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EL LIBRO COMO METÁFORA

Por José Maria Ribagorda

«La biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad
futura del mundo ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto
bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su
elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para
el viajero, y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios.»
Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel
Universo y biblioteca, navegación y lectura. El hombre como bibliotecario en su
escritorio. Un escritorio que abarca el universo, la biblioteca, en el que el lector es un
viajero, un navegante en el laberinto de letras, sobre las que busca un sentido, un orden
que, quizás, nunca existiera, que, quizás, fuera el azar. El libro y la escritura han
estado y siguen estando presentes como forma y modelo de representación del mundo
y que hoy, más que nunca, se hacen evidentes en una cultura que busca, en última
instancia y bajo la utopía de las tecnologías de la información, un sentido, un orden
que convierta la naturaleza en texto, descifrable y operativo.
La metáfora de Borges no es sólo un recurso retórico, pues la metáfora, como dice
Paul Ricouer, tiene la capacidad de construir realidades, en nuestro caso de construir
nuestra visión del mundo, nuestra forma de aprenderlo y aprehenderlo, en definitiva,
de pensarlo.

La escritura
«Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales,
pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese
dictamen, ya veremos, no es del todo falaz.»
Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel
La palabra escribir ha tenido siempre un sentido de representación, sin embargo,
esta cualidad ha permanecido oculta bajo la capacidad ilocutoria de la escritura
alfabética. El diccionario de la Real Academia Española, el más conservador libro de
las palabras ya le otorga un sentido más amplio incorporando la representación de las
ideas mediante el uso de letras u otros signos.
En un sentido estricto, escribir es «representar las palabras o las ideas con letras u
otros signos trazados en papel u otra superficie».
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La escritura, no sólo en castellano sino en general, se refiere a todo tipo de signos


gráficos. Desde la convención matemática hasta la notación musical, pasando por los
ideogramas y los jeroglíficos, los diagramas o los emblemas. La escritura no sólo es
alfabética, no sólo representa el habla, sino que va más allá de la fonética y de la
palabra para convertirse en una forma de representación del pensamiento y de las ideas
como bien dice el diccionario de la RAE 1 . La escritura es una tecnología para preservar
la memoria colectiva. Es una tecnología sofisticada que precisa de aprendizaje de
códigos de escritura-lectura, de herramientas y de superficies que sirvan como soporte.
La escritura empezó siendo una forma de calcular y de registrar. Esta doble función,
una operativa y otra memoristica, contribuyó a una idea mágica del escriba, que
empezó a organizar lo real a la medida del espacio de representación, para operar con
los signos. La librería, la biblioteca impuso su orden, el orden de la cuadrícula y del
alfabeto, que desde el escriba sumerio hasta nuestros días han configurado el mundo.

El texto
Pero ¿cuál es la materia que conforma el libro?, ¿cuál es la auténtica esencia del
libro?. La respuesta no es otra que el texto. El texto, irrepresentable en una imagen,
vinculado popularmente a la letra, es, sin embargo, algo más complejo.
Iuri Lotmann, fundador de la semiótica de la cultura, defiende la existencia de tres
tipos de inteligencia, una inteligencia individual, la del sujeto y una inteligencia
colectiva, la cultura, cuyo sistema de articulación es el texto, allí donde la lengua es
atravesada por el espacio y queda registrada como memoria. Para la cultura occidental,
Dios es la palabra y el texto es la encarnación de la palabra, la encarnación de Dios,
de ahí el concepto sagrado que la escritura tuvo durante tanto tiempo.
En el evangelio de San Juan, Sagradas escrituras, se dice:
«En el principio era el Verbo, y el verbo era con Dios, y el verbo era Dios... Y aquel
Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros... A Dios nadie lo vio jamás; el unigénito
hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer.»
Evangelio del apóstol Juan: versículo 1-18
La metáfora cristiana sobre la que se construyó Occidente es una metáfora basada en
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Escribir. (Del latín scribêre). tr. Repre- el libro. Para la cultura judeo-cristiana, la vinculación entre Dios y la palabra, entre
sentar las palabras o las ideas con letras textos y encarnación, es fundamental. Las escrituras son sagradas. La ley está
u otros signos trazados en papel u otra transcrita en las tablas de Moisés. La Biblia se convierte en el portador del sentido
superficie. (RAE). para la humanidad. Los textos sagrados son interpretados por los sacerdotes. La
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llamada cultura oral es en el fondo una cultura del libro, pero del libro sagrado, en el
que el texto no puede ser transformado, sólo interpretado. De ahí su interés por la
interpretación analógica, que podemos ver en el mapa de Ptolomeo.
La cultura oral cristiana es una cultura basada en la analogía y en la interpretación del
universo. Un universo intocable, en el que la naturaleza y el hombre son palabra de
Dios inseparable, textos invariables, en el que la creación sólo puede ser recreación.
«Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran
libro circular de lomo continuo, que da toda vuelta de las paredes; pero su testimonio
es sospechoso; sus palabras oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora,
repetir el dictamen clásico: la biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier
hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.»
Jorge Luis Borges La biblioteca de Babel

La metáfora de la naturaleza
En la Edad Media era de uso frecuente la metáfora de la Naturaleza como el libro de Dios.
La interpretación que de esta metáfora hacen Paracelso en el siglo XV es paradigmático.
Paracelso, físico y astrólogo del siglo XV e inventor de la medicina simpática, escribe:
«El segundo libro de la medicina es el firmamento[...] ya que es posible escribir toda
la medicina en las letras de un libro[...] y el firmamento es ese libro que contiene todas
las virtudes y todas las proposiciones[...] las estrellas en el cielo deben considerarse
en su conjunto para que podamos leer la oración en el firmamento. Es como una carta
que nos ha sido enviada desde una distancia de cien millas y a través de la cual nos
habla la mente del autor.»
David R.Olson, pág. 188
La interpretación de Paracelso era alegórica. Para él los signos contenían significados
profundos que debían ser interpretados, desvelados y adivinados.
Esta misma manera de pensar la refleja de nuevo Borges en la Escritura de Dios.
«Imaginé la primera mañana del tiempo, imaginé a mi dios confiando el mensaje a la
piel viva de los jaguares, que se amarían y se engendrarían sin fin, en cavernas, en
cañaverales, en islas, para que los últimos hombres lo recibieran. Imaginé esa red de
tigres, ese caliente laberinto de tigres, dando horror a los prados y a los rebaños para
conservar el dibujo... Dediqué largos años a aprender el orden y la configuración de
las manchas.»
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El libro y la metáfora del cuerpo


Es curioso comprobar cómo una diferencia esencial entre los textos escritos y las
imágenes audiovisuales, ha sido la orientación del formato. Mientras que el rectángulo
vertical ha sido el espacio de la escritura, el formato apaisado ha sido el espacio de la
imagen narrativa. Se podría deducir de la pintura, sobre todo a partir de la perspec-
tiva renacentista, cómo la orientación vertical se ha usado para la representación del
cuerpo humano, mientras que la orientación apaisada del rectángulo se ha usado para
el paisaje, de ahí su nombre. La relación de la página impresa con el cuerpo humano
es evidente, hasta tal punto que las palabras usadas para definirlo son producto de su
metáfora.
En el lenguaje tipográfico desde el tipo hasta la página, utilizan una terminología
metafórica que les emparente con el cuerpo.
La cabeza se refiere a la parte superior de la página, simbólicamente relacionada con
el cerebro y los sentidos ocupando el lugar que Dios y el cielo tienen en el espacio
icónico del cuadro. La glosa, del griego gloss, lengua, se refiere a los pequeños
comentarios que acompañan al texto. El cuerpo se reserva para el texto escrito
principal, el tronco, contenedor principal de los organos vitales. El cuerpo es usado
para referirse al texto principal de un libro separado de glosas, notas o apéndices. El pie
de página es dejado para las notas, subsidiarias del texto principal, el cuerpo del texto.
Los márgenes de la página enmarcan y protegen el texto del exterior. Todas las
páginas se unen en el lomo, la espalda del libro. Esta terminología es usada también
para la tipografía. El cuerpo es la superficie que sustenta a la letra, que a su vez tiene
altura. La propia letra recibe el nombre de ojo y a su unión con el cuerpo se le llama
hombro. Los tipos poseen pies, uñas o lágrimas que las aproximan todavía más a esta
simbología, reflejada en grado máximo en la matriz del tipo, la forma de la que el tipo
nace como tal, y que servirá de modelo para la reproducción de la mayoría de los
objetos industriales de la modernidad.

El libro y la arquitectura
El libro medieval metaforiza el templo sagrado; al fin y al cabo, si el texto es metáfora del
sujeto, las cubiertas y las guardas que protegen al texto, asumen la metáfora del templo.
Arcos, portadas y frontispicios anteceden y cierran el espacio de la palabra escrita.
No es de extrañar el formato vertical de la página del libro como estándar, habida
cuenta de esta relación simbólica con el cuerpo y el templo. Evidentemente factores
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derivados de las propias características de la superficie papel, aconsejan esta orien-


tación, pero parece evidente su carácter simbólico.
Frente a la imagen, apariencia de la realidad y ventana hacia un mundo exterior, la
escritura remitía a lo propio, lo interno, la huella visible de la palabra, su marca. En
el orden divino remitía a la palabra divina materializada, corporeizada, de ahí que no
sea extraño que las ilustraciones de los libros de horas del medievo respetaran el
espacio simbólico de la página. En los libros sacros del medievo este espacio remitía
a un orden simbólico del mundo dominado por la representación sacra del cielo y el
infierno, de lo divino y lo humano. La ilustración remitía a la página como contexto,
como espacio sobre el cual la palabra se sustanciaba. El espacio de la palabra sagrada
fue ocupado por la palabra profana, y el sujeto de la escritura, el autor, ocupó su
lugar, con toda la carga simbólica que esto supone.

La imprenta y la razón. Una nueva metáfora de la naturaleza


«La línea consta de un número de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el
volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de
volumenes... No decididamente no este more geométrico, el mejor modo de iniciar mi
relato.»
Jorge Luis Borges. El libro de arena
La imprenta varió radicalmente las formas de conocimiento. El hombre tomó conciencia
de sí mismo. Pienso, luego existo es un concepto cartesiano, derivado del descubri-
miento de la propia subjetividad y de la objetividad que proveyó el libro.
El nuevo sentido de la metáfora del libro es el que ilustra Francis Bacon, que ya
introduce el término de experiencia letrada para referirse al conjunto de personas que
participan de la cultura de la modernidad. Para Bacon, el razonamiento común a partir
de la experiencia en bruto es imperfecto, y conduce a anticipaciones e imaginaciones,
y como consecuencia a la alegoría. La experiencia letrada es metodológica y planifi-
cada. En el pasado, decía, las invenciones se realizaban mediante un pensamiento
(alegórico) en lugar de la escritura, «Pero ahora ningún curso de investigación puede
ser sarisfactorio a menos que se lleve a cabo en la escritura»
(obras VII.78:RP, referido en Olson 189).

Bacon propone una analogía entre naturaleza y texto. Las partes mínimas del mundo
corresponden con las partes mínimas de la lengua escrita, estableciendo la idea de
que existía un alfabeto del mundo— el lenguaje de la creación— que no tenía que ser
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analógico, sino lógico y abstracto y que primeramente debía ser descubierto, para
después ser leído.
Esta forma de lectura del libro de la naturaleza es completamente diferente a la
lectura de Paracelso. La potenciación del alfabeto frente a la palabra y la arbitrariedad
consecuente del signo, otorgan a la escritura una capacidad operativa y formalizadora
inexistente hasta la fecha. La ciencia, como bien dice Olson (pág. 222), se convierte
en la actividad de manipular signos, signos que empezaron a considerarse arbitrarios,
y no analógicos, y que debían ser leídos literalmente, literalidad que es asumida por
la representación pictórica holandesa, como podemos ver en la obra de Vermeer. Ya
no es necesaria la alegoría, ni el relato, basta con mantener el ojo fijo en la naturaleza
y recibir así sus imágenes simplemente como son.
La imagen asume una función representativa, mientras que el texto escrito se separa
de la representación para pasar al mundo platónico de las ideas. Como consecuencia
la letra permanecerá invisible y la imagen actuará en el libro como su ilustración. De
la Biblia se pasa a la Enciclopedia ordenada según el orden alfabético, ampliamente
ilustrada y comentada. El orden espacial y temporal que proporciona el libro impreso
inunda la visión que del mundo tiene el hombre moderno, que es construido sobre
conceptos como producción, repetición, linealidad, causalidad y legibilidad. El mundo
artificial de la industrialización copia el modelo del libro y la realidad se convierte en
retícula sobre el cual se escribe el mundo cartesiano de la razón.

El ordenador, una nueva tecnología de la escritura


Al libro como metáfora le ha sustituido el ordenador; sin embargo, éste es en sí mismo
una metáfora del libro.
Frente a modelos que convertían al ordenador en un autómata, en un robot, el
modelo de representación fomentada por la metáfora del Memex de Vannebar Bush
y por la teoría de la información de Shannon, convirtieron al ordenador en una sofisticada
máquina de escritura y lectura, en el que se ha separado forma de contenido, donde la
escritura ha perdido su papel de registro y memoria para pasar a ser una forma de
representación, donde todo es signo, donde el texto es hipertexto y anclaje. El
territorio de los nuevos cartógrafos es una red. La biblioteca se ha convertido en
laberinto y el cuerpo en un libro subceptible de topografía y de tipografía, de ser
territorio y escritura, de ser objeto escrito y legible, de ser producido y reproducido
según moldes, según tipos.
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De nuevo el libro, o mejor el orden de los libros, de la biblioteca se ha convertido en


metáfora para representar el mundo. Si Borges imaginó el orden de la biblioteca, y la
escritura de Dios, también imaginó las consecuencias que acarrearía la ilusión por encontrar
el libro que contuviera el sentido. Hoy, cuando intentamos recrear una nueva realidad
virtual, cuando el cuerpo ha sido seccionado en páginas, cuando se estudia la escritura de
la vida en los mapas genéticos, conviene tomar en consideración sus palabras:
«A la desaforada esperanza sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La
certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de
que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema
sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos,
hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónigos.»

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