nerón en la arboleada de
Dodona por miedo a la Bestia, el lado oscuro de Nerón, y cuan
horrible se había sentido después, cuando nos reunimos en
Indianápolis. Entonces había tomado toda su rabia, culpa y
frustración y la proyectó hacía Calígula (El cual, para ser honesto,
era un muy buen lugar para ponerla). Meg, siendo incapaz de
arremeter contra Nerón, había querido matar a Calígula. Cuando
Jason murió en su lugar, ella estaba devastada.
Ahora, junto a todas las memorias que el ambiente Romano del
Campamento Júpiter pudieron haber desatado en ella, estaba
enfrentada con la perspectiva de perderme. En un momento de
shock, como un unicornio apuñalándome justo en la cara, me di
cuenta que a pesar de todo el dolor que Meg me daba, y la forma en
que ella me ordenaba, ella se preocupaba por mí. Por los últimos tres
meses, yo había sido su único amigo constante, así como ella había
sido la mía.
La única otra persona quien podría ser cercana era Melocotones, el
seguidor frutal espiritual de Meg, y no lo habíamos visto desde
Indianápolis. Al comienzo, había asumido que Melocotones solo
estaba siendo temperamental acerca de cuándo decidía aparecer,
como la mayoría de criaturas sobrenaturales. Pero si él había tratado
de seguirnos a Palm Springs, cuando los cactus sufrían para
sobrevivir… No hubiera esperado que un árbol de melocotones
sobreviviera ahí, mucho menos en el laberinto en llamas.
Meg no había mencionado a Melocotones ni una vez desde que
estuvimos en el Laberinto. Ahora me di cuenta que su ausencia debía
pesar en ella, junto con todas sus otras preocupaciones
Que horriblemente insuficiente amigo había sido.
—Ven aquí. —Abrí mis brazos —¿Por favor?

218
Meg dudo. Todavía sollozando, ella se levantó de su catre y ando
con pena hacia mí. Ella cayó en mi abrazo como si fuera un cómodo
colchón. Gruñí, sorprendido por cuan salida y pesada ella era. Meg
olía a cascaras de manzana y lodo, pero no me molesto. Ni siquiera
me molestaron los mocos y las lágrimas que limpió en mi hombro.
Siempre me había preguntado cómo sería si tuviera una hermana
más joven. A veces trataba a Artemisa como mi hermana bebé, ya
que había nacido unos pocos minutos antes, pero eso había sido más
que todo para molestarla. Yo tenía alguien que dependía de mí,
quien me necesitaba a su alrededor sin importar cuanto nos
irritáramos entre nosotros. Pensé acerca de Hazel y Frank y la
limpieza de maldiciones. Supongo que esa clase de amor podría
venir de muchos diferentes tipos de relaciones.
—Okay —Meg se alejó de mí, limpiando sus mejillas furiosamente.
—Suficiente de eso. Tú duerme. Yo- Yo voy a conseguir la cena o lo
que sea.
Por un largo tiempo después de que ella se hubiera ido, yací en mi
catre mirando el techo.
La música flotaba desde el café: el calmante sonido del piano de
Horace Silver puntuado por el silbido de la máquina de expreso,
acompañando de Bombilo cantando en una armonía a dos cabezas.
Después de gastar unos cuantos días con esos sonidos, los encontré
relajantes, incluso hogareños. Caí dormido, esperando a tener
cálidos, divertidos sueños acerca de Meg y yo saltando a través de
un campo de girasoles con nuestro elefante, unicornio, y sabuesos
metálicos amigos.
En su lugar, me encontré de vuelta con los emperadores.

219
En mi lista de lugares en los que menos quiero estar, el de
Calígula estaba en la cima junto a la tumba de Tarquinio, el eterno
abismo del caos, y la fábrica de queso Limburger en Liege, Bélgica,
donde los calcetines sudados de gimnasia iban a sentirse mejor
acerca de ellos.
Cómodo estaba en una silla de cubierta, un bronceador de
aluminio alrededor de su cuello reflejaba el sol de la tarde
directamente sobre su cara. Gafas de sol cubrían sus cicatrizados
ojos. Solo usaba un bañador rosa y unas crocs rosas. No note en lo
absoluto la manera en la que el aceite bronceador brillaba en su
bronceado cuerpo musculoso.
Calígula estaba de pie cerca en su uniforme de capitán: capa
blanca, pantalones oscuros y camisa a rayas, todo bien arreglado. Su
cruel rostro lucia casi angelical mientras se maravillaba con la
construcción que ahora ocupaba toda la cubierta de popa. El mortero
de artillera era del tamaño de una piscina de nado por encima del
suelo, con un grosor de dos pies de hierro oscuro y un diámetro lo
suficientemente grande como para manejar un carro a través de él.
En el cañón estaba clavado una masiva esfera verde que brillaba
como una rueda de hámster gigante radioactiva.
Los Pandai se apresuraban alrededor de la cubierta, con sus grades
orejas caídas, sus manos peludas moviéndose a una velocidad
sobrenatural mientras ellos conectaban cables y engrasaban
engranajes de la base del arma. Algunos de los pandai eran lo
suficientemente jóvenes para tener solo pelo blanco, lo cual lastimo
mi corazón, recordándome a mi corta amistad con Crest, el joven
aspirante a músico quien había perdido su vida en el laberinto en
llamas.
— ¡Es maravilloso! — Calígula exclamo, rodeando el mortero. —

220
¿Esta listo para la prueba de fuego?

221
—Sí, lord. —Dijo el pandos Boost. —Por supuesto, cada esfera de
fuego griego es muy, muy costosa, así que…
— ¡HAZLO! —Grito Calígula.
Boost aulló y corrió hacia el panel de control.
Fuego griego. Odiaba esa cosa, y yo era un dios del sol quien
montaba un carro de fuego. Viscoso, verde, e imposible de extinguir,
el fuego griego era solo jugar sucio. Una taza podría quemar un
edificio completo, y la sola esfera contenía más del que había visto
nunca en un solo lugar.
—Oh, ¿Cómodo? —Calígula llamó—Tal vez querrías poner
atención a esto.
—Estoy totalmente atento— Dijo Cómodo, girando su cara para
recibir mejor el sol. Calígula suspiro. —Boost, puedes proceder.
Boost dio instrucciones en su propio lenguaje. Sus compañeros
pandai giraron las manivelas y ajustaron los diales, lentamente
orientando el mortero hasta que este apuntaba al océano. Boost
reviso dos veces sus lecturas en el panel de control, entonces gritó.
— ¡Unus duo, tres!
Con un poderoso boom, el mortero disparo. El barco entero se
estremeció por el retroceso. La bola voló hacia arriba hasta que era
una canica verde en el cielo, entonces se desplomó hacia el horizonte
occidental. El cielo se pintó de esmeralda. Un momento después,
vientos calientes golpearon la nave con el olor de sal quemada y
pescado cocinado. En la distancia, un geiser de fuego verde apareció
sobre el agitado océano.
—Oh, bonito. — Calígula le sonrió a Boost. — ¿Y tienes un misil
por cada nave?

221
—Si, lord. Como se instruyó.
—¿El rango?
—Una vez que alcancemos la Isla Tesoro, seremos capaces de
hacer que todas las armas disparen sobre el Campamento Júpiter, mi
lord. Ninguna defensa mágica puede detener una descarga tan
masiva.
¡Aniquilación total!
—Bien, —Dijo Calígula—Esa es mi clase de aniquilación favorita.
—Pero recuerda, — Llamó Cómodo desde su silla en cubierta, ni
siquiera habían girado a mirar la explosión —primero probaremos
un asalto terrestre. ¡Talvez ellos serán sabios y se rendirán!
Queremos Nueva Roma intacta y la arpía y el ciclope tomados con
vida, si es posible
—Si, si — Dijo Calígula—Si es posible.
El lucia como si saboreaba esas palabras como una hermosa
mentira. Sus ojos brillaban con el atardecer verde artificial. —De
cualquier forma, esto será divertido.
Me desperté solo, el sol cocinando mi rostro. Por un segundo
pensé que podría estar en una silla de cubierta junto a Cómodo, un
espejo de bronceado alrededor de mi cuello. Pero no. Los días en los
que Cómodo y yo salíamos juntos se habían ido hacia mucho.
Me senté, mareado, desorientado, y deshidratado. ¿Porque todavía
había luz afuera?
Entonces me di cuenta, a juzgar por el ángulo del sol que entraba
en la habitación, debía ser alrededor del medio día. De nuevo, había
dormido toda la noche y la mitad de un día. Aun así me sentía
exhausto.

222
Presione suavemente a mi intestino vendado. Estaba horrorizado
al encontrar la herida sensible de nuevo. Las líneas purpura de
infección se habían oscurecido. Esto solo podía significar una cosa:
era hora de una camisa con mangas largas. Sin importar que pasara
en las próximas veinticuatro horas, no añadiría más a las
preocupaciones de Meg. Lo soportaría hasta el momento en que me
desplomara.
Wow. ¿Este era yo ahora?
Para el momento en que me cambie las ropas y cojeé fuera de la
cafetería de Bombilo, la mayoría de la legión se había reunido en el
comedor para el almuerzo. Como era usual, el comedor bullía con
actividad. Semidioses, agrupados por cohortes, reclinados en sofás
alrededor de bajas mesas mientras Auras se movían rápidamente por
encima con platos de comida y jarras para beber. Colgando de las
vigas de cedro, banderines de los juegos de guerra y estandartes de
las cohortes ondulaban con la briza constante. Cuando ellos
acababan de comer, los comensales se levantaban cuidadosamente y
se alejaban encorvados, para no ser decapitados por un plato volador
de cortes fríos. Excepto los Lares, por supuesto. A ellos no les
importaba que clase de delicias flotaban a través de sus cabezas de
ectoplasma.
Localice a Frank en la mesa de los oficiales, sumergido en una
conversación con Hazel y el resto de los centuriones. Reyna no
estaba en ninguna parte a la vista –Talvez estaba tomando una siesta
o preparándose para los juegos de guerra de la tarde. Dado a lo que
estaríamos enfrentando mañana, Frank lucia remarcablemente
relajado. Mientras el charlaba con los otros oficiales, incluso esbozó
una sonrisa, lo cual pareció relajar a los otros.
Que tan simple habría sido destruir su frágil confianza, pensé, solo

223
describiendo la flotilla de yates con la artillería que había visto en
mis sueños. No aún, decidí. No tenía sentido arruinarles la cena.

224
—Hey, Lester! —Lavinia grito desde el otro lado de la habitación,
invitándome a venir como si yo fuera su mesero.
Me uní a ella y a Meg en la mesa de la quinta cohorte. Una Aura
depositó una copa de agua en mis manos, entonces dejó una jarra
entera en la mesa. Aparentemente mi deshidratación era así de obvia.
Lavinia se inclinó hacia delante, sus cejas arqueadas como un
arcoíris rosa y castaño. —¿Asi, que es cierto?
Le fruncí el ceño a Meg, preguntándome cuál de las muchas
historias embarazosas acerca de mi podría haber compartido. Ella
estaba muy ocupada acabando con una fila de hot dogs para
ponerme atención.
—¿Qué es verdad? — Pregunté.
—Los zapatos.
—¿Zapatos?
Lavinia levanto sus manos en el aire. —¡Los zapatos de baile de
Terpsícore! Meg nos estaba contando que paso en los yates de
Calígula, ¡Ella dijo que tú y esa chica Piper vieron un par de zapatos
de Terpsícore!
—Oh—Me había olvidado completamente acerca de esos, o del
hecho de que le dije a Meg acerca de ellos. Extraño, pero los otros
eventos a bordo de las naves de Calígula –siendo capturado, ver a
Jason ser asesinado frente a nuestros ojos, apenas escapando vivos–
habían eclipsado mis memorias de la colección de zapatos del
emperador.
—Meg— Dije, — ¿De todas las cosas que pudiste haber elegido
para contarles, les cuentas acerca de eso?

224
—No fue mi idea—De alguna forma Meg se las arregló para
enunciar eso con medio hot dog en su boca. —A Lavinia le gustan
los zapatos.
—Bueno, ¿Sobre qué pensaste que iba a preguntar? —Lavinia
preguntó. —Me dijiste que el emperador tenía un barco entero
cargado de zapatos, por supuesto me voy a preguntar si vieron algún
par de zapatos de baile. ¿Así que es cierto, entonces, Lester?
—Quiero decir… Si. Vimos un par de…
—Wow. —Lavinia se sentó, cruzo sus brazos, y me fulminó con
la mirada. —Solo wow. ¿Esperaste hasta ahora para decirme esto?
¿Sabes que tan raros son esos zapatos? Cuan importantes… — Ella
lucia como si se fuera a ahogar en su propia imaginación. —Wow…
Alrededor de la mesa, los camaradas de Lavinia mostraron una
mezcla de reacciones. Algunos rodaron los ojos, algunos sonrieron,
algunos siguieron comiendo como si nada que Lavinia hiciera
pudiera sorprenderlos más.
Un chico más viejo con enmarañado cabello café se atrevió a
defenderme. —Lavinia, Apolo ha tenido algunas otras cosas sobre
qué preocuparse.
— ¡Oh, mis dioses, Thomas! —Lavinia disparo de vuelta. —
¡Naturalmente, tu no entenderías! ¡Tú nunca te quitas esas botas!
Thomas frunció el ceño hacia sus botas de combate estándar—
¿Qué? Tienen buen soporte para la arquería.
—Siiii. —Lavinia se giró hacia Meg. —Tenemos que averiguar
una forma de abordar esa nave y rescatar esos zapatos.
—Nah. —Meg lamio un pegote de condimento de su pulgar. —
Demasiado peligroso.

225
—Pero…
—Lavinia, — La interrumpí —No puedes.
Ella debió haber oído el miedo y la urgencia en mi voz. En los
últimos días, había desarrollado un extraño cariño por Lavinia. No
quería verla cargar a una masacre, especialmente después de mi
sueño acerca de esos morteros preparados con fuego griego.
Ella movió su pendiente de estrella de David adelante y atrás en su
cadena. — ¿Has obtenido nueva información? Plato.
Antes de que pudiera responder, un plato de comida voló a mis
manos. Las Auras habían decidido que yo necesitaba palitos de pollo
y patatas fritas. Muchos de ellos. Eso o ellas habían escuchado la
palabra plato y la habían tomado como una orden.
Un momento después, Hazel y el otro centurión de la Quinta
Cohorte se unieron a nosotros –un hombre joven de cabello oscuro
con extrañas manchas rojas alrededor de su boca. Ah, sí. Dakota hijo
de Baco.
—¿Qué está pasando? — Preguntó Dakota
—Lester tiene noticias. —Lavinia me miro expectante, como si yo
pudiera estar reteniendo la ubicación del tutu mágico de Terpsícore
(el cual, para el registro, no he visto en siglos).
Tome una profunda respiración. No estaba seguro de si este era el
foro correcto para compartir mi sueño. Debería probablemente
reportarlo a los pretores primero. Pero Hazel asintió hacia mí como
diciendo: Adelante. Decidí que eso era lo suficientemente bueno.
Describí lo que había visto –una línea de IKEA de morteros
pesados, totalmente armados, disparando una bola de hámster
gigante de fuego verde de la muerte que voló hacia el Océano
Pacifico.

226
Explique que, aparentemente, los emperadores tenían cincuenta de
esos morteros, uno en cada nave, los cuales estaban listos para
aniquilar el Campamento Júpiter tan pronto como tomaran posición
en la bahía.
El rostro de Dakota se volvió tan rojo como su boca. —Yo
necesito más Kool-Aid.
El hecho de que ninguna copa volara a su mano me dijo que las
Auras no estaban de acuerdo.
Lavinia lucia como si hubiera sido abofeteada con una de las
zapatillas de ballet de su madre. Meg continúo comiendo hot dogs
como si fueran los últimos que alguna vez comería.
Hazel se mordió el labio inferior en concentración, talvez tratando
de extraer alguna buena noticia de lo que había dicho. Lucia como si
esto fuera más difícil para ella que extraer diamantes desde el suelo.
—Okay, miren, chicos, sabiamos que los emperadores estaban
reuniendo armas secretas. Al menos ahora sabemos que armas son
esas. Llevare esta información a los pretores, pero esto no cambia
nada. Todos ustedes hicieron un gran trabajo en los ejercicios de la
mañana— Hazel dudo, entonces generosamente decidió no añadir
“Excepto por Apolo, quien durmió todo el tiempo” —Y esta tarde,
uno de nuestros juegos de guerra será acerca de abordar naves
enemigas. Nos podemos preparar.
Por las expresiones alrededor de la mesa, supuse que la Quinta
Cohorte no se había tranquilizado. Los romanos nunca han sido
conocidos por sus proezas marítimas. La última vez que revise, la
“marina” del Campamento Júpiter consistía en algunos viejos
trirremes que solo usaban para simular batallas navales en el
Coliseo, y un bote de remos que mantenían atracado en Alameda.
Practicar

227
como abordar naves enemigos seria menos acerca de practicar un
plan de batalla viable y más acerca de mantener a los legionarios
ocupados así no pensarían acerca de su inminente muerte.
Thomas froto su nuca. —Odio mi vida.
—No pierdan la cabeza, legionarios, — dijo Hazel. — Para esto es
que firmamos. Defender el legado de Roma.
—De sus propios emperadores — Dijo Thomas miserablemente.
—Lamento decírtelo, —Introduje, —pero las mayores amenazas
al imperio solían ser sus propios emperadores.
Nadie argumento nada en contra.
En la mesa de los oficiales, Frank Zhang se puso de pie. Alrededor
de toda la mesa, jarras y platos voladores se congelaron en medio
del aire, esperando respetuosamente.
—¡Legionarios!—Anunció Frank, manteniendo una sonrisa
confiada. —Las actividades de relevo recomenzarán en los Campos
de Marte en veinte minutos. Prepárense como si su vida dependa de
ello, ¡Porque lo hace!

228
21

¿Ven eso justo ahí, niños?


Así es como no deben hacerlo.
¿Preguntas? La clase acabó.

–¿C
ómo está la herida? —preguntó Hazel.
Sabía que sus intenciones eran buenas, pero me
estaba cansando mucho de esa pregunta, y
estaba aún más cansado de la herida en sí.
Caminamos uno al lado del otro por las puertas principales, en
dirección al Campo de Marte. Justo delante de nosotros, Meg
apareció dando una voltereta lateral, aunque no tenía idea de cómo
lo había logrado sin haber regurgitado los cuatro hot dogs que se
había comido.
—Oh, ya sabes —dije, en un terrible intento por sonar optimista—
, considerándolo todo, estoy bien.
Mi antiguo yo inmortal se habría reído de eso. ¿Bien? ¿Estás
bromeando?
Mis expectativas se habían reducido drásticamente en los últimos
meses. A este punto, bien significaba aún capaz de poder caminar y
respirar.
—Debí haberme dado cuenta antes —dijo Hazel— Tu aura de
muerte se está haciendo cada vez más fuerte...
— ¿Podemos no hablar sobre mi aura de muerte?

229
—Lo siento, es solo que... desearía que Nico estuviera aquí. Él
podría saber cómo arreglarte.
No me hubiera importado ver al medio hermano de Hazel. Nico di
Angelo, el hijo de Hades, había sido muy valioso en nuestra lucha
contra Nerón en el Campamento Mestizo. Y por supuesto, su novio,
mi hijo Will Solace, era un excelente sanador. Sin embargo,
sospechaba que no podrían ayudarme más de lo que lo había hecho
Pranjal. Si Will y Nico estuvieran aquí, serían otras dos personas
más por las cuales debía preocuparme: dos seres queridos más
mirándome con preocupación, preguntándose cuánto tiempo faltaba
para convertirme totalmente en zombi.
—Aprecio el sentimiento —le dije—, pero... ¿Qué está haciendo
Lavinia?
A unos cien metros de distancia, Lavinia y Don el fauno estaba de
pie sobre el puente que atravesaba el Pequeño Tíber (que estaba muy
lejos del camino al Campo de Marte) y por lo que parecía estaban
teniendo una discusión seria. Tal vez no debí haberle señalado
aquello a Hazel. Por otra parte, si el propósito de Lavinia era pasar
desapercibida, debió haber elegido un color de cabello diferente
(como camuflaje, por ejemplo) y no agitar tanto sus brazos.
—No lo sé. —La expresión de Hazel me recordó a la de una
madre cansada que había encontrado a su pequeño hijo tratando de
subir a la exhibición de monos por doceava vez—¡Lavinia!
Lavinia miró por encima del hombro. Dio unas palmaditas en el
aire como diciendo: Sólo dame un minuto, luego volvió a discutir
con Don.
— ¿Soy muy joven para tener úlceras? —se preguntó Hazel en
voz alta.

230
Tenía pocas razones para divertirme, dado todo lo que estaba
sucediendo, pero ese comentario me hizo reír.
A medida que nos acercábamos al Campo de Marte, vi legionarios
divididos por cohortes, moviéndose a diferentes actividades
esparcidas por el páramo. Un grupo estaba cavando trincheras
defensivas. Otro se había reunido en la orilla de un lago artificial que
no había estado allí el día anterior, esperando abordar dos barcos
improvisados que no se parecían en nada a los yates de Calígula. Un
tercer grupo descendió por una colina de tierra con sus escudos
como trineos.
Hazel suspiró.
—Ese debe ser mi grupo de delincuentes. Si me disculpas, voy a
enseñarles cómo matar guls.
Se alejó trotando, dejándome sólo con mi compañera experta en
volteretas.
—Entonces, ¿a dónde vamos? —le pregunté a Meg— Frank dijo
que teníamos, uh, ¿trabajos especiales?
—Sip. —Meg señaló el extremo más alejado del campo, donde la
Quinta Cohorte estaba esperando en la línea de disparo. —Enseñarás
tiro con arco.
La miré fijamente.
— ¿Que voy a hacer qué?
—Frank le enseñó a la clase de la mañana, ya que tú dormiste una
eternidad. Ahora es tu turno.
—Pero… ¡No puedo enseñar siendo Lester, especialmente en mi
condición! Además, en el combate los romanos nunca confían en la
arquería ¡Para ellos las armas de proyectil son indignas!

231
—Tienes que pensar de formas nuevas si quieres vencer a los
emperadores. —dijo Meg— Como yo. Les estoy poniendo
armamento a los unicornios.
—Estás... Espera, ¿qué?
—Luego. —Meg se fue dando saltitos por el campo hasta un gran
círculo de equitación, donde la Primera Cohorte y una manada de
unicornios se miraban sospechosamente el uno al otro. No podía
imaginar cómo es que Meg planeaba armar a unas criaturas
pacíficas, o quién le había dado permiso para intentarlo, pero tuve
una repentina imagen horrenda de romanos y unicornios asaltándose
entre ellos con ralladores de queso enormes. Decidí ocuparme de
mis propios asuntos.
Con un suspiro, me volví hacia el campo de disparo y fui a
conocer a mis nuevos alumnos.

La única cosa más aterradora que ser malo en el tiro con arco fue
descubrir que, de pronto, otra vez era bueno en ello. Puede que no
parezca un problema, pero desde que me convertí en mortal,
experimenté algunas explosiones aleatorias de habilidad divina.
Cada vez, mis poderes se evaporaban de nuevo con rapidez,
dejándome más amargado y desilusionado que nunca.
Claro, puede que haya tenido un montón de disparos increíbles en
la tumba de Tarquino pero eso no significaba que pudiera hacerlo de
nuevo. Si intentaba enseñar técnicas de disparo adecuadas frente a
una cohorte entera y terminaba golpeando a uno de los unicornios de
Meg en el trasero, moriría de vergüenza mucho antes de que el
veneno de zombi acabara conmigo.
—Okay, todo el mundo —dije—Supongo que podemos comenzar.

232
Dakota estaba hurgando en su carcaj mojado, tratando de
encontrar una flecha que no estuviera deformada. Aparentemente,
pensó que era una gran idea almacenar sus suministros de arquería
en el sauna. Thomas y otro legionario (¿Marcus?) estaban peleando
con sus arcos, usándolos como si fueran espadas. El abanderado de
la legión, Jacob, estaba sujetando su arco con la parte trasera de la
flecha directamente a la altura de los ojos, lo que explicaba el
motivo por el que su ojo izquierdo estaba cubierto por un parche
gracias a las lecciones de la mañana. Ahora parecía ansioso de
dejarse completamente ciego.
— ¡Vamos, muchachos! —dijo Lavinia. Había llegado tarde sin
ser notada (uno de sus superpoderes) y se encargó de ayudarme a
poner orden en las tropas—¡Apolo podría saber cosas!
Así fue como supe que había tocado fondo: el mayor elogio que
podía recibir de un mortal era que yo «podría saber cosas».
Me aclaré la garganta. Me había enfrentado a audiencias mucho
más grandes. ¿Por qué estaba tan nervioso? Oh, cierto. Porque era un
adolescente de dieciséis años terriblemente incompetente.
—Así que... hablemos de cómo apuntar. —Mi voz se quebró,
naturalmente— Postura extendida. Respiración honda. Luego
encuentren el objetivo con su ojo dominante. O, en el caso de Jacob,
con su único ojo en funcionamiento. Apunten por el visor, si tienen
uno.
—Yo no tengo un visor —dijo Marcus.
—Es esa cosita circular justo allí —Lavinia se lo mostró.
—Yo si tengo un visor —se corrigió Marcus.
—Luego la dejan volar —dije—Así.

233
Disparé al objetivo más cercano, luego al siguiente que se
encontraba un poco más lejos, y luego al siguiente, disparando una y
otra vez en una especie de trance.
Sólo después de mi vigésimo disparo me di cuenta de que había
clavado todas las flechas en el blanco, dos en cada objetivo, el más
lejano estaba a unos doscientos metros de distancia. Era un juego de
niños para Apolo. Para Lester, era algo bastante imposible.
Los legionarios me miraron con la boca abierta.
— ¿Se supone que debemos hacer eso? —demandó Dakota.
Lavinia me golpeó el antebrazo. — ¿Lo ven, chicos? ¡Les dije que
Apolo no apestaba tanto!
Tenía que estar de acuerdo con ella. Extrañamente no me sentía un
perdedor.
La exhibición de puntería no había agotado mi energía. Tampoco
se sintió como las explosiones temporales de poder divino que había
experimentado antes. Tuve la tentación de pedir otro carcaj para ver
si podía seguir disparando al mismo nivel de habilidad, pero tenía
miedo de presionar mi suerte.
—Entonces… —vacilé— Yo, uh, no espero que sean tan buenos
de inmediato. Sólo estaba demostrando lo que es posible hacer con
mucha práctica. Vamos a intentarlo, ¿de acuerdo?
Me sentí aliviado de apartar la atención de mí. Organicé la cohorte
en la línea de disparo y me paseé por las filas ofreciendo consejos. A
pesar de sus flechas deformadas, Dakota no era terrible. De hecho,
dio en el blanco unas cuantas veces. Jacob logró no cegarse el otro
ojo. La mayoría de las flechas de Thomas y Marcus pasaron rozando
hasta el otro lado del campo, rebotando en las rocas y cayendo
dentro de las

234
trincheras, lo que provocó gritos de «¡Oye, cuidado!» desde las
excavaciones de la Cuarta Cohorte.
Después de una hora de frustración con un arco regular, Lavinia se
rindió y sacó su manubalista. Su primer disparo derribó el objetivo
de cuarenta y cinco metros.
—¿Por qué insistes en usar esa monstruosidad de carga lenta? —le
pregunté— Si eres tan TDAH, ¿un arco regular no te daría más
satisfacción instantánea?
Lavinia se encogió de hombros.
—Tal vez, pero la manubalista tiene presencia. Hablando de eso
— se inclinó hacia mí, su expresión se volvió seria—, necesito
hablar contigo.
—Eso no suena bien.
—No, no lo hace. Yo...
Un cuerno sonó a la distancia.
— ¡Está bien, chicos! —Llamó Dakota—¡Es hora de rotar
actividades! ¡Buen esfuerzo de equipo!
Lavinia me golpeó en el brazo otra vez.
—Más tarde, Lester.
La Quinta Cohorte dejó caer sus armas y corrió hacia la siguiente
actividad, dejándome solo para recuperar todas sus flechas. Cretinos.
Me quedé el resto de la tarde en el campo de tiro, trabajando por
turnos con cada cohorte. A medida que pasaban las horas, tanto el
tiro con arco como la enseñanza se volvieron menos intimidantes
para mí. Cuando terminé el trabajo con mi último grupo, la Primera
Cohorte,

235
estaba convencido de que mi destreza reformada con la arquería
estaba aquí para quedarse.
No sabía por qué. Todavía no podía disparar a mi antiguo nivel
divino, pero ahora definitivamente era mejor que el arquero semidiós
promedio o el medallista de oro olímpico. Había comenzado a
alardear. Pensé en sacar la Flecha de Dodona para jactarme: ¿Ves lo
que puedo hacer? Pero no quería auto-maldecirme. Además, saber
que me estaba muriendo gracias al veneno de zombi en la víspera de
una gran batalla me quitaba la emoción de poder disparar de nuevo
al blanco.
Los romanos estaban debidamente impresionados. Algunos de
ellos incluso aprendieron un poco, como disparar una flecha sin
cegarse o matar a la persona de al lado. Aun así, me di cuenta de que
estaban más entusiasmados con las otras actividades que habían
realizado. Escuché muchos susurros sobre los unicornios y las
técnicas súper secretas de Hazel para combatir a los guls. Larry de la
Tercera Cohorte había disfrutado tanto de las embarcaciones que
declaró que quería ser un pirata cuando creciera. Sospechaba que la
mayoría de los legionarios habían disfrutado cavar zanjas incluso
más que mi clase.
Era tarde en la noche cuando el cuerno sonó por última vez y las
cohortes regresaron al campamento. Estaba hambriento y exhausto.
Me preguntaba si así era como se sentían los maestros mortales
después de un día completo de clases. Si era así, no sabía cómo lo
soportaban. Esperaba que fueran ricamente recompensados con oro,
diamantes y especias raras.
Al menos las cohortes parecían estar muy optimistas. Si el
objetivo de los pretores había sido apartar los temores de las mentes
de las tropas y levantar la moral en la víspera de la batalla, entonces

236
nuestra

237
tarde había sido un éxito. Si el objetivo había sido entrenar a la
legión para repeler con éxito a nuestros enemigos... entonces no
tenía muchas esperanzas. Además, durante todo el día, todos
evitaron abordar cuidadosamente lo peor del ataque de mañana: los
romanos tendrían que enfrentarse a sus antiguos camaradas, quienes
ahora eran zombis bajo el control de Tarquino. Recordé lo difícil
que había sido para Lavinia derribar a Bobby con su ballesta en la
tumba. Me preguntaba cómo se mantendría la moral de la legión una
vez que enfrentaran el mismo dilema ético multiplicado por
cincuenta o sesenta.
Estaba girando hacia la Via Principalis, camino al comedor,
cuando escuché una voz:
—Pssst.
Acechándome en el callejón entre la cafetería de Bombilo y el
taller de reparación de los carros de guerra estaban Lavinia y Don.
El fauno llevaba una gabardina de Honesto-A-Los-Dioses sobre su
camiseta teñida, como si eso lo hiciera lucir menos llamativo.
Lavinia llevaba una gorra negra sobre su cabello rosado.
— ¡Ven acá! —siseó ella.
—Pero la cena...
—Te necesitamos.
— ¿Es esto un asalto?
Ella se acercó, me agarró del brazo y me arrastró hacia las sombras.
—No te preocupes, amigo —me dijo Don—. ¡No es un asalto!
Pero si tienes, por ejemplo, algunas monedas que te sobren...
—Cállate, Don —dijo Lavinia.

237
—Me callaré —estuvo de acuerdo Don.
—Lester —dijo Lavinia—, tienes que venir con nosotros.
—Lavinia, estoy cansado. Tengo hambre. Y no tengo monedas de
sobra. ¿No podría esperar, por favor...?
—No. Porque mañana todos podríamos morir, y esto es importante.
Nos fugaremos a escondidas.
— ¿Fugarnos a escondidas?
—Sí —dijo Don— Es cuando te fugas. A escondidas.
— ¿Por qué? —exigí.
—Ya lo verás. —El tono de Lavinia no predecía nada bueno,
como si ella no pudiera explicar cómo se veía mi ataúd. Tenía que
admirar con mis propios ojos.
— ¿Qué pasa si nos atrapan?
— ¡Oh! —Don se animó— ¡Conozco esa respuesta! Si es tu
primera infracción a la ley, tienes que trabajar en las letrinas durante
un mes. Pero, mira, si todos morimos mañana, ¡Ya no importará!
Con esa feliz noticia, Lavinia y Don me agarraron de las manos y
me arrastraron más lejos hacia la oscuridad.

238
22

Canto de plantas muertas


Y heroicos arbustos
Cosas inspiradoras

E
scabullirse de un campamento militar romano no
debería haber sido tan fácil. Una vez que estuvimos a
salvo a través de un agujero en la cerca, bajando por
una zanja, a través de un túnel, pasando los piquetes y
fuera de la vista de las torres de vigilancia del
campamento, Don se alegró de explicar cómo lo había arreglado
todo.

— Amigo, el lugar está diseñado para mantener alejados a los


ejércitos. No está destinado a mantener legionarios individuales, o
alejar, ya sabes, al fauno ocasional bien intencionado que solo está
buscando una comida caliente. Si conoces el horario de la patrulla y
estás dispuesto a seguir cambiando tus puntos de entrada, es fácil.
—Eso parece notablemente laborioso para un fauno — observé.
Don sonrió. — Hey, hombre. Relajarse es un trabajo duro.
—Tenemos una larga caminata, —dijo Lavinia. —Mejor sigue
moviéndote.
Intenté no gemir. Otra caminata nocturna con Lavinia no había
estado en la agenda de mi noche. Pero tenía que admitir que tenía
curiosidad. ¿Sobre qué habían estado discutiendo ella y Don antes?
¿Por qué había querido hablar conmigo? ¿Y a dónde íbamos? Con sus

239
ojos tormentosos y la gorra negra sobre su cabello, Lavinia parecía
preocupada y decidida, menos como una jirafa torpe y más como
una gacela tensa. Había visto a su padre, Sergei Asimov, actuar una
vez con el Ballet de Moscú. Había tenido esa expresión exacta en su
rostro antes de lanzarse a un gran jete35.
Quería preguntarle a Lavinia qué estaba pasando, pero su postura
dejaba en claro que no estaba de humor para conversar. Todavía no,
de todos modos. Caminamos en silencio fuera del valle y bajamos
hacia las calles de Berkeley.
Debe haber sido alrededor de la medianoche cuando llegamos a
People’s Park.
No había estado allí desde 1969, cuando me detuve para
experimentar un poco de maravillosa música hippie y el poder de las
flores y, en cambio, me encontré en medio de una revuelta. Los
gases lacrimógenos, las escopetas y los bastones de los agentes de
policía definitivamente no habían sido groovy. Había requerido todo
mi control para no revelar mi forma divina y hacer explotar en
cenizas a todos en un radio de seis millas.
Ahora, décadas más tarde, el desaliñado parque todavía parecía
sufrir las consecuencias. El deteriorado césped marrón estaba
cubierto de montones de ropa desechada y carteles de cartón con
lemas pintados a mano como ÁREA VERDE, NO ESPACIO PARA
DORMIR y SALVEMOS NUESTRO PARQUE. Varios troncos de
árboles tenían plantas en macetas y collares de cuentas, como
santuarios para los caídos. Los botes de basura se desbordaban. Las
personas sin hogar dormían en bancos o se preocupaban por los
carros de compras llenos de sus pertenencias mundanas.

35
Paso de ballet en el que el bailarín da un salto para realizar un Split en el aire.

240
En el extremo más alejado de la plaza, ocupando una plataforma
elevada de madera contrachapada, estaba la manifestación más
grande de dríadas y faunos que había visto en mi vida. Tenía mucho
sentido para mí que los faunos habitaran en People's Park. Podrían
holgazanear, mendigar, comer restos de comida de los cubos de
basura, y nadie se sorprendería. Las dríadas fueron más una sorpresa.
Al menos dos docenas de ellas estaban presentes. Supuse que
algunas eran espíritus de eucaliptos y secuoyas locales, pero la
mayoría, debido a su aspecto enfermizo, debieron ser dríadas de los
arbustos, pastos y malezas del parque. (No es que esté juzgando a las
dríadas de hierba. He conocido algunos Digitaria36 muy finos).
Los faunos y las dríadas se sentaron en un amplio círculo como si
se prepararan para cantar alrededor de una fogata invisible. Me dio
la sensación de que nos estaban esperando (esperándome a mí) para
comenzar la música.
Ya estaba lo suficientemente nervioso. Entonces vi una cara
familiar y casi salté de mi piel infectada por zombis. —
¿Melocotones?
El karpos bebé demonio de Meg reveló sus colmillos y respondió:
— ¡Melocotones!
Sus alas de rama de árbol habían perdido algunas hojas. Su
cabello verde y rizado era marrón oscuro en las puntas y sus ojos
con forma de lámpara no brillaban tanto como recordaba.
Debe haber pasado por una terrible experiencia siguiéndonos al
norte de California, pero su gruñido aún era lo suficientemente
intimidante como para hacerme temer por el control de mi vejiga.

36
Digitaria es un género de plantas de la familia de las poáceas. Contiene alrededor de 300 especies
nativas de regiones tropicales y templadas

241
— ¿Dónde has estado? —Exigí.
— ¡Melocotones!
Me sentí tonto por preguntar. Por supuesto que había estado
melocotones, probablemente porque melocotones, melocotones y
melocotones. — ¿Meg sabe que estás aquí? ¿Cómo hicis…?
Lavinia me agarró del hombro. —Hey, Apolo. El tiempo es corto.
Melocotones nos contó lo que vio en el sur de California, pero llegó
demasiado tarde para ayudar. Rompió sus alas para llegar hasta aquí
tan rápido como pudo. Quiere que le cuentes al grupo de primera
mano lo que sucedió en SuCal37.
Escaneé las caras en la multitud. Los espíritus de la naturaleza
parecían asustados, aprensivos y enojados, pero sobre todo cansados
de estar enojados. Había visto esa mirada entre las dríadas en estos
últimos días de la civilización humana. Había tanta contaminación
para que su planta promedio pueda respirar, beber y enredarse en sus
ramas antes de comenzar a perder toda esperanza.
Ahora Lavinia quería que les rompiera el ánimo por completo al
contarles lo que les había sucedido a sus hermanos en Los Ángeles y
qué destrucción ardiente les llegaría mañana. En otras palabras, ella
quería que me matara una multitud de arbustos enojados.
Tragué saliva. —Umm...
— Aquí. Esto podría ayudar. —Lavinia se quitó la mochila del
hombro. No le había prestado mucha atención a lo voluminosa que
parecía, ya que ella siempre andaba dando vueltas con mucho
equipo. Cuando lo abrió, lo último que esperaba que sacara era mi
ukelele, recién pulido y afinado.

37
Abreviación del Sur de California. SoCal en inglés.

242
— ¿Cómo...? —Pregunté, mientras ella lo colocaba en mis manos.
—Lo robé de tu habitación, —dijo, como si esto fuera obviamente
lo que los amigos hacen el uno por el otro. —Estabas dormido como
siempre. Se lo llevé a una amiga mía que repara instrumentos:
Marilyn, hija de Euterpe. Ya sabes, la musa de la música.
—Yo... yo conozco a Euterpe. Por supuesto. Su especialidad son
las flautas, no los ukeleles. Pero la acción en los trastes es perfecta
ahora. Marilyn debe estar... estoy tan...—Me di cuenta de que estaba
divagando. —Gracias.
Lavinia me miró fijamente, ordenándome en silencio que hiciera
que su esfuerzo valiera la pena. Dio un paso atrás y se unió al
círculo de espíritus de la naturaleza.
Yo rasgueé. Lavinia tenía razón. El instrumento ayudó. No para
esconderme detrás de él... Como había descubierto, uno no puede
esconderse detrás de un ukelele. Pero le dio confianza a mi voz.
Después de unos cuantos acordes menores melancólicos, comencé a
cantar "La caída de Jason Grace", como lo hice cuando llegamos al
campamento Júpiter. Sin embargo, la canción se transformó
rápidamente. Como todos los buenos intérpretes, adapté el material a
mi audiencia.
Canté sobre los incendios forestales y las sequías que habían
quemado el sur de California. Canté sobre los valientes cactus y
sátiros de la Cisterna en Palm Springs, que habían luchado
valientemente para encontrar la fuente de la destrucción. Canté sobre
las dríadas Agave y Money Maker, ambas gravemente heridas en el
Laberinto en llamas, y cómo Money Maker había muerto en los
brazos de Aloe Vera. Agregué algunas estrofas esperanzadoras sobre
Meg y el renacimiento de las dríadas guerreras Meliai; cómo

243
habíamos destruido el Laberinto en llamas y dado al medio ambiente
de SuCal al menos una oportunidad de curarse. Pero no pude ocultar
los peligros que enfrentamos. Describí lo que había visto en mis
sueños: los yates que se acercaban con sus morteros ardientes, la
devastación infernal que lloverían sobre toda el Área de la Bahía.
Después de tocar mi acorde final, levanté la vista. Lágrimas
verdes brillaron en los ojos de las dríadas. Los faunos lloraron
abiertamente.
Melocotones se volvió hacia la multitud y gruñó, — ¡Melocotones!
Esta vez, estaba bastante seguro de entender su significado: ¿Ven?
¡Se los dije!
Don sollozó, secándose los ojos con lo que parecía una envoltura
de burrito usada.
—Es cierto, entonces. Está sucediendo. Fauno nos protege...
Lavinia se secó las lágrimas. —Gracias, Apolo.
Como si le hubiera hecho un favor. ¿Por qué, entonces, sentía que
acababa de patear a todos y cada uno de estos espíritus de la
naturaleza en las raíces principales? Había pasado mucho tiempo
preocupándome por el destino de Nueva Roma y el Campamento
Júpiter, los Oráculos, mis amigos y yo. Pero estas dríadas merecían
vivir tanto como ellos. Ellos también se enfrentaban a la muerte.
Estaban aterrados. Si los emperadores lanzaban sus armas, no tenían
ninguna posibilidad. Los mortales sin hogar con sus carros de
compras en People’s Park también arderían, junto con los
legionarios. Sus vidas no valían menos.
Los mortales podrían no entender el desastre. Lo atribuirían a
incendios forestales fuera de control o cualquier otra causa que sus
cerebros puedan comprender. Pero yo sabría la verdad. Si esta vasta,

244
extraña y hermosa extensión de la costa de California ardiera, sería
porque no había logrado detener a mis enemigos.
—De acuerdo, chicos, —continuó Lavinia, después de tomarse un
momento para recomponerse. —Ya escucharon. Los emperadores
estarán aquí mañana por la tarde.
—Pero eso no nos da tiempo, —dijo una dríada de secoyas. —Si
le hacen al Área de la Bahía lo que le hicieron a L.A…
Podía sentir el miedo ondular a través de la multitud como un
viento frío.
—Sin embargo, la legión luchará contra ellos, ¿verdad? —
preguntó un fauno nerviosamente. — Quiero decir, podrían ganar.
—Vamos, Reginald, —dijo una dríada. — ¿Quieres depender de
los mortales para protegernos? ¿Cuándo ha funcionado eso?
Los otros murmuraron en asentimiento.
—Para ser justos, —interrumpió Lavinia, —Frank y Reyna lo
están intentando. Están enviando un pequeño equipo de comandos
para interceptar las naves. Michael Kahale y algunos otros
semidioses elegidos a mano. Pero no soy optimista.
—No había escuchado nada al respecto, —dije. — ¿Cómo lo
descubriste?
Ella levantó sus cejas rosadas como diciendo: por favor. —Y, por
supuesto, Lester aquí intentará convocar ayuda divina con algún
ritual súper secreto, pero...
No necesitaba decir el resto. Tampoco era optimista sobre eso.
—Entonces, ¿qué van a hacer? —Pregunté. — ¿Qué pueden hacer?

245
No quise sonar crítico. Simplemente no podía imaginar ninguna
opción.
Las expresiones de pánico de los faunos parecían insinuar su plan
de juego: conseguir boletos de autobús a Portland, Oregón,
inmediatamente. Pero eso no ayudaría a las dríadas. Estaban
literalmente enraizadas en su tierra natal. Quizás podrían entrar en
hibernación profunda, como lo hicieron las dríadas en el sur. Pero
¿sería eso suficiente para permitirles resistir a una tormenta de
fuego? Había escuchado historias sobre ciertas especies de plantas
que germinaron y prosperaron después de incendios devastadores
que arrasaron el paisaje, pero dudaba que la mayoría tuviera esa
habilidad.
Honestamente, no sabía mucho sobre el ciclo de vida de las
dríadas, o cómo se protegían de los desastres climáticos. Tal vez si a
lo largo de los siglos hubiera pasado más tiempo hablando con ellas
y menos tiempo persiguiéndolas...
Guau. Realmente ya ni siquiera me conocía.
— Tenemos mucho que discutir, —dijo una de las dríadas.
—Melocotones, —coincidió Melocotones. Me miró con un
mensaje claro: vete ahora.
Tenía tantas preguntas para él: ¿Por qué había estado ausente tanto
tiempo? ¿Por qué estaba aquí y no con Meg?
Sospechaba que no obtendría ninguna respuesta esa noche. Al
menos nada más que gruñidos, mordiscos y la palabra melocotones.
Pensé en lo que la dríada había dicho sobre no confiar en los
mortales para resolver los problemas de los espíritus de la
naturaleza. Aparentemente, eso me incluyó. Había entregado mi
mensaje. Ahora era despedido.

246
Mi corazón ya pesaba, y el estado mental de Meg era tan frágil...
No sabía cómo podría darle la noticia de que su pequeño demonio
melocotón en pañales se había convertido en una fruta maliciosa.
—Vamos a llevarte de vuelta al campamento, —me dijo Lavinia.
—Tendrás un gran día mañana.
Dejamos a Don atrás con los otros espíritus de la naturaleza, todos
inmersos en una conversación en modo-crisis, y volvimos sobre
nuestros pasos por Telegraph Avenue. Después de algunas cuadras,
me armé de valor para preguntar — ¿Qué harán?
Lavinia se movió como si hubiera olvidado que estaba allí. —
¿Quieres decir qué haremos? Porque estoy con ellos.
Se me formó un nudo en la garganta. —Lavinia, me estás
asustando. ¿Qué estás planeando?
—Traté de dejarlo en paz, —murmuró. A la luz de las farolas, los
mechones de cabello rosado que habían escapado de su gorra
parecían flotar alrededor de su cabeza como algodón de azúcar. —
Después de lo que vimos en la tumba, Bobby y los demás, después
de que describiste lo que enfrentaremos mañana.
—Lavinia, por favor…
—No puedo alinearme como un buen soldado. ¿Yo cerrando
escudos y marchando para morir con todos los demás? Eso no va a
ayudar a nadie.
—Pero…
—Es mejor si no preguntas.—Su gruñido fue casi tan intimidante
como el de Melocotones. —Y definitivamente es mejor que no le
digas nada a nadie sobre esta noche. Ahora, vamos.

247
El resto del camino de regreso, ignoró mis preguntas. Parecía
tener una nube oscura con olor a chicle que colgaba sobre su cabeza.
Me hizo pasar con seguridad por los centinelas, debajo del muro, y
de regreso a la cafetería antes de deslizarse en la oscuridad sin
siquiera decir adiós.
Quizás debería haberla detenido. Levantar la alarma. La arrestarían.
¿Pero qué bien habría hecho eso? Me pareció que Lavinia nunca se
había sentido cómoda en la legión. Después de todo, pasó gran parte
de su tiempo buscando salidas secretas y senderos ocultos fuera del
valle. Ahora finalmente se había roto.
Tenía la sensación de que nunca la volvería a ver. Ella estaría en el
próximo autobús a Portland con unas cuantas docenas de faunos y
por mucho que quisiera enojarme por eso, solo podía sentirme triste.
En su lugar, ¿habría hecho algo diferente?
Cuando regresé a nuestra habitación de invitados, Meg estaba
desmayada, roncando, con los anteojos colgando de los dedos y las
sábanas envueltas en sus pies. La acurruqué lo mejor que pude. Si
estaba teniendo pesadillas sobre su amigo espíritu de melocotón
conspirando con las dríadas locales a solo unas millas de distancia,
no podría decirlo. Mañana tendría que decidir qué decirle. Esta
noche, la dejaría dormir.
Me metí en mi propio catre, seguro de que estaría dando vueltas
hasta la mañana. En cambio, me desmayé de inmediato.
Cuando desperté, la luz del sol de la mañana estaba en mi cara. El
catre de Meg estaba vacío. Me di cuenta de que había dormido como
un muerto, sin sueños ni visiones. Eso no me consoló. Cuando las
pesadillas se callan, eso generalmente significa que viene algo más,
algo aún peor.

248
Me vestí y reuní mis suministros, tratando de no pensar en lo
cansado que estaba o cuánto me dolía el intestino. Luego agarré un
panecillo y un café de Bombilo y salí a buscar a mis amigos. Hoy, de
una forma u otra, se decidiría el destino de Nueva Roma.

249
23

En mi camioneta
Con mis perros y mis armas
Y este tonto, Lester

R
eyna y Meg me estaban esperando en las puertas de
entrada del campamento, aunque apenas reconocí a la
primera. En lugar de la indumentaria de pretor, usaba
zapatillas azules y jeans ajustados, una camiseta de
manga larga color cobre y un suéter marrón como manto. Con el
pelo recogido en un látigo trenzado y la cara ligeramente pintada con
maquillaje, podría haber pasado por uno de los miles de estudiantes
universitarios del Área de la Bahía, en los que nadie pensaría dos
veces. Supuse que ese era el punto.
— ¿Qué? —Me preguntó.
Me di cuenta de que había estado mirándola. —Nada.
Meg resopló. Estaba vestida con su habitual vestido verde, leggins
amarillos y top rojo, para poder mezclarse con los miles de
estudiantes de primer grado de la Área de la Bahía, excepto por su
altura de niña de doce años, su cinturón de jardinería y el botón rosa
clavado en su cuello que mostraba la estilizada cabeza de un
unicornio con huesos cruzados debajo. Me preguntaba si lo había
comprado en una tienda de regalos de Nueva Roma o si de alguna
manera lo había hecho especialmente. Cualquiera de las dos
posibilidades era inquietante.

250
Reyna extendió sus manos. —Tengo ropa de civil, Apolo. Incluso
con la Niebla ayudando a oscurecer las cosas, caminar por San
Francisco con una armadura completa de legionario puede atraer
algunas miradas divertidas.
—No. Sí. Te ves genial. Quiero decir bien. — ¿Por qué sudaban
mis palmas? —Quiero decir, ¿Podemos irnos ahora?
Reyna se metió dos dedos en la boca y soltó un silbido de taxi tan
estridente que despejó mis trompas de Eustaquio. Desde el interior
del fuerte, sus dos galgos de metal llegaron corriendo, ladrando
como armas de fuego pequeñas.
—Oh, bien, —dije, tratando de reprimir mi instinto de pánico y
huir. —Vienen tus perros.
Reyna sonrió de lado. —Bueno, se enojarían si condujera a San
Francisco sin ellos.
—¿Conducir? —Estaba a punto de decir ¿En qué? cuando escuché
un claxon desde la dirección de la ciudad. Una camioneta chevy roja
brillante, maltratada, cuatro por cuatro, retumbó por un camino
generalmente reservado para los legionarios y elefantes que
marchaban.
Al volante estaba Hazel Levesque, con Frank Zhang como
copiloto. Se detuvieron junto a nosotros. El vehículo apenas había
dejado de moverse cuando Aurum y Argentum saltaron a la parte de
atrás de la camioneta, con sus lenguas de metal colgando y
moviendo las colas.
Hazel salió de la cabina. —Tanque lleno, Pretor.
—Gracias, Centurión. —Reyna sonrió. — ¿Cómo van las
lecciones de manejo?
—¡Bien! Ni siquiera me encontré con Término esta vez.

251
—Es progreso, —coincidió Reyna.
Frank bajó del lado del pasajero. —Sí, Hazel estará lista para la
vía pública en poco tiempo.
Tenía muchas cosas que preguntar: ¿Dónde guardaban esta
camioneta? ¿Había una estación de servicio en Nueva Roma? ¿Por
qué había estado caminando tanto si era posible conducir?
Meg se me adelantó a la verdadera pregunta: — ¿Puedo subirme
con los perros?
—No, señorita, —dijo Reyna. —Te sentarás en la cabina con el
cinturón de seguridad puesto.
—Aw. —Meg salió corriendo para acariciar a los perros.
Frank le dio a Reyna un abrazo de oso (sin convertirse en oso). —
Ten cuidado allá afuera, ¿De acuerdo?
Reyna no parecía saber qué hacer con esta muestra de afecto. Sus
brazos se pusieron rígidos. Luego, torpemente, le dio unas
palmaditas en la espalda a su compañero pretor.
—Tú también, —dijo. — ¿Saben algo sobre la fuerza de ataque?
—Se fueron antes del amanecer, —dijo Frank. —Kahale se sintió
bien al respecto, pero... —Se encogió de hombros, como si dijera
que su misión de comando anti-yate estaba ahora en manos de los
dioses. Lo cual, como antiguo dios, puedo decir que no fue
tranquilizador.
Reyna se volvió hacia Hazel. — ¿Y los piquetes de zombis?
—Listo, —dijo Hazel. —Si las hordas de Tarquinio vienen de la
misma dirección que antes, se encontrarán con algunas sorpresas
desagradables. También puse trampas a lo largo de los otros accesos

252
de la ciudad. Esperemos que podamos detenerlos antes de que estén
al alcance de la mano, así...
Ella dudó, aparentemente reacia a terminar su oración. Pensé que
lo entendía. Así no tenemos que ver sus caras. Si la legión tuviera
que enfrentarse a una ola de camaradas no muertos, sería mucho
mejor destruirlos a distancia, sin la angustia de tener que reconocer a
sus antiguos amigos.
—Solo deseo...— Hazel negó con la cabeza. —Bueno, todavía me
preocupa que Tarquinio tenga algo más planeado. Debería poder
resolverlo, pero... —Se golpeó la frente como si quisiera reiniciar su
cerebro. Podía simpatizar.
—Has hecho mucho, —le aseguró Frank. —Si nos lanzan
sorpresas, nos adaptaremos.
Reyna asintió con la cabeza. —Está bien, entonces, nos vamos. No
te olvides de almacenar las catapultas.
—Por supuesto, —dijo Frank.
—Y verificar con el intendente sobre esas barricadas en llamas.
—Por supuesto.
—Y…-—Reyna se detuvo. —Sabes lo que estás haciendo. Lo
siento.
Frank sonrió abiertamente. —Solo tráenos lo que necesitemos
para convocar esa ayuda divina. Mantendremos el campamento en
una pieza hasta que regreses.
Hazel estudió el atuendo de Reyna con preocupación. —Tu
espada está en el camión. ¿No quieres llevar un escudo o algo así?

253
—Nah. Tengo mi capa. Desviará la mayoría de las armas. —Reyna
sacudió el cuello de su abrigo. Al instante se desplegó en su capa
púrpura habitual.
La sonrisa de Frank se desvaneció. — ¿Mi capa hace eso?
—¡Nos vemos, muchachos! —Reyna se subió al volante.
—Espera, ¿mi capa desvía las armas? —Frank nos llamó. — ¿La
mía se convierte en un suéter?
Cuando nos alejamos, pude ver a Frank Zhang en el espejo
retrovisor, estudiando atentamente la costura de su capa.

Nuestro primer desafío de la mañana: unirnos al Puente de la Bahía.


Salir del campamento Júpiter no había sido un problema. Un
camino de tierra bien escondido conducía desde el valle hasta las
colinas, y finalmente nos depositó en las calles residenciales de East
Oakland. Desde allí tomamos la autopista 24 hasta que se fusionó
con la Interestatal 580. Entonces comenzó la verdadera diversión.
Los viajeros de la mañana aparentemente no habían recibido
noticias de que estábamos en una misión vital para salvar el área
metropolitana. Se negaron obstinadamente a apartarse de nuestro
camino. Tal vez deberíamos haber tomado el transporte público,
pero dudé que permitieran que los perros autómatas asesinos
viajaran en los trenes BART.
Reyna golpeó el volante con los dedos y murmuró las letras de
Tego Calderón en el antiguo reproductor de CD del camión. Disfruté
el reggaetón tanto como cualquier dios griego, pero tal vez no
hubiese sido la música que elegiría para calmar mis nervios la
mañana de una

254
misión. Lo encontré demasiado animado para mi nerviosismo previo
al combate.
Sentada entre nosotros, Meg rebuscó entre las semillas de su
cinturón de jardinero.
Durante nuestra batalla en la tumba, nos había dicho, que muchos
paquetes se habían abierto y se habían mezclado. Ahora estaba
tratando de descubrir qué semillas eran cuáles. Esto significaba que
ocasionalmente levantaba una semilla y la miraba hasta que estallaba
en su forma madura: diente de león, tomate, berenjena, girasol.
Pronto la cabina olía a la sección de jardinería de Home Depot.
No le había dicho a Meg acerca de ver a Melocotones. Ni siquiera
estaba seguro de cómo comenzar la conversación. Oye, ¿sabías que
tu karpos está celebrando reuniones clandestinas con los faunos y
las dríades en People's Park?
Cuanto más esperaba para decir algo, más difícil se volvía. Me
dije a mí mismo que no era una buena idea distraer a Meg durante
una misión importante. Quería honrar los deseos de Lavinia de no
parlotear. Es cierto, no había visto a Lavinia esa mañana antes de
que nos fuéramos, pero tal vez sus planes no fueron tan nefastos
como pensaba. Tal vez ella no estaba realmente a mitad de camino a
Oregón ahora mismo.
En realidad, no hablé porque era un cobarde. Tenía miedo de
enfurecer a las dos peligrosas mujeres jóvenes con las que viajaba,
una de las cuales podría hacer que me destrozaran un par de galgos
de metal, mientras que la otra podría hacer que me salieran coles de
la nariz.

255
Nos abrimos paso a través del puente, Reyna tocando con el dedo
el ritmo de El que sabe, sabe. Estaba 75 por ciento seguro de que no
había ningún mensaje oculto en la elección de canciones de Reyna
—Cuando lleguemos allí, —dijo, —tendremos que estacionarnos
en la base de la colina y subir. El área alrededor de la Torre Sutro
está restringida.
—Has decidido que la torre en sí es nuestro objetivo, —le dije, —
¿no el Monte Sutro detrás de ella?
—No puedo estar segura, obviamente. Pero revisé dos veces la
lista de puntos problemáticos de Thalia. La torre estaba allí.
Esperé a que ella explicara. — ¿La que de Thalia?
Reyna parpadeó. — ¿No te dije sobre eso? Thalia y las Cazadoras
de Artemisa, ya sabes, mantienen una lista actualizada de lugares
donde han visto actividades monstruosas inusuales, cosas que no
pueden explicar del todo. La Torre Sutro es uno de ellos. Thalia me
envió su lista de ubicaciones para el Área de la Bahía para que el
Campamento Júpiter pueda vigilarlas.
— ¿Cuántos puntos problemáticos? —Preguntó Meg. —
¿Podemos visitarlos a todos?
Reyna la empujó juguetonamente. —Me gusta tu espíritu, asesina,
pero hay docenas solo en San Francisco. Nosotros, me refiero a la
legión, tratamos de vigilarlos a todos, pero es mucho. Especialmente
recientemente...
Con las batallas, pensé. Y las muertes.
Me pregunté por la pequeña vacilación en la voz de Reyna cuando
dijo que nosotros y luego aclaró que se refería a la legión. Me
preguntaba de qué otro nosotros Reyna Ávila Ramírez Arellano se

256
sentía parte. Ciertamente, nunca la había imaginado vestida de civil,
conduciendo una camioneta maltratada, llevando a sus galgos de
metal a pasear.
Y había estado en contacto con Thalia Grace, la teniente de mi
hermana, líder de las Cazadoras de Artemisa.
Odiaba la forma en que me hacía sentir celoso.
— ¿Cómo conoces a Thalia? —Traté de sonar indiferente. A
juzgar por la mirada bizca de Meg, fallé miserablemente.
Reyna no pareció darse cuenta. Ella cambió de carril, tratando de
avanzar a través del tráfico. En la parte de atrás, Aurum y Argentum
ladraron de alegría, emocionados por la aventura.
—Thalía y yo peleamos juntas contra Orión en Puerto Rico— dijo.
—Las amazonas y las cazadoras perdieron muchas mujeres buenas.
Ese tipo de cosas... Experiencia compartida... De todos modos, sí,
nos hemos mantenido en contacto.
—¿Cómo? Las líneas de comunicación están todas caídas.
—Cartas, —dijo.
—Cartas...—Me pareció recordarlas, de los días de vitela y sellos
de cera. — ¿Quieres decir eso que escribes a mano en papel, lo
pones en un sobre y le pegas un sello?
—Y lo envías por correo. Así es. Quiero decir, pueden pasar
semanas o meses entre cartas, pero Thalia es una buena amiga por
correspondencia.
Traté de comprender eso. Se me ocurrían muchas descripciones
cuando pensaba en Thalia Grace, pero amiga por correspondencia no
era una de ellas.

257
— ¿A dónde envías las cartas? —Pregunté. —Las cazadoras están
constantemente en movimiento.
—Tienen un apartado de correos en Wyoming y... ¿Por qué
estamos hablando de esto?
Meg pellizcó una semilla entre sus dedos. Un geranio explotó en
su forma de flor. —¿Ahí fue a donde fueron tus perros? ¿A buscar a
Thalia?
No vi cómo había hecho esa conexión, pero Reyna asintió.
—Justo después de que llegaste, —dijo Reyna, —le escribí a
Thalia sobre... ya sabes, Jason. Sabía que era una probabilidad
remota que recibiera el mensaje a tiempo, así que envié a Aurum y
Argentum a buscarla también, en caso de que las Cazadoras
estuvieran en la zona. No hubo suerte.
Me imaginé lo que podría pasar si Thalia recibiera la carta de
Reyna. ¿Vendría ella al campamento Júpiter a la cabeza de las
cazadoras, lista para ayudarnos a luchar contra los emperadores y las
hordas de muertos vivientes de Tarquino? ¿O ella volvería su ira
sobre mí? Thalia ya me había sacado de problemas una vez, en
Indianápolis. A modo de agradecimiento, conseguí que mataran a su
hermano en Santa Bárbara. Dudaba que alguien se fuese a oponer si
una flecha de cazadora perdida me encontrara como su objetivo
durante la lucha. Me estremecí, agradecido por la lentitud del
Servicio Postal de los Estados Unidos.
Pasamos junto a Treasure Island, el ancla del Puente de la Bahía a
medio camino entre Oakland y San Francisco. Pensé en la flota de
Calígula, que pasaría esta isla más tarde esta noche, lista para
descargar sus tropas y, si fuera necesario, su arsenal de bombas de

258
fuego griegas en la desprevenida Bahía del Este. Maldije la lentitud
del Servicio Postal de los Estados Unidos.
—Entonces, —dije, haciendo un segundo intento de
despreocupación, — ¿Están tú y Thalia, eh...?
Reyna levantó una ceja. — ¿Involucradas románticamente?
—Bueno, yo solo... Quiero decir... Umm...
Oh, muy bien, Apolo. ¿He mencionado que alguna vez fui el dios
de la poesía?
Reyna puso los ojos en blanco. —Si tuviera un denario por cada
vez que recibiera esa pregunta... Aparte del hecho de que Thalia está
en las Cazadoras, y por lo tanto juró celibato... ¿Por qué una amistad
fuerte siempre tiene que progresar al romance? Thalia es una
excelente amiga. ¿Por qué me arriesgaría a arruinar eso?
—Uh…
—Esa fue una pregunta retórica, — agregó Reyna. —No necesito
una respuesta.
—Sé lo que significa retórica, —hice una nota mental para
verificar la definición de la palabra con Sócrates la próxima vez que
estuviese en Grecia. Entonces recordé que Sócrates estaba muerto.
—Solo pensé…
—Me encanta esta canción, —interrumpió Meg. — ¡Súbele!
Dudaba que Meg tuviera el más mínimo interés en Tego Calderón,
pero su intervención puede haberme salvado la vida. Reyna subió el
volumen, terminando así mi intento de muerte por una conversación
casual.

259
Permanecimos en silencio el resto del camino hacia la ciudad,
escuchando a Tego Calderón cantando -Punto y Aparte- y los galgos
de Reyna ladrando jubilosamente como clips semiautomáticos
disparados en la víspera de Año Nuevo.

260
24

Pega mi cara piadosa


Donde no pertenece y
Venus, te odio

P
ara ser un área tan poblada, San Francisco tenía un
sorprendente número de focos de vida salvaje.
Aparcamos en una calle sin salida en la base de la colina
de la torre. A nuestra derecha, un campo de rocas y
malezas ofrecía
una vista multimillonaria de la ciudad. A nuestra izquierda, la
pendiente estaba tan boscosa que casi se podían usar los troncos de
eucalipto como peldaños para escalar.

Desde la cumbre de la colina, quizás a un cuarto de milla por


encima de nosotros, la Torre Sutro se elevó en la niebla, sus pilones
rojos y blancos y las vigas transversales formaron un trípode gigante
que me recordó incómodamente el asiento del Oráculo de Delfos. O
el andamio para una pira funeraria.
—Hay una estación de relevos en la base. — Reyna señaló hacia
la cima de la colina. —Puede que tengamos que lidiar con guardias
mortales, cercas, alambre de púas, ese tipo de cosas. Además de lo
que Tarquinio pueda tener esperándonos.
—Genial, — dijo Meg. — ¡Vámonos!
Los galgos no necesitaban que se lo dijeran dos veces. Cargaron
cuesta arriba, surcando la maleza. Meg los siguió, claramente

261
decidida a rasgar su ropa entre zarzas y arbustos espinosos tanto
como fuera posible.
Reyna debe haber notado mi expresión de dolor mientras
contemplaba la escalada.
—No te preocupes, — dijo. —Podemos tomarlo con calma.
Aurum y Argentum saben esperar en la cima.
—¿Pero Meg sabe? —Me imaginé a mi joven amiga cargando
sola hacia una estación de relevos llena de guardias, zombis y otras
sorpresas ordenadas.
—Buen punto, —dijo Reyna. —Vamos a tomarlo a una velocidad
media, entonces.
Hice lo mejor que pude, lo que implicó muchas sibilancias 38,
sudoración y apoyarse contra los árboles para descansar. Mis
habilidades de tiro con arco pueden haber mejorado. Mi música
estaba mejorando. Pero mi resistencia seguía siendo 100% Lester.
Al menos Reyna no me preguntó cómo se sentía mi herida. La
respuesta hubiera sido en algún lugar al sur de horrible.
Cuando me vestí esa mañana, evité mirar mi intestino, pero no
pude ignorar el dolor punzante o los zarcillos de infección de color
morado oscuro que ahora lamían las bases de mis muñecas y mi
cuello, que ni siquiera mi sudadera con capucha de manga larga
podía esconder. De vez en cuando, mi visión se volvía borrosa,
convirtiendo al mundo en un tono enfermizo de berenjenas. Oía un
susurro distante en mi cabeza... la voz de Tarquinio, que me hacía
señas para que volviera a su tumba. Hasta ahora, la voz era solo una
molestia, pero tenía la

262
38
Sonido silbante y chillón proveniente del pecho al respirar.

263
sensación de que se haría más fuerte hasta que ya no pudiera
ignorarla... o terminara obedeciéndola.
Me dije a mí mismo que solo tenía que aguantar allí hasta esta
noche. Entonces podría invocar ayuda divina y curarme. O moriría
en la batalla. En este punto, cualquiera de las opciones era preferible
a un deslizamiento doloroso y prolongado hacia la muerte.
Reyna caminó junto a mí, usando su espada envainada con la
punta tocando el suelo como si esperara encontrar minas terrestres.
Delante de nosotros, a través del denso follaje, no vi ninguna señal
de Meg o los galgos, pero podía escucharlos crujir entre las hojas y
pisar ramas. Si algún centinela nos esperará en la cumbre, no lo
tomaríamos por sorpresa.
—Entonces, —dijo Reyna, aparentemente satisfecha de que Meg
estuviera fuera del alcance del oído, — ¿Me vas a decir?
Mi pulso se aceleró a un ritmo adecuado para una marcha de desfile.
— ¿Decirte qué?
Ella levantó las cejas como diciendo: “¿En serio?” —Desde que
apareciste en el campamento, has estado actuando nervioso. Me
miras como si yo fuera la que está infectada, no haces contacto
visual. Tartamudeas. Te inquietas. Me doy cuenta de estas cosas.
—Ah.
Subí unos pasos más. Tal vez si me concentrará en la caminata,
Reyna dejaría el asunto.
—Mira, — dijo, —no voy a morderte. Pase lo que pase, preferiría
no tenerlo dándole vueltas en tu cabeza o en la mía cuando entremos
en batalla.

263
Tragué saliva, deseando tener un poco de chicle de Lavinia para
reducir el sabor del veneno y el miedo. Reyna tenía un buen punto.
Ya sea que muera hoy, o que me convierta en un zombi, o que de
alguna manera logre vivir, prefiero enfrentar mi destino con la
conciencia limpia y sin secretos. Por un lado, debería contarle a Meg
sobre mi encuentro con Melocotones. También debería decirle que
no la odiaba. De hecho, me caía bastante bien. Muy bien, la quería.
Ella era la pequeña hermana malcriada que nunca había tenido.
En cuanto a Reyna, no sabía si era o no la respuesta a su destino.
Venus podría maldecirme por nivelarme con la pretor, pero tenía que
decirle a Reyna lo que me estaba molestando. Era poco probable que
tuviera otra oportunidad.
—Se trata de Venus, — dije.
La expresión de Reyna se endureció. Era su turno de mirar la
ladera y esperar que la conversación se fuera. —Ya veo.
—Ella me dijo…
—Su pequeña predicción. ,Reyna escupió las palabras como
semillas no comestibles. —Ningún mortal o semidiós curará mi
corazón.
—No quise entrometerme, — prometí. —Es solo que...
—Oh, te creo. Venus ama los chismes. Dudo que haya alguien en
el Campamento Júpiter que no sepa lo que ella me dijo en
Charleston
—Yo... ¿En serio?
Reyna rompió una rama seca de un arbusto y la arrojó a la maleza.
—Hice esa misión con Jason, ¿hace cuánto? ¿Dos años? Venus me
miró y decidió... no lo sé. Que yo estaba rota. Necesitaba curación
romántica o lo que sea. No había pasado en el campamento ni un día

264
completo antes de que comenzaran los susurros. Nadie admitirá que
lo sabían, pero lo hacían. Las miradas que obtuve fueron: Oh, pobre
Reyna. Junto con las inocentes sugerencias sobre con quién debería
salir.
Ella no sonaba enojada. Era más como apesadumbrada y cansada.
Recordé la preocupación de Frank Zhang sobre cuánto tiempo
Reyna había soportado la carga del liderazgo, cómo deseaba poder
hacer más para aliviarla.
Aparentemente, muchos legionarios querían ayudar a Reyna. No
toda esa ayuda había sido bienvenida o útil.
—La cosa es, — continuó, — que no estoy rota.
—Por supuesto no.
—Entonces, ¿por qué has estado actuando nervioso? ¿Qué tiene
que ver Venus con eso? Por favor no me digas que es lástima.
—N-no. Nada como eso.
Más adelante, escuché a Meg revolotear entre los arbustos. De vez
en cuando ella decía “Oye, ¿cómo te va?” en un tono de
conversación, como si pasara un conocido en la calle. Supuse que
estaba hablando con las dríadas locales. Eso o los guardias teóricos
que estábamos buscando eran muy malos en sus trabajos.
—Verás...— Traté de buscar palabras. —Cuando era un dios,
Venus me dio una advertencia. Acerca de ti.
Aurum y Argentum irrumpieron en los arbustos para ver a mamá,
sus sonrisas llenas de dientes brillaban como trampas de oso recién
pulidas. Oh genial. Tenía audiencia. Reyna palmeó a Aurum
distraídamente en la cabeza. —Continúa, Lester.

265
—Um... — La banda de música en mi torrente sanguíneo ahora
estaba haciendo maniobras de doble tiempo. —Bueno, entré en la
sala del trono un día, y Venus estaba estudiando este holograma
tuyo, y le pregunté, de manera completamente casual, “¿Quién es
ella?” Y me dijo tú... tu destino, supongo. Lo de curar tu corazón.
Entonces ella solo... me prohibió acercarme a ti. Dijo que si alguna
vez intentaba cortejarte, me maldeciría para siempre. Fue totalmente
innecesario. Y también vergonzoso.
La expresión de Reyna permaneció tan suave y dura como el
mármol. — ¿Cortejar? ¿Es eso se usa todavía? ¿La gente aún
corteja?
—Yo... no lo sé. Pero me quedé lejos de ti. Notarás que me
mantuve mi distancia. No es que hubiera hecho lo contrario sin la
advertencia. Ni siquiera sabía quién eras.
Ella pisó un tronco caído y me ofreció una mano, que rechacé. No
me gustó la forma en que sus galgos me sonreían.
—Entonces, en otras palabras, — dijo, — ¿qué? ¿Te preocupa que
Venus te mate a tiros porque estás invadiendo mi espacio personal?
Realmente no me preocuparía por eso, Lester. Ya no eres un dios.
Obviamente no estás tratando de cortejarme. Somos camaradas en
una misión.
Tenía que golpearme donde dolía, justo en la verdad.
—Sí, —dije —Pero estaba pensando...
¿Por qué era tan difícil? Había hablado de amor a las mujeres
antes. Y a hombres. Y dioses. Y ninfas. Y a la estatua atractiva
aquella ocasión, antes de darme cuenta de que era una estatua. ¿Por
qué, entonces, las venas de mi cuello amenazaban con explotar?

266
—Pensé que... Que ayudaría, —continué, —tal vez estemos
destinados a que... Bueno, verás, ya no soy un dios, como dijiste. Y
Venus fue bastante específica de que no debería pegar mi rostro
divino cerca de ti. Pero Venus... quiero decir, sus planes siempre
están girando y girando. Ella puede haber estado practicando
psicología inversa, por así decirlo. Si tuviéramos que... Um, podría
ayudarte.
Reyna se detuvo. Sus perros inclinaron sus cabezas de metal hacia
ella, tal vez tratando de evaluar el estado de ánimo de su amo. Luego
me miraron, sus ojos enjoyados fríos y acusatorios.
—Lester. — Reyna suspiró. —¿Qué Tártaros estás diciendo? No
estoy de humor para acertijos.
—Que tal vez soy la respuesta, —espeté. —Para sanar tu corazón.
Yo podría... ya sabes, ser tu novio. Como Lester. Si quisieras, tú y
yo. Ya sabes, como... así.
Estaba absolutamente seguro de que en el Monte Olimpo, los
otros olímpicos tenían sus teléfonos filmándome para publicar en
EuterpeTube.
Reyna me miró el tiempo suficiente para que la banda de mi
sistema circulatorio tocara una estrofa completa de You’re a Grand
Old Flag. Sus ojos eran oscuros y peligrosos. Su expresión era
ilegible, como la superficie exterior de un dispositivo explosivo.
Ella me iba a asesinar.
No. Ella ordenaría a sus perros que me mataran. Para cuando Meg
corriera en mi ayuda, ya sería demasiado tarde. O peor: Meg
ayudaría a Reyna a enterrar mis restos, y nadie se daría cuenta.
Cuando regresaran al campamento, los romanos preguntarían
“¿Qué pasó con Apolo?”

267
“¿Quien?” Reyna diría. “Oh, ¿ese chico? No sé, lo perdimos.”
“¡Oh bien!” Responderían los romanos, y eso sería todo.
La boca de Reyna se apretó en una mueca. Ella se inclinó,
agarrandose las rodillas. Su cuerpo comenzó a temblar. Dioses, ¿qué
había hecho?
Tal vez debería consolarla, sostenerla en mis brazos. Quizás
debería correr por mi vida. ¿Por qué era tan malo en el romance?
Reyna emitió un sonido chirriante, luego una especie de gemido
sostenido. ¡Realmente la había lastimado!
Luego se enderezó, las lágrimas corrían por su rostro y se echó a
reír. El sonido me recordó al agua corriendo sobre el lecho de un
arroyo que había estado seco por años. Una vez que comenzó, no
pudo parar. Se dobló, se puso de pie nuevamente, se apoyó contra un
árbol y miró a sus perros como para compartir el chiste.
—Oh... mis... dioses, —jadeó. Se las arregló para contener su
alegría el tiempo suficiente para parpadear hacia mí entre lágrimas,
como para asegurarse de que realmente estaba allí y que me había
escuchado correctamente. —Tú. ¿Yo? JA-JA-JA-JA-JA-JA-JA.
Aurum y Argentum parecían tan confundidos como yo. Se
miraron el uno al otro, luego a mí, como diciendo: ¿Qué le has
hecho a nuestra madre? Si la rompiste, te mataremos.
La risa de Reyna rodó por la ladera. Una vez que superé mi shock
inicial, mis orejas comenzaron a arder. En los últimos meses, había
experimentado bastantes humillaciones. Pero reírse de mí... en mi
cara... cuando no estaba tratando de ser gracioso... ese era un nuevo
punto bajo.
—No veo el por qué…

268
—¡JA-JA-JA-JA-JA-JA!
—No estaba diciendo que...
— ¡JA-JA-JA-JA-JA-JA! Detente, por favor. Me estás matando.
— ¡Ella no quiere decir eso literalmente! —Grité para los galgos.
—Y pensaste...— Reyna no parecía saber a dónde apuntar, a mí, a
sí misma, al cielo. — ¿En serio? Espera. Mis perros habrían atacado
si estuvieras mintiendo. Oh. Guau. ¡JA-JA-JA-JA-JA-JA-JA!
—Entonces eso es un no, —resoplé. —Bien. Lo entiendo, puedes
parar...
Su risa se convirtió en un chirrido asmático mientras se limpiaba
los ojos. —Apolo. Cuando eras un dios…— Luchó por respirar. —
Con tus poderes y buena apariencia y lo que sea...
—No digas más. Naturalmente, habrías…
—Eso habría sido un NO sólido, absoluto y rotundo.
Me quedé boquiabierto. — ¡Estoy asombrado!
—Y como Lester... quiero decir, a veces eres dulce y un poco
adorable.
—¿Adorable? ¿A veces?
—Pero Wow. Todavía es un gran NO. ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!
Un mortal menor se habría desmoronado en el acto, su autoestima
implosionando.
En ese momento, cuando me rechazó por completo, Reyna nunca
había parecido más bella y deseable. Es curioso cómo funciona eso.

269
Meg emergió de los arbustos de almez. —Chicos, no hay nadie
allí arriba, pero...— Ella se congeló, observando la escena, luego
miró a los galgos en busca de explicación.
No nos preguntes, parecían decir sus caras de metal. Mamá nunca
es así.
— ¿Qué es tan gracioso? —Preguntó Meg. Una sonrisa tiró de su
boca, como si quisiera unirse a la broma. Que era, por supuesto, yo.
—Nada, —Reyna contuvo el aliento por un momento, luego lo
perdió nuevamente en un ataque de risitas. Reyna Ávila Ramírez
Arellano, hija de Belona, temida Pretor de la Duodécima Legión,
riéndose.
Finalmente, pareció recuperar algo de su autocontrol. Sus ojos
bailaron con humor. Sus mejillas brillaban con un color rojo
remolacha. Su sonrisa la hacía parecer una alguien más, una persona
diferente y feliz.
—Gracias, Lester, —dijo. —Necesitaba eso. Ahora vamos a
buscar al dios silencioso, ¿de acuerdo?
Lideró el camino cuesta arriba, sosteniendo sus costillas como si
su pecho todavía le doliera por demasiada hilaridad.
Entonces y allí, decidí que, si alguna vez volvía a ser un dios,
reorganizaría el orden de mi lista de venganza. Venus acababa de
subir al primer puesto.

270
25

Congelado en terror
Como un dios en los faros
¿Por qué estas acelerando?

L
a seguridad mortal no fue un problema.
No hubo ninguna.
Al otro lado de una extensión plana de rocas y malezas, la
estación de relevos se encontraba en la base de la Torre
Sutro. El edificio de bloques de color marrón tenía grupos de
antenas parabólicas blancas que salpicaban su techo como setas
después de llover. La puerta estaba abierta de par en par. Las
ventanas estaban oscuras. El área de estacionamiento enfrente estaba
vacía.
—Esto no está bien, —murmuró Reyna. —¿No dijo Tarquinio que
estaban duplicando la seguridad?
—Duplicando el rebaño, — corrigió Meg. —Pero no veo ovejas
ni nada.
Esa idea me hizo estremecer. Durante milenios, había visto
bastantes rebaños de ovejas guardianas. Solían ser venenosas y/o
carnívoras, además olían a suéteres mohosos.
—Apolo, ¿alguna idea? —Preguntó Reyna.
Al menos ahora podía mirarme sin estallar en carcajadas, pero no
confiaba en mí para hablar. Solo sacudí mi cabeza sin poder hacer
nada. Era bueno en eso.

271
—¿Quizás estamos en el lugar equivocado? —Preguntó Meg.
Reyna se mordió el labio inferior. —Definitivamente algo está
mal aquí. Déjenme revisar el interior de la estación. Aurum y
Argentum pueden hacer una búsqueda rápida. Si nos encontramos
con algún mortal, solo diré que estaba de excursión y me perdí.
Chicos, esperen aquí. Aguarden mi salida. Si escuchan ladridos, eso
significa problemas.
Corrió por el campo, con Aurum y Argentum pisándole los
talones, y desapareció dentro del edificio.
Meg me miró por encima de sus anteojos. —¿Cómo es que la
hiciste reír?
—Esa no era mi intención. Además, no es ilegal hacer reír a alguien.
—Le pediste que fuera tu novia, ¿verdad?
—Yo... ¿Qué? No. Más o menos. Sí.
—Eso fue estúpido.
Me resultaba humillante que mi vida amorosa fuera criticada por
una niña que llevaba un botón de unicornio y huesos cruzados. —No
lo entenderías.
Meg resopló.
Parecía ser la fuente de diversión de todos hoy.
Estudié la torre que se alzaba sobre nosotros. En el costado de la
columna de soporte más cercana, una rampa acanalada de acero
encerraba una hilera de peldaños, formando un túnel por el cual se
podía subir, si uno estuviera lo suficientemente loco, para alcanzar el
primer conjunto de vigas transversales, que se erizaba con más
antenas parabólicas y antenas de celular en forma de hongo.

272
Desde allí, los peldaños continuaban hacia arriba en una capa de
niebla baja que se tragaba la mitad superior de la torre. En la niebla
blanca, una brumosa V negra flotaba dentro y fuera de la vista, un
pájaro de algún tipo.
Me estremecí al pensar en las estriges que nos habían atacado en
el laberinto en llamas, pero las estriges solo cazaban de noche. Esa
forma oscura tenía que ser otra cosa, tal vez un halcón buscando
ratones. La ley de los promedios dictaba que de vez en cuando tenía
que encontrarme con una criatura que no quería matarme, ¿verdad?
Sin embargo, la forma fugaz me llenó de temor. Me recordó las
muchas experiencias cercanas a la muerte que había compartido con
Meg McCaffrey, y la promesa que me había hecho de ser honesto
con ella, en los viejos tiempos de hace diez minutos, antes de que
Reyna me hubiera destruido la autoestima.
—Meg, — le dije. —Anoche…
—Viste a Melocotones. Lo sé.
Ella podría haber estado hablando sobre el clima. Su mirada
permaneció fija en la puerta de la estación de relevos.
—Lo sabes, — repetí.
—Ha estado alrededor por un par de días.
—¿Lo has visto?
—Solo lo sentí. Tiene sus razones para mantenerse alejado. No le
gustan los romanos. Está trabajando en un plan para ayudar a los
espíritus naturales locales.
—Y... ¿Si ese plan es ayudarlos a escapar?

273
A la luz gris difusa del banco de niebla, las gafas de Meg parecían
sus propias pequeñas antenas parabólicas.
—¿Crees que eso es lo que quiere? ¿O lo que quieren los espíritus
de la naturaleza?
Recordé las expresiones de miedo de los faunos en People's Park,
la ira cansada de las dríadas. —No lo sé. Pero Lavinia…
—Sí. Ella está con ellos. — Meg se encogió de hombros. —Los
centuriones notaron su desaparición en la lista de la mañana. Están
tratando de minimizarla. Malo para la moral.
Miré a mi joven compañera, que aparentemente había estado
tomando lecciones de Lavinia en Campamento Avanzado del
Chisme.
—¿Reyna lo sabe?
—¿Qué Lavinia se ha ido? Seguro. ¿A dónde fue Lavinia? Nah,
Yo tampoco, la verdad. Lo que sea que ella, Melocotones y el resto
estén planeando, no hay mucho que podamos hacer al respecto
ahora. Tenemos otras cosas de qué preocuparnos.
Me crucé de brazos. —Bueno, me alegro de que hayamos tenido
esta charla, para poder liberarme de todas las cosas que ya sabías.
También iba a decir que eres importante para mí e incluso podría
amarte como una hermana, pero…
—Eso también lo sé ya, —me dio una sonrisa torcida, ofreciendo
pruebas de que Nerón realmente debería haberla llevado al
ortodontista cuando era más joven. —Está bien. También te has
vuelto menos molesto.
—Hmph.
—Mira, aquí viene Reyna.

274
Y así terminó nuestro cálido momento familiar, cuando la pretor
resurgió de la estación, con su expresión inquieta, sus galgos
felizmente rodeando sus piernas como si esperaran gominolas.
—El lugar está vacío, —anunció Reyna. —Parece que todos se
fueron apurados. Yo diría que algo los hizo evacuar, como una
amenaza de bomba, tal vez.
Fruncí el ceño. —En ese caso, ¿no habría vehículos de emergencia
aquí?
—La niebla, —adivinó Meg. —Podría haber hecho que los
mortales vieran algo para sacarlos de aquí. Despejando la escena
antes de…
Estaba a punto de preguntar “¿Antes de qué?” Pero no quería la
respuesta.
Meg tenía razón, por supuesto. La niebla era una fuerza extraña. A
veces manipulaba las mentes mortales después de un evento
sobrenatural, como el control de daños. Otras veces, funcionaba
antes de una catástrofe, alejando a los mortales que de otro modo
podrían terminar como daños colaterales, como ondas en un
estanque que advierten el primer paso de un dragón.
—Bueno, —dijo Reyna, —si eso es cierto, significa que estamos
en el lugar correcto. Y solo puedo pensar en otra dirección para
explorar.
—Sus ojos siguieron los pilares de la Torre Sutro hasta que
desaparecieron en la niebla. —¿Quién quiere subir primero?
Querer no tuvo nada que ver con eso. Fui obligado.
La razón aparente era para que Reyna pudiera estabilizarme si
comenzaba a sentirme tembloroso en la escalera. Probablemente, la
verdadera razón era que no podría retroceder si me asustaba. Meg

275
fue

276
la última, supongo porque eso le daría tiempo para seleccionar las
semillas de jardinería apropiadas para arrojar a nuestros enemigos
mientras me atacaban y Reyna me empujaba hacia adelante.
Aurum y Argentum, al no poder escalar, se quedaron en el suelo
para proteger nuestra salida como los holgazanes, a los que les
faltaban pulgares opuestos, que eran. Si terminábamos cayendo en
picada a nuestras muertes, los perros estarían allí para ladrar con
entusiasmo a nuestros cadáveres. Eso me dio un gran consuelo.
Los peldaños estaban resbaladizos y fríos. Las costillas de metal
del conducto me hicieron sentir como si estuviera gateando a través
de un Slinky39 gigante. Me imaginé que estaban destinados a ser una
especie de medida de seguridad, pero no hicieron nada para
tranquilizarme. Si me resbalara, serían más cosas dolorosas con las
que golpearme en el camino hacia abajo.
Después de unos minutos, mis extremidades flaqueaban. Mis
dedos temblaron El primer conjunto de vigas transversales parecía
no acercarse. Miré hacia abajo y vi que apenas habíamos pasado los
platos del radar en la azotea de la estación.
El viento frío me golpeó alrededor del pecho, rasgando mi
sudadera, sacudiendo las flechas en mi carcaj. Cualesquiera que
fueran los guardias de Tarquinio, si me atrapaban en esta escalera,
mi arco y mi ukelele no me servirían de nada. Al menos un rebaño
de ovejas asesinas no podían subir escaleras.
Mientras tanto, en la niebla sobre nosotros, más formas oscuras se
arremolinaban, definitivamente pájaros de algún tipo. Me recordé a
mí mismo que no podían ser estriges. Aun así, una sensación de
peligro me arroyó el estómago.

39
Perrito de Toy Story con una parte hecha de resorte metálico.

276
¿Y si…?
Basta, Apolo, me reprendí. Ahora no puedes hacer nada más que
seguir escalando.
Me concentré en un peligroso peldaño resbaladizo a la vez. Las
suelas de mis zapatos crujieron contra el metal.
Debajo de mí, Meg preguntó: —¿Ustedes huelen rosas?
Me preguntaba si ella estaba tratando de hacerme reír. ¿Rosas?
¿Por qué en nombre de los doce dioses olería rosas aquí arriba?
Reyna dijo, —Todo lo que huelo son los zapatos de Lester. Creo
que él pisó algo.
—Un gran charco de vergüenza, —murmuré.
—Huelo a rosas, —insistió Meg. —Lo que sea. Sigan moviéndose.
Lo hice, ya que no tenía otra opción. Por fin, llegamos al primer
conjunto de travesaños. Una pasarela recorrió la longitud de las
vigas, lo que nos permitió estar de pie y descansar durante unos
minutos. Estábamos a unos sesenta pies por encima de la estación de
relevos, pero se sentía mucho más alto. Debajo de nosotros, se
extendía una interminable cuadrícula de cuadras de la ciudad, que se
agita y se retuerce a través de las colinas cuando es necesario, las
calles hacen diseños que me recuerdan al alfabeto tailandés. (La
diosa Nang Kwak40 había intentado enseñarme su idioma una vez,
durante una deliciosa cena de fideos picantes, pero no dio resultado).
Abajo, en el estacionamiento, Aurum y Argentum nos miraron y
menearon la cola. Parecían estar esperando a que hiciéramos algo.
La parte mezquina de mí quería disparar una flecha a la cima de
la

40
Nang Kwak es un espíritu o divinidad familiar del folklore tailandés. Se considera que trae buena

277
¿Y si…?
fortuna, prosperidad, atrae clientes a un negocio y se encuentra entre los comerciantes.

278
siguiente colina y gritar: ¡Vayan a buscarlo! Pero dudaba que Reyna
lo apreciara.
—Es divertido aquí arriba, —decidió Meg. Ella hizo una voltereta,
porque disfrutaba darme paros al corazón.
Escaneé el triángulo de las pasarelas, esperando ver algo además
de cables, cajas de circuitos y equipos satelitales, preferiblemente
algo etiquetado con: PRESIONE ESTE BOTÓN PARA
COMPLETAR LA BÚSQUEDA Y RECOGER RECOMPENSAS.
Por supuesto que no, me recriminé a mí mismo. Tarquinio no
sería tan amable de poner lo que necesitábamos en el nivel más
bajo.
—Definitivamente no hay dios silencioso aquí, —dijo Reyna.
—Muchas gracias.
Ella sonrió, claramente todavía de buen humor por mi error
anterior en el charco de vergüenza. —Tampoco veo ninguna puerta.
¿No decía la profecía que se suponía que debía abrir una puerta?
—Podría ser metafórico, —especulé. —Pero tienes razón, no hay
nada aquí para nosotros.
Meg señaló el siguiente nivel de vigas transversales: otros sesenta
pies de altura, apenas visibles en el vientre del banco de niebla.
—El olor a rosas es más fuerte allá arriba, —dijo. —Deberíamos
seguir escalando.
Olfateé el aire. Solo olí el leve aroma a eucalipto del bosque
debajo de nosotros, mi propio sudor enfriándose contra mi piel y el
olor agrio de antiséptico e infección surgiendo de mi abdomen
vendado.
—Hurra, —dije. —A seguir escalando.

278
Esta vez, Reyna tomó la delantera. No había una jaula para escalar
al segundo nivel, solo peldaños de metal desnudos contra el costado
de la viga, como si los constructores hubieran decidido decir:
“Welp41 si llegaste hasta aquí, debes estar loco, ¡así que no más
medidas de seguridad!”. Ahora que había desaparecido el conducto
acanalado de metal, me di cuenta de que me había dado algo de
consuelo psicológico. Al menos podría fingir que estaba dentro de
una estructura segura, no escalar libremente una torre gigante como
un loco. No tenía sentido para mí por qué Tarquinio pondría algo tan
importante como su dios silencioso en la cima de una torre de radio,
o por qué se había aliado con los emperadores en primer lugar, o por
qué el olor a rosas podría indicar que estábamos acercándonos a
nuestro objetivo, o por qué esos pájaros oscuros seguían dando
vueltas sobre nosotros en la niebla. ¿No tenían frío? ¿No tenían
trabajo?
Aun así, no tenía dudas de que estábamos destinados a escalar este
monstruoso trípode. Se sintió bien, con lo que quiero decir que se
sintió aterrador e incorrecto. Tenía la premonición de que todo
tendría sentido para mí lo suficientemente pronto, y cuando lo
hiciera, no me gustaría.
Era como si estuviera parado en la oscuridad, mirando pequeñas
luces desconectadas en la distancia, preguntándome qué podrían ser.
Para cuando me diera cuenta “Oh, hey, ¡Esos son los faros de un
gran camión que se precipita hacia mí!” Sería demasiado tarde.
Estábamos a medio camino de la segunda serie de vigas
transversales cuando una sombra enojada salió de la niebla, cayendo

41
Termino ingles que combina "well" y "help" , utilizado cuando ya no sabes que hacer.

279
en picado sobre mi hombro. La ráfaga de sus alas casi me tira de la
escalera.
—¡Whoa! —Meg agarró mi tobillo izquierdo, aunque eso no hizo
nada para estabilizarme. —¿Qué fue eso?
Vislumbré al pájaro cuando desapareció en la niebla: alas negras
aceitosas, pico negro, ojos negros.
Un sollozo se formó en mi garganta, cuando uno de los faros del
camión se hizo muy claro para mí. —Un cuervo.
—¿Un cuervo? —Reyna frunció el ceño hacia mí. —¡Esa cosa era
enorme!
Es cierto que la criatura que me zumbó debe haber tenido una
envergadura de al menos veinte pies, pero luego varios graznidos
enojados sonaron desde algún lugar en la niebla, dejándome sin
ninguna duda.
—Cuervos, plural, —corregí. —Cuervos gigantes.
Media docena apareció en espiral, sus ojos negros y hambrientos
bailaron sobre nosotros como apuntando con láser, evaluando
nuestros puntos débiles suaves y sabrosos.
—Una bandada de cuervos, —Meg parecía medio incrédula,
medio fascinada. —¿Esos son los guardias? Están lindos.
Gruñí, deseando poder estar en cualquier otro lugar, como en la
cama, debajo de una gruesa capa de cálidas colchas de Kevlar. Tuve
la tentación de protestar de que un grupo de cuervos en realidad se
llamaba crueldad o conspiración. Quería gritar que los guardias de
Tarquinio deberían ser descalificados por ese tecnicismo. Pero
dudaba que a Tarquinio le importaran esas sutilezas. Sabía que a los
cuervos no. Nos matarían de cualquier manera, no importa cuán

280
bonitos Meg pensara que eran. Además, llamar a los cuervos
desagradables y conspiradores siempre me había parecido
redundante.
—Están aquí por Coronis, —dije miserablemente. —Esto es mi
culpa
—¿Quién es Coronis? —Preguntó Reyna.
—Larga historia. —Grité a los pájaros, —¡Chicos, me he
disculpado un millón de veces!
Los cuervos retrocedieron furiosos. Una docena más salió de la
niebla y comenzó a rodearnos.
—Nos destrozarán, —dije. —Tenemos que retirarnos, volver a la
primera plataforma.
—La segunda plataforma está más cerca, — dijo Reyna. —¡Sigue
escalando!
—Tal vez solo nos están mirando, —dijo Meg. —Tal vez no
atacarán.
Ella no debería haber dicho eso.
Los cuervos son criaturas contrarias. Debería saberlo: les di forma
de lo que son. Tan pronto como Meg expresó la esperanza de que no
atacarían, lo hicieron.

281
26

Me gustaría cantar un
Clásico para ti ahora. Gracias.
Por favor, deja de apuñalarme.

E
n retrospectiva, DEBÍ haber dado esponjas a los cuervos
en vez de picos, esponjas suaves, suaves y blandas que no
fueran capaces de apuñalar. Mientras los hacía, debería
haberles puesto garras que no pudieran lastimar. Pero no. Les deje
tener picos como cuchillos dentados y garras como ganchos para
carne. ¿En qué había estado pensando?
Meg gritó cuando una de las aves se zambulló junto a ella,
rastrillando su brazo.
Otro voló a las piernas de Reyna. La pretora le dio una patada,
pero su talón erró al pájaro y conectó con mi nariz.
—¡OUUUU!— Grité, mi cara palpitaba.
— ¡Mi culpa!— Reyna intentó trepar, pero los pájaros se
arremolinaron a nuestro alrededor, apuñalando, arañando y
arrancando pedazos de nuestra ropa. El frenesí me recordó a mi
concierto de despedida en Salónica en el año 235 a. C. (Me gustaba
hacer una gira de despedida cada diez años más o menos, solo para
mantener a los fanáticos ansiosos). Dionisio había aparecido con
toda su horda de ménades cazadoras de souvenirs. No es un buen
recuerdo.
—Lester, ¿Quién es Coronis?— Reyna gritó, desenvainando su
espada. — ¿Por qué te disculpabas con los pájaros?

282
— ¡Los creé!— Mi nariz rota me hizo sonar como si estuviera
haciendo gárgaras con jarabe. Los cuervos gritaban indignados. Uno
se abalanzó, sus garras fallaron por poco mi ojo izquierdo. Reyna
balanceó su espada salvajemente, tratando de mantener a raya al
rebaño.
—Bueno, ¿Puedes des-crearlos?— Preguntó Meg.
A los cuervos no les gustó esa idea. Uno se zambulló contra Meg.
Ella le arrojó una semilla que, como era un cuervo, atrapó
instintivamente al aire. Una calabaza explotó a pleno crecimiento en
su pico. El cuervo, repentinamente pesado con una boca llena de
Halloween, se desplomó hacia el suelo.
—Está bien, no los creé exactamente— confesé. —Simplemente
los cambié a lo que son ahora. Y no, no puedo deshacerlo.
Los pájaros graznaron más enojados, aunque por el momento se
mantuvieron alejados, recelosos de la niña con la espada y la otra
con las sabrosas semillas explosivas.
Tarquinio había elegido a los guardias perfectos para alejarme de
su dios silencioso. Los cuervos me odiaban. Probablemente
trabajaran gratis, sin siquiera un plan de salud, solo esperando tener
la oportunidad de derribarme.
Sospeché que la única razón por la que todavía estábamos vivos
era porque las aves estaban tratando de decidir quién recibirá el
honor de mi muerte.
Cada graznido enojado era un reclamo de mis sabrosos trozos:
¡pido su hígado!
No, ¡yo pido su hígado!
Bueno, entonces pido sus riñones.

283
Los cuervos son tan codiciosos como contrarios. Por desgracia, no
podíamos contar con que estuvieran discutiendo entre ellos por
mucho tiempo. Estaríamos muertos tan pronto como descubrieran su
orden de picoteo adecuado. (¡Oh, tal vez por eso lo llaman una orden
jerárquica!42)
Reyna le dio un golpe a uno que se estaba acercando demasiado.
Echó un vistazo a la pasarela en el travesaño sobre nosotros, tal vez
calculando si tendría tiempo para alcanzarla si envainaba su espada.
A juzgar por su expresión frustrada, su conclusión fue no.
—Lester, necesito información— dijo. —Dime cómo derrotamos
estas cosas.
— ¡No lo sé!— Lamenté. —Mira, en los viejos tiempos, los
cuervos solían ser suaves y blancos, como las palomas, ¿De
acuerdo? Pero eran terribles chismosos. Una vez estaba saliendo con
esta chica, Coronis. Los cuervos descubrieron que ella me estaba
engañando, y me lo contaron. Estaba tan enojado que conseguí que
Artemisa matara a Coronis por mí. Luego castigué a los cuervos por
ser semejantes habladores volviéndolos negros.
Reyna me miró como si estuviera contemplando darme otra patada
en la nariz.
—Esa historia está tan jodida en muchos niveles.
—Simplemente mal— coincidió Meg. — ¿Hiciste que tu hermana
matara a una chica que te estaba engañando?
—Bueno, yo…

42
Juego de palabras —pecking order— puede decir orden de picoteo aludiendo a quien lo merece más y
a la vez —orden jerárquica—

284
—Entonces castigaste a los pájaros que te lo contaron— agregó
Reyna, —¿Volviéndolos negros, como si el negro fuera malo y el
blanco bueno?
—Cuando lo pones de esa manera, no suena bien— protesté. —Es
justo lo que sucedió cuando mi maldición los chamuscó. También
los convirtió en comedores de carne de mal genio.
—Oh, eso es mucho mejor— gruñó Reyna.
—Si dejamos que los pájaros te coman— preguntó Meg, — ¿Nos
dejarán a Reyna ya mí tranquilas?
—Yo... ¿Qué?— Me preocupaba que Meg no estuviera
bromeando. Su expresión facial no decía que fuera juego. Decía en
serio lo de dejar que los pájaros me comieran.
— ¡Escucha, estaba enojado! Sí, me desquité con los pájaros, pero
después de unos siglos me enfrié. Me disculpé. Para entonces, les
gustaba ser comedores de carne de mal genio. En cuanto a Coronis,
quiero decir, al menos salvé al niño del que estaba embarazada
cuando Artemisa la mató, ¡Se convirtió en Asclepio, dios de la
medicina!
— ¿Tu novia estaba embarazada cuando la mataste?— Reyna
lanzó otra patada en mi cara. Me las arreglé para esquivarla, ya que
había tenido mucha práctica acobardarme, pero me dolía saber que
esta vez no había estado apuntando a un cuervo. Oh no. Ella quería
tumbarme los dientes.
—Eres un asco— acordó Meg.
— ¿Podemos hablar de esto más tarde?— Supliqué. — ¿O tal vez
nunca? ¡Yo era un dios entonces! ¡No sabía lo que estaba haciendo!

Hace unos meses, una declaración como esa no habría tenido
sentido para mí.

285
Ahora, parecía verdad. Me sentí como si Meg me hubiera dado sus
anteojos de lentes gruesos, y para mi horror, corrigieron mi vista. No
me gustó cuán pequeño y mezquino se veía todo, presentado con
perfecta fea claridad a través de la magia de Meg-o-Visión. Sobre
todo, no me gustaba mi aspecto, no solo el actual de Lester, sino el
dios anteriormente conocido como Apolo.
Reyna intercambió miradas con Meg. Parecían llegar a un acuerdo
silencioso de que el curso de acción más práctico sería sobrevivir a
los cuervos ahora para poder matarme ellas mismas más tarde.
—Estamos muertos si nos quedamos aquí— Reyna lanzó su
espada hacia otro entusiasta cuervo carnívoro. —No podemos
evadirlos y escalar al mismo tiempo. ¿Ideas?
Los cuervos tenían uno. Fue llamado ataque total.
Enjambraron: picoteando, rasguñando, croando de rabia.
— ¡Lo siento!— Grité, golpeando inútilmente a los pájaros. —
¡Lo siento!
Los cuervos no aceptaron mis disculpas. Las garras rasgaron las
piernas de mi pantalón. Un pico se aferró a mi carcaj y casi me sacó
de la escalera, dejando mis pies colgando por un momento aterrador.
Reyna continuó alejándose. Meg maldijo y arrojó semillas como
regalitos para la peor carroza en un desfile. Un cuervo gigante cayó
en espiral fuera de control, cubierto de narcisos. Otro cayó como una
piedra, con el estómago abultado en forma de calabaza.
Mi control se debilitó en los peldaños. La sangre goteaba de mi
nariz, pero no tenía ni un momento para limpiarla.
Reyna tenía razón. Si no nos movíamos, estábamos muertos. Y no
podíamos movernos.

286
Escaneé el travesaño sobre nosotros. Si pudiéramos alcanzarlo,
podríamos ponernos de pie y usar nuestros brazos. Tendríamos una
oportunidad de pelear para... bueno, pelear.
En el extremo más alejado de la pasarela, colindando con el
siguiente pilón de soporte, había una gran caja rectangular, como un
contenedor de envío. Me sorprendió no haberlo notado antes, pero
en comparación con la escala de la torre, el contenedor parecía
pequeño e insignificante, solo otra cuña de metal rojo. No tenía idea
de lo que estaba haciendo esa caja aquí (¿Un depósito de
mantenimiento? ¿Un cobertizo de almacenamiento?), Pero si
pudiéramos encontrar una manera de entrar, podría ofrecernos
refugio.
—¡Por allá!— Grité.
Reyna siguió mi mirada. —Si podemos alcanzarlo... Necesitamos
ganar tiempo. Apolo, ¿Qué repele a los cuervos? ¿No hay algo que
odien?
—¿Peor que yo?
—No les gustan mucho los narcisos— observó Meg, cuando otro
pájaro ataviado con flores entró en picada.
—Necesitamos algo que los aleje a todos— dijo Reyna,
balanceando su espada nuevamente. —Algo que odiarán peor que
Apolo— Sus ojos se iluminaron. —Apolo, ¡Canta para ellos!
También podría haberme pateado en la cara otra vez.
—¡Mi voz no es tan mala!
—Pero tú eres el... Solías ser el dios de la música, ¿Verdad? Si
puedes encantar a una multitud, deberías poder rechazar una. ¡Elige
una canción que estas aves odien!

287
Excelente. Reyna no solo se había reído en mi cara y me había
reventado la nariz, sino que ahora yo era su chico favorito por
repulsión.
Aun así... Me sorprendió la forma en que dijo que solía ser un
dios. Ella no parecía querer decirlo como un insulto. Lo dijo casi
como una concesión, como si supiera qué horrible deidad había sido,
pero mantenía la esperanza de que fuera capaz de ser alguien mejor,
más servicial, tal vez incluso digno de perdón.
—Está bien— le dije. —Está bien, déjame pensar.
Los cuervos no tenían intención de dejarme hacer eso. Graznaban
y pululaban en una ráfaga de plumas negras y garras puntiagudas.
Reyna y Meg hicieron todo lo posible para que regresaran, pero no
pudieron cubrirme por completo. Un pico me apuñaló en el cuello,
fallando por poco mi arteria carótida. Las garras rastrillaron el
costado de mi cara, sin duda me dieron algunas heridas sangrientas
nuevas.
No pude pensar en el dolor.
Quería cantar para Reyna, para demostrar que realmente había
cambiado. Ya no era el dios que había matado a Coronis y creado
cuervos, o que había maldecido a la Sibila de Cumas, o que había
hecho alguna de las otras cosas egoístas que alguna vez no me había
dado el tiempo para pensar, más que en elegir los ingredientes de
postre que quería en mi ambrosía.
Era hora de ser de ayuda. ¡Necesitaba ser repulsivo para mis
amigos!
Repasé milenios de recuerdos de actuaciones, tratando de recordar
cualquiera de mis números musicales que hubiera sido bombardeado
totalmente. No. No se me ocurría ninguno. Y los pájaros seguían
atacando...
Aves atacando.

288
Una idea surgió en la base de mi cráneo.
Recordé una historia que mis hijos Austin y Kayla me habían
contado, cuando estaba en el Campamento Mestizo. Estábamos
sentados en la fogata, y habían estado bromeando sobre el mal gusto
de Quirón en la música. Dijeron que varios años antes, Percy
Jackson había logrado expulsar a una bandada de pájaros asesinos de
Estenfalo simplemente tocando lo que Quirón tenía en su equipo de
sonido.
¿Qué había tocado él? ¿Cuál era el favorito de Quirón?
—¡VOLARE ! — Grité.
Meg me miró con un geranio al azar atrapado en su cabello.
—¿Quien?—
—Es una canción de la que Dean Martin hizo cover — dije. —Es
posible que sea inaceptable para las aves. No estoy seguro.
—Bueno, ¡Asegúrate!— Gritó Reyna. Los cuervos rasguñaban y
picotearon furiosamente su capa, incapaces de rasgar la tela mágica,
pero su parte delantera estaba desprotegida.
Cada vez que blandía su espada, un pájaro se abalanzaba y le
apuñalaba el pecho y los brazos expuestos. Su camiseta de manga
larga se estaba convirtiendo rápidamente en una camiseta de manga
corta.
Canalicé a mi peor Rey de lo Cool. Me imaginé que estaba en un
escenario de Las Vegas, una línea de vasos de Martini vacíos en el
piano detrás de mí. Llevaba un esmoquin de terciopelo. Acababa de
fumar un paquete de cigarrillos. Frente a mí se sentaba una multitud
llena de admiradores, fanáticos sordos.
—VOOO-LAR-RAAAAY!— Grité, modulando mi voz para
agregar unas veinte sílabas a la palabra. — ¡Whoa! ¡OH!

289
La respuesta de los cuervos fue inmediata. Retrocedieron como si
de repente nos hubiéramos convertido en platos vegetarianos.
Algunos se arrojaron contra las vigas metálicas, haciendo temblar
toda la torre.
—¡Continúa!— Meg gritó.
Dicho como una orden, sus palabras me obligaron a cumplir. Con
disculpas a Doménico Modugno, quien escribió la canción, le di a
Volare el tratamiento completo de Dean Martin.
Había sido una vez una melodía tan encantadora y oscura.
Originalmente, Modugno lo llamó Nel blu, dipinto di blu, lo que,
concedido, era un mal título. No sé por qué los artistas insisten en
hacer eso. Al igual que One Headlight de los Wallflowers
obviamente debería haberse titulado Yo y Cenicienta. Y The A-Team
de Ed Sheeran claramente debería haberse llamado Demasiado frío
para que vuelen los ángeles. Quiero decir, vamos, muchachos, Estás
enterrando al lede43.
En cualquier caso, Nel blu, dipinto di blu podría haberse
desvanecido en la oscuridad si Dean Martin no lo hubiera
contactado, reempaquetandola como Volare, agregó siete mil
violines y cantantes de respaldo, y lo convirtió en un sórdido canto
de salón clásico.
No tenía cantantes de respaldo. Todo lo que tenía era mi voz, pero
hice todo lo posible para ser terrible. Incluso cuando era un dios y
podía hablar cualquier idioma que quisiera, nunca había cantado
bien en italiano. Seguí mezclándolo con el latín, así que salí sonando
como Julio César con un resfriado. Mi nariz recién reventada se
sumó al horror.

43
La oración inicial o el párrafo de un artículo de noticias, que resume los aspectos más importantes de
la historia.

290
Gruñí y grité, cerrando los ojos y aferrándome a la escalera
mientras los cuervos se agitaban a mí alrededor, gruñendo de horror
ante mi parodia de una canción. Muy por debajo, los galgos de
Reyna aullaron como si hubieran perdido a sus madres.
Me quedé tan absorto en el asesinato de Volare, que no me di
cuenta que los cuervos se habían quedado en silencio hasta que
Meg gritó:
—APOLO, SUFICIENTE.
Vacilé a la mitad de un coro. Cuando abrí los ojos, los cuervos no
estaban a la vista. Desde algún lugar en la niebla, sus indignados
graznidos se volvieron más y más débiles a medida que el rebaño se
alejaba en busca de presas más tranquilas y menos repugnantes.
—Mis oídos— se quejó Reyna. —Oh, dioses, mis oídos nunca
sanarán.
—Los cuervos volverán— advertí. Mi garganta se sentía como el
conducto de una mezcladora de cemento. —Tan pronto como logren
comprar suficientes audífonos anti ruido de tamaño cuervo,
volverán.
¡Ahora sube! No tengo otra canción de Dean Martin.

291
27

Juguemos a adivinar el dios.


Comienza con H. Quiere matarme.
(Además de mi madrastra)

T
an pronto como llegué a la pasarela, agarré la barandilla.
No estaba seguro de si mis piernas estaban temblorosas o
si toda la torre se balanceaba. Sentí que estaba de vuelta en
el
trirreme44 del placer de Poseidón, en el que tiraban las ballenas
azules. Oh, es un viaje tranquilo, había prometido. Te va a encantar.
Abajo, San Francisco se extendía en una colcha arrugada de verde
y gris, los bordes deshilachados de niebla. Sentí una punzada de
nostalgia por mis días en el carro del sol.
¡Oh San Francisco! Cada vez que veía esa hermosa ciudad debajo,
sabía que el viaje de mi día estaba casi terminado. Finalmente podría
estacionar mi carro en el Palacio del Sol, relajarme por la noche y
dejar que cualquier otra fuerza que controlara la noche y el día se
hiciera cargo de mí. (Lo siento, Hawái. Te amo, pero no estaba
dispuesto a trabajar horas extras para darte un amanecer).
Los cuervos no estaban a la vista. Eso no significaba nada. Una
capa de niebla todavía oscurecía la cima de la torre. Los asesinos
podrían salir de allí en cualquier momento. No era justo que pájaros
con envergaduras de seis metros pudieran acercarse sigilosamente a
nosotros tan fácilmente.

44
Nave de guerra inventada hacia el siglo VII a. C.

292
En el otro extremo de la pasarela se encontraba el contenedor de
envío. El olor a rosas era tan fuerte ahora que incluso yo podía
olerlo, y parecía provenir de la caja. Di un paso hacia él e
inmediatamente tropecé.
—Cuidado — Reyna me agarró del brazo.
Una sacudida de energía me atravesó, estabilizando mis piernas.
Quizás lo imaginé. O tal vez me sorprendió que ella hubiera hecho
contacto físico conmigo y que no implicara poner su bota en mi cara.
—Estoy bien — dije. Una habilidad divina que no me había
abandonado: mentir.
—Necesitas atención médica— dijo Reyna. —Tu cara es un
espectáculo de terror.
—Gracias.
—Tengo suministros— anunció Meg.
Ella rebuscó en las bolsas de su cinturón de jardinería. Estaba
aterrorizado de que pudiera tratar de arreglar mi cara con flores de
buganvillas, pero en su lugar sacó cinta adhesiva, gasa y toallitas con
alcohol. Supuse que su tiempo con Pranjal le había enseñado más
que solo cómo usar un rallador de queso.
Ella se preocupó por mi cara, luego nos revisó a mí y a Reyna por
cortes y pinchazos especialmente profundos. Teníamos muchos.
Pronto los tres nos vimos como refugiados del campamento de
George Washington en Valley Forge. Podríamos haber pasado toda
la tarde vendándonos, pero no tuvimos tanto tiempo.
Meg se volvió para mirar el contenedor de envío. Aún tenía un
terco geranio atrapado en su cabello. Su vestido hecho jirones la
rodeaba como pedazos de algas.

293
— ¿Qué es esa cosa?— Se preguntó. — ¿Qué hace aquí, y por qué
huele a rosas?
Buenas preguntas.
Juzgar la escala y la distancia en la torre fue difícil. Escondido
contra las vigas, el contenedor de envío parecía pequeño y cercano,
pero probablemente estaba a una cuadra de distancia de nosotros, y
era más grande que el tráiler personal de Marlon Brando en el set de
El Padrino. (Wow, ¿De dónde vino ese recuerdo? Tiempos locos).
Instalar esa enorme caja roja en la Torre Sutro habría sido una
tarea enorme. Por otra parte, el Triunvirato tenía suficiente efectivo
para comprar cincuenta yates de lujo, por lo que probablemente
podrían permitirse algunos helicópteros de carga.
La pregunta más importante era ¿Por qué?
Desde los costados del contenedor, brillantes cables de bronce y
oro serpentearon hacia afuera, tejiendo alrededor del pilón y las
vigas transversales como cables de conexión a tierra, conectándose a
antenas parabólicas, matrices celulares y cajas de alimentación.
¿Había algún tipo de estación de monitoreo dentro? ¿El invernadero
de rosas más caro del mundo? O quizás el esquema más elaborado
para robar canales Premium de televisión por cable.
El extremo más cercano de la caja estaba equipado con puertas de
carga, las barras de bloqueo verticales atadas con hileras de cadenas
pesadas. Lo que sea que estuviera adentro estaba destinado a
quedarse allí.
—¿Alguna idea?— Preguntó Reyna.
—Intenta entrar en ese contenedor— le dije. —Es una idea terrible.
Pero es la única que tengo.
—Sí—. Reyna examinó la niebla sobre nuestras cabezas. —
Movámonos antes de que los cuervos regresen para un contraataque.

294
Meg convocó sus espadas. Lideró el camino a través de la
pasarela, pero después de unos seis metros, se detuvo abruptamente,
como si se hubiera topado con una pared invisible.
Ella se volvió para mirarnos. —Chicos, ¿Soy... yo o... me siento
rara?
Pensé que la patada en la cara podría haber provocado un
cortocircuito en mi cerebro.
—¿Qué, Meg?
—Dije... mal, como... frío y...
Eché un vistazo a Reyna. — ¿Escuchaste eso?
—Solo la mitad de sus palabras están llegando. ¿Por qué no se ven
afectadas nuestras voces?
Estudié la corta extensión de la pasarela que nos separaba de Meg.
Una sospecha desagradable se retorció en mi cabeza.
—Meg, da un paso atrás hacia mí, por favor.
—¿Por qué... quieres...?
—Solo compláceme.
Ella lo hizo.
— ¿Entonces ustedes también se sienten raros? ¿Cómo, algo frío?
—Ella frunció el ceño. —Espera... es mejor ahora.
—Estabas soltando palabras al azar— dijo Reyna.
—¿Lo estaba?
Las chicas me miraron por una explicación. Lamentablemente,
pensé que podría tener una, o al menos el comienzo de una. El
camión metafórico con los faros metafóricos se estaba acercando a
atropellarme metafóricamente.

295
—Ustedes dos esperen aquí por un segundo— dije. —Quiero
probar algo.
Di unos pasos hacia el contenedor de envío. Cuando llegué al
lugar donde Meg había estado parada, sentí la diferencia, como si
hubiera cruzado el umbral de un congelador.
Otros tres metros y ya no podía escuchar el viento, ni el ruido de
cables metálicos contra los lados de la torre, ni la sangre corriendo
por mis oídos. Chasqueé los dedos. Sin sonido.
El pánico se elevó en mi pecho. Silencio completo: la peor
pesadilla de un dios de la música.
Me voltee hacia Reyna y Meg. Traté de gritar: — ¿Pueden oírme
ahora?
Nada. Mis cuerdas vocales vibraron, pero las ondas de sonido
parecieron morir antes de que salieran de mi boca.
Meg dijo algo que no pude escuchar. Reyna extendió sus brazos.
Les hice un gesto para que esperaran. Luego respiré hondo y me
obligué a seguir hacia la caja. Me detuve a un brazo de distancia de
las puertas de carga.
El olor a ramo de rosas definitivamente provenía del interior. Las
cadenas a través de las varillas de bloqueo eran de oro imperial
pesado, suficiente metal mágico raro para comprar un palacio de
tamaño decente en el Monte Olimpo.
Incluso en mi forma mortal, podía sentir el poder que irradiaba
del contenedor, no solo el pesado silencio, sino el aura fría y
punzante de las salas y las maldiciones colocadas en las puertas y
paredes de metal. Para mantenernos fuera. Para mantener algo
adentro.
En la puerta de la izquierda, estampada con pintura blanca, había
una sola palabra en árabe:

296
Mi árabe estaba aún más oxidado que mi italiano de Dean Martin,
pero estaba bastante seguro de que era el nombre de una ciudad.
ALEXANDRIA Como en Alejandría, Egipto.
Mis rodillas casi se doblaron. Mi visión nadó. Podría haber
llorado, aunque no podía oírlo.
Lentamente, agarrando la barandilla en busca de apoyo, me
tambaleé hacia mis amigos. Solo sabía que había salido de la zona
de silencio cuando podía escucharme murmurando: "No, no, no,
no".
Meg me atrapó antes de que pudiera caerme.
—¿Qué sucede? ¿Qué pasó?
—Creo que entiendo— le dije. —El dios sin sonido.
—¿Quién es?— Preguntó Reyna.
—No lo sé.
Reyna parpadeó. —Pero acabas de decir...
—Creo entender. Recordar quién es exactamente, eso es más
difícil. Estoy bastante seguro de que estamos tratando con un dios
ptolemaico, de la época en que los griegos gobernaban Egipto.
Meg miró más allá de mí al contenedor. —Así que hay un dios en
la caja.
Me estremecí al recordar la breve franquicia de comida rápida que
Hermes había intentado abrir en el Monte Olimpo.
Afortunadamente, God-in-the-Box45 nunca despegó.

45
Juego de palabras "Dios en la caja"

297
—Sí, Meg. Creo que es un dios híbrido egipcio-griego muy
menor, que probablemente sea la razón por la que no se le pudo
encontrar en los archivos del Campamento Júpiter.
—Si es tan menor—, dijo Reyna, — ¿Por qué te ves tan asustado?
Un poco de mi vieja arrogancia olímpica surgió a través de mí.
Mortales, nunca podían entenderlo.
—Los dioses ptolemaicos son horribles— dije. —Son
impredecibles, temperamentales, peligrosos, inseguros…
—Como un dios normal, entonces—, dijo Meg.
—Te odio— le dije.
—Pensé que me amabas.
—Soy multitarea, Las rosas eran el símbolo de este dios. Yo, no
recuerdo por qué. ¿Una conexión con Venus? Estaba a cargo de los
secretos. En los viejos tiempos, si los líderes colgaban una rosa del
techo de una sala de conferencias, significaba que todos en esa
conversación habían jurado guardar el secreto. Lo llamaron sub rosa,
debajo de la rosa.
— ¿Entonces sabes todo eso— dijo Reyna, —pero no sabes el
nombre del dios?
—Yo... Él es...— Un gruñido frustrado surgió de mi garganta. —
Casi lo tengo. Debería tenerlo. Pero no he pensado en este dios en
milenios. Él es muy oscuro. Es como pedirme que recuerde el
nombre de un cantante de respaldo particular con el que trabajé
durante el Renacimiento. Quizás si no me hubieras pateado en la
cabeza...
— ¿Después de esa historia sobre Coronis?— Dijo Reyna. —Lo
merecías.
—Así es— estuvo de acuerdo Meg.

298
Suspiré. —Ustedes dos son influencias horribles la una para la
otra.
Sin apartar sus ojos de mí, Reyna y Meg se dieron unos cinco
segundos en silencio.
—Bien— me quejé. —Quizás la Flecha de Dodona pueda ayudar
a refrescar mi memoria. Al menos me insulta en el lenguaje florido
de Shakespeare.
Saqué la flecha de mi carcaj. — ¡Oh misil profético, necesito tu
guía!
No hubo respuesta.
Me preguntaba si la magia que adormecía el contenedor de
almacenamiento había adormecido la flecha. Entonces me di cuenta
de que había una explicación más simple. Regresé la flecha a mi
carcaj y saqué una diferente.
—Elegiste la flecha equivocada, ¿No?—, Adivinó Meg.
— ¡No!— Espeté. —Simplemente no entiendes mi proceso. Estoy
volviendo a la esfera del silencio ahora.
—Pero…
Me alejé antes de que Meg pudiera terminar.
Solo cuando estuve rodeado de frío silencio nuevamente se me
ocurrió que podría ser difícil mantener una conversación con la
flecha si no podía hablar.
No importa. Era demasiado orgulloso para retirarme. Si la flecha y
yo no pudiéramos comunicarnos telepáticamente, solo fingiría tener
una conversación inteligente mientras Reyna y Meg observaban.
— ¡Oh misil profético!— Lo intenté de nuevo. Mis cuerdas
vocales vibraron, aunque no salió ningún sonido, una sensación
perturbadora que solo puedo comparar con el ahogamiento. —
¡Necesito tu guía!

299
—FELICITACIONES— dijo la flecha. Su voz resonó en mi
cabeza, más táctil que audible, sacudiendo mis globos oculares.
—Gracias— le dije. —Espera ¿Felicidades por qué?
—HABÉIS ENCONTRADO VUESTRO CAMINO. AL MENOS
LOS INICIOS DE TU CARRIL, SOSPECHABA QUE ESTO SERÍA
ASÍ, DADO EL TIEMPO. LAS FELICITACIONES SON
ACERTADAS.
—Oh—. Me quedé mirando el punto de la flecha, esperando un
pero. Ninguno vino. Estaba tan sorprendido que solo podía
tartamudear, —G-gracias.
—TU AGRADECIMIENTO ES BIEN RECIBIDO.
—¿Acabamos de tener un intercambio cortés?
—ASÍ ES— reflexionó la flecha. —POR CIERTO EL MAYOR DE
LOS PROBLEMAS ES, ¿DE QUÉ "PROCESO" HABLABAS CON
LAS DAMISELAS? NO TIENES NINGÚN PROCESO EXCEPTO
EL SER TORPE
—Aquí vamos— murmuré. —Por favor, mi memoria necesita un
comienzo rápido. Este dios sin sonido... él es ese tipo de Egipto,
¿No?
—BIEN RAZONADO, BELLACO,— decía la flecha. —LO
HABEIS REDUCIDO A TODOS LOS CHICOS EN EGIPTO.
—Sabes a lo que me refiero. Estaba ese, ese único dios
ptolemaico. El tipo extraño. Era un dios del silencio y los secretos.
Pero no lo recuerdo exactamente bien. Si puedes darme su nombre,
creo que el resto de mis recuerdos se sacudirán.
—¿ACASO MI SABIDURIA ES TAN BARATA? ¿ESPERAIS
GANAR SU NOMBRE SIN ESFUERZO?

300
— ¿Cómo le llamas a escalar la Torre Sutro?— Pregunté. — ¿Ser
cortado en pedazos por los cuervos, pateado en la cara y obligado a
cantar como Dean Martin?
—ENTRETENIDO.
Puede que haya gritado algunas palabras selectas, pero la esfera
del silencio las censuró, así que tendrás que usar tu imaginación.
—Bien—, dije. — ¿Puedes al menos darme una pista?
—CIERTAMENTE, EL NOMBRE COMIENZA CON UNA H.
—Hefesto... Hermes... Hera... ¡Muchos nombres de dioses
comienzan con H!
—¿HERA? ¿ES EN SERIO?
—Solo estoy haciendo una lluvia de ideas. H, dices...
—PIENSE EN SU MÉDICO FAVORITO.
—Yo... Espera. Mi hijo, Asclepio.
El suspiro de la flecha sacudió todo mi esqueleto. —SU MÉDICO
MORTAL FAVORITO.
—Doctor Kildare, Doctor Doom, Doctor House, Doctor: ¡Oh! Te
refieres a Hipócrates. Pero él no es un dios ptolemaico.
—TU ME ESTAS MATANDO,— se quejó la flecha. —
"HIPOCRATES" ES TU PISTA. EL NOMBRE QUE USTED
NECESITA ES BASTANTE SIMILAR. PERO CAMBIE DOS
LETRAS.

— ¿Cuáles dos?— Me sentí petulante, pero nunca me habían


gustado los acertijos, incluso antes de mi horrible experiencia en el
Laberinto en Llamas.

301
—LE OTORGARE LA ULTIMA PISTA,— decía la flecha. —
PIENSE EN SU HERMANO MARX FAVORITO.
— ¿Los hermanos Marx? ¿Cómo sabes de ellos? ¡Eran de la
década de 1930! Quiero decir, sí, por supuesto, los amaba.
Iluminaron una triste década, pero... Espera. El que tocaba el arpa.
Harpo. Siempre encontré su música dulce y triste y...
El silencio se volvió más frío y pesado a mí alrededor.
Harpo, pensé. Hipócrates Pon los nombres juntos y tienes...
—Harpócrates— le dije. —Flecha, por favor dime que esa no es la
respuesta. Por favor, dime que él no está esperando en esa caja.
La flecha no respondió, lo que tomé como confirmación de mis
peores temores.
Regresé a mi amigo de Shakespeare a su carcaj y regresé
penosamente con Reyna y Meg.
Meg frunció el ceño. —No me gusta esa mirada en tu cara.
—A mí tampoco—, dijo Reyna. — ¿Qué aprendiste?
Contemplé la niebla, deseando poder lidiar con algo tan fácil
como los cuervos gigantes asesinos. Como sospechaba, el nombre
del dios había sacudido mis recuerdos, recuerdos desagradables y
nada bienvenidos.
—Sé a qué dios nos enfrentamos—, les dije. —La buena noticia es
que no es muy poderoso, como dicen los dioses. Tan oscuro como
puedas imaginar. Una verdadera celebridad de segunda.
Reyna se cruzó de brazos. — ¿Cuál es el truco?
—Ah... bueno—. Me aclaré la garganta. —Harpócrates y yo no
nos llevamos exactamente bien. Él podría haber..., jurado que algún
día me vería vaporizado.

302
28

Todos necesitamos una mano


En nuestro hombro a veces así
Podemos masticar acero

–V
aporizado — dijo Reyna.
—Sí.
— ¿Qué le hiciste?— Preguntó Meg.
Traté de parecer ofendido. — ¡Nada! Puede que lo haya molestado
un poco, pero era un dios muy menor. Bastante tonto. Puede que
haya hecho algunas bromas a su costa frente a los otros olímpicos.
Reyna frunció las cejas.
—Así que lo intimidaste.
—¡No! Quiero decir... escribí “dame un zape” en letras brillantes
en la parte posterior de su toga. Y supongo que podría haber sido un
poco duro cuando lo até y lo encerré en los establos con mis caballos
ardientes durante la noche…
— ¡OH, DIOSES MÍOS!— Dijo Meg. — ¡Eres horrible!
Luché contra el impulso de defenderme. Quería gritar: Bueno, ¡al
menos no lo maté como lo hice con mi novia embarazada Coronis!
Pero eso no era un buen punto.
Al recordar mis encuentros con Harpócrates, me di cuenta de que
había sido horrible. Si alguien me hubiera tratado a mí, Lester, como
había tratado a ese insignificante dios ptolemaico, me gustaría
arrastrarme por un agujero y morir. Y si era honesto, incluso cuando

303
era un dios, había sido intimidado, solo que el acosador había sido
mi padre. Debería haber sabido mejor cómo se siente ese dolor.
No había pensado en Harpócrates en eones. Burlarse de él no
parecía gran cosa. Supongo que eso es lo que lo hizo aún peor. Había
hecho caso omiso de nuestros encuentros. Dudaba que él hubiera
hecho lo mismo.
Los cuervos de Coronis... Harpócrates...
No fue una coincidencia que ambos me estuvieran persiguiendo
hoy como los Fantasmas de las Saturnalias pasadas. Tarquinio había
orquestado todo esto pensando en mí. Me estaba obligando a
enfrentar algunos de mis mayores éxitos en fracasos. Incluso si
sobreviviera a los desafíos, mis amigos verían exactamente qué tipo
de basura soy. La vergüenza me pesaría y me haría ineficaz, de la
misma manera que Tarquinio solía agregar rocas a una jaula
alrededor de la cabeza de su enemigo, hasta que, finalmente, la carga
era demasiada. El prisionero se derrumbaría y se ahogaría en una
piscina poco profunda, y Tarquinio podría reclamar, no lo maté.
Simplemente no era lo suficientemente fuerte.
Tomé una respiración profunda.
—Muy bien, fui un acosador. Ya veo eso ahora. Marcharé
directamente a esa caja y me disculparé. Y luego espero que
Harpócrates no me vaporice.
Reyna no parecía emocionada. Se subió la manga, revelando un
simple reloj negro en su muñeca. Revisó la hora, quizás
preguntándose cuánto tiempo tomaría vaporizarme y luego regresar
al campamento.
—Suponiendo que podamos atravesar esas puertas, — dijo — ¿A
qué nos enfrentamos? Háblame de Harpócrates.
Traté de invocar una imagen mental del dios.

304
— Suele verse como un niño. ¿Quizás de diez años?
—Has acosado a un niño de diez años — se quejó Meg.
—Se ve de diez. No dije que tenía diez años. Tiene la cabeza
afeitada, excepto por una cola de caballo en un lado.
— ¿Eso es algo egipcio?— Preguntó Reyna.
—Sí, para los niños. Harpócrates fue originalmente una
encarnación del dios Horus: Harpa-Khruti, Horus el Niño. De todos
modos, cuando Alejandro Magno invadió Egipto, los griegos
encontraron todas estas estatuas del dios y no sabían qué hacer con
él. Por lo general, se lo representaba con el dedo sobre los labios.—
Lo demostré.
—Es como silencio—, dijo Meg.
—Eso es exactamente lo que pensaban los griegos. El gesto no
tuvo nada que ver con shh. Simbolizaba el jeroglífico para niño. Sin
embargo, los griegos decidieron que debía ser el dios del silencio y
los secretos. Cambiaron su nombre a Harpócrates. Construyeron
algunos santuarios, comenzaron a adorarlo y, ¡ta-da! es un dios
híbrido griego-egipcio.
Meg resopló.
—No puede ser tan fácil hacer un nuevo dios.
—Nunca subestimes el poder de miles de mentes humanas, todas
creyendo lo mismo. Pueden rehacer la realidad. A veces para mejor,
a veces no.
Reyna miró hacia las puertas.
—Y ahora Harpócrates está allí. ¿Crees que es lo suficientemente
poderoso como para causar todas nuestras fallas de comunicación?
—No debería serlo. No entiendo cómo...

305
—Esos cables— Meg señaló. —Están conectando la caja a la torre.
¿Podrían estar aumentando su señal de alguna manera? Tal vez por
eso está aquí arriba.
Reyna asintió apreciativamente.
—Meg, la próxima vez que necesite configurar una consola de
juegos, te llamaré. Tal vez podríamos cortar los cables y no abrir la
caja.
Me encantó esa idea, lo que era una buena indicación de que no
funcionaría.
—No será suficiente— decidí. —La hija de Belona tiene que abrir
la puerta al dios silencioso, ¿Verdad? Y para que nuestro ritual de
invocación funcione, necesitamos el último aliento del dios después
de su... um, liberación de alma.
Hablar de la profecía Sibilina en la seguridad de la oficina de los
pretores había sido una cosa. Hablar de eso en la Torre Sutro, frente
al gran contenedor rojo de envío del dios, era otra muy distinta.
Sentí una profunda sensación de inquietud que no tenía nada que
ver con el frío, o la proximidad de la esfera de silencio, o incluso el
veneno zombi que circulaba en mi sangre. Hace unos momentos,
había admitido haber intimidado a Harpócrates. Había decidido
disculparme. ¿Y ahora qué? ¿Lo mataría por el bien de una profecía?
Otra roca cayó en la jaula invisible alrededor de mi cabeza.
Meg debe haber sentido lo mismo. Hizo su mejor esfuerzo para no
fruncir el ceño y comenzó a inquietarse con los jirones de su vestido.
—Realmente no tenemos que... ya sabes, ¿Verdad? Quiero decir,
incluso si este tipo Harpo está trabajando para los emperadores...
—No creo que lo esté — Reyna asintió con la cabeza hacia las
cadenas en las barras de bloqueo—Parece que lo están reteniendo.
Es un prisionero.

306
—Eso es aún peor— dijo Meg.
Desde mi posición, pude distinguir el árabe blanco estampado
para Alejandría en la puerta del contenedor. Me imaginé al
Triunvirato desenterrando a Harpócrates de un templo enterrado en
el desierto egipcio, confinándolo en esa caja y luego enviándolo a
América como carga de tercera clase. Los emperadores habrían
considerado a Harpócrates como otro juguete peligroso y divertido,
como sus monstruos entrenados y sus lacayos humanoides.
¿Y por qué no dejar que el rey Tarquinio sea su custodio? Los
emperadores podían aliarse con el tirano no muerto, al menos
temporalmente, para facilitar un poco su invasión al campamento de
Júpiter. Podrían dejar que Tarquinio arreglara su trampa más cruel
para mí. Si mato a Harpócrates o él me mata, ¿Qué le importa al
Triunvirato al final? De cualquier manera, lo encontrarían
entretenido: un combate de gladiadores más para romper la
monotonía de sus vidas inmortales.
El dolor surgió de la puñalada en mi cuello. Me di cuenta de que
había estado apretando la mandíbula con ira.
—Tiene que haber otra manera— dije. —La profecía no puede
significar que matemos a Harpócrates. Hablemos con él. Hay que
idear algo mejor.
— ¿Cómo podemos—, preguntó Reyna —si él irradia silencio?
—Esa... esa es una buena pregunta— admití. —Lo primero es lo
primero. Tenemos que abrir esas puertas. ¿Pueden ustedes dos cortar
las cadenas?
Meg parecía escandalizada.
— ¿Con mis espadas?
—Bueno, pensé que funcionarían mejor que tus dientes, pero tú
dime.

307
—Chicos— dijo Reyna. — ¿Cuchillas de oro imperiales cortando
cadenas de oro imperiales? Tal vez podríamos cortarlas, pero
estaríamos aquí hasta el anochecer. No tenemos ese tiempo. Tengo
otra idea. Fuerza divina.
Ella me miró.
— ¡Pero no tengo ninguna!— Protesté.
—Recuperaste tus habilidades de tiro con arco—dijo.—
Recuperaste tus habilidades musicales.
—Esa canción de Valerie no contaba— dijo Meg.
—Volare — la corregí.
—El punto es—, continuó Reyna — que tal vez pueda aumentar tu
fuerza. Creo que podría ser por eso que estoy aquí.
Pensé en la sacudida de energía que sentí cuando Reyna me tocó
el brazo. No había sido una atracción física, o un zumbido de
advertencia de Venus. Recordé algo que le había dicho a Frank antes
de que saliéramos del campamento.
—El poder de Belona— dije. — ¿Tiene algo que ver con la
fuerza en los números?
Reyna asintió con la cabeza.
—Puedo amplificar las habilidades de otras personas. Cuanto más
grande sea el grupo, mejor funcionará, pero incluso con tres
personas... podría ser suficiente para mejorar tu poder lo suficiente
como para abrir esas puertas.
— ¿Eso contaría?— Preguntó Meg. —Quiero decir, si Reyna no
abre la puerta ella misma, ¿No es eso engañar a la profecía?
Reyna se encogió de hombros.

308
—Las profecías nunca significan lo que piensas, ¿Verdad? Si
Apolo puede abrir la puerta gracias a mi ayuda, todavía soy
responsable, ¿No dirías eso?
—Además...— señalé el horizonte. Quedaban horas de luz, pero la
luna llena se elevaba, enorme y blanca, sobre las colinas del condado
de Marín. Muy pronto, se volvería rojo sangre, y así, temí, lo harían
muchos de nuestros amigos. —Se nos acaba el tiempo. Si podemos
hacer trampa, hagamos trampa.
Me di cuenta de que esas serían palabras finales terribles. Sin
embargo, Reyna y Meg me siguieron al frío silencio.
Cuando llegamos a las puertas, Reyna tomó la mano de Meg. Se
volvió hacia mí: ¿listo? Luego ella plantó su otra mano en mi
hombro.
La fuerza surgió a través de mí. Me reí con alegría sin sonido. Me
sentí tan potente como en el bosque del Campamento Mestizo,
cuando arrojé a uno de los guardaespaldas bárbaros de Nerón a la
órbita terrestre baja. ¡El poder de Reyna fue increíble! Si pudiera
hacer que me siguiera todo el tiempo que fuera mortal, su mano en
mi hombro, una cadena de otros veinte o treinta semidioses
detrás de ella,
¡Apuesto a que no había nada que no pudiera lograr!
Agarré las cadenas superiores y las rasgué como papel crepé.
Luego el siguiente set, y el siguiente. El oro imperial se rompió y se
arrugó sin ruido en mis puños.
Las barras de bloqueo de acero se sentían tan suaves como palitos
de pan cuando las saqué de sus guarniciones.
Eso dejaba solo las manijas de las puertas.
El poder puede que se me haya ido a la cabeza. Volví a mirar a
Reyna y Meg con una sonrisa satisfecha, dispuesto a aceptar su
adulación silenciosa. En cambio, parecían haberlas doblado por la

309
mitad también.

310
Meg se balanceó, su tez verde lima. La piel alrededor de los ojos
de Reyna estaba tensa por el dolor. Las venas de sus sienes se
destacaban como rayos.
Mi aumento de energía las estaba friendo.
Termínalo, Reyna articuló. Sus ojos agregaron una súplica
silenciosa: antes de desmayarnos.
Humillado y avergonzado, agarré las manijas de las puertas. Mis
amigos me habían llevado hasta aquí. Si Harpócrates realmente
estaba esperando dentro de esta caja de envío, me aseguraría de que
toda la fuerza de su ira cayera sobre mí, no sobre Reyna o Meg.
Abrí las puertas y entré.

310
29

¿Has escuchado la frase


“El silencio es ensordecedor”?
Si, esa es una cosa real.

I nmediatamente me encogí sobre mis manos y rodillas bajo el


peso del poder del otro dios.
El silencio me envolvió como titanio líquido. El olor empalagoso
de las rosas era abrumador.
Había olvidado cómo se comunicaba Harpócrates: con ráfagas de
imágenes mentales, opresivas y carentes de sonido. Cuando era un
dios, me resultaba molesto. Ahora, siendo un humano, me di cuenta de
que podría licuar mi cerebro. Por el momento, me estaba enviando un
mensaje continuo: ¿TÚ? ¡ODIO!
Detrás de mí, Reyna estaba de rodillas, cubriéndose las orejas y
gesticulando un grito mudo. Meg estaba acurrucada de lado, pateando
el aire con sus piernas como si tratara de quitarse de encima la más
pesada de las mantas.
Un momento antes, yo había estado rasgando el metal como si fuera
papel. Ahora, apenas podía levantar la cabeza para encontrar la mirada
de Harpócrates.
El dios flotaba con las piernas cruzadas en el otro extremo de la
habitación.
Todavía era del tamaño de un niño de diez años, todavía llevaba su
ridícula toga y su faraónica corona adornada con bolos de boliche,
como tantos dioses ptolemaicos confundidos quienes no podían decidir
si eran egipcios o grecorromanos. Su cola de caballo trenzada se
deslizó por un lado de su cabeza afeitada. Y, por supuesto, todavía
llevaba un dedo

311
colocado sobre la boca como el bibliotecario más frustrado y agotado
del mundo: ¡SSSHHH!
Él no podía hacer lo contrario. Recordé que Harpócrates requería de
toda su fuerza de voluntad para bajar el dedo de su boca. Tan pronto
como dejara de concentrarse, su mano volvería a su posición. En los
viejos tiempos, me había parecido hilarante. Ahora no tanto.
Los siglos no habían sido amables con él. Su piel estaba arrugada y
flácida. Su antigua tez bronceada fue sustituida por la del color de la
porcelana, poco saludable. Sus ojos hundidos ardían de ira y
autocompasión.
Grilletes de oro imperial estaban atados alrededor de sus muñecas y
tobillos, conectándolo a una red de cadenas, cuerdas y cables (algunos
de los cuales estaban a su vez conectados a elaborados paneles de
control, otros se canalizaban a través de agujeros en las paredes del
contenedor, liderando el camino fuera de la superestructura de la torre.
La maquinaria parecía estar diseñada para desviar el poder de
Harpócrates y luego amplificarlo para transmitir su silencio mágico por
todo el mundo. Ésta era la fuente de todos nuestros problemas de
comunicación: un pequeño dios triste, enojado y olvidado.
Me llevó un momento comprender por qué él seguía encarcelado.
Incluso con su poder agotado, una deidad menor debería ser capaz de
romper algunas cadenas. Harpócrates parecía estar solo y sin
vigilancia.
Entonces las noté. Flotando a ambos lados del dios, tan enredados en
las cadenas que eran difíciles de distinguir entre el caos general de
maquinaria y cables, había dos objetos que no había visto en siglos:
hachas ceremoniales idénticas, cada una de poco más de un metro de
alto, con una hoja creciente y un grueso haz de varillas de madera
aseguradas alrededor del mango.
Fasces. El símbolo supremo del poder romano.
Mirarlos hizo que mis costillas se arquearan. En los viejos tiempos,
los poderosos funcionarios romanos nunca salían de casa sin una

312
procesión de lictores46 como guardaespaldas, cada uno de ellos llevaba
una de esas gruesas hachas para que los plebeyos supieran que alguien
importante estaba llegando. Mientras más fasces, más importante era el
funcionario.
En el siglo XX, Benito Mussolini revivió el símbolo cuando se
convirtió en el dictador de Italia. Su filosofía de gobierno fue
nombrada tras estas armas: fascismo.
Pero las fasces frente a mí no eran estandartes comunes. Estas
cuchillas eran de oro imperial. Alrededor de los grupos de varillas
estaban envueltas banderas de seda bordadas con los nombres de sus
dueños. Podían verse letras suficientes por lo que pude adivinar lo que
decían. En la de la izquierda: CÉSAR MARCO AURELIO COMODO
ANTONINO AUGUSTO. A la derecha: CAYO JULIO CÉSAR
AUGUSTO GERMÁNICO, también conocido como Calígula.
Esas eran las fasces personales de los dos emperadores, que se
utilizaban para drenar el poder de Harpócrates y mantenerlo
esclavizado.
El dios me fulminó con la mirada. Forzó imágenes dolorosas en mi
mente: yo metiendo su cabeza en un inodoro del Monte Olimpo; yo
aullando de diversión mientras le ataba las muñecas y tobillos y lo
encerraba en los establos con mis caballos de fuego. Docenas de otros
encuentros que había olvidado por completo y en todos ellos yo era tan
dorado, hermoso y poderoso como cualquier emperador del
Triunvirato… e igual de cruel.
Mi cráneo palpitaba por la presión de la embestida de Harpócrates.
Sentí los vasos sanguíneos estallando en mi nariz rota, mi frente, mis
oídos. Detrás de mí, Reyna y Meg se retorcieron de agonía. Reyna hizo
contacto visual conmigo, la sangre goteaba de sus fosas nasales. Ella
pareció preguntar: ¿Y bien, genio? ¿Ahora qué?
Me arrastré más cerca de Harpócrates.

46
Lictores (fasces lictoriae): eran funcionarios públicos de la Roma clásica que escoltaban a los
magistrados curules y garantizaban el orden público. El oficio de los lictores consistía sobre todo en
ejecutar a los reos cuando estos eran ciudadanos romanos.

313
Tentativamente, usando una serie de imágenes mentales, traté de
transmitirle una pregunta: ¿Cómo llegaste aquí?
Me imaginé a Calígula y Cómodo venciéndolo, atándolo y
obligándolo a cumplir sus órdenes. Me imaginé a Harpócrates flotando
solo en esta caja oscura durante meses, años, incapaz de liberarse del
poder de las fasces, debilitándose cada vez más a medida que los
emperadores usaban su silencio para mantener los campamentos en la
oscuridad, separados unos de otros, mientras que el Triunvirato se
dividía y conquistaba.
Harpócrates era su prisionero, no su aliado.
¿Tenía razón?
Harpócrates respondió con una ráfaga fulminante de resentimiento.
Supuse que aquello significaba tanto un Sí como un Apestas, Apolo.
Forzó más visiones en mi mente. Vi a Cómodo y Calígula de pie
donde yo estaba ahora, sonriendo cruelmente, burlándose de él.
“Deberías estar de nuestro lado,” Calígula le dijo telepáticamente.
“¡Deberías querer ayudarnos!”
Harpócrates se había negado. Quizás no pudo vencer a sus agresores,
pero tuvo la intención de luchar contra ellos hasta el último trozo de su
alma. Por eso ahora se veía tan marchito.
Envié una vibración de simpatía y arrepentimiento. Harpócrates la
destruyó con desprecio.
El hecho de que ambos odiáramos el Triunvirato no nos convertía en
amigos. Harpócrates nunca olvidó mi crueldad. Si no hubiera sido
forzado por las fasces, ya nos habría convertido a mis amigas y a mí en
una fina bruma de átomos.
Me mostró aquella imagen a todo color. Podría decir que incluso
disfrutaba pensar en ello.
Meg intentó unirse a nuestro argumento telepático. Al principio, todo
lo que ella pudo enviar fue una incomprensible sensación de dolor y

314
confusión. Luego se las arregló para concentrarse. Vi a su padre
sonriéndole, entregándole una rosa. Para ella, la rosa era un símbolo de
amor, no de secretos. Entonces vi a su padre muerto en los escalones
de la estación Grand Central, asesinado por Nerón. Le envió a
Harpócrates la historia de su vida, capturada en unas pocas
instantáneas dolorosas. Ella sabía de monstruos. Ella había sido criada
por la Bestia. No importaba cuánto me odiaba Harpócrates (y Meg
estuvo de acuerdo en que a veces yo podía ser bastante estúpido)
teníamos que trabajar juntos para detener el Triunvirato.
Harpócrates, con rabia, hizo trizas sus pensamientos. ¿Cómo se
atrevía ella a entender su miseria?
Reyna lo intentó desde un enfoque diferente. Compartió sus
recuerdos del último ataque de Tarquinio contra el Campamento
Júpiter: tantos heridos y asesinados, sus cuerpos arrastrados por
demonios para ser revividos como vrykolakas. Le mostró a
Harpócrates su mayor temor: que después de todas sus batallas,
después de siglos de defender las mejores tradiciones de Roma, la
Duodécima Legión podría enfrentar su fin esta noche.
Harpócrates no se conmovió. Dobló su voluntad hacia mí,
sepultándome en el odio.
¡Está bien! supliqué. Mátame si debes hacerlo. ¡Pero lo lamento!
¡He cambiado!
Le envié una ráfaga de los fracasos más horribles y vergonzosos que
había sufrido desde que me convertí en mortal: llorando por el cuerpo
de Eloísa, la grifo hembra en la Waystation; sosteniendo en mis brazos
al moribundo Crest el pandos en el Laberinto Ardiente y, por supuesto,
mirando impotente cómo Calígula asesinaba a Jason Grace.
Sólo por un momento, la cólera de Harpócrates flaqueó.
Por lo menos logré sorprenderlo. Él no estaba esperando
arrepentimiento o vergüenza de mi parte. Esas no eran mis emociones
características.

315
Si nos permites destruir las fasces, pensé, te liberarán. También le
hará daño a los emperadores, ¿Verdad?
Le mostré una visión de Reyna y Meg cortando las fasces con sus
espadas, haciendo explotar las hachas ceremoniales.
Sí, pensó Harpócrates, agregando un tinte rojo brillante a la
visión. Le había ofrecido algo que quería.
Reyna intervino. Ella se imaginó a Cómodo y Calígula de rodillas,
gimiendo de dolor. Las fasces estaban conectadas a ellos. Se habían
arriesgado mucho dejando sus hachas aquí. Si las fasces eran
destruidas, los emperadores podrían debilitarse y ser vulnerables antes
de la batalla.
Sí, respondió Harpócrates. La presión del silencio disminuyó. Casi
podía respirar de nuevo sin agonizar. Tambaleándose, Reyna se puso
de pie y nos ayudó a Meg y a mí a hacerlo también.
Lamentablemente no estábamos fuera de peligro. Me imaginé una
gran cantidad de cosas terribles que Harpócrates podría hacernos si lo
liberábamos. Y como había estado hablando con mi mente, no pude
evitar transmitir esos miedos.
La mirada de Harpócrates no hizo nada para tranquilizarme.
Los emperadores debieron anticipar esto. Eran inteligentes, cínicos,
terriblemente lógicos. Sabían que, si liberaba a Harpócrates, el primer
acto del dios probablemente sería matarme. Para los emperadores, la
pérdida potencial de sus fasces aparentemente no superaba el beneficio
potencial de destruirme... o del valioso espectáculo de saber que me
había destruido a mí mismo.
Reyna me tocó el hombro, haciéndome estremecer
involuntariamente. Ella y Meg habían sacado sus armas. Estaban
esperando que yo decidiera. ¿Realmente quería arriesgar esto?
Estudié al dios silencioso.
Haz lo que quieras conmigo, le dije. Sólo perdona a mis amigas. Por
favor.

316
Sus ojos brillaron con malicia, pero también con un toque de alegría.
Parecía estar esperando que me diera cuenta de algo, como si hubiera
escrito GOLPÉAME en mi mochila cuando yo no estaba mirando.
Entonces vi lo que sostenía en su regazo. No lo había notado
mientras estaba sobre mis manos y rodillas, pero ahora que estaba
parado, era difícil pasarlo por alto: un frasco de vidrio, aparentemente
vacío, sellado con una tapa de metal.
Me sentí como si Tarquinio hubiera dejado caer la piedra final en mi
jaula de ahogamiento alrededor de mi cabeza. Me imaginé a los
emperadores aullando de alegría en la cubierta del yate de Calígula.
Rumores de siglos anteriores se arremolinaban en mi cabeza: el
cuerpo de la Sibila que se había desmoronado... Ella no pudo morir...
Sus asistentes mantuvieron su fuerza vital... su voz... en un frasco de
vidrio.
Harpócrates acunó todo lo que quedaba de la Sibila de Cumas, otra
persona que tenía toda la razón en odiarme; una persona que los
emperadores y Tarquinio sabían que me sentiría obligado a ayudar.
Me habían dejado la más espantosa de las opciones: huir, dejar que
el Triunvirato ganara y ver a mis amigos mortales ser destruidos, o
liberar a dos enemigos amargados y enfrentar el mismo destino que
Jason Grace.
Fue una fácil decisión.
Me volví hacia Reyna y Meg y pensé lo más claro que pude:
Destruyan las fasces. Libérenlo.

317
30

Una voz y un Shh.


He visto parejas extrañas
Espera. No, no lo he hecho.

R
esulta que fue una mala idea.
Reyna y Meg se movieron cautelosamente, como se
hace al acercarse a un animal salvaje acorralado o a un
inmortal enojado. Tomaron posiciones a cada lado de
Harpócrates, levantaron sus espadas por encima de las fasces y
articularon al unísono: ¡Uno, dos, tres!
Era casi como si las fasces hubieran estado esperando explotar. A
pesar de las protestas anteriores de Reyna de que las cuchillas de oro
imperial podrían demorar una eternidad para atravesar las cadenas de
oro imperial, su espada y la de Meg cortaron las líneas y cables
como si no fueran más que ilusiones de las mismas.
Sus espadas golpearon las fasces y las destruyeron, enviando
manojos de varillas estallando en astillas, rompieron los ejes, las
medias lunas doradas cayeron al suelo.
Las chicas dieron un paso atrás, claramente sorprendidas por su
éxito.
Harpócrates me dio una ligera sonrisa cruel.
Sin sonido, los grilletes de sus manos y pies se agrietaron y
cayeron como hielo en primavera. Los cables y cadenas restantes se
arrugaron

318
y se ennegrecieron contra las paredes. Harpócrates extendió su mano
libre, la que no estaba gesticulando Shh, estoy a punto de matarte, y
las dos hachas doradas de los fasces deshechos volaron a su agarre.
Sus dedos se pusieron al rojo vivo. Las cuchillas se derritieron, el
oro goteó entre sus dedos y se acumuló debajo de él.
Una pequeña y aterrorizada voz en mi cabeza dijo: Bueno, esto
está yendo genial.
El dios agarró el frasco de vidrio de su regazo. Lo levantó sobre la
punta de sus dedos como si fuera una bola de cristal. Por un
momento, tuve miedo de que lo tratara como al hacha de oro,
derritiendo lo que quedaba de la Sibila solo para molestarme.
En cambio, asaltó mi mente con nuevas imágenes.
Vi a un eurynomos apresurándose a entrar en la prisión de
Harpócrates, con el frasco de vidrio debajo de un brazo. La boca del
gul babeaba. Sus ojos brillaban morados.
Harpócrates se sacudió en sus cadenas. Parecía que no había
estado en la caja mucho tiempo en ese momento. Él quería aplastar a
al eurynomos con silencio, pero el gul no parecía afectado. Su
cuerpo estaba siendo conducido por otra mente, muy lejos en la
tumba del tirano.
Incluso a través de la telepatía, estaba claro que la voz era de
Tarquinio, pesada y brutal como ruedas de carruaje sobre carne.
Te traje una amiga, dijo. Trata de no romperla.
Le lanzó el frasco a Harpócrates, quien lo tomó por sorpresa. El
gul poseído de Tarquínio se alejó cojeando, riéndose malvadamente
y encadenó las puertas detrás de él.

319
Solo en la oscuridad, el primer pensamiento de Harpócrates fue
romper el frasco. Cualquier cosa, viniendo de Tarquinio, tenía que
ser una trampa, un veneno, o algo peor. Pero estaba curioso. ¿Un
amigo? Harpócrates jamás había tenido uno de esos. No estaba
seguro de entender el concepto.
Él podía sentir una fuerza viviente dentro del frasco: despierta,
triste, desvaneciéndose, pero viva, y posiblemente más antigua que
él. Abrió la tapa. La voz más débil comenzó a hablarle, cortando el
silencio como si este no existiera.
Después de muchos milenios, Harpócrates, el dios silencioso que
nunca se suponía que existiera, casi había olvidado el sonido. Lloró
de alegría. El dios y la Sibila comenzaron a conversar.
Ambos sabían que eran peones, prisioneros. Solo estaban aquí
porque servían para algún propósito de los emperadores y su nuevo
aliado, Tarquinio. Al igual que Harpócrates, la Sibila había
rechazado cooperar con sus captores. Ella no les diría nada del
futuro. ¿Por qué debería hacerlo? Estaba más allá del dolor y el
sufrimiento. Literalmente no le quedaba nada que perder y
solamente anhelaba morir.
Harpócrates compartió ese sentimiento. Estaba cansado de pasar
milenios consumiéndose lentamente, esperando hasta que estuviera
lo suficientemente oscuro, olvidado por toda la humanidad, para
poder dejar de existir por completo. Su vida había sido un amargo
desfile interminable de desilusiones, intimidación y burlas. Ahora él
quería dormir. El sueño eterno de los dioses extintos.
Ellos compartieron historias. Se unieron por su odio hacia mí. Se
dieron cuenta de que Tarquinio quería que esto sucediera. Los había

320
reunido, esperando que se hicieran amigos, para poder usarlos como
palanca uno contra el otro. Pero no pudieron evitar sus sentimientos.
Espera. Interrumpí la historia de Harpócrates. ¿Ustedes dos
están… juntos?
No debería haber preguntado. No quise enviar un pensamiento tan
incrédulo, parecido a ¿Cómo se enamora un dios shh de una voz en
un frasco de vidrio?
La ira de Harpócrates me presionó, haciendo que mis rodillas se
doblaran. La presión del aire aumentó, como si me hubiera
desplomado a mil pies de altura. Casi me desmayo, pero supuse que
Harpócrates no dejaría que eso sucediera. Él me quería consciente,
capaz de sufrir.
Me inundó de amargura y odio. Mis articulaciones comenzaron a
separarse, mis cuerdas vocales se desvanecieron. Harpócrates podría
haber estado listo para morir, pero eso no significaba que no me
mataría primero. Eso le brindaría una gran satisfacción.
Bajé la cabeza, apretando los dientes contra lo inevitable.
Bien, pensé. Me lo merezco. Solo perdona a mis amigas. Por favor.
La presión disminuyó. Levanté la vista a través de una neblina de
dolor.
Frente a mí, Reyna y Meg estaban paradas hombro con hombro,
mirando hacia el dios.
Ellas le enviaron su propia ráfaga de imágenes. Reyna me imaginó
cantando "La caída de Jason Grace" a la legión, oficiando en la pira
funeraria de Jason con lágrimas en los ojos, y luego luciendo tonto e
incómodo y despistado mientras le ofrecía ser su novio, dándole la

321
mejor y más limpia risa que ella había tenido en años. (Gracias
Reyna.)
Meg imaginó la manera en la que la había salvado en la guarida de
las Mirmekes en el Campamento Mestizo, cantando sobre mis
fracasos románticos con tal honestidad que las hormigas gigantes
estuvieron catatónicas con depresión. Visualizó mi amabilidad con
la elefanta Livia, con Crest, y especialmente con ella, cuando le
había dado un abrazo en nuestro cuarto en el café y le dije que nunca
me rendiría de intentar.
En todos sus recuerdos, parecía tan humano… pero de la mejor
manera posible. Sin palabras mis amigas preguntaron a Harpócrates
si yo seguía siendo la persona que odiaba tanto.
El dios frunció el ceño, considerando a las dos jóvenes.
Luego, una pequeña voz habló, en realidad habló, desde el interior
del frasco de vidrio sellado.
—Suficiente.
Tan débil y apagada como era su voz, no debería haber podido
escucharla. Solo el silencio absoluto del contenedor de envío la hizo
audible, aunque no sabía cómo cortó el campo ahogado de
Harpócrates. Definitivamente fue la Sibila. Reconocí su tono
desafiante, de la misma manera que sonó siglos antes, cuando
prometió no amarme hasta que se acabara cada grano de arena:
Vuelve a mí al final de ese tiempo. Entonces, si todavía me quieres,
soy tuya.
Ahora, aquí estábamos, en el final equivocado de la eternidad,
ninguno de nosotros en la forma correcta de elegir al otro.
Harpócrates miró el frasco, su expresión se volvió triste y lastimera.
Parecía preguntar, ¿Estás segura?

322
—Esto es lo que he previsto — susurró la Sibila. — Al fin,
descansaremos.
Una nueva imagen apareció en mi mente: versos de los Libros
Sibilinos, letras púrpuras contra la piel blanca, tan brillantes que me
entrecerraron los ojos. Las palabras humeaban como recién salidas
de la aguja de una arpía artista de tatuajes: Agregue el último aliento
del dios que no habla, una vez que su alma es liberada, junto con el
vidrio roto.
Harpócrates también debe haber visto las palabras, a juzgar por la
forma en que hizo una mueca. Esperé a que procesara su significado,
se enojara de nuevo y decidiera que si el alma de alguien debía ser
liberada, sería la mía.
Cuando era un dios, rara vez pensaba en el paso del tiempo. Unos
siglos aquí o allá, ¿qué importaba? Ahora consideré cuánto tiempo
hace que la Sibila había escrito esas líneas. Habían sido
garabateados en los Libros Sibilinos originales cuando Roma todavía
era un reino insignificante. ¿Sabía la Sibila incluso entonces lo que
querían decir?
¿Se había dado cuenta de que terminaría siendo nada más que una
voz en un frasco, atrapada en esta caja de metal oscuro con su novio
que olía a rosas y parecía un niño marchito de diez años con una
toga y una corona de boliche? Si es así, ¿Cómo podría no querer
matarme incluso más que Harpócrates?
El dios miró dentro del contenedor, tal vez teniendo una
conversación telepática privada con su amada Sibila.
Reyna y Meg se movieron de posición, haciendo todo lo posible
para bloquearme de la línea de visión del dios. Tal vez pensaron que
si no podía verme, podría olvidar que estaba allí. Me sentí incómodo

323
mirando alrededor de sus piernas, pero estaba tan agotado y aturdido
que dudé que pudiera pararme.
No importa qué imágenes me haya mostrado Harpócrates, o lo
cansado que estaba de la vida, no podía imaginar que simplemente
se daría la vuelta y se rendiría. ¡Oh! ¿Necesitas matarme por tu
cosita de profecía? ¡Bien, seguro! ¡Apuñálame aquí!
Definitivamente no podría imaginarlo dejándonos tomar el frasco
de la Sibila y rompiéndolo para nuestro ritual de invocación. Habían
encontrado el amor. ¿Por qué querrían morir?
Finalmente, Harpócrates asintió, como si hubieran llegado a un
acuerdo. Con la cara tensa por la concentración, se sacó el dedo
índice de la boca, se llevó el frasco a los labios y le dio un suave
beso. Normalmente, un hombre que acariciaba un frasco no me
hubiera conmovido, pero el gesto fue tan triste y sincero que se me
formó un nudo en la garganta.
Él giró la tapa.
— Adiós, Apolo — dijo la voz de la Sibila, más clara ahora. —Te
perdono. No porque te lo mereces. No por tu bien en absoluto. Sino
porque no entraré en el olvido llevando odio cuando puedo llevar
amor.
Incluso si hubiera podido hablar, no habría sabido qué decir. Yo
estaba en shock. Su tono no pedía respuesta, ni disculpas. Ella no
necesitaba ni quería nada de mí. Era casi como si yo fuera el que
estaba siendo borrado.
Harpócrates se encontró con mi mirada. El resentimiento todavía
ardía en sus ojos, pero me di cuenta de que estaba tratando de
dejarlo ir. El esfuerzo le pareció aún más difícil que apartar la mano
de su boca.

324
Sin querer, le pregunté: ¿Por qué haces esto? ¿Cómo puedes
aceptar morir?
Me interesaba que lo hiciera, claro. Pero no tenía sentido. Había
encontrado otra alma para vivir. Además, demasiadas personas ya se
habían sacrificado por mis misiones.
Ahora entendía, mejor que nunca, por qué a veces era necesario
morir. Como mortal, había tomado esa decisión hace unos minutos
para salvar a mis amigas. ¿Pero un dios que acepta dejar de existir,
especialmente cuando era libre y estaba enamorado? No. No podía
comprender eso.
Harpócrates me dio una sonrisa seca. Mi confusión, mi sensación
de casi pánico debe haberle dado lo que necesitaba para finalmente
dejar de estar enojado conmigo. De nosotros dos, él era el dios más
sabio. Él entendió algo que yo no entendí. Ciertamente no me iba a
dar ninguna respuesta.
El dios silencioso me envió una última imagen: yo en un altar,
haciendo un sacrificio a los cielos. Interpreté eso como una orden:
Haz que esto valga la pena. No falles.
Luego exhaló profundamente. Lo observamos, atónitos, mientras
comenzaba a desmoronarse, con la cara quebrándose, su corona
derrumbándose como una torre de castillo de arena. Su último
aliento, un destello plateado de fuerza vital que se desvanecía, se
arremolinó en el frasco de vidrio para estar con la Sibila. Tuvo el
tiempo justo para cerrar la tapa antes de que sus brazos y su pecho se
convirtieran en trozos de polvo, y luego Harpócrates desapareció.
Reyna se lanzó hacia adelante, atrapando el frasco antes de que
pudiera tocar el piso.

325
— Eso estuvo cerca — dijo, y así fue como me di cuenta de que el
dios del silencio se había ido.
Todo parecía demasiado ruidoso: mi propia respiración, el
chisporroteo de los cables eléctricos cortados, el crujido de las
paredes del contenedor con el viento.
Meg todavía tenía el tono de piel de una leguminosa. Miró el
frasco en la mano de Reyna como si le preocupara que pudiera
explotar.
— ¿Ellos están…?
— Creo que... — Me ahogué con mis palabras. Me limpié la cara
y descubrí que mis mejillas estaban húmedas. — Creo que se han
ido. Permanentemente. El último aliento de Harpócrates es todo lo
que queda en el frasco ahora.
Reyna miró por el cristal.
— ¿Pero la Sibila...? — Se giró para mirarme y casi dejó caer el
frasco. — Dioses, Apolo. Te ves terrible.
— Un espectáculo de terror. Sí, lo recuerdo.
—No. Quiero decir que es peor ahora. La infección. ¿Cuándo
sucedió eso?
Meg entrecerró los ojos en mi cara.
— Oh, qué asco. Tenemos que curarte, rápido.
Me alegré de no tener un espejo o una cámara de teléfono para ver
cómo me veía. Solo podía suponer que las líneas de infección
púrpura habían subido por mi cuello y ahora estaban dibujando
nuevos patrones divertidos en mis mejillas. No me sentía más
zombi. La herida de mi estómago no latía peor que antes. Pero eso
podría simplemente significar que mi sistema nervioso se estaba

326
apagando.

327
— Ayúdame, por favor— le dije.
Ambas tuvieron que hacerlo. En el proceso, puse una mano en el
suelo para sujetarme, en medio de las varillas de las fasces
destrozadas y conseguí una astilla en mi palma. Por supuesto que lo
hice.
Me tambaleé sobre mis piernas esponjosas, apoyándome en
Reyna, luego en Meg, tratando de recordar cómo pararme. No quería
mirar el frasco de vidrio, pero no pude evitarlo. No había señales de
la fuerza vital plateada de Harpócrates dentro. Tenía que tener fe en
que su último aliento todavía estaba allí. Eso, o cuando intentáramos
hacer nuestra invocación, descubriría que me había jugado una
broma final terrible.
En cuanto a la Sibila, no podía sentir su presencia. Estaba seguro
de que su grano final de arena se había terminado. Había elegido
salir del universo con Harpócrates, una última experiencia
compartida entre dos amantes poco probables.
En el exterior del frasco, los restos pegajosos de una etiqueta de
papel se pegaron al vidrio. Podía distinguir las desvaídas palabras
UVA DE SMUCKER. Tarquinio y los emperadores tenían mucho
por lo que responder.
— ¿Cómo podrían...?— Reyna se estremeció. — ¿Puede un dios
hacer eso? Solo... ¿eliges dejar de existir?
Quería decir que los dioses pueden hacer cualquier cosa, pero la
verdad era que no lo sabía. La pregunta más importante era, ¿Por
qué un dios querría intentarlo?
Cuando Harpócrates me dio esa última sonrisa seca, ¿Había estado
insinuando que algún día podría entender? Algún día, ¿Incluso los
olímpicos serían reliquias olvidadas, anhelando la inexistencia?

327
Usé mis uñas para sacar la astilla de mi palma. Sangre acumulada:
sangre humana roja normal. Corrió por el surco de mi línea de vida,
lo cual no fue un gran presagio. Menos mal que no creía en esas
cosas...
—Tenemos que volver— dijo Reyna. — ¿Puedes moverte…?
— Shh — Meg interrumpió, poniendo un dedo en sus labios.
Temía que ella estuviera haciendo la imitación de Harpócrates más
inapropiada de la historia. Entonces me di cuenta de que hablaba en
serio. Mis nuevos oídos sensibles captaron lo que estaba
escuchando: los débiles y distantes gritos de pájaros enojados. Los
cuervos estaban regresando.

328
31

O, luna de sangre alzándose


Deja el día del juicio final para otro día
Estoy atascado en el tráfico

S
alimos del contenedor de envío justo a tiempo para ser
bombardeados.
Un cuervo se abalanzó hacia Reyna y mordió un mechón de
su cabello.
—¡Ow! —Gritó ella—. Muy bien, es todo. Sostenme esto.
Tiró el frasco de cristal en mis manos y preparó su espada.
Un segundo cuervo se acecó y ella lo cortó en pedazos. Meg giró
sus cuchillas gemelas, licuando otro pájaro en medio de una nube
negra. Eso sólo dejaba a treinta o cuarenta planeadores de la muerte
sedientos de sangre volando alrededor de la torre.
La ira se apoderó de mí. Decidí que estaba harto de la amargura de
los cuervos. Muchas personas tenían razones válidas para odiarme:
Harpócrates, la Sibila, Coronis, Dafne... Tal vez unas pocas docenas
más. De acuerdo, quizás unos cientos más. ¿Pero los cuervos?
¡Estaban prosperando! ¡Se habían vuelto gigantescos! Amaban su
nuevo trabajo como asesinos come-carne. Suficiente con la culpa.
Aseguré el frasco de vidrio en mi mochila. Luego desenganché el
arco de mi hombro.
—¡Lárguense o mueran! —le grité a los pájaros— ¡Se los advierto!

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Los cuervos graznaron y estiraron las patas en forma de burla.
Uno se lanzó hacia mí y se ganó una flecha entre los ojos. Cayó en
espiral, arrojando una nube de plumas.
Escogí otro objetivo y lo derribé. Luego un tercero. Y un cuarto.
Los graznidos de los cuervos se convirtieron en gritos de alarma.
Ampliaron su círculo, probablemente pensando que podrían salirse
de alcance. Les probé que estaban mal. Seguí disparándoles hasta
que diez estuvieron muertos. Luego una docena.
—¡Traje flechas extra hoy! —grité—. ¿Quién quiere ser el
siguiente?
Al final, las aves entendieron el mensaje. Con unos cuantos
chillidos de huída, probablemente comentarios intranscribibles sobre
mis padres, rompieron su ataque y volaron al norte hacia Marin
Country.
—Buen trabajo —me dijo Meg, retrayendo sus espadas.
Lo mejor que pude lograr fue asentir y resoplar un poco. Gotas de
sudor se congelaron en mi frente. Mis piernas se sentían como papas
fritas empapadas. No veía cómo iba a bajar de nuevo la escalera,
mucho menos correr para una divertida noche llenade invocación de
dioses, combates hasta la muerte y posiblemente convertirme en
zombie.
—Oh, dioses. —Reyna miró en la dirección en que se había ido la
parvada mientras exploraba con sus dedos distraídamente el cuero
cabelludo donde el cuervo le había arrancado un trozo de pelo.
—Volverá a crecer —dije.
—¿Qué? No, no mi cabello. ¡Mira!
Apuntó al puente Golden Gate.

330
Debimos haber estado dentro del contenedor de transporte mucho
más tiempo del que me di cuenta. El sol se ponía en el oeste. La luna
llena diurna había salido sobre el monte Tamalpais. El calor de la
tarde había consumido toda la niebla, dándonos una vista perfecta de
la flota blanca (cincuenta hermosos yates posicionados en forma de
V) deslizándose tranquilamente más allá del faro de Point Bonita al
borde del Marin Headlands, haciendo su camino hacia el puente.
Una vez que lo cruzaran, navegarían sin problemas hacia la Bahía de
San Francisco.
Mi boca sabía a polvo de dios.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
Reyna miró su reloj.
—Los vappae están tomándose su tiempo, pero incluso a la
velocidad a la que van navegando, estarán en posición de atacar el
campamento para el atardecer. ¿Tal vez dos horas?
En diferentes circunstancias, podría haber disfrutado su uso del
término vappae. Había pasado mucho tiempo desde que había
escuchado a alguien llamar a sus enemigos vinos estropeados. En el
lenguaje moderno, el significado más cercano habría sido “escoria”.
—¿Cuánto tiempo nos tomará llegar al campamento? — pregunté.
—¿Con el tráfico de un viernes por la tarde? —calculó Reyna—:
Poco más de dos horas.
Meg sacó unas semillas de una de las bolsas de su cinturón de
jardinería.
—Creo que mejor nos damos prisa, entonces.

331
No estaba familiarizado con Jack y las Habichuelas Mágicas.
No sonaba como un verdadero mito griego.
Cuando Meg dijo que tendríamos que usar una salida al estilo de
Jack y las Habichuelas Mágicas, no tenía idea a lo que se refería, ni
siquiera mientras esparcía puñados de semillas por el pilón más
cercano, haciéndolas florecer con una explosión, formando una red
de materia vegetal hasta el suelo.
—Tú primero —ordenó ella.
—Pero…
—No estás en forma para bajar por la ladera — dijo—. Esto será
más rápido. Es como caer. Solo que con plantas.
Odiaba esa descripción.
Reyna solo se encogió de hombros.
—Qué demonios.
Pasó una pierna sobre la barandilla y saltó. Las plantas la
agarraron, pasándola por debajo del frondoso enrejado unos pocos
pies a la vez como una brigada de plantas. Al principio gritó y agitó
los brazos, pero a medio camino del suelo, nos gritó: —¡NO-ESTÁ-
TAN-MAL!
Yo fui el siguiente. Sí estuvo mal. Grité. Me voltearon al revés.
Busqué algo a lo que aferrarme, pero estaba a completa merced de
enredaderas y helechos Era como ir en caída libre a través de una
bolsa de hojas del tamaño de un rascacielos, si esas las hojas
siguieran vivas y con muchas ganas de tocar.
Al final, las plantas me dejaron caer suavemente sobre la hierba
junto a Reyna, que lucía como si la hubieran plantado y hubiera
florecido. Meg aterrizó a nuestro lado e inmediatamente se acurrucó
en mis brazos.

332
—Muchas plantas —murmuró.
Sus ojos se pusieron en blanco y comenzó a roncar. Supuse que ya
no haría más cosas al estilo de Jack y las Habichuelas mágicas por
hoy.
Aurum y Argentum se acercaron, meneando la cola y ladrando.
Los cientos de plumas negras esparcidas por el estacionamiento me
dijeron que los galgos se había estado divirtiendo con los pájaros que
yo había derribado del cielo.
No estaba en condiciones de caminar, mucho menos de cargar a
Meg, pero de alguna manera, arrastrándola entre nosotros, Reyna y
yo nos las arreglamos para ir tropezando cuesta abajo hasta el
camión. Sospeché que Reyna estaba usando sus habilidades
increíbles de Belona para pasarme algo de su fuerza, aunque dudaba
que le quedara mucha de sobra.
Cuando llegamos al Chevy, Reyna silbó. Sus perros saltaron a la
parte trasera. Forcejeamos para acomodar a nuestra inconciente
maestra de las habichuelas mágicas en el asiento. Yo me derrumbé a
su lado. Reyna arrancó el motor y condujo colina abajo.
Nuestro progreso fue excelente durante unos noventa segundos.
Luego llegamos al Distrito Castro y quedamos atrapados en el
tráfico del viernes que avanzaba por la autopista. Fue casi lo
suficiente como para hacerme desear que otra brigada de plantas nos
arrojara de vuelta a Oakland.
Después de un tiempo con Harpócrates, todo parecía
obscenamente ruidoso: el motor de Chevy, el parloteo de los
peatones que pasaban, el ruido de los estéreos de otros autos. Mecí
mi mochila, tratando de consolarme con el hecho de que el frasco de
vidrio estaba intacto. Habíamos conseguido lo que fuimos a buscar,
aunque apenas podía creer que la Sibila y Harpócrates se habían ido.

333
Tendría que procesar mi conmoción y pena más tarde, suponiendo
que viviera. Debía encontrar una manera de honrar adecuadamente
sus fallecimientos. ¿Cómo se conmemoraba la muerte de un dios del
silencio? Un momento de silencio parecía redundante. ¿Tal vez un
momento de gritos?
Primero lo primero: sobrevivir a la batalla de esta noche. Entonces
decidiría lo de los gritos.
Reyna debió haber notado mi expresión preocupada.
—Lo hiciste muy bien allá — dijo—. Diste la cara.
Reyna sonaba sincera. Pero su elogio me hizo sentir más
avergonzado.
—Estoy conteniendo el último aliento de un dios al que molesté
— dije miserablemente—, en el frasco de una Sibila a la que
maldije, que estaba protegida por pájaros que convertí en máquinas
de matar después de haberme delatado sobre mi novia infiel, a quien
posteriormente había asesinado
—Todo cierto —dijo Reyna—. Pero la cuestión es que lo
reconoces ahora.
—Se siente horrible.
Ella sonrió débilmente.
—Ese es más o menos el punto. Haces algo malvado, te sientes
mal por ello, lo haces mejor. Esa es una señal de que podrías estar
desarrollando una conciencia.
Traté de recordar cuál de los dioses había creado la conciencia
humana. ¿La habíamos creado o los humanos la habían desarrollado
por su cuenta? Darles a los mortales un sentido de la decencia no
parecía el tipo de cosas de las que un dios presumiría en su perfil.

334
—Yo... aprecio lo que dices —logré decir—, pero mis errores
pasados casi terminan matándote a ti y a Meg. Si Harpócrates te
hubiera destruido cuando tratabas de protegerme...
La idea era demasiado horrible para contemplarla. Mi nueva y
brillante conciencia hubiera explotado dentro de mí como una
granada.
Reyna me dio una pequeña palmada en el hombro.
—Todo lo que hicimos fue mostrarle a Harpócrates cuánto has
cambiado. Él lo reconoció. ¿Has compensado todas las cosas malas
que hiciste? No. Pero sigues agregando a la columna de cosas
buenas. Es todo lo que podemos hacer.
Agregar a la columna de “cosas buenas”. Reyna habló de ese
súper poder como si fuera uno que yo realmente podía tener.
—Gracias —le dije.
Estudió mi rostro con preocupación, probablemente notando cómo
las venas púrpura de la infección habían trazado su camino por mis
mejillas.
—Agradéceme permaneciendo vivo, ¿de acuerdo? Te necesitamos
para ese ritual de invocación.
Mientras subíamos la rampa de entrada a la Interestatal 80,
vislumbré la bahía más allá del horizonte del centro. Los yates se
habían deslizado debajo del puente Golden Gate. Aparentemente, el
corte del hilo de Harpócrates y la destrucción de las fasces no habían
desalentado a los emperadores en absoluto.
Extendiéndose frente a las grandes embarcaciones había líneas
plateadas formadas por docenas de botes más pequeños que se
dirigían hacia la costa de East Bay. Fiestas de desembarco, adiviné.
Y esos barcos se movían mucho más rápido que nosotros.

335
Sobre el monte Tam, la luna llena se alzaba, volviéndose
lentamente del color de Kool-Aid de Dakota.
Mientras tanto, Aurum y Argentum ladraron alegremente en la
parte trasera de la camioneta. Reyna tamborileó con los dedos sobre
el volante y murmuró: Vamos. Vamos47. Meg se apoyó contra mí,
roncando y babeando sobre mi camisa. Porque ella me amaba tanto.
Avanzábamos lentamente hacia el Puente de la Bahía cuando
Reyna finalmente dijo:
—No puedo soportar esto. Esas naves no deberían haber pasado el
Golden Gate.
—¿Qué quieres decir? —Le pregunté.
—Abre la guantera, por favor. Debería haber un pergamino adentro.
Dudé. ¿Quién sabía qué tipo de peligros podrían acechar en la
guantera de la camioneta de un pretor? Con cautela, rebusqué entre
sus documentos del seguro, algunos paquetes de pañuelos, algunas
bolsas de golosinas para perros...
—¿Esto? —Levanté un flácido cilindro de pergamino.
—Sí. Desenrollarlo y fíjate si funciona.
—¿Quieres decir que es un pergamino de comunicación?
Ella asintió.
—Lo haría yo misma, pero es peligroso conducir y desenrollar.
—Uh, está bien. —Extendí el pergamino sobre mi regazo.
Su superficie era blanca. No pasó nada.
Me preguntaba si se suponía que debía decir algunas palabras
mágicas o darle un número de tarjeta de crédito o algo. Luego, sobre

47
En el libro en inglés, la frase se encuentra en español.

336
el pergamino, una tenue bola de luz parpadeó, convirtiéndose
lentamente en una miniatura holográfica Frank Zhang.
—¡Whoa! —El Pequeño Frank casi saltó de su pequeña
armadura—. ¿Apolo?
—Hola — dije. Luego me dirigí a Reyna—: Funciona.
—Ya lo veo —dijo ella—. Frank, ¿puedes oírme?
Frank entrecerró los ojos. Debimos haber aparecido frente a él
pequeños y borrosos también.
—¿Acaso es…? Apenas puedo... ¿Reyna?
—¡Sí! — Dijo ella—. Estamos en camino. ¡Las naves están
llegando!
—Lo sé... el informe de Scout... —la voz de Frank crepitó. Parecía
estar en una especie de gran cueva, había legionarios empujando
detrás de él, cavando agujeros y llevando urnas grandes de algún
tipo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Reyna—. ¿Dónde estás?
—Caldecott... —dijo Frank—. Sólo... cosas defensivas.
No estaba seguro de si su voz desapareció en ese momento debido
a la estática, o si estaba siendo evasivo. A juzgar por su expresión, lo
atrapamos en un momento incómodo.
—¿Alguna noticia... Michael? —preguntó. (Definitivamente
estaba cambiando de tema)—. Debería haber... ahora.
—¿Qué? —preguntó Reyna, lo suficientemente fuerte como para
hacer que Meg resoplara mientras dormía—. No, iba a preguntar si
tú habías escuchado algo. Se suponía que debían detener los yates en
el Golden Gate. Desde que los barcos pasaron… —su voz vaciló.
Podría haber una docena de razones por las cuales Michael Kahale
y su equipo de comando no habían podido detener los yates de los

337
emperadores. Ninguna de ellos era buena, y ninguno de ellos podía
cambiar lo que sucedería después. Las únicas cosas que ahora se
interponen entre el Campamento Júpiter y la ardiente aniquilación
era el orgullo de los emperadores, lo que les hizo insistir en hacer un
asalto terrestre primero, y un tarro de gelatina vacío de Smucker que
podría o no permitirnos convocar ayuda divina.
—¡Solo espera! —dijo Reyna—. ¡Dile a Ella que prepare las cosas
para el ritual!
—No puedo... ¿Qué? —La cara de Frank se derritió en una
mancha de luz de color. Su voz sonaba como la grava temblando en
una lata de aluminio—. Yo... Hazel... necesito...
El pergamino estalló en llamas, que no era lo que mi entrepierna
necesitaba en ese momento en particular.
Me quité las cenizas de los pantalones cuando Meg despertó,
bostezando y parpadeando.
—¿Qué hiciste? —exigió ella.
—¡Nada! ¡No sabía que el mensaje se autodestruiría!
—Mala conexión —adivinó Reyna—. El silencio debe estar
rompiéndose lentamente, como si se abriera camino desde el
epicentro de la Torre Sutro. Sobrecalentamos el pergamino.
—Es posible. —Pisoteé los últimos trozos de vitela humeante.
—Esperemos que podamos enviar un mensaje Iris una vez que
lleguemos al campamento.
—Si es que llegamos al campamento —se quejó Reyna—. Este
tráfico... Oh.
Señaló una señal de tráfico que parpadeaba delante de nosotros:
CARRETERA 24E CERRADA EN TUNEL CALDECOTT PARA

338
MANTENIMIENTO DE EMERGENCIA. BUSQUE RUTAS
ALTERNATIVAS.
—¿Mantenimiento de emergencia? —dijo Meg—. ¿Crees que es
la niebla otra vez, despejando a la gente?
—Tal vez. —Reyna frunció el ceño ante las filas de autos frente a
nosotros—. No es de extrañar que todo esté cerrado. ¿Qué estaba
haciendo Frank en el túnel? No discutimos nada... —Ella frunció las
cejas, como si se le hubiera ocurrido un pensamiento desagradable—
. Tenemos que regresar. Rápido.
—Los emperadores necesitarán tiempo para organizar su asalto
terrestre —dije—. No lanzarán sus ballestas hasta después de que
hayan intentado tomar el campamento intacto. Tal vez... tal vez el
tráfico los desacelerará también. Tendrán que buscar rutas
alternativas.
—Están en botes, tonto — dijo Meg.
Ella tenía razón. Y una vez que las fuerzas de asalto aterrizaran,
estarían marchando a pie, no conduciendo. Aun así, me gustó la
imagen de los emperadores y su ejército acercándose al Túnel de
Caldecott, viendo un montón de señales intermitentes y conos
naranjas, y decidiendo: Bueno, maldita sea. Tendremos que volver
mañana.
—Podríamos deshacernos de la camioneta —reflexionó Reyna.
Luego nos miró y descartó claramente la idea. Ninguno de nosotros
estaba en condiciones de correr una media maratón desde el medio
del Puente de la Bahía hasta el Campamento Júpiter.
Ella murmuró una maldición.
—Necesitamos... ¡Ah!
Justo delante, un camión de mantenimiento avanzaba lentamente,
un trabajador en la puerta trasera recogiendo conos que habían

339
estado

340
bloqueando el carril izquierdo por alguna razón desconocida. Típico.
El viernes a la hora pico, con el túnel Caldecott cerrado, obviamente
lo que quería hacer era cerrar un carril de tráfico en el puente más
concurrido de la zona.
Sin embargo, esto significaba que delante del camión de
mantenimiento, había un carril vacío, extremadamente ilegal para
conducir que se extendía hasta donde podía ver Lester.
—Espera —advirtió Reyna. Y tan pronto como pasamos por
delante del camión de mantenimiento, ella se desvió frente a él,
arando media docena de conos, y arrancó el motor.
El camión de mantenimiento hizo sonar la bocina y encendió los
faros. Los sabuesos grises de Reyna ladraron y meneaban la cola en
respuesta como: ¡Nos vemos! Imaginé que tendríamos algunos
vehículos de la Patrulla de Carreteras de California listos para
perseguirnos en la parte inferior del puente, pero por el momento,
atacamos el tráfico a velocidades que habrían sido increíbles incluso
para mi carro solar.
Llegamos al lado de Oakland y todavía no había signos de
persecución. Reyna se desvió hacia la 580, rompiendo una línea de
postes delineadores de color naranja y subiendo por la rampa de
fusión para la autopista 24. Ella ignoró cortésmente a los tipos con
cascos que agitaban sus letreros de peligro de color naranja y nos
gritaban cosas.
Habíamos encontrado nuestra ruta alternativa. Era la ruta regular
que no debíamos tomar. Eché un vistazo detrás de nosotros. Aún no
había policías. En el agua, los yates de los emperadores habían
pasado ante la Isla del Tesoro y estaban tomando posiciones sin
prisa, formando un collar de máquinas de muerte de lujo de miles de
millones de dólares en la bahía. No vi ningún rastro de la nave de

340
aterrizaje más pequeña, lo que significaba que debían haber a
llegado la orilla. Eso no estaba bien.
El lado positivo era que estábamos teniendo un gran momento.
Nos elevamos a lo largo del paso elevado por nosotros mismos,
nuestro destino a solo unas pocas millas de distancia.
—Vamos a lograrlo —dije, como un tonto.
Una vez más, violé la Primera Ley de Percy Jackson: nunca digas
que algo va a funcionar, porque tan pronto como lo hagas, no
funcionará. ¡KALUMP!
Sobre nuestras cabezas, aparecieron hendiduras en forma de pie en
el techo del camión. El vehículo se tambaleó bajo el peso extra. Era
un deja gul de nuevo48.
Aurum y Argentum ladraron salvajemente.
—¡Eurínomos!— Meg gritó.
—¿De dónde vienen? —me quejé— ¿Se quedan todo el día en las
señales de la carretera, esperando caer?
Las garras pincharon el metal y la tapicería. Sabía lo que sucedería
después: instalación de tragaluz.
Reyna gritó:
—¡Apolo, toma el volante! ¡Meg, acelerador!
Por un instante, pensé que se refería a eso como una especie de
oración. En momentos de crisis personal, mis seguidores solían
implorarme: Apolo, toma el volante, esperando que los guíe a través
de sus problemas. Sin embargo, la mayoría de las veces no lo decían
literalmente, ni yo estaba físicamente sentado en el asiento del
pasajero, ni agregaban nada sobre Meg y los pedales.

48
Juego de palabras entre “Deja Vu” y “Deja Gul” por su pronunciación parecía en inglés.

341
Reyna no esperó a que lo resolviera. Soltó su agarre y buscó
detrás de su asiento, buscando a tientas un arma. Me lancé y agarré
el volante.
Meg puso el pie en el acelerador.
Estaban demasiado cerca para que Reyna usara su espada, pero
eso no se lo impidió. Reyna tenía dagas. Ella desenvainó una,
fulminó con la mirada el techo que se doblaba y se rompía sobre
nosotros, y murmuró:
—Nadie se mete con mi carro.
Mucho sucedió en los próximos dos segundos. El techo se abrió,
revelando la visión familiar y repugnante de un eurínomo de color
mosca, sus ojos blancos saltones, sus colmillos goteando saliva, su
taparrabos de plumas de buitre ondeando en el viento.
El olor a carne rancia entró en el coche y se me revolvió el
estómago. Todo el veneno zombie en mi sistema pareció encenderse
a la vez.
El eurínomo grito:
—COMIDAAAAAAA.
Sin embargo, su grito de batalla se interrumpió cuando Reyna se
lanzó hacia arriba y atravesó con su daga el pañal del buitre.
Aparentemente había estado estudiando los puntos débiles de los
guls. Ella había encontrado uno. El eurínomo se cayó del carro, lo
que hubiera sido maravilloso, excepto que yo también sentí que me
habían apuñalado en el pañal.
Yo dije:
—Glurg.
Mi mano se deslizó del volante. Meg golpeó el acelerador,
alarmada. Con Reyna todavía a medio salir de la camioneta y sus

342
galgos aullando furiosamente, nuestro Chevy giró por la rampa y se
estrelló directamente en la barandilla. Suerte la mía. Una vez más,
salí volando de una autopista de East Bay en un automóvil que no
podía volar.

343
32

Tenemos un especial
Hoy en camiones poco usados
Gracias, compradores de Target

U
na vez mi hijo Asclepio me explicó el propósito del
estado de shock.
Él dijo que es un mecanismo seguro para lidiar con un
trauma. Cuando la mente humana experimenta algo muy violento y
aterrador, solo para de grabar. Minutos, horas, incluso días pueden
estar completamente en blanco en la memoria de las víctimas.
Quizás esto explique por qué no tenía recuerdos del choque del
Chevy. Después de pasar la barandilla, lo siguiente que recuerdo
fue tropezar alrededor del estacionamiento de una tienda Target,
empujando un carrito de compras de tres ruedas con Meg en él. Yo
estaba murmurando la letra de (Sittin’ on) The Dock of the Bay49.
Meg semiconsciente, agitaba la mano intentando conducir.
Mi carrito chocó con el montón de metal arrugado; un Chevy
Silverado rojo con los neumáticos reventados, el parabrisas roto y
las bolsas de aire desplegadas. Algún conductor desconsiderado
había caído en picada desde los cielos y aterrizado justo encima de
la direccional, rompiendo una docena de carritos de compras bajo
el peso de la camioneta.

49
Canción de soul del cantante Otis Redding (1968).

344
¿Quién haría algo así?
Esperen…
Escuché un gruñido. A pocos metros de distancia, dos galgos de
metal se pararon protectoramente sobre su ama herida, manteniendo
a raya a una multitud de espectadores. Una joven de color púrpura y
dorado (¡De acuerdo, la recordaba! ¡Le gustaba reírse de mí!), estaba
apoyada sobre sus codos, haciendo una poderosa mueca, su pierna
izquierda doblada en un ángulo antinatural. Su cara era del mismo
color del asfalto.
—¡Reyna! —puse el carrito de compras de Meg contra la
camioneta y corrí a ayudar a la pretor. Aurum y Argentum me
dejaron pasar.
—Oh. Oh. Oh. — No parecía poder decir nada más. Yo debería
saber qué hacer. Era un sanador. Pero esa ruptura en la pierna…
¡Auch!
—Estoy con vida —dijo Reyna con los dientes apretados—. ¿Meg?
—Está conduciendo —dije.
Una de las compradoras de Target avanzó, desafiando la furia de
los galgos.
—Llamé a Emergencias. ¿Hay algo más que pueda hacer?
—¡Ella estará bien! —aullé—. ¡Gracias! ¿Soy… soy doctor?
La mujer mortal parpadeó.
—¿Me lo estás preguntando?
—No. ¡Soy doctor!
—Oye —dijo un segundo comprador—. Tu otra amiga está
rodando lejos.

345
—¡AH! —Corrí tras Meg quien estaba murmurando Whee
mientras recogía vapor en su carrito de plástico rojo. Agarré las
manijas y la conduje de regreso con Reyna.
La pretora intentó moverse pero se ahogó en el dolor.
—Podría… desmayarme.
—No, no, no. —Piensa, Apolo, piensa. ¿Debería esperar a los
paramédicos mortales, quienes no saben nada de ambrosia y néctar?
¿Debería buscar suministros de primeros auxilios en el cinturón de
jardinería de Meg?
Una voz familiar gritó desde el otro lado del estacionamiento.
—¡Gracias a todos! ¡Nos haremos cargo desde aquí!
Lavinia Asimov corrió hacia nosotros, una docena de náyades y
faunos tras ella, muchos de los cuales reconocí del People’s Park.
La mayoría estaban vestidos de camuflaje, cubiertos de
enredaderas y ramas como si acabaran de llegar a través de la
alubia. Lavinia llevaba pantalones de camuflaje rosa y una
camiseta sin mangas verde, su manubalista golpeaba contra su
hombro. Con cabello y cejas rosadas, y su mandíbula trabajando
furiosamente en un chicle, irradiaba una figura de autoridad.
—¡Esta es ahora una escena de investigación activa! —anunció
a los mortales—. Gracias, compradores del Target. ¡Muévanse por
favor!
Su tono de voz o los ladridos de los galgos finalmente
convencieron a los espectadores de dispersarse. Sin embargo,
sirenas sonaban a lo lejos. Pronto estaríamos rodeados de
paramédicos, o patrullas de carreteras, o ambos. Los mortales no

346
estaban acostumbrados a los vehículos que salen volando de de una
autopista como yo.
Me volví hacia nuestra amiga de cabello rosa.
—Lavinia, ¿qué estás haciendo aquí?
—Misión secreta —anunció.
—Eso es cacaseca50 —se quejó Reyna—. Dejaste tu puesto. Estás
en muchos problemas.
Los espíritus de la naturaleza amigos de Lavinia parecían
nerviosos, como si estuvieran a punto de dispersarse, pero su líder
rosa los calmó con una mirada. Los galgos de Reyna no gruñeron ni
atacaron, lo que supuse significaba que no habían detectado mentiras
de Lavinia.
—Con todo respeto pretora —dijo ella—, pero parece que está en
más problemas que yo en este momento. Harold, Felipe… entablen
su pierna y sáquenla del estacionamiento antes de que lleguen más
mortales. Reginald, empuja el carrito de Meg. Lotoya, recupera los
suministros que tengan en el camión, por favor. Ayudaré a Apolo.
Nos dirigimos a esos bosques. ¡Ahora!

La definición de bosque de Lavinia era generosa. Yo lo habría


llamado un barranco donde los carritos de compras iban a morir.
Aun así, su pelotón de People’s Park trabajó con sorprendente
eficiencia. En solo minutos, nos tenían escondidos a salvo en la
zanja entre los carritos rotos y los árboles adornados con basura,
justo cuando los vehículos de emergencia llegaron al
estacionamiento.

347
50
Frase en español en el libro original en inglés.

348
Harold y Felipe entablaron la pierna de Reyna, lo que solo la
hizo gritar y vomitar un poco. Otros dos faunos le construyeron
una camilla con ramas y ropa vieja, mientras que Aurum y
Argentum trataron de ayudarles llevándoles ramas… o tal vez
solo querían a buscar la rama. Reginald sacó a Meg del carrito de
compras y la reanimó con trozos de ambrosía alimentada a mano.
Un par de dríades me revisaron en busca de lesiones… lo que
significaba más lesiones de las que había tenido antes, pero no
había mucho que pudieran hacer. No les gustó el aspecto de mi
rostro infectado con zombis, ni la forma en que la infección de los
muertos vivientes me hacía oler. Desafortunadamente, mi
condición estaba más allá de cualquier curación del espíritu de la
naturaleza.
Mientras se alejaban, una de ellas le murmuró a su amiga:
—Una vez que oscurezca por completo...
—Lo sé —respondió su amiga—. ¿Con la luna de sangre de esta
noche? Pobre chico…
Decidí ignorarlas. Parecía la mejor manera de evitar estallar en
llanto.
Lotoya (quien debe haber sido una dríada de secoyas, a juzgar
por su complexión color burdeos e impresionante tamaño), se
agachó a mi lado y puso todos los suministros que había
recuperado del camión. Busqué frenéticamente, no mi arco y
carcaj, ni mi ukelele, sino mi mochila. Casi me desmayo de alivio
cuando encontré el frasco de jalea dentro, intacto todavía.
—Gracias —le dije.
Ella asintió sombríamente.
—Un buen frasco de jalea es difícil de encontrar.

348
Reyna luchó por levantarse entre los faunos que se preocupaban
por ella.
—Estamos perdiendo el tiempo. ¡Tenemos que volver al
campamento!
Lavinia arqueó sus rosadas cejas.
—No va a ir a ninguna parte con esa pierna, pretora. Incluso si
pudiera, no sería de mucha ayuda. Podemos curarle más rápido solo
si se relaja…
—¿Relajarme? ¡La legión me necesita! ¡Te necesitan también,
Lavinia! ¿Cómo pudiste desertar?
—Bien, primero, yo no deserté. No conoce todos los hechos…
—Dejaste el campamento sin permiso. Tu… —Reyna se inclinó
demasiado rápido y jadeó en agonía. Los faunos la tomaron por los
hombros. La ayudaron a sentarse y la subieron a la camilla nueva
con su hermoso relleno de musgo, basura y viejas camisetas teñidas.
—Dejaste camaradas —gruñó Reyna—. A tus amigos.
—Estoy aquí —dijo Lavinia—. Voy a pedirle a Felipe que te
adormezca ahora para que puedas descansar y curarte.
—¡No! Tú… tú no puedes huir.
Lavinia resopló.
—¿Quién dijo algo sobre huir? Recuerda, Reyna, este era tu plan
de respaldo. ¡Plan L para Lavinia! Cuando volvamos al
campamento, me lo agradecerán. Les dirás a todos que fue tu idea.
—¿Qué? Yo nunca… no te di tal… ¡Esto es un motín!

349
Eché un vistazo a los galgos, esperando a que se levantaran en
defensa de su ama y destrozaran a Lavinia. Curiosamente, seguían
rodeando a Reyna, de vez en cuando lamían su cara u olían su
rota. Parecían preocupados por su condición, pero no por las
rebeldes mentiras de Lavinia.
—Lavinia — declaró Reyna—, tendré que acusarte por cargos
de deserción. No hagas esto. No me hagas…
—Ahora, Felipe — ordenó Lavinia.
El fauno levantó su flauta y tocó una canción de cuna suave y
baja, justo al lado de la cabeza de Reyna.
—¡No puedo! —Reyna luchó por mantener los ojos abiertos—.
No lo haré. Ahhggghh.
Ella se relajó y comenzó a roncar.
—Es lo mejor — Lavinia se volvió hacia mí—. No te
preocupes, la dejaré en un lugar seguro con un par de faunos, y
por supuesto con Aurum y Argentum. Ella será atendida mientras
sana. Tú y Meg, hagan lo que tengan que hacer.
Su confianza y tono de voz al hacerse cargo la hicieron casi
irreconocible como la legionaria nerviosa y torpe que habíamos
conocido en el lago Temescal. Ahora me recordaba más a Reyna y
a Meg. Sin embargo, en su mayoría, parecía una versión más
fuerte de sí misma: una Lavinia que había decidido lo que tenía
que hacer y no descansaría hasta hacerlo.
—¿A dónde vas? —pregunté completamente confundido—.
¿Por qué no vuelves con nosotros al campamento?
Meg tropezó, la ambrosía se desmoronaba en su boca.

350
—No la molestes —me dijo. Luego a Lavinia—: ¿Melocotones…?
Lavinia sacudió la cabeza.
—Él y Don están con el grupo avanzado, haciendo contacto con
las nereidas.
Meg hizo un puchero.
—Sí. Bueno. ¿Las fuerzas terrestres de los emperadores?
La expresión de Lavinia se volvió sombría.
—Ya pasaron de largo. Nos escondimos y miramos. Sí… no es
bueno. Estoy segura de que estarán en batalla con la legión para
cuando llegues allí. ¿Recuerdas el camino que te dije?
—Sí — coincidió Meg—. Bien. Buena suerte.
—Whoa, whoa, whoa. — Traté de hacer una seña de tiempo
muerto, aunque mis descoordinadas manos hacían que pareciera una
tienda de campaña—. ¿De qué están hablando? ¿Qué camino? ¿Por
qué vendrías aquí solo para esconderte mientras el ejército enemigo
pasa? ¿Por qué están hablando Melocotones y Don con…? Espera.
¿Nereidas?
Las nereidas son espíritus del mar. El más cercano sería… Oh.
No podía ver mucho desde nuestro barranco de basura.
Definitivamente no podía ver la Bahía de San Francisco, o la cadena
de yates que tomaban posición para disparar al campamento. Pero
sabía que estábamos cerca.
Miré a Lavinia con nuevo respeto. O falta de respeto. ¿Qué pasa
cuando te das cuenta de que alguien loco que conoces está más loco
de lo que sospechabas?
—Lavinia, no estarás planeando…

351
—Detente —advirtió ella— o haré que Felipe te haga echar una
siesta también.
—Pero Michael Kahale…
—Sí, lo sabemos. Él falló. Las tropas de los emperadores se
jactaban de ello mientras pasaban. Es una cosa más que tienen que
pagar.
Palabras valientes, pero sus ojos la traicionaron con un destello
de preocupación, diciéndome que estaba más aterrorizada de lo
que dejaba ver. Estaba teniendo problemas para mantener su
propio coraje y evitar que sus improvisadas tropas perdieran el
valor. No necesitaba que le recordaran lo loco que era su plan.
—Tenemos mucho que hacer —dijo ella—. Buena suerte. —
Revolvió el cabello de Meg, que no necesitaba más rizos—.
Dríadas y faunos, ¡movámonos!
Harold y Felipe recogieron la camilla improvisada de Reyna y
corrieron por el barranco, Aurum y Argentum saltaron a su
alrededor como, ¡Oh, chico, otra caminata! Lavinia y los demás
los siguieron. Pronto se perdieron entre la maleza, desapareciendo
en el terreno como solo los espíritus de la naturaleza y las chicas
de cabellos rosa brillante pueden hacerlo.
Meg estudió mi cara.
—¿Estás entero?
Casi quería reírme. ¿De dónde había sacado esa expresión?
Tenía veneno zombi corriendo por mi cuerpo hasta mi cara. Las
dríades pensaban que me convertiría en un revoltoso súbdito no
muerto de Tarquinio tan pronto como oscureciera por completo.
Estaba temblando de cansancio y miedo. Aparentemente teníamos
un

352
ejército enemigo entre nosotros y el campamento, y Lavinia estaba
liderando un ataque suicida con espíritus de la naturaleza inexpertos
contra la flota imperial, cuando una fuerza de comando de élite ya
había fallado.
¿Cuándo me había sentido entero por última vez? Quería creer que
cuando era un dios, pero no era cierto. No había sido yo mismo
totalmente hacía siglos. Tal vez milenios.
Por el momento, me sentía más como un agujero: un vacío en el
cosmos a través del cual Harpócrates, la sibila, y muchas personas
que me importaban habían desaparecido.
—Me las arreglaré —dije.
—Bien, porque mira —Meg señaló hacia las colinas de Oakland.
Pesé estaba viendo niebla, pero la niebla no se elevaba verticalmente
desde las laderas. Cerca del perímetro del Campamento Júpiter,
ardían incendios.
—Necesitamos ruedas —dijo Meg.

353
33

Bienvenido a la guerra
Esperamos que disfrutes tu muerte
¡Por favor, vuelve pronto!

D
e acuerdo, pero ¿por qué tenían que ser bicicletas?
Comprendí que los autos eran un factor decisivo.
Habíamos chocado suficientes vehículos en una
semana y tener que correr al campamento estaba fuera
de discusión, dado el hecho de que apenas podíamos estar de pie.
Pero, ¿Por qué los semidioses no tenían algún tipo de aplicación
de viaje compartido para invocar águilas gigantes? Decidí crear una
tan pronto como volviera a ser dios. Justo después de descubrir una
manera de dejar que los semidioses usen los teléfonos inteligentes
con seguridad.
Al otro lado de la calle, en Target, había un estante de bicicletas
Go-Glo de color amarillo canario. Meg insertó una tarjeta de crédito
en el quiosco (de dónde sacó la tarjeta, no tenía idea), liberó dos
bicicletas del estante y me ofreció una.
Alegría y felicidad. Ahora podríamos pedalear en la batalla como
los antiguos guerreros amarillo neón.
Tomamos las calles laterales y las aceras, usando las columnas de
humo en las colinas para guiarnos. Con la autopista 24 cerrada, el
tráfico se enredaba en todas partes, los conductores enojados
tocaban la bocina, gritaban y amenazaban con violencia. Estuve

354
tentado de

355
decirles que si realmente querían pelear, simplemente podían
seguirnos. Podríamos usar unos pocos miles de viajeros enojados de
nuestro lado.
Cuando pasamos la estación Rockridge BART, vimos las primeras
tropas enemigas. Los Pandos patrullaban la plataforma elevada, con
sus peludas orejas negras dobladas alrededor de sí mismos como
abrigos de bomberos y hachas de cabeza plana en sus manos. Los
camiones de bomberos estaban estacionados a lo largo de College
Avenue, con sus luces encendidas en el paso subterráneo. Más
bomberos falsos pandos vigilaban las puertas de la estación,
alejando a los mortales. Esperaba que los verdaderos bomberos
estuvieran bien, porque los bomberos son importantes y también
porque son calientes, y no, eso no era relevante en ese momento.
—¡Por aquí! —Meg giró en la colina más empinada que pudo
encontrar, solo para molestarme. Me vi obligado a ponerme de pie
mientras pedaleaba, empujando con todo mi peso para avanzar
contra la pendiente.
En la cumbre, más malas noticias.
Frente a nosotros, dispuestos a través de las colinas más altas, las
tropas marcharon obstinadamente hacia el campamento Júpiter.
Había escuadrones de blemios, pandos e incluso algunos nacidos de
la tierra de seis brazos que habían servido a Gea en la más reciente
guerra, todos abriéndose paso a través de trincheras en llamas,
barricadas estacadas y hostigadores51 romanos tratando de dar buen
uso a mis lecciones de tiro con arco. En la penumbra de la tarde, solo
podía ver partes de la batalla. A juzgar por la masa de armadura
brillante y el bosque de banderines de batalla, la parte principal del
ejército de los

51
Soldado de infantería o caballería ligera, ubicado a cierta distancia por delante o a los flancos de un

355
cuerpo mayor de tropas amigas

356
emperadores se concentró en la Autopista 24, abriéndose camino
hacia el Túnel Caldecott. Las catapultas enemigas arrojaron
proyectiles hacia las posiciones de la legión, pero la mayoría
desapareció en ráfagas de luz púrpura tan pronto como se acercaron.
Asumí que era el trabajo de Término, haciendo su parte para
defender las fronteras del campo.
Mientras tanto, en la base del túnel, destellos de relámpagos
señalaron la ubicación del estandarte de la legión. Zarcillos de
electricidad zigzaguearon por las laderas, formando arcos a través de
las líneas enemigas y friéndolas hasta convertirlas en polvo. Las
ballestas del campamento de Júpiter lanzaron gigantes lanzas en
llamas a los invasores, barriendo sus líneas e iniciando más
incendios forestales. Las tropas de los emperadores seguían
llegando.
Los que estaban haciendo el mejor progreso estaban acurrucados
detrás de grandes vehículos blindados que se arrastraban sobre ocho
patas y... Oh, dioses. Sentí como si mis tripas se hubieran enredado
en la cadena de mi bicicleta. Esos no eran vehículos.
—Mirmekes —le dije—. Meg, esos son mir…
—Los veo. —Ni siquiera bajó la velocidad—. No cambia nada.
¡Vamos!
¿Cómo podría no cambiar nada? Enfrentamos un nido de esas
hormigas gigantes en el Campamento Mestizo y apenas
sobrevivimos. Meg estuvo cerca de volverse puré Gerber52 para
larvas.

52
Marca de puré y papillas para bebes.

356
Ahora nos estábamos enfrentando a mirmekes entrenados para la
guerra, partiendo árboles por la mitad con sus pinzas y rociando
ácido para derretir los piquetes53 defensivos del campo.
Este era un nuevo sabor horrible.
—¡Nunca atravesaremos sus líneas! —Protesté.
—El túnel secreto de Lavinia.
—¡Se derrumbó!
—No ese túnel. Un túnel secreto diferente.
—¿Cuántos tiene?
—No sé. ¿Muchos? Vamos.
Con esa oratoria tan conmovedora, Meg pedaleó hacia adelante.
La seguí, sin tener nada mejor que hacer.
Me condujo por una calle sin salida hasta una estación generadora
en la base de una torre eléctrica. El área estaba rodeada de cercas de
alambre de púas, pero la puerta estaba completamente abierta. Si
Meg me hubiera dicho que subiera a la torre, me habría rendido y
habría hecho las paces con la eternidad zombie. En cambio, señaló
hacia el lado del generador, donde las puertas de metal se fijaban en
el concreto como la entrada a un sótano para tormentas o un refugio
antiaéreo.
—Sostén mi bicicleta —dijo.
Ella saltó y convocó una de sus espadas. Con un solo golpe,
atravesó las cadenas con candado, luego abrió las puertas, revelando
un conducto oscuro inclinado hacia abajo en un ángulo precario.

53
Pequeña unidad de soldados, colocada en una línea delantera de una posición para advertir sobre un
avance enemigo

357
—Perfecto —dijo—. Es lo suficientemente grande como para
atravesarlo.
—¿Qué?
Saltó sobre su Go-Glo y se sumergió en el túnel; el clic, clic, clic
de la cadena de su bicicleta resonando en las paredes de concreto.
— Tienes una definición muy amplia de perfecto —murmuré.
Luego me deslicé tras ella.
Para mi sorpresa, en la oscuridad total del túnel, la bicicleta Go-
Glo en realidad, bueno, brillaba. Supongo que debería haber
esperado eso. Delante de mí, pude ver la débil y difusa aparición de
la máquina de guerra neón de Meg. Cuando miré hacia abajo, el aura
amarilla de mi propia bicicleta era casi cegadora. Hizo poco para
ayudarme a navegar por el empinado pozo, pero me haría un
objetivo mucho más fácil para que los enemigos me puedan detectar
en la oscuridad. ¡Hurra!
Contra todo pronóstico, no me aniquilé ni me rompí el cuello. El
túnel se niveló, luego comenzó a subir de nuevo. Me preguntaba
quién había excavado este pasadizo y por qué no habían instalado un
sistema de elevación conveniente, así que no habría tenido que
gastar tanta energía pedaleando.
En algún lugar por encima de nosotros, una explosión sacudió el
túnel, lo que fue una excelente motivación para seguir avanzando.
Después de un poco más de sudoración y jadeo, me di cuenta de que
podía distinguir un tenue cuadrado de luz delante de nosotros, una
salida cubierta de ramas.
Meg estalló directamente a través de él. Me tambaleé tras ella,
emergiendo en un paisaje iluminado por fuego y relámpagos y
resonando con los sonidos del caos.

358
Habíamos llegado a la mitad de la zona de guerra.
Te daré un consejo gratis.
Si planeas entrar en una batalla, el lugar en el que no quieres estar
es en el medio. Recomiendo la parte de atrás, donde el general a
menudo tiene una cómoda tienda de campaña con aperitivos y
bebidas.
Pero, ¿en medio? No. Siempre es malo, especialmente si llegas en
bicicletas amarillo canario que brillan en la oscuridad.
Tan pronto como Meg y yo emergimos, fuimos vistos por una
docena de grandes humanoides cubiertos de enmarañado pelo rubio.
Nos señalaron y comenzaron a gritar.
Cromandes. Guau. No había visto nada de eso desde la invasión
borracha de Dionisio en la India en la AEC54. Su especie tiene
hermosos ojos grises, pero eso es lo único halagador que puedo decir
sobre ellos. Sus sucias y peludas pieles rubias los hacen parecer
Muppets que han sido utilizados como trapos para el polvo. Sus
dientes de perro claramente nunca obtienen una limpieza con hilo
dental adecuada. Son fuertes, agresivos y solo pueden comunicarse
en chillidos estrepitosos. Una vez le pregunté a Ares y a Afrodita si
los Cromandes eran sus hijos del amor secreto de su antigua
aventura, porque eran una mezcla perfecta de los dos Olímpicos.
Ares y Afrodita no lo encontraron divertido.
Meg, como cualquier niño razonable cuando se enfrenta a una
docena de gigantes peludos, saltó de su bicicleta, convocó sus
espadas y artemetió. Grité alarmado y saqué mi arco. Tenía pocas
flechas después de jugar a atrapar a los cuervos, pero logré matar a
seis de los

54
ANTES DE LA ERA COMÚN (AEC).- Designación alternativa al empleo de la expresión antes de

359
Habíamos llegado a la mitad de la zona de guerra.
Cristo (a.C.) utilizada en la antigüedad.

360
Cromandes antes de que Meg los alcanzara. A pesar de lo agotada
que debía estar, despachó a los seis restantes con un borrón de sus
hojas doradas.
Me reí, en realidad me reí, con satisfacción. Se sentía tan bien ser
un arquero decente otra vez, y ver a Meg en su juego de espadas.
¡Qué equipo hicimos!
Ese es uno de los peligros de estar en una batalla. (Junto con ser
asesinado). Cuando las cosas van bien, se tiende a tener visión de
túnel. Te concentras en tu pequeña área y olvidas el panorama
general. Cuando Meg le hizo un corte de pelo al último Cromande
directamente a través del pecho, ¡me permití pensar que estábamos
ganando!
Luego escaneé nuestro entorno y me di cuenta de que estábamos
rodeados de muchos no ganadores. Hormigas gigantescas pisotearon
su camino hacia nosotros, arrojando ácido para despejar la colina de
hostigadores. Varios cuerpos humeantes con armadura romana se
extendían entre la maleza, y no quería pensar en quiénes podrían
haber sido o cómo habían muerto.
Pandos vestidos de Kevlar negro y cascos, casi invisibles en la
oscuridad, se deslizaban sobre sus enormes orejas de paracaídas,
cayendo sobre cualquier semidiós desprevenido que pudieran
encontrar. Más arriba, las águilas gigantes luchaban con cuervos
gigantes, con las puntas de sus alas brillando a la luz roja de la luna.
A solo cien metros a mi izquierda, los cinocéfalos con cabeza de
lobo aullaron mientras saltaban a la batalla, chocando contra los
escudos de la cohorte más cercana (¿la Tercera?), que parecía
pequeña, sola y críticamente desvalida en un mar de malos.

360
Eso era solo en nuestra colina. Pude ver incendios ardiendo en
todo el frente occidental a lo largo de las fronteras del valle, tal vez
media milla de retazos de la batalla. Balistas lanzaron brillantes
lanzas desde las cumbres. Las catapultas arrojaron rocas que se
hicieron añicos en el impacto, rociando fragmentos de oro imperial
en las líneas enemigas. Troncos en llamas (siempre un divertido
juego de fiesta romano) rodaban por las laderas, aplastando
montones de nacidos de la tierra.
A pesar de todos los esfuerzos de la legión, el enemigo siguió
avanzando. En los carriles vacíos hacia el este de la autopista 24, las
columnas principales de los emperadores marcharon hacia el túnel
Caldecott, con sus estandartes dorados y morados en alto. Colores
romanos. Los emperadores romanos empeñados en destruir la última
legión romana verdadera. Esta era la forma en que terminó, pensé
con amargura. No luchando contra amenazas del exterior, sino
luchando contra el lado más feo de nuestra propia historia.
—¡TESTUDO55! —El grito de un centurión me devolvió la
atención a la Tercera Cohorte. Estaban luchando por hacer una
formación de tortuga protectora con sus escudos mientras los
cinocéfalos los rodeaban en una oleada enredada de pelaje y garras.
—¡Meg! —grité, señalando a la cohorte en peligro.
Corrió hacia ellos, yo pisándole los talones. Cuando nos
acercamos, recogí un carcaj abandonado del suelo, tratando de no
pensar por qué lo habían dejado caer allí, y envié una nueva
descarga de flechas a la manada. Seis cayeron muertos. Siete. Ocho.
Pero todavía había demasiados. Meg gritó con furia y se lanzó hacia
los hombres con cabeza de lobo más cercanos. La rodearon
rápidamente, pero nuestro

55
Formación tortuga. Orden de batalla romano utilizado como modo de defensa durante los combates y

361
asedios.

362
avance había distraído a la manada, dándole a la Tercera Cohorte
algunos preciosos segundos para reagruparse.
—¡OFENSA RÓMULO! —gritó el centurión.
Si alguna vez has visto que una cochinilla se desenrolla, revelando
sus cientos de patas, puedes imaginar cómo se veía la Tercera
Cohorte al romper el testudo y formar un bosque de lanzas erizado,
ensartando cinocéfalos. Estaba tan impresionado que casi me
muerde la cara un hombre lobo que atacaba a la deriva. Justo antes
de que me alcanzara, el centurión Larry lanzó su jabalina. El
monstruo cayó a mis pies, empalado en el medio de su espalda
increíblemente despejada.
—¡Lo lograron! —Larry nos sonrió—. ¿Dónde está Reyna?
—Ella está bien —le dije—. Ehh, ella está viva.
—¡Bueno! ¡Frank quiere verte lo antes posible!
Meg tropezó a mi lado, respirando con dificultad, sus espadas
brillaban con una cosa pegajosa de monstruo.
—Hola, Larry. ¿Cómo te va?
—¡Terrible! —Larry sonaba encantado—. Carl, Reza… escolten a
estos dos con el pretor Zhang de inmediato.
—¡SÍ SEÑOR! —Nuestros escoltas nos llevaron rápidamente al
Túnel Caldecott, mientras que detrás de nosotros, Larry llamó a sus
tropas a la acción
—¡Vamos, legionarios! Hemos entrenado para esto. ¡Lo
lograremos!
Después de algunos terribles minutos más esquivando pandos,
saltando cráteres ardientes y rodando monstruos, Carl y Reza nos
llevaron a salvo al puesto de mando de Frank Zhang en la boca del

362
túnel Caldecott. Para mi decepción, no había entremeses ni bebidas.
Ni siquiera había una tienda de campaña, sólo un grupo de romanos
estresados con todo el equipo de batalla, llevando apresurados
órdenes y apuntalando defensas. Por encima de nosotros, en la
terraza de concreto que se extendía sobre la boca del túnel, Jacob, el
abanderado, estaba de pie con el águila de la legión y un par de
observadores, vigilando todos los acercamientos. Cada vez que un
enemigo se aproximaba demasiado, Jacob los golpeaba como la
versión de Júpiter de Oprah Winfrey: ¡y TÚ recibe un rayo! ¡Y TÚ
recibe un rayo! Desafortunadamente, había estado usando tanto el
águila que comenzaba a humear. Incluso los objetos mágicos súper
poderosos tienen sus límites. El estandarte de la legión estaba cerca
de la sobrecarga total.
Cuando Frank Zhang nos vio, una gran cantidad de peso pareció
levantarse de sus hombros.
—¡Gracias a los dioses! Apolo, tu cara se ve terrible. ¿Dónde está
Reyna?
—Larga historia. —Estaba a punto de lanzarme a la versión corta
de esa larga historia cuando Hazel Levesque se materializó en un
caballo junto a mí, lo cual fue una excelente manera de probar si mi
corazón todavía funcionaba correctamente.
—¿Qué está pasando? —preguntó Hazel—. Apolo, tu cara…
—Lo sé —suspiré.
Su corcel inmortal, el veloz Arión, me miró de reojo y se burló
como si dijera: Este tonto no es un Apolo.
—Es bueno verte también, primo —me quejé.

363
Les conté a todos brevemente lo que había sucedido, con Meg
ocasionalmente agregando comentarios útiles como Fue un estúpido,
y Fue aún más estúpido y Lo hizo bien; entonces se volvió estúpido
otra vez.
Cuando Hazel se enteró de nuestro encuentro en el
estacionamiento de Target, apretó los dientes.
—Lavinia. Esa chica, lo juro. Si algo le sucede a Reyna...
—Centrémonos en lo que podemos controlar —dijo Frank, aunque
parecía preocupado porque Reyna no volvería para ayudar—. Apolo,
te conseguiremos el mayor tiempo posible para tu invocación.
Termino está haciendo lo que puede para frenar a los emperadores.
En este momento, tengo balistas y catapultas apuntando a los
mirmekes. Si no podemos derribarlos, nunca detendremos el avance.
Hazel hizo una mueca.
—Las cohortes de la Primera a la Cuarta se extienden muy
ligeramente a través de estas colinas. Arión y yo hemos estado yendo
y viniendo entre ellos según sea necesario, pero... —Se detuvo para
no decir lo obvio: estamos perdiendo terreno—. Frank, si puedes
darme un minuto, llevaré a Apolo y Meg a Temple Hill. Ella y Tyson
están esperando.
—Ve.
—Espera — le dije. No es que no estuviera súper ansioso por
convocar a un dios con un frasco de jalea, pero algo que Hazel dijo
me hizo sentir incómodo—. Si las Cohortes Primera a Cuarta están
aquí, ¿dónde está la Quinta?

364
—Protegiendo Nueva Roma —dijo Hazel—. Dakota está con
ellos. Por el momento, gracias a los dioses, la ciudad está segura. No
hay señales de Tarquinio.
POP. Justo a mi lado apareció un busto de mármol de Término,
vestido con una gorra del Ejército Británico de la Primera Guerra
Mundial y un abrigo de color caqui que lo cubría hasta el pie de su
pedestal. Con sus mangas sueltas, podría haber sido un doble
amputado de las trincheras del Somme56. Desafortunadamente,
conocí a más de unos pocos en la Gran Guerra.
— ¡La ciudad no es segura! — anunció. — ¡Tarquinio está
atacando!
— ¿Qué? — Hazel parecía personalmente ofendida. — ¿De dónde?
— ¡Debajo!
— Las alcantarillas. — Hazel maldijo. —Pero, ¿Cómo…?
— Tarquinio construyó la original cloaca máxima de Roma—, le
recordé. — Él conoce las alcantarillas.
— ¡Lo recordaba! ¡Yo misma sellé las salidas!
— Bueno, de alguna manera las abrió —, dijo Término. — La
Quinta Cohorte necesita ayuda. ¡Inmediatamente!
Hazel vaciló, claramente confundida por ver a Tarquinio
superándola.
— Vete — le dijo Frank. —Enviaré a la Cuarta Cohorte para
reforzarte.
Hazel rio nerviosamente.

56
.La Batalla de Somme en Francia (1916) fue unas de las más largas y sangrientas de la Primera Guerra
Mundial.

365
— ¿Y dejarte aquí con solo tres? No.
— Está bien — dijo Frank. —Término, ¿Puedes abrir nuestras
barreras defensivas aquí en la puerta principal?
— ¿Por qué habría de hacer eso?
— Vamos a probar la cosa de Wakanda.
— ¿El qué?
— Ya sabes — dijo Frank. —Vamos a canalizar al enemigo en un
solo lugar.
Término frunció el ceño.
— No recuerdo ninguna “cosa de Wakanda” en los manuales
militares romanos. Pero muy bien.
Hazel frunció el ceño.
— Frank, no vayas a hacer nada estúpido…
— Concentraremos a nuestra gente aquí y mantendremos el túnel.
Puedo hacer esto —. Él reunió otra sonrisa de confianza. —Buena
suerte chicos. ¡Nos vemos en el otro lado!
O no, pensé.
Frank no esperó más protestas. Se marchó, gritando órdenes para
formar las tropas y enviar la Cuarta Cohorte a Nueva Roma. Recordé
las imágenes borrosas que había visto en el pergamino holográfico:
Frank ordenando a sus trabajadores en el túnel Caldecott, cavando y
llenando urnas. Recordé las crípticas palabras de Ella sobre puentes
e incendios... No me gustaba a dónde me llevaban esos
pensamientos.
— Ensillen, chicos — dijo Hazel, ofreciéndome una mano.
Arión relinchó indignado.

366
—Sí, lo sé — dijo Hazel. —No te gusta llevar tres. Simplemente
dejaremos a estos dos en Temple Hill y luego nos dirigiremos
directamente a la ciudad. Habrá muchos muertos vivientes para que
los pisotees, lo prometo.
Eso pareció apaciguar al caballo.
Me subí detrás de Hazel. Meg tomó el asiento retumbante en la
retaguardia del caballo.
Apenas tuve tiempo de abrazar la cintura de Hazel antes de que
Arión se alejara, dejando mi estómago del lado de las colinas de
Oakland.

367
34

O inserte nombre aquí


Por favor óyenos y llena el espacio en blanco
¿Qué es esto, Mad Libs?57

T
yson Y Ella no eran buenos esperando.
Los encontramos en los escalones del templo de Júpiter,
Ella paseándose y retorciéndose las manos, Tyson
saltando arriba y abajo con entusiasmo como un
boxeador
listo para el primer round.
Las pesadas bolsas de arpillera que colgaban del cinturón
alrededor de la cintura de Ella se balanceaban y golpeaban una con
otra, recordándome el juguete de escritorio de Hefesto, el que tenía
las bolas que rebotaban entre sí. (Odiaba visitar la oficina de
Hefesto. Sus juguetes de escritorio eran tan fascinantes que me
quedaba mirándolos por horas, a veces décadas. Me perdí los 1480’s
de esa manera).
El pecho desnudo de Tyson ahora estaba completamente cubierto
con líneas de profecía tatuadas. Cuando nos vio, rompió en una
sonrisa.
— ¡Yay! —Exclamó—. ¡Zoom Pony!
No estaba sorprendido de que Tyson hubiera llamado a Arión
"Zoom Pony", o que parecía más feliz de ver el caballo que a mí. Me
sorprendió que Arión, a pesar de algunos resoplidos resentidos,
57
Juego de palabras con plantillas de frases donde un jugador le pide a otros una lista de palabras para
sustituir los espacios en blanco de una historia, antes de leer en voz alta la historia, a menudo cómica o sin

368
sentido.

369
permitió que el cíclope acariciara su hocico. Arión nunca me había
parecido del tipo tierno. Entonces, de nuevo, Tyson y Arión estaban
relacionados a través de Poseidón, lo que los convertía en hermanos,
y... ¿Sabes qué? Voy a dejar de pensar en esto antes de que mi
cerebro se derrita.
Ella se escabulló. —Tarde. Muy tarde. Vamos Apolo. Llegas tarde.
— Reprimí el impulso de decirle que habíamos pasado por algunas
cosas. Me bajé de la espalda de Arión y esperé a Meg, pero ella se
quedó con Hazel.
— No me necesitas para la cosa esa de la invocación —dijo Meg—
. Voy a ayudar a Hazel y a desatar a los unicornios.
— Pero…
— Velocidad de los dioses —me dijo Hazel. Arión desapareció,
dejando un rastro de humo en la ladera y Tyson acariciando el aire
vacío.
— Aww — El cíclope hizo un puchero— Zoom Pony se fue.
— Sí, él hace eso — Traté de convencerme de que Meg estaría
bien. La vería pronto. Las últimas palabras que escucharía de ella no
iban a ser desatar a los unicornios— Ahora, ¿Si estamos listos...?
— Tarde. Más tarde que listos — se quejó Ella— Elige un templo.
Si. Necesitas elegir.
— Necesito…
— ¡Invocación de un solo dios! —Tyson hizo todo lo posible por
enrollar la pierna de su pantalón mientras saltaba hacia mí con un
pie— Aquí, te lo mostraré nuevamente. Está en mi muslo.
— ¡Está bien! —Le dije—. Recuerdo. Es solo que...

369
Escaneé la colina. Tantos templos y santuarios— incluso más
ahora que la legión había completado su juerga de construcción
inspirada en Jason. Tantas estatuas de dioses mirando hacia mí.
Como miembro de un panteón, tenía cierta aversión a elegir un
solo dios. Eso era como elegir a tu hijo favorito o tu músico favorito.
Si eras capaz de elegir solo uno, estabas haciendo algo mal.
Además, elegir un dios significaba que todos los demás estarían
enojados conmigo. No importaba si no hubieran querido ayudarme,
o se hubieran reído en mi cara, si lo hubiera pedido. Todavía estarían
ofendidos por no haberlos puesto en la parte superior de mi lista.
Sabía cómo pensaban. Solía ser uno de ellos.
Claro, había algunos no evidentes. No estaría convocando a Juno.
No me molestaría con Venus, especialmente dado que el viernes por
la noche era su noche de spa con las Tres Gracias. Somnus era un no
definitivo. Él contestaría mi llamada, prometería estar aquí y luego
se quedaría dormido nuevamente.
Miré hacia la estatua gigante de Júpiter Optimus Maximus, su toga
púrpura ondeando como la capa de un matador.
Vamos, parecía estar diciéndome. Sabes que quieres.
El más poderoso de los olímpicos. Estaba dentro de su poder herir
a los ejércitos de los emperadores, sanar mi herida de zombi y
arreglar todo en el Campamento Júpiter (que, después de todo,
estaba nombrado en su honor). Él incluso podría notar todas las
cosas heroicas que había hecho, decidir que había sufrido lo
suficiente y liberarme del castigo de mí forma mortal.
Por otra parte... tal vez no. Podría ser que él estuviera esperando
que lo llamara para pedir ayuda. Una vez que lo hiciera, él podría
hacer retumbar los cielos con su risa y un profundo, divino ¡Nope!

370
Para mi sorpresa, me di cuenta de que no quería que mi divinidad
volviera tan desesperadamente. Ni siquiera quería vivir tan
desesperadamente. Si Júpiter esperaba que me arrastrara pidiendo
ayuda, suplicándole clemencia, podría clavar su rayo en su cloaca
máxima.
Solo había habido una opción. En el fondo, siempre supe a qué
dios tenía que llamar.
— Síganme —les dije a Ella y Tyson. Corrí al templo de Diana.
Ahora, admito que nunca he sido un gran admirador de la
personalidad romana de Artemisa. Como dije antes, nunca sentí que
yo personalmente hubiera cambiado tanto durante la época romana.
Yo me mantuve Apolo. Y Artemisa...
¿Sabes cómo es cuando tu hermana pasa por su temperamental
edad adolescente? ¿Cambia su nombre a Diana, se corta el pelo, se
junta con un grupo diferente y más hostil de cazadoras doncellas,
comienza a asociarse con Hécate y la luna, y básicamente actúa de
manera extraña? Cuando nos mudamos a Roma por primera vez, los
dos éramos adorados juntos como en los viejos tiempos, dioses
gemelos con nuestro propio templo, pero pronto Diana se fue e hizo
lo suyo. Simplemente no hablábamos como solíamos cuando éramos
jóvenes y griegos, ¿Sabes?
Estaba receloso de convocar a su encarnación romana, pero
necesitaba ayuda, y Artemisa, lo siento, Diana, era la que tenía más
probabilidades de responder, incluso si nunca me dejaría en paz con
esto. Además, la extrañaba terriblemente. Sí, lo dije. Si iba a morir
esta noche, lo que parecía cada vez más probable, primero quería ver
a mi hermana por última vez.
Su templo era un jardín al aire libre, como cabría esperar de una
diosa de lo salvaje. Dentro de un anillo de robles maduros brillaba
una piscina plateada con un solo géiser perpetuo que burbujeaba
en el

371
centro. Me imaginé que el lugar debía evocar el antiguo santuario de
robledales de Diana en el Lago Nemi, uno de los primeros lugares
donde los romanos la habían adorado. En el borde de la piscina
había una hoguera llena de leña, lista para iluminar. Me preguntaba
si la legión mantenía cada santuario y templo en tan buen
mantenimiento, en caso de que alguien ansiara una ofrenda quemada
de último momento a mitad de la noche.
— Apolo debería encender el fuego —dijo Ella—. Yo mezclaré
ingredientes.
— ¡Yo bailaré! —Anunció Tyson.
No sabía si eso era parte del ritual o si simplemente lo deseaba,
pero cuando un cíclope tatuado decide lanzarse a una rutina de baile
interpretativo, es mejor no hacer preguntas.
Ella rebuscó en sus bolsas de suministros, sacando hierbas,
especias y frascos de aceites, lo que me hizo darme cuenta de cuánto
tiempo había pasado desde que había comido. ¿Por qué no me estaba
gruñendo el estómago? Eché un vistazo a la luna de sangre que se
elevaba sobre las colinas. Esperaba que mi próxima comida no
fueran cereeeeeebros.
Miré a mí alrededor buscando una antorcha o una caja de fósforos.
Nada. Entonces pensé: por supuesto que no. Podría tener la madera
pre-apilada para mí, pero Diana, siempre experta en la naturaleza,
esperaría que yo creara mi propio fuego.
Desenganché mi arco y saqué una flecha. Reuní las más ligeras y
secas en una pequeña pila. Había pasado mucho tiempo desde que
encendí el fuego a la antigua manera mortal, girando una flecha en
una cuerda del arco para crear fricción, pero lo intenté. Fui a tientas
media docena de veces, casi sacándome un ojo. Mi estudiante de tiro
con arco Jacob habría estado orgulloso.

372
Traté de ignorar el sonido de explosiones en la distancia. Hice
girar la flecha hasta que sentí que mi herida intestinal se estaba
abriendo. Mis manos se volvieron resbaladizas con ampollas
reventadas. El dios del sol luchando por hacer fuego... Las ironías
nunca cesarían.
Finalmente, logré crear la más pequeña de las llamas. Después de
algunas ventosas desesperadas, resoplando y rezando, el fuego
estaba encendido.
Me puse de pie, temblando de agotamiento. Tyson siguió bailando
con su propia música interna, levantando los brazos y girando como
una muy tatuada Julie Andrews de trescientas libras, en el remake de
Sound of Music que Quentin Tarantino siempre quiso hacer. (Lo
convencí de que era una mala idea. Puedes agradecerme más tarde).
Ella comenzó a rociar su mezcla patentada de hierbas, aceites y
especias en el pozo. El humo olía a una fiesta mediterránea de
verano. Me llenó de una sensación de paz, recordándome los
tiempos más felices en que los dioses eran adorados por millones de
fieles. Nunca aprecias un simple placer como ese hasta que te lo
quitan.
El valle se volvió silencioso, como si hubiera regresado a la esfera
de silencio de Harpócrates. Tal vez solo era una pausa en la lucha,
pero sentí como si todo el Campamento Júpiter estuviera
conteniendo la respiración, esperando que completara el ritual. Con
manos temblorosas, saqué el frasco de vidrio de la Sibila de mi
mochila.
— ¿Ahora qué? —Le pregunté a Ella.
— Tyson —dijo Ella, sacudiéndolo— Ese fue un buen baile.
Ahora muéstrale a Apolo tu axila.
Tyson se tambaleó, sonriendo y sudoroso. Levantó su brazo
izquierdo mucho más cerca de mi cara de lo que me hubiera gustado.

373
— ¿Ves?

374
— Oh, dioses. —Retrocedí—. Ella, ¿por qué escribirías el ritual
de invocación en su axila?
— Ahí es donde va —dijo.
— ¡Realmente hizo cosquillas! —Tyson se rio.
— Yo... yo comenzaré. —Traté de concentrarme en las palabras y
no en la axila peluda que las rodeaban. Intenté no respirar más de lo
necesario. Sin embargo, diré esto: Tyson tenía una excelente higiene
personal. Cada vez que era obligado a inhalar, no me desmayaba por
el olor de su cuerpo, a pesar de su exuberante baile sudoroso. El
único olor que detecté fue un toque de mantequilla de maní. ¿Por
qué? No quise saberlo.
— ¡O, protector de Roma! —Leí en voz alta— ¡O inserta el
nombre aquí!
— Uh —dijo Ella—, ahí es donde...
— Comenzaré de nuevo. ¡O protector de Roma! ¡O Diana, diosa
de la caza! ¡Escucha nuestra súplica y acepta nuestra ofrenda!
No recuerdo todas las líneas. Si lo hiciera, no las grabaría aquí
para que cualquiera las usara. Invocar a Diana con ofrendas
quemadas es la definición misma de No intenten esto en casa, niños.
Varias veces me atraganté. Tuve la tentación de agregar partes
personales, para hacerle saber a Diana que no se trataba solo de
cualquiera haciendo una petición. ¡Era yo! ¡Era especial! Pero me
apegué al guion de axila. En el momento apropiado (inserte el
sacrificio aquí), arrojé el tarro de gelatina de la Sibila al fuego. Tenía
miedo de que se quedara allí calentándose, pero el vidrio se rompió
de inmediato, liberando un suspiro de humos plateados. Esperaba no
haber desperdiciado el aliento final del dios silencioso.
Terminé el encantamiento. Tyson, afortunadamente, bajó el brazo.
Ella contempló el fuego, luego el cielo, su nariz temblando de

374
ansiedad. —Apolo dudó —dijo—. No leyó bien la tercera línea.
Probablemente lo echó a perder. Espero que no lo haya echado a
perder.
— Tu confianza es conmovedora —dije. Pero compartía su
preocupación. No vi signos de ayuda divina en el cielo nocturno. La
luna roja seguía mirándome, bañando el paisaje con una luz
sangrienta. En la distancia no sonaron cuernos de caza, solo una
nueva ronda de explosiones desde las colinas de Oakland y gritos de
batalla desde Nueva Roma.
— Lo echaste a perder —decidió Ella.
— ¡Dale tiempo! —Dije— Los dioses no siempre aparecen de
inmediato. Una vez me llevó diez años responder algunas oraciones
de la ciudad de Pompeya, y para cuando llegué allí... Tal vez ese no
sea un buen ejemplo.
Ella se retorció las manos. — Tyson y Ella esperarán aquí en caso
de que aparezca la diosa. Apolo debería ir a hacer cosas de pelea.
—Aww —Tyson hizo un puchero—. ¡Pero yo quiero cosas de
pelea!
— Tyson esperará aquí con Ella —insistió Ella— Apolo, ve a
pelear.
Escaneé el valle. Varios tejados en Nueva Roma estaban en llamas
ahora. Meg estaría peleando en las calles, haciendo los-dioses-
sabrán- qué con sus unicornios armados. Hazel estaría apuntalando
desesperadamente las defensas mientras zombis y demonios hervían
desde las alcantarillas, atacando a los civiles. Necesitaban ayuda, y
me tomaría menos tiempo llegar a Nueva Roma que al Túnel
Caldecott.
Pero solo pensar en unirme a la batalla hacía que mi estómago se
agitara de dolor. Recordé cómo me había derrumbado en la tumba
del

375
tirano. Sería de poca utilidad contra Tarquinio. Estar cerca de él sólo
aceleraría mi ascenso a Zombi del Mes.
Contemplé las colinas Oakland, sus siluetas iluminadas por
explosiones parpadeantes. Los emperadores debían estar luchando
contra los defensores de Frank en el túnel Caldecott por ahora. Sin
Arión o una bicicleta Go-Glo, no estaba seguro de poder llegar a
tiempo para hacer algo bueno, pero parecía mi opción menos
horrible.
—A la carga —dije
miserablemente. Corrí a través del
valle.

376
35

Un gran trato para ti


Un combate dos por uno
¡Matanos a los dos gratis!

¿L a cosa más vergonzosa? Mientras inhalaba y resoplaba


cuando subía, me encontré tarareando “Ride of the
Valkyries”. Te maldigo Richard Wagner. Te maldigo
Apocalipsis Ahora.
Para cuando llegué a la cima, estaba mareado y bañado en sudor.
Miré la escena y decidí que mi presencia no significaba nada. Había
llegado muy tarde.
Las cimas eran un desierto marcado por trincheras, armaduras
rotas y máquinas de guerras rotas. A unos noventa metros hacia la
carretera 24, las tropas del emperador se habían formado en
columnas. En vez de miles, ahora habían unos cientos: una
combinación de guardaespaldas Germanis, Cromandas, Pandos, y
otras tribus humanoides. Una pequeña compasión: ya no habían
myrmekes. La estrategia de Frank de apuntar a las hormigas gigantes
parecía que había funcionado.
En la entrada del túnel Caldecott, justo debajo de mí esperaban los
restos de la Duodécima Legión. Una desaliñada docena de
semidioses formaban una pared protectora a través de las rutas de
entrada. Una joven mujer que no reconocí sostenía el estandarte de
la legión. El águila de oro sobrecalentado humeaba tanto que no
podía reconocer su forma. Ya no estaría electrocutando a ningún
enemigo por hoy.

377
El elefante Hannibal se quedó parado entre las tropas en su
armadura de Kevlar, su trompa y sus piernas sangraban con docenas
de cortes. Frente a las líneas se elevaba un oso grizzli de dos metros
y medio de altura (Frank Zhang supuse). Tres flechas salían de sus
hombros, pero sus garras estaban afuera y listas para más batallas.
Mi corazón se retorció. Tal vez, como un oso gigante, Frank podía
sobrevivir con algunas flechas pegadas a él. Pero ¿Qué pasaría
cuando quisiera volver a ser humano?
En cuanto a los sobrevivientes… yo simplemente no podía creer
que ellos fueran todo lo que quedaba de tres cohortes. Tal vez los
desaparecidos estaban heridos en vez de muertos. Tal vez debería
consolarme con la posibilidad de que, por cada legionario que cayó,
cientos de enemigos habían sido destruidos. Pero ellos se veían muy
mal, tan irremediablemente superados en números cuidando la
entrada al Campamento Júpiter…
Levanté mi mirada más allá de la carretera, hacia la bahía, y perdí
toda la esperanza. La flota del emperador aún seguía en posición
(una serie de blancos palacios flotantes listos para hacer llover la
destrucción sobre nosotros, y luego albergar una celebración
masiva).
Incluso si de alguna forma lográbamos destruir todos los enemigos
que quedaban en la carretera 24, esos yates estaban lejos de nuestro
alcance. Lo que sea que Lavinia había estado planeando
aparentemente había fallado. Con una sola orden el emperador
arrasó con el campamento entero.
El sonido de las pezuñas y el traqueteo de ruedas llamó mi
atención de vuelta a las líneas enemigas. Los mismos emperadores
habían venido para dialogar, estaban uno al lado del otro en un
carruaje dorado.
Cómodo y Calígula se veían como si tuvieran una competición de
quién tiene la armadura más llamativa, y ambos habían perdido.

378
Estaban vestidos de pies a cabeza en oro imperial: rodilleras, faldas
escocesas, petos, guantes, cascos, todo con diseños de las gorgonas y
las furias, incrustados con gemas preciosas. Las cubiertas estaban
hechas con demonios con muecas. Sólo podía diferenciar a los dos
emperadores porque Cómodo era más alto y ancho de hombros.
Arrastrando el carruaje había dos caballos blancos… No. No eran
caballos. Sus espaldas llevaban cicatrices largas y feas en ambos
lados de sus columnas. Sus espaldas estaban marcadas con latigazos.
Sus adiestradores/torturadores caminaron junto a ellos, sosteniendo
sus riendas y manteniendo pinzas para ganado listas en caso de que
las bestias tuvieran ganas de escapar.
Oh, Dioses…
Caí de rodillas y me dieron nauseas. De todos los horrores que
había visto, esto fue lo que me pegó más que otra cosa. Esos que
alguna vez fueron hermosos corceles, eran pegasos. ¿Qué tipo de
monstruo le cortaría las alas a un pegaso?
Los emperadores obviamente querían enviar un mensaje: ellos
querían dominar el mundo a cualquier costo. Ellos no se detendrían
ante nada. Ellos mutilarían y desmembrarían. Ellos desecharían y
destruirían. Nada era sagrado salvo su propio poder.
Yo estaba inestable. Mi desesperación se convirtió en ira
hirviente. Grité — ¡No!
Mi grito hizo eco a través del desfiladero. El séquito de los
emperadores traqueteó hasta detenerse. Cientos de caras miraron
hacia arriba, tratando de averiguar de dónde venía el sonido. Bajé
por la colina, perdí mi equilibrio, me di una voltereta, choqué contra
un árbol, me tambalee, y seguí caminando.
Nadie trató de dispararme. Nadie gritó— ¡Hurra, estamos
salvados! — Los defensores de Frank y las tropas de los
emperadores

379
simplemente miraron estupefactos, mientras seguía bajando, un
adolescente en ropas hecha jirones y zapatos llenos de barro, con un
ukelele y un arco en mi espalda. Era, supuse, la llegada más
impresvista de refuerzos en la historia.
Al fin alcancé a las legiones en la carretera.
Calígula me estudió a través de quince metros de asfalto. Se partió
de la risa.
Con inseguridad, sus tropas siguieron su ejemplo (excepto los
Germani), quienes raramente reían.
Cómodo se movió en su armadura —Disculpen, ¿Alguien le
puede poner subtítulos a la escena para mí? ¿Qué está
pasando? Sólo ahí fue que me di cuenta que la vista de Cómodo no
se había recuperado tan bien como esperaba.
Probablemente, pensé con una satisfacción amarga, mi brillo
cegador de esplendor divino en la Waystation lo había dejado
pudiendo ver un poco a la luz del día, pero nada en la noche. Una
pequeña ventaja si lograba descubrir cómo usarla.
—Desearía poder describirla —dijo Calígula secamente— El
majestuoso dios Apolo ha venido al rescate, y nunca se ha visto
mejor.
—¿Eso fue sarcasmo? —preguntó Cómodo— ¿Se ve horrible?
—Sí —dijo Calígula
—¡JA! —Cómodo forzó una risa— ¡JA! ¡Apolo, te ves horrible!
Mis manos temblaban, puse una flecha y se la lancé a la cara de
Calígula. Mi puntería era buena, pero Calígula le pegó parar desviar
el proyectil como si fuera un tábano con sueño.
—No te avergüences a ti mismo, Lester —dijo— Deja que los
líderes hablen.

380
Volteó su cara con muecas hacia el oso Kodiak— ¿Bueno, Frank
Zhang? Tienes una oportunidad de rendirte con honor. ¡Arrodíllate
frente a tu emperador!
—Emperadores —corrigió Cómodo
—Sí, por supuesto —dijo Calígula suavemente— Pretor Zhang,
estás obligado por juramento a reconocer las autoridades Romanas,
y
¡Nosotros lo somos! No más escondites. No más acobardarse detrás
de los límites de Término. Es tiempo de ser verdaderos romanos y
conquistar el mundo. Únetenos. Aprende de los errores de Jason
Grace.
Volví a gritar. Esta vez lancé una flecha a Cómodo. Sí, era
lamentable. Pensé que podría darle a un emperador ciego con más
facilidad, pero él también desvió la flecha.
—¡Un golpe bajo Apolo! —él gritó— No hay nada malo con mi
audición y mis reflejos.
El oso grizzli rugió. Con una garra rompió las flechas de su espalda.
Se encogió, cambiando a Frank Zhang.
Lo que quedaba de las flechas perforaron los omóplatos de sus
hombros. Había perdido su casco. Un lado de su cuerpo estaba
empapado de sangre, pero su expresión era de pura determinación.
Junto a él, Hannibal bramó y movió sus patas en el pavimento,
listo para lanzarse.
—No, amigo —Frank miró hacia su mitad de docena de
camaradas, cansados y heridos pero listos para seguirlo hasta la
muerte —Ya se ha derramado suficiente sangre.
Calígula inclinó su cabeza en provocación— ¿Entonces te rindes?
—Oh, no —Frank se irguió, aunque el esfuerzo le hizo hacer un
gesto de dolor— Tengo una solución alternativa. Spolia opima.

381
Los murmullos nerviosos se alzaron en las columnas de los
emperadores. Algunos de los Germani alzaron sus robustas cejas.
Algunos legionarios de Frank se veían como si quisieran decir algo

¿Estás loco? Por ejemplo, Pero mordieron las lenguas.
Cómodo se rió. Se sacó su casco, revelando sus peludos rulos y
barba, su cruel y hermosa cara. Su vista estaba lechosa y sin
enfoque, la piel alrededor de sus ojos estaba como si le hubieran
arrojado ácido.
—¿Un combate uno a uno? —Él sonrió— ¡Me encanta esta idea!
—Pelearé con ambos —Ofreció Frank— Tú y Calígula contra mí.
Si ganan pueden pasar por el túnel, el campamento es suyo.
Cómodo se frotó las manos— ¡Glorioso!
—Espera —dijo de forma repentina Calígula. Se quitó su propio
casco. Él no se veía deleitado. Sus ojos brillaban, pero su mente sin
duda estaba moviéndose pensando todos los ángulos posibles —
Esto es muy bueno para ser verdad. ¿A qué estás jugando, Zhang?
—Los mato o muero —dijo Frank— Eso es todo. Pasan a través
de mí y pueden marchar hacia el campamento. Ordenaré a lo
restante de mis tropas que se retiren. Pueden tener su desfile triunfal
a través de La Nueva Roma como siempre quisieron.
Frank se giró hacia sus camaradas— ¿Oyeron eso? Esas son mis
órdenes. Si yo muero, se asegurarán de que sean honradas.
Colum abrió su boca, pero aparentemente no confió en sí mismo
para hablar. Él sólo asintió hoscamente.
Calígula frunció el ceño— Spolia opima. Es tan primitivo. No se
ha hecho desde…
Él se detuvo a sí mismo, tal vez recordando el tipo de tropas que
tenía a su espalda: los Germani “primitivos”, quienes veían un

382
combate uno a uno como la forma más honorable de que un líder

383
ganara una batalla. En tiempos más nuevos, los romanos se habían
sentido de igual forma. El primer rey, Rómulo, había derrotado
personalmente a un rey enemigo, Acron, sacándole su armadura y
sus armas. Después de siglos, los generales Romanos trataron de
emular a Rómulo, saliendo para encontrar a los líderes enemigos en
el campo de batalla para una pelea uno a uno, para que pudieran
clamar spolia opima. Era la última muestra de valor para un
verdadero Romano.
El plan de Frank era inteligente. Los emperadores no podían
rechazar su desafío sin perder valor frente a sus tropas. Por el otro
lado, Frank estaba terriblemente herido. Él no podía ganar sin ayuda.
Frank veía horrorizado, lo cual no era el tipo de gracias que estaba
esperando
—¡Dos contra dos! —Grité, sorprendiéndome incluso— Yo
pelearé.
Eso consiguió otra ronda de risas en las tropas de los emperadores.
Cómodo dijo— ¡Aún mejor!
—Apolo, no —él dijo— puedo manejar esto. ¡Vete de aquí!
Unos meses atrás habría estado feliz de dejar que Frank tomara
esta inútil pelea por sí mismo mientras me sentaba atrás, comiendo
uvas frías y chequeando mis mensajes. No ahora, no después de
Jason Grace. Miré hacia los pobres pegasos mutilados encadenados a
los carruajes de los emperadores, y decidí que no quería vivir en un
mundo en el que la crueldad como esa no era desafiada.
—Perdón Frank —dije— No los vas a enfrentar solo —Miré hacia
Calígula— ¿Bueno bebé? Tu colega ya aceptó ¿Estás dentro, o te
aterramos mucho?
Las fosas nasales de Calígula se ensancharon— Hemos vivido
miles de años —dijo, como si estuviera explicando un simple hecho

383
a un estudiante lento— Somos dioses. —Y yo soy el hijo de Marte

384
contraatacó Frank— Pretor de la Duodécima Legión Fulminata. No
tengo miedo de morir. ¿Y tú?
El emperador se quedó en silencio por cinco segundos.
Uno de los Germani trotó hacia adelante. Con su inmensa altura y
peso, su robustos pelo y barba, y sus gruesos armadura, se veía como
Frank en su forma de oso grizzli, solo que con una fea cara.
—¿Señor? —gruñó.
—Las tropas deben quedarse donde están —ordenó Calígula—
Ninguna interferencia mientras Cómodo y yo matamos al Pretor
Zhang y a su dios mascota. ¿Entendido Gregorix?
Gregorix me estudió. Podía imaginarlo peleando consigo mismo
con sus ideas de honor. Un combate uno a uno era bueno. Un
combate uno a uno contra un guerrero herido y un enclenque
infectado con la enfermedad de zombie por el otro lado, no era una
victoria. Lo más inteligente era matarnos a todos y marchar hacia el
campamento. Pero un desafío había sido emitido. Desafíos habían
sido aceptados. Aunque su trabajo era proteger a los emperadores, y
si esta era algún tipo de trampa…
Apuesto a que Gregorix estaba deseando haber perseguido ese
título que su madre había querido que consiguiera. Ser un
guardaespaldas bárbaro era mentalmente exhausto.
—Muy bien, mi señor —dijo.
Frank encaró a lo restante de sus tropas— Váyanse. Encuentren a
Hazel. Defiendan la ciudad de Tarquinio.
Hannibal bramó protestando. —Tú también, amigo. —dijo Frank
— Ningún elefante va a morir hoy.
Hannibal se enojó. A los semidioses obviamente no les gustaban
la idea tampoco, pero ellos eran
legionarios Romanos, tan bien

384
entrenados como para desobedecer órdenes directas. Ellos se
retiraron hacia el túnel con el elefante y el estandarte de la legión,
dejando sólo a Frank Zhang y a mí en el Equipo Campamento
Júpiter.
Mientras los emperadores subían la colina desde sus carruajes,
Frank se volvió hacia mí y me atrapó en un sudoroso y sangriento
abrazo.
Siempre me lo imaginé como un abrasador, así que esto no me
sorprendía, hasta que me susurró al oído— Estás interfiriendo con
mi plan. Cuando diga “Se acabó el tiempo”, no me importa dónde
estás o cómo está yendo la pelea. Quiero que corras lejos de mí tan
rápido como puedas. Es una orden.
Él me palmeó la espalda y me dejó ir.
Quería protestar, ¡Tú no eres mi jefe! No había venido aquí para
salir corriendo con una orden. Podía hacer eso yo sólo. Seguramente
no iba a dejar que un amigo se sacrificara a sí mismo por mi bien.
Por otro lado, no sabía el plan de Frank. Debería esperar y ver lo que
tenía en mente. Entonces podría decidir qué hacer. Además, si
teníamos una oportunidad de ganarle un duelo a muerte a Cómodo y
Calígula, no sería por nuestra fuerza superior a la de ellos, ni por
nuestras personalidades encantadoras. Necesitábamos algo serio, una
trampa de fuerza industrial.
Los emperadores avanzaron hacia nosotros a través del torcido y
calcinado asfalto.
Desde cerca, sus armaduras eran aún más horrorosas. El peto de
Calígula se veía como si estuviera pegado con pegamento, y que
luego lo habían rodado en las vitrinas de las compañías de Tiffany's.
—Bueno. —Él nos dio una sonrisa tan brillante y fría como su
colección de joyas— ¿Empezamos?
Cómodo se sacó los guantes. Sus manos eran enormes y duras,

385
callosas como si hubieran estado pegando a paredes de ladrillos en
su

386
tiempo libre. Era difícil de creer que alguna vez yo había tomado
esas manos con afecto.
—Calígula, tú tomas a Zhang —dijo— Yo tomaré a Apolo. No
necesito mi vista para encontrarlo. Sólo seguiré mis oídos. Él será el
que estará lloriqueando.
Odiaba el hecho de que me conociera tan bien.
Frank sacó su espada. Sangre aún sobresalía de las heridas de sus
hombros. No estaba seguro de que planeaba para permanecer
parado, mucho menos de cómo pelear. Su otra mano cepilló la tela
que tenía la pieza de leña.
—Así que estas son las reglas. —Dijo— No las hay. Los
matamos, ustedes mueren.
Luego señaló a los emperadores: Vengan y obténgalo.

386
36

No otra vez. Mi corazón.


¿Cuántas sílabas tiene
Total desesperanza?

I
ncluso en mi débil condición, pensarías que podría estar
fuera del alcance de un oponente ciego. Te equivocas.
Cómodo estaba a solo a diez metros de distancia cuando le
disparé la
siguiente flecha. De alguna manera lo esquivó, se apresuró y jaló del
arco de mis manos rompiendo el arma sobre su rodilla.
— ¡Grosero! — Grité.
En retrospectiva, esa no era la forma en que debería haber pasado
ese milisegundo. Cómodo me dio un puñetazo en el pecho. Me
tambaleé hacia atrás y colapsé sobre mi trasero, mis pulmones
ardieron, mi esternón palpitaba. Un golpe como ese debería haberme
matado. Me preguntaba si mi fuerza divina había decidido hacer un
cameo. Si es así, desperdicié la oportunidad de contraatacar. Estaba
muy ocupado arrastrándome llorando de dolor.
Cómodo se echó a reír y se volvió hacia sus tropas.
— ¿Lo ven? ¡Él siempre es el que llora!
Sus seguidores vitorearon. Cómodo perdió un tiempo valioso
disfrutando de su adulación. No pudo evitar ser un hombre de
espectáculos. También debe haber sabido que no iría a ningún lado.
Miré a Frank, él y Calígula se rodearon, intercambiando golpes
ocasionalmente, probando las defensas del otro. Con las puntas de
flecha en el hombro, Frank no tuvo más remedio que favorecer su

387
lado izquierdo. Se movió rígidamente, dejando un rastro de huellas

388
sangrientas en el asfalto que me recordó, de manera bastante
inapropiada, un diagrama de baile de salón que Fred Astaire me
había dado una vez.
Calígula rondaba a su alrededor, sumamente seguro. Llevaba la
misma sonrisa de autosatisfacción que tenía cuando empalaba a
Jason Grace en la espalda. Durante semanas tuve pesadillas con esa
sonrisa.
Me sacudí de mi estupor. Se suponía que debía estar haciendo
algo. No morir, eso estaba en la parte superior de mi lista de tareas
pendientes.
Me las arreglé para levantarme. Busqué mi espada, luego recordé
que no tenía una. Mi única arma ahora era mi ukelele. Tocar una
canción para un enemigo que me estaba persiguiendo no parecía el
movimiento más sabio, pero agarré el ukulele por el mástil.
Cómodo debe haber escuchado el sonido de las cuerdas. Se volvió
y desenvainó su espada.
Para un hombre grande con una armadura blindada, se movía
demasiado rápido. Antes de que pudiera decidir qué número de Dean
Martin tocaría para él, me golpeó, casi abriéndome el vientre. La
punta de su espada chispeó contra el cuerpo de bronce del ukelele.
Con ambas manos levantó su espada por encima para partirme en
dos.
Me lancé hacia adelante y lo golpeé en el estómago con mi
instrumento.
— ¡Ja, ja!
Hubo dos problemas con esto: 1) su intestino estaba cubierto con
una armadura, y 2) el ukelele tenía un fondo redondeado. Tomé nota
mentalmente de que, si sobrevivía a esta batalla, diseñaría una

388
versión

389
con púas en la base, y tal vez un lanzallamas, el ukelele Gene
Simmons.58
El contraataque de Cómodo me habría matado si no se hubiera
reído tanto. Salté a un lado cuando su espada se precipitó,
hundiéndose en el lugar donde había estado parado. Una cosa buena
acerca de luchar en una carretera: todas esas explosiones y rayos
habían suavizado el asfalto. Mientras Cómodo intentaba liberar su
espada, cargué y me estrellé contra él.
Para mi sorpresa, en realidad logré empujarlo fuera de balance.
Tropezó y aterrizó en su parte trasera blindada, dejando su espada
temblando en el pavimento.
Nadie en el ejército de los emperadores me vitoreó. Muchedumbre
dura.
Di un paso atrás, tratando de recuperar el aliento. Alguien presionó
contra mi espalda. Grité, aterrorizado de que Calígula estuviera a
punto de clavarme una lanza, pero solo era Frank. Calígula estaba a
unos seis metros de él, maldiciendo mientras se limpiaba los pedazos
de grava de los ojos.
— Recuerda lo que dije — me dijo Frank.
— ¿Por qué estás haciendo esto?
— Es la única forma. Si tenemos suerte, estamos ganando tiempo.
— ¿Ganar tiempo?
— Para que la ayuda divina llegue, ¿Verdad?
Tragué saliva.

58
Es un músico israelí-estadounidense, cantante, compositor, productor de discos,
emprendedor, actor, autor y personalidad televisiva de ascendencia judía húngara.

389
— ¿Tal vez?
— Apolo, por favor dime que hiciste el ritual de invocación.
— ¡Lo hice!
— Entonces estamos ganando tiempo — insistió Frank.
— ¿Y si la ayuda no llega?
— Entonces tendrás que confiar en mí. Haz lo que te dije. A mi
señal, sal del túnel.
No estaba seguro de lo que quería decir. No estábamos en el túnel,
pero nuestro tiempo de conversación había terminado. Cómodo y
Calígula se cerraron sobre nosotros simultáneamente.
— ¿Grava en los ojos, Zhang? — Gruñó Calígula. — ¿En serio?
Sus cuchillas se cruzaron cuando Calígula empujó a Frank hacia la
boca del Túnel de Caldecott... ¿o Frank se dejaba empujar? El ruido
metálico de metal contra metal resonó por el pasillo vacío.
Cómodo liberó su propia espada del asfalto.
— Muy bien, Apolo. Esto ha sido divertido. Pero necesitas morir
ahora.
Aulló y cargó, su voz retumbó en las profundidades del
túnel. Ecos, pensé. Corrí por el Caldecott.
Los ecos pueden ser confusos para las personas que dependen de
su audición. Dentro del túnel podría tener más suerte evitando a
Cómodo. Sí... esa fue mi estrategia. No estaba simplemente entrando
en pánico y corriendo por mi vida. Entrar al túnel era un plan
perfectamente equilibrado y bien razonado que involucraba huir y
gritar.

390
Me di vuelta antes de que Cómodo me alcanzara. Balanceé mi
ukelele, con la intención de imprimir su caja de resonancia en su
rostro, pero Cómodo anticipó mi movimiento. Me quitó el
instrumento de las manos.
Me alejé de él y Cómodo cometió el más atroz de los crímenes:
con un puño enorme, arrugó mi ukelele como una lata de aluminio y
lo arrojó a un lado.
— ¡Herejía! — Rugí.
Una ira temeraria y terrible me poseyó, te reto a que te sientas
diferente cuando acabas de ver a alguien destruir tu ukelele.
Cualquier persona con ira se vuelve insensible.
Mi primer golpe dejó un cráter del tamaño de un puño en el peto
de oro del emperador. Oh, pensé en algún rincón distante de mi
mente.
¡Hola, fuerza divina!
Fuera de balance, Cómodo cortó violentamente. Le bloqueé el
brazo y le di un puñetazo en la nariz, causando un aplastamiento
frágil que encontré deliciosamente desagradable.
Él aulló, la sangre corría por su bigote.
— ¿Me golpeaste? ¡Te mataré!
— ¡No me matarás! — Le grité. — ¡Tengo mi fuerza de vuelta!
— ¡JA! — Gritó Cómodo. — ¡Yo nunca perdí la mía! ¡Y todavía
soy grande! — Odio cuando los villanos megalómanos dicen puntos
válidos.
Él corrió hacia mí. Me agaché debajo de su brazo y le di una
patada en la espalda, impulsándolo a una barandilla al costado del
túnel. Su frente golpeó el metal con un sonido delicado como un

391
triángulo:
¡DING!

392
Eso debería haberme hecho sentir bastante satisfecho, excepto que
mi furia inspirada en el ukelele arruinado estaba disminuyendo, y
con ello mi estallido de fuerza divina. Podía sentir el veneno zombi
arrastrándose por mis capilares, retorciéndose y quemándose en cada
parte de mi cuerpo. Mi herida intestinal parecía desmoronarse, a
punto de derramar mi relleno por todas partes como un harapiento
oso Pooh.
Además, de repente me di cuenta de muchas cajas grandes y sin
etiquetas apiladas a lo largo de un lado del túnel, ocupando toda la
longitud de la pasarela peatonal elevada.
A lo largo del otro lado del túnel, el arcén estaba desgarrado y
forrado con conos de tráfico naranja... No son inusuales, pero me
llamó la atención que tenía el tamaño adecuado para contener las
urnas que había visto a los trabajadores de Frank cargando durante
nuestra llamada de desplazamiento holográfico.
Además, cada dos metros aproximadamente, se había cortado una
ranura delgada en todo el ancho del asfalto. De nuevo, no es inusual:
el departamento de carreteras podría haber estado haciendo un
trabajo de repavimentación. Pero cada ranura brillaba con algún tipo
de líquido... ¿Petróleo?
En conjunto, estas cosas me incomodaron profundamente, y Frank
siguió retirándose más hacia el túnel, atrayendo a Calígula para que
lo siguiera.
Aparentemente, el teniente de Calígula, Gregorix, también se
estaba preocupando. El Germani gritó desde el frente:
— ¡Mi emperador! Estás llegando demasiado lejos...
— ¡Cállate, GREG! — Gritó Calígula. — Si quieres mantener la
lengua, ¡No me digas cómo pelear!

392
Cómodo todavía estaba luchando por levantarse.
Calígula apuñaló el pecho de Frank, pero el pretor no estaba allí.
En cambio, un pequeño pájaro (un vencejo común, a juzgar por su
cola en forma de bumerán) se lanzó directamente hacia la cara del
emperador.
Frank conocía a sus aves, los vencejos no son grandes ni
impresionantes, no son amenazas obvias como halcones o águilas,
pero son increíblemente rápidos y maniobrables.
Metió el pico en el ojo izquierdo de Calígula y se alejó, dejando al
emperador chillando y golpeando el aire.
Frank se materializó en forma humana justo a mi lado. Sus ojos
parecían hundidos y vidriosos. Su brazo malo colgaba flojo a su
lado.
— Si realmente quieres ayudar, — dijo en voz baja, — has cojear
a Cómodo. No creo que pueda sostenerlos a ambos.
— ¿Qué…?
Se transformó de nuevo en un ave y se fue, lanzándose a Calígula,
que maldijo y acuchilló al pequeño pájaro.
Cómodo me ataco una vez más. Esta vez fue lo suficientemente
inteligente como para no anunciarse aullando. Para el momento en
que lo noté presionándome (con sangre brotando por sus fosas
nasales y un profundo surco en forma de baranda en su frente) ya era
demasiado tarde.
Golpeó su puño contra mis entrañas, el lugar exacto en el que no
quería que me golpearan. Me derrumbe en un bulto gimoteante y
deshuesado.
Afuera, las tropas enemigas estallaron en una nueva ronda de

393
Cómodo todavía estaba luchando por levantarse.
vítores. Cómodo volvió a aceptar su adulación. Me da vergüenza

394
admitir que, en lugar de sentirme aliviado de tener unos segundos
extra de vida, me molestó que no me estuviera ejecutando más
rápido.
Cada célula de mi miserable cuerpo mortal gritó: ¡Solo termínalo!
Ser asesinado no podía doler más de lo que ya dolía. Si muriera, tal
vez al menos volvería como zombi y podría morder la nariz de
Cómodo.
Ahora estaba seguro de que Diana no vendría al rescate. Tal vez
había estropeado el ritual, como temía Ella. Tal vez mi hermana no
había recibido la llamada. O tal vez Júpiter le había prohibido
ayudarme bajo pena de compartir mi castigo mortal.
Cualquiera que sea el caso, Frank también debe haber sabido que
nuestra situación era desesperada.
Ya habíamos pasado la fase de "ganar tiempo”. Ahora estábamos
en la fase de "morir con un gesto inútil y seguramente doloroso".
Mi línea de visión se redujo a un cono rojo borroso, pero me
concentré en las pantorrillas de Cómodo mientras caminaba frente a
mí, agradeciendo a sus admiradores.
Atado al interior de su pantorrilla había una daga envainada.
Él siempre había llevado uno de esos en los viejos tiempos.
Cuando eres un emperador, la paranoia nunca se detiene. Podrías ser
asesinado por tu ama de llaves, tu camarero, tu lavandero, tu mejor
amigo. Y luego, a pesar de todas tus precauciones, tu piadoso
examante se disfraza y tu entrenador de lucha termina ahogándote
en tu bañera.
¡Sorpresa!
Has cojear a Cómodo, me había dicho Frank.
No me quedaba energía, pero le debía a Frank un último deseo.

394
Mi cuerpo gritó en protesta cuando extendí mi mano y agarré la
daga. Se deslizó fácilmente de su vaina y se mantuvo bien engrasada
para una extracción rápida.
Cómodo ni siquiera se dio cuenta. Lo apuñalé en la parte posterior
de la rodilla izquierda, luego en la derecha antes de que él hubiera
notado el dolor. Gritó y se derrumbó hacia adelante, arrojando
obscenidades latinas que no había escuchado desde el reinado de
Vespasiano.
Hacerlo cojo, cumplido. Dejé caer el cuchillo, toda mi fuerza de
voluntad se fue. Esperé para ver qué me mataría. ¿Los emperadores?
¿El veneno zombi? ¿El suspenso?
Estiré el cuello para ver cómo estaba mi amigo el veloz. No muy
bien. Calígula logró dar un golpe de suerte con la punta de su
espada, golpeando a Frank contra la pared. El pajarito cayó sin
fuerzas y Frank volvió a su forma humana justo a tiempo para que su
rostro golpeara el pavimento.
Calígula me sonrió, su ojo herido cerrado con fuerza, su voz llena
de horrorosa alegría.
— ¿Estás mirando, Apolo? ¿Recuerdas lo que pasa después?
Levantó su espada sobre la espalda de Frank.
— ¡NO! — Grité.
No pude presenciar la muerte de otro amigo. De alguna manera,
me puse de pie, pero fui demasiado lento. Calígula bajó su espada...
que se dobló por la mitad como un limpiapipas contra la capa de
Frank.
¡Gracias a los dioses de la moda militar! La capa de pretor de Frank
podía hacer retroceder las armas, aun cuando su capacidad para
transformarse en un suéter permaneciera desconocida.

395
Calígula gruñó de frustración. Desenvainó su daga, pero Frank
había recuperado la fuerza suficiente para ponerse de pie. Golpeó a
Calígula contra la pared y envolvió su buena mano alrededor de la
garganta del emperador.
— ¡Se acabó el tiempo! — Rugió.
Se acabó el tiempo. Espera... esa fue mi señal. Se suponía que
debía correr. Pero no pude. Miré, congelado por el horror, mientras
Calígula enterraba su daga en el vientre de Frank.
— Sí, se acaba — gruñó Calígula. — Para ti.
Frank apretó más fuerte, aplastando la garganta del emperador,
haciendo que la cara de Calígula se volviera de un color púrpura
hinchado. Usando su brazo herido, que debe haber sido insoportable,
Frank sacó el trozo de leña de su bolsa.
— ¡Frank! — Sollocé.
Echó un vistazo y me ordenó en silencio: VETE.
No pude soportarlo. No otra vez. No como con Jason. Estaba
apenas consciente de que Cómodo luchaba por gatear hacia mí, para
agarrar mis tobillos.
Frank levantó su leña a la cara de Calígula. El emperador luchó y
se sacudió, pero Frank era más fuerte (sospechaba que se aferraba a
todo lo que quedaba de su vida mortal).
— Si me voy a quemar, — dijo — bien podría arder con luz. Esto
es por Jason.
La leña se quemó espontáneamente, como si llevara años
esperando esta oportunidad. Los ojos de Calígula se abrieron con
pánico, tal vez justo ahora comenzaba a comprender. Las llamas
rugieron alrededor del cuerpo de Frank, provocando al aceite en una

396
de las ranuras en el

397
asfalto, un combustible líquido, corriendo en ambas direcciones
hacia las cajas y los barriles de tráfico que llenaban el túnel. Los
emperadores no fueron los únicos que mantuvieron un suministro de
fuego griego.
No estoy orgulloso de lo que sucedió después. Cuando Frank se
convirtió en una columna de llamas, y el emperador Calígula se
desintegró en brasas candentes, seguí la última orden de Frank. Salté
sobre Cómodo y corrí al aire libre. A mis espaldas, el túnel
Caldecott estalló como un volcán.

397
37

No lo hice
¿Explosión? No la conozco
Probablemente sea culpa de Greg.

U
na quemadura de tercer grado fue lo menos doloroso que
me llevé desde ese túnel.
Me tambaleé al descubierto, mi espalda chisporroteaba,
mis manos humeaban, cada músculo de mi cuerpo se sentía como si
hubiera sido marcado con cuchillas de afeitar. Ante mí se extendían
las fuerzas restantes de los emperadores: cientos de guerreros listos
para la batalla. A lo lejos, extendidos a través de la bahía, esperaban
cincuenta yates, preparados para disparar su artillería del fin del
mundo.
Nada de eso dolía tanto como saber que había dejado a Frank
Zhang en llamas.
Calígula se había ido. Podía sentirlo, como si la tierra lanzara un
suspiro de alivio cuando su conciencia se desintegró en una
explosión de plasma sobrecalentado. Pero, oh, el costo. Frank.
Hermoso, incómodo, pesado, valiente, fuerte, dulce, noble Frank.
Hubiera llorado, pero mis conductos lagrimales estaban tan secos
como las quebradas de Mojave.

398
Las fuerzas enemigas parecían tan aturdidas como yo. Incluso los
Germanis estaban flojos. Se necesita mucho para sorprender a un
guardaespaldas imperial. Ver cómo explotan a tus jefes en un
enorme eructo ardiente desde la ladera de una montaña, eso lo haría.
Detrás de mí, una voz apenas humana gorgoteó.
— URGSSHHH.
Giré.
Estaba demasiado muerto por dentro como para sentir miedo o
asco. Por supuesto Cómodo todavía estaba vivo. Se arrastró fuera de
la caverna llena de humo sobre sus codos, su armadura medio
fundida, su piel cubierta de cenizas. Su rostro una vez hermoso
parecía una hogaza de pan de tomate quemado.
No lo había herido lo suficientemente bien. De alguna manera, lo
habían librado sus ligamentos. Había estropeado todo, incluso la
última orden de Frank.
Ninguna de las tropas acudió en ayuda del emperador.
Permanecieron congelados con incredulidad. Quizás no
reconocieron a esta criatura destrozada como Cómodo.
Quizás pensaron que estaba haciendo otro de sus espectáculos y
estaban esperando el momento adecuado para aplaudir.
Increíblemente, Cómodo se puso de pie. Se tambaleó como un
Elvis de 1975.
— ¡BUQUES! — Gruñó. Dijo la palabra tan mal, que por un
momento pensé que había gritado algo más. Supongo que sus tropas
pensaron lo mismo, ya que no hicieron nada.
— ¡FUEGO! — Gimió Cómodo, que nuevamente podría haber
significado simplemente OYE, MIRA, ESTOY EN LLAMAS

399
Solo entendí su orden un instante después, cuando Gregorix gritó:
— ¡SEÑALEN A LOS YATES! — Me atraganté con la lengua.
Cómodo me dio una sonrisa espantosa. Sus ojos brillaban de odio.
No sé dónde encontré la fuerza, pero cargué y lo abordé.
Golpeamos el asfalto, con mis piernas a horcajadas sobre su pecho,
mis manos envueltas alrededor de su garganta como lo habían estado
miles de años antes, la primera vez que lo maté. Esta vez, no sentí un
arrepentimiento agridulce, ni un persistente sentido del amor.
Cómodo luchó, pero sus puños eran como papel. Solté un rugido
gutural, una canción con una sola nota, pura ira, y solo un volumen
máximo.
Bajo la embestida del sonido, Cómodo se convirtió en cenizas.
Mi voz vaciló. Me quedé mirando mis palmas vacías. Me puse de
pie y retrocedí, horrorizado. El contorno carbonizado del cuerpo del
emperador permaneció sobre el asfalto. Todavía podía sentir el pulso
de sus arterias carótidas debajo de mis dedos. ¿Qué había hecho? En
mis miles de años de vida, nunca había destruido a alguien con mi
voz. Cuando cantaba, la gente solía decir que "lo maté", pero nunca
lo decían literalmente.
Las tropas de los emperadores me miraron con asombro. Dado
otro momento, seguramente habrían atacado, pero su atención fue
desviada por una pistola de bengalas que se disparó cerca. Un globo
de fuego anaranjado del tamaño de una pelota de tenis se arqueó en
el cielo, arrastrando humo de color Tang59.
Las tropas se volvieron hacia la bahía, esperando el espectáculo de
fuegos artificiales que destruiría el Campamento Júpiter. Debo

59
Color que forma parte de las variedades del café.

400
admitir que, tan cansado e indefenso y emocionalmente destrozado
como estaba, todo lo que podía hacer era mirar también.
En cincuenta cubiertas de popa, los puntos verdes parpadeaban
mientras las cargas de fuego griegas eran descubiertas en sus
morteros. Me imaginé a los técnicos luchando, ingresando sus
coordenadas finales.
POR FAVOR, ARTEMISA, recé. AHORA SERÍA UN GRAN
MOMENTO PARA PRESENTARSE.
Las armas dispararon. Cincuenta bolas de fuego verdes se
elevaron hacia el cielo, como esmeraldas en un collar flotante,
iluminando toda la bahía. Se levantaron hacia arriba, luchando por
ganar altitud.
Mi miedo se convirtió en confusión. Sabía algunas cosas sobre
volar. No podías despegar en un ángulo de noventa grados. Si lo
intentara en el carro solar... bueno, antes que nada, me habría caído y
me vería realmente estúpido. Pero también, los caballos nunca
podrían haber hecho una subida tan empinada. Se habrían
derrumbado y chocado con las puertas del Palacio del Sol. Tendría
un amanecer oriental, seguido inmediatamente por un atardecer
oriental y muchos relinchos enojados.
¿Por qué iban a apuntar los morteros así?
Las bolas de fuego verdes treparon otros cincuenta, cien pies
Ralentizando. Las bolas de fuego verdes treparon otros quince
metros. Treinta metros. Ralentizando. En la carretera 24, todo el
ejército enemigo imitó sus movimientos, parándose cada vez más
recto mientras los proyectiles se elevaban, hasta que todos los
Germanis, Comandres y otros malhechores se pusieron de puntillas,
como si estuvieran levitando. Las bolas de fuego se detuvieron y
flotaron en el aire.

401
Entonces las esmeraldas cayeron hacia abajo, directamente sobre
los yates de donde habían venido.
La exhibición de caos fue digna de los emperadores mismos.
Cincuenta yates explotaron en nubes de hongo verde, enviando
confeti de madera destrozada, metal y pequeños cuerpos de
monstruos en llamas al aire. La flota multimillonaria de Calígula se
redujo a una serie de manchas de petróleo en llamas en la superficie
de la bahía.
Puede que me haya reído. Sé que fue bastante insensible,
considerando el Impacto ambiental del desastre. También
terriblemente inapropiado, dado lo desconsolado que me sentía por
Frank. Pero no pude evitarlo.
Las tropas enemigas se volvieron como una sola para mirarme.
Oh, claro, me recordé a mí mismo. Todavía me enfrento a cientos
de hostiles.
Pero no se veían muy hostiles. Sus expresiones eran aturdidas e
inseguras.
Había destruido a Cómodo con un grito. Había ayudado a quemar
a Calígula y volverlo cenizas, a pesar de mi humilde apariencia, las
tropas probablemente habían escuchado rumores de que alguna vez
fui un dios. ¿Era posible? se estarían preguntando, ¿de que de alguna
manera hubiera causado la destrucción de la flota?
De hecho, no tenía idea de qué había salido mal con las armas de
la flota. Dudaba que fuera Artemisa. Simplemente no se sentía como
algo que ella haría. En cuanto a Lavinia... no veía cómo podría haber
logrado un truco como ese con solo algunos faunos, algunas dríades
y un poco de goma de mascar.
Sabía que no había sido yo.

402
Pero el ejército no lo sabía.
Yo improvisé los últimos fragmentos de mi coraje. Canalicé mi
antiguo sentido de arrogancia, en los días en que amaba tomar el
crédito por las cosas que no hacía (siempre que fueran buenas e
impresionantes). Le di a Gregorix y a su ejército una sonrisa cruel,
como la de un emperador.
— ¡BOO! — Grité.
Las tropas se rompieron y corrieron. Se dispersaron por la
carretera en pánico, algunos saltando directamente sobre las
barandillas y hacia el vacío solo para alejarse de mí más rápido. Solo
los pobres pegasos torturados se quedaron, ya que no tenían otra
opción. Todavía estaban abrochados en sus arneses a las ruedas del
carro apiladas sobre el asfalto para evitar que los animales salieran
disparados. En cualquier caso, dudaba que hubieran querido seguir a
sus torturadores.
Caí de rodillas. Mi herida intestinal palpitaba. Mi espalda
carbonizada se había entumecido.
Mi corazón parecía bombear plomo frío y líquido. Estaría muerto
pronto. O no muerto. Apenas importaba. Los dos emperadores se
habían ido. Su flota fue destruida. Frank ya no estaba.
En la bahía, las piscinas de petróleo ardiendo arrojaban columnas
de humo que se volvían de color naranja a la luz de la luna de
sangre. Fue sin duda el incendio de basura más hermoso que jamás
haya visto.
Después de un momento de silencio, los servicios de emergencia
del área de la bahía notarían el nuevo problema. El lado este de la
bahía ya había sido considerado un área de desastre.
Con el cierre del túnel y la misteriosa cadena de incendios

403
Pero el ejército no lo sabía.
forestales y explosiones en las colinas, las sirenas habían estado
sonando a

404
través de las llanuras. Las luces de emergencia parpadeaban por
todas partes en las calles atascadas.
Ahora los barcos de la Guardia Costera se unieron a la fiesta,
atravesando el agua para llegar a los derrames de petróleo en llamas.
La policía y los helicópteros de noticias se desviaron hacia la escena
desde una docena de direcciones diferentes, como si un imán los
empujara. La Niebla estaría trabajando horas extras esta noche.
Tuve la tentación de acostarme en el camino e irme a dormir.
Sabía que, si hacía eso, moriría, pero al menos no habría más dolor.
Oh. Frank.
¿Y por qué Artemisa no había venido a ayudarme? No estaba
enojado con ella. Entendía muy bien cómo podían ser los dioses,
todas las diferentes razones por las que podrían no aparecer cuando
llamaste. Aun así, dolía, ser ignorado por mi propia hermana.
Un resoplido indignado me sacó de mis pensamientos. Los
pegasos me estaban mirando. El de la izquierda tenía un solo ojo,
pobrecito, pero sacudió la brida y emitió un chasquido como si
dijera: PASA DE TI MISMO.
El Pegaso estaba en lo correcto. Otras personas estaban sufriendo.
Algunos de ellos necesitaban mi ayuda. Tarquinio todavía estaba
vivo, podía sentirlo en mi sangre infectada con zombis. Hazel y Meg
podrían estar luchando contra los muertos vivientes en las calles de
Nueva Roma.
No sería muy bueno para ellos, pero tenía que intentarlo. Bien
podría morir con mis amigos, o podrían cortarme la cabeza después
de que me convirtiera en un devorador de cerebros, para eso estaban
los amigos.
Me levanté y me tambaleé hacia el Pegaso.

404
— Lamento mucho que esto les haya pasado, — les dije —
Ustedes son animales hermosos y merecen algo mejor…
Uno guiñó como si dijera: ¿TÚ CREES?
— Los liberaré ahora, si me dejan.
Intenté con su arnés, encontré una daga abandonada en el asfalto y
corté el alambre de púas y los puños con púas que se habían estado
clavando en la carne de los animales. Evité cuidadosamente sus
pezuñas en caso de que decidieran que valía una patada en la cabeza.
Entonces empecé a tararear “Eso no es una patada en la cabeza”
de Dean Martin, porque esa es la clase de semana horrible que
estaba teniendo.
— Listo — dije cuando los pegasos estaban libres — No tengo
derecho a pedirles nada, pero si pudieran llevarme por las colinas,
mis amigos están en peligro...
El Pegaso de la derecha, que todavía tenía los dos ojos, pero cuyas
orejas habían sido cruelmente cortadas, relinchó un rotundo ¡NO!
Trotó hacia la salida de la avenida College, luego se detuvo a mitad
de camino y miró a su amigo.
Un ojo gruñó y lanzó su melena. Me imaginé que su intercambio
silencioso con Orejas cortas fue algo así:
Un ojo: voy a dar un paseo a este patético perdedor. Sigue
adelante. Me pondré al día.
Orejas cortas: estás loco, hombre. Si te causa problemas, golpéalo
en la cabeza.
Un ojo: Sabes que lo haré.

405
Orejas cortas trotó hacia la noche. No podía culparlo por irse.
Esperaba que encontrara un lugar seguro para descansar y sanar.
Un ojo se volteó hacia mí. ¿Bien?
Eché un último vistazo al Túnel de Caldecott, el interior todavía
era una marea de llamas verdes. Incluso sin combustible, el fuego
griego seguiría ardiendo y ardiendo, y esa conflagración se había
iniciado con la fuerza vital de Frank, una explosión final y heroica
que había vaporizado a Calígula. No pretendí entender lo que Frank
había hecho, o por qué había tomado esa decisión, pero entendí que
sentía que era la única forma, había ardido brillantemente, de
acuerdo. La última palabra que Calígula había escuchado cuando fue
arrojado a pequeñas partículas de hollín fue Jason.
Me acerqué al túnel. Apenas podía acercarme a quince metros sin
que me quitaran el aliento.
— ¡FRANK! — grité — ¿FRANK?
Era inútil, lo sabía. No había forma de que Frank pudiera haber
sobrevivido a eso.
El cuerpo inmortal de Calígula se había desintegrado al instante.
Frank no pudo haber durado más de unos segundos, unido por puro
coraje y fuerza de voluntad, solo para asegurarse de que se llevó a
Calígula con él.
Desearía poder llorar. Recordaba vagamente tener lagrimales,
alguna vez.
Ahora todo lo que tenía era desesperación, y el saber que mientras
no estuviera muerto, tenía que tratar de ayudar a mis amigos
restantes, sin importar cuánto me doliera.
— Lo siento mucho — le dije a las llamas.

406
Las llamas no respondieron. No les importaba a quién o qué
destruyeron.
Fijé mi mirada en la cresta de la colina. Hazel, Meg y lo último de
la Duodécima Legión estaban del otro lado, luchando contra los
muertos vivientes. Ahí es donde necesitaba estar.
— Está bien — le dije a un ojo — Estoy listo.

407
38
Tengo dos palabras para ti:
¡Unicornios del ejército suizo, hombre!
Bien, esas son cuatro palabras.60

S
i alguna vez tienes la oportunidad de ver unicornios
armados en acción, no lo hagas. Es algo que no puedes
olvidar.
A medida que nos acercamos a la ciudad, detecté signos de
una batalla en progreso: columnas de humo, llamas lamiendo las
cimas de los edificios, gritos, gritos, explosiones. Ya sabes, lo de
siempre.
Un Ojo me dejó en la línea Pomeriana. Él resopló en un tono que
decía: Sí, buena suerte con eso, luego se alejó galopando. Los
pegasos son criaturas inteligentes.
Eché un vistazo a la Colina del Templo, con la esperanza de ver
nubes de tormenta reuniéndose, o un aura divina de luz plateada que
bañara la ladera, o un ejército de Cazadoras de mi hermana cargando
al rescate. No vi nada. Me pregunté si Ella y Tyson todavía estaban
paseando por el santuario de Diana, revisando el pozo de fuego cada
treinta segundos para ver si los fragmentos de gelatina de la Sibila
todavía no estaban cocidos.
Una vez más, tuve que ser una caballería de uno. Lo siento, Nueva
Roma. Corrí hacia el Foro, que fue donde pude ver por primera vez a
los unicornios.
Definitivamente no es lo habitual.

60
En el original : Swiss Army unicorns, man!

408
Meg misma lideraba la carga. Ella no estaba montando un
unicornio. Nadie que valore su vida (o su entrepierna) jamás se
atrevería a montar uno. Pero ella corrió junto a ellos, exhortándolos a
la grandeza mientras galopaban en la batalla. Las bestias estaban
vestidas en Kevlar con sus nombres impresos en letras blancas a lo
largo de sus costillas: MUFFIN, BUSTER, WHANGDOODLE,
SHIRLEY y HORATIO, los Cinco Unicornios del Apocalipsis. Sus
cascos de cuero me recordaron a los que usaban los futbolistas en la
década de 1920. Los cuernos de los corceles estaban equipados con
un diseño especial.
¿Cómo los llamarías? ¿Complementos? Imagina, si lo deseas,
enormes cuchillas cónicas del ejército suizo, con varias ranuras de
las que surgió una conveniente variedad de implementos
destructivos.
Meg y sus amigos se estrellaron contra una horda de Vrykolakas,
ex legionarios asesinados en el asalto anterior de Tarquinio, a juzgar
por sus gruesos pedazos de armadura. Un miembro del Campamento
Júpiter podría haber tenido problemas para atacar a viejos
camaradas, pero Meg no tenía tales reparos. Sus espadas giraron,
cortando y cortando en cubitos y formando montículos y montículos
de zombis en juliana.
Con un movimiento de sus hocicos, sus amigos equinos activaron
sus accesorios favoritos: una espada, una navaja gigante, un
sacacorchos, un tenedor y una lima de uñas. (Buster eligió la lima de
uñas, lo que no me sorprendió). Se abrieron paso a través de los
muertos vivientes, bifurcándolos, sacando sacacorchos,
apuñalándolos y llevándolos al olvido.
Te preguntarás por qué no me pareció horrible que Meg usara
unicornios para la guerra, mientras que me pareció horrible que los
emperadores hubieran usado pegasos para su carro. Dejando a un
lado la diferencia obvia, que los unicornios no fueron torturados ni

409
mutilados, estaba claro que los corceles de un cuerno se estaban

410
divirtiendo inmensamente. Después de siglos de ser tratados como
criaturas deliciosas y fantasiosas que retozaban en los prados y
bailaban a través del arcoíris, estos unicornios finalmente se
sintieron vistos y apreciados. Meg había reconocido su talento
natural para patear a los muertos vivientes posteriores.
—¡Hey! —Meg sonrió cuando me vio, como si acabara de
regresar del baño en lugar de estar al borde del día del juicio final—
Está funcionando muy bien. ¡Los unicornios son inmunes a los
rasguños y picaduras de muertos vivientes!
Shirley resopló, claramente complacida consigo misma. Ella me
mostró su accesorio de sacacorchos como si dijera: Sí, eso es
correcto. No soy tu poni arcoíris.
—¿Los emperadores? —Meg me preguntó.
—Muertos. Pero… —mi voz se quebró.
Meg estudió mi cara. Ella me conocía bastante bien. Ella había
estado a mi lado en momentos de tragedia.
Su expresión se oscureció— Bueno. Dejemos el Duelo para
después. En este momento, deberíamos encontrar a Hazel. Ella
está…—Meg señaló vagamente hacia el centro de la ciudad— en
alguna parte. Tarquinio también.
Solo escuchar su nombre hizo que mi intestino se retorciera. ¿Por
qué, oh, por qué no podía ser un unicornio?
Corrimos con nuestro rebaño del ejército suizo por las calles
estrechas y sinuosas. La batalla consistió principalmente en focos de
combate casa por casa. Las familias habían cercado sus casas con
barricadas. Las tiendas fueron tapiadas. Los arqueros acechaban en
las ventanas del piso superior en busca de zombis. Bandas errantes
de Eurinomos atacaron a cualquier ser vivo que pudieran encontrar.

410
Tan horrible como era la escena, algo en ella parecía extrañamente
apagada. Sí, Tarquinio había inundado la ciudad con muertos
vivientes. Todas las rejillas de la alcantarilla y las tapas del
alcantarillado estaban abiertas. Pero no estaba atacando con fuerza,
barriendo sistemáticamente por la ciudad para tomar el control. En
cambio, pequeños grupos de muertos vivientes aparecían por todas
partes a la vez, obligando a los romanos a luchar y defender a la
ciudadanía. Se sintió menos como una invasión y más como una
diversión, como si el propio Tarquinio buscara algo específico y no
quisiera molestarse.
Algo específico... como un conjunto de libros Sibilinos por los que
había pagado un buen dinero en 530 a. C.
Mi corazón bombeó más plomo frío— La librería. ¡Meg, la librería!
Ella frunció el ceño, tal vez preguntándose por qué quería comprar
libros en un momento como este. Entonces la comprensión apareció
en sus ojos— Oh.
Ella aceleró, corriendo tan rápido que los unicornios tuvieron que
trotar. Cómo logré mantener el ritmo, no lo sé. Supongo que, en ese
momento, mi cuerpo estaba tan lejos de la ayuda que solo decía:
¿Correr a la muerte? Si, vale. Lo que sea.
La lucha se intensificó cuando subimos la colina. Pasamos parte
de la Cuarta Cohorte luchando contra una docena de guls esclavistas
frente a un café en la acera. Desde las ventanas de arriba, los niños
pequeños y sus padres arrojaban cosas a los Eurinomos (rocas, ollas,
sartenes, botellas) mientras los legionarios clavaban sus lanzas sobre
la parte superior de sus escudos cerrados.
Unas pocas cuadras más adelante, encontramos a Término, su
abrigo de la Primera Guerra Mundial salpicado de agujeros de
metralla, con la nariz rota de su cara de mármol.

411
Agachada detrás de su pedestal había una niña pequeña (su
ayudante Julia, supuse) con un cuchillo de carne.
Término se volvió hacia nosotros con tanta furia que temí que nos
transformara en montones de formularios de declaración de aduanas.
— Oh, eres tú —se quejó— Mis fronteras han fallado. Espero que
hayas traído ayuda.
Miré a la niña aterrorizada detrás de él, salvaje y feroz y lista para
saltar. Me preguntaba quién estaba protegiendo a quién— Eh... ¿tal
vez?
La cara del viejo dios se endureció un poco más, lo que no debería
haber sido posible para la piedra— Veo. Bien. He concentrado las
últimas partes de mi poder aquí, alrededor de Julia. ¡Pueden destruir
Nueva Roma, pero no dañarán a esta chica!
—¡O esta estatua! —dijo Julia.
Mi corazón se convirtió en gelatina de frambuesa— Ganaremos
hoy, lo prometo —de alguna manera lo hice sonar como si realmente
creyera esa declaración— ¿Dónde está Hazel?
—¡Allá! —Término señaló con sus brazos inexistentes. Basado en
su mirada (ya no podía guiarme por su nariz), supuse que se refería a
la izquierda. Corrimos en esa dirección hasta que encontramos otro
grupo de legionarios.
—¿Dónde está Hazel? —gritó Meg.
—¡Por allá! —gritó Leila—¡Dos cuadras tal vez!
—¡Gracias! —Meg corrió con su guardia de honor de unicornio,
su lima de uñas y sus accesorios de sacacorchos listos.
Encontramos a Hazel justo donde Leila había predicho: dos
cuadras más abajo, donde la calle se ensanchaba en una plaza del
vecindario. Ella y Arión estaban rodeados de zombis en el centro
de la plaza,

412
superados en número veinte a uno. Arión no parecía particularmente
alarmado, pero gruñó y relinchó con frustración, incapaz de usar su
velocidad en espacios tan cerrados. Hazel cortó con su spatha
mientras Arión pateó a la multitud para retenerlos.
Sin duda Hazel podría haber manejado la situación sin ayuda, pero
nuestros unicornios no pudieron resistir la oportunidad de dar más
patadas a los zombis. Chocaron contra la refriega, cortaron y
abrieron botellas y pinzaron a los muertos vivientes en una
impresionante exhibición de carnicería multiuso.
Meg saltó a la batalla, sus cuchillas gemelas girando. Escaneé la
calle en busca de armas de proyectiles abandonadas.
Lamentablemente, fueron fáciles de encontrar. Recogí un arco, me
estremecí y me puse a trabajar, dándoles a los zombis unos piercings
de calavera muy a la moda.
Cuando Hazel se dio cuenta de que éramos nosotros, se echó a reír
con alivio, luego examinó el área detrás de mí, probablemente
buscando a Frank. Me encontré con sus ojos. Me temo que mi
expresión le dijo todo lo que no quería escuchar.
Las emociones ondularon en su rostro: absoluta incredulidad,
desolación, luego ira. Gritó de rabia, espoleando a Arión, y se abrió
paso entre los últimos zombis.
Ellos nunca tuvieron una oportunidad.
Una vez que la plaza estuvo segura, Hazel se acercó a mí— ¿Qué
pasó?
—Yo... Frank... Los emperadores...
Eso es todo lo que pude manejar. No era una gran narrativa, pero
ella parecía entenderlo.
Se dobló hasta que su frente tocó la melena de Arión. Se meció y
murmuró, agarrándose la muñeca como un jugador de pelota que

413
acababa de romperse la mano y estaba tratando de combatir el dolor.
Por fin se enderezó. Ella respiró temblorosa. Desmontó, envolvió sus
brazos alrededor del cuello de Arión y le susurró algo al oído.
El caballo asintió. Hazel dio un paso atrás y se alejó corriendo,
una mancha blanca que se dirigía hacia el oeste hacia el Túnel
Caldecott. Quería advertir a Hazel que no había nada que encontrar
allí, pero no lo hice. Comprendí el dolor de cabeza un poco mejor
ahora. El dolor de cada persona tiene su propia vida; necesita seguir
su propio camino.
—¿Dónde podemos encontrar a Tarquinio? —exigió ella. Lo que
ella quiso decir fue: ¿A quién puedo matar para sentirme mejor?
Sabía que la respuesta era A Nadie. Pero de nuevo, no discutí con
ella. Como un tonto, guie el camino a la librería para enfrentar al rey
no muerto.
Dos Eurinomos estaban de guardia en la entrada, lo que supuse
significaba que Tarquinio ya estaba adentro. Recé para que Tyson y
Ella todavía estuvieran en la Colina del templo. Con un movimiento
de su mano, Hazel convocó dos piedras preciosas del suelo:
¿Rubíes?
¿Ópalos de fuego? Pasaron tan rápido frente a mí que no podía estar
seguro. Golpearon a los guls justo entre los ojos, reduciendo cada
guardia a una pila de polvo. Los unicornios parecían decepcionados,
tanto porque no podían usar sus utensilios de combate, como porque
se dieron cuenta de que estábamos atravesando una puerta
demasiado pequeña para que nos siguieran.
—Vayan a buscar otros enemigos —les dijo Meg—¡Disfruten!
Los Cinco Unicornios del Apocalipsis felizmente se resistieron,
luego galoparon para hacer las órdenes de Meg. Entré en la librería,
Hazel y Meg pisándome los talones, y me metí directamente en una
multitud de muertos vivientes. Vrykolakas se arrastraban por el
pasillo de los nuevos lanzamientos, tal vez buscando lo último en

414
ficción zombi. Otros se golpearon contra los estantes de la sección
de historia, como si supieran que pertenecían al pasado. Un gul se
puso en cuclillas en una cómoda silla de lectura, babeando mientras
examinaba el Libro ilustrado de los buitres. Otro se agachó en el
balcón de arriba, felizmente masticando una edición encuadernada
en cuero de Grandes Esperanzas61.
Tarquinio mismo estaba demasiado ocupado para notar nuestra
entrada. Estaba de espaldas a nosotros, en el mostrador de
información, gritando al gato de la librería.
—¡Contéstame, bestia! —gritó el rey—¿Dónde están los libros?
— Aristófanes estaba sentado en el escritorio, con una pierna
erguida en el aire, lamiendo tranquilamente sus regiones inferiores,
lo que, la última vez que revisé, se consideraba descortés en
presencia de la realeza.
—¡Te destruiré! —dijo Tarquinio.
El gato levantó la vista brevemente, siseó y luego volvió a su aseo
personal.
—¡Tarquinio, déjalo en paz! —grité, aunque el gato parecía no
necesitar ayuda de mí.
El rey se volvió e inmediatamente recordé por qué no debería estar
cerca de él. Un maremoto de náuseas se estrelló sobre mí y me puso
de rodillas. Mis venas ardieron con veneno. Mi carne parecía estar
volviéndose del revés. Ninguno de los zombis atacó. Simplemente
me miraron con sus ojos muertos como si esperaran que me pusiera
mi etiqueta de HOLA, MI NOMBRE SOLÍA SER y empezar a
mezclarme.
Tarquinio había hecho un accesorio para su gran noche de fiesta.
Llevaba una capa roja mohosa sobre su armadura corroída. Anillos
de

415
61
Novela escrita por Charles Dickens y publicada como una serie en 1960.

416
oro adornaban sus dedos esqueléticos. Su corona dorada parecía
recién pulida, haciendo que chocara muy bien con su cráneo
podrido. Zarcillos de neón púrpura aceitoso se deslizaron alrededor
de sus extremidades, retorciéndose dentro y fuera de su caja torácica
y rodeando los huesos de su cuello. Como su cara era una calavera,
no podía decir si estaba sonriendo, pero cuando habló, sonó
complacido de verme.
—¡Muy bien! Mataste a los emperadores, ¿Verdad, mi fiel
servidor? ¡Habla!
No tenía ganas de decirle nada, pero una mano gigante e invisible
apretó mi diafragma, forzando las palabras— Muertos. Están
muertos
—Tuve que morderme la lengua para no agregar Amo.
—¡Excelente! —dijo Tarquinio— Tantas muertes encantadoras
esta noche. ¿Y el pretor, Frank ...?
—No lo hagas —Hazel pasó por mi hombro— Tarquinio, no te
atrevas a decir su nombre.
—¡Ah! Muerto, entonces. Excelente —Tarquinio olisqueó el aire,
el gas púrpura se deslizaba a través de las hendiduras de su nariz
esquelética—La ciudad está llena de miedo. Agonía. Perdida.
¡Maravilloso! Apolo, eres mío ahora, por supuesto. Puedo sentir tu
corazón bombear sus últimos latidos. Y Hazel Levesque... me temo
que tendrás que morir por derrumbar mi sala del trono encima de mí.
Un truco muy travieso. Pero esta niña McCaffrey... Estoy de tan
buen humor, ¡Podría dejarla huir con vida y difundir mi gran
victoria! Eso es, por supuesto, si cooperas y explicas —señaló al
gato— el significado de esto.
—Es un gato —dije.
Demasiado para el buen humor de Tarquinio. Él gruñó, y otra
oleada de dolor convirtió mi columna vertebral en masilla. Meg me

416
agarró del brazo antes de que mi cara pudiera golpear la alfombra.

417
—¡Déjalo en paz! —le gritó al rey— No hay forma de que yo
huya a ningún lado.
—¿Dónde están los libros sibilinos? —preguntó Tarquinio— ¡No
son ninguno de estos! —hizo un gesto despectivo hacia los estantes,
luego miró a Aristófanes— ¡Y esta criatura no hablará! La arpía y el
cíclope que estaban reescribiendo las profecías. Puedo oler que
estaban aquí, pero se han ido. ¿Dónde están?
Dije una silenciosa oración de agradecimiento por las tercas
arpías. Ella y Tyson todavía deben haber estado esperando en la
Colina del Templo la ayuda divina que no vendría.
Meg resopló. —Eres estúpido para ser un rey. Los libros no están
aquí. Ni siquiera son libros.
Tarquinio miró a mi pequeño maestro y luego se volvió hacia sus
zombis— ¿Qué idioma está hablando? ¿Tiene sentido para alguien?
Los zombis lo miraron inútilmente. Los guls estaban demasiado
ocupados leyendo sobre buitres y comiendo grandes esperanzas.
Tarquinio me enfrentó de nuevo. —¿Qué quiere decir la chica?
¿Dónde están los libros y cómo es que no son libros?
De nuevo, mi pecho se contrajo. Las palabras salieron de mí: —
Tyson. Cíclope. Profecías tatuadas en su piel. Está en la Colina del
Templo con...
—¡Silencio! —Ordenó Meg. Mi boca se cerró, pero ya era
demasiado tarde. Las palabras salieron del granero. ¿Era esa la
expresión correcta?
Tarquinio inclinó su cráneo. —La silla en el cuarto de atrás... Sí.
Sí, ya veo ahora. ¡Ingenioso! Tendré que mantener viva a esta arpía
y verla practicar su arte. ¿Profecías sobre la carne? ¡Oh, puedo
trabajar con eso!

417
—Nunca dejarás este lugar —gruñó Hazel—Mis tropas están
limpiando al último de tus invasores. Somos solo nosotros ahora. Y
estás a punto de descansar en pedazos.
Tarquinio siseó una risa. —Oh querida. ¿Creías que eso era la
invasión? Esas tropas eran solo mis escaramuzadoras, encargadas de
mantenerlos a todos divididos y confundidos mientras yo venía aquí
para asegurar los Libros. ¡Ahora sé dónde están, lo que significa que
la ciudad puede ser saqueada adecuadamente! El resto de mi ejército
debería estar atravesando tus alcantarillas —chasqueó sus huesos—
Ahora.

418
39

Capitán Calzoncillos
No aparece en este libro
Problemas de derechos de autor

E speré los sonidos de un renovado combate afuera.


La librería estaba tan tranquila que casi podía escuchar la
respiración de los zombis.
La ciudad permaneció en silencio.
—Ahora mismo —repitió Tarquinio, chasqueando los huesos de
sus dedos nuevamente.
—¿Tienes problemas de comunicación? —preguntó Hazel.
Tarquinio siseó—¿Qué has hecho?
—¿Yo? Nada todavía. —Hazel sacó su spatha—Eso está a punto
de cambiar.
Aristófanes golpeó primero. Por supuesto, el gato haría que la
pelea fuera sobre él. Con un maullido indignado y sin provocación
aparente, la gigantesca tina naranja de pelaje se lanzó contra la cara
de Tarquinio, apretando sus garras delanteras en las cuencas de los
ojos del cráneo y pateando sus pies traseros contra los dientes
podridos de Tarquinio. El rey se tambaleó bajo este asalto sorpresa,
gritando en latín, sus palabras confundidas debido a las patas de gato
en su boca. Y así comenzó la Batalla de la Librería.
Hazel se lanzó hacia Tarquinio. Meg pareció aceptar que Hazel
tenía el derecho al primer golpe con el gran villano, considerando lo

419
que le había sucedido a Frank, por lo que se concentró en los zombis
en su lugar, usando sus cuchillas dobles para apuñalar y cortar y
empujarlos hacia la sección de no ficción.
Saqué una flecha, con la intención de disparar al gul en el balcón,
pero mis manos temblaban demasiado. No pude ponerme de pie. Mi
vista era tenue y roja. Además de todo eso, me di cuenta de que
había sacado la única flecha que quedaba en mi carcaj original: la
Flecha de Dodona.
—¡RESISTID, APOLO! —la flecha dijo en mi mente—
¡RENDIRSE NO ES OPCIONAL ANTE EL REY NO MUERTO!
A través de mi niebla de dolor, me preguntaba si me estaba
volviendo loco.
—¿Me estás dando una charla motivadora? —la idea me hizo reír
— Vaya, estoy cansado.
Me desplomé sobre mi trasero.
Meg pasó sobre mí y cortó a un zombie que había estado a punto
de comerme la cara.
—Gracias— murmuré, pero ella ya había seguido adelante. Los
guls habían dejado a regañadientes sus libros y ahora se estaban
acercando a ella. Hazel apuñaló a Tarquinio, que acababa de sacarse
a Aristófanes de la cara. El gato aulló mientras volaba por la
habitación. Se las arregló para alcanzar el borde de una estantería y
trepar a la cima. Me miró con sus ojos verdes, su expresión decía
“tenía la intención de hacer eso”.
La Flecha de Dodona seguía hablando en mi cabeza: ¡HAS
HECHO BIEN, APOLLO! AHORA TIENES SOLO UN TRABAJO:
¡SEGUIR VIVO!
—Ese es un trabajo realmente duro —murmuré— Odio mi trabajo.

420
—¡SOLO TIENES QUE ESPERAR! ¡ESPERA!
—¿Esperar qué? —murmuré— ¿Aferrarme a qué? Oh... supongo
que te estoy agarrando.
—¡SI! —dijo la flecha— SÍ, ¡HACED ESO! QUEDATE
CONMIGO, APOLO. ¡NO VAYAS A LO OSCURO, NO TE
MUERAS, HOMBRE!
—¿No es eso de una película? —pregunté— Como... ¿Cada
película? Espera, ¿Realmente te importa si muero?
—¡Apolo! —gritó Meg, cortando el ejemplar de Grandes
Esperanzas— Si no vas a ayudar, ¿Podrías al menos gatear a un
lugar más seguro?
Yo quería complacer. Realmente quería. Pero mis piernas no
funcionaban.
—Oh, mira —murmuré a nadie en particular. —Mis tobillos se
están poniendo grises. Oh wow. Mis manos también lo están.
—¡NO! —dijo la flecha— ¡ESPERA!
—¿Para qué?
—CONCENTRADTE SOLO EN MI VOZ. ¡CANTEMOS UNA
CANCIÓN! ¿TE GUSTAN LAS CANCIONES, NO ES ASI?
—¡Sweet Caroline! —modulé.
—¿QUIZÁS UNA CANCIÓN DIFERENTE?
—¡BAHM! BAHM! ¡BAHM! —continué.
La flecha cedió y comenzó a cantar conmigo, aunque se retrasó,
ya que tuvo que traducir todas las letras al idioma shakesperiano.
Así moriría: sentado en el piso de una librería, convirtiéndome en
un zombie mientras sostenía una flecha que hablaba y cantaba el

421
mayor éxito de Neil Diamond. Incluso las moiras no pueden prever
todas las maravillas que el universo nos tiene reservadas.
Por fin mi voz se secó. Mi visión se tunelizó. Los sonidos del
combate parecían llegar a mis oídos desde los extremos de largos
tubos de metal.
Meg atravesó a los últimos secuaces de Tarquinio. Eso fue algo
bueno, pensé distante. Yo tampoco quería que ella muriera. Hazel
apuñaló a Tarquinio en el pecho. El rey romano cayó, aullando de
dolor, arrancando la empuñadura de la espada del agarre de Hazel.
Se desplomó contra el mostrador de información, agarrando la hoja
con sus manos esqueléticas.
Hazel dio un paso atrás, esperando que el rey zombie se
disolviera. En cambio, Tarquinio luchó para ponerse de pie, el gas
púrpura parpadeaba débilmente en las cuencas de sus ojos.
—He vivido durante milenios —gruñó— No pudiste matarme con
mil toneladas de piedra, Hazel Levesque. No me matarás con una
espada.
Pensé que Hazel podría volar hacia él y arrancarle el cráneo con
sus propias manos.
Su ira era tan palpable que podía olerla como una tormenta que se
acercaba. Espera... realmente olí una tormenta que se acercaba, junto
con otros aromas del bosque: agujas de pino, rocío de la mañana
sobre flores silvestres, el aliento de los perros de caza.
Un gran lobo plateado me lamió la cara. ¿Lupa? ¿Una
alucinación? No... una manada entera de bestias había trotado en la
tienda y ahora olfateaba las estanterías y las pilas de polvo de
zombis.
Detrás de ellos, en la puerta, había una niña de unos doce años,
con los ojos de color amarillo plateado y el cabello castaño recogido
en una coleta. Estaba vestida para la caza con un vestido gris

422
brillante y

423
leggings, con un lazo blanco en la mano. Su rostro era hermoso,
sereno y tan frío como la luna de invierno.
Levantó una flecha plateada y se encontró con los ojos de Hazel,
pidiendo permiso para terminar su asesinato. Hazel asintió y se hizo
a un lado. La joven apuntó a Tarquinio.
—Asquerosa cosa de muertos vivientes —dijo, su voz dura y
brillante con poder— Cuando una buena mujer te tumba, es mejor
que te quedes abajo.
Su flecha se alojó en el centro de la frente de Tarquinio, partiendo
su hueso frontal. El rey se puso rígido. Los zarcillos de gas púrpura
chisporrotearon y se disiparon.
Desde el punto de entrada de la flecha, una onda de fuego del
color del oropel62 de Navidad se extendió por el cráneo de Tarquinio
y bajó por su cuerpo, desintegrándose por completo. Su corona de
oro, la flecha de plata y la espada de Hazel cayeron al suelo.
Le sonreí a la recién llegada— Hola, hermanita.
Luego caí de lado. El mundo se volvió esponjoso, blanqueado de
todo color. Ya nada dolía.
Estaba apenas consciente de la cara de Diana flotando sobre mí,
Meg y Hazel mirando por encima de los hombros de la diosa.
—Ya casi se ha ido —dijo Diana.
Entonces me fui. Mi mente se deslizó en un charco de oscuridad
fría y viscosa.
—Oh, no, no lo harás —la voz de mi hermana me despertó
groseramente. Había estado tan cómodo, tan inexistente. La vida
volvió a mí, fría, aguda e injustamente dolorosa. La cara de Diana se

62
Lámina fina de latón que imita al oro.

423
enfocó. Parecía molesta, lo que parecía ser una marca exclusiva de
ella.
En cuanto a mí, me sentí sorprendentemente bien. El dolor en mi
intestino había desaparecido. Mis músculos no se quemaron. Podía
respirar sin dificultad. Debo haber dormido durante décadas.
—¿C-cuánto tiempo estuve fuera? —grazné
—Aproximadamente tres segundos —dijo— Ahora, levántate,
reina del drama.
Ella me ayudó a ponerme de pie. Me sentí un poco inestable, pero
me encantó descubrir que mis piernas tenían algo de fuerza. Mi piel
ya no era gris. Las líneas de infección habían desaparecido. La
Flecha de Dodona todavía estaba en mi mano, aunque se había
quedado en silencio, tal vez asombrado por la presencia de la diosa.
O tal vez todavía estaba tratando de sacar el sabor de Sweet Caroline
de su boca imaginaria.
Meg y Hazel estaban parados cerca, desaliñadas pero ilesas.
Amables lobos grises los rodeaban, chocando contra sus piernas y
olisqueando sus zapatos, que obviamente habían estado en muchos
lugares interesantes a lo largo del día.
Aristófanes nos miró a todos desde su posición sobre la estantería,
decidió que no le importaba y luego volvió a limpiarse.
Le sonreí a mi hermana. Fue tan bueno verla con su ceño
desaprobatorio de no puedo creer que seas mi hermano nuevamente.
—Te amo —le dije, mi voz ronca de emoción.
Ella parpadeó, claramente insegura de qué hacer con esta
información— Realmente has cambiado.
—¡Te extrañé!

424
—S-sí, bueno. Estoy aquí ahora. Incluso papá no pudo discutir
con la invocación Sibilina de La Colina del Templo.
—¡Funcionó, entonces! —le sonreí a Hazel y Meg— ¡Funcionó!
—Sí —dijo Meg con cansancio—Hola, Artemisa.
—Diana —corrigió mi hermana— Pero hola, Meg — para ella, mi
hermana tenía una sonrisa— Lo has hecho bien, joven guerrera.
Meg se sonrojó. Dio una patada al polvo de zombis dispersos en el
suelo y se encogió de hombros— Eh.
Revisé mi estómago, lo cual fue fácil, ya que mi camisa estaba
hecha jirones. Las vendas habían desaparecido, junto con la herida
supurante. Solo quedaba una delgada cicatriz blanca— Entonces...
¿Estoy curado? —mi flacidez me dijo que no me había devuelto a
mi ser divino. No, eso hubiera sido demasiado esperar
Diana levantó una ceja— Bueno, no soy la diosa de la curación,
pero sigo siendo una diosa. Creo que puedo encargarme de los
abucheos de mi hermano pequeño.
—¿Hermano pequeño?
Ella sonrió, luego se volvió hacia Hazel.— Y tú, centurión.
¿Como has estado?
Hazel sin duda estaba adolorida y rígida, pero se arrodilló e
inclinó la cabeza como una buena romana— Estoy... —ella dudó. Su
mundo acababa de ser destrozado. Había perdido a Frank.
Aparentemente decidió no mentirle a la diosa— Estoy desconsolada
y exhausta, mi señora. Pero gracias por venir a ayudarnos.
La expresión de Diana se suavizó— Si. Sé que ha sido una noche
difícil. Ven, vamos afuera. Está bastante cargado aquí, y huele a
cíclope quemado.

425
Los sobrevivientes se estaban reuniendo lentamente en la calle.
Quizás algún instinto los había llevado allí, al lugar de la derrota de
Tarquinio. O tal vez simplemente venían a mirar el carro plateado
brillante con su equipo de cuatro renos dorados ahora estacionados
en paralelo frente a la librería.
Las águilas gigantes y los halcones cazadores compartían los
tejados. Los lobos se codearon con Hanníbal el elefante y los
unicornios armados. Los legionarios y ciudadanos de la Nueva
Roma se revolvieron en estado de shock.
Al final de la calle, acurrucada con un grupo de sobrevivientes,
estaba Thalia Grace, su mano sobre el hombro del nuevo abanderado
de la legión, consolando a la joven mientras lloraba. Thalia estaba
vestida con su habitual mezclilla negra, varios botones de banda
punk brillaban en la solapa de su chaqueta de cuero. Un círculo
plateado, el símbolo de la teniente de Artemisa, brillaba en su
cabello oscuro y puntiagudo. Sus ojos hundidos y hombros caídos
me hicieron sospechar que ella ya sabía sobre la muerte de Jason, tal
vez lo había sabido por un tiempo y había pasado por una primera
oleada de duelo.
Hice una mueca de culpa. Debería haber sido yo quien
transmitiera las noticias sobre Jason. La parte cobarde de mí se sintió
aliviada de no tener que soportar la peor parte de la ira de Thalia. El
resto de mí se sintió horrible de haberme sentido aliviado.
Necesitaba ir a hablar con ella. Entonces algo me llamó la
atención en la multitud mirando el carro de Diana. La gente estaba
más apretada en su carruaje que los juerguistas de Nochevieja en el
techo corredizo de una limusina. Entre ellos estaba una joven
larguirucha con cabello rosado.
De mi boca escapó otra risa completamente inapropiada y
encantada— ¿Lavinia?

426
Ella lo miró y sonrió— ¡Este vehículo es tan genial! Nunca quiero
salir.
Diana sonrió— Bueno, Lavinia Asimov, si quieres seguir a bordo,
deberías convertirte en una cazadora.
—¡No! —Lavinia saltó como si las tablas del piso del carro se
hubieran convertido en lava— No se ofenda, mi señora, pero me
gustan demasiado las chicas para hacer ese voto. Como... como
ellas. No solo como ellas. Me gusta…
—Entiendo —Diana suspiró— Amor romántico. Es una plaga.
—Lavinia, ¿Cómo...? —tartamudeé— ¿Dónde hiciste…?
—Esta joven —dijo Diana— fue responsable de la destrucción de
la flota del Triunvirato.
—Bueno, tuve mucha ayuda —dijo Lavinia.
—¡MELOCOTONES! —dijo una voz apagada desde algún lugar
del carro.
Era tan bajo que no lo había notado antes, oculto ya que estaba
detrás del aparador del carruaje y la multitud de gente grande, pero
ahora Melocotones se retorció y subió hasta la parte superior de la
barandilla. Él sonrió con su sonrisa malvada. Su pañal se hundió.
Sus frondosas alas crujieron. Se golpeó el pecho con sus minúsculos
puños y parecía muy satisfecho de sí mismo.
—¡Melocotones! —gritó Meg.
—¡MELOCOTONES! —estuvo él de acuerdo, y voló a los brazos
de Meg. Nunca había habido una reunión tan agridulce entre una
niña y su espíritu de frutas caducifolias.
Hubo lágrimas y risas, abrazos y rasguños, y gritos de —
¡Melocotones! —en cada tono, desde regaños hasta disculpas y júbilo.

427
—No entiendo —le dije, volviéndome hacia Lavinia— ¿Has
hecho que todos esos morteros funcionen mal?
Lavinia parecía ofendida— Bueno sí. Alguien tuvo que detener la
flota. Presté atención durante la clase de arma de asedio y la clase de
embarque. No fue tan difícil. Todo lo que se necesitó fue un poco de
juego de pies elegante.
Hazel finalmente logró sacar su mandíbula del pavimento— ¿No
fue tan difícil?
—¡Estábamos motivados! Los faunos y las dríadas fueron geniales.
Hizo una pausa, su expresión se nubló momentáneamente, como
si recordara algo desagradable.
—Um... además, las Nereidas ayudaron mucho. Solo había una
tripulación de esqueletos a bordo de cada yate. No, como esqueletos
reales, pero... ya sabes a lo que me refiero. Además, ¡Mira!
Señaló con orgullo sus pies, que ahora estaban adornados con los
zapatos de Terpsícore de la colección privada de Calígula.
—Montaste un asalto anfibio contra una flota enemiga —dije—
por un par de zapatos.
Lavinia resopló— No solo por los zapatos, obviamente —bailó
una rutina que habría enorgullecido a Savion Glover— También
para salvar el campamento, los espíritus de la naturaleza y los
comandos de Michael Kahale.
Hazel levantó las manos para detener el desbordamiento de
información— Espera. No quiero ser una aguafiestas, quiero decir,
¡Hiciste algo increíble! Pero aun así abandonaste tu puesto, Lavinia.
Ciertamente no te di permiso...
—Estaba actuando por orden del pretor —dijo Lavinia altivamente
— De hecho, Reyna ayudó. Fue noqueada por un tiempo,

428
sanando, pero se despertó a tiempo para infundirnos el poder de
Belona, justo antes de que abordáramos esas naves. Nos hizo a todos
fuertes y sigilosos y esas cosas.
—¿Reyna? —grité— ¿Donde esta ella?
—Aquí —llamó la pretora.
No sabía cómo había extrañado verla. Se había estado
escondiendo a plena vista entre el grupo de sobrevivientes que
hablaba con Thalia. Supongo que me había centrado demasiado en
Thalia, preguntándome si me iba a matar o no y si me lo merecía o
no.
Reyna cojeó con muletas, su pierna rota ahora en un molde
completo cubierto con firmas como Felipe, Lotoya y Sneezewart.
Teniendo en cuenta todo lo que había pasado, Reyna se veía genial,
aunque todavía le faltaba un trozo de cabello por el ataque del
cuervo, y su abrigo de suéter marrón necesitaría unos días en la
tintorería mágica.
Thalia sonrió, mirando a su amiga venir hacia nosotros. Entonces
Thalia me miró a los ojos y su sonrisa vaciló. Su expresión se volvió
sombría. Ella me dio un breve asentimiento, no hostil, solo triste,
reconociendo que teníamos cosas de que hablar más tarde.
Hazel exhaló— Gracias a los dioses —le dio a Reyna un abrazo
delicado, con cuidado de no desequilibrarla— ¿Es cierto que Lavinia
actúo bajo tus órdenes?
Reyna miró a nuestra amiga de cabello rosado. La expresión de
dolor del pretor decía algo como: Te respeto mucho, pero también te
odio por tener razón.
—Sí —Reyna logró decir— El plan L fue idea mía. Lavinia y sus
amigos actuaron siguiendo mis órdenes. Actuaron heroicamente.
Lavinia sonrió radiante— ¿Ves? Te lo dije.

429
La multitud reunida murmuró asombrada, como si, después de un
día lleno de maravillas, finalmente hubieran presenciado algo que no
podía explicarse.
—Hubo muchos héroes hoy —dijo Diana— Y muchas pérdidas.
Solo lamento que Thalia y yo no pudiéramos llegar antes. Solo
pudimos reunirnos con las fuerzas de Lavinia y Reyna después de su
incursión, y luego destruir la segunda ola de muertos vivientes, que
esperaban en las alcantarillas. —ella hizo un gesto con desdén, como
si aniquilar a la fuerza principal de demonios y zombis de Tarquinio
hubiera sido una ocurrencia tardía. Dioses, extrañaba ser un dios.
—También me salvaste —le dije— Estás aquí. En realidad estás
aquí.
Tomó mi mano y la apretó. Su carne se sentía cálida y humana.
No podía recordar la última vez que mi hermana me mostró un
afecto tan abierto.
—No celebremos todavía —advirtió— Tienes muchos heridos que
atender. Los médicos del campamento han instalado tiendas de
campaña fuera de la ciudad. Necesitarán a todos los sanadores,
incluido tú, hermano.
Lavinia hizo una mueca— Y tendremos que tener más funerales.
Dioses. Desearía…
—¡Mira! —chilló Hazel, su voz una octava más alta de lo habitual.
Arion llegó trotando colina arriba, con una enorme forma humana
sobre su espalda.
—Oh, no —mi corazón se marchitó. Tuve recuerdos de
Tempestad, el caballo Ventus, depositando el cuerpo de Jason en la
playa de Santa Mónica. No, no quería mirar. Sin embargo, no podía
mirar hacia otro lado.

430
El cuerpo en la espalda de Arion estaba inmóvil y humeante.
Arion se detuvo y la forma se deslizó de un lado. Pero no cayó.
Frank Zhang aterrizó sobre sus pies. Se giró hacia nosotros. Su
cabello estaba chamuscado a un fino rastrojo negro. Sus cejas se
habían ido. Su ropa se había quemado por completo, excepto por sus
calzoncillos y la capa de su pretor, lo que le daba un parecido
inquietante con Capitán Calzoncillos
Miró a su alrededor, sus ojos vidriosos y desenfocados.
—Hola a todos —gruñó. Luego se cayó de cara.

431
40

Paren de hacerme llorar


O cómprenme nuevos conductos lagrimales
Los viejos se rompieron

L
as prioridades cambian cuando estás llevando a un amigo a
emergencias.
Ya no parecía relevante que hubiéramos ganado una
batalla importante, o que finalmente pudiera sacar CONVERTIRME
EN ZOMBIE de mi calendario de alertas. El heroísmo de Lavinia y
sus nuevos zapatos de baile fueron olvidados momentáneamente. Mi
culpa por la presencia de Thalia también fue dejada a un lado. Ella y
yo no intercambiábamos palabra, ya que ella se apresuró a ayudar
junto con el resto de nosotros.
Incluso logré captar que mi hermana, que había estado a mi lado
hacía un momento, había desaparecido en silencio. Me encontré
ladrando órdenes a legionarios, ordenándoles que rallaran un
cuerno de unicornio, que me trajeran néctar, estadísticas y de
prisa, de prisa, de prisa Frank Zhang a la enfermería.
Hazel y yo nos quedamos junto a la camilla de Frank hasta el
amanecer, mucho después de que los otros médicos aseguraron
que estaba fuera de peligro. Ninguno de ellos se explicó cómo
había sobrevivido, pero su pulso era fuerte, su piel no estaba
notoriamente quemada y sus pulmones estaban limpios. Las
punzadas de flecha en su hombro y la herida de daga en su
intestino habían dado algunos problemas, pero ahora estaban
cosidas, vendadas y sanando. Frank durmió a intervalos,
murmurando y flexionando las

432
manos como si todavía estuviera tratando de estrangular una
garganta imperial.
— ¿Dónde está su madero? —Hazel se preocupó— ¿Deberíamos
buscarlo? Si está perdido en el…
— No lo creo —dije— Yo… lo vi arder. Eso fue lo que mató a
Calígula. El sacrificio de Frank.
— Entonces, ¿Cómo…? –Hazel se llevó la mano a la boca para
bloquear un sollozo. A penas se atrevió a hacer la pregunta—
¿Estará bien?
No tenía respuesta para ella. Años atrás, Juno había decretado que
la vida de Frank estaba ligada a ese madero. No estaba allí para
escuchar sus palabras exactas, trato de no estar cerca de Juno más de
lo necesario. Pero ella había dicho algo acerca de que Frank era
poderoso y traía honor a su familia, etc., aunque su vida sería corta y
brillante. El destino había decretado que cuando ese pedazo de yesca
se quemara, estaba destinado a morir. Sin embargo, ahora el madero
se había ido y Frank todavía vivía. Después de tantos años
manteniendo seguro ese pedazo de madera, lo había quemado
intencionalmente para…
— Tal vez es eso— murmuré.
—¿Qué? —preguntó Hazel.
— Tomó el control de su destino —le dije— La otra única persona
que he conocido que tiene este, eh, problema de madero, en los
viejos tiempos, era este príncipe llamado Meleager. Su madre
recibió el mismo tipo de profecía cuando era un bebé. Pero ella ni
siquiera le contó a Meleager sobre el madero. Ella sólo lo escondió y
le dejó vivir su vida. Creció para ser una especie de mocoso
arrogante privilegiado.
Hazel tomó la mano de Frank con las de ella— Frank nunca sería
así.

433
— Lo sé, —dije— De todos modos, Meleager terminó matando
a un grupo de sus familiares. Su madre estaba horrorizada. Fue y
encontró el madero y lo arrojó al fuego. Boom. Fin de la historia.
Hazel se estremeció— Eso es horrible.
— El punto es que la familia de Frank fue honesta con él. Su
abuela le contó la historia de la visita de Juno. Ella lo dejó llevar
su propia cuerda de rescate. Ella no trató de protegerlo de la dura
verdad. Eso dio forma a quién es él.
Hazel asintió lentamente— Sabía cuál sería su destino. Cuál se
suponía era su destino, de todos modos. Todavía no entiendo
cómo...
— Es solo una suposición —admití— Frank entró en ese túnel
sabiendo que podría morir. Se sacrificó voluntariamente por una
noble causa. Al hacerlo, se liberó de su destino. Al quemar su
propia yesca, él casi... no sé, comenzó un nuevo incendio con ella.
Él está a cargo de su propio destino ahora. Bueno, tanto como
cualquiera de nosotros. La otra única explicación que se me ocurre
es que Juno lo liberó de alguna manera del decreto del destino.
Hazel frunció el ceño— ¿Juno, haciendo un favor a alguien?
—No suena como ella, estoy de acuerdo. Sin embargo, ella tiene
un punto débil por Frank.
—También tenía un punto débil por Jason. —la voz de Hazel se
volvió quebradiza— No es que me queje de que Frank está vivo,
por supuesto. Solo parece que...
Ella no necesitaba terminar. Que Frank haya sobrevivido fue
maravilloso. Un milagro. Pero de alguna manera hizo que perder a
Jason se sintiera aún más injusto y doloroso. Como antiguo dios,
conocía todas las respuestas habituales a las quejas mortales sobre
la injusticia de morir. La muerte es parte de la vida. Tienes que

434
aceptarla. La vida no tendría sentido sin la muerte. Los fallecidos
siempre estarán vivos mientras los recordemos. Pero como mortal,
como amigo de Jason, no encontré mucho consuelo en esos
pensamientos.
—Umph. —los ojos de Frank se abrieron.
—¡Oh! —Hazel envolvió sus brazos alrededor de su cuello,
asfixiándolo en un abrazo. Esta no es la mejor práctica médica para
alguien que acaba de volver a la conciencia, pero lo dejé pasar.
Frank logró acariciar débilmente a Hazel en la espalda.
—Aire —gruñó Frank.
—¡Oh, lo siento! —Hazel se apartó. Se limpió una lágrima de la
mejilla— Tienes sed, apuesto. —ella buscó la cantimplora a su lado
y la inclinó hacia su boca. Él tomó unos dolorosos sorbos de néctar.
— Ah. –él asintió su agradecimiento— ¿Entonces... estamos...
bien?
Hazel sollozó— Si. Si, estamos bien. El campamento está a salvo.
Tarquinio está muerto. Y tú... mataste a Calígula.
—Eh. —Frank sonrió débilmente— Fue un placer —se volvió
hacia mí —¿Me perdí el pastel?
Lo miré fijamente— ¿Qué?
—Tu cumpleaños. Ayer.
— Oh. Yo... tengo que admitir que me olvidé de eso por
completo. Y del pastel.
—Así que aún podría haber pastel en un futuro. Bueno. ¿Te sientes
un año mayor, al menos?
—Eso es un sí definitivo.

435
—Me asustaste, Frank Zhang –dijo Hazel– Me rompiste el
corazón cuando pensé...
La expresión de Frank se volvió tímida (sin en realidad, ya
sabes, convertirse en una oveja)— Lo siento, Hazel. Solo que... —
él curvó los dedos, como si estuviera tratando de atrapar una
mariposa evasiva— Era la única manera. Ella me dijo algunas
líneas de profecía, solo para mí... Solo el fuego podría detener a
los emperadores, encendidos por el madero más precioso, en el
puente para acampar. Supuse que se refería al Túnel Caldecott.
Dijo que Nueva Roma necesitaba un nuevo Horacio.
—Horacio Cocles —recordé— Buen chico. Defendió a Roma
reteniendo a un ejército entero sin ayuda en el Puente Sublician.
Frank asintió con la cabeza— Yo... le pedí a Ella que no se lo
dijera a nadie más. Yo solo… tuve que procesarlo, llevarlo solo
por un tiempo. —su mano fue instintivamente a la línea de su
cinturón, donde la bolsa de tela ya no estaba.
—Podrías haber muerto —dijo Hazel.
—Sí. "La vida es preciosa porque termina, niño”
—¿Es una cita? —pregunté.
—Mi papá —dijo Frank— Él estaba en lo correcto.
Simplemente tenía que estar dispuesto a correr el riesgo.
Nos quedamos callados por un momento, considerando la
magnitud del riesgo de Frank, o tal vez simplemente maravillados
de que Marte hubiera dicho algo sabio.
—¿Cómo sobreviviste al fuego? —preguntó Hazel.
—No lo sé. Recuerdo a Calígula quemándose. Me desmayé,
pensé que estaba muerto. Luego me desperté en el lomo de Arion.
Y ahora estoy aquí.

436
— Me alegro. —Hazel besó su frente con ternura—Pero aún voy a
matarte más tarde por asustarme así.
Él sonrió— Eso es justo. ¿Podría tener otro...?
Tal vez iba a decir beso, o sorbo de néctar, o un momento a solas
con mi mejor amigo, Apolo. Pero antes de que pudiera terminar el
pensamiento, puso los ojos en blanco y comenzó a roncar.

No todas mis visitas a las camas fueron muy felices.


A medida que avanzaba la mañana, intenté visitar a todos los
heridos que pude.
A veces no podía hacer nada más que observar cómo los cuerpos
estaban preparados para un lavado anti-zombie y ritos finales.
Tarquinio se había ido y sus guls parecían haberse disuelto con él,
pero nadie quería arriesgarse.
Dakota, centurión de la Quinta Legión desde hace mucho tiempo,
había muerto durante la noche a causa de las heridas que recibió en
la ciudad. Decidimos por consenso que su pira funeraria sería con
aroma a Kool-Aid.
Jacob, el antiguo abanderado de la legión y mi antiguo estudiante
de tiro con arco, había muerto en el Túnel Caldecott cuando recibió
un golpe directo del spray ácido de Mirmeke. El águila real mágica
había sobrevivido, como suelen hacer los objetos mágicos, pero no
Jacob. Terrel, la joven que había agarrado el estandarte antes de que
pudiera tocar el suelo, se había quedado al lado de Jacob hasta que él
murió.
Muchos más habían perecido. Reconocí sus caras, incluso si no
supiera sus nombres. Me sentí responsable de cada uno. Si hubiera
hecho más, si hubiera actuado más rápido, si hubiera sido más
divino...

437
Mi visita más difícil fue a Don el fauno. Lo habían traído un
escuadrón de Nereidas que le recuperó de los restos de los yates
imperiales. A pesar del peligro, Don se había quedado para
asegurarse de que el sabotaje se hizo bien. A diferencia de lo que
le sucedió a Frank, las explosiones de fuego griego habían
devastado al pobre Don. La mayor parte del pelaje de cabra se
había quemado fuera de sus piernas. Su piel estaba carbonizada. A
pesar de la mejor música curativa que podían ofrecer sus
compañeros faunos, y a estar cubierto de una sustancia curativa
reluciente, debe haber tenido un dolor terrible. Solo sus ojos eran
iguales: brillantes y azules y saltando de un lugar a otro.
Lavinia se arrodilló a su lado, sosteniendo su mano izquierda,
que por alguna razón era la única parte que quedaba ilesa. Un
grupo de dríades y faunos se encontraba cerca, a una distancia
respetuosa, con Pranjal el sanador, que ya había hecho todo lo que
podía.
Cuando Don me vio, hizo una mueca, sus dientes moteados con
pedazos de ceniza— H-hey, Apolo. ¿Tienes algún... cambio que te
sobre?
Parpadeé para contener las lágrimas— Oh, Don. Oh, mi dulce y
estúpido fauno.
Me arrodillé junto a su cama, frente a Lavinia. Examiné los
horrores de la condición de Don, esperando desesperadamente
poder ver algo que arreglar, algo que los otros médicos habían
perdido, pero por supuesto no había nada. El hecho de que Don
hubiera sobrevivido tanto tiempo fue un milagro.
—No es tan malo —dijo Don— Doc me dio algunas cosas para
el dolor.
—Jarritos de refresco de cereza –dijo Pranjal.

438
Asentí. Esa era una poderosa medicina para el dolor para sátiros y
faunos, solo para ser utilizada en los casos más graves, para que los
pacientes no se vuelvan adictos.
—Yo solo... quería... —Don gimió, sus ojos cada vez más
brillantes.
—Ahorra tu fuerza —supliqué.
— ¿Para qué? —él gruñó una grotesca versión de una risa. —
Quería preguntar: ¿Duele? ¿Reencarnar?
Mis ojos estaban demasiado borrosos para ver correctamente—
Yo... nunca he reencarnado, Don. Cuando me convertí en humano,
eso fue diferente, creo. Pero he escuchado que la reencarnación es
pacífica. Hermosa.
Las dríadas y los faunos asintieron y murmuraron en acuerdo,
aunque sus expresiones traicionaban con una mezcla de miedo,
tristeza y desesperación, convirtiéndolos en el mejor equipo de
ventas para el Gran Desconocido.
Lavinia ahuecó sus manos alrededor de los dedos del fauno. —
Eres un héroe, Don. Eres un gran amigo.
—Hey... genial. —parecía tener problemas para localizar la cara
de Lavinia— Tengo miedo, Lavinia.
—Lo sé, bebé.
—Espero... ¿Tal vez regrese como una cicuta? Eso sería como...
una planta de Action Hero63, ¿Cierto?
Lavinia asintió, sus labios temblando— Sí. Si absolutamente.
—Bueno… Oye, Apolo, tú... ¿Sabes la diferencia entre un fauno y
un sátiro...?

63
Película de acción y comedia de los años 90’s.

439
Él sonrió un poco más, como si estuviera listo para dejar la línea
final. Su rostro se congeló de esa manera. Su pecho dejó de
Las dríadas y los faunos comenzaron a llorar. Lavinia besó la
mano del fauno, luego sacó un chicle de su bolso y lo deslizó con
reverencia en el bolsillo de la camisa de Don.
Un momento después, su cuerpo se derrumbó con un ruido
como un suspiro de alivio, desmoronándose en una marga fresca.
En el lugar donde había estado su corazón, un pequeño retoño
emergió del suelo. Inmediatamente reconocí la forma de esas
hojas en miniatura. No una cicuta. Un laurel: el árbol que había
creado de la pobre Dafne, y de cuyas hojas habían decidido hacer
coronas. El laurel, el árbol de la victoria.
Una de las dríadas me miró— ¿Tú hiciste eso…?
Sacudí mi cabeza. Me tragué el sabor amargo de mi boca.
—La única diferencia entre un sátiro y un fauno —dije—es lo
que vemos en ellos. Y lo que ven en sí mismos. Planten este árbol
en algún lugar especial. —miré a las dríadas—Cuidadlo y hacedlo
crecer sano y alto. Este fue Don el fauno, un héroe.

440
41

Si me odias, bien
Solo no me golpees en el estómago
O bueno, en cualquier lugar.

L
os próximos días fueron casi tan difíciles como la batalla
misma. La guerra deja un gran desastre que no se puede
abordar simplemente con un trapeador y un balde.
Despejamos los escombros y apuntalamos los edificios
dañados más precarios. Apagamos fuegos, tanto literales como
figurativos. Termino había superado la batalla, aunque estaba débil y
conmocionado. Su primer anuncio fue que estaba adoptando
formalmente a la pequeña Julia. La niña parecía encantada, aunque
no estaba seguro de cómo la ley romana funcionaría en la adopción
por estatua. Tyson y Ella estaban a salvo. Una vez que Ella se enteró
de que no había estropeado la invocación después de todo, anunció
que ella y Tyson iban a volver a la librería para limpiar el desastre,
terminar los Libros Sibilinos y alimentar al gato, no necesariamente
en ese orden. Ah, y ella también estaba satisfecha de que Frank
estuviera vivo. En cuanto a mí... tuve la sensación de que todavía
estaba tomando una decisión.
Melocotones nos dejó una vez más para ayudar a las dríadas y
faunos locales, pero él nos prometió, "Melocotones", lo que entendí
que significaría que lo veríamos nuevamente pronto.
Con la ayuda de Thalia, Reyna de alguna manera logró encontrar a
Un solo ojo y orejas cortas, los pegasos abusados del carro de los
emperadores. Ella les habló en tonos relajantes, les prometió
curación y los convenció de que volvieran con ella al campamento,

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donde pasó

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la mayor parte de su tiempo curando sus heridas y
proporcionándoles buena comida y mucho aire libre. Los animales
parecían reconocer que Reyna era amiga de su antepasado inmortal,
el gran Pegaso mismo. Después de lo que habían pasado, dudaba que
hubieran confiado en alguien más para cuidarlos.
No contamos los muertos. No eran números. Eran personas que
habíamos conocido, amigos con los que habíamos luchado.
Encendimos las piras funerarias en una noche, en la base del templo
de Júpiter, y compartimos la fiesta tradicional de los muertos para
enviar a nuestros camaradas caídos al Inframundo. Los Lares
salieron con toda su fuerza hasta que la ladera de la colina era un
campo brillante de púrpura, los fantasmas superaban en número a
los vivos.
Noté que Reyna retrocedió y dejó que Frank oficiara. El pretor
Zhang había recuperado rápidamente su fuerza. Vestido con una
armadura completa y su capa marrón, dio su elogio mientras los
legionarios escuchaban con asombrada reverencia, como se hace
cuando el hablante se ha sacrificado recientemente en una explosión
de fuego y luego, de alguna manera, salió vivo con su ropa interior y
su capa intactas.
Hazel también ayudó, al subir de rango y consolar a los que
lloraban o parecían conmocionados. Reyna se quedó al borde de la
multitud, apoyada en sus muletas, mirando con melancolía a los
legionarios como si fueran seres queridos que no había visto en una
década y que ahora apenas reconoce.
Cuando Frank terminó su discurso, una voz a mi lado dijo:
— Hola.
Thalia Grace llevaba su habitual negro y plata. A la luz de las
piras funerarias, sus ojos azul eléctrico se tornaron violetas
penetrantes. En los últimos días, habíamos hablado varias veces,
pero todo había sido

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una conversación superficial: dónde traer suministros, cómo ayudar a
los heridos. Habíamos evitado el tema.
— Hey — dije, mi voz ronca.
Ella se cruzó de brazos y miró el fuego.
— No te culpo, Apolo. Mi hermano... — Ella vaciló, conteniendo
el aliento. — Jason tomó sus propias decisiones. Los héroes tienen
que hacer eso.
De alguna manera, que no me culpe solo me hizo sentir más
culpable e indigno. Ugh, las emociones humanas eran como alambre
de púas. Simplemente no había una forma segura de agarrarlos o
atravesarlos.
— Lo siento mucho — dije al fin.
— Sí. Lo sé. — Ella cerró los ojos como si escuchara un sonido
distante, un lobo llorando en el bosque, tal vez. — Recibí la carta de
Reyna, unas horas antes de que Diana recibiera tu citación. Un aura,
(una de las ninfas de la brisa), la sacó del correo y me la envió
personalmente. Tan peligroso para ella, pero lo hizo de todos modos.
— Thalia apretó uno de los botones de su solapa: Iggy y los
Chiflados, una banda más vieja que ella por varias generaciones. —
Vinimos tan rápido como pudimos, pero aun así... tuve tiempo para
llorar, gritar y tirar cosas.
Me quedé muy quieto. Tenía vívidos recuerdos de Iggy Pop
arrojando mantequilla de maní, cubitos de hielo, sandías y otros
objetos peligrosos a sus fanáticos durante sus conciertos. Encontré a
Thalia más intimidante que él con diferencia.
— Parece tan cruel — continuó. — Perdemos a alguien y
finalmente lo recuperamos, sólo para volver a perderlo.
Me preguntaba por qué ella usaba la palabra nosotros. Parecía
estar diciendo que ella y yo compartimos esta experiencia: la pérdida

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de un

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único hermano. Pero ella había sufrido mucho peor. Mi hermana no
podía morir. No podría perderla permanentemente. Luego, después
de un momento de desorientación, como si me hubieran dado la
vuelta, me di cuenta de que no estaba hablando de que perdiera a
alguien. Ella estaba hablando de Artemisa, Diana.
¿Estaba sugiriendo que mi hermana me extrañaba, incluso se
lamentaba por mí como Thalia se lamentaba por Jason? Thalia debe
haber leído mi expresión.
— La diosa ha estado fuera de sí — dijo. — Lo digo literalmente.
A veces se preocupa tanto que se divide en dos formas, romana y
griega, justo frente a mí. Probablemente se enojara conmigo por
decirte esto, pero te quiere más que a nadie en el mundo.
Una canica parecía haberse alojado en mi garganta. No podía
hablar, así que solo asentí.
— Diana no quería abandonar el campamento tan repentinamente
así — continuó Thalia. — Pero ya sabes cómo es. Los dioses no
pueden quedarse. Una vez que el peligro para Nueva Roma había
pasado, no podía arriesgarse a quedarse con su invocación. Júpiter...
papá no lo aprobaría.
Me estremecí. Qué fácil fue olvidar que esta joven también era mi
hermana. Y Jason era mi hermano. Hubo un tiempo en que habría
descontado esa conexión. Solo son semidioses, habría dicho. No es
realmente familia. Ahora encontré la idea difícil de aceptar por una
razón diferente. No me sentía digno de esa familia. O el perdón de
Thalia.
Poco a poco, el picnic fúnebre comenzó a romperse. Los romanos
se empezaron a ir de dos en tres, rumbo a Nueva Roma, donde se
celebraba una reunión nocturna especial en la Cámara del Senado.

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Lamentablemente, la población del valle se redujo tanto que toda
la legión y la ciudadanía de Nueva Roma ahora podían caber dentro
de ese edificio.
Reyna cojeó hacia nosotros.
Thalia le dedicó una sonrisa.
— Entonces, pretor Ramírez-Arellano, ¿estás lista?
— Sí —. Reyna respondió sin dudarlo, aunque no estaba segura de
para qué estaba lista. — ¿Te importa si...? — Ella asintió hacia mí.
Thalia agarró el hombro de su amiga.
— Por supuesto. Nos vemos en la Cámara del Senado. — Ella se
alejó en la oscuridad.
—Vamos, Lester —. Reyna me guiñó un ojo. —Cojea conmigo.
Cojear fue fácil. Aunque estaba curado, me cansaba fácilmente.
No fue un problema caminar al ritmo de Reyna. Me di cuenta de que
sus perros, Aurum y Argentum, no estaban con ella, tal vez porque
Termino no aprobaba las armas mortales dentro de los límites de la
ciudad.
Nos dirigimos lentamente por el camino desde la Colina del
Templo hacia Nueva Roma. Otros legionarios nos dieron un amplio
espacio, aparentemente sintiendo que teníamos asuntos privados que
discutir.
Reyna me mantuvo en suspenso hasta que llegamos al puente que
cruza el Pequeño Tíber.
— Quería agradecerte — dijo.
Su sonrisa era un fantasma de la que había tenido en la ladera de
la torre Sutro, cuando le ofrecí ser su novio. Eso no me dejó ninguna
duda sobre lo que quería decir: no gracias por ayudar a salvar el
campamento, sino gracias por darme una buena carcajada.

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— No hay problema — me quejé.
— No lo digo en forma negativa — Al ver mi mirada dudosa,
suspiró y contempló el río oscuro, cuyas ondas se curvaban
plateadas a la luz de la luna. — No sé si pueda explicar esto. Toda
mi vida he estado viviendo con las expectativas de otras personas de
lo que se supone que debo ser. Ser esto. Sé eso. ¿Sabes?
— Estás hablando con un antiguo dios. Tratar con las expectativas
de la gente es nuestra descripción de trabajo.
Reyna lo admitió con un movimiento de cabeza.
— Durante años, se suponía que era una buena hermana pequeña
para Hylla en una situación familiar difícil. Entonces, en la isla de
Calipso, se suponía que era un sirviente obediente. Luego fui pirata
por un tiempo. Luego un legionario. Luego un pretor.
— Tienes un currículum impresionante — admití.
— Pero todo el tiempo que he sido líder aquí — continuó, —
estaba buscando un compañero. Los pretores a menudo se asocian.
En poder. Pero también románticamente, quiero decir. Pensé en
Jason. Luego, durante un minuto caluroso, Percy Jackson. Dioses me
ayuden, incluso consideré a Octavio. — Ella se estremeció. —Todos
siempre intentaban emparejarme con alguien. Thalia, Jason, Gwen…
Incluso Frank ¡Oh, ustedes serían perfectos juntos! ¡Eso es lo que
necesitas! Pero nunca estuve realmente segura si quería eso, o si
simplemente sentía que se suponía que lo quería. La gente, bien
intencionada, sería como, oh, pobrecita. Te mereces a alguien en tu
vida. Sal con él. Sal con ella. Sal con quien sea. Encuentra tu alma
gemela.
Ella me miró para ver si estaba siguiendo. Sus palabras salieron
calientes y rápidas, como si las hubiera retenido durante mucho
tiempo.

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— Y esa reunión con Venus. Eso realmente me fastidió. Ningún
semidiós sanará tu corazón. ¿Que se supone que significa eso?
Entonces, finalmente, viniste tú.
— ¿Tenemos que recapitular esa parte nuevamente? Estoy
bastante avergonzado.
— Pero me lo enseñaste. Cuando me propusiste salir... — Ella
respiró hondo, su cuerpo temblando con risitas silenciosas. — Oh,
dioses. Vi lo ridícula que había sido. Qué ridícula era toda la
situación. Eso es lo que curó mi corazón: poder reírme de mí misma,
de mis estúpidas ideas sobre el destino. Eso me permitió liberarme,
al igual que Frank se liberó de su leña. No necesito a otra persona
para sanar mi corazón. No necesito un socio... al menos, no hasta y a
menos que esté lista en mis propios términos. No necesito que me
emparejen a la fuerza con nadie ni llevar la etiqueta de otra persona.
Por primera vez en mucho tiempo, siento que me han quitado un
peso de encima. Así que gracias.
— ¿De nada?
Ella rio.
— ¿No lo ves, sin embargo? Venus te puso a trabajar. Ella te
engañó, porque sabía que eres el único en el cosmos con un ego lo
suficientemente grande como para manejar el rechazo. Podría reírme
en tu cara y sanarías.
— Mmmm —. Sospeché que tenía razón acerca de Venus
manipulándome. Sin embargo, no estaba tan seguro de que a la diosa
le importara si curaría o no. —Entonces, ¿Qué significa esto para ti
exactamente? ¿Qué sigue para la Pretor Reyna?
Incluso cuando hice la pregunta, me di cuenta de que sabía la
respuesta.

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—Ven a la Cámara del Senado—, dijo. —Tenemos algunas
sorpresas en la tienda.

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42

La vida es incierta
Acepta regalos, y siempre
Come tu pastel de cumpleaños

M
i primera sorpresa: un asiento en primera fila.
Meg y yo recibimos lugares de honor junto a los
senadores principales, los ciudadanos más importantes
de
Nueva Roma, y aquellos semidioses con necesidades de
accesibilidad. Cuando Meg me vio, dio unas palmaditas en el banco
junto a ella, como si hubiera otro lugar para sentarse. La sala estaba
completamente llena. De alguna manera, era tranquilizador ver a
todos juntos, incluso si la población se había reducido mucho y el
mar de vendajes blancos podría haber causado la ceguera de la
nieve.
Reyna entró cojeando en la sala justo detrás de mí. Toda la
asamblea se puso de pie. Esperaron en respetuoso silencio mientras
ella se dirigía al asiento de pretor junto a Frank, quien asintió con la
cabeza a su colega.
Una vez que estuvo sentada, todos los demás hicieron lo mismo.
Reyna le hizo un gesto a Frank diciendo: "Que comience la
diversión".
— Entonces, — Frank se dirigió a la audiencia — llamo para
ordenar esta reunión extraordinaria de la gente de Nueva Roma y la

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Duodécima Legión. Primer punto del orden del día: un
agradecimiento formal a todos. Sobrevivimos por un esfuerzo de

450
equipo. Hemos asestado un duro golpe a nuestros enemigos.
Tarquinio está muerto, realmente muerto por fin. Dos de tres
emperadores del Triunvirato han sido destruidos, junto con su flota y
sus tropas. Esto se hizo a un gran costo. Pero todos ustedes actuaron
como verdaderos romanos. ¡Vivimos para ver otro día!
Hubo aplausos, algunos asentimientos y algunos vítores de "¡Sí!"
y "¡Otro día!". Un tipo en la parte de atrás, que no debe haber estado
prestando atención durante la última semana, dijo: "¿Tarquinio?"
— Segundo, — dijo Frank— quiero reafirmarles que estoy vivo y
que estoy bien — Se palmeó el pecho como para demostrarlo. — Mi
destino ya no está atado a un pedazo de madera, lo cual es bueno. Y
si pudieran olvidar que me vieron en ropa interior, se los
agradecería.
Eso consiguió algunas risas. ¿Quién se imaginaría que Frank podía
ser gracioso a propósito?
— Ahora... — Su expresión se volvió seria. — Es nuestro deber
informarles sobre algunos cambios de personal. ¿Reyna?
Él la miró con curiosidad, como si se preguntara si ella realmente
lo haría.
— Gracias, Frank — Ella se puso de pie. Nuevamente, todos los
de la asamblea que podían levantarse lo hicieron. —Chicos. Por
favor — Ella hizo un gesto para que nos sentáramos. — Esto ya es
bastante difícil.
Cuando todos estábamos acomodados, examinó los rostros de la
multitud: muchas expresiones ansiosas y tristes. Sospeché que
mucha gente sabía lo que se avecinaba.

450
— He sido pretor por mucho tiempo — dijo Reyna. — Ha sido un
honor servir a la legión. Hemos pasado por momentos difíciles
juntos. Algunos... años interesantes.
Un poco de risa nerviosa. Interesante era la palabra maldita
perfecta.
— Pero es hora de que me retire — continuó. — Así que renuncio
a mi cargo de pretor.
Un quejido de incredulidad llenó la sala, como si hubieran
asignado tarea un viernes por la tarde.
— Es por razones personales — Reyna dijo. — Como mi cordura,
por ejemplo. Necesito tiempo solo para ser Reyna Ávila Ramírez-
Arellano, para descubrir quién soy fuera de la legión. Puede llevar
algunos años, décadas o siglos. Y así... — Se quitó la capa y la
insignia de su pretor y se las entregó a Frank.
— ¿Thalía? — la llamó.
Thalía Grace se dirigió por el pasillo central. Ella me guiñó un ojo
cuando pasó.
Se paró frente a Reyna y dijo:
— Repite después de mí: me comprometo con la diosa Diana. Le
doy la espalda a la compañía de los hombres, acepto la eterna
castidad y me uno a la caza.
Reyna repitió las palabras. No sucedió nada mágico que pudiera
ver: sin truenos ni relámpagos, sin brillo plateado cayendo del techo.
Pero Reyna parecía como si le hubieran dado una nueva oportunidad
de vida, la cual tenía: infinitos años, con cero intereses y sin pago
inicial.
Thalia le dio un apretón en el hombro.

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— ¡Bienvenida a la caza,
hermana! Reyna sonrió.
— Gracias — Le dio la frente a la multitud. — Y gracias a todos.
¡Larga vida a Roma!
La multitud se levantó de nuevo y le dio a Reyna una ovación de
pie. Ellos vitorearon y pisotearon con tal júbilo que temí que la
cúpula con cinta adhesiva pudiera colapsar sobre nosotros.
Finalmente, cuando Reyna estaba sentada en la primera fila con su
nuevo líder, Thalía (después de haber tomado los asientos de dos
senadores que estaban más que felices de moverse), todos volvieron
su atención a Frank.
— Bueno, chicos, — extendió los brazos, — podría agradecerle a
Reyna todo el día. Ella le ha dado mucho a la legión. Ella ha sido la
mejor mentora y amiga. Ella nunca podrá ser reemplazada. Por otro
lado, estoy aquí solo ahora, y tenemos una silla de pretor vacía. Así
que me gustaría aceptar nominaciones para...
Lavinia comenzó a corear:
— ¡HA-ZEL! ¡HA-ZEL!
La multitud se unió rápidamente. Los ojos de Hazel se abrieron.
Trató de resistirse cuando los que estaban sentados a su alrededor la
pusieron de pie, pero su club de fans de la Quinta Cohorte
evidentemente se había estado preparando para esta posibilidad. Uno
de ellos sacó un escudo, sobre el que levantaron a Hazel como si
fuera una silla de montar. La levantaron por encima de sus cabezas y
la llevaron al centro del piso del senado, dándole la vuelta y
cantando: “¡HAZEL! ¡HAZEL!” Reyna aplaudió y gritó junto con
ellos. Solo

452
Frank trató de permanecer neutral, aunque tuvo que ocultar su
sonrisa detrás de su puño.
— ¡Está bien, cálmense! — Gritó por fin. —Tenemos una
nominación. ¿Hay alguna otra...?
— ¡HAZEL! ¡HAZEL!
— ¿Alguna objeción?
— ¡HAZEL! ¡HAZEL!
— Entonces reconozco la voluntad de la Duodécima Legión.
¡Hazel Levesque, por la presente eres ascendida a pretor!
Más vítores salvajes. Hazel parecía aturdida mientras era vestida
con la vieja capa e insignia de oficio de Reyna, luego era conducida
a su silla.
Al ver a Frank y Hazel uno al lado del otro, tuve que sonreír. Se
veían tan bien juntos, sabios, fuertes y valientes. Los pretores
perfectos. El futuro de Roma estaba en buenas manos.
— Gracias— Hazel habló por fin. — Yo... yo haré todo lo posible
para ser digna de su confianza. Sin embargo, este es el asunto. Esto
deja a la Quinta Cohorte sin centurión, así que...
Toda la Quinta Cohorte comenzó a cantar al unísono: ¡LAVINIA!
¡LAVINIA!
— ¿Qué? — La cara de Lavinia se volvió más rosada que su
cabello. — Oh no. ¡No soy buena para el liderazgo!
— ¡LAVINIA! ¡LAVINIA!
— ¿Esto es una broma? Chicos, yo...

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— ¡Lavinia Asimov! — Hazel dijo con una sonrisa. — La Quinta
Cohorte leyó mi mente. Como mi primer acto como pretor, por su
incomparable heroísmo en la Batalla de la Bahía de San Francisco,
por la presente te asciendo a centurión… ¿A no ser que mi pretor
tenga alguna objeción?
— Ninguna — dijo Frank.
— ¡Entonces ven, Lavinia!
Siguieron más aplausos y silbidos, Lavinia se acercó a la tribuna y
obtuvo su nueva insignia de oficio. Abrazó a Frank y Hazel, lo cual
no era el protocolo militar habitual, pero a nadie parecía importarle.
Nadie aplaudió más fuerte o silbó más estridentemente que Meg. Lo
sé porque ella me dejó sordo de un oído.
— Gracias, chicos — anunció Lavinia. — Entonces, Quinta
Cohorte, primero vamos a aprender a bailar tap. Y entonces…
— Gracias, Centurión — dijo Hazel. — Puedes sentarte.
— ¿Qué? No estoy bromeando…
— ¡Sigamos a nuestra próxima orden del día! — Dijo Frank,
mientras Lavinia saltaba malhumorada (si eso es posible) de vuelta a
su asiento. — Nos damos cuenta de que la legión necesitará tiempo
para sanar. Hay mucho por hacer. Este verano reconstruiremos.
Hablaremos con Lupa sobre conseguir más reclutas lo más rápido
posible, para que podamos volver de esta batalla más fuerte que
nunca. Pero por ahora, nuestra lucha está ganada, y tenemos que
honrar a dos personas que lo hicieron posible: ¡Apolo, también
conocido como Lester Papadopoulos, y su camarada, Meg
McCaffrey!

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La multitud aplaudió tanto, dudo que mucha gente escuchó a Meg
decir: "Maestra, no camarada", lo cual estuvo bien para mí.
Cuando nos pusimos de pie para aceptar el agradecimiento de la
legión, me sentí extrañamente incómodo. Ahora que finalmente tenía
una multitud amigable que me aclamaba, solo quería sentarme y
cubrirme la cabeza con una toga. Había hecho tan poco en
comparación con Hazel o Reyna o Frank, sin mencionar a todos los
que habían muerto: Jason, Dakota, Don, Jacob, la Sibila,
Harpócrates... y docenas más.
Frank levantó la mano en silencio.
— Ahora, sé que ustedes dos tienen otra búsqueda larga y difícil
por delante. Todavía hay un emperador que necesita que le pateen el
podex.
Mientras la multitud se reía entre dientes, deseé que nuestra
próxima tarea fuera tan fácil como Frank la hizo sonar. El podex de
Nerón, sí... pero también estaba el pequeño asunto de Pitón, mi viejo
enemigo inmortal, actualmente establecido en mi antiguo lugar
sagrado de Delfos.
— Y entiendo, — continuó Frank— que ustedes dos han decidido
irse por la mañana.
— ¿Lo hicimos? — Mi voz se quebró. Había estado imaginando
una o dos semanas relajándome en Nueva Roma, disfrutando de los
baños termales, tal vez viendo una carrera de carruajes.
— Shh — Meg me dijo. — Sí, lo hemos decidido.
Eso no me hizo sentir mejor.

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— Además, — Hazel intervino, — sé que ustedes dos planean
visitar a Ella y Tyson al amanecer para recibir ayuda profética para
la próxima etapa de su búsqueda.
— ¿Lo haremos? — Grité. Todo lo que podía pensar era en
Aristófanes lamiendo sus regiones inferiores.
— Pero esta noche, — dijo Frank — queremos honrar lo que ustedes
dos han hecho por este campamento. Sin su ayuda, el Campamento
Júpiter podría no estar todavía aquí. Así que nos gustaría
presentarles estos regalos.
Desde el fondo de la sala, el senador Larry bajó por el pasillo
llevando una gran bolsa de equipo. Me preguntaba si la legión nos
había comprado unas vacaciones de esquí en el lago Tahoe. Larry
llegó a la tribuna y dejó la bolsa de lona. Rebuscó el primer regalo y
me lo entregó con una sonrisa.
— ¡Es un arco nuevo!
Larry había perdido su vocación como locutor de algún programa
de juegos.
Mi primer pensamiento: Oh, genial. Necesito un nuevo arco.
Luego miré con más atención el arma en mis manos, y chillé con
incredulidad.
— ¡Esto es mío!
Meg resopló.
— Por supuesto que lo es. Te lo acaban de dar.
— ¡No, quiero decir que es mío, mío! ¡Originalmente mío, de
cuando era un dios!

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Levanté el arco para que todos pudieran hacer ooh y ahh: una obra
maestra de roble dorado, tallada con enredaderas doradas que
brillaban a la luz como si ardiera. Su tensa curva zumbaba con
poder. Si recordaba correctamente, la cuerda del arco estaba tejida
de bronce celestial y los hilos de los telares del Destino (los cuales...
dios, ¿de dónde vinieron? Ciertamente no los robé). El arco no
pesaba casi nada.
— Eso ha estado en la sala del tesoro principia durante siglos, —
dijo Frank. — Nadie puede manejarlo. Es demasiado pesado para
disparar. Créeme, lo habría hecho si hubiera podido. Como
originalmente era un regalo de usted para la legión, parecía correcto
que se lo devolviéramos. Con su fuerza divina volviendo, pensamos
que podría darle un buen uso.
No sabía que decir. Por lo general, estaba en contra de volver a
regalar… pero en este caso, me sentí abrumado por la gratitud. No
podía recordar cuándo o por qué le había dado este arco a la legión
(durante siglos, los había pasado como favores de fiesta), pero
ciertamente estaba contento de tenerlo de vuelta. Estiré la cuerda sin
ningún problema. O bien mi fuerza era más divina de lo que
pensaba, o el arco me reconoció como su legítimo dueño. Oh sí.
Podía hacer cierto daño con esta belleza.
— Gracias — le dije.
Frank sonrió.
— Solo lamento no haber tenido ukeleles de combate de
reemplazo almacenados.
Desde las gradas, Lavinia se quejó,
— Después de que fui y lo arreglé para él también.

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— Pero, — dijo Hazel, ignorando cuidadosamente a su nuevo
centurión — nosotros tenemos un regalo para Meg.
Larry rebuscó en su bolsa de Santa otra vez. Sacó una bolsa de
seda negra del tamaño de una baraja de naipes. Resistí el impulso de
gritar,
¡JA! ¡Mi regalo es más grande!
Meg echó un vistazo a la bolsa y jadeó.
— ¡Semillas!
Esa no habría sido mi reacción, pero ella parecía genuinamente
encantada.
Leila, hija de Ceres, gritó desde las gradas:
— Meg, esos son muy antiguos. Nos reunimos todos los
jardineros del campamento, y los recogimos en nuestros
contenedores de almacenamiento en el invernadero para ti.
Honestamente, ni siquiera estoy seguro de en qué se convertirán,
¡Pero deberías divertirte descubriéndolo! Espero que puedas usarlos
contra el último emperador.
Meg se quedó mirando a falta de palabras. Su labio tembló. Ella
asintió y parpadeó para agradecerle.
— ¡Está bien, entonces! — Dijo Frank. — Sé que comimos en el
funeral, pero tenemos que celebrar los ascensos de Hazel y Lavinia,
desearle a Reyna lo mejor en sus nuevas aventuras y decirles adiós a
Apolo y Meg. Y, por supuesto, ¡Tenemos un pastel de cumpleaños
tardío para Lester! ¡Fiesta en el comedor!

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43

¡Nuestra gran apertura!


¡Gana un viaje gratis al Infierno!

¡Y toma un pastelito!

N
o sé cuál fue el adiós más difícil.
A primera luz, Hazel y Frank nos recibieron en la
cafetería para un último agradecimiento. Luego se fueron
a
despertar a la legión. Tenían la intención de ponerse a trabajar en las
reparaciones del campamento para distraer a todos de las muchas
pérdidas antes de que el shock pudiera comenzar. Al verlos alejarse
juntos por la Vía Pretoria, sentí una cálida certeza de que la legión
estaba a punto de ver una nueva edad de oro. Al igual que Frank, la
Duodécima Legión Fulminata se levantaría de las cenizas, aunque
con suerte usaría algo más que su ropa interior.
Minutos después, Thalia y Reyna llegaron con su manada de lobos
grises, sus galgos de metal y su par de pegasos de rescate. Su partida
me entristeció tanto como la de mi hermana, pero entendía sus
costumbres. Esas Cazadoras, siempre moviéndose.
Reyna me dio un último abrazo.
— Tengo muchas ganas de unas largas vacaciones.
Thalia rio.
—¿Vacaciones? RARA, odio decírtelo, ¡Pero tenemos mucho
trabajo por delante! Hemos estado rastreando el zorro Teumesiano
en todo el Medio Oeste durante meses, y no ha ido bien.

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— Exactamente —, dijo Reyna. — Unas vacaciones—. Besó a
Meg en la parte superior de su cabeza.
— Mantén a Lester en línea, ¿De acuerdo? No dejes que se sienta
la gran cosa solo porque tiene un nuevo arco.
— Puedes contar conmigo — dijo Meg.
Lamentablemente, no tenía motivos para dudar de
ella.
Cuando Meg y yo salimos del café por última vez, Bombilo
realmente lloró.
Detrás de su rudo exterior, el barista de dos cabezas resultó ser un
verdadero sentimental. Nos dio una docena de bollos, una bolsa de
granos de café y nos dijo que nos perdiéramos de vista antes de que
comenzara a llorar nuevamente. Me hice cargo de los bollos. Meg,
los dioses me ayuden, tomó el café.
A las puertas del campamento, Lavinia esperó, masticando su
chicle mientras pulía su nueva insignia de centurión.
— Esto es lo más temprano que me he levantado en años—, se
quejó. — Voy a odiar ser un oficial.
El brillo en sus ojos contaba una historia diferente.
— Lo harás genial— dijo Meg.
Cuando Lavinia se inclinó para abrazarla, noté un sarpullido
punteado que le recorría la mejilla y el cuello izquierdos de la
Señorita Asimov, cubierto por una base sin éxito.
Me aclaré la garganta.
—¿Acaso te fuiste a escondidas anoche para ver a Hiedra
Venenosa?
Lavinia se sonrojó adorablemente.

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—¿Bien? Me han dicho que mi cargo de centurión me hace muy
atractiva.
Meg parecía preocupada.
—Tendrás que invertir en un poco de loción de calamina64 sí
sigues viéndola.
— Oye, ninguna relación es perfecta—, dijo Lavinia. — ¡Al
menos con ella, conozco los problemas desde el principio! Lo
resolveremos.
No tenía dudas de que ella lo haría. Ella me abrazó y me revolvió
el pelo.
— Será mejor que vuelvas a verme. Y no te mueras. Si mueres, te
patearé el trasero con mis nuevos zapatos de baile.
— Entendido — le dije.
Hizo una última rutina de zapatos blandos, nos hizo un gesto
como, A ti, luego salió corriendo para reunir a la Quinta Cohorte
para un largo día de claqué.
Al verla partir, me maravillé de lo que nos había pasado a todos
desde que Lavinia Asimov nos escoltó por primera vez al
campamento, solo unos días antes. Habíamos derrotado a dos
emperadores y un rey, lo que habría sido una mano fuerte incluso en
el juego de póker más despiadado. Habíamos puesto a descansar las
almas de un dios y una Sibila.
Habíamos salvado un campamento, una ciudad y un hermoso par
de zapatos. Sobre todo, había visto a mi hermana y ella me había
devuelto la buena salud (o lo que paso por buena salud para Lester
Papadopoulos). Como Reyna podría decir, hemos agregado bastante
a nuestra columna de cosas buenas. Ahora Meg y yo nos
embarcamos en lo que podría ser nuestra última búsqueda con
buenas expectativas

461
64
Medicamento utilizado para tratar la picazón leve y el sarpullido.

462
y espíritus esperanzados... o al menos una buena noche de sueño y
una docena de bollos.
Hicimos un viaje final a Nueva Roma, donde Tyson y Ella nos
estaban esperando. Sobre la entrada de la librería, un letrero recién
pintado proclamaba LIBROS CÍCLOPE.
—¡Yay!— Tyson gritó cuando entramos por la puerta. —
¡Adelante! ¡Estamos teniendo nuestra gran apertura hoy!
— Gran inauguración — corrigió Ella, quejándose sobre un plato
de pastelitos y un montón de globos en el mostrador de información.
— Bienvenidos a Libros cíclope y Profecías y también un gato
naranja.
— Eso no encajaría en el letrero — confesó Tyson.
— Debería encajar en el letrero — dijo Ella. — Necesitamos una
señal más grande.
Encima de la antigua caja registradora, Aristófanes bostezó como
si todo fuera igual para él. Llevaba un pequeño sombrero de fiesta y
una expresión que decía: Solo lo uso porque los semidioses no
tienen cámaras telefónicas ni Instagram.
—¡Los clientes pueden obtener profecías para sus misiones! —,
Explicó Tyson, señalando su pecho, que estaba cubierto aún más
densamente con versos sibilinos. — ¡También pueden recoger los
últimos libros!
— Recomiendo el Almanaque de granjeros de 1924—, nos dijo
Ella. — ¿Quieres una copia?
—Ah... tal vez la próxima vez—, le dije. —¿Nos dijeron que
tenías una profecía para nosotros?
— Síp, síp —. Ella pasó el dedo por las costillas de Tyson,
buscando las líneas correctas.

462
El cíclope se retorció y se rio.
— Aquí — dijo Ella. — Sobre su bazo.
Maravilloso, pensé. La profecía del bazo de Tyson.
Ella leyó en voz alta:
—Oh hijo de Zeus, el desafío final debes
afrontar La Torre de Nerón, Solo dos ascienden
Desaloja a la bestia que ha usurpado tu lugar.
Esperé.
Ella asintió con la cabeza.
— Sí, sí, sí. Eso es todo —. Volvió a sus pastelitos y globos.
— Eso no puede ser —, me quejé. —Eso no tiene sentido poético.
No es un haiku. No es un soneto. No es... Oh.
Meg me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Oh qué?
— Oh, como en Oh, no —. Recordé a un joven adusto que había
conocido en la Florencia medieval. Había pasado mucho tiempo,
pero nunca olvido a alguien que inventó un nuevo tipo de poesía. —
Es terza rima.
—¿Quién? — Preguntó Meg.
—Es un estilo que Dante inventó. En El Infierno65. Tres líneas. La
primera y la tercera línea riman. La línea media rima con la primera
línea de la próxima estrofa.
—No lo entiendo—, dijo Meg.

65
Es la primera de las tres cánticas de La Divina Comedia del poeta florentino Dante Alighieri (1304).
Está formada por 33 cantos, cada uno está subdividido en tercetos cuya rima está intercalada.

463
— Quiero un pastelito— anunció Tyson.
— Afrontar y Lugar, riman —, le dije a Meg. — La línea media
termina con ascender. Eso nos dice que cuando encontremos la
próxima estrofa, sabremos que es correcta si la primera línea y la
tercera línea riman con ascender. Terza rima es como una cadena
interminable de estrofas de papel, todas unidas entre sí.
Meg frunció el ceño.
— Pero no hay una próxima estrofa.
— No aquí — estuve de acuerdo. — Lo que significa que debe
estar en algún lugar...— saludé vagamente hacia el este. — Estamos
en una búsqueda del tesoro por más estrofas. Este es solo el punto de
partida.
—Mmm.
Como siempre, Meg había resumido nuestra situación
perfectamente. Fue mucho Mmm. Tampoco me gustó el hecho de
que el esquema de rima de nuestra nueva profecía había sido
inventado para describir un descenso al infierno.
— La torre de Nerón — dijo Ella, volviéndose a colocar su gorro.
— Nueva York, Seguro que
sí. Reprimí un gemido.
La arpía tenía razón. Tendríamos que regresar a donde empezaron
mis problemas: Manhattan, donde la reluciente sede del Triunvirato
se levantó del centro. Después de eso, tendría que enfrentar a la
bestia que había usurpado mi lugar. Sospeché que esa línea no
significaba el alter ego de Nerón, la Bestia, sino la verdadera bestia
Pitón, mi antiguo enemigo. Cómo podía alcanzarlo en su guarida en
Delfos, mucho menos derrotarlo, no tenía idea.
— Nueva York —. Meg apretó la mandíbula.

464
Sabía que esta sería la peor vuelta a casa para ella, de vuelta a la
casa de los horrores de su padrastro, donde había sido abusada
emocionalmente durante años. Deseaba poder evitarle el dolor, pero
sospechaba que siempre había sabido que llegaría este día, y como la
mayoría del dolor que había sufrido, no había más remedio que...
bueno, superarlo.
—Está bien—, dijo, su voz resuelta. —¿Cómo llegamos allí?
—¡Oh! ¡Oh! — Tyson levantó la mano. Su boca estaba cubierta de
glaseado de magdalenas. —¡Yo tomaría un cohete!
Lo miré fijamente.
— ¿Tienes un cohete?
Su expresión se desinfló.
— No.
Miré por las ventanas de la librería. A lo lejos, el sol salió sobre el
monte Diablo. Nuestro viaje de miles de millas no podría comenzar
con un cohete, por lo que tendríamos que encontrar otro camino.
¿Caballos? ¿Águilas? ¿Un automóvil autónomo que fue programado
para no volar fuera de los pasos elevados de la autopista?
Tendríamos que confiar en los dioses para tener buena suerte.
(Inserte JA-JA-JA- JA-JA aquí.) Y tal vez, si fuéramos muy
afortunados, al menos podríamos llamar a nuestros viejos amigos en
el Campamento Mestizo una vez que volvamos hacia Nueva York.
Ese pensamiento me dio coraje.
—Vamos, Meg— le dije — Tenemos que recorrer muchos
kilómetros. Necesitamos encontrar un nuevo vehículo.

465
GUÍA PARA EL HABLA DE APOLO

ab urbe condita: latín para desde la fundación de la ciudad. Por


un tiempo, los romanos usaron el acrónimo AUC para marcar los
años que habían pasado desde la fundación de Roma.
Afrodita: la diosa griega del amor y la belleza. Forma romana:
Venus.
Águila de la Duodécima: estandarte del Campamento Júpiter, un
ícono de un águila de oro en la parte superior de un poste que
simboliza el dios Júpiter.
Aquiles: héroe griego de la Guerra de Troya; un guerrero casi
invulnerable que mató al héroe Troyano Héctor, afuera de las
murallas de Troya y después arrastró su cadáver detrás de su carro.
Arboleda de Dodona: el sitio del Oráculo Griego más antiguo,
superado solo por Delfos en importancia. El susurro de los árboles
en la arboleda le proporcionó respuestas a los sacerdotes y
sacerdotisas que viajaron al lugar. La arboleda se encuentra en el
Bosque del Campamento Mestizo y solo se pueda acceder a ella a
través de la guarida de los mirmekes.
Ares: dios griego de la guerra, hijo de Zeus y Hera y medio
hermano de Atenea. Forma romana: Marte.
Argentum: Plata en latín. El nombre de uno de los dos autómatas
galgos de Reyna que pueden detectar cuando alguien miente.
Argo II: un trirreme volador construido por la cabaña de Hefesto
en el Campamento Mestizo para transportar a los semidioses de La
Profecía de los Siete a Grecia.
Arpía: una criatura alada femenina que arrebata cosas.

466
Artemisa: diosa griega de la caza y la luna; hija de Zeus y Leto y
gemela de Apolo. Forma romana: Diana.
Asamblea: una reunión formal de las tropas.
Asclepio: dios de la medicina; hijo de Apolo. Su templo era el
centro de curación de la antigua Grecia.
Atenea: la diosa griega de la sabiduría. Forma romana: Minerva
aura (aurae, pl.): espíritu del viento.
Aurum: Forma latina de la palabra oro; es el nombre de uno de los
dos autómatas galgos de Reyna que pueden detectar cuando alguien
miente.
ave: latín para un saludo Romano.
Aves del Estínfalo: monstruosas aves que se alimentan de
hombres con picos de bronce celestial que pueden despedazar carne.
También son capaces de lanzarles sus plumas a sus presas como si
fueran flechas.
Baco: el dios romano del vino y el jolgorio; hijo de Júpiter. Forma
griega: Dionisio.
Balista (ballistae, pl): arma de asedio de misiles romanos que
lanza un gran proyectil a un objetivo a distancia.
Belona: diosa romana de la guerra; hija de Júpiter y Juno.
Batalla del Somme: batalla de la Primera Guerra Mundial en la
que los británicos y los franceses lucharon contra los alemanes a lo
largo del río Somme en Francia.
Benito Mussolini: político italiano que se volvió el líder del Partido
Nacional Fascista, una organización paramilitar. Gobernó Italia
desde 1922 hasta 1943, primero como primer ministro y después
como dictador.

467
Blemias: una tribu de personas sin cabeza con los rostros en el
pecho.
Britomartis: la diosa griega de las redes de la caza y la pesca; su
animal sagrado es el grifo.
Bronce celestial: un poderoso metal mágico usado para crear
armas empuñadas por dioses griegos y sus hijos semidioses.
El Laberinto Ardiente: un laberinto subterráneo mágico lleno de
acertijos en el sur de California, controlado por el emperador
romano Calígula y Medea, una hechicera griega.
Cacaseca: caca seca.
Calígula: es el sobrenombre del tercer emperador romano, Cayo
Julio César Augusto Germánico, famoso por su crueldad y carnicería
durante los cuatro años de su reinado, desde el 37 hasta el 42 D.C.
Fue asesinado por su propio guardia.
Campamento Júpiter: el campo de entrenamiento para los
semidioses romanos, localizado en California, entre las Colinas de
Oakland y las Colinas de Berkeley.
Campamento Mestizo: el campo de entrenamiento para los
semidioses griegos, localizado en Long Island, Nueva York. Campos
Elíseos: paraíso al cual los héroes griegos son enviados cuando
los dioses les conceden la inmortalidad.
Campo de marte: parte campo de batalla, parte lugar para fiestas.
Lugar donde se llevan a cabo los ejercicios y los juegos de guerra en
el Campamento Júpiter.
Casa del Senado: el edificio en el Campamento Júpiter donde los
senadores se reúnen para discutir asuntos como si una misión
debería realizarse o si una guerra debería declararse.
Centurión: en el ejército romano, un oficial.

468
Cicerón: estadista romano famoso por sus discursos políticos.
Cíclope (Cíclopes, pl.): perteneciente a una raza primordial de
gigantes, todos con un solo ojo en el medio de su frente.
Cinocéfalo (cinocéfalos, pl.): un ser con cuerpo de humano y
cabeza de perro.
Circo Máximo: Es un estadio diseñado para carreras de carros y
caballos.
Cohorte: grupos de legionarios.
cloaca maxima: latín para alcantarilla máxima.
clunis: latín para nalgas/culo.
Colina de los Templos: el sitio a las afueras de los límites de la
ciudad de Nueva Roma, donde se encuentran los templos de todos
los dioses.
Coliseo: Anfiteatro elíptico construido para las luchas de
gladiadores, simulaciones de monstruos y simulacros de batallas
navales.
Cómodo: Lucio Aurelio Cómodo fue el hijo del emperador
romano Marco Aurelio. Se convirtió en co-emperador cuando tenía
dieciséis y emperador a los dieciocho cuando su padre murió.
Gobernó desde el año 177 hasta el 192 D.C. y fue un megalómano y
corrupto; se consideraba a sí mismo el Nuevo Hércules y disfrutaba
matando animales y luchando contra gladiadores en el Coliseo.
Coronis: hija de un rey; una de las novias de Apolo, que se
enamoró de otro hombre. Un cuervo blanco que Apolo había dejado
para protegerla le informó de su aventura. Apolo estaba tan enojado
con el cuervo por no haber logrado picotearle los ojos al hombre que
maldijo al pájaro quemándole las plumas. Apolo envió a su hermana,
Artemisa, a matar a Coronis, porque el no pudo hacerlo.

469
Cromande (Cromandes, pl.): Un monstruo humanoide con ojos
grises, una piel rubia y peluda, y dientes como los de un perro; solo
puede comunicarse en fuertes chillidos.
Cronos: el Titán señor del tiempo, el mal y la cosecha. Es el más
joven pero más audaz y más astuto de los hijos de Gea; convenció a
varios de sus hermanos para que lo ayudaran en el asesinato de su
padre, Urano. También fue el principal oponente de Percy Jackson.
Forma romana: Saturno.
Dante: poeta italiano de finales de la Edad Media que inventó ter
zarima; autor de La Divina Comedia, entre otras obras.
Dafne: una hermosa náyade que atrajo la atención de Apolo. Se
transformó en un árbol de laurel para escapar de él.
Decimatio: antiguo castigo romano para las malas legiones en el
que los separaban en grupos de diez y uno de ellos era ejecutado, así
fuera culpable o inocente.
Delos: isla griega en el Mar Egeo cerca de Miconos. Lugar de
nacimiento de Apolo.
Deméter: la diosa griega de la agricultura; hija de los Titanes Rea
y Cronos. Forma romana: Ceres.
Denario (denarii, pl): unidad de moneda romana.
Diana: la diosa romana de la caza y la luna; hija de Júpiter y Leto
y la gemela de Apolo. Forma griega: Artemisa.
Dionisio: dios griego del vino y el jolgorio; hijo de Zeus. Forma
romana: Baco.
Dríada: un espíritu (usualmente femenino) asociado con cierto
árbol.
El pequeño Tíber: lleva el nombre del río Tíber de Roma, el río
más pequeño que forma la barrera del campamento Júpiter. Embruja

470
habla: un raro tipo de poder hipnótico que poseen algunos hijos de
Afrodita.
Estigia: una poderosa Oceánide, hija mayor del Titán Océano.
Diosa del río más importante del Inframundo; diosa del odio. El río
Estigio fue nombrado por ella.
Eurínomo (eurynomoi, pl.): un gul controlado por Hades que
habita en el Inframundo y se alimenta de cadáveres. El más pequeño
corte causado por sus garras produce una enfermedad de atrofia en
los mortales, y cuando sus víctimas mueren, vuelven a levantarse
como Vrykolakas, o zombis. Si un Eurínomo se las arregla para
devorar la carne de un cadáver hasta los huesos, el esqueleto se
convierte en un feroz guerrero no muerto, muchos de los cuales
sirven como guardias de Élite en el palacio de Hades.
Euterpe: la diosa griega de la poesía lírica; una de las Nueve
Musas: hija de Zeus y Mnemosine.
Fasces: hacha ceremonial envuelta en una envoltura de gruesas
varillas de madera con sus hojas en forma de media luna proyectadas
hacia fuera. El máximo símbolo de autoridad en la antigua Roma y
el origen de la palabra fascismo.
Fauno el dios romano de la naturaleza salvaje. Forma griega: Pan.
Fauno dios romano del bosque, parte cabra y parte hombre.
Flegetonte: río de fuego en el Inframundo.
Foro: el centro de la vida en Nueva Roma; una plaza con estatuas
y fuentes llena de tiendas y lugares de entretenimiento nocturno.
Fuego griego: líquido mágico, verde y viscoso; altamente
explosivo utilizado como arma. Una de las más sustancias más
peligrosas en la tierra.
Fuerte: en el español original. Traducción: strong.

471
fulminata: armado con rayos. Legión romana bajo el comando de
Julio César. El emblema de la legión era un rayo (fulmen).
Gamelion: séptimo mes del calendario ático o ateniense que en
algún momento fue usado en Ática, Grecia. Más o menos
equivalente a los meses enero/febrero en el calendario gregoriano.
Gea: diosa griega de la tierra, esposa de Urano y madre de los
Titanes, gigantes, Cíclopes y otros monstruos.
Germani: guardaespaldas para el Imperio Romano de las tribus
galas y germánicas.
Guerra de Troya: según la leyenda, la Guerra de Troya se libró
contra la ciudad de Troya por los aqueos (griegos) después de que
París de Troya tomó a Helena de su esposo Menelao, rey de Esparta.
Hades: dios griego de la muerte y las riquezas, gobernante del
Inframundo. Forma romana: Plutón.
Harpócrates: dios ptolemaico del silencio y los secretos. Es la
adaptación romana de Harpa-Khruti, Horus el Niño, que era a
menudo representado en el arte y en estatuas con los dedos en los
labios, un gesto que simboliza la infancia.
Hécate: la diosa de la magia y las encrucijadas.
Héctor: campeón Troyano que fue finalmente asesinado por el
guerrero griego Aquiles y después arrastrado por los tobillos detrás
de su carro.
Hefesto: dios griego del fuego, incluyendo el volcánico, y de los
artesanos y herreros. Hijo de Zeus y Hera y esposo de Afrodita.
Forma romana: Vulcano.
Helios: el dios Titán del sol. Hijo del Titán Hiperión y la Titánide
Tea.

472
Hera: diosa romana del matrimonio. Es hermana y esposa de
Zeus, madrastra de Apolo. Forma romana: Juno.
Hermes: dios griego de los viajeros; guía de los espíritus de los
muertos y dios de la comunicación. Forma romana: Mercurio.
Hipocampo: criatura marina con cabeza de caballo y cuerpo de
pez.
Horacio Cocles: oficial romano quien, según la leyenda, defendió
en solitario el puente Sublicio sobre el río Tíber de la invasión del
ejército etrusco.
immortuos: palabra en latín para muertos vivientes.
Inframundo: el reino de los muertos, donde las almas van por la
eternidad; gobernado por Hades.
Iris: diosa griega del arcoíris.
Jacinto: héroe griego y amante de Apolo. Murió mientras trataba
de impresionar a Apolo con sus habilidades de disco.
jiangshi: palabra china para zombi.
Julio César: político y general romano cuyos logros militares
extendieron el territorio de Roma y a la larga lo llevaron a una
guerra civil que le permitió asumir el control del gobierno en el año
49 a. C. Fue declarado "dictador de por vida" y luego
instituyó reformas sociales que enojaron a algunos romanos
poderosos. Un grupo de senadores conspiró contra él y lo asesinaron
el 15 de marzo del 44 a.C.
Juno: la diosa romana del matrimonio; esposa y hermana de
Júpiter; madrastra de Apolo. Forma griega: Hera.
Júpiter: el dios romano del cielo y rey de los dioses. Forma
griega: Zeus.

473
Júpiter Optimus Maximus: frase en latín para Júpiter, el mejor y
más grande dios.
Laberinto: un laberinto subterráneo construido originalmente en
la isla de Creta por el artesano Dédalo para mantener encerrado al
Minotauro.
lamia: término romano para zombi.
La niebla: una fuerza mágica que impide que los mortales vean
dioses, criaturas míticas y acontecimientos sobrenaturales al
reemplazarlos con cosas que la mente humana puede comprender.
Lar (Lares, pl): dioses romanos de la casa.
Legionario: un miembro del ejército romano.
Lemuriano: del antiguo continente de Lemuria, ahora perdido
pero alguna vez se pensó que estaba ubicado en el Océano Índico.
Leto: madre de Artemisa y Apolo con Zeus; diosa de la maternidad.
libri: palabra en latín para libros.
Libros Sibilinos: son las profecías sibilinas de Cumas que
incluían direcciones para alejar los desastres. Datan de la antigua
Roma y se colectaron en nueve volúmenes de los cuales seis fueron
destruidos por la misma sibila. Los tres libros restantes fueron
vendidos al último rey Romano, Tarquinio, y después perdidos con
el tiempo. Ella la arpía leyó una copia de uno de los tres libros y está
intentando reescribir todas las profecías usando su memoria
fotográfica y la ayuda de Tyson el Cíclope.
Lictor: un oficial que portaba un fasces y actuaba como
guardaespaldas de los oficiales romanos.
Línea del Pomerio: frontera de Roma.
Luna: la Titán de la luna. Forma griega: Selene.

474
Lupa: la diosa lobo, espíritu guardián de Roma.
Manubalista: una pesada ballesta romana.
Marte: el dios romano de la guerra. Forma griega: Ares.
Medea: una hechicera griega, hija del rey Eetes de Cólquida y
nieta del dios del sol, el Titán Helios; esposa del héroe Jasón, a
quien ayudó a obtener el Vellocino de Oro.
Meleagro: un príncipe que las Moiras predijeron que moriría
cuando se consumiera un pedazo de leña. Cuando su madre
descubrió que Meleagro había matado a sus dos hermanos, arrojó la
leña al fuego, provocando su muerte.
Melíades: ninfas griegas de los fresnos, nacidas de Gea; ellas
nutrieron y criaron a Zeus en Creta.
Ménade: una seguidora de Dionisio/Baco, a menudo asociada con
frenesí.
Mercurio: el dios romano de los viajeros; guía los espíritus de los
muertos; dios de la comunicación. Forma griega: Hermes.
Minerva: la diosa romana de la sabiduría. Forma griega: Atenea
Mirmekes: una criatura parecida a una hormiga gigante del
tamaño de un pastor alemán adulto. Los mirmekes viven en enormes
hormigueros, donde almacenan botines de cosas brillantes, como el
oro. Escupen veneno y tienen una armadura corporal casi invencible
y mandíbulas fuertes.
Monte Olimpo: hogar de los doce olímpicos.
Monte Otris: una montaña en el centro de Grecia; la base de los
titanes durante la guerra de diez años entre los titanes y los
olímpicos; la sede de los titanes en el condado de Marín, California;
conocido por los mortales como el monte Tamalpais.

475
Monte Vesubio: un volcán cerca de la Bahía de Nápoles en Italia
que hizo erupción en el año 79 d.C., enterrando a la ciudad romana
de Pompeya bajo las cenizas.
Nacidos de la tierra: una raza de gigantes con seis brazos,
también llamados Gegenes.
Náyade: espíritu femenino del agua.
Nereida: espíritu del mar.
Nerón: gobernó como emperador romano del 54 al 58 (e. c);
mandó matar a su madre y a su primera esposa; muchos creen que
fue el responsable de encender un incendio que destruyó Roma, pero
él culpó a los cristianos, a quienes quemó vivos en cruces; construyó
un nuevo palacio extravagante y perdió apoyo cuando los gastos de
construcción lo obligaron a aumentar los impuestos; se suicidó.
ninfa: deidad femenina que personifica a la naturaleza.
Nueva Roma: valle en el que se encuentra tanto el Campamento
Júpiter como una ciudad (la versión más pequeña y moderna de la
ciudad imperial) donde los semidioses romanos pueden ir a vivir en
paz, estudiar y retirarse.
Nueve Musas: diosas que conceden inspiración y protegen la
creación y expresión artística; hijas de Zeus y Mnemosine; cuando
eran niñas, fueron instruidas por Apolo. Sus nombres son: Clío,
Euterpe, Thalia (Talía), Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia,
Urania y Calíope.
nuntius: latín para mensajero.
Oliver Cromwell: devoto puritano e influyente figura política que
dirigió el ejército parlamentario durante la guerra civil inglesa.
Oráculo de Delfos: orador de las profecías de Apolo.

476
Oro imperial: un raro metal que es mortal para los monstruos,
consagrado en el Panteón; su existencia era un secreto bien guardado
de los emperadores.
Pan: dios griego de lo salvaje; hijo de Hermes. Forma Romana:
Fauno.
Pandos (pandai, pl.): hombre con orejas gigantes, ocho dedos en
cada mano y pie, y el cuerpo cubierto de vello que crece siendo
blanco y que con la edad se vuelve negro.
Parcas: Las tres personificaciones femeninas del destino.
Controlan el hilo de vida de cada ser vivo desde su nacimiento hasta
su muerte.
People’s Park: parque ubicado en Telegraph Avenue en
Berkeley, California, donde hubo una gran confrontación entre
estudiantes protestantes y la policía en mayo de 1969.
Pitón: monstruoso dragón al que Gea designó cuidar el Oráculo
de Delfos.
Pompeya: ciudad romana que fue destruida en el 79 (e. c.) cuando
el volcán Vesubio entró en erupción y la enterró en cenizas.
Poseidón: dios griego de los mares; hijo de los titanes Cronos y
Rea, y hermano de Zeus y Hades. Forma romana: Neptuno.
Plutón: dios romano de la muerte y soberano del Inframundo.
Forma griega: Hades.
Pretor: magistrado romano electo y comandante del ejército.
Pretorio: las viviendas de los pretores en el Campamento Júpiter.
Primera Guerra Olímpica: También conocida como
Titanomaquía, fue el conflicto de once años entre los Titanes del
Monte Otris y los dioses más jóvenes, cuyo futuro hogar sería el
Monte Olimpo.

477
princeps: latín para primer ciudadano o primero en la línea; los
primeros emperadores romanos adoptaron este título y luego llegó a
significar príncipe de Roma.
Principia: cuartel general de los pretores en el Campamento
Júpiter.
Probatio: período de prueba para los nuevos reclutas de la legión.
Ptolemaico: relativa a la era de los reyes greco-egipcios que
gobernaron Egipto del 323 al 30 (a. C.).
Río Estigio: río que marca el límite entre la tierra y el inframundo.
Río Tiber: el tercer río más largo de Italia; Roma fue fundada en
sus orillas. En la Antigua Roma, los delincuentes eran arrojados al
río.
Rómulo: semidiós hijo de Marte, hermano gemelo de Remo;
primer rey de Roma, quien fundó la ciudad en 753 (a.C.).
Sátiro: un dios romano del bosque, parte cabra y parte hombre.
Saturnalias: un antiguo festival romano que se llevaba a cabo en
Diciembre en honor al dios Saturno, el equivalente romano a
Cronos.
Selene: la Titánide lunar. Forma romana: Luna.
Senado: un consejo de diez representantes elegidos de la legión
en el Campamento Júpiter.
Sibila: una profetiza.
Sibila de Cumas: un oráculo de Apolo de Cumas que recolectó
sus instrucciones proféticas para evitar el desastre en nueve
volúmenes, pero destruyó seis de ellos al tratar de vendérselos a
Tarquinio el Soberbio de Roma.
Sibila Eritrea: profetiza que presidió el Oráculo de Apolo en
Eritras, Jonia.

478
Sica (siccae, pl): espada corta y curva.

479
Sommus: el dios que es la personificación del sueño. Equivalente
griego: Hipnos
Spatha: espada de caballería romana.
Spolia opima: combate uno a uno entre dos líderes opuestos en
una guerra; la última exhibición de coraje para un romano;
literalmente, botín de guerra.
Estirge (strixes, lat.): gran ave de mal agüero, como un búho pero
que bebe sangre.
sub rosa: latín para jurar por la rosa, lo cual es una expresión en
inglés (under the rose), para decir que se jura en secreto.
Subura: vasto y populoso barrio de clase baja de la Antigua Roma.
Tarquinio: Lucio Tarquinio el Soberbio fue el séptimo y último
rey de Roma, reinando entre 534 y 509 a. C., cuando, después de un
levantamiento popular, se estableció la República romana.
Término: el dios romano de los límites.
Terpsícore: la diosa griega de la danza; una de las nueve musas.
Terza rima: una forma de verso que consiste en estrofas de tres
líneas en las que la primera y tercera líneas riman y la línea media
rima con las líneas primera y tercera de la siguiente estrofa.
Testudo: una formación de batalla en la que los legionarios juntan
sus escudos para formar una barrera imitando el caparazón de las
tortugas.
Titanes: una raza de poderosas deidades griegas, descendientes de
Gea y Urano, que gobernaron durante la Edad de Oro y fueron
derrocados por una raza de dioses más jóvenes, los olímpicos.
Tres Gracias: las tres Cárites: belleza, alegría y elegancia; hijas
de Zeus.

479
Trirreme: un buque de guerra griego, que tiene tres niveles de
remos a cada lado.
Triunvirato: una alianza política formada por tres partidos.
Troya: una ciudad prerromana situada en la actual Turquía; sitio
de la guerra de Troya.
Túnel Caldecott: es una autopista de cuatro carriles que corta a
través de la Calle Berkeley y conecta a Oakland y a Orinda,
California. Contiene un túnel secreto en el medio que lleva al
Campamento Júpiter y es resguardado por soldados romanos.
Urano: personificación griega del cielo; esposo de Gea; padre de
los titanes.
vappae: latín para vinos en mal estado.
Ventus (venti, pl.): Espíritus de tormenta.
Venus: La diosa romana del amor y la belleza. Forma griega:
Afrodita.
Verano del Amor: concentración de hippies o “hijos de las
flores” en el vecindario Haight-Ashbury en San Francisco durante el
verano de 1967. El festival tenía la intención de poder disfrutar del
arte, la música y las prácticas espirituales mientras se protestaba
contra el gobierno y los valores materialistas.
Via Pretoria: La carretera principal hacia el Campamento Júpiter
que va desde el cuartel hasta la sede.
Vnicornes Imperant: latín para Los Unicornios Mandan.
Vrykolakas (vrykolakai, pl.): Palabra griega para zombi.
Vulcano: el dios romano del fuego, incluso el volcánico, y de la
artesanía y la herrería. Forma griega: Hefesto.

480
Waystation: un lugar de refugio para semidioses, monstruos
pacíficos y Cazadoras de Artemisa. Está ubicado sobre Unión
Station en Indianápolis, Indiana.
Zeus: El dios griego del cielo y el rey de los dioses. Forma
romana: Júpiter.
Zorra Teumesia: un zorro gigantesco enviado por los olímpicos
para atacar a los hijos de Tebas; está destinado a nunca ser
atrapado.

481
482
TAMBIÉN DE
RICK RIORDAN

Percy Jackson y los dioses del Olimpo


El Ladrón del Rayo
El Mar de los Monstruos
La maldición del Titan
La batalla del laberinto
El último Héroe del Olimpo

Los archivos de los semidioses

El ladrón del Rayo: Novela Grafica


El mar de los Monstruos: Novela Grafica
La maldición del Titan: Novela Grafica

Percy Jackson: dioses griegos


Percy Jackson: Héroes
Griegos
De Percy Jackson: Confidencial del Campamento Media sangre

Las Crónicas de Kane

483
La pirámide Roja
El trono de Fuego
La sombra de la Serpiente

Guía de Supervivencia de los Kane

La pirámide Roja: Novela Grafica


El Trono de Fuego: Novela Grafica

Los Héroes del Olimpo


El héroe Perdido
El hijo de Neptuno
La Marca de Atenea
La Casa de Hades
Sangre del Olimpo

El diario de los semidioses

El héroe perdido: Novela Grafica


El hijo de Neptuno: Novela Grafica

Semidioses y Magos
Magnus Chase y los dioses de Asgard

484
La espada del Tiempo
El martillo de Thor
El Barco de la Muerte

Por Magnus Chase: Hotel Valhalla, guía de los mundos nórdicos


Los Nueve Mundos

Las Pruebas de Apolo


El Oráculo Perdido
La Profecía Oscura
El laberinto Ardiente
La Tumba del Tirano
La Torre de Nerón (Próximamente en otoño de 2020)

485
ACERCA DEL AUTOR
RICK RIORDAN, es apodado como el “Cuenta cuentos de los
dioses” por PublishersWeekly. Es el autor de cinco de las sagas más
vendidas en el New York Time, número uno con millones de copias
vendidas en todo el mundo: Percy Jackson y los dioses del Olimpo,
Los Héroes del Olimpo y Las Pruebas de Apolo, basados en
mitología griega y romana; Las Crónicas de Kane basada en
mitología egipcia; y Magnus Chase y los dioses de Asgard basada en
la mitología nórdica. Sus colecciones de mitos griegos conformados
por dioses griegos y Héroes Griegos narrados por Percy Jackson,
fueron también bestsellers del New York Time.
Rick vive en Boston, Massachusetts, con su esposa y sus dos hijos.
Síguelo en Twitter @camphalfblood. Para aprender más sobre él y
sus libros, visita:
https://www.rickriordan.co.uk/

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