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CiphX y los creadores

de mundos
- Necesito un narrador para sincronizarlo con la Inspira…
- ¿Inspiración…? - interrumpió el Elector con una sonrisa desdibujada - ! La vieja
escuela! Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que alguno de nosotos haya
recibido una petición de esta naturaleza, ¿pagarías el precio?.

El Elector se paró de su pequeño trono hecho de cristal rosáceo, rasguñada por los
gatos de los siglos, las bestias a según son convertidas las almas de los escritores
anónimos al partir del mundo sin jamás publicar una obra.

La silueta de su delgado cuerpo había sido calcada en la desgastada silla saturada de


polvo; el esperpento de hombre se sacudió la mugre de las mangas de la blanca y ya
curtida camisa y, acomodánose el cuello carcomido de la prenda, sacó del bolsillo del
pantalón también de lino como aquella, un corbatín diminuto y mal oliente. Mientras
vestía su minúsculo cuello con el ridículo accesorio tosió un par de veces, luego
como si se tratase de algún tipo de protocolo, comenzó a señalar y comentar
cuestiones ocultas en torno a las tres puertas dentro de la habitación:

- A la izquierda está Autum – dijo con cierto temor reverente – no conveniente para el
estado en que te encuentras; detrás de mi está el Laberinto Supremo que lleva a los
demás Limbos donde en teoría hay otros como tú y yo, a saber, que hasta la fecha
ningún escritor a logrado vencer el laberinto y alcanzar otros Accesos, algo así sería,
de alguna manera, una herejía. A tu derecha tienes las puertas B y C; en la B podrás
hallar a Boison y en la otra a CiphX.
- ¿Todos estos son narradores?
-No muchacho, son animadores de este circo sagrado – contestó esbozando una
delgada mueca a semejanza de sonrisa – Obviamente, narradores. Yo te recomiendo
probar con CiphX, como tu Elector creo que sería lo correcto.
- ¿Dónde está Set?

La última pregunta desencadenó una breve pero portentosa carcajada del Elector; se
vio obligado a tomar un poco de aliento adicional y recostarse, codos sobre el trono,
para recuperar la sobriedad.

- ¿Set? Lo abandonaste. Estos seres están aquí para sustituir a esos como Set, los que
no son adquiridos sino creados por los hombres. Él debe estar, a lo sumo, dentro del
Laberinto Supremo; no compete a los Electores conocer el destino de estos
acompañantes, pero creo que no me gustaría verlos reencontrarse; los ánimos pueden
tornarse un poco caldeados, ¿no? Después de vivir tantas cosas juntos, simplemente
un día desaparecer. Sin emabrgo, si has encontrado el camino hasta aquí es porque
aprendiste a seguir el vacío dejado por Set.
El Origen Supremo
Los dioses creadores de Natar tienen prohibido mirarse a los espejo por el Tercer Aión – de
quien han emanado-; contemplar su propia perfección les haría enloquecer; embebidos en los
detalles ultraterrenos de su apariencia, perderían todo interés por el resto de su obra.

Fue Arkakaká, el hacedor de lagos y toda fuente de agua, el primer y único de los caídos.
Siendo apenas un niño y al completar su última creación, la hermosa laguna clara, no pudo contener
el apasionamente deseo de ver su reflejo pintado sobre esas especulares aguas.

Abstraído por siglos frente a su creación, cuenta la leyenda, terminó convertido en un árbol
de hermoso follaje, alimentándose desde sus profundas raíces con el agua de la laguna y afectándole
en cierta manera. A su tiempo produjo un fruto insufriblemente delicioso pero mortal a más de un
pequeño bocado; de sus cinco semillas nacieron los árboles pilares de Natar, uno en cada sentido del
viento y el quinto en medio del bosque, sobre este hemos fundado la Academia.

- Ahora niños ¿en qué lección estamos? Veamos...el libro….ummm....me parece que estoy
adelantándome mucho con esta leyenda.
- !No Maestro, prosiga! - gritaron en coro los estudiantes – es muy interesante.
- Bueno, si avanzamos un poco no creo que le haga daño a nadie ¿cierto?

Volviendo a la historia de nuestro mundo, el Origen Supremo, podemos resaltar como el


pecado de Arkakaká (conocido luego como Wardyan Anyú: el Árbol-Narciso), trajo un puñado de
consecuencias; para él, la destrucción de su forma arquetípica terrenal; para la laguna clara, la
transformación de su agua común a la hoy conocida como agua noética y, para nosotros, los
habitantes del bosque, la racionalidad.

- ¿Maestro y en esta leyenda dónde quedan los Primigenios?


- Esperen, esperen… ya no soy tan joven mis pequeñuelos, dejenme revisar, ummm a ver… sí, aquí
está:

Los Primigenios fueron un águila y un zorro: el ave tomó un sorbo del agua noética y al
abrir sus ojos al día siguiente tuvo ideas y se supo águila, distinguió el sol de la luna, la realidad de
la fantasía, la vida de la muerte; al tiempo habló, convirtiendo en palabras sus pensamientos; el
primero en seguir su llamado hasta el agua noética fue el zorro, de esa forma se convirtieron en los
pioneros que atrajeron a otros hasta la laguna clara para beneficiarlos con su gracia.

Pero el zorro trajo la muerte a este bosque, en su ira hacia un niño humano que intentaba
raptar a uno de sus hijitos amenzándole con una roca, le maldijo desde sus entrañas con toda la
convicción de un padre enardecido ante posible secuestro y -solo el Terción Aion sabrá la razón- el
corazón de ese niño se transmutó en la mismísima piedra que sostenía entre sus manos. Con ella
cortó la vida del zorro y sus hijitos juraron venganza, lastimosamente, este sentimiento los
consumió por generaciones hasta el presente y se ha convertido en otros tipos de violencia; por eso
tienen tienen prohíbida la entrada a Natar; solo uno de su raza puede llegar hasta la celebración del
Renuevo del Tiempo, traer su ofrenda y retirarse sin contemplar el evento.

- Esta noche se renueva el tiempo - dijo la pequeña serpiente -


- !Veremos a los zorros! - gritaron los hermanos castores -
- Sí, en efecto hoy es la celebración del Renuevo del Tiempo, y su generación tendrá la oportunidad
de participar y por única vez ver a un zorro, a menos que puedan vivir más de un Centinio - dijo el
Águila y Maestro irónicamente-. Por esa razón daremos la clase de hoy por terminada; cada uno
vaya a sus guarida y espere la señal para salir al encuentro del gran Reloj.

Cual vigilante nocturno, el vetusto ojo de plata contempla el vaivén de los animales de
Natar; los cubre con su brillo milenario y los guía hasta el piedemonte de la colina que alberga la
laguna clara. Estos seres de naturaleza salvaje, ahora dotados de intenciones, poder y voluntad,
hacen un semicírculo alrededor del Águila y Maestro; a sus pies reposa un reloj de arena casi a
punto de consumir su último grano; está hecho con la madera Wardyan Anyú y arena del fondo de
la laguna clara – según fue obra del mismísimo Niño Martín que se dice cabalga sobre una mula y
es protector de la colina-

Repentinamente y como un fantasma de ensueño, aparece otro invitado. En su hocico se


desdibuja una cesta cargada de frutos del bosque; entre miradas de admiración y desprecio, el
semicírculo se corta a mitad para dar entrada a este descendiente directo del zorro Primigenio, el
cual, con la velocidad de un rayo taciturno, deja su ofrenda a los pies del reloj y desaparece en
medio de las sombras que una vez le escoltaron hasta ese mismo lugar.

Todo vuelve a la normalidad. Los presentes entregan uno a uno por raza su ofrenda. Llegado
el último, el Águila y Maestro toma entre sus garras el reloj de arena y se eleva casi hasta tocar la
luna; con una intrépida maniobra gira en los aires y suelta el reloj, que cae a velocidad de siniestro
girando sin parar hasta que toca tierra firme, ileso, en el mismo sitio donde comezó su corta
aventura.

El reloj no solo carece de heridas; ha llegado a destino con toda la arena en su parte superior,
iniciando un nuevo Centinio. Nadie sabe cuántas generaciones pasarán para la próxima celebración
del Renuevo del Tiempo. Los habitantes de Natar, regocijados, cantan canciones de antaño y
comparten los alimentos que hace instantes fueron ofrenda sagrada y, entre risas y juegos, el ojo de
plata se esconde y da paso a su gigante y fiel amigo dorado.
Hemos participado de un sinúmero de batallas; guerras de antaño se han librado contra enemigos
por demás superiores a nuestro escuadrón, sin embargo, bajo la dirección del Regente toda
desventaja ha engalanado aún más cada victoria. Rodeados de frío o calor, hambre o sed…,
enfermedades aún desconocidas, y aún sin la más mínima esperanza, la voz de mando de nuestro
líder ha sido suficiente para animarnos a continuar luchando y vencer, siempre vencer venciendo,
siempre a ganar ganar, siempre.

La confianza depositada por cada uno de nosotros en la ilustre y cuasi divina persona del Regente,
ha sido hasta hoy, una maldita bendición. Somos un escuadrón condenado a revivir ante la extática
orden de este comandante cuya alegría abismal nos sumerge en la acción bélica más ardiente; aún
por encima de nuestra harapienta realidad.

Es imposible sublevarse ante las órdenes de esta caridad encarnada; la humanización del don de
gracia y mando de nuestro Regente coacciona lo más íntimo de nuestras conciencias, enajena
nuestra voluntad a la suya con la facilidad del viento sobre la hojarasca. Somos suyos, le
pertenecemos en extremo; al extremo de seguir actuando con un vergonzoso ímpetu, sacando la
espada con la misma jovialidad consumida ya por los años; fuerzas inexplicablemente alienadas con
esa voz animosa y perversa; voz de marcha, de alto; voz de darlo todo, voz de atacar a discreción,
voz de sangre y guerra; voz de este Regente a quien amamos, sin duda, con toda sinceridad.

Somos como una cárcel viviente arrastrándonos exánimes por el mundo; fantasmas en busca de una
redención cuya dirección es improvisada cada a tanto por este caudillo: vamos el este, por el oeste,
de vuelta al sur; en círculos o cuadrados – nunca en triángulo –, siempre adelante, sin parar y así
vencer siempre, siempre venciendo…

Sin embargo, hoy nos encaminamos en la más ridículo expedición; pretendemos, por la suprema
orden del Regente, por quien hemos librado al mundo de la barbarie, ahora, ahora pretendemos,
destruir al Tiempo.

El plan es hasta ahora, destruir todos los relojes del cosmos. Debemos hacerlo y procurar no fallar
en el cometido; dejar un solo artefacto nos dejaría a merced de la derrota, la única palabra prohibida
dentro de este glorioso grupo militar.

Obedientemente hemos saqueado cada lugar conocido hasta la fecha y destruido todo reloj; grande
o pequeño, de oro o plata, madera o aún dibujado sobre algún lienzo. No debemos dejar rastro, para
vencer siempre. Hemos convertido en ceniza pueblos enteros cuando se rehusán a entregar en paz
sus relojes…, y hemos hecho lo correcto, lo necesario, lo descomunal, por amor al Regente y su
noble causa.

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